La Constitucion Real y La Escrita

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La constitución real y la constitución escrita (publicado el 23/1/13 en Veintitrés) Nadie podrá sorprenderse si la campaña con miras a las elecciones de medio término que se realizarán en este 2013 posterga los debates en torno a propuestas legislativas para afincarse en la controversia acerca de un sí o un no a la reelección. Que se haga énfasis solamente en este aspecto no favorece ni a las instituciones ni al país, pero ayudará a los opositores a encontrar una base de acuerdo que pueda aglutinarlos o, al menos, dispersarle los votos al oficialismo en elecciones que, de por sí y por los cargos en disputa, suelen dispersar el voto. Dado que la presidenta ha manifestado varias veces que no está en su agenda la posibilidad de una reforma y que ningún alto funcionario se ha manifestado seriamente al respecto, la hipótesis de un kirchnerismo que avance furioso hacia una Asamblea Constituyente resulta todavía algo remota, pero, a su vez, resulta insoslayable la dificultad que tiene el proyecto oficialista al momento de proyectar un sucesor algo que se resolvería si se eliminase la cláusula que impide una nueva reelección. ¿Pero la reelección sería lo único que estaría en juego en un eventual llamado a Asamblea Constituyente? Sin duda no, y para profundizar esto desarrollaré algunos conceptos que seguramente serán de su interés. Para comenzar digamos que cuando se habla de reforma constitucional se hace referencia a la posibilidad de cambiar la letra de nuestra constitución, esto es, de la Carta Magna cuyo origen data de 1853 y cuya última reforma data de 1994. Sin embargo, es posible adoptar una clasificación distinta y entender que hay “otras” constituciones que interactúan de una u otra manera con la escrita. Para ello retomaré algunas de las categorías que utiliza Arturo Sampay, el jurista argentino que estuvo detrás de la reforma constitucional “peronista” de 1949, expuestas en un texto inconcluso publicado en 1978 en la revista Realidad Económica. Según Sampay, la constitución escrita de la cual venimos hablando “es un código superlegal sancionado por la clase social dominante que instituye los órganos de gobierno, regla el

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CONSTITUCION REAL Y ESCRITA

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La constitución real   y   la   constitución   escrita   (publicado   el   23/1/13   en   Veintitrés) 

Nadie podrá sorprenderse si la campaña con miras a las elecciones de medio término que se realizarán en este 2013 posterga los debates en torno a propuestas legislativas para afincarse en la controversia acerca de un sí o un no a la reelección. Que se haga énfasis solamente en este  aspecto  no   favorece  ni   a   las instituciones ni  al  país,  pero  ayudará  a   los  opositores  a encontrar una base de acuerdo que pueda aglutinarlos o, al menos, dispersarle  los votos al oficialismo en elecciones que, de por sí y por los cargos en disputa, suelen dispersar el voto. Dado que la presidenta ha manifestado varias veces que no está en su agenda la posibilidad de una   reforma  y  que  ningún  alto   funcionario   se  ha  manifestado   seriamente  al   respecto,   la hipótesis de un kirchnerismo que avance furioso hacia una Asamblea Constituyente resulta todavía algo remota, pero, a su vez, resulta  insoslayable la dificultad que tiene el proyecto oficialista al momento de proyectar un sucesor algo que se resolvería si se eliminase la cláusula que   impide   una   nueva   reelección. ¿Pero la reelección sería lo único que estaría en juego en un eventual llamado a Asamblea Constituyente?   Sin   duda  no,   y   para  profundizar   esto   desarrollaré   algunos   conceptos   que seguramente   serán   de   su   interés. Para comenzar digamos que cuando se habla de reforma constitucional se hace referencia a la posibilidad de cambiar la letra de nuestra constitución, esto es, de la Carta Magna cuyo origen data  de  1853  y  cuya  última  reforma data  de  1994.  Sin  embargo,   es  posible  adoptar  una clasificación distinta y entender que hay “otras” constituciones que interactúan de una u otra manera con la escrita. Para ello retomaré algunas de las categorías que utiliza Arturo Sampay, el   jurista   argentino  que   estuvo   detrás   de   la   reforma   constitucional   “peronista”   de   1949, expuestas   en   un   texto   inconcluso   publicado   en   1978   en   la   revista   Realidad   Económica. Según Sampay, la constitución escrita de la cual venimos hablando “es un código superlegal sancionado  por   la   clase   social  dominante  que   instituye   los  órganos  de  gobierno,   regla  el procedimiento para designar a los titulares de estos órganos, discierne y coordina la función de los mismos […] y prescribe los derechos y las obligaciones de los miembros de la comunidad”. Sin embargo, esta constitución no es hija de la generación espontánea sino que se da en el marco de una idea que el constituyente peronista obtuviese de Tomás de Aquino. Se trata de la noción de constitución primigenia, la cual puede comprenderse mejor a partir de lo que un autor como Johann Herder definiría  como klima, esto es,  el  modo en que una comunidad política   está   determinada   por   las   condiciones   geográficas,   los   valores   y   la   tradición. Pero existe todavía un tercer tipo de constitución que Sampay llama real y que está compuesta por la clase dominante, por el modo en que ésta estructura su poder y por los mecanismos a través   de   los   cuales   crea   y   distribuye   los   bienes. Descriptas las 3 formas de constitución, la escrita, la primigenia y la real, la pregunta que sigue es cómo interactúan entre sí y allí se podrá observar que el eje central se da en esa compleja relación existente entre  el  código  jurídico,  expresado en  la  constitución  escrita,  y   la   clase dominante, expresada en la constitución real. Tal tensión se da en el marco de la amplitud que en   una   sociedad   como   la   argentina   tiene   la   constitución   primigenia,   con   tradiciones europeístas y latinoamericanistas en pugna, diferencias geográficas y de costumbres enormes a  lo   largo del  país  y,  en  todo caso,  una enorme discusión  no saldada acerca de  la  matriz productiva del país. Si bien, entonces, el debate acerca de lo que entendemos por constitución primigenia  puede  plantearse  en  esa  querella  eterna  acerca  de  qué  somos   los   argentinos, 

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probablemente, la raíz tomista del concepto hace que Sampay la interprete como una ley con la fuerza de los hechos naturales a la que no se la domina sino que sólo se la obedece. Así, sea lo que fuere esa constitución primigenia, la posibilidad de transformarla voluntariamente sólo sería un forzamiento antinatural como el que se produce cuando sostenemos un objeto para que   no   sea   atraído   por   la   ley   de   gravedad. Pero donde puede haber variantes y más rápidas es en la constitución escrita y en la real. En la primera alcanza con una decisión del poder constituyente, el pueblo, siguiendo los canales institucionales adecuados,  y una pluma inspirada que la  lleve al  papel;  para la segunda, el cambio sin duda será más lento pero las diferentes revoluciones existentes en occidente y las transformaciones   sociales   al   interior   de   este   proceso  que   podemos   llamar   “modernidad” muestran que es posible un cambio en la estructura real del poder dominante y que no hay ninguna   clase   que   gobierne   naturalmente   con   “la   fuerza   de   los   hechos”. Ahora bien, según Sampay, la relación entre la constitución escrita y la real puede darse de diversas formas y para explicar el tipo de vínculos posibles recurre a la nomenclatura del jurista alemán   Karl   Loewenstein   quien   aplica   lo   que   llama   un   análisis   ontológico   que   permite establecer las relaciones entre la palabra de la constitución y el poder real de una sociedad. La hipótesis de Loewenstein es que las perspectivas positivistas que sólo se fijan en la letra de la constitución pasan por alto que para que ésta tenga validez hay que observar qué es lo que hacen los detentadores y los destinatarios del poder con ella. Así,  si  la constitución escrita reproduce los intereses de la clase social que compone la constitución real se está frente a una constitución semántica que no hace más que reproducir los intereses de la clase dominante en detrimento del resto del cuerpo social; si, por el contrario, la constitución escrita va en contra de   los   intereses   de   la   real   existe   el   riesgo   de   que   se   caiga   en   una   constitución   cuyas prescripciones queden en una pura letra vacía sin fuerza obligatoria, transformándose así en una constitución meramente nominal; por último si la constitución escrita logra de algún modo ser aceptada por los detentadores y por los destinatarios del poder, es posible que se dé una relación simbiótica entre ésta y la real que devenga en una constitución normativa donde la ley y el proceso político existente fuesen de la mano (en el artículo citado Sampay cree que una constitución normativa podría darse con una constitución escrita que vehiculice los intereses de la clase popular determinando, por ejemplo, que los principales medios de producción sean bienes   públicos). Las categorías aquí expuestas son pasibles de ser revisadas y en muchos casos son hijas de ciertos presupuestos controvertibles. Con todo, y a los fines de este trabajo pueden servir para elevar  las  condiciones del  debate actual  acerca de  la  reforma constitucional.  En esta  línea adelanto   algunas   preguntas:   ¿la   constitución   escrita   vigente   en   la   Argentina   es   una constitución semántica en el  sentido de que vehiculiza  y  eterniza  los  intereses de  la  clase dominante que es la que finalmente la instituye? ¿O acaso el kirchnerismo está poniendo en cuestión esa legitimidad y el grupo social  que acompaña las transformaciones de la última década comienza a sentir que la constitución vigente es nominal respecto de sus necesidades? ¿Y si estuviéramos en un escenario en el que la clase social dominante sigue siendo la misma pero existe  la posibilidad de que un nuevo grupo pujante modifique la constitución escrita poniéndola   contra   aquellos   intereses?   ¿Es   posible   ello?   ¿Cuál   sería   el   desenlace?   ¿Una derogación de facto como la que se produjo en 1957 con la constitución que le daba rango supralegal  a   las  conquistas  sociales  del  primer  peronismo o  la  confirmación  de  un avance inequívoco   en   el   que   emerge   una   nueva   constitución   real? 

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Como se ve, las preguntas son muchas y podríamos agregar un listado enorme si el diagnóstico fuese distinto y dijéramos que el kirchnerismo que representa a las masas populares ya se ha transformado en algo así  como una clase social  dominante y que,  por ello,   la constitución escrita vigente debe dar lugar a una nueva que se transformaría en semántica o normativa según la perspectiva que se adopte. En otras palabras, podría plantearse que la constitución real ya no es aquella que insufló a la Constitución escrita de 1853 y que se reprodujo en 1994, sino una construcción distinta que necesita plantar sus intereses “en el papel”. En cualquier caso,   la  discusión  sobre  acabar  con   la  cláusula  que   limita   la   reelección,  no  es   irrelevante máxime  cuando  puede   interpretarse   como  elemento  distintivo  de   la  nueva   conformación política  que   puja.   Pero   sin   duda,   y   eso   es   lo   que   intenté  plantear   con   ese   conjunto  de preguntas,  un debate constitucional  excede largamente la discusión sobre la posibilidad de que   se   le   permita   a   un   presidente   presentarse   a   elecciones   para,   eventualmente,   ser nuevamente reelegido.