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41 CAPÍTULO 2 La administración de Eisenhower y su política exterior La administración de Dwight D. Eisenhower (1953-1961) ocupó un lugar peculiar y paradójico en los anales contemporáneos de los Estados Unidos. Las elecciones de 1952 determinaron el regreso del Partido Republicano al Poder Ejecutivo, por primera vez desde 1933, en esta ocasión encabezado por uno de los militares más populares de la historia norteamericana, con lo cual se ponía fin a 20 años de ocupación de la Casa Blanca por el Partido Demócrata. A diferencia de este último, desde finales del siglo XIX Nunca ha existido duda alguna acerca de que el Grand Old Party (GOP) o Gran Viejo Partido, como se designa a los republicanos en la política estadounidense, representó, y aún representa, los intereses de los círculos más poderosos del capital monopolista, y que en su seno se aloja el sector de extrema derecha de la elite del poder. Uno de los hechos más significativos del período previo e inmediato posterior a la elección del presidente Eisenhower fue el impetuoso desarrollo de la economía imperialista norteamericana. Comparado con las cifras de 1929, año en que se produjo la gran depresión, las cifras de 1952 demuestran que la producción de bienes y servicios se duplicó, la agricultura elevó sus rendimientos en un 50 %, la fuerza laboral aumentó de 48 000 000 a 61 000 000, la semana de trabajo se redujo de 48 horas a 40 horas, la productividad del trabajo se incrementó en un 80 %, creció en un 100 % el número de automóviles y de equipos electrodomésticos en manos de la población, se construyeron 12 000 000 de viviendas y el número de propietarios de estas se elevó del 48 % al 55 %. 1 1 Harold Underwood Faulkner: Historia económica de los Estados Unidos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972, t. II, p. 817.

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CAPÍTULO 2

La administración de Eisenhowery su política exterior

La administración de Dwight D. Eisenhower (1953-1961) ocupó un lugarpeculiar y paradójico en los anales contemporáneos de los Estados Unidos.Las elecciones de 1952 determinaron el regreso del Partido Republicanoal Poder Ejecutivo, por primera vez desde 1933, en esta ocasiónencabezado por uno de los militares más populares de la historianorteamericana, con lo cual se ponía fin a 20 años de ocupación de laCasa Blanca por el Partido Demócrata. A diferencia de este último, desdefinales del siglo XIX Nunca ha existido duda alguna acerca de que el GrandOld Party (GOP) o Gran Viejo Partido, como se designa a los republicanosen la política estadounidense, representó, y aún representa, los interesesde los círculos más poderosos del capital monopolista, y que en su seno sealoja el sector de extrema derecha de la elite del poder.

Uno de los hechos más significativos del período previo e inmediatoposterior a la elección del presidente Eisenhower fue el impetuosodesarrollo de la economía imperialista norteamericana. Comparado conlas cifras de 1929, año en que se produjo la gran depresión, las cifrasde 1952 demuestran que la producción de bienes y servicios se duplicó, laagricultura elevó sus rendimientos en un 50 %, la fuerza laboral aumentóde 48 000 000 a 61 000 000, la semana de trabajo se redujo de 48 horasa 40 horas, la productividad del trabajo se incrementó en un 80 %, crecióen un 100 % el número de automóviles y de equipos electrodomésticos enmanos de la población, se construyeron 12 000 000 de viviendas y elnúmero de propietarios de estas se elevó del 48 % al 55 %.1

1 Harold Underwood Faulkner: Historia económica de los Estados Unidos, Editorial deCiencias Sociales, La Habana, 1972, t. II, p. 817.

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Tales resultados económicos le permitieron a los Estados Unidos al-canzar su mayor preponderancia económica mundial a principios de ladécada de los cincuentas.2 En 1950, el Producto Interno Bruto de losEstados Unidos alcanzaba la cifra de 381 000 000 000 de dólares, cifrasuperior a la sumatoria del Producto Interno Bruto de los seis países quele seguían: Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia, Alemania Occiden-tal, Japón e Italia.3

A lo anterior habría que añadir otros dos factores. En primer lugar, elresto de los posibles contrincantes a la supremacía mundial habían sidoprácticamente destruidos durante la Segunda Guerra Mundial. En segun-do lugar, las fuerzas armadas norteamericanas habían adquirido, a finalesde la conflagración, el arma más poderosa y destructiva hasta entonces enla historia mundial, la bomba atómica, con lo cual se abría una nuevaetapa en el decursar de la humanidad, pues con ella el género humanopodía destruirse a sí mismo. El imperialismo norteamericano había alcan-zado un lugar cimero no solo en el terreno económico, sino también en elpolítico-militar.

Sin embargo, como ha señalado el autor norteamericano WilliamManchester, algo andaba mal en aquella sociedad, “sino el bienestar delpaís, entonces su moral, su orgullo, su autoestima”.4 Bajo la administra-ción de Harry Truman y, más tarde, bajo la del propio Eisenhower, lareacción anticomunista dirigida por el senador del Partido RepublicanoJoseph A. McCarthy había sumido a la nación en las tinieblas del miedo.5

Aunque después de alcanzar la Casa Blanca, Eisenhower se separó deMcCarthy y propició la eliminación de este del panorama político estadouni-dense. La actitud de Eisenhower ante el reaccionario legislador y sus exce-sos resultó ambigua durante la campaña electoral, como por ejemplo,cuando mantuvo silencio ante los ataques que McCarthy dirigiera contrael general George Marshall, admirado jefe del Estado Mayor durante laSegunda Guerra Mundial, Secretario de Estado de la administración deHarry Truman y amigo personal del candidato presidencial. Tal era lainfluencia del proyecto anticomunista desencadenado por las fuerzas de lareacción encabezadas por McCarthy, sobre todo dentro del Partido Repu-blicano, que los asesores de Eisenhower le recomendaron no salir en de-

2 Joseph S. Nye: Bound to Lead: The Changing Nature of American Power, BasicBooks, Nueva York, 1991, pp. 69-78.

3 Paul Kennedy: The Rise and Fall of the Great Powers: Economic Change andMilitary Conflict from 1500 to 2000, Random House, Nueva York, 1987, p. 369.

4 William Manchester: The Glory and the Dream: A Narrative History of America,1932-1972, Atlantic Monthly Press & Little, Brown and Company, Boston,Massachusetts,1974, p. 599.

5 David Caute: The Great Fear: The Anti-Communist Purge under Truman andEisenhower, Touchstone, Nueva York, 1978.

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fensa de Marshall, a pesar de que ya se percibía el rechazo popular a losexcesos del macartismo.6

En ese nocivo clima político se destacaba la creciente percepción ciu-dadana de que los demócratas, y hasta el propio presidente Truman, esta-ban minados por la corrupción y la venalidad administrativa. Diversosescándalos implicaron al propio Presidente y a varios asesores de la CasaBlanca, en 1951. Las audiencias del Comité del Senado dirigidas por elrepublicano Estes Kefauver, que fueron las primeras de su tipo transmiti-das por la televisión “en vivo y en directo”, resultaron un golpe devasta-dor para el partido que gobernaba.7

Aunque no estallaron conflictos sociales agudos hasta mediados de ladécada de los cincuentas, la discriminación racial oficializada era un fenó-meno latente que podía provocar brotes de inestabilidad, y los políticosnorteamericanos lo percibían. En el Sur continuaban negándose a los ne-gros los más elementales derechos civiles. En el Norte, estos seguían sien-do ciudadanos de segunda clase. La administración de Truman había hechotibios esfuerzos para enfrentar la desigualdad de los afronorteamericanos,pero como ha señalado el profesor de la Universidad de Harvard, HowardZinn, en A People’s History of the United States:

La revuelta negra de las décadas de los cincuentas y los sesentas —alNorte y al Sur— pareció ser sorpresiva. Pero quizás no debió ser así.La memoria de un pueblo oprimido es algo que no puede ser arrebata-do, y para un pueblo así, con esas reminiscencias, la revuelta está a florde piel. Para los negros en los Estados Unidos, está el recuerdo de laesclavitud, y después de eso, el de la segregación, los linchamientos yla humillación. Pero no solo eran remembranzas, sino una presenciaviva, parte de la vida diaria de los negros, generación tras generación.8

La gran depresión de la década de los treintas había sido también la granderrota de los republicanos, y el candidato demócrata Franklin D. Rooseveltsupo explotar ese hecho para conducir a su partido a cuatro victorias electo-rales consecutivas, a partir de 1932 y hasta 1944. En 1948 ocurrió la terriblehumillación, cuando, contra todos los pronósticos, Harry Truman, hastaentonces un obscuro senador por el Estado de Missouri —que muchosconsideraban había llegado a la Casa Blanca por casualidad, a causa de lamuerte de Roosevelt, en abril de 1945—, derrotó a Thomas Dewey, gober-nador de Nueva York. En 1952, las condiciones estaban maduras para un

6 David Halberstam: The Fifties, Villiard Books, Nueva York, 1993, pp. 250-252.7 David McCullough: Truman, Simon & Schuster, Nueva York, 1992, pp. 863-872.8 Howard Zinn: A People’s History of the United States, Harper Colophon Books,

Nueva York, 1980, p. 435.

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cambio de partido en el Poder Ejecutivo. Se necesitaba, sin embargo, unlíder de enorme popularidad, pues los demócratas, además de mantener lacoalición política ganadora articulada por Roosevelt, llevaban como candi-dato a Adlai Stevenson, gobernador de Illinois, uno de los políticos mejorpreparados de la historia contemporánea norteamericana.9

Dwight D. Eisenhower había tenido una carrera militar no muy rele-vante hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial. En junio de 1942, fuepromovido a jefe del Teatro Europeo de Operaciones por el general GeorgeMarshall, para que dirigiera las fuerzas aliadas en su invasión a ese conti-nente. Ike, como ya se le decía a Eisenhower, no solo demostró sus habi-lidades organizativas y diplomáticas, sino que supo aprovechar muy bienla situación, ganando en popularidad, a pesar de que sus hazañas militaresprevias eran inexistentes, si se comparan con las de otros altos oficiales delos Estados Unidos,10 como Douglas McArthur o George Patton.

Su popularidad al terminar la Segunda Guerra Mundial alcanzó unnivel tal que, en julio de 1945, el propio Truman, con su estilo directo ypopulachero, le dijo: “General, no hay nada que usted pueda querer queyo no lo ayude a conseguir. Eso definitiva y específicamente incluye laPresidencia, en 1948”.11 La realidad es que desde esa época ambospartidos, convencidos de que el héroe militar sería invencible en cual-quier elección presidencial, estaban interesados en nominarlo. Lo queningún político sabía era que Eisenhower ocultaba mejor que nadie susverdaderas intenciones, en el fondo, era un típico republicano del MedioOeste y esperaba el momento favorable para lanzarse al ruedo. No fuesino hasta la propia campaña presidencial de 1952, después que su nombre—con su consentimiento— ya se mencionaba para ser nominado can-didato del GOP por un grupo de republicanos que encabezaba el sena-dor Henry Cabot Lodge, que el futuro Presidente reconoció en públicosus simpatías hacia ese partido.12

Del período inmediato posterior a la guerra data un elementoimportantísimo para las futuras perspectivas de Eisenhower como políti-co. A su regreso de Europa, el presidente Truman lo designó Jefe del

9 Samuel E. Morison, Henry S. Commager y William E. Leuchtenburg: A ConciseHistory of the American Republic, Oxford University Press, Nueva York, 1977,pp. 595-620, 665, 678-679, 687. David Halberstam: Ob. cit., pp. 234-235.

10 Stephen E. Ambrose: Eisenhower: soldado y presidente, Grupo Editor Latinoamericano,Buenos Aires, 1993, pp. 53-178. Peter Lyon: Eisenhower: Portrait of a Hero, AtlanticMonthly Press & Little, Brown and Company, Boston, Massachusetts, 1974, p. 850.

11 Stephen E. Ambrose: Ob. cit., p. 179. Aunque se ha tomado la cita textual de labiografía escrita por Ambrose, ya que está traducida al español, el propio Eisenhowerlo cuenta así en sus memorias. Dwight D. Eisenhower: The White House Years:Mandate for Change 1953-1956, Doubleday & Company, Nueva York, 1963, p. 5.

12 Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., pp. 18-20.

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Estado Mayor Conjunto, luego de la renuncia del general Marshall, quienpasó a dirigir el Departamento de Estado. Terminada la guerra, esta fun-ción implicaba constantes viajes por todo el país para pronunciar confe-rencias y alocuciones, además de tener que realizar innumerablesintervenciones ante el Congreso. Según su más reciente biógrafo, StephenE. Ambrose, esta actividad puso a Eisenhower en contacto con algunosde los hombres más ricos y poderosos de los Estados Unidos.

La elite del establishment del Este avanzó sobre él casi antes de queocupara su nueva oficina. Thomas J. Watson, de IBM, por ejemplo,fue al Pentágono a principios de marzo de 1946 para conocer al Gene-ral e insistió en que hablara en el Museo Metropolitano de Arte deNueva York. Los cabezas de otras grandes empresas de Nueva Yorktambién tenían sus proyectos y usaron sus posiciones en la organiza-ción o la universidad para su acceso inicial a Eisenhower.13

Al General no le disgustaban esas relaciones, por el contrario, ellas“aumentaron de 1946 en adelante, al punto de que sus amigos eran casiexclusivamente millonarios”.14

De manera simultánea a este proceso, según reconoció Ambrose, lasideas de Eisenhower sobre las relaciones con la Unión Soviética comen-zaron a evolucionar. Durante la guerra, y en el período inmediatamenteposterior, el General era considerado como un hombre ponderado, par-tidario de la colaboración con la Unión Soviética en el mismo sentidoque lo había sido su Comandante en Jefe, el difunto presidente Roosevelt.“A lo largo de 1946, Eisenhower deploró el rápido desarrollo de una rup-tura de relaciones, las fáciles habladurías en los Estados Unidos acerca dela ‘inevitabilidad’ del conflicto entre los dos sistemas”.15 Más adelante,Ambrose expresó: “En la jerga de la época era ‘blando’ con los soviéticos,mucho más blando que Truman, y mucho menos proclive a buscar unasolución militar a los problemas de coexistencia”.16 Esta situación cambióal año siguiente: “Para el otoño de 1947, los sentimientos de Eisenhoweracerca de los soviéticos eran similares a los de Truman y a los de otros‘guerreros fríos’ de línea dura”.17

Sus amigos millonarios del establishment de Nueva York le ofrecieronla Dirección de la Universidad de Columbia. Eisenhower se negó al inicio,pero aceptó con posterioridad, al parecer, tentado por las mejores condi-

13 Stephen E. Ambrose: Ob. cit., p. 193.14 Ibídem.15 Ibídem, p. 197.16 Ibídem, p. 199.17 Ibídem, pp. 203-204.

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ciones financieras que ofrecía el cargo. Ambrose manifestó que no hubomotivaciones políticas detrás de su aceptación. Sin embargo, reconocióque impuso condiciones sorprendentes: “incluían que no se involucraraen asuntos puramente académicos, que no se comprometiera en conse-guir fondos, que no recibiría demasiados (visitantes) y que no se encarga-ría de detalles administrativos molestos”.18

El propio biógrafo se preguntaba: si esas eran las condiciones, ¿quéharía Eisenhower? La respuesta, que consiste en citar las palabras delGeneral, no deja otra alternativa que concluir que detrás del paso deEisenhower por Columbia se escondían, además de las consideracionesfinancieras mencionadas, criterios de índole política: “Consagraré misenergías a proveer liderazgo interno en amplias líneas liberales para launiversidad misma y a promover conceptos básicos de educación en unademocracia”.19

Durante su breve estancia al frente de la Universidad de Columbia, lasrelaciones de Eisenhower con un grupo de altos ejecutivos y hombres denegocios republicanos, a quienes calificaba como “la banda”, se fortale-cieron.20 La derrota del gobernador Thomas Dewey como candidato delPartido Republicano, en las elecciones de 1948, volvió a poner sobre lamesa del nombre de Dwight D. Eisenhower, como posible sucesor deHarry Truman. Según Ambrose:

no buscó la Presidencia, pero manejó con tanto éxito su vida privada ypública que, más que a ningún otro candidato de la historia norteameri-cana, excepto solo George Washington, la Presidencia lo buscó a él (...)Dijo que nunca buscaría deliberadamente un voto y nunca consentiríaen convertirse en candidato, a menos que hubiera una abrumadora de-manda que lo convenciera de que su deber era presentarse.21

En 1950, Eisenhower aceptó la propuesta que le hizo el presidenteTruman para que fuera el primer Jefe Militar de la recién creada Organi-zación del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El General aceptó sintitubear. Ambrose explicó la importancia política de este salto, en los tér-minos siguientes:

Era una designación ideal. Como comandante de la OTAN, con cuarte-les en París, podía eludir hacer cualquier comentario sobre temas inter-nos y partidarios. Su vuelta a Europa le aseguraría una cobertura de

18 Ibídem, p. 206.19 Ibídem.20 Ibídem, pp. 209-210.21 Ibídem, p. 216.

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primera página en todo el mundo. Podría hablar, vigorosamente, sobreel tema más cercano a su corazón, la Alianza Atlántica. Estaría en con-tacto cotidiano de trabajo con las cabezas de los gobiernos de EuropaOccidental, lo cual sólo se sumaría a su imagen como uno de los esta-distas más importantes del mundo. Su reputación como el más grandesoldado de Occidente se vería reforzada.22

En 1952, las condiciones estaban creadas para la promoción del gene-ral Eisenhower a la candidatura presidencial del Partido Republicano, laque fue fomentada por su ala centrista, que veía pocas posibilidades enllevar candidatos tan extremos, como William Howard Taft, cuyas ideasaislacionistas no encontraban eco en los grupos políticos dirigentes ni en laciudadanía en general, o como Thomas Dewey, favorito del ala liberal delPartido, pero derrotado de forma ignominiosa por Truman, en las eleccio-nes de 1948.

Según el politólogo Theodore J. Lowi, durante la campaña electoralde 1952, Eisenhower tuvo el mérito de encontrar la correlación con lacual los republicanos pudieran vivir, y ocasionalmente ganar, en la décadade los cincuentas y más allá. Esta conexión consistía en mezclar de unmodo ecléctico fórmulas liberales y conservadoras. El propio Presidentemanifestaba que su Administración debía ser liberal, cuando se hablara dela relación entre el Gobierno y el individuo, y conservadora, cuando sehablara acerca de la economía nacional y la billetera del individuo.23

En materia internacional, la proyección del futuro Gobierno republica-no se vio muy influida por el ala más conservadora del Partido y, enparticular, por John Foster Dulles, quien luego sería el secretario de Esta-do y la figura más descollante e influyente de la administración deEisenhower.24 Ya para 1952 era sumamente difícil propugnar un cursoalternativo en política exterior que resultara más conservador yanticomunista que el seguido por la administración de Truman. No obs-tante, entre los republicanos había prevalecido la corriente “aislacionis-ta” de los senadores William Howard Taft y Arthur Vandenberg, críticosacérrimos de Franklin D. Roosevelt y de su concepción sobre las relacio-nes de cooperación con la Unión Soviética, en la postguerra, especialmen-te con los Acuerdos de Yalta, firmados en 1945.

En la biografía de Eisenhower, Ambrose describió la posición interna-cional que el Partido Republicano adoptó para las elecciones de 1952, ensu plataforma programática.

22 Ibídem, p. 219.23 Theodore J. Lowi: The End of the Republican Era, University of Oklahoma Press,

Norman, Oklahoma, 1995, pp. 87-89.24 Stephen E. Ambrose: Ob. cit., p. 239. Walt W. Rostow: Los Estados Unidos en la

palestra mundial, Editorial Tecnos, Madrid, 1962, p. 425.

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La sección de política exterior, preparada por John Foster Dulles, quienesperaba ser secretario de Estado, prometía que el Partido ‘repudiaríatodos los compromisos contenido en los acuerdos secretos, tales comolos de Yalta, que ayudaba a la esclavitud hacia el comunismo’. Malde-cía la política de contención de Truman (de la cual la OTAN era laparte más importante) como ‘negativa, fútil e inmoral’, pues la conten-ción ‘abandona incontables seres humanos al despotismo y al terroris-mo sin Dios’. Entonces, en una abierta apelación no solo a la GuardiaVieja,25 que había trinado contra Yalta desde 1945, sino al voto étniconormalmente demócrata, la plataforma de Dulles decía que la Adminis-tración republicana ‘exasperaría ansiosamente la independencia genui-na de los pueblos cautivos’ de Europa Oriental, a quienes los demócratashabían ‘abandonado (...) para que lucharan solos contra la agresióncomunista’. (Los hombres de la Guardia Vieja eran, por cierto, un extrañogrupo de aislacionistas. Dudaban de la sabiduría de ayudar a EuropaOccidental, pero afirmaban estar listos a liberar a Europa Oriental yAsia). La plataforma contuvo, por insistencia de Eisenhower, un apoyoa la OTAN, pero para equilibrar la promesa renunciaba a cualquierintento por sacrificar el Lejano Oriente para preservar a Europa Occi-dental.26

Desde principios de la década anterior, las diferencias en materia depolítica exterior entre ambos partidos eran más de forma que de conteni-do. Los dirigentes de los dos partidos suscribían la concepción del mundoque el editor y millonario republicano Henry Luce había expuesto en elconocido artículo “The American Century” (“El Siglo Americano”), queél publicara en la revista Life —de su propiedad—, el 5 de diciembrede 1941.27 En el referido artículo se instaba a que la elite del poder “acep-tara de todo corazón nuestro deber y nuestra oportunidad como la naciónmás poderosa y vital del mundo y, en consecuencia, ejerciera sobre elmundo todo el impacto de nuestra influencia para aquellos propósitos queconsideremos convenientes y a través de aquellos medios que considere-mos apropiados (...) ha llegado el momento de convertirnos en la poten-cia de la cual las ideas se esparzan por todo el mundo”.28

Como ha señalado el profesor Richard Barnet, en su excelente obraRoots of War, la formulación de Henry Luce se convirtió en el principio

25 Se refiere a los simpatizantes más antiguos dentro del Partido Republicano.26 Stephen E. Ambrose: Ob. cit., p. 240.27 Henry Luce: “The American Century”, en Life, Nueva York, 5 de diciembre de 1941.

Citado en David Halberstam: Ob. cit., p. 246.28 Henry Luce: “The American Century”, en Life, Nueva York, 5 de diciembre de 1941.

Citado en Richard J. Barnet: Roots of War, Penguin Books, Nueva York, 1972, p. 18.

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rector de la política exterior norteamericana de la postguerra. Para Barnet,“Todos los elementos de un poderoso credo imperial están presentes: unsentido de misión, de necesidad histórica y de fervor evangélico. Quizáslo más importante es que el credo imperial norteamericano estaba dotadode mecanismos retóricos particularmente efectivos en ocultar la codiciacon el lenguaje de la calidad y en obscurecer la voluntad nacional de ganardesignándolo como el peso de la responsabilidad”.29

Esta fue la premisa en que se basó toda la reorganización de la políticaexterior y de seguridad que tuvo lugar en la administración de HarryTruman, con la designación de “estrategia de la contención”.30 Basada enlos preceptos expuestos por el diplomático y académico George F. Kennan,en el artículo “Las fuentes de la conducta soviética”, que sobre la políticaexterior soviética y con el seudónimo de Señor X, apareciera en la revistaForeign Affairs, en julio de 1947,31 esa política halló expresión públicaconcreta en la Doctrina Truman, en 1947,32 y en el Documento de Segu-ridad Nacional NSC-68, de 1950, de manera secreta. Este último conte-nía una versión mucho más dura y extrema que la recomendada porKennan, pero su centro era el mismo: so pretexto de la lucha contra elcomunismo, los Estados Unidos desarrollarían una activa política exteriory de seguridad nacional destinada a enfrentar toda “amenaza” a sus inte-reses, según fuera interpretada por sus propios dirigentes.33

Redactado en abril de 1950, después del prolongado bloqueo de BerlínOccidental por la Unión Soviética (1948-1949), de que los soviéticos hicie-ran estallar su primera bomba atómica, en 1949, y de que el Partido Comu-nista Chino expulsara definitivamente del territorio continental al Ejércitodel Kuo Min Tang (1949),34 y poco antes del estallido de la Guerra deCorea (1950), el Documento de Seguridad Nacional NSC-68 se vio influidopor el indudable incremento de las tensiones internacionales y la percepciónde los dirigentes norteamericanos de que se producían cambios contrarios a

29 Richard J. Barnet: Ob. cit., p. 19.30 John Lewis Gaddis: Estrategias de la contención. Una evaluación crítica de la

política de seguridad norteamericana de postguerra, Grupo Editor Latinoameri-cano, Buenos Aires, 1989, pp. 17-144.

31 George F. Kennan: The Sources of Soviet Conduct, en Foreign Affairs, Nueva York,julio de 1947. Existe una versión en español del artículo “Las fuentes de la conductasoviética”, en George F. Kennan: Las fuentes de la conducta soviética y otros escritos,Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1991.

32 Richard J. Barnet: Intervention and Revolution: America’s Confrontation withInsurgent Movements Around the World, World Publishing, Nueva York, 1968,pp. 197-231.

33 John Lewis Gaddis: Ob. cit., pp. 105-144.34 En sus memorias, Eisenhower calificó a 1949 como “un año de tragedia”, y al triunfo de la

Revolución China como “el hecho más trágico”. Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., p. 81.

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sus intereses. En el Documento se definía la contención como un esfuerzoque de ninguna manera se aproximara a la guerra, destinado a:

1. Bloquear aún más la expansión del poder soviético.2. Exponer la falsedad de las pretensiones de la Unión Soviética.3. Producir una retracción del control y la influencia del Kremlin.4. En general, estimular de tal manera las semillas de la destrucción

dentro del sistema soviético, que el Kremlin se viera obligado, almenos, a modificar su conducta con el objetivo de adaptarse a losestándares internacionales, generalmente aceptados.35

El profesor John Lewis Gaddis, de la Universidad de Ohio, cuya obracitada constituye uno de los clásicos sobre el tema, destacó que lasimplicaciones eran alarmantes, pues el efecto resultante era “el de incre-mentar el número y la variedad de intereses que se consideraban relevan-tes para la seguridad nacional, y el de diluir las distinciones establecidasentre ellos”.36

Un elemento significativo del referido Documento era que no objetabael uso de cualquier medio disponible, pues afirmaba:

La integridad de nuestro sistema no será puesta en peligro por ningunamedida, abierta o encubierta, violenta o no violenta, que sirva al propó-sito de frustrar los planes del Kremlin, ni tampoco la necesidad de con-ducirnos [a] modo de afirmar nuestros valores con acciones o conpalabras prohibe esas medidas, siempre que sean apropiadamente cal-culadas para ese fin y que no sean tan excesivas o mal dirigidas comopara que nos conviertan en enemigos del pueblo en vez de que losenemigos sean los hombres malignos que lo han esclavizado”.37

Importantes autores norteamericanos, entre ellos Richard Barnet,38 SaulLandau39 y Daniel Yergin,40 han demostrado como alrededor de los pre-ceptos de la contención y de esa nueva noción sobre la seguridad nacionalque llegó a alcanzar el estatus de doctrina, se crearon las premisas para eldesarrollo de acciones encubiertas, que se fueron incrementando en auda-cia y magnitud. Landau describió como, a tono con las decisiones

35 John Lewis Gaddis: Ob. cit., p. 115.36 Ibídem, p. 108.37 Ibídem, p. 111.38 Richard J. Barnet: Intervention and Revolution: America’s Confrontation with

Insurgent Movements Around the World, World Publishing, Nueva York, 1968. Deeste autor véase, además, la obra Roots of War, Penguin Books, Nueva York, 1970.

39 Saul Landau: The Dangerous Doctrine: National Security and U.S. Foreign Policy,Westview Press, Boulder, Colorado, 1988.

40 Daniel Yergin: Shattered Peace: The Origins of the Cold War and the NationalSecurity State, Houghton Miffling Company, Boston, 1977.

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institucionales tomadas a partir de la Ley de Seguridad Nacional de 1947,por la cual se creó la Agencia Central de Inteligencia (CIA), se fue conci-biendo una “estructura estatal paralela —un Estado dentro de otro Esta-do— ajena al público y al Congreso”, una especie de “Estado ilegal” conun presupuesto amplio, separado y parcialmente encubierto, dotado deenormes poderes para la actividad militar sin escrutinio constitucional delCongreso. Esta situación hizo que el propio secretario de Estado del pre-sidente Harry Truman, en 1947, el general George Marshall, le expresarasu preocupación sobre los poderes de la CIA diciendo: “Los poderes de laagencia propuesta parecen casi ilimitados y necesitan ser aclarados”.41

Vale la pena señalar que fue esta agresiva y expansiva posición de losEstados Unidos, en el período de 1945 a 1950, la que condujo al surgi-miento de lo que se ha dado en llamar la “guerra fría”. Uno de los mitossobre este período que ha resurgido con especial fuerza en la literaturaoccidental, después del derrumbe de la comunidad socialista y de la desapa-rición de la Unión Soviética, es el de atribuirle la responsabilidad de laguerra fría exclusivamente a la política conducida por el Estado soviético,que fue acusado de ofensivo y amenazante. Esta literatura olvida, porejemplo, que no fue la Unión Soviética, sino los Estados Unidos, los quellevaron a cabo la más larga guerra de agresión de ese período en VietNam, o que fueron Gran Bretaña, Francia e Israel, y no la Unión Soviéti-ca y China, los que se aliaron para atacar a Egipto, en 1956. El especialistanorteamericano Melvyn P. Leffler, al comentar las más recientes pesqui-sas al respecto, ha llegado a la conclusión de que los documentos halladosen los archivos soviéticos, aparentemente abiertos ahora a los investiga-dores, no sustentan en manera alguna la leyenda de que el gobierno deJosé Stalin tuviera un “plan de conquista mundial”, como el que entoncesjustificó las medidas de las administraciones de Truman y Eisenhower. Loque surgió de los repertorios encontrados no exime de toda responsabili-dad al Gobierno soviético en algunos casos significativos, pero sí demues-tra que actuaba con cautela y desconfiaba de los objetivos de los EstadosUnidos, lo que no era de extrañar, dado el recrudecimiento de la agresivi-dad de la política exterior norteamericana con Eisenhower y Dulles en elpoder.42

El profesor Richard J. Barnet ha señalado en sus obras que la puestaen práctica de la doctrina de seguridad nacional estadounidense, surgidadespués de la Segunda Guerra Mundial, tuvo varias consecuencias. Ellastienen significativa importancia para la presente investigación. Barnet plan-

41 Saul Landau: Ob. cit., p. 47.42 Leffler, Melvyn P.: “Inside Enemy Archives: The Cold War Reopened”, en Foreign

Affairs, Nueva York, julio-agosto, 1996, vol. 75, no. 4, pp. 120-135.

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teó, en primer lugar, que como resultado de la conflagración se produjoun cambio en la correlación de fuerzas internas dentro de la burocraciaestadounidense, lo cual se reflejó en la pérdida de influencia del Departa-mento de Estado a favor de la CIA y del recién creado Departamento deDefensa o Pentágono.43 En segundo lugar, que la asistencia militar, comoinstrumento de la política exterior, adquirió una gran importancia.44 Y entercer lugar, que se creó un nuevo sector de poder que él identifica comolos national security managers (gerentes de seguridad nacional), con suspropios códigos de conducta y un enorme poder.45

Los legados que recibió la administración de Eisenhower fueron dedistinta índole. No debe obviarse la naturaleza cambiante y contradictoriade la situación internacional. Para 1953, salvo el caso de Berlín, la situa-ción en Europa se había estabilizado con la recuperación económica delos principales países occidentales y la formación de la OTAN. Las princi-pales potencias europeas (Gran Bretaña, Francia y Alemania) se encon-traban firmemente aliadas a los Estados Unidos y su base industrial estabareconstruida. Pocas semanas después de que Eisenhower asumiera el poder,murió José Stalin en Moscú, el 6 de marzo de 1953. Surgía la incógnitadel nuevo liderazgo, pero quedaba claro que la Unión Soviética tambiénhabía comenzado su reconstrucción —tarea más difícil, por lo duro de laguerra en su territorio— y se había fortalecido, como consecuencia delo cual la ventaja militar absoluta de los Estados Unidos en materia de losarmamentos más modernos estaba siendo reducida.46

La guerra fría comenzó a trasladarse hacia el llamado “Tercer Mundo”.Después del triunfo de la Revolución China, en 1949, avanzó de formaineluctable la lucha del pueblo vietnamita por su independencia del colo-nialismo francés. París exigió a los Estados Unidos su apoyo materialdecidido, pero el presidente Eisenhower, a pesar de toda la retórica de susecretario de Estado John Foster Dulles, evitó involucrar a las fuerzasarmadas de su país en ese conflicto. Para el General, la guerra de Corea,a la que se puso fin en los primeros meses de su Administración, habíademostrado que era muy difícil ganar una guerra terrestre en Asia.

La política económica de la administración de Eisenhower estaba engran medida determinada por el conservadurismo económico, que reque-ría un presupuesto equilibrado y, por ende, una reducción de los gastos

43 Richard J. Barnet: Roots of War, Penguin Books, Nueva York, 1972, p. 24.44 Ibídem, p. 133.45 Richard J. Barnet: : Intervention and Revolution: America’s Confrontation with

Insurgent Movements Around the World, World Publishing, Nueva York, 1968,pp. 23-46.

46 Martin Walker: The Cold War And the Making of the Modern World, Fourth State,Londres, 1993, pp. 134-185.

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militares. “Es incuestionable que el Secretario de la Tesorería, con suincansable devoción al principio del presupuesto equilibrado, reforzó es-tas opiniones: se decía de Humphrey47 que temía más a los déficits que alos comunistas”.48

Otro legado que recibió Eisenhower fue el conjunto de estrategias ypolíticas diseñadas y puestas en vigor por la administración Truman. Aun-que su partido las había criticado con fuerza, no debe olvidarse que elnuevo Presidente había formado parte en los gobiernos anteriores, en tresimportantes cargos: Jefe del Teatro Europeo de Operaciones con Rooseveltdurante la Segunda Guerra Mundial, y Jefe del Estado Mayor Conjunto yComandante en Jefe de la OTAN con Truman. Aunque en sus memorias,escritas en 1963, el ex Presidente trató de presentarse como un crítico delas posiciones de Truman, cuando este ocupaba la Casa Blanca, existenpocas evidencias de que así fuera. Ni siquiera en sus reminiscenciasEisenhower utilizó términos similares a los empleados en la Plataforma desu partido, en 1952.49

La administración de Eisenhower también tuvo que hacer frente a lasconcepciones tradicionales en materia de política exterior del PartidoRepublicano, expresadas con claridad por el secretario de Estado, JohnFoster Dulles, lo que generaba ciertas tensiones con la herencia anterior.Para Dulles, el conflicto con la Unión Soviética era “irreconciliable”.50

La solución dada por Eisenhower a la conjugación de esos legados,algunos de ellos contradictorios, fue la de elaborar una estrategia que sedesignó con el nombre de New Look (Nuevo Aspecto). Ella se basaba enla supuesta “capacidad norteamericana de destruir a la Unión Soviéti-ca”.51 La esencia de esta política era desarrollar el armamento que permi-tiera a los Estados Unidos imponer una “represalia masiva” a cualquieramenaza soviética, de ahí las tácticas del “borde del abismo” nuclear de-sarrolladas por Dulles.

47 Según Peter Lyon: Ob. cit., pp. 466-467, George M. Humphrey fue primer secretariodel Tesoro de Eisenhower y resultó una de las figuras más influyentes en el Gabinete,después de John Foster Dulles. Aunque no lo conoció hasta ser nombrado, era el típicohombre de negocios que el Presidente favorecía entre sus amistades. Antes de asumirel cargo fue Presidente de M. A. Hanna & Company, un consorcio del Medio Oeste(Cleveland, Ohio) que tenía empresas metalúrgicas, plásticas y bancarias. Fuerecomendado a Eisenhower por el general Lucius D. Clay, quien era el principalreclutador de los miembros del Gabinete.

48 John Lewis Gaddis: Ob. cit., p. 153.49 Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., pp. 76-83.50 Stephen E. Ambrose: Rise to Globalism: American Foreign Policy since 1938,

Penguin Books, Nueva York, 1985, p. 135.51 Ibídem, p. 136.

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Sin embargo, como ha señalado el propio Stephen E. Ambrose,Eisenhower y Dulles continuaron con la política de la contención.52 Cuan-do, en 1955, el Presidente decidió asistir a la Cumbre de Ginebra, dehecho reconoció que el conflicto entre los Estados Unidos y la UniónSoviética no era irreconciliable, como sostenía su Secretario de Estado,y puso fin a cualquier sueño de que se podía “ganar la guerra fría pormedios militares.”53

La realidad era que, siendo militar, Eisenhower tenía una mayor com-prensión de lo que significaba una guerra nuclear. Dulles, por su parte, eraun hombre consumido por la arrogancia y el sentido apocalíptico. No era,como Eisenhower, un estratega. Saltaba del presupuesto acerca de la jus-teza de sus convicciones directamente a la acción, cosa que convenía alGeneral, pues le permitía mantener una imagen de ponderación contrastantecon la que proyectaba su Secretario de Estado. Contrario a las percepcio-nes públicas del momento, el Presidente, siempre ejerció el control abso-luto sobre su Secretario de Estado, no permitiéndole nunca hacer nada queno estuviera expresamente aprobado por él.54 La noción inversa, de unDulles con posiciones autónomas y preponderantes formaba parte de unacuidadosa maniobra del Presidente, que preservaba así su perfil de esta-dista y su consiguiente popularidad.

Lo anterior no contradice el hecho de que, sin duda, John Foster Dullesejercía una considerable influencia en las decisiones del General, como lodemuestra la forma en que fue designado su hermano Allen W. Dulles parael cargo de director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Según elinvestigador Leonard Mosley, en su bien documentada biografía de los her-manos Dulles (Eleanor,55 Allen y John Foster), el Director saliente, generalWalter Bedell Smith —que había sido Jefe del Estado Mayor de Eisenhowerdurante la guerra—, había prometido a Allen recomendarlo para el cargo,pero después de verlo trabajar como subdirector de Planificación le ha-bían asaltado serias preocupaciones con su candidatura, por considerarlodemasiado infatuado con las “operaciones encubiertas.” Cuando JohnFoster Dulles le ofreció —y él aceptó— la segunda posición en el Depar-tamento de Estado (Subsecretario), Smith planteó sus inquietudes a suantiguo jefe (Eisenhower) y señaló que no le parecía conveniente que el

52 Ibídem, p. 135.53 Ibídem, p. 151.54 Townsend Hoopes: The Devil and John Foster Dulles: The Diplomacy of the

Eisenhower Years, Atlantic Monthly Press & Little, Brown and Company, Boston,Massachusetts, 1973, pp. 145-146.

55 Más joven que sus dos hermanos John Foster y Allen W. Foster, Eleanor LansingDulles fue una alta funcionaria del Departamento de Estado, que jugó un decisivopapel en todo el período inicial de la guerra fría, como especialista en asuntos alemanesy Directora de la Oficina para Berlín.

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conductor de la diplomacia y el patrón del espionaje en su Gobierno fue-ran hermanos, relación que le parecía “incestuosa.” El Presidente electole contestó que ya ese asunto lo había analizado con Foster y que habíallegado a la conclusión de que no habría ningún problema.56 Resulta inte-resante que Eisenhower ni siquiera se refiera a este hecho en sus memo-rias, aún cuando recordó que la primera persona designada para una plazaen su Gabinete fue John Foster Dulles, como canciller.57

Esta actitud del Presidente pudiera explicarse por la observación quehace el profesor Christopher Andrew en su reciente historia de la inteli-gencia norteamericana. Según Andrew:

Eisenhower era un maestro de lo que el científico político Fred I.Greenstein ha designado como el ‘liderazgo encubierto’. Detrás de lasonrisa dispuesta y el ademán distendido subyacía una determinación dehierro. Dejaba que Foster Dulles adoptara el papel público de guerrerofrío obstinado, mientras él trataba de proyectar buena voluntad y firme-za. Era Eisenhower, y no Dulles, sin embargo, quién definía la políticaexterior.58 Las acciones encubiertas eran un elemento esencial de esapolítica, ofreciendo una alternativa aparentemente efectiva a los riesgos ycostos inaceptables de una intervención militar abierta. La parte más so-lapada de las acciones encubiertas de Eisenhower era su propia respon-sabilidad en ellas. Aunque las discutía en privado con los hermanos Dulles,por lo general era muy cauteloso en asegurarse de que, si algo salía mal,ningún documento comprometedor apareciera en la Oficina Oval.59

Antes de la llegada de Eisenhower a la presidencia, las actividades de laCIA habían aumentado de una manera considerable: “el presupuesto paralas operaciones encubiertas había crecido, de los 4,7 millones en 1949,a 82 millones en 1952, el personal involucrado de 302 a 2 812 con un‘personal por contrato’ adicional de 3 142 en ultramar, el número de cen-trales externas de 7 a 47”.60 Sin embargo, con el nuevo Primer Mandata-rio se alcanzaron niveles organizativos que no existían antes, entre ellos ladefinición —en el llamado Documento Directiva 5412/1 del Consejo de

56 Leonard Mosley: Dulles: A Biography of Eleanor, Allen and John Foster Dulles andTheir Family Network, The Dial Press/James Wade, Nueva York, 1978, pp. 293-297.

57 Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., pp. 85-86.58 Fred I. Greenstein: The Hidden Hand Presidency, Basic Books, Nueva York, 1982.

Citado en Christopher Andrew: For the President’s Eyes Only: Secret Intelligenceand the American Presidency from Washington to Bush, Harper Collins Publishers,Nueva York, 1995, p. 202.

59 Se refiere a la Oficina del Presidente de los Estados Unidos. Christopher Andrew:Ob. cit., p. 202.

60 John Lewis Gaddis: Ob. cit., p. 176.

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Seguridad Nacional,61 de marzo de 1954— de lo que se consideraroncomo “operaciones encubiertas”:

propaganda, acción política, guerra económica, medidas de huida, eva-sión y evacuación, subversión contra estados hostiles o grupos que inclu-ya asistencia a los movimientos [clandestinos] de resistencia, guerrilla ygrupos de liberación; respaldo a elementos vernáculos y anticomunistasen los países amenazados del mundo libre; planes y operaciones enga-ñosas, y todas las actividades compatibles que sean necesarias paralograr los propósitos de esta directiva.62

En ese mismo documento se enunció, por primera vez, la llamada “doc-trina de la negativa plausible”, al especificarse que todas las actividadescomprendidas por él debían ser “planificadas y ejecutadas de tal modo,que cualquier responsabilidad que el Gobierno de los Estados Unidos pu-diera tener por ellas no sea evidente para las personas no autorizadas yque, si son descubiertas, permitan que el Gobierno de los Estados Unidospueda alegar (plausiblemente) no tener responsabilidad en ellas”.63 Estaformulación, influida por las concepciones del Presidente acerca de como“manejar” este tipo de operaciones, fue muy criticada, tan pronto como seconoció su utilización en los casos de atentados contra dirigentes políticosextranjeros.

Aunque la administración de Eisenhower sufrió uno de sus más reso-nantes fracasos, en mayo de 1960, cuando la defensa antiaérea soviéticaderribó uno de los aviones espía U-2 que la CIA utilizaba sobre el territo-rio de la Unión Soviética desde 1955, poniendo así fin a una de las accio-nes encubiertas más audaces y fructíferas del período, tanto este programa,como las exitosas operaciones contra los gobiernos de MohammedMossadegh, en Irán (1953), y Jacobo Arbenz, en Guatemala (1954), esti-mularon al Gobierno republicano en la percepción de que las actividadesencubiertas conducidas por su servicio de espionaje eran un remedio infa-lible en la búsqueda del triunfo de la guerra fría contra el comunismo.64

61 Esta denominación (5412/1) se ha tomado de la combinación del número del despachodel Executive Office Building (Edificio Ejecutivo de Oficinas), aledaño a la Casa Blanca,en el cual se reunía el comité de nivel subministerial que analizaba y aprobabaformalmente las operaciones encubiertas, y el número del registro consecutivo de losdocumentos que de él emanaba.

62 Documento Directiva 5412/1 del Consejo de Seguridad Nacional, de marzo de 1954.Citado en John Lewis Gaddis: Ob. cit., p. 177.

63 Ibídem, p. 176.64 Christopher Andrew: Ob. cit., p. 250. Gregory F. Treverton: Covert Action: The CIA

and the Limits of American Intervention in the Postwar World, I. B. Tauris & CoLtd. Publishers, Londres, 1987, pp. 77-83.

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Algunos académicos norteamericanos han calificado la política de los Esta-dos Unidos hacia América Latina y el Caribe como de “desidia benigna”,cuando en realidad se trataba de “indiferencia perversa”. La administraciónde Eisenhower no fue una excepción. Al igual que en su política exteriorgeneral, el Gobierno republicano siguió en el hemisferio una política muysimilar a la trazada en época de Truman, pero con un tinte todavía másconservador y reaccionario. El profesor Gaddis Smith, de la Universidad deYale, en su reciente obra sobre los últimos años de la Doctrina Monroe (TheLast Years of the Monroe Doctrine, 1945-1953) ha señalado que, entre 1949y 1950, se manifestó un “cambio dramático” en la política hacia el conti-nente latinoamericano, que se correlacionaba con los cambios ocurridos enel ámbito internacional. Como resultado de ello, se produjo “un uso sinprecedentes de la Doctrina Monroe para justificar la intervención encubier-ta contra un Gobierno latinoamericano y una disposición general a atempe-rar el apoyo a las democracias con vista a enfrentar al comunismo”.65

Gladdis Smith planteó que:

En sus momentos de mayor franqueza, los altos funcionarios admitíansus sentimientos de desazón, desconfianza y prejuicio racial hacia lospolíticos latinoamericanos. El resultado era que buena parte de la polí-tica americana hacia América Latina, desarrollada por los funcionariosamericanos de mayor nivel, tenía muy poco que ver con América Lati-na, pero sí mucho que ver con la forma en que esos funcionarios veíana los Estados Unidos proyectando su poderío en el mundo y siendoamenazados por la proyección del poderío de la Unión Soviética.66

Para el referido autor, esta actitud y la política resultante estaban muyrelacionadas con lo que se ha llamado “el Corolario Kennan de la Doctri-na Monroe”, contenido en un documento titulado “América Latina comoun problema en la política exterior de los Estados Unidos”, redactadoen 1950 por George F. Kennan, entonces director de Planificación delDepartamento de Estado. Según el Profesor de Yale, el informe era bru-talmente franco y extremadamente negativo.67 El propio Kennan, en susMemorias, refirió que el informe fue resultado de un viaje por AméricaLatina, cuyos momentos más importantes narró, alegando que encontróel recorrido “cualquier cosa, menos agradable”.68 Asimismo, reconoció lo

65 Gaddis Smith: The Last Years of the Monroe Doctrine, 1945-1993, Hill & Wang,Nueva York, 1994, p. 65.

66 Ibídem, p. 67.67 “América Latina como un problema en la política exterior de los Estados Unidos”.

Citado en Gaddis Smith: Ibídem, p. 68.68 George F. Kennan: Memoirs, 1925-1950, Atlantic Monthly Press & Little, Brown and

Company, Boston, Massachusetts, 1967, p. 476.

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infeliz de sus apreciaciones, que trató de modificar con algunas frasesfavorables. Sin embargo, Kennan aceptó que el Documento fue tan de-moledor, que por esa razón se decidió a prohibir su distribución dentro delDepartamento de Estado.69 Dos pasajes citados por este autor en susMemorias merecen recordarse: “Me parece improbable que haya cual-quier otra región de la tierra fuera de América Latina en la cual la natura-leza y el comportamiento humano se combinaran de tal manera comopara producir un fundamento tan infeliz y desesperado para el manejo dela vida humana”.70 Y continuaba: “la sombra de una tremenda desespe-ranza e impotencia cae hoy sobre la mayor parte del mundo latinoameri-cano. Los impedimentos para el progreso están escritos con sangre humanay en los trazos de la geografía; y en ningún caso son prontamente suscep-tibles de ser obliterados. Yacen pesadamente en el camino de todo progre-so humano; y las respuestas que la gente ha propuesto para superarloshan sido hasta ahora débiles y desilusionantes.71

Desde el punto de vista de la política norteamericana, los pasajes queKennan no citó en sus Memorias, pero que Gaddis Smith sí reveló en suobra ya citada, son sumamente importantes para comprender el desarro-llo ulterior de las relaciones interamericanas, incluidas la promoción y elapoyo a dictadores, como Fulgencio Batista, en Cuba, Anastasio Somoza,en Nicaragua, Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela, y Jorge Ubico, enGuatemala, y las acciones encubiertas de la CIA contra gobiernos popula-res, como los de Jacobo Albenz, en Guatemala, en 1954 y de Fidel Cas-tro, en Cuba, en 1959.

Para el afamado Señor X y cerebro del Departamento de Estado, “loscomunistas eran un peligro claro y presente en toda la América Latina”.72

Por ello, los Estados Unidos no debían tener ninguna aflicción en aplicarla Doctrina Monroe, aunque estaban en pleno siglo XX y la política delBuen Vecino supuestamente había terminado con las flagrantes interven-ciones que ella había propiciado. “Después de una extensa explicaciónhistórica del sentido de la Doctrina, extraída del trabajo del historiadorSamuel Flagg Bemis73(...) Kennan argumentó que la infiltración comunis-ta, ‘diseñada para convertir a los países latinoamericanos en peones de lasaspiraciones de poder de algunos regímenes más allá de los límites de este

69 Ibídem, p. 480.70 Ibídem.71 Ibídem., p. 481.72 Gaddis Smith: Ob. cit., p. 69.73 Ibídem. Gaddis Smith se refiere a la obra clásica sobre la política de los Estados Unidos

hacia América Latina del profesor Samuel Flagg Bemis: The Latin American Policy ofthe United States, Harcourt, Brace and Company, Nueva York, 1943.

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continente’, era precisamente el tipo de peligro que la Doctrina estabadirigida a combatir”.74

Según citó Gaddis Smith, George F. Kennan era partidario de una líneade “mano dura” en América Latina, que estimulara las accionesanticomunistas de los gobiernos de la región y los incentivara, cuandofuera necesario, con “medidas coercitivas que inculquen en otros gobier-nos el temor de antagonizarnos mediante una tolerancia excesiva de lasactividades antiamericanas y que, sin embargo, no sean susceptibles deser aprovechadas por nuestros enemigos, como constitutivas de interven-ción o imperialismo o medios ilícitos de presión”.75

Pero el párrafo más significativo del informe de George F. Kennan,entre los revelados por Gaddis Smith, es el siguiente:

No podemos ser muy dogmáticos acerca de los métodos mediante loscuales se trate a los comunistas. Estos varían ampliamente, dependien-do del vigor y la eficacia de los conceptos y las tradiciones locales deautogobierno. Donde ese vigor y eficacia son relativamente altos, comoen nuestro propio país, el cuerpo político puede ser capaz de soportarel virus del comunismo sin permitirle que se extienda de manera peli-grosa. Indudablemente esta es la mejor solución para el problema co-munista, donde quiera que existan los prerrequisitos. Pero donde noexistan, y donde los conceptos y tradiciones de gobierno popular seanmuy débiles para resistir exitosamente la intensidad del ataque comu-nista, entonces debemos admitir que la única respuesta puede ser apli-car severas medidas de represión gubernamental. Estas medidas puedenemanar de regímenes cuyos orígenes y métodos no resistirían la pruebade compararse con conceptos americanos sobre procedimientos demo-cráticos. Tales regímenes y métodos pueden resultar alternativas prefe-ribles y, en verdad, la única alternativa ante éxitos comunistas ulteriores.76

Para Gaddis Smith “no existe otro documento que exprese mejor lasduras presunciones detrás de las intervenciones y amenazas de interven-ción puestas en práctica en las décadas subsiguientes y justificadas por laDoctrina Monroe y el realismo amoral, aún cuando las personas que orde-naron las intervenciones no tenían conocimiento del informe de Kennan,en 1950”.77

74 Gaddis Smith: Ob. cit., pp. 69-70.75 Palabras de George F. Kennan citadas en Gaddis Smith: Ob. cit., p. 70.76 George F. Kennan: “América Latina como un problema en la política exterior de los

Estados Unidos”. Citado en Gaddis Smith: Ob. cit., pp. 70-71.77 Ibídem, p. 72.

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El antecedente directo más importante de la aplicación de esta políticacontra Cuba lo constituyó la denominada “Operación PBSUCCESS”, quetuvo como objetivo central el derrocamiento del gobierno de Jacobo Albenzen Guatemala, en junio de 1954. Resulta innecesario reseñar aquí toda laOperación, pero al respecto se puede consultar la acuciosa investigaciónque realizó el profesor Piero Gleijeses, de la Escuela de Estudios Interna-cionales Avanzados de la Universidad de Johns Hopkins, por ser la máscompleta y exhaustiva.78

Entre sus conclusiones, Piero Gleijeses destacó el carácter paradójicode la táctica seguida en 1954 contra Guatemala y que también pesaría deuna manera considerable en todo el diseño de la política exterior nor-teamericana hacia Cuba, en 1960:

El presidente Eisenhower y el secretario Dulles querían proteger la ima-gen de los Estados Unidos en el exterior, particularmente en AméricaLatina. Solo unas pocas semanas antes de que Eisenhower asumiera lapresidencia, un Estimado Nacional de Inteligencia79 de la CIA habíaenfatizado que América Latina estaba amenazada por ‘la presión delnacionalismo’, y que esa tendencia podría eventualmente ‘afectar lasolidaridad hemisférica y los intereses de seguridad de los EstadosUnidos’; la misma advertencia fue repetida por Allen Dulles en unareunión del Consejo de Seguridad Nacional del 18 de febrero de 1953,y a mediados de marzo, el NSC 144/180 decía que los Estados Unidosdebían ‘evitar la apariencia de una acción unilateral’ en los asuntosinternos de las repúblicas latinoamericanas.Así, había ‘una paradoja en el corazón de PBSUCCESS’, una parado-ja que fue resuelta con una hoja de parra. ‘La hoja de parra estabadiseñada con el fin de negar la injerencia de los Estados Unidos’, rumiaBissell,81 ‘sin embargo, el éxito de la operación dependía de que con-

78 Piero Gleijeses: Shattered Hope: The Guatemalan Revolution and the UnitedStates, 1944-1954, Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 1991.

79 Documentos que la CIA prepara regularmente sobre un tema o una región para serutilizado por el Presidente y los miembros del Consejo de Seguridad Nacional.

80 Documento emitido por el Consejo de Seguridad Nacional.81 Richard Bissell fue subdirector de la CIA durante la etapa en que Allen W. Dulles era

el director. Fue el máximo responsable, entre otras cuestiones, de operaciones realizadasen Guatemala y en Cuba, y del proyecto de vuelos espías sobre territorio soviético conaviones U-2. Había sido Profesor de la Universidad de Yale y gozó de enrome prestigio,tanto en los medios académicos, como en los gubernamentales, hasta el sonado fracasode Playa Girón. Su reputación era de tal magnitud, que el presidente John F. Kennedyproyectaba designarlo Director de la CIA al retiro de Allen W. Dulles, en 1961, pero elfiasco de Girón cortó en seco su ascendente carrera.

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venciéramos a los guatemaltecos de que estábamos involucrados’.82

Esta preocupación por las apariencias es evidente en el manejo de laconferencia de prensa del Presidente, que tuvo lugar el día antes de quelos exilados se prepararan para invadir Guatemala. Antes de la confe-rencia, Allen Dulles envió al secretario de prensa, James Hagerty, un‘Borrador de una Posible Declaración en la Conferencia de Prensasobre Guatemala’, que estaba recubierta con un lenguaje muy áspe-ro. Holland83 envió un memorándum fuerte: ‘Me opongo vigorosa-mente al uso de esta declaración’. Holland temía que el uso de esetipo de lenguaje por el Presidente poco antes del Día D levantaría lahoja de parra. ‘He reiterado (...) una y otra vez a cada Embajadorlatinoamericano’, señaló, ‘que los Estados Unidos están intentandoresolver el problema (del comunismo en Guatemala) sin una interven-ción unilateral, ya sea política o económica en los asuntos guatemaltecos’.El secretario Dulles decidió a favor de Holland. Eisenhower, le recordóa Allen, no debe dar la impresión de que estamos haciendo ‘un llamadoabierto a la revolución’. Allen estuvo de acuerdo y el Secretario le dijoa Hagerty al siguiente día ‘que evitara la implicación de que estamosbuscando una revolución allí’.84

Nueve años después, en 1963, Eisenhower, retirado ya, seguía aferra-do a su “hoja de parra”. En su narración sobre los acontecimientos entorno a Guatemala, en 1954, reconoció que su única responsabilidad en laOperación fue la de haber autorizado a Allen W. Dulles el suministro dedos aviones de bombardeo al grupo “rebelde” de Adolfo Castillo Armas,en medio del supuesto levantamiento, con el objetivo de garantizar elcumplimiento de su misión. 85

En ese segmento de sus memorias, Eisenhower puso mucho énfasis enun triste episodio de las relaciones interamericanas: la Décima Conferen-

82 Entrevista de Richard Bissell con Piero Gleijeses. Según anota Gleijeses en una cita,en 1952, un funcionario de los Estados Unidos planteó el dilema crudamente: “Debemosser cautelosos en nuestra comprensión para distinguir entre intervenir y que nossorprendan haciéndolo”. Hill al Embajador, 2 de octubre de 1952, pág. 3, RG84 CF,Legajo 15, Fondo del Departamento de Estado en el Archivo Nacional de los EstadosUnidos. Citado en Piero Gleijeses: Ob. cit., p. 247. Gleijeses cita las instrucciones delentonces secretario de Estado Adjunto Robert Hill al Embajador de los Estados Unidosen Guatemala.

83 Piero Gleijeses se refiere a Henry F. Holland, designado secretario de Estado Adjuntopara Asuntos de las Repúblicas Americanas, en marzo de 1954. A finales de la décadade los cincuentas este cargo comenzó a denominarse Secretario de Estado Adjuntopara Asuntos Interamericanos.

84 Piero Gleijeses: Ob. cit., p. 247.85 Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., pp. 421-427.

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cia Internacional de Consulta de Cancilleres, celebrada en Caracas, en 1954,con los auspicios de la Organización de Estados Americanos (OEA), orga-nización regional que los Estados Unidos, con el apoyo de los gobiernoslatinoamericanos, creó en 1948, mediante la Carta de Bogotá.

Los antecedentes y la historia inicial de esta institución transnacionalmerecen ser reseñados por la importancia que tuvieron para el caso deCuba, en los años 1959 y 1960. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, lospaíses latinoamericanos tenían sumo interés en analizar con los EstadosUnidos las posibles consecuencias que tendría el fin de las hostilidades so-bre sus economías. Se sentían insatisfechos al verse marginados de lasconversaciones sostenidas en Dumbarton Oaks entre las principales po-tencias vencedoras destinadas a establecer los principios de lo que des-pués sería la Organización de Naciones Unidas (ONU). Así, el Gobiernode Washington accedió a celebrar una conferencia interamericana en Ciu-dad de México, que tuvo como sede el Palacio de Chapultepec.86

Según el latinoamericanista británico y profesor de la Universidad deCambridge, en Londres, Victor Bulmer-Thomas:

La adaptación del Hemisferio Occidental a las condiciones de tiemposde guerra y la prioridad dada por los Estados Unidos a las necesidadeseconómicas de sus vecinos meridionales significó que para muchas delas repúblicas latinoamericanas el advenimiento de la paz resultara unabendición cuestionable. Al restablecerse los suministros asiáticos a losmercados de los Estados Unidos se redujeron sus compras de ciertonúmero de productos primarios de América Latina, y desaparecieronlos elaborados mecanismos —creados bajos los auspicios de la coope-ración económica interamericana— por medio de los cuales se canali-zaban bienes, asistencia técnica y capitales desde los Estados Unidos.En la Conferencia Interamericana que tuvo lugar en Chapultepec, Méxi-co, los Estados Unidos reafirmaron su creencia en el libre comercioante una audiencia latinoamericana escéptica, y todos los acuerdos so-bre algunos productos en tiempo de guerra llegaron a su fin.87 La re-construcción de Europa se convirtió en la principal prioridad para losEstados Unidos; después del desencadenamiento de la guerra fría, en 1947,este objetivo se hizo todavía más importante. El capital gubernamental

86 Gordon Connell-Smith: El sistema interamericano, Fondo de Cultura Económica,México, 1971, pp. 160-161.

87 Según acotó Victor Bulmer-Thomas: The Economic History of Latin America sinceIndependence, Cambridge University Press, Cambridge, 1994, pp. 257-258, laConferencia Interamericana de Chapultepec fue un desengaño para muchos paíseslatinoamericanos que esperaban que su cooperación con los Estados Unidos durante laguerra fuera premiada con un nuevo orden económico en los asuntos interamericanos.

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de los Estados Unidos se encauzó ahora hacia Europa Occidental, y sehizo claro que el apoyo financiero de esa nación a la América Latinatendría que provenir de fuentes privadas.88

En Chapultepec, la delegación norteamericana presentó el llamado “PlanClayton”, por el cual se promovía “la tesis de la libertad de comercioirrestricta, que implicaba la vuelta a la ‘normalidad’ del pasado, es decir, auna situación en que los grandes países industriales, y sobre todo los Es-tados Unidos, pudieran reconquistar sus viejos mercados y ampliar susinfluencias en todas partes”.89

Para los países latinoamericanos, los acuerdos de Dumbarton Oakspresentaban varios puntos cuestionables, sobre todo el que se refería a lacreación de un Consejo de Seguridad, de membresía restringida, con atri-buciones que le permitían adoptar medidas de obligatorio cumplimientopara los demás estados miembros de la ONU, con la agravante de quedentro del referido Consejo funcionaría un directorio de miembros per-manentes con capacidad de veto sobre las decisiones. Preferían un siste-ma basado en la preeminencia de las organizaciones regionales. Ello teníavarias causas.

Por un lado, a partir de 1933, Washington había adoptado la políticadel Buen Vecino y con la influencia de ella había aceptado, en la Sépti-ma Conferencia Interamericana celebrada ese año en Montevideo, elprincipio de no intervención en los asuntos internos de las naciones deAmérica Latina. Ello permitía pensar, como señaló el profesor GordonConnell-Smith, que “la utilidad del sistema interamericano, como instru-mento para restringir a los Estados Unidos en el ejercicio de su poder,había quedado demostrada en el pasado, mientras que las esperanzas porincrementar la cooperación interamericana (es decir, la ayuda económicade los Estados Unidos) se complementaban con el temor de que estapodría ser perjudicial, si los Estados Unidos adoptaban una política‘universalista’, de preferencia a la ‘regional’.”90

Por otro lado —y quizás lo más importante—, aunque la ConferenciaInteramericana de Chapultepec tuvo lugar antes de que terminara la Se-gunda Guerra Mundial, en febrero de 1945, ya en aquella fecha las oligar-quías latinoamericanas comenzaron a percibir el “peligro comunista”. Eldiplomático estadounidense Laurence Duggan, quien ocupó altos cargos

88 Victor Bulmer-Thomas: Ob cit., pp. 257-258.89 Alonso Aguilar Monteverde: “En vísperas de una tercera guerra”, en Historia de

América Latina IV, La Habana, Ediciones ENSPES, 1982, t. 4, Primera Parte, p. 273.90 Gordon Connell-Smith: Ob. cit., p. 169.

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relacionados con América Latina en el Departamento de Estado duranteel período, en 1949, señaló con singular perspicacia y franqueza:

la súbita irrupción de los Ejércitos Soviéticos en el Frente Orientalocurrió justo antes de que se celebrara la Conferencia de Ciudad Méxi-co (...) El triunvirato del terrateniente, el sacerdote y el militar quedetentaba el poder en la mayoría de las repúblicas latinoamericanas,durante los últimos 400 años, tembló dentro de sus botas (...) La victo-ria soviética los asustaba mucho más que las conquistas nazis (...) Entérminos políticos prácticos, los oligarcas latinoamericanos querían unsistema de paz interamericano, tan efectivo, que no hubiera necesidadalguna para que la organización mundial propuesta tuviera que ver conlas disputas políticas en el hemisferio.91

Laurence Duggan subrayó la incongruencia de la posición de AméricaLatina al recordar que, en la negociación del Acuerdo Constitutivo de laLiga de las Naciones, 25 años antes, fueron los propios países latinoame-ricanos quienes se opusieron a la fórmula estadounidense de que la Doc-trina Monroe tuviera preeminencia en los asuntos referidos al HemisferioOccidental, defendiendo la tesis de que una organización mundial debíatener primacía sobre cualquier arreglo regional. Pero además, según apuntócon justeza el diplomático estadounidense, el veto de los Estados Unidoshacía imposible la intervención del Consejo de Seguridad en los asuntosinteramericanos sin la anuencia de Washington.92

Pero la delegación norteamericana en la Conferencia Interamericanade Chapultepec no veía las cosas del mismo modo. De lo que se tratabaera de “tirarle algunas migajas a los gobiernos latinoamericanos, para quecesaran en sus protestas, mientras los Estados Unidos se dedicaban elimportante asunto de una organización mundial”.93 Entre los funcionariosestadounidenses que se encontraban negociando la Carta de la Organiza-ción de Naciones Unidas, cuya conferencia fundacional debía celebrarseposteriormente en San Francisco, no había consenso aún sobre el temaregional. Algunos eran contrarios a que se aceptara la idea de que el Con-sejo de Seguridad no tendría facultades sobre los asuntos regionales, comoquerían los latinoamericanos, pues temían que ese mismo principio fueraesgrimido por la Unión Soviética para establecer una esfera de influenciaen Europa Oriental. Otros se manifestaban como firmes partidarios de esapropuesta, pues querían reforzar la vigencia de la Doctrina Monroe, olvi-

91 Laurence Duggan: The Americas: The Search for Hemisphere Security, Henry Holtand Company, Nueva York, 1949, pp. 116-117.

92 Ibídem, p. 120.93 Gaddis Smith: Ob. cit., p. 45.

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dando que, supuestamente, la política del Buen Vecino le había puestofin. De ahí que, en Chapultepec, se decidiera dejar el asunto para unfuturo, y se acordara establecer el organismo regional, después que lacuestión se definiera en San Francisco.

Sean cuales fueran las motivaciones latinoamericanas, lo cierto es queel acuerdo alcanzado en San Francisco, en 1945, recogido en el artículo 52de la Carta de la Organización de Naciones Unidas, aceptó “la existencia deacuerdos u organismos regionales cuyo fin sea entender en los asuntosrelativos al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales suscep-tibles de acción regional”, y refrendó el precepto de que los estados miem-bros “que tomen parte en esos acuerdos o que constituyan esos organismosharán todos los esfuerzos posibles para lograr el arreglo pacífico de lascontroversias de carácter local por medio de tales acuerdos u organismosregionales antes de someterlas al Consejo de Seguridad”.94 Tal formula-ción abrió el camino para que los Estados Unidos llevaran adelante laestructuración del sistema interamericano mediante las conferenciashemisféricas de Río de Janeiro (1947) y Bogotá (1948) por las cuales seinstituyeron el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) yla Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA), garantizandoasí que los asuntos del continente tendrían que ser tratados sobre la basede estos instrumentos jurídicos, en primera instancia, antes de ser lleva-dos al máximo foro mundial. En el caso de Cuba, y en otros casos, estadecisión tuvo consecuencias funestas, pues permitió a Washington con-vertir a la OEA en un instrumento utilizado en sus intentos intervencionistasen la región.

La Décima Conferencia Interamericana celebrada en Caracas, en 1954,puso en funcionamiento por primera vez todas las medidas creadas porlos Estados Unidos para instituir su esfera de influencia en la región du-rante la guerra fría. Guatemala resultó ser la primera víctima de este en-granaje imperial. Las diferencias entre ambos países se iniciaron en 1944,a raíz de las reformas implantadas por el gobierno del presidente JuanJosé Arévalo, electo después del derrocamiento del dictador Jorge Ubico,ese mismo año. Esas reformas se profundizaron con el acceso al poder,en 1951, de Jacobo Arbenz. La compañía bananera norteamericana UnitedFruit Company, que explotaba sin piedad al país, resultó afectada. Aunqueera evidente que Arévalo no albergaba simpatías pro comunistas y que,probablemente, mantenía posiciones anticomunistas,95 “en 1949 el De-partamento de Estado comenzó una guerra diplomática y económica no

94 Tomado de Ángel Fernández-Rubio Legrá (compilador): Instrumentos jurídicosinternacionales, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1991, t. I, p. 25.

95 Piero Gleijeses: Ob. cit., pp. 85-117.

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declarada y de bajo nivel contra Guatemala”.96 Esta campaña se recrude-ció luego, en 1953, con la administración de Dwight D. Eisenhower, lacual revivió planes de subversión que la CIA había elaborado, pero queno fueron puestos en práctica por la oposición del secretario de Estado dela Administración demócrata, Dean Acheson, quien recomendó al presi-dente Truman que no se llevaran a cabo.97

Como señaló el profesor Gaddis Smith, el objetivo de derrocar a JacoboArbenz fue seguido a través de tres carriles:

1. Apoyo encubierto de la Agencia Central de Inteligencia a una fuer-za rebelde organizada en Honduras.

2. Denuncias a la amenaza comunista con el fin de asegurar una ac-ción colectiva de la Organización de Estados Americanos.

3. Presión económica continuada.98

En función del segundo carril, John Foster Dulles asistió a la DécimaConferencia Interamericana99 con el firme propósito de que la OEA apro-bara un proyecto de resolución, cuyo pasaje esencial refrendaba que “si elmovimiento comunista internacional llegare a dominar las institucionespolíticas de cualquier Estado americano, ello constituiría una amenazacontra la soberanía e independencia política de todos nosotros, poniendoen peligro la paz de América, lo que exigiría la acción pertinente de con-formidad con los tratados vigentes”.100

Dulles no logró totalmente su cometido. Para su disgusto, Guatemala,México y Argentina opusieron los tradicionales argumentos latinoameri-canos sobre los principios de igualdad, soberanía y no intervención, que elSecretario de Estado norteamericano, según el mexicano Isidro Fabela,calificó de “vagos, legalistas, inconcebibles e inaceptables”.101 No obstan-te, la actitud pusilánime del resto de los países latinoamericanos permitióa la delegación norteamericana limitar las modificaciones del texto solo enla frase final para que en ella rezara: “lo que exigiría una Reunión deConsulta para considerar la adopción de las medidas procedentes de acuerdocon los tratados existentes”.102 La votación fue de 17 a favor, uno encontra (Guatemala) y dos abstenciones (Argentina y México).

96 Gaddis Smith: Ob. cit., p. 74.97 Ibídem, p. 78.98 Ibídem, p. 79.99 Esta reunión, para mayor ironía, tuvo lugar del 1ro. al 28 de marzo, en Caracas,

Venezuela, en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, una de las más sangrientasque recuerda la historia de su país y de toda América Latina.

100 Gordon Connell-Smith: Ob. cit., p. 272.101 Isidro Fabela: La Conferencia de Caracas y la actitud anticomunista de México,

México, 1954, p. 15. Citado en Alonso Aguilar Monteverde: Ob. cit., p. 339.102 Citado en Gordon Connell-Smith: Ob. cit., pp. 272-273.

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No cabe dudas de que la resolución sirvió de prólogo y justificaciónpara lo que sucedería en Guatemala unos meses después, con lo cual setransformaba de forma radical el contenido del sistema interamericanoque, en la práctica, derivó en una alianza anticomunista encabezada porWashington. Así lo reconoció, incluso, el profesor Emérito de la Acade-mia Naval de los Estados Unidos y de la Universidad de Austin, Texas, G.Pope Atkins en la conocida obra sobre la América Latina y el sistemainternacional Latin America in the Internacional Political System:

La evolución de una ortodoxia ideológica anticomunista comenzó conla Décima Conferencia Interamericana, en Caracas (1954). La Confe-rencia reflejó la tensión entre la preocupación de los Estados Unidospor la subversión comunista y el deseo latinoamericano de asistenciaeconómica. Los Estados Unidos prevalecieron, al obtener una declara-ción de compromiso interamericano con la intervención colectiva con-tra el comunismo internacional. Esta declaración estaba tácitamentedirigida contra Guatemala, que los Estados Unidos presumía había sidovíctima del comunismo internacional, y se adelantó la intervención enGuatemala durante ese año.103

Para el profesor mexicano Alonso Aguilar Monteverde, sin embargo, eldocumento tenía un carácter intervencionista y violatorio de la soberaníanacional: “En Caracas se derrumba el principio de no intervención, cuyaconsagración definitiva parecía haberse logrado en Bogotá. La Declara-ción anticomunista entraña un peligro para el ejercicio de las libertadesdemocráticas fundamentales, y una forma de intervención inaceptable yviolatoria de la soberanía, al amparo de la supuesta necesidad de combatirla propaganda comunista”.104

La referencia que hace Alonso Aguilar Monteverde a la Novena Confe-rencia Interamericana, celebrada en Bogotá, en 1948, tiene que ver con laadopción de dos importantes artículos aprobados e incluidos en la CartaConstitutiva de la Organización de Estados Americanos. El artículo 15,aprobado por insistencia de varios estados latinoamericanos, entre ellosCuba (durante el gobierno de Ramón Grau San Martín), proscribía elderecho de intervenir directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo,en los asuntos internos o externos de cualquier Estado. Asimismo, excluíano solo la fuerza armada, sino también cualquier otra forma de injerenciao de tendencia atentatoria de la personalidad de Estado, de los elementospolíticos, económicos y culturales que lo constituyeran. El artículo 16

103 G. Pope Atkins: Latin America in the International Political System, WestviewPress, Boulder, Colorado, 1995, p. 216.

104 Alonso Aguilar Monteverde: Ob. cit., p. 340.

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también proscribía otros tipos de presiones hegemónicas: ningún Estadopodía aplicar o estimular medidas coercitivas de carácter económico ypolítico para forzar la voluntad soberana de otro Estado, y obtener de esteventajas de cualquier naturaleza.105

En vísperas de la invasión contra su país, en 1954, el Gobierno guate-malteco, alertado por todas las maniobras norteamericanas, intentó en vanollevar el caso a la consideración del Consejo de Seguridad de la Organiza-ción de Naciones Unidas, pero como había previsto Laurence Duggan, losEstados Unidos utilizaron su poder en el Consejo —por añadidura, presidíael Órgano ese mes el embajador norteamericano Henry Cabot Lodge— ybloqueó la demanda guatemalteca. Como señaló el entonces canciller deGuatemala, doctor Guillermo Torriello, la lección de Caracas consistió en“que todos los pueblos de América se dieran cuenta de lo que ya habíaaprendido Guatemala por dolorosa experiencia: que la ‘buena vecindad’ yano existía y que, en su lugar, imperaba otra vez la política del ‘big stick’,más peligrosa que nunca por el manifiesto propósito de hacer cómplices delos garrotazos que asestaría a otras naciones americanas”.106

Entre las conclusiones a las que llegó el profesor Piero Gleijeses, des-pués de un acucioso análisis, merece señalarse la siguiente:

La política de Eisenhower hacia Guatemala no constituía ninguna aberra-ción (...) Se ajustaba a una tradición profundamente sostenida, com-partida por demócratas y republicanos por igual, que giraba en tornoa la intransigente aserción de la hegemonía de los Estados Unidossobre Centro América y el Caribe. Esta intransigencia, que tuvo suclímax en una serie de intervenciones vinculadas a las presidencias deTheodore Roosevelt, William Taft y Woodrow Wilson, parecióatemperarse en la década de 1930 por la política del Buen Vecino deFranklin D. Roosevelt. Pero la buena vecindad de Franklin D.Roosevelt fue puesta a prueba solo una vez, ya que los dictadoresque infestaron el área durante su Presidencia nunca cuestionaron lahegemonía de Washington. La excepción fue Cuba, donde a finalesde 1933 los Estados Unidos trabajaron en favor del derrocamiento deun joven Gobierno nacionalista, ayudando a entronizar el largo perío-do tiránico de Batista.107

105 Estos artículos llevan los números 18 y 19, después de las reformas a la Carta, efectuadasen 1967 y 1985. El texto completo de ella se puede consultar en Ángel Fernández-Rubio Legrá: Ob. cit., t. II, pp. 816-831. Para ver comentarios sobre este tema sepuede consultar a Gordon Connell-Smith: Ob. cit., pp. 241-242.

106 Guillermo Torriello: La batalla de Guatemala, Ediciones Cuadernos Americanos,México, 1955, p. 134.

107 Piero Gleijeses: Ob. cit., p. 366.

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En su obra, Piero Gleijeses demuestra que el éxito de la OperaciónPBSUCCESS estuvo determinado por una serie de factores fortuitos, queno tuvieron nada que ver con la eficiencia de la CIA o de la políticanorteamericana. Partiendo de esta deducción, Gleijeses concluyó: uncosto mayor para los Estados Unidos que el repudio que la acción ilegalcontra el gobierno de Arbenz despertó en toda la América Latina —de-mostrado fehacientemente en las manifestaciones que siguieron a la visitaoficial del vicepresidente Richard Nixon, en 1958—, lo constituyó el he-cho de que, “viniendo en la estela del derrocamiento de Mossadegh,108

reforzó la confianza en las habilidades de la Agencia y contribuyó de esaforma al desastre de Bahía de Cochinos, la némesis cubana de la victoriade Washington en Guatemala”.109 En otras palabras, fomentó “la arro-gancia del poder”, como la calificó el senador J. William Fullbright, en 1966,en su obra del mismo nombre: The Arrogance of Power.110

El profesor Gregory F. Treverton, quien no comparte la perspectiva dePiero Gleijeses, sin embargo, llegó a conclusiones similares sobre la rela-ción entre los casos de Guatemala y Cuba, en su obra sobre las accionesencubiertas. “En años posteriores, como en la planificación de Bahía deCochinos, lo que vino a la mente de los oficiales de la CIA, y de losdirigentes políticos que los dirigían, fue el ‘escenario guatemalteco’.111

Esa imagen conjuraba no solo la relativa facilidad de PBSUCCESS, sinotambién sus elementos básicos”.112

108 Piero Gleijeses se refiere a la operación diseñada por la CIA y ejecutada por el oficialKermit Roosevelt (biznieto de Theodore Roosevelt), por la cual se derrocó al régimenrevolucionario de Mohammed Mossadegh, en Irán, en agosto de 1953.

109 Piero Gleijeses: Ob. cit., p. 372.110 J. William Fullbright: The Arrogance of Power, Penguin Books, Londres, 1970,

pp. 13-32.111 Gregory F. Treverton: Ob. cit., 1987, p. 83. Treverton hace referencia a un oficial de

la CIA, citado a su vez por Peter Wyden: Bay of Pigs: The Untold Story, Simon &Schuster, Nueva York, 1979, pp. 20-22.

112 Gregory F. Treverton: Ob. cit., p. 83.