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IBAGUÉ, MAYO 30 DE 2010 General José María Melo FA CE CULTURA AL DÍA Arquitectura Latinoamericana Jorge Enrrique Lozano Historia General José María Melo 150 años del fusilamiento Música Óscar Buenaventura Mauricio Ojeda TAS

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IBAGUÉ, MAYO 30 DE 2010

General José María Melo

FACECULTURA AL DÍAArquitectura

LatinoamericanaJorge Enrrique Lozano

Historia

General José María Melo150 años del fusilamiento

Música

Óscar BuenaventuraMauricio Ojeda

TAS

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Jorge Enrique Lozano Pinzón*

os arquitectos fundadores del Movimiento Moderno, en su afán por solucionar los problemas de hacinamiento que la industria-lización había generado en Eu-

ropa, propusieron una arquitectura que se pudiera fabricar rápida, fácil y masivamente, que permitiera suplir las necesidades habita-cionales de los cientos de miles de habitantes que ocupaban sus ciudades, déficit que había aumentado por la destrucción ocasionada por la Primera Guerra Mundial. Este afán, válido allá para ese entonces, implicaba la producción eficiente de viviendas fabricadas en serie y con materiales normaliza-dos, que se podían transportar en ferrocarril a cualquier parte del continente. El problema a resolver no era sólo el déficit de viviendas, sino que además debían garantizar su habitabilidad: asoleamiento, ventilación, disposición de deshe-chos y basuras, etc. Esta arquitectura respondía a una necesidad particular en una época concre-ta y en un lugar determinado: Europa de la pos-guerra. Fuimos los arquitectos latinoamericanos quienes pensamos que esa arquitectura era una moda vanguardista que debíamos importar y uti-lizar acá para parecernos a los europeos. Lo que hicimos fue disfrazarnos, ponernos la máscara de la Modernidad. Lo mismo que seguimos haciendo hoy en día, sólo que la nueva máscara se llama Posmodernidad. De todas maneras arquitectos norteamerica-nos y europeos calificaron esta arquitectura como internacional, es decir para su uso en cualquier parte del planeta, pues estaban, y lo siguen es-tando, convencidos de que sus propuestas eran superiores a las de cualquier otro lugar del pla-neta. Y nosotros creyendo que sus modelos de ar-quitectura o de planeación urbana o de desarrollo económico, funcionan igual aquí que allá y, equi-vocadamente, los seguimos imitando. Afortunadamente en Latinoamérica ha surgi-do un grupo de arquitectos, encabezados en cada

país por los mejores exponentes de la academia y de la profesión que replantean esta dependencia ideológica, proponiendo romper con las visiones exógenas, centroeuropea y proto-norteamericana, para mirarnos desde acá mismo, endógenamente, a partir de nuestras realidades y no de las reali-dades ajenas. Estos arquitectos se han agrupado alrededor del Seminario de Arquitectura Lati-noamericana, SAL, y entre sus muchas y varia-das propuestas está la de la Vivienda de Interés Cultural, que podemos ampliar a Arquitectura de Interés Cultural. En esa idea el arquitecto Santiago Pradilla escribe una tesis de grado la que expone las ca-racterísticas de la vivienda de interés cultural y el museo Leopoldo Rother de la Universidad Na-cional realiza una exposición basada en esta tesis de maestría. Cuando hablamos de interés cultural, nos referimos a nuestra cultura verná-cula, autóctona y sobretodo actualizada. Abarca dimensiones que van desde la estética a la ética, desde la calidad de vida a la equidad y desde los saberes lo-cales a la tecnología apropiada. Estas ideas que escribo a continua-ción son libre interpretación, basadas en mi mala memoria, de algunas de las ideas que expone Pradilla en su tesis: “la arquitectura es insostenible, entre otras cosas, cuando depende del consu-

mo de tecnologías ajenas (no apropiadas). Puede ocurrir cuando importamos tecnolo-gías de punta, que estas se conviertan en deseos inalcanzables, en frustración e in-equidad, pues sólo unos pocos pueden acce-der a ellas”. “Reconocer los saberes locales es validar ante sí mismo y ante el mundo, el conocimiento que tiene una comunidad sobre sí misma y su contexto cultural y geográfico”. “Reconocer los saberes locales implica mirar el mundo, entender otros de-sarrollos y dialogar. Transformar el prejui-cio de que todo lo que viene de países “de-sarrollados” es mejor, saber reconocer que se trata de otras culturas con otras necesi-

dades, otras oportunidades y capacidades”. La exposición del Museo Rother muestra sobre todo ejemplos de arquitectura sostenible, ecológica y bioclimática, construida a partir de las sabidu-rías populares ancestrales y producida en sitios escondidos o distantes de las ciudades a donde no llega la influencia de los arquitectos ni de las leyes o normas de sismo-resistencia que nos he-mos inventado para beneficio de las industrias productoras del hierro y el cemento. La ONG santandereana “Tierra Viva” estuvo en Ibagué invitada por un grupo de colegas que quieren rescatar los saberes de la construcción en tierra. Esta ONG ha logrado posicionar a alto nivel las construcciones que recuperan las técni-cas ancestrales del bahareque, la tierra pisada y el adobe.

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Los latinos empleaban el adjetivo calvus para calificar a los hombres que habían per-dido el pelo de la cabeza. La palabra pasó al francés como chauve, pero el sustantivo co-rrespondiente se mantuvo en esa lengua más fiel al latín: calvitie. El adjetivo obtuvo su mayor fama en el si-

glo IX, en el reinado de Carlos II de Francia, hijo de Luis el Piadoso conocido en castellano como Carlos el Calvo, en francés, Charles le Chauve. El nombre de la religión calvinista tiene el mismo origen, puesto que se forma a par-tir de la latinización del nombre del teólogo

Jean Chauvin, también Caulvin, 1509.1564, apellido derivado del nombre propio latino calvinus, que proviene del adjetivo calvus. Esta palabra latina era muy antigua: los romanos la habían heredado del indoeuropeo klawo, de la que se derivaron también calave-ra y calvario

Arquitectura de interés... cultural

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Palabra del díaCalvo

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José Luís Días-Granados *

l escritor iniciado y anónimo, que es quizás el más auténtico, porque al decir de Ángel Rama “no es nadie, pero quiere serlo todo”,

es hipersensible a cualquier tipo de rechazo o indi-ferencia para con sus escritos primigenios. Y si no tiene las agallas suficientes para superar esos ini-ciales desaires, puede cometer el error de abando-nar tan noble oficio y perderse en una larga crisis de autoestima. Pero hay algo peor: quien tiene con-ciencia de que lo que está escribiendo es una obra madura con caracteres perdurables, el sufrimiento causado por el rechazo no tiene par. Durante los largos y penosos años de la Primera Guerra Mundial, James Joyce escribía en Zuri-ch su monumental Ulises como un poseso. Paupérrimo, enfermo de los ojos, vícti-ma de los más horrendos dolores de muelas, bebiendo hasta caerse en las aceras, malcriando a sus dos hijos y leyéndole a Nora, su es-posa, capítulos de “esa cochi-nada”, como ella calificaba el manuscrito, el irlandés sólo vivía para la escritura de su obra capital. Cuando la terminó, Jo-yce debió enfrentarse a la peor de las aventuras de un escritor incomprendido y solitario: encontrar quien le imprimiera su libro. Fueron cerca de veinte las veces que el Ulises recibió el más rotun-do rechazo por parte de editores y directores de revistas. A los ojos de ellos, los textos de Joyce eran en-revesados, incoherentes, disparatados y lo que se alcanzaba a comprender resultaba obsceno y escandaloso. Los primeros en rechazar Ulises fueron Leo-nard y Virginia Woolf. En sus diarios, la autora de Orlando habló repetidas veces con desdén de esas “indecentes páginas”. Decía que Joyce era un autodidacta que se creía Tolstoi, pero que jamás llegaría a escribir una obra como La guerra y la paz. Y comparaba “el aburrido Ulises con los vó-mitos y sarpullidos de un niño”, etc. Entre tanto, Ezra Pound, mecenas desmesurado con sus ami-gos poetas, consiguió que una compatriota suya, la norteamericana Sylvia Beach, se interesara por el libro, y así, mediante suscripción, se logró publicar aquel cosmos literario el 2 de febrero de 1922, día en que su autor cumplía 40 años. Inmediatamente comenzó el escándalo. Cuenta José María Valver-de que de los dos mil ejemplares publicados, 500 se enviaron a los Estados Unidos, “pero todos ellos fueron quemados al llegar al país de la libertad”. Cinco años más tarde, en escala hacia el Orien-te, el poeta chileno Pablo Neruda conoce en Madrid a un joven crítico y editor llamado Guillermo de Torre, a quien le enseña el manuscrito de Residen-

cia en la tierra, que luego ampliaría en el Asia y a su retorno a España. De Torre lo mira con menos-precio y lo rechaza de plano. “Él leyó los primeros poemas -recuerda Neruda- y al final me dijo, con toda franqueza, que no veía ni entendía nada, y que no sabía lo que me proponía con ellos”. El chi-leno debió esperar por lo menos seis años antes de ver publicada la primera parte de su obra capital, la que en opinión de muchos, alteró para siempre la poesía en idioma español. Entre 1950 y 1951, Gabriel García Márquez es-cribió su primera novela, La hojarasca, preludio

del mítico Macondo de Cien años de soledad. Con sólo esa novela inicial, Gabo hubiera conquistado un lugar importante en la narrativa latinoameri-cana, como se ha podido comprobar después. Sin embargo, habiendo enviado el manuscrito a la Edi-torial Losada de Buenos Aires, fue rechazado por el despistado Guillermo de Torre, el mismo que 25 años atrás había desechado los originales de Resi-dencia en la tierra. De Torre, en carta de respuesta al joven escritor de Aracataca, le aconsejaba que se dedicara a cual-quier otro oficio diferente de la literatura. García Márquez se sintió en el suelo, desamparado, ante una misiva que resultaba a todas luces aplastan-te. Sin embargo, se sobrepuso al sentimiento pro-ducido por el despectivo consejo del “pajarito de pa-pel” y tres años después publicó su primera novela en Bogotá, en una editorial fundada por un aven-turero judío del que nunca más se volvió a tener

noticia. El editor español Constantino Bértolo, en carta a este cronista, le expresa que, efectivamente “la historia de la literatura está llena de errores edito-riales”. Y entre esa infinidad de errores, podemos recordar el de André Gide, lector de Gallimard, cuando rechazó Un amor de Swann, primer volu-men de En busca del tiempo perdido, de Proust. Afortunadamente hubo tiempo y vida para que Gide reconociera públicamente su error y se discul-para ante el frágil y sensible Marcel. Recordemos también cómo a medida que iba escribiendo Pedro Páramo, Juan Rulfo sometía al taller literario de la editorial, capítulos y párrafos de su obra. Tanto Alí Chumacero como Ricardo Ga-

ribay escuchaban con desgano las alucinadas pá-ginas de aquella extraña narración. “No tiene

hilo conductor”, decía el uno, “por lo tanto no va a ninguna parte”. “Hombre, Juan”,

decía el otro, “ponte a leer novelas an-tes de escribirlas”. Y el pobre Rulfo,

sin dar explicaciones, continuaba la escritura hasta que la terminó y la entregó a los editores, quie-nes la publicaron debido al éxito obtenido dos años atrás con los cuentos de El llano en llamas. Aunque parezca increíble, Alí Chumacero, jefe de pren-sa de la editorial, escribió una reseña diciendo que el libro no

valía la pena. Rulfo se resignó ante el aparente fracaso y se fue a

trabajar dos años, aislado del mun-do, a Ciudad Alemán, en Veracruz.

Cuando regresó al Distrito Federal encontró que su novela no solamente se

había agotado, sino que estaba estudiándo-se en universidades mexicanas y extranjeras,

y traduciéndose al inglés, al francés y al alemán. Además, día a día se convertía en el santo y seña de todo México. Otros escritores que recibieron la bofetada del re-chazo, por lo menos media docena de veces, fueron: Miguel Ángel Asturias con El señor presidente, tuvo que acudir a un préstamo de su madre, doña María Rosales de Asturias, para poder editar-lo en Costa-Amic de México; Richard Bach con Juan Salvador Gaviota, se vio obligado a vender su avioneta y hasta la esposa le dejó ante los sucesivos fracasos y rechazos editoriales- y el poeta perua-no César Moro. Cuenta Augusto Monterroso que el gran libro de Moro, La tortuga ecuestre, “pasó durante algunos años por manos de varios editores argentinos que se negaron siempre a publicarlo”. No me extraña que el inefable señor De Torre hu-biera sido el inquisidor de turno, pues según me contó Cobo Borda en La Habana, también rechazó en su momento el manuscrito de Libertad bajo pa-labra, el libro capital de Octavio Paz.

*Poeta, novelista y periodista cultural. Con-Fabulación, periódico virtual.

Poetas y novelistas rechazados

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os primeros rayos del sol se alzaban temblorosos en la madrugada del Pri-

mero de junio de 1860. En Zapaluta, México, un peque-ño grupo de soldados que se-guían al general José María

Melo, asentado en Juncaná fue sorprendido por las des-cargas de los fusiles de los conservadores que se acer-caban desde Guatemala. En medio del cruce de fuego, el general Melo y cua-

tro de sus leales hombres fueron heridos, mientras otros tantos fallecieron en la batalla. Una vez desapa-reció el humo y el polvo, los soldados mexicanos tomaron a Melo y sus compañeros, y

los fusilaron, la orden provenía expresamente del general opo-sitor Ortega. Los cuerpos permanecieron un buen tiempo a la intemperie, has-ta que los habitantes de Juncaná se condo-lieron y los enterraron frente a la pequeña capilla que unos años atrás se había edificado en los te-rrenos de una antigua ha-cienda. Desde ese momento los restos del ex presidente de Colombia José María Melo permanecen en aquel lugar, en una fosa común, lejos de la tierra donde nació y se crió, lejos del país por el que siempre soñó un mejor des-tino. A parte de estos restos en patria ajena, es un poco desalentador saber cuan in-justa puede ser la historia con algunos personajes que bien o mal hacen parte de un pasado común, de un pasado que no es tan pasado porque se repite constantemente y se olvida con la misma fre-cuencia. José María Melo, el general y ex presidente, sufrió una suerte de olvido condicional, una especie de ultraje que ha trascendido los libros de historia de al-gunos colegiales. La historia entonces nos enseñó que un cualquier militar, hijo de unos cam-pesinos tolimenses que por mezquinos motivos ayudó a organizar un golpe de es-tado, adicionalmente rezan algunos textos escolares que una vez en el poder, la situa-ción socio-económica de la Patria no mejoró y

que en vista del inclemen-te orgullo del general Melo, los dos eternos partidos po-líticos decidieron unirse y de esta manera derrocar a Melo. Suena un poco convin-cente, pero la verdad no está dicha y los hechos no se han narrado como se debe-ría, para entender un poco la verdadera historia del general Melo, es necesario hacer un recorrido por su vida, desde su nacimiento en el Tolima hasta su fusila-miento, el Primero de junio de 1860. El 9 de octubre de 1800 (es un poco difícil evitar es-tos molestos y parnasianos datos biográficos, pero servi-rán de contexto), en el seno de una familia campesina de Chaparral nació José María Dionisio Melo y Ortiz, quien se crió en Ibagué y en donde encontró espacio en las filas del Ejército Libertador, en la calidad de teniente. Desde ese momento la vida de Melo tomó un rum-bo que marcaría el resto de su carrera militar y política. Recuerdos vagos entonces aparecen en una historia que se mezcla con nombres de batallas tan importantes como Popayán, Pitayó y Je-noy. Así mismo, hizo parte de la mayoría de las batallas

150 años del fusilamiento de José María Melo

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que forjaron la independen-cia de América del Sur, en 1822 participó en Bomboná y en Pichincha, posteriro-mente, acompañó a Simón Bolívar en las batallas de Junín, Mataró y Ayacucho, que se llevaron a cabo en 1824. De teniente pasó a capi-tán, en cada una de las bata-llas libradas su gran capaci-dad militar, en especial para la caballería, por este mismo hecho en 1830 fue nombrado coronel y en 1851 general. A pesar de la muerte de Bolí-var, Melo continuó con los ideales románticos que al-guna vez inspiraron uno de los movimientos indepen-dentistas más importantes del mundo occidental. Pero estos mismos idea-les y compromiso con Bolívar lo llevaron a ser expulsado a Venezuela, tras hacer parte del corto mandato dictato-rial de Rafael Urdaneta. Es-tando en Venzuela se unió a un grupo de militares e inte-lectuales que al igual que él

buscaban refugio en el país vecino. Comprendió entonces que el desacuerdo con las políticas económicas de José María Vargas, no era sólo cuestión suya o de eruditos con ideas europeas, sino que la clase artesana y campe-sina colombiana, empezaba a resistir a los estragos del gobierno de Vargas. En 1835, intentó fallida-mente fraguar la conspira-ción para derrocar a Vargas. Los conspiradores termina-ron desterrados y Melo tomó rumbo a Europa. En Alema-nia hizo parte de la Acade-mia militar y tuvo su primer acercamiento con textos so-cialistas. A su regreso a Nueva Granada en 1840, Melo se olvidó del Ejército y se de-dicó a comerciar diferentes productos en Ibagué, hasta que en 1851 el presiden-te José Hilario López lo reactivó en el Ejército, para luego, un par de años más tarde ser nombrado general

y comandante de Cundina-marca. Teniendo en cuenta la fuerte influencia librecam-bista que se avecinaba sobre los nacientes países – estado en América latina, algunos oligarcas empezaron a in-fluir en las políticas econó-micas del entrante gobierno de José María Obando, si-tuación que enfureció a una gran parte de la población y de varios miembros del pro-pio partido de Obando, qui-nes no estaban de acuerdo con el Gobierno. En medio de las revueltas en las calles y la oposición con Obando, Melo sufre el primer infortunio histórico, Ramón Quiroz, uno de sus cabos se presentó tarde al batallón, tras ser herido en una trifulca, ante este hecho Melo pidió que Quiroz fuera trasladado a un hospital de inmediato, en el que falleció al poco tiempo de haber in-gresado. Esta situación fue utili-zada por los detractores de

Melo, quienes lo acusaron del asesinato de Quiroz, quien explicó en el hospital los hechos, testimonio que no fue tenido en cuenta. De esta manera Melo tuvo que enfrentar la justicia, no sin que antes se presentara el golpe de estado que lo lleva-ría al poder el 17 de abril de 1853. Este golpe de estado fue visto desde el comienzo como la acción que el Gene-ral tomó para evadir la jus-ticia por el supuesto asesi-nato del cabo Quiroz. Pero lo que pocos libros cuentan son los días previos a la toma del poder de Melo, pues in-tentan olvidar que cerca de 600 artesanos se armaron con el fin de apoyar a Oban-do y derrocar la oligarquía, que se acercaba al poder y a las políticas económicas de la Nueva Granada. Obando rehúso el apo-yo de los artesanos quienes entonces se formaron en la Plaza de Bolívar para espe-rar una respuesta, ante las

negativas y la reyerta, Melo asumió la responsabilidad de detener a Obando, can-celar el Congreso y abolir la Constitución que siempre había visto como poco libe-ral. Melo en el poder y su equipo de militares políticos intentaron superar por ocho meses los ataques de los par-tidos contrarios, quienes a pesar de su tradicionalidad lograron unirse para el 4 de diciembre de 1854 derrocar a Melo, quien al año siguien-te fue llevado a juicio tras el que fue condenado a dejar el país durante ocho años, no sin antes perder sus bienes. Recorrió Centroamérica, participando en la vida so-cial y política de países como Costa Rica y El Salvador, en donde se desempeñó como instructor del Ejército. Lue-go de una enemistad con el dictador guatemalteco Ca-rrera, el General ingresa a México para ofrecer su expe-riencia militar al presidente Benito Juárez. Melo de 60 años organizó un destacamento de caballe-ría junto a su hijo de 15 años y otros 100 jinetes para de-fender a Chiapas de las in-cursiones de los conservado-res, opositores del Gobierno, que se acercaban vertigino-samente desde Guatemala, comandados por el general Juan A. Ortega. De esta manera, entrada la madrugada del Primero de junio, la batalla empezó, con la llegada de la mañana las cosas empeoraron para Melo y su destacamento. He-rido, con su hijo muerto y de-rrotado, Melo fue fusilado en Juncaná. Sus restos todavía repo-san bajo la calle de la capilla, sus restos que son los únicos de un ex presidente colom-biano que se encuentran fue-ra del territorio nacional, y que a pesar de los esfuerzos de varios gobiernos aún no ha podido ser repatriados, 150 años después del fusila-miento, 150 años de tergiver-saciones históricas y olvido.

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“Tomó sus cosas y miró el reloj, se dirigió al lugar donde se sen-tía seguro, probablemente porque siempre había estado ahí para él: su cuarto. Se despidió de sus paredes que tantos recuerdos habían guardado: sus sueños, sus ideas, sus sentimientos y aho-ra sus nostalgias, éstas estaban plasmadas con grafitis multicolores, con figuras y formas que sólo él podía ver, que sólo él podía leer, que solo él podría com-prender. También se despidió de las ventanas, que por las soleadas tardes tapi-zaban su solitario rostro con las más variadas armonías y que por las mañanas le anunciaban la hora de levantarse; de su cama y de su almo-hada, amigas íntimas, quienes conocían sus secretos y fantasías de amores encontrados y ol-vidados en la memoria. Y antes de marchar-se, le dirigió una oración al crucifijo, luego lo besó, recordó que él era quien lo había

acompañado toda su vida y que la soledad era necesaria algunas ve-

ces (no siempre) para encontrarse con su propio corazón, lo volvió a mirar y entonces lo tomó y lo echó en su bolsa. Salió, cerró la puerta y tiró el fósforo. No miró hacia atrás, siguió caminando mientras sentía arder su espalda... brotaron algunas lá-grimas que fueron arrancadas por el viento que soplaba como todos los diciembres. La plateada luna iba alumbran-do las callejuelas llenas de sombras que cobraban vida y hacían revivir las aventuras de recuerdos infanti-les y de las juventudes mutiladas...De un momento a otro se detuvo, su mirada se había nublado y de nue-vo una estampida de viento volvió a secar el rostro apesadumbrado de tristeza por su partida necesa-ria... necesaria para trabajar, ne-cesaria para vivir, necesaria para ser feliz, necesaria para transfor-

marse, necesaria para experimen-tar la libertad, necesaria para vivir

en paz, necesaria para encontrar compañía, necesaria para el pan y el techo digno... Al final de la calle se encontró con quien le ayudaría a transformar su vida del otro lado. Como pudo se subió al camión y se encontró con otros ojos iguales a los suyos, con otros rostros iguales al suyo: forza-dos, afligidos y asustados por dejar aquel lugar que tanto querían, que tanto esperaban que cambiara para no marcharse. Era demasiado tarde ¡eso lo ha-bían esperado desde hace mucho! Entre más se alejaba, más se aferraba el corazón a su tierra, quiso por un momento arrojarse al suelo pero miró hacia la colina y vio como su choza se desvanecía lenta-mente por el fuego, así también su esperanza... Mientras del otro lado las noti-cias anunciaban: “los jefes de esta-do se reunirán para plantear me-didas ante el tema migratorio”.... “han construido un muro en la fron-tera...”, “la nueva ley migratoria vigente traerá...”, “la mayoría de inmigrantes se desplazan por...hay que tomar medidas fuertes ante el tema migratorio...” Él solamente pensaba al es-cuchar los voceros... “¿qué saben ellos?... esos los del otro lado.”

*Escritora costarricense

El cuento

Poesía

Poeta argentino

Epigrama 22Desandas los pasadizos de la torre en busca de una llave.Acaricias con torpeza la mascota de tu enemigo(es decir, mi mascota) y la empujas al vacío.Es posible que tus parientes retiren los manteles de la mesaantes de que los comensales mueran envenenados.Los recolectores de residuos tal vez hagan el resto.mientras tanto vuelves a acariciar con torpeza mi mascota(es decir, la mascota de tu enemigo)mientras un viento de milagro despierta uno a unolos comensales muertos. Es fiesta de guardar.

El pedido de la piedraSáquenme de los cimientos de esta casa.No es que no quiera los espaciosdonde vive el hombre.No es que no tolere la risa de los niñosyendo y viniendo junto a mísobre de mío a mi lado.Vuélvanme a la montañaque ése es mi lugar.Allí también soy parte del cimiento del paisaje.Cielo tan azul podría desplomarsesin mí.Azul tan espeso podría desvanecerse,y con él esta casaardiendo como una antorchaen el desierto interminable,en la noche interminableque envuelve a los tiempos.

Rogelio Ramos Signes

Del otro lado Marianela Valverde*

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Mauricio Ojeda*

Triunfó en varios escena-rios de Europa. Fue aplaudi-do en los teatros de Nueva York y Boston y su nombre figura entre los personajes de tres famosas historias de la música latinoamericana. Incluso el diario Norte-americano “The Washing-ton Post”, lo calificó como “pianista de excelsa sensibi-lidad artística y gran pode-río técnico”. Se trata del maestro iba-guereño Oscar Buenaven-tura, considerado como el artista del piano exquisito, y quien inspiró la creación del Festival Internacional de Ibagué que lleva su nom-bre. Fue miembro del Depar-tamento de Composición del Berkshire Music Center, de la International Teachers Associations, miembro fun-dador del Consejo Nacional de Música de Colombia, fundador de los coros de la Universidad del Tolima, del Centro Colombo Americano y la Coral de Telepostal de Bogotá, asimismo fue di-rector de la Banda Sinfóni-ca del Tolima durante seis años. Su nombre figura en el libro “Who is Who in mu-sic” (Quién es quien en la

Música; en el “Music Dic-tionary“ de la Universidad

Stanford University, y el texto “Quien es quien en

la Gran Colombia“. Entre los galardones que obtuvo en su ca-rrera están el Primer Premio Internacio-nal en el Festival de Tanglewood; Primer Premio Internacio-nal de San Francisco; Premio de Ezequiel

Bernal del Conserva-torio Nacional en Bo-

gotá (1944), por su Ba-llet “Goranchacha”, en el

concurso para una obra sin-fónica sobre temas y ritmos vernáculos de Colombia. También fue declarado “fuera de concurso” en el evento realizado por la Di-rección de Extensión Cultu-ral de Cundinamarca a tra-vés de la Televisión Nacional

en 1966. El compositor, pianista y director, nació en Ibagué en 1920 y realizó su primaria en el colegio San Luis Gonza-ga y los de bachillerato en el colegio Tolimense de Ibagué. Inició sus estudios musi-cales desde la infancia con su Madre, la eminente com-positora y pedagoga, Isabel Buenaventura. Continuó sus estudios de piano en el Con-servatorio del Tolima, con la pianista española Josefina Acosta de Barón, También adelantó estudios de compo-sición con Jesús Bermúdez Silva y en instrumentación con el maestro César Ccio-ciano. Sus estudios de especiali-zación los realizó en los Es-tados Unidos, en la Eastman School of Music de la Uni-versidad de Rochester y en Manhattan School of Music

de New York de la cual se graduó con honores. Algunos de sus Maestros fueron: Aaron Copland, en composición, Sergei Kous-sewitzky, Dirección de Or-questa. Robert Shaw, Direc-ción de Coros. Artur Schanbel en piano. Entre sus obras figuran: la “Die Blitzkrieg Sinfoníe” (Sinfonía el Bombardeo), Poema Sinfónico “Un San Juan en el Guamo”, el Ba-llet “Goranchacha”, las Sui-tes orquestales “Catedral” y “Oriental”, el cuarteto de Cuerdas, la Sonata para Piano, “Trois Estampes im-presionistes a la memoria de Claude Debussy” Homenaje a Ravel, Danza e interlu-dio, Combeima, el Himno a Honda con poesía de su Se-ñora Madre estrenado por Coros Infantiles de Honda compuestos por mil voces

y la Banda Departamental del Tolima, bajo la dirección del Compositor, durante la celebración del cuarto cente-nario de Honda en 1960. La “Cantata”, “Chicoraluna de Amor”, con poesía de Héctor Villegas para solistas, coros y orquesta estrenada durante el tercer Festival del Folclor Colombiano, bajo la Dirección del Compositor (1961). El “Concierto para Dos Pianos”, estrenado en 1946 y posteriormente ejecutado por el Compositor con el Di-rector de la Orquesta Sinfó-nica de Colombia Olav Roots en Concierto especial de la Radiotelevisora Nacional de Colombia. Su obra “Chinoiserie” fue estrenada en el Canadá por la Orquesta Sinfónica de Radio Canadá, llamando po-derosamente la atención por su idioma sencillo y atrevida-mente moderno.

Oscar Buenaventura ó el piano exquisito

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Jorge Ladino Gaitán Bayona*

“Bella” es una película escrita y diri-gida por el mexicano Alejandro Gómez Monteverde. Obtuvo en el 2006 el Premio al mejor largometraje en el Festival Inter-nacional de Cine de Toronto por elección del público, al que le seguirían múltiples reconocimientos en el 2007, entre los que vale la pena resaltar el Crystal Heart Award del Festival Heartland, el Premio Legacy del Instituto Smithsoniano y el Tony Bennett Media Excellence Award. Cautiva en este film su hondura hu-manística, el armónico entrecruzamiento de tiempos y espacios, la fuerza actoral de los protagonistas, una banda sono-ra afín a las atmósferas generadas, con temas latinos y otros en inglés, y una historia contundente y evocadora sobre los duelos originados por la solidaridad mutua de dos seres desesperanzados que entrecruzan sus caminos. Libre de sensiblerías, cursilerías y moralismos primarios, la cinta despliega una poe-ticidad que conmociona al espectador. Quien contempla esta pieza cinema-tográfica no deja de sentirse al frente de una obra maestra por su historia bien contada, el cuidado de cada deta-lle, la composición visual y el manejo de planos generales y primeros planos, entre otras cualidades. Podría hasta pensarse que se trata de una obra de madurez de un cineasta de trayecto-ria. No obstante, no deja de ser cautivante al in-dagarse por el recorrido del director-guionista el darse cuenta que se trata de su ópera prima, sin haber llegado a los treinta años y ya galardonado con premios internacionales al 2007. Además, es atrayente que la historia de redención no es sólo la que maneja en sus 93 minutos de duración, sino también la que abarca, en cierta forma, el destino profesional del actor protagonista (José Eduardo Verástegui Córdoba, nacido en Ciudad Mante, México, 1974). El mexicano Alejandro Gómez Monteverde (1977), tras efectuar sus estudios de cine y recha-zar diversas propuestas, había decidido no filmar una cinta cuya historia no fuera afín a su visión de mundo y sus aspiraciones estéticas. Resolvió entonces que la mejor forma de ver en pantalla un largometraje honesto tendría mayor garantía si él mismo se encargaba del guión. Escribió la historia de un joven de padre puertorriqueño y madre mexicana viviendo en la tierra del sueño americano donde irónicamente su sueño de triun-far en el balompié se ve truncado al atropellar ac-cidentalmente a una niña. Años después, la suerte le otorga la posibilidad de ser el salvador de una

vida ajena que estaba signada a la desaparición. Esa historia, que además cubre el contexto de norteamericanos que hacen parte de la exclusión económica y de latinos explotados laboralmente en Nueva York por tratarse, en ocasiones, de in-documentados, tiene tintes de melancolía, un yo culposo y sombrío tanto en el ex-jugador como en la camarera, los protagonistas. Sin embargo, sin romper la lógica interna, logra transitar al duelo cuando esa forma desinteresada del amor que es la amistad genera unos actos de entrega y frater-nidad que resultan admirables: José (el jugador retirado), como intentando darle a la vida la niña que alguna vez hubiera matado, decide criar a la hija de la camarera que quería abortar hasta que ésta se reconcilie con su pasado y decida retornar a ella. La difícil elección del protagonista no dejó de ser curiosa por parte de Gómez Monteverde. Optó por su compatriota José Eduardo Veráste-gui Córdoba, quien por esa época buscaba des-hacerse de la imagen de sex simbol. Muchos lo juzgaban como apenas un constructo de la farán-dula, un “niño bonito” de la televisión, la música, primero del grupo Kairo y luego como solista, y

del modelaje, en tanto desfilaba ropa Calvin Klein. Señala en una de sus entrevistas el director que José Eduardo “estaba cansado de usar sus talentos en una forma de vani-dad, solo para él y nada para la sociedad. Entonces, lo conocí cuando terminó una pelí-cula que se llamó ‘Papi Chulo” que, en cierta forma, fue donde sintió una depresión sobre qué era lo que acababa de hacer. La odió y sintió que ya se quería retirar, que se había vendido durante muchos años”. El director logró que quien fuera considerado como una simple cara seductora desplegara ante las cámaras una actuación tremendamente con-vincente, rica en gestualidades, en silencios sugerentes y proyecciones de estados del alma complejos. Es admirable la forma como en-carnan los personajes tanto José Eduardo como la protagonista (Tammy Blanchard, el papel de Nina, la camarera) y los otros actores que intervienen: Manny Perez (Manny, due-ño del restaurante), Ali Landry (Celia), An-gélica Aragón (madre), Jaime Tirelli (padre), Lukas Behnken (Johannes) Ramón Rodríguez (Eduardo). Indudablemente se trata de una película que merece ser vista porque técnica y estéti-camente presenta matices, su complejidad va más allá de la anécdota antes contada y porque visualiza con agudeza situaciones límites de la muerte, la vida y los dramas de quienes ocupan la marginalidad estadounidense en la búsqueda de felicidades sustitutivas: el fútbol, la música, el generar la figura del padre con otros seres que urgen de la misma. Nada en ella parece super-fluo. Sus seres ficcionales atrapan el gusto y la

conciencia del espectador. Sus fibras poéticas in-vitan a repensar el sentido de la esperanza, de la amistad y la solidaridad en un presente convulso donde los seres, en ocasiones, como diría Gilles Lipovetsky en “La era del vacío”, parecieran re-ducirse a “utopías profilácticas”, a ser simples “espejos vacíos que reclaman terapia”.

*Grupo de Investigación de literaturadel Tolima, UT, [email protected]

“Bella”: ¿opera prima u obra maestra?

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