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    por Jos Natanson

    Tal vez porque no fue consecuen-cia de heroicas luchas sociales

    y polt icas sino del f racaso delprograma econmico y la de-rrota de Malvinas (una Bastillaque se derrumb sola), la demo-

    cracia argentina parece vivir en estado de per-manente desencanto, un medio tono de desilu-sin que nos empuja a descubrir todos los dasque no era en realidad todo lo que prometa.

    Esta singular idad nos impide a menudo ob-servar sus tr iunfos, no slo los ms obvios yunnimemente aceptados, como el confina-miento de los militares a sus speros cuarte-les o el fin de la violencia poltica, sino tambinotros menos visibles pero cruciales: la alta asis-tencia electoral y el hecho, comprobable en lasltimas elecciones, de que la gente vota conten-ta; los avances sanitarios en materias tan con-

    cretas como la esperanza de vida o la mortali-dad infantil; la expansin permanente, inclusodurante los 90, de la cobertura educativa en to-dos los niveles, con un aumento impresionantede la inclusin universitaria de los sectores po-pulares gracias a la creacin de nuevas univer-sidades en el interior y el conurbano; y las con-quistas en cuestiones de gnero, que van desdelas leyes de salud reproductiva a la reduccin dela brecha de ingresos entre hombres y mujeres yla mayor presencia femenina en mbitos de de-cisin poltica.

    Podramos seguir con la lista de tendencias ycontratendencias, pero sera un ejercicio agota-dor y al cabo intil: un balance poltico suponealgo ms que un cuadro de pros y contras, y poreso este nmero especial deel Diplanaliza los

    treinta aos de democracia desde varios ng u-los complementarios, que van desde los clsicos(poltica, economa, sociedad) hasta los menosconvencionales. Para sumar un punto de vistams, me enfocar aqu en un tema que muchas

    veces se pasa por alto y que sin embargo es par-te sustancial de las transformaciones ocurridasen estas t res dcadas: la democratizacin de la

    vida nt ima, en el sentido de un cambionatu-ralizado en su cotidiana mutacin pero cierta-mente radical de los vnculos de la puerta paraadentro, incluyendo desde luego a las relacio-nes sexuales.

    Veamos.

    Orgullo y prejuicioEnLa transformacin de la intimidad (1), el so-

    cilogo ingls Anthony Giddens explica que vi-vimos en sociedades en las que prima n lo quellama relaciones puras, es decir relaciones enlas que las recompensas derivadas de la mismarelacin son el factor que hace que sta conti-ne (quienes mantienen una relacin lo hacenpor los beneficios que obtienen de ella y nopor una imposicin externa). Menos condicio-nadas por las tradiciones religiosas o familia-res que las del pasado, las relaciones puras se

    caracterizan por una mayor equidad sexual yemocional. Para Giddens, la relacin pura esheredera del amor romntico tpico del sigloXIX, que por primera vez acept la posibilidadde un lazo emocional duradero sobre la base deese mismo vnculo y no por factores exteriores,como la decisin familia r o la dote. Pero la rela-cin pura es una relacin ms igualitaria, flexi-

    ble y moderna que la romntica , que no encie-rra a la mujer dentro de las paredes del hogarni la condena a esperar pasivamente al hombre,como la Elisabeth Bennet de Orgullo y prejui-cio que Keira Knightley elev a la cumbre de sudeslumbrante belleza (2).

    Otro socilogo dedicado a analizar los ca m-bios operados en la v ida social, el polaco Zyg-munt Bauman, dice que la nuestra es la era delamor lquido, caracterizado por vnculosflexibles y cambiantes , que son ms conexiones

    que relaciones y que incluyen lo que llama vn-culos de bolsillo (se pueden sacar cuando unoquiere pero tambin gua rdarlos cuando ya noson necesarios), en el contexto de una sociedadafectiva en red. Una de las explicaciones de es-tos nuevos formatos relacionales radica en que,como seala Giddens, los vnculos de largo pla-zo suelen comportarse como los pozos petrole-ros: rinden mucho al principio y luego declinan.

    Pero vayamos a la poltica. El alfonsin ismoy el kirchnerismo, es decir los dos ciclos polti-cos de cambio progresista de estos 30 aos dedemocracia, avan zaron en la sancin de leyesorientadas a ponerse al da con esta nueva rea-lidad social: me refiero a las leyes de patria po-testad compart ida y divorcio de los 80, y a las dematrimonio igualitario e identidad de gnero

    de la ltima dcada, que en esencia implican elreconocimiento por parte del Estado de la auto-noma de los ciudadanos acerca del modo msconveniente de vivir su vida privada, afectiva

    y familiar. Adems de sugerir una lnea de con-tinuidad entre ambos gobiernos (una lnea po-co estudiada y que ilumi na las conexiones delkirchnerismo con la tradicin liberal), las ini-ciativas funcionaron como recurso de reinven-cin poltica en t iempos de debilidad: Alfonsnimpuls la ley de divorcio luego del fracaso delPlan Austral y el giro en su poltica de derechoshumanos (de hecho fue sancionada la mismasemana que la ley de obediencia debida), y Kir-chner llev adelante la ley de matrimonio igua-litario tras la derrota en el conflicto por la 125.

    Con este tipo de iniciativas, ambos gobier-

    nos demostraron que la izquierda moderna esuna izquierda de la igua ldad pero tambin dela diferencia (para la izquierda clsica este tipode temas eran irrelevantes al lado de las cues-tiones realmente importantes, como la lucha declases o la emancipacin de los pueblos). Y, en elcamino, pusieron en evidencia que los cambiosculturales profu ndos son un trabajo de todos:como seala Giddens, mientras que la democra-tizacin de la vida pblica fue una tarea bsica-

    mente masculina, la democratizacin de la vidantima tiene a las mujeres, las minoras sexua-les y los jvenes como grandes protagonistas.

    El punto GLa pregunta es delicada pero va le la pena for-mularla: as como se democratizaron las insti-tuciones polticas y se democratizaron tambinlos vnculos sociales, se democratiz el sexo?Siguiendo al socilogo fra ncs Eric Fassin (3),que ha dedicado buena parte de su obra a estu-diar la relacin entre esfera pblica y esfera pri-

    vada, podra mos decir que s. El razonamientoes simple: si la democracia supone la capacidadde la sociedad de gobernarse a s misma msall de c ualquier principio trascendente (Dioso lo que sea), entonces el sexo se ha democrat i-zado en el sentido de que se ejerce ya no segnlos mandatos tradicionales (reproductivos, pa-

    triarca les, heterosexuales) sino de acuerdo algusto y placer de cada uno. No se tratara deejercer una sexualidad sin normas, lo cual aFassin le parece tan imposible como una socie-dad sin reglas, sino de aceptar que la democra-tizacin de la sexual idad implica que las nor-mas son discutidas y consensuadas dentro decada pareja (o tro o lo que sea), sin ms prohibi-ciones que aquellas contempladas en el CdigoPenal (violencia, menores, etc.). Como afirmanlos swinger a lo Rolando Hanglin, el nico lmi-te es el consentimiento.

    El planteo, que a primera vista puede pare-cer abstracto, se verifica en concreto. Si se mi-ra bien, es fcil comprobar que en estos treintaaos diferentes grupos sociales mejoraron sucapacidad de goce sexual: las mujeres, sobre to-

    do las pobres, porque se han implementado po-lticas de salud reproductiva que les permitenacceder a mtodos anticonceptivos y disfr utarde su sexualidad sin temor al embarazo, y tam-

    bin porque la prog resiva toma de concienciasocial acerca de las desigua ldades de gneroles posibilita negociar su vida sexual en otrascondiciones (y, en el extremo, decir no). Tam-

    bin mejor el disfrute de los jvenes y los ado-lescentes, porque los nuevos pactos familia-res replantearon las relaciones inter-genera-cionales, menos autoritar ias que en el pasado, yhabilitaron la posibilidad del sexo en casa (a es-to tambin contribuy una tendencia negativade estos aos, el aumento de la inseguridad, queconvenci a muchos padres de la convenienciade que sus hijos no salgan de noche y los empuj

    a aceptar resignadamente que se encierren ensu cuarto con su pareja).Paralelamente, las minoras sexuales fue-

    ron encontrado espacios para el ejercicio de susexualidad que antes estaban limitados a lossubmundos gays (y que se han natura lizadocon una rapidez asombrosa, como demuestrael hecho de que Florencia de la V hoy conduzcaun programa en la maana de Telef!). Final-mente, mejor tambin la performance de los

    Sexo y democracia

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    La asombrosa transformacinde los partidos polticos

    Los partidos polticos son parte esencial de la vida democrtica. En los primeros aos,

    las grandes fuerzas polticas se democratizaron internamente y aprendieron a aceptar

    resultados electorales adversos. Con el tiempo, sin embargo, fueron mutando, hasta definir

    un sistema crecientemente desequilibrado y poco efectivo.

    De la resurreccin a un sistema poco competitivo

    por Marcelo Leiras*

    para hacer frente a las recurrentes crisisfiscales y financieras.

    En 1994, la reforma de la Constitucinpareca cristalizar una sociedad parcial-mente competitiva entre los dos grandespartidos nacionales. Los sucesos inme-diatamente posteriores confirmaban es-ta impresin. Nos hemos acostumbradoa pensar en los triunfos de Fernando dela Ra en la interna de la Alianza y en laselecciones generales de 1999 como presa-gios del desastre de 2001. Pero mientrasocurran daban la sensacin de que Ar-

    gentina estaba consolidando un sistemade partidos; es decir, una divisin estableentre un oficialismo con capacidad de go-bierno y una oposicin que no recurra atcticas extra-constitucionales y que tenapresente que en algn momento le tocararespaldar con medidas factibles sus crti-cas al oficialismo; una oposicin que era,en definitiva, capaz de ganar elecciones.

    De aquella imagen robusta nos queda

    Afines de 1982 los par tidospolticos resurgieron co-mo si hubieran pasado losseis largos aos previos en-trenndose para el regreso

    y no buscando rincones para sobrevivir.Escoltaron a la ltima junta militar has-ta la puerta de servicio e influyeron en latransicin pos Malvinas en mucha mayormedida que en cualquiera de las transi-ciones previas. Sus liturgias y sus conosmarcaron el paisaje urbano y organizaronel tiempo de quienes empezamos a leer,

    discutir o hacer poltica en esos aos. Encuestin de meses, enormes pintadas concal opacaron a las notitas clandestinas enaerosol que haban adornado esquinasselectas de algunas ciudades argentinasdurante los aos oscuros. La campaade 1983 fue un crescendo de actos en es-pacios cada vez ms grandes. Ral Alfon-sn empez en la Federacin de Box y paspor Ferro; el Partido Justicialista comen-

    La asuncin de la presidencia de Ral Alfonsn, 10-12-1983 (Vctor Bugge/AFP)

    z en Vlez y ambos terminaron llenando,en la misma semana, la Avenida 9 de Juliodesde el Obelisco hasta Constitucin. Seabrieron locales partidarios en casi todoslos barrios de casi todos los pueblos y lasfichas de afiliacin se completaron tan r-pido como las paredes se cubran de pinta-das. La poltica se haca en los comits, sediscuta en los locales y se mostraba en lacalle. Los militantes de todos los partidosmarchbamos muy seguido por motivosde muy diversa importancia, casi siemprejunto a militantes de otros partidos.

    El auge de los partidos trascendi laselecciones de 1983. Desde la salida de ladictadura, las fuerzas polticas desarro-llaron una capacidad de movilizacin talque en abril de 1985 Ral Alfonsn pudoconvocarlas a un acto en Plaza de Mayoen defensa de la democracia y torcer lue-go su discurso hacia el a nuncio de unaeconoma de guerra, en lo que pareciun tanteo para el lan zamiento del Plan

    Austral. Y si se arriesg a hacerlo fue por-que saba que la plaza se iba a llenar, comose llen, con columnas de todos los par ti-dos. La liturgia callejera y festiva terminen las grandes movilizaciones de la Sema-na Santa de 1987, pero la potencia electo-ral y la capacidad de formacin de coali-ciones de gobierno que los grandes parti-dos argentinos desarrollaron en los cincoaos previos sobrevivieron largamente anuestra Primavera de Praga.

    En la primera dcada y media de de-mocracia, entre 1983 y 1999, el PJ y la UCR

    cosecharon, en promedio, dos tercios delos votos, y obtuvieron casi todos los car-gos ejecutivos y legislativos, tanto en laselecciones nacionales como en las provin-ciales y las municipales. Pero la disputaelectoral no les impidi reafirmar su com-promiso democrtico durante las rebelio-nes carapintadas ni cooperar en el trabajolegislativo, particularmente para aprobarlas leyes que los presidentes demandaron

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    un solo tesoro: el compromiso democr-tico de los partidos. Pero los partidos deoposicin, tanto en el plano nacional co-mo en la mayora de las provincias, se hanvuelto crecientemente irrelevantes parala discusin de las polticas pblicas y muydbiles como alternativas electorales.

    Por qu sucedi as? Es tentador pen-

    sar que lo que llev a aquel sistema apa-rentemente consolidado a este presentede fragmentacin, inestabilidad y compe-tencia asimtrica es la crisis de 2001. Pe-ro se trata de un diagnstico incompleto ypoco iluminador. En efecto, muchos de losproblemas entre los partidos, y dentro deellos, empezaron bastante antes de 2001,y algunos aspectos de esa misma crisis, co-mo las dificultades para salir a tiempo dela convertibilidad o para adoptar polticasfiscales consistentes con el ancla moneta-ria, tambin fueron producto de la incapa-cidad para atar acuerdos partidarios esta-bles. En otras palabras, la debilidad de lospartidos fue tanto una consecuencia comouna causa de la crisis.

    Partidos democrticosQu pas con los partidos polticos ar-gentinos? Por qu se mantuvieron fuertesdurante los primeros aos desde el regre-so democrtico y qu los debilit despus?

    Como subrayaron los estudios de cien-cia poltica de los 80, el primer sntoma demadurez de los partidos argentinos fue ladisposicin a aceptar los resultados de laselecciones aun cuando fueran adversos.Contextos polticos propicios, tanto en elmbito nacional como en el internacio-nal, ayudaron a que los partidos argenti-nos aprendieran a perder elecciones. Enel frente interno, el cambio ms significa-tivo fue la completa neutralizacin de lasFuerzas Armadas como actor poltico. Enel mbito internacional, la distensin en-tre las grandes potencias priv de apoyosa los conspiradores locales; la difusin delmovimiento y la doctrina de los derechoshumanos rest posibilidades a los gobier-nos de facto, y la aceleracin en la circula-cin internacional de las noticias aumentel costo de ejercer la violencia como herra-mienta poltica, en particular desde los Es-tados. Todo ello contribuy a fortalecer elcarcter democrtico de los partidos.

    Pero sera injusto decir que las fuer-zas polticas argentinas dejaron de apos-tar a los golpes simplemente porque noles qued otro remedio. Los ensayos detransformacin social e institucional delas dos dictaduras previas dejaron unaprendizaje amargo y persistente. Pa-

    ra quienes haban ensayado iniciativasanti-dictatoriales e inter-partidarias co-mo la Hora del Pueblo en 1970, la ltimadictadura no era una novedad sino msbien la confirmacin de que los regme-nes militares, lejos de ser interregnosbreves, podan dejarlos definitivamentefuera del juego. En comparacin con es-ta posibilidad, el peor resultado electoralpareca buen negocio.

    Paralelamente, la derrota de Malvinasdisolvi el silencio sobre la crueldad e in-competencia de los gobiernos militaresy facilit la formacin de un amplio con-senso anti-autorita rio. En 1973, los recha-zos ms enrgicos al autoritarismo se ha-ban elaborado con las retricas clasistas,tercermundistas e insurreccionales de

    las izquierdas. Diez aos despus la opo-sicin ms firme a la dictadura se expre-saba con el vocabulario y los modos de ra-zonar de las tradiciones liberal y republi-cana. Y eran los partidos polticos los queofrecan la forma de organizacin msacorde con estas tradiciones, lo cual lesdio una ventaja respecto de los sindicatosy los movimientos sociales para encauzarel auge de participacin poltica.

    do mayoritario hacia la Presidencia de laNacin, y pagaron rpidamente el errorcon su disolucin en la intrascendencia.

    Los motivos hay que buscarlos en lascaractersticas de los electorados me-tropolitanos, que se parecen muy poco alos de la mayora de las otras provincias,y en el hecho de que en los distritos chi-

    cos, que eligen pocos diputados naciona-les, hay poco lugar para agregar un tercercompetidor a las fuerzas ya consolidadas.Expandirse es, por lo tanto, muy difcil.Pero un atajo hacia la Casa Rosada no tan-to. Esta es la tesis que parece revelar ac-tualmente la consolidacin del PRO y delPartido Socialista como fuerzas distrita-les en la Capital Federal y Santa Fe: el con-trol del aparato de gobierno en un distritogrande ofrece garantas ms firmes queun par de buenas elecciones para la even-tual expansin o negociacin con un par-tido mayoritario. Por eso el xito de estasdos agrupaciones, con estilos e ideologasmuy distintos, es un signo auspicioso, pe-ro tambin revelador del desequilibrio enla representacin que caracteriza al siste-

    ma poltico argentino posterior a 2001 yque parece difcil de remediar.

    El futuroEl sistema de partidos est desequilibra-do. En trminos concretos, para ganarleuna eleccin presidencial al PJ hay queobtener un resultado extraordinario enBuenos Aires y en el resto de las provin-cias grandes. De otro modo, el predomi-nio justicialista en los distritos chicos, esamitad fiel del conurbano bonaerense y laayudita de la Constitucin Nacional (queevita el ballottage a quien rena el 40 porciento de los votos y diez puntos de dife-rencia con el segundo) inclinan la balanzaindefectiblemente hacia el candidato pe-ronista. Hasta 1999, la UCR poda evitarestos obstculos. Hoy no lo puede hacerningn partido.

    Este desequilibrio en la representa-cin partidaria a favor del PJ tiene doscondiciones: que la distincin entre el pe-ronismo y el resto de las agrupaciones si-ga siendo relevante, y que las restriccio-nes institucionales a la competencia po-ltica sigan dificultando el acceso de nue-vos actores a las arenas electorales de lasprovincias ms pequeas. Puede cam-biar alguna de estas cosas? Parece difcil.

    En primer lugar, es posible que la me-moria del peronismo histrico se hayadisipado como fuerza electoral, ya quelos candidatos justicialistas han abraza-do discursos y polticas de la ms diversa

    inspiracin ideolgica. Es probable tam-bin que la esttica peronista, ese senti-miento que inspir sinfonas a los mejo-res artistas a rgentinos, tenga muy bajaresonancia electoral. Pero mientras lapromesa de proteccin social creble pa-ra los electorados ms pobres siga vinien-do de candidatos del PJ (y esta promesaexcede largamente al clientelismo), elpredominio peronista en ese segmentoseguir siendo firme, y entonces la distin-cin entre el peronismo y el resto se man-tendr como un dato relevante. En segun-do lugar, parece difcil que, a menos queun vendaval electoral nacional redefinalas distinciones polticas f undamentales,cambie la competencia restringida en lasprovincias ms chicas.

    En treinta aos de democracia los par-tidos polticos, y los votantes, aprendimosa perder elecciones. Tal vez sea muchoms importante la parte que todava nosfalta, que es aprender a perder bien.g

    *Politlogo (Universidad de San Andrs / Conicet).

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    Esto permite entender el resurgimien-to partidario en general. Pero, por qulos dos partidos tradicionales, el PJ y laUCR, y no alguna fuerza nueva, ocupa-ron un lugar tan dominante? En una pri-mera mirada, la larga tradicin de ambospartidos puede haber garantizado unpredominio natural. Aunque parcial, es-

    te argumento es correcto: en un contex-to de informacin poltica incompleta yconfusa, buena parte del capital electo-ral del peronismo y el radicalismo con-sista simplemente en que los votanteslos conocan. Pero en las reaperturas de-mocrticas previas los grandes partidosnacionales eran igual de conocidos, y sinembargo haban estado lejos del duopo-lio representativo que ejercieron durantela primera dcada del actual perodo de-mocrtico. A esas ocasiones haban lle-gado con profundas divisiones internas,que se expresaron a veces como cismaelectoral (la UCR en los 60) y otras comoconfrontacin violenta (el PJ entre 1973 y1975). La diferencia radica en que en 1983

    el peronismo y el radicalismo consiguie-ron someter la competencia interna a re-glas ms o menos aceptadas por todas laspartes. Se hicieron fuertes en la medi-da en que aprendieron a perder eleccio-nes generales, y se mantuvieron fuertesmientras sus miembros aceptaron per-der internas. Por eso lograron dominarla representacin poltica en los primerosaos de la democracia.

    En efecto, despus de los comicios de1983, el PJ y la UCR llegaron a las segun-das elecciones presidenciales con candi-datos elegidos por sus afiliados. En 1988Eduardo Angeloz le gan una interna muydesigual a Luis Len, y Carlos Menem unamuy peleada a Antonio Cafiero. Esas con-tiendas parecan representar el triunfo de-finitivo de los movimientos de democrati-zacin interna que haban transformado

    a ambos partidos en los aos previos. Sinembargo, este primer gran momento deinstitucionalizacin partidaria terminsiendo tambin el ltimo.

    Partidos no tan democrticosCon el tiempo, los partidos empezaron aencontrar dificultades cada vez mayorespara asegurar la permanencia y motivar lacooperacin de los derrotados en las com-petencias internas. Cmo se explica estecambio? Los estudios coinciden en que unactor poltico coopera solamente cuandoespera obtener una porcin del poder hoyo bien todo el poder en algn futuro proba-ble. Si ninguna de esas dos cosas es posible,la nica alternativa que le queda es dispu-tar el lugar de fuerza interna dominante,

    haciendo todo lo posible por excluir a laoposicin, y sostener esa posicin durantetodo el tiempo que pueda.

    Este es el juego que los partidos ar-gentinos empezaron a jugar, con ca-da vez ms frecuencia, a par tir de 1989.Desde entonces, los oficialismos adopta-ron dos estrategias centrales: en el cortoplazo, concentrar poder y recursos en-tre sus aliados ms cercanos; en el me-

    diano, poner vallas institucionales cadavez ms altas a la competencia interna yexterna. Con estos objetivos, los oficia-lismos, tanto peronistas como radicales,no ahorraron imaginacin institucionalpara reforzar sus posiciones y debilitarlas de sus adversarios . Por ejemplo, msde la mitad de las provincias adoptaron

    leyes de lemas, un sistema que fragmen-ta el poder en la base de los partidos y loconcentra en las cpulas. La ley de le-mas, en efecto, alienta la presentacin denumerosas sublistas que compiten entres y evita que cualquiera de ellas renael poder suficiente para desafiar al ofi-cialismo partidario. Cuestionadas ensu legitimidad, estas normativas fueronabolidas en casi todas las provincias. Sinembargo, la lgica que las inspir siguevigente en las listas colectoras que hoyproliferan en todo el pas y que producenresultados muy parecidos.

    Con propsitos semejantes, los gober-nadores de la mayora de las provinciasredefinieron los distritos electorales, al-teraron la composicin de las legislaturas

    y modificaron las frmulas electorales.En varios casos, los cambios fueron signi-ficativos, y solo excepcionalmente produ-jeron una distribucin ms igualitaria dela probabilidad de ganar elecciones.

    Pero estos cambios no se limitaron alas provincias. La competencia por lascandidaturas presidenciales estuvo su-jeta a la misma incertidumbre y con con-secuencias igualmente perniciosas. Lareforma constitucional de 1994 postergcuatro aos las aspiraciones de EduardoDuhalde y regres al banco de suplen-tes a los radicales que precalentaban pa-ra reemplazar a Alfonsn. La sucesinjusticia lista de 1999, en la que Duhaldese impuso como candidato presidencial,se resolvi pocos meses antes de la elec-cin, y cuando las encuestas haban deja-do claro que no tena ninguna chance deganar. En 2003 Nstor Kirchner asumila presidencia despus de salir segundoen una eleccin con tres candidatos afi-liados al PJ (Carlos Menem, Adolfo Ro-drguez Sa y l mismo), y en 2007 con-sagr la candidatura de Cristina Fernn-dez con un amplio consenso interno perosin ningn mecanismo institucional deseleccin competitiva. Mientras tanto,el radicalismo elega un ca ndidato presi-dencial extra-partidario en 2007 (Rober-to Lavagna) y se asociaba con otro ext ra-partidario (Francisco de Narvez) comocandidato a gobernador de Buenos Airesen 2011. Puede que en 2015 se produzca

    la primera repeticin de un mecanismode seleccin de frmulas presidencialesen todos los partidos mediante internasabiertas, aunque parece improbable quelos principales candidatos justicialistascompitan en la misma lista.

    Otras opcionesLas restricciones a la competencia y la de-bilidad de los mecanismos de reparto noobedecen solo a la manipulacin frecuen-te de las reglas de juego por par te de lospartidos ms g randes. Tambin tienenque ver con obstculos estructurales, quese observan claramente al analizar la im-posibilidad de las llamadas terceras fuer-zas de extenderse ms all de los distritosaltamente urbanizados.

    Una de las constantes de estos trein-ta aos de democracia fue el auge y la r-pida desaparicin de fuerzas con arraigoelectoral metropolitano. El PI, la Uced,el Modin, el Frente Grande y Accin por laRepblica, entre otros, crecieron en la Ca-pital y en los municipios bonaerenses ad-yacentes, entusiasmaron a una parte delelectorado y de la prensa, imaginaron quepodan viajar en el sidecar de algn parti-

    El primer sntoma

    de madurez fue

    la disposicin

    a aceptar los

    resultados de las

    elecciones aun

    siendo adversos.

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    La pelea por lasoberana perdida

    Desde la redemocratizacin hubo batallas ganadas por sectores de

    poder, sumisin a los organismos internacionales; en definitiva, hubo

    prdidas de soberana econmica. Hoy el pas recobra mrgenes de

    maniobra aunque an se ciernen sobre la economa serias amenazas.

    Del descalabro al despegue econmico

    por Javier Lewkowicz*

    La cuestin de la soberana eco-nmica argentina gir sobreejes muy distintos en los aosdemocrticos que siguierona la ltima dictadura militar.

    Durante el gobierno de Alfonsn se fo-caliz en la deuda externa, acumuladapor el circuito de endeudamiento y la fu-ga de capitales del proceso militar. El es-cenario internacional era desfavorablepor los bajsimos precios de los bienesexportables y las altas tasas de inters,que incrementaron el costo del endeu-damiento. Eso determin una ma rcadadebilidad en el sector externo, tambinsufrida por otros pases de la regin co-mo Mxico y Brasil. Despus del fest i-

    val de la deuda a fines de los 70, falta-ban dlares, y los bancos extranjerosqueran cobrar sus prstamos. Como elproblema de la deuda era de solvencia yno de liquidez, la solucin no era conse-guir ms fondeo sino reducir los pagoso suspenderlos, de modo que no habaotro camino que enfrentarse a la bancaacreedora estadounidense.

    En 1983/84 la cuestin de la deuda

    externa estaba presente en las movili-zaciones populares. Ese primer ao elgobierno, con Bernardo Grinspun comoministro de Economa, ofreci resisten-cia a la banca. Intent, en vano, formarun club de deudores en la regin y con-seguir el apoyo de Europa. El resultadofue el apartamiento de Grinspun del ga-binete por recomendacin del FMI.La asuncin de Juan Vital Sourrouilleen 1985 implic un cambio de posturafrente al tema de la deuda, ya que el PlanAustral planteaba hacer el ajuste posi-tivo: crecer y pagar.

    Pero lamentablemente con buena vo-luntad no bastaba. Los dlares dispo-nibles no permitan crecer. En 1987 se

    utiliz todo lo disponible para pagar ladeuda y ya en 1988 tuvimos que dejar depagar los intereses porque no haba conqu. El Fondo refinanciaba las deudas acuentagotas y no tena la capacidad defuego, como tiene ahora, para hacer unrescate, porque en una situacin similarestaban Brasil y Mxico. A cambio delfondeo, exiga ms ajuste, una frmu-la que se volvi un clsico, recuerda el

    economista Roberto Frenkel, quien for-m parte del equipo del Plan Austral.

    La sangra de recursos que exiga elpago de la deuda externa dej al gobier-no de rodillas frente al FM I, al tiempoque el cinturn fiscal junto a la escasezde divisas le impedan al debilitado Es-tado impulsar el crecimiento. Por esodebi dejar la bsqueda de la expansineconmica en manos de los capitanesde la industria, quienes le respondierona Alfonsn con el bolsillo y agudizaron susometimiento. El resultado, en una eco-noma muy deteriorada, fue una crisisinterna casi permanente, que estall enlas dos hiperinflaciones que le abrieronel paso a la profundizacin del esquema

    de valorizacin financiera en los 90.En la regin primaba la desunin y

    la socialdemocracia europea le dio la es-palda al Gobierno. Ante el problema dela deuda quedaba la opcin del enfren-tamiento individual, que el radicalismono supo o no pudo adopta r. A su vez, losbancos estadounidenses estaban en unasituacin crtica y podran haber sufri-do quiebras ante un default argentino.

    En parte por eso el gobierno de RonaldReagan, en alianza con Europa y Japn,jugaba dursimo contra los pases endeu-dados de Amrica Latina. En el frente in-terno, el fantasma de los militares esta-ba vigente. El alfonsinismo no tena unavisin de subordinacin a los poderesglobales, pero se encuentra con una si-

    tuacin dramtica, explicaba el econo-mista Ricardo Aronskind, investigadorde la Universidad de General Sarmiento(UNGS) y miembro del Plan Fnix.

    El pago de la deuda externa en los 80,herencia de la dictadura, fue una batallaperdida por el alfonsinismo frente al sis-tema financiero internacional. Eso limitenormemente sus posibilidades de hacerpoltica econmica, de modo que afecta la soberana. Si el alfonsinismo hubie-ra tenido menos temor al golpe de Esta-do y percibido una correlacin de fuerzasms favorable, podra haber defolteado ladeuda apenas inici su mandato. No lo hi-zo, y para finales de la dcada, ya se habanaturalizado la presencia constante delFondo Monetario Internacional.

    La entregaEl descalabro en el que termin el gobier-no radical facilit la introduccin del planms conservador de la regin, la conver-tibilidad, caracterizado por haber resig-nado la posibilidad de hacer poltica mo-netaria , que qued atada a la evolucin delas reservas internacionales. A medidaque sta dej de atraer capitales privadospor la creciente insostenibilidad de la pa-ridad y el agotamiento de los activos pri-vatizables, junto a la salida de utilidades yla enorme fuga de capitales, la necesidadde financiamiento externo del sector p-blico se volvi acuciante y el FMI se con-virti en el amo y seor.

    Otras medidas econmicas juga-ron tambin un papel determinante enla entrega de la soberana. Una de ellasfue la poltica de privatizaciones, queno slo implic una venta del patri-monio pblico en condiciones adver-sas para la Nacin, sino que adems lequit al Estado herramientas funda-mentales de intervencin econmicay dilapid dcadas de acumulacin deconocimiento. Segn Eduardo Basual-do, la venta de YPF, los ferrocarriles,Gas del Estado, Hidronor, Somisa, Aguay Energa, Segba, ELMA, AerolneasArgentinas y Entel, entre otra s, redujosustancialmente la participacin de lasempresas pblicas en la economa ar-gentina. Ms de la mitad del capital per-

    cibido por esas ventas fue a t ravs de lacapitalizacin de bonos de la deuda p-blica, como deseaban los organismos fi-nancieros internacionales. Adems, seentreg a las empresas en ptimas con-diciones, ya que el Estado asumi antessu deuda externa por 27.723 millones depesos/dlares. Deuda que haba sido to-mada en buena medida aos antes por ladictadura militar para financiar la cre-ciente fuga de capitales.

    Argentina tambin desregul en formaextrema su cuenta de capital. En parte lohizo a travs de los 55 trat ados bilatera-les de inversin (TBI) firmados y puestosen vigencia por el Congreso Nacional (1).Adems, en 1993 se sancion una nuevaLey de Inversiones Extranjeras (Ley N

    21.382), a favor de las multinacionales. Elesquema de TBI + Ciadi + Ley de I nver-siones Extranjeras es inseparable de laintencin de proteger a las empresas queinvirtieron en las privatizaciones. Por esola salida de la convertibilidad gener unacatarata de demandas. Actualmente Ar-gentina es el pas ms demandado ante elCiadi, con 23 casos pendientes y otros 25casos concluidos, la mayora por acuer-

    El ex ministro de Economa Domingo Cavallo (Mauricio Lima/AFP)

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    do de partes, con pocos laudos firmes (2).En una clasificacin de 0 (economa for-malmente abierta) a 1 (economa cerrada),la calificacin para China es de 0,4; la deBrasil es de 0,10, y la de E stados Unidoses tambin de 0,10. Argentina figura en-tre los primeros lugares, calificada con un0,05 (3).

    La extrema fragilidad de la converti-bilidad hizo que el gobierno nacional fir-mara con el Fondo siete acuerdos en diezaos, cuyas condicionalidades se basa-ban, en lneas generales, en que el Estadodeba librarse de todos los gastos a fin deconcentrarse en la deuda externa y el sis-tema financiero. Segn Mario Rapoport,la seguridad socia l y la deuda pblicafueron temas especialmente monitorea-dos por el Fondo, dado el inters del sec-tor financiero en esos sectores (4).

    Para sostener el rgimen se recu-rri a la recesin planificada , de modoque la cada de salarios y otros preciosgenerara una mejora en la competiti-vidad mientras se buscaba hacer espa-cio fiscal para seguir pagando la deuda.

    De esta manera, el FMI enfoc su pre-sin sobre la austeridad. A instanciasdel organismo, el Congreso sancion en1999 la Ley 25.152 de solvencia fiscal , en2001 la Ley 25.453 de dficit cero, mar-co en el cual se aplic la rebaja del 13% alos jubilados. Resulta ilustrativa la car-ta que el 14 de febrero de 2000 PedroPou, presidente del BCRA, y Jos LuisMachinea, ministro de Economa, leescribieron en ese entonces al directorgerente del FMI, Horst Khler. All so-licitaban ms financiamiento y explica-ban cmo consigu ieron el compromisode prstamos adicionales por parte delBanco Mundial (BM), el BIRF y del Esta-do espaol. Proponan, adems, iniciati-vas para reformar el sistema jubilatorioy para desregular las obras sociales.

    En ese contexto surgieron iniciativascomo la privatizacin del Banco Nacin,el BCRA y de las finanzas pblicas. Ha-ce unos das presentamos un plan paraproveer el ingrediente preciso que se ne-cesita: un programa por el que Argentinaacepta e incluso solicita una comisin deestabilizacin extranjera que conduzcael BCRA y, a cambio del desembolso deun importante prstamo de estabiliza-cin, tome control de la implementacindel presupuesto, propona el MIT (5).

    El menemismo y la Alianza llevaron acabo en el pas un experimento financia-do y promocionado por los organismosinternacionales. Hubo ga nadores, co-

    mo los grupos econmicos locales con-

    centrados, multinacionales que ingresa-ron en el negocio de las privatizaciones yparte de la banca internacional. Del otrolado quedaron pidiendo aire los pobres,indigentes y desocupados, mientras serifaba una enorme porcin del patrimo-nio nacional. Fue una derrota tan pro-funda que se convirti en una entrega

    democrtica de la soberana, posible enbuena medida despus del desguace dela resistencia popular en manos de la l-tima dictadura y el descalabro econmi-co de los 80, que ayud a conformar unamplio consenso interno para sostener laestabilidad de precios del 1 a 1.

    La recuperacinLa profundidad de la crisis y la banca-rrota del Estado obligaron a un defaultforzoso a fines de 2001 por la m itad dela deuda pblica aproximadamente.Los primeros pasos para avanzar ha-cia una reestructuracin los daran, enla segunda mitad de 2003, Nstor Kir-chner y Roberto Lavagna. Si bien se lle-g a 2005 con prstamos del Fondo y

    compromisos de resultado fiscal y cre-cimiento (Ley de Responsabilidad Fis-cal de agosto de 2004), la reduccin en67.328 millones de dlares de la deudaexterna y la merma en el riesgo cam-biario por la emisin de ttulos en pesosque se concret en marzo de 2005 sedesarrollaron sin injerencia del FMI. Esla primera vez que esto ocurre en el sis-tema financiero internacional que rigedesde los 70. La relevancia de esta no-vedad es resaltada por la magnitud r-cord de la deuda reestructurada y de laquita, la mayor en la historia de las rees-tructuraciones del perodo moderno deglobalizacin, sealan Damill, Frenkely Rapett i (6).

    El divorcio con el F MI (despus delquiebre de la relacin en 2001) se com-pletara con el canje de 2005 y la cance-lacin de la deuda a comienzos de 2006.El escenario internacional esta vez erafavorable: el organismo sufra un grandescrdito tras la sucesin de fracasosen Asia, Rusia, Brasil y Turqua. En elmbito interno, la profundidad de la cri-sis, que incluso puso en juego el sistemapoltico, fue un factor fundamental en elcambio de relacin con el organismo. Deesa crisis emergi el gobierno de Kirch-ner, quien le dio contenido propio y pro-fundiz la bsqueda de un mayor gradode soberana econmica.

    Fuera de escena el Fondo, el gobier-no avanz, con grandes disputas de por

    medio, en la recuperacin de una ser ie

    de herramientas centrales de la polticaeconmica. Ejemplos de ello: la estati-zacin de las AFJP, que no slo termincon un negocio fabuloso de los bancosy permiti una persistente mejora enel acceso a la jubilacin y en los habe-res, sino que tambin proporcion unenorme poder al Estado en mater ia de

    financiamiento en moneda local (co-

    mo la Asignacin Universal o el Pro.Cre.Ar); las Licencias no Automticasde Importacin, ya derogadas, y lasDeclaraciones Juradas Anticipadas deImportacin, que otorgan al Estado unrelevante manejo sobre las compras ex-ternas, ms all de graves deficienciasen su implementacin; la reforma de laCarta Orgnica del BCRA, que ofreceimportantes posibilidades en materiade direccionamiento del crdito; la es-tatizacin de YPF, que devolvi al Esta-do la capacidad de intervencin directaen el estratgico sector de los hidrocar-buros y representa una posibilidad paradar impulso a la industria proveedora yal sistema de innovacin nacional, y laprohibicin para comprar dlares paraatesorar, aunque con errores de ejecu-cin y de comunicacin.

    Los lmites del modeloDesde el ao pasado, sin embargo, ladisponibilidad de divisas en la econo-ma nacional se deterior notablemen-te, lo que se manifiesta en la persisten-te cada de las reservas i nternaciona-les del Banco Central. En ese procesojueg an un pap el r elev ante l a prdidadel autoabastecimiento energtico y lafalta de un salto cua litativo en el sectorindustrial para reducir su dependen-

    cia de los insumos importados, junto a

    la enorme dificultad para conseguir fi-nanciamiento externo para proyectosde infraestructura.

    La carencia de dlares limita las po-sibilidades de poltica econmica y decrecimiento. En un pas que padece anprofundas inequidades, un techo bajopara el crecimiento implica postergar

    avances que son fundamentales. La dis-puta con los fondos buitre, por otra par-te, es una amenaza que an se cierne so-bre la estabilidad financiera argentina.

    Un debate necesarioNuestra historia muestra que las mar-chas y contramarchas de la soberanaimplicaron disputas polticas, con ga-nadores y perdedores. Por eso es vitalno eludir discusiones, roces y choquesentre la clase dirigente, trabajadoresorganizados, otras organizaciones delcampo popular y distintas faccionesdel capital. Eso permiti r comprenderquines apuestan a un pas industrialcon un vigoroso mercado interno, qui-nes prefieren aprovechar el impulso

    de China para abrazar la primarizaciny erigirse como compradores de la in-dustria y la tecnologa de terceros pa-ses, quines desearan que Argentinacontribuyera a valorizar el capital fi-nanciero en bsqueda de rendimientosque el mercado global no ofrece, y qui-nes advierten que ese circuito debilita-r la soberana nacional, con todas la simplicancias que ello tiene en trminosde empleo, salarios y estabilidad ma-croeconmica. El ocultamiento de esoscontrapuntos no es neutral.g

    1.El TBI le permite a la empresa extranjera dirimir

    un conflicto con Argentina en tribunales como

    el Ciadi, que depende del Banco Mundial.

    2.Javier Echaide, Ciadi y soberana,Le Monde Diplomatique, edicin Cono

    Sur, Buenos Aires, enero de 2013.

    3.Thilo Hanemann y Daniel H. Rosen, China

    invests in Europe, Rhodium Group, 2012.

    4.Mario Rapoport,Historia econmica,

    poltica y social de la Argentina (1880-

    2003), Emec, Buenos Aires, 2012.

    5.Ricardo Caballero y Rudi Dornbusch,

    La batalla por Argentina, Institute of

    Technology (MIT), Massachusetts, 2002.

    6.Mario Damill, Roberto Frenkel y Martn

    Rapetti, La deuda argentina: historia, default

    y reestructuracin, Cedes, abril de 2005.

    *Economista, maestrando en HistoriaEconmica (UBA).

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    El menemismo y

    la Alianza llevaron

    a cabo en el pas

    un experimento

    financiado y

    promocionado por

    los organismos

    internacionales.

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    La dcada del 80 fue, entre otrascosas, la que forj y form a laactual dirigencia de todos loscampos, pero especialmen-te del campo poltico. Esto no

    slo es fcilmente deducible por la edadpromedio de los lderes actuales (entre 50y 70 aos tienen Cristina Kirch ner, JuanManuel Abal Medina, Hermes Bin ner,Mauricio Macri, Daniel Scioli, la ma-yora de los gobernadores , los presiden-

    tes de las Cmara s y los miembros de laCorte, adems de las Fuerzas Armadas,el gabinete, los embajadores, etctera).Mechados con los acontecimientos quevivi el pas la clausura forma l de lapoltica por parte de la dictadura perotambin antes del golpe de 1976, la clau-sura informa l de la poltica cuando s-lo hablaban las armas, los 80 explicantambin la formacin ideolgica pro-

    medio, si es que tal cosa es di scernible,en el campo poltico.

    Tomemos como formacin ideol-gica promedio el rol destacado del Esta-do en las orientaciones principales de laeconoma, la conduccin de las empre-sas estratgicas para el mercado nacio-nal, la voluntad de ser parte de AmricaLatina, la consideracin de la igua ldadcomo correlato de la libertad y no co-mo su antagnico, la necesidad de una

    cultura, religin y sexualidad libres, laaceptacin del capitalismo como inevi-table, la represin de los saqueos a la pro-piedad privada, un nacionalismo acasono militarista , la creencia en el potencialde la educacin, el no racismo... Esos ele-mentos se configuran en forma definiti-va en la dcada del 80.

    En esos aos se entrecruzan la cri-sis terminal del socialismo real, la vuel-

    La dcada corta

    En los aos de Alfonsn se afianzaron algunos de los ejesideolgicos de la dirigencia poltica actual. Aunque breve, la dcadadel 80 marc a fuego a los dos perodos largos que le siguieron.

    Los 80 como base de nuestra cultura poltica

    por Lucas Carrasco*

    man la conduccin los sectores ms tole-rantes y democrticos.

    De lo contrario la democracia no hu-biera soportado las intentonas golpistas,el terrorismo, los ataques guerrilleros...Ya la sociedad estaba harta y no tomabacomo natural la amenaza de una bombaen un colegio, los discursos trasnocha-

    dos ni las presiones desde los tanques delotrora todopoderoso Ejrcito Nacional.Incluso la Iglesia Catlica sufre en esteperodo transformaciones ms lentas pe-ro inexorables que la llevan, por ejemplo,a aceptar un papel ms modesto en la vidanacional, replegndose corporativamen-te a defender la asistencia social o laeducacin privada con la que se financiala institucin (cuya influencia, al no jugarms el Vaticano un papel primordial en laya diluida Guerra Fra, se debilit).

    De manera correcta, las distintasciencias sociales, particularmente la eco-noma, pondrn a posterioriel corte dela Argentina del Estado de Bienestar en1976, pero es en el comienzo de la dcadacorta, en la derrota de Malvinas, cuando

    se visibiliza el fin del sueo de la Argen-tina grande. La verdadera latinoamerica-nizacin del pas ocurre, sin el escndaloanticipatorio de Frondizi, durante la ba-

    talla con Inglaterra, y de algn modo seprolonga en el club de deudores que or-ganiza y tr ata de liderar Ral Alfonsn.La dcada corta se cierra en 1987, cuan-do la renovacin peronista vence electo-ralmente al radicalismo poniendo fin alsueo del tercer movimiento histrico ycreando las condiciones, junto con el go-bierno vencido, para la llegada del neoli-beralismo, que finalmente se dar de lamano de Carlos Menem. El neoliberalis-mo de Menem y la dcada actual que pa-ra los partidarios del gobierno es una d-cada ganada no se terminan de explicar

    sin los aos 80.La primera imagen de la dcada cor-ta es la inflacin, con sus histerias: el xi-to del Plan Austral ayuda al alfonsinismoa ganar de manera contundente las prime-ras elecciones para renovar el Congreso,lo que a su vez cristaliza, en el peronismo,la renovacin, sacude a la izquierda y pa-rece aislar, de manera definitiva, a la dere-cha liberal, anclada en la nostalg ia de losaos del Partido Militar. Vista desde hoy,esa postal fundacional dur un suspiro,pero dej sus secuelas. Algo de eso hubo enla primera transversalidad K, en el inicialsacudn en la izquierda y los movimientossociales, en el desconcierto sindical, y algode eso hay tras las ltimas elecciones, lossindicatos aprestndose a reacomodarse

    con los modales de un acomodador de cineque entra a los cadenazos, y en el auge dela izquierda, esta vez en modalidad cla-sista, que sorprendi a propios y extraos.

    La dcada corta es la que mejor expli-ca, para mal y para bien, las dcadas lar-gas del menemismo y el kirchnerismo.g

    *Periodista.

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    ta de la democracia, la cr isis de la deudaexterna, la emergencia cultural del pos-modernismo y la oxidacin, o mejor dichola evidencia de la oxidacin, de la Argen-tina peronista y su mecano de grandesempresas estatales junto a su imaginariode Gran Nacin. Los dos principales par-tidos polticos del pas sufren, transver-salmente, estas mutaciones. Y con distin-tos grados de entusiasmo abandonan laspretensiones totalitarias y movimientis-

    tas para aceptarse como partido poltico,es decir, como parte, corriente de pen-samiento y tradicin cultural que no seasume como la Nacin misma sino comouna faccin. Aunque esto no quiere decirque no fueron partidos democrticos ensu trayectoria anterior, s es cierto que lacada del Partido Militar como factor depresin logra que, al interior de cada unade las dos grandes fuerzas polticas, asu-

    Alfonsn en campaa, 1982 (Dani Yako)

    La verdadera

    latinoamericanizacin

    del pas ocurre

    con Malvinas y se

    prolonga en el club

    de deudores que

    organiza Alfonsn.

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    de los aos 90 sabiendo que ese crculo

    que cerraba era una fosa de la compren-sin bienpensante: Por qu los exclui-dos votaban a los excluidores?.

    Menem hizo la revolucin conser-vadora con las urnas llenas de votos. Yconsum la legitimidad de un paquetede reformas econmicas con que Mart-nez de Hoz so; pero Joe despertaba enel medio de la naturaleza esquiva de laArgentina militar.

    Sopl en 1989 como siempre sopla el

    viento mundial y ac encontr un pero-nismo deseoso de volver al poder, mien-tras el mundo derrumbaba el ltimomuro que hara de Occidente un solobloque, una sola economa. Se interpre-t con fanatismo el Consenso de Wash-ington. Levntate de tus petates, Pan-cha Argentina, podra haber dicho Me-nem emulando a otro religioso, Ernes-to Cardenal y su Pancho Nicaragua . Un

    El presidente Carlos Sal Menem, 11-3-1992 (Diego Goldberg/Latinstock/Corbis)

    En la neblina

    En los aos de Menem se estabiliz el valor de la moneda y se logr eldisciplinamiento del poder militar. Con el peso clavado al dlar, parecaque Argentina ingresaba finalmente en la modernidad. Pese a ello, ya las dos elecciones presidenciales impecablemente ganadas, los 90

    ocupan un lugar incmodo en la historia reciente.

    Los 90, la dcada que nadie quiere ver

    por Martn Rodrguez*

    Es de mal habitante del sueloargentino or la voz cascadade Ral Alfonsn recitandoel Prembulo de la Constitu-cin Nacional y no sentir un

    cosquilleo, una piel de gallina o una m-nima emocin. Por lo menos que te lloreun ojo, como con el viento. Ese salmo lai-co dice todo lo que los civiles queran orpara saltar al camino.

    Alguien recuerda un momento so-lemne en la vida poltica de Carlos Me-nem, en sus largas presidencias tan in-tensas y reformadoras? Se pueden re-cordar furcios, chistes, reacciones des-templadas, bravatas, lecturas monto-nas, pero no momentos solemnes.

    El repaso de sus batalla s dice que el14 de mayo de 1989 derrot a los radi-cales, que el 3 de diciembre de 1990 de-rrot a los carapintadas, que el 29 de di-ciembre de 1990 derrot con los indultosa los organismos de derechos humanos.Y cuando cerr el crculo de la economacon el 1 a 1 convulsion el costo de todoese decoro perdido: un pas empieza conla certeza del valor real de su moneda.Menem puso el dlar ah, de donde nin-gn cepo o batalla cultural podr fcil-mente sacarlo. Que la convertibilidadfue una trampa, una bomba, ya lo sabe-mos y lo sufrimos en carne propia: con

    muertos, heridos y hambrientos. Pero elbeneficio econmico de esos primerosaos (la estabilidad) tuvo sus conse-cuencias polticas paradjicas: el bene-ficio para el tiempo venidero de que eraposible un orden. Un orden civil slido.Un orden democrtico.

    Menem indult a los militares del pa-sado y disolvi a los militares del futu-ro porque clav por aos el valor esta-ble de una moneda. De la hipnosis delmercado libre despertamos con institu-ciones que se iban a aguantar los estalli-dos. Porque 2001 tuvo de todo, inclusoelsticos institucionales con los que ha-cer la tran sicin.

    La pregunta

    El socilogo Ricardo Sidicaro sola pre-guntar hace no muchos aos a la estu-diantina cul era la pregunta de la dca-da del 90. Y ah se quedaba con su mediasonrisa cnica oyendo las exclamacionesy certezas de un montn de jvenes queen promedio haban sido adolescen-tes en esos aos, y que hablaban de re-sistencias y pica de los mrgenes. Sidi-caro conclua con la que era su pregunta

    turco esotrico, poncho al viento, otroFacundo, de golpe, como todo hombredemasiado humano, farandulero, supohacer el guio con que volver popular elcamino de las tentaciones capitalistas.Hay mercado para todos? Entramostodos? No hubo tiempo para responder.Dnde metemos el Estado en la mudan-

    za, a ese viejo Estado argentino? Era co-mo el bodrio de mudar un piano. Y se loarrastr por el empedrado, haciendo to-do el ruido posible. ltima msica mara-villosa del descalabro. El Estado no es elpueblo, dijo Menem. Y fue peronista a sumodo: imaginando derrames.

    ChucherasMenem y su simbiosis con el poder realsolidific el poder de la democracia. Ungobierno civil fuerte que casi no impor-ta con qu rumbo tena que consagrarla transicin democrtica. Digamos: te-na que venir alg uien votado por el pue-blo y ser capaz de algo que los civiles nohaban podido: gobernar la economa.Las instituciones y la ley deban hacerse

    fuertes alcanzando altura de crucero, lainercia de la burocracia. No hablo de lacalidad instituciona l, ni de la ideologade las leyes, sino de una pacificacin he-cha con el espejismo de la felicidad delmercado. Alfonsn en los 80 arm unaescena democrtica bellsima: un can-tn suizo en medio de las retiradas nego-ciadas o de las dictadura s residuales dela regin, que juzg a al Ejrcito vencedoren nombre de la humanidad vencida y selanza de lleno a un ciclo de reformas queretiraban el manto neg ro del Medioevomilitar para poner la vida cvica al sol.Pero Menem trae la modernidad en lascosas. Las chucheras modernas.

    El bustoPor qu Menem no puede tener su bustoen la Casa Rosada? Alguien que fue vota-do dos veces para presidente, en eleccio-nes limpias, que termin en paz socialsus mandatos, aunque puso la bomba enlas manos amistosas de un conserva-dor radical. No podemos elegir cundotuvimos esperanzas buenas y cundono, cundo las m ayoras fueron nobles ycundo no. Menem dej en la superficiealgo de lo que no nos vamos a despren-der, y que siempre estuvo en los genesdel peronismo: la esperanza de la movi-lidad social ascendente. Menem dijo: dea uno, muchachos. Y que g ane el mejor.Democratiz en su revolucin cultural

    algo impensado: que nos merecemos elmundo. Sus tecnologas. Su Miami. Susguerras de Medio Oriente. And ahoraa convencer a cada arg entino de que notiene derecho a un celular.Un busto ah.g

    *Periodista.

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    No podemos elegir

    cundo tuvimos

    esperanzas

    buenas y cundo

    no, cundo las

    mayoras

    fueron nobles y

    cundo no

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    ado alumbrado, barrido y limpiezaparece residir hoy la clave del xito pa-ra las ligas mayores, sean provinciales onacionales.

    Con un sistema de part idos terri-torializado, si se piensa en la eleccinpresidencial es necesario recordar, porejemplo, que La Matanza tiene ms po-

    blacin que Mendoza (si fuera una pro-vincia, sera la quinta ms poblada).Sean indefinidamente reelectos o de-butantes, los intendentes son profe-tas en su tierra. La desnacionalizacindel sistema de partidos les permite unagran flexibilidad en los alineamientoselectorales, al poner en juego su capaci-dad de traccionar votos hacia las lista sprovinciales y nacionales. Polticamen-te disponibles y administrativamentetemplados, los intendentes, part icular-mente los del conurbano bonaerense, sesacuden el estigma de grises (y a vecesoscuros) administradores municipales,y se prueban el traje de ministros o ca-bezas de lista.

    Pero la transformacin de males ne-

    cesarios de los armados electorales (losimpresentables barones del conurba-no) a ambicionados pibes de oro c uyaimagen positiva se proyecta incluso fue-ra de sus localidades no debe engaar-nos. La puesta en valor de las virtudesde los gestores locales en el mercado po-ltico general difcilmente se t raduciren un fortalecimiento de la escala muni-cipal de gobierno. En efecto, la ca lidadde vida de millones de personas se veafectada por una configuracin institu-cional que coloca la toma de decisionessobre cuestiones prioritarias como laseguridad ciudadana y el transporte depasajeros en mbitos fuertemente des-vinculados de los territorios.

    Aciertos y equvocosLa intuicin de Alfonsn de que era ne-cesario resetear la articulacin entregobierno y territorio en torno a la cabezade Goliat era acertada. Lo que era equi-vocada era la conviccin de que esa in-tuicin bastaba por s sola, sin ningunapersuasin de los jugadores, para bara-jar y dar de nuevo en el truco ms com-plicado de Argentina desde su mismafundacin. Tal vez haya llegado el turnodel peronismo de hacer foco en el terri-torio metropolitano de Buenos Aires, elms complejo de todos y donde siemprerecibe una fuerte aprobacin de los vo-tantes. El pensamiento estratgico y lavoluntad planificadora de su fundador

    podran ser la compaa ideal del habi-tual xito electoral en el camino haciauna metrpolis ms digna. La refunda-cin que en 1983 quera radicarse en losgrandes espacios vacos podra, treintaaos despus, tratar de hacerse un lugaren los espacios densamente pobladospero todava subaprovechados en su ca-pacidad de producir valor econmico ybienestar social. g

    1.Denis Merklen,Pobres ciudadanos. Las clases

    populares en la era democrtica (Argentina 1983-

    2003), Editorial Gorla, Buenos Aires, 2005.

    2.Gabriela Delamata (comp.), Ciudadana y territorio.

    Las relaciones polticas de las nuevas identidades

    sociales, Espacio Editorial, Buenos Aires, 2005.

    3.Steven Levitsky,La transformacin

    del justicialismo. Del partido sindical

    al partido clientelista (1983-1999),

    Siglo XXI, Buenos Aires,2005.

    4.Neil Brenner,New State Spaces: Urban

    Governance and the Rescaling of Statehood,

    Oxford University Press, Londres, 2004.

    *Politlogo.

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    el Frente Grande la que, en alianza conla UCR en 2000 y en coalicin con otrospartidos menores en 2003, se alz con laJefatura de Gobierno de la Ciudad. Y fuenuevamente en 2007 otra tercera fuerza(el PRO, entonces de existencia puramen-te local) la que se instal en Bolvar 1.

    Pero el desarrollo de una dinmica

    partidaria del todo desnacionalizada nofue patrimonio exclusivo de la Capital.En un proceso que se vio acentuado conla implosin de la Alianza, otras ciudadesimportantes de la regin metropolitanade Buenos Aires y de diferentes provin-cias tambin experimentaron la confor-macin de un sistema poltico claramentelocalizado, distinguido no slo del nacio-nal sino tambin del provincial. En el casode Rosario, la hegemona local del socia-lismo logr escalar hacia el nivel provin-cial, poniendo as en reversa a la correa detransmisin poltico-territorial clsica.

    Durante los ltimos veinte a os, elsurgimiento de fuerzas polticas exclu-sivamente locales, como el PRO o el Par-tido de Luis Juez en Crdoba, la auto-

    nomizacin de intendentes de sus par-tidos de origen (sobre todo cua ndo esepartido era la UCR/Alianza, como en loscasos de Martn Sabbatella en Morn,Ricardo Ivoskus en San Martn y Gusta-vo Posse en San Isidro) y la llegada al go-bierno de ciudades importantes de par-tidos menores en el escenario naciona l(como el socialismo rosarino) se sum alos vecinalismos municipales sobrevi-vidos a la ltim a dictadura (como en loscasos de Tigre y San Fernando) para darlugar a un verdadero universo de siste-mas polticos partidarios locales. Estosucede sobre todo en los municipios dems de 100 mil habitantes, que si bienson alrededor del 3% del total concen-tran ms del 60% de la poblacin.

    Pero la poltica partidaria no es lanica que encontr en el espacio lo-cal urbano un hbitat que le permitie-ra trascender la dinmica poltica na-cional. Desde mediados de los 90, di-ferentes vertientes del movimiento dedesocupados se enraizaron en los frag-mentos territoriales urbanos en los quese concentraba la marginacin produ-cida por la crisis econmica y la refor-mulacin de la proteccin social esta-tal. Se trata de lo que el socilogo DenisMerklen denomina inscripcin terri-torial de los sectores populares (1), queencuentran en el barrio una base tantopara la supervivencia como para la or-ganizacin poltica. Y son precisamente

    las organizaciones sociales de base te-rritorial las que logran, a travs de unacombinacin alqumica de conf licto ynegociacin, marcar el ritmo de la resis-tencia al neoliberalismo y la reconstruc-cin de la proteccin estatal.

    En suma, los aos noventa fueron tes-tigos de un verdadero desplazamiento dela articulacin territorial de la ciudada-na hacia el mbito local a partir de la po-litizacin de los territorios habitados (2),tanto en el plano de la organizacin parti-daria como de la organizacin social. Noes casual que el partido que mejor leyesta mudanza de la ciudadana al barriofuera, durante y despus, el ms compe-titivo: la metamorfosis del Partido Justi-cialista, de partido sindical a partido sec-

    torial es para la poltica argentina con-tempornea una innovacin cuya impor-tancia sera imposible exagerar (3).

    La Argentina municipalComprender el proceso de territoriali-zacin de la ciudadana es imposible sino se lo pone en relacin con el de des-centralizacin poltico-administrati-va que tuvo lugar simultneamente. A

    partir de 1930, de la mano del procesode industrializacin, Argentina habadesarrollado lo que el politlogo esta-dounidense Neil Brenner denominakeynesianismo espacia l (4), es decir, labsqueda de una distribucin balancea-da de las capacidades socioeconmicasy las inversiones en infraestructura a lo

    largo del territorio. Las leyes de promo-cin industrial son el ejemplo ms claro.La Ley de Reforma del Estado de

    1989 y la reforma constitucional de 1994borraron el objetivo del equilibrio terri-torial del desarrollo (por cierto escasa-mente alcanzado a pesar de los genero-sos intentos del Ejecutivo Nacional) yprofundizaron una tendencia a la des-centralizacin que se haba iniciado yatreinta aos antes con la transferenciaa provincias y municipios de la gestinde reas de los sistemas de salud y edu-cacin. La descentralizacin del Esta-do estaba doblemente vinculada al pro-yecto de neoliberalizacin: por un lado,porque buscaba promover la eficaciaeconmica de las distinta s porciones del

    territorio nacional trasladndoles loscostos de los bienes y servicios pblicosconsumidos en ellas. Por otro lado, por-que transfera a las provincias la cargapresupuestaria, saneando nominalmen-te las cuentas pblicas nacionales, par-ticularmente frente a los prestamistasinternacionales.

    As, mientras el Estado se abra ha-cia afuera en consonancia con la globa-lizacin, tambin lo haca hacia aden-tro, transfiriendo poder a las provin-cias. El ms conocido de los arreglosinstitucionales de la nueva Constitu-cin fue el reconocimiento a las provin-cias del dominio original de los recursosnaturales. La constitucionalizacin dela coparticipacin impositiva y el otor-gamiento de la facultad (por ahora noutilizada) de agruparse en regiones, sonotros de los elementos federalistas dela ltima reforma constitucional.

    Pero la municipalizacin avanz so-lo hasta cierto punto. Si bien la refor-ma introdujo el principio de autonomamunicipal y el gobierno de la Provin-cia de Buenos Aires cre siete munici-pios nuevos, los gobiernos locales no lo-gran adquirir una gravitacin mayor enla constitucin poltica del Estado o enel ordenamiento provincial, quedandosubsumidos a los ordenamientos polti-cos provinciales. De hecho, son las pro-vincias las gra ndes destinatarias (decirbeneficiarias implicara desconocer

    la carga que implicaba la desproporcinentre las nuevas responsabilidades y losrecursos disponibles) de la descentrali-zacin: la brecha entre el nivel de gastopblico nacional y el provincial (medi-dos como porcentaje del PIB) se achicams de cinco veces entre 1990 y 2000.Ese ao, el conjunto de los gobernado-res manejaba casi tantos recursos comoel Ejecutivo Nacional.

    Pero los municipios permanecen a lasombra de los gobiernos provinciales. Enmuchos casos no tienen siquiera previsi-bilidad en la disposicin de recursos, al noexistir leyes de coparticipacin provin-cial. En muchos otros enfrentan grandesdesigualdades presupuestarias en pro-porcin a la cantidad de habitantes res-

    pecto de otros municipios de la mismaprovincia. En la mayora, las caractersti-cas de conformacin de los concejos deli-berantes y el juicio poltico al intendenteconvierten a este mecanismo en un recur-so de revocatoria legislativa.

    A pesar de su fragilidad presupues-taria e institucional, desde los aos no-venta los municipios se transformaronen piezas clave del gobierno. En medio

    de la crisis social de 2001/2002, los go-biernos municipales, sobre todo en loscentros urbanos ms poblados, fueronla forma en que se manifest la presen-cia del Estado para millones de argen-tinos. Durante los aos ms duros, losmunicipios fueron al mismo tiempomesa de entrada de demandas y boca

    de expendio de recursos siempre esca-sos. La participacin en el ms impor-tante plan socia l implementado en elpice de la crisis, el Jefas y Jefes de Ho-gar, puesto en marcha en 2002, confir-ma la importancia f uncional del nivelde gobierno ms frgil.

    En los momentos ms difciles, labrecha entre la demanda de la sociedady la capacidad material de proveer res-puestas por parte del Estado Nacionalfue saldada por la densidad del espaciopoltico local. Y si la legitimidad polticatrabajosamente adquirida por los inten-dentes en las urnas y en la gestin dia-ria no poda serv irse a la mesa de los msnecesitados, s poda producir niveles deconvivencia aceptables para quienes se

    enfrentaban a la urgencia de la super-vivencia. En una situacin extrema, laproximidad entre gobernantes y gober-nados, vista tanto por el progresismo co-mo por el neoliberalismo como la mejorgaranta de buena admin istracin, per-miti al menos que hubiera gobierno enel mbito local cuando las institucionesnacionales (incluidas la moneda de cur-so legal y la cadena de mando del Ejecu-tivo) se haban diluido casi totalmente.

    Durante los ltimos diez aos, lamejora de la situacin socioeconmi-ca producto del aumento del empleo yla formulacin de nuevos mecanismosde proteccin social desplazaron a losmunicipios de su rol de socorristas. Nisiquiera son las provincias, sino el Esta-do central, el encargado de implemen-

    tar, principalmente a travs de la AN-SES, polticas de transferencia mone-taria, como la i nclusin jubilatoria y laAsignacin Universal por Hijo. Al ig ualque su retirada en los noventa, la re-conocida vuelta del Estado en estosaos implica su rearticulacin territo-rial, en este caso volviendo a concentrarfunciones en la escala nacional, dondetambin se define la negociacin sala-rial, es decir un mecanismo distributi-vo estructurado por sector productivo yno por territorio.

    Sin embargo, a pesar de la evidentetendencia a la renacionalizacin del Es-tado, incluso en cierta medida a expen-sas de las provincias, nos encontramoscon una escena municipal recargada: los

    intendentes de los municipios grandesson piezas centrales de cualquier pro-puesta electoral, y la experiencia de go-bierno local lustra la chapa de estadistade los candidatos, en mayor medida queun cargo de ministro nacional. De untiempo a esta parte, la combinacin delegitimidad electoral y kilometraje degobierno es el fernet con cola de la de-mocracia argentina. En el antes desde-

    A pesar de la

    tendencia a la

    renacionalizacin,

    los intendentes

    de los municipios

    grandes son vitales

    para las elecciones.

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    Un testigo privilegiado de la crisis polticaque atraves el pas tras la renuncia deFernando de la Ra narra la intimidad delpoder frente al estallido econmico y social.

    El estallido dela crisis de 2001

    La crnica de los cinco presidentes

    por Damin Nabot*

    Durante aos fue testigo de losacontecimientos ms her-mticos de la Casa Rosada,con la condicin de callar. Ladiscrecin era el valor pri-

    mordial de su tarea.

    Te pido reserva de mi nombre.

    Ahora, en el caf La Esquina de Palermo,luego de acomodarse su saco verde agua ylevantarse el cuello de la camisa, mientrasvigila con la mirada hacia la calle Beruti,quiere quebrar el silencio de una dcada. Sisu nombre se deslizara lo acusaran de trai-cin, de infringir los principios que regansus obligaciones, como los cdigos que go-biernan el silencio de un mayordomo ingls.

    Estuvo junto a los cinco presidentesque se sucedieron frenticamente durantedos semanas: Fernando de la Ra, RamnPuerta, Adolfo Rodrguez Sa, EduardoCamao y Eduardo Duhalde. Fue testigode ascensiones y derrumbes, de euforias y

    depresiones profundas, cuando los fugacespresidentes se hundan en la impotencia enmedio de una sociedad enfurecida.

    Junto a su mano tiene el libroDos sema-nas, cinco presidentes, las pginas estn su-brayadas con lapicera negra y, cada tanto,aparece anotada alguna observacin en susmrgenes. Por qu romper el silencio aho-ra? La crisis de 2001 comienza a fraguarseya con el rigor de la letra histrica y anhela

    te el hedor cadavrico del gobierno, el Jus-ticialismo haba cortado de cuajo las nego-ciaciones abiertas para compartir el poder.

    Aquella jornada, en la Casa Rosada, eljefe del bloque de diputados de la UCR,Horacio Pernasetti, haba interpelado alPresidente por los muertos que se multi-plicaban con la represin.

    Qu muertos? haba respondidoDe la Ra. Era la tarde del 20 de diciem-bre de 2001.

    La Casa Rosada era como un velorio.Todos parecan superados, aplastados. Elnico que todava iba y vena era AdalbertoRodrguez Giavarini, el canciller. HernnLombardi, que era secretario de Turismo,lloraba desconsolado.

    En un ltimo intento, De la Ra se di-rigi nuevamente al pas a travs de la ca-dena nacional y pblicamente propuso alJusticialismo un gobierno de unidad na-cional y modificar el sistema monetario.

    Tras el discurso, Pernasetti lo llam alpresidente de la Cmara Baja, el duhaldis-

    ta Eduardo Camao. Y ustedes qu piensan hacer?

    pregunt. Me parece que se termin el tiempo

    respondi el peronista. La suerte esta-ba echada. El Justicialismo ya buscaba unsucesor y los gobernadores del PJ habanacordado reunirse esa misma noche paradefinir el nombre.

    El despacho presidencial tiene tres sec-tores: uno principal, la oficina del edecn enel medio y una oficina ms pequea en el alaopuesta, adonde se retir De la Ra para es-cribir la renuncia recuerda con un tonosolemne en sus palabras. El Presidente pi-di una hoja membretada y se fue solo a sen-tarse a un pequeo escritorio. Del otro ladoquedaron los ministros. Cuando termin deredactar la renuncia, le acerc el texto a Vir-gilio Loicono, que era el secretario Legal yTcnico, para llevarla al Congreso. Despussalud a los que estaban ah y cuando salidel despacho se interpuso el jefe de la CasaMilitar, el vicealmirante Carlos Daniel Car-bone, y le dijo que la seguridad de la rampano estaba garantizada, que no se poda lle-gar al helipuerto. De la Ra pregunt: Y en-tonces, qu hacemos?. Y Carbone le dijo queiban a traer el helicptero a la terraza parasalir desde ah. En ese momento nadie objetla idea del helicptero. Nadie.

    El helicptero levant vuelo a las 19:52desde la azotea de la Casa Rosada. La postal

    se multiplicara en millones de pantallas, enArgentina, en el mundo. De la Ra se habamarchado. Ramn Puerta se enterara enSan Luis, adonde lleg en el avin presta-do por el empresario Francisco de Narvez,que la presidencia ya recaa sobre sus hom-bros. El poder haba vuelto al peronismo.

    Para los justicialistas, la primera obse-sin desde que llegaron a la Casa Rosada fuegarantizar el orden. La mayora de las reunio-nes en los das siguientes fueron con jefes poli-ciales o militares. Todo el tiempo. Y Juan Joslvarez, que era secretario de Seguridad, iba yvena, de un lado para otro, pegado al celular.

    El hombre que estuvo con los cinco pre-sidentes hace una pausa y rememora. Ahora

    resulta tan irreal aquel calor, aquella plaza,el pnico instalado en el sistema nervioso dela dirigencia poltica, la incertidumbre co-mo ambiente natural, la sangre de los muer-tos por la represin sobre el asfalto caliente.

    Qu le dejaron aquellos das? Verpasar aquellos personajes, que un da eranpresidentes y al da siguiente ya no lo eran.

    Una conclusin? se pregunta a smismo y piensa.

    un reconocimiento, al menos annimo, desu paso por la intimidad del poder. Contarque estuvo ah, que lo vio todo. Pero estcondenado a los mrgenes borrosos de lasfotografas, a los rostros fuera de foco queaparecen detrs de los presidentes.

    La noche del 18 de diciembre de 2001De la Ra regres en auto, con los vidrioscerrados, a la Quinta de Olivos. Era sofo-cante. Pero el Presidente se negaba a en-cender el aire acondicionado porque le ha-ca malrelata pausadamente mientras sumemoria ensambla los fragmentos. ba-mos hacia la Quinta cuando lo llam Ra-mn Mestre, que era ministro del Interior.Yo le pas el telfono. Mestre le propuso alPresidente que el Ejrcito repartiera comi-da en sus camiones. Argumentaba que te-na una doble funcin, por un lado calmarlas necesidades y al mismo tiempo usar alEjrcito como una presencia intimidante.

    Para entonces, en el momento de la es-

    cena que describe, la crisis haba tomadoun rumbo trgico. El economista jefe delFondo Monetario Internacional (FMI),Kenneth Rogoff, haba terminado por ba-jarle el pulgar a Argentina: Est claro quela combinacin de poltica fiscal, su nivelde deuda y el rgimen de tipo de cambiofijo no es sustentable. La previsin de de-rrumbe del gobierno haba inyectado p-nico en la Unin Cvica Radical (UCR),

    que aquella maana le haba exigido al Pre-sidente un cambio en el rumbo econmico.

    Pero Fernando de la Ra se aferraba alcamino marcado por Domingo Cavallo yprefera soar con convencer al peronis-mo de compartir el poder, como si se tra-tara de la llave mgica que garantizara lagobernabilidad. Los saqueos se extendan

    ya por el conurbano. Los almacenes ha-ban quedado desguarnecidos, pero traslos llamados de las embajadas de Franciay Estados Unidos, la Polica Bonaerensehaba desplegado sus efectivos frente a loshipermercados de capitales extranjeros.La tensin fcilmente haba desemboca-do en represin.

    En los sectores medios, a su vez, el co-rralito devoraba los ltimos respaldos dela Alianza y se aprestaban las cacerolas.

    Fue aquella noche del 18 de diciembrecuando Ramn Mestre sugiri en los o-dos de Fernando de la Ra la idea de des-plegar efectivos del Ejrcito en el conur-bano, militares armados a bordo de ca-miones cargados de provisiones en unamarea de personas desesperadas. La ten-

    tacin militar frente a la crisis.

    Y De la Ra le responda que no, con elceo fruncido. Yo vea cmo negaba con lacabeza y repeta No, no. De pronto cort,se dio vuelta y me cont la idea que le habatransmitido el ministro: Mestre quiere queel Ejrcito reparta comida con sus camio-nes y, de paso, que sirva como disuasin.No, una cosa, o la otra, me dijo De la Rael automvil ya avanzaba por avenidaMaip rumbo a la Quinta de Olivos.

    Una cosa era repartir comida. Y la otra,a la cual aluda Fernando de la Ra, era des-plegar al Ejrcito para intimidar a los ma-nifestantes. La semilla de la declaracindel estado de sitio ya estaba en la mente delPresidente. Anocheca el 18 de diciembre.La declaracin llegara la jornada siguiente.

    En horas arribar la tormenta. Al otro la-do de la calle, el follaje de los rboles delJardn Botnico se mece suavemente. Elcaf La Esquina de Palermo se vaca lenta-mente. El hombre que estuvo con los cin-co presidentes termina el caf y se sirve dela botella de agua mineral. Su mirada ma-rina es inexpresiva. Se alisa los plieguesdel pantaln, luego toma una lapicera ydibuja un croquis de la Quinta de Olivos:la entrada por la calle Villate, la residen-cia, el chalet y el contorno de La Jefatura,como se conoce a un edificio lateral donde

    se agrupan oficinas y salones.

    De la Ra me dijo: Vamos a La Jefatu-ra. Haba aparecido a las 7:45. Todo el mun-do lo buscaba pero slo llam a Roque Mac-carone, presidente del Banco Central. Corty dijo: Que vengan Ins [Pertin] y Antoni-to. Los tres se quedaron en La Jefatura. Ha-bl con el jefe de Gabinete, Chrystian Colom-bo. Pas el tiempo hasta que le dije: Presi-dente, tenemos que ir para all. Me mir yme dijo: Bueno, vamos. Se lo vea como aun hombre que estaba sufriendo.

    All es la Casa Rosada. El momento,la maana del 20 de diciembre de 2001.Argentina se derrumbaba pero la nocheanterior Colombo se haba retirado de la

    Quinta de Olivos sin poder hablar con elPresidente porque se haba ido a dormir.El estado de sitio decretado por De la Rahaba sido desafiado por una multitud,que haba ocupado la Plaza de Mayo, elsmbolo del descascaramiento final quetanto haba intentado evitar el gobierno.La respuesta, la represin encabezada porla Infantera. Para el amanecer, el gabineteentero ya haba presentado la renuncia. An-

    Fernando de la Ra abandona la Casa Rosada, Buenos Aires, 20-12-01 (Martn Acosta)

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    El relato comienza a completarse. De losvaivenes del estallido a una nueva rutina.

    Duhalde siempre volva al conurbano. Sesuba al helicptero y le deca al piloto: Ba-j ah. El helicptero es como un llamador,me deca. Y era cierto, la gente escuchaba elmotor y empezaba a juntarse alrededor, co-

    mo hormigas, cientos. Y Duhalde bajaba y lespreguntaba: Recibiste el plan, te lleg, quinte lo dio?, y llamaba a los intendentes, a losdirigentes de la zona; los conoca a todos.

    Qu le dejaron aquellos das? insisto.Las mesas de La Esquina se preparan pa-

    ra los almuerzos. La camarera mira de reojodesde el mostrador porque presiente que lamesa, finalmente, quedar liberada.

    La burbuja. Siempre me impresion laburbuja.

    La burbuja?S. La Quinta de Olivos. El helicptero.

    La alfombra roja. Los secretarios. Es muy di-fcil ser normal. Los presidentes tienen quehacer un gran esfuerzo para ser normales.

    Aora la burbuja? me pregunto.Pero el hombre que estuvo con los cinco

    presidentes ya se marcha por la calle Beruti.Se lo ve alejarse, primero ntido, luego difu-so, borroso, hasta que se pierde en los mr-genes de la historia.g

    *Periodista. Autor de Dos semanas, cinco presidentes.Diciembre de 2001: la historia secreta , Aguilar, Buenos Aires,

    septiembre de 2011.

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    Este artculo fue publicado en el Dipl, N 150, diciembre

    de 2011.

    Todava queda un resto de agua mineral enla botella de vidrio. El medioda de noviem-bre acumula pesadez. En pocos das secumplirn diez aos. Van dos horas de con-versacin pero no hay rastros de cansan-cio en su cara, parece imperturbable, sigueel hilo sin apartarse del relato ms all de

    los caminantes que dan vueltas alrededor,de la camarera que ofrece otro caf, de losautomviles que estacionan a un costadode la vereda, que traen y llevan pasajeros.Y sin embargo, a pesar del dominio de susemociones, del control marcial de sus reac-ciones, una sombra de aoranza se traslu-ce en los silencios, la nostalgia de haber es-tado, de haber sido parte, de subir y bajaraviones sin pedir permiso, de atravesar va-llas y sortear controles, y de pronto quedarafuera, tener demasiado tiempo, leer cmootros nombres van quedando en la historia,y buscar el propio sin encontrarlo.

    Puerta tena una muletilla. Me pre-gunta ba: Cmo la ves? cmo la ves?.Lo mismo cada vez que me cruzaba. Has-

    ta que en un momento le dije: Tiene queesconder a este tipo, es impresentable.El tip o era Jos Lu is Manza no. Yo di miopinin. Y Puerta me respondi: Sabe loque pasa, es el que tiene ms aceitadas lasrelaciones con los radicales. No s si eracierto. Los polticos siempre tienen unarespuesta para salir del paso y por pri-mera vez se entrev un velo de amargu-ra en sus palabras, un sutil rencor hacialos otros, a quienes sirvi y lo olvidaron.

    En la ltima semana de diciembre de2001, la liga de gobernadores que asumiel poder tras la cada de Fernando de la Ra

    nomin a Adolfo Rodrguez Sa para enca-bezar una transicin de tres meses y con-vocar a elecciones. Pero el puntano rpida-mente se tentara con ir ms all del tiempoacordado, con la conviccin de que contabacon el apoyo popular para quedarse.

    El hermano lo segua a todas partes.

    Iban juntos de un lado para otro. Y de hecho,Alberto se instal en la oficina ms pequeadel despacho presidencial de la Casa Rosada.Un da bamos en el auto y unos albailes deuna obra vieron a Adolfo y lo saludaron. Elhermano enseguida se puso eufrico: MirAdolfo, te reconocen, te reconocen; salud,salud, le deca. Y Adolfo sac la mano y sepuso a saludar. Pero Rodrguez Sa se fue des-truyendo con el paso de los das. El primer dade su presidencia lleg a primera hora y se pu-so a trabajar, enrgico, hiperactivo. Pero a me-dida que pasaron los das se fue consumiendo.

    Los sueos de Rodrguez Sa de per-manecer en el poder terminaran demarchitarse el 28 de diciembre, con laPlaza de Mayo colmada de manifestan-

    tes que amenazaban con entrar a la CasaRosada y repudiaban los nombramien-tos de Carlos Grosso y otros personajesdel Gabinete que arrastraban acusacio-nes de corrupcin. Nuevamente sonabael cacerolazo en la ciudad. La idea de re-costarse sobre el respaldo popular, eri-gir su liderazgo sobre la ejecutividad y laaccin, marcar un fuerte contraste conla imagen de De la Ra, todo se habadesmoronado. Rodrguez Sa renuncia-ra desde San Luis mediante una teatralconferencia de prensa televisada. Perono sera el ltimo acto de su obra.

    Despus de renunciar, Rodrguez Sahaba recobrado el talante que tena cuan-do lleg a la Casa Rosada, se lo vea alivia-do. Era el 31 de diciembre. Yo slo quera vol-ver a casa con mi familia. Estbamos en SanLuis, en la residencia del gobernador, cuan-do de pronto llega un fax firmado por la jue-za Mara Romilda Servini de Cubra que lo

    intimaba a hacerse cargo de la Presidencia,porque la Asamblea Legislativa todava nole haba aceptado la renuncia y el pas ha-ba quedado acfalo. Qu hacemos?, meacuerdo que le pregunt Adolfo a su herma-no. Qu hacemos? Y hay que decir que s,respondi Alberto. Es una jueza, dijo. Y en-tonces Adolfo se puso a gritar: Decile ques! Decile que s! Decile que s!. Levantabalos brazos, y gritaba Decile que s!.

    La Asamblea Legislativa le aceptara la

    renuncia a Rodrguez Sa el lunes 31 de di-ciembre de 2001 y asumira Eduardo Ca-mao, para servir como bisagra a la llegadade Eduardo Duhalde.

    El 1 de enero, a las 7 de la maana, lleg

    un seor con bigote y me dijo: Hola, soy An-bal Fernndez, voy a ser el secretario generalde la Presidencia. Yo lo llev a su despacho.Un rato despus lleg Duhalde. Me acuerdoque Chiche siempre se preocupaba por nodejarlo solo, sobre todo cuando terminaba elda. Lo acompaaba para la cena o mandabaa una hija. No quera que estuviera solo. Unavez se haba hecho tarde y le dije: Doctor, porqu no se queda a dormir ac. Estbamos enla Quinta de Olivos. La llam a la mujer y ledijo que se quedaba. A la hora estaba Chiche.Por esos das, quien iba mucho a la Quinta deOlivos era Leopoldo Moreau.

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    Claroscuros de unarelacin conflictiva

    La democracia argentina ha manifestado, a lo largo de estas tres

    dcadas, una poderosa vitalidad para procesar conflictos, pero el

    Estado an sigue sin poder subordinar plenamente a las Fuerzas

    Armadas ni disear una poltica integral de defensa.

    El control poltico de las Fuerzas Armadas

    por Rut Diamint*

    otras instituciones del Estado sin recono-cer sus prerrogativas. Se apoy en los ofi-ciales ms leales y rompi con las cadenascorporativas, lo cual contribuy a debili-tar a los militares, aplac algunas deman-das y recompuso selectivamente aquellasfunciones que eran tiles a su proyecto. Enotras palabras, negoci con las cpulas be-

    neficios a cambio de lealtad.Menem busc descomprimir la presinmilitar y otorg el indulto a los jefes milita-res responsables de las violaciones de losderechos humanos, a los jefes de la Guerrade Malvinas y a militares que se haban le-vantado contra Alfonsn. Durante su go-bierno se anul el servicio militar obligato-rio, se intensific la participacin argenti-na en las misiones militares conjuntas conotros pases, y se public el primer LibroBlanco de Defensa. Pero el ministerio de esacartera nunca super el personalismo conel cual el Presidente resolva los temas cas-trenses: no estableci metas institucionalesy actu sin precisar los lineamientos para elfuncionamiento del sistema de defensa.

    En su gobierno coexistan dos tenden-

    cias internacionalista y nacionalista quepermiten explicar la incoherencia de algu-nas polticas. Su idea era potenciar los es-pacios de cooperacin adquiriendo segu-ridad a travs de alianzas con otros pasesy mecanismos multilaterales, en vez derecurrir a la inversin en recursos de de-fensa. El objetivo era que el instrumentomilitar acompaara las decisiones a nivelinternacional y que ni los militares, ni elMinisterio de Defensa, obstaculizaran esanueva insercin internacional de Argenti-na. En este contexto, el mandato especfi-co para las Fuerzas Armadas era que se co-nectaran profesionalmente con el mundo.Las misiones de paz en el marco de Nacio-nes Unidas fueron el vehculo elegido parapromover este nuevo papel. Su mayor le-gado fue la construccin de un medio re-gional ms seguro, minimizando las ten-siones militares. Pero fue tambin duran-te su presidencia que surgieron casos decorrupcin vinculados a la venta de armasa Ecuador. Menem, en suma, dio un pasoms en el largo camino hacia la desmili-tarizacin de la poltica, siguiendo algu-nas propuestas de su antecesor, pero conun estilo pragmtico y personalista. Cam-bi conflicto por degradacin. No intentconstruir las herramientas necesarias pa-ra conducir las Fuerzas Armadas; tampo-co dise una poltica integral de defensa.

    Crisis e inerciaEl gobierno de Fernando de la Ra tuvo po-

    co espacio para las innovaciones en materiade polticas pblicas. En materia de defen-sa, se acomod a las aspiraciones militares.Los principales lineamientos de defensade la Alianza se conocieron a partir de undocumento llamadoRevisin de la Defen-sa 2001. Este informe de 62 pginas nuncafue objeto de una presentacin formal, da-do que cuando se termin de imprimir ya noestaba en el cargo. En la pgina preliminardel escrito, el entonces presidente expresa-ba: La poltica de defensa en la que estamostrabajando est basada en una profundareingeniera organizacional del sector y latransformacin estructural de sus sistemasoperativos y administrativos. Sin embargo,no hubo ninguna reingeniera y la revisinslo se limit a las palabras.

    Se intent una ampliacin de las mi-siones militares en cuestiones de seguri-dad pblica. Para ello se cre la Direccinde Inteligencia para la Defensa (DID) y sedesign al frente al general Ernesto Bossi,defensor enrgico de las operaciones deinteligencia y de seguridad militar inter-na para combatir el narcoterrorismo. Suconcepto expansivo de seguridad inte-gral borraba la distincin entre seguridad

    En los treinta aos que siguie-ron a la ltima dictadura mi-litar argentina hubo una con-tinuidad que fue transversal atodos los gobiernos democr-

    ticos: la admisin de niveles residuales deautonoma militar. Es cierto que las Fuer-zas Armadas argentinas ya no amenazan alorden institucional, pero tambin que si-guen sin subordinarse plenamente al po-der civil y el Poder Ejecutivo contina sinestablecer los mecanismos institucionali-zados necesarios para la formulacin deuna poltica integral de defensa.

    El modelo de transicin democrticay el lugar que en l ocuparan las FuerzasArmadas fue delineado por el presidenteRal Alfonsn. La estrategia del gobiernofue imprimir juridicidad a la relacin cvi-co-militar: en 1985 comenz el juicio oral ypblico a los comandantes del Proceso deReorganizacin Nacional. Fue una accinconmocionante, sin antecedentes, de alt-simo impacto en la sociedad argentina, en

    Nstor Kirchner ordena al general Bendini que baje el cuadro de Videla en el Colegio Militar, Provincia de Buenos Aires, 24-3-04 (Reuters)

    la comunidad internacional y en las pro-pias Fuerzas Armadas. Pero tras los suce-sivos levantamientos militares, el gobier-no promovi la aprobacin de las leyes dePunto Final y Obediencia Debida, parali-zando as los procesos judiciales contra losoficiales de la dictadura militar. No era laexpresin de una opcin poltica, sino deuna debilidad.

    La poltica de defensa del gobierno radi-cal se centr en la defensa de los derechoshumanos y en el restablecimiento de pautasformales de normalidad institucional. Pe-ro Alfonsn opt por una forma incompleta

    de control sobre las Fuerzas Armadas. El expresidente logr cambiar el patrn recurren-te de golpes militares, pero fue menos eficaza la hora de manejar los numerosos proble-mas derivados de ese control democrtico.La ausencia de un plan integral de defensa yla implementacin de una limitada reformaministerial permitieron que los militares ge-neraran estrategias de preservacin de po-der, cuyo resultado fue el debilitamiento del

    gobierno democrtico, dejando en suspensola resolucin del conflicto cvico-militar. Elcarcter fragmentario de estas medidas des-emboc en la permanencia de altos grados deautonoma militar. Las rebeliones carapinta-das y el ataque al cuartel del ejrcito en La Ta-blada fueron decisivos para sellar la suerte delgobierno. Alfonsn, desbordado por los acon-tecimientos, declar el estado de sitio y unassemanas despus anunci la cesin anticipa-da de la presidencia.

    El presidente que lo sucedi, Carlos Me-nem, estaba convencido de la necesidad dereducir la autarqua militar y reforzar la

    conduccin civil de la defensa. Se trataba,en ese entonces, de una condicin institu-cional bsica para el funcionamiento de lademocracia. Pero, a diferencia de su ante-cesor, Menem no apel a la juridicidad paralimitar la aut