Le Monde Diplomatique. Septiembre 2014

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Más riqueza, más desigualdad.

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septiembre 2014el dipló, una voz clara en medio del ruido Capital Intelectual S.A.

Paraguay 1535 (1061) Buenos Aires, ArgentinaPublicación mensualAño XVI, Nº 183Precio del ejemplar: $30En Uruguay: 100 pesos

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José NataNsoN Claudio sCaletta thomas Piketty Russell JaCoby GabRiel kessleR matthieu boNduelle aldo feRReR seRGe halimi

Dossier

Reuters

Qué busca China en américa latinaEl gigante asiático está desplazando a Estados Unidos como potencia hegemónica en la región. Sedienta de materias primas, China ha establecido una relación casi colonial con varios países, que deben enfrentar la competencia de sus manufacturas.

Escriben: Christophe Ventura y François Musseau

Más riqueza, más desigualdad

Adelanto exclusivo de la investigación de Thomas Piketty que conmueve al mundo y revela un aumento de la inequidad global. ¿Qué pasa en Argentina?

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por José Natanson

El estallido de la primera fase de la crisis financiera global, en agos-to del 2008, terminó con la etapa de “crecimiento fácil” que había beneficiado a las economías la-

tinoamericanas desde el inicio del boom de los commodities allá por el 2003. Increíble-mente positiva y, mirada desde hoy, bastan-te breve, esta fase dorada ha quedado atrás, y desde hace algunos años la región atravie-sa un ciclo económico menos diáfano, que se vuelve todavía más difícil para las economías más grandes y diversificadas (Brasil, México, Argentina), que crecerán comparativamente menos que aquellas que descansan en la ex-portación de uno o dos recursos naturales cu-yos precios se mantienen por la estratósfera (Perú, Bolivia, Chile). La Cepal estima que, luego de cinco años de crecimiento a una tasa promedio del 5 por ciento, este año la región crecerá apenas 2,2 (1).

La tendencia se verifica, agudizada, en Ar-gentina, que atraviesa el momento económico más delicado de todo el ciclo kirchnerista. Le-jos de las tasas chinas, los superávits gemelos y la mejora de prácticamente todos los indi-cadores sociales registrada en los años inicia-les, desde hace un lustro la economía enfrenta una serie de dificultades que sería insensato atribuir exclusivamente al cambio de contex-to internacional y que incluyen la preocupan-te acumulación de cada vez más tensiones ma-cro: una inf lación que oscila entre el 25 y el 30 por ciento, contra menos de 6 de promedio regional, una caída de las reservas mayor que la registrada en otros países y últimamente una disminución del consumo y un aumento del desempleo, todo lo cual marca una dife-rencia significativa en tiempo (con la primera etapa del kirchnerismo) y espacio (con el res-to de los países latinoamericanos, que sufren algunos de los mismos problemas pero, salvo en el caso de Venezuela, de manera menos in-tensa). Y es que no hace falta ser un latinoa-mericanista consagrado para comprobar que los países vecinos no registran los índices de inf lación a los que nos hemos acostumbrado en Argentina, que pueden recurrir a los mer-cados internacionales para financiarse a ta-sas razonables y de este modo morigerar la restricción externa, y que no deben lidiar con un mercado de cambios desdoblado e incierto (con la excepción, una vez más, de Venezuela).

Por supuesto, parte de la explicación radica en causas de largo plazo que exceden al actual gobierno, como el hecho de que Argentina fue el único país latinoamericano que produjo un default en el tránsito al pos-neoliberalismo o, yendo incluso más atrás, la tendencia a la

profecía inf lacionaria autocumplida y la pa-sión por el atesoramiento en dólares de una sociedad habituada a la gimnasia de un es-tallido económico cada diez años (las penas pesan en el corazón). Pero también habrá que reconocer que muchos de estos problemas se genera ron o potencia ron du ra nte la desdichada etapa policéfala de conducción económica, cuando el manejo de las finanzas se dividía entre un quinteto de funcionarios entre los que se destacaba Guillermo Moreno, y que estaban presentes antes de que estallara el conflicto con los fondos buitre.

Que de todos modos puso las cosas patas para arriba. Unif icada en Axel Kicillof, la economía se encaminaba razonablemente a la normalización del frente f inanciero mediante los acuerdos con el Club de París, Repsol y el Ciadi, como condición para la búsqueda de capita les que per m it iera n enfrentar la restricción externa, cuando el fallo de Thomas Griesa cambió el escenario. Y aunque todos sabemos que, con 28 mil millones de dólares de reservas, un sistema financiero sólido y fondeado en pesos y una deuda externa manejable, la posibilidad de un estallido es realmente lejana, preocupa en cambio el escenario de “crisis sin desenlace”, la perspectiva recesiva que se intuye para un futuro gris y sus posibles impactos sociales: este año, por primera vez desde el 2003, los salarios aumentarán menos que la inf lación, mientras que el mercado de trabajo comienza a mostrar signos de un evidente deterioro, lo que resulta tanto más grave si se tiene en cuenta que, como sostiene Gabriel Kessler en su completa investigación sobre la evolución de la desig ua ldad en A rgent ina (2), los avances sociales más importantes de la última década estuvieron en general vinculados a las mejoras en el mercado laboral.

Tras el volantazo de devaluación y aumento de ta sa s de enero pa sado, la est rateg ia económica parece limitarse hoy a políticas sectoriales orientadas a contener los efectos recesivos de aquel los ca mbios: repros , desgravaciones impositivas, planes de aliento al consumo, precios cuidados... La pregunta es si este abordaje es suficiente, si las tensiones de la macroeconomía se pueden resolver con el esfuerzo de la microeconomía y el voluntarismo del Estado, o si más temprano que tarde no será necesario un nuevo ajuste que ponga en línea las principales variables (la inf lación, por ejemplo, ya se comió parte del efecto competitivo del nuevo tipo de cambio).

Desde luego, alg unas decisiones deben ser a na l izada s con discreción a ntes de ser comunicadas ( las devaluaciones, por

ejemplo, son como los primeros besos: jamás hay que anunciarlos). Por otra parte, resulta muy comprensible el rechazo que genera en el equipo económico el recuerdo de los planes de shock y los paquetazos sorpresivos típicos del pasado, cuando el ministro de Economía se sentaba frente a las cámaras de la cadena nacional para notif icar a una población azorada un conjunto de medidas que trastocaban todo (el síndrome Gilberto Manhattan Ruiz).

Pero ahora, en el otro extremo, pareciera como si los responsables de las f inanzas públicas directamente se negaran a hablar de los cambios en la macroeconomía: de hecho, algunos funcionarios siguen diciendo “adecuación de precios” en lugar de inflación y se refieren a la devaluación de enero como un... ¡deslizamiento cambiario! Algo similar ocurre con la crucial decisión de bajar las tasas de interés aplicada en las últ imas semanas: más allá de si se trata o no de una estrateg ia adecuada (3), lo cierto es que nadie nos ha explicado sus motivaciones y sus objetivos. Falta, en suma, un esfuerzo de pedagog ía que haga más explícitas y comprensibles las líneas fundamentales de la macroeconomía en tiempos difíciles.

La políticaNo deja de resultar notable que, en un contexto económico turbulento, la política se mantenga serena, casi diríamos en paz. El oficialismo luce cohesionado detrás del liderazgo firme de Cristina, cuya imagen positiva aumentó a raíz del conf licto con los fondos buitre, y la perspectiva de una gran PASO de todo el peronismo no opositor contribuye a contener la interna presidencial, frente a una oposición que sigue enredada en las ambiciones y los egos de su feria de vanidades. Alejando un poco el foco del día a día resulta fácil comprobar que, aún en plena campaña presidencial, pareciera existir una suerte de consenso tácito alrededor de algunas líneas económicas elementales, consenso evidenciado en la heterodoxia moderada, una especie de lavagnismo difuso, que parece resumir la fe económica de los referentes de los principales candidatos presidenciales, muchos de los cuales fueron de hecho funcionarios kirchneristas (Roberto Lavagna, Miguel Peirano y Daniel Arroyo en el massismo, Martín Lousteau y Alfonso Prat-Gay en UNEN). En cuanto a Mauricio Macri, y aunque algunos de los economistas que lo acompañan muestran efectivamente un perfil diferente, no cuesta mucho imaginárselo ofreciéndole el manejo de la economía a un lavagnista (o incluso al mismo Lavagna, a quien,

Las penas pesan en el corazón

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por Claudio Scaletta*

recordemos, en su momento tentó como candidato porteño).

Pero maticemos. Esto no implica negar las diferencias entre oficialismo y oposición, que son muchas y muy notables, sino simplemente señalar que las principales alternativas para el 2015, incluyendo a las kirchneristas, resultan económicamente menos contrastantes que los escenarios polares estilo dolarización/devaluación típicos del pasado. ¿La economía gira al centro? Todavía es pronto para decirlo, pero en todo caso, y retomando la perspectiva latinoamericana del comienzo de este editorial, el contexto regional acompaña.

En efecto, en el marco de una economía sin grandes crisis pero menos próspera que la de hace algunos años, la oposición a los gobiernos progresistas de América Latina aparece como populista en materia de seguridad pública, liberal (aunque no totalmente neoliberal) en materia económica, y lo suficientemente inteligente como para mostrar una cara social: Henrique Capriles, Mauricio Rodas, Aecio Neves, Massa, Macri, Unen... El motivo es simple: estamos en otra etapa. Como señaló Pablo Stefanoni (4), la “fase heroica” del giro a la izquierda ha quedado atrás, y hoy atravesamos un momento caracterizado por el amesetamiento de los procesos de integración, la moderación económica de los liderazgos (incluyendo los más radicales, como el de Evo Morales) y la marginación de las propuestas al estilo socialismo del siglo XXI, un poco por la interminable crisis interna de Venezuela y otro poco porque nunca pasó de la vistosa h iperac t iv idad de Chávez . Sig u iendo a Stefanoni, podríamos decir que no sólo la izquierda, también la oposición se “luliza”, en la región y en Argentina.

Lo que todavía no sabemos es si se trata de una buena noticia. g

1 . La previsión era de 2,7 pero fue reducida a 2,2 en el último

Estudio Económico de América Latina y el Caribe.

2. Ver nota páginas 12 y 13.

3. Para un análisis del tema, ver la nota de Claudio Scaletta en

el suplemento “Cash” de Página/12 del 24 de agosto de 2014.

4. Le Monde diplomatique, edición especial

2014 “Fracturas en América Latina”.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

StaffDi rec tor: José Natanson

Re dac ciónCarlos Alfieri (editor)Pa blo Stancanelli (editor)Creusa Muñoz Luciana RabinovichLuciana Garbarino

Se cre ta riaPa tri cia Or fi lase cre ta ria@el di plo.org

Co rrec ciónAlfredo Cortés

DiagramaciónCristina Melo

Co la bo ra do res lo ca lesNazaret CastroJulián ChappaGabriel KesslerFederico LorenzMarcelo Fabián SainJosefina SartoraClaudio ScalettaBárbara SchijmanMarta Vassallo

IlustradorGustavo Cimadoro

Tra duc to resJulia BucciTeresa GarufiAldo GiacomettiFlorencia Giménez ZapiolaPatricia MinarrietaBárbara Poey SowerbyGustavo RecaldeGabriela VillalbaCarlos Alberto Zito

Diseño originalJavier Vera Ocampo

Producción y circulaciónNorberto Natale

PublicidadMaia Sona [email protected]@eldiplo.org

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Si no media deshonestidad, hasta los oposi-tores más férreos reconocen que el estra-falario fallo de la justicia estadounidense intentó extorsionar al país en favor de los fondos buitre. Frente al apriete imperial,

el gobierno ejerció soberanía y defendió el patrimo-nio público. En juego no estaba solamente el valor del pago de un fallo abiertamente injusto, sino la to-talidad de la reestructuración de la deuda. La oposi-ción se mostró errática y con reacciones lentas. Su única propuesta concreta fue subordinarse al juz-gado neoyorquino y pagar sin chistar. Las mejores banderas y la legitimidad quedaron del lado del go-bierno, que supo capitalizarlas y recrear su mística. La disputa frente al enemigo externo logró que las dificultades económicas, profundizadas por la de-valuación de enero, pasen a segundo plano, y sumó un prodigio: que la imagen presidencial crezca en el marco de una economía que se frena.

Pasado el vendaval, las dificultades económicas permanecen intactas. El bloqueo judicial a los pagos no desató las diez plagas de Egipto con que asusta-ron algunos economistas, pero no será neutro. Para empezar abortó la estrategia de administración de la restricción externa, es decir la gestión de la escasez estructural de dólares. El camino consistía en la re-solución de todos los pendientes con los mercados financieros globales para volver a colocar deuda a tasas bajas y, en paralelo, estimular las inversiones energéticas. El diagnóstico se basó en que el resto de los países de la región, con estructuras económi-cas similares, no presentan problemas de cuenta co-rriente porque tienen ingresos de capitales.

Para financiar el crecimiento y no desatar crisis cambiarias, entonces, la clave sigue siendo el finan-ciamiento externo. La alternativa es no crecer, una vía que supone conflictividad social y problemas de estabilización del mercado cambiario. El punto es que las cotizaciones de los títulos de deuda nunca se desmoronaron. El bloqueo estadounidense y la ma-la prensa financiada por los buitres, y alimentada y replicada localmente, generaron un efecto indesea-do para sus impulsores: el conocimiento planetario de que Argentina es solvente e intenta por todos los medios cumplir con sus acreedores regulares. El país también consiguió la simpatía de quienes, fren-te al ataque especulativo, apoyaron en los distintos foros multilaterales. La previsión lógica es que no se esperará hasta enero de 2015 para pagar el 100 por ciento a los holdouts, como algunos desean, sino que para ellos se mantendrán las condiciones del canje. Y desde ahora, pero especialmente a partir de oc-tubre, una vez desbloqueada la cadena de pagos, se retomará la estrategia de buscar financiamiento en el exterior. Esta vez por fuera de Estados Unidos. El mundo no termina en Nueva York. g

*Economista.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

Capital Intelectual S.A.

Le Monde diplomatique (París)

La circulación de

Le Monde diplomatique,

edición Cono Sur, del mes

de agosto de 2014 fue de

25.700 ejemplares.

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Lejos de Nueva York

Editorial

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Pasado y futuro de la desigualdad

La distribución de la riqueza es una de las cuestiones más controversia-les y debatidas en la actualidad. Pero, ¿qué se sabe realmente de su evolu-ción a lo largo del tiempo? ¿Acaso la dinámica de la acumulación del ca-

pital privado conduce inevitablemente a una con-centración cada vez mayor de la riqueza y del poder en unas cuantas manos, como lo creyó Marx en el siglo XIX? O bien, ¿acaso las fuerzas que ponen en equilibrio el desarrollo, la competencia y el progreso técnico llevan espontáneamente a una reducción de las desigualdades y a una armoniosa estabilización en las fases avanzadas del desarrollo, como lo pensó

por Thomas Piketty*

La investigación que está revolucionando el debate económico mundial

Kuznets en el siglo XX? ¿Qué se sabe en realidad de la evolución de la distribución de los ingresos y de la riqueza desde el siglo XVIII, y qué lecciones pode-mos sacar para el siglo XXI?

Éstas son las preguntas a las que intento dar res-puesta en este libro. Digámoslo de entrada: las res-puestas presentadas son imperfectas e incomple-tas, pero se basan en datos históricos y comparati-vos mucho más extensos que todos los trabajos an-teriores –abarcando tres siglos y más de veinte paí-ses–, y en un marco teórico renovado que permite comprender mejor las tendencias y los mecanismos subyacentes. El crecimiento moderno y la difusión de los conocimientos permitieron evitar el apoca-

lipsis marxista, mas no modificaron las estructuras profundas del capital y de las desigualdades, o por lo menos no tanto como se imaginó en las décadas optimistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de incremento de la produc-ción y del ingreso –lo que sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con volverse la norma en el siglo XXI–, el capitalismo produce mecánicamente desigual-dades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas. Sin embargo, existen medios para que la democracia y el interés general logren retomar el control del capita-

DossierMás riqueza, más desigualdad

Con su libro El capital en el siglo XXI, próximo a ser publicado por Fondo de Cultura Económica, Thomas Piketty produjo una conmoción. Su tesis es que en el largo plazo la renta del capital es superior al crecimiento y que, por lo tanto, la riqueza tiende a concentrarse. Luego de un período excepcional explicado por las dos guerras mundiales, el mundo se acerca a niveles de desigualdad similares a los de la época victoriana.

Postal de la lujosa calle Oscar Freire, San Pablo (Bruno Miranda/Reuters)

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lismo y de los intereses privados, al mismo tiempo que mantienen la apertura económica y evitan reac-ciones proteccionistas y nacionalistas. Este libro in-tenta hacer propuestas en este sentido, apoyándose en las lecciones de esas experiencias históricas, cuyo relato constituye la trama principal de la obra.

¿Un debate sin fuente?Durante mucho tiempo los debates intelectuales y po-líticos sobre la distribución de la riqueza se alimenta-ron de muchos prejuicios y de muy pocos hechos.

Desde luego, cometeríamos un error al subesti-mar la importancia de los conocimientos intuitivos que desarrolla cada persona acerca de los ingresos y de la riqueza de su época, en ausencia de todo mar-co teórico y de toda estadística representativa. Vere-mos, por ejemplo, que el cine y la literatura –en par-ticular la novela del siglo XIX– rebosan de informa-ciones sumamente precisas acerca de los niveles de vida y fortuna de los diferentes grupos sociales, y so-bre todo acerca de la estructura profunda de las des-igualdades, sus justificaciones y sus implicaciones en la vida de cada uno. Las novelas de Jane Austen y de Balzac, en particular, presentan cuadros pasmo-sos de la distribución de la riqueza en el Reino Uni-do y en Francia en los años de 1790 a 1830. Los dos novelistas poseían un conocimiento íntimo de la je-rarquía de la riqueza en sus respectivas sociedades; comprendían sus fronteras secretas, conocían sus implacables consecuencias en la vida de esos hom-bres y mujeres, incluyendo sus estrategias maritales, sus esperanzas y sus desgracias; desarrollaron sus implicaciones con una veracidad y un poder evoca-dor que no lograría igualar ninguna estadística, nin-gún análisis erudito.

En efecto, el asunto de la distribución de la riqueza es demasiado importante para dejarlo sólo en manos de los economistas, los sociólogos, los historiadores y demás filósofos. Atañe a todo el mundo, y más vale que así sea. La realidad concreta y burda de la desigualdad se ofrece a la vista de todos los que la viven, y suscita naturalmente juicios políticos tajantes y contradicto-rios. Campesino o noble, obrero o industrial, sirvien-te o banquero: desde su personal punto de vista, cada uno ve las cosas importantes sobre las condiciones de vida de unos y otros, sobre las relaciones de poder y de dominio entre los grupos sociales, y se forja su propio concepto de lo que es justo y de lo que no lo es. El tema de la distribución de la riqueza tendrá siempre esta di-mensión eminentemente subjetiva y psicológica, que irreductiblemente genera conflicto político y que nin-gún análisis que se diga científico podría apaciguar. Por fortuna, la democracia jamás será reemplazada por la república de los expertos.

Por ello, el asunto de la distribución también me-rece ser estudiado de modo sistemático y metódico. A falta de fuentes, de métodos, de conceptos definidos con precisión, es posible decir todo y su contrario. Pa-ra algunos las desigualdades son siempre crecientes, y el mundo cada vez más injusto, por definición. Para otros las desigualdades son naturalmente decrecien-tes, o bien se armonizan de manera espontánea, y an-te todo no debe hacerse nada que pudiera perturbar ese feliz equilibrio. Frente a este diálogo de sordos, en el que a menudo cada campo justifica su propia pere-za intelectual mediante la del campo contrario, exis-te un cometido para un procedimiento de investiga-ción sistemática y metódica, aun cuando no sea ple-namente científica. El análisis erudito jamás pondrá fin a los violentos conflictos políticos suscitados por la desigualdad. La investigación en ciencias sociales es y será siempre balbuceante e imperfecta; no tiene la pretensión de transformar la economía, la sociología ni la historia en ciencias exactas, sino que al estable-cer con paciencia hechos y regularidades, y al anali-zar con serenidad los mecanismos económicos, socia-les, políticos que sean capaces de dar cuenta de éstos puede procurar que el debate democrático esté me-jor informado y se centre en las preguntas correctas; además puede contribuir a redefinir siempre los tér-minos del debate, revelar las certezas estereotipadas y las imposturas, acusar y cuestionarlo todo siempre.

[…]

Marx: el principio de acumulación infinitaCuando Marx publicó en 1867 el primer tomo de El capital, es decir exactamente medio siglo después de la publicación de los Principios de economía po-lítica y tributación de David Ricardo, había habido una profunda evolución de la realidad económica y social: ya no se trataba de saber si la agricultura po-dría alimentar a una población creciente o si el pre-cio de la tierra aumentaría hasta las nubes, sino más bien de comprender la dinámica de un capitalismo en pleno desarrollo.

El suceso más destacado de la época era la miseria del proletariado industrial. A pesar del desarrollo –o tal vez en parte debido a él– y del enorme éxodo ru-ral que había empezado a provocar el incremento de la población y de la productividad agrícola, los obre-ros se apiñaban en cuchitriles. Las jornadas de traba-jo eran largas, con sueldos muy bajos. Se desarrollaba una nueva miseria urbana, más visible, más chocante, y en ciertos aspectos aun más extrema que la miseria rural del Antiguo Régimen. Germinal, Oliver Twist o Los miserables no nacieron de la imaginación de los novelistas, ni así lo hicieron las leyes que en 1841 pro-hibieron el trabajo de niños menores de ocho años en las manufacturas en Francia, o el de los menores de diez años en las minas del Reino Unido en 1842. El cuadro del estado físico y moral de los obreros emplea-dos en las manufacturas, publicado en Francia en 1840 por el Dr. Villermé y que inspiró la tímida legislación de 1841, describía la misma realidad sórdida que La si-tuación de la clase obrera en Inglaterra, publicado por Engels en 1845 (1).

De hecho, todos los datos históricos de los que disponemos en la actualidad indican que no fue sino hasta la segunda mitad –o más bien hasta el último tercio– del siglo XIX cuando ocurrió un incremento significativo del poder adquisitivo de los salarios. De la década de 1800-1810 a la de 1850-1860, los salarios de los obreros se estancaron en niveles muy bajos, cercanos a los del siglo XVIII y los siglos anteriores, e incluso inferiores en algunos casos. Esta larga fase de estancamiento salarial, que se observa tanto en el Reino Unido como en Francia, es impresionante par-ticularmente debido a que el crecimiento económico se aceleró durante ese período. La participación del capital –beneficios industriales, renta del suelo, ren-tas urbanas– en el producto nacional, en la medida en que se lo puede estimar a partir de las fuentes imper-fectas de las que disponemos hoy día, se incremen-tó fuertemente en ambos países durante la primera mitad del siglo XIX (2). Disminuiría ligeramente en los últimos decenios del siglo XIX, cuando los sala-rios recuperarían parcialmente el retraso en su incre-mento. Sin embargo, los datos que reunimos indican que no hubo disminución estructural alguna de la desigualdad antes de la Primera Guerra Mundial. En el transcurso de 1870-1914, en el mejor de los casos se presenció una estabilización de la desigualdad en un nivel muy elevado, y en ciertos aspectos una espiral inequitativa sin fin, en particular con una concentra-ción cada vez mayor de la riqueza. Es muy difícil de-cir a dónde habría conducido esta trayectoria sin los importantes shocks económicos y políticos provoca-dos por la deflagración de 1914-1918, que a la luz del análisis histórico, y con la retrospectiva de la que dis-ponemos hoy día, se revelan como las únicas fuerzas que podían llevar a la reducción de las desigualdades desde la Revolución Industrial.

Lo cierto es que la prosperidad del capital y de los beneficios industriales, en comparación con el estan-camiento de los ingresos destinados al trabajo, era una realidad tan evidente en la década de 1840-1850 que todos estaban perfectamente conscientes de ello, aun si en ese momento nadie disponía de estadísticas na-cionales representativas. Es en este contexto donde se desarrollaron los primeros movimientos comunis-tas y socialistas. La pregunta central es simple: ¿para qué sirvió el desarrollo de la industria, para qué sir-vieron todas esas innovaciones técnicas, ese trabajo, esos éxodos, si al cabo de medio siglo de desarrollo in-dustrial la situación de las masas siguió siendo igual de miserable, sin más remedio que prohibir en las fá-bricas el trabajo de los niños menores de ocho años?

Parecía evidente el fracaso del sistema económico y político imperante. Esto llevó a plantearse la siguiente pregunta: ¿qué se puede decir de la evolución que ten-dría semejante sistema a largo plazo?

Marx se consagró a esta tarea. En 1848, en víspe-ras de la “Primavera de los pueblos”, ya había publi-cado el Manifiesto comunista (3), texto corto y eficaz que se inicia con el famoso “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo” (4) y concluye con la no menos célebre predicción revolucionaria: “[El] desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta pro-duce y se apropia de lo producido. La burguesía pro-duce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hun-

dimiento y la victoria del proletariado son igual-mente inevitables” (5).En las dos siguientes dé-cadas, Marx se dedicó a escribir el voluminoso tratado que justificaría es-ta conclusión, y a funda-mentar el análisis del capi-talismo y de su desplome. Esta obra quedaría incon-clusa: el primer tomo de El capital se publicó en 1867, pero Marx falleció en 1883 sin haber terminado los dos siguientes tomos, que publicaría después de su

muerte su amigo Engels, a partir de los fragmentos de manuscritos –a menudo oscuros– que dejó.

A semejanza de Ricardo, Marx basó su trabajo en el análisis de las contradicciones lógicas internas del sis-tema capitalista. De esta manera, buscó diferenciarse tanto de los economistas burgueses (que concebían en el mercado un sistema autorregulado, es decir capaz de equilibrarse solo, sin mayor divergencia, similar a la “mano invisible” de Smith y a la “Ley de Say”), co-mo de los socialistas utópicos o proudhonianos quie-nes, según él, se contentaban con denunciar la mise-ria obrera, sin proponer un estudio verdaderamente científico de los procesos económicos operantes (6). En resumen: Marx partió del modelo ricardiano del precio del capital y del principio de escasez, y ahondó en el análisis de la dinámica del capital, al considerar un mundo en el que el capital es ante todo industrial (máquinas, equipos, etc.) y no rural, y puede, enton-ces, acumularse potencialmente sin límite. De hecho, su principal conclusión es lo que se puede llamar el “principio de acumulación infinita”, es decir la inevi-table tendencia del capital a acumularse y a concen-trarse en proporciones infinitas, sin límite natural; de ahí el resultado apocalíptico previsto por Marx: ya sea que haya una baja tendencial de la tasa de rendimien-to del capital (lo que destruye el motor de la acumu-lación y puede llevar a los capitalistas a desgarrarse entre sí), o bien que el porcentaje del capital en el pro-ducto nacional aumente indefinidamente (lo que, tar-de o temprano, provoca que los trabajadores se unan y se rebelen). En todo caso, no es posible ningún equili-brio socioeconómico o político estable.

Esta negra profecía de Marx no estuvo más cerca de ocurrir que aquella prevista por Ricardo. A par-tir del último tercio del siglo XIX, por fin los sueldos empezaron a subir: se generalizó la mejora del poder adquisitivo, lo que cambió radicalmente la situación, a pesar de que siguieron siendo muy importantes las desigualdades, y en algunos aspectos éstas no dejaron de crecer hasta la Primera Guerra Mundial. En efec-to, la Revolución Comunista tuvo lugar, pero en el país más atrasado de Europa, aquél en el que apenas se iniciaba la Revolución Industrial (Rusia), mien-tras los países europeos más adelantados exploraban otras vías –socialdemócratas– para la fortuna de sus habitantes. Al igual que los autores anteriores, Marx pasó totalmente por alto la posibilidad de un progre-so técnico duradero y de un crecimiento continuo de la productividad, una fuerza que, como veremos, permite equilibrar –en cierta medida– el proceso de acumulación y de creciente concentración del capital privado. Sin duda carecía de datos estadísticos pa-

La investigación económica pasó de las predicciones apocalípticas al gusto por los cuentos de hadas.

d

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ra precisar sus predicciones. Sin duda también fue víctima del hecho de haber fijado sus conclusiones desde 1848, aun antes de iniciar las investigaciones que podrían justificarlas. Es por demás evidente que Marx escribía en un clima de gran exaltación política, lo que a veces conduce a atajos apresurados que es di-fícil evitar; de ahí la absoluta necesidad de vincular el discurso teórico con fuentes históricas tan completas como sea posible, a lo que en realidad Marx no se abo-có (7). A esto se suma que Marx ni siquiera se cuestio-nó sobre cómo sería la organización política y econó-mica de una sociedad en la que se hubiera abolido por completo la propiedad privada del capital –problema complejo, si lo hubiera– como lo demuestran las dra-máticas improvisaciones totalitarias de los regíme-nes que intentaron llevarla a cabo.

Sin embargo veremos que, a pesar de todos sus lí-mites, en muchos aspectos el análisis marxista con-serva cierta pertinencia. Primero, Marx partió de una pregunta importante (relativa a una concentración in-verosímil de la riqueza durante la Revolución Indus-trial) e intentó darle respuesta con los medios de los que disponía: he aquí un proceder en el que los eco-nomistas actuales harían bien en inspirarse. Enton-ces, cabe destacar que el principio de acumulación infinita defendido por Marx contiene una intuición fundamental para el análisis tanto del siglo XXI co-mo del XIX, y en cierta manera aun más inquietante que el principio de escasez tan apreciado por Ricar-do. Ya que la tasa de incremento de la población y de la productividad permanece relativamente baja, las riquezas acumuladas en el pasado adquieren natu-ralmente una importancia considerable, potencial-mente desmedida y desestabilizadora para las socie-dades a las que atañe. Dicho de otra manera, un bajo crecimiento permite equilibrar tan sólo frágilmente el principio marxista de acumulación infinita: de ello resulta un equilibrio que no es tan apocalíptico como el previsto por Marx, pero que no deja de ser bastante perturbador. La acumulación se detiene en un punto finito, pero ese punto puede ser sumamente elevado y desestabilizador. Veremos que el enorme incremento del valor total de la riqueza privada –medido en años de producto nacional–, que se observa desde la déca-da de 1970-1980 en el conjunto de los países ricos –en particular en Europa y en Japón–, obedece directa-mente a esta lógica.

De Marx a Kuznets: del apocalipsis al cuento de hadasAl pasar de los análisis de Ricardo y de Marx en el siglo XIX a los de Simon Kuznets en el siglo XX, se puede decir que la investigación económica pasó de un gus-to pronunciado –y sin duda excesivo– por las predic-ciones apocalípticas a una atracción no menos exce-siva por los cuentos de hadas, o por lo menos por los finales felices. Según la teoría de Kuznets, en efecto, la desigualdad del ingreso se ve destinada a disminuir en las fases avanzadas del desarrollo capitalista, sin im-portar las políticas seguidas o las características del país, y luego tiende a estabilizarse en un nivel acep-table. Propuesta en 1955, se trata realmente de una teoría para el mundo encantado del período conocido como los “Treinta Gloriosos”: para Kuznets basta con ser paciente y esperar un poco para que el desarrollo beneficie a todos (8). Una expresión anglosajona resu-me fielmente la filosofía del momento: “Growth is a ri-sing tide that lifts all boats” [El crecimiento es una ola ascendente que levanta todos los barcos]. Es necesa-rio relacionar también ese momento optimista con el análisis de Robert Solow en 1956 de las condiciones de un “sendero de crecimiento equilibrado”, es decir una trayectoria de incremento en la que todas las magni-tudes –producción, ingresos, beneficios, sueldos, ca-pital, precios de los activos, etc.– progresan al mismo ritmo, de tal manera que cada grupo social saca pro-vecho del crecimiento en las mismas proporciones, sin mayor divergencia. Se trata de la visión diametral-mente opuesta a la espiral desigualitaria ricardiana o marxista y de los análisis apocalípticos del siglo XIX.

Para entender bien la considerable influencia de la teoría de Kuznets, por lo menos hasta la década de 1980-1990, y en cierta medida hasta nuestros días,

debemos insistir en el hecho de que se trataba de la primera teoría en este campo basada en un profun-do trabajo estadístico. De hecho, habría que esperar hasta mediados del siglo XX para que por fin se esta-blecieran las primeras series históricas sobre la dis-tribución del ingreso, con la publicación en 1953 de la monumental obra de Kuznets La Part des hauts re-venus dans le revenu et l’épargne [La participación de los ingresos elevados en el ingreso y el ahorro]. Con-cretamente, las series de Kuznets sólo se refieren a un país (Estados Unidos) y a un período de 35 años (1913-1948). Sin embargo, se trata de una importante contribución que se basa en dos fuentes de datos total-mente inaccesibles para los autores del siglo XIX: por una parte, las declaraciones de ingresos tomadas del impuesto federal sobre el ingreso creado en Estados Unidos en 1913; por la otra, las estimaciones del pro-ducto nacional de Estados Unidos, establecidas por el propio Kuznets algunos años antes. Fue la primera vez que salió a la luz una tentativa tan ambiciosa de medición de la desigualdad de una sociedad (9).

Es importante entender bien que sin estas dos fuentes indispensables y complementarias es simple-mente imposible medir la desigualdad en la distribu-ción del ingreso y su evolución. Las primeras tenta-tivas de estimación del producto nacional datan des-de luego de finales del siglo XVII y de principios del XVIII, tanto en el Reino Unido como en Francia, y se multiplicaron a lo largo del XIX. Pero eran siem-pre estimaciones aisladas: habría que esperar al siglo XX y al período entre las dos Guerras para que se de-sarrollaran, a iniciativa de investigadores como Kuz-nets y Kendrick en Estados Unidos, Bowley y Clark en el Reino Unido, o Dugé de Bernonville en Francia, las primeras series anuales del producto nacional. Esta primera fuente permite medir el producto total del país. Para medir los ingresos altos y su participación en el producto nacional, también es necesario dis-poner de las declaraciones de ingresos: esta segunda fuente fue suministrada, en todos los países, por el im-puesto progresivo sobre el ingreso, adoptado por va-rios países alrededor de la Primera Guerra Mundial (1913 en Estados Unidos, 1914 en Francia, 1919 en el Reino Unido, 1922 en India, 1932 en Argentina) (10).

Es esencial darse cuenta de que aun en ausencia de un impuesto sobre el ingreso existían todo tipo de es-tadísticas relativas a las bases tributarias en vigor en un momento dado (por ejemplo sobre la distribución del número de puertas y ventanas por jurisdicción en la Francia del siglo XIX, lo que además no deja de ser interesante). Estos datos, sin embargo, no nos di-cen nada sobre los ingresos. Por otra parte, a menudo las personas interesadas no conocen bien su ingreso mientras no tengan que declararlo. Lo mismo sucede con el impuesto sobre las sociedades y sobre el patri-monio. El impuesto no sólo es una manera de hacer contribuir a unos y otros con el financiamiento de las cargas públicas y de los proyectos comunes, y de dis-tribuir esas contribuciones de la manera más acepta-ble posible; también es una manera de producir cate-gorías, conocimiento y transparencia democrática.

Lo cierto es que los datos que recolectó Kuznets le permitieron calcular la evolución de la participa-ción en el producto nacional estadounidense de los diferentes deciles y percentiles superiores de la dis-tribución del ingreso. Ahora bien, ¿qué encontró? Advirtió que entre 1913 y 1948 en Estados Unidos se dio una fuerte reducción de las desigualdades en los ingresos. Concretamente, en la década de 1910-1920, el decil superior de la distribución, es decir el 10% de los estadounidenses más ricos, recibía cada año hasta el 45-50% del producto nacional. A fines de la década de 1940, la proporción de ese mismo de-cil superior pasó a aproximadamente el 30-35% del producto nacional. La disminución –de más de diez puntos del producto nacional– es considerable: es equivalente, por ejemplo, a la mitad de lo que reci-be el 50% de los estadounidenses más pobres (11). La reducción de la desigualdad fue clara y contundente. Este resultado fue de importancia considerable, y tu-vo un enorme impacto en los debates económicos de la posguerra, tanto en las universidades como en las organizaciones internacionales.

Hacía décadas que Malthus, Ricardo, Marx y tan-tos otros hablaban de las desigualdades, pero sin apor-tar ni la más mínima fuente, el más mínimo método que permitiera comparar con precisión las diferentes épocas y, por consiguiente, clasificar las diferentes hi-pótesis. Ahora, por primera vez, se proponía una base objetiva; desde luego imperfecta, pero con el mérito de existir. Además, el trabajo realizado estaba suma-mente bien documentado: el grueso volumen publi-cado por Kuznets en 1953 expuso de la manera más transparente posible todos los detalles sobre sus fuen-tes y sus métodos, de tal modo que pudiera reprodu-cirse cada cálculo. Y, por añadidura, Kuznets presentó una buena nueva: la desigualdad disminuía.

La curva de Kuznets: una buena nueva en la época de la Guerra FríaA decir verdad, el propio Kuznets estaba perfecta-mente consciente del carácter tan accidental de la compresión de los elevados ingresos estadouniden-ses entre 1913 y 1948, que debía mucho a los múlti-ples shocks provocados por la crisis de la década de 1930 y la Segunda Guerra Mundial, y tenía poco que ver con un proceso natural y espontáneo. En su grueso volumen publicado en 1953, Kuznets analizó sus se-ries de manera detallada y advirtió al lector del ries-go de cualquier generalización apresurada. Pero en diciembre de 1954, en el marco de la conferencia que dictó como presidente de la American Economic As-sociation reunida en un congreso en Detroit, optó por proponer a sus colegas una interpretación mucho más optimista de los resultados de su libro de 1953. Es-ta conferencia, publicada en 1955 bajo el título “Cre-cimiento económico y desigualdad de ingresos” es la que daría origen a la teoría de la “curva de Kuznets”.

Según esta teoría, la desigualdad en cualquier lu-gar estaría destinada a seguir una “curva en forma de campana” –es decir, primero crecería y luego decre-cería– a lo largo del proceso de industrialización y de desarrollo económico. Según Kuznets, a una fase de crecimiento natural de la desigualdad característica de las primeras etapas de la industrialización –y que en Estados Unidos correspondería grosso modo al si-glo XIX–, seguiría una fase de fuerte disminución de la desigualdad, que en Estados Unidos se habría ini-ciado durante la primera mitad del siglo XX.

La lectura del texto de 1955 es esclarecedora. Tras haber recordado todas las razones para ser prudente, y la evidente importancia de los shocks exógenos en la reciente disminución de la desigualdad estadouni-dense, Kuznets sugirió, de manera casi anodina, que la lógica interna del desarrollo económico, indepen-dientemente de toda intervención política y de todo shock exterior, podría llevar igualmente al mismo re-sultado. La idea sería que la desigualdad aumenta du-rante las primeras fases de la industrialización (sólo una minoría está en condiciones de sacar provecho de las nuevas riquezas producidas por la industrializa-ción), antes de empezar a disminuir espontáneamen-te durante las fases avanzadas del desarrollo (cuando una fracción cada vez más importante de la población se beneficia del crecimiento económico, de ahí una re-ducción espontánea de la desigualdad) (12).

Estas “fases avanzadas” se habrían iniciado a fines del siglo XIX o a principios del XX en los países indus-trializados, y la reducción de la desigualdad ocurrida en Estados Unidos durante los años 1913-1948 sólo se-ría el testimonio de un fenómeno más general, que en principio todos los países, incluso los países subdesa-rrollados sumergidos en ese entonces en la pobreza y la descolonización, deberían experimentar tarde o temprano. Los hechos puestos en evidencia por Kuz-nets en su libro de 1953 se volvieron súbitamente un arma política de gran poder (13). Kuznets estaba per-fectamente consciente del carácter por demás espe-culativo de una teoría como ésta (14). Sin embargo, al presentar una teoría tan optimista en el marco de su Presidential address a los economistas estadouniden-ses, que estaban muy dispuestos a creer y a difundir la buena nueva presentada por su prestigioso colega, Kuznets sabía que tendría una enorme influencia: ha-bía nacido la “curva de Kuznets”. A fin de cerciorarse de que todo el mundo había entendido bien de qué se

DossierMás riqueza, más desigualdad

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trataba, se esforzó además en precisar que el objeti-vo de sus predicciones optimistas era simplemente mantener a los países subdesarrollados en “la órbita del mundo libre”. En gran medida, la teoría de la “cur-va de Kuznets” es producto de la Guerra Fría.

Entiéndanme bien: el trabajo realizado por Kuz-nets para establecer las primeras cuentas nacionales estadounidenses y las primeras series históricas sobre la desigualdad es muy considerable, y es evidente al leer sus libros –tanto más que sus artículos– que te-nía una verdadera ética de investigador. Por otro lado, el importante crecimiento que tienen todos los países desarrollados en la posguerra es un acontecimiento fundamental, y el hecho de que todos los grupos so-ciales hayan sacado provecho de él lo es aun más. Es comprensible que haya prevalecido cierto optimismo durante los años conocidos como los Treinta Glorio-sos y que hayan perdido popularidad las predicciones apocalípticas del siglo XIX sobre la dinámica de la dis-tribución de la riqueza.

Sin embargo, la mágica teoría de la “curva de Kuz-nets” fue formulada en gran medida por malas razo-nes, y su fundamento empírico es muy frágil. Veremos que la fuerte reducción de las desigualdades en los ingresos que se produce en casi todos los países ricos entre 1914 y 1945 es ante todo producto de las guerras mundiales y de los violentos shocks económicos y po-líticos que éstas provocaron (sobre todo para los po-seedores de fortunas importantes), y poco tiene que ver con el apacible proceso de movilidad intersecto-rial descrito por Kuznets.

Reubicar el tema de la distribución en el cen-tro del análisis económicoEl tema es importante, y no sólo por razones histó-ricas. Desde la década de 1970, la desigualdad creció significativamente en los países ricos, sobre todo en Estados Unidos, en donde en la década de 2000-2010 la concentración de los ingresos recuperó –incluso rebasó ligeramente– el nivel récord de la década de 1910-1920: es pues esencial comprender bien cómo y por qué la desigualdad disminuyó la primera vez. Desde luego, el fuerte desarrollo de los países pobres y emergentes –y sobre todo de China–, potencialmente es una poderosa fuerza de reducción de la desigual-dad en todo el mundo, a semejanza del crecimiento de los países ricos durante los Treinta Gloriosos. Sin embargo, este proceso genera fuertes inquietudes en el seno de los países emergentes, y más aun en el de los países ricos. Además, los impresionantes desequi-librios observados en las últimas décadas en los mer-cados financieros, petroleros e inmobiliarios, de ma-nera bastante natural pueden suscitar dudas respecto del carácter ineluctable del “sendero de crecimiento equilibrado” descrito por Solow y Kuznets, y confor-me al cual supuestamente todas las variables econó-micas clave crecen al mismo ritmo. ¿Acaso el mundo

de 2050 o de 2100 será poseído por los traders, los sú-per ejecutivos y los dueños de fortunas importantes, o bien por los países petroleros, o inclusive por el Banco de China, o quizá lo sea por los paraísos fiscales que resguarden de una u otra manera al conjunto de esos actores? Sería absurdo no preguntárselo y suponer por principio que a largo plazo el desarrollo se “equi-libra” naturalmente.

En cierta forma, en este inicio del siglo XXI esta-mos en la misma situación que los observadores del siglo XIX: asistimos a transformaciones impresio-nantes, y es muy difícil saber hasta dónde pueden llegar, y qué aspecto tendrá la distribución mundial de las riquezas, tanto entre los países como en el in-terior de ellos, en el horizonte de algunas décadas. Los economistas del siglo XIX tenían un inmenso mérito: situaban el tema de la distribución en el cen-tro del análisis e intentaban estudiar las tendencias de largo alcance. Sus respuestas no siempre eran satisfactorias, pero por lo menos se hacían las pre-guntas correctas. En el fondo no tenemos ninguna razón para creer en el carácter autoequilibrado del crecimiento. Ya es tiempo de reubicar el tema de la desigualdad en el centro del análisis económico y de replantear las cuestiones propuestas en el siglo XIX. Durante demasiado tiempo, el asunto de la dis-tribución de la riqueza fue menospreciado por los economistas, en parte debido a las conclusiones op-timistas de Kuznets, y en parte por un gusto excesi-vo de la profesión por los modelos matemáticos sim-plistas llamados “de agente representativo” (15). Y para reubicar el tema de la distribución en el centro del análisis, se debe empezar por reunir un máximo de datos históricos que permita comprender mejor las evoluciones del pasado y las tendencias en curso, pues al establecer primero pacientemente los he-chos y las regularidades, al cotejar las experiencias de los diferentes países, podemos tener la esperan-za de circunscribir mejor los mecanismos en juego y darnos luz para el porvenir. g

1. Friedrich Engels (1820-1895), quien se volvería amigo y colaborador de Marx, tuvo una experiencia directa con su objeto de estudio, pues en 1842 se instaló en Manchester y dirigió una fábrica de su padre.2. Recientemente, el historiador Robert Allen propuso llamar “pausa de Engels” a ese largo estancamiento salarial.3. K. Marx y F. Engels, El manifiesto comunista, Jesús Izquierdo Martín (trad.), Fondo de Cultura Económica, México, 2007.4. Y la primera frase prosigue así: “Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”. 5. Idem. El talento literario y polémico de Karl Marx (1818-1883), filósofo y economista alemán, explica sin duda parte de su inmensa influencia.6. Marx había publicado en 1847 La miseria de la filosofía, libro en el que ridiculizó La filosofía de la miseria, publicada por Proudhon algunos años antes.7. Marx intentó a veces utilizar de la mejor manera posible el aparato estadístico de su época (que era mejor que el de la época de Malthus y

Ricardo, aunque objetivamente seguía siendo bastante rudimentario), pero muy a menudo lo hizo de manera relativamente impresionista y sin establecer de manera muy clara el vínculo con sus desarrollos teóricos.8. Los Treinta Gloriosos es el nombre dado a menudo –sobre todo en Europa continental– a las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, caracterizadas por un crecimiento particularmente fuerte.9. Simon Kuznets fue un economista estadounidense nacido en Ucrania en 1901, quien se mudó a Estados Unidos a partir de 1922. Fue estudiante en Columbia, luego profesor en Harvard; falleció en 1985. Es autor tanto de las primeras cuentas nacionales estadounidenses

como de las primeras series históricas sobre la desigualdad.10. Ya que a menudo las declaraciones de los ingresos sólo atañen a una parte de la población y de los ingresos, es esencial disponer también de las cuentas nacionales para calcular el total de los ingresos.11. Dicho de otra manera, las clases populares y medias –a las que se puede definir como el 90 por ciento de los estadounidenses más pobres– vieron que se incrementó claramente su participación en el producto

nacional: de 50-55 por ciento en la década de 1910-1920 a 65-70 por ciento a finales de la década de 1940.12. Esta curva también es conocida como “curva en U invertida”. El mecanismo específico descrito por Kuznets se basa en la idea de una progresiva transferencia de la población de un sector agrícola pobre hacia un sector industrial rico (al principio sólo una minoría goza de las riquezas del sector industrial, de ahí el incremento de la desigualdad; luego todo el mundo goza de ellas, por lo que se da una reducción de la desigualdad), pero es evidente que ese mecanismo muy estilizado puede adquirir una forma más general (por ejemplo, la forma de transferencias progresivas de mano de obra entre diferentes sectores industriales o entre diferentes empleos más o menos bien remunerados, etc.).13. Es interesante señalar que Kuznets no tuviera ninguna serie que demostrara el incremento de la desigualdad en el siglo XIX, pero que ello le pareciera evidente (como a la mayoría de los observadores de la época).14. Como lo precisa él mismo: “Esto es tal vez un 5 por ciento de información empírica y 95 por ciento de especulación, y posiblemente parte de esto no sea más que una ilusión”.15. En esos modelos, que se impusieron tanto en la investigación como en la enseñanza de la economía desde la década de 1960-1970, se supone por regla general que cada uno recibe el mismo salario, posee la misma riqueza y dispone de los mismos ingresos, de tal manera que por definición todos los grupos sociales gozan del crecimiento en las mismas proporciones. Semejante simplificación de la realidad puede justificarse para estudiar ciertos problemas muy específicos, pero desde luego limita drásticamente al conjunto de las cuestiones económicas que pueden plantearse.

El texto es un fragmento de la Introducción de El capital en el siglo XXI,

cedido a el Dipló por Fondo de Cultura Económica y su revista La Gaceta.

*Profesor de la École des Hautes Études en Sciences Sociales y la Paris

School of Economics.

Traducción: Eliane Cazenave-Tapie Isoard

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

No tenemos ninguna razón para creer en el carácter autoequilibrado del crecimiento.

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Los olvidos de Thomas Piketty

La obra de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI es un fenómeno tanto sociológico como intelectual. Cris-taliza el espíritu de nuestra época como, en su momento, The Closing of the American Mind de Allan Bloom

(1). Este libro, que denunciaba los estudios sobre las mujeres, el género y las minorías en las universida-des estadounidenses, oponía la “mediocridad” del relativismo cultural a la “búsqueda de la excelen-cia” asociada, en opinión de Bloom, a los clásicos griegos y romanos. Aunque tuvo pocos lectores (era particularmente pomposo), dicho libro alimentaba la sensación de que se estaba destruyendo el siste-ma educativo estadounidense, e inclusive el propio Estados Unidos, por culpa de los progresistas y la izquierda. Esa sensación no perdió nada de su vigor, y El capital en el siglo XXI se inscribe en el mismo campo de fuerzas, exceptuando que Piketty viene de la izquierda y que el enfrentamiento se desplazó de la educación al ámbito económico. Pero, dentro del sistema educativo, el debate se focaliza en gran parte en las cuestiones económicas y las barreras susceptibles de explicar las desigualdades.

por Russell Jacoby*

La denuncia de las desigualdades… y sus límites

La obra de Piketty traduce una inquietud palpa-ble: la sociedad estadounidense, como todas las so-ciedades del mundo, parece volverse cada vez más inicua. Las desigualdades se agravan y presagian un futuro sombrío. El capital en el siglo XXI debería haberse llamado Las desigualdades en el siglo XXI.

Sería infructuoso criticar a Piketty por no haber cumplido objetivos que no eran los que se había planteado. No obstante, no podemos contentarnos con cubrirlo de elogios. Numerosos críticos se in-teresaron en su relación con Karl Marx, en lo que le debe y en lo que le es infiel, mientras que, en reali-dad, habría que preguntarse en qué aclara nuestra miseria actual este libro. Y, al mismo tiempo, tra-tándose de la preocupación por la igualdad, no es inútil volver a Marx. Al acercar estos dos autores, se constata en efecto una divergencia: ambos cues-tionan las disparidades económicas, pero toman direcciones opuestas. Piketty inscribe su enfoque en el ámbito de los salarios, los ingresos y la rique-za: desea erradicar las desigualdades extremas y ofrecernos –para retomar el eslogan de la funesta “primavera de Praga”– un “capitalismo con rostro humano”. En cambio, Marx se ubica en el terreno

de las mercancías, el trabajo y la alienación: bus-ca abolir esas relaciones y transformar la sociedad.

Comparaciones escandalosasPiketty elabora una implacable denuncia contra las desigualdades: “Ya es hora –escribe en la Introduc-ción– de volver a poner la cuestión de las desigualda-des en el centro del análisis económico” (página 38). Y como epígrafe de su libro coloca la segunda frase de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: “Las distinciones sociales sólo podrán fundarse en la utilidad común”. (Por lo de-más, uno se pregunta por qué un libro tan profuso deja de lado la primera frase: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”). Basán-dose en una profusión de cifras y cuadros, demuestra que las desigualdades económicas aumentan y que los más pudientes acaparan una parte creciente de la riqueza. Algunos se propusieron rebatir sus estadís-ticas; él destruyó esas acusaciones (2).

Piketty da en el blanco cuando trata la exacerba-ción de las desigualdades que desfiguran la sociedad, la estadounidense en particular. Por ejemplo, seña-la que la educación debería ser igualmente accesi-ble para todos y favorecer la movilidad social. Ahora bien, “actualmente, el ingreso promedio de los pa-dres de los estudiantes de Harvard es del orden de los 450.000 dólares”, lo que los ubica dentro del 2% de los hogares más ricos de Estados Unidos. Y con-cluye su argumentación con este eufemismo carac-terístico: “El contraste entre el discurso meritocráti-co oficial y la realidad parece particularmente extre-mo en este caso” (página 778).

Para algunos, de izquierda, no hay nada nuevo en eso. Para otros, cansados de que continuamente se les explique que es imposible aumentar el sala-rio mínimo, que no hay que gravar con impuestos a los “creadores de empleo” y que la sociedad es-tadounidense sigue siendo la más abierta del mun-do, Piketty representa un aliado providencial. De hecho, según un informe (no citado en el libro), en 2013, los veinticinco gestores de fondos de inver-sión mejor remunerados ganaron 21.000 millones de dólares, o sea más de dos veces el ingreso acu-mulado de cerca de ciento cincuenta mil maestros de preescolar en Estados Unidos. Si la retribución financiera corresponde al valor social, entonces un gestor de hedge funds debe valer diecisiete mil maestros de escuela… Es posible que no todos los padres (y los docentes) compartan esta opinión.

Sin embargo, la fijación exclusiva de Piketty so-bre las desigualdades presenta límites teóricos y políticos. Ciertamente, de la Revolución Francesa al movimiento estadounidense por los derechos ci-viles, pasando por el cartismo (3), la abolición de la esclavitud y las sufragistas, la aspiración a la igual-dad ha suscitado numerosos levantamientos polí-ticos. En una enciclopedia de la protesta, el artícu-lo que se le dedicara seguramente ocuparía varios cientos de páginas y remitiría a todas las demás en-tradas. Dicha aspiración tuvo, y sigue teniendo, un papel positivo esencial. Incluso, recientemente, el movimiento Occupy Wall Street y las movilizacio-nes a favor del matrimonio gay dieron una prueba de ello. Lejos de haber desaparecido, esta reivindi-cación encontró un nuevo impulso.

Pero el igualitarismo también implica una parte de resignación: acepta la sociedad tal cual es y so-lamente busca reequilibrar la distribución de los bienes y los privilegios. Los gays quieren obtener el derecho a casarse al igual que los heterosexuales. Muy bien; pero eso no afecta en nada la institución imperfecta del matrimonio, que la sociedad no puede ni abandonar ni mejorar. En 1931, el histo-riador británico de izquierda Richard Henry Taw-ney ya subrayaba esos límites en un libro que, ade-más, defendía el igualitarismo (4). El movimiento obrero –escribía Tawney– cree en la posibilidad de una sociedad que conceda más valor a las personas y menos al dinero. Pero esta orientación tiene sus límites: “Al mismo tiempo, no aspira a un orden so-cial diferente, en el que el dinero y el poder econó-mico ya no sean el criterio del éxito, sino a un orden

DossierMás riqueza, más desigualdad

El autor de este artículo, aunque reconoce los grandes méritos del análisis de Piketty, señala sus debilidades frente al trabajo teórico de Marx, que se centró no en la distribución de los ingresos sino en el capital, el trabajo, la mercancía y la alienación.

Wuxi, provincia de Jiangsu, China (Carlos Barria/Reuters)

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social del mismo tipo, en el que el dinero y el poder económico estén repartidos de una forma un po-co diferente”. Rozamos allí el núcleo del problema. Que todos tengan derecho a contaminar represen-ta un progreso para la igualdad, pero seguramente no para el planeta.

Marx no concede mucha importancia a la igual-dad. No sólo nunca consideró que los salarios de los trabajadores pudieran aumentar de manera signifi-cativa, sino que, aunque ese hubiera sido el caso, pa-ra él, el problema no radicaba ahí. El capital impone los parámetros, el ritmo e incluso la definición del trabajo, de lo que es rentable y de lo que no lo es. La situación tampoco es fundamentalmente diferente en un régimen capitalista que reviste formas “aco-modadas y liberales”, en el que el trabajador puede vivir mejor y consumir más porque recibe un sala-rio mejor. Que el obrero esté mejor remunerado no cambia en nada su dependencia, “así como la mejo-ra en la vestimenta, la alimentación y el trato o un peculio mayor no abolían la relación de dependen-cia y la explotación del esclavo”. Un aumento de sa-lario significa, a lo sumo, que “el volumen y el peso de la cadena de oro que el asalariado ya se forjó a sí mismo permiten tenerla menos tirante” (5).

Siempre se podrá objetar que esas críticas datan del siglo XIX. Pero, al menos, Marx tuvo el mérito de concentrarse en la estructura del trabajo, mien-tras que Piketty no dice nada al respecto. No se trata de saber cuál de los dos tiene razón acerca del fun-cionamiento del capitalismo, sino de comprender el eje de sus respectivos análisis: la distribución para Piketty, la producción para Marx. El primero quiere redistribuir los frutos del capitalismo de ma-nera tal de reducir la brecha entre los ingresos más

altos y los más bajos, mientras que el segundo desea transformar el capitalismo y poner fin a su dominio.

Desde su juventud, Marx documenta la miseria de los trabajadores; dedica cientos de páginas de El capital a la jornada tipo de trabajo y a las críticas que esta suscita. Sobre este tema, Piketty tampoco tiene nada para decirnos, aun cuando al principio de su primer capítulo menciona una huelga. En el índice de la edición inglesa, en la entrada “Trabajo”, se pue-de leer: “Véase ‘División entre capital y trabajo’”. Es-to se comprende, dado que el autor no se interesa por el trabajo propiamente dicho, sino por las desigual-dades que resultan de esa división.

El trabajo, una dimensión ausentePara Piketty, el trabajo se resume sobre todo en el monto de los ingresos. Los arrebatos de furia que afloran de tanto en tanto bajo su pluma conciernen a los muy ricos. Así, comenta que la fortuna de Lilia-ne Bettencourt, heredera de L’Oréal, pasó de 4.000 a 30.000 millones de dólares entre 1990 y 2010: “Lilia-ne Bettencourt nunca trabajó, pero eso no impidió que su fortuna aumentara exactamente con la misma rapidez que la de Bill Gates”. La atención puesta so-bre los más pudientes corresponde perfectamente a la sensibilidad de nuestra época, mientras que Marx, con sus descripciones del trabajo de los panaderos, los lavanderos y los tintoreros a los que se pagaba por jornada, pertenece al pasado. La manufactura y el ensamblado desaparecen de los países capitalis-tas avanzados y prosperan en los países en desarro-llo, desde Bangladesh hasta República Dominicana. Pero no por ser antiguo un argumento es obsoleto, y al focalizarse en el trabajo, Marx subraya una dimen-sión casi ausente de El capital en el siglo XXI.

Piketty documenta la “explosión” de las desigual-dades, en particular en Estados Unidos, y denun-cia a los economistas ortodoxos, que justifican las enormes brechas de remuneración por las fuerzas racionales del mercado. Ridiculiza a sus colegas es-tadounidenses, que “suelen tener tendencia a consi-derar que la economía de Estados Unidos funciona bastante bien y, en particular, que recompensa el ta-lento y el mérito con exactitud y precisión” (página 468). Pero –agrega– esto no es sorprendente, dado que esos economistas también forman parte del 10% de los más ricos. Como el mundo de las finanzas –al

que puede ocurrir que le ofrezcan sus servicios– eleva sus salarios, dichos economistas manifiestan una “deplorable tenden-cia a defender sus inte-reses privados, al tiempo que se disimulan detrás de una inverosímil de-fensa del interés general” (página 834).Para tomar un ejemplo que no figura en la obra de Piketty, un artículo reciente publicado en la revista de la American Economic Association (6) quiere demostrar,

basándose en cifras, que las fuertes desigualdades derivan de las realidades económicas. “Los que ob-tienen ingresos más altos poseen talentos inusua-les y únicos que les permiten negociar a precio de oro el valor creciente de su talento”, concluye

La sociedad estadounidense, como todas las sociedades del mundo, parece volverse cada vez más inicua.

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uno de los autores, Steven N. Kaplan, profesor de Iniciativa Empresarial y Finanzas en la School of Business de la Universidad de Chicago. Eviden-temente, Kaplan necesita mejorar su propia si-tuación: una nota a pie de página nos informa que “ocupa un lugar en el Consejo de Administración de varios fondos comunes de inversión” y que fue “consultor de compañías de inversión de capital y de capital de riesgo”. ¡Esta es la enseñanza huma-nista del siglo XXI! Al comienzo de su libro, Piketty explica que perdió sus ilusiones sobre los econo-mistas estadounidenses al enseñar en el Massa-chusetts Institute of Technology (MIT) y que los economistas de las universidades francesas tienen la “gran ventaja” de no ser muy considerados ni es-tar muy bien pagados: esto les permite mantener los pies sobre la tierra.

Pero la contraargumentación que propone es como mínimo banal: las enormes disparidades de salario derivarían de la tecnología, la educación y las costumbres. Las remuneraciones “extravagan-tes” de los “altos ejecutivos”, “poderoso mecanis-mo” de incremento de las desigualdades económi-cas, en particular en Estados Unidos, sólo se pue-den explicar por la “lógica racional de la producti-vidad” (páginas 530-531). Estas reflejan las normas sociales actuales, que a su vez dependen de polí-ticas conservadoras que redujeron los impuestos de los más pudientes. Los directores de las grandes empresas se otorgan salarios fabulosos porque tie-nen la posibilidad de hacerlo y porque la sociedad juzga aceptable esa práctica, por lo menos en Esta-dos Unidos y el Reino Unido.

Marx propone un análisis muy diferente. No busca tanto probar las desigualdades económicas abismales como descubrir sus raíces en la acumu-lación capitalista. Ciertamente, Piketty explica que esas desigualdades se deben a la “contradic-ción central del capitalismo”: la discrepancia en-tre la tasa de rendimiento del capital y la tasa de crecimiento económico. En la medida en que la primera necesariamente se impone sobre la se-gunda, favoreciendo la riqueza existente en de-trimento del trabajo existente, lleva a “aterrado-ras” desigualdades de distribución de la riqueza. Tal vez Marx estuviera de acuerdo en este punto, pero, una vez más, él se interesa por el trabajo, al que considera el lugar de origen y desarrollo de las desigualdades. Para Marx, la acumulación de capital produce necesariamente desempleo par-cial, ocasional o permanente. Ahora bien, esas realidades, cuya importancia en el mundo actual difícilmente se podría cuestionar, están totalmen-te ausentes en el texto de Piketty.

Tensión no resueltaMarx, por supuesto, parte de un principio total-mente diferente: el trabajo es el que crea la rique-za. La idea puede parecer anticuada. Sin embargo, señala una tensión no resuelta del capitalismo: este necesita de la fuerza de trabajo y, al mismo tiempo, busca prescindir de ella. Así como los trabajadores son necesarios para su expansión, busca librarse de ellos para reducir los costos, por ejemplo automati-zando la producción. Marx estudia detenidamente la forma en la que el capitalismo genera una “po-blación obrera excedente relativa” (7). Este pro-ceso reviste dos formas fundamentales: o se des-piden trabajadores o se deja de incorporar nuevos. En consecuencia, el capitalismo fabrica empleados “descartables” o un ejército de reserva de desocu-pados. Cuanto más crecen el capital y la riqueza, más aumentan el subempleo y el desempleo.

Cientos de economistas intentaron corregir o refutar esos análisis, pero la idea de un crecimien-to de la fuerza de trabajo excedente parece estar probada: desde Egipto a El Salvador y desde Eu-ropa a Estados Unidos, la mayoría de los países sufren niveles elevados o críticos de subempleo o desempleo. En otros términos, la productivi-dad capitalista eclipsa el consumo capitalista. Por más gastadores que sean, los veinticinco directi-vos de hedge funds nunca lograrán consumir sus

21.000 millones de dólares de remuneración. Al capitalismo lo agobia lo que Marx denomina los “monstruos” de “la sobreproducción, la sobrepo-blación y el sobreconsumo”. Seguramente, China sola puede producir mercancías suficientes para alimentar los mercados europeo, estadouniden-se y africano. Pero ¿qué pasará con la fuerza de trabajo en el resto del mundo? Las exportaciones chinas de textiles y muebles al África subsaharia-na se traducen en una reducción de la cantidad de empleos para los africanos (8). Desde el punto de vista del capitalismo, tenemos allí un ejército en expansión, compuesto por trabajadores subem-pleados y desempleados permanentes, encarna-ciones de las desigualdades contemporáneas.

Clarificar las diferenciasComo Marx y Piketty van en direcciones diferen-tes, es lógico que propongan soluciones divergen-tes. Piketty, preocupado por reducir las desigual-dades y mejorar la redistribución, propone un im-puesto mundial y progresivo sobre el capital para “evitar una divergencia sin límites de las desigual-dades patrimoniales”. Si bien, como él lo reconoce, esta idea es “utópica”, la considera útil y necesaria: “Muchos rechazarán el impuesto sobre el capital como una ilusión peligrosa, del mismo modo que el impuesto sobre el ingreso era rechazado hace poco más de un siglo” (página 840). En cuanto a Marx, no propone ninguna verdadera solución: el penúltimo capítulo de El capital hace alusión a las “fuerzas” y las “pasiones” que nacen para transfor-mar el capitalismo. La clase obrera inaugurará una nueva era en la que reinarán “la cooperación y la propiedad común de la tierra y los medios de pro-ducción” (9). En 2014, esta propuesta también es utópica –e incluso inaceptable, según la manera en la que se interprete la experiencia soviética–.

No hay que elegir entre Piketty y Marx. Más bien se trataría, para hablar como el primero, de clarificar sus diferencias. El utopismo de Piketty, y ese es uno de sus puntos fuertes, reviste una dimensión prácti-ca, en la medida en que habla el lenguaje familiar de los impuestos y la regulación. Confía en una coope-ración mundial, e incluso en un gobierno mundial, para instaurar el impuesto también mundial que evite una “espiral desigual sin fin” (página 835). Pro-pone una solución concreta: un capitalismo a la sue-ca que ya dio muestras de su eficacia eliminando las disparidades económicas extremas. No menciona ni la fuerza de trabajo excedente ni el trabajo alienan-te ni una sociedad que tiene como motores el dinero y la ganancia; por el contrario, los acepta y querría que todos hiciéramos lo mismo. A cambio, nos da al-go que ya conocemos: el capitalismo, con todas sus ventajas y menos inconvenientes.

En el fondo, Piketty es un economista mucho más convencional de lo que él cree. Su elemento natural son las estadísticas relativas a los niveles de ingresos, los proyectos impositivos y las comi-siones encargadas de examinar estas cuestiones. Sus recomendaciones para reducir las desigual-dades se resumen en políticas fiscales impuestas desde arriba. Se muestra completamente indife-rente respecto de los movimientos sociales que, en el pasado, pudieron poner en tela de juicio las desigualdades y que podrían desempeñar nueva-mente ese papel. Incluso parece más preocupa-

do por el fracaso del Estado en atenuar las des-igualdades que por las desigualdades propiamen-te dichas. Y, aunque a menudo cite, y de manera oportuna, a novelistas del siglo XIX como Honoré de Balzac y Jane Austen, su definición del capi-tal sigue siendo demasiado económica y simplis-ta. No toma en consideración el capital social, los recursos culturales y el saber hacer acumulados con los que cuentan los más acomodados y que fa-cilitan el éxito de su descendencia. Un capital so-cial limitado condena a la exclusión tanto como una cuenta bancaria vacía. Pero, sobre este tema,

Piketty tampoco tiene nada para decirnos.Marx nos ofrece a la vez más y menos que eso. Su denuncia, aunque más profunda y amplia, no aporta ninguna solu-ción práctica. Se lo po-dría calificar como uto-pista anti utopista. En el Posfacio a la segunda edición alemana de El capital, se burla de quie-nes quieren escribir “recetas para las fondas del futuro” (10). Y, aun-que de sus escritos eco-nómicos se desprende

una concepción, ésta no tiene una gran relación con el igualitarismo. Marx siempre combatió la igualdad primitiva, que decreta la pobreza para todos y la “mediocridad general” (11). Si bien re-conoce la capacidad del capitalismo para produ-cir riqueza, rechaza su carácter antagónico, que subordina al conjunto del trabajo –y de la socie-dad– a la búsqueda de la ganancia. Más igualita-rismo sólo podría democratizar ese mal.

Marx conocía la fuerza de la “cadena de oro”, pero consideraba posible romperla. ¿Qué pasaría si lográramos hacerlo? Es imposible decirlo. Tal vez la mejor respuesta que Marx nos haya ofrecido se encuentra en un texto de juventud en el que em-biste contra la religión y, ya en ese entonces, contra la cadena y “las flores imaginarias” que la cubren: “La crítica ha deshojado las flores imaginarias que cubrían la cadena, pero no para que el hombre lle-ve la cadena prosaica y sin consuelo, sino para que sacuda la cadena y coja la flor viva” (12). g

1. Allan Bloom, The Closing of the American Mind, Nueva York, Simon & Schuster, 1987. Esta obsesión conservadora por la decadencia de la enseñanza fue sistematizada en Francia por el ensayista Alain Finkielkraut.2. Chris Giles, “Data problems with capital in the 21st

Century”, Financial Times, Londres, 23-5-14, y la respuesta de Thomas Piketty, “Technical appendix of the book - Response to FT”, 28-5-14, http://piketty.pse.ens.fr3. Movimiento político obrero de mediados del siglo XIX en el Reino Unido.4. Richard Henry Tawney, Equality, Londres, Allen & Unwin, 1952.5. Karl Marx, Le Capital. Livre I, traducción al francés dirigida por Jean-Pierre Lefebvre, París, Presses universitaires de France, 1993, página 693.6. Steven N. Kaplan y Joshua Rauh, “It’s the market: the broad-based rise in the return to top talent”, Journal of Economic Perspectives, Vol. 27, N° 3, Nashville, 2013.7. Ibid.8. Véase Raphael Kaplinsky, “What does the rise of China do for industrialization in Sub-Saharan Africa?”, Review of African Political Economy, Vol. 35, N° 115, Swine (Reino Unido), 2008.9. Karl Marx, El capital, op. cit., páginas 855-857.10. Ibid., página 15.11. Ibid., página 854.12. “Pour une critique de la philosophie du droit de Hegel”, Karl Marx, Philosophie, París, Gallimard, col. “Folio Essais”, 1994, página 90.

*Profesor de Historia en la Universidad de California, Los Ángeles. Autor

de The Last Intellectuals (1987), The End of Utopia (1999) y, más recien-

temente, Les Ressorts de la violence. Peur de l’autre ou peur du semblable?,

París, Belfond, 2014.

Traducción: Bárbara Poey Sowerby

DossierMás riqueza, más desigualdad

El capital impone los parámetros, el ritmo e incluso la definición del trabajo, de lo que es rentable y de lo que no lo es.

Archivo Los nuevos asesinos de Marx por Vivek Chibber, edición Nº 179, mayo de 2014.

Otro marxismo para otro mundopor Gérard Bidet Duménil, edición Nº 100, octubre de 2007.

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GRAN BRETAÑA

EXPLORADOR

SEGUNDA SERIE

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El reino de las finanzas

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Hacia el 2008 se produce en Argen-tina una quiebra en el consenso que existía acerca de las mejoras respecto del pasado. Un consen-so quebrantado tanto por la pér-dida de confianza en datos públi-

cos de pobreza e inflación a raíz de la intervención del INDEC como también porque a medida que el fantas-ma del 2001 se alejaba, aumentaban las demandas en pos de igualdad en distintos temas, y por tanto se di-versificaban las dimensiones respecto de las cuales la década era sometida a escrutinio.

En rigor, parte del debate político de cada ciclo es pugnar por los criterios con los cuales es y será eva-luado. En los encontrados balances sobre el período gravitan decisiones de antemano frente a una serie de interrogantes clave, entre ellos: la forma de consi-derar las condiciones iniciales, los hitos de compara-ción y los indicadores utilizados. En mi libro Contro-versias sobre la desigualdad me propuse contemplar la situación en 2003, para evaluar lo hecho a partir de ahí, asumiendo que, además de la gravedad del mo-mento, había en general carencias de más larga data y que en cada tema podría haber temporalidades, ci-clos y puntos de inflexión particulares que no nece-sariamente siguieran al ciclo político. Partía de una concepción multifacética de la desigualdad que in-cluyera distintas dimensiones del bienestar, y, entre la igualdad de oportunidades y de posiciones, elegía esta última, cuyo horizonte es el acortamiento de las brechas entre los beneficios adscriptos a distintos lu-gares en la estructura social.

Intenté comparar con tendencias y períodos del pasado en lugar de contrastar años aislados, que pue-den elegirse de manera un tanto arbitraria si se quiere subrayar cambios o continuidades, y elegí en cada te-ma una variedad de indicadores en vez de tomar uno que, supuestamente, sintetizara toda la situación. Con estas premisas, indagamos qué pasó entre 2003 y 2013 con la distribución del ingreso y el mundo del trabajo, en educación, salud y vivienda, en desigualdades te-rritoriales, infraestructura, cuestión rural y determi-nados delitos. Nos centramos en algunos de los temas controversiales, pero no todos, dejando de lado algu-nos que nos interesaba también considerar.

Tendencias hacia una mayor igualdadEn el libro se muestra que hubo claros movimientos hacia una mayor igualdad en ciertas dimensiones, pe-ro también la perdurabilidad, o en ciertos casos hasta el reforzamiento, de desigualdades en otras.

Comencemos por aquellas tendencias que más claramente muestran un aumento de la igualdad en el período. En primer lugar, la reducción de des-igualdades en determinados grupos y categorías, en particular entre trabajadores, sobre todo los asa-lariados, y más si se trata de aquellos registrados y urbanos, y la expansión de distintas coberturas. Así, por ejemplo, muestran Beccaria y Maurizio para el total de aglomerados urbanos que el coeficiente de Gini de la ocupación principal desciende de un 0,539 en el 2001 a un 0,399 en el 2010 (1). Han gravitado sobre todo distintas variables económicas y políticas laborales, con aumentos del salario real y del trabajo

registrado. Recuperación significativa e incontesta-ble hasta 2007-2008, luego de lo cual hay controver-sias, producto sobre todo de la inflación, para algu-nos también por el peso del impuesto a las ganancias y, en especial, de una menor capacidad de la econo-mía en seguir generando empleo de calidad.

La disminución de la desigualdad también se de-be a la gran extensión de coberturas de diverso tipo. Según datos del Ministerio de Trabajo (2), entre 2002 y 2009 se habrían otorgado más de 7 millones de pro-tecciones nuevas, entre las que se cuentan el incre-mento del número de jubilaciones, de distintos tipos de pensiones y de los beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo, a lo que debería sumarse un 20% más de población afiliada a una obra social nacional o provincial en los últimos diez años (3), un aumento con pocos precedentes. Una ampliación de cobertu-ras que benefició sobre todo a los sectores más bajos y a las provincias más relegadas.

En relación con la distribución del ingreso, las re-muneraciones laborales y la pobreza, se recuperó en general lo perdido desde la crisis de 2001 hasta 2003; un logro no menor, ya que la caída en ese lapso fue enorme. Al fin de nuestro recorrido, los indicadores exhiben valores comparables a distintos años de la década de 1990. En ciertos casos –como la distribu-ción de ingresos entre capital y trabajo–, no se ha lo-grado revertir las dinámicas regresivas de varias déca-das previas. Ahora bien, una diferencia central es que mientras en el decenio previo la tendencia general fue hacia un aumento de las desigualdades, en éste ha sido la paulatina o más rápida disminución de su intensi-dad, aunque con un estancamiento en los últimos tres o cuatro años. Amén de ello, para algunos expertos (pero no para todos), como Gaggero y Rossignolo (4), al considerar la distribución luego de los impuestos y del gasto público las ganancias de nuestro período se-rían cuantiosas: con datos de 2010 encuentran que la desigualdad entre extremos baja de 30 veces a 5, y el coeficiente de Gini descendería de 0,479 a 0,227. En otras cuestiones, como el aumento de las protecciones jubilatorias y de salud o del empleo registrado, las ga-nancias son muy significativas no sólo respecto de di-cha década sino de otras previas. También hubo cam-bios cualitativos, ya que las coberturas operaron sobre áreas novedosas, como la disminución de la brecha di-gital por el Plan Conectar Igualdad o la obtención de reivindicaciones laborales de larga data gracias a las leyes para el empleo rural y el doméstico.

Mirado hasta aquí, nuestro período de estudio reunió reivindicaciones históricas, con una recu-peración de lo perdido en la crisis de 2001 y una re-versión o, cuando menos, un freno a las tendencias hacia el aumento de la desigualdad comenzada en la última dictadura militar y, en ciertos temas, en años previos. Al compararnos con la región, nuestro des-empeño en temas como la disminución del coefi-ciente de Gini y de la pobreza o el nivel de inclusión de nuestro sistema educativo, el incremento de las jubilaciones y la cobertura de salud, nos ubica en un lugar satisfactorio. En otros, los resultados no nos re-sultan favorables, por ejemplo, en calidad educativa, donde en las pruebas PISA de 2012 nos ubicamos en-tre los países con peor desempeño y mayor desigual-dad interna (5), en ganancias en términos de salud y enfermedad arbitrados por el gasto vemos que otros países han tenido en tiempo similar una disminu-ción mayor de la mortalidad infantil y materna (6) o en mejoras en las formas de habitar (ya sea por el acceso a créditos o a tierras, o por la situación de los barrios más precarios). Pueden señalarse avances, pero cuando se comparan con los de otros países, se vislumbra que han sido con mayores costos, de me-nor alcance y, en ciertos casos, menos progresivos.

Por su parte, en temas tales como infraestructura, en relación con la inversión, nos encontramos en una situación similar a un promedio regional insuficiente, y un balance entre inversión y subsidios muy desfavo-rable. En otros temas, como la concentración geográ-fica de la riqueza o las tasas de victimización, no hubo cambios positivos de importancia. En líneas genera-les, fue un período muy bueno en lo que respecta a la extensión de coberturas, positivo también en la llama-

El caso argentinopor Gabriel Kessler*

¿Es Argentina más o menos desigual después de diez años de gobierno kirchnerista? ¿En qué dimensiones se verifica una disminución de la desigualdad, en cuáles se mantiene estable y en cuáles se ha intensificado?

Datos del complejo proceso iniciado en 2003

DossierMás riqueza, más desigualdad

Jorge Adorno/Reuters

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da “re-regulación de relaciones de trabajo”, pero un poco menos favorable a medida que nos alejamos de aquello que puede accionar más directamente el mer-cado de trabajo, en particular el urbano y el más prote-gido. Esto lleva a que, si nos guiamos por las evaluacio-nes y comparaciones internacionales, con todas sus li-mitaciones, nuestro país es más desigual en calidad de educación, en salud, en vivienda, en la probabilidad de sufrir ciertos delitos y en la concentración de la tierra que respecto de la distribución del ingreso.

Deudas hacia el futuroMás que pugnar por caracterizar la década transcu-rrida, creo que es importante proteger aquello que se ha ganado en términos de disminución de la desigual-dad, pues sabemos que gran parte de los logros pue-den ser lábiles y volátiles, así como priorizar las deu-das pendientes con distintos grupos y en diversos te-mas de cara al futuro.

En primer lugar, la disminución de la desigual-dad puede coexistir con situaciones de exclusión en la misma esfera. En el mercado de trabajo se cristali-zaba en el llamado “polo marginal” (7). Está sujeto a discusión qué categorías o grupos incluir: elaboramos una crítica a la imagen estereotipada de los “Ni Ni” co-mo un supuesto contingente de jóvenes desocupados y desescolarizados, cuando en rigor engloba situa-ciones muy diversas. Pero de un modo u otro, lo cier-to es que hay acuerdo entre la mayor parte de los ex-pertos en que dicho polo marginal afecta a una parte considerable de la población activa, y en términos ge-nerales podríamos señalar que alrededor de la mitad de la población ocupada registra algún problema de empleo. Por lo demás, en cada dimensión analizada puede demarcarse un núcleo de exclusión estructu-ral. En ciertos casos, eran los mismos los excluidos en distintas esferas; en otros, se debía a las consecuencias de vicisitudes específicas de alguna de aquellas. Así, podríamos agrupar a quienes permanecen excluidos o expulsados del sistema escolar, los que sufren cier-tas “enfermedades catastróficas” (aquellas que por su alto costo pueden arruinar a un hogar) u otras graves sin adecuada cobertura o sin acceso a los servicios, a quienes tienen las mayores dificultades de vivienda, los expulsados de sus tierras, los que sufren mayor violencia de distinto tipo y quienes viven en zonas re-legadas, donde carencias de infraestructura y de opor-tunidades se retroalimentan.

La mirada territorial mostraba también la hetero-geneidad de las formas de exclusión que existen en el país. Si bien la desigualdad en el Índice de Desarrollo Humano acuñado por el PNUD (que comprende in-dicadores de educación, ingresos y esperanza de vida) entre las provincias disminuyó durante nuestra déca-da (8), con otro indicador que incorpora más dimen-siones, las llamadas “brechas de desarrollo”, Andrés Niembro (9) mostraba en la década un mejoramiento de la situación general, pero un aumento de las dispa-ridades respecto de las provincias del Noroeste y, más claramente, del Noreste.

Una segunda comparación a contraluz articula la noción de desigualdad con la de condiciones de vida y bienestar. Comprende situaciones en las que la exclu-sión no sería tan evidente como en los casos anterio-res, pero donde es incontestable la intensidad de las desigualdades en la calidad y la cantidad de bienes y servicios a los que acceden distintos grupos sociales o territoriales. Nos referimos en particular a los défi-cits de infraestructura, a los peores transportes, a las

malas condiciones del entorno de la vivienda o de la misma casa. Es difícil establecer un juicio conclusivo sobre si estas situaciones empeoraron en la época; pe-ro muchas de ellas, producto de la falta de inversiones y las carencias de larga data, se conjugaron con un cre-ciente malestar social y múltiples demandas sociales en pos de su mejoramiento. A esto se agrega que mu-chas de estas mismas desigualdades entrañan situa-ciones de riesgo diferenciales, en la medida en que son más probables desenlaces trágicos o altamente perni-ciosos: por malas condiciones de transporte, mayor inseguridad y violencia policial en un barrio o por la carencia de obras de infraestructura.

Esa misma conjunción de inclusión con desigual-dades internas podrá tener consecuencias futuras, y para ello nos valemos de la noción de capacidades de A. Sen, como el diferencial de libertad que tienen los distintos grupos sociales para elegir sus opciones de vida. Una peor educación, una salud más deficien-te, un hábitat con mayores carencias o menores se-guridades, un ambiente inseguro, más dificultades de transporte, pueden no tener un desenlace trági-co, pero sí contribuir a una reproducción de las des-igualdades en el futuro en cuanto quienes las padez-can tendrán menores capacidades y posibilidades de elección de una vida autónoma o de participar acti-vamente en la vida pública. Así, en resumidas cuen-tas, las principales tendencias contrapuestas operan sobre distintos grupos y categorías, y generan polos o núcleos de exclusión, menores capacidades y por ende, desigualdad de oportunidades, peores condi-ciones de vida y mayores riesgos.

Hay otras tendencias contrapuestas: en ciertas cuestiones se evidencia un mejoramiento general con mantenimiento de desigualdades relativas. Así, los indicadores básicos vitales mejoran, pero se man-tienen diferencias entre las provincias. Algo similar sucede con el acceso a agua corriente, desagües y distintos servicios. Al cotejar la situación de villas y asentamientos, podían al mismo tiempo disminuir en términos absolutos las carencias, pero aumen-tar las brechas respecto de los promedios genera-les, como deducimos de un estado del Observatorio de la Deuda Social que compara 2004 y 2009 (10). La segunda cuestión es la necesidad de analizar en forma conjunta la extensión de la inclusión con las desigualdades internas. Así, es preciso considerar en forma articulada los innegables problemas de cali-dad del sistema educativo con los niveles de mayor igualdad que implica la inclusión de sectores más desaventajados. Se trata de poder poner en relación la perdurable fragmentación del sistema de salud y la decreciente solidaridad interna debido al “descre-me” de las obras sociales (esto es, que los asalariados mejor pagados migran con sus aportes a las empre-sas de salud privadas, constituyendo dos de cada tres afiliados a coberturas privadas) con el gran aumento de las coberturas de la última década.

¿Es posible un balance general?Creemos que sí. Más allá de todos los contraluces se-ñalados –y sin duda muchos otros–, vista en general y tomando en cuenta dimensiones que expresamen-te no tomamos en cuenta en nuestro recorrido por su claro signo igualador, dado que nos interesaba aquello sobre lo cual había controversias, podemos decir que la sociedad hoy es menos desigual. En forma evidente, respecto al comienzo de nuestro período de estudio y también respecto de los años noventa, puesto que el

signo general de las tendencias ha sido en su mayoría contrapuesto al de dicha década. Además, en muchos temas el país es menos desigual en comparación con el pasado, aun respecto de aquellas décadas que en el imaginario social aparecen como los años dorados pe-ro que, por ejemplo, a la hora de considerar la obten-ción de reivindicaciones puntuales de ciertos grupos –en cuanto a la extensión de derechos de ciertas mi-norías sexuales, de los migrantes internacionales o a una mayor igualdad de género–, hay un claro balance favorable para nuestro tiempo. También es preciso re-cordar que todo logro puede ser lábil, puede erosio-narse en el presente y en el futuro. Para finalizar, y esto va más allá de la mirada sobre la acción del Estado o de un gobierno, a nuestro entender Argentina es hoy me-nos desigual porque la igualdad está instalada como una demanda creciente de gran parte de la sociedad, omnipresente en el lenguaje de las reivindicaciones y en la lente con la que se miran, evalúan y critican dis-tintas situaciones y políticas. La igualdad como pro-mesa es siempre frágil; es una noción exigente y rara vez –o sólo en forma temporaria– puede verse satis-fecha. No es propiedad exclusiva de nadie, es terreno de disputas; pero en tanto motor de luchas y fuente de descontento, es un plafón para nuevas reivindicacio-nes y mayor igualdad futura. La sociedad argentina, o vastas capas de ellas, no ha naturalizado la desigual-dad, ha recuperado lo que Juan Carlos Torre llamó una “pasión por la igualdad” y esto es, sin duda, un activo que, más allá de la coyuntura, permite ser opti-mista sobre el futuro. g

1. Luis Beccaria y Roxana Maurizio (2012), “Reversión y continuidades bajo dos regímenes macroeconómicos diferentes. Mercado de trabajo e ingresos en Argentina, 1990-2010”, Desarrollo Económico, núm. 206, vol. 52, pp. 205-228.2. Trabajo y empleo en el Bicentenario. Cambio en la dinámica del empleo y la protección social para la inclusión. Período 2003-2010, Buenos Aires, Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, 2010.3. Juan Sanguinetti (2011), Equidad, acceso y utilización de los servicios de salud en Argentina. Una aproximación a partir de los datos de encuestas (inédito).4. Jorge Gaggero y Darío Rossignolo (2012), “Impacto del presupuesto sobre la equidad”, Buenos Aires, documento del CEFID, núm. 46.5. Alejandro Ganimian (2013), “Diez mitos sobre el PISA”. Disponible en línea en: <http://www.bastiondigital.com/notas/10-mitos-sobre-pisa>.6. Federico Tobar, Sofía Olaviaga y Romina Solano (2011), “Retos postergados y nuevos desafíos del sistema de salud en Argentina”, documentos de trabajo, núm. 99, Buenos Aires, CIPPEC.7. Ver los trabajos de Agustín Salvia y su equipo, entre ellos: Agustín Salvia y Pablo Gutiérrez Ageitos (2013), “La estructura social del trabajo en Argentina en el cambio de siglo. Cuando lo nuevo no termina de nacer”, Papeles de Población, vol.19, n. 76, pp. 163-200. Disponible en línea en: <http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-74252013000200006&lng=es&nrm=iso>. 8. “Informe nacional sobre desarrollo humano 2013. Argentina en un mundo incierto: asegurar el desarrollo humano en el siglo XXI”, Buenos Aires, PNUD, 2013.9. Andrés Niembro, “Las brechas territoriales del desarrollo argentino”, Desarrollo Económico (en prensa).10. ODSA (2010b), “Déficit de acceso a servicios públicos domiciliarios y a infraestructura urbana. Situación habitacional en la Argentina urbana (2004-2009)”, Buenos Aires, UCA.

*Sociólogo. Autor de Controversias sobre la desigualdad. Argentina,

2003–2013, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2014.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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En el Sinaí, una “guerra sucia” velada

Según el informe que acaba de publicar Human Rights Watch, al menos 800 partidarios de los Hermanos Musulmanes fueron asesinados el 14 de agosto de 2013 en El Cairo, tras la destitución del presidente Mohamed Morsi. En el Sinaí, la población paga el precio de la guerra entre las milicias yihadistas y el ejército egipcio.

Movimientos islamistas contra Israel y el gobierno egipcio

por Ismail Alexandrani*

Al mismo tiempo el jeque Eid Abu Je-rir, heredero de la hermandad (tariqa) del jeque Abu Amad Al Hazawy, originario de Gaza, creó el primer grupo sufí (1). Duran-te la crisis de Suez y la guerra que derivó de ella surgió una corriente del yihadismo sufí, en 1956. Esta corriente iba a coope-rar con el ejército egipcio y su servicio de inteligencia en la lucha contra Israel, país que, finalizado el conflicto, ocupó la región –al igual que la Franja de Gaza (2)– hasta marzo de 1957. Algunos de sus dirigentes actuales son ex combatientes condecora-dos, oficialmente reconocidos por el Esta-do, como el jeque Hassan Khal, de la loca-lidad de Al Jura, siete kilómetros al sur de Sheikh Zuwayyid.

A pesar de los fuertes vínculos históri-cos entre el sufismo y el ejército regular, la población del Sinaí considera el tratado de paz entre Israel y Egipto, celebrado entre Anwar el Sadat y Menajem Beguin en 1979 (tras los Acuerdos de Camp David de 1978), como una traición. Israel sigue siendo el enemigo. Un discurso religioso que no di-ferencia judaísmo y sionismo acentúa la amenaza permanente que éste representa.

Entre 2001 y 2010, la organización de Osama bin Laden no logró establecer uni-dades en este país del que, sin embargo, proviene su jefe actual, Ayman Al Zawahi-ri. La creación de Al Qaeda en la región de Kenana (Egipto) tuvo lugar en 2006, pe-ro su jefe, Mohammed Al Hakayama, fue asesinado dos años más tarde. En junio de 2010, un grupo de desconocidos perpetró el primer atentado con bomba contra un gasoducto en el Sinaí. Después de la caída de Mubarak, otros trece atentados en di-versos puntos de la península tuvieron co-mo blanco ese mismo gasoducto que sumi-nistra a Israel el gas natural egipcio. Final-mente, en abril de 2012, el gobierno decidió interrumpir el abastecimiento. Se ajustaba, así, a una decisión judicial que estipulaba que el acuerdo atentaba contra la sobera-nía nacional y los intereses de Egipto.

Fue entonces cuando ABM reivindicó públicamente su existencia por primera vez, a través de un video titulado “If you are back, we are back” (“Si vuelven, nosotros también”); en otras palabras: “Si retoman las exportaciones de gas hacia Israel, vol-veremos a empezar”. Allí, declara explíci-tamente su apoyo a Al Qaeda y afirma ser reconocido por dicha organización.

La siguiente etapa para ABM y los de-más grupos salafistas, tales como el Con-sejo de la Sura de los Muyahidines-Aknaf Bait al Maqdis (CSM-ABM), consistió en poner en la mira a las fuerzas israelíes en el propio Israel. Lograron realizar algunos ataques sorpresa llevados a cabo por yiha-distas originarios de Egipto (beduinos y no beduinos) y de otros países árabes.

El solemne funeral, de acuerdo con los ritos tribales, de uno de esos yihadistas be-duinos asesinado por un dron israelí, el 9 de agosto de 2013, fue una prueba de la sim-patía con la que contaba ABM. Pero, cuan-do los atentados comenzaron a apuntar al ejército egipcio, su popularidad y la de los otros grupos se debilitó.

Los habitantes de la región habían re-cibido favorablemente los ataques contra blancos israelíes más allá de las fronteras, un verdadero desafío lanzado a las auto-ridades de El Cairo. Estaban convencidos de que los manejos de Mubarak con los israelíes habían constituido el principal obstáculo para el desarrollo de su región. Las tribus fronterizas cuentan con de-cenas de detenidos en Israel, que fueron arrestados recientemente y siguen siendo considerados como “prisioneros de gue-rra”. Sin embargo, dichas tribus temían ver que la resistencia contra el Estado he-breo se transformara en rebelión armada contra el Estado egipcio.

Mohammed Youssef Tabl tenía 31 años. Fue abati-do por un soldado egip-cio cerca de la ciudad de Sheikh Zuwayyid, treinta

kilómetros al este de El Arish, en el Sinaí. El joven, miembro de una misión oficial en-cargada de reunir información sobre la si-tuación en el Sinaí, era conocido y su muer-te no pasó desapercibida. La simpatía y la solidaridad ayudaron a su familia y amigos a contener la furia. Otras miles de víctimas anónimas no tuvieron la misma suerte. Ta-bl se movía en el medio urbano e instruido de El Arish, mientras que la población de esa zona limítrofe con Israel es esencial-mente beduina, marginada, estigmatizada. Víctima de la política de la tierra arrasada que se ha llevado a cabo allí, Tabl sólo tomó las armas de manera obligada y forzada.

En enero de 2011, cuando en casi to-do Egipto estalló la “revolución”, El

Enfrentamientos entre el ejército egipcio y grupos islamistas en las afueras de Sheikh Zuweid, Península de Sinaí, 10-9-13 (Stringer/Reuters)

Arish, capital de la gobernación del Si-naí del Norte, no se quedó atrás. Pero la reacción ante el primer asesinato de un manifestante en la plaza principal de Sheikh Zuwayyid, ciudad beduina cer-cana, fue particularmente violenta. Los militantes de los derechos humanos y políticos se retiraron. Las mujeres em-pezaron a romper piedras para armar proyectiles que fueron arrojados por los niños; los hombres sacaron sus Kalash-nikovs y sus lanzacohetes.

Las tres décadas precedentes de injus-ticias, opresión, humillaciones y menti-ras gubernamentales no habían suscitado una sed de venganza comparable a la de los últimos años del reinado del presiden-te Hosni Mubarak. En respuesta a la pri-mera gran oleada de atentados terroristas en el Sinaí del Sur (2004-2005), las pobla-ciones sufrieron una brutal represión; se asistió así a un recrudecimiento sin pre-

cedentes de las violaciones cometidas por policías en Rafah y Sheikh Zuwayyid, que superaron incluso el triste récord del ejército de ocupación israelí (1967-1982). Esta violencia endureció la determina-ción de los grupos armados y sobre todo de las milicias salafistas y yihadistas como Ansar Bait al Maqdis (ABM).

Israel como enemigoLa resistencia contra Israel sobre bases confesionales se remonta a 1948, cuando los Hermanos Musulmanes crearon cam-pos de formación militar para voluntarios en El Arish y Sad El Rawafaa. Cuando Ga-mal Abdel Nasser y los “oficiales libres” to-maron el poder en El Cairo, en 1952, la pre-sencia de los Hermanos en el Sinaí declinó hasta desaparecer por completo dos años más tarde con la prohibición de la organi-zación y el exilio de gran cantidad de sus di-rigentes, en especial en Jordania.

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Ese paso fue dado, lo que le sirvió de pretexto a Israel para entrar en acción. En agosto de 2012, un comando pene-traba en territorio egipcio para asesinar a Ibrahim Eweida, dirigente beduino de ABM, en la localidad de Khereza, quin-ce kilómetros al oeste de la frontera. En mayo de 2013, otro dirigente, Mahdu Abu Deraa, era asesinado por elementos loca-les que cooperan con los israelíes, en la localidad de Goz Abu Raad, cerca de Ra-fah, en el Sinaí del Norte. En agosto del mismo año, Tel Aviv no vacilaba en poner al ejército egipcio en aprietos al anunciar la masacre por medio de un dron, en Al Ajraa, de todo un grupo yihadista que ha-bría estado a punto de lanzar misiles tie-rra-tierra sobre su territorio.

¿Guerra contra el Islam?Esta escalada incitó al ejército egipcio a atacar dos pueblos en los que vivían mili-tantes de ABM, el 10 de agosto de 2013. Por primera vez desde 1967, un helicóptero de combate egipcio penetró en la zona C (3) para atacar Al Thoma y Al Moqataa. En ese momento puede ubicarse el giro hacia una verdadera guerra.

Los Hermanos Musulmanes no tie-nen presencia organizada en el este de El Arish y no lograron crear vínculos con los grupos armados del Sinaí durante la presi-dencia de Mohamed Morsi ( junio de 2012 - julio de 2013). Pero, pese a su hostilidad ideológica respecto de estos grupos, ABM se sintió en la obligación de demostrarles su solidaridad en el contexto de la violenta represión que vienen padeciendo después del golpe de Estado militar del 3 de julio de 2013. Sus comunicados están colmados de justificaciones religiosas; no contento con acusar a los militares de faltar a sus deberes respecto de la nación, ABM llega al punto de tratar de impíos a todos los miembros del ejército, tanto los conscriptos rasos como los superiores. Y extiende su acción fuera del Sinaí, apuntando a objetivos en otras regiones de Egipto.

Exasperado por la violencia (4) y por los crímenes de guerra cometidos du-rante las operaciones militares que co-menzaron el 7 de septiembre de 2013 –y siguen desarrollándose–, ABM comenzó a reclutar más combatientes. El peor de los escenarios no sería necesariamen-te la extensión de la violencia al resto de Egipto, sino el fortalecimiento de los vínculos, hasta ahora poco importantes, entre ABM y el yihadismo en Siria.

La represión sin precedentes que siguió a la destitución de Morsi constituye una provocación permanente desde el pun-to de vista de los combatientes de ABM, la mayoría de los cuales son beduinos poco instruidos. Para ellos, los ataques dirigidos contra los Hermanos Musulmanes y otros manifestantes islamistas durante el Rama-dán de 2013 (a la hora de la plegaria en las mezquitas) y las sospechas permanentes que pesan sobre los creyentes, confirman la idea de una guerra contra el Islam.

El intento de asesinato del ministro del Interior en El Cairo del Este, en septiem-bre de 2013, marca un punto de inflexión decisivo. Anteriormente, ABM apuntaba al ejército y las fuerzas policiales; desde entonces, pasó a realizar acciones “te-rroristas” en el sentido estricto: los que las planifican ya no se preocupan por los daños que causan a los civiles. En octubre de 2013, un militante de ABM precipitó un camión cargado de explosivos sobre la Dirección de Seguridad del Sinaí del Sur. En noviembre, el cuartel de la Seguridad Militar de la provincia de Ismailia fue di-namitado. Un mes más tarde, algunas ho-ras después de que una potente explosión destruyera la Dirección de Seguridad de Mansura, capital de la provincia de Da-

calia, el gobierno de transición declaró a ABM una “organización terrorista”.

A partir de entonces, los excesos de los oficiales y sus soldados del ejército regu-lar en contra de la población civil gozan de una total impunidad. En el Sinaí, todo es-tá permitido, inclusive la destrucción de casas sin autorización judicial, el incendio de las casillas que albergan a los más po-bres y especialmente a las personas mayo-res, la destrucción de olivares, los dispa-ros sin preaviso contra casas particulares, el asesinato de mujeres y niños, el arresto al azar de cientos de sospechosos, el cierre de decenas de tiendas y negocios, los des-alojos forzados y las desapariciones orga-nizadas y, por supuesto, el hostigamiento a los periodistas e investigadores –entre ellos el autor de estas líneas–.

Después de cuatro meses de esta gue-rra abierta, ABM volvió a dar pruebas de su vitalidad con tres operaciones espec-taculares realizadas en enero de 2014. La primera consistió en lanzar un misil Grad sobre la ciudad israelí de Eilat, el 21 de enero. La segunda fue un atentado contra la Dirección de Seguridad en pleno centro de El Cairo, al día siguiente de la adverten-cia que lanzó el ministro del Interior diri-gida a todo aquel que proyectara festejar el aniversario de la “revolución del 25 de enero” ante una comisaría; la tercera –y la que tuvo más repercusión mediática–, el 25 de enero, la destrucción en pleno vuelo de un avión militar egipcio, que causó la muerte de toda la tripulación. En represa-lia, los soldados, ciegos de rabia, sencilla-mente arrasaron la localidad de El Lifitat y lanzaron algunas ofensivas nocturnas contra la pequeña ciudad de El Barth.

Durante esos largos meses, el ejército egipcio logró silenciar todo lo que pasaba en el Sinaí del Norte. Los periodistas y los militantes de la región fueron hostigados, detenidos y torturados, o perseguidos y obligados a esconderse, mientras que sus colegas extranjeros, amenazados, final-mente fueron expulsados. Todos los días las redes de comunicación sufren cortes y una hora antes de la puesta de sol se ini-cia el toque de queda. Sin embargo, todas esas medidas, incluido el castigo colectivo y arbitrario de la población, no impidieron que ABM siguiera lanzando misiles sobre Israel durante la guerra en Gaza, en julio-agosto de 2014. Los lanzó desde la misma zona en la que un dron israelí había asesi-nado a cuatro yihadistas el año pasado.

Cuando el ejército egipcio consiguió im-pedir un segundo lanzamiento, el 13 de julio de 2014, ABM redobló la apuesta poniendo en la mira un campamento militar al este de El Arish. Uno de los dos misiles dio en el blanco, pero el otro cayó sobre las vivien-das cercanas, mató a siete civiles, entre ellos una niña de 10 años, e hirió a otros nueve.

Actualmente, ABM se alejó de Al Qae-da para aliarse con el Estado Islámico (EI). Y la política feroz que llevan a cabo las au-toridades egipcias e israelíes suscitó una nueva generación de combatientes, más motivada por la sed de venganza que por convicciones ideológicas. g

1. El sufismo es una forma de misticismo que encuentra sus raíces en el Islam sunnita. De reputación pacífica, en realidad tiene influencia en diversos movimientos, incluidos algunos yihadistas.2. Véase Alain Gresh, “La larga historia de Gaza”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, agosto de 2014.3. El tratado de paz entre Israel y Egipto dividió al Sinaí en tres zonas; en cada una de ellas la cantidad de soldados egipcios fue limitada. La zona C, limítrofe con Israel, está prohibida para ellos (pero no para los policías).4. Véase “Sinai: Destined to suffer?”, Integrated Regional Information Networks (IRIN), Nairobi, 9-12-13, www.irinnews.org

*Periodista, especialista en la cuestión del Sinaí, El Cairo.

Traducción: Bárbara Poey Sowerby

El Estado Islámico, ese mo-vimiento yihadista que ya controla buena parte del noreste de Siria y del no-roeste de Irak, aparece

tan determinado y seguro de sí mis-mo como confusa toda la región que lo rodea. No constituye en absoluto un Estado nuevo, dado que rechaza la noción de frontera y no les presta atención alguna a las instituciones. En contrapartida, nos enseña mu-cho acerca de la situación en Medio Oriente, y sobre todo acerca de la si-tuación de los Estados en la región, por no hablar de la política exterior de los países occidentales.

Este movimiento conquistador tiene una identidad sorprendente-mente clara, dados su composición –voluntarios de todos lados– y sus orí-genes. La historia empieza en Irak cuando, después de la invasión esta-dounidense de 2003, un puñado de ex mujahidines de la guerra de Afga-nistán abre una franquicia local de Al Qaeda. Enseguida su doctrina se disocia de la de la casa matriz: le dan prioridad al enemigo más cercano en vez de al adversario que está más le-jos, como podrían ser Estados Uni-dos o Israel. Ignorando cada vez más al ocupante estadounidense, desatan una guerra confesional entre sunni-tas y chiitas, y después se internan en una lógica fratricida. Su ultravio-lencia apunta ahora a los traidores y a los supuestos apóstatas entre los sunnitas, es decir a su propio campo. La autodestrucción que le sigue, en-tre 2007 y 2008, limita esta esfera a unos pocos radicales reducidos a los confines del desierto iraquí.

Un movimiento en expansiónA pesar de su espectacular regreso a la arena política, al Estado Islámico le corresponde sólo una pequeña parte del mérito. Sus enemigos declarados, cuya lista, impresionante, conforma una especie de Who’s Who de la esce-na estratégica regional, le abrieron el camino. Para empezar, los regímenes del primer ministro iraquí Nuri al-Maliki y del presidente sirio Bashar al-Assad, que usaron todos los medios posibles e imaginables –y también ini-maginables, en los casos de las armas químicas en Siria– para combatir, en nombre de una supuesta “guerra con-

tra el terrorismo”, una oposición sunni-ta que se habían esforzado en radicali-zar. Sus socios circunstanciales, Wash-ington en un caso y Moscú en el otro, luego los alentaron. Irán hizo más que ofrecerles un apoyo incondicional: en el mundo árabe, Teherán tiene una po-lítica exterior que se concentra cada día más en el financiamiento de nichos de soldados chiitas, lo que contribuye a la polarización confesional.

Tampoco nos olvidemos de las mo-narquías del Golfo, cuyos petrodólares, tirados a los cuatro vientos, financian una economía islamista parcialmente oculta. Por su parte, durante un tiempo Turquía les abrió sin reparos su fron-tera siria a los yihadistas que venían de Francia, de Navarra e incluso de Aus-tralia. Por último, Estados Unidos debe ser condenado en rebeldía: después de una década de agitación insensata ba-jo la égida del presidente George Bush, Barack Obama optó por la postura con-traria, a saber, un laisser-faire frío y alta-nero, mientras regímenes quebrados, en Siria y en Irak, surgían claramente como semilleros yihadistas. En un lapso de dos años, el Estado Islámico no sólo floreció, sino que se fue difundiendo por todos lados, hasta invadir grandes ciu-dades como Raqqa, Faluya y Mosul. He-cho destacado: se trata del primer movi-miento, en el mundo árabe, que saca al yihadismo de sus márgenes.

Parte de su éxito se basa en su es-trategia, que se podría resumir con la noción de consolidación. Su ambición es menos “conquistar el mundo”, co-mo sugieren tanto sus propagandistas como sus detractores, que anclarse sólidamente en los espacios que ocu-pa; lo que lo lleva a ser más pragmáti-co de lo que se imagina.

Hasta hace poco, sus combatien-tes capturaban prisioneros occidenta-les y pedían un rescate por ellos en vez de matarlos. La ejecución de un rehén estadounidense, el 19 de agosto pasa-do, en respuesta a los bombardeos en Irak, representa un cambio significa-tivo. Le dedican una energía muy par-ticular a pelear por pozos de petróleo que les garantizan una remarcable au-tonomía financiera. Se pelean sin pro-blemas con débiles rivales sunnitas, en sus zonas predilectas, pero el entusias-mo decae durante enfrentamientos de-masiado costosos con adversarios más serios: participan poco en la lucha

Avanza el Estado Islámico

Las conquistas militares del Estado Islámico en Irak y Siria paralizan al mundo. Se aprovechan de la descomposición de los Estados de Medio Oriente y desafían la estrategia de Estados Unidos en la región.

Nuevas alianzas en Medio Oriente

por Peter Harling*

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contra el régimen sirio, le escapan al frente a frente con las milicias chiitas ira-quíes y moderan su antagonismo contra las facciones kurdas.

Por todo eso, el Estado Islámico tiene poco para ofrecer. La situación desastrosa en Mosul lo ilustra ampliamente. Sus re-cursos, considerables, no alcanzan para ningún tipo de redistribución. Sus prin-cipios de gobierno vienen del anacronis-mo: una resurrección de las prácticas del profeta del Islam, algo que sería incómo-do incluso si se entendieran bien. Más allá de esta utopía un poco burda, paradójica-mente no se apoya en ninguna teoría del Estado Islámico –una laguna en el mun-do sunnita en general, en contraste con el chiismo de la revolución iraní–. En el me-jor de los casos, pone en práctica una vi-sión más codificada de la guerra, lo que le otorga una ventaja en relación con los gru-pos armados que se entregan a la crimina-lidad pura y simple. Esta codificación re-fuerza su cohesión de conjunto gracias a prácticas y a un discurso sin lugar a dudas violentos, pero relativamente elaborados.

En el fondo, se conforma sobre todo con llenar un vacío. El Estado Islámico ocupa el noreste de Siria porque el régi-men básicamente lo abandonó y porque la oposición que eventualmente podría haberlo suplantado se quedó sin el apoyo de sus supuestos padrinos, sobre todo Es-tados Unidos. Se metió en ciudades como Faluya y Mosul porque el poder central en Bagdad no les prestaba ningún tipo de atención: tenía ahí una presencia al mis-mo tiempo corrupta, represiva y precaria. Su rápida expansión en zonas controladas por fuerzas kurdas, pero habitadas por minorías cristianas y yazidíes, en el norte de Irak, se explica por el poco interés que tenían por las víctimas sus supuestos de-fensores, los kurdos, que prefirieron re-plegarse en su territorio natural.

También conocido con el nombre de “Daesh”, su acrónimo árabe de uso peyo-rativo, el Estado Islámico llena un vacío también en un plano más abstracto. En pocas palabras: al mundo sunnita le cues-ta tanto dar cuenta de su pasado como en-carar su futuro. Un siglo XX descosido, que era la continuación de una prolonga-da ocupación otomana percibida como

un período de retroceso, tuvo como saldo una serie de fracasos: antiimperialismo, panarabismo, nacionalismos, socialismo, diversas formas de islamismo, capitalis-mo, sólo desembocaron en experiencias ambiguas y amargas. Exceptuando a Tú-nez, las esperanzas que nacieron de los levantamientos de 2011 viraron, al menos por ahora, al desastre. ¿A quién dirigirse para encontrar una fuente de inspiración, de confianza en sí mismo, de orgullo? ¿A los reaccionarios del Golfo y de Egipto? ¿A los Hermanos Musulmanes, hoy en día mermados? ¿Al Hamas palestino, en la trampa de un sempiterno impasse en su resistencia a Israel?

“Daesh” amenazaA lo largo de este tiempo, el mundo chiita contabilizó algunos éxitos, al menos par-ciales: Irán se impuso como un interlocu-tor ineludible para Occidente y pretende tener un papel importante en el mundo árabe; Hezbollah dicta su ley en el Líbano; y un eje confesional que une a Beirut, Da-masco, Bagdad y Teherán se consolida. De donde se desprende un fenómeno nuevo y alarmante: la mayoría sunnita en la región desarrolla un complejo de minoría –un sentimiento confuso pero potente de mar-ginalización, desposesión, humillación–. Cada vez son más, en más lugares, los sun-nitas que se creen y se dicen privados de sus derechos básicos y perseguidos.

Con excepción de algunas loables ex-presiones, las minorías (chiita, cristiana, alauita, kurda, etc.), que cultivan su propia identidad victimaria, se muestran en el me-jor de los casos indiferentes a la mayoría; en el peor, cómplices. Occidente no se que-da atrás. Aunque la suerte de los yazidíes, que se mueren de hambre después de una fuga apasionada a las montañas del Sinjar, preocupa en el más alto grado a las canci-llerías del Oeste, la de los habitantes de los barrios asediados de Damasco, donde el ré-gimen le hace pasar hambre a una cantidad mayor de sunnitas, las deja impávidas.

Lo más inquietante, quizá, es que el Es-tado Islámico se haya vuelto el taparrabos de una vacuidad política generalizada. To-dos los que aborrecían la “guerra contra el terrorismo” de Bush, viendo en eso una idea naif de bombero pirómano o el desa-

ya que todos están de acuerdo en cuan-to a Daesh, tanto en el seno del gobierno iraquí y del leadership kurdo como con los vecinos iraníes, turcos y saudíes.

De todos modos los bombardeos no son neutros. Al contrario, vistos desde la región tienen sentido. Por cosas del azar del ma-cabro calendario de matanzas en Medio Oriente, éstas tienen lugar luego de un mes de fuerte desinterés de Washington por la suerte de los civiles bajo las bombas en Gaza. Además les envían un mensaje muy claro a los actores de la región: la dosis co-rrecta de “guerra contra el terrorismo” y de “protección de las minorías” puede servir para captar y movilizar al poder estadouni-dense. Masud Barzani, presidente del go-bierno regional del Kurdistán, lo entendió perfecto, publicando un llamativo pedido de ayuda en The Washington Post (1). Los otros políticos de la zona también lo en-tienden; después de todo, sólo son sordos a los llamados a un cambio positivo.

En el Líbano tuvo que aparecer el Esta-do Islámico para sacudir la parálisis que aqueja a ese país tan frágil. Pero el movi-miento para adelante es también un salto hacia atrás: la clase política y sus patroci-nadores extranjeros compiten en el apoyo al ejército, que concentra mucho en su ca-za a los islamistas sunnitas e ignora cuida-dosamente la delicada cuestión del Hez-bollah, al que deja libre de combatir jun-to a regímenes desprestigiados en Siria y en Irak. De hecho, a todos los factores de inestabilidad estructural, tanto en otros lugares como en la región, se los conside-ra secundarios en relación con la urgencia de enfrentar al Daesh. En territorio sunni-ta, el sentimiento de sentirse acusado no puede más que crecer.

Al Estado Islámico le espera un futuro prometedor si los principales actores si-guen explotando su presencia para redi-mirse de sus errores. Los islamistas chiitas, los medios seculares y los gobiernos occi-dentales redefinen parcialmente sus rela-ciones sobre la base de una especie de Gue-rra Santa que se vuelve una finalidad en sí misma. Gaza, Yemen, Sinaí, Libia, e incluso Túnez, son todos terrenos fértiles para su expansión, en una parte del mundo que ex-perimenta una fuerte integración regional, al mismo tiempo más allá de las fronteras y dentro de cada uno de los países: a fuerza de éxodo rural, las fronteras territoriales están bien conectadas con los barrios in-formales de las grandes ciudades.

También existen estrechas relaciones con las sociedades occidentales remode-ladas por los flujos migratorios y las nue-vas tecnologías de la información, que producen una nueva generación de can-didatos a la yihad. Estos se trasladan fácil-mente a Siria o a Irak, desde donde comu-nican y valorizan su experiencia tirando tanto ráfagas de tweets como de balas.

Aunque representa poca cosa en sí mis-mo, el Estado Islámico se alimenta de un efecto de sistema. Puede al mismo tiempo constituir una forma de redención por de-fecto, un aliado circunstancial, un ascen-sor social o una identidad prêt-à-porter en los entornos sunnitas que atraviesan una crisis profunda. Les sirve de realce o de útil distracción a sus detractores más cí-nicos y de espantapájaros que concentra los miedos más o menos racionales de ac-tores enfrentados a sus propios fracasos. Esta polisemia, en la confusión que carac-teriza esta era de cambios caóticos, es la clave de su éxito. g

1. Masud Barzani, “Kurds need more US to defeat Islamic State”, The Washington Post, 10-8-14.

*Investigador del International Crisis Group.

Traducción: Aldo Giacometti

gradable remanente de una lógica impe-rial, ahora entonan esa antífona, porque eso les ahorra reflexionar acerca de los verdaderos dilemas que plantea la región. “Daesh” justifica todos los excesos de la fuga hacia adelante iraní en dirección a un sectarismo chiita más pronunciado, como respuesta a su equivalente sunnita; las am-bivalencias de un Occidente que ya no sabe qué hacer; los compromisos de gran parte de las élites del mundo árabe en una orgía de violencia contrarrevolucionaria; o in-cluso la creciente alienación de las mino-rías en relación con su entorno –una diná-mica de la que son víctimas, pero también actores, ya que se agarran de formas de re-presión que agravan el problema–.

De donde se desprende una serie de aforismos, algunos más absurdos que otros. Irán a Occidente: sean buenos con nosotros porque Daesh nos amenaza. Los regímenes árabes a sus pueblos: no va-mos a ceder porque Daesh nos amenaza. La oposición siria: sálvennos de nosotros mismos porque Daesh nos amenaza. El Hezbollah a los libaneses: todo está per-mitido porque Daesh nos amenaza. Esta-dos Unidos: no intervenimos en Siria por-que Daesh nos amenaza, pero atacamos Irak porque… Daesh nos amenaza.

La regresión funciona en todos los ni-veles. Lo que se hace no es sólo sacar la “guerra contra el terrorismo” del tacho de basura de la historia: también se entie-rra la “protección de las minorías”, con la modalidad colonial de un bombardeo de la mayoría convulsionada. Los objetivos alcanzados en Irak por los aviones y los drones estadounidenses son un acto libe-rador, no para los yazidíes, cuyo futuro de-pende de muchos otros factores, sino para la conciencia de una administración Oba-ma que se encogió de hombros y desvió la mirada como respuesta a toda clase de violencias estos últimos tres años.

Estados Unidos terminó por reaccio-nar en Irak porque lo podía hacer sin de-masiados problemas: ningún riesgo de es-calada con el Estado Islámico, que no tie-ne los medios como para tomar medidas inmediatamente. Nada de protestas en la opinión pública estadounidense o mun-dial, ampliamente adherida a la causa. Tampoco complicaciones diplomáticas,

Miembros del Estado Islámico festejan la toma de la base aérea de Tabqa en la ciudad de Raqqa, Siria, 24-8-14 (Stringer/Reuters)

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Los beneficios del pragmatismo

El evidente desgaste de la influencia de Estados Unidos en Medio Oriente facilita el entendimiento de Moscú y Tel Aviv. A pesar de las diferencias respecto a Siria e Irán, rusos e israelíes cultivan fructíferas relaciones comerciales, diplomáticas y militares.

Rusia e Israel

por Igor Delanoë*

electrónicos manufacturados (alrededor del 10%) e insumos médicos (8,5%).

Con el interés de ir aun más lejos, ambos países decidieron en diciembre de 2013, al margen de la Cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Bali, la instauración de una zona de libre comer-cio. Desde marzo de 2014, un grupo de tra-bajo estudia la factibilidad de un acuerdo semejante entre Israel y la Unión aduane-ra de Rusia, Bielorrusia y Kazajstán. Estas gestiones reflejan una forma de imper-meabilidad entre las relaciones económi-cas y las crisis siria, ucraniana e iraní, que no parecen afectar una alianza dinámica y prometedora considerada en el largo plazo.

Moscú y Tel Aviv desarrollaron además una fructífera cooperación técnico-mili-tar en materia de drones. Rusia busca re-vertir su retraso en las tecnologías de pun-ta, e Israel cuenta con una de las industrias más avanzadas en ese campo. En abril de 2009, firmó con Israel Aerospace Industry (IAI) un contrato para la compra de doce drones de vigilancia, por un monto de 53 millones de dólares. Luego, en octubre de 2010, IAI y la corporación industrial rusa Oboronprom celebraron una nueva ven-ta por un total de 400 millones de dólares. El contrato tenía por objeto la compra, en tres años, de drones Searcher Mk-II y Bird Eye-400, además de la construcción de una fábrica de ensamblaje en Ekaterim-burgo (Rusia) que ya comenzó a entregar sus primeros drones al ejército ruso.

En materia energética, las relaciones se beneficiaron con el descubrimiento a la altura de las costas israelíes de vas-tos yacimientos gasíferos, cuyas reservas podrían ascender a 1,4 billones de metros cúbicos. Hasta 2010, sólo se contrataba a compañías estadounidenses para ex-traer estos hidrocarburos. Pero Tel Aviv deseaba diversificar sus fuentes de finan-ciamiento y ya no contar únicamente con las de Washington, y, esta vez, Gazprom sacó provecho de ello. Así, el gigante ruso se posicionó en el mercado de gas natural licuado (GNL), cuyo desarrollo constitu-ye uno de los ejes prioritarios de la estra-tegia energética rusa. En febrero de 2013, una filial de Gazprom firmó un contra-to con la israelí Levant LNG Marketing Corporation para la compra exclusiva, por un período de veinte años, de GNL proveniente del yacimiento gasífero de Tamar, a la altura de Haifa.

Desde luego, las relaciones de Moscú con Damasco siguen arrojando una som-bra sobre este acuerdo. Pero la crisis siria demostró también la solidez de la alianza israelo-rusa, y la capacidad de ambos ac-tores de superar sus divergencias. Cuan-do estalló el conflicto, en marzo de 2011, Israel pertenecía al grupo de países que, como Estados Unidos, contaban los días –como mucho, las semanas– del presidente Bashar Al Assad. Su caída habría quebra-do el “arco chiita” que se extiende de Irán al Líbano pasando por Irak y Siria, debili-tado al Hezbollah en el Líbano y aislado a Teherán disminuyendo su proyección es-tratégica. Rusia, en cambio, se posicionó desde el comienzo como uno de los prin-cipales apoyos del régimen de Damasco. Sin embargo, la “iraquización” de Siria y la inesperada longevidad de su presiden-te produjeron, desde entonces, un cambio en los intereses israelíes (5).

Si bien parece poco probable que Al Assad gane la guerra, su expulsión, en cambio, ya no se encuentra en el orden del día. Tel Aviv tomó nota de ello. Por otra parte, Moscú supervisa el desplaza-miento de las armas químicas sirias, que amenazaban con caer en manos de gru-pos radicales. Además, la lucha iniciada por el ejército sirio y el Hezbollah contra los yihadistas, con el apoyo material de

El incidente no pasó inadver-tido. Durante la reunión de la Asamblea General de la Orga-nización de las Naciones Uni-das (ONU) del 27 de marzo

pasado, destinada a condenar la anexión de Crimea por parte de Moscú, el repre-sentante israelí brilló por su ausencia. En perjuicio de Estados Unidos, Tel Aviv se abstuvo de votar una resolución que lla-maba a no reconocer la incorporación de la península a la Federación Rusa. Este episodio vino a confirmar la complejidad de las relaciones entre Israel y Rusia. Ya que, a pesar de sus divergencias sobre la cuestión siria y sus diferencias siempre sustanciales sobre la cuestión nuclear iraní, estos dos países mantienen un diá-logo constructivo.

Presentándose cada vez más como una ciudadela asediada en la escena de Medio Oriente, Israel tomó nota del desgaste de la influencia estadounidense en la región que, indirectamente, favorece la del Krem-lin. El conflicto sirio consagró el regreso de Moscú a la escena de Medio Oriente, y lo volvió ineludible en la recomposición geopolítica de la región tras las “primave-ras árabes”. Su postura pragmática con-trastó con las demoras de la diplomacia occidental, de manera que su firmeza y te-nacidad en su pulseada con Washington fueron observadas con atención, no sólo

Roberto Aizemberg, Tres figuras, 1987 (Gentileza Centro Cultural Recoleta)

desde las capitales del Golfo, sino también desde Tel Aviv, donde Rusia se presenta como una potencia en ascenso (1).

“Puente humano”Rusos e israelíes pueden alegrarse de mantener buenas relaciones, basadas en sólidos intercambios económicos y en un “puente humano”: alrededor de un millón de ciudadanos israelíes provienen del es-pacio ruso y ex soviético, gran parte de los cuales van y vienen de ambos lugares (2). Desde fines de los años 80, los binaciona-les representan aproximadamente la sép-tima parte de la población del Estado he-breo, de manera que el presidente Vladi-mir Putin pudo calificar a Israel de “país rusohablante”. Forman una comunidad a la vez autónoma e integrada en la vida cul-tural, política y económica. Desde los pa-dres fundadores, la clase política israelí contó siempre entre sus filas con rusoha-blantes, a menudo nativos del ex imperio ruso –como Golda Meir (primera ministra entre 1969 y 1974), nacida en 1898 en Kiev– o provenientes del espacio post-soviético, como el actual ministro de Relaciones Ex-teriores Avigdor Lieberman, nacido en 1958 en Chisinau, en la Moldavia soviética.

A lo largo de los años 2000, Israel se convirtió en un destino cada vez más preciado por los turistas rusos, quienes se beneficiaron además con la deroga-

ción del régimen de visas entre ambos países, en septiembre de 2008. Repre-sentan el segundo contingente más im-portante de visitantes extranjeros des-pués de los estadounidenses, y un maná para la economía: en 2012, más de tres-cientos ochenta mil rusos viajaron a Is-rael, es decir, el 13,2% del flujo turístico (20,2% representaron los turistas esta-dounidenses) (3). Estos lazos favorecen una mejor comprensión mutua, convir-tiendo a Israel en un “mundo ruso” en el corazón del Mediterráneo oriental y a las puertas de Medio Oriente.

Mientras que en 1991 los intercambios comerciales no superaban los 12 millones de dólares, en 2013 iniciaron una nueva eta-pa alcanzando los 3.500 millones, un cre-cimiento del 20% con respecto a 2012. La caída registrada en 2009 como consecuen-cia de la crisis económica se reabsorbió en gran medida: las exportaciones rusas a Is-rael recuperaron en 2013 el nivel alcanzado en 2008. Nuevamente superaron la barre-ra de los 2.000 millones, mientras que las exportaciones israelíes a Rusia siguen au-mentando y alcanzan casi los 1.500 millo-nes (4). Israel importa principalmente dia-mantes en bruto e hidrocarburos (46,5% del valor comercial de las importaciones), mientras que las importaciones rusas pa-recen más equilibradas: productos agríco-las (aproximadamente el 16%), productos

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Rusia, sirve a los intereses securitarios de Israel, ya que contribuye a impedir la aparición, después del Sinaí, al oeste, de una nueva zona liberada, esta vez en su flanco septentrional.

De Kiev a GazaQueda, sin embargo, la delicada cuestión del suministro de armas. Israel reconoce en Rusia un poder de daño nada despreciable: tiene capacidad de vender tanto a Siria co-mo a Irán equipos muy sofisticados, algunos de los cuales podrían ir a manos del Hezbo-llah. De hecho, para Moscú, la venta de ar-mamento a Siria representa más un meca-nismo de influencia sobre Washington y Tel Aviv que una fuente de ingresos confiable. Así, en 2009, debido a las presiones esta-dounidenses e israelíes, Moscú suspendió la venta de ocho interceptores Mig-31E cu-yo contrato, firmado en 2007, se estimaba en 500 millones de dólares. Luego, en enero de 2012, en plena guerra en Siria, negoció con Damasco un contrato para la venta de trein-ta y seis aviones de entrenamiento Yak-130, por un monto de 550 millones de dólares. Anunciada su suspensión en el verano de 2012, la provisión de los aviones parece ha-ber vuelto al orden del día en mayo de 2014.

El Kremlin modifica pues sus provisio-nes de armamento –a Siria, pero también a Irán– cuando desea adquirir un margen de maniobra en los asuntos estratégicos. En el caso de los Yak-130, la agudización de la cri-sis en Ucrania y la elección presidencial del 25 de mayo seguramente jugaron su papel.

Aunque Moscú haya logrado desa-rrollar su alianza con Teherán sin com-prometer la que mantiene con Tel Aviv, la cuestión nuclear iraní sigue siendo el principal escollo. Ninguno de los dos

el Cáucaso. Mientras algunos expresan su solidaridad con el movimiento pro euro-peo, otros, preocupados por la presencia en el más alto nivel, en Kiev, de activistas antisemitas de extrema derecha, apoyan la posición de Rusia. El genocidio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial sigue siendo el prisma fundamental con el cual muchos israelíes perciben los aconteci-mientos, de manera tal que los ucranianos no gozan de una imagen muy positiva. La inauguración por parte de Putin y el pri-mer ministro Benjamin Netanyahu, en ju-nio de 2012 en Netanya, de un monumen-to en memoria de los soldados del Ejército Rojo caídos en el frente combatiendo con-tra la Alemania nazi vino además a recor-dar la lucha común de ambos países contra el negacionismo.

Una parte de los israelíes rusohablan-tes, empezando por aquellos que aún tie-nen familiares allí, está preocupada por la seguridad de la comunidad judía en Ucra-nia, compuesta por aproximadamente doscientas mil personas que viven prin-cipalmente en Kiev. Y la incorporación a Rusia de Crimea, donde existen diez mil judíos, exacerbó las divisiones internas en Israel, remitiendo a la cuestión de la ocu-pación de los territorios palestinos. Fren-te a esta fractura de la comunidad rusoha-blante, Netanyahu no ganaría nada criti-cando abiertamente a Putin. Todo lo con-trario: perdería a una parte del electorado ruso-israelí, que pesa de manera decisiva en la vida política desde 1991 (8). Las lacó-nicas declaraciones de Lieberman sobre la necesidad de normalizar las relaciones con Kiev se explican pues tanto por la vo-luntad de no afectar las buenas relacio-nes con Moscú como por la preocupa-

países desea que Irán logre hacerse de la bomba atómica; pero Rusia mantuvo su cooperación con la República Islámica en el terreno nuclear civil, y se sirve de ello como una carta en sus relaciones con los países occidentales.

En 2010, Dimitri Medvedev, entonces presidente de la Federación Rusa, había anulado por decreto la venta de sistemas de defensa antiaérea S-300, acordada en 2007 por un monto de aproximadamente 1.000 millones de dólares. El Kremlin votó ade-más cuatro resoluciones del Consejo de Se-guridad de la ONU que exhortan a Teherán a ajustarse a las exigencias del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).

Sin embargo, la crisis siria contribuyó a acercar a Irán y Rusia. En septiembre de 2013, cuando una intervención esta-dounidense parecía inminente, el presi-dente Putin se reunió con su par Hassan

Rohani al margen de la cumbre de la Or-ganización de Cooperación de Shanghai. Ambos decidieron entonces que, en caso de ataques estadounidenses-franceses, Irán recibiría nuevos armamentos, inclu-yendo sistemas S-300, y se construiría un segundo reactor nuclear en Bushehr (6).

Israel no puede permanecer insensible a tales amenazas, y mantiene el diálogo con Rusia. El 1 de junio pasado, ambos gobier-nos anunciaron la implementación de una línea encriptada de comunicación perma-nente. Sus dirigentes podrán así “discutir cuestiones diversas sobre los principales intereses de ambas naciones sin una inter-vención directa de Estados Unidos” (7).

Tel Aviv es consciente del papel clave desempeñado por Moscú en la cuestión iraní, y del modo en que lo utiliza cuan-do se encuentra en dificultades en su “ex-tranjero cercano”. Evalúa también su in-fluencia en la región, lo que explica su si-lencio sobre la crisis ucraniana. Desde el inicio de los acontecimientos, adoptó una posición de observador neutral y silencio-so. Si se abstuvo en la ONU el 27 de mar-zo, es porque difícilmente habría podido participar de una votación que condenara una anexión sin quedar en una situación incómoda respecto de su propia política en Palestina. Pero condenar la incorpora-ción de Crimea a Rusia la habría expuesto también a represalias por parte del Krem-lin, que habría podido mostrarse menos cooperativo sobre la venta de armamento a Siria o la cuestión nuclear iraní.

La crisis ucraniana, por otra parte, divi-de profundamente a la comunidad israelí rusohablante. Lejos de ser homogénea, és-ta tiene sus raíces principalmente en Ucra-nia y Bielorrusia, pero también en Rusia y

En 2009, Rusia firmó con Israel Aerospace Industry un contrato de 53 millones de dólares para la compra de doce drones de vigilancia.

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ción de no importar las tensiones ruso-ucranianas al seno de la sociedad israelí.

Más que una alianza, Israel quiere de hecho establecer con Rusia una asocia-ción que serviría para sus tratativas de diversificación estratégica. Busca com-pensar las inflexiones de la política es-tadounidense en la región, y quebrar su relativo aislamiento diplomático. La in-sistencia de Washington con reactivar el proceso de paz, el acuerdo sobre la cues-tión nuclear iraní celebrado en noviembre de 2013 y el apoyo brindado por Estados Unidos a los islamistas en Egipto y Siria constituyen temas de conflicto. En este contexto, la competencia entre Moscú y Washington puede reservar sorpresas fe-lices para Tel Aviv, tal como lo demostró en septiembre de 2013 el acuerdo entre Serguei Lavrov, el ministro de Relacio-nes Exteriores ruso, y el secretario de Es-tado estadounidense John Kerry sobre el arsenal químico sirio. Israel desearía ver multiplicarse este tipo de cooperación y de acuerdo sobre la cuestión nuclear iraní.

Sin embargo, la destrucción del arse-nal químico sirio podría más bien con-ducir a reactivar las negociaciones sobre la creación de una zona libre de armas de destrucción masiva en Medio Oriente. Y, en tal sentido, se trata de un tema de des-acuerdo entre Moscú y Tel Aviv. En sep-tiembre de 2013, en la conferencia anual del OIEA, el representante ruso había vo-tado en favor de una resolución propuesta por los países árabes llamando a Israel a firmar el tratado de no proliferación y so-meter sus instalaciones nucleares al con-trol de la ONU. Putin había entonces ad-vertido: “Israel deberá algún día abando-nar sus armas nucleares, como Siria aban-donó sus armas químicas” (9). A pesar del tono de estas declaraciones, el realismo que expresan hasta ahora rusos e israe-líes debería permitir en los próximos años profundizar su acercamiento. g

1. Véase Jacques Lévesque, “Rusia regresa a la escena internacional”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, noviembre de 2013.2. “Russie-Israël: les défis d’une relation ambivalente”, Politique étrangère, Vol. 78, N° 1, París, primavera de 2013.3. “Visitors arrivals by country of citizenship and mode of travel”, Central Bureau of Statistics of Israel, Tel Aviv, www.cbs.gov.il4. “Commerce extérieur de la Fédération de Russie avec les pays étrangers”, Servicio Federal de Estadísticas de Rusia, www.gks.ru 5. Véase Nir Boms y Asaf Hazani, “Dilemas israelíes frente a la crisis siria”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, mayo de 2014.6. Vladimir Radyuhin, “Moscow to sell Iran S-300, build second n-reactor”, The Hindu, Nueva Delhi, 11-9-13.7. Pierre Razoux, “Vers une nouvelle posture nucléaire israélienne?”, Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (IRSEM), París, Note de recherche stratégique, N° 9, París, junio de 2014, www.defense.gouv.fr8. “La Russie et Israël: entre méfiance réciproque et coopération bilatérale. Les enjeux d’une relation ambivalente”, Recherches & Documents, N° 06/2010, Fundación para la Investigación Estratégica, París, julio de 2010.9. Akiva Eldar, “How long will Israel stay off the nuclear hook?”, 16-10-13, Al-Monitor.com

*Doctor en historia, especialista en asuntos de seguridad y

defensa rusos.

Traducción: Gustavo Recalde

d

por Michel Réal*

Los orígenes de la alianza

El apoyo ruso a israEl tanques y aviones de combate, y brindó entrenamiento. En 1968, Ben Gurión estimaría que esas armas “salvaron al país”: “Constituyeron la ayuda más im-portante que hemos obtenido. [...] Dudo mucho de que, sin ellas, hubiéramos po-dido sobrevivir el primer mes” (2).

Durante este primer período, que abarca la década 1941-1951, Israel ob-tuvo pues de la URSS, en todos los te-rrenos, un apoyo que superó sus ex-pectativas, sin por ello privarse de sus apoyos occidentales, en primer lugar Estados Unidos. Pero luego varios epi-sodios sembrarían la discordia, hasta la ruptura de las relaciones diplomá-ticas, en febrero de 1953. Se produjo primero la interrupción total de la in-migración de los judíos de Europa del Este, donde las campañas antisemitas hicieron estragos. Luego vino el pro-ceso de Praga, en noviembre de 1952. Como consecuencia del divorcio entre Stalin y la Yugoslavia del mariscal Tito, en 1948, las “democracias populares” de Europa del Este vivieron grandes purgas. En Checoslovaquia, el secre-tario general del Partido Comunista, Rudolf Slansky, detenido en noviem-bre de 1951, fue acusado de haber urdi-do un complot “imperialista sionista”. Durante el proceso, once de los cator-ce acusados eran judíos y explícita-mente designados como tales.

A lo que se suma el caso de las “ba-tas blancas”. El 13 de enero de 1953, Pravda publicó un comunicado en el que se acusaba a un grupo de “médi-cos-saboteadores”, en su mayoría ju-díos, de haber asesinado a dirigentes soviéticos por orden de una organiza-ción judía internacional. Varias per-sonalidades fueron detenidas. Entre ellas figuraban Polina Zhemchuzhina, la esposa de Vyacheslav Molotov, bra-zo derecho de Stalin; Ivan Maiski, ex diplomático que había desempeñado un papel clave en los contactos con el movimiento sionista, o incluso Maria Weizmann, la hermana del presidente israelí Chaim Weizmann.

La muerte de Stalin, el 5 de marzo de 1953, puso fin a la escalada entre am-bos países y marcó el final de la campa-ña contra los judíos soviéticos. Las rela-ciones diplomáticas se restablecerían en julio. Una nueva era comenzaba. No existiría sin embargo un retorno a la edad de oro de los años 1947-1949, y la guerra de junio de 1967, en la cual Mos-cú apoyaría a Egipto y sus aliados ára-bes, conduciría a una nueva ruptura de las relaciones diplomáticas. Recién se restablecerían en 1991, semanas antes de la desaparición de la URSS. g

1. Sobre el período 1948-1953, Laurent Rucker, Staline, Israël et les Juifs, Presses universitaires de France (PUF), París, 2001.2. Citado en Uri Bialer, Between East and West: Israel Foreign Policy Orientation 1948-1956, Cambridge University Press, 1990.

*Historiador.

Traducción: Gustavo Recalde

El 17 de mayo de 1948, la URSS reconocía al Estado de Israel, creado tres días antes (1). Es-te gesto, considerado una gran

victoria por el movimiento sionista, marcaba el resultado de varios años de esfuerzos. Los primeros contactos tu-vieron lugar en Londres, a comienzos de 1941. Mientras la URSS continua-ba siendo aliada de la Alemania nazi, el presidente de la Organización Sionista Mundial, Chaim Weizmann, se reunía con el embajador soviético Ivan Mais-ki. De inmediato, ambos se refirieron al futuro de Palestina. Weizmann militaba por la creación de un Estado judío. Da-vid Ben Gurión, dirigente del Yishuv, la comunidad judía en Palestina, y futuro ministro de Israel, continuaría con los intercambios unas semanas más tar-de. A pesar de la oposición histórica del movimiento comunista al proyecto sio-nista, el nuevo Estado no iría en contra de los intereses soviéticos; sin embargo, hasta 1946, Moscú escatimó su apoyo.

El giro se produjo en mayo de 1947. El Reino Unido, que había obtenido de la Sociedad de Naciones (SDN), en 1922, el mandato sobre Palestina, de-cidió remitir la cuestión ante la ONU. Encargada de decidir sobre el futuro de ese territorio, ésta dio entonces sus primeros pasos. Andrei Gromyko, jo-ven viceministro de Relaciones Exte-riores soviético, anunció que la URSS podría apoyar la división de Palestina en dos Estados, uno judío, el otro árabe, si la solución binacional se volviese im-posible de implementar.

Desde entonces, y hasta 1949, Israel contó con el apoyo político, militar y demográfico de la URSS de Joseph Stalin. Y ello, aun cuando el dirigen-te soviético iniciaba una campaña de represión contra los judíos, debida en gran parte a la lucha por el poder en la cima del partido-Estado.

En la escena diplomática, la URSS desempeñó un papel central en la adop-ción del plan de partición de Palestina por parte de la ONU, el 29 de noviembre de 1947. Además del suyo, aportó el voto de sus satélites, con la excepción –nun-ca explicada– de Yugoslavia. Pero pro-

veyó además a Israel los dos recursos que más necesitaba: hombres y armas.

La batalla demográfica fue vital pa-ra el éxito del proyecto de los dirigentes sionistas. La población judía en Palesti-na representaba en 1946 seiscientas mil personas, es decir, un tercio del total. Debían a cualquier precio modificar a su favor la relación de fuerzas. La URSS contribuiría a ello de manera decisiva.

En primer lugar, proveyó candida-tos para que viajaran a Palestina. A lo largo de 1946, permitió la partida de más de ciento cincuenta mil judíos po-lacos hacia las zonas de ocupación es-tadounidense y británica en Alema-nia, donde se sumaron a los campos de personas desplazadas. Ahora bien, esos sobrevivientes de los campos na-zis, o esas personas que, al finalizar la guerra, se encontraban sin hogar ni fa-milia, no tuvieron otra alternativa que Palestina. Moscú agravaría deliberada-mente este problema, que puso al Rei-no Unido en una difícil situación. Lon-dres sufrió una fuerte presión no sólo del movimiento sionista, sino también de Estados Unidos. Los estadouniden-ses no querían recibir a estos refugia-dos en su territorio, y temían el efecto en la opinión pública de las imágenes de esos barcos de inmigrantes ilegales rumbo a Palestina expulsados sin mira-mientos por las fuerzas británicas.

Antes de 1948, la URSS apoyó directa o indirectamente las operaciones de in-migración clandestina organizadas por la Agencia Judía desde los países de Eu-ropa del Este, especialmente Rumania y Bulgaria. Dos tercios de los judíos que llegaron a Palestina entre 1946 y 1948 provenían de estos dos países.

Después del 15 de mayo de 1948 y la proclamación de la independencia de Israel, la cuestión de la inmigración se volvió aun más vital. En adelante, era necesario proveer de reclutas al joven ejército. En otras palabras, alimentar los flujos migratorios significaba parti-cipar del esfuerzo bélico israelí. Ahora bien, entre 1948 y 1951, más de trescien-tos mil judíos de Europa del Este llega-ron a Israel, es decir, la mitad del total de inmigrantes a lo largo de ese período.

Moscú apoyó también al joven Esta-do hebreo en el otro frente de la batalla demográfica: el de la homogeneización de su población, que condujo a la parti-da, y sobre todo a la expulsión, de más de setecientos mil árabes palestinos. La URSS eximió a Israel de toda respon-sabilidad y acusó a Londres. En 1948, Moscú votó contra la Resolución 194 de la Asamblea General de la ONU sobre los refugiados palestinos, que preveía la posibilidad de un regreso.

En el ámbito militar, la URSS brindó su ayuda a la causa sionista incluso an-tes de la creación de Israel. A partir del mes de mayo de 1947, la compra de ar-mas se volvió una prioridad para Ben Gurión. Tras las presiones soviéticas, Checoslovaquia devino su principal proveedor. Entre 1948 y 1951, Praga en-tregó armas livianas y pesadas, incluso

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China-América Latina: Una nueva dependencia, por Christophe Ventura 22La fiebre de los canales centroamericanos, por François Musseau 24

DossierBanco Popular Chino (Petar Kujundzic/Reuters)

Qué quiere China en América LatinaAunque Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial de América Latina, la ofensiva económica y diplomática que hoy despliega China en la región amenaza con desplazarlo del puesto privilegiado en un futuro próximo. Las extraordinarias inversiones de Pekín ya alcanzan su patio trasero, con la financia-ción de pasajes marítimos de importancia vital para el dominio comercial de la región latinoamericana.

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Durante su visita por América del Sur en julio, el presidente chino Xi Jinping firmó numerosos acuerdos comerciales. Sin embargo, los intercambios continúan siendo muy desiguales, reproduciendo la relación asimétrica que los países de la región mantienen con las grandes potencias occidentales.

La cuenta regresiva llega al fin a ce-ro. Una nube blanca se forma en la pantalla de China Network Televi-sion (CNTV) y la emoción ilumina la cara del presidente Evo Morales. Los brazos articulados de la ram-

pa liberan al cohete Larga Marcha 3B que, rápida-mente, se desprende de la atracción terrestre. El 21 de diciembre de 2013, el lanzador chino ponía en órbita al primer satélite de telecomunicaciones de la historia de Bolivia, el Tupac Katari (TKSAT-1).

El acontecimiento, histórico para la nación an-dina, ilustra el estrechamiento de las relaciones di-plomáticas, económicas y tecnológicas entre el gi-gante asiático y América Latina desde mediados de los 2000. Estados Unidos le cedió a China su lugar de primer socio comercial de algunos de los países de su ex “patio trasero”, entre los cuales se cuen-ta Brasil. En La Habana, durante la segunda cum-bre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), los días 28 y 29 de enero de 2014, los treinta y tres países miembros decidieron con Pekín el establecimiento de un foro de coope-ración permanente; una evolución muy importan-

te en una asociación hasta entonces limitada a las relaciones bilaterales. Esta dinámica, que es pre-sentada como una señal de la emancipación de la región, ¿sugiere una inversión más profunda de los equilibrios mundiales?

La vaca sin la lecheLa reorientación del comercio mundial hacia la región Asia-Pacífico no excluye a América Lati-na. Aunque Estados Unidos sigue siendo el socio principal, con un volumen de transacciones de al-rededor de 843.000 millones de dólares en 2012, el banco HSBC no duda en predecir que China le va a sacar el título de aquí a 2030 (1). Entre 2000 y 2013, los intercambios de hecho pasaron de 10.000 mi-llones a… 257.000 millones de dólares (2).

Preocupada por seguir manteniendo su modelo de desarrollo a través de su mercado interno, Chi-na pretende asegurarse su provisión de materias primas. Desde esta perspectiva, América Latina se ubica al mismo tiempo como proveedora y como socia. Las industrias chinas ya son el primer desti-no de las exportaciones de Brasil, Perú o Chile (el segundo para Colombia, Cuba, Uruguay o Vene-

Una nueva dependenciaEl circuito comercial China-América Latina

zuela). Cereales, oleaginosas, minerales e hidro-carburos representan el 70% del total.

Reproduciendo los viejos circuitos comercia-les, cuando las embarcaciones británicas lleva-ban cobre, azúcar y especias a Liverpool antes de transportar productos terminados hacia América Latina, los buques y cargueros latinoamericanos que navegan hacia China se cruzan en el camino con portacontenedores salidos de los puertos de Shanghai o de Tianjin. Cargados con productos manufacturados (el 91% de las exportaciones chi-nas hacia América Latina), ya representan la prin-cipal fuente de aprovisionamiento del mercado brasileño y la segunda para la mitad de los demás mercados latinoamericanos (3).

La continuidad del circuito comercial se ve acompañada sin embargo por un vuelco más grande. Durante mucho tiempo, este tipo de rela-ciones engendraba un problema conocido con el nombre de “desequilibrio en los términos del in-tercambio”: el valor de los productos no procesa-dos iba decreciendo poco a poco, mientras que el de los bienes manufacturados aumentaba a medi-da que incorporaban nuevas tecnologías. Las ex-

por Christophe Ventura*

Industria textil en Jiangxy, China (China Daily Infor/Reuters)

DossierQué quiere China en América Latina

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portaciones latinoamericanas de materias primas se desvalorizaban y sus importaciones de bienes se encarecían: al continente le costaba equilibrar su balanza comercial.

Durante la década del 2000, la cotización de las materias primas se disparó, y la de los bienes ma-nufacturados empezó a caer a medida que el taller del mundo se trasladaba hacia el Este. Teórica-mente, América Latina debía beneficiarse con esta situación. Pero no ha sido así. La evolución de los términos del intercambio a favor de la región reac-tivó otra amenaza, más vieja todavía…

Siglo XVI. La corona española organiza el sa-queo del Nuevo Mundo. El oro y los metales pre-ciosos que inundan la península ibérica transfor-man a los mercaderes españoles en rentistas opu-lentos. Pero su riqueza beneficia más que nada a las industrias nacientes del resto de Europa: la fabri-cación de bienes en España disminuye y precipita la decadencia del imperio ibérico. “España tenía la vaca, pero otros se tomaban la leche”, resume el es-critor uruguayo Eduardo Galeano (4).

Poco cambiaron las cosas. El valor agregado que se incorpora en los procesos industriales está to-davía muy lejos de la región; por el contrario su re-lación con China acentúa la “reprimarización” de las economías: una dependencia que aumentó en el mercado mundial y en el sector primario, que genera pocos empleos y pocas riquezas. En resu-midas cuentas, por más que América Latina tenga ahora la vaca, no es en verdad la que toma la leche…

La intensificación de la demanda de materias primas exacerba además otra dificultad. “Si uno mira por la ventana –observaba recientemente An-drés Velasco, ex ministro de Economía de Chile–, uno puede ver cómo se acerca un inmenso tsunami de riqueza. Y ese fenómeno, que hace algunos años era percibido como algo positivo, a mí me parece aterrador. ¿Por qué? Porque este tsunami nos va a complicar la vida políticamente (…) y va a volver de-licados nuestros arbitrajes macroeconómicos” (5).

El problema que identifica Velasco tiene un nombre: la “enfermedad holandesa”, relaciona-da con el descubrimiento del mayor yacimiento de gas natural del mundo en la provincia de Gro-ninga, en el norte de los Países Bajos, a fines de los años 1950. Las exportaciones de gas se aceleraron y atrajeron divisas extranjeras al mismo tiempo que se disparaba el valor de la moneda holandesa, el florín. Consecuencia: los productos del país se encarecían en los mercados extranjeros, mientras que el costo de las importaciones disminuía. Resul-tado: un encogimiento del sector industrial.

La América Latina moderna se encuentra en una situación semejante. En medio de la afluencia de divisas extranjeras (ligadas a las exportaciones, pero también a las inversiones), las monedas de la región se apreciaron considerablemente durante los años 2000. El valor del real, por ejemplo, su-bió un 25% entre 2010 y 2011, conduciendo a que el ministro de Economía brasileño, Guido Mantega, denunciara una “guerra de las monedas” (amplia-mente alimentada por el “socio” chino) (6). En un

injerencia en los asuntos internos; igualdad y bús-queda de ventajas mutuas; coexistencia pacífica. En el subcontinente, la ruptura con los métodos de Washington no pasa desapercibida (10)…

En la búsqueda de autonomía económica y po-lítica, la mayoría de los países de la región cuentan con China: a ojos de los gobiernos surgidos de la ola progresista de los años 2000, esta nueva depen-dencia –que se estaría buscando convertir en in-terdependencia, según el análisis del investigador Francisco J. Verdes-Montenegro Escánez (11)– si-gue siendo preferible a la anterior. La segunda po-tencia económica mundial encarna la promesa

de una diversificación de las alianzas. Esta re-lación permite, en una perspectiva de cons-trucción de un mundo multipolar, una descom-presión de la subordi-nación a la arquitectura financiera internacio-nal –Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, principalmen-te– y a la potencia tute-lar estadounidense. ¿Se desprende de todo esto la formación de un “gran Sur”, prueba del

debilitamiento del sistema económico dominan-te y de sus lógicas predadoras? ¿O estamos más bien asistiendo a una redistribución de los roles entre viejas y nuevas potencias en la lucha por la hegemonía? g

1. Citado en “Chinese enterprises in Latin America”, People’s Daily Online, 19-2-14.2. Mark Keller, “China-Latin America Trade: An end to the good old days”, Latin Business Chronicle, Coral Gables, 11-6-14.3. Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), noviembre de 2013.4. Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina [1971].5. Citado por Chrystia Freeland, “US policy no longer stands alone”, International Herald Tribune, Neuilly-sur-Seine, 22-4-11.6. Véase Laurent L. Jacque, “El color y el valor del dinero”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2010.7. América Latina capta el 13% del total de las inversiones extranjeras directas (IED) chinas en el mundo. Por su parte, las IED latinoamericanas en China representaban en 2010 menos del 0,1% del total para China (entre 70 y 80 millones de dólares).8. “China to finance major projects in Latin America”, Reuters, 15-6-14.9. Marcio Pochmann, Nova classe média? O trabalho na base da pirâmide social brasileira, Boitempo Editorial, San Pablo, 2012.10. Véase Maurice Lemoine, “Los nuevos golpes de Estado ‘light’”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, agosto de 2014.11. “Amigos a la fuerza: las relaciones China-América Latina y el Caribe frente a los riesgos e interdependencias de una geoeconomía en transformación”, Instituto Español de Estudios Estratégicos, Madrid, mayo de 2014.

*Autor de L’Eveil d’un continent. Géopolitique de l’Amérique

latine et de la Caraïbe, Armand Colin, París, 2014.

Traducción: Aldo Giacometti

Las exportaciones chinas representan la principal fuente de aprovisionamiento del mercado brasileño.

viaje a Pekín, en abril de 2011, la presidenta brasile-ña Dilma Rousseff les ordenó a sus interlocutores “reequilibrar” los intercambios comerciales.

Se pueden destacar ciertos logros, como la re-ciente obtención de una transferencia de tecnolo-gía en la fabricación de trenes gracias a la instala-ción de una fábrica china en territorio brasileño. Pero por lo demás, América Latina sigue despro-vista. China cuenta con una ventaja de tamaño en relación con sus socios: logra evitar las situacio-nes de dependencia en el campo energético. Así, cuando en 2010 Argentina le impuso ciertas me-didas antidumping a diversas importaciones chi-nas (calzados, textiles, aceros), Pekín respondió con la interrupción de sus compras de petróleo argentino, sin por eso poner en peligro su abaste-cimiento. A Buenos Aires no le quedó más opción que dar marcha atrás…

El gigante asiático financia masivamente a los países latinoamericanos, gracias a inversiones di-rectas estimadas en alrededor de 10.000 millo-nes de dólares por año (contra los 244.000 mi-llones de Estados Unidos) (7), así como también al otorgamiento de préstamos, sobre todo vía el Banco de Desarrollo Chino (CDB, por su sigla en inglés), en el marco de los tratados de coopera-ción de Estado a Estado. Garantizados con petró-leo, minerales o soja, estos tratados que apuntan a la construcción de infraestructuras agrícolas, energéticas y minerales, de transporte, de vivien-da o a proyectos científicos y técnicos, alcanzaron los 102.200 millones de dólares entre 2005 y 2013 (8). Pekín además consiguió entrar al Banco Inte-ramericano de Desarrollo (BID) y al Banco de De-sarrollo del Caribe (BDC). Esta zona, que cuenta con cinco de los veintitrés países que reconocen a Taiwán, vio las inversiones chinas multiplicarse por cinco entre 2003 y 2012.

¿Un “gran Sur”?Desequilibrada, esta asociación presenta sin em-bargo una ventaja política para los dirigentes lati-noamericanos. Alimenta la emergencia –celebrada por la prensa internacional– de una “nueva clase media”, caracterizada por un despegue del consu-mo. Aunque para el economista brasileño Marcio Pochmann, cercano al Partido de los Trabajadores (PT), la expresión designa en los hechos a los “nue-vos trabajadores pobres”, que sólo descubren los supermercados porque ahí pueden encontrar pro-ductos baratos, fabricados en el exterior (9).

A causa de la cumbre de los BRICS (Brasil, Ru-sia, India, China y Sudáfrica) en Fortaleza, Brasil, entre el 14 y el 16 de julio de 2014, el presidente Xi Jinping realizó su segundo viaje por América Lati-na. China fue discreta en lo que respecta a los con-flictos “calientes”, como la actual crisis en Vene-zuela, el golpe de Estado en Honduras en 2009, la tentativa de golpe de Estado en Ecuador en 2010, etcétera. China respeta los cinco principios del in-formal “Consenso de Pekín” que guía su política exterior: respeto de la integridad territorial y de la soberanía absoluta de los Estados; no agresión; no

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24 | Edición 183 | septiembre 2014

Un siglo después de su inauguración, el Canal de Panamá ensancha sus esclusas para absorber un tráfico marítimo cada vez más denso. Este corredor estratégico entre el océano Atlántico y el Pacífico ¿continuará siendo el único pasaje interoceánico mientras se multiplican los proyectos análogos?

“Si todos los proyectos de canal se realizan, América Central se parecerá a un gruyère”

“¡Cuidado, puede tocar!”, grita el capi-tán de las mulas, los remolcadores sobre rieles que aseguran el avance de los bar-cos sin chocar contra los bordes de la es-clusa. El portacontenedores, cargado de material electrónico proveniente del Su-

deste Asiático, pasa sin rozar obstáculos, a unos diez centímetros de los límites de la cámara, bajo la mi-rada admirada de turistas estadounidenses. “Todos los días, tenemos sustos de este tipo –suspira Judith Ríos, técnica a cargo de las operaciones–. La anchu-ra es insuficiente para los nuevos tamaños”. El bar-co parte de nuevo; sobre unas ocho horas promedio, faltan aún tres horas más para llegar hasta el Atlánti-co. Debido a los obstáculos, cada vez más frecuentes, cruzar el canal supera con frecuencia las diez horas.Estamos en Pedro Miguel, República de Panamá, a

unos sesenta kilómetros de la capital del país, una ciudad de rascacielos que recuerdan al Miami tro-pical. Las esclusas funcionan desde hace exacta-mente un siglo: Estados Unidos inauguró el Canal de Panamá en agosto de 1914. Estas esclusas, ubi-cadas en el canal artificial de ochenta kilómetros, se han convertido, en la actualidad, en un punto de congestión. No sólo la mayoría de los barcos tran-sitan de manera extremadamente justa, sino que avanzan muy lentamente: algo intolerable para un mercado que desespera por la fluidez del inter-cambio. El canal, que ha visto pasar desde su crea-ción cerca de un millón de barcos, es víctima de su éxito y de la evolución del tráfico: desde 1934, el vo-lumen de mercaderías se triplicó.

El destino de este pequeño país centroamerica-no de crecimiento asiático (aproximadamente de un 8% desde hace una década) es similar al de su ca-nal, barrera estratégica, devuelto por Estados Uni-dos en 1999 en virtud de los tratados Torrijos-Carter. La ampliación es una cuestión de supervivencia: es-

La fiebre de los canales centroamericanos

Desde Panamá hasta Nicaragua

te corredor que une el Océano Pacífico y el Atlánti-co concentra, según el gobierno, el 5% del comercio mundial (sin contar el petróleo). Administrado por un organismo público (Autoridad del Canal de Pana-má, ACP), representa una de las principales fuentes nacionales de divisas (1.600 millones de dólares en 2013), por detrás de la actividad bancaria. En 2006, después de un referéndum aprobado el año anterior por el 78% de los votantes, se comprometieron tra-bajos gigantescos que deben terminarse a fines de 2015. El objetivo es construir un nuevo conjunto de esclusas más profundas y anchas, con el fin de tripli-car la capacidad de recepción.

Camino a Gatún –un lago artificial situado a vein-tisiete metros sobre el nivel del mar que atraviesan todos los barcos–, se puede tener la dimensión de esta obra vertiginosa. En el horizonte, del lado del Caribe aparecen la ciudad de Colón y su puerto de cruceros. Un ejército rugiente de grúas y de camiones se empe-ña en la edificación de cámaras de esclusas del tama-ño de una catedral: “En total, el hormigón colado aquí

por François Musseau*, enviado especial

Esclusas de Pedro Miguel, Canal de Panamá, 8-1-14 (Carlos Jasso/Reuters)

DossierQué quiere China en América Latina

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permitiría construir cien edificios de cuarenta pisos”, anuncia Bernardo González, el ingeniero jefe espa-ñol del Grupo Unidos por el Canal (GUPC).

Ese consorcio encargado de los trabajos reúne a las sociedades española Sacyr, italiana Impregilo, belga Jan de Nul (para el dragado) y panameña Cu-sa. En un primer momento el consorcio rechazó el monto de la obra que se elevaba a 5.250 millones de dólares (o sea 3.870 millones de euros): después de los estudios más detallados, reclamaba un sobrecos-to de 1.600 millones de dólares. Finalmente, a fines de febrero de 2014, se firmó un acuerdo. Cada parte aportó 100 millones de dólares suplementarios, y la aseguradora Zurich American desbloqueó 400.

Las futuras esclusas –de cuatrocientos vein-tisiete metros de largo y cincuenta y cinco de an-cho– fueron diseñadas para permitir el pasaje de una generación de portacontenedores llamados “postpanamax”, cuya manga máxima alcanza cer-ca de cuarenta y tres metros. Aparecidos a fines de los años 80, estos enormes barcos representan ya prácticamente la mitad del tráfico mundial. “¡No hay tiempo que perder! Es indispensable que nues-tras infraestructuras puedan recibirlos”, comenta Jorge Quijano, el administrador del canal.

Pero, desde el comienzo de la obra, otras construc-ciones todavía más imponentes, capaces de trasla-dar dieciocho mil contenedores de veinte pies fueron puestas a flote (1). Las nuevas esclusas ya son dema-siado estrechas para ellas. Deberán limitarse enton-ces a los portacontenedores de trece mil cajas –contra cuatro mil seiscientas, actualmente–. Sin embargo, las autoridades panameñas esperan doblar el tonelaje: de trescientos treinta y tres millones de toneladas en 2012 a seiscientos millones en 2025. Un filón jugoso, puesto que los derechos de pasaje aumentan en fun-ción del volumen de carga. De un promedio actual de 350.000 dólares por barco, treparían hasta 1 millón de dólares, según las previsiones de la ACP.

El ensanchamiento del canal dispensará a los grandes portacontenedores de tener que hacer el desvío por el Cabo de Hornos, o enfilar hacia el le-jano Canal de Suez, competidor histórico del corre-dor panameño –y más frecuentado que éste–, cuyos ciento noventa y tres kilómetros tienen la ventaja de carecer de esclusas, y no tener otra limitación que el calado (2). Teniendo en cuenta que cada día de tra-yecto suplementario cuesta una pequeña fortuna en combustible, los operadores buscan el camino más corto. Ahora bien, pasando por el Cabo de Hornos, el trayecto Yokohama-Nueva York representa 31.630 kilómetros, 25.120 vía Suez, y 18.560 por Panamá.

“Las inversiones en infraestructuras, como las de las obras en Panamá, facilitarán nuestras operacio-nes y aumentarán fuertemente nuestros beneficios”, se alegra Robbert Van Trooijen, responsable en la re-gión de Maersk Line, líder del transporte marítimo, en Latinport, asociación latinoamericana de puertos y terminales, en septiembre de 2013. Pero los mons-truos de acero repletos de mercaderías y de fuel oil pesado que surcarán el trazado sinuoso del lago Ga-tún, entre Panamá y Colón, significarán una pesada hipoteca sobre los parques nacionales recorridos.

Manrique, en Infolatam. “Con la desventaja, para las compañías marítimas, de que ellas pagan cara la car-ga y la descarga de las mercaderías.” Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), una carga de diez mil contenedores equivale a dieciocho trenes, o cinco mil ochocientos camiones. En otros términos, se necesitarían varios kilómetros de trenes para des-cargar un solo portacontenedor.

De todos los proyectos de corredores interoceáni-cos, el de Nicaragua es, por lejos, el más ambicioso y el más controvertido. Pues las autoridades tienen la decidida intención de perforar la corteza terrestre, a lo largo de, aproximadamente, trescientos kilóme-tros. En junio de 2013, el gobierno presidido por el sandinista Daniel Ortega otorgó un permiso de cin-cuenta años –renovables por medio siglo suplemen-

tario– a Hong Kong Nica-ragua Developement In-vestment (HKND), una sociedad registrada en las Islas Caimán y que tie-ne su sede actual en la ex colonia británica. Su due-ño, el chino Wang Jing, se comprometió a gastar 40.000 millones de dóla-res, o sea cuatro veces el producto interno bruto (PIB) de Nicaragua. La mayoría de los especia-listas consideran que el costo mínimo de una per-foración como esa alcan-zaría, en realidad, los 80 mil millones de dólares.

El proyecto apunta a superar el canal panameño en capacidad: mientras es-te último –que está saturado–, no puede aceptar por-tacontenedores de más de ciento diez mil toneladas, el nuevo corredor permitiría el pasaje de colosos de metal de doscientos cincuenta mil toneladas, de has-ta cuatrocientos cincuenta metros de largo. Su traza-do, aprobado en julio último, ya fue imaginado por los conquistadores españoles. Según las autoridades ni-caragüenses, estaría destinado a los portacontenedo-res “post-postpanamax”, que cargan unas catorce mil cajas. Los trabajos comenzarían a principios de 2015.

Además de la opacidad del proceso, muchos espe-cialistas –empezando por Jaime Incer, el consejero especial de medio ambiente de Nicaragua– denun-cian las consecuencias ecológicas previsibles, como la destrucción de cuatrocientas mil hectáreas de tie-rras húmedas o la salinización del lago Cocibolca, la principal reserva de agua dulce de América Central, de una superficie similar a la de Puerto Rico. El canal atravesará en efecto ciento cinco kilómetros de ese lago. Pero quedémonos tranquilos; el 7 de julio, en el transcurso de un encuentro oficial con el presidente Ortega, Wang dio su “palabra de honor”: el canal será “ecológico, respetuoso del medio ambiente”.Algunos se preguntan sobre su factibilidad: “Si todos los proyectos de canales se concretan –iro-nizaba el 15 de noviembre de 2013 el ministro

El objetivo es construir un nuevo conjunto de esclusas más profundas y anchas, con el fin de triplicar la capacidad de recepción.

Las perspectivas económicas, en cambio, son promisorias. En plena revolución energética, Es-tados Unidos exportará quizás hidrocarburos des-de el Golfo de México hacia Asia, comenzando por China. Por otra parte, muchos puertos de la costa este han emprendido grandes planes de renovación para recibir los “postpanamax”. Tal es el caso, por ejemplo, de Charleston, en Carolina del Sur, en el que un plan de inversión a diez años va a insumir 1.300 millones de dólares. La modernización de los de Nueva York y de Nueva Jersey costará un poco más (1.600 millones de dólares).

El sueño chinoMás al sur, América Latina acrecienta también sus intercambios: en un sentido, soja, carbón, petróleo o hierro provenientes de Argentina, Brasil o de Vene-zuela; en otro, productos manufacturados destina-dos a satisfacer el consumo creciente de la región. En el tablero geoestratégico, Panamá espera poder sa-car las papas del fuego. Además de su canal, dispone de seis puertos, un ferrocarril, una vía rápida y, con Colón, la zona más grande de libre intercambio del mundo después de Hong Kong. “Más que un corre-dor, este canal está a punto de convertirse en un gran carrefour logístico”, confirma Alberto Aleman, ex director del canal, hoy al frente de Panamá Pacífico, un complejo de mil cuatrocientas hectáreas donde están instaladas una centena de multinacionales, al este de la capital. “Aquí está el único puerto con ter-minales en los dos océanos. Es una ventaja crucial.”

Pero la competencia se agudiza. Para acceder a parte de estos beneficios, surgieron otros proyectos de “atajos marítimos”, con distintos grados de desarro-llo. El más simple se sitúa al norte: el “pasaje del No-roeste”, que une Pacífico y Atlántico vía el archipiéla-go ártico canadiense. Con el calentamiento climático, esta ruta helada podría ofrecer, con el tiempo, un nue-vo itinerario a los barcos. En 2013, grandes cargueros realizaron la unión con Europa. Y, en muchos casos, el derretimiento del casquete polar reduce el kilometra-je: un barco que una Hamburgo y Vancouver recorre-rá dos mil trescientos kilómetros menos pasando por el Norte que haciéndolo por el canal panameño. Pero los riesgos ambientales son gigantescos. “Y además, exige un equipamiento específico, un costo de seguro mayor y supone una gran cuota de incertidumbre res-pecto de la navegabilidad”, detalla el geógrafo Frédé-ric Lasserre, instalado en Quebec (3).

Más próximos a Pedro Miguel, El Salvador, Hon-duras y Costa Rica sugirieron, en 2011, rutas de paso por sus territorios. A principios de 2012, Guatemala creó un organismo, el Corredor Interoceánico Gua-temalteco (CIG), que prevé unir dos puertos –por construir– a un costo de 7.500 millones de dólares. No se trataría de perforaciones, sino de “canales se-cos” para conducir las mercaderías de un portacon-tenedor a otro por ferrocarril o por rutas terrestres.

Desde fines de los años 2000, el mismo proyecto, a un costo similar, existe en Colombia, país bañado por los dos océanos. “En realidad, más que de ca-nales secos, se trata de redes de transporte concen-tradas”, comenta el analista peruano Luis Esteban d

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26 | Edición 183 | septiembre 2014

dispusiera de un canal, aun “seco”. “El de Panamá presenta para Pekín el inconveniente de estar sa-turado y ser demasiado estrecho para sus enormes cargueros, y de estar, además, de facto, bajo el con-trol de Estados Unidos”, explicó a British Broad-casting Corporation (BBC) Heinz Dietrich, inves-tigador en la Universidad Autónoma Metropolita-na de México (UNAM).

Aunque Estados Unidos, en 1999, haya devuelto el canal panameño, todavía domina su tráfico, y los bar-cos donde ondea la bandera estadounidense gozan de la prioridad de paso, lo que puede retardar sensi-blemente a los otros portacontenedores.

“Estratégicamente, es todavía su canal –nos ase-gura Miguel Antonio Bernal, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Pública de Pana-má–. Por allí pasan sus submarinos; allí intervendrán militarmente cuando sus intereses sean estorbados. Hasta nuestras autoridades lo han admitido.” g

1. El “equivalente a veinte pies”, TEU o EVP, es la unidad estándar del transporte contenedorizado.2. Altura de la parte sumergida de un barco.3. Libération, París, 7-1-14.

*Periodista.

Traducción: Florencia Giménez Zapiola

Alaska

(EE.UU.)

VENEZUELA

PUERTO RICO (EE.UU.)

BAHAMAS (EE.UU.)

CUBA

HAITÍJAMAICA

BELICE

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EL SALVADORNICARAGUA

COSTA RICAPANAMÁ

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PARAGUAY

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ARGENTINA

CHILE

Estrechode Magallanes

Estrechode Bering

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ESTADOS UNIDOS

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REP. DOMINICANA

BAHÍA

DE HUDSON

MAR CARIBE

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DE MÉXICO

OCÉANO

PACÍFICO

OCÉANOATLÁNTICO

MARDE BERING

Vancouver

Los Ángeles -Long Beach

Houston

Corpus Christi

Santa Marta

Tubarão

Itaqui - São Luis

São Sebastião

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Balboa

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Caucedo

San Juan

Puerto Limón

Buenos Aires

San Antonio

Callao

Cartagena

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Kingston

Freeport

Charleston

Manzanillo

Oakland

LázaroCárdenas

Montreal

Rio de Janeiro

BeaumontPuerto del Sur de Luisiana

MobileNueva Orleans

Savannah

Nueva York

Hampton Roads

SeattleTacoma Minneapolis

Salt Lake CityChicago

Kansas City

180°

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W

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Ecuador

40°N

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20°N

40°W

China y el resto de Asiapor el “corredor sur”(Cabo de Buena Esperanza y Estrechode Malaca)

China y el restode Asiapor la ruta del Pacífico

Europa

Europa, países del Golfopor el Canal de Suez

Ruta de Cabo de H

ornos

Bienesmanufacturados,

petróleo

Bienes manufacturados,productos refinados,productos agrícolas

Hierro, carbóncereales

Bienesmanufacturados

Bienesmanufacturados(“cajas llenas”)

Productos químicosy agrícolas, papel

reciclado (“cajas vacías”)

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Canal dePanamá

Golfo deHonduras

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OCÉANOPACÍFICO

Golfo deTehuantepec

Golfo deMéxico

Istmo deTehuantepec

Guatemala

México

Belmopán

Tegucigalpa

Managua

San José Panamá

San Salvador

0 300 km

Canal existente, trabajosde ampliación en curso

Proyectos alternativos financiados por ChinaCanal en proyecto,trazado aprobadoProyecto de canal seco

Otros proyectos pendientes

Los puertos

Tráfico total a granelen millones de toneladas, en 2012(puertos cuyo tráfico superalos 50 millones de toneladas)

250150

50

Tráfico total de contenedoresen millones de TEU, en 2012

1(puertos cuyo tráfico supera el millón de TEU)

Plataforma de transbordo

TEU: “Unidad equivalente a 20 pies” (equivale a un contenedor de 6 m de largo)

14

5

1

La circulación

Eje mayor en desarrollo

Grandes rutas marítimas

Corredor de fletesferroviarios intermodales

Alternativaa los corredores ferroviariosRuta china hacia y desde el Caribe y el norte de Brasil

Rutas alternativasabandonadas o inciertas

Los productos transportados

Mercaderíasdesembarcadas

Mercaderíasembarcadas

Paso del Noroeste

(ruta experimental)

Fuentes: Atlas 2014 des enjeux maritimes, Le Marin-Isemar-Universidad de Nantes; isemar.asso.fr; Cnuced, Review of Maritime Transport 2013; US Department of Transportation (Federal Railroad Administration; Maritime Administration); Jean-Paul Rodrigue, Claude Comtois y Brian Slack, The Geography of Transport Systems, Universidad Hofstra, 2013; BBC News, julio de 2014.

panameño de Asuntos Extranjeros de entonces, Núñez Fábrega– ¡América Central se parecerá a un gruyère!”. Pero, sea como fuere, la concesión acor-dada por Managua al HKND ilustra las ambiciones estratégicas de China. Según el sitio nicaragüense El Confidencial, este gigante de la telefonía sería una fachada detrás de la cual se esconde el propio Estado chino. Igual que el proyecto de “canal seco” en Colombia, los de Guatemala y El Salvador están financiados por China.

“Existe un ‘sueño chino’ –confía un interlo-cutor que desea conservar el anonimato–: el de controlar un corredor estratégico por el cual pa-se el grueso de las exportaciones del país hacia las Américas.” Un ejemplo: la importación de hidro-carburos de Venezuela, país desprovisto de litoral sobre el Pacífico, sería mucho más intensa si China

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petróleo

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Canal existente, trabajosde ampliación en curso

Proyectos alternativos financiados por ChinaCanal en proyecto,trazado aprobadoProyecto de canal seco

Otros proyectos pendientes

Los puertos

Tráfico total a granelen millones de toneladas, en 2012(puertos cuyo tráfico superalos 50 millones de toneladas)

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Tráfico total de contenedoresen millones de TEU, en 2012

1(puertos cuyo tráfico supera el millón de TEU)

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TEU: “Unidad equivalente a 20 pies” (equivale a un contenedor de 6 m de largo)

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La circulación

Eje mayor en desarrollo

Grandes rutas marítimas

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Alternativaa los corredores ferroviariosRuta china hacia y desde el Caribe y el norte de Brasil

Rutas alternativasabandonadas o inciertas

Los productos transportados

Mercaderíasdesembarcadas

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Paso del Noroeste

(ruta experimental)

Fuentes: Atlas 2014 des enjeux maritimes, Le Marin-Isemar-Universidad de Nantes; isemar.asso.fr; Cnuced, Review of Maritime Transport 2013; US Department of Transportation (Federal Railroad Administration; Maritime Administration); Jean-Paul Rodrigue, Claude Comtois y Brian Slack, The Geography of Transport Systems, Universidad Hofstra, 2013; BBC News, julio de 2014.

Rutas marítimas de América

DossierQué quiere China en América Latina

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ESTA PRIMAVERA VIENE CON REGALOS

www.eldiplo.org

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28 | Edición 183 | septiembre 2014

El dilema de los patriotas ucranianos

El 18 de agosto, el presidente ucraniano llamó al ejército y a los batallones de voluntarios pro-gubernamentales a reagruparse para cercar los bastiones insurgentes pro-rusos en el Este del país. La ofensiva de Kiev ya dejó más de dos mil muertes. El gobierno busca canalizar a los manifestantes enrolándolos en el frente de Donbass.

¿Seguir la revolución o combatir el separatismo?

por Hélène Richard*, enviada especial

presa de desestabilización de las auto-ridades es entendida entonces como una traición a la patria, con una compli-cidad objetiva con los grupos armados separatistas pro-rusos que, de Lugansk o de Donetsk, buscan reproducir el pre-cedente de Crimea.

Estos dos “revolucionarios” –no te-men el calificativo– militan por una de-mocracia directa de un género particu-lar. Pertenecen a la clase de los direc-tores de empresas que ya no se sienten cómodos con un sistema de corrupción descontrolado. Veterano de la gue-rra de Afganistán, que le dejó una ren-guera, Kuchnir posee una explotación agrícola de diez mil hectáreas; Lutsiuk, una constructora. “Con Yanukovich (1) –estalla el segundo– la corrupción al-canzó niveles insoportables. Antes, en-tre el 2 y el 4% del total de mi factura-ción iba a parar a coimas. Hoy en día es el 15%. Hace ya dos años que mi empre-sa pierde dinero.”

Su compromiso político no es algo reciente. Participó en la “Revolución Naranja” en 2004, manifestándose en Maidan, la Plaza de la Independencia de Kiev, para protestar contra la elec-ción de Viktor Yanukovich. Más tarde se unió a una asociación cultural cosaca que combina el regreso a la autenticidad de la naturaleza con el culto viril del ma-nejo de armas. Sus camaradas y él pre-tenden resucitar el espíritu de libertad y de igualdad de esta comunidad guerrera que resistió frente a distintas potencias (Polonia, Rusia, el Imperio Otomano) que querían conquistar Ucrania.

El binomio anima la milicia de auto-defensa popular. O más bien lo que que-da de esa milicia. La treintena de hom-bres que remuneran en el marco de una sociedad de seguridad parece más una guardia personal que el brazo armado de una revolución. Este grupo surgió de las manifestaciones del 23 de enero de 2014, cuando Khmelnitsky, al igual que otras ciudades del Oeste de Ucra-nia, se solidarizó con los manifestantes de Maidan, que contaban sus primeros muertos. Algunas semanas más tarde, el 19 de febrero, cuando los enfrentamien-tos con la policía ya tenían un saldo de ochenta muertos entre los manifestan-tes y veinte en las filas de las fuerzas del orden, una gran concentración les im-pedía llegar a Kiev a los refuerzos de las tropas de elite Alfa. Replegados en un edificio, los servicios de seguridad (el SBU) abrían fuego, matando a una mu-jer e hiriendo a seis personas. Obliga-do por la milicia de autodefensa, el je-fe local del SBU tuvo que arrodillarse y pedirle perdón a la multitud. El primer comandante de la milicia, un miembro del partido ultranacionalista Svoboda, fue rápidamente apartado por la base. “Nos dimos cuenta de que sólo jugaba para Svoboda –recuerda Lutsiuk–. Pe-día sistemáticamente el aval del diputa-do [Igor] Sabyi para nuestras acciones.”

Luego del despliegue en Crimea, el 27 de febrero de 2014, de soldados rusos enmascarados, preludio de la anexión de la región a Moscú, la razón patriótica hizo volver a su sitio a los que, en Kiev o en cualquier lugar de Ucrania, se sentían tentados por la revolución permanen-te. En Khmelnitsky, miembros de la mi-licia de autodefensa trabajan a partir de entonces con la policía, en perjuicio de Lutsiuk y Kuchnir. De ahí que ambos se pusieran al frente de una milicia secesio-nista que busca “derrumbar el sistema” y emprende sus agresivas incursiones en las administraciones de la ciudad.

A pesar del retroceso de las mani-festaciones, Lutsiuk asegura: “En cin-

“El caos empieza cuando cada uno cree que puede interpretar la ley con su propio criterio.” El tono cuidado del procurador, un coloso de ciento cincuenta kilos,

no impidió percibir claramente la ten-sión que reinaba, el pasado 25 de julio, en la Procuraduría de Khmelnitsky, ciu-dad mediana de doscientos sesenta mil habitantes en el corazón de Ucrania oc-cidental. Una secretaria se acercó para pedirle a la veintena de jóvenes en ropa de combate negra y borceguíes, todos con cachiporra en el cinturón, que es-peraran mientras el procurador recibía a sus jefes, Yuri Lutsiuk e Iván Kuchnir.

“Nosotros somos una organización inscripta –argumenta Kuchnir–. Que-remos respetar la ley. Repudiamos la violencia. Por el momento, se puede ha-blar con gente como nosotros, empresa-

Barricada en la calle Hrushevskoho, Kiev, 2-2-14 (Czuko Williams/Demotix/Corbis)

rios; pero pronto, si esto sigue, va a ha-ber una revolución proletaria.” Al ex-poner sus quejas, estos dos jefes de em-presa, al frente de una milicia, tiran un poco para cada lado. Un escribano de anteojos que baila en un traje demasia-do grande anota sin levantar la cabeza.

Para empezar están las causas pena-les iniciadas contra miembros de su en-torno: se tienen que terminar. Después Kuchnir adopta un tono más elevado. Menciona el Artículo 5 de la Constitu-ción ucraniana, que garantiza el “dere-cho del pueblo al ejercicio directo del poder”, y hace referencia al Artículo 143, que les reconoce a los ciudadanos el derecho de administrar las finanzas públicas locales. Para concluir: “Los funcionarios locales deben ser elegi-dos por los ciudadanos”. Para estos dos patrones, el Estado ucraniano está co-

rrompido en su seno. Lo que conviene es simplemente no tenerlo en cuenta. El procurador no está convencido.

Patrones armados y “revolucionarios”Lutsiuk, Kuchnir y sus hombres nadan a contracorriente. Desde marzo pasa-do, disminuyó la presión que ejerce el pueblo sobre las instituciones ucrania-nas. Desacreditadas por la corrupción endémica y la represión de las manifes-taciones durante el invierno de 2013-2014, enfrentaron un amplio movimien-to hasta la primavera que reclamaba la instauración del Estado de Derecho y la autonomía local. Pero, con la apertura del “frente del Este”, la prioridad ahora es defender la integridad nacional con-tra el enemigo exterior que amenaza las fronteras –Rusia–, y contra la “quinta columna” separatista. Cualquier em-

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co minutos podemos movilizar a veinte personas; en medio día, a cien personas. En una semana, a mil, incluso más”. Sin embargo, ya no hay manifestantes en las calles. Los ánimos viraron hacia el Este. Frente a los retratos descoloridos de la centuria celeste –los héroes caídos en Maidan– pegados en el monumento de la plaza central, una pareja resguardada por una pequeña carpa cuida una urna medio llena de billetes: la colecta para los voluntarios que fueron a combatir a los separatistas en Donbass. El 23 de julio, el presidente ucraniano Petro Po-rochenko, elegido en junio, decretó la tercera ola de movilización. “La comi-sión pasó por mi casa –cuenta sin mu-cho entusiasmo un taxista–. Se habla de que van a ser movilizadas mil personas en toda la ciudad.”

Disuelta en 2000 por el ex presiden-te Leonid Kuchma, la Guardia Nacional fue restaurada el 13 de marzo de 2014 para reorientar la energía de las protes-tas, hasta entonces dirigida contra las autoridades, hacia el enemigo exterior y su presumida “quinta columna”. Es-ta institución reúne alumnos todavía en formación en las academias milita-res y voluntarios de los servicios del or-den paramilitares que surgieron de las manifestaciones de este invierno. Su rol: defender la integridad territorial y prevenir las acciones de subversión del Estado. Concretamente, los guardias protegen lugares y edificios estratégi-cos, o protegen las ciudades recupera-das por el ejército. Los centros de re-clutamiento se iban llenando a medida que se abandonaban las barricadas. En Kiev, un puñado de manifestantes si-guió ocupando la Plaza de la Indepen-dencia, prestos a levantarse contra el nuevo poder si éste llegara a traicionar las esperanzas de Maidan.

Si viviese en la capital, Lutsiuk esta-ría con ellos. “La guerra –protesta– es una manera de mandar al matadero a los patriotas que pelean en cada ciudad por que la revolución llegue hasta el fi-nal.” Al igual que el gobierno preceden-te, el poder que surgió de la revuelta del invierno teme la concentración de ar-mas en las cercanías de los ministerios y de los palacios. El 20 de marzo de 2014, al día siguiente de la elección presiden-cial, Nikolai Velichkovich, el adjunto del ministro del Interior, ya declaraba: “Los que quieren que vuelva la estabi-lidad, los que quieren contribuir al re-fuerzo de las tropas ucranianas, pueden entrar a la Guardia Nacional: tendrán ahí una manera de realizarse. Tenemos

ministro de un “plan de privatizaciones sin precedentes en los últimos veinte años” no van a ser suficientes. Gravado con la explosión de los gastos militares, el nuevo presupuesto va a recortar los salarios de los funcionarios, los segu-ros de desempleo y las pensiones para los discapacitados. Por el momento, el déficit se sigue financiando con la im-presión de billetes provocando un es-pectacular debilitamiento de la grivna y del sistema bancario.

Debilitado ya en el plano económi-co, el Estado también ve amenazado su monopolio de la fuerza pública. La Guardia Nacional no consiguió absor-ber a todos los contestatarios. Espera la ayuda en asesores y en armas que pro-metió Barack Obama para 2015. En ma-yo, las operaciones militares parecieron confusas a causa de la acción autónoma de batallones de voluntarios, de los cua-les los más famosos están financiados por Igor Kolomoisky, un oligarca de la región de Dnipropetrovk. Los ministe-rios del Interior y de Defensa, sin em-bargo, lograron más tarde coordinar la acción de los batallones y ordenarlos bajo su mando. Al precio de bombar-deos masivos, se hizo retroceder hasta sus trincheras a la rebelión separatista, provista con armas pesadas.

El 11 de agosto, el vocero del Ejérci-to anunció la “fase final de la liberación de Donetsk”. La concentración de tro-pas rusas en la frontera hacía planear la amenaza de una escalada militar, mien-tras que el balance humano del “frente del Este” había excedido ampliamente el de Maidan. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), entre el inicio de la operación “antiterrorista”, a mediados de abril, y el 10 de agosto, murieron más de dos mil ochenta per-sonas, entre civiles, soldados y miem-bros de grupos armados.

Incluso Lutsiuk por momentos se siente tentado con “terminar lo antes posible con el frente del Este”. Olvidan-do su primera postura hostil a la gue-rra, dice estar listo para unirse con sus hombres al batallón Bogdan. g

1. Viktor Yanukovich, presidente electo en 2010 al que las manifestaciones del invierno 2013-2014 obligaron a darse a la fuga; luego fue destituido por el Parlamento en febrero de 2014.2. Véase Julien Vercueil, “Aux racines économiques du conflit ukrainien”, Le Monde diplomatique, París, julio de 2014.

*Redactora de Le Monde diplomatique, París.

Traducción: Aldo Giacometti

que entender que el Atamanchtchina siempre destruyó el Estado”.

La palabra Ataman (“jefe cosaco”) condensa el espíritu cosaco que contri-buye al despertar identitario en Ucra-nia proclamando la auto-organización; el sufijo chtchina le confiere un sentido peyorativo. Sin embargo, en Khmelnits-ky, los símbolos cosacos le dan sus co-lores a la movilización militar. El bata-llón de voluntarios de la ciudad se llama Bogdan, por el nombre del jefe cosaco Bogdan Khmelnitsky, epónimo de la

ciudad. Khmelnitsky condujo en 1648 la insurrección contra el dominio pola-co –una revuelta mancillada con nume-rosos pogromos–. De la rebelión nació el primer Hetmanat (Estado) cosaco, que sigue siendo, en la memoria oficial, el primer paso hacia la independencia ucraniana. La efigie de Bogdan, elevado al rango de héroe nacional, adorna los billetes de cinco grivnas.

El espíritu cosaco contra el EstadoLa Unión Soviética no lo dejaría fuera de su panteón. Anticipando la amistad de los pueblos eslavos, el Estado cosa-co nacido de esa rebelión firmaba en 1654 el Tratado de Pereiaslav, sellan-do así la alianza con la Moscovia: una traición indeleble para algunos nacio-nalistas. En 1954, año del tricentenario del Tratado, el líder de la URSS Nikita Kruschev le restituía Crimea a la Repú-blica Soviética de Ucrania, y la ciudad de Proskurov era rebautizada como Khmelnitsky. Héroe ambiguo, al fren-te de un Estado ucraniano que volvía a quedar bajo el mando de Rusia, Bogdan Khmelnitsky surgió para dar a enten-der que, en estas horas de peligro na-cional, el patriotismo de los que siguen sitiando a las administraciones se vol-vió sospechoso.

La Guardia Nacional debe gestionar el desarme ordenado del movimiento de Maidan apostando a la marginaliza-

ción de los más obstinados. Deplorando la suciedad y la delincuencia que con-taminan las carpas de Maidan, el nue-vo gobierno incluso agitó la hipótesis de una infiltración rusa. “La concen-tración de individuos no identificados en la plaza principal del país es un pro-yecto del FSB [los servicios de seguri-dad rusos] y de los partidos marginales que pertenecen al pasado”, declaró el 13 de julio el ministro del Interior, Arsen Avakov, en el canal TSN. Luego de in-tensos enfrentamientos, el 7 de agosto de 2014, entre ocupantes y las fuerzas del orden, las barricadas fueron des-montadas. Frente al último cuadrado, el gobierno mandó a la Guardia Nacional a reforzar a los efectivos de la policía.

La vuelta al orden a favor de la exal-tación patriótica, sin embargo está to-davía lejos de alcanzarse. Los pilares institucionales y económicos del Es-tado ucraniano están fisurados. El pri-mer ministro, Arseni Iatseniuk, dio a entender que las finanzas del Esta-do no permitían financiar la opera-ción “antiterrorista”: “Nuestro gobier-no no tiene respuestas a las preguntas ‘¿con qué se van a pagar mañana los sa-larios?, ¿cómo llenar el tanque de los blindados y financiar al ejército?’”, de-claró en la Rada, el Parlamento ucra-niano, el 24 de julio.

Un impuesto de guerra especialAdoptado a mediados de abril, el plan de salvataje económico, que combi-na los esfuerzos de la Unión Europea, el Banco Mundial, Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional (FMI), prevé una ayuda total de 30.000 millo-nes de dólares (préstamos y donacio-nes), condicionada por reformas es-tructurales y a desembolsarse en varios años (2). En contrapartida, el FMI exi-gió la reducción de las subvenciones al sector energético. Esta medida, com-binada con el alza de las tarifas del gas que Rusia le provee a Ucrania, se sintió duramente en los hogares: aumentos del 63% para el gas natural, 11% para la electricidad, 40% para la calefacción.

Para desbloquear la segunda mi-tad de los 17.000 millones de dólares del FMI, el proyecto de rectificación del presupuesto del Estado prevé me-didas económicas que equivalen al 1% del Producto Interior Bruto (PIB), en un contexto en el que la contracción del mismo estaría alcanzando el 6,5% para fines de 2014. El impuesto de gue-rra especial (1,5% de la masa salarial de las empresas) y el anuncio del primer

Debilitado ya en el plano económico, el Estado también ve amenazado su monopolio de la fuerza pública.

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Escocia debate su independencia

El 18 de septiembre los escoceses decidirán por referéndum su continuidad en el Reino Unido. Aunque el principal promotor de la iniciativa, el SNP, se proclama heredero de una hoy inexistente socialdemocracia, la cuestión es si una eventual independencia podrá cambiar el rumbo neoliberal adoptado por el Estado británico.

Rupturas en el Reino Unido

por Keith Dixon*

–que disminuye– como por el rechazo al neoliberalismo combinado con una as-piración a la autodeterminación, mucho más allá de las filas nacionalistas. Una parte del electorado de izquierda, que no había votado a favor de la autonomía en 1979, se aleja poco a poco de la Unión. Dentro del SNP surge una corriente radi-cal, republicana y socialista, que objeta la hegemonía de los “fundamentalistas” que conciben la independencia como un fin en sí mismo. Esta corriente, llamada “Grupo 79”, atrae a una joven generación de mili-tantes, entre los que se encuentra el actual primer ministro y dirigente del SNP. Por lo demás, Salmond será temporalmente excluido por sus tomas de posición a favor de una república socialista escocesa (des-de entonces se sosegó).

En esta nueva configuración, que no tenía mucho que ver con las tendencias políticas inglesas del mismo período, dos partidos dominaron la vida política esco-cesa: el SNP y el Partido Laborista. Los demás quedaron reducidos a hacer de ex-tras (Partido Conservador) o de fuerzas complementarias (Partido Liberal De-mócrata). Las encuestas de opinión de la época confirmaban, por un lado, el debili-tamiento del sentimiento de pertenencia a la entidad británica (con el corolario de una afirmación mayoritaria más fuerte de la identidad escocesa) y, por otro lado, la aspiración creciente por la autonomía po-lítica, desde entonces ampliamente ma-yoritaria. Incluso dentro de la corriente nacionalista, desertores laboristas, como Jim Sillars, intentaron ampliar el audito-rio del nacionalismo hacia la izquierda, proponiendo un proyecto socialista (una vez adquirida la autodeterminación) que confluía con el del Grupo 79.

En ese contexto, el Labour, que volvió al poder en 1997, no tenía muchas más opcio-nes que conceder a Escocia la autonomía que había temido durante tanto tiempo. Su esperanza: que conceder un gobierno a Edimburgo, con poderes reales en deter-minados ámbitos (educación, salud, etc.), le hiciera perder terreno a los nacionalis-tas. Se trata del proyecto de devolución, ca-ro a los neolaboristas, concebido como el punto final de la transferencia de poder. Ahora bien, lo que ocurre es exactamen-te lo contrario. El SNP se impuso como el primer partido de oposición a la coalición laborista-liberal-demócrata (de 1999 a 2007). En 2007, sorprendió al obtener una mayoría relativa en la Asamblea edimbur-guesa. Cuatro años después, con el rechazo masivo a los neolaboristas luego de la de-bacle iraquí y la implosión bancaria como telón de fondo, logró la hazaña de obtener la mayoría absoluta de los escaños en el Parlamento escocés, a pesar de un sistema electoral basado en la representación pro-porcional y concebido, precisamente, para evitar ese tipo de mayorías.

Los límites de la soberaníaAsí pues, el SNP gobierna Escocia desde 2007. Desde 2011, cuenta con un cómodo margen de maniobra. A pesar de la crisis desencadenada por el derrumbe de los bancos británicos, conservó sobre su ad-versario laborista una ventaja que los re-sultados de las elecciones europeas de mayo último volvieron a confirmar. Apro-vechó hábilmente el carácter limitado de sus poderes, haciendo recaer en Londres la responsabilidad del deterioro de la si-tuación económica y social. Además, hizo méritos a la izquierda al distanciarse de los aspectos más discutidos de las políti-cas (notoriamente idénticas) implemen-tadas por los neolaboristas y el gobierno actual. De este modo, Salmond se negó a seguir el programa de privatización de cárceles comenzado por sus predecesores

“Escocia, quedate con nosotros”. El inesperado mensaje del cantante inglés David Bowie durante la en-trega del premio al mejor solista británico, el pasado 19 de febrero,

se inscribía en la larga lista de interven-ciones de famosos contra la independen-cia escocesa. La actriz Emma Thompson, la cantante Susan Boyle, el ex entrenador del club de fútbol Manchester United Alex Ferguson, la autora escocesa de Harry Pot-ter Joanne K. Rowling, pero también el ex presidente de la Comisión Europea José Manuel Barroso, la ex secretaria de Esta-do estadounidense Hillary Clinton y el pa-pa Francisco intentaron alertar a los esco-ceses sobre los riesgos de un desmembra-miento del Estado británico.

Nada indica que sus intervenciones ha-yan tenido el efecto previsto –como tam-poco las advertencias y las amenazas ape-nas veladas del actual gobierno británico, que no goza de gran popularidad al norte del río Tweed–. Sin embargo, dichas in-tervenciones ponen en evidencia que los tres partidos unionistas (conservador, li-beral demócrata y laborista) no escatima-ron esfuerzos para despertar a los oposi-tores a la independencia.

En el referéndum del 18 de septiembre, los escoceses sólo tendrán que responder a una única pregunta: “¿Debería Escocia ser un país independiente?”. El primer mi-nistro nacionalista, Alex Salmond, quería proponerles que eligieran entre una mayor autonomía y la secesión del Reino Unido,

El primer ministro escocés, Alex Salmond, presenta el acuerdo para realizar el referéndum, 15-10-12 (David Moir/Reuters)

pero su homólogo británico, David Came-ron, se negó, esperando poner trabas a los nacionalistas. No obstante, al término de una campaña larga –y bastante insulsa por el lado de los partidarios de la unión–, todo sugiere que nada está decidido. El futuro constitucional del Reino Unido dependerá del voto de los indecisos, que ambos ban-dos intentan ganar para su causa, apelando incluso a la mediación de Ziggy Stardust...

El triunfo del SNP La unidad de Gran Bretaña comenzó a agrietarse con la crisis de la década de 1970. La primera irrupción electoral del Partido Nacional Escocés (SNP, fundado en 1934) data de las elecciones legislativas de febre-ro y octubre de 1974 (dado que las eleccio-nes de febrero no habían arrojado ningún ganador claro). En ese tiempo, los naciona-listas, que contaban con poco más del 30% de los votos, se apoyaban en el desconten-to hacia los dos partidos británicos, el con-servador y el laborista. Ambos parecían in-capaces de responder a las dificultades del país, particularmente agudas en Escocia, donde la economía dependía de las indus-trias pesadas tradicionales, en pleno decli-ve. Los nacionalistas proponían una salida a la crisis británica prometiendo “que el petróleo sería escocés”, al tiempo que de-nunciaban que Londres acaparaba las ga-nancias petroleras del Mar del Norte.

Luego del fracaso del primer referén-dum sobre la autonomía, propuesto por un gobierno laborista en 1979, el viento cambió

resueltamente a favor de una toma de dis-tancia respecto de Inglaterra. Unos meses después, la llegada al número 10 de Dow-ning Street de una neoliberal con estridente acento inglés, Margaret Thatcher, modificó el curso de los acontecimientos al inaugu-rar una política antisocial rechazada por la gran mayoría de los votantes escoceses.

La década de 1980, marcada por una in-tensa efervescencia, reconfiguró la vida política, intelectual y cultural. Una nueva generación de historiadores se emancipó de un anglocentrismo deformante; sus co-legas sociólogos exploraron las especifi-cidades contemporáneas de sus conciu-dadanos; surgieron revistas, como Radi-cal Scotland o Cencrastus, que lanzaron el debate sobre el futuro de la nación. Desde Alasdair Gray hasta William McIlvanney, pasando por Liz Lochhead y John Mc-Grath, novelistas, poetas y dramaturgos volvieron a delinear las fronteras de una Escocia imaginaria, a menudo dotada de cualidades intrínsecas que supuestamen-te le faltarían a su vecina del sur.

En aquel momento, el nacionalismo ad-quirió un fuerte tinte de izquierda, o, al me-nos, intensamente anti thatcheriano: en 1989, el SNP, junto a una izquierda radical muy activa, desempeñó un importante rol en la protesta contra la poll tax, la reforma de los impuestos locales que la “dama de hierro” experimentó primero en Escocia y que contribuirá a su caída un año después.

El período thatcheriano no se caracte-riza tanto por el aumento del voto al SNP

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laboristas, se opuso a la introducción de derechos de inscripción en las universi-dades escocesas (1) y garantizó un nivel de protección social a las personas mayores más alto que en el resto del Reino Unido. Y no dejó pasar ninguna oportunidad de denunciar los nefastos efectos de la aus-teridad impuesta por la coalición actual-mente gobernante en Londres.

En síntesis, la erosión del apoyo a la unidad del Reino Unido, que se había con-firmado con Thatcher, continuó con más fuerza durante los gobiernos de Anthony Blair (1997-2007) y Gordon Brown (2007-2010). Mientras que los votantes ingleses de izquierda no disponen de una opción seria y se refugian en la abstención, en Es-cocia la oferta política resulta ser más ri-ca. El SNP retomó una parte de la heren-cia socialdemócrata abandonada por los blairistas y se opuso a la guerra angloesta-dounidense en Irak: su espectacular cre-cimiento se explica en parte por un tras-paso de los votos laboristas.

Sin embargo, dentro de un movimiento sindical todavía fuertemente ligado al La-bour, sigue siendo fuerte la desconfianza respecto de nacionalistas que durante mu-cho tiempo fueron descritos como “tories con kilt” (2). Después de todo, pese a sus oportunistas cazas furtivas en las antiguas tierras laboristas, ¿acaso Salmond no sos-tuvo hasta el final el “modelo irlandés” de desregulación salvaje antes de que ese país se sumiera en una grave crisis? (3) ¿No re-comienda, a la manera del ex “Tigre Celta” (4), una forma de dumping fiscal para favo-recer la llegada de empresas extranjeras? Además, mostró especial indulgencia pa-ra con los bancos escoceses, ampliamente responsables de la crisis de 2008.

ta al movimiento obrero británico (como pretendía fuera de broma el neolaborista Brown), sino que claramente podría cam-biar la situación al trazar una vía diferen-te de la que tomaron los neoliberales en el poder en Londres desde 1979.

De todos modos, en la hipótesis según la cual se produciría una ruptura con el consenso neoliberal (todavía poco percep-tible en las medidas recomendadas por el SNP), ¿cómo se la puede conciliar con el respeto de las reglas de la Unión Europea? Si la Comisión aprobara su integración, lo que seguramente no plantearía demasia-dos problemas, una Escocia independien-te debería aceptar, como todos los demás países miembros, pasar por la humillación del conservadurismo militante que rei-na en Bruselas tanto como en Westmins-ter. Una vez resuelta la cuestión de la au-todeterminación respecto de Londres, se plantearía, con la misma intensidad, la del margen de maniobra posible dentro de una Unión más neoliberal que nunca… g

1. Véase David Nowell-Smith, “Amers lendemains électoraux pour l’université britannique”, Le Monde diplomatique, París, marzo de 2011.2. N. de la R.: kilt es la típica falda que visten los hombres escoceses.3. Véase Renaud Lambert, “Las cuatro vidas del modelo irlandés”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2010.4. Se refiere al “milagro económico irlandés” ocurrido en la década del 90 y 2001/2002. 5. Véase James Kelman, “Depuis une chambre à Glasgow”, Le Monde diplomatique, febrero de 2011.

*Autor de Les Evangélistes du marché. Les intellectuels

britanniques et le néolibéralisme, París, Raisons d’agir,

2008 (nueva edición).

Traducción: Gabriela Villalba

En el último período, el primer ministro también multiplicó las concesiones. Por ejemplo, reafirmó su apego a la monarquía británica y aceptó el papel determinante del Banco de Inglaterra en los asuntos mo-netarios de una eventual Escocia indepen-diente, que seguiría utilizando la libra bri-

tánica (algo que Londres piensa negarle...).Sea cual fuere el resultado, el escrutinio

del 18 de septiembre no cambiará la situa-ción de forma fundamental. Los memorio-sos recordarán que el primer referéndum sobre la autonomía, en 1979, terminó con un fracaso, lo que no impidió un “sí” ma-sivo (de más del 70%) a la creación de un Parlamento Escocés en 1997. Los naciona-listas tendrán la impresión, seguramente fundada, de que el tiempo juega en su favor. Y esto será aun más así si se confirman las tendencias observadas en Inglaterra du-rante el último escrutinio europeo: el Par-tido por la Independencia del Reino Uni-do (UKIP) de Nigel Farage, que triunfó en Inglaterra, funciona como un repelente en

Escocia, como lo había sido antes el Parti-do Conservador de Thatcher, del que Fara-ge se presenta como un digno heredero. En caso de derrota de la propuesta nacionalis-ta, la presión sobre Londres seguirá siendo máxima para que conceda nuevos poderes a la Asamblea de Edimburgo. Esto llevaría a Escocia, la tercera región más rica del rei-no, hacia lo que el teórico nacionalista Tom Nairn describió como una “independencia de facto”, en relación con una independen-cia de iure obtenida en las urnas.

Pero la verdadera pregunta, que cada vez plantean con más insistencia los par-tidarios de la autodeterminación, sobre todo fuera de las filas del SNP, sigue sien-do: independencia, ¿para qué? ¿Para conti-nuar las políticas que implementan mal o bien los dos partidos mayoritarios británi-cos desde hace cerca de treinta años o para marcar una verdadera ruptura, inspirán-dose en lo que algunos presentan como el pensamiento social escocés? Se ve resur-gir una idea planteada por la izquierda en los comienzos del movimiento obrero (en la pluma del laborista Keir Hardie o, más adelante, del marxista John MacLean): al dar el ejemplo de transformaciones socia-les audaces, la autodeterminación escoce-sa podría servir como plataforma de lan-zamiento para el movimiento social en el conjunto de las islas británicas.

Esta es la posición que defienden dos ex diputados laboristas, Jim Sillars y Den-nis Canavan, el escritor James Kelman (5) y el Partido Socialista Escocés, cuyo di-rigente, Colin Fox, retoma por su cuenta el argumento republicano socialista. Pa-ra esa izquierda, que no necesariamente se define como nacionalista, la autode-terminación escocesa no sólo no debili-

El gobierno de Escocia hizo recaer en Londres la responsabilidad del deterioro de la situación económica y social.

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Entre los numerosos discur-sos respecto de la justicia y de aquellos que la administran, surgen dos representacio-nes. Por un lado, la imagen de

un juez autómata, indiferente a los senti-mientos humanos, estrictamente some-tido al derecho; por el otro, la de un juez omnipotente, demiurgo que hace y desha-ce los destinos a su antojo.

Según la primera percepción, la neu-tralidad sería la virtud cardinal del juez, cuyo papel se limitaría a “aplicar la ley”. El derecho mismo sería una herramien-ta desconectada de los fines a los que sir-ve, independizada de sus condiciones de producción. Sin embargo, el derecho es un precipitado político o al menos el pro-ducto más manifiesto de la política insti-tucionalizada, ya que es fabricado por el Estado, o en marcos definidos por éste. Uno podría aceptar que tal ley es “de iz-quierda” y tal otra “de derecha”, ya que de todos modos es difícil hacer abstracción total de los representantes electos que vo-tan los textos; pero, in fine, bajo el efecto de una forma de represión de lo político, llegaría a hablarse del derecho como de un sistema que va de suyo.

En un artículo clásico para los sociólo-gos, muy poco estudiado en las facultades de derecho, Pierre Bourdieu describe los

efectos de “neutralización” y “universali-zación” que se generan en el campo jurí-dico. Éstos se revelan no sólo en la lengua (giros impersonales, retórica de la cons-tatación oficial, presente atemporal), sino también en la situación judicial, que ope-ra una “neutralización de los objetivos”. Pero Bourdieu lo recuerda: “Dada la ex-traordinaria elasticidad de los textos, que llega a veces a la indeterminación o la am-bigüedad, [el juez] dispone de una inmen-sa libertad. Sin duda, no es extraño que el derecho, instrumento dócil, adaptable, flexible, polimorfo, sea de hecho utiliza-do con el fin de contribuir a racionalizar decisiones en las cuales no tuvo parte al-guna...” (1). Así, el acto de juzgar es nece-sariamente político, ya que el juez debe decidir. Los juristas, teóricos o prácticos, lo saben bien: “aplicar la ley” quiere decir todo y no quiere decir nada.

En estas condiciones, podría pensar-se que la cuestión política no es tabú en el universo jurídico. Lo que significaría olvi-dar que el derecho, “forma por excelencia del discurso legítimo”, no puede “ejercer su eficacia específica sino en la medida [...] en que se desconoce la parte más o menos grande de arbitrariedad que está en el ori-gen de su funcionamiento” (2). O, tal co-mo escribe Jacques Ellul, que “el surgi-miento del derecho se sitúa en el punto

Repolitizar la cuestión judicial

El acto de juzgar no es, como pretende el discurso generalizado sobre la justicia, un acto neutral (y deshumanizado), sino un acto necesariamente concreto y político.

Sobre la neutralidad en el derecho

por Matthieu Bonduelle*

solución del problema que se le plantea; que no prejuzgue, que no se encierre en el “listo para juzgar”, que desconfíe de sí mismo. Eso supone no sólo que se conoz-ca, sino que asuma lo que es, con el fin de evitar en la medida de lo posible el retor-no de lo reprimido.

Al respecto, el compromiso sindi-cal, asociativo o político, lejos de ser una anomalía o una enfermedad vergonzo-sa, tal como se lo percibe cada vez más, constituye una riqueza y una contención. La imparcialidad pasa también por una fuerte deontología, y más aun por ga-rantías objetivas –como la colegiación, la obligación de exponer los motivos, las vías recursivas...–, lamentablemente ma-logradas con frecuencia por el poder po-lítico en una lógica de gestión.

El resto no sólo es ilusorio sino peli-groso. Así se han visto surgir “cuestiona-mientos”, la mayoría de las veces mascu-linos, sobre la imparcialidad de jurisdic-ciones exclusivamente femeninas para tratar casos de violación o agresión se-xual. Al ser los violadores hombres, ¿de qué manera la objetividad de un hombre sería superior a la de una mujer? Se han visto también magistrados cuestionados por tener un apellido judío.

Del mismo modo, debido a que el Co-legio de la Magistratura cuestionó fuer-temente la política y las posturas de Ni-colas Sarkozy durante su presidencia, un miembro de esta organización sería necesariamente parcial respecto de és-te. Cuando se sabe que este hombre po-lítico generó el movimiento de protesta más importante jamás visto en la Magis-tratura (6), y que la propia Unión Sindi-cal de Magistrados denunció los “mo-mentos oscuros” de su mandato (7), ¿qué magistrado podrá pues ocuparse bien de los asuntos que lo involucran? Más allá de las estrategias de distracción de unos u otros, es una concepción de la esencia del juez la que se banaliza, y se llega a so-ñar en voz alta con una justicia propia-mente inhumana.

La verdad del oficio de magistrado es que está directamente relacionado con cuestiones muy políticas y que la materia judicial es irreductiblemente concreta, singular. Resulta pues imperioso repoliti-zar la cuestión judicial, con el fin de aca-bar con la doble fantasía del magistrado neutral y el magistrado a neutralizar. Re-politizar para rehumanizar la mirada que tenemos sobre la justicia. Repolitizar para enriquecer el debate público sobre estas cuestiones y permitir su apropiación por parte de los ciudadanos. g

1. Pierre Bourdieu, “La force du droit. Eléments pour une sociologie du champ juridique”, Actes de la recherche en sciences sociales, N° 64, París, 1986.2. Ibid.3. Jacques Ellul, “Le problème de l’émergence du droit”, Annales de Bordeaux, Tomo 1, 1976.4. En las últimas elecciones profesionales en la Magistratura en Francia, en junio de 2013, la Unión Sindical de Magistrados (USM), considerada “apolítica”, obtuvo el 68,4% de los votos; el Sindicato de la Magistratura (SM), considerado de izquierda, el 25,2%, y Fuerza Obrera-Magistrados, también “apolítica”, el 6,4%.5. Véase, por ejemplo, Pascale Robert-Diard, “Tapie, Dassault, Sarkozy: le juge Serge Tournaire, omniprésent et invisible”, Le Monde, París, 12-3-14. 6. “La quasi-totalité des tribunaux en grève”, L’Express.fr, 9-2-11.7. “Le principal syndicat de magistrats critique le bilan Sarkozy”, LeMonde.fr, 12-4-12.

*Magistrado, juez de instrucción del Tribunal Civil de Créteil,

ex secretario general del Colegio de la Magistratura francés.

Traducción: Gustavo Recalde

donde el imperativo formulado por uno de los grupos que componen la sociedad tiende a adquirir un valor universal por su puesta en forma jurídica” (3).

Se entiende pues que la creencia en la neutralidad del derecho y de los juristas se haya expandido tanto, incluso entre estos últimos. Esta creencia explica el éxito de las “corporaciones” en las facultades de derecho, y del sindicalismo “apolítico” en los palacios de justicia; éxito que, a su vez, contribuye a reforzarla (4).

De un reduccionismo a otroA priori en el lado opuesto a esta prime-ra concepción se encuentra aquella que tiende a sobreestimar el papel del juez, atribuyéndole intenciones –y faculta-des– que no tiene. En este caso, ya no se borra al magistrado: se lo resalta. Existe a la vez el convencimiento de que es todo-poderoso y que sus objetivos están desco-nectados de la lógica judicial. Se cree en-tonces descubrir detrás de cada decisión una toma de posición política, al punto a veces de deducir de ella la cercanía del juez a tal o cual partido, e incluso su par-ticipación en un complot. Así, cuando un ex presidente de la República en decaden-cia o alguno de sus amigos es acusado, se infiere que los jueces de instrucción están necesariamente guiados por la voluntad de eliminarlo políticamente; sobre todo, desde luego, si son miembros, reales o su-puestos, del demoníaco Colegio de la Ma-gistratura. Se observará además que esta acusación de parcialidad apunta siempre a magistrados de “izquierda”, como si los demás estuvieran por definición al abrigo de semejante vicio.

Pero el conspiracionismo no es sino la forma más exacerbada de una ideolo-gía intencionalista mucho más difusa. El relato periodístico le otorga un amplio espacio, tan imperioso le parece “encar-nar” sus temas, pero también porque, de hecho, la persona del juez nunca es to-talmente indiferente. Se llega entonces a indagar sobre su reputación, sus gustos, su temperamento, sus convicciones, has-ta su mirada, como para encontrar allí la clave del misterio judicial (5). Los propios abogados y magistrados contribuyen a ali-mentar esta percepción; porque es huma-no creerse más importante de lo que se es, pero también porque a fuerza de frecuen-tarse, los actores piensan que se conocen.

Así se delinea un espacio delimitado por dos reduccionismos: el reduccio-nismo neutralista y el reduccionismo intencionalista. En ambos casos, se des-politiza: en el primero por defecto, en el segundo por exceso. Se despolitiza por-que se desocializa la situación judicial, y especialmente al magistrado: robotizán-dolo en un caso, endiosándolo o demo-nizándolo en el otro, imaginándolo cada vez. De esta manera, se causa un doble daño. Primero, se impide que las cuestio-nes relacionadas con la justicia puedan debatirse verdaderamente en el seno de la ciudad: en el primer caso porque sólo daría lugar a discusiones entre especia-listas; en el segundo, porque se vuelve constantemente a la discusión política, cuyo objetivo se reduce a la búsqueda del poder. Por otra parte, se construye una fi-gura imposible del magistrado, y se tien-de así a separarlo de la sociedad.

Quiérase o no, hay y habrá siempre en-tre la ley y el caso particular un intersti-cio, que el magistrado está en condicio-nes de llenar, con su conciencia, sus va-lores, sus opiniones, sus emociones; sus “afectos”, diría Spinoza. El magistrado es humano; dejemos pues de querer neutra-lizarlo en nombre de las apariencias. En cambio, es fundamental que sea impar-cial, es decir, que no tenga interés en la

Gustavo Cimadoro (www.tumblr.com/blog/cima-cima-doro)

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Profundizar “los setenta”

La identificación de Ignacio Hurban / Guido Montoya-Carlotto, el nieto recuperado “114”, fue un momento de felicidad colectiva. Aun los medios críticos de la actual política de derechos humanos se congratularon. Pero no necesariamente implica un consenso histórico sobre ciertos temas.

Memoria, justicia y (neo)revisionismos

por Federico Lorenz*

Durante la dictadura militar, las víctimas del terrorismo de Estado fueron descrip-tas como “subversivos” y la represión ilegal como una

guerra. Desde años anteriores se había conformado un núcleo duro de “explica-ciones” acerca de la violencia en Argenti-na, por lo cual las víctimas de la represión (combatientes o no) adquirieron algunas características sostenidas en el énfasis en algunas de las acciones terroristas de la guerrilla: eran asesinos a sangre fría y trai-dores, que no respetaban la vida ni siquie-ra de sus propios compañeros, y cuyos je-fes “habían huido al exterior”. Un caso re-sonante condensaba estas características del mal: el de Ana María González, la jo-ven montonera que, tras hacerse amiga de la hija de Cesáreo Cardozo, jefe de la Poli-cía Federal, colocó una bomba bajo su ca-ma en junio de 1976.

Quienes reclamaron por los desapare-cidos (inicialmente, sus familiares), tu-vieron que desmarcarse de esa peligrosa tipificación como enemigos de la patria y terroristas. Elaboraron un contra relato en el que sus seres queridos eran inocen-tes de esos crímenes: el hecho central era su ausencia y la vulneración de sus dere-chos humanos. La violencia, ejercida bajo la forma del terror estatal, era patrimonio de los militares. La característica central de las víctimas de la dictadura era, preci-samente, su condición de tales: era secun-daria su identidad política, ante la necesi-

vocan a los muertos, a los desaparecidos y a los torturados de la dictadura, como si la salvaje represión de los militares alcanzara para redimirlos integralmente” (1).

En 2012, siguiendo su línea revisionis-ta, Reato publicó un libro con entrevistas a Videla en el que éste aceptaba la desapa-rición pero negaba que la apropiación de menores fuera un plan sistemático. Iró-nicamente, de manera contemporánea el represor fue condenado precisamente por este delito.

Los libros de Yofre y Reato se concen-tran en “agujeros negros” en las narrati-vas históricas sobre el pasado reciente: los asesinatos políticos cometidos por la gue-rrilla (por caso el asesinato de José Rucci por los Montoneros en 1973, o el ataque montonero a un cuartel, en 1975, según el autor causa directa del golpe de Estado de 1976). Este tipo de libros no deben ser subestimados: constituyen éxitos de ven-tas, ubican a sus autores como referentes para interpretar el período, y alcanzan una notable presencia mediática y gráfica, lo que evidencia la vigencia de un “sentido común” acerca del pasado todavía muy arraigado en distintos sectores de la socie-dad. Su objetivo es tanto coyuntural como estratégico: no sólo cuestionan la política del actual gobierno, sino que al disputar la memoria histórica, impugnan las políticas democráticas de justicia y condena.

¿Memoria justa?La reacción a la política de derechos huma-nos del gobierno kirchnerista, por otra par-te, tiene expresiones más rigurosas desde el campo académico, que aunque no gozan de la resonancia de los best sellers derechis-tas, refuerzan involuntariamente sus ata-ques. Así, por ejemplo, Hugo Vezzetti, en sus libros Pasado y Presente (2002) y Sobre la violencia revolucionaria (2009), piensa el pasado reciente desde una perspectiva éti-ca, pero que no necesariamente reconoce la importancia de analizar las decisiones de los actores en su contexto histórico. Así sucede con su noción de “memoria justa”, por la cual el Estado debería propiciar un relato o espacio en el que todas las memo-rias tuvieran su lugar, en el que el dolor de víctimas y victimarios, de la guerrilla y de la represión, fueran reconocidas y conde-nadas por igual. Es indudable que si se trata de dolor contra dolor, no hay discusión po-sible, pero lo que se diluye es la explicación histórica de esas muertes. Desde el punto de vista de la reconstrucción histórica un planteo de ese tipo facilita las operaciones que equiparan el terrorismo de Estado, sis-temáticamente practicado y ejecutado, con la violencia guerrillera.

Otros autores, protagonistas generacio-nales del fenómeno que analizan, retoman esta línea. Claudia Hilb se plantea el deber de preguntarse “¿en qué contribuimos no-sotros, los militantes de aquella izquierda setentista, a que el terror del que fuimos tal vez las principales, pero por cierto no las únicas víctimas, pudiera advenir? […] ¿Podemos desligarnos de toda responsa-bilidad en el advenimiento del horror, o es acaso tiempo de recorrer sin concesiones nuestra propia participación en el atiza-miento del infierno?” (2). Así como valio-sa para la indagación histórica, la pregunta resulta paralizante si se limita a la dimen-sión moral del problema, como probó la polémica acerca de la violencia revolucio-naria iniciada en 2004 por el filósofo Oscar del Barco cuando narró la ejecución por parte de la guerrilla de uno de sus integran-tes. Los hechos de violencia deben ser ana-lizados en su contexto, so pena de elaborar lecturas que oscilan entre el esencialismo y el relativismo absolutos.

Héctor Leis, militante del peronismo revolucionario en los setenta, encara una

dad de probar los crímenes, pero también ante el peso del relato estigmatizador acu-ñado durante la dictadura, en el que “mi-litancia” era lo mismo que “terrorismo”.

El régimen democrático se construyó a partir de dos acuerdos: un rechazo de la violencia en todas sus formas (la llamada “teoría de los dos demonios”), y el funda-cional Juicio a las Juntas de 1985. Pero los dos relatos sobre la época previa, descrip-tos aquí esquemáticamente, sobrevivie-ron de manera más o menos visible, a la espera de hechos políticos que les permi-tieran volver a emerger.

¿Memoria hemipléjica?La asunción de Néstor Kirchner en 2003, reivindicándose parte de la generación de setentistas, el apoyo a las organizaciones de derechos humanos (caracterizado co-mo “cooptación” por algunos sectores), la declaración de nulidad de las “leyes de im-punidad” y la reanudación de los juicios por crímenes de lesa humanidad han sido, con sus claroscuros, una de las caracterís-ticas de la década kirchnerista. La apro-piación del “setentismo” por el gobierno, así como su resignificación por diferentes actores sociales y políticos no ha estado exenta de generalizaciones y simplificacio-nes (¿qué relato colectivo no las hace?) pe-ro generaron una serie de respuestas que abrevan en el relato duro y estigmatizador procesista de la década de 1970.

Como un primer síntoma, en 2006 apa-reció la revista B1. Vitamina para la memo-

ria de la guerra en los 70 que lamentaba que los vencedores en la “guerra contra la sub-versión” hubieran sido derrotados en la “guerra ideológica”, y criticaba la política “revanchista” de los juicios. Su “vitamina” consistía en publicar informes sobre algu-nos de los hechos de violencia insurgente previos a 1976, en particular aquellos de tipo terrorista. Contemporáneamente a B1, comenzó la saga de los libros de Juan Bautista Yofre y Ceferino Reato. Yofre, pe-riodista que además fue jefe de la Secreta-ría de Inteligencia durante la presidencia de Carlos Menem, publicó Fuimos Todos (2006), Nadie fue (2007) y Volver a matar (2009). Reato, periodista de La Nación, pu-blicó Operación Traviata. ¿Quién mató a Rucci? La verdadera historia (2008), Ope-ración Primicia (2010), Disposición final (2012) y ¡Viva la sangre! (2013).

La estrategia retórica de estas publica-ciones es la de enfatizar algunos de los crí-menes de la guerrilla y señalar la “memoria hemipléjica” oficial (retomando el dictum de Mariano Grondona). Retoman y prolon-gan el relato acuñado por la propaganda dictatorial en la década de 1970, con la idea de que hay una verdad que se oculta a par-tir de evidentes “huecos” en el relato rei-vindicatorio de los setenta y de los organis-mos de derechos humanos. Según Reato se trata de “un relato histórico que los libra de los pecados cometidos gracias a una me-moria selectiva, que acomoda los hechos y les proporciona un autoconsuelo y una autoabsolución […]. Si eso no basta, con-

Juan Carlos Distéfano, Giallo, 1972 (Gentileza del autor)

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pregunta similar, pero reconoce esta di-ficultad: “El registro histórico puede y debe diferenciar las intenciones, los ob-jetivos y los actos de cada una de las vícti-mas, así como de los sobrevivientes”. No obstante, “las responsabilidades crimi-nales por una guerra interna son indivi-duales y selectivas, pero la responsabili-dad moral es siempre colectiva” (3). Sin embargo, Leis concluye su “testamento de los 70” sorprendido por el hecho de que “en Argentina todavía se reivindica a las víctimas por separado”. Para Leis “los argentinos no pueden rumiar has-ta la eternidad sobre el pasado violento habido entre 1966 y 1983. Un memorial conjunto de las víctimas, sin excluidos de ningún tipo, ni de inocentes ni de cul-pables […] desde los militares hasta los guerrilleros, abriría la posibilidad de un nuevo comienzo, de un ciclo de paz sin resentimientos. Quien no desea esto es una minoría, y no importa aquí hacer nombres. Pero es fácil descubrir quiénes son: basta ver quiénes son los que hablan en nombre de las víctimas”.

Reconstrucción e investigaciónAhora bien, en la crítica al actual gobierno, en la demanda de un monumento común, subyace la pregunta fundamental: ¿qué procesos sociales, judiciales y de repara-ción histórica son necesarios para cons-truir un escenario de reconciliación fun-dante? ¿Qué tipo de relato histórico cons-truye un monumento en el que estén todos sin distinción? Uno donde al ser todos res-ponsables, se diluyen las culpas. Por eso no es casual que este tipo de planteos encuen-tren gran resonancia en medios que ade-más de ser opositores al kirchnerismo ex-

presan intereses de los sectores civiles que se beneficiaron del golpe militar.

Así, por ejemplo, La Nación destacó la realización de un documental en el que dialogan Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis, “la referente de los derechos humanos y el ex montonero que se arre-pintió de la violencia de los 70 y pidió per-dón” (4). Y en ese mismo diario, en el últi-mo aniversario del golpe militar, el histo-riador Luis Alberto Romero señaló que los derechos humanos habían pasado “de la

justicia a la venganza”, como consecuen-cia de “dos procesos ideológicos que tu-vieron un catalizador en el kirchnerismo. El primero resultó de la confluencia entre un sector intransigente de los derechos humanos y los continuadores de la tradi-ción ideológica y política de los años se-tenta. El segundo, menos discutido, tiene que ver con la manera como la sociedad y sus voceros redujeron desde el principio la cuestión de la violencia terrorista a una confrontación de demonios, ajenos a ella”.

Resulta notable que esta segunda cons-tatación no lleve a pensar al autor, preocu-pado por la calidad de la democracia y la justicia, en el interés de sectores crimina-les en que esa dualidad se mantenga vi-gente, como una forma de mantener su impunidad. Para Romero lo importante es destacar que la “llamada” política de dere-chos humanos “ha contribuido mucho al clima de enfrentamiento faccioso que hoy sufrimos” (5). Sin embargo, al mantener la discusión en el plano de la denuncia de un supuesto relato “oficial” sobre los setenta (este no es ni homogéneo ni monolítico, y presenta notables ambigüedades, como evidencia la reciente reapropiación oficia-lista del tema Malvinas), los sectores bene-ficiados por la matanza de 1976 logran dis-traer esfuerzos de investigadores y jueces sobre su responsabilidad.

Otra impugnación frecuente es la críti-ca a su utilización por parte del oficialismo. Así como ésta existe, es importante no per-der de vista dos cosas: que la decisión de juzgar el pasado es patrimonio del pueblo argentino y no de un gobierno, y que la re-paración histórica se producirá a través de la justicia y el castigo no sólo a los respon-sables de violaciones a los derechos huma-nos sino del fenomenal retroceso social y económico argentino.

De allí que resulte clave prestar aten-ción a la profundización conceptual de lo que entendemos por “los setenta”. Por ejemplo, sus beneficiarios económicos, sus civiles cómplices y el carácter clasis-ta y antiobrero de la represión (6). Los jui-cios actualmente en curso sobre la repre-sión a los trabajadores abren un espacio que debe ser acompañado desde la inves-tigación para recordar lo evidente: que en

el proceso violento de los setenta hubo ga-nadores y perdedores, y que estos emer-gen cuando nos hacemos preguntas histó-ricas sobre aquellos años.

Mientras las escaramuzas van desde utilizar una memoria conflictiva para ata-car al oficialismo a revivir el viejo par de los dos demonios, la reconstrucción y la inves-tigación histórica profundizan en otros es-cenarios de ese pasado conflictivo, que son los que permitirán alcanzar la reclamada “paz social”, entendiendo por ésta alguna forma de justicia, y no la igualación ahistó-rica en la muerte y la pérdida. Hasta que es-to suceda la tarea es perseverar, investigar y polemizar. Porque como escribió Ales-sandro Portelli al referirse al caso italiano, “cada vez que un antifascista calla, se que-ma un pedazo de libertad” (7). g

1. Ceferino Reato, Operación Traviata. ¿Quién mató a Rucci? La verdadera historia, Sudamericana, Buenos Aires, 2008, pág. 289.2. Claudia Hilb, Usos del pasado. Qué hacemos hoy con los setenta, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013, pág. 17.3. Héctor Leis, Un testamento de los años 70. Terrorismo, política y verdad en Argentina, Katz, Buenos Aires, 2013. Las citas siguientes provienen del mismo libro. 4. La Nación, Buenos Aires, 26-5-14.5. Luis Alberto Romero, “Derechos humanos, de la justicia a la venganza”, La Nación, 24-3-14.6. Véase al respecto la excelente compilación: Horacio Verbitsky y Juan Pablo Bohoslavsky (editores), Cuentas pendientes. Los cómplices económicos de la dictadura, Siglo XXI, 2013.7. Alessandro Portelli, La orden ya fue ejecutada. Roma, las Fosas Ardeatinas, la memoria, FCE, Buenos Aires, 2002.

*Historiador, investigador adjunto del CONICET (Instituto

“Dr. Emilio Ravignani”, UBA). Autor, entre otros libros,

de Unas islas demasiado famosas. Malvinas, historia

y política, Capital intelectual, Buenos Aires, 2013.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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El futuro del empresario argentino

A lo largo de la historia, hasta el presente, no existieron ni existen los empresarios sin Estado, ni desarrollo económico sin empresarios. Y cada país muestra su peculiar “densidad nacional”. En su nuevo libro, Aldo Ferrer analiza los futuros desafíos a los que se enfrentarán tanto el Estado como el empresariado argentinos.

Anticipo de su próximo libro

por Aldo Ferrer*

Lo nacional es lo universal visto por noso-tros mismos.Arturo Jauretche

El desarrollo económico ocurre, en todo tiempo y lugar, en eco-nomías de mercado. Vale de-cir, en aquellas en que el em-presario juega un papel prota-

gónico en la inversión, el cambio técnico y la inserción en la globalización. El em-presario, como grupo social, consiste en el conjunto de actores que cuentan con re-cursos y los organizan, para realizar una ganancia, en el marco de la economía de mercado. No es una categoría homogé-nea. Abarca multiplicidad de actores, des-de las grandes corporaciones hasta las pe-queñas, medianas y micro empresas, en los diversos sectores económicos.

No hay ejemplo alguno de desarrollo fuera de la economía de mercado, es decir, sin empresarios. El último intento en gran escala fue la Unión Soviética. En América Latina, Cuba, pese al progreso de sus in-dicadores sociales y el ejercicio de su so-

beranía, no ha logrado instalar un modelo de desarrollo sustentable de largo plazo. El extraordinario desarrollo de China co-menzó cuando el régimen comunista in-cluyó un espacio sustancial de economía de mercado. En diversos contextos insti-tucionales estables, el desarrollo siempre se registra en economías de mercado con protagonismo empresario.

Asimismo, el desarrollo invariable-mente ocurre abierto al mundo, dentro de un espacio nacional organizado por un Estado capaz de ejercer la soberanía, ar-bitrar los conflictos sociales, promover la inclusión social, facilitar el despliegue del papel protagónico de los empresarios y ofrecer los bienes públicos esenciales al desarrollo económico y social.

En el capitalismo temprano, en la Euro-pa del Renacimiento, el desarrollo depen-día de la habilidad de los herreros y la ini-ciativa de los comerciantes. Estos fueron los embriones del empresario como gru-po social, frecuentemente denominado “burguesía nacional”. Desde el siglo XVI, cuando la actividad comercial trascendió a la esfera transnacional e intercontinen-

tal, se instaló el mercantilismo y la alianza entre el Estado y el empresariado. Este úl-timo apeló al Estado para proteger su pre-dominio en el mercado interno y respaldar su proyección mundial. La alianza se pro-fundizó con la explosión tecnológica de la Primera Revolución Industrial.

Desde entonces, la motivación de la ga-nancia se desplegó en el contexto del avan-ce tecnológico, la transformación de la es-tructura productiva y la expansión al mer-cado mundial. Las actividades que lidera-ron el avance tecnológico fueron el caldo de cultivo del empresario innovador.

El apoyo del Estado fue siempre esen-cial. A lo largo de la historia, hasta el pre-

sente, no hay empresarios sin Estado, ni desarrollo económico sin empresarios.

El rol del EstadoLa división internacional del trabajo entre países exportadores de manufacturas (el “centro”) y de materias primas (la “peri-feria”) configuró el protagonismo del em-presario en unos y otros. Dada la ausencia de industrialización en la periferia, el em-presario se anquilosó en actividades ren-tísticas, el abuso de posiciones dominan-tes y en la marginalidad de las actividades de baja productividad. En el mismo esce-nario, las filiales de empresas extranjeras prevalecieron en las actividades económi-cas más importantes, incluyendo la explo-tación de los recursos naturales destina-dos al mercado mundial. En tales condi-ciones, no fue posible la existencia de em-presarios capaces de incorporar los cono-cimientos de frontera, transformar la es-tructura productiva y proyectarse al resto del mundo. Es la situación que prevaleció en Argentina y el resto de América Latina.

Dos factores son esenciales en la cons-trucción de un empresario impulsor de desarrollo. Por una parte, la existencia de un Estado nacional con suficiente auto-nomía decisoria y, por lo tanto, capacidad de remover los obstáculos planteados por los poderes fácticos, internos y externos, asociados a la estructura preindustrial y al ejercicio de las posiciones dominantes. El Estado tiene que contar con suficien-te capacidad regulatoria para defender el interés público, el desarrollo nacional y la soberanía. En Argentina, el Estado neoli-beral, que prevaleció entre 1976 y 2001, es-tuvo sometido a los poderes fácticos y, en particular, a la especulación financiera. Era incompatible con el desarrollo del empre-sario argentino y con el sostenimiento de los equilibrios macroeconómicos.

Por la otra, la velocidad del desarrollo de las actividades en la frontera del conoci-miento y de la consecuente transformación de la estructura productiva. Es, en tales ac-tividades, donde prevalecen los empresa-rios innovadores, promotores de la inver-sión, el cambio tecnológico, la creación de empleo a niveles crecientes de productivi-dad, la generación de ventajas competitivas dinámicas y la proyección de la producción doméstica al mercado mundial.

En ese contexto, antiguos protago-nistas de la actividad privada pueden ser atraídos a las nuevas actividades, por las perspectivas de rentabilidad.

Cada país tiene el empresario que se merece en virtud de su capacidad de cons-tituir un Estado nacional desarrollista e impulsar la transformación de la estruc-tura productiva.

El análisis histórico revela que la exis-tencia de tal Estado descansa en la fortale-za de la densidad nacional de los países (1). Vale decir, la cohesión social, la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y el predominio de un pen-samiento crítico, defensor de los propios intereses. En nuestro país, la carencia o in-suficiencia de estas condiciones fue extre-madamente crítica en el período de la he-gemonía neoliberal. Esto provocó la ines-tabilidad del sistema y la creación de con-diciones hostiles al empresario argentino.

No hay nada genético, en el ADN del empresario argentino, cuando privilegia la especulación sobre la producción o ce-de el protagonismo a las filiales de empre-sas extranjeras, en vez de asumir el lide-razgo de la industrialización.

Si se transplantaran al país los empresa-rios más innovadores del mundo en desa-rrollo –por ejemplo, los coreanos– al poco tiempo tendrían el mismo comportamien-to que los argentinos. Y, como me señaló el vicedecano de la Facultad de Ciencias Eco-

El empresario argentino Aldo FerrerCapital Intelectual; 2014, 112 páginas.

Carolina Cerverizzo, Desplegándose I, 2008 (fragmento, gentileza Museo Nacional de Bellas Artes)

Page 37: Le Monde Diplomatique. Septiembre 2014

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nómicas de la Universidad del Litoral, si estos se radicaran en Corea, se comporta-rían como los coreanos. El Estado tiene la responsabilidad fundamental de crear los espacios de rentabilidad y el contexto que oriente la iniciativa privada al proceso de transformación. El empresario es, en defi-nitiva, una construcción política. […]

Los desafíos del gobiernoUn país que se propone objetivos naciona-les y populares enfrenta el desafío de incor-porar al empresario argentino al proceso de crecimiento, con inclusión social. Las pe-queñas y medianas empresas son protago-nistas fundamentales, por su participación en las cadenas de valor, la generación de empleo, la incorporación de la ciencia y la tecnología y su amplitud territorial y raíces en la sociedad. En numerosas actividades, la revolución tecnológica contemporánea ha eliminado las economías de escala, habi-litando a las Pymes a operar con los conoci-mientos de frontera. Es el caso, por ejemplo, del sector del software, que en los últimos años creció en términos de producción, ex-portaciones y empleo muy por encima de la media nacional. El indispensable control de las posiciones dominantes de los mayores grupos económicos, en diversos mercados, no excluye su convocatoria a participar en la transformación de la economía.

El Estado tiene una responsabilidad fundamental en la construcción del em-presario argentino. Las políticas públicas configuran los espacios de rentabilidad que atraen la inversión, incentivan el cam-bio técnico y determinan la asignación de los recursos. Si el Estado ejecuta una polí-tica neoliberal, se acrecienta la especula-ción, consolida la estructura preindustrial y, por lo tanto, esteriliza el potencial trans-formador de la empresa privada.

El Estado debe asegurar la solidez de la macroeconomía y afirmar el convenci-miento de que el lugar más rentable y se-guro, para invertir el ahorro y desplegar el talento disponible, es Argentina. Es tam-bién indispensable la solidez del proyecto nacional de desarrollo, orientado a formar una economía industrial, integrada y abier-ta, inclusiva de todo el territorio, asentada en una amplia base de recursos naturales e inserta, en el orden mundial, como titular de su propio destino. Sobre estas bases, es necesario mantener un diálogo permanen-te entre el Estado y la sociedad civil, inclu-yendo a las organizaciones representativas de los diversos componentes del empresa-riado. El Congreso es el ámbito natural para el tratamiento político de estas cuestiones fundamentales. No siempre cumple con esa función. Por ejemplo, una de las comisiones principales de la Cámara de Diputados, la de Industria, se reunió una sola vez en 2013.

Las tensiones que genera una política de inspiración nacional y popular y, por lo tan-to, transformadora de las relaciones eco-nómicas y sociales, genera el riesgo que se malinterprete la naturaleza de los proble-mas a resolver. Suponer, por ejemplo, que el aumento de precios es consecuencia de maniobras de los especuladores, sin tomar en cuenta la influencia de los desequilibrios macroeconómicos, generados por la propia política económica. Lo mismo sucede con las turbulencias en el mercado de cambios, donde la especulación siempre existe, pero es desestabilizadora sólo cuando la econo-mía real genera insuficiencia de divisas.

La estructura de los mercados y las po-siciones dominantes existen con estabili-dad, inflación moderada o alta inflación, incluyendo la hiper. Lo que determina el comportamiento de los mismos actores en distintos escenarios, es el contexto ma-croeconómico determinado por la política económica. Golpes posibles de mercado y pescadores en río revuelto siempre exis-

ten, lo importante es evitar que el río es-té revuelto. Es indispensable la precisión en el diagnóstico de la causa de los proble-mas, para evitar confrontaciones innece-sarias entre las esferas pública y privada.

La transformación debe proponerse la redistribución progresiva de la riqueza y el ingreso y, al mismo tiempo, atender a las condiciones del desarrollo en una eco-nomía de mercado. Es inconcebible la jus-ticia social en el marco del subdesarrollo y la pobreza. Cuando prevalecen desequili-brios macroeconómicos y ausencia de cre-cimiento, las tensiones distributivas agudi-zan el conflicto social y pueden culminar en el retorno de las políticas neoliberales.

El desorden es el peor enemigo de las políticas de transformación y los propios errores, más que los obstáculos plantea-dos por los beneficiarios de la vieja es-tructura, la causa principal de las frustra-ciones. Cuando los sectores retardatarios tienen capacidad de impedir la transfor-mación, es por la debilidad del campo na-cional y/o porque ha fallado la estrategia política de la transformación. […]

En un mundo multipolar, en el cual los mercados se multiplican y se debilita la capacidad de los intereses “céntricos” de organizar las relaciones internacio-nales, el futuro del empresario argentino descansa esencialmente en la eficacia de

la política económica del Estado nacio-nal argentino y su capacidad de generar las sinergias de las esferas privada y pú-blica. Sinergias en la gestión del conoci-miento, la generación de empleo de cali-dad e inclusión social, la movilización de los recursos disponibles, la transforma-ción de la estructura productiva, la inte-gración del territorio y la proyección al mercado internacional. g

1. Aldo Ferrer, La densidad nacional, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2004.

*Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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El libro constituye un exhaustivo y ori-ginal ensayo inscrito en la sociología política, orientado a dar cuenta de las diferentes modalidades de “gobierno de la seguridad” tomando a la “insegu-ridad” o, mejor, en las propias palabras del autor, a “la seguridad, el delito y el miedo al delito” como construcción polí-tica y social estructurante de aquellas modalidades de gobierno.

La inseguridad como “invención” implica una compleja trama de discursos, relatos, instituciones, actores y prácticas que es meticulosamente desmenuzada por el autor a lo largo del texto. Entre los actores y las acciones relevantes de esa trama, ubica a los gobiernos y los medios de comunicación en la construcción del problema de la inseguridad, en particular, mediante mecanismos sofisticados de estigmatización social y de construcción social de delincuentes; a las policías y sus prácticas rutinarias como instrumentos sofisticados y eficaces de control social –en particular, de los sectores sociales “subalternos”– y de gestión –legal e ilegal– de los delitos; al sistema penitenciario como ámbito experto de “conten-ción, rotación y reproducción de la pobreza y el delito”; y al “progresismo” como eje de crítica y de construcción de alternativas políticas a la gobernabilidad política a través de la inseguridad construida.

Este desarrollo bien logrado tiene dos virtudes destacables en un contexto intelec-tual –como el criollo– signado por repetidores acríticos o intelectualoides exaltados. Una, la inteligente utilización de teorías y conceptos clásicos de la política o la sociolo-gía para dar cuenta de los procesos abordados por el autor pero sin hacer un uso ina-propiado –apenas como marco interpretativo y de referencia– y sin caer en la habitual tendencia de ciertos autores a mostrar una elucubración intelectual esteril a la hora de abordar problemáticas complejas. El autor nunca pierde de vista el proceso indagado, escrutado, en nombre de esas referencias teórico-conceptuales. Dos, la construcción de nuevos conceptos o la reformulación de los significados o sentidos de conceptos ya acuñados, con la debida elucubración y atrevimiento que ello implica. Ambas virtudes implican una contribución poco común en este campo.

Finalmente, el autor también desarrolla el texto sosteniendo una visión a-moral –bien de la sociología clásica– y profundamente política, que convierte al texto en un trabajo debidamente incómodo para los hacedores de la gobernabilidad vía la inseguridad así como para el progresismo que se muestra crítico pero que forma parte del problema. Su perspectiva no ha sido pergeñada desde la observación y la reflexión intelectual llevada a cabo en un contexto distante del objeto de estudio sino desde la experiencia de la intervención en el ruedo institucional, en la gestión de la seguridad, en las estructuras gubernamentales –al menos, en un sector de las mismas–. Cuando la intervención la emprende el sociólogo crítico comprometido con el cambio social, el resultado suele significar un aporte serio. Éste es el caso.

Marcelo Fabián Sain

El proceso bolivariano iniciado por Hugo Chávez en 1998 siempre ha resultado difí-cil de aprehender en su complejidad para aquellos que no viven en Venezuela, por la pasión con que lo juzgan tanto defensores como detractores. El irlandés Rory Carroll, periodista de The Guardian, vivió entre 2006 y 2012 en Caracas, como corresponsal para América Latina. Fascinado por el experi-mento chavista, que consideraba imposible explicar en breves artículos, escribió este libro que busca evitar las caricaturas y refle-jar ese “laboratorio de poder y carisma”.

Carroll encabeza su crónica de la Vene-zuela bolivariana con un epígrafe de Simón Bolívar: “Para entender las revoluciones y sus actores, debemos observarlos de cerca y juzgarlos a gran distancia”. Al respecto, el periodista Jon Lee Anderson escribe en el Prólogo: “Dotado de mente aguda, hondo sentido de la justicia e ingeniosa ironía, Carroll ha hecho suya la máxima de Bolívar y ha escrito un libro que no sólo es penetrante y lúcido, sino también de hermosa factura”.

Crónicas del estallido

Martín Cúneo, Emma Gascó

Icaria; Barcelona, noviembre de 2013.

408 páginas, 442 pesos.

Durante quince meses, el argentino Martín Cúneo y la española Emma Gascó reco-rrieron los 10.000 kilómetros que separan Argentina de México; el resultado de ese viaje es un largo y esperanzador cuader-no de bitácora. Un libro que recuerda, en palabras de su prologuista, Raúl Zibechi, que las grandes transformaciones sociales que se han vivido y se viven en Améri-ca Latina se deben más a ese cúmulo de pequeñas iniciativas locales que a la acción de caudillos y gobiernos; que, en fin, la historia se escribe desde abajo.

La aventura comienza en Argenti-na, donde se recogen la recuperación del Bauen y de Zanon, la lucha de las Madres de Ituzaingó contra el modelo sojero y el rechazo a la mina de los vecinos de Esquel. Luego, los periodistas describirán, de la mano de sus protagonistas, las guerras por los recursos y el derrocamiento de Sánchez de Lozada en Bolivia, y la lucha de las Madres de Soacha contra el horror de los falsos positivos en Colombia, entre otras muchas “historias maravillosas”.

Con sus pequeñas grandes victorias, millones de campesinos, indígenas o tra-bajadores precarizados, organizados en movimientos sociales de base, consiguie-ron “frenar privatizaciones, expulsar mul-tinacionales, propiciar o tumbar leyes y crear alternativas económicas”. Así, fueron decisivos para los cambios de gobierno en Argentina, Bolivia y Ecuador. Es su contes-tación al “No hay alternativas” neoliberal que Margaret Thatcher hizo célebre.

Nazaret Castro

Política

Obreros de los bits

Mariano Zukerfeld

UNQ; Bernal, abril de 2014.

368 páginas, 150 pesos.

El objetivo del libro es proponer, sistema-tizar y analizar la utilidad empírica de las nociones de “trabajo informacional” y “sec-tor de la información”, el cuarto sector de la economía mundial en la actualidad.

Las transformaciones ocurridas en los últimos años en el sistema capitalista implican cambios de una profundidad sólo comparable con los del nacimiento de la civilización industrial. El pasaje del capita-lismo industrial al capitalismo informacional implica no sólo un cambio de paradigma tecno-económico, sino una mutación de mucho mayor calado que permite compren-der las nuevas sociedades globalizadas.Este sector clave de la economía del siglo XXI –particularmente el desarrollo, produc-ción y venta de software– funciona con tra-bajo colaborativo en estructuras altamente descentralizadas vía Internet, lo que torna indispensable nuevas legislaciones y con-troles ya que prácticamente no existe nor-mativa respecto de las tecnologías digitales en lo concerniente a licencias, derechos de propiedad intelectual y derechos de autor por parte de los Estados nacionales.

Mariano Zukerfeld concluye que resulta imprescindible contar con nuevos marcos jurídicos, gremiales e incluso patronales para encuadrar a los trabajadores del sec-tor, debido a que el capitalismo informa-cional muestra una clara tendencia al cre-cimiento del subempleo y el desempleo, de la inestabilidad y la precarización laboral, y al incremento del trabajo temporal y al retroceso en las tasas de sindicalización.

Julián Chappa

Sociología

Internacional

ComandanteLa Venezuela de Hugo Chávez

Rory Carroll

Sexto Piso; México, octubre de 2013.

344 páginas, 405 pesos.

La construcción del miedo

Sociología

Libros del mes

Temor y controlLa gestión de la inseguridad como forma

de gobierno

Esteban Rodríguez Alzueta

Futuro Anterior; Buenos Aires, julio de

2014. 384 páginas, 190 pesos.

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sófico políticos, para llegar al capitalismo: el hombre, en crisis, atrapado por la incer-tidumbre, llega a la convicción de que “no hemos aprendido nada de la historia”.

Cruz sostiene que ese actual estado cultural está implícito, precisamente, en el desarrollo del mundo capitalista y las ideas de la historia asociadas a éste. No se trata de que ha llegado “el fin de la His-toria”, sino de que están en crisis ciertas formas de comprenderla, mientras se consolidan otras. El autor repasa algunas

de las discusiones más recientes en torno a las aproximaciones al pasado: el lugar de la memoria y la voz de los sobrevivien-tes, la incidencia del reem-plazo del binomio “ven-cedor/derrotado” por el de “víctima/victimario” para narrar el pasado. Esto ha llevado a que “el ejemplo se decli-

El filósofo Manuel Cruz analiza las relacio-nes entre las sociedades contemporáneas y su pasado, a partir de un diagnóstico: la Historia ya no enseña, no ofre-ce ejemplos ni lecciones que permitan orientar las accio-nes de los hombres. ¿Cómo llegamos a esta situación? Cruz desarrolla una crítica sutil e infor-mada de los distintos paradigmas que desde la Modernidad pensaron al hombre inmerso en proyectos filo-

La salud de los trabajadores de la salud

Hugo Spinelli et al.

OPS/OMS; Buenos Aires, diciembre de

2013. 220 páginas.

Con la preocupación sobre la salud de los trabajadores de los hospitales públi-cos de la Provincia de Buenos Aires como disparador principal, este libro, cuyo sub-título es Trabajo, empleo, organización y vida institucional en hospitales públicos del aglomerado Gran Buenos Aires, Argentina, 2010-2012, evalúa el sistema de salud bonaerense desde una óptica epidemioló-gica centrada en las desigualdades.

A partir de la premisa de que la salud del trabajador es la columna vertebral del sistema, la obra recorre la compleja rela-ción entre salud y trabajo incorporando dimensiones de análisis centrales tales como las cuestiones de género, el impacto de las violencias, la precarización de las relaciones en el trabajo y los diferentes tipos de retrocesos de los derechos de protección a los trabajadores.

Lejos de apuntar a un público especí-fico, el texto proporciona explicaciones y herramientas con un código sencillo de comprender para el común de los lecto-res, convirtiéndolo en una contribución significativa al estudio del campo de la salud, sus actores, los capitales en juego, los perfiles epidemiológicos y los proble-mas y desafíos que enfrentan trabajado-res, gestores y gobernantes.

Un aporte original y valioso para pro-fundizar en la relación entre salud y traba-jo que, en tanto parte de una investigación empírica profunda y exhaustiva, representa un insumo de importancia para la gestión y el diseño de políticas públicas en la materia.

Bárbara Schijman

Salud

Homicidios conyugales y de otras parejas

Marcela V. Rodríguez, Silvia Chejter

Editores del Puerto; Buenos Aires, febrero

de 2014. 264 páginas, 264 pesos.

Esta investigación analiza una selección de sentencias judiciales dictadas en casos de homicidios conyugales o de otras parejas, consumados o en grado de tentativa, en el período 1999-2010. El análisis releva una diferencia de tratamiento, según que el imputado sea hombre o mujer, fundada en preconceptos sobre los roles masculino y femenino, poniendo en evidencia prácticas judiciales que atrasan respecto de las leyes, y especialmente respecto de los tratados internacionales de derechos humanos incorporados a la Constitución nacional. En las fundamentaciones se filtran ecos del concepto de “honor” viril y de “honestidad” femenina superados en las leyes pero no en la mentalidad de los jueces.

Cuando los acusados son hombres, el hecho de que la mujer sea de carácter, que sea infiel, que se niegue a las relaciones sexuales, que haya ejercido la prostitución, se consideran “atenuantes” de su asesinato real o intentado; cuando las acusadas son mujeres los “atenuantes” son no haber pro-vocado la agresión, ser sumisa, resignada, madre. Existe un largo historial de violencia contra la mujer, que ha recurrido a instan-cias estatales o denuncias sin obtener res-puesta adecuada; sin embargo resulta difícil el reconocimiento de “legítima defensa” por parte de la mujer. Los tribunales tienden a dar crédito a declaraciones de un hombre imputado y sus allegados, desplazando la culpa hacia la víctima; y a desestimar en cambio las declaraciones de las mujeres y los testimonios que las favorecen.

Marta Vassallo

Sociedad

Visión y diferencia Feminismo, feminidad e historias del arte

Griselda Pollock

Fiordo; Buenos Aires, agosto de 2013.

352 páginas, 190 pesos.

Se publica por primera vez en castellano un libro capital de la historiadora y críti-ca del arte Griselda Pollock, cuya mirada feminista y marxista es deudora de las teo-rías de Aby Warbug, Michel Foucault y Jac-ques Lacan. La autora dedica sus ensayos a una pregunta básica: ¿por qué la mujer está ausente en la historia del arte? Se refiere no sólo a la falta de grandes artistas muje-res, sino también a la consecuente falta de una mirada femenina, a la actitud sexista del arte, que incluye a la mujer sólo como objeto del deseo masculino.

Pollock cuestiona la visión patriar-cal de la historia del arte, y propone estudiarla estableciendo una interrela-ción entre el arte y las condiciones de época: formas de producción, ideolo-gía, clase, educación, familia, formas de dominación sexual. El paradigma del arte modernista considera la creatividad como atributo masculino y no contem-pla a la mujer como productora de arte, ya que su lugar social estaba reducido a lo doméstico o a trabajos subordinados. Por lo tanto, se produjo un borramiento de las artistas mujeres. Pollock analiza el espacio de la mujer, reducido a ámbi-tos privados, en los cuadros de Berthe Morisot y Mary Cassatt. Y junto a Debo-rah Cherry, estudia la figura del sujeto masculino creador y su objeto femeni-no entre los pintores prerrafaelistas, en particular Dante Gabriel Rosetti y su modelo, la pintora Elizabeth Siddall, y en la crítica de la época.

Josefina Sartora

Historia del arte

Historia

Adiós, historia, adiós El abandono del pasado en el mundo actual

Manuel Cruz

FCE; Buenos Aires, mayo de 2014.

238 páginas, 154 pesos.

na de manera negativa”. Y esto es central, en la lectura de Cruz, porque la historia, al ser fundante de un pasado determinado, es precisamente, con ese acto, la que per-mite la proyección de un futuro.

Cruz propone que la presencia de la memoria de las víctimas admite una lec-tura dual: tanto permite fundar éticamen-te una sociedad respetuosa del que sufre como mantiene vivo el efecto disciplina-dor de la violencia. El libro también anali-za la paradoja de una época en la que todo es puro presente pero a la vez la tendencia a la memorialización y conmemoración (sobre todo de las víctimas) es dominante en la cultura. El presentismo (la disolución de las fronteras entre el pasado, el presen-te y el futuro) y el subjetivismo se conju-gan para minar la idea de que en la mirada crítica sobre el pasado existe la posibili-dad de imaginar un porvenir.

Federico Lorenz

FicheroLas islas del tesoro

Nicholas Shaxson

FCE; Buenos Aires,

marzo de 2014.

514 páginas, 217 pesos.

Escritor, periodista e investigador, Shaxson se adentra en el corazón de la economía global, explorando en profundidad el origen y el funcionamiento de los paraísos fisca-les, guaridas de los piratas modernos que frenan el desarrollo equitativo de los países pobres. Un sistema extraterritorial de pro-tección y cooptación del poder, eje de comu-nicación entre el submundo criminal y su blanqueo financiero, por el que circula cerca de la mitad del comercio internacional.

Global gay

Frédéric Martel

Taurus; Buenos Aires,

junio de 2014.

336 páginas, 189 pesos.

Fruto de una investigación de cinco años en cuarenta y cinco países, con entrevistas a cientos de actores del movimiento gay en el mundo, el sociólogo francés Fréderic Martel afirma que, de Cuba, China o Irán, a Euro-pa y Estados Unidos, a través de la lucha contra la discriminación, el activismo por el matrimonio igualitario y la criminalización de la homofobia, la militancia gay global, en toda su diversidad, está llevando a cabo una verdadera revolución en los modos de vida.

La época de los aparatos

Jean-Louis Déotte

Adriana Hidalgo; Buenos Aires,

agosto de 2013.

368 páginas, 192 pesos.

Centrado en la noción de aparato como aquello que prepara la aparición de cualquier acontecimiento –su necesaria condición pre-via–, el filósofo Jean-Louis Déotte despliega una enriquecedora discusión con las ideas de Lyotard, Benjamin, Schiller o Rancière, traza puentes entre arte, historia, política, recorre desde la perspectiva renacentista hasta el arte digital o aborda una lectura multidimen-sional del fenómeno de los desaparecidos.

Mensajes

Ezequiel Martínez Estrada

Interzona-EdiUNS; Bs. As.-

Bahía Blanca, septiembre de

2013. 104 páginas, 75 pesos.

Un óptimo punto de mira para aproximarse a la obra –gigantesca en los campos del ensa-yo, la poesía, la narrativa, la crítica; profunda, original, atrabiliaria por momentos y genial a veces– de Martínez Estrada. Estos Mensajes –cartas, discursos, homenajes– son indicios adecuados para captar algunos rasgos del talento, el estilo y los intereses intelectuales del autor de Radiografía de la pampa, de cuya muerte se cumplen cincuenta años.

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40 | Edición 183 | septiembre 2014

En 1980, para resumir su visión de las relaciones entre Estados Uni-dos y la Unión Soviética, Ronald Reagan usó esta fórmula: “Noso-tros ganamos; ellos pierden”. Do-ce años más tarde, su sucesor in-

mediato en la Casa Blanca, George Bush, se con-gratulaba por el camino recorrido: “Un mundo antes dividido entre dos campos armados, reco-noce que sólo hay una única superpotencia: Es-tados Unidos de América”. Fue el fin oficial de la Guerra Fría.

Este período, a su vez, ya es pasado. La hora de su muerte sonó el día en que Rusia se cansó de “perder”, y estimó que su programado descenso nunca tocaría fondo, dado que cada uno de sus ve-cinos se veía sucesivamente atraído –o soborna-do– por una alianza económica y militar dirigi-da contra ella. Por otra parte, el pasado marzo, en Bruselas, Barack Obama recordó: “Los aviones de la OTAN patrullan los cielos sobre el Báltico, he-mos reforzado nuestra presencia en Polonia y es-tamos dispuestos a ir por más” (1). Frente al Par-lamento ruso, Vladimir Putin asimiló tal disposi-ción a la “infame política de la contención” que, según él, las potencias occidentales oponen a su país desde… el siglo XVIII (2).

Sin embargo, la nueva Guerra Fría será dife-rente a la anterior. Ya que, como lo reveló el Pre-sidente de Estados Unidos, “a diferencia de la Unión Soviética, Rusia no lidera ningún bloque de naciones, no inspira ninguna ideología global”. La confrontación que se instala dejó también de oponer una superpotencia estadounidense que basa en su fe religiosa la seguridad imperial en un “destino manifiesto”, a un “Imperio del Mal” que

Reagan maldecía además por su ateísmo. En cam-bio, Putin corteja –no sin éxito– a los cruzados del fundamentalismo cristiano. Y cuando anexa Cri-mea, recuerda de inmediato que es el lugar “don-de fue bautizado San Vladimir […], un bautismo ortodoxo que determinó los fundamentos básicos de la cultura, los valores y la civilización de los pueblos rusos, ucranianos y bielorrusos”.

Tanto como decir que Moscú no admitirá que Ucrania se convierta en la base de operaciones de sus adversarios. Caldeado al rojo vivo por una propaganda nacionalista que incluso excede el lavado de cerebro occidental, el pueblo ruso se opondría a eso. Ahora bien, en Estados Unidos y en Europa, los partidarios del gran rearme supe-ran la puja: proclamaciones marciales, avalancha de sanciones heteróclitas que sólo fortalecen la determinación del campo contrario. “Quizás la nueva Guerra Fría será aun más peligrosa que la anterior –ya advirtió uno de los mejores expertos estadounidenses de Rusia, Stephen F. Cohen–, porque, contrariamente a su predecesora, no en-cuentra ninguna oposición –ni en la administra-ción, ni en el Congreso, ni en los medios de comu-nicación, las universidades, los think tanks– (3).” La receta probada de todos los engranajes… g

1. Discurso de Barack Obama en Bruselas, 26-3-14.2. Discurso de Putin en el Parlamento ruso, 18-3-14.3. Pronunciada en la conferencia anual Rusia-Estados Unidos, Washington, 16-6-14. Retomada en The Nation, Nueva York, 12-8-14.

*Director de Le Monde diplomatique.

Traducción: Teresa Garufi

Staff 3

Editorial: Las penas pesan en el corazón 2por José Natanson

Lejos de Nueva York 3por Claudio Scaletta

Dossier Más riqueza, más desigualdad

Pasado y futuro de la desigualdad 4por Thomas Piketty

Los olvidos de Thomas Piketty 8por Russell Jacoby

El caso argentino 12por Gabriel Kessler

En el Sinaí, una “guerra sucia” velada 14por Ismail Alexandrani

Avanza el Estado Islámico 15por Peter Harling

Rusia e Israel: Los beneficios del pragmatismo 18por Igor Delanoë

Dossier Qué quiere China en América Latina

Una nueva dependencia 22por Christophe Ventura

La fiebre de los canales centroamericanos 24por François Musseau

El dilema de los patriotas ucranianos 28por Hélène Richard

Escocia debate su independencia 30por Keith Dixon

Repolitizar la cuestión judicial 32por Matthieu Bonduelle

Profundizar “los setenta” 34por Federico Lorenz

El futuro del empresario argentino 36por Aldo Ferrer

Libros del mes 38

Editorial: La nueva Guerra Fría 40por Serge Halimi

Suplemento # 25: La educación en debateUniversidad Pedagógica Buenos Aires

La nueva Guerra Fríapor Serge Halimi*

Sumario

Editorial

Page 41: Le Monde Diplomatique. Septiembre 2014

Desde el 2000, y cada tres años, se instrumentan las pruebas PISA (por su sigla en inglés: Programme for Internatio-nal Student Assessment) (1)

en más de 60 países. La iniciativa de la Or-ganización para la Cooperación y el De-sarrollo Económicos (OCDE) tiene como objetivo evaluar, de manera comparada, los sistemas educativos de los países uti-lizando como instrumento principal una prueba en la que los estudiantes de 15 años deben resolver problemas de matemática, lengua y ciencias. PISA no evalúa los co-nocimientos de los estudiantes en sentido estricto sino su capacidad para solucio-nar ciertos ejercicios con la aplicación de esos conocimientos. Esta característica la diferencia de otras evaluaciones como el TERCE (2), de UNESCO, o las pruebas oficiales ONE (3), implementadas por el Ministerio de Educación de la Nación, que ponen el foco en la evaluación de los aprendizajes tomando como referencia los diseños curriculares y no competen-cias globales que se supone deben mane-jar los jóvenes luego de su paso por la es-colaridad obligatoria.

PISA es un programa de investigación sistemático sobre educación compara-da. Pero, en realidad, el aspecto que se ha vuelto más sustantivo de la prueba es la difusión masiva de resultados a través de un ranking replicado en medios de pren-sa y redes sociales, que se construye a par-tir de los puntajes obtenidos por los estu-diantes de cada país.

En promedio, los estudiantes de la OC-DE obtienen 500 puntos. En esta escala, los conocimientos recibidos en cada año de escolaridad deberían equivaler a 41 puntos. Es decir, en promedio, los adoles-centes evaluados en las PISA habrían re-cibido conocimientos correspondientes a 12 años de escolaridad.

Argentina se ubica, en todas las medi-ciones y disciplinas, un poco por debajo de las 400 unidades, casi “dos años y me-

dio menos de conocimientos” respecto del promedio. La evolución del puntaje de nuestro país muestra un descenso entre 2000 y 2006 (Argentina no participó en la medición de 2003) y una recuperación en 2009, que no alcanzó para igualar el pun-taje del año 2000. En 2012 se mantuvieron los resultados alcanzados en 2009.

Ranking atractivoLa prueba PISA es, ante todo, eficaz. La iniciativa se ha posicionado de manera creciente como una referencia del deba-te educativo difícil de desconocer. Parte de ese éxito comunicacional se lo debe a la utilización del ranking de países, una herramienta tan impactante como limi-tada y sesgada de la realidad que intenta caracterizar.

Los rankings han ganado espacio en los debates públicos. Son una forma efectiva para comunicar a audiencias no especia-lizadas, características de campos temá-ticos o disciplinarios específicos que, de otro modo, resultarían demasiado abs-tractas y lejanas. El ranking acerca, inter-pela a todos; compara y ordena. En lugar de aportar cifras sobre diversos aspectos de una realidad compleja, un ranking re-sume esa diversidad a partir de algunos criterios y luego ofrece una jerarquiza-ción de los objetos. Les da cierto sentido a los datos al transformarlos en informa-ción. De no ser así, el usuario no especia-lizado no tendría otras referencias para saber si una cifra es alta o baja: cualquie-ra sabe que estar en el top five de un ran-king es bueno; pocos, si una sobreedad es-colar de 15% es alta o baja. La tabla de po-siciones ofrece datos ya digeridos aunque el usuario no sepa cómo ni quién hizo la digestión. He allí la fortaleza y también la debilidad de los rankings, ya que se pres-tan a las manipulaciones más antojadizas.

Un ranking educativo de países puede elaborarse a partir de cualquier indicador como, por ejemplo, una tasa de analfabe-tismo, un porcentaje de escolarización

o un promedio de estudiantes por maes-tro. Otorgar la mayor importancia dentro del debate educativo a una comparación de países ordenados según competencias globales por sobre otras formas posibles, obedece no únicamente a una estrategia de comunicación sino también a una ma-nera de entender el sentido de la educa-ción, en la que la competitividad global de

las economías es pensada como el objeti-vo fundamental de los sistemas educati-vos. Aquí es necesario llamar la atención sobre el riesgo de un ranking como el de PISA: puede ser útil para concitar la aten-ción de un público masivo sobre un cierto problema como, por ejemplo, los niveles de aprendizaje de los sistemas educativos; pero es un camino sin salida si el debate se instala de un modo tal que luego las políti-cas públicas terminan organizándose pa-ra mejorar la posición en la escala de paí-ses, relegando otros fines deseables de la educación que se expresan en una diver-sidad de indicadores.

Análisis genuinosLa difusión de los resultados PISA que se realiza trienalmente genera gran expecta-tiva entre gobiernos, especialistas en edu-cación y medios de prensa. Sus titulares tienden a resaltar que tal o cual país “cae”

o “sube” en el ranking o que el puesto al-canzado está por encima o por debajo de lo esperado según cierto criterio a veces explícito (el PIB per cápita, la inversión educativa) y otras implícito o sugerido (un hipotético glorioso pasado educativo).

La comunicación de los resultados vie-ne de la mano de explicaciones o colum-nas de opinión que apuestan a dar cuenta de lo observado en la tabla de países. Lue-go de esos primeros días de alta presen-cia del tema en la agenda, se desarrollan otros análisis en medios especializados que resultan más fructíferos gracias a que van más allá del ranking y tienen en cuen-ta información adicional como la disper-sión de los resultados, su asociación con otras variables y los contextos aportados por docentes y directivos. Evidentemen-te, cuando se analizan los resultados de las pruebas con relación a otros indicadores –incluso provenientes de distintas fuen-tes estadísticas o de diagnósticos cualita-tivos–, el cuadro que se puede construir de la realidad educativa de un país es más genuino y cercano a la realidad. Desafor-tunadamente este tipo de lecturas es poco frecuente en nuestro medio; menos habi-tuales aún son los abordajes que se aven-turan más allá de los resultados para te-matizar las limitaciones conceptuales y metodológicas de la prueba PISA.

Termómetro falazLa prueba PISA ha recibido críticas des-de diversos sectores académicos, gre-miales y gubernamentales. Un primer señalamiento apunta a los objetivos pre-dominantemente económicos que persi-gue la OCDE y, en cuyo marco, debe com-prenderse el sentido de la prueba. Debi-do a su concepción economicista, se se-ñala que la iniciativa de este organismo va contra una concepción educativa inte-gral, en la que también se debe incluir su contribución a la ciudadanía, la paz y la democracia. Otra crítica apunta a la con-cepción globalizadora de la prueba, se-gún la cual cualquier país del mundo de-be comparar, sin mediaciones, las capaci-dades de su población con las de los paí-ses más competitivos como, por ejemplo, los del Sudeste Asiático. Existe también un cuestionamiento a los sesgos socio-culturales de los ítems de las pruebas. Un problema práctico sobre el rendimiento de un automóvil podría ser resuelto con mayor naturalidad por los adolescentes de los países donde la industria y la cul-tura del automóvil tienen cien años de historia que por aquellos cuyas familias nunca accedieron a este tipo de vehícu-los. No se trata entonces sólo de la facul-tad de aplicar conocimientos de mate-mática o física para resolver un ejer-

La educación en debate

Suplemento#25

¿Para qué sirven las pruebas PISA?por Leandro Bottinelli y Cecilia Sleiman*

d

Argentina bajó su puntaje de 2000 a 2006. Se recuperó en 2009, sin llegar a los valores del 2000. En 2012, se mantuvo.

septiembre 2014

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ranamente para sí. También es necesa-rio recordar que los promedios son sólo una parte –muchas veces engañosa– de la realidad: en todos los indicadores que se analizan en educación es imprescindible también conocer la dispersión, es decir, la diferencia entre aquellos a los que les va “mejor” y “peor” (sean estudiantes, es-cuelas, provincias), así como monitorear su evolución para comprobar si las bre-chas se reducen o amplían. Por otra par-te, cualquier evaluación debe considerar siempre los puntos de partida, lo que im-plica determinar los resultados alcanza-dos en función de la situación original, para poder pensar mejoras en contexto.

Es muy probable que la prueba PISA tal y como se la ha concebido, y debido a la manera en que se ha ido instalando en el debate público, no pueda cumplir con muchos de estos requisitos que se pos-tulan aquí como deseables para la eva-luación de la educación. Eso no significa que no puedan considerarse sus resulta-dos como insumo para un mayor conoci-miento de lo que pasa en las aulas y con la educación en nuestro país con relación a otros. Para que ello sea posible habrá que recordar que los resultados de una medi-ción no equivalen a la “calidad de la edu-cación”, algo que buena parte de los aná-lisis que se observan en la prensa pasa por alto. En cualquier caso, y para compensar el desequilibrio que la omnipresencia de la prueba PISA ha generado, sería desea-ble fortalecer y dar mayor visibilidad a los sistemas de evaluación de aprendizajes nacionales y también regionales como al-ternativas en convivencia con la prueba que realiza la OCDE trienalmente. g

1. Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes.2. Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo (2013) implementado por UNESCO en países de América Latina y el Caribe.3. Operativos Nacionales de Evaluación de la Calidad Educativa.

*Integrantes del Observatorio Educativo de la UNIPE.

cicio, sino también de la mayor fami-liaridad que tiene un problema en ciertos contextos culturales y nacionales.

Todas estas críticas son legítimas pe-ro admiten también contraargumentos. Es importante organizar los sistemas educativos para que, entre sus objetivos principales, se encuentren el desarrollo económico y la competitividad de la eco-nomía, por lo que medir competencias en este sentido es necesario. Es posible y útil compararse con otros países, aun cuando sean muy distintos, si se tienen en consi-deración las diferencias y los objetivos de dicha comparación. Es legítimo, también, plantear problemas en las pruebas que re-fieran a ciertas situaciones culturales no universales pero que, progresivamente, van siendo patrimonio de más y más paí-ses. No obstante, en todos los casos, siem-pre es necesario contextualizar las inter-pretaciones, algo no muy frecuente en los sesgados análisis que circulan en torno a los resultados de PISA no sólo en Argenti-na, sino en muchos de los países que parti-cipan en la prueba.

Polémica bienvenidaAntes de la difusión de los resultados de la última edición de PISA en 2012, los ministros de Educación de los países del MERCOSUR hicieron pública una car-ta dirigida al director de la prueba en la que señalaban algunas de las dificultades que observaban en la iniciativa, como por ejemplo, la comparación directa de resul-tados entre jóvenes que asisten a diferen-tes años del secundario. Recientemente, un colectivo de más de 80 académicos de algunos de los países que integran la OC-DE también difundieron una carta diri-gida a las autoridades de PISA en la que denunciaban el impacto negativo que es-tá teniendo la iniciativa al señalar, entre otros aspectos, que muchos países están ajustando sus sistemas educativos sólo en función de mejorar en el ranking.

Más allá de los cuestionamientos in-ternacionales que existen sobre PISA, se debe tener en cuenta que en Argentina se

han utilizado poco los resultados de las pruebas como insumo para comprender mejor lo qué pasa en las escuelas, y eso aplica tanto para las evaluaciones de OC-DE, como para las de UNESCO o las ofi-ciales. El hecho podría entenderse por una falta de conocimiento o difusión de estos instrumentos. Pero también por un cierto halo de desconfianza que rodea a este tipo de abordajes. En algunos casos ello se explica por un pecado original de las pruebas en nuestro país: fueron intro-ducidas a comienzos de los noventa como estrategia de control central, en un con-texto de ajuste estructural y descentrali-zación educativa, lo que hizo que buena parte de los actores del sistema las visua-lizaran como un aspecto inherente al pro-ceso de reestructuración regresiva de la educación, de fuerte carácter tecnocráti-co y con una limitada participación de los actores. La desconfianza está basada ade-más en el carácter exclusivamente cuanti-tativo de este tipo de abordajes. Mientras en el sistema educativo la mayor parte de los procesos consiste en interacciones personales, el cifrado de esta realidad a partir de la estadística se ofrece como algo ajeno, de un excesivo nivel de abstracción y generalidad respecto de la práctica coti-diana de los actores. Existe una distancia entre ambos tipos de concepciones que no ha sido suficientemente trabajada. Nos falta una pedagogía de las pruebas estan-darizadas (y de las estadísticas educativas en general) que permita superar la des-confianza y el sentimiento de ajenidad de estas herramientas para incorporarlas co-mo un insumo más a la reflexión y práctica de los equipos de trabajo de las escuelas.

Las cartas de los ministros de Educa-ción del MERCOSUR o de los académicos de los países centrales no son sino la ex-presión de una polémica más amplia so-bre la validez, alcances y limitaciones de PISA. Este debate es un terreno fértil pa-ra que la sociedad y los actores del sistema puedan ejercer la crítica sobre este tipo de instrumentos, incidir en el curso futuro de su desarrollo e incorporarlos eficazmente

en la práctica educativa. Las pruebas es-tandarizadas de aprendizaje o habilida-des son herramientas sumamente valio-sas para echar luz sobre algunos aspectos clave de la educación ya que contribuyen a identificar el grado en que los estudiantes van desarrollando efectivamente apren-dizajes en ciertos campos o disciplinas. Pero, así como por sí solos los resultados de las pruebas generan un visión muy par-cial de lo que pasa en las escuelas, tampo-co es viable una estrategia de evaluación del desempeño del sistema educativo que no cuente con la participación de los acto-res que hacen la educación todos los días.

Para que estas evaluaciones puedan contribuir a la mejora de los sistemas educativos hace falta, en primer lugar, abandonar la obsesión por los rankings de la que dan cuenta algunos discursos públicos sobre educación. Se debe con-siderar también que los aprendizajes, u otro tipo de resultados educativos, no pueden compararse de manera directa o lineal: existen ajustes que siempre son necesarios para las comparaciones y que se realizan, en muchos casos, teniendo en cuenta las condiciones socioeconómicas de los estudiantes, las diferencias socio-culturales entre países o las definiciones curriculares que cada uno adoptó sobe-

II | La educación en debate #25 ¿Para qué sirven las pruebas PISA?

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Nicolás García Uriburu, Ni arriba ni abajo, 1993 (Gentileza Museo Nacional de Bellas Artes)

Vara “Me parece muy difícil medir la calidad educativa desde un lugar estandarizado. Los grandes operativos de evaluación, como la prueba PISA, no me gustan. Exis-te la idea de que se puede medir a to-dos por igual, pero no sé hasta qué punto se puede comparar a un chico del Chaco con uno de Buenos Aires. ¿Cuál va a ser la vara con la cual vas a medir?” (Virgi-nia Guimard, orientadora social en la Es-cuela Media N° 7 de Tigre)

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La educación en debate | III

Evaluar para formar

Salir de la OCDE, activar el Mercosur

“Sería importante tener en cuenta el contexto en que las poblaciones desarrollan su pro-ceso escolar y cambiar el modo

de comunicar los resultados de las pruebas PISA para evitar la estig-matización de un país o de una po-blación en tanto se acerca o se aleja de lo que se considera una media de-seable”, reflexiona Marisa Díaz. La subsecretaria de Planeamiento Edu-cativo de la Nación es pedagoga y se ha especializado en la formación de docentes de nivel secundario y supe-rior. Tiene una larga trayectoria en la gestión pública: fue ministra de Edu-cación en La Rioja, estuvo a cargo del Área de Desarrollo Institucional del Instituto Nacional de Formación Do-cente y encabezó la Dirección Nacio-nal de Gestión Educativa.

¿Qué importancia tienen los resul-tados de las pruebas PISA? ¿Dan cuenta de la calidad educativa?Desde la posición de Argentina, toda acción evaluativa debe ser formativa y no punitiva, pero además debe permi-tir el fortalecimiento y la mejora pro-gresiva del sistema educativo en gene-ral, de las instituciones y, en particular, de los procesos que transcurren en las aulas. En ese marco de análisis, PISA es un instrumento que otorga una infor-mación específica que interpretamos en la medida en que sume para una escuela más justa, más democrática y más igualitaria para todos. Para no-sotros, pensar en calidad educativa es pensar en la relación entre inclusión e igualdad, entre la escuela y la construc-ción de ciudadanía.

¿Cuáles de las dimensiones que mi-den estas pruebas han sido útiles a las políticas educativas?Hay que entender que éste es un ins-trumento supranacional que no se ata a ningún currículum ni plan de estu-dios de los países intervinientes, sino a una definición más global de com-petencias para un mundo laboral también global. Nos ha resultado de interés la naturaleza técnica de esos instrumentos, el modo en que pro-blematizan las competencias y que se presentan los saberes para la indaga-ción de manera integrada.

¿Existe el riesgo de que este tipo de pruebas lleve a entrenar a los acto-res del sistema educativo para obte-ner un indicador? Puede suceder que alguna adminis-tración del sistema educativo pien-

“Es parcial definir la calidad educa-tiva, es parcial evaluarla y es mu-cho más parcial el tipo de medi-ción de las pruebas PISA, que im-

plica indagar sobre ciertas habilidades a partir de evaluaciones estandarizadas”, sintetiza Mariano Denegris, secretario de Prensa de UTE-CTERA. “El pro-blema principal de estas pruebas –con-tinúa– es que se construyeron a nivel mundial como la voz autorizada para opinar sobre la educación. La Organiza-ción para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que realiza estas evaluaciones, no es neutral: está confor-mada por los países centrales de las eco-nomías capitalistas más desarrolladas.”

En 1995, Denegris empezó a desem-peñarse como maestro de nivel primario en la provincia de Buenos Aires y luego continuó su labor en la Ciudad de Bue-nos Aires. Trabajó doce años en escue-las primarias hasta que pasó a integrar la Comisión Directiva de UTE. Actual-mente, conserva a su cargo algunas ho-ras de Lengua y Literatura en la Escuela de Enseñanza Media N° 2 de Villa Lu-gano. “Las pruebas PISA –señala el do-cente– construyen el discurso de que los chicos de 15 años de las escuelas argenti-nas no comprenden los textos que leen. Ese instrumento no necesariamente de-be llevar a afirmaciones como esas”. Y ejemplifica: “El otro día, trabajamos con los chicos en una evaluación colectiva sobre la escritura de sus propios compa-ñeros. Cuando la temática era el Mun-dial, los chicos con mejores capacidades para evaluar la construcción gramatical de sus compañeros eran los pibes a los que les gustaba el fútbol. Estas cosas se les escapan a las pruebas PISA”.

Por otra parte, según Denegris, las evaluaciones PISA no consideran mu-chas cuestiones relevantes: “No miden el grado de inclusión ni los conocimien-tos de los alumnos en función de los pro-pósitos que la currícula de cada país se propone como objetivo. Tampoco mi-den el grado de democratización del sistema educativo ni la construcción de ciudadanía”. Además, el docente advier-te sobre el riesgo de que este tipo de me-diciones lleve a algunos países a entre-nar a los alumnos para responder eva-luaciones y eso se convierta en la princi-pal dimensión de un sistema educativo.

“Así como en un momento se dejaron de seguir las recomendaciones del Fon-do Monetario Internacional en cues-tiones financieras, tenemos que salir de las pruebas PISA y activar el instituto del Mercosur para la evaluación”, reco-mienda el gremialista. Una nueva forma de evaluación debería incorporar cua-tro criterios fundamentales. En primer lugar –enumera–, una dinámica parti-cipativa: “Los actores del sistema edu-cativo no son elementos a controlar por un actor externo, sino que tienen que ser participantes activos de la evalua-ción. Ellos son los que están más cerca de los problemas y los que pueden ofre-cer soluciones”. Denegris también se inclina por un tipo de evaluación inte-gral, que “no separe a los distintos acto-

se que encuentra una solución en la adaptación, más que en un entrena-miento, de la propuesta curricular a esta formación para ciertas compe-tencias promovidas desde la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). El res-guardo ante este riesgo es tener claro en qué aporta este estudio y que quie-nes deciden sobre el sistema educati-vo son los gobiernos.

¿Por qué los resultados de la UNESCO son mucho menos cono-cidos que los de la OCDE?La UNESCO presenta sus resultados de manera diferente y eso tal vez no tenga tanta visibilidad mediática. Pe-ro los países que participamos tene-mos especial interés en esos resulta-dos, sobre todo en nuestras políticas del nivel primario. Básicamente es-tas pruebas se orientan hacia aquellas capacidades que estructuran pensa-miento, desarrollan habilidades y per-miten una vinculación con el contex-to y el mundo. Tienen un fuerte énfa-sis en la construcción de ciudadanía y también hay un análisis comparativo de las currículas nacionales y regiona-les y, sobre esa base, se construyen los instrumentos que se aplican. Hay una fuerte apuesta a la contextualización.

¿Cómo son las mediciones que hace el propio gobierno nacional?Tenemos nuestros Operativos Nacio-nales de Evaluación –ONE– y hace poco se ha puesto en difusión el Índi-ce de Mejora de la Escuela Secunda-ria Argentina (IMESA), que agrega indicadores como el tiempo de culmi-nación de estudios y la tasa de egreso junto con los resultados del ONE.

¿Qué posibilidad existe de que el Mercosur implemente sus propios instrumentos de evaluación?Hay un principio de acuerdo con los países miembros. El primer paso es consensuar la incorporación de ítems comunes a la región en los operativos de evaluación de cada país. A su vez, avanzar en la definición de cuestiones que todavía no están relevadas de ma-nera pertinente, como aquellas que tienen que ver con la formación para el cuidado del medio ambiente, la for-mación en derechos humanos y la for-mación para la construcción de ciuda-danías más plenas.

De los indicadores de las pruebas PISA que recogieron los medios de comunicación, ¿hay algunos que se hayan interpretado de manera errónea? PISA tiene, por un lado, el ranking y, por otro, una serie de informes com-plementarios. Me parece que se han visibilizado los “hallazgos de dificul-tades” y no otros hallazgos que tie-nen que ver con las respuestas de los participantes. Por ejemplo, el 80% de los chicos encuestados decía sentirse muy a gusto en la escuela en que es-taba. Es un porcentaje alto y queda en segundo plano. Desde el punto de vista estrictamente estadístico, según los medios hay un retroceso. Sin em-bargo, se repiten los valores de 2009. En todo caso, se podría hablar de un amesetamiento. g

*Licenciado en Ciencias de la Comunicación y

Docente; miembro del equipo editorial de UNIPE.

res como piezas que no se relacionan”. La contextualización de las evaluacio-nes sería otro de los criterios a tener en cuenta: “Las pruebas tienen que partir de los objetivos que se proponen la re-gión, el país, la provincia, la ciudad y la escuela en cuestión. La forma de eva-luar no puede ser la misma para todos”. Por último, propone una evaluación que sirva para corregir políticas educativas sin estar sujeta a un ranking: “No les va a servir a los medios para titular ‘estamos cuartos’, ‘estamos primeros’, pero sí le va a ser útil al sistema educativo”.

Denegris es consciente de las difi-cultades que se presentan para cuan-tificar algunas iniciativas que tam-bién hacen a la mejora de la educación. “Hay una escuela primaria en el sur de la Ciudad de Buenos Aires –relata– que frente a un problema de violencia im-plementó una política de incorpora-ción de la comunidad, de construir una escuela de puertas abiertas. Los docen-tes, los alumnos y las familias se dieron una estrategia y lograron reducir los niveles de violencia que tenían. Pero este tipo de prácticas no estandariza-das no son mediatizables. A esa escuela no la pusieron en ningún ranking.”

Además, señala el gremialista, exis-ten aspectos del sistema educativo que PISA no mide y sería necesario corre-gir: “La masificación de la jornada ex-tendida y del nivel inicial en todo el país es una deuda pendiente”. Y añade: “Pa-ra que el trabajo y la evaluación puedan ser colectivos, los docentes necesitan que se les reconozcan instancias para sentarse con sus compañeros y directi-vos”. Para mejorar estas cuestiones, De-negris reclama una mayor inversión: “El 6% conseguido, que es un avance, hoy queda chico para las nuevas demandas. Por eso peleamos por un 8% y por una nueva ley de educación superior que es-tablezca un presupuesto diferenciado para la universidad”. g

D.H.

por Diego Herrera*

MAriSA DíAz, SUBSECrETAriA DE EDUCACiÓN

MAriANo DENEgriS, grEMiAliSTA

Limbo“Por lo que pude ver de las pruebas, al menos en la parte de Matemática y Fí-sica, no me parece que estén mal. Lo que más me gustó era que se plantea-ban situaciones problemáticas que podían encararse de distintas formas. Antes de las PISA, en la escuela traba-jábamos con algunos materiales de otras evaluaciones que se habían he-cho para que no nos agarraran tan en el limbo. En las clases, los distintos pro-fesores de cada área se llevaban algún material que tuviera que ver con su ma-teria y lo trabajaban. Los estudiantes lo tomaron muy bien y querían ser eva-luados. Quizá en las escuelas técnicas es distinto que en otras instituciones.” (Daniel Roca, docente de Matemática y Físico-Química en la Escuela de Edu-cación Técnica N° 3 de Tres de Febrero)

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Staff

UNIPE: Universidad Pedagógica

rector Adrián CannellottoVicerrectorDaniel Malcolm

Editorial UniversitariaDirectora editorial María Teresa D’ MezaEditor de La educación en debateDiego RosembergEquipo editorialDiego HerreraMariana LiceagaJulián Mónaco

IV | La educación en debate #25 ¿Para qué sirven las pruebas PISA?

“No da cuenta de un proceso”

“Banalizan el objeto de discusión”

Julia Albanese es inspectora de Enseñanza de Nivel Secundario en el distrito de Ezeiza y profe-sora en el Instituto de Formación

Docente N° 35 de Esteban Echeverría. Se graduó como profesora en Historia y también es licenciada en Ciencias de la Educación. Tiene un variado recorrido educativo: dio clases en escuelas medias y fue directora en los niveles primario y secundario. “Muchos docentes estamos peleando contra el tema de la competen-cia, de ponerles número a los esfuerzos de los chicos. Este tipo de evaluaciones van en el sentido contrario”, argumenta Albanese sobre las pruebas PISA.

¿Las escuelas reciben instruccio-nes de cómo preparar a los docen-tes y a los estudiantes para las prue-bas PISA?En realidad, no. Los evaluadores se co-munican directamente con los direc-tivos y con ellos arreglan el día, en qué cursos van a estar y demás. En general, trabajan directamente con los directi-vos y no con los supervisores.

¿Qué porcentaje de escuelas del dis-trito participó en 2012?No tengo el porcentaje exacto, pero fue un número reducido de escuelas.

¿Hay directivos que preparan es-pecialmente a los estudiantes y do-centes?No. Se sigue el curso normal. Tampoco había un material disponible para tra-bajar, como sí pasó con el Operativo Na-cional de Evaluación (ONE).

¿En algún momento se conocen los resultados que obtuvo el distrito?Están los resultados generales del país y todas las apreciaciones que después se hicieron a favor o en contra, pero –si es que los hay– no encontré los resultados pormenorizados del distrito.

“Hay un tratamiento maniqueo de la información, ya sea para defen-der los resultados de la prueba PI-SA o para criticarlos. Muchas ve-

ces eso termina banalizando el objeto en discusión”, concluye María Eugenia Grandoli, investigadora de la UNIPE y de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, autora de un relevamiento so-bre la cobertura que realizaron Clarín, La Nación y Página/12 sobre los resul-tados de las pruebas PISA 2012.

La investigadora señala que, como en la mayoría de los temas, hay dos grandes posturas reflejadas en los artículos publicados por los medios gráficos. Por un lado, aparece Pági-na/12 y, por otro, están emblocados Clarín y La Nación. “En ambos casos –observa Grandoli– apelaron a espe-cialistas en la temática o a actores del sistema educativo para defender y le-gitimar sus posicionamientos y criti-car los contrarios”.

Grandoli propone romper con la mirada binaria: “Hay aspectos que se-ñalan La Nación y Clarín que me pa-rece lícito pensar. Cuando estos dia-rios marcan que Brasil es el ejemplo de un país que pudo mejorar la inclu-sión con mejores resultados, en algún

¿En qué se diferencian las pruebas PISA y el ONE?En el ONE hubo una devolución, un período de sensibilización, se aportó material, se trabajó con los superviso-res y a la vez nosotros trabajamos con los directivos.

¿Qué actitud tienen los estudiantes frente a la prueba?Es una situación demasiado artificial. En realidad los chicos tienen la sensa-ción de que viene alguien de “Dios sabe dónde” a evaluarlos. A veces se les daba alguna recomendación porque había chicos que a lo mejor no le daban im-portancia a la prueba, o no la hacían, o ponían cualquier cosa.

¿Qué valoración hace de las prue-bas PISA?No me parece que sea un instrumento para dar cuenta sobre cuál es el proceso educativo en nuestras escuelas. Humil-demente, me parece que van en contra del espíritu del diseño curricular, de las concepciones de evaluación dentro del diseño, de las orientaciones didácticas. Creo, también, que van en contra de la misma Ley Nacional de Educación.

¿En qué sentido?Las pruebas son descontextualizadas, estandarizadas, homogeneizadas. Se diseñan desde un lugar extraño y aje-no. No se valora la trayectoria educativa de los chicos, se toma como medida una edad en la cual estos chicos han podido tener distintos recorridos, en distintos formatos de educación.

¿Cuál cree que es el sentido de la participación de Argentina en es-tas pruebas? En este contexto político realmente a mí me sorprende que se siga participan-do de estas evaluaciones. Sí me parece que podrían hacerse operativos de eva-luación latinoamericanos, que tengan que ver con nuestras propias realidades y no con realidades totalmente ajenas. Además, no se utilizan los resultados para la mejora: es un ranking que esta-blece quién está primero y quién sigue después. Esta situación de competencia no respeta las individualidades, no res-peta la interculturalidad, no respeta las necesidades educativas derivadas de al-gún tipo de discapacidad. g

D.H.

punto tienen razón. Brasil lo pudo hacer. Esa es una cuestión que está omitida en Página/12”.

Al mismo tiempo, advierte Grando-li, “Clarín y La Nación en ningún mo-mento marcan como un signo positivo el avance en la inclusión educativa y no señalan las diferencias que tiene Argen-tina con respecto a otros países de la re-gión. En nuestro país el nivel secunda-rio es obligatorio. En países como Chile, la escuela secundaria no es gratuita. To-das estas cuestiones no fueron conside-radas por estos dos diarios y la no gra-tuidad, por ejemplo, ya condiciona las posibilidades de ingreso. El factor se-lectivo se da con anterioridad; hay estu-dios que ligan el capital cultural con el capital económico. Se entiende que los resultados van a ser mejores en un siste-ma de escolaridad paga porque la selec-ción se realizó previamente, a la hora de ingresar a la escuela”.

Grandoli –que también es docente del Profesorado en Ciencias Sociales de la UBA–invita a preguntarse si la calidad educativa puede asimilarse a los resultados de las pruebas interna-cionales PISA. g

D.H.

JUliA AlBANESE, iNSPECTorA MAríA EUgENiA grANDoli, iNVESTigADorA

Sin autocrítica ni reflexión“Sé que hay escuelas que preparan a los chicos para que los resultados sean mejores y to-man la prueba PISA anterior como referencia. No acuerdo con competir. La prueba tiene que reflejar el aprendizaje y el contenido que efectivamente tienen los estudiantes y no plantearse como una competencia. Cuando se tomó en mi escuela, entre los estudiantes había mucho temor porque no querían quedar expuestos ante la falta de conocimiento. Tuvimos que explicar que los exámenes eran anónimos, que no tenían por qué sacar-se diez ni competir con nadie. En cuanto a los docentes, encontré bastante rechazo a las pruebas –no sólo a las PISA–. Creo que tiene que ver también con la idea de ‘no me vengas a calificar a mí’. No somos un país que esté acostumbrado a hacer una autocrítica desde el punto de vista laboral. Por más que PISA fuera excelente, la resistencia va a existir por-que no estamos habituados a reflexionar sobre nuestro hacer.” (Elvira Cao, directora de la E.E.M. N° 1 de Villa Lugano hasta 2013 y actual directora de la E.E.M. N° 3 de Bajo Flores)