Don Quixote de la Mancha: Ilustraciones III

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EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIXOTE DE LA MANCHA [1] IMÁGENES IIi Las imágenes que hoy vamos a presentar, siguiendo con el hilo de lo ya relatado en el artículo anterior, no son o han formado parte de las ediciones del Quijote, pero si son la imagen de lo que era costumbre en las publicaciones que, sobre otros libros de caballería, se realizaban en aquella época. Como ya dijimos la figura del hidalgo jinete era lo normal para ese tipo de libros. Cuando se edita el Quijote y alcanza el consabido gran éxito, Muchos pensaron que el Quijote iba a acabar con la impresión de los otros libros de caballerías, que su éxito y sus críticas, terminarían por alejar las aventuras de caballeros como Amadís de Gaula, Amadís de Grecia, el Caballero del Febo y de tantos otros caballeros y damas del gusto de sus lectores. Nada más lejos de la realidad. En 1.617 se reedita en Zaragoza las dos primeras partes del Espejo de príncipes y caballeros (lámina 21), y en 1623 lo hará la tercera parte, dividida en tercera y cuarta como una estrategia comercial. En la Biblioteca Nacional de Madrid se conserva un manuscrito que continúa el ciclo caballeresco, por lo que con posterioridad a 1623, al menos, podemos hablar todavía de mantenimiento y difusión de los libros de caballerías en Castilla y Aragón. La grave crisis que sufre la imprenta hispánica durante la segunda mitad del siglo XVI - especialmente la castellana- obligará a los grandes (y costosos) infolios [libro en folio] caballerescos a buscar en la difusión manuscrita, una fórmula de supervivencia; manuscritos de libros de caballerías que han comenzado desde hace sólo unos años, a mostramos una cara bien diferente de la supervivencia del género a caballo entre los dos siglos.

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Se muestran diferentes grabados de los aparecidos en ediciones varias del Quijote

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EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIXOTE

DE LA MANCHA

[1]

IMÁGENES IIi

Las imágenes que hoy vamos a presentar, siguiendo con el hilo de lo ya

relatado en el artículo anterior, no son o han formado parte de las ediciones del

Quijote, pero si son la imagen de lo que era costumbre en las publicaciones

que, sobre otros libros de caballería, se realizaban en aquella época. Como ya

dijimos la figura del hidalgo jinete era lo normal para ese tipo de libros.

Cuando se edita el Quijote y alcanza el consabido gran éxito, Muchos

pensaron que el Quijote iba a acabar con la impresión de los otros libros de

caballerías, que su éxito y sus críticas, terminarían por alejar las aventuras de

caballeros como Amadís de Gaula, Amadís de Grecia, el Caballero del Febo y

de tantos otros caballeros y damas del gusto de sus lectores.

Nada más lejos de la realidad. En 1.617 se

reedita en Zaragoza las dos primeras partes del

Espejo de príncipes y caballeros (lámina 21), y en

1623 lo hará la tercera parte, dividida en tercera y

cuarta como una estrategia comercial. En la

Biblioteca Nacional de Madrid se conserva un

manuscrito que continúa el ciclo caballeresco, por lo

que con posterioridad a 1623, al menos, podemos

hablar todavía de mantenimiento y difusión de los

libros de caballerías en Castilla y Aragón. La grave

crisis que sufre la imprenta hispánica durante la

segunda mitad del siglo XVI - especialmente la

castellana- obligará a los grandes (y costosos) infolios

[libro en folio] caballerescos a buscar en la difusión

manuscrita, una fórmula de supervivencia;

manuscritos de libros de caballerías que han

comenzado desde hace sólo unos años, a mostramos

una cara bien diferente de la supervivencia del

género a caballo entre los dos siglos.

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El Quijote no vino a acabar con los libros de caballerías, sino con los

malos libros de caballerías que habían agotado su fórmula narrativa -y editorial-

por sus repeticiones hiperbólicas. El Quijote, de la mano del avispado librero

Francisco de Robles, vino a surgir de este paradigma de éxito para llegar a

conformar un nuevo éxito editorial. Lo fue y lo ha sido desde entonces. Texto y

libro, genialidad narrativa y producto comercial van de la mano a la hora de

explicar el éxito del Quijote desde el siglo XVII hasta nuestros días.

Lisboa en particular y el reino de Portugal en general fue campo abonado para la difusión de los libros de caballerías durante el siglo XVII; incluso las ediciones de algunos textos -como el Clarimundo- se mantendrá hasta bien entrada la siguiente centuria, sin olvidarnos de las decenas de libros de caballerías que se escribieron y se difundieron de forma manuscrita durante estos años.

Jorge Rodríguez será uno de los impresores lisboetas que tendrá ocupadas sus prensas con la edición de títulos caballerescos muy difundidos en su momento como el Clarísol de Bretanha (año de 1602) [grabado izquierda] o el Dom Duardos de Bretanha (año de 1604) [grabado abajo].

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Será en este contexto caballeresco y sobre todo en las ediciones en cuarto [de tamaño menor que el folio y que se conocieron como «historias

caballerescas breves»] como las que se realizaron en imprentas hispánicas protagonizadas por personajes propios de la épica, como el Cid [grabado abajo] o el conde Fernán González, donde se ha de insertar el contexto que ilumina el primer grabado referencial que adorna la portada de la edición lisboeta del Quijote en 1605.

Como decíamos al principio, el éxito del Quijote fue inmediato. Las fiestas, los cortejos y los torneos cortesanos se llenaron de bacías de barbero y de caballeros sobre podencos, desde la que tuvo lugar en Valladolid el 10 de junio de 1605, hasta los que se multiplicarán en los siguientes años, a este y al otro lado del Atlántico. Prueba de que su éxito llegó más allá de ultramar narramos a continuación lo siguiente: «A esta hora, asomó por la plaza el Caballero de la Triste Figura don Quijote de la Mancha, tan al natural y propio de como le pintan en su libro, que dio grandísimo gusto verle». Con estas palabras un anónimo cronista narra el instante en que don Quijote y otros personajes cervantinos hacen su aparición (teatral) por tierras americanas.

Nos encontramos en 1607, en Pausa, una ciudad minera de Perú, que está a punto de celebrar con una gran fiesta el anuncio del nombramiento del

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nuevo virrey en la persona del Marqués de Montesclaros. A la sorpresa por la fecha y el lugar de la difusión del Quijote, tan cercana una y tan lejano el otro de los de su primera edición, se unen los detalles de las escenas caballerescas que se vivieron en aquel pequeño pueblo del Virreinato del Perú, gracias a la imaginación y a las lecturas de su Corregidor.

Diez días antes de las fiestas, se había colocado un cartel en la plaza, para que todos los caballeros que quisieran participar en el torneo pudieran hacerlo.

Nueve serán los nombres que aparecerán escritos, todos ellos relacionados con personajes de libros de caballerías: «El Caballero Venturoso, el de la Triste Figura, el Fuerte Bradaleón, Belflorán, el Caballero Antártico de Luzisor, el Dudado Furibundo, el Caballero de la Selva, el de la Escura Cueva y el Galán de Contumeliano».

Se presentan en la plaza, ataviados con sus trajes, acompañados de sus fantasías y con sus motes y letras bien visibles, para regocijo de tantas damas y caballeros como allí se dieron cita. Sin quererlo (o deseándolo) todos ellos se estaban convirtiendo en personajes de un particular (y único) libro de caballerías; eran protagonistas de una de esas escenas que tanto deseaban escuchar cuando se leía en voz alta un texto caballeresco, en esas lecturas públicas que parecían acortar las horas y reducir a nada las millas que les separaba de España. La aparición del Caballero de la Triste Figura (en realidad, un caballero de Córdoba que respondía al nombre de Luis de Galves) fue acogida con aplausos y risas:

Venía caballero en un caballo flaco, muy parecido a su Rocinante, con unas calcitas [media del píe y pierna] del año de uno, y una cota muy mohosa, morrión [Armadura de la parte superior de la cabeza, hecha en forma de casco, y que

en lo alto suele tener un plumaje o adorno] con mucha plumería de gallos, cuello del dozavo [de papel de tina (el de hilo que se hace en molde pliego a pliego)] , y la máscara muy al propósito de lo que representaba. Acompañábanle el Cura y el Barbero con los trajes propios de escudero e infanta Micomicona que su corónica [crónica] cuenta, y su leal escudero Sancho Panza, graciosamente vestido, caballero en su asno albardado [dícese del animal que tiene el pelo del

lomo de diferente color que los demás del cuerpo] y con sus alforjas bien proveídas y el yelmo de Mambrino.

Todos los presentes reconocieron al momento a los personajes cervantinos; sólo era necesario mostrar unos cuantos objetos, convertidos ya en símbolos (como un flaco rocín o la bacía de un barbero), y la relación entre el caballero real y el de ficción estaba garantizada, así como la risa; sobre todo cuando el caballero manchego se dirige a todos con su particular letra: Soy el audaz don Quixó- Y maguer [aunque] que desgraciá-, Fuerte, bravo y arriscá-.

La letra ha sido escrita en una forma estrófica [que está dividido en

estrofas] muy conocida en la época: versos de cabo roto. Cervantes ya los había utilizado en los preliminares literarios de la primera parte del Quijote: «Al

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libro de Don Quijote de la Mancha, Urganda la Desconocida» (<<Si de llegarte a los bue-, / libro, fueres con letu-,/ no te dirá el boquirru-/ que no pones bien los de-.») o los que Fray Bernardo Navarrete , el autor de la Pícara Justina, escribió antes de agosto de 1604 (<<Yo soy Due-,/ que todas las aguas be-./ Soy la Rein- de Picardi-,/ mas que la Rud- conoci-,/ mas famo- que Doña Oli-,/ que don Quixo- y Lazari-.»).

La noche sorprende a jueces, damas y caballeros en medio de la plaza. Y no pocos problemas tuvieron que sortear los jueces para poder dar los premios prometidos de «invención, letra y gala». Ante la destreza que los caballeros habían demostrado durante el día, resolvieron repartir entre tres los premios, recayendo el de invención en el Caballero de la Triste Figura: «por la propiedad con que hizo la suya y la risa que en todos causó verle».