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DERECHO PRIVADO COTIDIANO CONFERENCIA PRONUNCIADA EN LA ACADEMIA M atritense del N otariado EL DÍA 20 DE MAYO DE 1958 POR ISIDORO AURELIO FERNANDEZ ANADON Notario de Arenys de Mar (Barcelona)

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DERECHO PRIVADO COTIDIANO

CONFERENCIA

PRONUNCIADA EN LA ACADEMIAM a t r it e n s e d e l N o t a r ia d o EL DÍA 20 DE MAYO DE 1958

POR

ISIDORO AURELIO FERNANDEZ ANADONNotario de Arenys de M ar (Barcelona)

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Señores :

Si la vida es tan desesperadamente cotidiana, el Derecho . ha de serlo también, y he aquí la razón de que cuando la mole de doctrinas, exégesis, teorías y ensayos legislativos ame­naza sepultar a los cultivadores del Derecho hayáis aprove­chado las fiestas patronales para que el último «Isidro» que queda en la carrera os hable de la erosión de las altas cimas jurídicas por causa de esas dos fuerzas formidables que son la vida diaria y el sentido común.

Como estoy convencido de que la erudición no da fuerza, sino corpulencia espiritual, y somos muchos los interesados en guardar la línea, me voy a servir de puntos de vista, com­paraciones e ideas propias y, por lo tanto, humildísimas. No os extrañe el gusto por las comparaciones vulgares, pues es el modo de verificar las teorías; si no resisten el cambio de fondo, ¡m alo!, intentan pasar la aduana de la sindéresis dis­frazadas con ropas doctorales. Este primer artículo de la Ley de Contrabando y Defraudación de las Ideas responde a que sólo lo muy sólido resiste a la pupila ancilar de lo cotidiano. No vale el recusarlo, pues causa sospecha. Santa Teresa de­cía : « ¡ También entre pucheros anda Dios, hija !» ; y si el Ser Supremo habita hasta en las recocinas, ¿es mucho pedir que el Derecho nos acompañe a lo largo de las humildes inci­dencias de nuestra vida, que es de donde salió y a donde inex­cusablemente debe volver?

Por otra parte, no hay que creer que resulte muy fácil la tarea. Lo fácil es lo otro. Espinosillas son las matemáticas superiores, las funciones hiperbólicas o el álgebra de m atri­ces, pero a los iniciados les parecen tortas y pan pintado al lado de las cuestiones más elementales de la Aritmética. El rapazuelo que estudia los rudimentos de la ciencia de los nú­meros sufre más sofismas, peticiones de principio y mitos que

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lo s que le administramos en las materias reconocidas um­versalmente como peligrosas. La cigüeña trae, pues, no sólo a nuestros hijos, sino al ajuar completo de teoremas, axiomas, escolios y corolarios que luego aromarán su infancia y que, excusado es decirlo, son más falsos que Judas. Para el que lo dude ahí están los libros de Klein para demostrarlo. Li­bros tan maravillosos como abstrusos y que superan las fuer­zas digestivas de este pobre notario rural. El ser el dicente hermano de un catedrático de Física le confiere tan sólo cierto parentesco por afinidad con la materia.

Vida y sentido común van a ser nuestros compañeros de ■viaje o, por lo menos, se les ha invitado a ello. Si acuden a da llamada y vosotros me prestáis una mirada de simpatía y ■un gesto de colaboración quizá sintamos cuartearse algo. La mejor trompeta de Jericó es la sonrisa.

El prim er Goliath con quien nos tenemos que encarar es el argumento de Autoridad.

Aquel gran profesor que se llamaba Andrés Giménez Soler — más geógrafo y más errante que Reparaz— solía contar que vagabundeando, con la Odisea en la mano, por los alrededo­res de un pueblo aragonés se topó junto a una fuente con una moza garrida que lavaba la ropa. Los dos cipreses y los ála­mos que guarnecían el arroyo oyeron asombrados las ala­das palabras con las que Ulises saludó a Nausicaa hace trein­ta siglos y que tienen su misma profundidad aterciopelada, su temblor de plata.

Y como los versos griegos no son el medio adecuado para entrar en conversación, inquirió en seguida :

— ¿Cómo se llama este pueblo?— Sabiñanigo.-— ¡Sabiñánigo!— corrigió paternalmente el docente.— Sabiñanigo.Ante la tozudez, y con una suave sonrisa de hombre su-

■perior, tuvo la debilidad de insistir.— ¡Si lo sabré yo que soy catedrático!— ¡Si lo sabré yo que soy del pueblo!Y la moza garrida tenía razón y nos la da a todos los del

pueblo. La Ciencia sabe tanto que, a veces, no sabe lo queignora y si descuida el vigilar de tanto en tanto sus contactos

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con la realidad corre el peligro de perderse en las nubes y de que en la materia más mollar la mujeruca o el menestral le den el jaque del pastor. Basta para ello con que sepan mi­j a r y no les asuste la talla del adversario. Por algo los etimó- logos convienen en que la significación de «memo» es deri­vada, la primitiva es la del que se refugia a cada momento -en el regazo de la autoridad maternal.

Más claro. Eugenio D’Ors escribía hacia el final de su vida que una niña clasificaba así sus muñecas: éstas son las que cierran los ojos, éstas las que dicen «papá» y «mamá» y éstas las que ni cierran los ojos ni dicen «papá» y «mamá». De seguro que habéis adivinado ya cuál es mi grupo. Si de lo que se trata es de que os hable un su representante, habrá que reconocer que la Comisión organizadora ha acertado, pues, os lo aseguro, ni sé cerrar los ojos, ni sé decir «papá» y «mamá».

L a d e s h u m a n iz a c ió n d e l D e r e c h o p r iv a d o

Parece, a primera vista, que el problema jurídico es claro como la luz. Un cadi o un pretor, dos litigantes, la redacción ■de una fórmula de modo que recuerda a las antiguas casitasde los amanuenses del palacio de la Virreina y una barbaflorida que decide sobre el caso. Otras barbas sapientísimas han contestado con anterioridad a todo lo contestable, de mo­do que el Pilatos de turno no tiene otra cosa que hacersino deshojar la margarita de las soluciones. A esto se le llamó procedimiento formulario, Ley de citas y, luego, Cor­pus iuris.

Los juristas españoles tienen un disimulado desdén por el Derecho romano— «No construían», dicen— . Y fueron los que .acuñaron el Derecho que encontraron zahareño y salvaje. Pu­sieron en él su impronta, el perfil de sus fieras narices aqui­linas. Claro es que no supieron hacer monografías jurídicas .ni artículos de revista, ni especie alguna de Beitrage ni Recht- wìssenschaft, pero una cosa es recortar la melena a un león y otra distinta el peinar a un gato.

Ahora se ha cambiado todo esto y se ha descubierto la

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TECNICA, con mayúscula, la Dogmática, nombre este último particularmente feliz, pues sólo como dogma es posible ape­chugar con ello.

«Se abusa de tal modo de la Técnica que rara vez la lite­ratura de una cuestión contiene discusiones directas sobre su entraña. Se la maneja a través de una pesada cortina de lana tejida con las opiniones de los autores. Amigos y adver­sarios engalanan el asunto como si una verdad no pudiera comparecer desnuda.»

(Se opera) «tan lejos del aire libre que al pensar se usan fórmulas tradicionales que trascienden la escuela y la rebo­tica. La profesión alcanza tal valor en Alemania que quien logra una cátedra si escribe un libro, por esquinado y extra­vagante que sea, tiene opción a figurar eternamente en la his­toria de la cuestión como una mosca fosilizada en el ámbar. Cada nuevo campeón debe citarle y encararse con él. Tales son las reglas del deporte profesoral.»

«Desgraciado de quien ceda a la tentación de escribir cla­ro y no enfurruñe y enmarañe sus ideas. Su obra será oberflá- chliches Zeug y su autor ganz unwissenchaftlich.»

«La mejor prueba de la solidez de los cerebros germáni­cos está en que con tal instrumental hayan llegado a donde han llegado.»

(Al estudiar la teoría o procesión de teorías) «se pasa de una idiosincrasia a otra como se hojea un álbum de foto­grafías».

¿Me he excedido quizá? Son palabras textuales de W i l ­l ia m J a m e s , el autor clásico del pragmatismo.

Y, al final, ¿para qué? Para resbalar sobre la cuestión. Al paño un existencialista, K a r l J a s p e r s : «La filosofía (y el Derecho) es como quería Schelling, un abierto secreto. Se pueden conocer los textos, reproducir las construcciones del pensamiento y no haber comprendido.»

Si resulta que el enfilar las opiniones como procesión de disciplinantes no resuelve nada y que la simple exégesis no es de recibo, dan ganas de decir con el D. Basilio de El barbero de Sevilla : «¿a quién, diablos, se engaña aquí?»

Desde luego resulta extraño que dos filósofos den en ple­na diana en materia tan jurídica, pero es que habíamos olvi­

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dado el subsuelo filosófico del Derecho. F a rrÉ está en lo cier­to al insistir sobre este punto. Para seguir una vieja compa­ración tas verdades filosóficas parecen ausentes; al igual que las mujeres en los hogares musulmanes son invisibles, pero se las adivina al fondo, tras los tapices, sin perder una pala­bra de la conversación y dispuestas a hacer pronunciar luego la última y decisiva al dueño de la casa.

Parece también rara la filiación pragmática y existencia- lista de los opinantes. En definitiva americana, pues el exis- tencialismo consuena extrañamente con la literatura dramáti­ca estadounidense moderna desde Extraño interludio a La gata sobre el tejado candente. Queramos o no, la filosofía (y con ella cualquier otra ciencia moral y política) es, como de­cían los escolásticos, la «ancilla», la criada de la Teología. Y ahora le pasa lo que a todas las criadas. Se ha ido con los americanos.

E l v i a j e in f in it o

«Extrañarse ante cualquier singularidad para darle un nombre untuoso», «complacerse en las dificultades por pura libidinosidad teórica», significa olvidar que el Derecho no se­meja delectación de maníacos, sino herramienta, y que los notarios existimos para arbitrar soluciones, nunca para orga­nizar sabiamente una discrepancia.

Lo acabado de las teorías jurídicas es como la belleza de las manos, señal de inaplicación. En el callo, precisamente en el callo, está el síntoma de la fuerza. Y esta fuerza hay que aplicarla a la vida. Cuando Wilhem Meister vuelve a su casa tras largo peregrinar, encuentra, al lado, una inscripción clá­sica que reza: «Piensa en vivir». Quisiera que nuestro Dere­cho no encontrara tan tarde una tan sabia máxima.

Lejos de ello, la ciencia parece decidida a confinarse en ese estado alotrópico de la materia jurídica, en ese caramelo sin dulzor de la construcción y elaboración científica. De bus­car una analogía no es precisamente el caramelo, sino el «chicle» lo que le conviene. Construcción jurídica y «chicle» son un momento de frescor y de delicia en la boca y una eter-

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nidad de rumia ociosa. Y, claro, luego sobreviene el proble­ma de la expulsión. Con todo el respeto, diré que así nos han. puesto el bordillo de todas las mesas y las páginas de casi todas las revistas jurídicas.

En Alemania es distinto. Un autor algo olvidado, F e d e r i ­c o A l b e r t o L a n g e , en su Historia del Positivismo, pinta muy bien a sus compatriotas cuando asevera que no hay botica­rio alemán que se ponga a majar en el mortero sin diluci­dar previamente lo que significa este acto en el sistema deL Universo.

Aquí es el afán primero de deslumbrar y luego de pole­mizar el que sustituye al ansia de universales del alma germa­na y con lo bien dotados que nos hallamos para tal deporte excusado es decir el estruendo que se produce ante un público boquiabierto. ¿No os da miedo que digan de nosotros, juris­tas, lo que el famosísimo Scaligero decía de los vascos?

«Aseguran que entre ellos se entienden, pero yo no lo creo.»

Quiero hacer una advertencia : aguzo tanto los argumen­tos que gentes apresuradas pueden tomarlos como epigramas. Quien se sienta herido sepa que no lo es por la punta de una malicia, sino por la proa de un raciocinio. Estimo urgentí­sima la necesidad de satisfacer nuestras demandas de paz, equidad y justicia cortando las amarras con una concepción periclitada y que aquí nos tienta por nuestra inveterada afi­ción a la penúltima moda. Los auténticos últimos libros de Derecho como los auténticos últimos libros de Filosofía alu­den a un viaje fantástico, eterno, en busca de un fin que a priori ya se sabe falso. En esta hazaña inútil, como si fuéramos a pelear con dioses, está el secreto del relativo éxito. De­recho y verdad vienen a ser unos subproductos, una anécdota feliz.

Ni lo uno ni lo otro, ni organizar los juegos florales dé ­las monografías donde se convoca a las opiniones y a las bellezas de la localidad para elegir indefectiblemente a la más fea, ni subir a bordo del barco de «El Holandés Erran­te» en una sempiterna circunvalación de los problemas apre­miantes.

El Derecho, lejos de ser una clase de adorno o una discí—

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piina de lujo, nos plantea problemas diarios, angustiosos y de­cisivos como los de la Esfinge:

«Adivina o serás devorado.»Siempre ha sido así, pero, ahora, además, luchamos con­

tra el reloj. Las ciencias físico-químicas, las ciencias técnicas han adelantado en pocos años lo que no han hecho en siglos, mientras que las morales y políticas están todavía en la nana griega, en la niñez romana o en la adolescencia esco­lástica.

Si aquel juguete de la máquina de vapor de Watt nos ha traído dos siglos de socialismo, de conmociones interiores y de guerras por la conquista de mercados, ¿qué nos va a traer ahora ese Prometeo desencadenado del átomo?

Veo dos soluciones. Obligar a descansar a los sabios del mismo modo que en misa mayor se sientan los oficiantes pa­ra que les alcance el coro o dar un colosal puntapié a los pues­tos de quincallería jurídica y ponernos a trabajar en serio. Que la necesidad aprieta se demuestra con la reacción uni­versal, el orbe civilizado en peso padece de una inútil— ¿me perdonáis la frase?— poliuria jurídica. Al compás de otra ima­gen, la matriz legislativa no descansa y, triste es decirlo, lo que nace es poco viable. La mayoría de las leyes nacen muer­tas y dados los presupuestos del parto apenas pueden ser de otra manera. La conciencia de un movimiento instintivo lo entorpece y los resabiados quintaesenciadores de teorías in­útiles saben, en realidad, demasiado para la humilde y mara­villosa tarea de alumbrar una ley. Como saben, asimismo, de­masiado los Cirineos técnicos— prácticos de puertos inexisten­tes— que les ayudan en la empresa. Y, que conste, estoy ha­blando de Derecho extranjero.

Voz más autorizada que la mía ha clamado contra el con­tinuado aborto legislativo recordando que quitada la cau­sa, quitado el efecto, y que si sigue tolerándose aquélla el aborto resulta provocado. Un delito en todos los Códigos sol­ventes del mundo.

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LOS IMPACTOS FISCALES

Las desgracias nunca vienen solas y al estudioso de Dere­cho, ocupado en seguir de lejos la trasera de las carrozas triun­fales de la CIENCIA, con mayúscula, tiene, todavía, que abrir el paraguas ante el chaparrón fiscal.

¿Qué se ha hecho de institución tan cristiana y necesaria cual la donación a extraños?... ¿Y el jubileo de legados que arrastraba cada m uerte?... ¿Acaso no hay va criados fieles, ni amigos pobres, ni restituciones a efectuar? El arte de no­taría se ha olvidado de sus sutiles pespuntes de afianzamien­tos, condiciones, renuncias, reconocimientos, cesiones, calida­des de ceder, cartas de facto y agniciones de buena fe, pues «no son rentables» y las escrituras se hacen a «formulario seco», a dos pasos de ser impresas y de venderse en los estan­cos. Vamos al Gran Almacén de la Fe Pública.

Afuera están todavía peor. En los Estados Unidos cazan con el lazo de la represión fiscal a los criminales peligrosos -—así deben ser de dulces tan angelicales leyes— , y en Ingla­terra, cuestos a conceder franquicias a inspectores y recauda­dores, resulta, según estadística semioficiosa, la existencia de unos 1.400 funcionarios y empleados distintos que pueden violar impunemente el asilo del hogar inglés. La casa del inglés será su castillo, pero hay que areconocer que está bas­tante concurrido.

Lo específicamente nuestro es el número de leyes. Si el de­creto es la motorización de la Ley, como quería Xenius, nos hemos dado a la carretera con furia española. Por lo visto el problema de los aparcamientos proyecta aquí las mismas som­bras, pues el cambio es continuo. Perdida la curiosidad y la capacidad retentiva, el profesional ya no puede ni leerlos. Nos pasa lo que al gitano de Ortega y Gasset. El gitano se fué a confesar y a la pregunta de si sabía los mandamientos contes­ta hundido en la más negra melancolía :

— ¡ Ay, padre ; ya me los iba a aprender, pero como corre por ahí el run-run de que los van a cambiar.. !

Reconozco que hay una justicia impositiva y que a sus

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imperaiivos responden presión fiscal y profusión legislativa. Pero el reconocimiento no obstaculiza ciertas nostalgias. Si alguna vez tuviera ciencia y tiempo para escribir una Gra­mática— ya la veo impresa y con el nombre del autor, «Maes­tro Ciruela»— hablaría en ella del adjetivo descalificativo. La mayoría de los adjetivos, en lugar de calificar, descalifican; y así si oís hablar de Justicia fiscal, notario mercantil y hasta del chocolate fam iliar de la cuarta plana de los periódicos, estad seguros de que, en un buen número de casos, ni es del todo Justicia, ni es notario, ni es chocolate.

Invocando a la Justicia a secas observo: que somos mu­chos los notarios modestos ; que si son ciertas determinadas presunciones foliares que por ahí se susurran mi gallina de los huevos de oro debe practicar el malthusianismo y que no vale el guiñar cariñosamente el ojo y apuntar a un nuevo aumento de aranceles, pues nuestros clientes son nuestros me­jores amigos, nuestro oficio es imposible el someterlo a una tasa de lujo que aleje del otorgamiento a las clases humildes, cuanto más humildes más necesitadas de nuestro consejo y protección. Supuesto que hablamos de humildad y dado el poder desintoxicante de una digna pobreza adivino que so­mos bastantes los compañeros que nos enorgullecemos de ha­ber sido y de ser pobres y rogamos humilde y encarecidamente a los poderes públicos que, de ser posible, no nos quiten la elegancia de morir como hemos vivido.

W lNSCHEID EN EL SUBURBIO

Extraño la extrañeza, pues me ha tocado vivir junto al cin­turón fabril de Barcelona, en una de esas poblaciones litora­les que prosperan y, por consiguiente, según la maliciosa ob­servación de un ingenio regnícola, se parecen cada vez más a Badalona. Y en Cataluña, señores, rige el Derecho ro­mano.

Perdonad que hable tanto de mí mismo, pero, como decía Trueba, soy el hombre que tengo más a mano.

Soy— continúo— profesional del Derecho y ejerzo mi mi-8

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nisterio en un rincón dell itoral mediterráneo donde el sol- amortigua el dolor de la vida y donde los jueces siguen apli­cando los libros en latín que regían a Roma y a Bizancio. En­cima de un atril está abierto el Digesto y enhebro los tratos- entre los pegujaleros o arreglo las sucesiones de unas tierras ubérrimas, que todavía se llaman mansos y salas, como en los Códices, teniendo buen cuidado de respetar las leyes de los Quirites. Conmueve la casa el estruendo de los camiones cargados de productos químicos o la sirena de un barco que concluye una fantástica singladura y desde la letra elzeviria­na del Corpus iuris descienden sobre mi mesa— telar en donde se tejen los estatutos familiares y los preceptos constituciona­les de un negocio—-los menudos pies de Teodora calzados de cristal v de lapizlázuli, como los de la Cenicienta.

El Derecho romano es, aun en Italia, si no una piedra muerta como el Coliseo, el ciclópeo cimiento de otras arqui­tecturas, pero, en Cataluña, vive, palpita y rige y por debajo de las palabras venerables lucen los ojos de la emperatriz de Bizancio con más vida y fijeza que desde los mosaicos de S. Vi­tal en Rávena.

Frente al idealismo de las teorías o luminosidad abstracta en la que, según el mismísimo Hegel, todas las vacas son blancas; contra la manía de «pintar el éter, con éter sobre el éter» (Juan Pablo); ante la nebulosa y las criaturas me­tafísicas— con gafas— de la ciencia del Derecho moderno, ten­go el mal gusto de adm irar al mundo humilde, pero corporal y ebrio de luz del Derecho tradicional: T icio..., Cayo..., Me- v io ..., el fundo Tusculano..., el esclavo Sticho. A cada nueva ley me extraña menos la estupenda fortuna de aquellas otras leyes que ya se morían de viejas cuando César Justiniano hizo- con ellas el Corpus iuris. Y ahora que se habla tanto de ju ­risprudencia conceptual; de sufrir injusticia la comprendo si sirve a la ambición de César o a los vicios de Caligula, pero ¡ sufrir injusticia por los bellos ojos de una teoría jurídica ! ... Termino al estilo del caballero Azara en sus cartas: «Se me va la burra y no he de decir m ás...»

No he de decir más. Quédense para in aeterno en los lim­bos de lo inexpresado las dificultades del verbo «prestar» y la inútil precaución de disfrazar de romana la Teoría de

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los contratos (1): la visión de la ciudad moderna umversal­mente sitiada por ejércitos de necesitados que esperan su ho­la ; la empresa mundial e inútil de querer resolver un proble­ma jurídico cual es la falta de viviendas alquilables con nuevas construcciones sin que nadie en el Eucúmeno haya caído en la cuenta de que aun acabadas por ángeles albañiles, a cada habitación nueva le saldrán diez pretendientes inmigrados al compás de la construcción (2 ); el problema del aforo de los contratos cubicados con una medida tan móvil como la mo­neda, algo así como si los carpinteros usasen metro de go­ma (3 ); la falta de crédito a resultas de la coyuntura mo­netaria por lo que se llega a la dolorosa consecuencia de que la usura ejerce cierta función social, son las branquias susti­tuyendo al pulmón, pero mientras éste esté acolapsado... (4 ); el pretendido valor social del seguro que no alivia sino al in­dividuo, el fondo social sigue empobreciéndose con el even­to— que tiene el deplorable gusto de seguir produciéndose— y al que hay que añadir los gastos de la organización, que no son grano de anís. Vacuna contra el azar cara para la socie­dad y cara para el individuo, pues el azar, por triste que seá, es necesario para la especie humana, y el azar— como se ha dicho— es Dios de incógnito (5). Si añado que cada día dudo más de haberme encontrado en mi vida con una auténtica le­tra de cambio y que en su redescubrimiento y uso normal se me antoja el barruntar una sensible mejoría para nuestro pro­blema económico, creo haber agotado vuestras reservas de res­peto y comprensión (6).

¿Y quién soy yo para dudar de tantas cosas? Os lo voy a decir con una cita de A. France. No es que el «escepticismo afrodisíaco» de esta «octava copia mecanografiada de Vol­taire» me llene las medidas, pero tiene una obra, Le petit Pierre, en que logra humanizar sus entrañas enterneciéndose sobre sí mismo. Como el Perico de France, yo también he leí­do El Asno de Oro, de Apuleyo, esa obra que nos sirve de evangelio a todos los burros del mundo, pues en ella se apren­de a salir de tal condición con sólo comer unas rosas. Cen­tenares de rosas del saber y de la erudición, miles de libros he devorado en cincuenta y seis años hasta perder los ojos y la salud, pero temo que con mediano éxito. Os confieso que,

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hasta cuando parezco más seguro de mí mismo, no me atrevo a m irar a la pared, pues como las luces están bajas me da miedo hallar en ella la sombra puntiaguda e irónica de mis orejas. He dicho.

NOTAS Y A DICIONES

(1) De las dificultades del verbo prestar.—Aun cuando cueste el ini­ciar estas notas con una paradoja, el verbo prestar no es jurídico. Difí­cilmente se hallará otro más usado en estos menesteres y con menor fi­jeza. La «prestación» inicia ya la prim era búsqueda en el Derecho de obligaciones y préstamos son mutuo y comodato con los que nos topa­mos desde el umbral de los contratos reales. Parece un concepto técnico, delimitado, con la fijeza y cuño de una moneda.

Todo es ilusión. Si al prestar intentam os significar realizarse el con­tenido de nuestra obligación, el mismo lenguaje nos llama la atención con su inexactitud. La obligación consistirá en un «dar» o en un «hacer» quizá abriendo camino a la impropiedad pudiéramos añadir (como lo hace nuestro Código civil) en un «no hacer» y siguiendo cauces más ló­gicos en un «sufrir». ¿Dónde está el «praestare»? En las fórmulas en­contramos el «dare facere oportet», e¡ «dare», el «noxae dedere», el ((de­cidere», el «esse» y nada más. El mismo mutuo usa un «dare oportet». Prestar viene, pues, usado desde su nacimiento con ¡a misma laxitud conceptual que esos otros verbos «ceder», «asumir», «transferir», «reser­var»..., que aun correspondiendo a sustantivos precisos sirven de hoja de parra en m inutas y contratos privados a la falta de ideas claras del redactor.

«U na cosa es dar y o tra prestar», dice el buen sentido, pero usando el verbo dar como «donar», ya que «dare» es, propiamente, transm itir la propiedad sin en trar en sí gratu ita u onerosamente y el prestar como «dejar» pasando por alto la diferencia entre dejar unas monedas para que sirvan de arras y luego devolverlas y el hacerlas del prestatario que se obliga a devolver otras tantas.

No tem a el auditor la continuación por este camino. Sírvanos lo dicho de disculpa por el tratam iento vulgar que vamos a dar a cues­tiones aureoladas por siglos de elaboración científica. Insinuado el hecho dq que el instrum ental teórico difícilmente se adapta a la m ateria en curso, intentamos, decidida y valientemente, adentrarnos en ella en colisión, las más ve'ces, con el aparato doctrinal.

Teoría del contrato.—El préstamo es un contrato y éste una de las fuentes de las obligaciones. En todos los Códigos del mundo tanto en los civiles como en los mercantiles e incluso en los Códigos generales de las obligaciones el entram ado dispositivo descansa en este esquema.

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Se define mal o bien la obligación (generalmente mal, baste recordar ladefinición de Justiniano, que parece la de una m ulta o derrama), seseñala como fuente por antonomasia el contrato, al que se define todavía peor, se le busca un antagonista en el delito y se agrupan melancólica­mente a su alrededor los casos que no encajan en aquella especie de tesis y antítesis hegelianas. Con este motivo se entablan estrechas y efímeras relaciones con el cuasicontrato y el cuasidelito a los que se oculta luego cual parientes pobres y hasta algunos textos y autores avi­sados hablan del enriquecimiento sin . causa, disimulando su cuasicon-tractualidad, o de la Ley como última fuente o colector de cualquier caso que no se ajuste al lecho de Procusto de la clasificación legal.

Aunque parezca mentira, esta es la red de que disponemos los juris­tas para la captura de especies nuevas. Y, como es natural, la vida pasa por las anchas mallas tan fugitiva e incoercible como el agua que escapa de las redes que desde hace veinticinco años veo sacar diariamente a la playa.

¿Qué es un contrato? Decenas de definiciones traen los autores. Oslas vamos a ahorrar. Recuérdese la opinión de San Agustín al tra ta r de hablar de cosas bastante más altas : «Lo sé perfectamente m ientras no me lo preguntáis.» Quien estas líneas transcribe tiene decidida in­clinación a la inventada por el humor francés en relación con las for­mas más elevadas de ]a contratación : «Dos desconfianzas y un no­tario.»

Desgarrada y perfecta. Unión de voluntades de dos beligerantes en potencia, objeto o zona polémica y algo más, ¿qué? Según el Derecho romano una forma (verbales, literales), una entrega (reales, innomina­dos) o el reconocimiento del derecho (consensúales, pactos). Llamamos modestamente la atención hacia el reconocimiento del Derecho de que fal­ta precisamente ese algo más que se postula. Dspués de la invención del Cero, en que la nada ocupa lugar e inaugura la numeración posicional que permite prescindir del àbaco, el espíritu humano no ha sabido hallar algo mejor ni más pintoresco.

En contra de cuanto se ha dicho y se dice y, lo que es peor, se da por supuesto, el tipo de contrato como matriz de dos voluntades concurren­tes, turquesa en la que vienen a fundirse los innumerables acontecimien­tos volitivos, resulta ajena a la técnica romana. El romano dispone de un catálogo de acciones, jam ás ha pensado en algo que tenga semejanza con lo que llamamos Derecho subjetivo y mucho menos con la autonomía de la voluntad ; se limita a querer, pero ¡ cómo quiere !, en cuanto identi­fica su acción la cabalga y galopa con el aire con el que lleva al enemigo su caballo de guerra. Queda para sus raquíticos herederos el «V. S. no obstante resolverá» de nuestra covachuela y el «humilde gusanito de tie­rra» de las instancias rusas.

Un romano m utúa, deposita o empeña (le basta la entrega para ■ dis­parar el misterioso proceso contractual), compra, alquila, se asocia, man­da (la reciprocidad confiere operante simetría), estipula representando una pequeña comedia jurídica ; saca a relucir su libro borrador donde

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apunta su diario más íntimo, el de su dinero, o el pedazo de papel que ha de aguardar dos años a que m uera la terrible exceptio non numerata pecuniae. Fuera de este mundo no hay contrato. Como las dos últimas m aneras (verbis et litteris) agonizan se puede decir que una docena de acciones sostienen el imponente tinglado.

Añádanse los contratos innominados con acción mínima nacida a la sombra de la condictio (cordel con el que se tira dé lo dado y dejado al aire por no sobrevenir los supuestos previstos) de carácter paracontractual evidente y la vida vergonzante de los pactos y no hay quien labre piedranueva en la que parecía muralla ciclópea.

No busquéis más. Gigantes escolásticos, autoridades indiscutibles, han transformado esta cuestión en una Doktorfrage, tomando esta expresión de los alemanes que saben algo y aun algos de megalomanía jurídica.Nuestros valientes gigantes Caraculiambros y nuestros cabezudos pensa­dores y científicos aterran por su aspecto cual sus herm anos los de lasfiestas lugareñas, pero basta un poco de sentido común para que, a su suave música, pierdan algunos de ellos el compás, la compostura luego y acaben abandonando sudorosos la cárcel de cartón.

La inútil precaución.—O rtega y Gasset aprovecha el subtítulo de «El barbero de Sevilla» para caracterizar los resultados de la actitud de cau­tela y los pasos enfieltrados de K ant en la Historia de la Filosofía.Nosotros vamos a utilizarlo en la historia de otro fracaso, el de ence­rrar a 'a realidad en las vasijas heredadas de la trastienda romanistica.Rom anistica y no romana, pues la anécdota de los efectos de dos vo­luntades conjugadas a través de uno cualquiera de los artilugios del catálogo quiritario ha engendrado un nuevo estilo del que se predica la autenticidad rom ana con igual razón que la que em pareja el arte ro­mánico con él del pueblo del. Lacio o el gótico con el de los invasores de la península.

Vivimos en época de inapetencia que la debilidad de los frenos (con­ciencia, propia estimación, concepto social) disfraza y disimula. Quien sabe querer sabe lo que quiere, se abstrae de todo lo demás y acomoda lo cir'cundante de modo que su conducta se tensa y dispara como una flecha en viaje hacia su diana. La desmedrada voluntad de hoy ha sido coronada en leyes y exégesis, legítimo roi faineant. Jam ás se ha querido me­nos, pero nunca, teóricamente, la volición ha podido más. Reina del derecho de contratación obliga al enorme deslizamiento de materias ha­cia otras disciplinas y el Derecho administrativo, el laboral, las leyes extraordinarias (¡con qué razón las llamaban los canonistas «extrava­gantes»!) y las jurisdicciones especiales viven de los despojos del Dere­cho privado.

La complejidad del tráfico y la insuficiencia de los cuadros tradicio­nales no ha podido escapar ni aun a los profesionales del Derecho, pero, en vez de aceptar el hecho y adaptar las herram ientas teóricas, se ha acudido al expediente de exorcizar la realidad con palabras mágicas. Una de ellas es el negocio jurídico.

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L a palabra negotia (en alemán se acuñó la vistosísima Rechtgeschaefte pertenece a la rigurosa penúltima moda, que suele constituir la última en nuestras latitudes. Aquí se ha encontrado 'con los residuos emocionales del krausismo, postrera glaciación un iversitaria que llenó de pedruscos •erráticos los llanísimos campos de nuestras entendederas, y ha uniform a­do la teoría incluyendo el negocio como un escalón entre el acto jurídico y el contrato.

H asta nueva orden cada español debe de ser benéfico (según la Cons­titución de Cádiz) y ha de palidecer, si aspira a ser jurista, ante los problem as del hecho individual y socia], del acto jurídico y del ne­gocio.

«Hecho es, por definición, lo que no necesita definición», escribe Paul Valery ; sobre esta piedra berroqueña echaremos los cimientos. E ntre la .nube de hechos nos quedamos con los que nos atañen : los jurídicos. -Adelantemos un paso, la voluntad colorea algunos de ellos : hechos jurí­dicos y voluntarios. Ante nosotros tenemos, pues, el acto jurídico. ¿Qué ihacemos con él? Un análisis.

Por muy escasa que sea la experiencia de cualquier observador, bas­ta abrir los ojos para distinguir, al menos, los siguientes comporta­m ientos :

Cuando Ticio perdona incluso a sus bienhechores (Ticio es extraordi­nario) o deshereda o revo'ca, da salida a una conmoción íntima, declara -.un sentimiento y le hace producir efectos exteriores. Si reconoce el de­recho de Mevio o depone en su proceso, sale ya de su robinsonismo, pero liga los resultados jurídicos no a, un trato ni aún a un querer, sino a la -.exteriorización de sus representaciones mentales. Avanza el día de Ticio _y tropieza con un objeto perdido o intima a un su deudor, aquí hay algo superior a una exteriorizáción, una exteriorización cualificada («Declara- -cíón» la llama la jerga doctrinal) y no juegan las facultades cognoscitivas, sino la voluntad, la voluntad sola, pero l a . voluntad, los efectos son los •que prescinden de ella. Esta, por último, le empuja a revestir de..jundicir -dad lo que quiere y efectúa actos y anuda tratos en los que la voluntad y, sobre todo, las voluntades son el hilo conductor. Carnelutti llama a estos lúltimos casos «actuaciones del derecho subjetivo».

Si con las declaraciones de sentimientos de la prim era hipótesis se 'forma una categoría y, con los restantes ejemplos, tres, que pueden lla­m arse al uso y abuso modernos Vorstellungausserung, Willenserklaerung y Rechtgeschaefte, el esquema parece completo. La cuestión de si sirve para algo resulta, cuando menos, inoportuna.

Ya tenemos entre las manos el negocio jurídico y este alquitarado 'elixir de vida o piedra filosofal tiene el mismo uso instrumental que la totalidad de las panaceas. Son un remedio imaginario.

Los pintores antiguos eran muy aficionados a poner en la mano del -personaje central del cuadro cierto papel en el que se reproducía el lienzo pictórico. Dentro de aquél su personaje central sosteníá, a su vez, otro recuadro menor en el que se intuía, mejor que se veía, la misma repre­sentación. La imaginación puede, sin obstáculos, multiplicar las repre­

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sentaciones hasta el infinito. Pues bien, igual sucede aquí. T ras del trabajo de destilación fraccionada que parece haber apartado para siempre toneladas de m aterias afines nos las encontramos de nue­vo tanto más difíciles cuanto más próximas a la entraña de nuestro es­tudio.

E l «negocio» podrá haber traído al problema determinada escala de valores que, cual la de Mendeleieff en Química, clasifique la totalidad de­cuerpos conocidos y barrunte los por conocer. Sólo que en m ateria jurídica, el capítulo de tierras raras obtura el primer término.

¿Hem os meditado sobre la sorprendente naturaleza de la oferta? Las. goti tas de doctrina que han querido fijarla sólo han servido para un mo­vimiento biológico, instintivo, de retracción. De escuchar a los interesados- hay que ser extraordinariam ente palurdo para lanzar ofertas a voleo ; catálogos, escaparates, publicidad, el mismo rótulo o la existencia del des­pacho o tienda apenas configuran una invitación al contrato. Quien quiera contratar que pregunte y detalle, de no hacerlo o extraviarse en las reti­cencias de la contestación ¡ pobre de él si se liga ! «¡ Muévete, intenta li­brarte, pues en las manos de tu prójimo caíste!», dicen con apabullante actualidad los Libros Santos.

La palabra «reticencias» puede que despierte ciertas esperanzas. EL derecho, efectivamente, las recoge, pero en m ateria de Seguros y del lado de allá del mostrador. El cliente sigue en su habitual desamparo. Los hu­mildes en sabiduría hemos creído siempre en que todo anuncio directo O indirecto plasma una oferta de contrato completándose las particularida­des no expresadas con las corrientes entre tales personas o usuales en la plaza y en las costumbres de la vida cotidiana. Cualquier cosa menos que el sentarse en la terraza de un establecimiento pueda abocar a un concurso de acreedores ni que el ingresar en determinada clínica justifique la: declaración de prodigalidad.

Las m áquinas automáticas concluyen, ejecutan el contrato y, a las veces, sum inistran su prueba ; el público parece transform ar en real un contrato consensual al arrojar la moneda o ficha por la rendija y cumplir las restantes manipulaciones que hacen funcionar la m áquina. Estos robots se comportan con la doctrina con la m ism a indelicadeza que- el «shock» eléctrico o insulínico cura o fracasa sin el mínimo respe­to a las cuidadosas clasificaciones y nomenclaturas de la ciencia psi­quiátrica.

Los anuncios llenan la cuarta plana de los periódicos y aún alguna, más. ¿Q ué es anuncio? ¿Cómo obra? ¿E n qué preceptos apoya su formi­dable fuerza tenta'cular? E ntre los graffitti que deshonraban las tapias de Fompeya con las mismas estolideces que, hoy, las paredes de cualquier tugurio, hay anuncios auténticos. Quien tuvo la dicha de sim ultanear los estudios de Derecho con los de Letras puede recordar que m ientras a unas horas participaba en el tabú contractual y en la asepsia de nocio­nes prácticas que parecía inform ar la enseñanza universitaria, en o tras leía a trompicones el collar de perro que reproducía el atlas epigráfico-

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de Orelli : «Fugi tene me quum revocaveris me domino Zozimo accipis- solidum.»

La cabeza de Mario era puesta a precio en nuestro Tácito, la «Pollici- - tatio» proveía a los circos de fieras y a las ciudades de murallas, el forzu­do de la barraca de feria lanzaba al aire su reto agonístico y la Ciencia,, con mayúscula, seguía ignorándolo. ¿Ignorándolo?, peor, rechazándolo? con la m ism a náusea con que Júpiter sacudía su alba túnica donde h ab ían . anidado los ratones.

La promesa sin contentarse con ligar efectos a declaraciones de vo­luntad unilaterales, incompletamente formuladas y, a veces, no conoci­das por el beneficiario, se hace abstracta, o, dicho en otras palabras, prescinde de aquel quid que señalábamos como oculta catálisis y permite que voluntad capaz y. objeto vistan per se los ropajes contractuales, Cada documento suelta las am arras que le anclaban en un. lugar determ inado,, conocido, y se hace apto para pasar de mano en mano. Las cuadrigas que adornaban las monedas siracusanas han prestado a }a nueva institu­ción su im pronta y su agijidad. La promesa abstracta suele ser otra mo­neda en curso.

El B. G. B., el Código civil alemán que nació con el. siglo, quiso es­tablecer cabeza de puente a sus fu turas conquistas y creó la anmieisung, la asignación. Por si fuera poco, a esta especie de efecto civil acompañó una enorme curiosidad hacia la stipulatio y sus billetes y la sorpresa de ver el contrato abstracto enraizado en los balbuceos de la H istoria del Derecho.

El reconocimiento de deuda que se aseguraba avecindado en el ex­trarradio toma ciudadanía mostrándonos su triple faz (confesión, garantía de no impugnar, nacimiento de nueva deuda novatoria) y apenas hemos acabado de escribir ol anterior el pacto de constituto nos hace señas y re­clama su parentesco con lo enunciado. Manejando descuidadamente el re­conocimiento, surge, de pronto, esta cara inédita tan parecida a la de la. promesa. Nuestras fichas clasificatorias, lejos de ser bracteados, tienen- dos caras y se complacen en mezclar los reversos..

Cierto cuento infantil angustió nuestras imaginaciones con el re­lato de un campo de batalla eterno en el que cada m añana había que volver a m atar a los muertos del día anterior. La liza jurídica agota a los mejores talentos en este batallar continuo con la sombra de mi­lenarias dificultades que no se deciden, inconcusa y definitivamente, a. morir.

(2) Un epigrama de Marcial, con motivo de una medida policíaca de- Domiciano, deja ya entrever la misma llaga ;

«Abstulerat totam temerarius institor Urbem inque suo nullum limine limen erat Jussisti tenues, Germanice, crescere vicos e t modo quae fuerat semita, facta via est.Nulla catenatis pila est praecincta lagenis

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nec praetor medio cogitur ire luto.Stringitur in densa nec caeca novacuja turba ; occupat au t totas nigra popina vias.Tonsor, caupo, coquus, lanius sua limina servant.Nunc Roma est ; nuper m agna taberna fuit.»

Traduzco a empujones y libremente.«Dueño de la urbe el procaz tendero puso en todas las puertas su

¡tenderete, pero vos, Germanico, ensanchasteis las callejas y habéis hecho calle de los senderos. Se acabaron las pilastras rodeadas de botellas

•en cadenas y ya no tiene el pretor que salpicarse Con el barro del arro­g o . Ni la navaja barbera corta a ciegas entre las apreturas ni aca­paran la calle sombríos tabernuchos. Rapabarbas, mesoneros, pinches y cortantes quédanse en su sitio. Rom a ya es Roma, hasta ahora fué una inmensa barraca.»

Felicitémonos, en primer lugar, de que esta traducción se haya per­petrado en estas inocentes notas, pues de haber sido hecha en las aulas dudo de que su autor hubiera podido term inar el Bachillerato. Luego hay que convenir en que la visión de Rom a ap re tad a ,. Uená de desvanes real­quilados y de chozas transtiberinas se refleja maravillosamente en esa calle que todo un em perador ha conseguido limpiar, un instante, de su ..plétora.

¿Por qué, precisamente hoy, resucita el problema? El campo se vacía •o lo vacían a medias entre la m áquina y el curioso cambio que se está produciendo en el alm a de las gentes. Aquel «hombre económico» con el que jugaban los economistas, olvida su hedonismo y escucha extrañas 11a- -madas. En algunos períodos históricos la Hum anidad en peso resulta aque­jada de la misma dolencia : afán em igratorio, el fin del mundo, los flage­lantes, la aventura... Ahora, como en Roma, los hum anos enjam bran

-alrededor de la urbe.La proyección vulgar de} problema constituye la cuestión de los alqui­

le re s , la m ás compleja de las que atosigan al hombre moderno y que, a mi entender, depende de los ciclos económicos.

El ciclo normal de la construcción suele situarse entre los 18 y los 19 años. Desde luego, algo hay que lo frena, pues deberíamos estar a

•caballo de su climax y sobrar los incentivos legislativos. ¿Lo habrán re­fundido, las circunstancias, en el ciclo superior de precios de 54 años? Es muy probable.

Un ritmo así hace escapar Ja cuestión del poderío de la simple vo­luntad y le da, casi, trascendencia cósmica. Sus múltiplos, el ciclo de guerras civiles y de sequías de unos 170 años y el gran ciclo de Whee- ler de 510 años vienen galopando desde la Antigüedad y amenazan con caer juntos hacia el año 1980 con error posible de quince a veinte años. Los saltos del último son impresionantes : Hunos—terrores delfin del mundo anteriores al año 1000—, caída de Constantinopla y ex­pansión turca—y ahora, de ser cierto todo esto, los terrores del año

■2000.

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El fatalismo es ridículo. Reducido lo anterior a sus justos límites, sig- mifica que se aproxima una de las grandes sequías periódicas que dispara­ban antes el mecanismo de las invasiones. La huida hacia la urbe se inten­sificará. Nada más, pero nada menos.

(3) He aquí un viejo libro, pero fundamental y claro, base inconfesa- “d a de muchos otros escritos después :

E u g e n e S c h k a f f , L a depreciation monetaize. Ses effets en droit privé. "París, Dalloz, 1926.

No agota la cuestión, pero constituye una magnífica plancha de lan­zam iento.

(4) Sobre la usura se ha escrito poco que merezca la atención, pues .hasta los casuistas se limitan a luchar en pro o en contra de los falsos .conceptos que siempre han involucrado estas cuestiones y que, en sus tiempos, eran poderosíisimos. Se vendían los hombres y no se podía alqui­la r el dinero. A este extraño estado de espíritu han sucedido otros de ex- trañeza imperceptible para los contemporáneos. Por ello la bibliografía de la usura .carece, paradójicamente, de interés.

Para captar el sentido de la realidad me parece suficiente la siguiente .obra, tan ambiciosa como olvidada :

V ic o m t e G. E P A v e n e l , Le mecanisme de la vie moderne. París, Colin, '1905.

Sobre la usura como función social todo está por escribir. En espera xle que alguien lo haga me limito a señalar la paridad de sus herram ien­tas m ás refinadas con las modernas instituciones crediticias : censo con-

..■signativo (Rentenschuld, hipoteca agrícola) venta a carta de gracia (Mojií- jrage-Grundschuld, responsabilidad real sin proyección en la personal), .préstamo a la gruesa (en algún caso, auténtica hipoteca naval).

H e aquí un magnífico tema, pero superior a mis fuerzas.

((Forse altri cantera con miglior plettro.»

(5) Aspecto matemático -del seguro. Bibliografía completísima y ex­celen te. Respecto a dos de vida tengo predilección por la Theorie mathe- matique des assurances, de H e n r i G a l b r u n . A. Colin. París, 1931.

Aspecto jurídico. Nada definitivo. Las obras suelen ser tediosas, reite­ra tivas e inútiles. La póliza sigue desafiándonos con su triple faz de letra ■de cambio, testamento y billete de lotería.

U na interesante visión del seguro desde los bastidores la encierra un Sibrito elemental y delicioso, Les assurances., de M a u r ic e F a u q u e . Presses universitáires de France. París, 1942.

(6) ¿ Existe, en España, la letra de cambio ?—Iba el Buscón camino ■de Segovia cuando, pasado ya Torote, se topó con un loco caballero en aína mula albardada. Em parejáronse y puesto el orate en vena de in-

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timidades confesó ser el mejor tirador de arm as del reino, gracias a. un librico que encima llevaba. Lo malo fué que, aun cuando su ciencia se fundaba en inmutable matem ática, en tal ángulo agudo y cual ob­tuso, en la inm ediata venta de Rejas un muletazo con la cara partidq les dió descomunal paliza a él, a Agudo, a Obtuso y a toda la Geometría de Euclides.

Este es mi miedo. Parece tan nuevo lo que voy a decir y tan exigua, mi talla que, a docenas, van a levantarse mulatos teóricos y practicones dispuestos a molerme las espaldas. P'ero la mayor o menor habilidad enla exposición de mi tesis no añade o quita a su verdad.

Cada institución suele estar visualizada en nuestra conciencia y respec­to a este arquetipo ordenamos radialmente las variantes. El ejemplo que involuntariam ente constituye el núcleo de nuestro conocer viene a ser el centro de gravedad del sistema ; cuidemos, por tanto, de que responda a la realidad diaria, de que caiga a peso sobre sus aplomos, de que luzca con la fijeza de la referencia a un eje de coordenadas y no con la huidiza, elegancia de un escorzo.

Cuando, quizá, la máxima autoridad española en Derecho mercantil, inició su labor de cátedra, éramos muchos los que seguíamos su promete- dora carrera a través de los apuntes. Pues bien, en estos apuntes m anus­critos, multicopiados o impresos y en ediciones de algunas de sus obras, sigue poniéndose, en el mismo umbral de la cuestión, determinado ejemplo- de letra de cambio que lo es, patente,, de lo que en l a jerga del oficio sellama letra de crédito. Quien se forma sobre esta imagen arrastra por du­ran te su vida el vicio inicial de enfoque, una visión brillante, ingeniosa, pero sin tercera dimensión, sin trasfondo humano, Sin perspectivas eco­nómicas. En dos palabras, una visión monocular como la del Cíclope que capturó a Ulises.

Voy a traducir resumiendo, mutilando, saltando de frase en frase y del buen francés de Leroy-Beaulieu en su Economie politique a mi mal: castellano. De este modo demuestro que el ejemplo básico lo es clásico y sin aderezar apuntando a las consecuencias deducibles

«El crédito comercial a plazo corto se realiza por compromisos casi, sacram entales de un alcance particular : pagarés y letras de cambio.

Si un sastre compra 5.000 pesetas de telas, ¿va a pagar al recibirlas? Como tardará en emplearlas y prevé que la venta y cobro de aquellos' trajes de no realizarse en ej tiempo previsto podrá ser sustituida por otro ingreso similar, acepta y exige plazo. De pagar sin él, ¿cómo atender al alquiler, a los jornales, a Jos gastos generales? O sea, que el m ayorista, en lugar de cobrar en dinero, lo hace en promesas redactadas según ciertas fórm ulas y a las que se llaman efectos de comercio o papel comercial y que pueden reducirse a los dos tipos expresados.

El pagaré es la promesa de pagar..., a tal fecha y a su orden..., de Pablo a Pedro..., es decir, del sastre al mayorista de nuestro ejemplo. De consentir Pedro, la deuda procedente de la venta de la tela queda finiqui­tada, sustituida por una deuda nueva, especial. Pablo se proporciona m a­teria prim a y guarda su dinero hasta ej vencimiento, que suele dar tres;

m eses de respiro. En este intervalo habrá hecho trajes, vendido, librado y •cobrado o, al menos, otro cobro proveniente de un suministro anterior le perm itirá el pago sin tocar al capital.

Ya hemos visto al suscriptor, veamos, ahora, al beneficiario del pa­garé. Pedro, el mayorista, ha entregado el género y cobra 'con una pro­m esa por lo que, tal corno van las cosas, parece que d'esmuebla su al­macén sin poder reponer las salidas, pero para esto se han creado las prácticas comerciales. Cuando Pedro compra a su vez al fabricante paga con su promesa, es decir, con la de Pablo endosada, poniendo al dorso su firm a que garantiza la del sastre, solidarizándose con él. En de­finitiva, una promesa doble, por lo que el fabricante tendrá desde este momento dos deudores : principal, Pablo el sastre y, solidario, Pedro el m ayorista.

E l fabricante, a su vez, cuando compre lana o combustible o coloran­tes pagará ' con el mismo documento vuelto a endosar. El vendedor de la n a o el de tintes hará a su vez lo mismo y, de este modo, el pagará viajará por una docena de manos. Al final todas las operaciones, por num erosas que sean, resultarán saldadas, todas las deudas sucesivas sa­tisfechas, con el simple hecho de que Pablo, el sastre suscriptor, pague al vencimiento.

L as ventajas saltan a la vista. La primera el ahorro de moneda, ya que una docena de operaciones se saldan con un solo pago. La se­gunda... estriba en permitir a la producción realizar su obra anticipán­dose a las demandas, continuadamente, como es ley esencial en el mundo actual.

M ientras el pagaré se queda en promesa de pago, la letra de cambio es,, ya, la orden de pago dada por el acreedor. Jaime, fabricante parisién, debe 5.000 pesetas por compras de m aterias primas al comisionista del H avre, Juan, pero a él le debe otro tanto Miguel, comerciante tam ­bién del Havre. Jaim e gira una letra sobre Miguel a favor de Juan y de este modo busca el extinguir su deuda con Juan, pero quedan­do garante de la de Miguel. Jaime se llama «librador», Miguel «li­brado».

P ara mayor seguridad puede presentarse la letra antes del vencimien­to a la aceptación de Miguel, el librado, quien la firma si está confor­me. Por endosos, como en el pagaré, puede Juan, el beneficiario, pa­sársela a sus proveedores, a un armador, a un exportador de U ltram ar, quienes a su vez la volverán a endosar y así hasta ocho, diez, quince veces o más, acreciéndose a cada firm a con la garantía solidaria de los fir­m antes la del. efecto. El pago al vencimiento salda, corona y cuadra este cúmulo de operaciones.

Los efectos económicos de la letra, a salvo su carácter especia} de instrum ento de compensación de deudas de plaza a plaza, difieren, por ta n to , bien poco de los del pagaré.

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El consumidor debe pagar, en los dos casos, en efectivo y al conta­do. Las letras sobre consumidores corrompen al crédito, pues al des­aparecer la mercancía desaparece el substratum sobre el que se cimen­taba.»

En »sta larga cita, la inversión de planos resaltando la función m ás o menos hipotética del pagaré (real en los Estados Unidos, donde se usa muy . poco la letra) para pasar como variante a esta últim a me pa­rece genial en su elementalidad. Este catecismo bien aprendido hubie­re ahorrado muchos dolores de cabeza a técnicos y legisladores. Apenas hay problema que no tenga arranque en ¡as líneas transcritas que a buen golpe de gente les parecerán dignas de Pero Grullo, sin perjuicio- de olvidarlas en cuanto se engolfan en la menor cuestión teórica o prác­tica.

Los Bancos se han interferido en el proceso profesionalizando el papel de tomador, tenedor y portador, pues este proteico grupo de personajes^ se dibuja distinto según que su posición sea inicial, medial o final, exac­tam ente como las letras árabes. Los Bancos descuentan aquellas otras letras, se las ceden entre ellos y mandan un cobrador a su presentación (cuando las presentan) y al protesto (el día del mismo y lo más tarde- posible). El descrito es el periplo vulgar, pues hay mil combinaciones,, sobre todo en el comercio exterior, en ¡as que el Banco aparece, insospecha­damente en los más diversos papeles. Los llamados «créditos por acepta­ción» le reservan un puesto de librado que rim a burlonam ente con los efectos de complacencia.

Ya no hay, pues, una moneda que corre gracias a las alas del cré­dito, a las firm as y a la pequeña ganancia que sé descuenta sobre el pago final ; si el efecto sigue viviendo no se utiliza en pago, sino para tener medios de pago en la taquilla del Banco, que hace profesión de descontar­los. Tiene esta operación garantía magnífica en el negocio real de que es expresión, afianzamiento en la solidaridad de los que firm an, facilidad en las franquicias procesales. Pues bien, todo esto, después de haber costado siglos el crearlo, se tira a la alcantarilla cuando el empleado contesta a

la solicitud de descuento abriendo un fichero y consultando la hoja donde don Fulano de Tal tiene registrada su envergadura cambiaria. Si la ope­ración base es auténtica sobra la consulta, si no Jo es se bautiza descuen­to a un descubierto acompañado de efectos que sólo sirven para ahorrarse una escritura.

La maravillosa creación de dinero mercantil sin otro encaje que la normalidad en los vencimientos, madre del comercio y alivio universaT de los ministros de Hacienda, se viene al suelo por la pequeña astu­cia de revestir de nombres, instrumentos, técnica, costumbres y leyes creados para otra cosa, al humilde acto de prestar sobre un papelito y poder ejecutar a los firm antes. El talento, la aplicación y el tacto de los que se ocupan de estos menesteres han hecho viable tamaña- insania corrigiéndola de su pecado original, pero al dicente le es im ­posible ver a las clases mercantiles sin figurárselas de uniforme y llevando al cuello la forrajera de las arm as montadas, esa cuerda que,.

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según tradición, más que para atar forraje era para ser ahorcado en, caso de fracaso y del regimiento que tan gallardamente supo así pro­meterse a la muerte pasó como prenda de honor a los restantes. La blanca e inocente hilera de las letras de cambio puede dar garrote ali comercio y a la industria nacionales a poco que coincidan coyuntura y. desorientación.

Pero esto, señores, ya es otra historia...

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