CREACIÓN MÍSTICA

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EL MODELO FRACTAL HOLOGRÁFICO CREACIÓN MÍSTICA En esta primera parte de la investigación no solo se ha pretendido mostrar una visión panorámica de la filosofía y la mística religiosa. También se ha introducido una cierta coherencia en la relación de ideas monistas, dualistas y trialistas, haciendo ver que muchas de ellas corren paralelas a la investigación científica. Aunque el misticismo se encuentra en muchas culturas y religiones, comúnmente ha sido duramente criticado por psicólogos y filósofos escépticos, quienes se han negado a admitir la validez de sus manifestaciones metafísicas, a las que se consideran fruto de la fantasía y la imaginación que las cultivó. Pero la experiencia mística, en cuanto a fenómeno transpersonal con una base en el cerebro humano (según estudios neurocientíficos los fenómenos transpersonales se encuentran ubicados en ciertas regiones del cerebro), también posee un particular código de objetividad digno de ser tenido en cuenta, aunque con una coherencia que depende en mucho mayor grado del testimonio cognitivo de la afectividad y de sus manifestaciones simbólicas y metafóricas, que de las reglas lógico- analíticas. En gran parte de las visiones se comparten los mismos principios esenciales de unidad-dualidad que tiene lugar en los mecanismos que se originan en el proceso creativo. Estas formas corresponden a una dimensión atemporal común en el inconsciente colectivo (“arquetipo” en términos de Jung), que conciernen a dos instancias que se dan en la propia psique humana. Esas instancias tienen una correspondencia notable con los mecanismos psíquicos que estudiamos en el capítulo anterior, y que tienen su fundamento en las investigaciones realizadas en enfermos con daños cerebrales: los procesos del hemisferio izquierdo, racionales, verbales, extrovertidos, y los

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Extracto del libro “El modelo Fractal-Holográfico” de Alejandro Troyán. Más información en: http://www.holofractico.com/

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EL MODELO FRACTAL HOLOGRÁFICO

CREACIÓN MÍSTICA

En esta primera parte de la investigación no solo se ha pretendido mostrar una visión panorámica de la filosofía y la mística religiosa. También se ha introducido una cierta coherencia en la relación de ideas monistas, dualistas y trialistas, haciendo ver que muchas de ellas corren paralelas a la investigación científica.

Aunque el misticismo se encuentra en muchas culturas y religiones, comúnmente ha sido duramente criticado por psicólogos y filósofos escépticos, quienes se han negado a admitir la validez de sus manifestaciones metafísicas, a las que se consideran fruto de la fantasía y la imaginación que las cultivó. Pero la experiencia mística, en cuanto a fenómeno transpersonal con una base en el cerebro humano (según estudios neurocientíficos los fenómenos transpersonales se encuentran ubicados en ciertas regiones del cerebro), también posee un particular código de objetividad digno de ser tenido en cuenta, aunque con una coherencia que depende en mucho mayor grado del testimonio cognitivo de la afectividad y de sus manifestaciones simbólicas y metafóricas, que de las reglas lógico-analíticas.

En gran parte de las visiones se comparten los mismos principios esenciales de unidad-dualidad que tiene lugar en los mecanismos que se originan en el proceso creativo. Estas formas corresponden a una dimensión atemporal común en el inconsciente colectivo (“arquetipo” en términos de Jung), que conciernen a dos instancias que se dan en la propia psique humana. Esas instancias tienen una correspondencia notable con los mecanismos psíquicos que estudiamos en el capítulo anterior, y que tienen su fundamento en las investigaciones realizadas en enfermos con daños cerebrales: los procesos del hemisferio izquierdo, racionales, verbales, extrovertidos, y los procesos del hemisferio derecho, intuitivos, visuales, introvertidos...

 El cometido del místico es integrar los principios contrarios en

esa coniunctio opossitorum que tantas veces menciona Jung para referirse al proceso de individualización, y que se manifiesta mediante la unión de los contenidos mentales inconscientes y conscientes.

En las tradiciones místicas, la unión es inducida por la principal fuente de deseo y pasión: el amor, que pasa a ser clave en sus especulaciones. En el místico, el camino hacia el autoconocimiento y la trascendencia es el camino del amor, el único vínculo que utiliza para canalizar los procesos inconscientes hacia otros grados de conocimiento superior; conforme a la teoría escolástica, según la cual solo por el amor se producía el conocimiento, lo que significaba

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que solo se llegaba a conocer algo amándolo. Mas la posibilidad de conocer los eslabones graduales del conocimiento depende en gran medida de la purificación o apertura del corazón, que desempeña un papel esencial en todas las técnicas místicas.

La purificación del corazón posibilita amarse uno mismo tal como se es y amar al prójimo sin buscar la retribución propia, aceptando de manera incondicional, plena y sincera, su integridad física y psíquica. Este amor desinteresado es un modo especial de objetividad (objetividad taoísta), lejos de cualquier interferencia subjetiva de egotismo, el cual genera nuevos conocimientos inaccesibles a quienes no aman. La capacidad de amar produce asombro y admiración. Y el hecho de sentirse uno profundamente asombrado otorga un mayor interés por conocer al objeto amado. Ese interés ayuda a poner más atención en su observación, lo que facilita el acceso a una posible sintonización empática con él y una especie de intuición y aprendizaje del mismo.

La preparación de la mente para alcanzar la conexión directa constituye la principal finalidad de todas las filosofías místicas de Oriente y Occidente. Y para ello se ha preinscrito infinidad de técnicas rituales con la intención de llegar a un estado expandido de conciencia que sintonice con las frecuencias del campo. Una de las prácticas más antiguas que cultivan la sincronización coherente es la meditación, la relajación y el yoga. Junto a otras técnicas, pretenden distraer la atención del hemisferio izquierdo para centrarla en el hemisferio derecho, favoreciendo así el pensamiento intuitivo y la creatividad. Además, ayudan a lograr la armonía necesaria para dominar las emociones negativas sin reprimirlas.

El trabajo de síntesis amorosa de la oscuridad a la luz pone en funcionamiento la unidad del espíritu. Al percibirse con una actitud plena de amor, como si fuera otra persona, el místico desciende más allá de las fronteras de la conciencia, hacia las capas más recónditas ordinariamente reprimidas, y sin temer por encontrar a su paso pulsiones disolutivas o destructivas, para extraer algo claro de ese lugar oscuro.

Estos ejercicios de percepción directa, que se logran observando dentro de uno mismo, se llaman “pasividad” en el Zen, “meditación” en el yoga y “auto-observación” en el Sufismo. Enfocada hacia niveles intelectuales más integradores y organizados, de esa oscuridad proviene la fuerza inestimable que suscita su capacidad de creatividad primaria: la intuición, a través de la que experimenta las conexiones subyacentes de los acontecimientos y las cosas. Es a partir de entonces cuando el místico llega al conocimiento de los arquetipos y los valores universales. Advierte que en lo que un principio dicotomizó y limitó en la mente como objeto y sujeto, placer y dolor, bien y mal, vida y muerte, son en verdad conceptos polarizados de una única realidad. Disueltas las paradojas, su mente se convierte en el órgano perceptivo donde una naturaleza coexiste con la otra.

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Desde ese estado natural podrá por fin reconciliar todas las fuerzas polarizadas dentro de sí y aceptarlas como parte del todo. En última instancia, la conciencia unificada significa experimentar la conexión con la totalidad y comprender que toda determinación es poca, ya que es imposible limitar al todo mediante palabras, porque no hay nada que pueda separarse en su continuidad.

Lo elevado de la acción ética como camino espiritual es fruto de la conciencia unificada. Lo que constituye su esencia es la voluntad por formular un alto ideal en la búsqueda de la justicia, la valoración de la belleza, la armonía y el sentimiento del amor, que los preceptos estrictamente formulados no pueden alcanzar.

A impulsos del amor, la conciencia unificada se alza sobre el principio separativo, porque ve a todos los seres humanos con una mirada respetuosa y fraterna, sin diferencias de sexo, edad, raza, nación, ideología, religión o cultura. Detrás de ella se esconde nuestra creatividad.

 El místico experimenta la unidad cuando se da cuenta de que es una parte integral del todo. La emancipación con respecto a las categorías que proclama ese nivel de unicidad aporta consigo una enorme libertad, porque se pone de manifiesto el alcance que tiene la mente sobre la materia en las sincronicidades de la vida.

La senda mística para provocar el estado unitario viene marcada, por un lado, a través del camino del autoconocimiento y la autorrealización, y, por otro, a través del trabajo práctico y los ritos ceremoniales. Los rituales utilizan como medio de trasporte la dimensión cuántica para trasladar al mundo exterior las manifestaciones del autoconocimiento interior, haciendo que se encarnen en hechos reales. Esta idea está perfectamente plasmada en la expresión «así en la tierra como en el cielo», una realización espiritual que culmina en una realización material.

Los intentos ritualistas constituyen la etapa más elevada del místico, y no la última, que establece el puente de unión entre la mente y el cuerpo, el espíritu y la materia, la supraconciencia práctica de la unidad entre las contradicciones. Aquí se dan cabida los logros espirituales alcanzados por los grandes místicos y los maestros fundadores de religiones, quienes, gracias a sus esfuerzos de superación, convirtieron en realidad sus intuiciones, en el deseo por conquistar la comprensión de sí mismo y del mundo, en la búsqueda incesante de la unicidad.

Las figuras históricas de Buda, Krishna, Confucio, Lao-Tsé, Mahoma y Jesús son solo algunos ejemplos de avataras descendidos en forma humana que ascendieron pacientemente por los planos del ser, hasta el punto de unir las contradicciones. Todas estas personalidades excepcionales habían descubierto, cada cual a su manera, que la separación era aparente, y que una persona fragmentada podía llevar unidad a su mente despertando su pequeña conciencia con la conciencia de unidad cósmica. Por desgracia, las revelaciones místicas de todos

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ellos han quedado cristalizadas por la lectura dogmática e idiosincrásica de las religiones, destinadas a controlar el acceso directo a lo divino.

La capacidad de unidad no solo es posible alcanzarla por medio de una intensidad mística y religiosa, sino también mediante la curiosidad intelectual y artística. Existen numerosos ejemplos de que la conciencia unificada constituye una fuente extraordinaria de inspiración filosófica, científica y artística. Aurobindo (Satprem, 1989) concedía sitio especial al arte, que consideraba uno de los grandes medios de progreso espiritual.

 La creación mística hace referencia al estado de conciencia

unificada. Por tanto, podría argumentarse que la experiencia transpersonal del místico es una modalidad de asumir el proceso creativo, autorrealización en el caso que nos atañe.

La autorrealización radica en la utilización de las energías instintivas al servicio de un objetivo más elevado. Es lo que en psicología psicoanalítica se conoce como sublimación. En cierto sentido, la creatividad del místico forma parte del proceso de sublimación, constituyendo el arte de llevar las reacciones automáticas a la consciencia y de unificarlas. Jung perseguía ese mismo estado de conciencia con la psicoterapia, un método para dirigir la energía instintiva desde el inconsciente hasta la mente consciente como forma equilibrada de sanar y prevenir los conflictos internos que ocasionaban las represiones.

Unos conceptos terapéuticos que son la traducción al lenguaje contemporáneo de verdades sabidas desde siglos, y todavía vigentes, que quedan reflejadas, por ejemplo, en el punto medio que la antigua China designa con el nombre de  Tao  o con el término Chong Yong (camino medio); en la doctrina budista, que concibe la plenitud solo a través del Sendero del Medio, donde los extremos no son excesivos; en la idea de “Autarquía” propia de los filósofos griegos, entendida como autosuficiencia; en la máxima délfica “De nada demasiado”, que define la armonía de lo apolíneo y lo dionisíaco; en la idea de Virtud de Aristóteles, como un hábito de la voluntad regulada por la razón, que consiste en establecer un término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, doctrina que, seis siglos antes de Cristo, aconsejaba el político y escritor griego Solón, y que se le ha llamado la “Dorada Mediocridad” como forma de evitar los extremos en los ideales y la conducta; en el concepto epicúreo “Ataraxia”, como un estado de paz y equilibrio interior moderado por la prudencia en la búsqueda de placer; en el término “Templanza” de los romanos y de la iglesia cristiana primitiva, cuyo objetivo es la cautela o moderación de las emociones desde el control de la razón; en el de “Docta Ignorancia” (ignorancia sapienta), que, ya desde Sócrates y Platón (recta opinión), equivale a una disposición media entre dos extremos: la sabiduría y la ignorancia; o en el término de “Autónomo” de la filosofía moderna, entendido como bienestar interior, satisfacción de uno mismo. Todas estas doctrinas ofrecen las cualidades de la autorrealización.

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 Durante milenios, los seres humanos se han sentido atraídos

por ideas como la unidad y la dualidad, y siempre han estado sometidas a la búsqueda de un equilibrio. Aunque no toda la realidad tiene por qué seguir la configuración básica y generalizada de este modelo conceptual, debemos admitir que da resultados útiles, en cuanto que establece una armonía funcional y estructural en la mente. Por esta misma razón debiera de incluirse en la realidad de cada individuo. El problema radica en que este modelo es difícil de llevarse a la práctica si uno no se toma en serio la contradicción ni trata de hacerle frente cuando sea necesario.

Y el término para designar la trascendencia sería el amor como voluntad -en el fondo amor y voluntad están presentes en todo acto genuino-, gracias al cual se consigue disolver todas las resistencias, lo que hace posible el trabajo de todas las capacidades mentales. Si existen un amor y una voluntad, estas residirán en la selección de las distintas mentes que podemos convocar, como son las percepciones de lo instintivo, lo emocional, lo intuitivo, lo racional y lo espiritual.

Dar el salto desde pensar en la separación a pensar en la unión es la clave de ciertos tipos de salud mental y de la creatividad. De la integración resulta la forma más elevada de autorrealización, por la que se manifiesta la divinidad humana para medrar sinérgicamente; del lado opuesto el conflicto entre los contrarios, el sujeto y el objeto, el observador y lo observado.

En el misticismo oriental, una persona virtuosa es aquella capaz de mantener un equilibrio dinámico entre la unión y la separación, unas cualidades que están reguladas por el amor y por la voluntad, tal y como lo regularía el hombre verdaderamente sabio. A cada uno de nosotros le corresponde crear sus propios mecanismos autorreguladores a lo largo de la vida, para evitar las divisiones que socavan la estabilidad personal y, en consecuencia, interpersonal. El que carece de ellos no sabe controlar las emociones ni superar con éxito los fracasos que nos abre camino hacia la autocreación. Este sería el primer prerrequisito para obtener la potencia creadora. El principio unificador que lleva, por la superación de los antagonismos de uno mismo, a la creación espiritual que genera conciencia.

Extracto del libro “El modelo Fractal-Holográfico” de Alejandro Troyán.

Más información en: http://www.holofractico.com/

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