Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

539

Transcript of Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Page 1: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien
Page 2: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Aubrey y Maturin 20 -Azul en la mesana

Sobrecubierta

NoneTags: General Interest

Page 3: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Azul en la mesanaPatrick O'Brian

Page 4: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

A Richard OllardNOTA A LA EDICIÓN

ESPAÑOLADedico este libro, domun indignum, al

preboste y a todas las personas que tan bien seportaron conmigo mientras estuve escribiéndoloen el Trinity College de Dublín.

Éste es el vigésimo relato de la másapasionante serie de novelas históricasmarítimas jamás publicada; por considerarlo deindudable interés, aunque los lectores quedeseen prescindir de ello pueden perfectamentehacerlo, se incluye un archivo adicional con unamplio y detallado Glosario de términos marinos

Se ha mantenido el sistema de medidas de laArmada real inglesa, como forma habitual deexpresión de terminología náutica.

1 yarda = 0,9144 metros1 pie = 0,3048 metros – 1 m = 3,28084 pies1 cable =120 brazas = 185,19 metros1 pulgada = 2,54 centímetros – 1 cm = 0,3937

pulg.1 libra = 0,45359 kilogramos – 1 kg =

2,20462 lib.

Page 5: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

1 quintal = 112 libras = 50,802 kg.CAPÍTULO 1

En mitad del canal se encontraba la Surprise,con Gibraltar a media milla de distancia por laaleta de estribor, fondeada con una sola ancla yvuelta la proa hacia un viento del noroeste querefrescaba cada vez más. Se pitó a la dotación aldar las cuatro campanadas de la guardia dedoce a cuatro de la tarde y, al oírse desde laRingle, su buque de pertrechos, destacada denuevo en misión particular por lord Keith,vitorearon a bordo sus hombres mientras los dela Surprise se volvían con prontitud, riendo,radiantes sus rostros, dándose palmaditas en laespalda unos a otros pese a la certeza de lalluvia y la dureza del mar. Muchos se habíanpuesto sus mejores galas, abrigos con bordadosy pañuelos de Barcelona alrededor del cuello,puesto que los marineros de la Surprise y sucapitán Jack Aubrey habían hecho una elegantepresa, nada más y nada menos que una galeramora cargada de oro. Había sido la primera enabrir fuego sobre la Surprise, lo que la convertíaen embarcación pirata, de tal modo que el

Page 6: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tribunal de presas reunido a instancias delalmirante lord Keith, amigo del capitán Aubrey, lahabía condenado de inmediato. Era una presade ley, y su cargamento se repartiría según losusos del mar o, para ser exactos, según las leyesde presa de 1808.

Estaban todos en cubierta, radiantes dealegría y formaban mirando a popa en el costadode babor del alcázar, reunidos con las prisashabituales en la Armada, observando a sucapitán, a los oficiales, al contador y alescribiente; ahí estaban, en popa y colocados alo largo de ambos costados, entre los magníficostoneles. Un destacamento de infantes de Marinalos había subido a bordo cerrados a conciencia;a esas alturas, carecían ya de suscorrespondientes tapas (numeradas yconservadas por el tonelero), y era obvio queestaban llenos de monedas. Aquel oro era pococonvencional, pues habían descubierto trascapturarlo que se trataba de pequeños lingotesde forma irregular que los orfebres gibraltareñoshabían fundido en lisos y relucientes discos, encuya superficie habían grabado el peso, ciento

Page 7: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

treinta granos Troy: ciento treinta granos de pesoTroy; sin embargo, la plata y el cobreconservaban su forma original.

Cesaron la algarabía y el eco de la cuartacampanada. El escribiente, tras asentir elcapitán, llamó a John Anderson. A bordo nohabía nadie más cuyo apellido lo precediera enel alfabeto, de modo que el hecho de oír sunombre no sorprendió a John Anderson o a suscompañeros. Aunque por lo general era tímido ytorpe, abandonó la formación con paso firmehasta llegar al cabrestante. Se descubrió, hizo elsaludo militar colocando su mano encima delmechón que caía sobre su frente y exclamó:

–John Anderson, señor, con su permiso.Marinero ordinario, guardia de babor, popa.

El escribiente comprobó concienzudo losdatos en su libro, pese a sabérselos dememoria.

–Muy bien -dijo-. Una centésimaquincuagésima séptima parte de la mitad.Extienda el sombrero. – Hundió la diestra en eltonel de oro y sacó un puñado de discos quecontó a medida que los introducía en el

Page 8: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sombrero-. Uno, dos… Diez. – Volvió a hundir lamano, contó siete más y dijo a Anderson-:Aguarde un instante. – Y le ordenó a su enjutoasistente, situado junto a los otros dos toneles-:Diecisiete con cuatro peniques. – Después, sedirigió de nuevo a Anderson-: Lo cual suma untotal de diecisiete libras, diecisiete chelines ycuatro peniques. Aquí está el pagaré en virtud delcual solicita usted que se entreguen trescientassesenta y cinco libras a la señora Anderson.¿Satisfecho?

–Oh, Dios bendito, sí -respondió Andersonriendo-. Oh, sí, señor, muy, muy contento.

–En tal caso firme usted aquí -dijo elescribiente. Al ver que Anderson le mirabainseguro, murmuró-: Bueno, ponga usted una cruzen la esquina inferior.

Y así continuó el negocio, hombre a hombrepor orden alfabético. Pocos eran los que nocontaban con algún familiar, y éstos se retiraroncon toda la parte que les correspondía: unacentésima quincuagésima séptima parte de lamitad de tan espléndido botín. La mayoría de losmarineros habían cedido a las presiones del

Page 9: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

capitán y los oficiales de división, quienes habíaninsistido en que al menos debían enviar una partedel dinero a casa. Todos estuvieron de acuerdocon el recuento del escribiente. Stephen Maturin,cirujano de la fragata, había pasado un ratocalculando el grado de alfabetización a bordo; noobstante, la melancolía, espoleada sin duda porel viento y el rocío del mar, se había hecho unhueco en su corazón, y perdió la cuenta entre losapellidos que empezaban por la letra «N».

–Daría lo que fuera por tener aquí a William ya los marineros de la Ringle -dijo a Jack cuandose produjo una pausa en el recuento.

–Yo también. Pero ya sabes que en calidadde buque de pertrechos privado de lo que enrealidad es una embarcación hidrográfica, nocreo que recibieran más de cuatro peniques. Decualquier modo, no pude negárselo a lord Keith(que no tenía ninguna otra embarcación a mano)cuando me lo pidió como favor personal. Ledebo mucho, a ambos les debo mucho.

–Por supuesto, por supuesto. Es sólo que mehubiera gustado que los jóvenes aceptaran unamoneda de oro, para no dejarlos al margen -dijo

Page 10: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Stephen-. ¡Aumenta el oleaje! La oscuridad sehace más espesa.

–Se reunirán con nosotros en Madeira -dijoJack-. Entonces podrás darles sus monedas deoro. – Conversaron en voz baja hasta que Jackreparó en que Willis y Younghusband habíanrecibido su parte, y en que Moses Zachary, unode los marineros más veteranos de lacongregación de Seth, había dejado de reír entredientes después de meter o de intentar metertodas las monedas en un surtido tan ampliocomo inadecuado de bolsillos pequeños ytriangulares. Había llegado el momento de ponermanos a la obra.

Pero no hubo forma. A pesar de la oscuridadque iba en aumento y del violento chaparrón, unode los marineros, probablemente Giles, capitánde gavieros del trinquete, exclamó:

–Todo gracias al cuerno de unicornio, todogracias a la Mano de Gloria. ¡Hurra, tres hurraspor el doctor!

Dios santo, ¡de qué modo vitorearon aldoctor! Él había sido el responsable de subir abordo el cuerno de narval, y también era de su

Page 11: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

propiedad la mano cortada, la Mano de Gloria.Ambos objetos simbolizaban (y prácticamentegarantizaban) una inmensa buena suerte,virilidad, salvaguarda contra el veneno ocualquier enfermedad que pudiera nombrarse.Ambos objetos habían demostrado con crecessu valía.

Jack Aubrey era un capitán severo. Habíaaprendido el oficio sirviendo a las órdenes decomandantes para quienes la disciplina y lapuntería con los cañones tenían la mismaimportancia en un barco de guerra, aunque enaquella ocasión supo que era mejor no intervenir.

–Señor Harding -dijo al oído de su primerteniente-, cuando las aguas vuelvan a su cauce,levemos anclas y pongamos rumbooestesudoeste con toda la lona posible. Si nossaluda o nos hace señales un barco del rey,responda que llevamos despachos de guerra, ymantenga el rumbo sin tocar braza o escota.

–Oestesudoeste, señor; y llevamosdespachos -dijo Harding; Jack, cogiendo aStephen del hombro (pues a esas alturas lafragata cabeceaba con fuerza), lo condujo a la

Page 12: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cámara, y se sentaron cómodamente en losbaúles acolchados situados bajo los ventanales,a la luz de los elegantes fanales que daban almar.

–Me temo que tendremos una noche fea -dijoJack. Se levantó y con el pie firme del marinoacostumbrado a la mar se acercó al barómetro-:Sí -dijo-. Más fea de lo que pensaba. – Volvió asu sitio y observó la oscuridad llena de lluvia y laespuma que la proa levantaba a su paso,provocando más y más rocío a medida queaumentaba su andadura-. No obstante -continuó-,no sabes cuánto me alegro de volver a navegar.Hubo un momento en que no pensé que fueraposible… Claro que sin Queenie y lord Keithjamás lo habría logrado. – Los fanales de popailuminaban la estela de la fragata,excepcionalmente amplia, blanca y agitada paratratarse de un barco de tan elegantes líneas. Laluz que brillaba a popa no le impidió distinguircon claridad el lejano fulgor rojizo que coronabaGibraltar, cuyas hogueras ardían aún a pesar delviento y la lluvia.

Personalmente estaba cansado de tanta

Page 13: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

algarabía, sobre todo de las cancionespatrióticas, de las alabanzas propias y de lasburlas al Francés, que después de todo habíacaído luchando, superado en número y con unavalentía sin par; pullas que a menudo partían dequienes nada habían tenido que ver con esaguerra. Ni siquiera Maturin, que sentía unprofundo desprecio por todo lo que representabael sistema napoleónico, era capaz de soportarlas obscenas y jactanciosas caricaturas deBonaparte que corrían por doquier, a un peniqueen una tinta, y hasta a cuatro peniques en color.

–¿Te acuerdas de Malta, cuando losmarineros recibieron seis dólares por cabeza? –preguntó Jack-. No, por supuesto que no.Estabas en el hospital, cuidando la pierna delpobre Hopkins. Bueno, pensé que no habríaproblemas con una dotación asentada y firme. Yellos lo esperaban, pues se había halado la bolsade plata de la cabina del trabacolo apresado yesparcido en cubierta su contenido. Pero meequivoqué; en cuanto estuvieron en tierra nodejaron piedra sobre piedra, y después laemprendieron con los soldados.

Page 14: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Pues claro que me acuerdo. Mis colegas yyo tuvimos que atender a muchos de ellos. Lamayoría con contusiones, aunque también huboalgunas fracturas de gravedad.

–De modo que… -dijo Jack, sacudiendo lacabeza. Se interrumpió entonces para aguzar eloído, y subió a toda prisa a cubierta. Al regresar,se secó la espuma y la lluvia del rostro con elgesto de costumbre y dijo-: Hemos perdido elcontrafoque por culpa de este condenado vientoque no para de girar, y reina una oscuridad queni en el trasero del diablo. Ahí estaba el jovenWilcox antes de acercarme al castillo de proa;arranchaban las escotas a popa como si fuerade día y el mar estuviera calmo cual las aguas deun estanque. Ahí los tienes, así son losmarineros, capaces de aguantar un temporal deaúpa, el trabajo duro y situaciones pococomunes; son criaturas buenas, estables,corajudas y sumisas bajo el mando de un oficialal que puedan respetar. Son capaces desoportar todo eso, y también a veces loscastigos más duros, los naufragios y elescorbuto. Sin embargo, cómo cambian las

Page 15: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cosas cuando cuentan con un dineral en elbolsillo. Se les sube a la cabeza, y seemborrachan a la menor oportunidad, armanjaleo y desertan a patadas. En Malta no nos fuetan mal. Con la ayuda de las prostitutas sus seisdólares no tardaron en esfumarse, y en la isla nohabía posibilidad de desertar. Ahora las cosasson distintas, y todos esos condenadosestúpidos con cincuenta guineas en el bolsillohabrían estado borrachos como cubas,tumbados por la sífilis y desnudos antes deldomingo, de no habernos marchado a toda prisa.Eso por no mencionar… ¿Qué pasa, Killick?

–Que tendremos que poner batideros através de la puerta de la sobrecámara, porque elmar verde viene de popa hasta el cabrestante yempeora cada minuto. Dudo que pueda servirleseco el queso fundido, a menos que traiga elhornillo y lo prepare aquí.

–¿Quién está de guardia?–Pues el piloto, señor, y en rumbo. Acaba de

enviar arriba al señor Daniel y a un par demarineros fornidos con una linterna de respeto.Por lo visto, la luz del tope ha vuelto a irse al

Page 16: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

fondo. Ah, y señor -dijo dirigiéndose a Stephen-,su compañero… Perdóneme, el doctor Jacob, talcomo debería llamarlo, ha sufrido una fea caída.Hay sangre por toda la cámara de oficiales.

Stephen intentó ponerse en pie, pero elbalanceo del barco lo empujó hacia atrás.Cuando hizo un nuevo intento fue el balanceo debabor el que le empujó con fuerza hacia delante.Tanto el capitán como el despensero tenían lamisma opinión de la capacidad del doctor paravivir en el mar, de modo que ambos le ayudarona tenerse en pie, y Jack, asiendo el hombro debarlovento, le guió hasta la sobrecámara(antesala de la cámara) y, de ahí, a cubierta,donde el vendaval, la total oscuridad cargada defuerte lluvia e incluso los sólidos rociones deagua marina le dejaron sin aliento, pese a estaracostumbrado a los rigores atmosféricos.

–Señor Woodbine -llamó Jack.–Señor -respondió el piloto, que estaba junto

a la rueda, donde Jack pudo distinguir el levefulgor de la bitácora en cuanto sus ojos seacostumbraron a la oscuridad.

–¿Cómo va con la luz del tope?

Page 17: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Me temo que tendremos que despertar alarmero, señor. Dudo que el señor Daniel puedaasegurarla sin contar con las herramientasadecuadas. – Levantó la voz y llamó al cabosituado a barlovento, todo ello sin quitar ojo a lasrelingas-. Higgs, llame al tope y pregunte al señorDaniel si necesita al armero.

Higgs poseía un imponente vozarrón, asícomo un oído muy fino. A través del gemido delviento en la jarcia y sus cambiantes rugidostransmitió el mensaje y oyó la respuesta. A esasalturas, Stephen distinguió la linterna de mano enlo alto, entre las velas, todas tan de bolina comopudieran estarlo, pues la fragata se abría pasorumbo oeste en un mar tumultuoso. Tambiénpudo ver la débil luz procedente de la escala detoldilla, y hacia ella caminó poco a poco,aferrándose a todos los salientes que podía entanto se inclinaba contra el viento y la cegadoralluvia. No obstante, a cada temeroso paso quedaba cedía el desigual balanceo, lo cualrespondía, o eso le había contado Jack en másde una ocasión, al centro de gravedad. Y al abrirla puerta de babor de la iluminada cámara de

Page 18: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

oficiales se dibujó ante su mirada una escena delo más deshonrosa, pues vio a un montón dehombres, acostumbrados a ver sangre desde lainfancia correr de un lado a otro como un atajo degallinas, secar el brazo de Jacob con la servilleta,darle consejos, ofrecerle copas de vino, brandy ovasos de agua, deshacer el nudo de su corbatín,e incluso desabrocharle los calzones por lacadera y la rodilla. El contador literalmente leretorcía las manos.

–Avisen a Poll Skeeping -exclamó Stephenen un tono de voz imperioso, seco. Los apartósin tener en cuenta rango o empleo, esgrimió unalanceta que siempre llevaba consigo, cortó lamanga de Jacob hasta el hombro, cortó lacamisa, y descubrió la borboteante arteriabranquial y otras dos generosas fuentes desangre en el mismo miembro. Por lo visto, trasefectuar un salto mortal en toda regla y caersobre una silla y un taburete con un vaso en lamano en el momento en que la fragata efectuabaun doble cabeceo, seguido por el hundimiento derigor, Jacob no sólo había logrado perder laconciencia, sino también romper el cristal, cuyos

Page 19: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

amplios bordes afilados le habían cortado laarteria y otros muchos vasos sanguíneos queconstituían heridas pequeñas peroconsiderables.

Poll llegó a la carrera, cargada con toda clasede vendas, agujas con tripa enhebrada y tablillas.Stephen, con el pulgar en el punto másimportante donde había que presionar, pidió alos miembros de la cámara que hicieran sitio,que se apartaran al fondo, muy al fondo.Seguidamente Poll se puso a limpiar, vendar eincluso asear al paciente, antes de que lollevaran a un coy de la enfermería.

Todo esto dio pie a una serie deexplicaciones y comentarios. Cuando bajó Jack,después de comentar con el señor Harding quehacían buen avante y que apenas navegaban aseis cuartas del ojo del viento, se repitieron lostediosos pormenores, y los presentes leenseñaron exactamente qué y cómo habíasucedido. Fue en ese momento cuando untremendo estampido puso en jaque el progresode la fragata, la desvió del rumbo e hizozarandearse las linternas con tal violencia contra

Page 20: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

los baos de cubierta que dos cayeron al suelo. Elestampido bastó para hacer olvidar a los allípresentes las heridas sufridas por Jacob, y Jacksalió disparado a cubierta seguido por todos losoficiales.

Al principio, fue incapaz de distinguir nada enla oscuridad. Sin embargo, Whewell, el oficial deguardia, le explicó que el vigía de proa habíaavistado una luz por la amura de estriborsegundos antes del impacto, y que él en personahabía visto cómo un barco enorme, oscuro ycarente de luces de posición, se acercaba aunos diez o más nudos de velocidad y golpeabala proa de la fragata, atravesaba la maltrecharoda y pasaba a lo largo del costado de babor,rozando las vergas y los obenques de la Surprisey librándose por los pelos de quedar trabado enellos. Imaginaba que podía tratarse de unmaderero pesado escandinavo, aunque no pudover ningún nombre, puerto o bandera, y tampocose cruzaron voces de un barco a otro. Habíalevantado al carpintero y al contramaestre (notardaría en recibir sus informes), y el barco teníaa la vía el timón y permanecía inmóvil, aunque

Page 21: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tumbaba a sotavento.Jack echó a correr a proa para hablar con

ambos. – Hemos perdido el bauprés y la mayorparte de la proa, señor -informó el carpintero.

–Y yo no respondería del palo de trinquete -dijo el contramaestre.

–Embarcamos agua. Cinco toneladas porminuto -dijo un segundo del carpintero a su jefeen un tono de voz tan rebosante de inquietud quelogró afectar a todos los que le oyeron.

Harding había llamado a toda la dotación delbarco, y al salir a cubierta trastabillando Jackordenó poner proa al viento, aferrar toda la lona aexcepción de la mayor y el trinquete, y ponerse alas bombas. La fragata respondió lentamente altimón y navegó con igual lentitud. Sin embargo,en cuanto Jack la situó con el fuerte viento y elmar por la incólume aleta de babor, dejó de tenerla sensación de que iba a irse al fondo encualquier momento. El carpintero, Harding y élmismo, armados, todos ellos con una linterna,llevaron a cabo la inspección. No encontraronnada, nada bueno: habían desaparecido porcompleto el bauprés, la proa y todo el equipaje

Page 22: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

relacionado, así como foques y demás, porsupuesto. Había algunas cabezas de tablóncombadas ahí abajo. No obstante, al terminar laguardia de media, mientras el carpintero y sushombres trabajaban como sólo pueden hacerloquienes saben que el barco embarca agua pormomentos, las bombas se defendían con soltura,incluso ganaban la contienda.

–Oh, es un apaño provisional, señor, comousted comprenderá -dijo el carpintero-. Si lograusted llevar la fragata al muelle y de allí alastillero, renunciaré a la vida de pecador quellevo y entregaré todo el dinero del botín a lospobres. Sólo en el astillero harán de ella unaembarcación capaz de navegar de nuevo. QuieraDios que volvamos a entrar en ese adorablemuelle.

Entraron en ese adorable muelle, y allípasaron las restantes horas de la noche enrelativa calma, mientras el viento aullaba en loalto sin apenas fuerza para salpicarlos deespuma aunque, en ocasiones, empujaba algasa la zona del muelle donde habían fondeado.

Al amanecer, temprano, se dirigieron al

Page 23: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

muelle nuevo y al astillero naval. Y aunquehicieron lo posible por dar al barco un aspectopresentable, éste no había dejado de parecersea una mujer atractiva a la que hubieranmaltratado y cortado la nariz. Después depreguntar Jack por el estado de Jacob(«Tolerable, de momento, aunque aún es prontopara pronunciarse… Ah, y el doctor Maturin leruega que le disculpe porque no podráacompañarle en el desayuno»), se sentó adisfrutar de un buen filete. Aprovechó mientrascomía para tomar algunas notas en un papeldoblado. Después, volcó su atención en lastostadas que le correspondían y también enalguna que otra de las que correspondían aStephen, tostadas que acompañó de unacantidad ingente de café. Ya se sentía máshumano, después de una noche dura comopocas en toda su vida (noche que, por suerte,había sido corta), y decidió llamar al escribiente.

–Señor Adams -dijo-, ¿le apetecería tomaruna taza de café antes de que empecemos aredactar el informe y la carta a lord Barmouth?

–Oh, sí, señor, si es tan amable. Han servido

Page 24: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

té en la cámara, lo cual no constituyeprecisamente una compensación por la nocheque hemos tenido.

La carta era la quintaesencia de lasimplicidad: El capitán Aubrey presentaba susrespetos y adjuntaba el informe de lo sucedido lapasada noche y de los daños sufridos por elbarco. Terminaba diciendo que el capitán Aubreyse sentiría muy honrado si su señoría tuviera laamabilidad de recibirlo en cuanto fuera posible.

–Por favor, procure usted que nuestroguardiamarina más presentable lo entregue deinmediato.

Adams lo meditó, sacudió la cabeza yobservó:

–He oído describir al señor Wells como unmuchacho guapo.

–Pobre diablo. En fin, cuando haya pasadousted a limpio el informe, hágaselo saber alseñor Harding; dígale que es mi deseo que elseñor Wells se lave dos veces; después, sepondrá su mejor uniforme, sombrero y espadín.Quizás el señor Harding desee despachar a… aun marinero que lo acompañe a la ida y a la

Page 25: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

vuelta. – Había estado a punto de pronunciar elnombre de Bonden, y al contenerse sintió undolor lacerante en el pecho. Había perdido amuchos compañeros, pero jamás había sentidotanto una pérdida como la de Bonden.

El elegido por Harding, un cabo muy serio,llevó de vuelta al señor Wells, y éste informó alcapitán Aubrey que el comandante en jefe lerecibiría a las cinco y media.

Jack acudió a la cita con la puntualidadpropia de la Armada, y con la puntualidad de laArmada pidió lord Barmouth a su secretario quefuera a buscarlo a la antesala. Apenas habíaentrado Jack, cuando se abrió una de las puertassituadas a espaldas del almirante y entró suesposa.

–¡Querido primo Jack! – exclamó-. ¡Cuántome alegra verte de vuelta tan pronto! Temía quelo hubieras pasado muy mal, después de queese bellaco mercanton… Barmouth -dijo en unaparte, colocando la mano en el brazo de suesposo-, los Keith estarán encantados, yQueenie me ha preguntado si puedeacompañarles el señor Wright. Primo Jack,

Page 26: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

¿vendrás, verdad? Sé de qué modo detesta unmarino las comidas tardías, pero te prometo quete darán de comer a una hora razonablementecristiana. Tienes que contarnos hasta el últimodetalle. Queenie se preocupó mucho al enterarsede lo sufrido por la Surprise. – Isobel Barmouthsiempre había sido igual de enérgica, y no erafácil hacerla callar o abandonar la estancia. Perotampoco era tonta y se percató de que suinsistencia al respecto podía perjudicar más aJack que cualquier cosa que Barmouth pudieraidear. El almirante era un hombre valiente, unmarino capacitado; la suya era una carrerasobresaliente, y, tal como sus tutores le habíanseñalado, era un partido excelente. Sin embargo,pese a todo su coraje y sus evidentes virtudes,Isobel sabía que era perfectamente capaz demostrarse injusto.

Cuando se hubo cerrado la puerta a suespalda, Barmouth tomó asiento, dispuesto arepasar el informe de Jack.

–He dado órdenes a las pocasembarcaciones que tengo navegando de cruceropara que permanezcan ojo avizor por si avistan

Page 27: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

un barco que se parezca al que abordó su proa.A juzgar por los terribles daños que ha sufridousted -dijo dando palmaditas en el informe, eldetallado informe de Jack-, no nos costaráreconocerlo. Incluso en un navío de línea seríanvisibles los daños derivados del abordaje, y porlo que tengo entendido no era más que unmercante del Báltico sin un gran arqueo. Noobstante, eso es otro asunto, porque lo querealmente me preocupa es la situación actual dela Surprise. Me pregunto si puede ustedmantenerla a flote.

–Navegamos rápidamente al muelle, milord, yno abandonamos ni un instante las bombas.

–Sí, sí, estoy seguro. Lo que me preocupa eslo siguiente: Después de cumplir… de cumplircon creces las órdenes de lord Keith, harecuperado usted su situación anterior, la de unbarco hidrográfico, un barco alquilado cuyamisión consiste en explorar el Estrecho deMagallanes y la costa sur de Chile. No está ustedsupeditado a mi mando en el Mediterráneo y,aunque me gustaría… ¿cómo decirlo?,reconstruir de proa a popa su barco, aunque sólo

Page 28: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

fuera como reconocimiento a la enérgica capturaque hizo usted de la condenada galera, no puedohacer un feo a mis barcos de guerra que seencuentran a la espera de recibir urgentesreparaciones, dando preferencia a un barcohidrográfico. Un barco de guerra siempre es loprimero.

–Muy bien, milord-dijo Jack-. Pero, ¿mepermitiría rogarle al menos que nos asignara unfondeadero más abrigado?

–Es factible -dijo el almirante-. Hablaré conHancock al respecto. Ahora -dijo al levantarse-,debo despedirme de usted hasta la hora decomer.

* * *Llegó Jack, acicalado para la ocasión. Con

puntualidad, por supuesto, aunque no tanta comolos Keith. Tanto Queenie como Isobel Barmouthle recibieron con suma amabilidad y, con laconfianza de la relación que los unía desde laniñez, se separó de ellas para acercarse a lordKeith, a quien agradeció su intervención con losfuncionarios del tribunal de presas.

–Nada, nada, no hace falta ni que lo

Page 29: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

mencione, mi querido Aubrey. No, no, esoscaballeros son conocidos míos, y son muyconscientes de cómo deben comportarseconmigo y con mis amigos. Aunque Aubrey,debo pedirle disculpas por arrebatarle la Ringle,que le hubiera ido de perlas para perseguir a esecondenado mercantón que con tanta sañaabordó su proa. Estuve observando esta mañanala Surprise, y me preguntaba cómo logró ustedllevarla a puerto.

–Tuvimos suerte de disfrutar de un mar y unviento de aleta, milord. Hubiera bastado unpañuelo largado en el trinquete para haceravante; pero no crea, lo nuestro nos ha costado.

–Seguro que sí -dijo Keith, sacudiendo lacabeza-. Seguro que sí. – Consideró unosinstantes el asunto, sorbiendo la copa de ginebrade Plymouth, y dijo-: Debo alabar la conducta deese excelente joven, William Reade. Gobernó lagoleta de forma admirable, e hizo todo cuanto lepedí. Pero me temo que le habrá echado ustedde menos cuando tuvo que acercarse al muelle, ytambién cuando quiso identificar al bellaco.

–Así es, señor. Pero lo que más rabia me da

Page 30: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

es saber que, en calidad de comandante de unbuque de pertrechos de propiedad privada, y porestar ausente, el señor Reade no toma parte enel reparto del botín. Puesto que la Armada sufrirárecortes ahora que Boney ha caído prisionero,con los barcos desarmados o abandonados, esmuy probable que el pobre no reciba otro mandoen un futuro cercano, si es que lo logra algún día,y la parte correspondiente a un teniente leresultaría muy útil. Sin duda la paz es una grancosa, pero…

En ese momento, lady Barmouth saludó a losrecién llegados, el coronel y señora Roche.Apenas había hecho las presentaciones, cuandole informaron de que la comida estaba servida.

No era una reunión formal, pues se habíapreparado sin demasiada antelación, y no habíamujeres suficientes para ponerse al corriente delos rumores. Jack se sentó a la izquierda deIsobel, frente a lord Keith, con el coronel Roche ala derecha, quien obviamente hacía poco quehabía llegado.

–Tengo entendido, señor -dijo Jack trascruzar con él unas palabras insustanciales-, que

Page 31: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

estuvo usted en Waterloo.–Así es, señor -respondió el soldado-, fue una

experiencia muy emocionante.–¿Vio usted mucho de la batalla? En las

escasas batallas de línea en que he participado,aparte de la del Nilo, fui incapaz de distinguir loque sucedía por culpa del humo. Después, lamayoría de mis compañeros me hicieron relatosmuy diversos.

–Tuve el honor de ser uno de los edecanesdel duque, que casi siempre se situó enposiciones desde las que tanto él como susayudantes podían ver un buen trecho del terreno.Como usted sabrá, los combates duraron variosdías, algo que, según tengo entendido, no suelesuceder con las batallas navales; la jornada quemejor recuerdo fue la del decimoctavo día, el 18de junio, la culminación.

–Le agradecería mucho que tuviera laamabilidad de familiarizarme con lo sucedido,sin obviar un solo detalle.

Roche le miró atentamente, comprendió quelo decía en serio, que estaba muy interesado, yprosiguió.

Page 32: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Había llovido a mares durante toda la noche,y las comunicaciones habían sido muy difícilespara ambos bandos, pues se disparaba a losmensajeros cuando estos no caían prisioneros ose perdían. Sabíamos que los prusianos habíanencajado un buen golpe en Ligny, que habíanperdido a doce mil hombres y la mayoría de loscañones, y que Blücher en persona habíaquedado atrapado bajo su propio caballo, yenterrado después por una carga de caballería.Muchos de nosotros pensamos que losprusianos no podrían recuperarse losuficientemente pronto después de tan fatídicaderrota, y que si lo hacían no podríamos contarcon Gneisenau, que sustituiría al malheridoBlücher y que no era muy amigo nuestro. Durantela noche, llegó un mensaje diciendo que Blücherse acercaba con dos o, posiblemente, con cuatrocuerpos de ejército. Hubo quien se sintiócomplacido al oírlo, pero la mayoría de nosotrosno lo creímos posible. Creo que el duque sí; decualquier modo, decidió presentar batalla,ocupamos Mont Saint-Jean, Hougoumont y LaHaye Sainte con unos sesenta y ocho mil

Page 33: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

hombres y ciento cincuenta piezas de artillería,para enfrentarnos a los setenta y cuatro mil deNapoleón, amén de sus doscientos cuarentacañones. Los regimientos de caballería francesase vieron obstaculizados por el terrenoembarrado por las lluvias, la artillería aún más, yno fue hasta pasadas las once de la mañana queel enemigo, desplegado en tres líneas en laladera de la colina opuesta, a unos tres cuartosde milla de distancia, despachó a una divisiónpara atacar Hougoumont. Los rechazaron,momento en que empezó de verdad el combate,con ochenta cañones franceses posicionadospara castigar La Haye Sainte, el centro, ydebilitar a las fuerzas situadas allí antes deemprender los combates más serios…

–¿Le apetece un poco más de sopa, señor?– preguntó el sirviente.

–Váyase, Wallop, por el amor de Dios -protestó lord Barmouth. De hecho, toda la mesaprestaba atención al relato de Roche, que conmucho era la fuente más informada y fiable quehabían tenido oportunidad de conocer-. Señor -añadió lord Barmouth tras desaparecer Wallop-,

Page 34: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

le ruego que coloque una o dos botellas, oalgunas migajas de pan, en los lugares másvitales, de tal modo que nosotros, simplesmarinos, podamos seguir las evoluciones.

–¿Cómo no? – dijo Roche, estirando el brazopara hacerse con la cesta del pan-. A grandestrazos, pero servirá para que se hagan ustedesuna idea aproximada: Hougoumont, La HayeSainte, el centro del emperador en ese lado de lamesa, los bosques de París y demás bosquesmás allá, en el extremo que ocupa lord Barmouth.Este trozo de pan representa Hougoumont, y enla cima de la colina se encontraban los restos deun antiguo molino. Ahí estaba yo, observando ladisposición de las tropas, encarado el catalejo alterreno, cuando vi un curioso movimiento en elborde del bosque junto a Chapelle Saint-Lambert. Una masa oscura, una masa azuloscuro, azul de Prusia. Conté las formacionescon tanta serenidad como pude y corrí abajo.Dije: «Con su permiso, señor. Al menos uncuerpo de ejército prusiano avanza procedentede Saint-Lambert, a unas cinco millas dedistancia.» Serían más o menos las cuatro y

Page 35: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

media. El duque asintió, tomó mi catalejo y loencaró hacia el emperador. En cuestión de unosminutos, los oficiales de Estado Mayor delFrancés galopaban en diversas direcciones. Losescuadrones de caballería y alguna infanteríaabandonaron sus posiciones, moviéndose endirección a los prusianos. Poco después, elmariscal Ney atacó el centro aliado. Sinembargo, sus hombres no lograron tomar LaHaye Sainte y dos de las brigadas de caballeríade lord Uxbridge los persiguieron al retirarse,capturando dos águilas en el proceso, aunquesufrieron graves pérdidas cuando las escuadrasdel enemigo, tropas frescas, los atacaron por elflanco.

–Por favor -dijo el señor Wright, un hombre deciencia-, ¿a qué obedecen las águilas en estecontexto?

–Bueno, señor, son más o menos elequivalente a nuestras banderas: supone unadesgracia perderlas, y un triunfo capturarlas.

–Gracias, señor, gracias. Espero no haberlehecho perder el hilo. Sería una catástrofe.

Roche se inclinó levemente y reanudó su

Page 36: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

relato.–Entonces, Ney recibió órdenes de atacar de

nuevo La Haye Sainte. Después del estruendode los cañones, los aliados se refugiaron, gestoque el Francés interpretó como una retirada entoda regla, y que le empujó a lanzar cuarenta ytres escuadrones de caballería a la carga. Porestar colina arriba, terreno difícil, los caballos nopudieron más que avanzar al trote, y sus jinetesdescubrieron que la infantería aliada habíaformado en impenetrables cuadros. Losbarrieron a fuerza de mosquete, y la caballeríaaliada los empujó después colina abajo. A esasalturas, se despachó a los coraceros franceses ya la caballería de la guardia imperial paraproteger la retirada de sus compañeros: ochentaescuadrones en total. ¡Ochenta escuadrones,señor! Fue el combate más furioso que quepaimaginar, en mi vida había visto algo igual. Perono pudieron romper los cuadros aliados, yfinalmente también ellos terminaron colina abajo.Bülow trabó combate con las fuerzas queNapoleón había despachado para detenerlo(más o menos a las cinco menos cuarto), y al

Page 37: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

principio no le fue del todo mal pues tomóPlacenoit, justo junto a esa miga que hay en elcentro, señora. Sin embargo, los refuerzos leobligaron a ceder terreno, y Napoleón ordenóuna vez más a Ney tomar La Haye Sainte, lo cuallogró, aunque las tropas que la ocuparoncarecían prácticamente de municiones. El duque,imperturbable tras la pérdida de esta posiciónclave, envió todo cuanto pudo a reforzar el centro.Para entonces, otros dos cuerpos de ejércitoprusianos se habían unido a la batalla. No entraréen detalles, pues estoy ronco de tanto hablar ytemo que mi charla les hará morir de hambre…Me limitaré a decir que, con la llegada del cuerpode ejército prusiano de Zeiten, el duque pudomovilizar a otras dos brigadas de caballería, queno habían entrado en combate, situadas en el aladerecha, para reforzar el centro, un punto de lamayor importancia. Napoleón atacó con toda sufuerza a lo largo de la línea, y comprometió a laguardia imperial, que luchó con gran coraje,aunque carecía ya de efectivos suficientes. Alretroceder la guardia, los prusianos de Zeitenrompieron parte del frente francés, y eso marcó

Page 38: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

el principio del fin. Algunos batallones de laguardia aguantaron, al menos hasta que tuvierontambién que unirse a los compañeros en laretirada generalizada. Le ruego que me perdone,señora -dijo a Isobel Barmouth.

–En absoluto, coronel, no hace falta que sedisculpe usted. Su relato me ha parecidofascinante, tanto más cuanto he entendido lo quesucedía en diversos puntos de la batalla. Muchas,muchísimas gracias. – Inclinó con discreción lacabeza hacia el atento Wallop, y se reanudó lacomida.

Cuando ésta hubo terminado y los hombresse sentaron a disfrutar del oporto, ambosalmirantes y el señor Wright ocuparon lacabecera de la mesa y discutieron los problemasde limpieza relacionados con el nuevo muelle.

–No tengo el placer de conocer al duque deWellington -dijo Jack a Roche-. Debe de ser ungran hombre.

–Sí, lo es, y además siempre tiene laspalabras más adecuadas, que pronuncia así, sinmás, como si las improvisara.

–¿Podría usted ponerme uno o dos

Page 39: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ejemplos?–Ay, lamento admitir que tengo una memoria

desastrosa, sobre todo en lo que a las citasconcierne. Las evoco en plena noche, lo cual nodepende de mi voluntad. No obstante, recuerdoque mientras cabalgábamos por el campo debatalla, después de ver el desastre en que habíaterminado el cuadro formado por los Inniskillings,y el elevado número de bajas mortales, me dijo elduque: «No hay nada peor que una batallaganada, excepto una batalla perdida.» Después,mucho después, cuando nos desplazábamos porFrancia, comentó: «Reñido, muy reñido el asunto,pues Blücher y yo hemos perdido treinta milhombres. Reñido como pocos, lo más reñido quehe visto en la vida… ¡Por Dios! Dudo quehubiera podido hacerse de no haber estado yopresente.»

Se produjo una larga pausa que los marinos yel experto aprovecharon para hablarapasionadamente de las diversas corrientes quemediaban entre Europa y las costas africanas.Jack y Roche pasearon por la terraza,disfrutando de sendos cigarros puros. Tras dar

Page 40: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

media docena de vueltas, dijo Roche:–Recuerdo haberle oído decir en una ocasión

que su ejército estaba formado por la escoria delmundo, o, quizás, por lo más bajo del mundo.Eso fue mucho antes de Waterloo, y lomencionaba a menudo, creo; al principio loescuché en labios de otros. Lamenté oírlo, puesyo me había formado una idea de los hombres alos que había mandado, pero le aseguro que tuveocasión de recordarlas en más de una ocasióndurante la marcha a París, escoltando heridos yenfermos para quienes no había espacio enBruselas. La embriaguez, los alborotos, lainsubordinación, el robo, el pillaje e, incluso, lasviolaciones (teniendo en cuenta que éramos unpaís amigo) me provocaron náuseas. Loshombres del preboste de policía se mostraronmuy activos, y se vieron obligados a colocar lospotros a diario (los usamos para dar los azotes,como usted bien sabe), aunque de nada sirvió, ylo cierto es que no pude alegrarme más alembutirlos en los cuarteles de Boligny, y librarmede todos ellos. Finalmente, llegué a la conclusiónde que cualquier hombre sometido a una férrea

Page 41: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

disciplina es capaz de comportarse como unanimal en cuanto se libra de ella. Sea como sea,eso dicta mi experiencia.

–Sí, sí. Estoy seguro -dijo Jack, asintiendo aloír aquellas palabras. Sin embargo, su tono devoz parecía decir que, si bien podían ser ciertasen lo concerniente al ejército, los marinerosposeían, en general, una naturaleza totalmentedistinta.

–Aprisa, querido primo -llamó Isobel desde lapuerta-, o ni siquiera encontrarás tibio el café.

* * *En el trayecto de ida del muelle a casa de

lord Barmouth, Jack había cobrado concienciadel lóbrego, nebuloso y tenaz nubarrón que cubríasu mente. Pese a su más que tangible presencia,había logrado disfrutar de la velada. Apreciabamucho a Queenie y, aunque de otro modo,también a Isobel. Había saboreado el relato deRoche, e incluso la última y microscópicadecepción que había supuesto el café templadohabía quedado olvidada al aparecer una cafeterabien caliente (demasiado incluso para ingerir elnegro néctar), por no mencionar la presencia de

Page 42: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

un excelente brandy.Sin embargo, al dirigirse a las baterías

exteriores, el muelle y, cómo no, hacia lapoblación, volvió a ser consciente del nubarrón, ysu ánimo se hundió al igual que la pendiente delcamino. En según qué partes lo habíanensanchado a fuerza de explosivos para facilitarel paso de las piezas de artillería, y en lasdepresiones más hondas se sintió al abrigo delviento y del difuso murmullo de la ciudad, aunqueno de su fulgor, reflejado en las nubes altas euniformes.

Justo al sentarse en la piedra de uno de esosabrigados recodos del camino, descubrió quehabía dado a Roche el último de sus cigarros.Era un fastidio, aunque no tenía muchaimportancia, y volvió a pensar en los comentariosdel soldado acerca de los hombres liberados deuna fuerte disciplina y de los excesos quecometen.

«No -se dijo-. El marinero pertenece a unaespecie diferente.»

Se levantó y siguió caminando; superó elnuevo recodo y allí, en la ladera de la colina, el

Page 43: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

viento arrastró el familiar vozarrón de Higgs.–No hay ley marcial que valga -voceó el

marinero, que al parecer se dirigía a un gruponumeroso, situado en el extremo oriental de losaún inacabados jardines de Alameda-. No hayley marcial. La guerra ha terminado. En cualquiercaso, la Surprise ya no es un barco de guerra,sino un navío pertrechado para el levantamientode planos. No pueden hacernos nada. Tenemosnuestro dinero y podemos hacer lo que nosvenga en gana. No hay ley marcial, somos libres.

–¡Por Wilkes y la libertad! – exclamó alguien,probablemente el más borracho de todos.

–Los mercantes piden marineros a lágrimaviva, nos imploran disponer de más manos. Ocholibras al mes de las de verdad, tabaco gratis ycomida de primera. Yo me voy a casa. – A estaspalabras siguió un rugido que, sin embargo,quedó de nuevo ahogado por el vozarrón deHiggs-: No hay ley marcial. No somos esclavos.

–No somos esclavos -gritaron los demás,pateando el suelo con cierto ritmo.

Esa caída de la dotación de la fragata, esadesintegración de la comunidad, era el motivo

Page 44: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

del nubarrón que Jack había conseguido apartarde su mente durante la velada y la encantadoratarde que había pasado en compañía de Isobel yQueenie. Era una consecuencia lógica, y Jack losabía, pues el mar corría por sus venas, conocíasus corrientes y las corrientes que movían aquienes lo navegaban. Se había percatado deldescontento que se extendía entre los miembrosde la tripulación, antes incluso de que semanifestara. Obviamente, terminada la guerra,ansiaban regresar al hogar y disfrutar de la vida.Sin embargo, Jack estaba dispuesto a hacer loimposible para evitar perder el barco y el viajeque se había propuesto emprender.

Menuda mezcla la que constituían losmarineros de la Surprise. El almirante habíatenido que pertrecharla para la guerra sindisponer del tiempo necesario cuando dio a Jackel mando de la escuadra, y ningún capitán en susano juicio hubiera cedido a nadie sus mejoresmarineros. Por tanto, algunos de los sujetosreclutados forzosamente que aparecieron encubierta eran más aptos para disfrutar de laayuda de una institución dedicada a la caridad

Page 45: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que para pertenecer a la dotación de un barco deguerra. La mayoría de ellos eran los más zafios,estúpidos y torpes marineros que se habíaechado a la cara, aptos para halar de los cabos,pero poco más. Miembros de pro de la guardiade popa. En aquel momento, sin embargo, con elestómago lleno de ginebra y con la admiraciónque sentían por Higgs en la mirada, formarondetrás de él, y al poco marcharon hacia laciudad, aullando: «No hay ley marcial.»

–¿Es cierto, capitán Aubrey? – preguntó unavoz a su espalda-. ¿Acaso es cierto que no hayley marcial?

–¿Señor Wright? Cuánto me complace verle.Respecto a su pregunta de naturaleza legal, tantoen este caso como en otros, no podría ser yomás ignorante. Sin embargo, si estuviera enInglaterra, me inclinaría como magistrado a leeren voz alta el Acta de Motines.

Caminaron siguiendo los pasos de losmarineros. Hasta que los gritos referentes a laesclavitud cesaron de pronto al toparse losmarineros con una inmensa hoguera en laencrucijada (dos carros e innumerables toneles

Page 46: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

vacíos) y con una multitud que danzaba alrededorde la hoguera en sentido contrario al de lasagujas del reloj. Entonces Jack añadió:

–Sé que Maturin lamentará mucho no verle austed. No puedo invitarle a subir al barco, puesha sufrido terribles daños como consecuencia deun abordaje en la mar. No obstante, cenaremosen el Crown, y nos encantaría disfrutar de sucompañía.

–¿El Crown? Será un placer. Resulta que mealojo en el George, y tendré que pasar antes porallí… Si me disculpa, señor, esta calle me lleva alpatio posterior, de modo que podré evitar a lamuchedumbre.

–Así es -dijo Jack-. Así es. ¿Qué le parece alas diez y media? Puesto que no hay quiencamine por estas calles, Maturin y yo pasaremosa recogerle.

Jack Aubrey, alto como era, recio, con suenorme corpachón embutido en el uniforme decapitán de navío (las charreteras doradasensanchan la envergadura de cualquiera, sobretodo a la luz de una chimenea), se abrió paso sindificultad entre la turba, en dirección a la oficina

Page 47: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

del inspector de la Armada, donde pretendíadejar una nota si no encontraba presente aninguno de los oficiales. Sin embargo, al doblarIrish Town, encontró el paso bloqueado por unacompacta e imponente masa y por un estruendotan disonante que incluso su corpachón fueincapaz de abrirse paso, y al cabo también fueincapaz de retroceder. Por lo visto se libraba unapelea entre marineros del Canopus y de laMalta, o al menos eso pudo distinguir, mientrasque a mano derecha un decidido grupo demarineros irrumpía en una bodega defendida porguardias armados e igualmente decididos.Entretanto, observó que a lo lejos los marineroshabían tomado al asalto un burdel, y que quieneslo habitaban hacían lo posible por abandonarlodesnudas, huyendo por el tejado, perseguidaspor marineros tanto o más decididos quequienes se enfrentaban a los guardias de labodega.

Allí de pie, acorralado, incapaz de avanzar oretroceder, tosiendo a causa del humo quedesprendían las diversas hogueras, reflexionó ensu convicción de que marineros y soldados

Page 48: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pertenecían a especies distintas. «Quizás losean -pensó-. Aunque el hecho de beber engrandes cantidades pueda reducir lasdiferencias a un estado menos evidente.»

En aquel momento, sonaron a su derecha losensordecedores trompetazos que se abrieronpaso hasta los aullidos y los gritos que seproducían en mitad de la muchedumbre. Al cabode unos minutos, un destacamento compuestopor disciplinados soldados que marchaban conla bayoneta calada, asomó a paso ligeroprocedente de tres calles distintas; despejaron ellugar con una eficacia y una celeridadencomiables. La policía siguió a los soldadospara arrestar a los malhechores másdestacados, a quienes arrastraron maniatadoshasta un carro tirado por mulas, utilizado paratransportar abono.

Jack recorrió la silenciosa plaza sin dejar desaludar a cuantos soldados encontró a su paso.Una bendita tranquilidad parecía haberseadueñado de Gibraltar (aunque aún se veía elfuego de distantes hogueras, y todavía podíaoírse lo que probablemente obedecía al también

Page 49: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

lejano estruendo de una multitud rabiosa), casiperfecta cuando los porteros y los empleadosjóvenes de la oficina del inspector de la Armadale informaron de que ninguno de los oficiales demayor responsabilidad habían puesto un pie enel edificio durante las pasadas tres horas.También del hospital se había adueñado latranquilidad; allí Jack pudo sentarse en un banco,y tomar una mezcla fría de vino y zumos denaranja y limón a través de una pajita, mientrasveía a Arturo brillar con mayor claridad a cadaminuto que pasaba.

–Oh, Jack, confío que no habrás tenido queesperar mucho -dijo Stephen al aparecer depronto-. Esas zorras ni siquiera me dijeron queestabas aquí, y yo ahí dentro, charlando contodos. Querido amigo, te veo muy bajo deánimos.

–Sí, así es. Fue una comida estupenda, a lacual no faltó el bueno del señor Wright. Por ciertoque debemos recogerlo esta tarde para quecene con nosotros. El coronel Roche, uno de losedecanes de Wellington, nos relató la batalla. Ah,me hubiera encantado que lo escucharas. Sin

Page 50: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

embargo, al volver caminando, me crucé con ungrupo de marineros de la Surprise, y te diré algo,Stephen: La dotación de la Surprise ya no existecomo tal. Me temo que la llegada de losreemplazos y, sobre todo, el inoportuno yexcesivo dinero del botín, la han arruinado.Querría que no nos hubieran privado de nuestrosinfantes de Marina. – Guardó silencio y, al cabo,dijo-: Había pensado entrevistarme con losoficiales, y preguntarles con cuántos miembrosde cada división podrían contar. Se me habíaocurrido reunir a la gente y pedir a quienesdesearan seguir a bordo que se colocaran juntoal pasamanos de estribor, y los demás a babor.Vamos, que había pensado en un sinfín decosas, pero la posición en las leyes civiles onavales en lo que a la Surprise concierne, asícomo mis poderes a bordo de dichaembarcación, son confusos, y nada puedo hacerantes de hablar mañana por la mañana con lordKeith.

–Será lo mejor -dijo Stephen al ver que Jackno tenía intención de seguir hablando-. Noconviene jugar con las leyes. Me encantará

Page 51: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

disfrutar de la compañía del señor Wright. Creohaberte oído decir que tenemos que recogerlo enla fonda George.

–Así es. Ordenaré a Killick y a Grimble que loprotejan de la brigada de leva forzosa.

Llegados a la fonda, encontraron atónito alservicio.

–Es usted el doctor, ¿verdad, señor? –preguntó la señora Webber. Stephen asintió-. Ental caso, le ruego que suba a verlo. El pobreanciano caballero fue golpeado y robado por tresmarineros borrachos ante la puerta de nuestrapropia casa. Webber amenazó a uno con unpistolón, pero el arma no disparó. Aun así,nuestros mozos se las apañaron para salvarlo yllevarlo arriba. Por aquí, señor, si es usted tanamable.

* * *Cuando Stephen regresó al salón, dijo en

respuesta a la interrogativa mirada de Jack:–Algunos rasguños y una contusión en el

hombro, pero me alegra decir que no tiene nadaroto. Sin embargo, para un hombre de tanavanzada edad, la perturbación emocional,

Page 52: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

espiritual, constituye casi el equivalente a unafractura en el caso de un joven. Supera losochenta años, eso seguro (lo nombraron para laRoyal Society mucho antes de que tú o yolleváramos calzones) y los ancianos, cuando nose ensimisman…

Killick se movía inquieto en el umbral, pero alcomprobar que el doctor no parecía dispuesto acallar optó por interrumpirle:

–La señora Webber se pregunta si al viejocaballero le apetecería tomar unas gachas, o unponche caliente -dijo lenta y difusamente, hastacomprender que su forma de hablar no erapropia del despensero de un capitán de navío,momento en que no fue su voz lo único queenderezó; después, en cuanto hubo recibido yentendido la respuesta de Stephen, añadió-: Ental caso, diré a Grimble que vaya al Crown y seencargue de que sirvan la cena de ustedes paradentro de media hora. Yo iré a prepararles loscamisones limpios.

Los marineros de la Surprise, a duras penashabitable su barco, se habían dispersado portoda la ciudad, la mayoría de los oficiales se

Page 53: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

alojaban en la fonda Crown, los segundos delpiloto y los oficiales de cargo superiores en laBlue Boar, mientras que la mayor parte de ladotación de la fragata se alojaba en unoscuarteles que habían caído en desuso,alojamiento pagado con el comercio que hacíancon los pertrechos robados de su propiaembarcación: «Nada por nada, y muy poco porcuatro peniques», era la frase acuñada por laJunta de Víveres. La entrada a dichos cuartelesera vigilada con cierto boato, lo cual no sucedíacon la lavandería y fregaderos, que daban a unasucia callejuela.

No obstante, el Crown, por ser lugar civilizadodonde a menudo se había alojado Jack cuandoandaba bien de dinero, lugar que proporcionabatanto a Stephen como a él una sala de estar y undormitorio por cabeza, no era tan diferente de unbarco como pueda pensarse, de modo queresultó de lo más natural que el capitán Aubreyinvitara a dos de sus oficiales a desayunar conél: a Harding, primer teniente, y a Whewell, tercerteniente. Desde las dos de la madrugada, laciudad había quedado sumida en un silencio

Page 54: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sobrenatural, y así seguía. Todos los marineroshabían dormido vencidos por el cansancio de undía agotador, y en aquel momento desayunabanhaciendo gala de un apetito excelente.

–Discúlpeme de nuevo si le pido que mealcance las salchichas, señor Whewell -dijo Jack,que añadió al coger el plato-: Buenos días, señorSomers. Si gusta.

–Buenos días, señor -dijo azorado el joven-.Lamento tener que molestarles, lamento muchotraerle tan miserables noticias, pero me temoque la mayoría de los hombres ha desertado. –Al apagarse las luces se había asegurado deque todos estaban en sus coyes, exceptuandoquienes tenían permiso en tierra. Había habladocon los segundos del contramaestre y los demáscabos responsables, y había dado las órdenespertinentes al sargento al mando de los soldadosque custodiaban la puerta exterior. Aúnquedaban dos decenas de veteranos marinerosde la Surprise en los cuarteles; estos no hacíanmás que quejarse de la comida del puerto, peronada sabían de los planes de fuga de suscompañeros. Nada en absoluto.

Page 55: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Probablemente hayan cruzado la fronteracon España -dijo Jack-. La mayoría de ellos se laha jugado para lograr pasaje a Inglaterra.Siéntese, señor Somers, y tome al menos unataza de café y una tostada. Enviaré un mensaje alConvento, cuyas gentes seguro tienen noticiasde los desertores. Señor Harding, tenga usted laamabilidad de preparar para el mediodía unpase de revista. Ahora, si me disculpan, debo ira presentar mis respetos al almirante.

El almirante en cuestión no era Barmouth, conquien no congeniaba; tampoco es que Barmouthfuera, en asuntos de este cariz, llenos deambiguas y extrañas responsabilidades, unafuente de sabiduría. No, Barmouth, no, sería lordKeith, viejo amigo de Jack y persona dotada deuna experiencia enorme en la Armada y en susaspectos administrativos.

Llamó por tanto a la puerta de Keith, y unsirviente inquieto y cabizbajo (a quien tambiénconocía desde hacía tiempo) le condujo a lasalita del desayuno, donde encontró a Queeniesentada. Hundía ésta de forma mecánica lacuchara en un bol de gachas.

Page 56: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Oh, Jack -exclamó-, qué malas noticiashemos recibido de Tullyallan…

Tullyallan era una extensa propiedadescocesa que pertenecía al almirante, unapropiedad que apreciaba en grado sumo, y porlo visto el encargado de gestionarla, un hombredotado de amplios poderes y responsabilidades,había aprovechado la ocasión y se había fugadocon una considerable suma de dinero, dejandoTullyallan a merced de las deudas.

–Jamás había visto a Keith tan afectado -dijoQueenie-. Es como si hubiera enfermado depronto… Ahí está, sentado, escribiendo cartastan rápido como se lo permite el pulso y la pluma,para romperlas después en mil pedazos. Le dirémás tarde que has venido, querido Jack, no tepreocupes.

* * *Acalorado y cansado tras tan decepcionante

caminata bajo un sol abrasador muy cercano alcénit, vestido con el uniforme de paño fino quemás que una protección parecía una cárcel,volvió Jack sumido en la misma ignoranciarespecto a sus poderes y a su situación legal. El

Page 57: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

capitán Aubrey encontró a Stephen y al doctorJacob sentados en la terraza del Crown, fumandode una pequeña pipa de agua. Tanto Stephencomo Jack estaban acostumbrados a las súbitasapariciones y desapariciones de Jacob. Jack lasatribuía al hecho de que se trataba de unnaturalista y de un hombre de medicina, pues enuna ocasión había sorprendido a Jacobobservando un esqueje de beleño, cuyascualidades le explicó con el mismo vigor yentusiasmo que a menudo había apreciado enStephen. En definitiva, Jacob era un naturalistaque iba y venía a su antojo.

–Cuánto me alegro de verle, doctor Jacob.Confío en que se habrá recuperado usted.

–Totalmente, gracias. Fue una heridita denada.

–Me alegra oír eso -dijo al sentarse en laescalera sin disimular el cansancio que sentía-.Supongo que el doctor Maturin le habrá puesto alcorriente de nuestras desdichas.

–Sí, señor. Y yo le he dicho a dónde han ido.–Habrán cruzado la frontera, supongo.–No exactamente, señor. Han cruzado toda la

Page 58: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Roca hasta Bahía Catalán, allí los pescadores losembarcaron en tres botes y los llevaron a la costaespañola cerca de San Roque, dondedesembarcaron. Les ha costado dos onzas ymedia de plata por cabeza.

–Dígame, se lo ruego, ¿cómo lo hadescubierto?

–Pues preguntando a los pescadores, señor.–Señor -dijo Harding-, disculpe que les

interrumpa, pero la revista que ordenó ustedempezará a mediodía, si le acomoda.

–Y me acomoda. Que así sea, señor Harding.Si pasa usted por la barra, pida si es tan amableuna jarra de sangría helada con al menos cuatrovasos.

* * *El pase de revista no fue precisamente una

fiesta. Al inevitable primer apellido respondió undenso e incómodo silencio, antes de que seanotara una «D» mayúscula junto al nombre deAnderson; primera letra de la palabra «desertor»,para uno de los pocos desertores que Jack habíatenido desde que ostentaba el mando. No habíapedido las cifras exactas; a juzgar por el tono de

Page 59: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

voz de sus oficiales, esperaba que fuera muchopeor. La mayoría de los veteranos marineros dela Surprise seguían allí, de toda la tripulación losmás valiosos, y a cada uno de ellos los saludópor su nombre. «Bueno, Joe, ¿y cómo te va?»,«Vaya, Davies, me alegro de verte, pero serámejor que vayas a que te examine la cabeza eldoctor.» Respondieron estos de buena gana, contal simpatía que sus voces lograron ahogar lossilencios de más de un buen marinero, por nomencionar a los del combés y a los miembros dela guardia de popa.

Este extraño y animado pase de revista tuvolugar a bordo de un barco fondeado, cuyasamuras se encontraban situadas en una posiciónimposible para permitir a los carpinteros (a unoshipotéticos carpinteros) reparar algunas de lascabezas de tablón. Las agradables palabras deHarding dieron por concluida la ceremonia:

–Señor, el señor Daniel me dice que laRingle acaba de izar su número deidentificación.

–Me alegra oír eso -admitió Jack-. Sin dudael señor Reade trae un mensaje para lord Keith.

Page 60: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Por favor, infórmele de que en cuanto lo hayaentregado me gustaría mucho que comieraconmigo a bordo. Entretanto, vayamos conAstillas a echar un vistazo a la destrozada proa.

Y ahí estaban, de pie, o, más bien, encuclillas, en la zona de la proa y en un lugar queantes bien podía haberse considerado bajocubierta. A esas alturas se habían acostumbradoa la oscuridad. Con la escasa luz que despedíala linterna observaron busardas y bulárcamas, loshorribles destrozos sufridos por busardas ybulárcamas, antes de lanzar un suspiro.

–Escuche, Astillas -dijo Jack al carpintero-.Creo que sabe usted perfectamente que en elastillero no moverán un dedo durante mucho,mucho tiempo. ¿Tiene usted algún amigocarpintero en el negocio, que disponga de lamadera y la destreza necesaria para permitirnoshacernos a la mar con destino a Funchal, a daSouza?

–Verá, señor -respondió el carpintero-.Conozco una modesta empresa particular,situada bajo Bahía Rosia. El otro día naveguéacompañado por el gavillero, que me mostró la

Page 61: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

estupenda madera que tienen allí. Sin embargo,no se entregan a cualquier tarea, y son muycaros. Y para trabajar aquí, en los astilleros delrey, tendrían que venir de forma subrepticia, ysatisfacer más de un bolsillo.

–¿Podría usted hacer una estimación de loscostes?

–Me temo que no bajaría de diez guineasdiarias, madera aparte.

–De acuerdo, Astillas, prepárelo todo, porfavor -pidió Jack-, y prometa a sus amigos unestupendo regalo si logran que podamoshacernos a la mar antes de la luna nueva.

Stephen y él abandonaron el barco yrecorrieron el muelle, observando al este lagenerosa blancura del velamen de la Ringle, queorzaba al viento y hacía buen avante. Puesto quese encontraban a solas, Jack dijo:

–Creo haber tomado una decisión. Es muyprobable que los amigos de Astillas logrenarreglar la embarcación lo suficiente como paraque arribemos a Madeira, a un buen astillero, yde ahí a Inglaterra.

–¿A Inglaterra, hermano?

Page 62: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Sí. En primer lugar al astillero de Seppings,al mejor astillero del reino, donde prácticamentepodrán reconstruirla. En segundo lugar, parareunir a la dotación adecuada, una dotacióncompuesta por auténticos marineros. Nuestratravesía suramericana exigiría de una dotacióncompetente aunque no tuviéramos que bregarcon el asunto chileno. La exploración, ellevantamiento de los planos de esas costas (yaconoces el tiempo y las corrientes del Cabo deHornos) requieren de auténticos marineros abordo del buque que se entregue a tal cometido.

–Qué pena que hayan desertado esosmiserables.

–Sí, una pena. Una vez doblado Cabo deHornos, tanto el contramaestre y sus ayudantes,por no decir nada de mis oficiales y yo mismo,hubiéramos logrado convertir a esos torpeshalacabuyas en algo parecido a marineros deverdad. Sin embargo, no creas que los culpo. Noteníamos mucho que ofrecerles, excepto muchotrabajo, escaseces y un duro lecho, sinposibilidad de botín y sin permisos. Es ciertoque, en cuanto no encuentren trabajo en los

Page 63: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

mercantes (cosa que sucederá en uno o dosmeses), y en cuanto se hayan gastado el dinero(lo cual sucederá mucho, mucho antes) todosellos desearán contar con un coy en la Surprise.En lo que a nosotros concierne, estoy convencidode que conseguiremos suficientes marineros deprimera, despedidos de los barcos del rey trasdeclararse la paz, como para formar una buenatripulación, una dotación combativa. En estemomento podemos gobernar la fragata conquienes se han quedado, aunque no seamossuficientes para entablar combate. No te veo muyfeliz, amigo mío.

–Son los chilenos quienes me preocupan.Todo esto… Las reparaciones, la demora enMadeira, todo esto nos ha costado muchotiempo. Los chilenos sienten un gran fervorrevolucionario, y ansían obtener resultadosinmediatos o casi inmediatos. Me pregunto sinos esperarán.

–No tienen elección. No sucede cada día queel Gobierno pertreche un barco de guerra paracartografiar sus aguas, por no mencionar todo lodemás que se ha decidido hacer en su favor.

Page 64: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–En fin, espero que tengas razón, amigo mío.No olvides que no son ingleses.

–Cierto, y eso, pobres desdichados, juega sinduda en su contra. Pero, a juzgar por lo que heoído, llevan algunos años empeñados en obtenerla independencia. Lejos están de parecermecaprichosos o excesivamente entusiastas.Cuando lleguemos a Londres, o a donde quieraque sea, ¿me permitirás hablar con loscabecillas de la misión, con tal de exponer elcaso con las sencillas palabras de un marino? Esimposible que no logre convencerlos.

CAPÍTULO 2Hubiera resultado difícil para cualquier

persona, sino imposible, mantener una relaciónamorosa en una comunidad tan cerrada ypequeña como Gibraltar. Sin embargo, estaba alalcance de todo aquel a quien no importaramezclar la frivolidad con el amor, de hecho sehacía a una escala bastante sorprendente.Cuando lord Barmouth, cuya amante, mujer decarácter muy violento que odiaba a Isobel,informó al almirante de que su esposa y JackAubrey se citaban a diario en un henal, o en la

Page 65: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

casa de un amigo común, no le sorprendiómucho. Cierto que no se lo creyó del todo, dadoque el afecto y la familiaridad en el trato no sonfactores que puedan sorprender si se dan entrequienes han crecido juntos. Sin embargo, no legustaba que se dijera por ahí, puesto que, encuanto a los cuernos concernía, el almiranteprefería ponerlos a lucirlos, aunque eso últimosólo fuera en apariencia. Nadie había puesto enentredicho su valor en combate, pero el conflictodomestico constituía un campo de batalla al queno estaba acostumbrado. No sólo su propiaconducta era inexcusable, sino que, además,Isobel, enfadada, tenía una sobrada capacidadpara el verbo que él temía; era también una mujervaliente, y en cuanto su temperamento alcanzabacierta cota no había forma de hacerla cambiar deopinión y se mostraba imperturbable, como unode esos perros terrier que antes se dejan matarque soltar la presa. El almirante, a su modo, sesentía muy unido a ella, y deseaba sercorrespondido.

Por tanto reflexionó sobre la cuestión. Entreotras cosas que cruzaron por su mente, estaba el

Page 66: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

hecho de que Aubrey era uno de los pocosprotegidos de Keith. Éste, aun apesadumbradopor los problemas que sufría en ese momento,disfrutaba de una considerable influencia y podíamuy bien recurrir a los altos cargos. Después decaminar arriba y abajo, envió al astillero a doshombres discretos. Confirmaron su impresión deque casi todos los marineros de la Surprisepresentes participaban de forma activa en laslabores de calafateado, pintado y enjarciado delas embarcaciones auxiliares; y de que la fragataen sí seguía sin estar en condiciones, a pesar dela dedicación de su capitán, del carpintero, y desus ayudantes y auxiliares.

Se puso una raída capa sobre el uniforme, yse dirigió al astillero, pasando junto a todos losbarcos que aguardaban reparaciones, hastasaltar del muelle a la cubierta de la Surprise. Másde uno siguió boquiabierto los pasos quedirigieron rápidamente al almirante a proa y bajocubierta, hasta llegar al estruendoso y atestadolugar donde la fragata había sufrido los dañosmás graves.

–¡Capitán Aubrey! – llamó a voz en grito,

Page 67: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

decidido a imponerse al estruendo de los mazos;y en el aterrador silencio que siguió añadió-:¿Cómo les va?

–Muy bien, señor. Gracias. Algunos de losantiguos compañeros de rancho de micarpintero, y también unos amigos, nos estánechando una mano. Si me permite hacerme conesta linterna, milord, le ruego que mire estasbusardas. Creo que coincidirá conmigo en queesos hombres están haciendo un gran trabajo.

–Un gran trabajo, sí señor -admitió lordBarmouth, que apreciaba la obra con los ojosentrecerrados y mirada experta-. Un gran, grantrabajo como sólo se ve uno entre cien. Lesdejaremos trabajar, mientras damos un paseopor el muelle.

En el muelle, el desierto muelle, Barmouthhabló sin tapujos.

–Me alegra ver que progresan lasreparaciones, primo Jack. Existe cierta inquietuden Whitehall respecto al destino de su viaje, ycreo que debería mostrarme más flexible encuanto a la preferencia de las reparaciones, yadelantar el turno de la Surprise más de lo que

Page 68: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tenía previsto en un principio. En cuantoconsidere usted seguro largar amarras,envergaremos el palo trinquete y la obencadura,y le pondremos en rumbo cargado de pertrechos,sin olvidar munición, pólvora y bala, todo ello enabundancia. – Es usted muy amable, milord -dijoJack con la cabeza gacha y un tremendoesfuerzo por apartar el menor atisbo desuspicacia en su tono de voz y expresión, cosaque logró con cierto éxito-. Ansío hacerme a lamar.

* * *–Ansío hacerme a la mar, le dije, Stephen.

Pero te aseguro una cosa: no sabes cuánto mecostó pronunciar esas palabras. Estabaconfundido, mudo, sorprendido por el extraño yrepentino cambio operado en sus planes. Sinembargo, de pronto, se me ocurrió pensar quequizás podía ser cosa tuya, que podías haberrecurrido a esos… ¿Cómo llamarlos?¿Contactos?

–De ninguna manera, querido -dijo Stephen,observándole con sincero afecto, y, en su fuerointerno, pensó: «¿Acaso no se te ha ocurrido

Page 69: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pensar que las libertades que te has tomado conla esposa del caballero, esos paseos alatardecer, el baño que os disteis a la luz de laluna, por muy inocentes que sean, no han pasadodesapercibidos para los lujuriosos habitantes deesta población que disfruta de la paz? ¿Que lasbuenas nuevas no habrán pasado de boca enboca?» Ya en voz alta, dijo-: Aunque deboconfesar que ahora que el halcón peregrino haroto la cascara, también yo ansío echar a volar.¿Pondremos rumbo directo a Sierra Leona?

–Oh, por Dios, no, Stephen. Estasreparaciones no nos alcanzarán más que paraarribar al astillero de Madeira, un astilleroprofesional donde recibiremos toda la atencióndel mundo, y cuyas reparaciones permitirán a lafragata afrontar las latitudes del sur y los grandeshielos. No habrás olvidado lo cerca queestuvimos de irnos al fondo al sur del Cabo deHornos, lo cerca que estuvimos de embarrancar,nosotros y ese condenado barconorteamericano. Vamos a Madeira a someternosa concienzudas reparaciones, y quizás allípodremos hacernos con una dotación como Dios

Page 70: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

manda. En este momento, apenas podemosgobernar el barco, y, para gobernarlo en los másduros parajes del lejano Atlántico sur,necesitarnos de otros cuarenta marineros deprimera. No creo que tengamos problemas paraencontrarlos en Funchal.

–Vaya -dijo Stephen.–Temo haberte decepcionado.–A decir verdad, esperaba que pudiéramos

puntear la costa de Guinea, rumbo a SierraLeona, en cuanto restañaran esas temibles vías yremplazaran el trinquete. Vamos, que imaginabaque bordearíamos directamente.

–Querido Stephen, ya te hablé de lonecesaria que era esta escala; en más de unaocasión te he advertido de que nada,absolutamente nada en la Armada, se hacedirectamente. – Hizo una pausa-. Dime, porfavor, ¿dónde has aprendido la expresión«puntear»?

–¿Acaso no se trata de una expresiónnáutica?

–Estoy seguro de que así es, sólo que norecuerdo haberla oído nunca.

Page 71: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Creo que significa el avance hecho enzigzag, con viento no de popa, ni siquiera detravés, sino de proa o casi de proa, de tal modoque el barco avanza punteando a su objetivo.Aunque seguro que me equivoco, sin duda heempleado la expresión equivocada.

–No, no. Te entiendo perfectamente; es unaexcelente expresión. Por favor, no te desanimes,Stephen.

–De ninguna manera, querido amigo.Sin embargo, al regresar a su habitación,

donde le aguardaba la carta que debía terminar,escribió:

Ésta es la tercera vez que hago un añadidotanto a esta larga carta, desde el momento enque le agradecí el extraordinario detalle que tuvoal enviar el esqueleto de mi querido poto(esqueleto magníficamente preparado) a la RoyalSociety, como a las demás misivas, en las quecelebraba la decisión que había tomado usted depermanecer en Sierra Leona hasta que estuvieramás cerca de completar el estudio de las avesde Benin o, al menos, de esa zona estudiada pornuestro ilustre predecesor. Espero de veras que

Page 72: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

las reciba, pues las he dirigido al actualgobernador. Sin embargo, en lo que a éstaconcierne, lamento tener que informarle de queaún tardaremos algo más en llegar a puerto.Quizás no haya prestado la atención necesaria alas explicaciones del capitán Aubrey (a menudosucede que cuando habla en jerga náutica,tiendo a pensar en otra cosa, por lo cual noretengo los detalles importantes), pero, si bienestaba convencido, o me había convencido a mímismo, de que al abandonar este puertopondríamos rumbo a Freetown, y que allí tendríael placer de verla a usted y de escuchar su relatodel azor lagartijero somalí recién salido delhuevo, ahora descubro que andaba errado. Todoeste laborioso martilleo, barullo, incluso ladevastación, constituyen un simple preliminar dealgo aún peor que tendrá lugar en Funchal, adonde el capitán Aubrey asegura que debemos ircon tal de poner el barco en condiciones para unviaje de naturaleza hidrográfica queemprenderemos al sur, además de recoger a unpar de veintenas de marineros que puedandomar el barco en las inclemencias australes.

Page 73: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Y de este modo, querida señora, concluyoeste insatisfactorio y breve mensaje, escrito conla esperanza de ampliar la información dentro deuna o dos semanas. Entretanto, me tomo lalibertad de enviarle este cangrejo hermafrodita,cuyas singularidades seguro que un ojo expertocomo el de usted podrán apreciar. Aldespedirme, le ruego que acepte el másrespetuoso de los saludos, de parte de suhumilde servidor,

S. MATURINAunque S. Maturin tenía una bolsa de loneta a

mano, preparada para la ocasión (lacorrespondencia marítima no podía confiarse alpapel, menos aún la dirigida al Golfo de Benin),no dobló las páginas directamente, sino que lasleyó con atención para comprobar que nohubiera expresiones demasiado familiares, apesar del hecho de que las primeras páginaseran segundas e incluso terceras versiones,copiadas y vueltas a copiar de páginas yacorregidas.

–Pero bueno, señor -protestó Killick-, ¿aún noha terminado? Dice Tom Wilden que el

Page 74: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

mercantón ha izado la bandera azul. No tardaráni una hora en hacerse a la mar, y no crea quetendrá otra oportunidad como ésta en un mes oseis semanas.

–Oh, Dios mío, Dios mío -murmuró Stephenmientras leía rápido, más y más rápido; teníamiedo de decir algo inapropiado, de darmuestras desautorizadas de afecto, lo cual seríaimpropio de un hombre de su condición. Sinembargo, antes de arriesgarse a perder laoportunidad de enviarlas, las guardó todas en labolsa de loneta. Lo hizo deprisa y sin haberlasreleído como pretendía. Después, lacró la bolsa yprocedió a rodearla de un cordel.

El disimulo no era algo precisamente ajenopara Maturin, pues a ese factor debía suexistencia. No obstante, lejos estaba de sentirsefamiliarizado con la continua suppressio veri.Christine Wood había permanecido en sumemoria, en su mente, en sus recuerdos, desdesu primer encuentro en Sierra Leona, y no tantopor su increíble atractivo (era delgada, depiernas largas, casi andrógina), sino por sumodestia, la claridad de ideas, y el excepcional

Page 75: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

conocimiento de que hacía gala, un conocimientoque abarcaba diversas áreas que a él lecomplacían.

Stephen era una persona discreta; sinembargo, a pesar de que su discreción parecíamás bien frialdad, poseía fuertes, incluso muyfuertes impulsos masculinos, y el recuerdo deChristine nadando desnuda e inocente en unarroyo africano de aguas cristalinas para atraparun cuervillo malherido… El modo en que nadabadesnuda bajo la mirada indiferente de la doncellanegra, igualmente desnuda, había vuelto amenudo a su atormentada mente, impidiéndole aveces conciliar el sueño. Y más que su desnudezgriega o africana, su piel desnuda después denadar, piel carente de misterios para unanatomista, Stephen recordaba la leve peroperceptible presión de su mano cuandofinalmente se despidieron años atrás, y eso eralo que le reconcomía en ese momento en el lechode la fonda Crown, cuando no ensayaba pasajesde aquella interminable carta, cuya escriturapodía incluir más de un desliz. Justo antes de irsea dormir, la misma parte de la conciencia

Page 76: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

encargada de leer y releer párrafo a párrafo lacorrespondencia llamó su atención parapreguntarle qué cualidad tenían en común todasaquellas mujeres por las cuales, siendo adulto,había sentido un intenso cariño. «¿Un intenso yamoroso cariño?» «Por supuesto, zoquete.»

«En todos los casos -dijo tras meditarlo-,todas ellas se han comportado bien. Todas ellas,sin pecar de afectación alguna, han dado pasosde gigante para una mujer, han caminado paso apaso en la misma línea que su compañero, conuna elegancia no exenta de una totalnaturalidad.»

Todo este cúmulo de recuerdos habíasupuesto una labor de lo más agotadora, y lacontemplación de sus apresuradas y sólo enparte repasadas cartas, cuya redacción casiseguro resultaba voluble, cartas que en aquelmomento se deslizaban por la mar con vientofavorable, había exprimido su agotado espíritu detal modo que por primera vez en mucho tiemporecurrió a su viejo y controvertido amigo elláudano, la tintura de opio, y se sumió en unsueño, culpable durante las primeras brazas y,

Page 77: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

después, puro como el bálsamo.–Oh, vamos, señor -dijo el pequeño Wells,

cuya voz de adolescente pareció encumbrarsepor la indignación-. Se lo perderá usted todo, ahíroncando…

Stephen pestañeó ante el brillante solmientras el muchacho le animaba a ponerse enpie, a acercarse a la ventana que estaba situadaa la izquierda de todo, desde la cual se divisababuena parte del astillero.

–Ahí, señor, ¿lo ve?Sí, pues claro que lo veía: La Surprise seguía

meciéndose tras caer de popa con fuerza, perocada vez estaba más adrizada, a excepción delfeo agujero del cual la machina de arbolar habíaarrancado el trinquete. Wells rememoró losucedido, con toda suerte de detalles.

–Y si se inclina usted un poco hacia aquí,señor, podrá ver recular a la machina flotante,igual que los cangrejos, hacia su… Uy, quérápido marcha… Vaya.

Y por la calma superficie del agua, en ladistancia, llegó con claridad el vozarrón deHarding:

Page 78: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–¡Silencio ahí. Silencio de proa a popa! – Vozde mando dicha con apremio, que, gracias alhábito establecido, impuso un instantáneo yconsiderable silencio, en el cual pudo oír lospasos de Jack.

–Justo a tiempo -exclamó-. Ahí, Stephen, ¿loves? La machina eleva el palo macho, lodesplaza; lo hacen firme, lo bajan, con brío, conalma ahora. Harding, dé la voz, ¡arbolado! – Elresto de las operaciones siguió el curso habitual:obencadura, estayes, cofa y, después, el propiomastelero-. Ahí -señaló Jack-. Qué magníficaprecisión. Estoy seguro de que hubieraslamentado perderte un sólo instante.

–Por supuesto, por supuesto -dijo Stephen.–Y seguro que el señor Wells te habrá

explicado lo poco que ignorabas del proceso.–Con perfecta claridad. Sus explicaciones

han resultado muy satisfactorias.–Muy bien, excelente. En fin, en marcha,

señor Wells, y dígale al señor Harding que eldoctor lo ha presenciado todo, y que le hasatisfecho muchísimo. Te diré de qué se trata,Stephen -continuó cuando los pasos del

Page 79: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

muchacho se perdieron escaleras abajo, como side un centenar de ladrillos se tratara-: Elalmirante ha cambiado de rumbo para misorpresa. Ciento ochenta grados, ni más nimenos. En este momento, nos empuja fuera depuerto como si tuviéramos la plaga. Como looyes: En este preciso instante, trabajan a destajoen el almacén de municiones y, sin duda, encuanto se enfríen los fogones, se nos amadrinaráel buque de la pólvora. Ha pretextado ciertainquietud en Inglaterra por nuestra demora enllegar a Chile.

–Confío en que no te regañara. Después detodo, no puede decirse que hayamosdesperdiciado el tiempo en nimiedades nijuergas.

–No. No creo que fuera más allá de laimpaciencia oficial de turno. A menudo se da porsupuesto que los barcos de su majestad soncapaces de encontrarse en dos lugares a la vez,por mucha que sea la diferencia de longitud.Mira, ahí parte un alijador lleno de bala rasa.¡Qué alegría!

A lo largo del día siguieron llegando los

Page 80: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pertrechos y las municiones, de modo que laescasa dotación acabó, si no agotada, sí almenos sobria como una roca. La camareta deguardiamarinas se vio reforzada por tres jóvenescaballeros: Glover, Shepherd y Store, dos deellos hijos de antiguos compañeros de rancho deJack, y el tercero impuesto por lord Barmouth. Apesar de sus excelentes ropas nuevas, el señorHarding les pidió al instante que «echaran unamano ahí, que arrimaran el hombro. ¡Y con alma!,¿me ha oído usted?»

Pocos minutos después, cuandoprácticamente el sol acariciaba África, echaron almar la falúa de Jack. Contaba la embarcacióncon un nuevo timonel llamado Latham, excelentemarinero que, no obstante, jamás llegaría asustituir a Bonden, ni en el afecto del capitán, nien el de los compañeros, ni, de hecho, en el suyopropio.

–Aunque no sea un buen momento, debopresentar mis respetos a lord Keith -dijo Jack envoz baja.

–Si me permites acompañarte, también tengoun mensaje que entregar en la ciudad -murmuró

Page 81: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Stephen. El mensaje era una críptica notadirigida al doctor Jacob, en la cual rogaba que leenviara cualquier cosa que hubiera podidoaveriguar acerca de la presencia o ausencia dechilenos, y en si una u otra tenían algunaimportancia, además de invitarlo a reunirse conél en Funchal.

La dejó en el discreto y espacioso pecho deuna mujer de la casa, y ya paseaba de vuelta porla orilla cuando oyó que le llamaban por sunombre.

–¡Doctor Maturin! – Al volverse, vio a ladyBarmouth, acompañada por el señor Wright yseguida por una doncella.

–Qué conveniente resulta este encuentro -dijoel señor Wright, una vez realizados los saludosde rigor-. Con su permiso, lady Barmouth, la dejoen manos del doctor Maturin, pues deboapresurarme a ver al inspector. – Dicho esto sealejó de forma literalmente apresurada,perdiendo el pañuelo del bolsillo.

–Dios santo, qué fiera es para su edad -comentó Isobel-. ¡Pepita! – exclamó encastellano-, el caballero ha perdido el pañuelo.

Page 82: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Recógelo y alcánzale, por el amor de Dios.Querido doctor Maturin, cuánto me alegra verle.¿Podría acompañarme a tomar un sorbete en laBomba, ese local de ahí? Me muero de sed.

–También yo me alegro de verla, ladyBarmouth -dijo Stephen, que le ofreció su brazo-,precisamente pensaba en usted.

–Qué galante. ¿En relación a qué asunto, sime permite la curiosidad?

–Me preguntaba si el hecho de que nosconozcamos desde hace poco tiempo meimpediría despedirme, y si dicha despedida seconsideraría un acto de presunción por mi parte.

–Jamás le consideraríamos presuntuoso,querido doctor. Pero, en el nombre del cielo,¿por qué está pensando en abandonarnos?Creía que disfrutaríamos del placer de sucompañía durante más tiempo.

–Ay, por lo visto partiremos al anochecer, si elviento no decepciona las expectativas delcapitán Aubrey. Éste ha ido a despedirse de losKeith, y estoy seguro de que habrá hecho lopropio en el cuartel general.

–Cuando yo no estaba en casa. – Lady

Page 83: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Barmouth reflexionó y dijo-: Lamentaría mucho nopoder despedirme de él. Jack Aubrey y yosomos viejos amigos. Quizás lo vea cuandovuelva. Vamos, Pepita. Querido doctor Maturin,muchísimas gracias por este delicioso sorbete.Por favor, no se levante.

Pero se levantó, aunque sólo fuera un poco alalejarse Isobel, seguida por su doncella, con elgrácil paso que la caracterizaba.

* * *El mismo e idéntico paso que reconoció

aquella noche, cuando finalmente se entabló elviento y la Surprise, mareados velacho y gaviamayor, se deslizó junto al muelle mientras susfanales iluminaron débilmente las encapuchadasfiguras que había en él. Una de ellas se despedíade la embarcación saludándola con la mano,escena tan corriente en el muelle de lasdespedidas que no despertaría la atención deninguno de los ensimismados, dispersos einmóviles pescadores.

* * *A lo largo de los siguientes días pudieron

disfrutar de una excelente navegación gracias al

Page 84: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

disfrutar de una excelente navegación gracias alviento cálido y moderado, cuya única falla eraque variaba del oesnoroeste al nornoroeste, demodo que a veces navegaban de bolina y otras aun descuartelar, siempre, eso sí, con unespléndido surtido de lona a proa. Dulcenavegación de no haber tenido tanta prisa. Noobstante, el trabajo más o menos clandestinoefectuado en la proa de la fragata no le habíadevuelto las cualidades bolineadoras que lacaracterizaban (reseñables hasta aquelcondenado abordaje), y una y otra vez sucedíaque la Ringle, embarcación que en cualquiercaso contaba con aparejo de goleta, tenía queaventar escotas o, incluso, cargar una vela parano andar más que la fragata con la que navegabaen conserva; maniobras discretas, pero que nopasaban desapercibidas. A los marineros de laSurprise no les hacían ninguna gracia. Pese atodos estos inconvenientes y la lentitud, fue unperíodo feliz, una especie de regreso al hogar yrecuperación de lo que incluso para Maturin erauna vida buena y natural, dotada de unainmutable regularidad que no se veía afectadapor el tiempo, el constante aunque no muy

Page 85: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

apetecible alimento, y la relación con hombresque, si bien no constituían una compañía brillante,eran todos ellos buenos marinos profesionales,personas mucho más agradables que los queuno podía encontrar en un grupo de igual tamañoformado al azar.

A pesar de todas las desventajas de vivir enun lugar pequeño, de la falta de intimidad, y de ladesesperante ausencia de correo, por nomencionar los libros, periódicos y publicaciones,aquélla constituyó una vuelta al orden, alincuestionable orden tan ausente de la vida,sobre todo de la vida en tierra. En muy pocotiempo hubieran podido regresar al ordenmonástico propio del mar, monástico de no serpor la alarmante insistencia de la sífilis y sustristes variedades que mantenían tan ocupado aStephen, y, en cierto modo, también a Poll, suasistenta.

Qué rápido volvió a imponerse el viejo modode vida, regido por las campanadas y los pitidosdel contramaestre, el lampaceo de las cubiertas,las guardias, las luces de la costa, las voces delos centinelas y todo lo demás. Este «todo lo

Page 86: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

demás» incluía un apetito excelente, sobre todoentre los jóvenes, quienes, invitados a la mesadel desayuno del capitán (lo cual sucedía amenudo cuando estos desempeñaban laresponsabilidad de la guardia de alba), engullíancuatro huevos sin pestañear, para despuésapurar los restos del plato de bacón. Buenapetito, junto al ansia de un cambio de dieta y,sobre todo entre los marineros más veteranos, eltemor a quedarse sin pertrechos, de tal modoque cuando apenas se habían hundido lascolinas situadas tras Rabat, vitorearon al vigíacuando éste saludó al alcázar con la noticia deque había avistado unos atuneros que discurríana lo largo de la costa marroquí. Cuando elcapitán ordenó poner rumbo a los pesqueros,incluso los marineros más canosos del castillo deproa se pusieron a hacer cabriolas, locos comocabras de alegría.

Se izó a bordo de la Surprise un espléndidoejemplar que aún forcejeaba. Lo cortaron en elcastillo de proa, y después transportaron encubas los enormes trozos a la cocina; limpiaronla sangre de cubierta y, enseguida, lampacearon

Page 87: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

su superficie con piedra arenisca hasta secarla,todo ello antes de engullir más atún de lonecesario. Pero había mucho, mucho atún, tantoque, tras rolar el viento al norte a la noche del díasiguiente, aún quedó bastante para cenar, y así lohicieron los oficiales, marineros, pajes y laspocas mujeres que se permitían a bordo, comopor ejemplo Poll Skeeping y Maggie Tyler(cuñada del contramaestre). Lo cenaron conauténtico deleite y con la escasa cervezagibraltareña que quedaba a bordo, y fueentonces cuando oyeron la voz del hambrientovigía del tope:

–¡Cubierta, cubierta! Tierra por la amura deestribor. Se ve algo… rojiza -añadió para sí.

–Esa debe de ser nuestra recalada. Quéprecisión -dijo Jack, consultando muy satisfechola hora en su reloj.

Breve satisfacción la suya: al dejar a mediasel ágape – y servir el café en cubierta,encontraron allí a toda la cámara de oficiales y ala mayoría de los integrantes de la camareta deguardiamarinas. Al ver a su capitán, los oficialesse volvieron con mirada culpable a popa, y se

Page 88: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

dirigieron a proa caminando junto al pasamanosde estribor. Sólo Harding, por ser el oficial deguardia, se quedó.

–Tal vez no sea tan malo como parece, señor-dijo.

Lo cierto es que parecía malo, muy malo. Esaespecie de fulgor rojizo se había convertido enuna extensa hoguera que devoraba la parte de lapoblación donde se construían los barcos,incluido el famoso astillero de Coelho.

Un enorme incendio de gigantescasllamaradas que ascendían al cielo, y que inclusose distanciaban entre sí para ascender y crepitaren solitario.

La marea menguante y el viento mantuvierona la fragata frente a la costa hasta las primerasluces del alba; para entonces, cedió el incendio.El viento refrescó un poco en la orilla, y los de laSurprise dispusieron lo necesario, incluidasbombas y mangueras. Sin embargo, loslugareños tenían la situación bajo control, y nohabía nada que los extranjeros pudieran hacerpor ayudar, a excepción de quitarse de en mediohasta que el lugar recuperase la normalidad; eso,

Page 89: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

claro está, si lo lograba. Apenas había un sólohombre a bordo de la Surprise que no hubieravisto alguna vez un astillero o un muelledevorados por las llamas, junto a la madera, lasvelerías y todas las embarcaciones que había enconstrucción. Aquello, no obstante, superaba concreces cualquier otro incendio acaecido durantela última campaña en el Adriático o el Egeo.

Después de un silencioso desayuno quetodos a bordo habían pasado observando lasruinas ennegrecidas y las embarcacionesquemadas hasta la línea de flotación, mientras elhumo negro lo cubría todo, se acercaron al buentenedero donde por lo general solían cruzar unaspalabras con la embarcación del práctico antesde saludar de la forma apropiada al castillo, afuerza de andanadas.

Las banderas ondeaban en lo alto del castillo,y la bandera inglesa aún lo hacía junto a laportuguesa, como Jack pudo apreciar. Sinembargo, los artilleros del castillo,probablemente exhaustos tras las labores deextinción, no pudieron responder al saludo hastatranscurridos cinco minutos. Durante ese tiempo,

Page 90: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

un bote pequeño, sucio y extraoficial partió delmuelle rumbo a la fragata. Un joven muy delgado,vestido con lo que a duras penas podíaconsiderarse un uniforme de Marina, subió por elcostado y, descubriéndose ante el capitánAubrey, dijo con voz agitada yextraordinariamente nerviosa:

–Wantage, señor, regreso a bordo, con supermiso.

–Señor Wantage -dijo Jack, mirándolefijamente a los ojos, que en parte le parecieronlos mismos, y, en parte también, diferentes-.Junto a su nombre figura anotada una «D». – Eljoven segundo del piloto no había respondido alas señales de la Surprise cuando abandonóMadeira tiempo atrás, de modo que habíanpartido de Funchal sin él a bordo. Se decía entresus compañeros que sentía mucho afecto poruna pastorcilla que vivía en las colinas, y suausencia se atribuyó a esta relación.

–Sí, señor, pero no fue culpa mía. Unoshombres me llevaron a las montañas y meencerraron. Cada domingo iban a golpearme, lohacían por turnos, hasta que un monje aseguró

Page 91: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que eso no estaba bien. Fueron muy cruelesconmigo, señor. Me la cortaron.

Lo cierto es que se le veía muy desmejorado,y también muy, muy incómodo. La mayoría de losmarineros que viajaban a bordo tenían ciertoconocimiento del lugar, y algunos sabían de lasprácticas de los pastores, de modo que eranperfectamente conscientes de a qué se refería.

–Avisen al señor Daniel -ordenó Jack, queañadió al cabo de unos instantes-: Señor Daniel,aquí tiene a un colega de usted, de nombreAlgernon Wantage, segundo del piloto, retenidoen las montañas cuando se requirió al barco enGibraltar; Wantage acaba de regresar a bordo.Llévelo bajo cubierta, preséntele a los nuevosmiembros de la cámara de oficiales, hagahincapié en su antigüedad, y procure que sesienta tan cómodo como se lo permita el pocoespacio de que disponemos.

–A la orden, señor -dijo uno.–Gracias, señor -dijo el otro.–Y ahora que lo pienso, señor Wantage -dijo

cuando ambos oficiales se hubieron alejado unospasos-, creo que estibamos su baúl y demás

Page 92: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pertenencias. Jason, procure que alguno de loscabos se encargue de buscarlo todo. SeñorHarding, en cuanto presente mis respetos a suexcelencia, creo que deberíamos conversar conel capitán del puerto. Doctor, ¿tendrías laamabilidad de servirnos de intérprete, como hashecho ya en anteriores ocasiones?

Stephen inclinó la cabeza; sin embargo,cuando se hubieron vestido para la ocasión, dijo:

–¿Seguro que quieres que te sirva deintérprete? Ya te he dicho que no habloportugués, y aún lo entiendo menos cuando losdemás lo hacen. No hay quien entienda elportugués hablado, a menos que uno hayanacido aquí o le hayan educado paracomprender esa extraña, confusa y obscura parlamascullada desde la más tierna infancia, desdeantes de perder los primeros dientes. Cualquieracon un poco de latín, incluso un español o uncatalán, podría leerlo sin serias dificultades, perocomprender las expresiones coloquiales, laversión rápida, bisbiseada…

No obstante, el capitán del puerto dominabala lengua franca hablada en buena parte del

Page 93: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Mediterráneo e incluso más allá, al igual que elcatalán antiguo, vigente en la parte de Cerdeñadonde había nacido su madre, de modo quepoco tardó en acabar con todas las esperanzasque albergaba Jack Aubrey. Habló con granlocuacidad, ora en una lengua, ora en otra, ycada nueva versión arrojaba una luz menoshalagüeña sobre la anterior. Se dirigió todo elrato a Stephen, pero al mismo tiempo observó aJack con una preocupación y un asombrosinceros.

–¿Acaso no ha visto el capitán que el astillerode Coelho, orgullo de Funchal, de Madeira, delmundo occidental, ha quedado completamentedestruido? ¿Ignora que no hay otro astillero entoda la isla que pueda compararse? ¿Que nisiquiera el de Canteiro podría acomodar unaembarcación por encima de las ciento veintetoneladas? – El capitán del puerto sacudióentristecido la cabeza. Pidió que sirvieran vinode Madeira del famoso año de 1775, y despuésde que todos apuraran un par de copas, preguntócon voz suave al doctor Maturin, aunque sinapartar la mirada de Jack, que dónde había

Page 94: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

estado el caballero en su juventud, así comodurante los años transcurridos desde entonces,para ignorar que en esa época del año no habíaforma de enrolar a un sólo marinero en Madeiraque conservara las dos manos y las dos piernas.Las flotas con destino a ambas Indias, lasoccidentales y las orientales, se habíanadelantado un poco a la fecha habitual por culpade Nostradamus. Todo aquel que no se habíaenrolado en sus barcos hacía la pesca delbacalao en los Bancos, o en los atuneros quecosteaban África. Incluso los pocos lisiados quequedaban no podían sentirse atraídos por unatravesía de naturaleza hidrográfica al Cabo deHornos y a sus terribles pasajes, sin ningunaoportunidad de obtener dinero de algún botín.

Ahí Stephen hizo lo posible, con discreción,para dar a entender que, en según quécircunstancias, no estaba totalmente descartadala posibilidad de capturar otros barcos.

–Después de todo, siempre ha habidopiratas más allá del Estrecho de Magallanes (o,al menos, a menudo ha sucedido así), piratasque constituyen una presa de ley.

Page 95: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Oh, por supuesto -replicó el capitán delpuerto-. Presas en la costa más lejana delmundo. Más allá del Estrecho de Magallanes.Claro que, mi querido señor -añadió triunfal-,recordará usted lo que le sucedió al propioMagallanes.

–Así es -dijo Stephen-, y no sabe comolamento la prematura muerte de ese granhombre. Veo que tendré que desilusionar a misuperior. Permítame darle a usted las gracias portan diáfano informe de la situación, así comorogarle que acepte este par de medias inglesasde estambre.

* * *–En fin -dijo Jack mientras paseaban por la

parte de la ciudad que se había salvado delincendio; a mano izquierda, encontraron algunascalles muy quemadas, nada que pudieraconsiderarse ruinoso-, supongo que no hay nadaque hacer. Hemos tenido muy mala suerte alllegar justo cuando las flotas de Indias se habíanmarchado. ¿Quién diantre es ese Nostradamus?

–Oh, una especie de profeta, como nuestroviejo Moore, aunque no tan sabio. ¿Puedo

Page 96: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

preguntarte si has decidido qué haremos acontinuación?

–Claro que sí, y no tengo dudas al respecto.Hubiera querido obtener busardas y bulárcamasnuevas, aquí mismo, en el astillero de Coelho,además de reforzar la ligazón del buque. Sinembargo, estoy convencido de que la Surprisenos llevará al astillero de Seppings, donde sepodrán emprender las reparaciones que nospermitan afrontar el Cabo de Hornos sin miedo,al menos sin necesidad de soportar tanto miedocomo para quedar paralizados. Y eso, despuésde todo, es lo que he querido desde un principio.

–Querido mío -dijo al cabo Stephen,titubeando-, ¿has pensado en la posibilidad derecalar en Portugal y en algún puerto español dela costa Atlántica? Ambas naciones disfrutan depuertos de gran fama, y de carpinteros de riberacapaces de botar barcos tan magníficos como elSanta Ana, que tanto admiró Nelson en vida.

–Sí -respondió Jack-, Harding y yo dimosvueltas al asunto mucho antes de decidirnos aponer rumbo a Funchal. En aquel momento elviento hubiera servido a ambos propósitos,

Page 97: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

mientras que ahora sopla del este. Sin embargo,estoy convencido de que Funchal hubiera sidoperfecto, de no ser por ese condenado incendio.Es cierto que los españoles pueden construirexcelentes y robustos navíos de línea de primeraclase, pero no tienen la misma habilidad en loque a las fragatas se refiere, y de cualquier modono creo que una embarcación hidrográficainglesa fuera bien acogida en un astilleroespañol, ni tampoco que atendieran lasreparaciones en un plazo de tiempo razonable.En lo que a la dotación respecta, no meimportaría disponer de unos cuantos españoles,pero ha habido mala sangre durante muchotiempo. Los portugueses, no obstante, y por loque me dicta la experiencia, son tan buenosmarineros como los españoles, y son másdóciles, menos proclives a dejarse llevar por lacólera… Más blandengues, si entiendes a quéme refiero. Funchal tenía por costumbre atenderembarcaciones de arqueo medio destinadas anavegar por el océano, embarcaciones como laSurprise, lo cual no puede decirse de Vigo, ni delGroyne. No. Lo que tengo pensado es lo que

Page 98: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

más nos conviene, y consiste en permaneceraquí unos días mientras Astillas, que conoce bienla ciudad, procura buscar excelente madera enlos almacenes de las afueras, y, a poder ser,reclutar también algunos carpinteros de ribera.En este momento, habrá muchos, muchos sinempleo, pobres diablos. Los pondremos atrabajar en las amuras. Después, rumbo alastillero de Seppings, donde aguardaremosmientras hacen un repaso de quilla a perilla,intentaremos conseguir una dotación al completode marineros del oeste de Inglaterra, y, porsupuesto, a disfrutar de… -Hubiera añadido«Inglaterra, hogar, dulce hogar», de no habersido por el temor de lo que pudieran removeraquellas palabras en la mente de Stephen, en lasheridas que pudieran causarle, pues la expresiónde su rostro distaba mucho de poderconsiderarse feliz.

De hecho, la expresión sombría estabacausada por su conocimiento de la extremaimpaciencia que sufría cualquier gruporevolucionario y por la convicción de que, si nollegaban a un sólido acuerdo con los chilenos

Page 99: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que conocía, con quienes se había citado enaquella misma ciudad, un acuerdo con fechasestablecidas, procedimientos que seguir einformes de las fuerzas involucradas, y, sobretodo, si su barco pertrechado y armado no hacíaacto de presencia con ellos a bordo, estosprimeros chilenos perderían la fe, podían dejarsellevar por la impaciencia, u (otra posibilidad)dejarse convencer por otros, impacientes, másentusiastas, con menos conocimientos de loshechos. Todo ello no eran más que corazonadas,corazonadas con una base más amplia que lamayoría, cierto, pero nada podían hacerenfrentadas a la opinión meditada de dosoficiales de marina con la experiencia de Jack yHarding.

Siguieron paseando, sumidos en susrespectivas reflexiones, pasando de largo junto apersonas tristes, sucias y cansadas, muchas delas cuales habían pasado la noche en vela, dejuerga. Sin embargo, no había lugar para laalegría, de modo que las risotadas tontas queprovenían del fondo de la calle se antojaronmucho más ofensivas de lo habitual. Más

Page 100: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

carcajadas, a las cuales siguió la imitación deuna voz en falsete y otra tanda de risotadas. Jackobservó al gentío e identificó al imitador, el másrobusto, peludo y granujiento de los nuevosguardiamarinas que servían a bordo, de nombreStore, a quien acompañaba un pequeñuelo quelo admiraba, Shepherd. Por respeto al padre,antiguo compañero de rancho, Jack habíainvitado a Store a comer, y le había sorprendidoel grosero y maleducado silencio de que habíahecho gala, al menos hasta recordar que elalmirante Store (el almirante sir Harry Store, paraser exactos) había pasado la mayor parte de laguerra en los apostaderos de la India ySudáfrica. Por lo visto, los guardiamarinasseguían a Wantage y al segundo del carpintero,que caminaban unas cincuenta yardas pordelante, de quienes se burlaban abiertamente.Jack llamó su atención con el vozarrón de oficialde Marina que le caracterizaba. El joven alto sevolvió con la culpabilidad en la mirada,avergonzado, desafiante. Se acercó a Jack conpaso inseguro, seguido por el pequeñuelo, y almenos tuvo la suficiente inteligencia como para

Page 101: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ponerse firmes y descubrirse.–¿Quién les dio a ustedes permiso para

desembarcar? – preguntó Jack.–El señor Harding, señor -respondieron al

unísono.–Pues preséntense ante él a paso ligero y

díganle que le he ordenado a usted subir al topede trinquete, y al señor Shepherd al de mesana,donde permanecerán castigados hasta miregreso.

Wantage se había parado al oír la voz deJack; al ver que los guardiamarinas echaban acorrer hacia el muelle, se acercó al capitánAubrey.

–¿Qué le trae por aquí, señor Wantage? –preguntó Jack.

–Señor, el carpintero me pidió queacompañara a su ayudante -en este punto, elsegundo del carpintero hizo el saludo militar-,para regatear por la madera.

–En tal caso, supongo que habla ustedportugués.

–Sí, señor. Mi padre era comerciante de vinoaquí en Funchal, y pasé algún tiempo aquí, al

Page 102: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cuidado de mi abuela.–Ah, qué gran logro, qué gran logro. Le

llamaré, si me lo permite, cuando el barconecesite de un intérprete. Espero que tengasuerte en el regateo, pero no se encastille poruno o dos dólares, ¿quiere?, el barco es loprimero. Que tenga un buen día.

Seguidamente, respondió al saludo de sussubordinados y, tras una pausa, dijo a Stephen:

–He aquí un ejemplo de lo que hablábamosantes. Puede que Wantage no sea un Newton, unHalley o un Cook (ya sabes cuánto venero a esegran marino), pero de pequeño pasó un tiempocon su abuela portuguesa, y ahora resulta quehabla portugués. ¡Ja, ja, ja! Y pensar que no losabía.

–Quizá se deba a que nunca se lopreguntaste -dijo Stephen, algo molesto.

–Por otro lado, quizás él también haya salidoperdiendo. Sin sus conocimientos de portuguésjamás hubiera puesto los cuernos al pastor.Aunque no tendría que hablar a la ligera deasuntos tan serios… Se lo mencionaré aHarding.

Page 103: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Volvieron a bordo; realizados los saludos derigor en cubierta, se dirigieron a la cámara,donde Jack solicitó la presencia del primerteniente.

–Señor Harding. Tome asiento, se lo ruego.¿Le apetece una copa de madeira?

Asintió Harding que, tras dar un primer sorbo,dijo: -Un madeira excelente, señor, excelente. –Lo cierto es que sí es bueno, ¿verdad? Estoycompletamente de acuerdo, ¿qué mejor lugarque Funchal para el vino de Madeira? – Ambosbebieron con gravedad, pensativos, saboreandoel licor, y, antes de llenar de nuevo la copa, Jackañadió-: Pero le diré algo, señor Harding, nuestracamareta de guardiamarinas no está a la alturade las circunstancias.

–No, señor. No lo está.–Les he observado desde que partimos de

Gibraltar. Los recién llegados no tienen ni ideade cómo cumplir con su deber. Excepto elpequeñuelo, el que se hace a la mar por primeravez, ninguno de ellos desea aprender laprofesión. Sin embargo, lo que realmente me hairritado es la conducta de Store en tierra. Siguió

Page 104: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

a ese pobre desdichado de Wantagecacareando como un pollo con la voz de uneunuco afeminado. Por el amor de Dios, ¡el hijode un caballero comportándose así en público!Le he dicho con toda claridad que si alguna vezvuelve a hacer tal cosa lo ataré a un cañón y leazotaré sin piedad; después lo abandonaré en elprimer puerto donde recalemos, sea cuál sea elpaís al que pertenezca. Creo que se ha calmadopor el momento, pero ejerce una influenciaindeseable en los críos; puesto que no podemosdejarlo en manos del condestable, creo quedeberíamos recurrir al viejo truco de pedirle quecuide de los jóvenes, lo cual deja a Daniel,Salmón, Adams (que probablemente ronden lostreinta y tantos), y a Soames, vía libre paraenderezar a Store, por no mencionar al pobreWantage, que pondrá nervioso al desdichado.

–Estoy de acuerdo con usted, señor. ¿Noconsideraría la posibilidad de desembarcarloaquí mismo?

–No. Lo estuve pensando, pero su padre y yofuimos compañeros de rancho. Sin embargo, a lamenor reincidencia lo expulsaré del barco. Usted,

Page 105: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

el contramaestre y los segundos delcontramaestre deben mantenerlo muy ocupado.Ni siquiera se las apaña con el ballestrinque. Y sise atreve a tomarla con un marinero ya sea conlos puños, los pies o una cabilla, que subadirectamente al tope. Sea como sea, si al recalaren Inglaterra llevamos a cabo los cambiosprevistos en la tripulación tras las reparaciones,dudo mucho que lo invite a seguir a bordo.

* * *–Stephen -dijo mucho después, cuando

ambos hubieron terminado una aburrida partidade cartas, partida aburridísima desde la primeramano, en la que sólo habían ganado y perdidocuatro peniques, sentados ambos con una copade madeira-, rara vez he querido aburrirte con laspreocupaciones del mando. Un buen barco es unbarco feliz, ya sabes, y ambas cosas vienen aser lo mismo, puesto que un barco así segobierna solo en cuanto sus gentes seacostumbran a la rutina, sobre todo si sonmarineros de buque de guerra.

–Cierto. No resulta difícil observar en acción atan particular ethos. Lo que más me ha

Page 106: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sorprendido siempre es el modo en que difierede uno a otro barco.

–Ethos no es palabra cristiana, queridoamigo.

–Te ruego que me perdones. Hubiera dichoalgo parecido a «sentido tribal de la conductaapropiada» de no haber sido porque los oficialesde Marina a menudo emplean la palabra «tribal»para referirse a un grupo de hombres negros ode piel roja a quienes se alude sólo con finescómicos o pintorescos, excepto en lo que a laesclavitud se refiere. No obstante, puesto que nose le ocurre nada mejor a mi mente enturbiadapor el vino, sigamos empleando el tribal, yusémoslo en el noble sentido de los Icenos deBoadicea.

–No tengo nada que objetar.–Esta naturaleza tribal -continuó Stephen tras

inclinar la cabeza-, que por supuesto se vuelvemás y más obvia a medida que avanza el tiempode un servicio largo, puede parecerse a la queuno percibe en los clubes londinenses. Nadiepodría confundir a un miembro de Boodle por unhabitual de Blacks. No es que se trate

Page 107: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

necesariamente de algo mejor o peor. El camellobactriano silvestre de dos jorobas es un animalvalioso; el árabe tan sólo tiene una, y también esun animal valioso.

–Jamás se me ocurriría discutir tal cosa,aunque preferiría que Blacks no tuviera lo que seconoce por una vertiente whig, pero yo me referíaa que en tiempos de paz todo se vuelve másdifícil. Ni siquiera cabe la posibilidad dedistinguirse, y, aunque como capitán tienes laobligación de procurar lo mejor para quienessirven bajo tu mando, ¿cómo lograrlo? Obtener elmando de un barco ahora que los desarman pordoquier es casi imposible, tanto como… -Titubeó, buscando la expresión adecuada.

–¿Cómo hacer de una pulga un elefante?–Mucho peor, Stephen, mucho peor. Esos

tres jóvenes que subieron a bordo hace pocopudieron hacerlo gracias a la influencia de suspadres: dos de ellos fueron compañeros míos detripulación. A los muchachos, a los jóvenes conpadres influyentes, es necesario tratarlos conpinzas, sobre todo en tiempos de paz. No, no lodigo por mí, Stephen (ya te hablaré de ello el

Page 108: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

domingo), pero si alguno de mis tenientes, elpiloto o cualesquiera de los oficiales de cargo latoma con ellos y se comporta con dureza, teaseguro que podría costarle caro. Ya lo he vistoantes. Un miserable renacuajo escribe a sumadre: «El señor Cualquiera me tiró de lasorejas en la segunda guardia con tanta fuerzaque apenas veo por el ojo derecho.» Si PadreRenacuajo vota por el ministerio y conoce aalguien en Whitehall, te aseguro que en tiemposde guerra el señor Cualquiera ya puede irpensando que tendrá que solicitar destino una yotra vez, hasta el día del Juicio Final.

* * *Jamás podría haberse descrito a Jack

Aubrey como a un entusiasta evangelista, aunquesí poseía una especie de creencias difusas, quea menudo se manifestaban como superstición, aveces en el vozarrón que empleaba para cantarsus salmos favoritos, y, a veces también, enciertos rituales particulares, tales como abrir losregalos o guardar las buenas noticias para losdomingos.

Era domingo, día de descanso para el

Page 109: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

infernal golpeteo de los mazos y martillos quereparaban los daños de la embarcación.Wantage, que conocía Funchal como la palma desu mano, y que poco a poco se acostumbraba alos modos y costumbres que regían la ArmadaReal, a toda esa vida que lo envolvía de nuevo,había hablado a Harding de la mejor casa decomidas de la ciudad, y allí era donde el primerteniente servía de anfitrión a Reade, de la Ringle,a Wheel, Candish y a Woodbine, de la cámarade oficiales, así como a ambos segundos delpiloto: Daniel y el propio Wantage. Habíaconfiado también en poder invitar a Jack y aStephen, pero su sirviente, que primero sondeó aKillick, había descubierto que el capitán y eldoctor habían decidido comer jabalí, asadosegún la costumbre de Funchal, en las colinas.

–Por favor, dígale al senhor que jamás habíacomido porco en la vida -dijo Jack, con un huesorebañado y blanco en alto. Jack tenía un ampliosurtido de manías estúpidas, aunque ningunairritara más a Stephen que esa supuesta graciaque poseía para intercalar en cada frase una odos palabras erróneas en el idioma del lugar.

Page 110: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Oh, cuidado con los calzones, señor -advirtióKillick, que se abalanzó sobre el regazo delcapitán con una servilleta, y lo hizo una servilletademasiado tarde-. Ahí la tiene, a ver cómo laquitamos ahora.

–No te preocupes -dijo Jack, arrojando elhueso a las brasas-. ¿Qué sucede? – preguntó alnervioso guardiamarina montado a caballo queapareció de pronto por el pequeño valle dondecelebraban la comida campestre.

–Con su permiso, señor, el señor Somerspensó que le gustaría saber que acaba de arribara puerto un paquete procedente de Gibraltar.

–Gracias, señor Wells. Regrese al galope ydígale que estamos a punto de terminar.

Era un paquete, una embarcación dedicadaal transporte de correo, cargado de cartasinglesas con fechas de diversa antigüedad, unenorme paquete con listados para el contador, elseñor Candish, correo para la cabina, cámara ycamareta de guardiamarinas, y dos rollos deloneta sellados con lacre para el doctor Maturin.

–Discúlpame -dijo Stephen, que al alejarseoyó las órdenes dadas con efecto de distribuir el

Page 111: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

correo a la dotación. Pasó un largo rato antes deque regresara. El primer rollo de loneta conteníaunas curiosas plumas de un ave nocturna sinidentificar, probablemente emparentada con elchotacabras cuellirojo, además de una nota muyagradable de Sierra Leona, escrita antes de queChristine Wood recibiera su propia carta. El otrorollo de loneta incluía un mensaje escrito encódigo por Jacob, cifrado que obedecía a unsistema rara vez empleado por Stephen, unsistema en cuyo uso Jacob parecía haberextraviado el sentido, puesto que si bien laprimera parte aludía a ciertos chilenos y a lospreparativos (realizados, por lo visto, conmuestras de nerviosismo), el segundo párrafo, eltercero y el cuarto no tenían ningún significado,eran un sin-sentido a pesar de todas lascombinaciones que llegó a aplicar pararesolverlo.

El intento de descifrar el código agotó buenaparte de su tiempo y ánimo, y, mucho antes deabandonar toda esperanza, a bordo empezó abullir la actividad, y se impusieron los pasos y lasvoces por todas partes, aunque estos ruidos

Page 112: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pasaron a un segundo plano al leer las cartas. Alentrar en la cabina, encontró a Jack sonrientetras leer la correspondencia que había recibido.

–Ah, ahí estás, Stephen -saludó Jack-.Espero que tus cartas fueran tan agradablescomo las mías. Disfruté de un anticipo el viernes,y me propuse reservarlo para hoy, y aquí tienes laconfirmación -dijo sosteniendo en alto una hoja-,de modo que no voy a contenerme por mástiempo. ¿Recuerdas a Lawrence, excelentepersona donde las haya?

–Por supuesto, creo que jamás olvidaré a esehombre que tanto honra su profesión. – El señorLawrence era el abogado que había hecho loposible por defender a Jack Aubrey cuando loacusaron de fraude bursátil, una acusación falsa,promovida por quienes se aprovecharon delfraude y del consiguiente juicio presidido por unode los jueces más parciales y faltos deescrúpulos que jamás hayan ejercido enInglaterra. Lawrence había trabajado muy duropara salvar a Jack, a quien sabía inocente, y sufracaso le había marcado.

–Así es. Solemos comer juntos cuando paso

Page 113: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

unos días en la ciudad. Hace tiempo, oh, hacemucho tiempo, antes incluso de que partiéramosa Java y Nueva Gales del Sur, me dijo porcasualidad que uno de sus sobrinos, que habíatrabajado durante años con Arthur Young, sehabía establecido por su cuenta como consultor yagente agrícola, y que encontraba muchasdificultades para salir adelante. «Yo soy suhombre», le dije, y después le hablé de lamodesta propiedad que me había dejado miprimo.

–¿La misma en cuyos prados, cercanos alrío, abundan las mariposas?

–Eso es. No tengo nada en contra de lasmariposas, pero te aseguro, Stephen, que susterrenos inundados, las escasas granjas y laspequeñas propiedades no producen nada enabsoluto a excepción de lo que los diez u onceelectores y sus familias puedan comer. Cadaprimero de agosto me envían una petición en laque ruegan les perdone la renta del año; no sóloeso, también me piden por favor que lesentregue cargamentos de piedra para el caminode Old Hog. Ese terreno me cuesta media

Page 114: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

guinea por cada agachadiza que cazo, y no esque vaya a menudo. Está lejos, hay que recorrercaminos difíciles para llegar allí, y el paisajehúmedo de los terrenos inundados y los pastosde segunda categoría no justifican el esfuerzo. Miprimo adquirió la propiedad por el escañoparlamentario. El distrito estará podrido, pero latierra es mucho peor. Killick -dijo levantandoapenas el tono de voz.

–¿Señor? – respondió éste, casi deinmediato.

–Pon a calentar una cafetera, ¿quieres?Tras una breve pausa, Jack continuó:–De veras creo que todo el mundo tendría

que tener un libro de notas, llevar un diario. Conla edad resulta cada vez más difícil poner enorden las ideas. Al menos, eso pienso yo. En fin,te decía que el sobrino (de nombre Leicester, porcierto, John Leicester) visitó el lugar e informóque la situación era precaria, muy precaria, perono irreversible, y dada la orientación de la tierra,un proceso de drenaje podría dar buenosresultados. Llevaría su tiempo, añosprobablemente, y la mayoría de los arrendatarios

Page 115: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

aportarían su grano de arena, según un plan detrabajo que él mismo había elaborado, plan queles permitiría trabajar también en sus propiastierras; además, el proceso no comportaría undispendio considerable. Puesto que en esemomento había obtenido botines cuantiosos, ledije que llevara a cabo su plan, pero que nada dedesahucios o embargos…

–La cafetera, señor -dijo Killick.–¿Por dónde iba? Ah, sí. Le dije que

adelante, y él empezó con todo el proyecto;entonces nos hicimos a la mar. Casi lo habíaolvidado… sí, Leicester, que también actuaba deagente, me envió informes anuales, pero con lacantidad de cosas que sucedían me temo que noles hice mucho caso hasta el año pasado,cuando me pagó en inquilinato una cantidadcercana a las cuarenta libras. Este año, comentóla posibilidad de obtener una abundante cosechade trigo, ¡Ja, ja! No obstante, no lo mencioné portemor a que el hecho de hacerlo pudiera traermemala suerte, pero hoy he recibido la excelentenoticia de que ofreció a los arrendatarios unfestín de celebración del primero de agosto,

Page 116: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

entre cuyos platos figuraron el rosbif y el pudín;por lo visto, después brindaron a mi salud, y haingresado cuatrocientas cincuenta libras en micuenta bancaria. ¡Stephen! Más que mi paga decapitán de navío. ¿Qué te parece? Muy buenasnoticias.

–Extraordinarias, sí, es justo que lasrecibamos con los brazos abiertos, queridoamigo. Te felicito de todo corazón. Mírate… Mealegro mucho, de veras.

Y así era. Sin embargo, Jack, que nodisfrutaba precisamente de una agudezasobrenatural, detectó cierta inquietud, no tanto enla expresión de Stephen, sino en su actitud tensa,de modo que dijo:

–Discúlpame, Stephen, por aburrirte conestos asuntos personales, y por mi vulgaridad alhablar de dinero. Se te ve incómodo.

–No. Te equivocas: No me has aburrido en lomás mínimo, ni me han cansado tus palabras, alas cuales he prestado atención. Si me vesincómodo, se debe a otra causa. Jack, dime,cuánto tiempo llevarán estas reparaciones antesde poder echarnos a la mar.

Page 117: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Con dos días festivos en el horizonte y lagran cantidad de trabajo pendiente en tantos delos proyectos propios de los astilleros, diría queocho o nueve días.

–En tal caso, debo pedirte que la Ringle melleve a Inglaterra. Si puede partir esta mismanoche, aún te lo agradeceré más.

De pronto, Jack comprendió que aquellapetición y el paquete de Gibraltar estabanrelacionados. En lugar de hacer preguntas, llamóde inmediato al señor Reade, a quien dijo nadamás verle entrar:

–William, ¿en cuánto tiempo podrías hacertea la mar?

–En veinte minutos, señor, si puedopermitirme el lujo de hacerlo sin mi carpintero.

–¿Y su ayudante?–También lo tiene usted a bordo, señor.–En tal caso, te lo enviaré directamente.

Buena proa, William, diría que tienes el mejor delos vientos.

Casi todos los viajes, desde el del Arca deNoé hasta el envío de los barcos a Troya, hanestado marcados por retrasos interminables,

Page 118: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

salidas falsas, y vientos y mares caprichosos.Quizás la goleta Ringle era demasiadoinsignificante para incluirla en la categoría dedigno adversario, porque cobró suavemente elancla y, después, puso proa norte cuarta estecon un viento que le permitió marear toda la lonaque poseía, aparte, claro está, de la reservadapara el mal tiempo o el temporal.

Fue aquella una travesía casi perfecta en laque el capitán apenas abandonó el alcázar, ytodos los marineros (cuerpo selecto a esasalturas) estuvieron constantemente dispuestospara acercarse a cualquier cabo o línea quemostrara la menor inclinación a amollarse otesarse en demasía, en definitiva, para procurarque el barco rindiera en la maniobra. Cualquiercosa con tal de arañar siquiera la octava parte deun nudo en la andadura.

Stephen pasó la mayor parte del tiempo en sutriangular cabina, aplicando en vano diversasfórmulas al absurdo mensaje cifrado por Jacoben grupos de siete. Comió y cenó en compañíade William Reade, que no dejó de recordarle lamaravillosa y veloz travesía que hicieron Canal

Page 119: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

arriba hasta alcanzar el Nore justo a tiempo paralos primeros coletazos de la marea que losayudó a remontar el Pool, todo ello en un períodotan breve de tiempo que Reade hizo firmar elcuaderno de bitácora a diversos marineros deprobada valía, quienes sirvieron de testigos desemejante hazaña.

–Me encantaría poder igualar la anteriormarca, señor -dijo.

–Eso espero, de veras que sí -repusoStephen.

Pero, ay, en vano fueron todas susesperanzas: El Canal, inhóspito como siempre,se había cansado de los vientos del sudoesteque se habían presentado en todas sus formas yvariantes, de modo que al llegar la Ringle a susaguas la recibió con una fuerte lluvia delnornoroeste, combinada con mareas adversasque discurrían con gran fuerza y que impidieronque siquiera se acercasen a la marca anterior.Cansada la dotación de la goleta,desembarcaron al doctor Maturin en el Pool, enLondres, con el único consuelo de saber que tansólo les esperaba la vigilancia en puerto del

Page 120: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

barco, un lugar donde los placeres de los quesuelen disfrutar los marineros aguardan a un tirode galleta. Al menos, así sería hasta querecibieran órdenes de Whitehall.

Whitehall, la elegante fachada delAlmirantazgo, con las figuras mitológicas de rigorque decoraban la parte alta, y el coche decaballos procedente del Pool, coche cuyodesastrado aspecto era innegable, junto al cualse encontraba una figura igualmente desastradaque separaba con infinita lentitud las monedasirlandesas de las inglesas, las españolas y lasmarroquíes, para poder pagar al suspicazconductor que había bajado del asiento con lasriendas sobre el hombro, dispuesto a asegurarsede que ese tipo raro no se la jugara.

La extraordinaria despedida de Stephenhabía pillado por sorpresa a Killick. Éste,acompañado de Grimble, su ayudante, alternabacon dos damas de Funchal, y el doctordescendió al bote de la Ringle por el costado; lohizo convencido (todo lo seguro que pueda estaralguien que no piensa mucho en ello) de que subaúl de marinero estaba en perfecto estado de

Page 121: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

revista. Durante la travesía de Madeira aLondres, Stephen no había consideradoadecuado hurgar en el baúl, aparte delcompartimento donde guardaba una esponjausada, la cajita de las cuchillas, el cepillo, elpeine, y una toalla cuyo estado de conservaciónera cada vez más dudoso. El resto del tiempo lohabía dedicado a forcejear con el cifrado deJacob, o a espolear al barco canal arriba contoda la convicción moral de la que era capaz.

Pero cuando la Ringle amarró en el Pool y unpaje de a bordo se encargó de ir a buscar uncoche de caballos, el mejor coche que pudoencontrar, Stephen consideró que había llegadoel momento de ponerse una ropa más adecuadapara realizar una visita de carácter oficial. Noencontró ropa elegante, ni camisas limpias; nohabía pañuelos, calzones, ni medias de seda oalgodón. Tampoco encontró los esperadoszapatos de hebilla de plata. Todo, todo lo habíarequisado Killick para un repaso a conciencia.Uno de los porteros del Almirantazgo, alasomarse por el ventanuco, dijo:

–Mire ahí, señor Simpson: El borracho de

Page 122: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

turno, empeñado en engañar a uno de esoscocheros de la Torre. ¿Le digo que dé la vueltahasta la entrada de mercancías?

Simpson echó un largo vistazo por encima delhombro del subordinado; lo hizo con los ojosentrecerrados, mientras daba buena cuenta delos últimos granos de avena. Empujó alsubalterno de un codazo, y, cuando el «borrachode turno» se acercó al ventanuco, le saludó conun educado «Buenas tardes, señor.»

–Buenas tardes tenga usted -respondióStephen-. No llevo encima la tarjeta de visitapero, si por casualidad se encuentra aquí sirJoseph, le ruego que tenga la amabilidad decomunicarle que el doctor Maturin estaríaencantado de poder hablar con él cuando más leacomode.

–Por supuesto, señor. No estoy seguro, claro,pero diría que sí está. ¿Le importaría esperar,señor? Harler, acompaña al caballero a la salade espera interior, y no olvides el baúl.

CAPÍTULO 3

Page 123: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Querido Stephen, cuánto me alegro de verle-exclamó sir Joseph, estrechando su mano contodo el afecto del mundo-. Dígame, ¿ha comidoya? ¿Quiere que nos acerquemos al club ypidamos unas chuletas asadas? Bueno… -dijo alobservar su atuendo-. Aquí mismo dispongo deuna habitación, modesta, es cierto, pero quizásquiera usted conversar conmigo en privado, yevitar que toda la nación pueda enterarse denuestras cuitas.

–Sería preferible disfrutar de una habitaciónpequeña y privada, sí. Pero, por favor, queridoJoseph, ¿podría encargarse de enviar unmensajero a la casa de huéspedes Grapes, enlos Liberties de Savoy, para avisar de mipresencia en Londres? No sólo me alojaré allí, locual aún ignoran tanto la señora Broad como lasniñas, dado que he venido aquí directamentedesde el barco, sino que, además, dispongo enmi habitación de ropa decente (sabrá usted quetengo desde hace tiempo una habitación en lacasa).

No soy lo que ordinariamente se dice unelegantón, como usted sabrá, pero no me

Page 124: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

hubiera presentado aquí de esta guisa…–Claro, claro…–…De no tener entre manos un asunto de la

mayor urgencia. Aunque -murmuró observando labocamanga-, aquí donde la ve, esta camisa fuemuy buena en sus tiempos. Asuntos urgentes, sí -retomó el hilo, al tiempo que sacaba del bolsillode la casaca el mensaje indescifrable, queprimero colocó en el escritorio y, después,procedió a alisar.

–No lo entiendo -admitió sir Joseph trasobservar con detalle el documento-. ¿Qué claveemplean ustedes?

–Áyax con un cambio -respondió Stephen-.En la primera página funciona a las milmaravillas.

–No entiendo una sola palabra, aunqueconozco bastante bien la clave Áyax con uncambio. – Blaine hizo sonar la campanilla-. Vayaa buscar al señor Hepworth -ordenó a unsirviente.

El señor Hepworth miró a Stephen condiscreta curiosidad, y, rápidamente, apartó lamirada.

Page 125: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Señor Hepworth -dijo sir Joseph-, tenga laamabilidad de estudiar este cifrado y averiguar laclave empleada. ¿Cree que tardará más demedia hora?

–Espero que no, sir Joseph. Me parece veralgunas combinaciones que me resultanfamiliares.

–En tal caso, envíe por favor el nombre de laclave y su transcripción a la salita.

Había demasiada tensión para que pudierandar buena cuenta de las chuletas con auténticoapetito, de modo que abandonaron la comida encuanto volvió el señor Hepworth, muy serio y conel manuscrito en la mano.

–El caballero que cifró este mensaje, señor -dijo-, empleó el nuevo libro, y por no estarfamiliarizado con el libro ni con el código se lasapañó como buenamente pudo, tomándolo poruna continuación directa de Áyax tres. Es muysimilar, y, créanme, no es la primera vez quesucede algo parecido; ha pasado otras veces,cuando el encargado del cifrado tenía prisa o nopodía concentrarse.

–Gracias, señor Hepworth -dijo Blaine, y,

Page 126: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cuando la puerta se hubo cerrado, preguntó aStephen-: ¿Quiere que lo leamos juntos? Metemo que nuestra previsión no pudo ser másacertada.

Hicieron a un lado las chuletas (a esasalturas, totalmente frías) y Blaine empujó la sillahasta situarse al lado de Stephen. Leyeronatentamente, y, a partir de aquellas frasesbreves, inquietas, descubrieron que un grupoimportante y bien pertrechado de chilenos sehabía puesto en contacto con sir David Lindsay,antiguo oficial de la Armada Real y hombreemprendedor, que había aceptado mandar susfuerzas navales. El informador incluía detallesacerca de sus fuentes, y, aunque Blaine murmuróen voz alta los nombres (aliados conocidos o,posiblemente, agentes) guardó silencio al llegaral nombre de Bernardo O'Higgins y José SanMartín, a quienes Stephen había conocidodurante el primer intento -el intento que estuvo apunto de resultar todo un éxito- de convencer alos peruanos para que declararan suindependencia de España. Stephen leyócomplacido algunos de los nombres (nombres de

Page 127: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

fuentes, no de miembros del comité), otros condesagrado, rabia y, a veces, desconfianza. Unavez más, comprobó la fragilidad de losmovimientos que luchaban por la independencia,había tantas personas empeñadas en erigirse enlíderes, y tan pocas dispuestas a ser prudentes.

–No me extraña que el doctor Jacobequivocara el código -dijo Blaine cuandohubieron terminado-. La situación es inquietante:de algún modo sabíamos que esto podíasuceder, pero no que había sucedido ya…Adelante.

–Le ruego que me perdone, sir Joseph -dijoHepworth-. Me pareció que le gustaría saber queacabamos de recibir la misma señal a través delsemáforo.

–Gracias, señor Hepworth. ¿De dóndeproviene?

–De la Hebe, señor, en Plymouth.Se produjo un silencio, que Stephen rompió al

decir:–Me resulta familiar el nombre de sir David

Lindsay, y lo relaciono con la Armada, aunque nosabría decir a santo de qué.

Page 128: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Es un marino muy capaz, poseedor de unamerecida reputación a raíz de algunos duelosnavales librados penol a penol. Sin embargo, metemo que pertenece a ese tipo de personas queson más proclives a dar órdenes que aobedecerlas, de modo que no se empleó a fondocon tal de alcanzar el empleo de capitán denavío, ni tampoco llegado el momento desometerse a la disciplina de las maniobras deflota. Cuentan la anécdota de un desafíoimpropio en la India (que más bien fue un asalto),pero los cargos fueron retirados con la condiciónde que abandonara la Armada. No haréaseveraciones al respecto, lo único que sé esque el caballero no ha servido a bordo de unbarco del rey desde entonces, y que hay quienesdan un respingo con sólo oír su nombre.

–Voy recordando -dijo Stephen, conscientede que si bien su amigo le había dicho la verdad,no era en absoluto toda la verdad.

–Volviendo al desliz del doctor Jacob, mepregunto, por todos los demonios, cómologramos evitar que sucedan cosas así más amenudo. Creo estar en lo cierto si digo que

Page 129: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ninguno de los nombres de su comité chilenopertenecen a los caballeros que recurrieron anosotros en primera instancia.

–Así es. Aunque no conozco el país comopara juzgarlo, podría muy bien existir ciertadiferencia, tanta como pueda haber entre norte ysur.

–Muy cierto. – Sir Joseph consideró lapropuesta durante un rato; entonces, después deobservar el alargado y fino territorio de Chile enel globo terráqueo, continuó en un tono de vozmuy distinto-: Tendré que proponer lo primeroque se me ocurra a mis superiores, pero creoque el sentimiento general será que el capitánAubrey debería continuar con el plan original, apesar del desdichado pero necesario retrasoque sufrirá la embarcación en el astillero deSeppings, y dirigirse a toda vela a Valparaíso,donde sin duda podrá usted tantear el terreno,hacer una estimación de las posibilidades, yactuar según dicten las circunstancias. Sepa quedisponemos de un representante en BuenosAires, que ha congeniado muy bien con lasautoridades, y que podría asegurar una

Page 130: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

comunicación fluida, más que el resto de losmensajes, que no tienen otro remedio que doblarel Cabo de Hornos. Es harto improbable que sirDavid se encuentre ya allí, pero esté o no, seríaaconsejable establecer cierto grado decolaboración con él, aunque no tenga un talanteoficial. Es improbable que disponga sir David deuna embarcación equiparable a la Surprise,aunque debo admitir que, hasta que recibamosel informe del agregado naval en Madrid,ignoramos la actual fuerza del Gobierno chileno,así como el número de mercantes armados deque dispone. La actitud del virrey peruano esobviamente de gran importancia, aunque eso losabe usted tan bien como yo, probablementemucho mejor. Sin embargo, déjeme consultar conquienes debo consultar, y mañana le haréentrega de la suma de nuestra sabiduríacolectiva. ¿Tomará el té conmigo en ShepherdsMarket? Tengo una o dos fruslerías quemostrarle, y quizás después podamos cenar enel Blacks.

–Será un auténtico placer. Joseph, ¿tendría laamabilidad de prestarme media corona?

Page 131: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Stephen fue recibido con toda la amabilidaddel mundo en la casa de huéspedes Grapes. Susniñas apadrinadas, negras como el carbón,Sarah y Emily, habían dado tal estirón, y teníanlas piernas tan largas, que no tuvo queagacharse para besarlas. Encontró a ambas deexcelente humor, puesto que habían pasado laúltima media hora en compañía de WilliamReade, a quien Stephen había invitado a cenar.El guardiamarina les había mostrado la versiónde la Armada del Puss in the Corner,[1] juegomás sutil y complejo de lo que era normalencontrar en el Liberties.

Sin embargo, la señora Broad, por muy bienque le recibiera, se llevó un gran disgusto al verlecon ese aspecto, más propio de un ladronzuelode tres al cuarto.

–En fin, por lo que respecta a Killick y a susdescuidos -dijo cuando Stephen le explicó losucedido-, que no espere encontrar un plato a lamesa en esta casa, por servir así al doctor. Esmás, dígale de mi parte… Pero, no, no semoleste, ya se lo diré yo en persona en cuanto lotenga delante.

Page 132: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Recuperó entonces el buen humor que lacaracterizaba, sobre todo después de arreglar laropa elegante que Stephen se había hechoconfeccionar en Londres: ropa negra, de unaelegante sobriedad, coronada por las botas decaña alta. Fue de esa espléndida guisa que tomóasiento en el salón, mientras las niñas, inquietas,le mostraban los cuadernos de deberes, lassumas y los ejercicios de geografía que incluíandetallados mapas. Con voces temblorosas,animándose la una a la otra, recitaron poemasde dudosa calidad en inglés y en francés y, yacon mayor confianza, le enseñaron también losejercicios de bordado, punto y dechado. No eranmuy inteligentes, pero sí muy pulcras: loscuadernos hubieran complacido las fastidiosasexigencias de cualquier grabador. Se tenían ungran cariño mutuo, y también querían mucho a laseñora Broad y a Stephen. Sin embargo, habíauna cosa que le intrigaba, pues aún parecíancapaces de hablar el inglés de la cubierta inferior(a esas alturas, infestado de la palabrería deBillingsgate, lugar donde hacían las compras dela casa), además del dialecto del alcázar, y no

Page 133: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tenían mayor problema para alternar uno u otro; apesar de ello, ninguna de las niñas era capaz dehablar un francés medianamente tolerable.

Fue con motivo de la cena que demostraronsu auténtico y muy encomiable talento. La señoraBroad se hallaba ausente, y la cocinera, lasmuchachas que ayudaban en la cocina, losmozos y los camareros, se ocupaban de laslabores habituales en una fonda concurrida.Stephen y Reade jugaban al backgammon, ydisfrutaban de una copa de jerez mientrascomentaban la lamentable situación por la quepasaban sus compañeros en aquella Armadaque estaba en vías de desguace, cuando Sarah yEmily hicieron acto de presencia con sendosdelantales largos, y pusieron la mesa.

Silencio.–Ahora, caballeros, si son tan amables -

exclamaron, colocando las sillas. Stephen se viorodeado por una amplia servilleta. A Reade lepermitieron cuidar de sí mismo.

El primer plato consistió sencillamente enguisantes frescos, muy frescos y verdes, quedebían ser comidos con cuchara. Después,

Page 134: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

servido con cierta inquietud, llegó un gran platoovalado que contenía filetes de lenguado, ypinzas y colas de langosta con algún que otromejillón enorme, todo el conjunto bañado encrema.

Sarah sirvió los platos; Emily, el vino, doradoclarete del Rin.

–Oh, queridas mías -exclamó Stephendespués de observar, oler y probar-: ¡quépecaminosa delicia! ¡Qué platos tan sabrosos!Queridas, queridas mías, ¡os felicito a ambas!

–Imposible superar esta delicia -dijo WilliamReade-. No, ni siquiera si logro algún díaenarbolar la bandera inglesa del palo mayor.

–Espero que hayáis tenido algo que ver -dijoStephen.

–Señor -dijo Emily-. Sarah y yo lo preparamostodo, excepto que Henry se encargó de abrir laspinzas con un cuchillo de carnicero.

–Pues me alegro de todo corazón. Cuántohabéis crecido y con qué dignidad. Tenéis untalento poco común. Benditas seáis por ello.

* * *Tomar el té con sir Joseph en la comodísima

Page 135: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

morada que tenía en Shepherds Market no podíacompararse con una cena en Grapes, y, aunquesuponía un placer, era de una naturalezacompletamente distinta. Blaine, al pasar porSommerset House, se había encargado devisitar al concienzudo hombre encargado decuidar los especímenes remitidos a la RoyalSociety para sus miembros (tanto Stephen comoBlaine lo eran), y se había hecho con el paquetedirigido por Christine Wood al doctor Maturin.Era un esqueleto de poto, diseccionado y vueltoa montar con sumo cuidado. El poto, curioso yraro animalillo de África Occidental, pertenecía ala familia de los primates, aunque era mástranquilo, lento, inofensivo y sorprendentementecariñoso que éstos. Stephen se habíaencariñado del poto, y en ese momento abrió lacaja, observando la anatomía con una mezcla decariño e interés científico; la singular forma deldedo índice y del bajo tórax le trajeron muchosrecuerdos, sobre todo del afecto que habíasentido por el animal.

–Si no recuerdo mal, usted no toma azúcar -dijo sir Joseph.

Page 136: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Nada de azúcar, gracias -confirmó Stephenal cerrar la caja y dejar para más tarde unainspección más atenta, convencido, a juzgar porla expresión de Blaine, y también por su actitud,de que éste se disponía a tratar un asuntoimportante.

–Tengo entendido que tiene usted relacióncon el duque de Clarence, el príncipe William -dijo sir Joseph en un tono de fingida indiferencia,para sorpresa de Stephen, que asintió.

A pesar de que había tratado al príncipeWilliam en más de una ocasión, Stephen nopertenecía a esa clase de médicos quecomparten con nadie los asuntos de suspacientes.

–Me he cruzado con él esta mañana en elAlmirantazgo -continuó Blaine, incómodo-.Alguien muy indiscreto le había dicho que el viajehidrográfico seguía adelante, con el capitánAubrey al mando. Sólo eso, pues no mencionónada de naturaleza política. El príncipe, aunqueme atrevería a decir que usted ya lo sabe, sienteuna admiración casi reverencial por el capitánAubrey, demasiado respeto como para preguntar

Page 137: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

así por las buenas, aunque por lo general no semuestre nada reservado, ni tímido, en talesasuntos.

–Limitado, confiado y de lengua fácil -dijoMaturin en voz muy baja.

–… Y fue amigo íntimo de Nelson, que loapreciaba mucho. No obstante, el caso es quetiene un hijo.

–Conozco a los pequeños FitzClarence;menudo atajo de malcriados; cosa rara, teniendoen cuenta lo amable, encantadora y, porsupuesto, preciosa mujer que tienen por madre.

–¿Conoce usted a la señora Jordán?–Bastante bien. A menudo he podido verla en

escena.–De todos modos, yo no me refería a uno de

sus hijos, sino a un muchacho que tuvo de otramujer, un niño al que no reconoce abiertamente,quizás por temor a molestar a la señora Jordán.Se trata de Horatio Fitzroy Hanson. Tendrá unoscatorce o quince años: posee modales decentes,una educación tolerable, y creo que es el únicode sus hijos a los que el príncipe William quierede verdad. Debo añadir que Horatio no tiene ni

Page 138: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

idea del parentesco que los une. La relación conClarence, con «tío William», si puede llamarserelación, pues es algo más que eso, no se ocultaa nadie, aunque se justifica por el hecho de queel príncipe fue compañero de rancho del padreputativo del muchacho. Lamento decir que lamadre era algo inestable, y se fue a Canadácuando Horatio tenía dos o tres años. Lo educóel abuelo, duro hombre de campo. Clarence esexactamente como usted lo describe, y soyconsciente de que ni usted ni el capitán Aubreypodrían llegar a congeniar con él, mas posee sinduda respetables cualidades: es afectuoso, muydesprendido, y bueno con los antiguoscompañeros de tripulación. Es más, adora laArmada, y siente gran respeto por el capitánAubrey. En definitiva, me ha pedido que leruegue a usted emplear su influencia con Aubrey,de modo que admita al muchacho en la camaretade guardiamarinas para la travesía.

–¿Dispone usted de más información acercadel linaje de Horatio?

–El señor Hanson, su padre legal, fue oficialde Marina. El príncipe William y él sirvieron juntos

Page 139: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

en las Indias Occidentales. La madre de Horatiovivía en Kingston con unos parientes. Ella y elseñor Hanson se prometieron, a pesar de quesolían discutir furiosamente. Se dice que fue unmatrimonio más o menos irregular. En cualquiercaso, Hanson murió en la Serapis y su esposa,encinta, regresó a Inglaterra. He averiguado estogracias a tres fuentes, pero ninguna de ellaspudo proporcionarme un relato coherente oconsistente. Lo único que sé es que Clarence leproporcionó consuelo y que está convencido deque el hijo es suyo.

–Estoy seguro de que al menos Jack echaráun vistazo al muchacho, aunque sólo sea por sunombre de pila. Hablaré con él cuando le escribapara informarle del viaje. Quizá sería preferibleno mencionar el supuesto parentesco. Sinembargo, dígame, esa personaextraordinariamente indiscreta que contó alduque que el viaje hidrográfico se llevaría acabo… ¿tenía razones para decir tal cosa?

–Oh, pues claro… Lo siento, discúlpeme.Debí decírselo desde un principio; después detodo, a usted le incumbe más que a nadie. De un

Page 140: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tiempo a esta parte mi mente se enturbia con unafacilidad pasmosa, como usted habrá ya intuidoa estas alturas. Admito que los argumentos tantoa favor como en contra del proyecto, coronadospor la indecente arenga hecha en público deClarence al respecto del muchacho, no hicieronmás que molestarme. Sí, sí: irán ustedes, así es.Pero debo advertirle, Stephen, que ahora,terminada la guerra, se observa un estrictocontrol de la economía, y que no contará ustedcon los medios de que dispuso en la aventuraperuana.

–Puesto que debemos ir -dijo Stephen trasasentir-, creo que debo escribir de inmediato alcapitán Aubrey. Su buque de pertrechos, laRingle, es una embarcación extraordinariamenterápida, y estoy convencido de que superará enandadura a cualquier paquete. La despacharéesta misma noche, con la bajamar, y pediré aJack que ponga la Surprise en manos deSeppings para llevar a cabo sin perder un minutolas reparaciones que aún necesita. Si puedeusted sugerir a sus colegas que conviertan suspalabras en una orden debidamente escrita y

Page 141: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sellada, la incluiré en mi carta.–¿No irá usted mismo?–No. Viajo a la campiña para ver a mi hija

Brigid, a Sophie Aubrey y a sus hijos.–Por favor, transmítale todo mi cariño. Pero

antes de que se marche, ¿me acompañará usteda la Oficina de Asuntos Exteriores y al Tesoropara resolver los tecnicismos necesarios?

–Cómo no. Seguro que podré ver también ala señora Oakes. Se acordará usted de ella, sinduda.

–Por supuesto, y con la mayor de lasgratitudes, pues nos proporcionó la informaciónmás clara y valiosa posible. Una mujer de unabelleza inusual, sí señor, muy inusual. Igual quealgunas de mis últimas adquisiciones, enviadaspor el inteligente cirujano de un barco quenavega por las Seychelles.

Algunos de los escarabajos eranextraordinarios, pero por belleza Maturin creíaque su hija, Sophie, e incluso las hijas de ésta,los superaban en todo excepto en el color. Suimprevista y extensa entrevista con ciertaspersonas de Whitehall y alrededores le impidió

Page 142: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

advertirles de antemano de su llegada, de modoque las sorprendió jugando a una especie decriquet en un prado recién segado que habíajunto a la casa.

Brigid, al bate, recibía la pelota de George.La niña se encontraba en mejor posición; vio lasilla de posta deteniéndose en el camino, ydurante unos instantes observó con detenimientoa la figura que descendía del interior del carruaje.

–¡Es mi papá! – exclamó arrojando el bate.Echó a correr como una liebre por la hierba,saltando para agarrarse de su cuello sin titubeos,sin pudor, de un modo que a Stephen le robó elcorazón.

–Querida mía, cómo has crecido -dijocariñoso, depositándola en el suelo para saludara los demás.

–Querido Stephen -dijo Sophie-. Espero quete conformes con poco, porque no tenemos nadaen la despensa. Mañana, no obstante… Mira, ahíestá Clarissa, ¿ves al caballero que laacompaña? Es su esposo, el rector deWytherton, hombre erudito. Se casaron el mespasado. Clarissa, no habrás olvidado al doctor

Page 143: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Maturin, ¿verdad?–La felicito de todo corazón, querida -dijo

Stephen, besándola-. Es un honor, señor. Y mismás sinceras felicitaciones -dijo estrechando lamano del párroco-. Queridas, supone unauténtico gozo veros disfrutar del sol, en un verdetan puro. Disculpadme unos instantes mientrasrecompongo las galas que han sobrevivido alviaje.

–Yo llevaré su equipaje, señor, si me lopermite -dijo George, que disfrutaba de unpermiso del Lion, de setenta y cuatro cañones, almando de Heneage Dundas, uno de los mejoresy más antiguos amigos de Jack.

Qué agradables fueron aquellos días. Veranoinglés del mejor, en la mejor campiña inglesa,suficiente lluvia nocturna en las colinas paramantener el caudal de los arroyos dondesaltaban las truchas, además del leve gorjeo queaseguraba la presencia de una abubilla a la quese había visto en tres ocasiones en la parroquiade Chiddingfold. Aquel año se vio agraciado conuna abundancia inusual de aves (la época deanidar había resultado muy favorable), y Stephen

Page 144: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

y la pequeña Brigid pasearon por las dehesas,junto a los erguidos juncos, y a lo largo de lasorillas. Maturin tuvo ocasión de revelarle elnombre de innumerables insectos, de muchas,muchas aves, entre ellas el martín pescador, elmirlo acuático, el zampullín común y, de vez encuando, la cerceta, además de las fochas y lasgallinetas. También le habló de las que sin dudaeran sus aves favoritas: el aguilucho pálido, elgavilán, el cernícalo y, en una ocasión, elperegrino, un halcón que sobrevoló su posiciónsin apenas batir las alas. Una liebre, dos lirones,una desprevenida cría de comadreja, además deenormes cantidades de mariposas. Descubriómuy complacido que ella se mostraba másreceptiva, aunque no podía olvidar que todavíaera una niña muy tierna, y no estaba del todoseguro de que disfrutara de la caza, de cazar conescopeta o de pescar con caña. Sin embargo,aún quedaba tiempo para probarlo, y aún podíaalbergar cierta esperanza, en parte por elejemplo de toda aquella gente, la gente a la queella amaba, de todas aquellas personas a lasque respetaba y que, en mayor o en menor

Page 145: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

medida, disfrutaban de dichas empresas.Y ahí estaba, también, la agradable, la

apacible vida social. Viejas amistades sereunieron con él para comer en una o dosocasiones; esporádicas visitas matinales; elseñor y la señora Andrews que se acercaban enla calesa para pasar unas horas en la biblioteca,en cuyas estanterías había una excelentecolección, responsabilidad de ciertosantepasados de la familia Aubrey, por cuyasvenas había corrido la tinta negra…

También sentía cierta tristeza, puesto que elfinal de la guerra suponía que casi todos lossoldados y marineros, además de la infinidad depersonas que los habían mantenido en activo, seveían obligados a adoptar la vida civil, a buscartrabajo. Obviamente, caían los salarios, eso siuno tenía la fortuna de cobrar uno. Al grito de«¡Economía, economía!», los impuestos habíanalzado el vuelo hasta alcanzar una alturaextraordinaria. Sin ir más lejos, el agente de Jacken la finca de Milport escribió, angustiado, queuna granja de trescientos acres que empezaba arendir tras el drenaje se veía en la obligación de

Page 146: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pagar trescientas ochenta y tres libras, oncechelines y cuatro peniques en concepto deimpuestos y tasas. Por suerte, ni las tierras delprimo Edward ni las de Aubrey habían sidoobjeto de cercado alguno, de modo que loshabitantes y los propietarios de las granjascircundantes, junto a los hijos y hermanospequeños que volvían de la guerra, se apañaronbien al modo tradicional, y el coto de caza deJack disminuyó de pronto. A los terrenos de unapropiedad cercana, sometida a un estrictocercado (no un ejido sobre el cual no pesabanderechos de pasto), no asomaba un sólo conejo.Aunque las leyes de rigor se empeñaron enmantener el precio del trigo a cuatro libras, y, porsupuesto, a gravar las importaciones, llegaba porbarco mucho alimento americano y continental,ya fuera legal o ilegalmente, y el cultivo habíadejado de ser un negocio provechoso. Losterratenientes acusaron las consecuencias, y lamayor parte de los granjeros aún las acusaronmás. No obstante, la gente que de verasafrontaba la pobreza eran los hombres, mujeres yniños que trabajaban el campo, aquellos que,

Page 147: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tras el proceso de cercado, no disponían de unmísero pedazo de tierra.

Pero aquél no era el caso de Woolcombe,aunque sí afectaba a tierras muy cercanas, demodo que era imposible sentirse tan a gustocomo de costumbre.

Eso por no mencionar que, al igual que lamayoría de las esposas de oficiales de Marina,Sophie había ansiado tanto poder disfrutar deuna paz indefinida en compañía de su marido,que, al enterarse de la travesía hidrográfica quellevaría a Jack a un inhóspito rincón del globo, nopudo sino manifestar su desaprobación yconfesar lo contrariada que se sentía. Stephen,con cierta timidez, expuso lo ventajoso queresultaría todo aquello para que Jack obtuvieraun ascenso de empleo, el ascenso al EstadoMayor, pero ni repitiéndoselo logró causar en ellael menor efecto.

–Creo -dijo, después de uno de los muchosintentos de consuelo, inútiles y exasperantes,puesto que el hecho de ofrecer consuelo conllevauna mayor experiencia o, simplemente,inteligencia por parte de quien lo ofrece,

Page 148: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

superioridad que nadie tan infeliz podía aceptar-,creo que esta tarde me acercaré a Shelmerston.

–No olvides que los Andrew pasarán lavelada en casa.

–¿Quiénes son los Andrew?–Clarissa y su marido.–Queridísimo papá -dijo Brigid con el

desparpajo que la caracterizaba, aunque lo hizoen inglés, puesto que el gaélico no estabapermitido en la casa, más de lo que el maltés sepermite a bordo de un barco de guerra-,queridísimo papá, podríamos acompañarte sitomas el dócar.

–Podríamos ir los cuatro -sugirió George-. Enla parte trasera.

–Cinco -exclamaron las gemelas-. Somosdelgadas y nos apretujaremos.

–¿Y qué me decís de Padeen? – preguntóSophie, que había subido poco en el rápido ygallardo dócar de ruedas elevadas.

–Oh, Padeen correrá junto al dócar -replicaron solícitos, sin el menor atisbo de burlapor su ignorancia.

–Acostumbra a subir a la parte posterior del

Page 149: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

coche -explicó Fanny-, pero cuando se trata deldócar prefiere correr.

–¿Acaso no es el mejor corredor de todaConnaught? – preguntó Brigid.

Hacía tiempo que Stephen tenía buenarelación con el delgado, zanquilargo y amarillocaballo castrado al que no distraían las yeguas opotras, y que tampoco se mostraba voluble antelos niños. Disfrutaron del camino que los llevó ala costa, y después doblaron a la izquierda porlos arenosos caminos que conducían a SaintPeters Pond, donde ya vieron a algunos hombresque trabajaban en los canales que habrían dedrenar. Stephen señaló a lo lejos, hacia dondechapoteaban, se sumergían y nadaban lasinocentes aves acuáticas.

–Allí -dijo henchido de satisfacción, al tiempoque cerraba con un chasquido el catalejo-, allí haanidado la garza imperial; la única pareja quehay en los tres reinos. Los niños, acostumbradosa guardar silencio y a permanecer inmóvilesdurante estas breves pausas, pudieron respirarde nuevo y rieron con estruendo ante laperspectiva de tomar el té en Shelmerston, lugar

Page 150: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

al que estaban a punto de llegar.Al cabo de unas millas, el castrado encaró el

hocico al viento, a ese viento que le traía el calordel hogar, y recompuso el paso. Atrás quedaronlos caminos arenosos, y el paso estrecho(recorrido con Padeen a la cabeza, a modo deguía) les condujo serpenteando hasta una bahíarocosa en cuya costa se encontrabaShelmerston, puerto desaprovechado, habitadopor pescadores, marineros de altura y otrasgentes de mar; cualesquiera de ellos podíaconvertirse en hábil contrabandista en un abrir ycerrar de ojos, o sólo con ver la señal cruzada deun costero francés en lontananza (banderas dedía, fanales de noche), puerto con una peculiarmarea engañosa y una barra condenadamentemal puesta, pese a lo cual era muy estimada porquienes allí vivían. Fue en Shelmerston dondeJack Aubrey armó y pertrechó a la Surprise parahacer el corso durante el eclipse naval al quesiguió su restitución al servicio. La dotó no sólocon los marineros de barco de la Armada que lohabían seguido a lo largo de su carrera, sinotambién con los habitantes del lugar, sólidos

Page 151: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

marineros, perfectos para un buque de guerra.Stephen y él conocían bien el pueblo y a susgentes; las habitantes de Shelmerston se habíanmostrado muy amables con sus niños, máspequeños por aquel entonces, muy capaces,también, de hacerse daño a sí mismos, de modoque un viaje, incluso una estancia de una semanao más en el pueblo costero, era tenido por másbeneficioso que una visita a Bath o Lyme.

El castrado entró en el establo, y Stephen lohizo en Williams Head, mientras Padeenintentaba apartar a los niños de las jaulas de losperros, junto a las cuales habían logradoenredarse al jugar con unos fardos de red.

–Señora Hake -saludó-, buenos días tengausted. ¿Cómo está?

–¡Pero si es el doctor! – exclamó ésta-. Muybien, señor, gracias por su interés. Confío en queusted también esté bien.

–No puedo quejarme, señora. Aunque mesentiría aún mejor si tuviera la amabilidad dealimentar a las criaturas que vienen conmigo.Llevan media hora peleándose y quejándose, demodo que un té y esas cositas redondas con

Page 152: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

crema servirán para templar su temperamento,pues no son por lo general violentos. Me heacercado para saber si tenía usted noticias de laSurprise y del capitán Aubrey.

–¿Del capitán Aubrey, señor? – dijo con unamirada si no de horror, sí de la más profundaestupidez teñida de alarma, como si de congojase tratara-. ¿De la Surprise y del capitánAubrey? – Dejó caer todo su peso en una silla,sin dejar de mirarle-. Pero si estuvo aquí estamisma mañana, y reclutó a una veintena deantiguos compañeros de rancho. ¡Oh! ¡Ja, ja, ja!Y felices que se les veía de poder acompañarlo,ya ¡ja, ja! Doblaron la barra con la marea, cuandoel viento soplaba favorablemente hacia elastillero de Seppings. Y usted sin enterarse. Oh,¡ja, ja, ja! – Se golpeó las rodillas, incapaz decontener la risa-. Que Dios le bendiga, señor, ypor favor, discúlpeme. Echaré de comer ahoramismo a esa jauría de críos que me ha traídousted. Vamos, niños -voceó desde la puerta,proyectando la voz hacia el patio del establo-. Elté estará listo enseguida. – Y se volvió de nuevopara dirigirse una vez más a Stephen-: Creo que

Page 153: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

despachó a un joven caballero a lomos de unponi para decirle a la señora Aubrey que estababien y que iría mañana a verla. – Se adentró en lacocina, e incluso desde allí pudo oír que les decíaa las sirvientas-: Y el doctor va y me dice: «Me heacercado para saber si tenía usted noticias de laSurprise y del capitán Aubrey», y yo le digo…

Stephen se encaminó a aquella playa tanfamiliar. Se había extendido la noticia de sullegada, y varios de sus antiguos compañeros detripulación, sobre todo aquellos a quienes habíatratado, se acercaron a estrechar su mano, darlelos buenos días y alabar el buen aspecto de laSurprise, a pesar de las maltrechas amuras.Algunos, es más, la mayoría, se mostraron algocohibidos, incluso tímidos, lo cual le sorprendió.Después invitó a cinco o seis hombres a los queconocía bien a tomar una jarra con él, y alsentarse en el salón dijo al mayor, antiguo cabode a bordo:

–¿Qué sucede aquí en Shelmerston? ¿Porqué algunos de mis antiguos compañerosparecen inquietos?

–Verá usted, señor -dijo Proctor-, la cosa va

Page 154: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tal que así: con el final de la guerra, con los dosfinales de la guerra (uno cuando estaba usted abordo del Bellona, y el otro cuando lo deWaterloo), muchos de aquí dejaron curiosamentede vivir en paz. Me refiero a la paz de tener elplato en la mesa, por mala que sea la comida, ounas monedas que enviar a casa. Nos han dadola paga de remate. Por lo general, para unmarinero cualquiera que vive en el puerto derigor, eso supone buscarse otro barco, siempre ycuando el comercio esté animado. Sin embargo,éste de aquí no es el puerto de rigor. Con esamaldita barra y nuestras condenadas rocas,apenas pasa el comercio por esta costa.Inicialmente había sido un pueblo de pescadores,pero la pesca cayó porque no había manera demantener a más de una veintena de barcas, demodo que nos dedicamos al corso; y nos fuebien, señor, como usted sabrá, siempre quehubo enemigos a los que apresar, ya fueranfranceses, españoles, portugueses,norteamericanos, holandeses o de los puertosdel norte, como Papenburgo y demás. Pero,¿dónde están ahora? En paz. Ahora están en

Page 155: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

paz.–¿No se hace el contrabando?–Bueno, señor, debo admitir que hay quienes

(y observe que no señalo a nadie) no ponenperos a practicar en ocasiones el contrabando.Aunque es necesario ser un buen marino y tenerun barco marinero para prosperar en el negocio;aun así, creo que ya sabe usted de qué le hablo,señor, pues el brandy viene a ser lo quepodríamos denominar la sangre que corre por lasvenas de Shelmerston.

–¿Y?–Asómese usted y mire por la ventana, hacia

el sudeste.–¿Cúteres?–Sí, señor. Los nuevos cúteres, recién

botados, bien gobernados y extraordinariamentebien construidos. Ahí los tiene, y créame si ledigo que no sé cómo se las apañó el jovenSeppings para hacerlos, de veras que no. Tanmarineros, que son capaces de robar el viento acualesquiera de nuestras embarcaciones. Y ahíarriba, en lo alto del precipicio, tienen apostado aun vigía. Los muy perros se reparten el botín,

Page 156: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tanto el dinero como el comercio. Basta para quele hierva a uno la sangre en las venas, verlos ahítan atentos.

–Comprendo.–Por eso entenderá usted que cuando

avistamos la Surprise esta mañana fue como…Bueno, no quiero ser irreverente, fuesencillamente maravilloso. Y cuando su señoríareclutó a una docena de los nuestros para que lallevaran al astillero… Oh, qué contentos nospusimos al saber que emprendería una largatravesía después de las reparaciones.

–¿Le habló el capitán Aubrey de susintenciones?

–Oh, sí, señor. Dijo que era para levantarplanos del Cabo de Hornos, del estrecho y de lacosta chilena; que no había muchasposibilidades de obtener botín, a menos quetopáramos con un barco pirata. Trabajo durogarantizado, pero imposible garantizar laobtención de botín. Sin embargo, aquellos a losque escogió… Oh, ¡estaban tan contentos deviajar con él! Algo han oído hablar de la suertedel capitán Aubrey, todos hemos oído hablar de

Page 157: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

la suerte del capitán Aubrey, y si pudiera ustedinterceder por cualesquiera de nosotros, señor,se lo agradeceríamos de todo corazón.

* * *Aunque los niños se mostraron ansiosos por

acercarse al astillero de Seppings, Stephen noaccedió a sus peticiones, y el dócar recorrió denuevo la cresta rocosa del camino que discurríapor la colina para alejarse de Shelmerston.

–Ahí está la capilla de Seth -dijo, señalandocon una inclinación de cabeza el edificio blancocon las enormes letras brillantes de la fachada:«Seth».

–¿Qué es Seth? ¿Quién es Seth?–Fue uno de los hijos de Adán, hermano de

Caín y Abel.–¡Oh, mirad! – exclamó Brigid-. ¡Hacia el

horizonte! ¡Ésa es la Ringle!–Mañana los veremos a todos -dijo Stephen-.

¡Qué alegría!No obstante, antes tuvieron que recoger al

joven caballero de la Surprise, el señor Wells, aquien el poni que montaba había arrojado a unazanja profunda y empedrada, rodeada de zarzas,

Page 158: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

para después emprender la huida. Por suerte,Wells era más enano de lo que solían serloquienes embarcaban por primera vez, de modoque pudieron embutirlo en el dócar, aunque huboque pagar cierto peaje, pues el muchachomanchó de sangre el interior.

El hogar, el cambio de ropa… El señor Wells,desnudo, embadurnado de pomada y mantecade cerdo, terminó enyesado y con algunos puntosde sutura aquí y allá. Después, fue necesarioalimentarlos a todos, sin olvidar al señor y laseñora Andrews. Stephen recordaba combatesnavales más agotadores, y se retiró a suhabitación muy temprano.

El doctor Maturin observaba ciertas prácticasque en otros hubiera tachado de insalubres,hedonistas e incluso inmorales, como porejemplo fumar tabaco y hierba índica (o masticarbhang), beber alcohol en todas sus formas,desde la cerveza al brandy, tomar opio y coca, yla frecuente inhalación de óxido nitroso. En sucaso, no tenía nada que objetar a ninguna deestas prácticas; es más, consideraba muybeneficiosos sus efectos, y esto se debía a que

Page 159: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

jamás (o casi nunca) abusaba de ellas. Sinembargo, había otra práctica que a menudohabía abandonado por inapropiada, y que amenudo había retomado pese a las punzadasque le propinaba la mala conciencia. Se tratabade su diario, práctica, en casi todos los casos,inofensiva e incluso benigna; sin embargo, nopodía considerarse así en el caso de un agentede inteligencia. Era consciente de que podíacaer en otras manos, de que podrían pedirseexplicaciones, de que incluso el código en queestaba escrito podía descifrarse, lo cualexpondría tanto a sus colegas como a susaliados e informadores. Era una posibilidadremota, puesto que conocía muchas lenguas ylas empleaba todas. Aun así, fue con ciertosentimiento de culpa que abrió la bolsa y sacó ellibrillo. Con el paso de los años, los volúmenesse habían ido haciendo más y más pequeños,quizás para disponer de ellos con mayorfacilidad, y la letra era tan diminuta que pocosojos hubieran sido capaces de leerlos, inclusoStephen necesitaba de unas lentes para hacerlo.

«Después de considerarlo -escribió-, creo

Page 160: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que debo tratar el conjunto de los comentarios deBlaine referentes a Horatio, y sus inferencias,como confidenciales.» Escrito esto, junto a unresumen de lo que era permisible, cerró el tinteroy recostó la espalda, y se preguntó si debíalimitar su conversación con Jack a su sentidonáutico. Pensó mucho en el carácter de suamigo, en sus aspectos más mundanos, en sufranqueza. Después de caminar arriba y abajodurante un rato, se rascó la cabeza y dijo en vozalta:

–Creo que puede hacerse.Y se fue a la cama.Amaneció un día precioso, con la hierba

cubierta por el rocío. Recibieron a WilliamReade, portador de noticias muy alentadoras delastillero. El joven señor Seppings estabaencantado de que los refuerzos de su padrehubieran aguantado tan bien. Los fondos,inspeccionados con atención aprovechando labajamar, estaban en tan buenas condicionescomo cabía desear, y en diez días de trabajoharía lo imposible por poner la proa a la altura delas circunstancias. Sin embargo, debía insistir en

Page 161: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

el hecho de que no subieran a bordo oficiales,carpinteros o segundos del carpintero, así comocontramaestres o segundos del contramaestre.Se comprometía a buscar alojamiento adecuadopara todos los hombres (en la misma Pompeypara los oficiales, llegado el caso), pero él y suscarpinteros de ribera no se expondrían aconsejos ajenos, por muy bien intencionados queestos pudieran ser. Y si el capitán Aubrey semostraba de acuerdo, no tenía más que enviar surespuesta en el carro del pescadero, para que aldía siguiente pudieran poner manos a la obra.

* * *No había caza a esas alturas del año, pero sí

podían disfrutar del criquet, de la pesca y de unaspreciosas jornadas que no desaprovecharon.Stephen, que al fin había entendido los principiosde tan complejo juego, amortizó su habilidadpara lanzar la pelota, y así lo hizo por todo elcampo, además de correr como un enajenado,mientras gritaba a Padeen, que por lo generalera su compañero de equipo.

Un desdichado viernes llegó un mensajero dePortsmouth, cuyo semáforo había recibido una

Page 162: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

señal al efecto de que se requería de inmediatola presencia del capitán Aubrey en Londres. Susoficiales, la mayoría de los cuales se alojaban enla casa, junto a algunos de los guardiamarinasque estaban lejos de su hogar y el mediohermano de Jack, Philip, le mostraron suadhesión cuando el capitán y el doctor sedespidieron en la silla de posta, y le aseguraronque harían lo imposible por ganar por once tantosal equipo local en el partido que debía celebrarseal día siguiente.

Aquél no era, sin embargo, el Almirantazgode los tiempos de guerra. Había porteros en elturno de noche, pero un secretario cualquierasalió a recibirles, y les comunicó que lamentabamucho informarles de que no esperaban a sirJoseph hasta el lunes, quien desgraciadamentese hallaba en esos momentos en la campiña. Elsecretario no podía asegurarlo, pero por lo vistohabía algunas dudas acerca de unas cartasnáuticas muy recientes.

–En fin -dijo Jack al salir-, en un mundo taninconstante como éste, confiemos en encontrar almenos en Blacks una buena cena y cama. Wilson

Page 163: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

-dijo al portero-, tenga la amabilidad deencontrarnos un carruaje, ¿quiere? Y subanuestro equipaje a bordo.

–¿Adonde, señor?–Oh. Al Blacks, en Saint James Street.Allí efectivamente fueron recibidos de la

forma apropiada: se reservaron las habitaciones,y ambos se apresuraron a subir al piso superiorpara disfrutar de una copa de vino mientras lespreparaban la cena. Aunque por ser viernes elclub estaba más bien vacío, coincidieron convarios conocidos, a quienes saludaron antes deque los llamaran a la mesa.

–Dios mío, qué bien me ha sentado -dijoJack, observando con severidad el plato vacío,antes de dirigirse al sirviente-: Charles, ¿seríatan amable de traerme unas tostadas de queso?Estoy seguro de que el doctor pasarádirectamente al bizcocho, pero yo tomaríaencantado unas tostadas de queso, en su punto,claro.

Tres o cuatro minutos después de irseCharles, Jack se hallaba observando conatención la jarra (¿había bebido una o dos jarras

Page 164: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

enteras?), cuando de pronto reparó en lapresencia de un hombre alto y corpulento, cuyasombra era proyectada sobre la mesa por la luzde las velas; un hombre que, por lo visto, sehabía detenido a poca distancia de la mesa queocupaban. Al levantar la mirada, vio la Jarretera,reconoció el rostro de un miembro de losHannover, y se levantó; fue imitado por Stephen.

–Capitán Aubrey, buenas noches tengausted, señor. Doctor, buenas noches. SoyClarence, señor -dijo a Jack-. Quizás no merecuerde, pero tuve el honor de conocerledespués de que apresara usted la Diane.

–Le recuerdo perfectamente, alteza.El príncipe William rió algo confuso al pasar

Charles por detrás de él, con la bandeja y lastostadas de queso fundido.

–Qué casualidad, precisamente estabapensando en usted esta misma tarde. ¡Y aquíestá! ¡Ja, ja! Hace poco, un amigo delAlmirantazgo le dijo al doctor Maturin que mehabía hecho cargo del hijo de un fallecidocompañero de tripulación. No sé si el doctor se lohabrá mencionado. Se llama Horatio…

Page 165: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Pues no podría tener mejor nombre, señor -comentó Jack, observando con cierta severidadlas tostadas de queso fundido, que pormomentos adoptaban cierta flacidez.

–Se trata de Horatio Hanson. Hanson murió abordo de la Serapis… -Aquí el príncipe Williamaprovechó para hacer un inciso acerca de latormenta que sufrió una vez en alta mar, antes decomentar por encima el tiempo que sirvió conNelson en las Antillas. Después, se contuvo ydijo-: Pero odiaría interrumpir su cena. Mírense,ahí de pie. Sería un crimen hacer algo semejantea un oficial tan distinguido como usted.Discúlpeme. ¿Me haría el honor de tomar caféconmigo cuando hayan terminado? No hayninguna prisa.

Ambos respondieron que sería un placer, y,cuando el príncipe se hubo distanciado las tres ocuatro yardas de rigor, volvieron a tomar asiento.Jack se cansó de marear las tostadas, apuró elresto del vino, y dijo:

–Es un noble gesto ocuparse del hijo de unantiguo compañero de rancho.

–Así es.

Page 166: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–No me dijiste que formó parte delAlmirantazgo.

–¿No lo hice?–Es igual, no tiene importancia. Le diré lo

mismo que te dije a ti entre Haslemere yGuildford: que no puedo hacerme cargo deningún lactante en una travesía así. Aunque tengoentendido -añadió tras una pausa-, que el duquees muy atento con los viejos compañeros queresiden en Greenwich. ¿Vamos?

El duque se había sentado en un discreto yapartado rincón. Aunque por lo generalempleaba un elevado tono de voz, comocorresponde a un marino, la estancia hubierapodido albergar a mucha más gente sin la menorinconveniencia. Estaba nervioso. Sucede amenudo con los hombres gruesos que elnerviosismo se traduce en transpiración, y así eraen su caso, pues tenía la frente perlada de sudor.

–¡Roger, condenado sodomita! ¿Dónde estáese jodido café? – preguntó al sirviente alacercarse Jack y Stephen, a quienes se dirigióde la siguiente manera-: Caballeros -dijo,haciendo el gesto de quien parece dispuesto a

Page 167: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

levantarse-: permítanme rogarles que tomen unpoco de brandy. Siéntense, por favor. Roger,cuadrúpedo, trae el mejor y más añejo Nantz.

Llegó el café, inmediatamente seguido delbrandy, y se produjo un incómodo silencio. Trastomar un sorbo de café, Jack tomó laresponsabilidad de romperlo al decir:

–Alteza, el doctor Maturin me habló en efectode Horatio, y del deseo de usted de que sentaraplaza en la camareta de guardiamarinas de laSurprise.

–Sí. Me gustaría que empezara en el mejorlugar posible, a las órdenes de un capitán porquien siento un gran respeto. El más excelsomarino.

–Me honra usted, señor. Pero en lo que a micapacidad para navegar concierne, no creo tenerningún secreto que enseñarle a usted. – El duquepareció extraordinariamente complacido, y tomóun largo sorbo de brandy, sorbo que Jackaprovechó para continuar-: Pero, señor, recuerdohaber dicho al doctor lo mismo que le diré austed ahora, si… en fin, si me permiteexpresarme con la franqueza recomendable

Page 168: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

entre marinos.–Bien dicho, bien dicho -dijo Clarence.–Le dije que el viaje que nos ocupa es largo y

peligrosa su naturaleza (cincuenta e inclusosesenta grados de latitud sur, señor, aparte de lodemás), y que por consiguiente mi camareta deguardiamarinas no será un lecho de rosas. Eneste momento la ocupan algunos jóvenes aquienes enviaré a sus casas, por ser demasiadodelicados. No será un lecho de rosas, y no habráfavoritismos. Y, por supuesto, tengo que echarleantes un vistazo, para comprobar si nosavenimos o no. Es necesario que haya unabuena armonía por ambas partes, dado que setrata de una larga travesía. Usted, señor, esmarino, y se ha tomado un gran interés en elporvenir de este muchacho, y si lo que acabo dedecirle no le incomoda, permítame pedirle queenvíe al joven a Grapes, acompañado por unsirviente. Se trata de la casa de huéspedesdonde suelo alojarme, está en el Liberties delSavoy.

–¿Y por qué no lo entrevista aquí?–Porque, señor, este lugar a menudo lo

Page 169: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

frecuentan personas de la vida pública -dijo Jack,mirándole a los ojos-. Me atrevería a decir que almenos contamos con la mitad de la oposición, omás, y diversos ministros. No deseo que se dépor sentado de ningún modo que busco el favorde la corte. Con todo el respeto, alteza, no hago,repito, no hago ni haría jamás tal cosa. Si Horatioy yo congeniamos, y si le considero adecuadopara emprender la travesía y convertirse, con eltiempo, en oficial de Marina, le aceptaré en lacamareta. De otro modo, no lo haré.

–Diantres, señor, es usted la franquezapersonificada -dijo Clarence sorprendido,observándolos a ambos. Se limpió la nariz con elíndice, gesto con el que Stephen estabafamiliarizado y, tras un corto silencio, dijo-: Y yose lo agradezco. ¿Cuándo le acomodaría ver almuchacho?

–A las dos y media del lunes, señor, si no hayinconveniente.

* * *El lunes, pasados veintinueve minutos de las

dos, Lucy llamó a la puerta del salón.–Con su permiso, señor, hay un hombre

Page 170: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

vestido de negro en la entrada, acompañado deun joven caballero. ¿Quiere que los lleve alsalón? – Y dirigiéndose a Stephen añadió-:Doctor, el boticario pregunta si se apañaría ustedcon un áspid embotellado.

–Tráelos aquí, por favor -dijo Jack.–Por supuesto. Que me lo envíe de inmediato

-dijo Stephen.–Señor Hanson -dijo Jack al entrar las visitas-

, tome asiento, haga el favor. – Y volviéndose alotro, al discreto sirviente-: Probablemente paseuna hora con el señor Hanson. ¿Quiere esperarloen el saloncito, o prefiere que yo mismo le hagabuscar un coche para volver?

–Prefiero esperar, señor, si no es molestia.El muchacho era un joven de quince años,

delgado, rubio y bastante atractivo; estaba,además, bastante nervioso (por no mencionarque parecía haber cogido un resfriado) y observóla desaparición de su único aliado con unaangustia que difícilmente pudo disimular. Sinembargo, hizo acopio de coraje y se dirigió aJack.

–Señor, mi tío William desea que le dé los

Page 171: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

buenos días. Me ha dicho que ha tenido usted laamabilidad, la gran amabilidad de recibirme,para juzgar… -titubeó antes de continuar-: parajuzgar si puede usted admitirme en la camaretade guardiamarinas.

–Así es -dijo Jack, con toda la amabilidad deque fue capaz-. Y antes que nada me gustaríaformularle algunas preguntas para hacerme unaidea de sus conocimientos. Puesto que no haservido usted nunca en la mar, no le importunarécon velas o aparejos, aunque sí me arriesgaré enlo que a las matemáticas concierne. Supongoque ya sabrá usted que son de primerísimaimportancia para un oficial de Marina.

–Por supuesto, señor.–Estoy seguro de que conocerá los

rudimentos de la aritmética, pero ¿ha aprendidoálgebra y geometría?

–Un poco, señor. Me apaño bastante biencon la ecuación de segundo grado, y andobastante avanzado en mis conocimientos deEuclides.

–¿Podría definir una hipotenusa?–Oh, sí, señor -respondió Horatio, que sonrió

Page 172: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

por primera vez.–Ahora, dígame cómo demostrar que el

cuadrado de la hipotenusa equivale a loscuadrados de los catetos -dijo Jack, tras dibujarel diagrama correspondiente.

Así lo hizo Horatio, con voz cada vez másdiáfana, en un tono más cargado de confianza.Stephen dejó de prestar atención. Escuchó almuchacho, en la lejanía, explicar la naturaleza dela secante, la cosecante, la tangente y lacotangente, el seno y su compañero; y, cuandovolvió a concentrarse en ellos, observó quehablaban con pasión de todas las hazañasastronómicas que Horatio y el párroco de supadre, un tal señor Walker, habían logrado con uninstrumento de observación casero, potentecomo para observar las lunas de Júpiter, losdeliciosos satélites jovianos, en una nochedespejada y sin luna. Stephen no pudo evitarcerrar los ojos.

–Señor -dijo Horatio en voz baja al oído deStephen, apoyando una mano en su brazo-. Creoque el capitán le está hablando.

Stephen no era muy aficionado a la mentira,

Page 173: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pero acusaba la misma renuencia que cualquierotro hombre ante el hecho de admitir que sehabía quedado dormido, de modo que afirmócon rotundidad que «había estado meditando enalgunas de las afirmaciones pitagóricas másabsurdas».

–Doctor -dijo Jack-, permítame pedirle que sedirija al señor Hanson en latín y griego. Quizás elgriego sea demasiado pedir para un oficial deMarina. ¿Sabe usted griego, señor Hanson?

–No, señor -admitió el aspirante Horatio, conuna sonrisa tan encantadora como feliz-. Sólo elalfabeto; verá, iba a empezar el año que vienecon el señor Walker. Griego, e, incluso, hebreo.

Mientras Stephen y Hanson charlaban enfrancés y latín observando la curiosapronunciación inglesa, Jack esbozó la carta quetenía pendiente. Casi la había terminado, cuandoescuchó los sonidos propios de una conclusiónsatisfactoria al otro lado del salón.

–Veamos -dijo al levantarse-. Casi la heterminado, y lo haré cuando el doctor me cuentecómo están las cosas. De modo que vaya usteda pasear durante media hora (encontrará el río y

Page 174: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

las embarcaciones calle abajo), mientras yo meocupo de dar forma a este esbozo para su tíoWilliam… Pero, ¿a qué demonios obedecesemejante estruendo?

Eran Sarah y Emily, que habían vuelto de laescuela y estaban muy contentas con sus nuevosy lustrosos botines. Irrumpieron en el salón,besaron a Stephen, besaron a Jack, y, después,se volvieron al inesperado Horatio, que lesdevolvió la mirada al menos con igual sorpresa.

–Queridas mías -dijo Stephen-, os presento alseñor Hanson, que quizá se haga a la mar connosotros. Señor Hanson, estas son mis ahijadas,Sarah y Emily. Puesto que dispone de mediahora libre, estoy seguro de que le mostraránencantadas todos los vericuetos del río, que porcierto conocen a la perfección.

–Menuda prisa -dijo Jack mientras se oía elestruendo de los botines escaleras abajo-.Cándidas criaturas, parece que fue ayer cuandono eran más que unas cositas pequeñas, útilestan sólo para servir de cebo. Más me vale ponermanos a la obra con esta carta… Aunque antesme gustaría saber qué opinión te merece el

Page 175: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

muchacho.–Me ha parecido un joven muy bien educado,

ingenioso y agradable. Su conocimiento de lalengua francesa supera el promedio de cualquieringlés, y posee un latín aceptable.

–Me alegra mucho oír eso. Le digo a su tíoque tiene una sorprendente comprensión de lasmatemáticas, sobre todo en los cálculosaplicados a la navegación y la astronomía. Tienela base de un oficial de Marina. Además, sedivierte, más que divertirse, le complace,estudiar matemáticas, y también le digo que conla habitual manutención de cien anuales y elequipaje apropiado, será un placer para míaceptarlo en la camareta, tanto más cuantoacabas de decirme que su francés es bueno y sulatín pasable. Pero antes de comprometerme deltodo, creo que sería necesaria una entrevista consu alteza; por verme agobiado a causa deltiempo, le rogaré que me reciba mañanatemprano. ¿Crees que puedo haberme dejadoalgo?

–Nada en absoluto, querido. Mientras lopasas a limpio, voy a averiguar qué hay para

Page 176: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cenar.Un par de aves. Pero antes de que pudieran

ponerlas al fuego, regresaron Horatio y las niñas,que a esas alturas ya se habían hecho grandesamigos. Horatio subió apresuradamente al salón.

–Espero, señor, no llegar ni demasiadopronto ni demasiado tarde. Mi tío siempre diceque en la Armada se hace especial hincapié enla puntualidad.

–Ha llegado usted puntual -respondió Jack-.Aquí tiene la carta para su tío. En ella le digo queen lo que a mí concierne será un placer tenerle austed a bordo. – El muchacho se sonrojó y letembló la barbilla-. Claro que la decisión finaldepende de él, pues doy por supuesto que usteddesea embarcar. Si está de acuerdo con miscondiciones, he sugerido que tomemos juntos elcoche que va a Portsmouth este próximosábado. Tenga la carta, también digo en ella queme gustaría verlo mañana temprano. Quizásprefiera enviarme un sirviente para acordar lahora exacta de la entrevista. En fin, vaya usted.No creo que sea buena idea que le interrumpamientras cena.

Page 177: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

* * *A la mañana siguiente, temprano, en el hotel

Fladong, Clarence aguardaba en lo alto de laescalera, cuando le pareció ver ciertapreocupación en el rostro del capitán Aubrey,rostro por lo general bronceado por la acción delviento y el sol, pero que en ese momento se veíaamarillo, con bolsas bajo los ojos y una expresiónque, pese a guardar las formas, no era tanamistosa como la del día anterior. Todo ello erael resultado de una fiesta que había durado hastatarde con antiguos compañeros de tripulación ycantidades ingentes de vino, aunque dicha causano cruzó por la mente del duque, para quien Jackno sólo era uno de los capitanes de combatemás capacitados, sino, además, un dechado devirtudes.

–Por favor, entre y tome asiento -dijo; tras unapausa, añadió-: No puedo decirle cuánto mecomplació su carta. Pero permítame preguntarledirectamente si le acepta usted.

–Verá, señor, me pareció un muchachoexcelente, y me encantaría tenerlo a bordo, perocon la condición de que se le trate igual que a

Page 178: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cualquier otro guardiamarina. Personalmentelamentaría mucho contar con la «presencia» deun oficial de mayor rango cuando suba a bordo. –Hacía tiempo que Clarence había ascendido alEstado Mayor-. Podría parecer que el muchachogoza de cierto favoritismo, lo cual no es bienrecibido por parte de una compañía de jóvenesque, por lo general, no disfrutan de influencias ymenos aún de dinero, y que con todaprobabilidad, sobre todo por ser éste su primerviaje, se lo harían pasar muy mal. Aunque existenexcepciones -dijo con una inclinación de cabeza-, raro es el caso del guardiamarina privilegiadoque se convierte en buen oficial. Ah, y a la horade hacer el examen, me tomo la libertad deaconsejarle que no recurra usted a amigosinfluyentes o a contactos.

–Estoy completamente de acuerdo con usted-dijo Clarence-. Yo mismo acusé el peso de lainfluencia, y más de una vez me dije que jamáshabría ascendido al empleo de capitán de navíode no ser el hijo del rey Jorge.

–Oh, señor, estoy seguro de que en eso seequivoca -dijo Jack en respuesta a la expresión

Page 179: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

conmovedora del príncipe-. Recuerdo que en unaocasión nos abarloamos a la Pegasus en lasIndias Occidentales, y que pensé que no habíafragata más armoniosa en toda la flota.

–Oh, eso es muy amable por su parte,palabra que sí -dijo Clarence-. ¿Me permite pedirque nos preparen una cafetera?

–Para mí no, señor, pero se lo agradezco.Clarence levantó la mirada.–Creo que el muchacho aguarda en el

descansillo -dijo-. Si ésa es su única condición,sepa usted que la acepto sin reservas. –Estrechó la mano de Jack, y a continuación abrióla puerta-. Pasa, Horatio. Hemos llegado a unacuerdo, y el capitán Aubrey ha tenido a bien queembarques a bordo de la Surprise.

–Oh, gracias, señor. Muchísimas gracias detodo corazón -exclamó el muchacho muyconmovido-. Estoy seguro de que mi querido tíose habrá llevado una gran alegría al enterarse.

* * *Y así era, pues se le veía muy feliz a la par

que emocionado cuando llevó a Horatio a WhiteHorse, acompañados ambos por un sirviente

Page 180: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

inclinado bajo el peso del baúl de marinerorecién estrenado.

–Me alegro tanto de verle, Aubrey -dijo-. Quéalegría haber leído de nuevo su carta, tan bienescrita. Sepa que accedo a todo cuanto en elladice. Admirablemente escrita, sí, señor.Encantado de saludarle, doctor. Le aseguro austed que le quedo eternamente agradecido…Pero, discúlpeme, se lo ruego, si me despido tanpronto. Mornington me está esperando, y odio lasdespedidas. – Y así, después de sacudir denuevo la mano de Jack, echó literalmente acorrer, apartando a la muchedumbre a su paso.

Horatio parecía un tanto perplejo.–¡Señor Daniel! – voceó Jack en ese

momento-. Ah, ahí está usted. Buenos días, tengoa cuatro a la sombra, de modo que arriba esebaúl y suba al coche de una vez. Antespermítame presentarle al señor Hanson, que sealojará en la camareta. – Los jóvenes seestrecharon la mano-. Éste será su primer viaje,pero se apaña bien con los números y esperoque se lleven ustedes bien.

Entraba la gente, lo hacían como arañas

Page 181: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sobre un tejado; los amigos bien juntos, algunosdespidiéndose de quienes quedaban en tierra.

–Apartaos de mi jodido camino, condenadoscornudos -dijo alguien en un tono de voz máselevado.

Y Clarence se abrió paso entre la multitud,subió por la escala, dijo «Qué Dios te bendiga,Horatio», se inclinó sobre él, colocó algo en sumano y le dio la espalda, tartamudeando algo aJack de un regalo «que… que… que habíaolvidado, y que gracias… por… por… todo».

Qué doloroso ver aquella enorme y pálidacara cubierta de lágrimas.

–¡Vámonos! – voceó el cochero. En uninstante, el gigantesco negocio emprendió elcamino, contribuyendo a la generalizadatrapisonda del tráfico de aquel sábado, ruidoso yatestado sábado, de tal forma que no fue sinohasta circular el coche por la carretera reciénallanada y comparativamente silenciosa quediscurría a lo largo de Putney Heath, que seprodujo una conversación de verdad: Horatio,muy emocionado, no había articulado palabraexcepto para decir «sí, señor», «no, señor». Sin

Page 182: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

embargo, en ese momento, durante el silenciosocamino, y durante una calma en la que poco sehabló, se oyó una campanilla dar las once, yHoratio observó sorprendido el paquete que el tíoWilliam había colocado en su mano. En elsilencio expectante que siguió, el propio reloj deStephen pronunció el leve eco de la hora desdeel bolsillo de su chaleco.

–Creo, señor -dijo sacando su reloj-, quedebemos de tener la misma maquinaria. ¿Mepermite compararlas?

Efectivamente. Ambos relojes eran obra deBreguet, y disfrutaban por tanto de unamaravillosa precisión. El de Stephen le habíaacompañado (a veces perdido, siemprerecuperado) durante incontables años, y la voz delas manecillas había acariciado su oído en másde una noche de insomnio.

–Cuando paremos a comer -dijo-, lo cual,Dios mediante, sucederá en Guilford, leenseñaré cómo pueden ajustarse lascampanadas del mío para que suenen rápidas ylentas, altas y suaves, la repetición y la alarma.Su diminuta maquinaria resulta increíble.

Page 183: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Por supuesto, señor -dijo Horatio, queobservó la elegante esfera del reloj y las lentasmanecillas durante casi todo el trayecto aGuilford. Tan sólo levantó la mirada para plantearde vez en cuando a Daniel (cuya amabilidadhabía intuido de inmediato) sus dudas acerca dela vida en la Armada.

–De modo que en realidad no soyguardiamarina -dijo aprovechando que losdemás estaban enfrascados en unaconversación.

–No. Ha entrado usted a formar parte de ladotación de una fragata en la que no hay muchoespacio disponible, a pesar de lo cual pasará aformar parte de la camareta de losguardiamarinas; puesto que ya tiene una edad,no se le tratará como a un niño, por mucho queéste sea su primer viaje. Sin embargo, en loslibros de la Surprise se anotará su nombre encalidad de voluntario de primera clase, unvoluntario de la primera clase, y no seráascendido hasta que el capitán lo considereoportuno. Sin embargo, lleva usted uniforme deguardiamarina, y puede subir al alcázar. No se

Page 184: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

encuentra todavía en el primer escalafón, cierto,pero ya tiene un pie en él, y eso es lo bueno.

Las progresiones, la aritmética, la geometría,o la simple física pueden hacerse muy largas, yen lo que al emocionalmente agotado HoratioHanson concernía, el primer escalafón de aquellaparticular secuencia en concreto hubieraparecido un lugar eterno de no ser porque lostañidos de su corazón le empujaban a creer locontrario. Jack había pedido al cochero hacer unalto en el Hind, donde pudieron comer un poco,antes de acomodarse en dos sillas de posta quepartían del lugar con los baúles y las mantas,dispuestas a completar la última manga hastaWoolcombe.

Para Horatio había sido un viaje agotador,antes de emprenderlo, durante y después,momento en que fue presentado a la familia delcapitán y a un numeroso conjunto de miembrosque habrían de convertirse en sus futuroscompañeros de rancho. Algunos de ellos, comoel piloto, eran muy veteranos, y otros pertenecíana la camareta, como él. Luego llegó la cena y eldesafío de aquellos largos pasillos

Page 185: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

desconocidos, el enorme y extraño dormitorio, ylas dudas de si podría utilizar el orinal.

Pero qué maravillas puede obrar una larganoche de descanso. Por no mencionar unabundante desayuno en compañía de miembrosde la Armada, ninguno de los cuales se portó malcon él; incluso se mostraron simpáticos. Lasoltura y la tranquila autoridad de las hijas delcapitán, así como el desenfado con el que eljoven George iba y venía del aparador,sirviéndose una improbable cantidad de cosas,le impresionaron mucho, pero no tanto como elrelato jugada a jugada hecho por el señorWhewell, de cómo el equipo de la casa habíaganado al del pueblo (a pesar del párroco) pordieciocho carreras.

Sin embargo, este satisfactorio relato se vioaplazado por la llegada de Harding y de suspalabras: «A flote, señor, a flote», que deinmediato fueron interpretadas por el capitánAubrey y por todos los oficiales como que elseñor Seppings había terminado su obra de artebastante antes del tiempo estipulado, y que lafragata estaba a punto de echarse a la mar, con

Page 186: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

las machinas de arbolar dispuestas a reponer lospalos, y el contramaestre preparado paraaparejarla.

Aquellas palabras imbuyeron unaextraordinaria energía a los marineros, y unatristeza en Sophie que ésta supo contener, y quelos niños contuvieron con menos convicción, muyal contrario que Brigid, a quien tuvieron quesacar de la estancia. Todo ello perturbó a loshombres, aunque no interrumpió sus rápidospreparativos, sus coordinados preparativos.Algunos, más por instinto que por organización,se dirigieron a sus puestos con toda la rapidezde que fueron capaces los caballos veloces, losvehículos o las piernas. Otros, los mejorequipados, se dirigieron a Portsmouth parapreparar a las, por lo general, lentas mentes dellugar, para que dispusieran los pertrechos, lapólvora, la bala, el cerdo y la ternera en salazón,la cerveza, la galleta, el ron, la necesaria agua,las millas de cabuyería, así como las millascuadradas de lona, los pertrechos del carpintero,los del contramaestre… Todos los innumerablesobjetos que incluso un modesto barco de guerra

Page 187: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

necesitaba para una travesía de tal envergadura,como el purgante de ruibarbo, que ocupaba untotal de siete toneles.

CAPITULO 4Al dar las cuatro campanadas de la guardia

de alba, el capitán Aubrey, cubierto con unacasaca de loneta, con el pelo largo y rubiodestrenzado ondeando sobre la aleta de baborde la fragata, subió a cubierta, observó el cielogris y cubierto de lluvia, vio una elevada olaromper sobre la amura de estribor, esquivó almenos parte del agua que llegó rauda por elpasadizo del combés, y dijo:

–Buenos días, señor Somers. Diría que hoypodremos prescindir de la ceremonia de baldearlas cubiertas. Está visto que los cielos seencargarán de hacerlo por nosotros.

–Buenos días, señor -saludó el segundoteniente-. Sí, señor. – Y proyectando su potentevozarrón a proa, ordenó-: A estibar los lampazos.

Al volverse, Jack vio una delgada y sonrientefigura que le saludaba.

–Vaya, señor Hanson, ¿cómo está usted?Cúbrase, haga el favor. ¿Se ha recuperado?

Page 188: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Sí, señor. Gracias, ya me encuentro bien.–Me alegra oír eso. Creo que pasamos por la

peor parte de esta tormenta. ¿Ve clarear el cieloa dos cuartas por la amura de estribor? Si seencuentra usted bien antes de las divisiones,quizás podamos intentar trepar al tope demesana.

–Oh, sí, señor, si es tan amable, Jack, quecon la ayuda de una toalla se había secadobastante, volvió al coy que aún conservaba elcalor y se tumbó con comodidad, acunado por elgolpeteo regular y el barrido de toneladas deagua que rompían contra la amura de estribor. LaSurprise llevaba rumbo sursuroeste, y casinavegaba de bolina con las gavias arrizadas,gracias a un viento fuerte pero caprichoso yprobablemente moribundo que soplaba deloeste. Por fin habían dejado atrás el canal,después de muchas jornadas de dar agotadorasbordadas. Ya no tenían a sotavento Ushant y lostemibles arrecifes que tan bien había llegado aconocer durante el bloqueo de Brest. Aparte dela amenaza del rayo o de algún mercanteenajenado, no tenían mucho que temer hasta que

Page 189: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

estuvieran frente a Cabo Ortegal, cabo dondeestuvo a punto de perecer ahogado cuandoservía de guardiamarina en la Latona, de treinta yocho cañones. Disfrutaba de unos cuantoscentenares de barlovento, y con tan reconfortanteseguridad y el temblor y estruendo del oleaje,cayó dormido hasta las siete campanadas, paracuando despertó por completo a la brillante luzdel día, una mar menguada y el desagradablerostro de Killick, su despensero, con el aguacaliente para el afeitado. En aquella ocasión,carecía Killick de malas noticias que darle, locual explicaba la hosquedad y el silencio con querespondió al saludo de Jack, aunque al pensarlobien recordó que el doctor se había caído del coyen algún punto de la segunda guardia, y que elseñor Wantage lo había atado tan fuerte queseguro que llegaría tarde al desayuno.

El desayuno, cuyo delicioso aroma flotaba enla cámara mientras se afeitaba Jack en el jardín,estaba compuesto por un ágape al que amenudo convidaba a uno de los oficiales quehabían hecho la guardia de alba. No obstante,aquel día, en vista de la irritabilidad de que hacía

Page 190: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

gala Stephen por el hecho de que le hubieranatado tan fuerte (siete vueltas, apenas un respiropor minuto), pensó que lo mejor sería quedesayunaran solos.

Así lo hicieron, y los acostumbrados huevoscon bacon, las tostadas con la mermelada deSophie, y, sobre todo, cafetera tras cafetera,ejercieron su civilizadora influencia, hasta talpunto que se oyó decir al doctor Maturin:

–Creo que me afeitaré antes de hacer lasrondas.

Diversas respuestas ingeniosas cruzaron porla mente del capitán Aubrey pero, dado elprecario temperamento de su amigo, lo cierto esque no arriesgó ninguna de ellas.

–¿Qué te parece el estado actual del jovenseñor Hanson? Anoche aguantó la guardia sinmayores problemas.

–¿Hanson? Ah, sí, Hanson. Se ha recuperadopronto, lo cual es muy propio de los jóvenes.Pero lo atribuyo también en buena parte a mijalapa de Veracruz. Sometí a la mayor parte demis pacientes a un tratamiento de diversos tiposde ruibarbo, aleppo y raíz de Esmirna, y también

Page 191: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

a la mejor raíz de Rusia. Quizás media docenade ellos sigan sufriendo lamentables y continuasindisposiciones.

–¿No estarás experimentando con tuspacientes, Stephen? – protestó Jack.

–Pues claro que sí, igual que tú lo haces conlas diversas combinaciones de lona, paraaveriguar qué conviene más a tu barco. Un barcono tiene «tres gavias de mesana y una cangreja»escrito en la proa; y mis pacientes no tienen«ipecacuanha» tatuado en la frente. Porsupuesto que experimento. En verdad lo hago.

Había experimentado: constituciones distintasrequieren remedios diferentes. Pero desde queestallara el virulento brote de disentería (puesparte del cerdo en salazón servido durante elprimer día había cruzado el Atlántico nada más ynada menos que en cuatro ocasiones, ademásde aguantar una larga pausa en Kingston,Jamaica), lo había hecho con similia similibus,anotando con mucho cuidado los diversosefectos; y observando, también, con ojo inquieto,la temible disminución en sus reservas. En unaocasión, antes de picar la sonda, tres cuartas

Page 192: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

partes de los marineros de la Surprise se habíanvisto incapaces de cumplir con el deber, peroestaban dispuestos y deseosos de ingerirenormes dosis de ruibarbo.

–Pero en lo que al joven Hanson respecta, dequien, por cierto, debo decir que me siento algoresponsable, al igual que admito tenerle ciertoafecto, hace tres días que está en condicionesde cumplir con su deber.

–Me alegra oírlo -dijo Jack.Más tarde, después de resolver el papeleo

matinal con la ayuda del contador y de susecretario, después también de comer, se dirigióal alcázar con la taza de café en la mano. El díaera más luminoso si cabe, mucho más, y tambiéncálido. Las nubes amenazaban a poniente, peroel viento había caído, de modo que la Surpriselucía las mayores.

Al dar las cinco campanadas, echaron lacorredera.

–Ocho nudos y una braza, señor, con supermiso -informó el señor guardiamarinaShepherd a Whewell, oficial de guardia.

Éste se volvió a Jack, se descubrió y dijo:

Page 193: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Ocho nudos y una braza, señor, con supermiso.

–Gracias, señor Whewell -repuso Jack, quereparó en la pronunciada inclinación de los palosa sotavento-. Quizás podríamos orzar cuarta ymedia.

–Cuarta y media a viento -dijo Whewell, que acontinuación repitió la orden al cabo del timón.

Jack se dirigió al pasamanos y observó elcombés del barco, donde vio lo que esperabaencontrar. Algunos de los guardiamarinas másjóvenes aprendían, entre otras cosas, a gobernarcon ventaja el barco, a hacer los nudoscorrespondientes, la costura larga, un complejosistema de ganar el barlovento y, justo ante susojos, Joe Plaice enseñaba a Horatio Hansonalgunas habilidades fundamentales, como porejemplo la doble escota, el gorupo, el dos cotes yel as de guía. Habían nombrado al veteranomarinero padrino de mar del muchacho, y a esasalturas ya se mostraba muy locuaz y didáctico, ytodo se lo enseñaba de buen humor y armado depaciencia.

–Señor Hanson.

Page 194: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–¿Señor? – voceó Horatio, que dejó loscabos para echar a correr hacia la escala.

–¿Cómo se encuentra en este momento? –preguntó Jack, mirándole con atención.

–Muy bien, señor, gracias. No podría estarmejor -respondió bien erguido, con las manos ala espalda.

–¿Recuerda aquello que le dije acerca deque cualquiera en su primera travesía debíamostrarse humilde y mudo en la camareta?

–Oh, sí, señor -respondió Horatio, arrebolado-. Aunque, señor, a decir verdad creo recordarque también me dijo que no debía soportarcualquier cosa.

–Quizás lo hice.–De modo que cuando un compañero dijo

que era un hijo de puta, me pareció convenientemostrar mi desacuerdo.

–¿No se trataría de un oficial superior? ¿Unsimple miembro de la camareta?

–Así es, señor.–En tal caso, obviamente, hizo usted bien en

mostrar su desacuerdo. Muéstreme las manos.Vuélvalas, quiero ver los nudillos. – Debió de

Page 195: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

darle fuerte para arrancarle la piel de ese modo.Jack sacudió la cabeza-. No, no, no creo que serepita. Dudo que nadie más de la camaretavuelva a hablarle en ese tono. La mayoría sontipos caballerosos, pero si volviera a repetirse,dígales que ya pueden insultarle, que su capitánle ha prohibido golpear a nadie. Vamos, quetiene usted las manos atadas.

–Sí, señor -dijo el muchacho con la apropiadadeferencia y una total falta de convicción.

–En fin, veamos. Puesto que el viento nosopla demasiado (observe que en este momentolos topes no trazan un arco superior a loscuarenta grados), quizás podríamos realizar elascenso a las crucetas de mesana. ¿Recuerdalo que le dije de las dos manos, y que nuncadebía mirar abajo?

–Oh, sí, señor.–En tal caso, arriba, que yo le sigo.Hanson echó a correr a popa, se encaramó al

pasamanos, se aferró al tercer y cuarto obenquede mesana, se introdujo entre estos hastaasomar el cuerpo por la borda, se hizo con losflechastes que discurrían perpendiculares entre

Page 196: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

los gruesos cabos, dio uno o dos pasos arribapor la escalera que formaban, y esperó.

Un instante después, sintió que laobencadura se tensaba al soportar el peso delcapitán, y luego percibió las fuertes manos deJack en los tobillos, dispuesto a moverle los piespaso a paso.

–No mire abajo -dijo Jack-, limítese a mirar alfrente, al palo. Ahí, a proa del pico cangrejo, hayun motón.

–Lo veo, señor.–Conduce la braza de estribor de la gavia

mayor hasta la cubierta. Tire de ella con suavidadcuando la tenga a su alcance, y verá cómoresponde la braza.

Así lo hizo, y fue un tirón de lo mássatisfactorio. Se encontraban situados cerca dela parte inferior de la cofa, amplia meseta(colocada en la parte superior del palo macho)que conducía al mastelero y al correspondientejuego de obenques, extendidos junto a lascrucetas hasta alcanzar el mastelerillo y lascrucetas superiores. Justo bajo la cofa, Jack selas apañó para que Hanson pasara por la boca

Page 197: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

de lobo, mientras que él lo hacía por lasarraigadas, hasta ir a caer en la cofa desde elpasamanos y reunirse con el joven.

–Las primeras siete veces conviene quepase usted por la boca de lobo -dijo-. Cierto,parecerá usted un halacabuyas, pero la ley noescrita dice que son siete veces. No tardará enacostumbrarse al ascenso y, superadas estassagradas siete veces, se acostumbrará aencaramarse a las arraigadas sin planteárselo.Ahora, permítame mostrarle cómo se organizanlas cosas en lo alto… -Y eso hizo: desde lostamboretes mayores, a los masteleros de gavia yde juanete.

Rara vez aceptaba Jack por propia iniciativaa un muchacho en su primera travesía; noobstante, algunos subían a bordo gracias a laintercesión de alguna autoridad superior o alruego de algún antiguo compañero de rancho, yJack tenía la costumbre de acompañarlos en suprimer ascenso a la cofa. Servía para entablarcierto conocimiento mutuo, y, además, solíapermitirle descubrir cómo era el muchacho encuestión, lo cual facilitaba después el hecho de

Page 198: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que pudiera darse una conversación fluida entremiembros situados a ambos extremos de laescala de mando.

Tomaron asiento un rato en la cofa, sentadosen un fardo de lona, pausa que Jack aprovechópara explicar a Horatio algunos detallesimportantes de la jarcia de labor. El muchacho loobservaba todo maravillado, y parecía fascinadopor la inmensa y ordenada complejidad de unbarco de guerra, su extraordinaria belleza, y labelleza superior de cuanto lo rodeaba.

–Mucho me temo que le sangran los nudillos -observó Jack, tras una pausa.

–Oh, lo siento, señor -se disculpó elmuchacho, afectado-. Me temo que así es. Leruego que me disculpe, señor. Los envolveré enel pañuelo.

–Lo mejor para la sangre -dijo Jack con ciertaautoridad-, es el agua fría. Empapela en agua fríatoda la noche, y por la mañana estará comonueva. Pero hábleme del boxeo, ¿quiere? ¿Hapracticado mucho?

–Oh, no, señor. No fui a la escuela. Sinembargo, los muchachos a quienes el señor

Page 199: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Walker o mi propio abuelo preparaban para laprimera comunión, y yo, solíamos pelear despuésen el patio.

–¿Usaban guantes?–No, señor, con las manos envueltas en tela,

aunque el hijo del cochero (cuyo tío, un auténticoluchador, propietario de la fonda de Clumpton, leenseñó mucho) tenía guantes, y él fue quien meenseñó.

–Tanto mejor-dijo Jack-. Cuando serví deguardiamarina en un navío de línea con unmontón de jóvenes en la camareta, solíamospreparar combates y retar también a otrosbarcos de la escuadra. Igual que los marineros.

–Debía de ser muy divertido.–Así era, en efecto. Quizás podríamos hacer

algo… ¿Cuánto pesa usted?–Casi ciento veintiséis libras, señor.–Veremos qué puede hacerse. ¿Está

cansado de trepar?–En absoluto, señor.–En tal caso, subamos a las crucetas. ¿No le

preocupa la altura?–Oh, no, señor. No me preocupa.

Page 200: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Jack le hizo dar la vuelta, lo colocó enposición, firmes ambas manos, y de nuevo leordenó trepar.

Ambos ascendieron con brío por la cada vezmás estrecha obencadura, cuyos obenques seveían tan cercanos entre sí en lo alto que Jack seimpulsó hasta ganar los de babor, se impulsódespués hasta las crucetas de ese costado yofreció una mano al muchacho para encaramarloa la otra. Allí permanecieron sentados, uno acada lado del mastelero, ambos con el brazoalrededor del mismo. Parecían encontrarse a unaaltura increíble, pues el mar se extendía casihasta el infinito y el cielo parecía una vastallanura. Horatio había abierto la boca paraexclamar su asombro por la etérea belleza delbarco y todo cuanto le rodeaba, cuando recordólas palabras «humilde» y «mudo», momento enque volvió a cerrarla.

–Si el viento sopla un poco más a popa, veráusted cómo largamos las alas. Ahora, aférresecon ambas manos a las crucetas en cuanto mecoloque debajo, descuelgue las piernas ypermítame que le coloque los pies en su lugar.

Page 201: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Abajo, abajo, abajo.–Lo ha hecho usted muy bien -dijo Jack, ya en

cubierta-. La próxima vez subirá con uno de suscompañeros; con el señor Daniel, por ejemplo.Dentro de una semana no tendrá usted la menordificultad en hacerlo solo.

–Señor, muchísimas gracias poracompañarme. En toda mi vida había visto nadatan bonito. Me gustaría que durara siempre.

Lamentó decir esto último por considerarlodemasiado enfático, fuera de lugar a oídos de uncapitán de navío, pero apenas las habíapronunciado cuando fueron ahogadas por elextraordinario vozarrón del vigía apostado en laverga de trinquete, antiguo (y muy pasional)ballenero.

–¡Por ahí sopla! ¡Oh! ¡Por ahí sopla! A trescuartas por la amura de estribor. Discúlpeme,señor -añadió en un tono de voz más moderado,consciente de que aquélla no era voz de laArmada Real.

Y por ahí soplaba, en efecto: oscura, enormehendidura en la llana superficie del mar, ydespués el chorro, y no sólo uno, sino seis, uno

Page 202: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tras otro. Levantaron luego su enorme peso,resoplaron y se hundieron al compás, una trasotra, espectáculo que vitorearon los marineros dela Surprise.

–¿De qué tipo son, Reynolds? – preguntóJack.

–Ballenas, señor, ballenas ballenas, ¡ja, ja, ja!* * *

–¿Por qué se dice «ballenas ballenas»? –preguntó William Salmón, segundo del piloto dederrota, cuando los miembros de la cámara sedispusieron a comer, una cámara reducida, dadoque Jack se había librado de los guardiamarinasmás indiferentes.

–Pues porque son ballenas en todos losaspectos -respondió Adams, secretario delcapitán Aubrey-. Se encuentran en el lugaradecuado, frente a Groenlandia, o en la bahía,tienen la barba de ballena correspondiente, delejos la mejor del mercado, y la adecuadacantidad de aceite: seis o siete toneladas porcabeza. Ah, y también el temperamento de unaballena, o sea, se mueven con lentitud, nada delucir la aleta como pueda hacerlo usted, o

Page 203: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

volverse para aplastar su barca como un vulgarcachalote. Lo más honrado que jamás haya visto.

–Bueno, sí -dijeron todos, más pendientes delpudín que entraba por la puerta, un enorme perromoteado.

Por vivir en época de carestía, losguardiamarinas comían lo mismo que los demásmarineros, pero puesto que su capitán insistía enel hecho de que disfrutaran de una considerablemesada, los de la Surprise se apañaban muchomejor, puesto que disponían de provisiones,ganado, e incluso de una moderada cantidad devino, parte del cual apuraron al finalizar lacomida.

–Brindemos por un buen y próspero viaje -propuso Daniel con la copa en alto.

–Por un buen y próspero viaje -repitieron losdemás.

En cierto modo fue bueno y próspero, puestoque si bien la brisa soplaba tan poco que elbarco apenas podía anotar en la pizarra unavance superior al centenar de millas porsingladura, de un mediodía al siguiente (unadistancia cuidadosamente calculada por Daniel y

Page 204: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Hanson), les era favorable. Por otro lado, latranquilidad del mar, las cubiertas cuasiinmóviles, hacían de la artillería un ejerciciofantástico, y con su rica variedad de pólvora ybala (que sería renovada en Madeira), Jackejercitó a la dotación con munición de verdad encuanto hubieron endurecido los músculos trasempujar y asomar las bocas de los cañones porlas portas media docena de veces. Después, ladotación tuvo la gozosa oportunidad de destruircierta cantidad de toneles vacíos, remolcados enocasiones a distancias considerables. Acontinuación, el repetido estruendo de lasandanadas; y no la muda práctica habitual de lasdivisiones, sino el estruendo ensordecedor delcombate, los estallidos, las lenguas de fuego, elgemido de cada cañón al retroceder cargado depeligro, el fuerte olor al humo de la pólvora entodas las cubiertas. Y allí estaba la fragata, a lasgavias de combate, en mitad de su propia nubede humo que el viento empujaba hacia ella, humoque surgía de sus propias fosas, además delenorme, casi continuo rugido fruto del fuego delas piezas, primero las situadas más a proa de

Page 205: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

estribor, seguidas por los demás cañones de labatería. Era como si la Surprise librara unatemible batalla consigo misma: las manos en lacadera, los pañuelos alrededor de la frente,graves ante la proximidad de la muerte, febriles,activos, cuidándose del retroceso, aplicando lalanada, metiendo el cartucho, empujando a fondoel cañón, la tonelada de metal hasta asomar laboca por la porta, trincado en batería con unestampido mientras el cabo de cañón apuntabaa caza, a retirada, a través, y los sirvientescorrían de un lado a otro con los cartuchos delpañol, todo ello al tiempo que temblaba lacubierta y vibraba la tensa obencadura.

–¡Buen disparo! – dijo Jack cuando sonó eldisparo del cañón emplazado más a popa-.Lanada, mete cartucho y trinca cañón -ordenó-.Paciencia mientras remolcan los objetivos, a versi con estos tres mejora la cosa.

Los hombres, cubierta de sudor la robustezde sus cuerpos, irguieron la espalda, cruzaronuna sonrisa de satisfacción, se secaron el sudorde la frente y, la mayoría, fueron a las tinas adisfrutar de un largo y refrescante trago de agua.

Page 206: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Cuando todo estuvo preparado, cargados loscañones y trincados en batería, Jack ordenó enun tono de voz digno de la sordera propia delcombate:

–¡Dispuestos los objetivos. Fuego adiscreción de proa a popa! – Lo dijo reloj enmano. La mayoría de sus hombres sabían lo queeso significaba, y el cañón situado más a proa notardó en escupir fuego, seguido por el resto delos cañones del costado, escena de intensaactividad, puesto que todos sus veteranoscompañeros de dotación eran conscientes delvalor que daba a un fuego preciso y rápido: «Unbarco capaz de efectuar tres andanadas cadacinco minutos no encuentra enemigo que puedavencerlo.» Lo había repetido una y otra vez, y enel pasado así lo había demostrado.

El objetivo desapareció en una nube deespuma antes de que finalizara la primeraandanada; sin que mermara lo más mínimo sucelo, trabajando como demonios, las otras dosandanadas dieron buena cuenta de los restoshasta que aulló el último cañón y un silencioestrepitoso cayó sobre la mar.

Page 207: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Bien, compañeros -dijo Jack- lo habéishecho muy bien. No creo que haya muchosbarcos a flote que puedan acusarnos de lentitud;sin embargo, para cuando arribemos a Freetownconfío en que podamos hacerlo mejor.

Los marineros de la Surprise parecieron algodecepcionados, aunque en realidad ninguno delos experimentados cabos de cañón esperabaoír otras palabras; incluso los más lentosmarineros nuevos habían reparado en el hechode que las piezas tres y cinco habían perjudicadola perfecta secuencia de las andanadas.

–Pese a todo, lo han hecho bien, teniendo encuenta que se trata de una dotación que aún nose conoce -dijo Jack al entrar en la cámara-.Pero te diré algo, Stephen: A punto está decambiar el viento. – Dio unos golpecitos albarómetro-. Sí, antes del anochecer… Pase.

–Le ruego que me perdone, señor -dijo Wells,el guardiamarina enano-, pero el señor Hardingme ha pedido que le transmita sus mejoresdeseos, y le informe de que hemos avistado a laRingle, cubierta de lona y con rumboestenordeste.

Page 208: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Gracias, señor Wells. Ah, hola, señorAdams, ¿qué es eso que trae?

–Señor, son los ejercicios de los jóvenes, sies tan amable de echarles un vistazo. El pilotome ha pedido que se los trajera a usted, dadoque me cogía de camino a popa. Por lo vistotenía que volver al excusado.

Stephen sacudió la cabeza: el señorWoodbine era uno de sus casos másobstinados, ¿existiría, quizás, si no una causaoculta, algo que contribuyera a agravar el caso?Los pacientes podían mostrarse muy locuacesrespecto a los síntomas que acusaban, taciturnostambién, reservados en ocasiones, como sisospecharan que el médico intentaba tenderlesuna trampa, una trampa que podía desembocaren la intervención quirúrgica. Cuando dio porterminadas estas reflexiones, reparó en lapartitura del preludio y fuga en re menor paraviolín y violoncelo que había compuesto hacíatiempo, y que había pasado a limpio,aprovechando la calma.

Jack, que inspeccionaba los ejercicios de losjóvenes caballeros, ejercicios en los que habían

Page 209: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

calculado la altura al mediodía del sol, ademásde otros cálculos, reparó a su vez en lo quellamaba la atención de Stephen.

–He practicado un poco los primeroscompases del preludio -dijo-, pero, ¡Dios mío,Stephen, si parece que tenga los dedosentumecidos! Apenas he rascado el violín desdeque nos hicimos a la mar: la mayoría de las notasme suenan desafinadas, por no hablar de lo cortoque me quedo con el arco.

–Es cierto. No hemos tocado una sola notadesde hace muchos días.

Jack asintió, sonriente.–Sin embargo, tengo algo que te complacerá.

– Y le tendió dos hojas, ambas con cálculosdispuestos en ordenadas filas, y con sendosresultados finales que indicaban la posición de lafragata, con apenas unos segundos de diferenciaentre sí-. Tal como cabría esperar de alguienducho en matemáticas, ésta corresponde a JohnDaniel; la otra, sin embargo, es del joven Hanson,y estoy seguro de que no se ha copiado. Menudajoya debió de ser ese señor Walker, tutor delmuchacho, para enseñarle a calcular la altitud tan

Page 210: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

bien. Aunque seguro que el duque le proporcionóun instrumento de primerísima calidad. A juzgarpor los cálculos de ambos, nos encontramos auna semana de navegación de Madeira, y sipersiste este viento, como creo que hará, o másbien -y dicho esto tocó el brazo de madera de lasilla-, como espero que suceda, podremos decirque hemos completado la primera manga en unbuen tiempo, a pesar de una salida pocoprometedora.

* * *El viento persistió. Por regla general, lo

tuvieron por la aleta de estribor, tan entabladocomo un alisio. La Surprise pudo por tanto largaralas y rastreras, y el agua pasó a gran velocidadpor el costado, salpicando a sus gentes de tanbuen ánimo que, con el cambio de la últimaguardia de cuartillo, cantaban y bailaban en elcastillo de proa, al son del pífano, del tambor y deuna pequeño arpa, todo ello con una animaciónque de lejos sonaba como la feria de Bartolomé,sólo que con mayor armonía.

Fue en una tarde así, cuando se encontrabana uno o dos días de Madeira, que Jack Aubrey

Page 211: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

se acodó al escritorio para reanudar la carta aSophie y, quizás, para terminarla, de tal formaque toda su documentación quedará lista para suenvío por mediación del siguiente paquete.

Pura navegación -escribió- navegación con elviento más favorable del mundo, que empuja albarco que uno ama y a una dotación compuesta,en su mayoría, por hombres a quienes conozcodesde hace años, casi todos ellos marineros deverdad. – Llegado a este punto, cogió una nuevahoja y prosiguió-: Se me antoja ingrato decirlo,pero algunos de nosotros echamos de menos lacontinua vigilancia, la perpetua exploración avuelo de águila del horizonte a sotavento, enbusca de la vela extraña que podría correspondera un enemigo o, con un poco de suerte, a unapresa de ley. Pero corren tiempos de paz, y lostiempos de paz con un viento favorable pueden,para la mente desagradecida, parecer algovacíos en ocasiones.

Afiló la pluma (poseía un cortaplumas afiladocomo una cuchilla, capaz también de cortarplumas por la mitad) y repasó las últimaspalabras escritas bajo un prisma más crítico,

Page 212: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

todo ello antes de tomar una nueva hoja.Es cierto que incluso algunos de nuestros

más antiguos compañeros de rancho puedenmostrarse difíciles de vez en cuando -continuó-.Ahí tienes a uno de tus favoritos, Davies el Torpe,hombre cabezón donde los haya si se cruza conuno de los nuevos. No obstante, en un trozo deabordaje, o al asaltar al arma una posicióncostera, ese hombre vale su peso en oro, pormucho que pese. Su enorme masa, su fuerza yagilidad terroríficas, la desagradable palidez desu rostro y el modo en que echa espuma por laboca cuando se agita, todo ello hacen de él untemible oponente. Lo que Stephen denominafuria berserker le sirve casi para barrer deadversarios la cubierta enemiga. También aúlla,y tiene otras caras: no sólo es muy útil cuandohay que guindar los masteleros y te faltan manos.¿Recuerdas a ese lastimero y tímido muchachollamado Horatio Hanson, con quien tan amablefuiste en Woolcombe? Pues bien, ha demostradoposeer una gran capacidad como navegante,pero aún carece del nervio de un buen gaviero(¿y quién podría reprochárselo?), de modo que

Page 213: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

se enredó una vez al descender desde granaltura; creo que fue en la bola del tope detrinquete, o en un sitio similar. Davies lo vio y,haciendo a un lado a Joe Plaice (que hace depadrino de mar del muchacho en cuestión), trepóa lo alto, aferró el tobillo del joven y lo arrastró porla fuerza bruta boca abajo hasta la cofa del tope,donde quedó a salvo, y ahí lo dejó con un gruñidode enfado…

Dejó de escribir.–Bueno, Stephen, ¿se puede saber por qué

te has puesto a revolverlo todo de ese modo? –preguntó algo irritado.

–¿Te parece que estoy revolviendo? Enrealidad realizo una exhaustiva búsqueda de lacolofonia, que he querido encontrar hasta en elúltimo rincón y grieta de este infame carcamán, yDios sabe que de ambos anda muy sobrado. Esel único pedazo de colofonia que tengo, despuésde que una rata de baja estofa se empeñara endevorar los demás. ¿Serías tan amable de miraren tu bolsillo?

–Oh, Stephen -exclamó Jack, cuya mirada dejusta indignación desapareció mientras su rostro

Page 214: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

se cubría de arrebol al sacar el pedazo decolofonia con su pañuelo-. Lo lamento mucho. Losiento, de veras. Perdóname, por favor.

–¿Has estado tocando? – preguntó Stephenmientras limpiaba de pelusilla la colofonia.

–Había pensado hacerlo; de hecho, inclusollegué a sacar el violín de la funda, pero al pensaren todo el papeleo que Adams y yo tenemos quepreparar para cuando arribemos a Funchal mepareció mejor terminar la carta a Sophie.

–Añade todo mi cariño, si eres tan amable -dijo Stephen que, al detenerse bajo el quicio dela puerta, añadió-: Supongo que sabrás que senos acerca la Ringle.

–Desde que despejó el horizonte, los vigíasdel tope han informado de ello guardia sí, guardiatambién. Con el barómetro tan constante, esperoacortar de vela en una o dos horas, para quepodamos entrar a puerto en Funchal antes delcañonazo de la noche.

* * *A primera vista, la asolada Funchal

conservaba un aire oscuro y desolado, aunquedesde la cofa de mayor, más cerca gracias al

Page 215: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

catalejo, vieron que se habían emprendido lasreparaciones, y que si bien no había muchoajetreo en el famoso astillero de Coelho, sí habíatrabajo. Abundaban las pilas de madera reciéntalada, y el almacén de pertrechos de la ArmadaReal se veía en buen estado de revista, con elbarco de pertrechos al pairo frente al muelle, ylos alijadores yendo de un lado a otro, mientrasun paquete español amarraba a la espía a uncable de distancia. La Surprise saludó al castilloy fondeó en su lugar de costumbre, acompañadaa sotavento por la Ringle. El castillo devolvió elsaludo con el brío que era de esperar.

–Por favor, amigo mío, encárgate de que unbote me deje en el embarcadero en cuanto caigala noche, y que me recoja una hora después -pidió Stephen a Jack en voz baja.

Cayó la noche, y con ella la oscuridad,ayudada por las nubes procedentes del sudoestey también por la llovizna. Marineros y oficialesacostumbrados, muy acostumbrados a suscaracterísticas cabriolas, levantaron a Stephenpor la borda como si fuera un cesto lleno de frágilporcelana, y éste se vio sentado en la bancada

Page 216: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

de popa junto a Horatio Hanson, quien se habíaentregado al mar con tal encono y naturalidadque el capitán podía confiar en él la seguridad dela valiosa canoa y la aún más valiosa dotacióncompuesta de buenos marineros.

–Discúlpeme, señor Hanson, pero lo heolvidado… ¿Dice usted que no nos acompañóen la travesía desde Gibraltar? – preguntóMaturin.

–No, señor, me temo que no tuve esa suerte.–¿De veras? Pues parece usted haber hecho

esto toda la vida.–Quizá se deba, señor, a que mi padre era

marino -Y levantando la voz-: Aguanta sobre losremos, aguanta, aguanta. – Cerca se encontrabala quilla del fondo de guijarros. Entonces, el proely su compañero aprovecharon la siguiente olapara depositar a Stephen en el embarcadero sinmojarse los pies.

–Gracias, Evans; gracias a ti también,Richardson -dijo, y añadió alzando más la voz-:Señor Hanson, justo dentro de una hora, si es tanamable. Sé que nuestros relojes concuerdanhasta el último segundo. Si prefiere usted volver

Page 217: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

al barco, aquí mismo le aguardaré siete minutos.Se adentró en la ciudad, no sin antes

detenerse bajo un toldo de caña que leresguardó de la lluvia mientras disfrutaba de uncafé muy, muy fuerte, para después seguir losgiros y vueltas que recordaba a la perfección,hasta llegar a un modesto establecimientosituado en la discreta zona mercantil de laciudad. Modesto, sí, pero bien protegido por elequivalente local a los púgiles ingleses, puestoque estaba frecuentado por tratantes de piedraspreciosas a quienes podía verse pasar entre sí lamercancía envuelta en papel, todo elloacompañado de susurros. Como había podidoobservar Stephen, aquellos que recibían lospaquetitos parecían adivinar el contenido graciasa un poder sobrenatural, ya que, al menos por loque él podía ver, nunca llegaban a abrirlos.Tampoco variaba en su conversación el tonobajo (que no secretista), discreto y monótono.Otra cosa en la que reparó, y lo hizo con unasorpresa que apenas pudo disimular, fue en lapresencia de su amigo, colega y aliado AmosJacob, a quien pretendía dejar un mensaje con la

Page 218: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

esperanza de que pudiera recogerlo en un mes,más o menos.

Cruzaron una mirada huidiza, vacua, y cuandoStephen hubo apurado y pagado la copa de vino,salió a la calle desierta y húmeda. Había dejadode llover, pero las nubes seguían discurriendo abaja altura, y se alegró al ver que Jacob lealcanzaba con un parasol. Se abrazaron depronto, dándose palmadas en la espalda a lamanera española, y se saludaron en esta lengua,con la que ambos estaban perfectamentefamiliarizados y que, además, era habitual enFunchal, lo bastante como para no suscitarcomentarios.

–Sir Blaine te envía recuerdos -dijo Jacob-.Debo informarte de que sir Lindsay se haráprobablemente a la mar el 27 de este mes,recalará en Funchal (donde sus agentes, ungrupo de perfectos idiotas, se encargan decomprar excedentes de guerra) y, después,pondrá proa a Río. No ha obtenido apoyo delAlmirantazgo, ni por supuesto del departamentohidrográfico. Viene por iniciativa personal,invitado por un comité de particulares, pues las

Page 219: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

declaraciones chilenas no han sido reconocidasoficialmente, ni siquiera se les ha dado acuse derecibo. Ha pedido una modesta corbeta, vendidapor la Armada Real, así como otra embarcaciónllamada Asp, que están reparando para él enRío. Su función consiste en adiestrar a lasautoridades chilenas, si puede darse tal nombrea un alocado y autoproclamado comité o conjuntode comités que, probablemente, acabe pordisolverse en cualquier momento…

–Querido amigo, lamento decirte que acabasde perder el hilo.

–Oh, perdóname… Adiestrar al proyecto deArmada chilena, puesto que España aún controlael archipiélago de Chiloé en el sur, así que losbarcos de guerra españoles de menor porte, aligual que los corsarios, atosigan la costa chilenamientras al norte, a mano, en la base peruana deEl Callao, disponen de embarcaciones de mayorcalado.

–Ha pasado bastante tiempo desde quepudimos hablar con cierta intimidad -dijoStephen tras reflexionar-. Dime, ¿dispones deinformación local reciente que debería conocer?

Page 220: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

¿Cualquier detalle acerca de la naturaleza deesa división de la que me hablas?

–Por supuesto. Estuve hablando con uncontacto que tengo en los negocios chilenos, unmercader de joyas especializado en esmeraldas,esmeraldas de Muzo (incluso le compré unabolsita), y me dijo que la ruptura era inminente.Las dos facciones principales viven a ciertadistancia una de otra: Bernardo O'Higgins y suamigo San Martín, que venció a los monárquicosen Chacabuco, como tú mismo recordarás, ycuyos asociados fueron quienes acudieron en unprincipio al capitán Aubrey, son los cabecillas dela facción norte. Son quienes viven en el surquienes convidaron al capitán Lindsay.

–¿Podrías resumirme sus puntos de vista?–No podría resumirlos, porque hay tantos con

tantos objetivos distintos, y hablan tanto de ello…Pero podría proporcionarte una idea a grandestrazos, generalizar, decirte que los caballeros delsur son más idealistas y que no parecen tener lospies en el suelo, mientras que los del norte, almando de O'Higgins y San Martín, con unosobjetivos más realistas, se muestran mucho más

Page 221: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

eficaces. Quizá sus amistades son algolamentables, pero diría que, en general, buscanmenos el beneficio propio.

Stephen lanzó un suspiro.–Parece obvio que se trata de una situación

compleja -dijo-, por lo que las posibilidades decometer errores graves son innumerables. Nosabes lo que daría por que estuvieras ya allí, quenos hubieras tomado la delantera a todos,incluido a Lindsay, para que nuestra relaciónfacilitara el hecho de que la Surprise entrara apuerto con toda la información habida y porhaber. Busquemos un paquete o mercante quese dirija…

–Querido amigo, creo que podremosapañarnos sin necesidad de recurrir a paqueteso mercantes. ¿Nunca te ha mencionado sirBlaine a nuestro hombre en Buenos Aires?

–¿El inestimable señor Bridges, de lacancillería? Así es, en efecto, aunque creorecordar que lo hizo por alusión a suenciclopédico conocimiento de música antigua…No obstante, a veces sir Joseph habla en vozbaja para dar énfasis a sus palabras, y no

Page 222: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

siempre entiendo lo que me dice, si a ello lesumas que no soy de los que gustan hacerserepetir el qué, el cómo, el resultado es que aveces me veo obligado a leer entre líneas.

–Pues verás, el caballero también es uneminente montañero (ha trepado por los mássorprendentes picos andinos) y, con algunosamigos escogidos (araucanos, según tengoentendido), de los más feroces, ha atravesadotoda la cordillera por ignotos y desiertos pasajes;con su ayuda y los guías podría llegar hasta Chilemucho antes de que vosotros superéis esetedioso estrecho, o dobléis el gélido cabo deHornos.

–¿Lo dices en serio, Amos?–Así es. La montaña es mi único amor, y

trepo con infinito gozo. No hay pico en DjebelDruse que no conozca.

–¿Llevas equipaje? Mi bote está en camino.– Jacob asintió-. En tal caso, llévalo mañana alalmacén de la Armada con toda la discreciónposible. Di que perteneces a la Surprise y quequieres que preparen siete toneles de purgantede ruibarbo; ya me encargaré yo de buscarte por

Page 223: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ahí cuando me acerque a pedir otros fármacos.Que Dios te bendiga.

* * *–¡Jack! – exclamó al irrumpir en la cabina-.

Oh, perdóname.–No te preocupes, querido -dijo el capitán

Aubrey mientras cerraba el libro-. Estaba leyendoun molesto ensayo sobre los galateos: hagas loque hagas, no tiene remedio. Vaya, me temo quete has desgarrado las medias.

–Sí, me enganché con una de esas cosasenhiestas al subir por la borda como lo haría unmarino. Jack, ya sabes que mi intención aldesembarcar consistía en dejar un mensaje aAmos Jacob para que se reuniera con nosotros,como deseaba sir Joseph. ¡Pues me lo heencontrado en carne y hueso, sentado a menosde diez yardas de donde yo estaba! Nos hemosreunido discretamente en la playa. Amos poseeya mucha información; debido a que mi memoriano es lo que era, le he pedido que suba a bordopara que pueda informarte de los puntosprincipales. Nos acompañará hasta Río, y desdeallí se encaminará por tierra a Chile, donde, Dios

Page 224: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

mediante, se reunirá de nuevo con nosotros.Para tranquilizarte, te diré que sir David nopartirá hasta el día 27. Por lo visto, dispone deuna «modesta corbeta» vendida por la ArmadaReal, y de otra embarcación llamada Asp, quereparan para él en Río, donde recalará antes deemprender el paso al Pacífico (si la memoria nome falla) por el estrecho. Jacob te dará lospormenores, además de información detalladaacerca de las diversas facciones chilenas.Lindsay, por cierto, dispone de agentes aquí, yestá comprando armas usadas para emplearlascontra su rival. Con el fin de evitar en lo posiblellamar la atención, he rogado al doctor Jacob quese persone con su baúl a primera hora en elalmacén de pertrechos; le dije que se presentaracomo marinero de la Surprise y que encargasesiete toneles de purgante de ruibarbo,dispuestos para cargarlos en el mismo bote quelo traiga a bordo.

–Gracias a Dios -dijo Jack-. Stephen, nosabes cuánto me sorprenden estas noticias,cuánto me sorprenden y me alegran. No sé a quése referirá nuestro querido Jacob con lo de

Page 225: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

«modesta corbeta», pero recuerdo al viejo Asp ydudo que sea capaz de aguantar una sola denuestras andanadas. De cualquier modo,tenemos tiempo de sobra, tiempo de sobra pararealizar una larga travesía al sur y, luego,arrumbar al noroeste cuando las condicionesantárticas, y me refiero al hielo, se muestren másfavorables a principios de verano, vía Cabo deHornos, a sotavento y, de ahí, a la altura deValparaíso. A menos que tengamos muy malasuerte con la zona de las calmas ecuatoriales,tenemos tiempo de sobra. Arribaremos aFreetown para pertrecharnos, y después…

–¿Después, Jack? – preguntó Stephen-.¿Después? ¿Acaso has olvidado que allítenemos un importante trabajo que hacer? ¿Unainteresantísima serie de averiguaciones?

–¿Relacionadas con nuestra empresa? ¿Coneste viaje?

–Quizás no de forma directa.–Recuerdo que en una ocasión mencionaste

algo relacionado con Freetown. Confiabas enque «pudiéramos puntear la costa de Guinea»directamente desde Gibraltar. En esa ocasión, te

Page 226: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

comenté que, tras las reparaciones efectuadasen el astillero, el barquito no podría con latravesía a Chile, y que Madeira era esencial.Luego descubrimos que Madeira y, sobre todo,el astillero de Coelho, habían sido pasto de lasllamas, de modo que no tuvimos más remedioque arrumbar a Inglaterra, donde la fragata nosólo fue reparada a conciencia, sino que,además, reclutamos a buena parte de ladotación. Sin embargo, si sigues empeñado enla costa guineana y sus potos, en Sierra Leona yFreetown, no podré emplear con tanta alegríaese «después». Me pregunto cuánto tiempoconsideras adecuado que dure nuestra estanciaallí.

–Jack -dijo Stephen tras titubear-, somosviejos amigos y no tengo ningún escrúpulo endecírtelo. En confianza, quiero pedirle a ChristineWood que se case conmigo.

Lleno de consternación, Aubrey abrió los ojoscomo platos; luego se sonrojó. No obstante, subuen carácter y educación enseguida lepermitieron desear a Stephen «toda la suerte delmundo», y añadir que aquello le parecía

Page 227: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

estupendo, claro que sí; y que la Surpriserecalaría allí hasta embarrancar en los huesos dela carne en salazón que arrojaran a diario por laborda, si así lo quería Stephen.

–No, querido -dijo éste-. En tal caso, teniendoen cuenta de quién estamos hablando, creo quebastará con un simple «sí» o «no». Si se da loprimero, creo que me gustaría quedarme unasemana, siempre y cuando podamospermitírnosla. De otro modo, por lo que a mírespecta podríamos hacernos a la mar el mismodía.

Aquella noche, se separaron con mutuasexpresiones de buena voluntad. A primera horadel día siguiente, la aparición en la cámara deldesaliñado doctor Jacob cambió la situación deforma considerable. Éste explicó cómo estabanlas cosas en Chile con gran riqueza de detalles(muchos de los cuales Stephen había olvidadopor completo, dado que tenía la cabeza en otraparte), detalles que Adams, secretario delcapitán, anotó con sus propias abreviaturas.

La explicación fue interrumpida por la llegadade los toneles de ruibarbo; después, por la de

Page 228: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

una cantidad considerable de bala rasa y balaencadenada (de esta última en menorproporción); más tarde, también por la necesidadde adentrarse en el canalizo para abarloarse albuque que transportaba la pólvora en cuanto sehubieran apagado no sólo los fogones de lacocina, sino hasta la última chispa a bordo. Elbuque haría entrega de los mortíferos barriles alcondestable y a sus ayudantes.

* * *Con viento favorable, navegó la Surprise a

escotas aventadas, concluida la aguada y contodos los pertrechos a bordo, todo ello sindesertores y sin que la policía de Funchal hubieradetenido a nadie. Lo hizo con rumbo sudeste, ypara cuando se encendieron los fanales de popay las luces del tope, los marineros que preferíanfumar tabaco a mascarlo se reunieron en elinterior, cerca de la cocina, donde, además defumar en pipa, disfrutaban del placer de laapreciada compañía de las mujeres, de mujeresrespetables, se entiende: Poll Skeeping,asistente de Stephen, y su amiga Maggie,cuñada del contramaestre.

Page 229: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Parece ser que ha regresado a bordo elayudante del cirujano -comentó Dawson, cabo dela proa, no porque acabara de enterarse, sinoporque el hecho de oírlo en voz alta parecíaconfirmarlo.

–¿Ha traído otra Mano de Gloria? De verasespero que haya traído otra Mano de Gloria, quéDios lo bendiga. ¡Ja, ja, ja!

–No, mejor otro cuerno de unicornio; eso otroque lo deje para la próxima vez.

Todo marinero de la Surprise que habíaobtenido una parte del reciente y espléndidobotín rió en voz alta; uno de Shelmerston, que nohabía estado presente, dijo:

–Contádmelo otra vez.Y se lo volvieron a contar. Le contaron todo lo

relacionado con aquellos espléndidos tonelesllenos a rebosar de dinero del botín, y lo hicieroncon tal vehemencia y convicción (la mayoría delos presentes hablaban a la vez) que casiparecían tener el refulgente oro al alcance de lamano.

–Ah -dijo uno al romper el silencio que siguió-, jamás volveremos a vivir tiempos como

Page 230: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

aquellos. – Una pausa, y, después, un suspirogeneralizado con el que mostraron su acuerdo.Aceptaban sin reservas la creencia de queambos doctores habían traído a bordo toda lasuerte del mundo.

–Por lo visto nos dirigimos a Freetown -observó Poll Skeeping.

–Así es -dijo Joe Plaice, uno de los amigosde Killick, y fuente fiable de información-. Eldoctor (nuestro doctor) está enamorado de laseñora del gobernador, de la viuda delgobernador. Sigue viviendo allí, aunque en unacasa distinta.

–¿Qué me dices? Con lo feo que es el muysodomita, enamorarse de esa dama -protestóEbenezer Pierce, gaviero de la guardia deestribor.

–Deberías avergonzarte de tus palabras,Ebenezer -dijo Poll-, ¿Has olvidado que te salvóel brazo?

–¿Y qué? – replicó el marinero-. Nadie diceque no puedas ser un estupendo doctor sin seruna belleza. – En un hostil silencio se alejó endirección a popa, fingiendo que no le importaba

Page 231: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

el rechazo de sus compañeros, y allí tropezó conun cubo.

–Le deseo al doctor toda la suerte del mundo-dijo el segundo del carpintero-. Tiene quehaberlo pasado muy mal.

CAPÍTULO 5–El gobernador da la bienvenida a la

Surprise, y le complacería saludar al capitán, asícomo a los integrantes de la cámara de oficialesy a la camareta de guardiamarinas, a las cuatro ymedia -informó el guardiamarina de señales alprimer teniente, que repitió el mensaje al capitánAubrey, situado a tres pies de distancia.

–Que amable por su parte -comentó Jack-.Por favor, envíe el siguiente mensaje: «Muchasgracias, será un placer. Surprise.» No, alto ahí:«Será un gran placer. Surprise.» Conoce ustedel fondeadero mejor que yo, señor Harding.Proceda, si es tan amable; vigile el oleaje y cuidede nuestros mejores uniformes.

El capitán y los oficiales de la fragata habíansalido muy, muy beneficiados de la presa quehabían hecho del galeón beréber, aunquetambién había dado pie en su interior a un

Page 232: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

meticuloso cuidado por las muestras externas desu rango, insignificantes comparadas con las desus compañeros del ejército (por lo general, másprósperos en lo económico), pero muyimportantes para un marino que vive o intentavivir de su paga. Otro hecho que mitigaba laalegría de aquella invitación era la costumbre dela Armada Real de dar de comer a losguardiamarinas a mediodía; comer lo poco quecomían, puesto que no era mucho si no secontaban las provisiones particulares y los tarrosde confitura de casa. Los oficiales comían másbien tarde, y el capitán lo hacía cuando quería,por lo general a eso de la una o la una y media.De este modo, recibida la invitación oficial, losde la Surprise se dirigieron a la sede degobierno, arreglados e impolutos, algunos faltosde apetito, hambrientos los otros. Al menos enesta ocasión, se presentaron con los preciososuniformes inmaculados gracias a las excelentescondiciones del nuevo embarcadero; en cuantofueron presentados a sir Henry, se sirvió el jerez,tomaron asiento (los oficiales con unaacompañante femenina, a sus anchas los

Page 233: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

guardiamarinas), y empezaron a recuperar elánimo.

La acompañante de Jack era, por supuesto,lady Morris. Sin considerar a su humilde rango,Stephen había sido sentado al lado de ChristineWood, lo cual obviamente obedecía a unamaniobra orquestada por la propia lady Morris,que al inclinar la cabeza Stephen y flexionar larodilla Christine dijo algo parecido a «ustedescomparten un interés mutuo por las aves»,convencida de que el bueno del señor Harding ladisculparía en cuanto le presentara a la preciosay joven mujer del edecán, de que la disculparía,en definitiva, por el hecho de que el doctor y ladama se habían conocido hacía tiempo,consideración de mayor peso que la antigüedaden el empleo.

Y sí, era cierto que quizá se conocierondesde hacía tiempo, pero el hecho es que ambosse mostraron incómodos al sentarse, silenciosos,tímidos; se limitaron a desmigajar el pan, y aresponder a los corteses comentarios de susvecinos. Así fue hasta que un turaco lanzó suhorrible graznido, y Stephen señaló:

Page 234: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–¿No está demasiado al norte esa criatura?Y ella replicó algo molesta que, a pesar de

Hudson, Dumesnil y compañía, Sierra Leona nopodía considerarse de ningún modo frontera paralos turacos, que dos parejas habían anidadoaquel año en su jardín, y que incluso había tenidonoticias de otras al otro lado del río. Todo estorestableció la científica calidez de su relación, yél habló del sorprendente trepador del Atlas, dela numerosa manada de leones que se reuníapara rugirse mutuamente desde orillas opuestasdel río, de la extraordinaria variedad deflamencos. La amistad que los unía, el afecto, yalgo más que el afecto, regresaron comoregresan las olas sobre la arena, de formaimperceptible pero sin asomo de duda. Comoseres civilizados, prestaron la debida atención asus respectivos vecinos, aunque para cualquieraque observara atentamente al grupo su intimidadresultaba tan evidente, que en una ocasión seoyó comentar a la señora Wilson, cuya hija sesentaba a la izquierda de Stephen:

–El caballero parece encaprichado con laseñora Wood. – Sus amigos comentaron que

Page 235: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

una viuda rica era, obviamente, un objetivo muydeseable para cualquier cirujano naval sin unpenique en el bolsillo.

–Me alegro mucho de volver a verla -dijo él aldespedirse-. Lamento admitir que soy muydescuidado a la hora de escribir cartas, y séperfectamente que mis respuestas a susapreciadas misivas (sobre todo en lo querespecta a una de ellas) no han podido ser másinadecuadas. ¿Me permite hacerle una visitamañana por la mañana? No veo el momento deconocer sus últimos hallazgos sobre Adanson, yahí tenemos toda la costa norte del marjal, quepor fuerza quedó inexplorada. ¿Finalmente tuvousted ocasión de establecer nuestra Porphyriacomo especie reproductora?

–Será un placer verle -dijo ella algo nerviosa-.Digamos que a eso de las diez, si su deber se lopermite. Sabrá dónde vivo, supongo.

–No.–Es la casa situada detrás del edificio de

Gobernación, en la esquina, quizás a media millaal norte, casi en la orilla. Yo misma la adquirícomo residencia de verano; no tiene carácter

Page 236: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

oficial, y, como he dicho, está cerca de la costa.Le enviaré a Jenny para evitar que pueda ustedextraviarse.

Bastante antes de las diez, Jenny subió por laborda en un esquife bien gobernado a remo porCuadrado, el sonriente miembro de la tribu de losKroo que había acompañado a Stephen durantesu anterior visita, y que saludó al barco con tantaalegría que todos los que le oyeron no pudieronevitar sonreír de oreja a oreja.

–Mi muy estimado Cuadrado, cuánto mealegra volver a verte -exclamó Stephen mientrasdescendía con su donaire habitual, salvado enúltima instancia por una mano firme.

–La dama dijo que debía subirle a bordosano y salvo; ¡oh, cuidado con la escalamera! –Cuadrado volvió a cogerle, y de algún modo selas apañó para balancear la frágil embarcaciónmientras Jenny llegaba hasta él para despuésayudarla a tomar asiento en la bancada de popa.

–Despacito, Cuadrado -voceó Jack, quepuso voz a la inquietud de todos a bordo.

Y despacito lo hizo. Al cabo, pudieron ver aldoctor Maturin subir los últimos peldaños de una

Page 237: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sólida e inmóvil escalera (la marea estaba enpleno apogeo) para después adentrarse conbuen paso en las callejuelas.

–Ignoro por qué no le ofrecí mi propia falúa -dijo Jack al primer teniente, que negó con lacabeza, incapaz de ofrecerle el menor consuelo.

–¿Le gustaría ir en hamaca, señor? –preguntó Cuadrado, refiriéndose a una de esasredes acolchadas sujetas a un palo, que un parde hombres se encargaban de llevar a hombros yque a menudo se utilizaban en Freetown comoliteras o coches de alquiler.

–Prefiero caminar -respondió Stephen-.Rodearemos el mercado; quizás Jenny tenga laamabilidad de ir a comprar caña de azúcar.

Y eso hicieron, observando la concurrida yvociferante plaza a mano derecha, rebosante defruta y tajadas de pescado con la mitad de lapesca de todo el Atlántico, así como las casetasdonde colgaba la carne oscura y de nombreincierto. Lejos, a la izquierda, salpicado decamellos y asnos, un prado anónimo se extendíahasta la orilla desde los muros: aguas variables,saladas, frescas, además del barro semilíquido

Page 238: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que abundaba entre manglares, y, a ciertadistancia, el tosco edificio cuadrado con sujardín, muy visible ya.

Stephen obsequió a Jenny con una monedade plata por la primera caña de azúcar, momentoen que doblaron a la izquierda para despuésabrirse paso entre una variedad tan grande denativos africanos y europeos como quepaimaginar, además de los numerosos árabes,marroquíes, sirios y cruces de casi todas estasrazas, incluidos algunos cabellos que no debíansu color rojo precisamente a la alheña. En cuantohubieron dejado atrás la ciudad, no encontraron acasi nadie en el camino de suave pendiente.Stephen caminaba con la mirada puesta sobre elhorizonte, en el cielo, donde las corrientes deaire caliente empujaban a las aves a lo más alto.

Observaba con atención a una de ellas: unbuitre, por supuesto; pero ¿qué buitre? ¿Unbuitre común, quizás? ¿Orejudo? ¿Negro?¿Quizás un ejemplar de buitre de Rüpell? Eradifícil decirlo con aquella luz, el sol estaba malsituado para permitirle distinguir las marcasdistintivas del ave, que planeaba en lo alto,

Page 239: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

llevada por el viento del sudoeste.–Señor -dijo Cuadrado, que se había

detenido a orillas de un arroyo de agua potableque discurría a la derecha. Stephen miró en ladirección que señalaba el kroo, y vio el rastroperfectamente dibujado en el barro que habíadejado un leopardo; era la zarpa anteriorizquierda, reciente, tanto que incluso pudodistinguir la leve huella de sus uñas.

–Vienen por los perros, hay algo que lesllama la atención en este… -dijo Jenny. Eracierto, aunque ni Stephen ni Cuadradoconsideraron adecuado por su parte decirlo, demodo que la palabra «sitio» no llegó a surgir desus labios.

–Esto resulta mucho más prometedor -dijoStephen.

A través de su catalejo observó la superficiede la bahía salpicada de aves acuáticas,además de algunas aves zancudas que había alo lejos. El minutero de su reloj hizo ting (a duraspenas podía considerarse un campaneo), einterrumpió la atenta observación de losflamencos.

Page 240: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Jenny, Cuadrado, será mejor quecontinuemos -dijo-. No debemos llegar tarde.

Franquearon el portón que daba al patio delestablo, donde se reunían los inquietos ysuspicaces perros que sólo Jenny, con supresencia y firmeza de palabra, pudo contener.De ahí salieron al antepatio, donde la señoraWood acababa de introducir con dificultad laspiernas vendadas en las botas de montar.

–¡Oh! – exclamó-. Le ruego que me perdonepor no salir a su encuentro. Hemos pasado todala noche pendientes de un condenado leopardo,y los perros siguen estando muy sensibles.Ignoro qué puede llamar la atención de eseleopardo, pero… ¿Quiere unas botas forradasde loneta? Puedo prometerle que veremos algúnave interesante si salimos de inmediato, aunquetendremos que palear o incluso bordear un pocoel manglar, porque las sanguijuelas son unincordio.

Dijo esto del mismo modo que lo hubierahecho su hermano Edward, y tanto fue así queStephen replicó:

–Querida señorita Christine, qué amable es

Page 241: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

usted. Sepa que detesto las sanguijuelas. – Y semordió la lengua mientras ella ataba losextremos de la venda de loneta con que cubría sucalzado, al menos hasta añadir-: Disculpe si mehe tomado demasiadas confianzas, pero así escomo Edward y yo nos referimos a usted.

–Él le llama Stephen, y cuando hablamos deusted yo también lo hago, de modo que si me lopermite continuaré así, puesto que estoyacostumbrada a ello.

Parecía totalmente acostumbrada a esafamiliaridad, por cierto, y cuando llegaron a laorilla y ella le hablaba de las curiosidades deaquel entorno natural, dijo sin preocuparse:

–Mire ahí, Stephen, más allá de esos gansospigmeos, pero antes de los flamencos…

–Christine, ¿alcanza usted a distinguir si esaave cercana es un flamenco rosa, o pertenece ala especie del flamenco enano?

–Diría que es un flamenco enano, aunquetendremos ocasión de verlo mejor cuando noshayamos acercado y alce el vuelo, puesto quepodremos distinguir su pico con mayor claridad.Como le decía, entre los gansos pigmeos y esos

Page 242: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

dudosos flamencos hay un banco de arena queaparecerá dentro de una hora, más o menos. Elagua de la orilla opuesta es salobre, mientrasque en nuestra orilla el agua es potable…Bastante potable, al menos, excepto con lapleamar. Pero si observa usted la costa a suderecha, verá un arroyo de agua dulce que seabre paso entre los juncos. Más allá, hay unaorilla oscura de mangle que hunde la raíz en elfango negro, dado que el banco de arenamuerde la costa. Después, detrás, aunque aduras penas podrá usted verlo desde aquí, aexcepción de los árboles que enraízan en laorilla, discurre otro arroyo, de hecho un riachuelo,que es donde Jenny y yo solemos bañarnos. –Stephen asintió-. Hay una ensenada más allá dela embocadura, donde espero poder mostrarleun ave espléndida. Oh, y muchísimas gracias porel cangrejo hermafrodita; hay uno muy parecido aél, o a ella, en la modesta bahía de que le hablo.¿Quiere que nos sentemos en esta orilla yobservemos las aves? Aquí el viento mantiene araya a los mosquitos. Si encontramos un averezagada quizás podríamos capturarla entre

Page 243: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ambos, o, al menos, tomar notas.Había una gran variedad de aves en el agua,

incluidos algunos viejos amigos como el silbón,el porrón moñudo, el anadón y el pato cuchara,aves que parecían encontrarse como en casaentre el cercano ganso pigmeo, el pato crestudoy el ganso de espolón, el suirirí cariblanco y laextraña anhinga, por no mencionar al alciónpechiazul que, junto a una patrulla compuesta porbuitres, surcaba el cielo a gran altura.

–¿Continuamos? – preguntó finalmenteChristine-. ¿No le disgustará el manglar?

–No, en absoluto -respondió-. No puedo decirque tenga planeado cultivar uno, pero me heacostumbrado a su existencia. Comprenderáusted que he tenido que arrastrarme pormanglares como éste y soportar susdespreciables mosquitos por toda la costa.

–Este manglar cuenta con demasiada aguadulce para prosperar. Sin embargo, es mejoresto a caminar por el espinar que cubre laladera. Creo que lo mejor es que nos aferremosa las lianas, así como a cualquier otra cosa quese nos ponga al alcance de la mano. No es muy

Page 244: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

digno, cierto, pero es mejor que caer de brucesen ese maloliente fango negruzco. Tenemos queavanzar deprisa. Empieza a moverse cuando elsol alcanza esta altura.

Stephen comprendió que Christine se referíaa la peculiar criatura que había prometidoenseñarle, criatura que podía ser ave, reptil o, lomás probable, mamífero. No hizo preguntas, y notardó en no tener siquiera un respiro parahacerlas, pues volcó toda su atención en seguirlos pasos de ella por la sombra.

Desdichadamente, al aumentar la altura delsol y crecer la pleamar, Christine apretó el paso;iba demasiado rápida para el calzado quellevaba. Entonces la traicionaron unas lianas, lasvaras de color claro que caían inertes de lascopas de los árboles, y cayó de bruces sobre elmaloliente fango negruzco, asustando a lospececillos que nadaban en la superficie, a unvariado elenco de cangrejos y a las tortugas quese alimentaban tanto de unos como de otros.Stephen se apresuró a sacarla, cayó también, yfinalmente, acabaron desplazándose los dos acuatro patas, lentamente, hasta la orilla del

Page 245: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

manglar, donde el agua potable y un fondo limpioles permitió salir a la superficie sucios de lospies a la cabeza.

Jadeó Christine una disculpa.–Espero no haberlo alertado -dijo-. No, lo

más probable es que no. Aún tenemosdoscientas yardas por delante. ¿Le molesta ladesnudez?

–En absoluto. Después de todo, ambossomos anatomistas.

–Espléndido -dijo ella-. Al fin y al cabo, notiene importancia. Debemos desnudarnos,quitarnos el barro de la ropa y las sanguijuelasdel cuerpo. Aquí tenemos agua limpia, gracias aDios. En mi bolsillo encontrará sal para lassanguijuelas, dentro de la botellita del tapón decorcho. ¿Me permite ayudarle a quitarse lasbotas? – Así lo hizo, y él hizo lo propio por ella.Después se desnudaron sin contemplaciones,lavaron la ropa hasta quitarle el barro, y latendieron al sol bajo unas cuantas piedras.Seguidamente, procedieron a librarse delsorprendente número de hambrientassanguijuelas que tenían, cada uno en la espalda

Page 246: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

del otro de un modo totalmente natural.Aparte de las modelos de los artistas y de la

gente de los pueblos que carecen de ropa,Stephen jamás había conocido a nadie a quien leimportara tan poco la desnudez. Al reflexionarsobre ello, recordó al hermano de Christine,Edward, su amigo íntimo, diciéndole que ella y élse habían bañado, habían estudiado la naturalezay pescado tal como Dios los trajo al mundo, sinllevar puesto nada en absoluto desde niños hastala madurez, todo ello en un remoto lago queformaba parte de los terrenos familiares. Muchoantes, durante la primera visita que le hizo, ella yla chica de raza negra habían pasado desnudasante su mirada mientras observaba las aves dela lejana costa; no sólo había admirado en esaocasión su libertad, sino también la combinaciónde verdes, negros, los colores claros y un blancomás puro que el de una garceta, si bien lo hizocon la misma objetividad con que observó alánade y al cormorán. Sin embargo, ahora, esaaltura, elegancia y esbeltez de su cuerpo se vioenfatizada por las lágrimas de color rojo puro quepartían de las mordeduras causadas por las

Page 247: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sanguijuelas (no cerraban, dado que las criaturasinyectaban una sustancia que diluía la sangre y lehacía adquirir un rojo vivo, y que les permitíaalimentarse por más tiempo). Estos hilos desangre realzaban la extraordinaria belleza quetrazaba la curva de sus largas piernas, y elinterés de Maturin, el interés propio delanatomista, del científico, empezó aabandonarle.

–Los mosquitos no tardarán en resultar de lomás molesto -dijo Christine-. Será mejorponernos la ropa mojada antes de que nosdevoren. – Pese a decir esto, extendió algunasde las prendas más húmedas en la roca bañadapor el calor del sol; se secó bastante pronto,aunque no antes de que el calor se volvierainsoportable. Se taparon tan bien como pudieron,y ella empezó a andar murmurando-: Espero queno se haya marchado.

Llegaron a una última pared de juncar situadaante la aislada cala, y en ese momento remontóel vuelo un ave enorme perteneciente a la familiade las garzas, con la parte superior azul, castañoel resto, inmensas patas verdes y un graznido

Page 248: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

furioso que cubrió el estrecho espacio de cieloantes de desaparecer en el mar, dejando aStephen totalmente boquiabierto. Besó aChristine con cierto ardor para mostrarle todo suagradecimiento, su más profunda gratitud.

–Oh, cuanto me alegra no haberloabochornado -dijo ella, ruborizada-. Es sensiblecomo un emperador romano.

–Dios mío -dijo Stephen-, ¡parece imposibleque semejante ave pueda volar! ¡Pensar que escapaz de alzar el vuelo!

Cuando se hubo recuperado de la sorpresa,lo cual tardó un poco en suceder, y cuando sehubo secado bastante la ropa, observócomplacido que, a pesar del hecho de queambos habían estado desnudos un buen rato,ella no había abandonado cierta coquetería,como demostró al arreglar la caída de su falda.

–¿Le apetece que volvamos a casa ytomemos un té, antes de acercarnos a esosrefugios de allí? – preguntó al tiempo queinclinaba la cabeza en dirección a unas chozasde caña levantadas en la costa-; cuando seoculte el sol, espero poder mostrarle un auténtico

Page 249: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

prodigio de la naturaleza. ¿No tendrá usted quevolver al barco enseguida?

–Oh, no. Si surgiera a bordo algo urgente,enviarían a alguien a buscarme. Puesto que otrocirujano se encuentra en el barco, no creo que sedé tal circunstancia.

–Entonces, a tomar el té; al menosdisponemos de un sendero cristiano para volvera la casa. Será mejor coger algún arma cuandovayamos al refugio. El pobre leopardo está cadavez más desesperado, me temo, al igual que susinsaciables crías.

–¿Ha tenido usted ocasión de verlas?–Sí. Las tiene bajo unas rocas en la ladera de

la colina, y si asciende usted por el tronco deaquella palmera situada a doscientas yardas, lasverá al alba, esperando a su progenitora. Heclaveteado el tronco, y le aseguro que he echadoa perder más de una falda al resbalar.

* * *–Jenny -llamó al entrar en la casa rodeada

por una nube de perros-, dile a N'Gombe que nosapetece un té, y haz el favor de traer un pepinobien fresco para preparar unos emparedados.

Page 250: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Stephen -añadió-, ¿puedo ofrecerle un batín?–No, gracias, querida, tengo la ropa seca.–En tal caso, discúlpeme un segundo

mientras me pongo algo decente.Vio algunas pieles extendidas en la mesa de

trabajo, junto a montones de notasimprescindibles para un comentario inteligenteacerca de Adanson, notas que Stephen hojeócon un interés desprovisto de curiosidad, altiempo que daba vueltas a uno de esos curiososproblemas relacionados con la ética: Uno puedematar a un leopardo si el animal adopta unaactitud amenazadora, condenando por tanto asus preciosas crías a una horrible y lenta muerte.Puedes disparar y despellejar a cierta cantidadde tórtolas de fruta y tórtolas rabiche sin mayortemblor de pulso que el experimentado por sirJoseph Blaine al atravesar una mariposa con unalfiler. Sin embargo, ante la pregunta: «¿Nodestruirías a toda la carnada antes de convertirteen su presa?», sólo podía responderse: «Sihubieras visto una cría de leopardo, no haríassemejante pregunta.»

Se abrió la puerta.

Page 251: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Querida, después de limpiarse y cepillarseel pelo tiene usted un aspecto espléndido.Dígame, ¿a qué animal pertenece esta piel? Auna tórtola, sin duda, aunque no sé a cuál.

–A la Treron thomae de Gmelin; esteejemplar proviene de la isla que hay en el golfo.Ahí llega el té, qué alegría. Nada como el té paraolvidar el desagradable sabor del fango delmanglar.

Lo sirvió con la debida ceremonia un inmensoy serio hombre negro; casi inmediatamentedespués, se sirvieron también los emparedadosde pepino y unos dulces redondos, cuyo saborrecordaba al mazapán.

Disfrutaron de un buen té mientras las pielesde las aves pasaban de mano a mano, todo ellosin dejar de mencionar las debilidades quehabían tenido de niños: panecillos, bollitos,tostadas con mantequilla y anchoas,granizados… Una conversación que no pudo sermás agradable. Sin embargo, hacia el final,Stephen reparó en que ella miraba hacia laventana con la inquietud de quien no quieredejarse sorprender por el atardecer. Él rechazó

Page 252: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

otra taza de té, y se levantó de pronto al sugerirChristine que podían acercarse al refugio. Dijotambién que no debían olvidar las linternas quealumbrarían el camino de vuelta, porque asípodrían quedarse cuanto quisieran.

–Si me permite, le confiaré a usted el arma -dijo ella como si hablara de un parasol. Al llegaral recibidor, se puso de nuevo las botas yencabezó la marcha con paso enérgico.

Descendieron por la colina con mucha luz yaquella luna creciente que iluminaba África.

–Diría que, en ocasiones, olvido las buenascostumbres -dijo Stephen.

–¿No se referirá a la escasa resignación quedemostró al desnudarnos?

–Dios santo, no. Nuestros antepasados lohicieron mucho antes que nosotros, antessiquiera de inventar el taparrabos. No, lo que memortifica es que ni siquiera se me ha ocurridopreguntarle una sola vez por sus azoreslagartijeros. Dígame, ¿cómo se encuentran?

–Ay, Stephen, ay. Un águila volatinera mató asu madre, y no pude criarlos. Seguro que conoceusted al águila volatinera.

Page 253: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Así es. El águila más notable, eso siempre ycuando demos por sentado que se trata de unáguila, lo cual niegan algunos naturalistas.

–Estaba en el patio, colgada de la percha, yel águila cayó sobre ella con un ruido similar alque hace un halcón peregrino cuando se abatesobre la presa, pero dos veces más alto. Lapersiguió hasta el interior del establo y la matóde inmediato. Hassan retiró el cuerpo, atrapó conuna red al águila y ahí lo dejó, en la oscuridad.Era (es) un ave joven, feroz ante la menor señalde amenaza, pero no tardamos en llevarnos bien.Tiene una inteligencia sorprendente, incluso escapaz de ser amable; sí, nos llevamos muy bien.La puse en libertad, e incluso ahora (puesto queéste es su territorio) se posa en mi hombro devez en cuando para preguntarme cómo estoy.

–Me gustaría mucho verla. Al menos se tratade un ave que nadie confundiría: no tiene cola,carece por completo de cola. Recuerda a unaguadaña volando a gran velocidad. Magníficaforma de girar. Dígame, ¿qué me cuenta de losmurciélagos?

–Debo confesarle que no he prestado mucha

Page 254: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

atención a los murciélagos, no tanta comodebería, al menos. Hay tal miríada de aves… Unade ellas, por cierto, se alimenta de murciélagos,además de la bisbita. En realidad es unaespecie de buitre, de tamaño medio pero de unaextraordinaria agilidad, como podrá ustedimaginar. Captura al murciélago con las garrasposteriores, en pleno vuelo. Sólo conozco dosparejas. Ya hemos llegado, y aquí tiene estaespecie de terraplén que lleva al lugar (no meatrevo a llamarlo casa), al lugar desde el cual mimarido y sus invitados acostumbraban a cazar elpato y los gansos más pequeños. Puede ustedquedarse ahí, ver sin ser visto: excelente lugar sidisfruta viendo aves zancudas y demás seresvoladores que pueblan los juncos. Cuidado con elterraplén, aquí tiene una cuerda.

Había luz en el interior de la cabaña. Sus ojosse habían acostumbrado al resplandor delcrepúsculo y al cabo de poco empezaron adisfrutar de la visión de centenares de gansos ypatos.

–Querido Stephen -dijo ella, volviéndolosuavemente hacia la orilla y los árboles-, debe

Page 255: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

usted mirar en esta dirección. Oh, deseo contodas mis fuerzas que la maravilla de los nuevedías no haya olvidado nuestra cita. Aquí abundael chotacabras, como bien sabrá… ¿Oye ustedel canto de uno, a poniente?

–Bendita ave. Es nuestro chotacabraseuropeo, ¿estoy en lo cierto?

–Así es, pero me refería al grave graznidoque suena a la izquierda.

Prestó atención, distinguió el sonido y dijo:–Se trata sin duda de alguna especie de

chotacabras, seguro. Es el graznido de rigor. –Cesó el ruido, y ambos permanecieron inmóviles,escuchando; de pronto, ella le tocó el brazo.

–Mire, ahí, ahí está mi ave -susurró-. Esperoque se acerque.

Stephen reparó en el agudo y duraderoarrullo, y al aguzar el oído notó que el canto cedíaun tono, de modo que tuvo la impresión de oírlomás cerca.

–No se mueva -murmuró Christine.Ambos permanecieron tensos, tensos sus

cuerpos, tensos sus sentidos, tensos. Recortadocontra la claridad del atardecer, voló un ave a

Page 256: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

veinte yardas del lugar donde se encontraban.Parecía el vuelo de un chotacabras, pero eradistinto, contaban sus alas con dos inmensas yalargadas plumas de vuelo a ambos lados,plumas que parecían quedar atrás y queprácticamente doblaban su envergadura. Con uninstantáneo cambio de dirección, cayó sobre unapolilla, la capturó y remontó el vuelo hastaperderse en la oscuridad de los árboles.

Ella le tenía cogido del brazo; llegado esepunto, le soltó.

–Ha venido -dijo-, me alegro tanto. ¿Lo havisto bien, Stephen?

–Con total claridad, y estoy asombrado,asombrado. Gracias, muchísimas gracias pormostrármelo, querida Christine. Dios mío, ¡quebelleza! ¡Qué ejemplar! Hábleme de él.

–Sé muy poco. Es el Gaprimulguslongipennis de Shaw, poco común en esta zona,sobre todo con el plumaje de emparejamiento alcompleto. Tan sólo he visto a dos desde que vivoaquí. Y la asombrosa cola, por cierto, es una delas muchas cosas destacables en él. No sé cómose las apaña para alzar el vuelo, sobre todo

Page 257: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cuando está en tierra. Tenemos otro chotacabrascon un plumaje muy exagerado, se trata delMacrodypteryx vexillarius, pero las suyas sonpuntiagudas, y no espesas en las extremidadescomo las de nuestro… ejemplar. En cualquiercaso, no he tenido ocasión de realizarobservaciones fiables de ambos, ni de supariente de cola larga.

–No me lo hubiera perdido por nada.Pensándolo bien, ese plumaje dificulta la eficaciadel ave, igual que sucede en el caso de la ridículacola del pavo real; y lo mismo sucede con lamagnífica flor que ha de desarrollar la bulbáceaAve del Paraíso que, aun así, vive e inclusoflorece, y me pregunto si no será que nuestrasconvicciones al respecto o, al menos mis propiasconvicciones, no serán erróneas.

–Ahí está otra vez. Y otro, el ave de cola larga.Guardaron silencio, relajándose poco a poco.–Ahí tiene a nuestro autillo -dijo Maturin.

Cruzó un pato, silbón a juzgar por el sonido desus alas, que terminó por posarse en tierra a uncentenar de yardas de distancia, con un ruidosorprendente que no hizo sino quebrar la quietud

Page 258: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

del crespúsculo.–Stephen -dijo ella, al cabo-. Me temo que

está usted incómodo. ¿Quiere estar solo unosminutos? Silbe usted cuando quiera que vuelva.

–No, querida -replicó-, no se trata del habitualasunto físico, sino más bien de formular mipetición de un modo razonable, aceptable. Enresumen, diré que me alegraría infinitamente queaccediera usted a casarse conmigo. Sinembargo, antes de que me pida que guardesilencio, permítame al menos argumentar cuantopueda en mi favor. Lo admito: lejos estoy depoder considerarme atractivo, aunque desde unpunto de vista médico estoy sano, y carezco devicios reseñables. En lo material creo poderdecir que soy lo que por lo general se tiene porpróspero, poseo una casa antigua y unapropiedad considerable en España, y podríaadquirir sin mayores dificultades una moradadecente o unas habitaciones en Londres, Dublíno París, para el caso. Tanto en mi profesióncomo en la Armada no podría irme mejor. Mispeores enemigos mentirían si afirmaran que soyun vividor, adicto al juego o a la botella. Y si bien

Page 259: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

no puedo negar que soy hijo ilegítimo y que miIglesia es la romana, no creo (no me gustaríacreer) que para una persona de su inteligenciaconstituyan un obstáculo estos detalles, sobretodo teniendo en cuenta que no albergopretensiones de ningún tipo. Finalmente, querríaañadir que, como usted sabrá, soy viudo (la cartade usted me llegó al corazón), y que tengo unahija.

Al cabo de un rato, un rato durante el cualescucharon el arrullo de al menos treschotacabras distintos y de una lechuza, dijoChristine:

–Stephen, me honra usted con su petición, yme apena más de lo que puedo expresar conpalabras tener que pedirle que olvide el asunto.He estado casada, como usted bien sabe, y mimatrimonio fue muy desdichado. Desde un puntode vista médico, también yo estoy sana, ytambién disfruto de una posición desahogada.Sin embargo (y sé que me dirijo a una personadecorosa), mi marido era incapaz de respondera los aspectos físicos del matrimonio y sus vanosintentos por superar tal defecto me produjeron lo

Page 260: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que, creo, es una imborrable aversión por todo lorelacionado con este aspecto: todo el conjunto seme antoja un deseo violento y, por descontado,inútil, de posesión y de dominio físico. Estaimpresión se vio sin duda reforzada por el miedoy la desgana. – Y en un tono totalmente distinto,después de guardar silencio durante un rato,añadió-: En el transcurso de su carrera comomédico, ¿diría usted que se trata de algo normalen una mujer joven casada?

–No puede decirse que me haya topado conun caso en el cual las circunstancias sean tanextremas como el de usted -dijo tras reflexionar-,pero sé cuan a menudo la pena y el dolor de unmatrimonio surge de una carencia decomprensión física, por no mencionar la ineptitud,el egoísmo, una total ignorancia…

–Y una especie de hostilidad, deresentimiento…

–Cierto, cierto. Por favor, borre usted de sumente en lo posible mis egoístas y estúpidaspalabras. Veamos si podemos centrarnos ahoraen intercambiar impresiones acerca de Adanson.Creo distinguir dos linternas que se acercan por

Page 261: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

entre los árboles.–Oh, querido -dijo ella, tomando su mano-.

Temo haberle herido, y lo lamento porque es elhombre a quien más aprecio de cuantos me hanpedido en matrimonio. Stephen, lo lamentotanto…

A poniente, el chotacabras había empezadode nuevo el canto, el arrullo, por lo visto sin tomaraire. Con tal de apartar de sus pensamientos lapena que sentía, Stephen se tomó el pulso. Habíacontado hasta setenta y cinco cuando el avecesó su canto. Las luces se encontraban en lalinde del bosque, y sólo entonces se dio cuentade que Christine había estado llorando.

De regreso a la casa, ella le cogió del brazoy, al llegar, ambos compartieron una deliciosa ycuriosa cena a base de verdura africana quedesconocía por completo, además de huevos yun vino blanco tolerable; después, pudín dealmendra, seguido por un excelente madeira.

Tras hacer a un lado los platos, ella le mostróla asombrosa piel del Caprimulgus longipennisy le habló de la importancia nigromántica deaquel peculiar plumaje en las supersticiosas

Page 262: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

creencias locales.–Cuanto más tiempo paso en África -

comentó mientras tomaban un café malísimo y unron excelente-, y cuanto más sé de los africanos,más cerca estoy de alcanzar una especie dedifuso panteísmo.

Al cabo de poco, cuando ambos recobraronun poco el ánimo, volvieron a hablar de ello.

–Sé que mi teología angustia mucho a losmisioneros, pero no me preocupan nada, nomucho, al menos. A veces conozco a algúnmisionero que también es naturalista, y si seadentra en lo frondoso puede disfrutar degrandes oportunidades. Estoy segura de quehabrá usted oído hablar del pavo real del Congo.

–En efecto, he oído hablar a menudo de él,aunque jamás me lo haya descrito un testigodigno de crédito.

–En fin -dijo ella mientras tanteaba el interiorde un cajón-, yo no diría que ésta sea una pruebadefinitiva -dijo entonces, mostrándole una plumaverde-, pero me la dio un viejo… franciscano,creo, un católico en cualquier caso, que murióantes de poder embarcar; me dijo sin jactarse en

Page 263: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

absoluto, sin pretender impresionarme, que,estando en el Congo, la había arrancado dellomo de un pavo que acababa de morir. Heolvidado el nombre del lugar concreto, pero elave vivía en libertad.

–Dios mío, Christine -dijo acariciando lapluma-, me ha sorprendido y hechizado tresveces hoy. La enorme garza, el estrafalario y másque inverosímil chotacabras y ahora esta mítica ylegendaria pluma de pavo real del Congo, porcuya auténtica existencia estaría dispuesto aapostar el alma. Lamento mucho que no quieracasarse conmigo, pero entiendo sus… ¿cómodecirlo? Su poca disposición.

Había transcurrido un espacio de tiemposorprendente, de tiempo emocional, entre elmomento en que se había declarado y el actual,que discurría en un contexto totalmente distinto.Ella sonrió, tomó un sorbo de ron, le dio unapalmada en la rodilla y dijo:

–Dígame, Stephen, de haber aceptado suencantadora propuesta, ¿cómo habría dispuestoel aspecto puramente material del matrimonio?Ha mencionado usted que tiene una hija.

Page 264: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

¿Cuántos años tiene?–Me avergüenza admitir que no lo sé. Es muy

joven, eso seguro. No anda cerca de la pubertad.–¿Y se ha empeñado usted con su amigo en

un viaje lejano e importante?–Así es -respondió Stephen, que dedicó una

mirada algo desolada a uno y otro lado-. No crea,ya había pensado en ello. Le aseguro -seapresuró a añadir- que no he sido totalmenteegoísta en esto. Tenía una excelente solución.Verá, mi idea consistía en que fuera usted aInglaterra, donde podría convivir con SophieAubrey, una mujer encantadora y una vieja amigamía; tiene dos hijas y un niño, cuida de Brigid, mihija, y vive en una gran casa en Dorset rodeadade amigos y de un respetable conjunto desirvientes. Después, le pareció a lo que tan sólopuedo cualificar de mi difusa mente (en otraspalabras, el conjunto de mis deseos) que yovolvería del mar, y que juntos podríamos planearqué rumbo tomarían nuestras vidas: Inglaterra,Francia, Irlanda o España, o cualquiercombinación de las anteriores según susdeseos.

Page 265: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Querido mío, querido mío -dijo Christine conun suspiro, antes de añadir tras escuchar lapuntual campanilla del reloj de Stephen-: ¿Es unreloj eso que he oído? ¿Es posible que sean lasdoce?

Stephen sacó el reloj del bolsillo del chaleco.–En efecto, son las doce, según la precisa

medición de la altura del sol que se hizo a bordoal mediodía.

–Oh, qué cosa tan bonita. ¿Volverá arepicar?

Y así lo hizo.–¿Le gusta? – preguntó Stephen.–Creo que es precioso. ¿Es lo que se

conoce por reloj de repetición?–Así es, señora.–Es la primera vez que veo uno.–Estaba fascinada.Él lo colocó en su mano, le mostró para qué

servían los botones y dijo:–Querida, es todo suyo. Un diminuto gesto de

reconocimiento por todo el placer que me haproporcionado hoy.

–Oh, qué tontería, Stephen, querido -replicó

Page 266: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ella, conteniendo una sonrisa-. Comprenderá queno puedo aceptar semejante regalo, aunque sípuedo darle un millar de gracias por la intención.– Colocó con suavidad el reloj encima de lamesa, se levantó y añadió-: Vamos, ya es tarde.Permítame mostrarle su habitación.

La estancia era cómoda y ventilada, y lasventanas servían de marco a la luna menguante.

–Supongo que no habrá traído un camisón,Stephen -dijo ella mientras corría las cortinas-.¿Quiere que le preste uno de los míos?

–No, por Dios, querida. Me contentaré conyacer sobre mi piel, como Adán antes dedescubrir el pecado.

–Buenas noches, Stephen. Ahí tiene el agua,una toalla y jabón. Confío en que duerma bien.

–Buenas noches, querida. Me pondré enmarcha antes del amanecer, puesto que he decaminar para volver a bordo. Permítame, portanto, despedirme de usted ahora.

No añadió nada más, y durante largo ratopermaneció despierto, boca arriba, con lacabeza apoyada en ambas manos; tenía lasensación de que la absoluta resistencia de

Page 267: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Christine había empezado a flaquear. Repasómentalmente lo mucho que había sucedido aqueldía, mientras lejos, muy lejos, dos, tres e inclusocuatro chotacabras distintos cantaban en tonosdistintos.

* * *Christine se había reunido con él para

desayunar, «Quizás porque me despedí tanprecipitadamente…», pensó Stephen.

–Lamento haberle entristecido -dijo ellaincómoda, una vez cruzados los saludos de rigor.

–Desconocía por completo sus más quetristísimos motivos -respondió él-. Ha sido muypoco perspicaz por mi parte. Pero antes dedespedirme de usted, permítame decirle que porlo que a mí respecta el matrimonio no tiene porqué comportar necesariamente la posesión, ni,mucho menos, la dominación.

–Stephen, lastimarle a usted sería lo últimoque haría en el mundo. Está a punto deemprender un largo y espero que fructífero viaje.¿Me permite meditarlo mejor mientras esté ustedfuera? Quizás cambie de opinión, quizás tambiéncambie o recupere el modo de pensar y sentir

Page 268: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

propio de una mujer normal. Pero, querido -dijotras una larga, larga pausa-, no debe ustedsentirse comprometido en lo más mínimo; no, enabsoluto. – Stephen inclinó la cabeza; despuésde servirle más café, Christine añadiótitubeando-: ¿No me dijo que los Aubrey vivían enDorset? Dentro de un mes partiré a Inglaterrapara visitar a unos primos que residen cerca deBridport, y si puedo servirles de correo, no tienenustedes más que pedírmelo.

–Nos haría usted un gran favor. Sé que elcapitán Aubrey tiene una pila de papel escrito enletra pequeña; yo mismo tengo correspondencia.Pero, dígame una cosa, aunque se trata de unapregunta personal que detesto hacerle: ¿No leimporta viajar?

–Dios mío, no, en absoluto. Voy a Inglaterra amenudo. A veces me acompaña Jenny, otrasviajo totalmente sola. Creo que los hombres,sobre todo los marineros, se muestran muyamables con las mujeres que se valen por suspropios medios. Me basta con un solo baúl.Cada mes recala en la costa un espacioso yenorme mercantón portugués. Me desembarcará

Page 269: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

en el Pool, como de costumbre, y los agentes mellevarán a mí y al baúl a Grillons, que es dondesuelo alojarme. Tras uno o dos días de compras,tomo una silla de posta, tan sencillo como eso.

–Por supuesto. He conocido a muchasmujeres capaces de viajar solas hacia y desde laIndia. No sé por qué estúpido desliz se meocurrió pensar que África Occidental seencontraba mucho más lejos. Si me permite, leenviaré nuestros paquetes sin mayor tardanza,puesto que mañana nos haremos a la mar.

–Adiós, querido Stephen -dijo ella en elumbral de la puerta.

–Adiós, querida Christine. Que Dios labendiga.

Se alejó caminando de la casa un pocodespués de salir el sol sin que los perros quemerodeaban a un extremo del patio le dedicaranmás que una mirada desaprobadora oinquisitiva. Era una mañana limpia y fría, y unabandada de bulbules voló sobre su cabeza alsentarse a medio camino colina arriba paraobservar las aguas. Los patos habíandesaparecido, pero los flamencos estaban en

Page 270: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pleno ajetreo, y se entretuvo pensando que,oculto por el cinturón que formaba el manglar,casi podía distinguir la impresionante silueta delinverosímil Ardea goliath.

Se levantó para subir la colina, y lo hizo apaso lánguido, pues incluso una brevetemporada en la mar volvía arduo el hecho decaminar en tierra firme por un tiempo. Sinembargo, había algo en su interior que ardíaesperanzado. A pesar de todo lo que habíameditado acerca de la posibilidad de disfrutar deun futuro feliz, y el modo en que había recordadolas maravillas vistas el día anterior, su estómagono dejó de protestar, sobre todo al percibir elaroma del café que surgía de la puerta sur. Lossirvientes de Christine, aunque leales y tan deconfianza que podía ausentarse de la casa sinmayores problemas, carecían de la virtudesencial de saber preparar el café. Laservidumbre tomaba té, y el agua de fregarmarrón de aquella mañana (lo que había sobradodel día anterior) fue la única concesión quehicieron al invitado, pobre diablo. En cuantoatravesó la muralla, caminó derecho a un lugar

Page 271: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

de aspecto decente situado en la esquina delmercado, pidió una cafetera, y oyó a Jacob decir:

–Te deseo muy buenos días, querido colega.¿Te importa que te acompañe?

Stephen respondió que nada en el mundopodía complacerle más.

–Si no fueras mi superior -dijo Jacob trasunos pocos preliminares-, me atrevería a decirque llevas un poco lejos la discreción al nopreguntarme qué hago, en qué ando metido, porqué estoy aquí y quién cuida de nuestrospacientes. Pero el caso es que eres mi oficialsuperior, de modo que sin necesidad de que meformules las anteriores preguntas te diré deforma voluntaria que otros dos barcos de guerraarribaron poco después de partir tú conCuadrado y la chica. Sus respectivos capitanesse personaron a bordo poco después, y por latarde empezamos una competición a tresbandas (partidos de criquet, campeonato deboxeo y carreras entre diversos botes). Teníanpensado repetir tan agotadores esfuerzos hoymismo, e incluso hacerlo a mayor escala, junto auna competición para determinar quién aferra

Page 272: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

antes el aparejo, y una de puntería con loscañones. Todo ello cronometrado, por el amor deDios. No lo soporto, de modo que huí en cuantose me presentó la ocasión de hacerlo. Me metoen medio, me empujan, me insultan e incluso memaldicen. Respecto a los pacientes, no hay tales,no hay pacientes en cama que valgan, todos losenfermos se han declarado a sí mismos curados.Ni uno sólo, aparte de un joven del Erebus aquien tu amigo Hanson derribó de un golpemalintencionado. En realidad no se trata másque de una leve conmoción, aunque suscompañeros de rancho fingen sentirseinfinitamente preocupados y juran que si resultamortal pasarán por la quilla al León del Atlas, queasí llaman a nuestro campeón, y lo harándespués de destriparlo. El empeño y laanimación que se han extendido en estos tresbarcos, además de las diversas exhibiciones dedestreza náutica, superan mi capacidad decomprensión. La mayoría de los oficiales semuestran tanto o más preocupados por esascuestiones que los marineros, aunque debo decirque el capitán Aubrey parece algo agobiado.

Page 273: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Quizá si no tuviera asuntos oficiales que resolveren tierra, acabaría sucumbiendo a todos esosjueguecillos incomprensibles para mí. – Se sirviómás café, arrancó unas seis pulgadas de panblando y, observando con atención a su viejoamigo, preguntó-: Stephen, ¿estás satisfecho dela salud del capitán?

–¿De su salud física?–¿Podrían ambas separarse?–A veces, sí, aunque, a decir verdad, ambas

suelen estar muy pero que muy relacionadas.–Sus luces parecen haberse apagado.–Su mujer empleó más o menos las mismas

palabras.–Mientras que las tuyas, si me permites

decirlo, Stephen, brillan como un solresplandeciente. Espero, amigo mío, que no tedisguste mi modo de hablar. – Como erahabitual, conversaban en el francés de sujuventud-. Después de todo, hace años que nosconocemos.

–Así es, Amos. Y no, no me desagrada enabsoluto tu modo de hablar. Si proviene de ti,claro está. Intentaré hacer que el deslustre de sus

Page 274: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

luces (fenómeno cuya existencia admito sinreservas) te resulte más comprensible: En cuantoa la Armada Real concierne, yo, por ejemplo, soyun oficial adjunto, holgadamente adjunto, alservicio. Él, no obstante, pertenece en cuerpo yalma a la Armada, y el éxito o el fracaso en sucarrera siempre han tenido, y tienen, la mayorimportancia. Ha llegado lejos, es capitán denavío y su nombre se encuentra inscrito en lo altode la lista de capitanes de navío. Sin embargo,se encuentra en ese momento en que algunosmiembros del grupo con más o menos la mismaantigüedad son elegidos para ascender alEstado Mayor, en calidad de contralmirantes dela Escuadra Azul. De ningún modo ascenderántodos. Aquellos que no lo hacen, aquellos aquienes se ignora, son conocidos en términoscoloquiales como almirantes en tierra oalmirantes amarillos, almirantes al mando de unaescuadra inexistente. Y con eso termina laesperanza del pobre desdichado, no hay vueltaatrás. El mérito guarda relación con este pasovital, pero la influencia tiene mayor importancia,la influencia política o familiar, mucha, mucha

Page 275: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

más. Jack Aubrey no siempre se ha mostrado«hábil» desde un punto de vista político. Tiene unmiedo atroz a abrir las páginas de la Gazette enlos próximos meses y ver que hombres másjóvenes en el servicio han obtenido la insignia,una insignia azul que izar en el palo de mesana;si no me falla la memoria, se trata de unabandera muy importante para él, una insignia queha perseguido durante años con tanto ahíncocomo quepa imaginar. Ahora que ya no estamosen guerra, ahora que prácticamente no existeposibilidad de distinguirse en combate, escomprensible que sus luces se hayan, al menos,atenuado, incluso existe la posibilidad real deque se apaguen por completo. No hay nada quepueda volverlas a encender, nada excepto esecondenado retazo de tela. Nada. – Hizo unapausa, y continuó-: La enfermedad, el mal queatormenta su ánimo, se conoce en la Armadacomo insignianitis, y afecta a la prácticatotalidad de los capitanes de navío ambiciososque se acercan al momento decisivo. Rara vezhabía tenido oportunidad de seguir de cerca uncaso, puesto que he servido siempre a las

Page 276: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

órdenes de un único oficial, pero a menudo hepodido hablar al respecto con mis colegas, yestos se han mostrado de acuerdo a la hora dedecir que los afectados (o sea, todos aexcepción de aquellos oficiales que por logros,contactos familiares o influencias políticasdirectas dan por hecho su ascenso) padecen deansiedad, pérdida del apetito y joie de vivre,mientras que a menudo se ven perjudicadasaquellas funciones que tenemos poresencialmente masculinas, de tal modo que losmédicos han observado o bien una impotenciavirtual o una actividad insalubre. En el caso quenos ocupa, no se dan los extremos, pero sí haycierto ahogo, poca si es que hay algo de música,mientras que tan sólo lo verás jugando al ajedrez,a los naipes o al backgammon por compromiso.

Volvieron a volcar su atención en el café,mientras, sentados, meditaban el asunto.

–Amos -dijo al cabo Stephen-, hubo untiempo en que sirios y armenios convivieron eneste lugar, hombres de negocios, agentes.¿Conoces a alguno? No es de vital importancia,pero me gustaría investigar un mercantón

Page 277: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

portugués que recala en Inglaterra, a bordo delcual embarcará una dama amiga mía.

–Pues claro, querido amigo -dijo Amos,encantado-. Tú te refieres a mi propio primo, elrepresentante de Lloyds en este puerto.¿Quieres que te lo presente?

Stephen palpó el chaleco en busca del reloj.No lo tenía, claro, en su lugar sintió una punzadade alegría, y el reloj de la iglesia le informó deque eran las nueve.

–Eres muy amable. Pero, ¿querrá él, o algunode sus empleados, aceptar un encargo tanmodesto? Sólo quiero llenar su cabina de flores,o más bien hacer que la llenen de flores. Puestoque nosotros nos hacemos mañana a la mar, y elmercantón no recalará aquí hasta dentro de untiempo, las flores tendrá que colocarlas unrepresentante mío.

–Estoy convencido de que estará encantadode hacerlo. ¿Otra cafetera?

–Gracias, pero creo que debería embarcar encuanto conozca a tu amable primo.

–Te acompañaré, si me lo permites. Tuantigüedad, tu austera mirada, quizá sirvan de

Page 278: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

salvaguarda para el comportamiento rudo. Seacomo fuere, esta mañana pretendían volver adedicarla al pugilismo, de modo que quizástengamos bajas serias que atender.

Ambos médicos se dirigieron a bordo trasresolver felizmente el asunto del mercantón y lasflores, aprovechando un descanso en la febrilactividad de la Surprise. «Despedázalo,compañero, hazle picadillo», voceaban a bordomientras se daban y recibían los apasionadosgolpes. Algunos de sus amigos les echaron unamano para subirlos a bordo.

–Gracias, señor Hanson -dijo Stephen, asalvo ya en cubierta-. Pero -añadió, observandoal joven-, me temo que ha estado usted en lasguerras.

Tenía un ojo a la funerala y sangre seca en ellabio inferior, además de una hinchazón en laoreja izquierda.

–Verá, señor -protestó Hanson con unasonrisa alegre que dejaba ver todos los dientesen su lugar-, he practicado un poco.

–Aun así, será mejor que me acompañeabajo y me permita darle una puntada o dos a

Page 279: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

esa ceja.Sentado en un taburete, mientras el doctor

preparaba la aguja, Hanson le explicó que suadversario, un segundo del piloto de derrota delHéctor, aunque recio y buena pieza, no tenía niidea del directo de zurda a la garganta. «No alpico, señor, sino a la garganta. Nada mejor paradejar fuera de combate al oponente que undecidido golpe en la garganta.»

–No, supongo que no -dijo Stephen-. Ahora,tenga la amabilidad de inclinarse y contenersecuando sienta el pinchazo. Ahora. Bien hecho.¿Volverá usted a boxear?

–No hasta después de comer, señor; se dicede él que no es mala gente.

–Aun así, hará usted bien en apartarse sipretende golpearle la cabeza, apartar la ceja yretroceder como un cangrejo. Ahora debo ir a veral capitán. Estará en la cabina, supongo.

–Así es, señor. Muchísimas gracias porcuidar de mí.

* * *

Page 280: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

El capitán Aubrey se encontraba en sucabina, inclinado sobre unas pilas de papeleooficial atadas con cinta negra o roja.

–Ahí estás -exclamó, levantando la cabezacon una sonrisa; después de escrutar el rostro deStephen, añadió-: Espero que traigas muybuenas noticias.

–Así es -dijo Stephen-. No tan buenas comohubiera deseado, puesto que la dama, sin queello pueda sorprenderme, rechazó mi propuesta.Sin embargo, dijo que lo consideraría mientrasestuviéramos de viaje. Y se ofreció a llevarnuestra correspondencia a Inglaterra. Por lo vistoha planeado visitar a unos primos suyos queresiden cerca de Bridport, de modo que te ruego,querido Jack, que escribas a Sophie y le pidasque invite a la señora Wood.

Me encantaría que ambas congeniaran, y queno sólo conociera a Sophie y a los niños, sinotambién a mi Brigid. Sería tan feliz si sequisieran.

–No veo motivo para que suceda lo contrario.Estoy seguro de que la señora Wood y Sophie,que Dios la bendiga, se llevarán de maravilla.

Page 281: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Brigid es una criaturita muy afectuosa, yagradecerá la amabilidad y la atención. Misniñas, por ser mayores, no le hacen todo el casoque debieran… A menudo he pensado enmencionarlo, pero, como dice Sophie, ella no hatratado de forma distinta a unas de otras. Mishijas tienden a mostrarse… celosas. Es terrenodelicado donde adentrarse, entiéndeme. A vecesun extraño puede hacer más que un miembro dela propia familia. Sin duda Brigid y la señoraWood se llevarán de maravilla; la apreciomuchísimo, y también la admiro, si me permitesdecirlo. ¿Quieres que Sophie le pida que sequede con ella hasta nuestra vuelta? Tenemoshabitaciones de sobra, sobre todo desde queClarissa se casó y vive con su esposo.

–Sería un detalle muy amable, pero tienepensado viajar a Northumberland para visitar asu hermano Edward, muy amigo mío y filósofonatural a quien seguro habrás visto de vez encuando en las reuniones de la Royal Society.Además, dudo de que quiera abandonar durantetanto tiempo su casa africana. Suele viajar amenudo, sola o con uno o dos sirvientes. Ha

Page 282: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

planeado subir a bordo del Gaboon el próximomes; se trata de un espacioso mercantónportugués, a bordo del cual ha navegado enanteriores ocasiones. El barco la llevará aLondres, y se ha ofrecido a entregar algunas denuestras cartas. Permanecerá allí unos días ydespués tomará una silla de posta al sur. Entrenosotros, te diré que es bastante rica.

–Tanto mejor. Sin duda eso facilita el viaje.Dios mío, Stephen, me alegra tanto todo lo queme cuentas. Tomarás una copa de vino,supongo.

–Si tienes la amabilidad. Me encantará tomaruna copa de vino contigo, querido, pero antes,Jack, permíteme decir que el paquete delgobierno partirá con la marea alta pasadomañana, y que si pudiera adjuntar a tu carta aSophie unas líneas de mi parte, te estaría muy,pero que muy agradecido.

Jack hizo sonar la campanilla, y sin que ellofuera motivo de sorpresa se abrió al instante lapuerta, por la que asomó un rostro feo y deexpresión interrogativa que en vano intentódisimular una sonrisa.

Page 283: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Killick -dijo Jack-, ¿qué pusimos a enfriar enla red?

–Tres del Rin, señor, y un par de docenas dechampán.

–Pues levanta un par de champán, ¿quieres?,y trae enseguida mi mejor papel y un tinteronuevo.

–A la orden, señor. Champán y papel (elmejor). Ah, el señor Hanson se está desnudandopara su pelea con ese terco gaviero de laPolyphemus.

–¿Quieres verlo, Stephen? Uno o dosasaltos, al menos -preguntó Jack.

–Claro que sí. Tú mismo me señalarás losgolpes más certeros, pero no permitamos que elvino pierda la frescura que pueda tener.

Se había improvisado un aceptablecuadrilátero en el castillo de proa, gracias alequipaje, la cabuyería y los puntales. Ambosjóvenes se encontraban situados en susrespectivos rincones, escuchando los consejosde sus maltrechos segundos. Al sonar lacampana, dieron un respingo, se situaron paso apaso ante una línea imaginaria en mitad del

Page 284: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cuadrilátero, y empezaron a golpearse consingular ferocidad. Era el último combate de lacategoría de peso ligero, y ambos ansiabanganar el título para su barco, y también para ellos,aunque esto último parecía menos evidente. Elgaviero de la Polyphemus, grueso y recio,gustaba de cerrar y castigar las costillas, elpecho y, a ser posible, los costados. El jovenmarinero de la Surprise, más ágil, mantenía ladistancia, arrojando el puño izquierdo al rostroensangrentado de su contrincante. En los tresprimeros asaltos, no tuvo oportunidad dealcanzar la dura barbilla del joven lo bastantecomo para echarle atrás la cabeza. Lassusurradas plegarias de Jack y Stephen, y losaudibles consejos de los marineros, no sirvieronde nada, al menos hasta el quinto asalto, cuandoel gaviero bajo la guardia, hizo por evitar ungolpe contundente en la nariz, se inclinó haciaatrás, cabeza y todo, dejó al descubierto lagarganta y recibió el último, definitivo y asfixiantegolpe.

Jack felicitó a los jadeantes y exhaustosluchadores, e hizo entrega de la copa de plata.

Page 285: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Después descubrió que la Polyphemus habíavencido a la Surprise en la carrera que loscúteres habían llevado a cabo en aguas delpuerto. Disfrutaron con alegría del festínencargado por la Surprise; lo presidió Harding,debido a que el capitán estaba ocupado con elpapeleo. Aquella noche, todos a bordo eranconscientes de que levarían anclas con lapleamar.

CAPÍTULO 6–Confiados a la sabiduría y piedad del padre

eterno Dios nuestro Señor -dijo el capitánAubrey-, entregamos este cuerpo a lasprofundidades, en espera del día del juicio, en elque las almas de todos los hombres seanllamadas en presencia de Dios Todopoderoso. –Y Harding, primer teniente, dirigió alcontramaestre una inclinación de cabeza apenasperceptible. Al descubrirse todos, se inclinó lacubierta de escotilla para descargar su peso enmitad del balanceo, y la ola lo engulló sin dejar nirastro. Así fue como Henry Wantage, ayudantedel piloto de derrota, se hundió en el acto, cosidoal coy y con la compañía de cuatro balas

Page 286: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

redondas a sus pies.* * *

–La última vez que leí esas palabras, nohabían pasado ni diez días desde queabandonamos Freetown -dijo Jack en la cabina-,y sabe Dios que habré tenido que pronunciarlasdespués de más de un combate; aun así, meconmueven cada vez que lo hago, y siempre,siempre, tartamudeo al final. Sobre todo en elcaso del pobre Wantage, que sufrió tanto enFunchal.

Stephen le sirvió más café.–Claro -dijo-, y yo lo siento por esos dos

pobres muchachos que hemos perdido por culpade la fiebre amarilla. Al final, Jacob y yo creímosque podríamos salvarlos, pero no estaba escritoque fuera así.

–Más allá de lo que he presenciado tras uncombate particularmente sangriento, no recuerdohaber visto una camareta de guardiamarinas tandeshecha. Sólo disponemos de un segundo delpiloto, y en este momento el pobre señorWoodbine apenas se tiene en pie para realizar laguardia. – Reflexionó mientras tomaba más café,

Page 287: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

y finalmente hizo sonar la campanilla-. Llamen alseñor Hanson -ordenó.

–Al señor Hanson, señor-respondió, adusto,Killick. Y aquel apellido corrió de boca en bocapor toda la embarcación.

–¿Señor? – preguntó el muchacho, el mismoy jovencísimo señor Hanson en persona, que eraobvio que había estado llorando.

–Siéntese, señor Hanson -dijo Jack-. Harámuy poco, el señor Adams me señaló quecontaba usted en el rol con mucho tiempo en lamar.

–Así es, señor. Mi tío tuvo la amabilidad deapuntar mi nombre en el rol de tripulantes delPhoenix y de algunos otros barcos, antes de queyo pudiera vestir calzones.

–Precisamente. Muchos capitanes hacen lopropio. Debido a ello, usted es por ley superioren antigüedad a muchos de los jóvenes quecuelgan su coy en la camareta, aunque sea másjoven que ellos. Puesto que tiene mayoresconocimientos de navegación que ellos, meaprovecharé del espacio de tiempo que en teoríaha pasado usted en la mar para nombrarle

Page 288: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

segundo del piloto de derrota. El señor Daniel esmayor que usted, y quizás esté más capacitado,pero con el tiempo que cuenta usted en su haber,no podemos permitir que él ascienda antes, yestoy convencido de que conoce lo bastante laArmada como para aceptar esa aparenteinjusticia sin guardarle a usted rencor alguno.Ambos constituirán un gran apoyo para el señorWoodbine. Usted ocupará hoy el lugar del pobreseñor Wantage en la guardia del segundocuartillo.

–A la orden, señor. Gracias, muchísimasgracias, señor -dijo Horatio, que parecía confuso,incómodo y nada contento.

–Adelante, pues. Diga a la camareta que doyestas órdenes por cumplidas. Quizás no legusten a usted, y quizás tampoco a ellos lesgusten, pero tendrá usted que organizar unbanquete el último día del mes. Si quiereconvidar a los compañeros de la Ringle, yomismo le proporcionaré una botella de vino porcabeza, por el honor del barco. Es la costumbre,ya sabe. – Cuando Horatio se hubo retirado,Jack dijo-: Es un buen chico. No le gusta mi

Page 289: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

decisión, y a ellos tampoco les gustará. Sinembargo, no creo que lo despedacen ahora queles ha demostrado de qué madera está hecho.Sea como sea, John Daniel no lo permitirá; tieneautoridad en la camareta, aunque no lleve muchotiempo a bordo.

El nombramiento fue acogido con ciertosmurmullos en la camareta, pero se celebró con laaprobación de todos en las cubiertas inferiores,cuyos integrantes exigían un valor superior alcoraje físico que a los conocimientos másprecisos de la náutica, y no es que el señorHanson careciera de ellos.

Mi querida Christine -escribió Stephen en lapágina diecisiete de una carta por entregas queenviaría a Dorset bien desde Río de Janeiro, obien por mediación de los buenos oficios de unmercante con el que se cruzaran, y que navegararumbo a Inglaterra-. Creo que le complaceríaobservar los entresijos de una comunidad tancerrada y, al cabo, tan entrelazada como la queforma la tripulación de un barco, sobre todo la deun barco de guerra, que dispone de tanta gentepara servir los cañones, y una jerarquía más

Page 290: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

rígida. Surgen amistades duraderas y muy, muyestrechas, sobre todo en travesías largas; peroincluso en una misión tan reciente como lanuestra el proceso resulta evidente. El jovenHanson, a quien he mencionado antes, disfruta,según me ha dado a entender Jack, de un grantalento en lo que a las matemáticas concierne, yel señor Daniel, un segundo del piloto, le haayudado en la aplicación práctica de éstas a laguía del rumbo del barco, incluso para determinarsu posición exacta en mitad del océano, aunquetal cosa cueste de creer. Se han hecho buenosamigos, lo cual no hubiera podido suceder entierra, puesto que su origen, educación y formade hablar distan mucho uno del otro. Cuandoestuvimos en Freetown eran inseparables,paseaban juntos, tomaban mediciones de cabosy promontorios, la altura de las torres, minaretes,fortificaciones y demás, todo ello sin contar lassondas y mareas. Ahora, desde que hace dos otres semanas después de dejar atrás la costaguineana flaqueara la salud del señor Woodbine,ambos han volcado toda su atención en losprogresos del barco, en latitudes, longitudes y

Page 291: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

demás, factores estos sometidos al impredeciblecapricho de los vientos que atormentan al marinoque navega el Golfo, al menos hasta alcanzar elbendito monzón del nordeste, lo que ha sucedidohace poco; ahora navegamos creo que a dieznudos por hora. Por fin ha llegado el momento deque ambos puedan respirar más tranquilos.

Pocas cosas hay tan agradables a la vistacomo la aparición y fortalecimiento de un cariñomutuo, espontáneo y natural, a veces, a menudoen realidad (como por ejemplo en el presentecaso), acompañado por gustos similares,habilidades y estudios. Esto no siempre sucede,a veces por una simple cuestión de edad, y meencantaría, al regresar, descubrir que usted yBrigid son amigas. Poco tendría que esforzarsepara superar su timidez, y sé que no laencontrará falta de cariño, aunque la veadesalentada. Las mayores no la tratan condemasiada amabilidad, y, aunque no debe tomarlo que diré más que como una conjetura, tengo laimpresión de que la consideran una intrusa.Puesto que los sentimientos infantiles rara vez seocultan con habilidad, creo poder decir que las

Page 292: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

atenciones que su madre dedica a Brigiddespiertan los celos de sus hijas, la máscorrosiva de las pasiones, y también la que másinfelices nos hace. Ay, querida mía, oigo sonar laimperiosa campana (la nuestra es una vidaregida por campanadas), lo que viene a señalar,entre otras cosas, que debo empezar misrondas. Si no acudo de inmediato, recibirémiradas de desaprobación, quizás no por partede Amos Jacob, pero sí de Poll Skeeping y de suayudante, así como de todos los pacientes,tiesos en los coyes, planchadas las sábanas,ocultos sus modestos consuelos, lavadas lascaras. Incluso me miraran mal los dos gatos de abordo que embarcaron furtivamente en Freetown.Se han acostumbrado a los rigores de la vida enel mar, desaprueban el menor cambio, y songatos escrupulosos que visitan con regularidadsus cestitos de ceniza, improvisados en la cocinapor un cocinero tanto o más severo que ellos.Querida, debo despedirme por el momento…

Querida, el momento ha pasado -escribióbien sentado al escritorio para combatir losmovimientos rítmicos del barco, el balanceo y el

Page 293: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cabeceo-, y me alegra contarle la mejoraexperimentada por la salud del piloto. Ha comidoy retenido dos copiosas comidas, la primera unpez volador, la segunda una porción abundantede pudín. Quizás esto tenga algo que ver con lavelocidad, la mayor velocidad del barco, y con elaire de satisfacción que se respira a bordo, unaire fresco y (pese a la contradicción) cálido.Pero no me gusta mencionar ninguno de estosfactores, pues el piloto es un marinero curtido,colérico y convencido de su propio diagnóstico,lepra incipiente, contenida por una totalabstinencia de sal, alcohol y tabaco. Querríapoder transmitir lo agradable que resulta navegara bordo de un barco estanco y bien gobernado,orientada la razonable cantidad de lona del mejormodo para aprovechar el fuerte viento que recibepor la aleta de babor. La proa (creo que deberíadecir tajamar) arroja una cortina de espuma asotavento con cada cabeceo acompasado, y serespira un ambiente de alegría a bordo. Puestoque hoy es día de arreglos, la parte frontal delbuque está repleta de marineros entretenidos,algunos con tijeras y muchos más con agujas,

Page 294: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

empeñados en cortar la tela de dril y en coserjuntos los retales. Como verá, se procuran la ropade abrigo con una destreza sin par. Hacen unapausa cada vez que echan la corredera, aguzanel oído para escuchar el informe delguardiamarina al oficial de guardia: «Nuevenudos y dos pulgadas, señor, con su permiso»,grazna el pequeño señor Wells, cuya vozempieza a cambiar. Una discreta oleada dealegría y satisfacción se extiende por el castillode proa, y saludan esos diez nudos estampandolos pies en cubierta con tal entusiasmo que eloficial de guardia ordena a su segundoencargarse de «ese maldito estampido, queparece provocado por un rebaño de vacasbeodas, locas por arrimarse al toro».

En el relativo silencio que siguió (relativopuesto que el viento franco, el trabajo del barco yla mismísima voz del mar nada importaban aloficial de guardia), Stephen abandonó elescritorio y se dirigió al paso de un buenmarinero al coronamiento, en el cual se inclinópara observar la interminable estela que seextendía para dar forma a una turbulenta línea,

Page 295: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pero también al acompañante del barco, siempreallí, a ese lado del remolino, el tiburón azul queparecía más grande que la mayoría de losejemplares que había visto. Hizo todo esto comosi fuera un ingenio mecánico, pues su menteseguía ocupada por Christine, por sus aves deÁfrica Occidental, por su elegancia, franqueza yoriginalidad. Otra parte de su atención reparó enel violín que estaba siendo afinado en la cabinasituada a sus pies, y, después, en el intento dedar comienzo a un adagio, adaptado de una delas suites que Stephen había escrito paraviolonchelo. El tono era adecuadamentesolemne, lo que provocó en Stephen unsentimiento encontrado: placer por lo que Jackinterpretaba al violín, y cierta envidia por que lointerpretara tan bien. Dolor al oír que aquello queJack interpretaba no podía resultar más ajeno alJack Aubrey que conocía, al hombre audaz,optimista, emprendedor, cuyo rostro parecíahecho para la risa o, al menos, para la sonrisa.

Una sombra tras él interrumpió de pronto elhilo de sus pensamientos.

–Señor Woodbine -dijo al volverse-, cuan feliz

Page 296: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

me hace verle caminar por su propio pie. ¿Cómose encuentra?

–Regular, señor, regular. La abstinencia, si nose lleva a un extremo supersticioso, se basta y sesobra, créame. ¿Contempla usted a ese viejo ysolitario tiburón?

–Así es, piloto. No está solo, no, en absoluto,y mantiene la posición bajo la bovedilla. Mire,eso de ahí es una cicatriz, justo detrás, o a popade su aleta dorsal, tan clara como una tarjeta devisita. Sospecho que al menos lo acompañanmedia docena de los suyos en la oscuridad denuestro casco, y ahí seguirán ocultos a menosque les ofrezcamos sangre.

–Dígame, doctor, ¿cómo cree usted queintuyen dónde buscar sangre? Pues son capacesde ello, incluso he podido comprobar queperciben la sangre de los peces.

–Sabrá usted que tienen agallas, más agallasque muchos de su especie. Inmensas, inmensascantidades de agua entran por su enorme boca yson expulsadas por esas agallas, cubiertas de untejido no muy distinto al que nosotros tenemos enla nariz. En ese lugar, creo, se halla la

Page 297: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

explicación.–Pero bueno, señor, ¿se puede saber qué

está usted haciendo? – protestó Killick-. Lacomida de la cámara está en la mesa, y ahí estáusted, vestido con la ropa de faena. El capitánlleva de punta en blanco toda la ampolleta,mucho antes de ponerse a tocar el violín.

Sólo entonces se dio cuenta un preocupadoStephen de que el piloto llevaba su mejorcasaca, que se distinguía de las demás por unatotal ausencia de grasa.

–¿De veras recibimos al capitán? – preguntóalarmado.

–Ya se lo dije en el desayuno, señor -respondió Killick con la dosis justa de insolencia.

–Y pensar que he estado a punto de olvidarlo-dijo Stephen, quien, aunque a menudo, más bienpor lo general, comía en la cabina, era miembroex officio de la cámara de oficiales y, por tanto,uno de los anfitriones del evento.

–Eh, tú, ¿qué crees que estás haciendo? –preguntó a voz en grito Killick a uno de losayudantes del cocinero, que se había acercadono sin cierta dificultad a popa, pues llevaba un

Page 298: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cubo en cada mano.–Hagan sitio ahí -respondió el ayudante del

cocinero con idéntica rabia-, siempre y cuandono quieran ver la cubierta hecha jodi… pedazos -y dijo al piloto, con cierta deferencia, mientras leofrecía un cubo-: Con los saludos del cocinero,señor.

–En lo alto -señaló el señor Woodbine,armado también con un cubo que arrojó por elcoronamiento. El ayudante del cocinero hizo lopropio sin dejar caer una gota en cubierta. Enuna fracción de segundo, la estela blanca sevolvió roja, adquirió una espléndida tonalidad rojapor espacio de treinta yardas a popa, y a lo largoy ancho de ella asomaron los tiburones a lasuperficie, a veces rompiendo el agua,mordiendo, azotando el agua con furia ciega,codiciosos, y cuando descubrieron que la presamalherida no existía en realidad se volvieronhacia el rey tiburón, el grandullón, y unaborboteante masa de largos y delgados pecesque no medían ni la mitad que él lo aferraron ymordieron hasta hacerlo pedazos. Todo terminóen menos de un minuto.

Page 299: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Dios nos asista -dijo el piloto-. En la vidahabía visto nada parecido.

–Vamos, señor -dijo de nuevo Killick,imperturbable, tirando a Stephen de la manga,antes de dirigirse al piloto de la siguiente guisa-:Señor Woodbine, señor, por favor, vaya usteddelante. Yo me encargaré en la cabina deponerle el abrigo al doctor.

Los tenientes agasajaban a su invitado conjerez cuando Stephen hizo acto de presencia, ysu entrada fue disimulada por Candish, elcontador, y por Jacob. Entonces dio comienzo lacomida con la debida ceremonia.

Stephen Maturin hubiera sido el primero enadmitir que no podía alardear de su bellezamasculina, pero sí era capaz de auténticosprodigios y extravagancias de conducta. Habíasido cuidadosamente educado por su abuelocatalán, para quien valían lo mismo la eleganciaen los modales, el dominio de ambas lenguas(además del francés), la equitación, la destreza ala hora de disparar con pistola, y el saber tirar deespadín. Cuando Stephen cometía una faltagrave, como en esta ocasión, se ponía triste, se

Page 300: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

volvía mudo y se sentía agobiado, de modo quesólo se prestó a hacer los imprescindiblescomentarios inofensivos a sus compañeros demesa.

La ritual olla con sopa de guisantes, regadacon un par de copas de vino, sirvió paraanimarle, y cuando por ser el trinchador másdiestro de la mesa le pidieron que desmembraraun par de patos, comprendió que el señorHarding, el primer teniente, seguía hablando desu betún, del soberbio betún de cosecha propiaque aguantaría contra viento, marea y sol losrociones y las nocivas influencias lunares deforma indefinida, betún que conservaría suextraordinario brillo hasta bien entrado el día deljuicio final. Estaba compuesto por dragón,además de una serie de ingredientes secretos, ysu función consistía en salvaguardar y, sobretodo, embellecer las vergas. Vergas bienennegrecidas, relucientes, igualadas respectodel casco mediante las brazas, valor añadido alaspecto de un barco precioso, valor que otrasembarcaciones no tendrían. Había oído decir queel príncipe William debía su insignia al perfecto

Page 301: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

orden que había logrado mantener en laPegasus: él embetunaba las vergas hasta másno poder, y que conste que no pretendía hacerningún juego de palabras, ja, ja, ja. Si elembetunar las vergas bastaba paraproporcionarle a uno un ascenso, pues laperfección de la tarea le haría ascender aún másrápido… Siguió comentando las peculiaridadesde su invento y, debido a su entusiasmo, llegó adecir que estaba impaciente porque llegaran lascalmas de las zonas ecuatoriales, donde nohabría embetunado que valiera, ni siquiera parala verga de mayor, arrizadísima la gavia. El betúnnormal gotearía por doquier y echaría a perder lacubierta.

El rostro de Jack adquirió una expresióngrave y distante. Mucho antes de que estosucediera, Harding había perdido al resto de laaudiencia. Pasó algo nervioso la jarra, y dijo:

–Le ruego que me perdone, señor, me temoque he estado diciendo vulgaridades durantelargo, muy largo rato. La afición de uno puedeconstituir un soberano aburrimiento para elprójimo. Permítame brindar por usted, señor.

Page 302: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Era la primera vez que Stephen veía aHarding tan afectado. Resultaba doloroso en unoficial tan capaz y respetado; sabía que ese tipode conversación (esa libertad) pertenecía al tipode divagaciones que desagradaban a Jack. Noobstante, gracias a la mención casual y fugaz delduque de Clarence, era evidente que Horatiohabía seguido a rajatabla la advertencia que sele hiciera de no mencionar su influyente relacióncon la realeza, de modo que nadie sospechabani de la influencia ni de la relación. Aquello sirviópara aumentar el aprecio que sentía Stephen porel muchacho. Por ser también él hijo bastardo,conocía perfectamente la tentación de hablar, ylas ventajas que conllevaba hacerlo.

En todo el tiempo que hacía que navegabanjuntos, Jack jamás había comentado con Stephennada respectivo a sus oficiales. Después detodo, el cirujano tomaba parte en las actividadesde la cámara, era uno de ellos. Sin embargo, enla camareta de guardiamarinas se observabanotras costumbres, y, aunque uno o dos de susmiembros tenían ciertas inclinaciones whig, laspalabras de Harding respecto a Clarence fueron

Page 303: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

abiertamente censuradas por los demásmiembros.

–Es cierto -dijo Candish-, que no puededecirse mucho de los actuales príncipes de larealeza. Pero, después de todo, son los hijos denuestros reyes. Es muy probable que uno deellos lo suceda en el trono, y se impone ciertorespeto, digo yo.

Pero lo que realmente conmocionó yentristeció a las cubiertas inferiores (cuyosintegrantes fueron rápidamente puestos alcorriente de tan desdichada rabieta, gracias alos solícitos sirvientes de la cámara, quienesformaban de pie al respaldo de cada una de lassillas, atento el oído) fue lo mucho que el señorHarding ansiaba llegar a la zona de calmasecuatoriales, comentario que tardarían en digerir.

–Por lo visto nunca se ha asado vuelta yvuelta en su barquito, sin pizca de viento, semanatras semana, sin más lluvia que la que cae a diezmillas, respirando los hedores del agua que seconsume poco a poco, verde y maloliente. Eljodido sol cae a plomo, mortífero como parahacer que goteé la brea del aparejo y se abran

Page 304: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

las costuras como la puerta de un coche.–Estaba borracho, y yo te he visto borracho,

Abel Trim, bebido como un arenque ahumado, ymudo, más de una vez en Pompey, Rotherhithe yHackney Wick.

–De acuerdo, de acuerdo, lo mismo te digo,Joe Plaice. Pero al menos no se me ha ocurridoir por ahí llamando al mal tiempo con eso de queansiaba la calmas ecuatoriales. A ver si loentiendes, pedazo de bestia.

Querida mía -escribió Stephen-, me encantaimaginarla en Woolcombe, acogedora casa queconozco tan bien y que constituye una suerte detenue nexo entre nosotros. No necesariamentetan tenue, puesto que el alba podría relevarnos unbarco con rumbo a Inglaterra, orzando al monzón,deseoso y capaz de transportar nuestro correo apuerto inglés. De modo que permítame rogarleque se dirija usted a la biblioteca, y busque en eldiccionario de Johnson o en el de Bailey la raízetimológica de «calma». No sé de dóndeproviene. La noción, el concepto, lo conozcoperfectamente, puesto que lo he sufrido, sobretodo con fiebres a bordo. Lo que ignoro es cómo

Page 305: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ha llegado a tener ese nombre. Los franceses loconocen por le pot au noir, y puede ser muynegro en ocasiones, cuando dos vientosmonzones convergentes copan un vasto espaciomás o menos sobre el ecuador, con nubes,oscuridad, truenos y relámpagos en amboshemisferios, norte y sur, una extensión prodigiosade espacio que tenemos que cubrir, un trecho delque ningún marinero en sus cabales se burlaría oharía mofa. No sabría decirle cuándopenetraremos en tan desgraciada zona (diría queahora debemos encontrarnos cerca del límitenorte), así que iré a preguntar al señor Daniel.

Encontró a éste en la cabina del piloto,acompañado de Horatio Hanson. Solían ocuparellos ese lugar, ahora que el señor Woodbinepasaba más tiempo abajo, absteniéndose detodo. Estaban enrollando una carta, empresasolemne que abandonaron de inmediato paraponerse en pie al verle entrar.

–Señor Daniel -dijo-, tenga la bondad dedecirme cuándo se prevé que entraremos en lazona de calmas ecuatoriales.

–Señor -dijo Daniel-, hemos recibido

Page 306: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

informes de fuertes y entablados monzones delsudeste, mientras que los de nuestra posiciónhan sido más bien moderados. Es más, elbarómetro ha estado comportándose de unmodo muy caprichoso desde la última guardia decuartillo de ayer. – Señaló una serie deanotaciones barométricas, prueba evidente de lairreflexiva conducta del barómetro-. No mesorprendería si resulta que mañana cruzamos suextremo norte.

–¡Santo Dios! ¿Tan pronto? – dijo alarmadoStephen-. Me alegro mucho de habérselopreguntado. Tengo unos especímenes algodelicados de Hydrozoa que debería proteger,porque a veces el mar está en calma, comoabrumado por el peso del aire que tiene encima,y otras, sin apenas viento, pierde el ritmo, larazón, y zarandea todo cuanto tiene a sualrededor de un modo extraordinario.

–Oh -dijo Hanson-. ¡Tengo tantas ganas deverlo!

–Debo proteger las cazoletas de Hydrozoa.Usted avíseme en cuanto tenga la seguridad deque nos acercamos.

Page 307: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

A esas alturas, Stephen se había convertidoen un veterano lobo de mar, tanto que la rutinadiaria de la piedra arenisca y los lampazos encubierta, justo encima de su cabeza, no bastabanpara importunarle. Poco después de queempezara a oírlos, alguien lo zarandeó suavepero persistentemente.

–Señor, oh, señor, discúlpeme. – Finalmente,logró que se volviera en el coy con undesagradable gruñido. No respondió. Estiró lacolumna en el coy, y vio al joven Hanson con unalinterna que iluminaba la alegría de su rostro ysus ojos febriles-. Señor, me pidió usted que leavisara cuando nos acercáramos a las zonas decalmas ecuatoriales. ¡Ya lo hemos hecho! A esode las seis campanadas, se fundieron lasestrellas, una tras otra en el cielo, justo antes deempezar los ensordecedores truenos y ver losrelámpagos, más intensos que en la noche deGuy Fawkes. El mar parece venir de todasdirecciones. Tenemos tres asombradísimosalcatraces en cubierta, a popa del cúter azul.Venga a verlo, señor, que ya no será lo mismocuando salga el sol.

Page 308: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Pero fue lo mismo al salir el sol, pues éstehizo poco más que iluminar un trecho más ampliodel espumoso mar. Salió el sol, sí, pero no logródisminuir el brillo de la casi continua serie derelámpagos que iluminaba de forma pareja laparte baja y oscura del techo de nubes. Elbramar de los truenos, por su parte, apenaspermitió un instante de silencio.

–¿Ve el mar, señor? – preguntó Hanson a suoído-. ¿No le parece turbio?

–En cierto modo, también me pareceespeluznante. Por favor, lléveme a ver esosalcatraces.

–Permítame darle la mano, señor -dijoDavies, arisco de temperamento, no muyinteligente, que no servía de mucho más allá delcombate, pero que mostraba una absolutalealtad tanto hacia Jack como hacia Hanson e,incluso, de un modo condescendiente, haciaStephen.

Se habían colocado andariveles de proa apopa, y Stephen fue conducido con pasoinseguro hasta el cúter azul. No había alcatracespor ninguna parte.

Page 309: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–¿Alcatraces, señor? – preguntó un segundodel contramaestre que reforzaba los durmientesde un bote estibado en cubierta-. El señorHarding los ha arrojado por la borda.

–¿Volaron?–Perfectamente. Cayeron como el plomo, las

criaturas.–¿Sabe por qué los arrojó por la borda?–Bueno, pues porque eran alcatraces

marrones, señor. No se puede permitir pasearpor cubierta a unos bichos así de gafes.

–Ah, no lo sabía.El segundo del contramaestre tomó aire, con

lo cual dio a entender, entre otras cosas, que eldoctor, si bien debía de poseer ciertainteligencia, era incapaz de distinguir babor deestribor, o el bien del mal.

* * *A partir de tan apocalíptico principio, la zona

de las calmas ecuatoriales adoptaba poco apoco una monótona quietud, bajo un cielo grisplomo, algo habitual de no ser por el exorbitantecalor que hacía. Las finas nubes, aunque bajas,parecían aumentar la intensidad del sol, una bola

Page 310: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

enorme que tan sólo podían ver con los ojosentrecerrados, tan intenso era el calor que, comohabían predicho los hombres, derritió la brea delaparejo en la cubierta recién limpiada y dispusoen su contra a todos los gatos de a bordo. Estoshabían permanecido silenciosos, dóciles,espantados, ocultos en los rincones, dando lasgracias por la comodidad de que disfrutabanmientras el barco daba bandazos de un lado aotro. Permanecían como al acecho, maullaban aveces, y otras hundían la pezuña en las gotas debrea para apartarlas rápidamente con maullidosde enfado, sumidos en la búsqueda perpetua deun rincón fresco, rincón que no encontrarían enningún lado, ni siquiera en lo más hondo delcasco, entre los toneles de agua.

Sobre todo se quejaban por la falta de aire.Con tiempo cálido solían tumbarse cuan largoseran en el puño inferior de las mangueras deventilación de que disfrutaba la enfermería. Noobstante, en ese momento la enfermería carecíatanto de pacientes como de aire fresco, de modoque se tumbaban en vano. Las velas del barcocaían fláccidas de las vergas; la corredera,

Page 311: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cuando se echaba al mar, permanecía inmóvil yni rodaba el carrete, de tal forma que siempre seinformaba «Ni nudos, ni brazas, señor, con supermiso», y tanto el humo como el olor de lacocina flotaban sobre el barco hasta que sepreparaba la siguiente comida.

Aun así, la fragata no permanecía totalmenteinmóvil. Las leves, oscuras y a menudo opuestascorrientes que empujaban las algas a loscostados del barco, a proa y a popa, también lohacían virar de forma imperceptible, de tal modoque a las cuatro campanadas aproaba al sur, y alas seis campanadas lo hacía al norte. Lasguardias del cuartillo, por lo general distendidas,momentos en los que se bailaba y seinterpretaba música estando en aguas calmas ycálidas, se dedicaron ahora a las muestras decansancio, a la irritabilidad en forma de pullas amedia voz y a la indecorosa desnudez.

Pero la inmutable secuencia de lascampanadas anunciando el cambio de guardia,el aviso de las comidas y el grog, y el pase derevista, servían para mantener a todos a bordocon un pie en la realidad.

Page 312: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Señor Harding -dijo Jack mientras veíaascender el fanal de tope, cuya luz disminuyóhasta desaparecer sobre la verga delmastelerillo-, mañana, temprano, momento enque el mar estará todo lo fresco posible en estaslatitudes, envergaremos unas cuantas gavias derespeto en el combés, y las llenaremos de aguaa proa y popa de ambos costados para que losmarineros puedan chapotear y refrescarse unpoco.

Al día siguiente, después del desayuno, seejecutaron estas órdenes. Mientras Harding, elcontramaestre y el velero se aseguraban en lamedida de lo posible de que el baño fuerainexpugnable, incluso para las medusas quepudieran practicar un agujero y provocar ladolorosa mordedura que las caracterizaba,Stephen dijo:

–Querido Jack, ¿no vas a tomar tu baño decostumbre? Mira a esa gente -dijo señalando alos desnudos y traviesos integrantes de laguardia de estribor-, se lo están pasando engrande. Me propongo imitarlos si tú meacompañas a nadar un poco.

Page 313: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Gracias, pero no será en estas aguas. Noson de mi agrado. Recuerda que estaba de pieen el ventanal de popa cuando sus hermanosdespacharon a nuestro gigante azul. Pero ve tú,por favor.

–¡Vela a la vista! – voceó el vigía del tope-.Vela a una cuarta por la amura de estribor.

No había pronunciado la última palabracuando todos repararon en las tres espectralespirámides de lona que caían lentamente hacia elescaso rumbo que llevaba la Surprise. Jackmetió a banda el timón y corrió a proa.

–¡Ah del barco! ¡Ah del barco! ¿Qué barcoanda?

Hubo cinco segundos de silencio. Después,oyeron la respuesta, alta y clara.

–Delaware, US Delaware. ¿Qué barco anda?–Surprise, buque hidrográfico de su británica

majestad. Por favor, tengan cuidado con el timón.Mi gente se está dando un baño en los costados.

El soplo de aire no sólo despejó un poco lamelancolía, sino que, además, transportó lasvoces norteamericanas con su característico ynada desagradable acento con tanta claridad

Page 314: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

como si las hubieran pronunciado a diez yardasde distancia.

–Dice que es la Surprise. Ojo al timón,Plimpton. A viento ahí, o a lo que sea. Dice quelos suyos se están dando un baño en loscostados.

La verdad de esta afirmación, dicha concierta reserva, pudo constatarse al cabo detreinta segundos, cuando el soplo de aire,espoleado por el sol naciente, llevó a laembarcación tan cerca que los desnudosmiembros de la guardia de estribor se vieronexpuestos a las miradas burlonas de losmarineros de la Delaware, asomados por elcostado de su preciosa fragata.

Por estar prácticamente sin viento, lasfragatas corrían peligro de abordarse o caer a laderiva una sobre la otra, para después enredarsesus baupreses y acabar perjudicando el perfectoorden que reinaba a bordo de ambasembarcaciones. Sin embargo, disfrutaban debuenos marineros, de modo que en unosinstantes se zallaron los botalones, emboladoscon lampazos, para evitar que pudieran

Page 315: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

abordarse.Prosiguió el intercambio entre ambos

capitanes.–No es muy probable que usted me recuerde,

señor, pero cenamos juntos con el almiranteCabot cuando visitó usted Boston. Soy Lodge.

–Le recuerdo perfectamente, capitán Lodge.Estaba usted acompañado por su madre, mivecina de mesa, y hablamos de la casa de suspadres en Dorset, no lejos de la mía. Confío enque se encuentre bien de salud.

–Muy bien, señor. Se lo agradezco. Antes dehacernos a la mar celebramos su octogésimoquinto cumpleaños.

–Ochenta y cinco… Una edad considerable -dijo Jack, que al instante lamentó haber hecho talcomentario. A continuación, dijo que tanto élcomo sus oficiales estarían encantados de contarcon la compañía del capitán Lodge y de sucámara de oficiales a comer a bordo de laSurprise al día siguiente, viento y tiempomediante.

El capitán Lodge aceptó, aunque con lacondición de que los de la Surprise subieran a

Page 316: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

bordo de la Delaware al día siguiente. Después,bajando el tono de voz, preguntó si podía enviarleal piloto aquella misma tarde. Por lo visto teníanun problema de navegación.

El piloto de la Delaware, el señor Wilkins,llegó a bordo malhumorado, terco y deseandoser ofendido. Su propósito consistía en exponerel problema, y no obstante parecía resistirse aello, aunque llevara consigo los dos cronómetrosdel barco y los cálculos y anotaciones realizadosa lo largo de las últimas semanas.

–Bueno, señor -dijo cuando el señorWoodbine lo acompañó al interior de su triste yhúmeda cabina, ambos con una jarra del grog delcontramaestre-, en resumen le diré que todossomos humanos.

–No podría estar más de acuerdo -admitió elseñor Woodbine-; es más, yo mismo di pie enmis tiempos a más de un sombrero de dospicos. En una ocasión, navegábamos rumbo aScillie largadas las gavias y con un vientoestesudeste tan fuerte que quise ser romano yrezarle a san Woodbine para que no topáramoscon ese maldito arrecife, como le pasó a sir

Page 317: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Cloudesley Shovel.–Doy por sentado que podría arreglarlo con

un par de mediciones lunares -dijo elnorteamericano-. Pero no ha habido luna desdehace unos días, y mi capitán es un hombre muypeculiar.

–Puede que hayan calculado mal la posición.–¿La posición? Francamente, tomando la

media de ambos cronómetros, no hay posiciónque valga, al menos no lo que podríamosentender como tal. Claro que con un par delunares podría arreglarlo… excepto en lo que a larelojería respecta… me refiero a eso de navegarpor entre arrecifes.

Woodbine sabía muy bien a qué se refería sucolega, de modo que sugirió compararcronómetros. Así lo hicieron: Los dos Earnshawde la Surprise coincidían con un margen de cincosegundos, mientras que los de la Delawareacusaban una diferencia considerable que iba enaumento, de modo que no era sorprendente queel sombrero de dos picos, el triángulo deincertidumbre, variase tanto. La cuestión eraaveriguar en cuál de ambas lecturas debían

Page 318: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

confiar, puesto que no contaban con laposibilidad de hacer una buena observaciónestelar, o tomar, lo que aún hubiera sido mejor,uno de los satélites de Júpiter como referencia.El dilema hubiera sido más grave de haberestado cerca de la costa, pero incluso en mitaddel océano podía un barco topar a diez o docenudos con un malvado arrecife. Saint Paul Rocks,lugar que maravillaba a Stephen, no seencontraba a mucha distancia.

–Le diré qué vamos a hacer, señor Wilkins -dijo Woodbine; vestía la casaca del uniforme,confeccionada con el mejor doble paño deBristol, y sufría un calor horroroso-. Tengo unsegundo muy capacitado: No necesita tablas nilogaritmos porque los tiene en la cabeza, y leencanta enfrentarse a problemas como éste yresolverlos sin dilación. Es más, tiene a su cargoa un joven que también es muy brillante. Aquídentro estaremos muy apretados, de modo quelos convocaremos arriba y les mostraremos losúltimos cálculos que hizo usted. ¿Correspondena Río?

–A Río.

Page 319: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Dejemos que ellos se encarguen del resto,mientras nos quitamos la casaca y nos sentamosa la sombra del combés. No hay nada mejor parauna mente joven y activa.

–En fin, si insiste, señor Woodbine, tendréque aceptar.

* * *–¿Así que doblaron ustedes Cabo de Hornos,

señor? – preguntó Woodbine mientras setumbaba a la sombra en una pila de esterillas.

–Por Cabo de Hornos, sí, señor. No hay nadacomo ese endiablado lugar. Me refiero a quesimplifica las cosas, ¿me comprende? Nada deecharse pedos consumido por las dudas,¿estamos aquí, o no estamos aún aquí? Con eseendiablado lugar, o estás o no estás. No haydudas que valgan, nada de consultar las cartashasta que se te cierran los ojos. ¿A cuántaspodridas isletas estaba eso a babor? No, nadade eso. O estás ahí o no estás ahí.

–¿Hay mucho hielo en los alrededores,señor?

–No. Finas capas de vez en cuando, y unterrón desprendido del glaciar que hay más allá,

Page 320: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pero nunca tuvimos que colocar las defensas dejarcia para protegernos de los hielos.

Comentaron el asunto de las defensas, de lasredes, y de unos objetos muy curiososempleados por los balleneros de Groenlandia.Cuando hubieron agotado el tema, elnorteamericano, procedente de Poughkeepsie,dijo:

–Ese joven tan listo, el ayudante denavegación, ¿es boxeador?

–Dios santo, no. Es un caballero.–¿Cómo? Ah, no pretendía insultarlo, créame.

Pero parece acostumbrado a repartir y encajar,por esa oreja en forma de pella y demás.

–No le negaré que nuestros jóvenes no hacenascos a la perspectiva de cruzar unos golpes confines deportivos. El joven no pesa ni cientocuarenta libras, pero tendría que haberle vistocuando le dio una buena tunda a un gavieroenorme de la Polyphemus, estando en el golfo.Dios mío, menudos golpetazos se dieron en losojos, qué bajezas. En la cámara lo llamamos elLeón del Atlas. También lo conocen así en lascubiertas inferiores.

Page 321: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Charlaron amistosamente un rato de losextraordinarios combates que habían tenidoocasión de ver a lo largo de su vida, celebradosen ferias, en Blackfriars, en Hockney-in-the-Hole,donde había un deshollinador que desafiaba atodos los recién llegados que no pesaran catorcelibras más que él a luchar por media guinea. Uncombate justo, nada de cogerse por la garganta,dejar caer todo el peso sobre el oponente caídoo estrujarle las partes. No prestaban muchaatención a las palabras del otro, pero al menosno había enfrentamiento, altibajos en laconversación, ni sorpresas. Para tratarse de unacharla entre un hombre que desconocía suposición, y otro que estaba seguro de la suya(con un margen de error de diez millas), lo ciertoes que no tenía precedentes.

–A ver, compañeros -dijo Woodbine,interrumpiendo su relato del memorable combatecelebrado en Coldbath Fields entre Sayers yDarkie-, ¿qué estáis haciendo?

–Estamos con los relojes, señor, y el pequeñobostoniano está en hora, vamos, que concuerdacon nuestro Earnshaw con un margen de cinco

Page 322: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

segundos.–En tal caso, ¿de qué os quejáis? – preguntó

Woodbine, cuya mente, que no discurría a muchavelocidad, seguía anclada en el Coldbath Fieldsde antaño.

–¿No pretenderá depender de un únicocronómetro? – preguntó alarmado Wilkins-.¿Cómo? ¿Está hablando de confiar todo unbarco y su equipaje, por no mencionar siquiera atodas las personas que van en él, a un sólocronómetro?

Guardaron silencio, conscientes del dañoinfligido a las buenas costumbres del mar, sinsaber no obstante qué podían hacer parasolventar la situación.

–Aquí viene el doctor -susurró el segundo delarmero, capaz de trabajar muy bien el metal, quea menudo ayudaba a Stephen con suinstrumental y que a veces le hacía instrumentosnuevos. Stephen conocía a pocos hombrescapaces de hacer un serrucho con la mismaprecisión que él.

–Muy enfrascados les veo con esos relojes -dijo Stephen tras saludar-, máquinas ingeniosas

Page 323: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

donde las haya.–Así es, señor -dijo el segundo del armero-,

son ingeniosas, y mucho. Claro que de vez encuando pueden rebelarse, y en tal caso…

–Pero imagino que un artista como usted,Webberfore, será capaz de abrirlos por dentro yprocurar que la maquinaria vuelva a cumplir consu cometido.

Se produjo un rumor generalizado dedesaprobación y rechazo.

–Recuerde usted, señor -dijo Webberfore-,que, según las Ordenanzas, todo aquel que abrala caja de un reloj será azotado hasta la muerte,no se le respetará la paga atrasada, la viuda sequedará sin pensión y encima será expulsado sindecir una palabra.

–No debe abrir un cronómetro, claro que no,si resulta que al final terminará de ese modo -opinó el piloto, opinión que los demás dieron porválida.

La conversación siguió por estos derroterosun rato, hasta que Stephen comprendió que seacercaba la conclusión.

–Claro que la tapa exterior podría abrirse -

Page 324: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sugirió Webberfore-, para que el oficial, por logeneral el piloto -dijo inclinando la cabeza anteWoodbine-, pueda dar cuerda a la maquinaria.Siempre cabe la posibilidad de que una pieza,por ejemplo la palanquita, se salga de su sitioempujada por el cabeceo y balanceo del barco,lo cual perjudicaría la precisión del cronómetro.Puede que se hundiera en la rosca, y de ahí sólopodría sacarla una persona con un pulso aprueba de fuego, armada con un par de precisaspinzas suizas. Podría sacarla sin siquiera abrir elreloj…

–Muy cierto -dijo el piloto, que no quitaba ojoa Stephen.

–Es esa pieza que se levanta cuando se dacuerda al reloj, ¿verdad?

Todos asintieron.–Como en un molinete -dijo uno.–O en un cabrestante -añadió otro-, aunque

en tal caso lo llamemos linguete.–Claro que si falla la palanquita -dijo Stephen-

, la rueda corre hacia atrás sin control. A mí meha sucedido.

Ahí estaba, dando cuerda a mi reloj, y al

Page 325: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sacar la llave se produjo un inquietante chirrido yel reloj se paró.

–Eso mismo, señor -dijo Webberfore-, lapunta de la palanquita desapareció, y no hubonada capaz de detener la rueda o el eje. Aunquesi sólo ha desaparecido la punta, algo que aveces sucede con un metal recalentado, el restopodría aguantar tenso el eje, bajo tensión, de talforma que el reloj siguiera funcionando, aunque laparte desmontada impediría que el mecanismodiera la hora exacta, por supuesto.

–Estoy satisfecho, Webberfore -dijo Stephen-, debo felicitarle de todo corazón.

–Yo también -exclamó Wilkins-. Dios mío, esode navegar con un sólo cronómetro es… -Sacudió la cabeza, incapaz de expresar conpalabras el horror, la increíble inquietud quesentía. Entonces, después de retirarse losdemás, preguntó a Woodbine si fumaban omascaban tabaco. Woodbine respondió quehacían ambas cosas, cuando podían, pero que elbarco andaba falto de suministros, y quedeseaban arribar a Río para reaprovisionarse.

Wilkins asintió muy satisfecho, guardó los

Page 326: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cronómetros en una bolsa acolchada y, aldespedirse, dijo:

–Creo que tendré el placer de comer conustedes mañana, ¿verdad?

Dicen que mañana será otro día, y así fue, almenos según el calendario, porque a juzgar porel calor que hizo, la fuerza con que cabeceó elbarco sin andadura y la flacidez de las velas, nose distinguió del anterior. Un molestorabihorcado había sustituido a los alcatraces, yun tiburón azul más pequeño nadaba bajo labovedilla, pero la brea seguía goteando y losmarineros maldecían y sudaban.

–Lamento no avistar aún a la Ringle -dijoStephen, cuyos ojos intentaban penetrar laoscuridad.

–Yo también lo siento -dijo Jack-. Aunque nocreo que debas temer por ellos. William es unbuen navegante, y su piloto es aún mejor. Navegócon Cook. Además, una goleta tan ligera como laRingle se ve más afectada por estas corrientesvariables que nosotros. De cualquier modo,William sabe muy bien que reaprovisionaremos yharemos la aguada en Río. Perdóname, Stephen,

Page 327: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pero tienes brea en los calzones, y nuestrosinvitados no tardarán ni diez minutos en llegar.

* * *Se cruzaron las invitaciones, comidas

celebradas bajo improvisados toldos que cubríanla cubierta de la crueldad de un sol nebuloso yparticularmente tórrido, así como de la brea,cada vez más líquida. Disfrutaron más de lo quehubieran creído posible dadas las circunstancias.Los norteamericanos quedaron en mejor lugar,por supuesto, pues se habían pertrechado en Ríoy conservaban existencias de fruta tropical yverduras. Los de la Delaware también habíanvisto a la Asp reaprovisionarse allí, lo cual dio piea una larga serie de descripciones técnicas quefacilitaron que Stephen se sumiera en su propiomundo, por mucho que Jack y sus oficiales leaseguraran que aquellos detalles eran de capitalimportancia.

* * *–Todo estaba delicioso -dijo Stephen

mientras la falúa regresaba a la Surprise a.través de la bruma. El timonel arrumbaba guiadopor los disparos que efectuaba una pistola cada

Page 328: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

por los disparos que efectuaba una pistola cadatreinta segundos.

–Tienes toda la razón -admitió Jack. Losdemás oficiales que les acompañaban en la falúapasaron a describir las diversas deliciasservidas, la mayoría pertenecientes a lacategoría tropical; otras, como el pastel dequeso, podían considerarse piedras angularesde la cocina norteamericana. Por su parte,Candish y el piloto admitieron que jamás habíanbebido tanto vino en la vida.

Después de una pausa que aprovecharonpara recordar la velada, Jack dijo:

–El capitán Lodge me dijo que en cuantooscureciera y refrescara un poco tenía planeadoenviar sus botes por delante y remolcarseestenordeste durante una o dos guardias, ahoraque ya conocen cuál es su verdadera posición.Cree que hay una corriente estable… Dicehaberla aprovechado antes.

Subieron a bordo y se dirigieron a la cabina.–Fue un placer conocer al doctor Evans, y oír

todo lo que me contó acerca de los estudiosmédicos del joven Herapath y el éxito de su libro.Que talento el suyo -dijo Stephen.

Page 329: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–¿El joven Herapath? Sí, buena personadonde las haya, aunque no existe poder en laTierra capaz de convertirlo en un marinerodecente. Diablos, cómo truena -exclamó con suvozarrón para imponerse al estruendo del trueno;la cabina se iluminó fugazmente por losrelámpagos que hendían el cielo, einmediatamente después cayó en cubierta unatromba de agua-. Esos pobres diablosterminarán calados hasta los huesos.

El inmenso aguacero poseía una densidadtan monstruosa que apenas se podía respirarbajo la lluvia. Al cabo de diez minutos, pudierondistinguir unas sombras que desafiaban el diluviopara abrir los conductos que llenarían los tonelescon un agua tan limpia y potable como podíaesperarse que cayera del cielo. Todo ello, noobstante, molestó y aterrorizó a los gatos másque ninguna otra cosa por la que hubieranpasado antes. El más reservado de ambos, unopatilargo con la panza color melocotón, se arrojósobre el regazo de Stephen, y no hubo forma detranquilizarlo.

Era imposible pensar que el diluvio pudiera

Page 330: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

durar hasta el alba, porque el cielo no aguantaríatanto, pero el caso es que lo hizo, y al verloquedaron anonadados, ensordecidos,asombrados cuando salió al este la luz del día,acompañada por las familiares velas de laRingle, que marchaba a tres o incluso cuatronudos hacia ellos con una imperceptible brisa apopa. Encontraron la cubierta alfombrada,totalmente en según qué partes, de extrañasformas de vida de las profundidades del mar.Supusieron que habían sido absorbidas por unadistante tromba marina, para terminar arrojadasahí.

A todo esto, Jack Aubrey no estabadispuesto a ceder un ápice. La únicapreocupación de la Surprise, y también de laRingle, consistía en salir cuanto antes de eseodioso rincón del mar. Ni siquiera desayunaríanhasta que se encontraran navegando con lascubiertas en condiciones y el aparejo limpio dealgas, calamares voladores y otros tantosmonstruos más. Stephen tuvo que contentarsecon guardar en el bolsillo las criaturas menosgelatinosas, que enseguida llevó bajo cubierta

Page 331: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

antes de que aquel capitán de expresión pétrealos hiciera retirar por la fuerza.

Con todo, se sirvió el desayuno más o menosa la hora. Para todos, excepto para quienesmanejaban las bombas, que soltaban a amboscostados enormes chorros de agua. El rostro delcapitán Aubrey recuperó su humanidad, yStephen, al verlo, aprovechó para preguntarlecon cierta timidez si creía que habíanabandonado la zona de las calmas ecuatoriales.

–Eso espero, al menos -respondió Jack-.Cuando el cinturón, la convergencia, es muyangosta y concentrada como creo que era ésta,a veces termina en una rabieta violenta como laque acabamos de sufrir, que podríamos llamar…-Al cruzar su mirada con la mirada atenta de losgatos, olvidó lo que estaba a punto de decir-.«Adiós, españolas.» ¡Killick, Killick!

–¿Señor?–Avisa a Poll Skeeping. Discúlpame,

Stephen, me entrometo en tu terreno.–¿Señor? – preguntó Poll Skeeping al tiempo

que se ataba a la espalda un delantal nuevo.–Tenga la amabilidad de deshacerse de

Page 332: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

esos gatos. Saben perfectamente que no puedenentrar en la cabina.

Lo sabían, por supuesto que sí, y tuvieron queresignarse cuando se los llevaron colgando deuna pata, tiesos, dóciles y con la mirada gacha.

–Qué alegría me he llevado al ver a la Ringle-dijo Stephen al cabo de un rato.

–Yo también, por Dios. Es pequeñita, y enocasiones, el tiempo se portó con toda la durezaque cabía esperar de él.

–¿Sería impropio o desafortunado preguntardónde nos encontramos? Es decir, me basta conque me des una idea aproximada.

–Después de calcular la altura del sol almediodía, lo cual creo que lograremos, esperopoder decírtelo con mayor precisión de la que mepides. Por ahora aventuraré la suposición de quemañana por la mañana nos encontraremosdisfrutando de un entablado monzón del sudeste,a no más de una semana de navegación de Río,según lo fuerte que resulte ser.

–Bien, bien. Muy bien. Acabas detranquilizarme. Pero, cuéntame, Jack, dado queveo que, a pesar de no haber pegado ojo en toda

Page 333: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

la noche, ansias levantarte para inspeccionar lanave de quilla a perilla… Cuéntame, te lo ruego,cuándo crees que tendrás un respiro parasentarte y confiarme los aspectos menos físicosde nuestra empresa.

Jack le miró pensativo, dando vueltas a losaspectos menos físicos. Entonces, sonrió y dijo:

–Aunque disfruto de un excelente teniente,hay muchos asuntos arriba que no delegaría ennadie sin revisarlos en persona. También los haybajo cubierta, no creas. ¿Qué te parece despuésde comer, cuando tomemos un café a solas?

* * *Jack Aubrey empujó hacia atrás el respaldo

de la silla, y desabrochó un par de botones de suchaleco.

–¿Quién iba a decirme que estaba tanhambriento? Me temo que debo de habercomido como un ogro.

Pudo verse sonreír a Killick: El caso era queel apetito de Jack siempre le complacía. Era laúnica concesión que hacía a la amabilidad.

–Oh, vamos -dijo Maturin-. Seis chuletas decordero no constituyen una ración excesiva para

Page 334: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

un hombre de tu corpulencia. Un ogro abstinentelo llamaría moderación. Esos benditosnorteamericanos dijeron que el animal proveníade un paraje favorecido, y no me extraña porquela carne era tierna y suculenta.

La tomaron con un queso de Essex algo duro,que engulleron con la ayuda de un vino deBorgoña. Jack, al recordar el asunto que loshabía llevado allí, preguntó a Stephen si lainspección había resultado satisfactoria.

–Ha ido muy bien, gracias. No tanto dado quehabrá que empezar de nuevo con la recuperaciónde tres de las fracturas más recientes. Pero engeneral, no tengo por qué quejarme. Sufrieronuna sacudida, cayeron al suelo, pero la mayoría(y no es que tenga muchos pacientes en elsollado), soportaron bien los golpes, el balanceoy el cabeceo del barco. He tenido ocasión decomprobar que un prolongado y violentochaparrón tiende a mejorar a mis pacientes.Quizá se deba a que el hecho de constatar lacercanía de la muerte devuelve a la salud eladecuado equilibrio.

–Killick -llamó Jack-. Pon la cafetera al fuego,

Page 335: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

¿quieres?Tardó más de lo acostumbrado, y, mientras el

compañero de Killick, Grimble, sostenía lapuerta, el despensero del capitán hizo su entradacaminando de espaldas, protegiendo la bandejaen que llevaba la cafetera, las tazas y una jarra.

–Con los saludos de la Delaware, señor.Schnapps holandés.

–Han vuelto a ganarnos por la mano -dijoJack, sacudiendo la cabeza-. Me hubieragustado poder darles algo, cualquier cosa.

–Yo me las apañé para que les llevaran enbote una damajuana de tintura de escoba negra -dijo Stephen, titubeando-. De la mejor escobanegra -añadió, menos convencido de laconveniencia de sus palabras.

–En fin, espero que les aproveche -dijo Jack-.Aunque no sean más que unos demócratas yunos republicanos, espero que le saquenprovecho.

–Amén -dijo Stephen.–Estás en la luna, hermano -dijo al cabo Jack-

. ¿En qué piensas?–En mi salto al pasaje en do mayor del

Page 336: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

adagio -respondió Stephen, que silbó acontinuación la melodía.

–Conozco la pieza.–Se me ocurrió, durante la tromba de agua,

que estaba fuera de lugar, que era demasiadollamativo.

–Por nada del mundo lo acusaría de tal cosa.Aunque quizás esté fuera de lugar.

–Oh, gracias, Jack. Creo que lo eliminaré.¿Me permites ahora servirte una taza de café ypasar al tema de Río?

–Por supuesto.–Me has hablado hasta cierto punto de sir

David Lindsay, aunque no de un modocontinuado, ni de principio a fin. ¿Qué te parecesi lo comentamos ahora? Es muy probable que elcaballero represente un papel de gran relevanciaen nuestra empresa.

–Nada más lejos de mi capacidad, comobien sabes, Stephen. Soy capaz de convertir unsencillo despacho de guerra del que conozcahasta el último detalle en una relación simplonade lo sucedido, por mucho que Adams o tútengáis la amabilidad de echarme una mano.

Page 337: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Así es. Un relato frío, destinado a publicarseen un medio oficial puede ser muy difícil deescribir, y Dios sabe que son pocos losalmirantes o los secretarios que logran hacerlode la forma adecuada, hacerlos atractivos,embellecerlos. Pero entre amigos, en un barcoque parece navegar de un modo ejemplar (¿meequivoco al pensar que son estos los vientos delsudeste?), ¿podrías explicarme a grandes trazosa qué debo atenerme?

–Verás, Stephen -dijo Jack-, no puededecirse de él que sea un mal marino. Ha tomadoparte en dos o tres reputados combates entrecorbetas y fragatas, y gobierna bien su barco. Elcaso es que no parece un marino. Si lo vierasvestido de civil podrías confundirlo perfectamentecon un soldado. Creo que se debe a que, por sermás bien pequeño, se mantiene tieso como unpalo. Es un tipo caballeroso. Nada sé acerca desu familia, pero ostentan el rango de baronetsdesde hace un par de generaciones, y creo queviven en el norte del país, quizás en Escocia.Habla… Bueno, quizás mucho y demasiado,pero Stephen, no creas que lo estoy destrozando

Page 338: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ante tus ojos, tan sólo hablo abiertamente, y nohablaría así con nadie más.

–Lo entiendo, amigo mío.–Puesto que no te he contado gran cosa, te

diré que es muy susceptible, no soporta que lointerrumpan, y le resultaría insoportable que sedifamaran sus conocimientos del mundo, por nomencionar a su familia. Oh, tendría que habertedicho antes que nada que se crió en una de lasescuelas públicas más importantes, hasta que sutío lo embarcó con el rango de guardiamarina, apesar de que ya no era un niño. Durante esaépoca leyó mucho, y aprendió más latín y griegoque la mayoría de sus compañeros de aquelentonces, lo cual, sin duda, constituye una de lasrazones de que hable como habla. Perovolvamos a su susceptibilidad: Cuando uno hablatanto, es casi seguro que habrá quien teinterrumpa o contradiga, lo cual, como ya te hedicho, no puede soportar.

–Pero bien que debió de soportarlo cuandoiba a la escuela.

–Y también en la camareta deguardiamarinas. Pero en cuanto tuvo un

Page 339: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

nombramiento en la Armada del rey, y toda laautoridad que éste concede, vio que tenía campolibre. De hecho, era bastante problemático, y nocreo que nadie como Lindsay tuviera tantas citas,me refiero a que era de los que salían con un parde pistolas bajo el brazo, para luego tomar asolas el café. No creo que eso aumentara sureputación de corajudo, probablemente todo locontrario, puesto que era obligada y exagerada.No obstante, es valiente, eso sin duda. Nadie sinlas agallas necesarias sería capaz de abordar ytomar una embarcación de igual porte.

–Cierto.–Pero fue su susceptibilidad, su incapacidad

de morderse la lengua o, quizás, su exceso decoraje, lo que resultó fatídico para él. Durante unejercicio de la flota, cuando forraban conplanchas de cobre los fondos de su fragata deveintiocho cañones, se le asignó una corbeta, ypermitió que ésta abandonara su puesto, lo quedescompuso la línea de un modo horrible. Elalmirante lo hizo llamar y, por lo que he oído, lededicó una larga serie de reproches lacerantes.Lindsay le escuchó sin decir palabra, pero por la

Page 340: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

mañana envió una nota de desafío al almirante.No sé cómo lograría convencer a alguien de queentregara semejante billete, porque desafiar a unoficial superior (ya no digamos si se trata de unoficial del Estado Mayor) resulta inconcebible enla Armada. Pedirle explicaciones por un castigorecibido, una orden o un reproche con el que noestés de acuerdo es inconcebible, comocualquier amigo de Lindsay podría haberlerecordado. Creo que tiene pocos. Me refiero aamigos. En fin, sea como fuere, resultó que loarrestaron, lo sometieron a un consejo de guerray lo expulsaron de la Armada.

Durante un tiempo vagabundeó de un lado aotro, reclamando justicia y gastando un dineral enabogados (por lo visto, había heredado) ydespués desapareció, se vino a estos lares, oeso tengo entendido, con la reputación de serpersona que ama la libertad y que ha sufrido porella. Hay muchos buenos comerciantes en Chile yArgentina, y algunos de ellos estuvieronencantados de tener a su cargo a un baronet deverdad, y algunos de ellos, repito, y de susamigos sudamericanos eran partidarios de la

Page 341: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

libertad, con respecto a España, me refiero,porque la libertad de poder disparar al almirantede uno en pleno Hyde Park ya es otra cosa. Sunombre sonaba como una especie de ecosiempre que se apelaba a la libertad.

–Por cierto, ¿habla castellano el caballero?–Oh, extraordinariamente bien, según me han

dicho.CAPÍTULO 7

En una mañana preciosa, al sur de las vilescalmas y el enervante y asfixiante calor, orzó laSurprise al viento bien lejos de la emergentecosta americana, y Jack, que caminaba arriba yabajo con una tostada en la mano, dijo:

–Stephen, ¿quieres subir al tope? Con estesuave balanceo constante apenas se mueven lospalos.

–¿Es Sugar Loaf lo que quieres ver?–Me gustaría ver Loaf, aunque si te soy

sincero asoma sólo cuando nos suben las olas,pero en esta ocasión no me importa puesto quelo que realmente me preocupa es la actividad enpuerto, las idas y venidas, las vergas. Sugar Loaflo oculta prácticamente todo. Ya veo que tendré

Page 342: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que enviar de todos modos a la Ringle, parapreparar los suministros, la aguada y la madera.¿Te gustaría acompañarlos?

–No, en absoluto. Estoy más que dispuesto atrepar a cualquier altura que tú desees.

–Señor Hanson -llamó Jack-. Señor Wells. Eldoctor se dispone a subir. Lo acompañaránustedes y no duden en prestarle toda la ayudaque pueda necesitar, como si fueran dosasideros más.

–A la orden, señor, a la orden -respondieron.Jack trepó de nuevo por la familiar obencadura,flechaste tras flechaste con la facilidad de alguienacostumbrado al ejercicio, hasta llegar a la cofa,donde saludó al vigía y contuvo un rato larespiración para facilitar de algún modo eltrabajoso ascenso de su amigo.

Llegó Stephen, pálido; no estabaexactamente nervioso, pero sí algo cansado. Leseguían los ayudantes. Tomaron todos asiento unrato, observando el continente y la goleta a travésdel catalejo del capitán.

Era verdad. No podía decirse que los palosse movieran. Aun así, en la siguiente escala del

Page 343: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ascenso, en las crucetas, Jack dijo que seríanecesario subir más. Oteó el horizonte un rato,señalando diversas elevaciones del terreno.Entonces, aferrándose a un contraestay, supropia y expeditiva manera de descender, confióa los jóvenes la tarea de devolver sano y salvo aldoctor a cubierta en cuanto éste quisiera hacerlo,y, después, desapareció.

Posó ambos pies con un estampido ahogadoy se encargó de que el guardiamarina de señalesizara la señal de la Ringle, a quien ordenóacercarse a la voz. Después, empujado por elaroma del desayuno, se dirigió apresuradamentea la cabina. Allí se reunió Stephen con él, pálidoaún, pero con la seguridad de quien camina denuevo por tierra relativamente firme. Killick lessirvió café, bacón, salchichas y tostadas, demodo que no tardó su cordialidad, incluso sualegría, en recuperar también el equilibrioacostumbrado.

–Espero que el doctor Jacob tenga laamabilidad de acompañar a William a Río -dijoJack-; ya que habla portugués, podría averiguarcuanto pueda de la Asp. William sabe qué

Page 344: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

preguntas hay que formular, pero será mejor queno las haga un inglés, alguien, pongamos porcaso, que conoció la embarcación cuando estuvoen La Valetta, antes de que la desestimaran parael servicio, y que por dicha razón se interese porella.

–¿Me equivoco al pensar que lo mejor seríaque William adoptara un papel pasajero,preocupado con otros asuntos navales, mientrasque Jacob fuera un auténtico pasajero ocioso,entregado a un paseo por el puerto, donde veralgo de Brasil, ignorante del mar, perointeresado por los asuntos terrenales?

–Has dado en el clavo, querido amigo. Esoes exactamente lo que me gustaría haber dicho.¿Otra taza?

En ese momento, Killick anunció tres cosas:El deseo del señor Woodbine de ver al capitánde inmediato o a la mayor brevedad; la cercaníade la Ringle, y, finalmente, la noticia de queaquellos gatos africanos la habían tomado conlos mangos.

–Y todo lo que no comen, lo estropean -añadió con un brillo malvado y triunfal en la

Page 345: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

mirada.La única misión del señor Woodbine consistía

en informar de la existencia de cierto desvío delos machos del timón, desvío calibrado duranteaquella cristalina calma, y que el señor Seppingshabía pronosticado al colocar el nuevo codaste.La corrección se había efectuado gracias a trescálculos sencillos, expuestos con claridad por eljoven Seppings en un dibujo que encontrarían enel interior de la caja donde se guardaban losenseres de rigor. La siguiente entrevista no fuetan satisfactoria: William Reade no tenía laimpresión de que sus explicaciones relativas alas preguntas simples acerca de la resucitadaAsp hubieran penetrado las capas y capas de lainmensa laguna que tenía el doctor Jacobrespecto al lenguaje náutico inglés y portugués.Sabía muy bien qué deseaba averiguar elcapitán Aubrey, pero tenía la impresión de que,aparte de arreglar los habituales asuntosrelacionados con la aguada y los pertrechos,desembarcaría en vano.

–Será como afeitarse con el cuchillo de lamantequilla -masculló al sentarse junto a un

Page 346: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sombrío doctor Jacob en la canoa de la Ringle.Jacob, que en según qué aspectos se

mostraba tan estúpido como el más parcial delos marineros pudiera desear, era un dibujantede primera. Evidenciaba esta cualidad laexactitud y belleza de sus láminas de anatomía, yera capaz de cambiar la escala, la actitud y lanaturaleza de la descripción. De modo que fuegracias a sus esbozos y a las descripcionestécnicas de Reade hechas en la cabina, queJack Aubrey obtuvo una idea clara de larenovada, la casi reconstruida Asp.

–Señor, dudo mucho que hubiera podidoreconocerla, con esa línea tan nueva -y la siguiócon el dedo en el dibujo de Jacob-. Debo hacerjusticia al doctor al decir que no podría haberladibujado mejor de haberse ganado la vida en eloficio. Mi única duda es si con esos piesadicionales navegará de bolina tan bien comoantes. Seguro que es más rápida, pero¿barloventeará tan bien? Tengo mis dudas.

–Me atrevería a decir que tiene usted razón. –Jack prefirió no mostrarse más específico,aunque habló con seriedad, y mientras William

Page 347: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Reade reanudaba la descripción de las mejorasen armamento, incluyendo una elegante parejade cañones de caza de cobre, la expresión de surostro, alegre por lo general, adquirió una mayorseriedad.

Querida -escribió Stephen-, he pasado añosenteros navegando los mares, pero rara vez hepercibido una preocupación tan compartida. Nose trata de mera intranquilidad, porque laSurprise es estanca, eso lo sabemos todos, estábien pertrechada y cuenta con una dotación demarineros acostumbrados a trabajar juntos. Sinembargo, andamos faltos de alegría, de lasbromas convencionales, de los insultos jocosos yde las agudezas que tanto amenizan la vida abordo. Lo que más me extraña es que se trata dealgo no ya extendido, sino universal, quizás conla salvedad de la camareta de guardiamarinas yde los pajes de escoba. La primera vez quereparé en este fenómeno, fue cuando paireamosen el estuario del Río de la Plata. Habíamosdespachado al buque de pertrechos a esedesolado e inmenso territorio que, al menoshasta donde pude ver, carece de aves. Buenos

Page 348: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Aires. Cargaba, entre otras cartas y paquetes,una nota destinada a usted, en la que señalaba elextraordinario contraste existente entre los lagosafricanos, donde chapotean familiares y exóticasvariedades de patos, gansos, anhingas y aveszancudas, hasta la Ardea goliath, y este enormedesierto, quizás poblado más allá del alcance demi catalejo por un pato de agua que estémudando la pluma. Espero de verdad que recibami nota en Dorset, pues es portadora de mayorafecto del que acostumbra a cubrirse con loneta.

Es cierto que pongo fecha al origen de todoesto (de la tristeza, de la adversa atmósfera quenos rodea) en el momento en que recorrimos elRío de la Plata, y es que por un tiempo quiseachacar nuestro humor a la ausencia de vidaanimal, lo cual por supuesto es una tontería. Encuanto se reúna con nosotros el buque depertrechos, y en cuanto podamos reemprender elrumbo, podremos ver a las aves del sur. Es más,antes de anclar aquí observamos unas pocasskúas, y dentro de poco veremos pingüinos portodas partes.

No, debo encontrar una explicación más

Page 349: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

racional al humor que nos acompaña. En partepodría atribuirlo a la naturaleza in media res de laestación, que no corresponde a una ni a otra.Quizás más se deba al hecho por todosconocido de que navegaremos al Pacífico víaCabo de Hornos, en lugar de hacerlo por elEstrecho de Magallanes (del que Jack Aubrey noes muy amigo) de este a oeste; los puntos másalejados requieren de maniobras que resultanextraordinariamente peligrosas con vientosfuertes de poniente.

Creo que puede decirse sin faltar a la verdadque nadie ejerce tanta influencia en un barcocomo su capitán. Creo que la fuerza de suinfluencia aumenta, y mucho, cuando el capitán loha comandado durante años, como sucede en elcaso del capitán Aubrey. Su expresión, su humordiario, su tono de voz son observados de modonatural, automático, por todos. No por curiosidado un interés intenso y personal, sino como lesucede a cualquiera (marinero, granjero,pescador) que, supeditado al tiempoatmosférico, levante con frecuencia la mirada alcielo. Yo no me veo sujeto al estado de humor, al

Page 350: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

état d'âme de este gran hombre, excepto porquees mi amigo, pero, aun así, me sientocuriosamente afectado…

En este punto interrumpió la escritura, queretomó al cabo de muchos días con una plumadistinta, mojada la punta en un tintero diferente, yescrita en una hoja de papel más biendescolorido.

Querida, no es sino con gran pena quecontemplo la pérdida de tantas páginas,maltrechas por la terrible ventada, aporreadas ygolpeadas por la entrometida agua de mar quese mezcló con hielo y que cubrió la cabinamientras la pobre Surprise yacía tumbada decostado en uno de los innumerables bajíos queno aparecen marcados en las cartas que hay deeste amenazador rincón del mundo. Sucediócuando Poll Skeeping y yo vendábamos yatendíamos a algunos marineros, heridos cuandoun cañón se destrincó debido a la presión delhielo. En este momento estamos de nuevo aflote, y navegamos con las mayores y gaviasarrizadas por la cara interna (a sotavento) de unade las incontables islas que orlan este desolado

Page 351: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

rincón del mundo.Estas páginas ahora hechas pulpa, eran poco

más que una especie de diario, unentretenimiento que aprovechaba para compartircon usted cosas como el avistamiento cada vezmás frecuente de pingüinos (entre estos, algunospingüinos emperador), albatros, petreles grandesy pequeños, focas, por supuesto, y leonesmarinos, además de la siniestra criaturaconocida como ballena asesina, a veces enbandadas numerosas. Incluían sus páginas unadisculpa por dirigirme a usted con tantafamiliaridad, que justificaba por el hecho de noverme en la posición del pretendiente total yformalmente rechazado, de modo que resultapermisible cierto grado de familiaridad (que porotro lado no deja de ser censurable, inclusogrosera). Contenían también un pasaje quedescribía nuestra llegada al Cabo de las OnceMil Vírgenes, más allá del cual se encuentra laembocadura tranquila y amplia del Estrecho deMagallanes, quizá de unas doce millas de ancho.Soplaba buen viento en nuestra aleta de babor,pese a lo cual no se ordenó cambiar lona o

Page 352: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

rumbo. Los marineros se alinearon en el costado,con la vista en tierra, mientras veían pasar elestrecho, la mayoría de ellos con un rostro tanserio como el de su capitán. No se hizocomentario alguno, el silencio tan sólo fuequebrado por el regular tañido de la campana.

Desde entonces, y desde nuestro pasaje delEstrecho Le Maire, que sólo conduce de unaparte del océano a una parte peor un poco al sur,hemos tenido mal tiempo, y el ventarrón tienemayor componente sur que el que suelenencontrar la mayoría de los barcos. Esto hace delhielo un factor más peligroso, pues abunda más.Hay muchísimos témpanos de hielo, enormeshojas llanas de hielo que no alcanzan una granprofundidad, a los que difícilmente pueden hacerfrente nuestros diestros balleneros (y contamos abordo con unos cuantos) y la defensa que hemospertrechado. De vez en cuando, vemos montañasde hielo que, en ocasiones, cuando el cielo estádespejado, poseen una extraordinaria bellezaverde, azul y turquesa. Nuestros ballenerosafirman que, a medida que avance la estación,sobre todo con un viento tan de sur como éste,

Page 353: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

veremos más. Desde un punto de vistapuramente estético, constituyen un preciosoespectáculo, ya que estos vientos continuoslevantan olas monstruosas, quizás de un centenarde pies de alto, y es un gran espectáculo verlasromper con todas sus fuerzas contra una masade hielo enorme.

No obstante, su presencia, y la presencia delas gigantescas olas y los vientos adversos, nosobligan a hacer todo el avante al oeste quepodemos al abrigo de muchas, muchas islas queen ocasiones ofrecen una asombrosa protección.Sucede a veces, después de días de perpetua yagotadora lucha contra el temporal, que nosrefugiamos al abrigo de una bahía paradescansar, pescar (principalmente en busca delsuculento arenque) y recoger los grandesmejillones que no se encuentran a muchaprofundidad.

Es en una de estas bahías donde paireamosen este momento. Jack Aubrey y yo acabamosde cenar estos platos. Supongo que usted sabráque de niño tuvo relación con la familia Byron. Esposible que exista cierta relación, aunque no

Page 354: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

estoy seguro, pero en cualquier caso tuvoocasión de conocer al almirante (conocido en laArmada por el apodo de Jack El Tormentoso), aquien admiraba mucho, y cuyas anécdotas repitea menudo. Recordará usted que siendoguardiamarina, el almirante navegó a bordo deldesdichado Wager, un barco de la escuadra conla que Anson hizo su famosa circunnavegación.El Wager naufragó en el archipiélago de Chonos,y Byron y algunos de sus compañeros tuvieronque convivir con los indígenas de esos lares, unavida dura, muy dura. Le contaré a usted que lasmujeres, algunas de las cuales se portaron muybien con él, se encargaban de la prácticatotalidad del trabajo. Eran ellas quienes paleabanlas canoas, por ejemplo, embarcaciones frágilesmuy proclives a tumbar, y pocos eran loshombres que supieran nadar, mientras que lasmujeres aprendían de niñas. Ellas pescaban,arrojaban las redes y después animaban a losperros a arrinconar al pescado hasta la red, unosperros pequeños y poco inteligentes, capaces noobstante de nadar y sumergirse en el agua. Lasmujeres también cocinaban, y cosían la escasa

Page 355: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ropa que llevaban, puesto que la mayoría de ellosiban desnudos, o se colgaban una piel de focapara protegerse del viento. Los hombres seacercaban a la playa para recoger leña, a vecescazaban, pero sin demasiado éxito. No obstante,encendían el fuego, incluso cuando todo estabaempapado, como solía suceder. La únicacomunicación era la que se hacía medianteseñales de humo, sistema que les permitía cruzarmensajes entre distancias considerables. Sinembargo, querida… No sé, ha llegado elmomento de mis rondas. Acaban de pitar a losmarineros a levar el ancla. Reverbera en cubiertael estampido ordenado de las pisadas, el sonidometálico de los linguetes al cobrarse el cable.Recuerdo ahora que debíamos aprovechar lamarea alta para acercarnos a un promontoriodesde el cual poder ver el océano, mar abierto.

Ocho campanadas, momento para lashabituales rutinas de la mañana, una de lascuales eran las rondas de Stephen. Laenfermería parecía deshabitada en aquelmomento, pero el coy en el que descansaba unballenero sueco llamado Björn tenía visita. Se

Page 356: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

había roto tres costillas debido a un golpetazoreciente. La visita era Hanson, compañero dedivisión del paciente.

–Progresa usted muy bien -dijo Stephen conese tono alto y claro de voz que incluso losmédicos inteligentes emplean con sus pacientesextranjeros-, y si el señor Hanson avisa a uno desus compañeros para asegurarnos de que no secaiga usted, podría subir a cubierta un rato,ahora que el barco permanece inmóvil.

Las ceremonias matutinas también incluían eldesayuno.

–Es un placer ver cómo se cuidan unos aotros los jóvenes marineros que pertenecen auna misma división -dijo Stephen mientrastomaban el café-. Desde el temporal que inundóla enfermería, no ha pasado un sólo día sin quetres o cuatro se hayan acercado a preguntarcómo se encuentran sus compañeros.

–Sería éste un barco muy extraño ydesdichado si no sucediera tal cosa -opinó Jack-. Lo correcto es que los oficiales sientan unapreocupación real por sus hombres, y si tuvierasque servir a bordo de otros barcos, creo que

Page 357: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

descubrirías que sucede igual en todas partes.Aunque Stephen no estaba muy de acuerdo,

no dijo nada. Antes de servirse la siguiente tazade café, Whewell, el oficial de guardia, entró en lacabina.

–Les ruego que disculpen esta interrupción.Señor, acabamos de franquear el estrecho y metemo que el viento sopla con fuerza ahí fuera. Eloleaje entra como empujado por las aspas de unmolino, y trae consigo esos jodidos… traeconsigo unos condenados bloques de hielo.

–Lamento oír eso, señor Whewell -dijo Jack-,pero a menos que hayamos errado por mucho enla medición, no tardaremos en encontrar aguasmás calmas. Eche el anclote, tenga la bondad, yprocure mantener el viento justo a popa, de talmodo que podamos observar el estrechosiempre que queramos. Ahora mismo subo acubierta.

Querida -escribió Stephen-, los he seguido acubierta. Permanecíamos al abrigo de unacantilado de paredes negras, a babor, conapenas mar para la maniobra. Sobre nuestrascabezas, el viento silbaba al atravesar una

Page 358: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

apertura natural en las rocas con un rugidoconstante y ronco, mientras que, por el pasaje amar abierto, podíamos ver que los «condenadosbloques de hielo» a los que el señor Whewellhizo referencia eran masas irregulares deltamaño de un almiar gigantesco; es de suponerque correspondan a fragmentos de las montañasde hielo caídos del acantilado con gran fuerza.Nosotros (y no incluyo a la Ringle) podríamoshaber sobrevivido al golpe de uno de estosbloques, pero no parecía que pudiéramos pensaren la misma suerte para la canoa que intentabasuperar el oleaje al otro extremo. Me refiero anuestra mano derecha o costado de estribor,donde la corriente discurría con fuerza hastabesar la orilla. Por un instante, no entendí quésucedía; entonces, Hanson y sus marineros me loexplicaron con pocas palabras, y me ofrecieronun catalejo. En la canoa había una joven con unapiel de foca al hombro y una pala en las manos.En la cubierta de la canoa, cubiertos con redes,media docena de cachorrillos a la derecha deuna anciana completamente desnuda, quesostenía un cesto lleno de peces y un bebé tan

Page 359: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

desnudo como ella. Estaban todos empapadospor la lluvia y la espuma de mar, a punto decongelarse. La chica, con una capacidadextraordinaria para maniobrar la canoa, intentóuna y otra vez deslizarse entre los bloques dehielo, tumbando a menudo, pero sin volcar.Observamos la escena con toda la atenciónposible, y con inquietud también. Finalmente,puesto que los bloques flotaban formando unaespecie de caravana, hizo virar la embarcación yse dejó llevar por la corriente que dibujaba unacurva a través del canal hasta nuestro costado,de modo que se puso a la voz. El capitán Aubreyla llamó y le ofreció un cable. Ella no quisoaceptarlo, creo que el sólo hecho de arrimarsehubiera bastado para que se despedazara lafrágil canoa. Björn voceó algo y ella respondió.Alguien arrojó una manta, que cayó sinproblemas en manos de la anciana: dicen queésta sonrió, y la embarcación fue entoncesarrastrada a la orilla hasta detener su andaduraen una playita de guijarros donde vimos unacasucha, el humo de un fuego y unos hombresdesnudos que se dirigieron despacio hacia ellas

Page 360: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

para recoger el pescado, los perros y la manta.Poco después de suceder esto, en uno de

esos cambios que parecen propios de un sueño,cesó el oleaje. Jack llamó a la voz a la Ringle,que se encontraba a sotavento, y pidió queechara un vistazo al pasaje, al canal, y queinformara después del estado de la mar y delhielo. Entonces llamó a Hanson y a Björn, aquienes pidió que se reunieran con nosotros enla cabina. Una vez allí, les ofreció café, y,hablando principalmente por mediación deHanson, que no sólo era el oficial superior deBjörn sino que, además, estaba acostumbrado asu modo de hablar, le preguntó qué opinióngeneral se había formado de las circunstanciasactuales. Entre otras cosas, ¿hablaba Björn lalengua del lugar?

Sí, señor, la hablaba; bueno, más o menos.Había naufragado en el Ingeborg, de Malmö, a untrecho al oeste, en Wigwam Reach o por ahí (elbarco ardió hasta la línea de flotación, y sólocinco hombres lograron ganar la orilla). La gentese había mostrado muy amable y, aunque lesquitaron la mayoría de sus pertenencias, les

Page 361: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

dieron de comer. Les encantaban los cuchillos,no tenían cuchillos ni metal. Les ofrecieron unaniña a cambio de su segundo mejor cuchillo. Alcabo de uno o dos años (pues perdieron lacuenta), llegó a entenderlos bastante bien. Eranbuena gente, aunque no sabían qué era lalimpieza. Su lengua se llamaba Tlashkala. No, nose hablaba en toda la costa, ni mucho menos.Otro pueblo habitaba a unas cincuenta millas aponiente, y no entendían ni una palabra de lo quedecían. Cuando ambos pueblos se encontraban,solían enfrentarse a muerte, y el bando másfuerte saqueaba todo cuanto podía llevarse devuelta a su territorio. Más allá de este otropueblo, los Wona, había otro, y así era en todoWigwam Reach. Algunos de ellos comían carnehumana, otros no. Pero todos hacían señales dehumo a sus amigos. Tras hacer una pausa, Björnpreguntó con un murmullo a Hanson si el capitánsabía qué era Wigwam Reach.

Hanson se sonrojó, superó su confusión ycomentó al capitán Aubrey que Björn sepreguntaba si sabía qué era Wigwam Reach.

–Por favor, dígale que me cuente todo lo que

Page 362: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pueda -dijo el capitán Aubrey.–Señor -dijo Björn-, no me apostaría el arpón,

pero los balleneros de Malmö y Gothenburg quenavegan de vuelta a su hogar y sin prisas,procedentes de los lejanos bancos del sur, loaprovechan a menudo, sobre todo cuando tienentanto viento del sur frente a Hornos como sucedeahora. Wigwam Reach es un pasaje abrigado, noes el que ahora tenemos al oeste, sino elsiguiente. Ofrece un abrigo constante, y es lentode navegar, pero se extiende por lo menos cientocincuenta millas, pasado Cabo Pilar hasta dar alPacífico. Es el extremo del Estrecho deMagallanes. Sucede que los indios son de lomás molesto, eso es lo único que preocupa a losballeneros. Sin embargo, un barco de guerranada tiene que temer.

–Gracias, señor Hanson -dijo Jack al tiempoque se levantaba-. Y gracias, Björn; espero quepronto se recuperen esas tres costillas tuyas.

Stephen continuó escribiendo; esta vez lohizo con una caligrafía desigual, aunque tanto élcomo el taburete y el escritorio estaban tanapretados que nada excepto su muñeca tenía

Page 363: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

libertad de movimientos. Por lo visto, el barco y elmar sobre el que éste flotaba (al menos, demomento) habían anulado sus derechos a esterespecto.

Querida, de nuevo nos hallamos en unocéano ilimitado, y bendecidos por lo que llamanun viento favorable avanzamos como podemos alnoroeste. Ya hemos doblado, como seguro tehabré contado hace mucho en alguna de estaspáginas confusas e incoherentes, el temibleCabo de Hornos, y ahora el capitán Aubrey hadecidido que el deber le exige no perder un sólominuto en la placentera navegación por aguaslentas y abrigadas, y avanzar a toda vela pormucho que nos azote la tempestad, nos embistael hielo, perdamos palos, motones, cabuyería…Ahora, incluso, por mucho que nos muramos dehambre. Tenemos de todo menos agua, perocada vez menos, y menos.

La escasez se deja sentir en la enfermería,donde las viejas heridas se abren por nada,donde se evidencia la debilidad y, quizás, losprimeros síntomas de escorbuto. Tres hombres yun muchacho han muerto de una simple

Page 364: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

neumonía sin complicaciones, y el pobre señorWoodbine se nos irá pronto, debido a unacomplicación derivada del hecho de habertratado él mismo sus enfermedades crónicas.¿Qué puede hacer la medicina en estos casos,excepto facilitar el final sin provocarlo de formadeliberada?

Él en persona, y me refiero a Jack Aubrey,puesto que él personifica el barco, se ha vueltoserio, duro, inaccesible. No pide opinión a nadie,y tengo la impresión de que sabe exactamente loque se trae entre manos. Navega con la mismadeterminación y claridad de mente que losalbatros que nos acompañan en ocasiones, conlos ojos entrecerrados, planean majestuosossobre nuestras cabezas.

Aunque a estas alturas ya puedoconsiderarme un marino veterano, acostumbradoa la vida en la Armada y en el mar, me sorprendeobservar la fuerza del tratamiento, la costumbre,la necesidad, la disciplina. La gente, debilitadapor la pérdida y, ahora, por la escasez decomida, trabaja duro para virar el barco en estosmares y con estos vientos, con frío, con mucho

Page 365: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

frío, lo cual resulta cuando menos agotador.Llevan haciéndolo tanto tiempo que parece unaeternidad, pero aún tengo que oír una sola queja,una maldición. Ha desaparecido la alegría,cierto, pero ha quedado la asombrosa fortaleza,incluso entre los pajes y guardiamarinas quequedan con vida a bordo. Alguna que otra vez heoído al capitán reprender a uno de sus oficiales,pero no es algo que suceda todos los días.

Comemos juntos, como hemos hechosiempre. Sin embargo, no es buen momentopara mantener una conversación íntima. Hacemucho que no conversamos. La última vez quetomamos café se limitó a inclinar la cabeza, ytambién me dijo, al finalizar la guardia de alba,que acababa de recordar el regalo de laDelaware, las botellas de ron de Jamaica queseguían guardadas en una caja, en su alacenaparticular. «Los hombres irían hasta las puertasdel Infierno para salvar a la Surprise -me dijo-,pero si les tocas el grog no seré yo quienresponda por ninguno de ellos.»

De modo que el grog está a salvo, al menosde momento. Si no he malinterpretado la

Page 366: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

conversación de la cámara de oficiales, lainquietud derivada de la escasez de alimentos(ya nos quedan pocos barriles de ternera ensalazón) pronto se verá aliviada, dado quearrumbaremos, o intentaremos arrumbar, a unconjunto de islas cartografiadas en tres cartasdistintas, situadas cerca de lo que se entiendeaquí por la costa. Nos encontramos, y le costaráa usted tanto como a mí entenderlo, en el iniciode la primavera antártica. Empieza de nuevo elciclo de la vida, razón por la cual confiamosconservar la nuestra. Se apaga la escasa luz quehabía, aunque en este atardecer no lo hace bajola habitual nube de fina nieve, sino bajo una lluviasombría. Así, querida, le deseo buenas noches, yque Dios la bendiga.

Al cabo de unos días, un cansadísimo doctorMaturin se acomodó como pudo en el mismolugar de escritura, observó sus manos peladas, ymojó la pluma en el tintero.

Querida, puede que no sea cierto, pero segúnhe oído decir no se permite a los carnicerosformar parte de un jurado, debido a que están tanacostumbrados a la sangre que carecen del

Page 367: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

menor atisbo de sensibilidad. Por mi parte,durante mi etapa de estudiante de Medicina, nopodía yo estar más acostumbrado a diseccionarcadáveres. Es cierto que al principio tuve quesuperar cierta renuencia, una renuenciaextraordinaria, y creí haberla superado porcompleto. Por lo visto, no es así. La carnicería deayer, y de anteayer, me ha perturbado muchomás de lo que hubiera creído posible. El tiempose mostró muy bondadoso, y la Surprise y laRingle, pusieron proa a una bahía resguardada,donde anclamos en quizás veinte brazas deagua. Después, nos acercamos en bote con unoleaje moderado, a través del hielo, que nopresentaba una gran dificultad. La muerte estabaal acecho. Junto al cúter azul en el que yo mesentaba surgió un león marino que saltó sobreuno de los pingüinos pequeños; éste salióvolando como un cohete o el corcho de unabotella, y fue a caer en un témpano de hielo. Lacosta era un espectáculo aterrador, dividida encolonias (como las llaman) para las diversasfamilias de pingüinos (alturas distintas para lasdiferentes especies), y después playas, rocosas

Page 368: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

o llanas, apropiadas para las focas según sea suespecie, y una cala en particular para loselefantes marinos, cuyos enormes machos, comoseguro sabrá, presentan un carnoso probiscis, yal dar la vuelta lanzan un rugido infernal. Sobretodas estas criaturas, en el escaso herbaje de laparte superior de la isla, volaban las golondrinasde mar, tres o quizás cuatro albatros, petreles yskúas. Con el catalejo se podían distinguircientos de aves. Como creo haber dicho antes,algunos de nuestros hombres han navegado abordo de balleneros, y por tanto estánacostumbrados a la sangre. Otros, después delos gritos y el nerviosismo iniciales, sepropusieron perseguir a las focas de tamañomedio y golpearlas en la cabeza, mientras quelos más familiarizados con la labor del carnicerocortaban la carne en filetes, con la intención desalarlos. No tardó en cesar la algarabía desatadaal principio, momento en que me dispuse aimpedir sufrimientos innecesarios con la ayudadel escalpelo. Fue un ejercicio sanguinario y muydesagradable, ejecutado en su mayor partevestido con la ropa de cada día. A la mayoría de

Page 369: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

los muchachos les angustió mucho, otros, encambio, parecían disfrutar. Por suerte, o quizásdebería decir que por prudencia, teníamos sal enabundancia. Las bodegas, también las de laRingle, están llenas de barriles de foca y leónmarino en salazón, carne tan sabrosa y nutritivacomo se pueda desear.

No obstante, tuve ocasión de observar que, sibien había desaparecido por completo el miedopalpable a quedarse sin provisiones en el lejanomar del sur, aún acongojaba al barco ciertotemor. Temor que desapareció con el grog y unespléndido festín de filetes de foca. Tonto de mí,no me di cuenta de la cantidad de personas quese habían visto afectadas, aunque, a muchos noles había afectado en absoluto, la mayoríapaisanos acostumbrados a matar desde la mástierna infancia. Sin embargo, sí reparé, puestoque estábamos en el mismo bote, que Hanson ysu buen amigo Daniel hicieron cuanto pudieronpor ocultar la desazón provocada por nuestrassangrientas excursiones, mientras los skúasgraznaban en lo alto.

CAPÍTULO 8

Page 370: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Jack Aubrey se volvió tras pronunciar lasúltimas palabras por su compañero HenryWoodbine. No había recorrido todavía el costadodel barco, cuando el vigía informó de queavistaba la señal de la Ringle a lo lejos, hacia eldespejado nornoroeste.

–Suba de inmediato con un catalejo, señorHanson -ordenó. Después, aguardó inmóvilmientras el joven trepaba a toda prisa hasta lacruceta de trinquete.

–¡Señor! – Su joven voz pareció flotar hasta lacubierta-. La Ringle dice: «Situamos Cabo Pilarnorte y media al oeste, quizás treinta y cincomillas.»

Con tiento, pero con el corazón si cabe másacelerado, Jack subió a mayor altura, se colocócómodamente en el lugar donde solía situarse, yencaró el catalejo hacia el horizonte, más allá dellugar donde se perfilaba la distante goleta. La fríaclaridad del aire ofrecía una excelente visibilidad,toda la que permitía la curvatura de la superficiede la Tierra. Tras calcularlo unos instantes,comprendió que lo que alcanzaba a verse desdeel lejano tope de la Ringle no podría verse desde

Page 371: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

la Surprise durante buena parte de la siguientehora, por mucho que mantuviera los maravillososdiez nudos a los que marchaba en ese momento.

Ahí siguió, de todos modos, mientras el fríopenetraba en su enorme capote y en el impropiopero útil gorro de lana. Al cabo, se medioconvenció de que podía distinguir una muesca enel horizonte, a cinco grados de la posiciónapropiada, un horizonte por otro lado tan tiesocomo un cable tenso.

Lentamente y con soltura, se dirigió a popa,abriéndose paso ante las miradas inquisitivas dequienes estaban de guardia en cubierta (guardiaque la muerte había menguado), hasta llegar a lacabina, en cuyo interior encontró al doctorMaturin. Agitaba éste una jarra de clarete conespecias sobre un hornillo.

–Toma un sorbo de esto, amigo mío -dijoStephen-. Te ayudará a combatir el frío. Heañadido una pizca de ginebra a las nueces y alclavo de especias.

–Entra de maravilla -admitió Jack-, y si hayalgo en este mundo capaz de sustituir al café, albuen Mocca recién tostado y molido, debe de ser

Page 372: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

esto. Muchas gracias. ¿Has oído las noticias?–No. Poll, Maggie y un veterinario de la

guardia de estribor han estado administrandoenemas a muchos, muchos pacientes aquejadosdel empacho que ha venido a sustituir lossíntomas de congelación, las torsiones y ladebilidad de estos últimos días. La carne frescade foca no tiene parangón a la hora de trastornarel metabolismo del marinero, que soporta mejorla galleta de barco, el queso de Essex y unpedazo de cerdo en salazón (del que por ciertorecibe una ración exigua). ¿A qué noticias terefieres?

–William ha hecho señal de que ha avistadotierra a treinta y tantas millas al norte. Podría serCabo Pilar, que está situado más o menos enesa posición.

–Lo siento tanto. Creí que ya habíamosterminado con los cabos. Toma un poco más devino, le sentará bien a tu estómago.

–Si insistes… Pero permíteme decirte,Stephen, que si bien Cabo Pilar o CaboDeseado, como algunos lo llaman, forma partede la Isla Desolación (otra Isla Desolación,

Page 373: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

entiéndeme) constituye un avistamiento favorablepara el marino que busca la costa chilena, puestoque más allá del bendito cabo se extiende elocéano Pacífico.

–¿Te refieres a que podríamos sobrevivir aeste periplo?

–Oh, yo no diría tanto. Sin embargo, por elmomento ordenaré a la Ringle acortar de vela, ypediré a William que nos acompañe durante lacomida, después de que hayamos realizado unamuy cuidadosa observación de la altura del sol.Compararemos posiciones y nos alegraremos onos lamentaremos según sea el caso. ¡Killick!¡Vamos, Killick!

–¿Señor?–Llame al piloto en funciones.–Que llame al piloto en funciones, señor -

replicó Killick con un extraordinario sentido delhumor, tratándose de él, claro está.

–Ah, y Killick, dígale al cocinero que prepareuna comida tan decente como podamospermitirnos. El capitán de la Ringle subirá abordo. – Cuando Killick se hubo retirado, añadió-: Stephen, no sé si la enfermería podría contribuir

Page 374: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

al festín de alguna manera.–Quizás pueda prescindir de un poco de

sopa en polvo, muy poca, ojo -dijo Stephen-, ymiraré a ver si en mis existencias encuentro doso tres botellas de vino decente. Así que, según tú,se trata casi seguro del Pacífico.

–A menos que el bueno de William hayaperdido el juicio por completo, las aguas deambos océanos se mezclan frente a la puntaexterior de ese Cabo Pilar. Recordarás que elPacífico baña las costas de Chile y Perú,extendiéndose hasta el Istmo de Panamá, y, deallí, al Estrecho de Nootka y a la fría costacanadiense. Adelante, señor Daniel. Permítamedecirle que una de sus principales atribucionescomo segundo del piloto consisten en realizarmediciones exactas y meticulosas de la altura delsol. Me atrevería a suponer que ya lo habrá oídopor ahí, pero la Ringle, que anda lejos, a proa, hahecho señal para informarnos de un probableavistamiento de Cabo Pilar, situado casi en ellugar adecuado. Por favor, informe al señorHarding, sin olvidar transmitirle mis mejoresdeseos, que me gustaría que largara toda la lona

Page 375: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

posible para cerrar sobre la goleta.En cuestión de segundos, oyeron el rumor de

una intensa actividad en cubierta. Siguió elvozarrón roto del contramaestre, que atosigó alos marineros «a arranchar y amarrar», elestampido de los pies a la carrera, y el chirridode los motones, además de las innumerablesnotas que contribuyeron a elevar el tono eintensidad de la voz del barco, mientras que elembate de las aguas que hendían la tajamarparecía cada vez más apremiante.

El mar, si algo enseña, es una especie desumisión ante lo inevitable muy parecida a lapaciencia. Todos los involucrados se contuvieronprotegidos por esa sumisión disfrazada de virtuddurante las claras horas que duró elacercamiento. Tanto en la cabina como en lacámara de oficiales corrió la buena noticia (almenos entre quienes entendían de navegación)de que sus posiciones coincidían totalmente.Luego vino el festín, durante el cual se descubrióque el excelente cuerpo del borgoñaacompañaba perfectamente a la carne de foca.Sin embargo, el auténtico motivo de alegría

Page 376: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

vendría después, cuando, rematada la faena conun trago de ron norteamericano, treparon a lacofa de trinquete. Allí, Jack Aubrey llamó uno auno a los guardiamarinas, a quienes pidiótomaran nota de la alta y pelada montaña quehabía en la isla, a proa, la montaña con dospilares de roca a la mar, negra la más alta.

Jamás debían olvidar esa peculiar silueta,que señalaba el extremo occidental del Estrechode Magallanes. De ahí, con algo de suerte y elviento soplando oeste o noroeste, un barco podíallegar hasta el Atlántico en una semana.

Pasado Cabo Pilar disfrutaron de un tiempoperfecto, con cielos despejados, vientos dejuanete sin pizca de hielo, y un mar benditodonde los hubiera, con olas suaves que moríanen una costa tan lejana que semejaba unespejismo, un mar con alguna que otra ballena, ypesca en abundancia que subieron por la borda.Sobre todo y ante todo, aquel era un marpacífico: nada de violentos chaparrones queestallaban de pronto, ni noches en que hubieraque despertar a toda la tripulación y arrancarlade los coyes medio calientes para enfrentarse a

Page 377: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cubiertas resbaladizas por el hielo, a las cofas ylos marchapiés. Volvió poco a poco la buenasalud, y con ella la risa, la broma, el ingenio.Finalmente, los gatos africanos abandonaron surefugio en la cocina, donde habían disfrutado delpoco calor que había al sur del Cabo de Hornos.

Este tiempo encantador duró de un domingoal siguiente, cuando se prepararon para la misavistiéndose con las mejores galas (aunque pocosbaúles habían escapado del agua). Se afeitarony arreglaron con la ayuda del barbero y suayudante, cepilladas y recompuestas las coletas.Por su parte, los cantores, que componían elgrueso de la tripulación, entonaron con voz fuertey animada. Jack leyó para ellos uno de lossermones escritos por Taylor sobre el exceso enla bebida, sermón que escucharon con seriedad.Mientras, los marineros de la Ringle, asotavento, tuvieron que oír de nuevo los artículosdel Código Militar, debido quizás al hecho deque el señor Reade no confiaba demasiado ensus poderes para el mando.

Desde mucho antes del alba del miércolessiguiente, todos a bordo comprendieron que iban

Page 378: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

a volver a pasarlo mal. Sin embargo, pocos delos que no habían reparado en la preocupantecaída del barómetro hubieran podido imaginar lomal que iban a pasarlo, o lo pronto que setorcerían las cosas. El viento sopló de nuevocomo no podía suceder de otra forma. Lo hizodel nornoroeste, cada vez más fresco y en contradel flujo de la corriente y el oleaje. Al sonar lasdos campanadas, se llamó a toda la tripulación aponer el barco en facha. El viento no podía sermás gélido, se colocaron toldos y una extrañacorriente cruzada azotaba el costado de lafragata, e inundaba la cocina, cuyos fogonesapagó.

El frío y el durísimo esfuerzo de mantener elbarco así, con los palos desnudos a proa y conapenas un pañuelo a popa, mientras las bombastrabajaban sin cesar, fue tan agotador comocualquier otra prueba por la que hubieranpasado, exceptuando la amenaza, incluso másmortífera, que suponía la gigantesca masa dehielo perfilada al sur.

Por fin cesó el viento. Estaban totalmenteagotados. Jack observó con aprobación que la

Page 379: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

goleta había salvado la situación bastante bien.Había perdido buena parte de las batayolas deproa, y el bauprés se había convertido en unaespecie de muñón; también tendría queprocurarse un botalón nuevo. No obstante,parecía mantenerse a flote mejor que la Surprise.Se mantuvieron al pairo en aquellas aguasviolentas y traicioneras. Jack comprobó queestaban más cerca de la costa de lo que habíacalculado. Debido a las densas nubes no pudover con claridad, pero a lo largo del costado deestribor atisbo árboles maltrechos, vegetación,como si la mano de un gigante los hubieraarrancado para llevarlos lejos. Y en la distancia, aponiente, alcanzó a distinguir lo que parecía seruna luz.

–Señor Whewell -dijo al oficial de guardia,después de considerar un instante la situación-.Hagamos una señal a la Ringle, conformenavegue en vuelta de fuera todo lo posible. – Vioizarse las linternas de colores, señal de quehabían recibido la orden. Ordenó a Harding quela guardia de bajo cubierta podía, efectivamente,retirarse en cuanto se hubieran servido el grog y

Page 380: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

un pedazo razonable de pingüino ahumado, todoello acompañado de galleta de barco.

Reparó en la mirada del primer teniente alpronunciar la palabra «galleta», pero sin darlemayor importancia se dirigió a la cubiertainferior. La enfermería mostraba el aspecto queera de esperar, un aspecto poco halagüeño,después del repentino y fuerte temporal. No tanmalo, pensó al ver que había pocas torceduras,fracturas y miembros dislocados o rotos. Todos,además, eran marineros bregados,acostumbrados a los rigores más extremos deltemporal, y a guardar una mano para sí y otrapara el barco. Hizo lo que le pareció apropiadoen cada caso, y observó que Stephen se habíamostrado tan generoso como de costumbre conel láudano, sobre todo en aquellos casos dondeel dolor representaba un papel importante. A lolargo de su carrera había conocido a cirujanosque, debido a una especie de ascetismomojigato, no administraban nada más quelinimento para el dolor, incluso en las torcedurasmás dolorosas.

–¿Y tú? – le preguntó en privado-. ¿Cómo te

Page 381: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

encuentras después de lo sucedido?–Bastante bien, amigo mío, gracias -

respondió Stephen-, aunque me iría bien comerun pedazo de galleta, y tomar un trago de brandy.

–Lo del trago podemos arreglarlo, aunquesea eso, un trago. Pero en lo que respecta a lagalleta… Cuando tengas un minuto, sube acubierta. Hay unos árboles muy curiosos en lacosta. Dentro de poco no habrá luz.

–Me reuniré contigo después de entablillar lastres fracturas que tengo pendientes.

La luz estaba a punto de desaparecer, peroStephen aún tuvo tiempo de experimentar lafuerte impresión que acompañaba al espectáculode aquel océano desordenado. Acres cubiertosde espuma amarilla, olas irregulares queentrechocaban a menudo, y restos esparcidospor toda la costa, en todas y cada una de lassuperficies que había.

En esa misma batayola junto a la cualobservaba la situación, había un inmenso pinochileno de hoja puntiaguda que unos marinerostalaban por temor a que las raíces pudieranenredarse en el timón. No hacía mucho que esas

Page 382: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

mismas raíces estarían enraizadas en una laderaque, con toda probabilidad, se había llevadoconsigo.

–Es una escena asombrosa -dijo Stephen-.Pero con tu permiso creo que volveré abajo. Lospies me están matando. ¿No te parece que laatmósfera se vuelve densa?

–Dentro de tres minutos no creo ni quealcancemos a ver el bauprés. En estas aguas esnormal que haya bruma después del temporal. Ymenudo temporal hemos sufrido, por Dios.

Siempre había creído justificado StephenMaturin disfrutar de una larga noche de sueñocuando estaba agotado. Si era necesario,ingería para conciliar el sueño una cantidadapropiada de láudano, o de cualquier sustanciaque tuviera a mano, suficiente para matar a uncaballo. Fue por esa razón que resultó tan difícildespertarle a la mañana siguiente.

–Oh, vete al diablo, mono monstruoso -dijoexasperado, con odio, al volverse primero en elcoy para después cubrir su cabeza con laalmohada.

Pero de nada sirvió. Lentamente, gracias a la

Page 383: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

repetición y la constancia, entendió el mensaje.El piloto de un ballenero de Hull, que seencontraba abarloado a la Surprise, había subidoa bordo para pedir su ayuda con un herido. Setrataba de un hombre cuyo brazo había sufridouna terrible herida hacía tres días, después deengancharse al cable del arpón clavado en unaballena que se sumergía en el agua.

–No estoy en condiciones de tratar una heridasemejante, como tampoco estoy en condicionesde curar un simple corte en un dedo -dijomientras se incorporaba observando el pulso desus manos-. ¿A qué huele?

–Es café. El ballenero nos ha regalado un parde libras. ¿Le apetece una taza?

–No me sentaría mal -respondió Stephen, conun aspecto más humano, incluso con cierto brillode inteligencia en la mirada. Cuando dos o trestazas de fuerte café negro disiparon los efectosde la adormidera, el eléboro y el ron de Jamaica,su sentido del deber, del deber médico,profundamente enraizado, empezó a asomar-.¿Cómo se llama mi asistente? – preguntó.

–Poll Skeeping-respondió Jack en tono

Page 384: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

conciliador.–¿Está el mar en calma?–No como las aguas de un estanque.–¿Cómo dices?–¿Acaso no has oído llover toda la noche?–No.–¿Qué quieres que haga? – preguntó Jack,

temiendo que pudiera escapársele de nuevo.–Pídele por favor que vaya a echar un vistazo

al herido. Es una mujer muy inteligente… Sí, pormucho que te empeñes, existen mujeres de esetipo. Cuenta con excelentes referencias de miviejo amigo el doctor Teevan, tiene experiencia, ysin duda sabrá darme los detalles necesarios,aunque no sé si mi nebulosa y estupefacta mentepodrá asimilarlos.

Así lo hizo mientras le ponía una camisalimpia y le arreglaba el pelo, indicándole que nisan Lucas ni todos sus colegas apóstolespodrían salvarle el brazo a esas alturas, ni todo elColegio de Cirujanos de Dublín. Sin embargo,creía que su señoría, si le permitía decirlo, quizáspodría salvar la vida del pobre paciente,amputándoselo del todo a la altura del hombro,

Page 385: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

por la articulación. Había explicado a losballeneros qué debían hacer y qué debíanesperar. Y también tenía preparado elinstrumental adecuado.

El tiempo que tardó en cruzar dos cubiertaspara descender a la cabina iluminada donde elpaciente yacía tumbado combatiendo el dolor, lapena y el miedo, bastó para devolver a la vida aldoctor Stephen Maturin. Después de unarutinaria inspección que confirmó sin reservas lainformación de Poli, llevó a cabo una amputaciónrápida e inusualmente satisfactoria conexcelentes solapas de piel sana, piel con la queno esperaba contar.

–Ya está -murmuró al oído del paciente-.Hemos terminado. No tardará en recuperarse, siguarda reposo y no bebe alcohol durante unasemana.

–¿Ya ha terminado, señor? – preguntó elpaciente-. No me he enterado de nada. Que Diosle bendiga.

En cubierta dijo al piloto del barco:–Tenga la amabilidad de permanecer por

aquí, junto a la fragata. Soy bastante optimista

Page 386: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

con su hombre (su hermano, ¿verdad?), perodebo cambiarle mañana el vendaje, y enseñar almás inteligente de sus compañeros cómo debehacerlo hasta que se haya recuperado del todo.

* * *–Siempre congenié con los balleneros -dijo

Jack mientras saludaba con la mano, a pesar dela media milla que distanciaba a ambos barcosen aquella mañana tranquila, de viento favorable-.Por fuerza tienen que ser buenos marinos parasobrevivir. La gente los acusa de aspereza y dequerer pasarlo en grande cuando arriban apuerto, y seguro que son muy capaces de armarjaleo en tierra, pero llevan una vida muy dura,durísima. En generosidad no hay quien lossupere, aunque por lo general no puede decirseque ningún marino sea tacaño. Ahí tienes aCarling, sin ir más lejos: Joseph Carling, capazde vaciar su bodega si llego a permitírselo. Noacepté más que un par de barriles de galleta, encuanto supe que hay cerca un modesto puertoabrigado, un fondeadero, llamado Pillón, dondela mayoría de los balleneros de estas aguasacuden a pertrecharse. El lugar lo regenta un tipo

Page 387: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

nacido en Hull, casado con una india, un hombreque sabe perfectamente qué necesitan losmarineros. – Hizo una pausa antes de continuar-:Es agradable comprobar cómo se tratan losmarinos por todo el mundo. Lamento queestuvieras tan ocupado a bordo de la Ringle ycon tus pacientes, porque te has perdido lacomida con Carling. Habrías tenido noticias decompañeros nuestros, miembros de la RoyalSociety. ¿Recuerdas a Dobson, a AustinDobson?

–¿El entomólogo?–El mismo.–Pues claro que sí. Los ejemplares del

Proceedings no serían lo mismo sin susaportaciones. Existen no menos de tresescarabajos que llevan su nombre, AustinDobson; es posible que a estas alturas ya hayadado entrada a un cuarto.

–¿Has oído hablar de su herencia?–Vamos, amigo mío, no nos importunemos

más con preguntas y respuestas. Hoy me sientoun poco pendenciero, he trabajado muy duro, mehe alimentado con pingüino y foca. Y necesitaría

Page 388: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que me hicieras un retrato sin rodeos de nuestrocolega.

–Muy bien. Vamos a sentarnoscómodamente. Eso es, ahí. Levanta los pies yponte cómodo. Austin Dobson tenía un primolejano a quien no conocía, que vivía rodeado deun lujo decadente en el norte, en Newcastle,donde se embarca el carbón extraído de lasruinas. Pues resulta que su primo falleció, yDobson heredó una suma absurda: millones, nosé cuántos, pero millones. De pronto, se dispusoa hacer lo que siempre había soñado. Compró elpaquete de Lisboa, un recio barco encondiciones, diseñado para hacer rápidospasajes por la Bahía de Vizcaya, contrató a unatripulación adecuada, y reunió a cinco o seisamigos, todos pertenecientes a la Royal Society,botánicos o entomólogos, además de ser unaautoridad en zoología marina. Hombres, todosellos, poseedores de una gran curiosidad. Heaquí que emprendieron el viaje por el Cabo a laIndia, Ceilán, Las Islas de las Especias y demás,todo vía el Pacífico. Recalaron en JuanFernández y ahora remontan la costa chilena y

Page 389: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

peruana hasta el Istmo de Panamá, donde dosde ellos pretenden cruzarlo y tomar un barco alotro lado, con las semillas y los especímenesmás frágiles (por lo visto, tienen compromisosuniversitarios), mientras Dobson y los demásprosiguen hacia el Estrecho de Nootka yregresan vía Kamschatka, lugar en el que otrosdos de ellos tienen planeado estudiar la rataautóctona.

–Qué noble propósito -exclamó Stephen,aplaudiendo-. Qué fortaleza, también, porque pormuy cómodo que sea el paquete (y los que yo hetenido oportunidad de conocer eran limpios ycómodos), habrán atravesado aguas que exigende una gran firmeza, una firmeza que deberenovarse continuamente entre Cáncer yCapricornio. Incluso en un paquete estanco debede darse una gran monotonía en la dieta… no,no, es un modo excelente de disfrutar de unaherencia. Le felicito.

–Lamento que no estuvieras ahí -dijo Jack-.Seguro que te hubieran sonado todos losnombres, porque acudes con mayor regularidadque yo a las reuniones de la Royal Society así

Page 390: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

como a las cenas. Mis amistades allí, aquelloscuyos ensayos leo con gran atención, sonastrónomos y matemáticos. Por el contrario,estos de los que te hablo son naturalistas de unou otro tipo, y cuando ambos barcos recalaronjuntos en San Patricio con la intención depertrecharse, hicieron a los balleneros toda clasede preguntas referentes a las ballenas (lasdiversas especies, la altura del chorro, el períodode gestación, dónde encontrarlas, número deadultos que acompañan a las crías, etcétera.«¿Dónde podríamos encontrar ámbar gris?»

Ambos rieron. En una ocasión, Stephen habíanaufragado en una isla de coral, donde su únicacompañía, aparte de los cangrejos, fue unpedazo de ámbar gris.

–¿Por qué nos reímos? Ni tu situación ninuestra inquietud tuvieron nada de gracioso -dijoJack.

–Quizás porque me encontraste, de modoque todo terminó felizmente. A veces la risaresulta tener una curiosa opacidad. Sonríosiempre que recuerdo los apagados destellos deese trozo de ámbar gris. Espero que nos

Page 391: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

crucemos con ellos. Siento un gran respeto porsu curiosidad, y quisiera conocer las respuestasa algunas de sus preguntas.

En ese momento, llamaron a Jack a cubierta(algo relacionado con las velas, seguro) yStephen se sumió en una agradable reflexión.Quizás no poseía los millones atribuidos aDobson, y es que obviamente se necesitaba unagran suma para semejante empresa, pero él eralo que mucha gente entendía por acaudalado, o,como mínimo, adinerado. A pesar de ello, nohabía hecho más que considerar un viaje aldesierto de Atacama, para examinar los efectosde la aridez, y otro viaje para estudiar la vida delTetrao urogallus caucasiano; no obstante,ninguno de estos propósitos se habíamaterializado. No había contribuido en nada alconocimiento de la humanidad. Parte de suintelecto ofreció un torrente de excusas,circunstancias atenuantes, aseveraciones de susméritos, su historial inquebrantable de respetar laCuaresma de forma tan estricta como lo haríaalguien a punto de ser ordenado sacerdote. Todoello no logró animarle, y se alegró al ver

Page 392: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

reaparecer a Jack con la noticia de que el«jodido trinquete ha caído por la borda, aunquetodo vuelve a estar en su lugar». Las palabrasque siguieron al «jodido» sonaron a obscenidad,una obscenidad mucho mayor que cualquiercosa que Jack tuviera por costumbre decir, y queStephen seguía intentando aprehender einterpretar cuando cobró conciencia de que leestaba hablando del empeño de Hanson y Danielpor trazar el rumbo al refugio que el ballenerotenía en Pillón, protegido por la isla. Poseían lasindicaciones de Joseph Carling, el dibujo de laisla desde sudoeste y oeste, sus instruccionespara hallar la entrada a la pequeña bahía y unatabla aproximada de las mareas.

–Con este viento suave deberíamos llegarfrente a la costa un poco antes de la pleamar delas nueve -dijo Jack-. Pairearemos al abrigo dela isla, y despacharemos a la Ringle con amboscontadores a bordo. Podrá acercarse con mayorfacilidad que la Surprise, y el canal tiene unavuelta donde nosotros podríamos tocar y ella no.Todos los balleneros la conocen y se cuidanmucho de pasar por allí si van muy cargados y

Page 393: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

hunden casco. Desearía que el cielo tuvieramejor aspecto, aunque estamos a una recaladade navegar en aguas de cien brazas, rumbonorte y con la bodega llena.

Todos los balleneros conocían la peligrosavuelta del pasaje de Pillón, aunque ignorabanque la terrible tempestad que asoló la costa seconfabuló con un terremoto (cosa habitual en esadesafortunada zona) que lo bloqueó con unconsiderable corrimiento de tierras. Los de laRingle hicieron avante con alegría rumbo alrecodo, esperando poner el timón a bandallegado el momento cuando de pronto toparon defrente con las afiladas rocas.

Reade, pálido y agitado, volvió en la canoapara informar al capitán Aubrey.

–No se preocupe, William -dijo éste-. Ustedguíenos, que sondaremos las aguas. Veremos sicon todas las anclas a popa y el cabrestantepodemos sacarle a usted de ahí. La marea estásubiendo.

Sacaron de ahí a la goleta con un gruñidoestremecedor justo cuando la marea estaba en lomás alto. Todos los marineros y todos los

Page 394: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

habitantes del pueblecito sudaron agarrados alos linguetes. La embarcación reculó hacia aguasmás profundas, aunque las muestras de alegríase vieron silenciadas por el ascenso a lasuperficie de los restos de madera de la popa yde una parte del tajamar, acompañado por elforro de cobre.

La vararon sin mayores problemas en un llanocriadero de leones marinos. Con la bajamardescubrieron que las heridas, aun siendoterribles, no eran mortales. Ambos carpinteros ylos pocos hombres diestros del asentamiento(que lo sintieron de veras, y que fueron quienesles informaron del leve terremoto acaecido)trabajaron con la mayor concentración posible, ya la siguiente pleamar la devolvieron al agua.

Estaba claro que sería necesario pasar porun astillero bien pertrechado. El complejoensamblaje de las amuras, pese a no estartotalmente maltrecho, sí había quedado muyperjudicado. No podía soportar demasiadapresión en el trinquete; si bien podía haceravante, siempre y cuando no se enfrentara a unfuerte oleaje de proa, necesitaría de un dique

Page 395: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

seco y diestros cuidados para recuperar lacombatibilidad que la caracterizaba.

Querida-escribió otra vez Stephen, sentadoen esa ocasión con cierta comodidad alescritorio-, no me cabe duda de que recordaráusted a ese joven extraordinariamente amable,que en lugar de mano luce un garfio de acero. Sellama William Reade, y no sé la de años que harádesde que le considero mi amigo. Ay, pobre.Verá, resulta que estaba al mando cuando ladesdichada goleta embistió a todo trapo unosarrecifes, lo que a punto estuvo de costarle laembarcación. Las aguas estaban calmas, y lasrocas habían aflorado hasta quedar a menos deun metro de la superficie debido a un terremotoacaecido mucho antes de arribar nosotros apuerto; de hecho, antes también de que unballenero que conocía muy bien las aguas delfondeadero nos indicara la posición del pasaje ocanal con gran meticulosidad. De modo que elpobre hombre no tiene motivos para culparse.Nadie, y menos que nadie Jack Aubrey, queprácticamente lo ha criado desde que era unniño, y que le quiere y aprecia, le culpa por lo

Page 396: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sucedido. Sin embargo, camina encorvado,lastrado por el peso de una culpa imaginaria.Dado que su embarcación no cuenta con cirujanoa bordo, le he prescrito una modesta purga, yesta noche dormirá, dormirá y mucho, con estaoportuna ayuda por mi parte de la sustancia y delpellizco de eléboro que incluiré en el preparado.Qué Dios lo bendiga.

En otro orden de cosas debo decir que, sibien los parajes al sur de este inmensocontinente resultan amenazadores, y tienennombres tales como Puerto Carestía, CaboPerverso e Isla Desolación, si uno sobrevive ypersevera se alcanzan regiones, trechos decosta donde la corriente del sur es constante yfavorable, donde la brisa sopla a menudo a favor,al norte, más de lo que necesitamos para arribara San Patricio con nuestra maltrecha Ringle, y,espero, curar la melancolía del buen William. Suestado de ánimo conmueve a los suyos de talmodo, que los he visto en ocasiones sacudir lacabeza y aplaudirle al pasar por su lado.

Estas aguas tan peculiares, esta extensión deinconmensurable océano, rebosa, rebosa, repito,

Page 397: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

innumerables pececillos tan parecidos a lasanchoas que dudo que fuera capaz dedistinguirlos de esa especie (o género), a menosque dispusiera de un ejemplar de la anchoamediterránea para la comparación. Solemoslanzar la red por el costado, lo que nosproporciona en un tris un plato de morralla(quizás con pececillos demasiado grandes,cierto, pero muy sabrosos). Nuestros placeres ennada pueden compararse a los queexperimentan las aves marinas de la zona, sobretodo los pelícanos. Vuelan en círculo sobrenosotros, graznando como buitres, se zambullenen el agua, atrapan a sus presas y remontan elvuelo, mudos y con la bolsa llena, antes de repetirla operación. Podemos verlos en las rocas ypromontorios a lo largo de la costa; es allí donde,tras el atracón, incapaces de volver a alzar elvuelo, pasan la mayor parte del día y de la nochehasta el amanecer, momento en que todo vuelvea empezar, con sus voces tan claras ypenetrantes como de costumbre. Estas rocasestán totalmente cubiertas de una capa blancade desperdicios. Se dice que este depósito, este

Page 398: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

guano, alcanza una profundidad superior a losdiez pies.

Costeamos sin prisas. No creo quemareemos más que las gavias doblementearrizadas. La lejana y en ocasiones velada costa,con el intermitente destello blanco de losdistantes Andes, apenas parece moverse.Nuestros dedicados navegantes tomancuidadosas mediciones a cada guardia, y a cadaguardia los alfileres de la carta avanzan de formaperceptible hacia el norte, hacia San Patricio,donde confiamos encontrar no menos de tresexcelentes astilleros. Tan cerca estamos ahoraque el capitán Aubrey ha ordenado limpiar yembellecer la falúa, de tal forma que ambospodamos acercarnos al astillero escogido yconvencer a sus responsables de que atiendan ala Ringle en cuanto ésta llegue. El capitán me hapedido que le acompañe, y no, como con todaseguridad supondrá usted, para que puedaaconsejarle sobre el gobierno de laembarcación, sino simplemente por mi dominiodel castellano.

Acaba de acercarse Horatio para avisarme

Page 399: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

de que han avistado el promontorio que señala elextremo sur del estuario en cuyas costas seencuentra San Patricio. Pronto ordenará elcapitán echar la falúa. Debo ponerme elegante,pero antes permítame decirle que San Patricio,como muchas otras poblaciones de estaincómoda costa, ha contado con muchos otrosasentamientos, destruidos por terremotos,incendios o por todo lo contrario, olas inmensasque parecen relacionadas con los terremotos yque no sólo destruyen las ruinas, sino que soncapaces de llevarse por delante y pasear a unbarco, un barco de ochocientas toneladas, através de toda la población, hasta clavarlo entierra, como si de la mano de un gigante setratara, sobre los restos. Le advierto que cabe laposibilidad de que confunda San Patricio conotras poblaciones, pues son tantas las que hansufrido estas calamidades, por no mencionar laspestes, las plagas y las incursiones de lospiratas…

Dejaron la fragata al ancla en buen tenedero,lejos, frente a la costa, y la falúa de la Surpriseremontó lentamente la confluencia de dos ríos

Page 400: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

hacia San Patricio. Al adentrarse en la zona máshabitada de la población, compuesta por losmuelles y embarcaderos a estribor, con susbarcos atracados, el timonel, por lo generalreservado, manifestó su asombro de la siguientemanera:

–Por Dios, señor, ahí está ese viejo paquetede Lisboa pintado de azul. Pintado de azul, porDios. Oh, perdone, señor.

–Sí, ése es -dijo Jack al seguir la mirada deltimonel, gesto que imitaron todos los marinerosde la falúa-. Ése es. Parece otro pintado de esecolor. No creo que lo hubiera reconocido.

–Por el amor de Dios, señor. Yo navegué deniño en ese barco, y era un buen correo. Lesgustaba hacer las cosas como en la Armada, yno hay a bordo un sólo metal, perno o motón queno conozca. ¡Ojo a la remada, proel!

Jack se volvió hacia Stephen, que estabaabsorto contemplando una bandada depelícanos.

–Mira a estribor. Creo que el cuarto de esosbarcos pertenece a tus amigos, a nuestroscolegas de la Royal Society.

Page 401: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Oh -exclamó Stephen-, pero si lo hanpintado de azul. ¿Crees que podría acercarse lafalúa para que podamos saludarlos?

Jack dio las órdenes necesarias y laembarcación se deslizó por el río.

–Cuidado con la pintura, cabrones lunáticos -advirtió en castellano de Chile un hombre muyenfadado-. Ojo con la pintura, no la toquen por loque más quieran. ¡Diantre, pero si es Maturin! ¡YAubrey! Qué alegría verles, queridos colegas.Por favor, acérquense al muelle, al otro lado, queestá seco, y suban a bordo. Tenemos unalimonada de primera.

Hablaron, y mucho, y tomaron una grancantidad de aquella excelente limonada. Seordenó a la dotación de la falúa que aguardaraen un merendero situado en el muelle contiguo, ylos miembros de la Royal Society contaron aambos los horrores, placeres y hallazgos de susrespectivos viajes. Varios de ellos lo hicieron a lavez, roncos como sapos para cuando Jack selevantó, se excusó por tener que irse a echar unvistazo a los diversos astilleros para cuidar de sumaltrecha goleta, y los emplazó a todos al día

Page 402: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

siguiente a comer a bordo de la Surprise.–Si me lo permiten, caballeros, les privaré

también de Maturin, que al contrario que yo hablael español, como bien sabrán

–Hablan muy bien de López -dijo Dobson-. Locierto es que se mostró muy solícito con nuestrapintura y una vía de agua.

–Es el segundo astillero de reparaciones a laderecha, según remonten el curso del río -dijo uneminente botánico-. El primero está ocupado porla Armada chilena.

* * *Echaron a andar, aunque lentamente, en

parte porque había varios astilleros dereparaciones a ambos lados (aunque elloshabían oído decir que sólo había tres), en partetambién porque las aves marinas volaban sobresus cabezas, a veces un número considerable deellas, y Stephen no dejaba de pararse paraobservarlas y determinar la naturaleza de lasmismas, y para maldecir, de paso, el hecho dehaber olvidado el catalejo, lo cual hubierafacilitado su tarea. Al acercarse a otroembarcadero, Stephen amenazó con hacer otra

Page 403: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

parada al ver cruzar en lo alto una bandada deaves zancudas y cuellilargas, similares a la grulla.

–¡Aubrey! – voceó alguien desde el extremoopuesto del camino-. Qué alegría verle a ustedaquí. ¿No estará buscando a la Asp?

–¡Lindsay! Qué casualidad, hacía años queno nos veíamos.

–Sí, así es -dijo Lindsay, que se acercó haciaambos. Vestía un uniforme muy similar al de laArmada Real, con más adornos quizás-. Apuestoa que está usted buscando a la Asp.

–Estaba buscando el astillero de López.–Detrás del teatro. ¿No conoce el lugar?–Dios mío, no. Es la primera vez que vengo,

y, aparte de tomar limonada con unoscompañeros miembros de la Royal Society, nohemos hecho más que caminar por elembarcadero.

–¿Miembros de la Royal Society? ¿Esoshombres que viajan a bordo del que sirvió entiempos como paquete de Lisboa? Se habrásentido usted como en casa, rodeado de tanculta compañía.

Su escasa relación no justificaba la

Page 404: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

familiaridad en el tono de Lindsay, de modo queJack guardó silencio un instante, antes de decir:

–Permítame presentarle a mi consejeropolítico, miembro también de la Royal Society. Eldoctor Maturin. Doctor Maturin, sir David Lindsay.

–Encantado de conocerle, señor -dijoLindsay, algo confundido. Y a Jack-: ¿Le gustaríaechar un vistazo a la Asp? Está ahí mismo, en ladársena de la Armada. – Cruzaron al otro lado, ycon mayor confianza señaló Lindsay los diversoscambios efectuados en la embarcación, sobretodo el alargamiento de la cubierta para quecupieran más cañones por banda. Jack tenía susreservas, pero no las mencionó; en lugar de ello,observó que la Asp debía de haber disfrutado deun pasaje notable.

–Por Dios que así fue, aunque tenía prisa.Sabrá que no soy de los que se amilanan, demodo que tomé el estrecho. Algunos dicen quees peligroso y prefieren doblar Hornos, pero a míno me importa correr ciertos riesgos, de modoque tomé el estrecho. Llegado a un puntodespués de Second Narrows, cuando casianduvimos de bolina, el viento empezó a rolar

Page 405: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

antes de doblar el cabo. Con lágrimas en losojos, el piloto me rogó que pusiéramos laembarcación al abrigo de una bahía. «No, aquíhay que estar a las duras y a las maduras», dijeyo, y así doblamos la punta con apenas unabraza de margen.

–Bien hecho, bien hecho -dijo Jack,consciente de que eso era lo que se esperabade él.

Lindsay pasó un rato saboreando su hazaña,sin dejar de murmurar: «A las duras y a lasmaduras.» Entonces, una de las aves zancudasque volaban por encima de sus cabezas defecóen su sombrero. Lindsay lo limpió por completocon una gamuza.

–Como comprenderán, llevaba prisa -dijodespués, ya en un tono más flemático-. Arribéaquí con un buen margen de tiempo. He podidoinspeccionar casi todas mis bases, casi todaslas embarcaciones que tengo bajo mi mando.Concepción, algunas de las isletas conemplazamientos, Talcahuana, y ahora esto.Aunque debo decirle, Aubrey -continuó tras haceruna pausa significativa-, debo decirle que la

Page 406: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

disciplina, el sentido del orden y, por supuesto, lalimpieza elemental, por no mencionar losconocimientos de náutica, no son tan buenoscomo desearíamos. Es una de las muchasrazones por las cuales me alegro tanto de tener aun hombre como usted, con su reputación, a misórdenes.

–Todo eso que dice resulta muy amable yhalagador -dijo Jack tras guardar un reflexivoinstante de silencio y mirar de reojo a unimpasible Maturin-, pero mucho me temo queaquí hay un malentendido. En calidad de capitánde navío en la lista de oficiales en activo, a quiense le ha asignado una misión oficial, estoy sujetoa las órdenes del Almirantazgo y de nadie mássobre la faz de la Tierra.

Lindsay se puso rojo como la grana.–Soy el comandante en jefe de las fuerzas

navales de la junta-dijo tras dos intentos deréplica fallidos-, y como tal…

–¿A qué junta se refiere?–A la combinación de autoridades que

conforman la República.–¿La república de toda la nación?

Page 407: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–De toda, aparte de las pocas basesdisidentes del norte, cercanas a la fronteraperuana que pronto serán liberadas. Y como tal -repitió con solemnidad-: tengo autoridad parareclutar forzosamente a sus hombres y confiscarsu embarcación.

–Caballeros -dijo Maturin en un tono que noexpresaba autoridad ni impaciencia, sino queparecía invitar a ambos a hablar en un tono másbajo, adulto y, de paso, a abandonar la retórica-,creo que es hora ya de sentarse a la sombra.Puesto que no somos muy amigos del té,tomemos un café o un mate. Me ha parecido verun local muy agradable cerca de aquí.

–El caballero, como creo haber mencionadoantes, es mi consejero político -observó Jack.Lindsay inclinó de nuevo la cabeza, y dijo que,efectivamente, podía tomarse café, café helado,en aquel local.

Con evidente alivio superaron aquella crisispara sentarse a la sombra de un toldo, pedir caféy charlar un rato como seres humanos normales ycorrientes. Hablaron de la gente que conocían,de los pocos barcos que seguían en servicio

Page 408: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

activo, y del destino de los oficiales, sobre todode los jóvenes, varados en tierra y a media paga.Entonces, Stephen, a quien Lindsay le parecíamenos estúpido de lo que había creído en unprincipio, expuso la situación (o, al menos, unaparte seleccionada de ella), tal como se veía enLondres. El Gobierno estaba a favor de laindependencia de Chile. No le importaban muchoalgunos miembros de la junta sur, o grupo dejuntas, y no se había comprometido a reconocernada. Estaba en mejores términos con los delnorte, y había habido cierto cruce deimpresiones, un principio de entendimiento. Sinembargo, si cualquier barco remotamenterelacionado con la Armada Real sufría maltratoso abusos, las consecuencias podían serdesastrosas para la independencia chilena.Desastrosas. Por el contrario, una cooperaciónmás o menos tácita para eliminar el corso ydemás empresas españolas, por no mencionarla invasión peruana, ejercería el efecto totalmentecontrario. Sin duda, sir David era perfectamenteconsciente de la capacidad de la Surprise, de sureputación de barco combativo, de la diestra

Page 409: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

dotación que lo tripulaba. Su función principal erala de levantar planos, una función hidrográfica,pero en el transcurso de sus actividades podíamuy bien surgir la oportunidad de ayudar alnacimiento de aquella República, empeñada endar sus primeros pasos hacia una independenciareconocida por todos. Si sir David expusieratodos estos hechos con claridad a los influyentescaballeros con quienes estaba en contacto, haríaun gran servicio a ambos países.

Se despidieron con un intercambio dedeseos de buena voluntad y toda clase depromesas hechas por parte de sir Lindsay. Seprestarían una ayuda discreta en caso denecesidad. Cuando un buen trecho los distanció,Jack dijo:

–¿Cómo se le habrá ocurrido pensar a esejoven que podría ponerme a sus órdenes? Esasombroso. Habrás reparado en que no esprecisamente ningún tonto. Aun así, creía deveras en lo que decía. Creer que incluso entiempos de paz un capitán situado en lo alto de lalista y que no se halla en posición de mendigarconsentiría el hecho de actuar de forma tan

Page 410: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

alocada y desautorizada para servir a susórdenes… Es increíble.

–Tienes razón. No puedo aventurar ningunahipótesis que justifique su actitud. Aunque dice elverso, o, mejor, tartamudea, porque no sé si locitaré bien… «Jockey de Norfolk no seas tanbravucón, que han comprado y vendido a Dickon,tu señor.» -Pasearon en silencio unas pocasyardas, momento en que añadió-: Tengo ciertaexperiencia con las juntas, y debo decir que amenudo esas combinaciones constituidas con unobjetivo común sacan a relucir lo peor de loshombres. Sucede que, en general, persiguenfines más particulares que comunitarios. Y Jack,creo que también a ti te han comprado y vendido,pues un miembro de la junta norte que primero seacercó a ti se ha pasado al sur y ha transferidotus servicios a sus nuevas amistades, comohubiera hecho tratándose de un mercenario.Hablo sin pruebas, de modo que debo antesponerlo en común con Jacob, cuyos contactos yconocimientos del lugar superan con mucho losmíos. Espero verlo en Santiago. Entretanto, nohemos perjudicado a nadie.

Page 411: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

CAPITULO 9Querido sir Joseph -escribió Stephen-, daría

lo que fuera por disponer de las palabrasadecuadas para expresar la admiración quesiento ante la celeridad con que su mensaje llegóhasta aquí, y de su más que particular amabilidadal remitir a Dorset todo lo que pude escribir yenviarle concerniente a las damas. Buena partede esa celeridad la debemos, por supuesto, alingenio del señor Bridges, junto a su profundoconocimiento de los pasajes andinos, y a ladestacada capacidad física de los corredoresindios, pero también a la red de logiasmasónicas que nos localizaron aquí en lugar dehacerlo en cualquier puerto del sur. Sin embargo,su amable disposición sólo puedo agradecérselaa usted y sólo a usted, y se lo agradezco de todocorazón, adjuntando la más breve de lasrespuestas. En lo que respecta a la situaciónactual de nuestros asuntos, tanto aquí enSantiago como en el resto de Chile, y en lo queconcierne a la composición variada de las juntas(una, más o menos, por cada considerableextensión de territorio), así como a sus

Page 412: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

convicciones, por no mencionar sus ansias depoder, sepa que cualquier predicción que puedarealizar con los datos de que dispongo en estemomento supone un esfuerzo que apenas vale elpapel en el que está escrito. Aun así, diré queO'Higgins, director supremo, parece perderpopularidad junto a San Martín, mientras que loshermanos Carrera y Martínez de Rozas venaumentar la suya. Cuando haya pasado mástiempo aquí en compañía del valiosísimo doctorJacob, le enviaré a usted un informe másdetallado del mutable, casi incomprensible,panorama político. Sin embargo, de momento,debo concluir, si me lo permite, con mis mássinceras muestras de agradecimiento por elaumento de la subvención, y unas palabrasacerca de nuestros asuntos navales. La primerade estas palabras resulta descorazonadora,puesto que concierne a la fragata pesada de sumuy católica majestad, rebautizada O'Higgins, deno menos de cincuenta cañones, la cual se havuelto inútil debido a su antigüedad y mal estado.Resulta, además, que los puertos republicanosandan faltos de pertrechos navales, por lo que

Page 413: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

parece muy difícil ponerla al día. Por otro lado, elcapitán Aubrey y sir David Lindsay hanestablecido un acuerdo de trabajo. La Surprisepairea frente a un modesto puerto de Chiloé(éste aún en manos de los monárquicos, que enél disfrutan de una base considerable, a la quecabe añadir dos o tres más de capacidadmedia). El puerto en cuestión tiene un caráctercomercial, y en él se ha refugiado un famosocorsario español; se trata de una embarcaciónque la Surprise se ha propuesto abordar yapresar de noche, aprovechando la marea, de talforma que si cayera el viento pudieran recurrir alreflujo para salir. Aubrey cuenta con la ayuda detres corbetas republicanas, las cuales, segúndice, nada saben del negocio, pero tienen ganasde aprender. Cuentan a bordo con la ayuda de unexperimentado segundo del piloto de la ArmadaReal, o un guardiamarina con cierta antigüedad.Dios sabe que la República tiene una acuciante yurgente necesidad de marineros poseedores, almenos, de los rudimentos de la profesión. Estanecesidad llama más la atención cuando seconsidera la fuerza naval peruana, con los treinta

Page 414: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

y dos cañones de su novísima fragata, con otrosbarcos antiguos pero en condiciones, con variosbergantines y corbetas tripuladas por un cuerpode oficiales y marineros competentes,comandadas, en efecto, por un virrey leal a su reyy muy resentido por la derrota que losmonárquicos sufrieron en Chacabuco. El Ejércitoperuano podrá estar desacreditado, pero nopuede decirse lo mismo de la Armada peruana.Mientras los españoles conserven en su poder elapostadero sur de Valdivia y los situados en tanimportante isla del norte, Chiloé, el comercio dela República, el comercio marítimo, correconstante peligro, y hordas de corsarios, conpatente de corso monárquica o sin patentealguna, apresan cuantos barcos pueden.

De momento, hasta que tenga el honor deampliar detalles después de consultar con eldoctor Jacob, procederé a listar las juntas decuya existencia tengo conocimiento, cifraré todala carta y, finalmente, con infinita gratitud, queridoJoseph, me despediré con la mayor humildad,obediencia y agradecimiento posibles,

S. MATURIN

Page 415: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

No obstante, antes de codificar toda la carta,S. Maturin observó los dos retazos de papel quehabían llegado con el mensaje de Blaine. Unodirigido a él, el otro a Jack. Al desdoblar el que lecorrespondía, leyó, con infinita emoción: «Departe de dos excelentes amigas de Woolcombe,con todo su cariño. Brigid y Christine.» Al oír aalguien en la puerta, guardó la minúscula nota enel pecho.

El sonido de la puerta obedecía a la llegadade Jacob. Al contrario que muchos masonesortodoxos, Jacob no tenía prejuicios contra lasirregulares logias chilenas; no obstante, sídeploraba su locuacidad.

–Al fin -dijo al sentarse pesadamente en lasilla, y esnifar un pellizco de rapé-. Hedescubierto que el joven O'Higgins, el mismo conquien tan bien te portaste en Perú, llegarámañana.

–¿Ambrosio? Sí, me gustó, y me encantaráverlo otra vez. Excelente tirador, y buen botánico.¿Crees que sería adecuado invitarlo?

Jacob lo pensó, esnifó un poco más de rapé yrespondió:

Page 416: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Se sabrá, por supuesto. Sobre todo sivamos a Antoine's. Pero no creo que nosperjudique, más bien todo lo contrario.

–En tal caso lo invitaré. Jamás habíaconocido una frontera más permeable. Supongoque allí contamos con un número razonable deagentes.

–Razonable, razonable… La verdad es queno nos iría nada mal contar con algunos más.

–Mira a ver si puedes encontrar un par dehombres inteligentes y leales que tenganexperiencia náutica, para que echen un vistazo alestado de los preparativos navales en El Callao.Hay rumores de una actividad inusual. Amos,disculpa el carácter personal de la pregunta, porfavor, pero ¿incluyes hoja de coca machacadaen ese rapé?

–No. Siento un gran respeto por el tabique demi nariz, de modo que me limito al tabaco.Admito que no es tan bueno, pero me revivedespués de estas reuniones agotadoras. Comoves -dijo tocándolo con el dedo-, conservo eltabique intacto.

–Y que así sea por muchos años.

Page 417: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Personalmente prefiero mascar, o tragar. Conmoderación, con moderación, por supuesto.¿Querrías echar un vistazo al resumen que heelaborado de tu información acerca de las juntasy de sus inclinaciones políticas?

–Por supuesto.–Cifraré mientras mi carta a Whitehall;

después, Dios mediante, comeremos juntos.Pasado mañana, después de ver al jovenO'Higgins, tengo planeado acercarme aValparaíso. El capitán Aubrey habrá vuelto paraentonces. ¿Me acompañarás?

–Preferiría quedarme, si no te importa.Espero la llegada de dos o tres agentes de Lima.

* * *Stephen emprendió el viaje a lomos de una

yegua de suave trote, cuya piel lucía manchasgrises. Dobló un recodo de roca y allí, ante susojos, apareció el océano, un mar enorme ymagnífico que se perdía en el horizonte, y que seextendía aún más allá si su memoria no letraicionaba: A China, Tartaria y a las regionesque había más allá. Ante él, sin embargo,relativamente al alcance de la mano, estaba su

Page 418: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

querida Surprise, inconfundible por su elevadopalo mayor, propio en realidad de una fragata detreinta y seis cañones. Iba acompañada, lo cualno resultaba inusual, por una presa, un barcocorsario de buen porte que marchaba con lasorejas gachas, escoltado por tres corbetasrepublicanas. Estas embarcaciones pequeñas,nuevas en el negocio, sabían lo bastante deltribunal de presas como para requisar cualquiercosa de valor que pudiera hallarse a bordo,estuviera o no atornillada. Incluso a esa distanciapudo verlos en cubierta trajinando el botín, comohormigas a la salida del hormiguero.

* * *En esa etapa temprana, cuando los

extranjeros (y nada podría haber resultado másextranjero en Chile que los oficiales, losmarineros y el propio Jack Aubrey, de pelo rubioy de enorme rostro sonrojado) eran consideradosaliados valiosos, era un placer pasear porValparaíso, con sus sonrisas, sus inclinacionesde cabeza y los constantes gritos de alegría ycon sus que si feliz Navidad, que si buenasnoches, por todas partes. Cuando hubo confiado

Page 419: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

la yegua al cuidado de un establo que el animalpor lo visto conocía, Stephen se dirigió aCapricornio con cierta satisfacción, sinocomplacencia, sustituida al instante por elsincero asombro que sintió al ver a Dobson y asus compañeros sentados en una ponchera,divertidos todos de verle tan sorprendido. Notardaron por supuesto en invitarle a sentarse.

–No tenía ni idea de que hubieran llegado tanal norte -dijo.

–Oh, el Isaac Newton es capaz de alcanzargran velocidad. Contamos con un pilotoprofesional y con su ayudante, que lo conocebien de la ruta de Lisboa, de modo que inclusopodíamos hacer avante de noche.

–Ahí está ese joven tan amable de la goleta,el señor Reade -dijo otro miembro de la RoyalSociety, que interrumpió la descripción de unaplanta dicotiledónea, hasta el momentodesconocida para la ciencia-. Guardemossilencio, a ver qué cara pone.

Su cara de asombro alcanzó las expectativasque se habían creado, y después sentaron aWilliam Reade a la cabecera de la mesa.

Page 420: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Dígame, señor -dijo en voz baja el vecino demesa de Stephen, señalando con la cabeza elgarfio de William-, ¿siente el joven los efectos dela electricidad o de la electricidad estática?

–No lo creo, señor -respondió Stephen-.Claro que tiene una considerable cantidad deaislante entre el acero y la carne, como sabráusted. – Hizo una pausa, y añadió-: Ignoro porcompleto el particular. Dígame, ¿existe acasouna teoría general de la electricidad? ¿En quéconsiste?

–No que yo sepa. Sus efectos pueden verse ymedirse, pero, aparte de eso y de un puñado deafirmaciones insustanciales, no creo quesepamos siquiera ni los principios básicos.Quizás Lankester podría… Verá, ha realizado ungran trabajo en el campo del cable de cobre.Señor Lankester…

–Vaya, Aubrey -exclamó el señor Dobson-,bienvenido a tierra. Ahora ya sólo nos faltan Noé,Neptuno y un par de tritones, ja, ja, ja. – Y pidióotra jarra de ponche.

Con ponche o sin él, los presentesescucharon con atención el breve relato de Jack

Page 421: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

referente al abordaje del corsario. Se llevó acabo por el costado de babor, mientras lospocos morteros de la Surprise, servidos con brío,encendieron las luces en el cielo, luces multicoloracompañadas por estruendos estremecedores.

Tras esto concluyó la velada. Después de unacena neblinosa llena de desvaríos, hubo queacompañar a la cama a tres o cuatro miembrosde la Royal Society, mientras que los demás sesentaron bajo el cielo estrellado, paradesintoxicarse con un granizado de frutas varias.

–¿Qué daños sufrió el barco? – preguntóStephen mientras caminaban de vuelta a la fondadonde había dejado la yegua.

–Muy pocos, poquísimos -respondió Jack-.Nada que la buena de Poll no pudiera tratar.Nuestros acompañantes, los corsarios de Chiloé,no tienen ni idea de lo que es un combate: sabengobernar el barco, pero en lo que respecta acombatir con él… Por otro lado, nuestros jóvenescompañeros fueron de mi agrado, me refiero anuestros chilenos. Gobernaron susembarcaciones con soltura en la travesía de ida,y llegado el momento saltaron al abordaje como

Page 422: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

auténticos guerreros, alfanje en mano.–¿Regresarás mañana conmigo? Tengo que

ver a dos hombres y luego me iré.–No lo creo. Puesto que no hablo español, no

sirvo de mucho en Santiago ahora que he hecholo que debía, con tu ayuda, en favor de lasautoridades. No. Aquí abajo puedo resultar útil,puedo lograr algo, según nuestro acuerdo con eldirector supremo. Tienen buenos astilleros,embarcaciones decentes de hasta cientoneladas o así, y en esta época del año losvientos acostumbran a ser entablados ybenévolos. Además, esos jóvenes tienen ganasde aprender, y lo hacen rápido. Harding yWhewell hablan un poco el español, igual quealgunos de los suboficiales y marineros, pero lomejor es que la mayoría de ellos cogen la ideagracias a los ejemplos y a la buena voluntad.Quizás la vuelta de un nudo no sea tan simple, almenos la primera vez, pero sólo tuve queenseñárselo a Pedro una vez más para que loaprendiera. Tendrías que haberle visto reír comoun condenado, mientras se disculpaba conmigopor ello.

Page 423: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Me alegra de todo corazón eso que mecuentas, querido amigo. Quizás tengamosnecesidad de jóvenes capaces de hacer la vueltade un nudo, quién sabe… Respecto a la risa, a larisa sincera, abierta, coincido con tu Pedro. Hayun algo de ofensivo en la risa, sobre todo cuandono responde a una diversión genuina. Un grupode mujeres jóvenes riendo en voz alta yparloteando mientras agitan sus cuerpos yextremidades bastaría para hacer que uno seretirase a un monasterio. Nuestros colegas delIsaac Newton no han ofrecido un espectáculomuy edificante que digamos.

–No me había dado cuenta de que losespañoles nos miraban con seriedad, y lamentode veras haber encargado esa última ponchera.Aunque por otro lado, la nuestra es una sociedademinente y respetable. El Proceedings esconocido en todos los círculos académicos, y loshombres del Isaac Newton, por borrachines quepuedan mostrarse en ocasiones, cuentan conrecomendaciones del Gobierno, del Ministerio deAsuntos Exteriores y de universidades de todosaquellos países que visitan. Te aseguro,

Page 424: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Stephen, que nuestra relación con ellos, con lasociedad en general, cuando sus miembrosestán sobrios y ansiosos de compartir elresultado de sus investigaciones, constituye ungran beneficio para nosotros.

–Querido, no podría estar más de acuerdocontigo. Aun así, me gustaría que no rieran tanto,o, al menos, si de veras les divierte algo, que lohicieran como hombres en lugar de eunucos.

»Ah, querido Jack -dijo al detenerse en lapuerta-. A punto he estado de olvidar una notaque tengo para ti y que llegó en el paquete de sirJoseph. – Se la dio. Al contrario que la nota quehabía recibido Stephen, la de Jack era una cartade verdad, escrita con letra pequeña.

* * *Pasó un tiempo antes de que Stephen

regresara a la fonda donde se habían instaladoen Valparaíso. Se debió al feliz descubrimientode la colonia catalana, a cuyos miembrosencontró bailando sardanas en la plaza, frente aSan Vicente. Caminó de vuelta con una sonrisaen los labios, mientras aquella música familiar lerondaba todavía por la cabeza.

Page 425: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Sin embargo, la sonrisa desapareció depronto al ver a Jack hundido, triste, con los ojosenrojecidos. Stephen había deplorado a menudola tendencia del inglés a mostrar abiertamentesus sentimientos, gran debilidad emocional, peroen ese momento, al observar con gran atención asu amigo, creyó ver algo fuera de lo común.Además, Jack se levantó, se sonó la nariz y dijo:

–Discúlpame, Stephen. Te ruego que meperdones por tan vergonzosa exhibición. La cartade Sophie me ha llegado al alma -dijo con lashojas transparentes en alto-. Es tan valiente ybuena; nunca dice una palabra más alta que laotra, ni se queja, aunque por lo visto las niñas hanestado muy enfermas, y Heneage Dundas noestá muy satisfecho con la conducta de Georgeen el Lion. Carga con todo el hogar a cuestas,Stephen, lo ha descrito de maravilla: El patio, losestablos, la biblioteca, las tierras y el ejido. Dicecosas tan amables de Christine y de tu Brigid…Dios mío, me ha hecho añorarla tanto. Aquí metienes, en el extremo opuesto del mundo,confiándolo todo a su cuidado… No tenía ni ideade cuánto los echo de menos.

Page 426: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Stephen le tomó el pulso e inspeccionó suspupilas.

–Es muy duro, mucho, pero en primer lugardebes considerar que el buen viento del oestenos empujará algún día por el estrecho, y quedespués, lo cual no es improbable si acompañasa la escuadra, nos llevará al cabo. Allí, con laliberación de Chile a tu espalda, podrás traer aSophie y a todas las personas que quieras aeste país delicioso y saludable, repleto denuevos paisajes y de un vino excelente. Sophieadora el buen vino, y que Dios la bendiga porello. Como médico, te aseguro, Jack, que nosconviene cenar muy bien. Dos buenos filetes deternera, por ejemplo, regados con una grancantidad de borgoña (sé dónde conseguirChambertin), para después tomar una grajeasedante que nos ayude a conciliar el sueño.

Page 427: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

* * *Cabalgó de nuevo a la mañana siguiente, tras

visitar los dos barcos de guerra, en cuyascubiertas tuvo tiempo de pensar en lo increíbleque era sentirse a bordo como en casa. Saludó asus viejos camaradas, se recordaron unos aotros las viejas penurias y privaciones, el díaaquel que el doctor se negó a cargar con elcadáver de una foca… Finalmente, intercambióimpresiones con Poll y Maggie acerca de lossatisfechos pacientes que tan bien atendidosestaban.

Dejó atrás la polvorienta ciudad, y tomó lacarretera principal a Santiago, que aquel díaencontró casi desierta.

Adelante, adelante a lomos de la yegua,hasta alcanzar el tramo de roca tachonado conpequeños y espinosos cactus que los lugareñosconocían por el nombre de Cachorro de León.Tardó una hora, quizás más, en doblar estaenorme extensión de terreno y llegar al lugardonde la carretera serpenteaba arriba y abajopor tierras yermas (yermas, si no fuera poralgunas maravillas de la botánica). Aquel lugar

Page 428: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

contaba con un gran surtido de aves de presa,desde el halcón hasta el inevitable cóndor. Lasubida suponía al menos nueve décimas partesdel camino, era un ascenso constante, conalguna que otra bajada tan pronunciada queStephen se veía obligado a desmontar y guiar ala yegua del bocado. En todo este extraordinariocamino que atravesaba las montañas, biencaminara bien cabalgara, ahí, ante él, a diversasdistancias, clara y diáfana a veces, desenfocadaotras, no veía a Christine, sino las diversascurvas que la conformaban. Las millas pasaroninadvertidas hasta que la yegua se detuvo en sulugar de descanso habitual y volvió la cabezahacia él, con un brillo de desaprobación en lamirada.

En el siguiente trecho del camino,franquearon una barrera invisible que daba alaire fresco de los Andes, y ahí la tenía de nuevo.No eran ilusiones, sino percepciones: Christine,clara, mejor definida, sobre todo al moverse porla oscura pared de roca. Alta, erguida y ágil,caminaba con soltura. Stephen recordaba conclaridad cómo ella, cuando leía, cuando tocaba

Page 429: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

música, cuando encaraba el catalejo sobre unave, o simplemente cuando reflexionaba, parecíaestar ausente, ajena a todo, en su propio mundo.También recordaba el momento en que ellaparecía regresar de pronto, ya fuera porque élhablara, o se moviera. Dos seres completamentedistintos; el placer de su compañía, quedisfrutaba más al recordarlo, el fruto de lafelicidad, de la consumación de la cercanía. Sudeseo era el de un hombre, eso por supuesto, yle gustaría conocerla físicamente, aunque eso erasecundario, una emoción muy remotacomparada con la experimentada al observar sufantasma, el espectro, la aparición cuya figura sedibujaba con toda la claridad del mundo en lapared rocosa.

Había deducido que Christine no era muyapreciada en la colonia, donde si bien su bellezapoco frecuente no pasaba del todo inadvertida,tampoco era admirada. En una concurridareunión, había oído decir a una mujer que poseíauna belleza convencional: «No sé qué ven enella», refiriéndose al grupo de hombres jóvenes ymaduros que rara vez se alejaban del lugar

Page 430: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

donde ella se sentaba.Después de mucho pensarlo, lo que más le

llamaba la atención en ella era aquel cambio queexperimentaba de pronto: la dama de buenacuna, poco dada a las críticas personales, a loschismorreos de las colonias, reservada pero notanto como para resultar hiriente, se convertía depronto, se transformaba en alguien cálido,dispuesto a cruzar simpáticos comentarios conalguien que le agradara. Cuando esto sucedíatoda su actitud física se veía alterada.

Nunca llegaba a mostrarse hierática, pero enese momento su pose adoptaba ciertaflexibilidad. Stephen, que la había observado conmayor atención de la dedicada al ave máspeculiar del mundo, era capaz de averiguar apartir del más leve cambio de postura, siChristine veía con agrado la perspectiva decharlar con alguien, o no.

–Estoy hechizado -dijo en voz alta-, pero esacomplicidad espontánea…

No terminó de expresar en voz alta lo quepensaba. En la curva siguiente apareció el líderde una reata de mulas, un animal viejo con un

Page 431: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sombrero en la cabeza, acompañado por unhombre que con su estruendosa voz despertó eleco del abismo al ordenar a Stephen y a suyegua que se apartaran a ese rincón.

Isobel, la yegua, sabía exactamente lo quedebía hacer. Fue una suerte, porque Stephenestaba tan ensimismado, tan absorto por elconvincente (aunque lejano) espejismo, queignoraba que desde hacía un cuarto de horarecorrían la mula y él un camino tallado en lapared de un risco, al borde de un imponenteprecipicio.

–Vaya con Dios -saludó el mulero al pasar delargo. No fue el único, puesto que también lesaludaron quienes: cerraban la marcha. AStephen le pareció un gesto reconfortante,tratándose de un lugar tan inhóspito y solitario.Jinete y montura doblaron el recodo y siguieronsubiendo hacia el creciente crepúsculo, paradespués atravesar una cuenca más angosta. Suilusión, el espejismo, silencioso siempre,perfecto, había desaparecido. No regresó, pormucho que lo buscó o se esforzó en imaginarlo.Es más, la naturaleza del paisaje había

Page 432: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cambiado. Un giro cerrado más y, ante ambos,apareció la pendiente que señalaba el pasoelevado; abajo, en una cuesta, pudo ver las lucesde una fonda.

Era una mañana helada. Cruzaron el pasopara llegar a una carretera más poblada, tediosaa veces, monótonamente uniforme. Otra fonda,con comida aún peor. Arriba y abajo, arriba yabajo… ay, sin espejismos ni visiones. Hacia elfinal de aquella agotadora jornada, llegaron aSantiago. Isobel, almohazada y alimentada conun potaje caliente, pudo irse a dormir al establode costumbre, con la cabeza gacha. Stephenvolvió a la fonda, donde encontró a Jacob presade un nerviosismo inusual en él.

–De modo que has vuelto -exclamó.–No podría estar más de acuerdo con tus

palabras -dijo Stephen-. Ayúdame a quitarme lasbotas.

–A menos que esos dos nuevos agentes nodigan más que mentiras -dijo Jacob cuandoStephen quedó descalzo tras un último tirón quecasi los dejó sin aliento-, y creo poder afirmarque ambos trabajan de forma independiente, y

Page 433: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que por tanto ignoran la empresa del otro, hemosobtenido apremiantes noticias de Lima y ElCallao. El virrey ha decidido invadir, emprenderla invasión, con el consentimiento y aprobacióndel Estado Mayor de su Armada, y atacarValparaíso.

Asintió Stephen, y Jacob continuó:–Sobre todo en la vertiente naval del asunto,

esto requiere de más pertrechos de los queposeen, y la gente involucrada, las diversasjuntas, corren arriba y abajo en busca de cabo,lona, pólvora y demás. Por suerte para nosotros,muchas de esas personas involucradas, losmanufactureros de cabo, lona y pólvora, hanaumentado los precios, como bien podrássospechar, u ocultado las existencias hasta queéstos alcancen lo que se supone es el límite.

–¿Es posible? – preguntó Stephen-. Antes deescribir y enviar a todo galope una advertencia alpobre capitán Aubrey, tengo que comer. He olidoel aroma casero del cocido al subir lasescaleras. He comido tantas cobayas fritas comome han servido entre este lugar y Valparaíso,tanto en el viaje de ida como en el de vuelta, y

Page 434: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

debo decir con la mayor seriedad que necesitocomer.

–En fin, si Dios es tu estómago, yo también loadoraré -dijo Jacob, que hizo sonar la campana.

Al cabo llegó la fragante olla, que conservó latemperatura al reposar en un hornillo.

Por fin Stephen quedó satisfecho. Empujó lasilla hacia atrás y, de un bolsillo interno, sacó labolsita donde guardaba las hojas de coca, lalima y la envoltura necesaria. No tenía ganas enese momento de mascar la coca, pero sabía queuna comida tan abundante como la que acababade disfrutar enturbiaría su mente. Y queríaencarar todo aquel asunto con la mente lo másdespejada posible.

–Amos, cuando recurrías a la coca en dosisconsiderables, ¿apreciaste una diferencia en lareacción según la altitud? – preguntó mientraspreparaba una bolita de hojas-. Sé que losporteadores de los Andes peruanos aumentanmucho la dosis cuando tienen que transportarbultos pesados por terreno difícil. No me parecióque les perjudicara, y supuse que la energíafísica, la resistencia física y la ausencia de

Page 435: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

apetito constituían los únicos efectos. ¿Hasobservado otros?

–No, al menos en el norte. Aparte, claro está,de la adicción compulsiva. Pero como sabes haymuchos tipos de coca: aquí ingieren la Tía Juana.En pacientes asmáticos o aquejados de migrañase conocen casos de alucinaciones, cuya fuerzay frecuencia varía con la altura. No con elcansancio, sino con la altura.

Stephen separó los ingredientes de la bolsitaen sus diferentes compartimientos, y dijo:

–Gracias, querido colega. Aunque no megusta la idea de que una planta me proporcionemi beatífica visión. Si me permite agudizar lainteligencia, multiplicar siete por doce, meparece bien, pero si toca sentimientos sagrados,no. Amos, tendremos que partir sin demora haciaValparaíso, aunque sólo de pensar que deboenfrentarme de nuevo a esa carretera…

–Si superaras esa manía que tienes a lasmulas, como ya te he dicho en más de unaocasión, podría mostrarte una vía más rápida yfácil. Es verdad que tiene muchos pasajesescarpados que sólo una cabra o una mula

Page 436: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

transitaría sin temor, pero tú mismo podrásrecorrerlos en cuanto el animal te haya mostradodónde pisar.

–En tal caso, procurémonos excelentesmulas, una cantidad equivalente de hocicos, y unmulero que sea de confianza.

* * *Stephen se encontró a lomos de una mula

amable y dócil, cuya buena voluntad se veíaaumentada en cada alto en el camino con untrocito de pan. Sin embargo, también ella seexcitó e inclinó a las cabriolas cuando llegaron aValparaíso. El lugar estaba lleno de soldados; losvítores y aclamaciones evidenciaron el hecho deque Bernardo O'Higgins, el director supremo, seencontraba en la ciudad con su potente escoltade soldados escogidos, muchos de los cualeshabían tomado parte en la batalla decisiva.

Guiaron a las mulas y al mulero a la fonda porcallejuelas poco transitadas. Al llegar,encontraron a Killick, quien arrancó el equipajede Stephen de las manos del mulero con miradasuspicaz, y les informó de que toda la condenadaciudad estaba atestada de jodidos soldados y

Page 437: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

oficiales, y que sólo por la fuerza había logradoconservar la habitación del doctor, mientras queel pobre capitán había tenido que ceder el salóna un coronelucho, con el pretexto de que elcoronelucho hablaba inglés. La Surprise seencontraba en el puerto, admirada por todo elmundo, y el capitán Aubrey se había llevado algeneral O'Higgins a dar una vuelta por la bahíaen la Ringle; si sobrevivían, habían quedado paracomer a bordo de la Surprise el día siguiente.

La palabra «mañana» despertó talimpaciencia en la mente de Stephen que seperdió parte de la información que Killick dio acontinuación. Más tarde, Jacob, más flemático ymenos preocupado, se la repitió. Lindsay sehabía echado a la mar para proteger el comerciorepublicano del ataque de los corsarios;cuatrocientos soldados se disponían a marchar aConcepción, lo cual desahogaría Valparaíso.

Se abrió la puerta de la habitación deStephen cuando el servicio de la fonda hacía lacama, y Killick, enfadado, intentaba colocar laropa en los inadecuados armarios. Stephenasomó la cabeza, pensó que cualquier cosa

Page 438: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sería mejor que soportar esa actividad, y seretiró. Casi de inmediato, se topó con un oficialque se detuvo, le saludó con una inclinación ydijo:

–Doctor Maturin y Domanova, supongo.Permítame que me presente. Soy Valdés. Solíavisitar Ullastret para la caza del jabalí, y creo quepodríamos considerarnos familia.

–Vaya, usted debe de ser el primo Eduardo,de cuyo inglés tanto se enorgullecía mi abuelo, ¡ycon razón! Me alegro mucho de conocerle.

–Y yo de conocerle a usted, primo Stephen. –Se abrazaron, y Stephen sugirió que bajaran alpatio y brindaran con vino por tan feliz encuentro.

A la luz del día, Stephen vio que su primo eracoronel, un oficial que había estado en varioscombates, un soldado, pero un soldadocivilizado, que en ese momento hablaba de JackAubrey en los términos más halagadores, inclusoentusiastas.

–…Qué tipo tan extraordinario. Don Bernardofue a verlo de inmediato, y en este momento danuna vuelta por la bahía en la goleta…

–Bien hecho, primo. Pasó mucho, mucho

Page 439: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tiempo, antes de que aprendiera cómo la llaman:Goleta.

–Ja, ja -rió el coronel, visiblementesatisfecho-. Pero, dime, por favor, ¿cómo se dice«director supremo» en inglés?

–Ahí me has cogido -respondió Stephen-director general huele a comercio, y protector aese bellaco de Cromwell. ¿Jefe de Estado,quizás?

Intercambiaron propuestas, aunque ningunapareció satisfacerles para cuando entraron Jack,varios oficiales y el «director supremo» enpersona. Tenía éste buen aspecto, y saltaba a lavista su ascendencia irlandesa. Stephen y él eranviejos amigos, y la conversación continuó eninglés. Después de los primeros saludos, elplacer de comprobar las cualidades marinerasde la Ringle en persona, por parte de O'Higgins,las felicitaciones por los hechos de armas de lossoldados chilenos y etcétera, prosiguió laconversación.

–Señor, he venido de Santiago en mula -dijoStephen-, en mula -recalcó-, señor, por unacarretera rápida pero peligrosa, casi un sendero,

Page 440: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

a través de estos intrincados bosques, porquetenía cierta información que pensé debía poneren su conocimiento cuanto antes.

O'Higgins estudió la expresión de su rostro ymiró a su alrededor.

–Acompáñeme al almenado. Por favor, vengausted también, capitán Aubrey. Y usted, coronel.Antes, tengan la bondad de emplazar centinelasque velen por la intimidad de nuestraconversación.

Desde lo alto del almenado pudieron ver a laSurprise y a la goleta, iluminadas ambas por lapreciosa luz del sol. La dotación engalanaba laSurprise, debido a que el director supremocomería a bordo al día siguiente.

Caminaron todos juntos, y Stephen resumiólas noticias que tenía. La decisión de invadir,tomada por el virrey peruano, de cruzar lafrontera a caballo y a pie en cuanto la Armadaperuana hubiera destruido a los barcos de guerrachilenos en Valparaíso (el desconcierto en Limay El Callao en lo que a los pertrechos concernía),la elevada probabilidad de que los buscaran enValdivia…

Page 441: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Gracias, muchas gracias, doctor -dijoO'Higgins-. Todo esto viene a confirmar losinformes de inteligencia menos fiables y precisosque había recibido.

–Señor -dijo Jack Aubrey-, ¿me permitesugerir que llevemos a cabo un reconocimientoinmediato? El viento es favorable y lo másseguro es que nos traiga pronto de vuelta. Raravez he visto un viento más prometedor.

–Doctor Maturin -dijo O'Higgins-,¿mencionaron sus informadores en qué estadose encuentra la Armada peruana?

–No de forma explícita, señor -respondióStephen-, pero por inferencia, y por los elevadosprecios, parece claro que la única fragatapesada, la Esmeralda, creo que de cincuentacañones, no está preparada para hacerse a lamar. En lo que respecta a las embarcacionesmenores, tengo entendido que aún están peor.

El director supremo reflexionó unos instantes,a la luz de la información.

–Si conozco a esa gente de Lima, seguroque pasaran los próximos diez días distribuyendominutas y memorias de ministerio en ministerio.

Page 442: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Disponemos de tiempo. Querido capitán Aubrey,si me permite acompañarle a bordo durante lacomida, como usted sugirió, estaría bien que,mientras, se moviera el barco con soltura perocasi de forma imperceptible, hasta doblar elpromontorio sur y, desde ahí, navegar con lamáxima celeridad a Valdivia, dondefondearíamos frente a puerto antes de la puestade sol, de modo que podamos echarle un vistazocon la luz de espaldas. Llevaré todas las cartas,planos y dibujos que tenga.

–Excelente, señor -dijo Jack, incapaz deocultar la satisfacción que sentía.

* * *Fue una comida curiosa, de la que se habló

mucho. En lo que concierne a la dotación delbarco, comenzó con toda la naturalidad delmundo cuando, antes de comer, la Surprise ytodas sus gentes mostraban un estado dehigiene sobrenatural. Era natural, en cambio, quela proximidad del gran hombre se celebrara conel estruendo de los cañones, que no dejaron unasola ave en el agua. El costado estabaengalanado cuando subieron a bordo con los

Page 443: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pitidos del contramaestre. Sin embargo, inclusoen ese punto hubo algo extraño en el modo enque abarloó la falúa del capitán. Llegó el directorgeneral, junto con un coronel que, sin duda,dignificó su profesión de soldado al subir abordo. Fue aún más extraño el hecho de que, unavez sentados a la mesa, se diera la orden desubir y estibar la falúa, y empezar a retirar losadornos que habían puesto, cobrar los cabos yarranchar el barco.

–Te lo digo yo, Maggie -dijo Poll Skeeping asu mejor amiga-. Creo que aquí se cuece algo.

–En cuanto he visto a Joe Edwards y a suscompañeros recoger esos andariveles, estandoaún el caballero sentado a la mesa, me he olidoalgo.

Para mantener la funcionalidad de un ente tancomplejo como un barco de guerra, todos loshombres y la mayoría del equipaje debía poderafrontar un gran número de acontecimientosdistintos, de circunstancias y de emergencias, yademás debía hacerse con rapidez. En un barcode guerra tan preparado como la Surprise,donde la mayoría de la tripulación la constituían

Page 444: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

marineros de primera, todo esto podía hacersesin mayores problemas. No obstante, la prácticatotalidad de las emergencias que se presentanen el mar poseen un patrón determinado, unasecuencia, por desagradables que sean. Bastacon trastornar ese patrón, para mermar laconfianza. La recogida de esos andarivelescausó mucho más daño que el hecho de estibarla falúa en su lugar habitual en cubierta, orden depor sí extraña, inusual y censurable, no parecíauna locura, pero sí algo incluso peor: era un malaugurio.

Prosiguió la comida de Jack sin mayorescontratiempos, con el habitual tintineo de jarras.Mientras, los marineros de la fragata confiaron eldesasosiego que sentían al compañero decoleta, el amigo en cuyas manos ponían la coletapara su cepillado y posterior trenzado, aunquetambién hablaron con otros que incluso nadatenían que ver con su guardia, pero por quienessentían igual simpatía. Estas amistades estabanlejos de poder considerarse infrecuentes, aunquesí había algunas inverosímiles o inadecuadas,como la que había surgido entre Horatio Hanson

Page 445: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

y Davies El Torpe, torpe no por sus toscosandares, sino por lo furioso que se ponía cuandose ofuscaba. Ambos trabajaban en una nuevasondaleza, y en ese momento hacían las marcascon la precisión necesaria para una navegaciónexacta.

–Señor, ¿alguna vez había visto ustedrecoger los andariveles con los invitados abordo? – preguntó Davies, inquieto y en voz baja.Ahí seguían los invitados, a bordo, y sus vocescomentaban los entresijos políticos de las juntas,comentarios que podían oírse desde el lugardonde trabajaban Hanson y Davies.

–Oh, respecto a eso… -dijo Horatio-. Poll lomencionó cuando bajé a por estropajo, y le dijeque se tranquilizara, que así lo había ordenado elcapitán.

–Bueno, si lo ha ordenado el capitán… -dijoDavies con un suspiro de alivio.

Poco después llegaron nuevas órdenes departe del capitán, que habló por boca delpequeño e inmaculado guardiamarina Wells,quien dedicó una sonrisa nerviosa a Hanson, ydijo:

Page 446: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–El capitán me ha enviado con órdenes parael señor Somers. Tenemos que levar el ancla.

–Lo encontrará en el jardín -dijo Hanson.Poco después, llegó la orden a popa. Debían

prepararse para levar anclas, deslizarse con elreflujo de la marea y, después, desarrizar elvelacho hasta doblar el promontorio. La actividadse apoderó del barco, una actividad calma yrelativamente plácida. Por fin sabían dóndeestaban, pues la Surprise tenía que escurrirsecon el reflujo, según el plan elaborado por suoficial al mando, escurrirse mientras el sol caíaen la misma dirección que la ciudad para evitarmiradas furtivas. Después, en cuanto doblaran elpromontorio, se cubrirían de lona y pondríanrumbo con el terral del este hacia el lugar queescogieran, con el regente de la nación y sucompañero a bordo. Con diligencia y mayordiscreción, levaron anclotes, tuvieron cuidado ala hora de alotar y atortorar el ancla para evitarhacer ruido, y, aun así, observaron el bote de laRingle que se acercó a recoger al señor Reade,que enseguida embarcó sin la menor ceremoniay animó a los suyos a bogar con alma hasta

Page 447: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

llegar a la goleta, donde nada más subir a bordoordenó imitar la febril y solapada actividadejecutada en la Surprise.

* * *Noche. Por ser luna nueva, tan sólo brillaban

las estrellas. Ni a O'Higgins ni al primo Eduardoles interesaba demasiado la astronomía o lanavegación; ambos, guerrilleros bregados,conocían el valor de disfrutar de una noche desueño. Fumaron un cigarro en el alcázar,arrojaron las colillas encendidas a laespectacular estela, y se fueron derechitos a lacama tras despedirse de Jack Aubrey, queenseñaba a Daniel, Hanson y Shepherd(guardiamarina éste, cuya inteligencia por finempezaba a despertar) las lunas de Júpiter, nopor ser objetos dignos de ser observados por subelleza, ni por curiosidad, sino por tratarse deelementos valiosos para una buena navegación.

A la mañana siguiente, durante un desayunomuy agradable, O'Higgins rogó a Jack que semantuviera bien a la mar cuando pasaran a laaltura de Concepción.

–Mi querido señor -dijo Jack-, eso no es

Page 448: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

probable que suceda antes de las cinco de latarde.

–¿De veras? Pues creía que estaba ustednavegando a una gran velocidad. Claro que pocosé del mar.

–Hemos alcanzado una velocidad de dieznudos, y podríamos haber largado más lona,pero me pareció entender que usted queríaarribar a Valdivia a última hora, más o menos, dela tarde.

–Así era, por supuesto, y sin duda se lasapañará usted para que lo logre.

–Nada es seguro en la mar, nada enabsoluto. Pero el barómetro se mantieneconstante. El viento tiene todo el aspecto deseguir igual de entablado, y si no avistamosValdivia antes de ponerse el sol, donaré diezguineas a cualquier iglesia u obra de caridad queusted escoja.

–Vaya, qué emocionante -dijo O'Higgins conuna sonrisa-. Yo haré lo mismo si lo logra.

No tardó en saberse en todo el barco, y lohizo por el canal de costumbre. Aunque apenashabía un sólo hombre en todo el barco que no

Page 449: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

hubiera zarpado de Gibraltar cargado de oro(con la paga, al menos, de varios años), lamayoría habían empleado su nada desdeñableingenio para librarse de él. Cierto era quealgunos habían enviado una suma importante asus hogares, pero fuera como fuese habíanrevivido los antiguos valores de la dotación, ycuando oyeron que diez guineas estaban enjuego, mantuvieron la fragata en condiciones conel mismo empeño que demostraban cuandoperseguían a una presa. Los oficiales y losgavieros también estuvieron ocupados, aunqueninguno de ellos fuera tan buen marino comoHarding y los demás marineros veteranos, yaunque nadie conociera mejor el barco. Seanticipaban a todas las órdenes, y, cuando a esode las cinco en punto de la tarde, Stephen yJacob llevaron a cabo las rondas de rigor (dosde las habituales hernias sólo necesitabanreposo, y también tenían un par de obstinadoscasos de sífilis), y tomaron la taza de té decostumbre con Poll y Maggie, escucharon elvozarrón del capitán Aubrey explicando aldirector supremo en el alcázar que esa nube de

Page 450: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

humo, situada a una cuarta por la aleta deestribor, provenía de Concepción.

–Me alegro muchísimo -respondió O'Higgins,proyectando la voz al cielo con toda la fuerza dela que fue capaz-. Y espero que todos mishombres se hayan instalado cómodamente.

Jack Aubrey pretendía aferrar las juanetes eincluso las gavias mucho antes de arrumbar alpuerto de Valdivia, en cuanto surgiera por orienteCabo Corcovado. No obstante, el vientofavorable, la corriente y, sobre todo, el empeñode la tripulación, pusieron el cabo ante sus ojospor la amura de babor mucho antes de quetuviera derecho a llegarse allí, mucho antes deque el sol hubiera descendido tal como deseaba.Acortó de vela, y cuando todo estuvo recogido,inmóvil y adujado, dijo al director supremo:

–Señor, se me ocurre que usted y el coronelValdés quizás querrían practicar el ascenso a lacofa, con el fin de prepararse para el momentoen que avistemos Valdivia, dentro de poco,cuando el sol esté cerca del horizonte.

–Me encantaría-dijo O'Higgins, y, claro, elcoronel Valdés tampoco pudo objetar nada.

Page 451: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Ambos ocultaron su alegría muy bien al treparmás y más con gran estoicismo, hasta alcanzarla modesta altura a la que estaba situada la cofade mayor.

–Podríamos subir más -dijo el capitán.–Oh, gracias, pero desde aquí ya lo veo bien -

replicó O'Higgins secamente. El coronel Valdéspreguntó si sería mucha molestia que lessubieran unos catalejos. Pues en esosdesacostumbrados ascensos a lo alto, existía elpeligro de que se produjera un temblorinvoluntario, puramente muscular, de las manossi uno se veía obligado a subir y bajar repetidasveces. Estaba más que dispuesto a quedarse enla cofa hasta que pudieran ejecutar elreconocimiento. Y no podía faltar mucho, porqueya distinguía varios trechos de costa que leresultaban familiares, y el sol no se encontrabalejos del horizonte.

En lugar de estorbarlos en la cofa, Jack optópor descender por los flechastes y regresar a lacabina, donde, de nuevo, estudió las cartas, losmapas y los planos de Valdivia que O'Higginshabía llevado consigo. Las cartas sólo podían

Page 452: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

interesar a un marino, pero hizo una selección delo demás, lo enrolló y guardó en la pechera, yvolvió a cubierta con un mapa panorámicobastante grande en la mano. Allí, vio a Daniel yHanson marcando las posiciones de algunospicos. A esas alturas, Hanson se habíaconvertido en uno de los gavieros más ágiles delbarco, y Jack le dijo:

–Señor Hanson, tenga la amabilidad decolgarse esto a la espalda, y entregarlo a loscaballeros que encontrará en la cofa. Si tomausted el obenque de barlovento, yo subiré por elde sotavento.

Para entonces, O'Higgins y Valdés yaestaban más tranquilos y, puesto que se tratabade una zona que ambos conocían bien, nodejaban de señalar las poblaciones y las iglesiasrepartidas por la costa.

–No falta mucho -dijo el director con la vista alsur. Y así era. Un cabo, luego otro, y ahí estaba lamedia luna de fortificaciones que protegían elpuerto de Valdivia. Ya en su declive, el solarrojaba una luz intensa tanto sobre la ciudadcomo sobre el conjunto del puerto.

Page 453: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Jack voceó una orden a cubierta, y el velachopuesto en facha redujo considerablemente laandadura del barco. Ambos chilenos encarabanel puerto y la ciudad con sus catalejos. El puertoparecía vacío excepto por la presencia dealgunas barcas y un bergantín mercante. En lotocante a la fortificación, actividad moderada.

El director general y el coronel Valdés habíanparticipado en más de un combate, ya fueraconvencional o de cualquier otro tipo, y cuandoValdés cifró en doscientos cincuenta hombres lafuerza adecuada para tomar el lugar, Jack lecreyó, aunque le pareció una minucia para lacantidad de cañones que había en lasimponentes y oscuras murallas.

–Señor, ¿podría usted darme su opinión? –preguntó O'Higgins, volviéndose a él-. Meatrevería a decir que tiene usted más experienciaatacando plazas fuertes que nosotros.

–Verá, señor -respondió Jack-, laaproximación desde el mar es distinta al modoen que los soldados afrontan el negocio en tierra.He estado observando esa imponente fortaleza,la parte más exterior de la cadena defensiva,

Page 454: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ante la cual caminan algunos soldados. Se meocurre que si los defensores son algo bisoños yno muy valientes podría tomarse el lugar si seprepara un ataque a dos bandas. Si se tomaseese fuerte, los dos arcos del semicírculo tendríanserias dificultades para cooperar, para organizarun contragolpe. Miren esa ladera de la playa.

Hablaron de ello un rato. Los chilenos,conscientes de la calidad de las tropas deValdivia, se convencieron de la viabilidad delplan de Jack.

–Excelente -dijo O'Higgins a Valdés-. Pediréal capitán Aubrey que nos lleve de vuelta aConcepción tan rápido como sea posible.¿Podría este barco con doscientos cincuentahombres? – preguntó a Jack.

–No sin una gran incomodidad, señor, pero siaguanta este maravilloso viento, y creo que lohará, no tendrían que sufrir mucho. Siemprepodemos recurrir a la Ringle para llevar a unosveinte. Además, permítame añadir que puedoofrecerle al menos cien marineros de primeracon experiencia en combate, acostumbrados alaspecto naval del asalto que tienen en mente.

Page 455: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Espléndida contribución, que acepto debuen grado.

–Muy amable, palabra -dijo Valdés.–Y ahora -dijo O'Higgins-, si podemos bajar a

cubierta sanos y salvos, y si el barco navegahacia Concepción, le estaría muy agradecido sinos pusiera al corriente de su plan de ataquecombinado por tierra y mar.

–De acuerdo, señor. Creo que en lo que aldescenso concierne, deberíamos dar preferenciaal coronel Valdés -y levantando la voz hastarecuperar el tono habitual-: Llamen a Davies y ami timonel. – Segundos después-: Arriba, arriba,aquí, guiad los pies de los caballeros. Esto deaquí, coronel, es la boca de lobo, y si seintroduce usted por ella, un par de fuertes manoscolocarán sus pies en unas cuerdas horizontalesque hacen las veces de peldaños.

Valdés no respondió en voz alta, sino queinclinó la cabeza y, con sumo cuidado, seintrodujo por la boca de lobo.

–Con cuidado, con cuidado ahí -ordenó Jack;desapareció la mirada inquieta del coronel,cuando unas manos competentes rodearon sus

Page 456: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tobillos y apoyaron sus pies en los flechastes.–Excelencia, su turno -dijo Jack-, y si me

permite la sugerencia, ¿qué le parece sidescansan un poco, estudian los mapas y,después de cenar, discutimos las posibilidades?

–Será un placer-respondió O'Higgins, con elrostro más lívido y descompuesto que el delcoronel.

* * *Sin embargo, ambos parecían muy contentos

y satisfechos cuando se retiró la mesa de la cenay tomaron asiento con los mapas y planosdesplegados. Tenían el café al alcance de lamano, en una mesita, y también el brandy paraquienes lo prefirieran.

–Señor, puesto que me ha pedido usted queempiece -dijo Jack-, lo haré diciendo que elcondestable y yo hemos consultado suspertrechos y que materialmente el plan que voy aproponer es factible. En resumen, se trata de losiguiente: después de embarcar a sus hombresen Concepción (escogidos por su coraje yagilidad, y también porque no se marean),nosotros, la fragata y la goleta, volveremos poco

Page 457: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

antes del alba, y desembarcaremos a todos lossoldados y marineros acostumbrados a clavarlos cañones y destruir emplazamientos deartillería, en este lugar, Cala Alta. Los botesvolverán al barco, que seguidamente se hará a lavela y pondrá rumbo a un punto situado frente alfuerte, el cual bombardeará a una distancia quefacilite el fuego de respuesta de los defensores.En ningún momento abrirá fuego la fragata sobrela puerta principal que conduce al muelle.Durante este bombardeo, los soldados ymarineros avanzarán por el camino del interior.Creo que la intensidad y el estruendo delbombardeo impedirá a los defensores (tropasque, según me cuenta el coronel Valdés, nocuentan con la experiencia que cabría desear)reparar en dicho avance. La labor de losmarineros consistirá en lanzar cohetes y frascosde fuego a las aspilleras, para llenar todo el lugarde hedores y humos irrespirables, así como paraminar todos los emplazamientos de los cañones.En este momento, los soldados mantendrán unfuego constante sobre las posiciones enemigas,gritando y aullando como súcubos.

Page 458: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–¿Súcubos? – susurró Valdés al oído deStephen.

–Demonios.Siguió una conversación susurrada en

castellano, en la cual Valdés describió el pilar deuna catedral que había visto de niño, en la cualaparecían esculpidos unos demonios queaullaban mientras ardían en el Infierno.

Cuando esta conversación hubo terminado,Stephen volvió a poner toda su atención en eldiscurso de Jack Aubrey:

–Y mi motivo para no tocar la muralla norte ysu garita es que estoy convencido de que losdefensores, a menos que sean granaderosveteranos, se hartarán pronto del bombardeo, delos gases sulfurosos y del hedor, y echarán acorrer por la puerta, después al muelle y al puntofortificado que tengan más cerca, sino a lamisma ciudad, o, al menos, a los almacenes.Mientras huyen, podremos atacarlos con metrallay, después, perseguirlos…

Hizo una pausa. Los chilenos cruzaron lamirada. O'Higgins, convencido de cuál sería larespuesta, preguntó:

Page 459: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Coronel, ¿qué opinión le merece el plan?–Excelencia -respondió Valdés-, parece una

operación perfectamente factible.–Estoy de acuerdo. Querido capitán Aubrey,

permítame pedirle que ordene a los suyos llevarel barco de vuelta a Concepción tan rápido comosea posible.

–Por supuesto, señor. Aunque creo que yahabrá observado que hemos alterado el aspectode la fragata (excelente para cualquier marino).Para volver a Concepción con cierta celeridad,tendremos antes que arbolar el palo mayor. Elsituado en medio -añadió.

–Claro, claro. El palo central. ¿Se puedehacer tal cosa en el mar?

–Con una buena dotación y un mar no muyencrespado, sí. Pero lleva tiempo, y quizásconsidere usted más prudente enviar las órdenesa Concepción a bordo de la goleta, que llegarámucho antes. Cuando nosotros arribemos apuerto, si todo va bien, encontrará a sus hombresesperando en el muelle.

–Debo escribir de inmediato una cartapensada para mentes viles. Si no recuerdo mal,

Page 460: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

debo escoger a mis hombres por su coraje,agilidad y porque no se mareen en un barco.

–Eso es, señor. En cuanto termine, confiaré ladocumentación con sus órdenes al señor Reade,comandante de la goleta, y le pediré que pongaproa a Concepción sin perder un minuto. Allí,embarcará a los soldados cuyos nombres figurenescritos al margen, y volverá en la mayorbrevedad. En cuanto nos despidamos de él,quizás les interese ver cómo se transforma unafragata manca y abrutada en algo glorioso deveras, gracias al altísimo palo mayor propio deun barco de treinta y seis cañones. Cuandohayamos terminado, nos cubriremos de toda lalona posible, y pondremos rumbo a Concepción.

Un nuevo viaje de ida y vuelta, gracias alvalioso y firme viento de poniente y a laespléndida navegación, tan espléndida quereconcilió con el mar a los sombríos soldadosapretujados en ambos barcos, tanto que enocasiones incluso se pusieron a cantar.Disfrutaban de un grupo de oficiales inteligentesy agradables, a quienes se reveló el complejoplan de Valdivia en la cámara de oficiales; a

Page 461: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

pesar de todo, fue necesario explicar elrelativamente sencillo plan de ataque una y otravez. Dos de estos oficiales conocían bienValdivia, y señalaron los almacenes situados enel extremo del muelle, con el tesoro tras ellos.

Poco antes del alba, con Marte a popa, secalentaron los fogones de ambos barcos hastaalcanzar temperaturas cercanas a laincandescencia. Los cocineros y sus ayudantessirvieron entonces un desayuno espléndido atodos los hombres: no quedó sin usar ni un sóloplato de madera, ni una jarra.

A esas alturas, las montañas llenaban unacuarta parte del cielo. En tierra se veían algunasluces dispersas. Los oficiales de la Surprise y dela Ringle ordenaron echar los botes al mar, queformaron sendas líneas, listas para bogar. Enproa, Jack encaró el catalejo de noche, y viodespejada Cala Alta y la fortificación central quese alzaba tras ella. Había ordenado acortar vela,y la dotación del barco guardaba unextraordinario silencio; el único sonido era el quehacía el viento, cuya fuerza caía a medida que seacercaban a la orilla, el viento que silbaba en la

Page 462: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

jarcia y en el agua que acariciaba los costados.Con Cala Alta ya cerca, por la amura de

babor, Jack ordenó soltar el ancla, y losmarineros echaron el anclote al mar. El barcoquedó inmóvil de costado a las rocas. Los botesse alejaron uno tras otro, con cinco linternas abordo de cada uno. Los marineros bogaronhasta el cauce de la marea, formaron las líneasen silencio, brillantes las luces. Harding, almando del destacamento de marineros, ordenó:

–A desembarcar. – Y desembarcaron,seguidos por los soldados.

–Anclote -ordenó Jack-. Gente a las brazas.Se volvieron las vergas de la fragata, las

velas cazadas tomaron el viento y laembarcación ganó andadura, más y más rápido,más rápido hasta que la fortificación principal seencontró por el través de babor. No había luces,estaba ciega, excepto por una solitaria ventana.Jack se volvió a popa: aún no se veía ni rastro dela columna de hombres.

–Señor Benton -voceó al condestable-.¿Cuánto diría usted?

–Unas quinientas yardas, señor.

Page 463: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Pruebe con una cuña de puntería, alturamedia alta.

–A la orden, señor. Media alta. – La voz delcondestable fue interrumpida por el estampidode su propio cañón y el chillido de la cureña alretroceder. El viento barrió el humo a proa, ytodas las miradas se esforzaron por distinguir elimpacto, pero no había nada que ver en aquellaoscuridad. De pronto, la fortaleza cobró vida: unatras otra resplandecieron las aspilleras.

–¡Fuego a discreción! – ordenó Jack, que nolevantó la voz hasta añadir-: Fuego graneado ahí.

No era momento de andanadas, tampocopara el fuego de proa a popa propio de lasprácticas.

–No quiero perjudicar a la madera del barco -dijo en un tono de voz más alto a los chilenos quese encontraban a su espalda-. Señor Wells,informe a los cabos de cañón de que voy amover el barco unas cien yardas más. – A esasalturas, el fuerte respondía al fuego con elcrepitar de los mosquetes, y una bala perdidasilbó sobre su cabeza.

–Señor Daniel -llamó-, avante, si es tan

Page 464: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

amable, hasta que podamos ver la puertaprincipal y el muelle. – Y a las brigadas queservían los cañones-: ¡Fuego a discreción!

Hubo tres enormes destellos, lenguas defuego que iluminaron a la vez la muralla. El fuegode los cañones hacía su efecto: dos ventanasconvertidas en una, boquetes en la muralla,llamas en el interior de una estancia y toda lacara exterior de la pared marcada de viruela porlos impactos. Empezaron a iluminarse másaspilleras, los cañones abrían luego con alma; sinembargo, no habían superado el palo de mesanade la Surprise antes de que una explosiónsacudiera la parte posterior de la fortaleza,explosión seguida por el fuego de mosquete y,después, por tres explosiones incluso mássonadas que la anterior.

Apareció ante sus ojos la puerta principal, y laSurprise, levemente balanceada a babor, ofendióel centro con luego cruzado. A lo lejos, lasexplosiones y el fuego de mosquete fueron enaumento, hasta que el eco que devolvieron lasmontañas resultó ensordecedor.

–Parece una batalla de artillería pesada -dijo

Page 465: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

el coronel Valdés.–Señor Wells -voceó Jack-, corra usted a

decirles que no toquen esa condenada garita.Cedió el fuego de mosquete procedente del

fuerte, cedieron también las explosiones.–Es increíble pensar en la de pólvora que

llevaban a cuestas -comentó Stephen.–Saldrán en cualquier momento -dijo Jack-.

Señor Daniel, proa al muelle en cuanto se abra lapuerta, entre esas dos barquías. Preparado paraamarrarla. Señor Somers, ¡señor Somers!Procure que el armero y sus ayudantesdistribuyan alfanjes, pistolas y hachas deabordaje.

El rugido estremecedor que estalló encubierta ahogó por completo sus últimaspalabras. La puerta principal se abrió de pronto,y una densa muchedumbre de gente saliócorriendo, tropezando unos con otros a lo largodel muelle.

–¡Carga de metralla! – ordenó Jack. Elenemigo recibió media docena de disparosantes de que el barco alcanzara el muelle.

–Que la guardia de estribor amarre el barco a

Page 466: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

proa y popa. Babor, a la carga.Los soldados republicanos apostados tras el

fuerte habían visto batirse en retirada a laguarnición, y se unieron a los perseguidores. Losmarineros se deshicieron de los linguetes ymazos para seguir a los compañeros con unavelocidad encomiable.

–No puede ser -dijo Stephen jadeando-. Esextraño que los perseguidores corran más que lapresa.

Extraño o no, así era: en cuanto los fugitivosganaron el siguiente fuerte, los supervivientes sevieron obligados a correr de nuevo, atrapados ygolpeados a menudo. Y así prosiguió el combate,fuerte a fuerte, hasta que un número ínfimo desoldados salvó las puertas de la ciudad yabandonó el puerto y todo el equipaje a ladiscreción del vencedor.

En este caso, el vencedor no mostródiscreción alguna. Algunos de los soldadoschilenos conocían bien el puerto debido a quehabían trabajado allí, y enseñaron a sus aliadosun extraordinario tesoro en forma de cabo, lona,motones, armas de fuego grandes y pequeñas,

Page 467: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

madera, pólvora, munición, arcones demedicinas, y, lo que aún les complació más, eltesoro. Se encontraba tras unas puertasacorazadas, pero los marineros, después dedoblar (sí, doblar) algunas de las herramientasmás resistentes, lograron reducir a la meraanécdota la resistencia de las puertas, así comolos pilares que las aguantaban.

En el interior había cuatro arcones llenos deplata y un cofre con oro. Lo más curioso era quetan sólo los habían cerrado con candado y, al versu contenido un soldado que había hecho latravesía en la Surprise dijo que todos se habíanjugado la vida por el botín, y que en su opinióntodos merecían una parte del total que debíarepartirse de inmediato. Opinión quecompartieron varios de los presentes.

–Me importa un carajo tu opinión -espetó unfiel y rudo marinero de la Surprise, que actoseguido disparó impávido al traidor.

Con tanto muerto en los fuertes, en losmuelles y en las fortificaciones secundarias, estesuceso no causó una gran impresión, aunque sírestauró el orden. El capitán Aubrey comentó al

Page 468: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

director supremo que legalmente todas aquellasriquezas pertenecían a Valparaíso, y que laSurprise podía transportar los arcones, mientrasque los pertrechos navales colocados a laspuertas de los pañoles podían embarcarse endos barquías de buen arqueo, amarradas cercade la fragata.

En cuanto se hubieron transportado losarcones a la Surprise montados en rolletes, quese izaron a bordo gracias a un ingenioso juegode poleas improvisado por los marineros, lamoral empezó a flaquear. Los hombres, sobretodo los soldados, miraron los cables condesagrado, y mostraron cierta inclinación porescabullirse. Stephen, no obstante, pidió a Jackque confiara un barril de aguardiente chileno aldoctor Jacob. Después, se ordenó a todos lospresentes en ambas lenguas que formaran enfilas y que avanzaran por turnos. Hecho esto, eldoctor Jacob procedió a llenar para cada uno deellos una taza del barril. Stephen, por su parte, seencargó de entregarles una dosis considerablede coca de primera calidad, con los aditamentosde rigor.

Page 469: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

En un tiempo sorprendentemente corto, entanto en cuanto existiera tal noción dadas lascircunstancias y lo sucedido en el recientepasado, la atmósfera cambió por completo. Serecuperó la energía, y con ella el buen humor. Losmontoncitos del tesoro empequeñecieron hastadesaparecer por completo en las barquías, cuyospatrones aceptaron el transporte, animados porla oferta en oro. La playa de guijarros quedódesnuda bajo la indiferente luz de la luna.

–Primo -dijo el coronel Valdés, abrazándole,a solas en aquellos cinco acres de playa-.Gloriosa victoria la nuestra. Gloriosa victoria.

INTERLUDIOMi querida Christine, si me permite tomarme

la libertad -escribió Stephen Maturin-, le diré queno hace mucho obtuvimos una espléndidavictoria en Valdivia, cuando el capitán Aubrey ysus marineros, junto al general O'Higgins y sussoldados, destruyeron la fortaleza principal,expulsaron a los monárquicos de Valdivia,aseguraron una cantidad importante depertrechos navales y el tesoro, y regresaronvictoriosos a Valparaíso, donde lo celebraron por

Page 470: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

todo lo alto, con fuegos artificiales, música, trescorridas de toros distintas y, por supuesto, baile.De los nuestros, nadie perdió la vida. Losescasos heridos se recuperan bien, y todos losmarineros están que no caben de gozo, al menosen parte por las riquezas que están por recibircuando se reparta el botín del tesoro. Yocomparto su alegría, y es que la felicidad resultamuy contagiosa: he celebrado la ocasiónobsequiándome una esmeralda. Como ya sabrá,mi querido amigo y colega Amos Jacob provienede una familia de comerciantes de joyaspreciosas. El las conoce y las ama, y comomucho en su profesión tiene contactos yconocidos en Golconda y en otros lugares dondese encuentran las gemas, incluido en Muso, enlos Andes, cerca de aquí, lugar reconocido porsus esmeraldas. Le pedí que me procurara unejemplar, y aquí está.

Volvió la oblonga joya en la palma de lamano, era de un precioso color verde.

La envolveré en un paño de joyero, laadjuntaré a un paquete que remito a sir Joseph, yesta tarde partirá rumbo a Inglaterra. Le ruego

Page 471: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que la acepte como minúscula muestra de miaprecio, en agradecimiento por la Ardea goliath.

Se detuvo llegado a este punto, sacudió lacabeza, y caminó de un lado a otro de laestancia, consultando la hora en su reloj. Arriba yabajo, de un lado a otro. Los retrasos no eranpropios de Jack Aubrey y, aunque el corredorindio no tenía planeado salir antes del alba,estaba intranquilo.

Volvió a sentarse, y a volcar su atención en lacarta.

Pero ahora, querida mía, lamento decir quenuestra alegría se ha visto truncada. La victoriaen Valdivia, después de la primera explosión dejúbilo generalizado, dio paso a unos celos y a unresentimiento crecientes. La victoria seconsidera corno un mal creciente, sobre todo porhaber sido de los ingleses y de O'Higgins, losprimeros enemigos tradicionales de losespañoles (y republicanos o monárquicos, lagran mayoría de los chilenos son básicamenteespañoles), ya sea por creernos bucaneros ocomo Drake, y enemigos nacionales en tiemposde guerra. El segundo, es decir O'Higgins,

Page 472: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

porque sencillamente no gusta, incluso puededecirse que muchos le odian, sobre todo loscabecillas de las diversas juntas; esto se debe aque desean poner freno a sus pretensiones, alrespeto que siente por la ley y el orden, y a suoposición a la presencia de una Iglesiadominante. Hasta cierto punto, esteresentimiento une a las juntas, aunque no séhasta qué punto porque Jacob ha marchado arecabar información. Ahora sabemos que eltesoro capturado no se repartirá, los marinerosno recibirán lo suyo, y llevo unos díaspresenciando actos violentos en las calles deValparaíso. O'Higgins, sus amigos y la guardiase han retirado a Santiago, quizás más lejos. Notenemos noticias. Es más, y quizá sea lo peor,resulta que sir David Lindsay, por causa de unadescortesía, ha sido desafiado a duelo por unode sus oficiales. En este momento se baten en elcampo del honor.

–Estoy perdiendo el juicio -murmuró para sí,dibujando una línea perfecta alrededor de lospárrafos de la carta sólo destinados a sir Joseph,en código. Pero no terminó la línea, porque en

Page 473: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ese momento llamaron a la puerta-. Adelante.–¡Oh, señor! – exclamó Hanson, hecho un

manojo de nervios-. Le han dado. Me ha enviadoel capitán: El cirujano dijo que no habíaesperanza.

Y no había esperanza.–Aorta -dijo el médico chileno, señalando el

oscuro charco que se extendía bajo el cadáverde Lindsay.

–¿No hay esperanza? – preguntó Jack, ycuando vio que Stephen negaba con la cabeza,añadió-: Señor Hanson, vuelva a la carrera albarco, y dígale al señor Harding que me gustaríadisponer de cuatro hombres fuertes y una camillapara transportar el cadáver de sir David. Y unasábana para cubrirlo. – Y a Stephen-: Losepultaremos a la manera de la Armada. A lamanera a la que está acostumbrado.

Esto causó cierta inquietud entre lasamistades chilenas de Lindsay. Su oponente ylos segundos, aparte de Jack, habíandesaparecido.

–El prefecto del puerto tendrá que ver elcadáver y aprobar el entierro -le dijo a Stephen

Page 474: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

uno de ellos.–Es la costumbre -replicó Stephen con

énfasis en la última palabra-. La antiguacostumbre del mar. – Aquella palabra tenía talpeso para los españoles, que cesaron losmurmullos. Permanecieron inmóviles hasta quellegó la camilla del puerto. Después dedepositarlo en la camilla y cubrirlo con unasábana, los soldados y marineros saludaron a lamanera militar, y los pocos civiles presentes sedescubrieron. Uno de ellos, situado cerca deStephen, murmuró que sin duda eso que iban ahacer ofendería mucho al prefecto.

Jack ordenó a Harding largar amarras y llevarel barco lejos del muelle, a veinte brazas deagua. Allí, cuando hubo recogido todos losobjetos personales de Lindsay que pretendíaenviar a la familia, pidió por el velero e hizo traerdos balas rasas. Una vez amortajado a lamanera de la Armada, Jack sepultó a Lindsay enpresencia de toda la tripulación, con los honoresy con la ceremonia debida a su antiguo rango,sin olvidar pronunciar las palabras rituales alarrojarlo por la borda.

Page 475: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

La Surprise retiró las muestras formales dedolor, volvió a puerto y a su amarradero habitual.

–Podría salir de aquí con cualquier viento -dijoen privado a Stephen-. He visto lo bastante comopara sentirme intranquilo, y no me cabe la menorduda de que tú has visto mucho más.

–Sí -admitió Stephen-. Estoy esperando aque Jacob vuelva con información completa delas juntas del sur, para decidir si deborecomendarte de manera oficial que te retires dela empresa política por completo, para dedicartea la puramente hidrográfica. El archipiélagoChonos es prácticamente desconocido. – «Yquién sabe qué maravillas en cuanto a flora yfauna podría revelarnos», añadió para susadentros.

Se encontraban en la cabina, tomando un té.–Stephen -dijo Jack tras un largo silencio-.

Quizás juzgues sentimental lo que voy a decirte,pero algunos de esos jóvenes a los que heestado enseñando me demuestran a diario queestán preparados para convertirse en marinos deprimera. Por esta razón, entre otras, he estadodando vueltas y más vueltas a un plan. Como

Page 476: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sabrás, sólo entregué como un idiota el tesoro deValdivia a las autoridades pero pudimosaprovechar los pertrechos navales para nuestropropio beneficio, y ahora nuestra queridaSurprise tiene un aparejo prácticamente nuevo,la santabárbara rebosa pólvora, y el pañol bala.La cabuyería ha sido reemplazada, tenemos lonapara vestir un barco de línea, y provisiones deprimera. Mi plan consiste en atacar El Callao yapresar la Esmeralda. Se lo propuse a Lindsay,pero me dijo que era imposible. Los fuertes de lazona nos hundirían antes de arrojar los arpeos.Dijo también que eso de aferrar una fragata decincuenta cañones no era tarea para una deveintiocho, por mucho que la acompañase laAsp. Se opuso al plan, dijo que era unaestupidez, lo cual me sorprendió, pues sabía lade veces que ha estado en combate y conocía sufama de temerario. No diré una sola palabra másacerca de él, descanse en paz.

–Descanse en paz.–Nada más… Eso es lo que me he propuesto

hacer, Stephen. ¿Te gusta mi plan?–Querido, me las ingenio bien con la

Page 477: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cistotomía suprapúbica. Tú eres experto enguerra naval. Tu opinión en el primer caso no memerecería ningún respeto. Y la mía no deberíamerecerte más en el segundo. Si eso es lo quequieres hacer, estoy de acuerdo.

No obstante, el capitán Aubrey siguiójustificándose.

–Es cierto que Perú fue una nación neutral,una colonia española, pero Perú ha invadidorepetidamente la república independiente deChile, y si el virrey español se sale la próxima vezcon la suya, la joven Armada chilena (tanprometedora y cumplidora) desaparecerá de losmares. Además, debo añadir que…

–Le ruego que me perdone, señor -dijo unguardiamarina-, pero el señor Somers desea quele transmita sus respetos y que le informe de queel paquete de Lisboa, el Isaac Newton, acaba dedoblar el cabo. En cubierta ha visto a alguien muyparecido al doctor Jacob, agitando un pañuelorojo.

–Gracias, señor Glover. Por favor, dígale quedesearía izar una señal, conforme convidamos ala embarcación a abarloarse.

Page 478: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Jack siguió hablando de las ventajas de unataque sorpresa, de la casi segura superiorhabilidad artillera y dedicación al deber, hastaque finalmente ambos escucharon el suave golpedel paquete contra la defensa, seguido de lashabituales voces de quienes arrojaban y recogíancabos.

–Santo Dios, señor -exclamó Jacob,dirigiéndose a Jack-. ¡La que se va a armar! Elhecho de sepultar a sir David en el mar, quedescanse en paz, antes de realizarse unlevantamiento del cadáver es ilegal, y haproporcionado al prefecto la excusa quenecesitaba: el barco será confiscado alanochecer. Lo saben hasta en Villanueva, dondela junta local ha estado repartiendo armas.

–¿Se ha dado la orden de apresar el barco?–Eso creo.Jack hizo sonar la campana.–Vaya a buscar al señor Harding. – Luego,

dijo al teniente-: Señor Harding, no habrápermisos en tierra esta tarde, y no se permitirá aningún bote acercarse al barco. Voy a subir abordo del paquete.

Page 479: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Pero, señor -protestó Jacob-, veo que me heprecipitado: debí decirle antes que el coronelValdés marcha con sus tropas desdeConcepción, y que se han despachadomensajeros al director supremo.

–Aun así, debo llevar a cabo mi plan -dijoJack. Abandonó a Jacob y a Stephen en lacabina, se dirigió a cubierta y saltó por elcostado al paquete-. Caballeros -dijo a losmiembros de la Royal Society-, ¿me permitenrobarles cinco minutos de su tiempo?

Todos ellos murmuraron que sí, y AustinDobson le invitó a acomodarse bajo cubierta.

–¿Estoy en lo cierto cuando supongo queustedes se dirigen a Panamá?

–Así es, en efecto -respondió Dobson-.Sclater y Bewick -dijo señalando a losornitólogos con una inclinación de cabeza-desean cruzar el istmo cuanto antes, pues allíexiste la posibilidad de encontrar tres barcos queparten a Inglaterra en la tercera semana del mes,y les gustaría disfrutar de unos días para estudiarlas golondrinas de mar del Pacífico.

–En tal caso, queridos colegas -dijo Jack-,

Page 480: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

podrían, si quieren, hacernos a Maturin y a mí unfavor muy grande. Están al corriente, supongo, dela delicada situación que atraviesa este país, yde la posibilidad de que O'Higgins seaderrocado, por no mencionar el caos queresultaría y la invasión peruana.

Todos los presentes asintieron.–Pérfidas juntas -murmuró uno de los

entomólogos.–En este momento la situación pende de un

hilo. Me he propuesto navegar a El Callao estanoche, con la intención de llevar a cabo unaincursión nocturna y apresar la Esmeralda,fragata peruana de cincuenta cañones, llevarlade vuelta a Valparaíso y dotarla de hombresescogidos pertenecientes a la Armada chilena,adiestrados por el desdichado Lindsay y por mí.Esta acción inclinaría la balanza a favor de losrepublicanos, incluso antes de que O'Higgins ysus tropas regresen de Concepción.

–Por supuesto -dijo un astrónomo-, aunque,mi querido señor y colega, somos hombres deciencia, no de armas.

–Precisamente -dijo el capitán Aubrey-, pero

Page 481: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

en calidad de científicos son ustedes buenosobservadores. Pronto descubrirán si la batallaestá ganada o perdida, y la primera de mis dospeticiones es que informen del resultado, porcualquier medio que sea posible, alAlmirantazgo, y que lo hagan lo antes posible.Como científicos entenderán la importancia demi segunda petición: nuestro hermano, StephenMaturin, ha abandonado sus colecciones ennuestra fonda de Valparaíso. Tanto yo como mibarco hemos despertado las iras de lasautoridades locales, de modo que prefieroimpedirle desembarcar. Ustedes cuentan con elamparo de la Royal Society de modo que podránhacerlo sin temor. Disfruten de una agradablecena en el Antigua Sevilla, recojan suspertenencias, y reúnanse a medianoche con laSurprise y su buque de pertrechos, la goletaRingle, a una milla frente al puerto.

CAPÍTULO 10Era una preciosa mañana de noviembre,

aunque una mañana así, a unos doce grados alsur del ecuador, poco tenga que ver conhogueras o Guy Fawkes. El favorable viento de

Page 482: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

juanetes había despejado la poca bruma que elcielo hubiera podido heredar de la noche. Era undía luminoso, con un cielo azul fuerte de horizontea horizonte, y un aire transparente que permitíaver a considerable distancia. Todos aquellos quepudieran procurarse un sextante, cuadrante o unsimple palo calcularían la altura exacta del sol,cuyos rayos podían hacer del calor un problema,aunque ya tenían a mano telera de araña para lostoldos que templarían la intensidad. Mientras elcontramaestre y sus ayudantes colocaron lostoldos de proa a popa, Jack Aubrey permanecíainclinado en el elegante coronamiento de laSurprise, mirando al este de la estela. Seacercaba a ellos el bote de la embarcacióninscrita con el nombre de Isaac Newton, aunquetodos se referían a ella como el paquete deLisboa, por el simple motivo de que ésta habíasido su ocupación antes de que el anterior dueño(tan desafortunado en las cartas como lo era enel amor) la vendiera a un tacaño entomólogo quehabía heredado una prodigiosa fortuna. Ésteentomólogo se obsequió a sí mismo y a unoscolegas de la Royal Society con un viaje

Page 483: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

increíble. Uno de los que viajaban con él, lamayor autoridad europea en cuanto a la rata deagua se refería, también estaba ordenado, demodo que por ser domingo se disponía a subir abordo de la fragata para oficiar y, quizás, leer unsermón.

–No se llevará una decepción -dijo el capitántras echar un vistazo a lo alto, a la nívea lona quecontrastaba con las vergas, brillantes con elbetún del señor Harding. Las velas flameaban,dado que la Surprise había amollado las escotaspara que el bote no tuviera dificultad enabarloarse.

La persona a la que había dirigido estecomentario no respondió más que con unmaleducado gruñido, cerró el catalejo con unchasquido, y dijo:

–Sólo es un pájaro extraviado. Seguro queesas curiosas manchas se deben al excrementode otro pájaro.

Jack estuvo a punto de ofrecer una de susrespuestas ingeniosas, pero antes de quepudiera formularla y pronunciarla, se abarloó elbote. Era necesario recibir al invitado con la

Page 484: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

debida ceremonia, conducirlo bajo cubierta paratomar una copa de jerez, y dejar que se pusierala sobrepelliz doblada que le alargaron desde elbote. Debido a que el reverendo señor Haréllevaba recorridas tantas millas de mar, erarazonable suponer que podría apetecerleapreciar las peculiaridades del nuevo aparejo dela Surprise. Pero Jack pudo muy bien haberdedicado su entusiasmo a una rata de agua,porque Hare era impermeable a la brea, igual deimpermeable que al corte de la vela cangreja,para el caso. De hecho, temía que llegara elmomento de leer el sermón, y en cuanto seencontró bajo cubierta tragó el jerez y observócon cierto anhelo la jarra.

Pero cuando volvió a cubierta y se presentóante los marineros que constituían la dotación delbarco, recién afeitados todos, limpios, con losoficiales sudando la gota gorda por ir vestidoscon el grueso paño del uniforme de gala bajo eltórrido sol, el grito conocido de «Rompan filas losjudíos y católico romanos» le consoló. Se dirigiócon paso firme, acostumbrado al balanceo delmar, hasta el arcón de los rifles que hacía las

Page 485: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

veces de pulpito. Los judíos y los católicosromanos rompían filas más que los diversos tiposde musulmanes, los cristianos ortodoxos o lossimples e impíos paganos. La congregación leobservó con gravedad, incluso con una ausenciatotal de expresión en sus rostros. Sin embargo,mejoró su humor cuando el señor Hare (aspirantea escritor) empezó a leer con cierto titubeo elsermón del vecino, basado en un texto de Job:

–Oh, que mis palabras estuvieran escritas,oh, que estuvieran impresas en un libro. –Siguieron algunos himnos que le resultabanfamiliares, en cuya interpretación destacaron PollSkeeping y Maggie Tyler, que conocían laspalabras, y un salmo que el propio Davies ElTorpe cantó con una asombrosa voz de bajo.

El señor Hare comió en la cabina del capitán,con el primer teniente y el cirujano. Fue unaespléndida comida, pues habían obtenidoabundante carne y pertrechos en Valparaíso,además de recibir en obsequio cuarenta cerdosde excepcional calidad. Por su parte, el vinochileno movía al exceso. Y no es que el párrocoHare necesitara animarse, pues terminado el

Page 486: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

sermón sentía un profundo alivio al no habercometido errores. De modo que no puededecirse que su estado se debiera al vino, pues laculpa la tenía el ron de Estados Unidos. Algunasbotellas habían sobrevivido al frío y a las agitadasaguas de Cabo de Hornos. Jack Aubrey no eramuy dado a la censura, excepto cuando ésta seaplicaba a la escasez de conocimientosmarineros, pues era muy consciente de suspropios fallos en lo referente a los excesos con elalcohol (en más de una ocasión habían tenidoque llevarlo en carreta), pero cuando llegó elmomento de despedirse, dijo que él y Stephenacompañarían a casa al invitado, no sólo parasaludar a los compañeros de la Royal Society,sino también para ver el paquete y preguntar alpiloto por su comportamiento sometido adiversas combinaciones de lona según losvientos.

La Surprise facheó, con tal de que el IsaacNewton pudiera acercarse, momento en que lostres subieron a bordo del paquete. Los marinerosde la fragata habían agradecido mucho lapresencia de un auténtico párroco por muy

Page 487: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

temporal que ésta fuera; era un predicadoradmirable, y al sentarlo en el enjaretado quehacía las veces de silla a la hora de bajar aalguien por el costado, vitorearon al principio contimidez, luego con cierta unidad e intensidad,sobre todo cuando la falúa bogó en dirección alpaquete, donde los compañeros de Hare,conscientes de su debilidad, tenían preparadotambién lo que se conocía como «la silla delcontramaestre» para subirlo a bordo.

–Qué tipo tan servicial tienen de piloto -dijoJack cuando se acercó a la cabina de Dobson,terminada la inspección del Isaac Newton-. Harespondido a todas mis preguntas como un buenmarino; es más, por lo visto ha navegado conamigos míos, duros capitanes de Marina.También me ha dado detalles muy interesantesdel Estrecho de Magallanes, y me ha contadoque habló usted con una barquía que habíarecalado en El Callao, donde había otros dosmercantes de buen arqueo, uno procedente deBoston, el otro perteneciente a una firma deLiverpool. Por lo visto vio también a laEsmeralda, amarrada en el fondeadero

Page 488: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

destinado a los barcos de guerra, lo cual me llevaal favor que debo pedirle.

–Será un placer -dijo Dobson.–A última hora de la tarde, mañana o pasado,

tengo intención de arrumbar a El Callao, si lopermiten el viento y las condicionesmeteorológicas. Allí apresaremos a laEsmeralda. Entraremos a puerto no disfrazados,pero sí camuflados bajo el aspecto de unapacible mercante, la tomaremos al abordaje denoche y, a ser posible, la sacaremos de puerto.Me llevaré conmigo a todos los hombres de losque pueda prescindir la Ringle, pero dejaré a lossuficientes a bordo, al pairo, frente al puerto,para que puedan informarles a ustedes delresultado de la empresa. Les harán entrega deun informe escrito, un despacho de guerra que leagradecería muchísimo pudiera confiar a susamigos que parten a Inglaterra. Allí deberánentregarlo en el Almirantazgo.

–Pues claro que lo haré, y le aseguro quetengo motivos para responder por mis amigos.Cruzaremos el istmo a la costa atlántica en un díade navegación, y allí encontraremos no menos de

Page 489: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

tres barcos dispuestos a partir rumbo a Londres.–Que Dios les dé un buen viento, y a nosotros

una feliz entrega.–Amén, amén, amén.–Porque si al menos es un poco feliz, querría

que mis superiores dispusieran de ella antes deque decidan qué barcos compondrán laescuadra sudafricana.

* * *La mayoría de los barcos disponen de uno o

dos Killick a bordo. Sin embargo, la historia navalno recoge a ninguno que tuviera una curiosidad yuna falta de escrúpulos tan insaciables a la horade emplear sus habilidades. Su objetivo consistíaen ser el único de todos sus compañeros a bordoen saber lo que las autoridades, sobre todo elcapitán, tenían planeado hacer, y para lograrlo elfin justificaba los medios. Los medios incluían,por supuesto, aprovechar las rendijas de laspuertas para leer los labios de quien leía para síla correspondencia privada. En ese caso, sellevó una merecida decepción, pues era muchosuponer que aquellos compañeros de lascubiertas inferiores, una pandilla de veteranos

Page 490: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

marineros de buque de guerra, ignoraran eldestino de las balas de hierro que habían pasadohoras puliendo para devolverles una perfectaforma esférica y, por tanto, facilitar que volaranrectas.

En la tarde del miércoles, la Surprise, quelucía un aspecto tan similar al de un barcomercante como pudiera tener sin llamar laatención, entró en El Callao con poca lona. ElIsaac Newton había quedado a poniente, y laRingle a una milla de la costa, donde aguardaríauna señal, aunque la mayoría de sus marinerosde primera se encontraban a bordo de la fragatapara ayudar a servir los cañones.

Sin prisas, por tanto, se deslizó laembarcación con la corriente, y el jovencísimopiloto aproando al combate según era costumbreen la Armada.

–Sitúenos en su costado de babor, señorHanson -ordenó Jack-. Y presente los cañonesen batería.

La guardia de babor de la Surprisepreparaba los botes para echarlos al mar. Ibanequipados con alfanjes, pistolas y, en ocasiones,

Page 491: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

por ejemplo en el caso de Davies, con unatemible hacha de abordaje. La fragata realizó unviraje a la izquierda. Los cabos de los cañonesde estribor los mantuvieron apuntados con lascuñas de puntería hasta que Jack, al considerarque tanto la distancia como el ángulo de tiro eranlos adecuados, decidió dar la orden.

–¡De proa a popa, fuego a discreción! – Y, aHanson-: en facha el velacho y la gavia mayor.

Después de las tres primeras mortíferasandanadas, dispararon otra con una ferocidad yuna velocidad sin par. Al principio, la Esmeraldadevolvió casi cada andanada. Pero entonces,antes de efectuar la siguiente, Jack dio órdenesde dar viento a las velas y meter el timón abanda, de modo que las dotaciones que aún nohabían disparado se enfrentaron a lo más crudodel combate. La cadencia de fuego de losperuanos cedió, lo cual no era de extrañardebido a que había perdido cuatro de suscañones de doce libras.

Guardó silencio por espacio de dos minutos.Un accidente en el pañol de la pólvora impediríacargar de nuevo los cañones. Casi al inicio de

Page 492: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

esta escalofriante pausa, Jack llamó a loshombres al abordaje, y saltó sobre su propiafalúa. Los botes de babor doblaron la popa, sedirigieron al costado del peruano, y el grupo deJack se encaramó a la cubierta enemiga, conDavies el Torpe a la cabeza lanzando elespeluznante grito que le caracterizaba.

Los peruanos se vieron atacados a proa ypopa, y aunque recompusieron las filas una y otravez no estaban acostumbrados a ese tipo decombate, al contrario que los de la Surprise. Lapráctica hace al maestro. Poco a poco, la mayorparte de los marineros de la Esmeralda sevieron forzados a refugiarse bajo cubierta.Oscurecía rápidamente cuando, de pronto, abriófuego la hasta el momento silenciosa artillería dela fortaleza, encargada de proteger el puerto. Suscañones pesados despidieron lenguas de fuego.

Hacía rato que el uniforme de Jack habíallamado la atención de los oficiales peruanos.Con todo, su mirada, la mirada del depredador,había reparado en las luces de colores izadas alos topes de los dos barcos mercantes que habíaen puerto: luces de posición, con un significado

Page 493: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

acordado de antemano.Se retiró de la refriega y llamó a voz en grito a

su timonel.–Reúna a cuantos pueda de la falúa, suban a

un bote y boguen de vuelta al barco como si lespersiguiera el diablo. Dígale al señor Whewell demi parte que ice de inmediato linternas decolores y que vire el barco. Rápido. – Volvió aadentrarse en la densa muchedumbre quecombatía con denuedo, sobre todo alrededor dela escala de toldilla. Una bala de pistola lealcanzó en el hombro izquierdo. Le habíandisparado a corta distancia, y la fuerza de la balale tiró al suelo. Un hombre de piel morena conuna sonrisa diabólica atravesó su muslolimpiamente con la hoja de una espada.

Un instante después, Rostro Moreno cayómuerto por un golpe de Davies el Torpe, un golpesobrecogedor. El joven Hanson, incólume hastael momento, se acercó a Jack y sacó la hoja desu muslo. Ambos le arrastraron hasta el costadocastigado por los cañones de la fragata. Una vezallí, aunque por el momento fue incapaz demoverse, comprobó con satisfacción que los

Page 494: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

artilleros de las baterías costeras estabanconfundidos y disparaban a cualquier cosa.También vio con alivio, pero no muy sorprendido,que los únicos peruanos que no se habíanrefugiado bajo cubierta se rendían en esemomento. Llamó a un grupo de marineros de laRingle que conocía bien, y les ordenódisponerse a desamarrar la embarcación. Leobservaron con la mirada medio enajenadapropia de quien acaba de luchar por su vida.

–Señor Lewis -dijo Jack a uno de ellos-,disponga a esos hombres para desamarrar laembarcación. Y si me presta usted un pañuelogrande o el corbatín para hacerme un torniquete,se lo agradeceré toda la vida.

Algunos de los artilleros que los hostigabancon los cañones de la batería redoblaron elfuego. Por suerte, no atinaron mucho, y de hechoalgunos concentraron sus esfuerzos en losbarcos de Boston y Liverpool. Con todo, si enverdad quería apresar la Esmeralda, tendría quedarse prisa. Ayudado por el marinero llamadoSimón, se puso en pie y caminó con dificultad ala amura de estribor. Allí comprobó que habían

Page 495: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

amarrado la fragata de forma peculiar al muelle,un sólo cable, un cable de gruesa mena.

–¡Gente a desarrizar gavias! – ordenó. Seinclinó a proa y vio al joven Hanson, que con unacimitarra de absurda curva, pero muy afilada, sedispuso a cortar el grueso cable, ayudado porDavies, que lo tensó al atravesarlo con la pica.Dio un tajo, luego otro, llenó de aire los pulmonesy dio un tercer golpe con todas sus fuerzas. Elcable se partió, y el barco, a merced de lacorriente, se apartó libre del muelle.

Jack se sintió inundado de una gran alegría, eincluso de cierta fuerza.

–¡Desarriza gavias! – ordenó-. ¡Todos ahí,con alma! – Después, ya ronco, añadió-:Gracias, Horatio, se ha portado usted demaravilla. Ahora sáquenos usted de aquí,¿quiere?

Y les sacó de ahí, a pesar de que el barco fuealcanzado en una o dos ocasiones, pero sinrecibir daños de consideración, llevándoles lejos,fuera del muelle y hacia la oscuridad. Jack sintióuna agradable sensación de paz que se impusoal dolor de las heridas, dolor que no desapareció

Page 496: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

hasta perder la conciencia justo cuando lobajaban al sollado de su propio barco.

* * *No le despertó el pitido que llamaba a

cubierta a todos los hombres, justo antes deempezar la segunda guardia, ni las voces de lossegundos del contramaestre:

–¡Guardia de estribor! A pulir y lampacear.¡Con brío ahí! ¡Guardia de estribor!

Ni tampoco le despertó el temible sonido delas ocho campanadas, ni siquiera el estruendodel fregoteo de las cubiertas y el trajín de losbaldes de agua, piedra arenisca y lampazos. Loque le despertó desde el inconmensurableabismo del sueño fue la voz de Stephen, que lecomentaba en susurros el estado de su hombro.

–La bala alcanzó la hebilla del tahalí, ¿lo ves?Efectuó una presión enorme en el metal y elcuero, pero dejó el hueso intacto.

–Veo la corona tatuada en la piel. Sí, vaya.Piensa en la suerte que ha tenido. Ni siquiera elcorte del muslo afectó a ninguna arteriaimportante -comentó Jacob.

–Buenos días tengan, caballeros -dijo Jack,

Page 497: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

espoleado por la inmensa felicidad que manabade su recuperada conciencia-. ¿Tenemos laEsmeralda a sotavento? ¿Nos hemos alejado dela costa?

Algo asombrados, respondieron que lafragata navegaba a sotavento, y que habíanperdido de vista la costa.

–Menuda alegría -dijo Jack. Él desde luegoparecía muy alegre, y así lo manifestó con unarisa ronca-. Por favor, dadme algo de beber.Tengo una sed terrible. – Stephen acercó unataza a sus labios y Jack bebió como un caballosediento.

Le observaron con cierta desaprobación.–Es inexplicable -dijo Jacob a Stephen, en un

aparte, después de que ambos le tomaran elpulso-, claro que siempre fue un hombre de raza.– Y en voz más alta-: Felicidades por la victoria,señor. Le felicito.

–Que Dios te bendiga, amigo mío -dijoStephen, estrechando suavemente su mano-.Una gran hazaña, sí, señor. Dime, Jack, ¿teduele mucho?

–No si sigo tumbado; tampoco me duele

Page 498: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

como para impedirme conciliar el sueño. Diosmío, lo que habré podido dormir. Ahora me dueleel hombro, y siento que me aprieta el vendaje delmuslo. Gracias a Dios; no me extraña, teniendoen cuenta la estocada que me dieron. Dime,¿puedo comer algo? Una gachas, aunque sea,pero algo que me ayude a ponerme en pie.Tengo que escribir una carta muy importante.

–¿Comer? – preguntaron alarmados alunísono.

–Con las gachas no tendrás ni para empezar-dijo no obstante Stephen, que hacía años queconocía la férrea constitución de Jack-, pero unhuevo batido con leche te dará energías.

–Dios mío qué bien me ha sentado -dijo Jackal cabo de unos minutos-. Killick, ve a avisar alseñor Harding.

–Está a bordo de la presa, señor -replicóKillick, exultante-. Pero le avisaremos.

–Y tanto que lo haréis. Stephen, levántame,por favor. No puedo dictar una carta oficialtumbado de espaldas. Ya me has lavado la cara,veo. Gracias. Killick, ¡Eh, Killick! Llama tambiénal señor Adams. – Y cuando se presentó el

Page 499: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

escribiente y secretario, Jack añadió-: SeñorAdams, buenos días tenga usted. Verá, medispongo a escribir una carta oficial, de modoque necesitará un buen papel, excelentes plumasy la apropiada tinta negra. Ah, señor Harding,aquí está usted.

–Yo me retiro -dijo Jacob-. De nuevo, señor,muchas, muchas felicidades.

–Muy agradecido. No, tú quédate, Stephen.Señor Harding, le deseo buenos días. ¿Cómonavega la Esmeralda?

–Como un cisne, señor. Con la mismanaturalidad.

–¿No recibió muchos daños?–Veamos, no niego que la obra muerta del

costado de babor haya salido perjudicada. Unabala rasa partió limpiamente el palo macho a laaltura de la cofa; además, he tenido que estibartres cañones en la bodega. Sepa también que nohay quien entre en la parte de proa de lasantabárbara. Pero navega estanca, no sufriódaños bajo la línea de flotación y con doble rizoen mayores y gavias se las apaña bastante bien.

–Me alegra mucho oír eso. Ahora debo

Page 500: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

redactar una carta oficial, de modo que megustaría disponer del parte de las bajas sufridaspor ambos bandos, así como de los demásdetalles. Veo que no tiene usted inconveniente engobernarla hasta Valparaíso.

–Oh, Dios, no. Y a Inglaterra, siempre ycuando la preparemos para la travesía. Temo notener muy buenas noticias respecto a sus bajas,debido a la jodi… a la horrible explosión quesufrió la santabárbara. La mayoría de losoficiales sobrevivieron, aunque estén heridos, yagradecen mucho las atenciones del doctorJacob. Lo mismo debo decir de los marineros. Elcontramaestre y el segundo del carpintero (elcarpintero titular murió) han hecho todo lo posiblepor el palo de mesana, que presumiblementeaguantará hasta que entre en el dique seco.Nosotros tuvimos pocas bajas, aunque me temoque nadie nos librará de lamentar la pérdida dealgunos buenos marineros. Supuse que lanecesitaría, señor, de modo que hice una listaexacta de lo sucedido a nuestro bando, y unoscálculos aproximados del enemigo, datos quefiguran ahí, bajo el nombre de su capitán.

Page 501: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Muchísimas gracias, señor Harding. Encuanto sea posible enviaré mi carta a Panamá abordo del paquete, y, de ahí, a Londres. ¿Se leocurre algún nombre que quisiera usted quedestacara en el despacho de guerra?

–Bueno, señor, Linklatter, de la brigada delcarpintero, que nos aferró a su costado y perdiópor ello el brazo. También al señor Hanson, porsupuesto, que cuidó de usted cuando ledispararon desde la escala de toldilla, y quedemostró ser capaz de tirar de espada, aunqueme atrevería a decir que usted no lo habráolvidado.

–Claro que no, aunque en ese momentoestaba aturdido. Mencionaré a Linklatter.Gracias, señor Harding. Por cierto, ¿quéposición ocupa la Ringle?

–A una media milla por la aleta de babor,capitán.

–¿Y el paquete?–A otra media milla más allá de la goleta.–No podría pedir más. – Y cuando Harding se

hubo retirado, añadió-: Stephen, no querríaperder un instante pasando esta carta a limpio,

Page 502: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

de modo que la dictaré lentamente. Si escuchasalgo que llame tu atención, porque no seacorrecto gramaticalmente o por ser vulgar, porfavor, levanta la mano y lo arreglaremos antes deque Adams tenga tiempo de escribirlo.

–Hermano -dijo Stephen tras titubear uninstante-, ¿has reflexionado sobre las peculiaresdificultades que plantea esta carta?

–Oh, no es la primera que escribo en estascondiciones, ya sabes. Querido, con ángelesguardianes a mi alrededor como si fueran lastorres del ajedrez, he escrito en ocasiones hastauna docena de cartas, algunas publicadas en elRegister. Son difíciles, no lo niego, y existenciertas fórmulas que uno debe aprender. Por logeneral empiezo con la apertura de rigor, el«Señor (o milord, según se aplique), no es sinocon la mayor satisfacción posible que tengo elhonor de contarle, para información de losmilores comisionados del Almirantazgo, que…»Y etcétera. Sin olvidar la posición, latitud ylongitud, y demás.

–Querido -dijo Stephen tras unos instantes desilencio-. Olvidas que este asunto no

Page 503: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

corresponde a la junta. Tú, al mando de laSurprise, anteriormente embarcación de laArmada inglesa, la has traído a este lugar con laexcusa de un viaje hidrográfico con la condiciónañadida, que no expresa, de que colabores en lamedida de lo posible con la causaindependentista y republicana chilena paraformar una Armada. Es cierto que algunas de lasmuchas juntas nombraron a Lindsay para elpuesto, pero desde su muerte creo que se da porsentado que tú comandas todo el contingentenaval que pueda quedar. Estoy convencido deque es a los regentes de esta nación a quienesdeberías escribir. A don Bernardo O'Higgins, aldirector supremo o a su sucesor. Después detodo, como yo lo entiendo, tenías intención dellevar la Esmeralda de vuelta a Valparaíso. Laposesión de un barco de guerra tan importante,junto a los que los chilenos posean en estemomento, garantiza del todo la independencia desu país. Todo dependía de la superioridad naval,y ahora es nuestra. – Con una pena infinita viocomo Jack iba envejeciendo ante sus ojos. Noera la palidez que iba en aumento, pues no

Page 504: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

podría haber estado más pálido, sino la alegríade vivir lo que había desaparecido de su rostro.No creyó que Jack Aubrey pudiera tener peoraspecto a los setenta años-. No te entristezcas,hermano -siguió Stephen-. La esencia del asuntoes inmutable. Sólo el aspecto parece diferente.Todo esto ha sucedido de acuerdo con lasintenciones del Ministerio, intenciones que nopodían anunciarse públicamente, y menosadmitirse por escrito. Créeme, Jack, elAlmirantazgo estará encantado con esta victoria,tanto como si la hubieras librado contra unenemigo declarado. No pongo en duda queatenderán tus recomendaciones, y también estoyconvencido de que el director supremo, cuandotenga conocimiento del feliz desenlace, afirmaráante quien sea que no tomaste más iniciativa quela que te dieron en una situación de la máximaurgencia. Perú, recuerda, estaba a punto deinvadir este país. Querido Jack, sé de estascosas. Déjame escribir una carta particular a sirJoseph, enviarla por mediación de nuestrosamigos del paquete, y después una nota encastellano, en la que anunciaré la victoria chilena

Page 505: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que confirma la independencia de la nación y queenviaré a San Martín y a O'Higgins,agradeciéndoles a ellos y a sus colegas lasdirectrices recibidas y su apoyo incondicional.Ésta, cuando la hayas firmado, llegará antes quenosotros a Valparaíso.

Jack sonrió, la suya fue una sonrisa nadaforzada, y tampoco tímida, aunque traicionara uninmenso cansancio.

–Te ruego que me perdones, Stephen -dijo-.Estoy aturdido y he olvidado mi posición. Teagradecería mucho que escribieras a ambos. Yen la carta a sir Joseph, si lo considerasapropiado, menciona la conducta de Horatio.Después de todo, desamarró la Esmeralda y lasacó de puerto bajo un fuego graneado.

–Así lo haré. Mi carta a Valparaíso viajará abordo de la Ringle a toda velocidad porque, sino me equivoco, nosotros y la presamantendremos esta apacible marcha. Pero Jack,querido, has perdido una gran cantidad desangre. Sé que estás muy apenado, mucho másde lo que corresponde a esta situación, y miexperiencia y conocimientos profesionales me

Page 506: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

dicen que deberías tomar todo el caldo de polloque te apetezca, y además el preparado queelaboraré para ti mientras calientan el caldo.

* * *Durante todo ese tiempo se habían oído en la

Surprise el abanico de ruidos que hacían patentela intención de devolverla a un estado deinmaculada perfección, entre los cuales quizás elmás evidente fuera el producido por los mazazosde los carpinteros, estruendo continuo a lo largode la banda que había entablado combate. Perohabía un abanico, un abanico de una variedadsorprendente, pues más de la mitad de latripulación del barco había transbordado a lapresa, alcanzada no sólo por la propia Surprise,sino también por los cañones de treinta y seislibras de la batería costera. De modo queStephen tardó un poco en encontrar a Killick, quefumaba a escondidas sentado en el excusado.Cuando, después de regañarle, Stephen hubosolucionado la preparación del caldo, Jacob y élse pusieron manos a la obra para redactar ycifrar aquella carta tan difícil.

En un punto especialmente crítico de la labor

Page 507: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

llamaron a la puerta, y a punto estuvieron ambosde perder la concentración.

–Les ruego que me perdonen -dijo Killick, contimidez para la ocasión, aunque había acudidorespaldado por Maggie Tyler-. Dice Poll que elcaldo está listo.

–Magnífico -dijo Stephen con una miradafuriosa-. Maggie, en cuanto se haya enfriado,déselo al capitán hasta que no pueda con unasola cucharada más. No le obligue a tomarlotodo, ¿me ha oído?

–Sí, señor -susurró Maggie, espantada.–Y debe también tomar este preparado -dijo

sosteniendo en alto un vial púrpura-. Trescucharadas, y cuente hasta sesenta entre laprimera y la segunda.

–Hasta sesenta, señor. Todo lo que puedatomar, y después el preparado. Tres cucharadasde éste, y contar a sesenta entre las dosis. –Jamás había visto al doctor con una expresióntan severa como la que mostraba ahora. Flexionódos veces las rodillas y se retiró, pisando aKillick.

Otra hora de intensa concentración. Puesto

Page 508: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que ambos utilizaban una tinta particular que nose borraba ni alteraba ni emborronaba, perdieronotra hora mientras se la iban pasando.Finalmente, los dos quedaron satisfechos yninguno de ellos planteó quejas del trabajo delcompañero (lo cual, en cuanto al cifradoconcierne, decía mucho de su habilidad).Agradecido, Stephen selló las delgadas hojas ylas llevó primero a la cabina para que Jackestampara su firma («No sabía ni lo que estabafirmando, el pobre diablo», se dijo Stephen) y,después, fue a cubierta.

–Señor Whewell -dijo al oficial de guardia-. Aser posible me gustaría subir a bordo del IsaacNewton, el paquete de Lisboa. No creo que valgala pena molestar a la Ringle, sobre todo teniendoen cuenta que el capitán desea que ésta pongarumbo a Valparaíso, cubierta de toda la lonaposible.

–Vaya, señor, echaremos al agua el cúter azulen un tris. Es la embarcación auxiliar que másanda. Señor Hanson, el cúter azul, si es tanamable. Doctor, permítame preguntarle cómo seencuentra el capitán. La gente está intranquila.

Page 509: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–No creo que tengan ningún motivo para ello.Ayer recibió una buena, cierto, sobre todo en lacabeza y el hombro, y perdió mucha sangre. Hoyha comido con apetito, y creo que ahora duerme.O pronto lo hará.

–Gracias a Dios -dijo Whewell. Varios de loshombres que se encontraban cerca asintieronsatisfechos.

* * *Incluso antes de haber empezado a

considerarse parte de la Armada (y eso, debidoa extrañas pero amplias áreas de incompetenciafísica, mental y espiritual había sido un períodomuy largo), incluso antes de aceptar una vida tangregaria como la de la abeja, Stephen Maturinhabía sentido un gran respeto por la Armada yuna especie de incomprensible simpatía por losmarineros, sobre todo cuando estos seencontraban a bordo de sus propiasembarcaciones. Los barcos, extraordinarias yprofundas madrigueras, eran en ocasiones tanbonitos como incómodos, pero jamás se habíasentido tan impresionado como en esemomento, cuando un barco de guerra herido tras

Page 510: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

el combate celebrado apenas un día antes echóal mar un cúter inmaculado sin mayor esfuerzopor parte del oficial al mando que pronunciar trespalabras, subrayadas por el contramaestre condos notas del pito. Se engastó el palo en lacarlinga, y un muchacho recorrió el costado paraayudarle a embarcar y a sentarse en la bancadade popa, la acolchada bancada de popa.

–¿Adónde vamos, señor? – preguntó eltimonel.

–Al paquete de Lisboa. Pero dígame, ¿cómoestá su William?

–Verá, señor, se llevó la peor parte, pero eldoctor Jacob dice que conservará la pierna. Ojocon la cabeza, señor, que vamos a virar.

El piloto del Isaac Newton alteró el rumbopara cerrar sobre el cúter; al cabo de unosminutos, Stephen subió a bordo, incapaz dedespegar la mano del pecho, donde habíaguardado las cartas que tanto le había costadoescribir, y lo hizo cubriendo de un salto de rana elvacío que separaba al cúter del paquete. Por finestuvo a salvo, pero jadeó unos segundosmientras tendía el paquete a Dobson, su viejo

Page 511: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

amigo y, por ser entomólogo, conocido de sirJoseph Blaine. Ansiaba verlos partir, sobre todoa Sclater y a su amigo, que eran quienescruzarían el istmo para tomar un barco enChagres, en la costa atlántica; sin embargo,agradeció las felicitaciones de todos ellos, y élles compensó con una breve descripción delcombate, una versión particular, por supuesto, laversión de un cirujano cuyo puesto estaba en elsollado.

Nada más volver a la fragata, Stephen fue aver a los heridos. Jack, por supuesto, seguíadormido, y seguiría dormido un buen rato si eleléboro conservaba sus virtudes. Su rostro era loimportante, puesto que había recuperado partede su jovialidad y alegría: al menos ya no parecíaherido de muerte, y su hombro, a pesar de lahorrible contusión, no mostraba indicio alguno deestar infectado; tampoco su pierna, menoshinchada. Stephen recordó en una ocasión haberalabado la capacidad de recuperación delcapitán Aubrey, comparándola con la de un perrojoven. Pero hubo algo indefinido, quizás el efectode alguna superstición marina, que le empujó a

Page 512: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

hacer a un lado tales pensamientos. Entróapresuradamente en la enfermería y pidió laopinión de Jacob, Poll y Maggie, que en generalfue satisfactoria. Después se dirigió a la cabina,donde empezó a redactar con gran entusiasmo yconvicción la carta que remitiría a las autoridadeschilenas.

* * *–Una carta espléndida, querido colega -opinó

Jacob-. Aunque pudiera sugerir algún cambio,créeme si te digo que no lo haría, y es porquehas resumido la situación de forma admirable.Has insistido en la inminencia de la invasiónperuana, el apremio de la petición del directorsupremo y el apoyo incondicional de losconsejeros políticos. Pero, aunque pudierasugerir algún cambio, te digo, no lo haría, porquesé que deseas despachar de inmediato a laRingle a Valparaíso, y cualquier esfuerzo quetengas que hacer por pasarla a limpio, digamosque por cambiar un simple subjuntivo, irritaría tuánimo hasta un punto intolerable. Lacremos lacarta, remitámosla a San Martín, y enviémosla sinperder un minuto.

Page 513: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Agradezco tu consideración, Amos -dijoStephen, estrechando su mano-. Calienta labarra de lacre, por favor. – Al cabo de unosminutos, dijo-: Señor Harding, el capitán siguedormido. En su estado, dormir, un descanso ensilencio y rodeado de tranquilidad, es muyimportante, y lo último que desearía esimportunarlo. Pese a ello, las noticias de lavictoria deben llegar a Valparaíso en cuanto seaposible, y estoy dispuesto a aceptar toda laresponsabilidad por pedirle a usted que confíe alseñor Reade la carta dirigida a las autoridadeschilenas, y que le ordene entregarla sin dilación.

–Doy por sentado que el capitán estaría deacuerdo.

–Así es, señor.–En tal caso, izaré de inmediato el número de

identificación de la Ringle.* * *

Fue una alegría ver a la goleta acercarse conrapidez, hasta situarse a sotavento de laSurprise, mientras el viento entablado seguíasoplando del oesnoroeste. Recogió el mensaje,repitió las órdenes y se perdió al sur con tal

Page 514: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

cantidad de lona que, antes de que Stephenabandonara la cubierta, había hundido el cascobajo el horizonte.

A juzgar por lo que se contaba, en Valparaísohabían recibido las nuevas con toda clase decelebraciones. Hubo música y baile, día y noche,discursos, más discursos, brindis heroicos porparte de los marineros de la Armada Real, ytambién por algunos indios del interior, ademásde extensos alegatos a favor de la infidelidad.Sin embargo, no tardó en caer el maravillosoviento del oeste que Jack Aubrey había alabadotan a menudo por ser perfecto para el Estrechode Magallanes, y que en efecto empujó a laRingle a tal velocidad que en ocasiones llegó arozar los quince nudos de una guardia a otra.Cayó del todo. Intentaban doblar Cabo Angamoscuando la presa perdió el palo de mesana concofa y todo, incidente que retrasó mucho sullegada a puerto.

Con todo, arribaron para presenciar aún lasmuestras de entusiasmo, una veintena dediscursos oficiales y, por supuesto, algunosbanquetes extraordinarios. Fue mientras se

Page 515: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

preparaba para uno de estos, que debía de serel último antes de la despedida de Carrera, queel malhumor de Jack, el malhumor del inválido,llegó a preocupar mucho a Stephen, pues loconsideró una posible prueba de unacomplicación derivada de alguna de sus heridas.Se había mostrado muy activo, había caminadomucho antes de lo que Stephen y Amos juzgaronadecuado, y se había dedicado a supervisar lasreparaciones de la Esmeralda, la reconstruccióndel O'Higgins y el Asp de Lindsay, así como elreaprovisionamiento de la modesta escuadracompuesta por las corbetas, a bordo de lascuales él y algunos de sus oficiales adiestraban alos jóvenes chilenos más capacitados, queformaban un grupo simpático. En esa ocasión,pretendía llevarlos a ejecutar al menos una partedel levantamiento de planos del archipiélagoChonos, aunque eso dependía de cómo salieransus planes para la tarde.

Su actividad había sido en efecto excesiva, ypor tanto terminaba agotado, irritable, por nodecir ofuscado. Había adelgazado mucho,caminaba con bastón y estaba más respondón

Page 516: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

que nunca, o eso decían los más veteranos.–Me gustaría que dejaras de apretarme tanto

la puñetera herida -dijo a Stephen, que levendaba de nuevo la pierna antes de subirle loscalzones-. Está muy blanda… -Calló.

Stephen no hizo caso. Había decidido buscarpruebas de la existencia de la infección internaque tanto temía y que había visto en otro pacientecon una herida idéntica. Por no encontrar ni laconfirmación ni la refutación, volvió a colocar lavenda cruzada con una asombrosa habilidad.

–Yo no puedo hacerlo -dijo Jack cuandoStephen terminó-. Te lo agradezco mucho.Lamento los gritos. Eres un santo, Stephen… Metemo que estos días necesito toda lacomprensión del mundo. Ya ves que cualquiercosa me saca de mis cabales, no por elresultado del combate, quizás porque hemosperdido a muchos buenos compañeros y lafragata ha recibido lo suyo. Pero lo querealmente me preocupa, Stephen, es eldescontento. Los marineros no han recibido lapaga, el dinero del botín no ha sido repartido, portanto no podrán disfrutar del permiso en tierra.

Page 517: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Sabes tan bien como yo lo que eso supone.Mucho mejor que yo, de hecho, por servir aquíabajo, en la enfermería del sollado. Saben que espeligroso, pero les encanta gastar lo que tanmerecidamente han ganado, y si no reciben suparte se ponen tontos, se vuelven hoscos y, conel tiempo, se amotinan.

–Sé perfectamente a qué te refieres.–Sí, ¿verdad? – preguntó Jack, que le

observó fijamente sin hacer más preguntas-. Sí.Los demás oficiales ya han presenciado losprimeros síntomas. No me preocuparía si nosencontráramos en alta mar, pero es probable quepasemos un tiempo en tierra, yendo y viniendo.El marinero en tierra se comporta como un asno.Eso por no mencionar la posibilidad de ladeserción; es más, tenemos hombres muy durosa bordo, aparte de nuestros antiguoscompañeros. De momento nos sobran lospertrechos, tenemos para las próximas semanas,y he ordenado a Adams que entregue a todo elmundo dos dólares. No obstante, cuando seterminen los pertrechos y nos quedemos sindólares…

Page 518: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Me gustaría que no tuvieras que ir a comer -dijo Stephen-. Pero tendrás cuidado con el vino,¿verdad?

–Si me ves aceptar media copa de más,dame una patada.

No hubiera sido difícil, puesto que la prácticainvariable durante estas ceremonias calcadasunas a otras consistía en sentar al doctor Maturinentre el capitán Aubrey y el invitado másimportante, para evitar que la ignorancia de Jacken materia de lenguas extranjeras (aparte de supaupérrimo francés) pudiera constituir unobstáculo.

–Oigo trompetas -dijo Jack, y aunquesiempre le habían tratado con todos los honores,nunca habían tocado las trompetas ni redobladolos tambores, todo lo cual, a pesar de su estado,fue como el eco de la alegría.

Recibieron a los invitados en el gran salón,donde sentaron a Jack a mano derecha delpresidente de la junta, Miguel Carrera, y aStephen, el más bajito de ellos y sentadoademás en una silla más baja, entre ambos parafacilitar sus labores de intérprete. Jack no había

Page 519: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

llegado a acostumbrarse al horario de comidasde los españoles, y había perdido el apetitoantes de oler la sopa. Stephen, que de pequeñohabía comido a esas horas, tuvo tiempo deadmirar la paciencia de Jack mientras los platosse sucedían lentamente unos a otros en la mesa.Habló de vez en cuando, por mediación deStephen, por lo general para responder apreguntas relacionadas con los barcos de guerray la calidad de los jóvenes que adiestraba paraservir como oficiales de Marina, que según Jackera excelente.

–Excelentissimo -dijo enfáticamente.Stephen admiraba su constancia, las

frecuentes sonrisas, aunque se desalentó cuandoJack murmuró discretamente que, después delespléndido plato de fresones, deseaba le dijeraal presidente que el capitán Aubrey solicitaba elfavor de conversar a solas con él, una vezhubiera finalizado el banquete.

–Por supuesto -respondió Carrera-. Será unhonor. Por favor, dígale al capitán que tengo muybuenas noticias de Santiago. El director supremome ha informado de que la concesión de tierras

Page 520: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

ha sido confirmada por votación unánime. Leruego que lo felicite de mi parte.

Así lo hizo Stephen, que vio sonreír a Jack,inclinar la cabeza a Carrera y pedir quetransmitieran al director su más sinceroagradecimiento por el obsequio. Apenastraducidas estas palabras, el obispo, imitado portodos los presentes, se levantó para bendecir lamesa y retirarse.

Los demás aguardaron a que se despidieranel obispo y los miembros de su comitiva,inclinándose al pasar el anciano caballero;entonces, Carrera condujo a Jack y a Stephen auna abovedada estancia octogonal, amuebladacon divanes y cojines moriscos, y pertrechadacon café y una jarra cristiana de brandy.

–Me alegro tanto de haber sido yo elencargado de darle la noticia de la concesión detierras -dijo Carrera cuando tomaron asiento-. Seencuentran un poco lejos, y su anterior dueño, porsupuesto un monárquico, las tenía abandonadas.Pero con el río cerca tienen grandesposibilidades de irrigación. Después de todo,seis mil acres de tierra no son moco de pavo.

Page 521: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Escuchaba Jack la impávida traducción deStephen con la mirada en el suelo. Aquello erauna grosería sorprendente viniendo de unespañol. Parecía incómodo, y tenía motivos paraestarlo, puesto que las tierras en cuestión seencontraban en una zona árida del país, situadaal sur del río Bio-Bio, habitada, si es que podíadecirse que lo estaba, por los indios araucanos,los más terribles y aguerridos de su raza. Lastierras estaban cubiertas de pino chileno, laaraucaria.

–No, claro que no -dijo Jack-. Como he dicho,quisiera asegurarme de que comunica usted aldirector supremo mi más sincera gratitud. Noobstante, lo que de momento me preocupa sonmis hombres. Sabrá usted que no han recibidosu paga. El tesoro del que nos apoderamos enValdivia no ha sido aún repartido. Además, losagentes del tribunal de presas afirman que no setomará una decisión respecto al valor de laEsmeralda hasta el año que viene. No,permítame terminar, si es tan amable -dijo,levantada la palma de la mano; a Carrera leimpresionó tanto la frialdad de su furia como a

Page 522: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Stephen-. Desde que llegamos a este país -continuó Jack-, me han dirigido de ministerio asecretariado, de responsables de altos cargos aamigos influyentes, y vuelta a empezar. Mi genteno tiene un penique en el bolsillo para tomarparte en las celebraciones. Le diré, señor, queesto no me satisface. Usted, que tiene una buenaposición en la República, va a ir a Santiago. Lepido que le diga al señor O'Higgins y a suscolegas que esto no me basta. Tienen quepagarme, y sólo una gran suma satisfará a mishombres y oficiales. Deben recibir lo que se hanganado a pulso, a finales de mes a más tardar.¿Me ha entendido, señor?

–Le entiendo, señor -respondió Carrera-, ypermítame decir que lamento de veras lasituación actual. Mañana por la mañana partiré aSantiago, y allí expondré el asunto ante quienestoman las decisiones. Sin embargo, antes deirme quisiera tener el honor de enviar una carta asu barco, a su distinguido barco.

–Es usted muy amable, señor -dijo Jack,levantándose con la ayuda del bastón-, ahorasólo me queda agradecerle tan espléndido

Page 523: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

banquete, sobre todo en lo tocante al deliciosopudín de Navidad, así como a su comprensión -añadió finalmente, con mirada furiosa-.Permítame rogarle que explique a sus colegasque el último día de este mes señala mi día desuerte o infortunio, y que será lo que ellosdecidan. – Estrechó su mano y se despidió.

–Por Dios, qué estilo el tuyo, hermano -dijoStephen cuando cerraron la puerta del coche.

–No me resulta antipático, aunque sea unpolítico -dijo Jack-. Creo que aprecia a laArmada. Tiene un sobrino a bordo de laGladiator que habla inglés perfectamente; ya secree medio marino, y lo cierto es que tienemotivos para hacerlo.

A la madrugadora mitad marinera del sobrinole fue confiada la carta, que éste entregó a bordode la Surprise antes de que Jack tomara elpreparado matinal, que Killick le sirvió conpuntualidad al dar las cuatro campanadas y quetuvo que ingerir antes de leer el contenido de lacarta.

–Ve a ver dónde anda el doctor -dijo Jack-, ysi lo ves, dile que venga cuando disponga de un

Page 524: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

momento.–Está en la lonja, revolviendo bogavantes. No.

Mentira. Ése de ahí es él, el que acaba deresbalar en la toldilla y maldice en extranjero.

Stephen, desempolvado y recompuesto,devuelta a su lugar la peluca, fue conducido a lacabina.

–Buenos días, Stephen. ¿Te importaríaecharle un vistazo a esta carta?

–Claro que no -dijo Stephen-. Dice: «DonMiguel tiene el placer de saludarle, agradecer elhecho de que honrara su mesa, y tiene tambiénla alegría de adjuntar dos documentos: unodirigido al tesorero jefe, en el cual se solicita deél el pago de cinco mil piezas de a ocho acualquier suboficial a quien escoja usted enviar.El segundo documento va dirigido al oficial acargo de los pertrechos navales, a quien se leordena entregarle cualquier cosa que puedanecesitar.» Luego te ruega un millar de vecesque disculpes la brevedad de la carta, pero sucaballo, animal impaciente, está en la puerta,cogido con dificultad del bocado por un par demozos.

Page 525: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

–Muy amable por su parte -exclamó Jack-. Encuanto hayamos desayunado, visitaremos albueno del tesorero, acompañados por un par deporteadores. Después hablaremos con el piloto,el contador, el contramaestre, el condestable ycon cualquiera relacionado con los pertrechospara ver qué necesitamos. Sé que tenemos laalacena llena de telarañas. – A continuación,Jack ahondó en la de telarañas que anidaban enla alacena y en todas las cosas que podían pedir,y lo hizo durante un buen rato, hasta satisfacer laalegría que sentía.

–¿Puedo decir algo? – preguntó Stephen,aprovechando una pausa.

–Por supuesto. Probablemente será másinteresante que calcular la cantidad de lampazosque necesitamos.

–Escucha. Hoy he paseado por el muelledonde reparan la fragata pesada chilena.

–La O'Higgins.–No, señor, discúlpeme pero no. Le estaban

cambiando el nombre, se llamará San Martín.–¿De veras? Por Dios. Uno nunca debe

hacerle eso a un barco. También podría traernos

Page 526: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

a nosotros mala suerte. Por lo visto, estáncambiando mucho las cosas. O'Higgins eranuestro amigo. No me gustó lo poco que vi deSan Martín, y dudo mucho que me aprecie deverdad. Poco podemos hacer, aparte debombardear la ciudad con la bala y la pólvoraque nos proporcionen los propios chilenos. Elcaso es que no me seduce la idea, tengo amigosallí. No. Creo que deberíamos continuar laslabores de exploración, y si se muestrandesagradables, si se rebelan, pues qué diablos,al infierno con ellos. Te pediré que escribas unaamable carta de renuncia, rezaré para tener unbuen viento del oeste y pondremos rumbo aInglaterra. Pero antes, hasta que finalice el mes,debo cumplir mis promesas y subir a bordo a losjóvenes, los escogidos jóvenes, que levantaránconmigo los planos del archipiélago Chonos, nosin que antes hayamos llenado de pertrechos elbarco.

* * *Al día siguiente, al dar las cuatro

campanadas de la guardia de ocho a doce de lamañana, soplaba aquel viento del oeste

Page 527: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

venerado por Jack, un viento que arrugaba lasaguas del puerto. El condestable de la Surprise,en respuesta a una inclinación de cabeza deSomers, disparó el cañón situado más a proa enel costado de babor. Todos aquellos que habíanpermanecido atentos a la señal, largaron lasamarras de sus embarcaciones, treparon a lacofa y observaron a Surprise sin perder detalle,siguiendo sus movimientos con un éxito tal quetoda la escuadra compuesta por cuatro corbetasy una fragata recorrió el puerto formando unalínea perfecta. Entre los vítores y aplausos de lamultitud, salieron a mar abierto, y allí siguieron denuevo el ejemplo de la Surprise al poner rumbosudoeste sur y aprovechar el empuje del oleaje.

Según la costumbre del lugar, las corbetastenían dos capitanes, un primero y un segundo.Jack contaba en el alcázar de la fragata con losque en ese momento no gobernaban susembarcaciones, y así sería de las cuatrocampanadas de la guardia de alba hasta el finalde la primera guardia del cuartillo. Queríamostrarles cómo se hacían las cosas en laArmada Real. Tres o cuatro de ellos hablaban

Page 528: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

con fluidez el inglés, sobre todo el joven JoséFernández, sobrino de Carrera. Era un tritón denacimiento, si es que ha existido uno. A pesar deello, los monolingües constituían un lastre para eldoctor Maturin, que si bien conocía en inglésalgunos términos náuticos, como por ejemplobabor o estribor, no tenía ni idea de cómoexpresar «enjunca gavias y mayores» encastellano o en cualquier otra lengua.

–Me encantaría tener aquí a Jacob -dijo Jackun día frente a Talcahuano.

–Fue con tu consentimiento que lo dejamosen Valparaíso para la posible entrega de unmensaje -dijo Stephen.

–Tienes toda la razón. Te ruego que meperdones, amigo. Lo decía sólo por el alivio delamentarme, innoble alivio, por cierto.

–Capitán, amigo mío, brindemos por ti.* * *

De joven, Jack Aubrey había servido a lasórdenes de dos capitanes estrictos, bastanteincluso para tratarse de tiempos tan rígidos, demodo que cuando mencionaba el verbo ejercitarlo hacía en el sentido estricto de la palabra, y los

Page 529: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

jóvenes terminaban la jornada pálidos, agotados,capaces de caer rendidos en cualquier parte. Alcabo de unos días, sus cuerpos jóvenes ganaronfuerza, después de dormir como muertos ycomer como hienas. Sobre todo porque losjóvenes guardiamarinas y los oficiales de menorantigüedad los hacían trepar arriba y abajo deuna altura a otra del barco. Aunque estabanhasta cierto punto acostumbrados al duroadiestramiento de la Armada, el doctor Maturintuvo que tratar más de una mano llena deampollas, o las quemaduras en los muslosdebidas a la fricción de los cabos. No hubonecesidad de tratar con excesiva dureza a nadie,algo habitual en el mar, y mientras la alegría y labuena naturaleza fueron compatibles con arrizara velacho, disfrutaron de unos días encantadores.Las únicas veces en las que Jack se mostrabamenos caritativo era cuando los jóvenes chilenosdemostraban tener una gran ignorancia enmateria de navegación, de calcular la posición yrumbo del barco según los principios de lageometría y de la astronomía náutica. En talescasos, sacó partido de Daniel y Hanson, y

Page 530: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

aunque la observación lunar era más difícil deasimilar que el as de guía, la mayor parte de losjóvenes se convencieron de la importancia deltema, y varios de ellos aprendieron a medir laaltura del sol al mediodía. Se les invitó, engeneral por parejas, a comer en la cabina o en lacámara de oficiales. El idioma supuso ciertadificultad, superada, sin embargo, por el vorazapetito del que hicieron gala.

–Que grupo de jóvenes tan amables -dijoJack Aubrey cuando paseaba con Stephen por laplaya que había en la embocadura del río Llico-.Muchos de ellos saben perfectamente de dóndesopla el viento y qué dirección lleva la corriente.Al menos, media docena serán buenos marinos.Dios mío, menudo cambio después de tratar conesos políticos miserables e indignos deconfianza.

–Tienes toda la razón. Pero dime, Jack, ¿quéhacen en el agua esos locos a la pobreSurprise?

–Puesto que el mar está en calma y nopodremos franquear la bahía hasta que repuntela marea, a Harding se le ha ocurrido enseñar al

Page 531: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

resto de los muchachos, los que no bogaron paraentrarnos a puerto, qué supone dar fuego a losfondos. ¿Lo ves? Mira, ahora la han tumbadotodo lo posible para limpiar a conciencia losmoluscos del casco, y…

Siguió explicando la operación con todo lujode detalles, al menos hasta que vio a Stephenobservar fijamente un ave que volaba a lo lejos.

–Perdona, Jack -dijo-, pero no sé si era unaagachadiza, ¿La ves aún?

–No. Y si la viera tampoco me inmutaría. Porel amor de Dios, una agachadiza en Chile. Seríamás lógico ver un castor en el Fisco.

–Y ese muchacho, José, cuyo tío es unexcelente tirador, me dijo que la agachadiza,becasina, Gallinago gallinago, la misma ave quetenemos nosotros, fue la primera en emigrar aChile para anidar. Bendita sea: Aquí me tienes,maldiciendo el día en que emprendimos esteviaje (y no era la primera vez que me sucedía), enese aburrido hueco que aprovechan las avesmigratorias para huir del invierno, sin que las dela primavera hayan llegado. Ahora estoy lleno deesperanza.

Page 532: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Tenía motivos para estarlo. Sin embargo,días, incluso semanas después, permanecíasentado en la piedra gris de una isla, en una delas innumerables y frías islas de Chonos,encarando el catalejo no en una exótica avemigratoria, sino en un ostrero americano vulgar ycorriente de patas blancas, que sobrevolaba laorilla en busca de alimento. Más allá había otro,una hembra deslustrada. Ni la una ni la otrademostraron sentir el menor interés mutuo. Noera época de apareamiento, por mucho que laagachadiza pudiera pensar lo contrario.Tampoco era época de alegrías, aunque sí eldécimo tercer día del mes. Al día siguiente, Jackdebía decidir qué rumbo pensaba seguir en unou otro sentido, y ninguna de sus alternativasconducían a la felicidad.

Más allá del ostrero, Stephen Maturin encaróun bergantín que doblaba una de lasinnumerables e imponentes rocas, cuya posiciónhabían anotado cuidadosamente aquella mañanael capitán Aubrey y sus pupilos. En ese momentose encontraban algo al sur, levantando en elplano otra de esas rocas, fuera del alcance del

Page 533: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

catalejo de Stephen pero a la vista desde elbergantín. Este ganó velocidad al cubrirse demás lona. Aquel bergantín verde le resultófamiliar a Stephen, pues lo usaba un comerciantede piedras preciosas chileno, un hombre rico ymuy amable, que residía en Valparaíso y era muyamigo de Jacob.

Lo encaró con el catalejo, y pudo en efectover a Jacob, observándole a su vez con otrocatalejo y haciéndole señas (¿«gran alegría»?).Fuera lo que fuese lo que pretendía expresar,pronto desapareció al doblar el bergantín otraroca y aproar a la Surprise, momento en queStephen volcó su atención en dos cisnescuellinegros que volaban al sur, a baja alturasobre el agua, tan baja que casi podía oír elrítmico batir de sus alas.

–No puedo seguir aquí sentado, observandoal ostrero patiblanco -dijo en voz alta Maturin-.Pero, ¿qué otra cosa puedo hacer?

Ninguna otra cosa, al menos durante el paso,siempre de norte a sur, de tres skúas y delcarroñero caracara. Colgado del cuello, envueltoen una bolsita de seda encerada envuelta a su

Page 534: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

vez en otra bolsita, llevaba el sustituto de unpequeño y precioso cronómetro que anunció lamedia hora, y que hubiera anunciado loscuarenta y cinco minutos si Stephen no hubieravisto al chinchorro de la fragata bogar contra elviento. Se levantó de un salto, saludó con lamano y dio varios saltitos, todo lo cual espantó alos ostreros, cualquier cosa con tal de que no leabandonaran en tierra.

Subió por el costado del buque con suhabitual «elegancia». Allí le saludó el doctorJacob, en cuyo ceño podría haber leído todoaquel que le conociera muy bien: «Recibidaseñal cifrada». Stephen fue conducido bajocubierta a una de los rincones más discretos delbarco.

–Me lo entregó Jaime, justo después de quellegara de Santiago el mensajero del Gobierno -dijo Jacob en voz baja. Aunque éste no lo habíadesenfado del todo, estaba convencido de quehabía una sección importante que debíancomunicar de inmediato al interesado. A juzgarpor el modo en que elevó la mirada a lascuadernas, Stephen comprendió que se refería a

Page 535: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Jack, de lo cual pudo asegurarse cuando Jacoble comentó la alegría que tuvo cuando elbergantín alcanzó y pasó de largo a una corbetaque había partido de Valparaíso, antes de queésta pudiera encontrarlos.

–¿Tienes el original y tu transcripción? –preguntó Stephen.

–El original, sí, pero he transcrito muy poco.Permíteme mostrarte dónde me he quedado, ypor qué decidí que debía buscaros.

Stephen sostuvo la hoja al contraluz de laportilla.

–Has hecho bien, querido Amos. Debemosdecírselo de inmediato.

–No. Es amigo tuyo. Aquí está mi copia de laclave D2. Hay algunas combinaciones difícilesque quedaron pendientes, pero ya tenemos laidea general, y el resto podemos dejarlo paramás tarde.

Stephen asintió y estrechó su mano confuerza. Guardó los papeles en el bolsillo y echó aandar con brío.

–Señor Adams -dijo, a punto de tropezar conel secretario-, hágame un favor, si es tan amable.

Page 536: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

Me gustaría hablar en privado con el capitán.Estaré en la cabina. – Adams le miróboquiabierto por tan extraordinaria petición.

–Muy bien, señor -dijo al ver que Stephen sealejaba deprisa. Seguidamente, el secretariosubió a cubierta.

Por su parte, Stephen tenía la cabezaasomada por la ventana de popa cuando entró elcapitán, a quien vio sorprendido y un pocopreocupado.

–Jack -dijo Stephen-, acabamos de recibiruna señal. No hemos podido descifrarla toda,pero la primera parte está dirigida a tu nombre ya tu barco, y si quieres te leeré lo qué hemosdescifrado e intentaré leer sobre la marcha loque no lo esté. «En cuanto reciba la presenteorden, arrumbará usted al Río de la Plata, dondese unirá a la escuadra Sudafricana. Subirá abordo del navío de su majestad Implacable, encuyo palo de mesana enarbolará su insignia,asumiendo, por tanto, el mando de la escuadraazul.»

Jack tomó asiento y hundió el rostro en susmanos. Parecía haber perdido la facultad del

Page 537: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

habla.–¿Podrías leerlo otra vez, Stephen? – le pidió

al cabo.Stephen leyó de nuevo el mensaje.–Por Dios, Stephen, no sabes cuánto me

alegro de que seas tú quien me dé tan buenasnoticias. Sophie se alegrará tanto. Por Dios,creía que jamás lograría enarbolar mi insignia.

–Hay más cosas. Unas líneas con laenhorabuena de parte del duque de Clarence porel combate de El Callao, un mensaje privado aHoratio Hanson, y una petición de que lo envíes acasa en cuanto sea posible para que puedarealizar el examen de teniente. Hay variasconsideraciones políticas de parte de sir Josephque aún debo descifrar… Permíteme también amí darte la enhorabuena, querido almirante. –Abrazó a Jack. Fue un gesto natural, y ademásJack parecía obnubilado.

–Excelente, hermano, me alegro mucho deque estén tan satisfechos de nosotros. Sinembargo, aquí me tienes, lastrado por estapierna. Estoy comprometido, atado al Gobiernochileno.

Page 538: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

En ese momento el Gobierno chileno,personificado por Carrera, subía carta en manopor el costado de la Surprise, procedente de lacorbeta mencionada por Jacob. Fue recibido porHarding con todos los honores, y tras pedirpermiso lo condujeron a la cabina, en cuyointerior Jack le ofreció un jerez y le pidió que ledisculpara mientras leía la carta.

–Lamento mucho el contenido -dijo Carrera-.Siento pena y vergüenza. Los hombres deSantiago solicitan tres meses más, momento enque se le abonarán todas las deudas.

–Me apena mucho decir esto -dijo Jack-, perousted recuerda perfectamente qué fue lo queacordamos. Debo pedirle que se lleve a susjóvenes, sus excelentes y prometedores jóvenes,a bordo de la corbeta. Me ha sido ordenadonavegar en otra dirección. Antes, sin embargo,permítame renovar mis votos de amistad haciausted, y mis mejores deseos para el futuro de laArmada chilena.

El transbordo tardó un tiempo, aunque sellevó a cabo con alegría y buen humor; finalmente,los barcos se despidieron con muestras

Page 539: Aubrey y Maturin 20 - Azul en La Mesana - Ptrick O'Brien

recíprocas de buena voluntad.Tras el último saludo, Jack levantó la mirada

al aparejo. El viento soplaba aún del oeste. Miróa proa y a popa. La cubierta estaba limpia,reluciente. Los marineros servían en sus puestoscon una amplia sonrisa.

–Señor Hanson -dijo al piloto-. Ponga rumboa Cabo Pilar y al Estrecho de Magallanes, si estan amable.

[1] Se trata de un juego infantil. Un jugador sesitúa en el centro e intenta «robar» lasmadrigueras o bases de los demás jugadoresmientras éstos se desplazan de una a otra. En laArmada Real practicaban una versión máscompleja del juego. (N. del T.)

This file was created with BookDesigner [email protected]

15/03/2010LRS to LRF parser v.0.9; Mikhail Sharonov, 2006; msh-

tools.com/ebook/