1986_Adolfo Bioy Casares. La literatura, el amor, los sueños (Berasategui, ABC)

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VI/ABC SÁBADO CULTURAL 14 junio-1986 Adolfo Bioy Casares: la litera el amor, los sueños Tiene Adolfo Bioy Casares unalgo de niño enmadrado y predilecto; un bastante de hombre apacible y caprichoso, de irremediable «snob» y galán incurable. Y un mucho -mucho- de Borges: especialmente por su costado arbitrario y genial, por sus movimientos suaves y azulados y por esa especie de perversidad divertida con quesalpica todo lo que le resulta ajeno. Bioy Casares es, desde hace cuarenta años, como e! hermano pequeño de Borges y de otros escritores no mayores que é!, y el novio más coqueto de Buenos Aires, incluyendo en la ciudad ala mitad de sus mujeres: «¿Adolfito?, un bala», me ha dicho más de uno de sus amigos al comentar la atención que e! escritor les haprestado siempre a las señoras. El caso es que todo esto se le transparenta con bastante nitidez a la altura de sus setenta años. Su conversación y su fachada hablande un hombre que ha vivido mucho y bien, de un ser mimoseado por la vida. Bioy habita el barrio más «chic» de Buenos Aires, en una casa El día anterior a la entrevista, Bioy Casares había terminado el cuento que publicamos hoyen las páginas siguientes. Estaba, pues, con las dudas de si «habrá valido o no la pena escribir esta pequeña historia», lo que, pues- tos a mirar su biografía, es un alto grado de satisfacción. Bioy es implacable en su crítica: «la desagradable inmadurez de mis comienzos», «la estafa literaria que significaron mis primeros li- bros», «el aguante de mis ami- gos con mis primeros panfle- tos»... son algunas de las frases con las que aparentemente, no si de veras, se mortifica. Lo cierto es que con esta «Historia desaforada» se ha divertidobas- tante y se entretiene ahora en contarnos su argumento y el por qué tomó asiento en él esteepi- sodio fantástico, con gigante y todo, «que suele ser -dice- un fácil recurso fantástico para es- critores con pocos recursos». «Pero lo cierto -añade Bioy con tono de disculpa- es que la ¡dea me llegó de algo más profundo. Mire, decía Bergson que la inteli- gencia es el arte de encontrar una salida a las situaciones difí- ciles. Entonces, pensé yo, lógi- camente toda situación debe de tener un resquicio por donde po- der escaparse. ¿Cuál es mi mayor problema? La vejez. Ten- go que tratar, pues -pensé-, la juventud, que no es más que algo en donde se dan los orga- nismos que crecen. Bueno, pues de todo esto surgió esa pavada. Y me hizo gracia escribirla.» Habla Bioy con lentitud y sin apasionamiento. No resulta en absoluto distante y, sin embargo, algo se cruza en la conversación que nos aleja. Tal vez muchas de las palabras que emplea, al- gunas de ellas rioplatenses cien- to por ciento, y el tono, un poco artificioso de puro amable. No es un escritor que haya prodigado mucho las entrevistas. Mas bien le desagradan, sobre todo últi- mamente. Encuentra pocas no- vedades que ofrecer, «mi vida si- gue siendo la misma», «repetirse es tristísimo», y a veces parece como si escarbara en su memo- ria algo nunca dicho, «algo al menos con interés para los es- pañoles». De pronto, habla del sueño, de los sueños. literatura y sueño «A casi todos mis libros me surgieron de los sueños. Siem- pre he soñado, así que en cierto modo he vivido yo una doble vida: la vida que he vivido y la vida que he soñado. ¿Qué me deparará esta noche?, me pre- gunto a veces. Además, he aprendido a soñar y aparto con gran sabiduría los sueños desa- gradables. Se pueden manejar, sí. Ya nos lo advirtió un investi- gador francés del siglo pasado. Resulta más fácil escapar de las pesadillas que de los libros me- diocres. Se ríe Bioy y se acuerda de sí mismo. Reniega de su primer rastro literario con ironía y dis- tancia: «No era lógico abrumar a los hombres con malos libros. Mis primeras seis entregas fue- ron nefastas. Y el caso es que yo, hasta el momento de su pu- blicación, las tenía por buenas. Menos mal que siempre he teni- que desde hace unos diez años apenas abandona («sólo para ir al cinematógrafo de cuando en cuando»). Un apartamento amplísimo, materialmente tapizado de libros y fotografías, que comparte con su mujer, lapoetisa Silvina Ocampo, otro de los personajes esenciales de la literatura argentina. Ella estará presente enla conversación, pero de manera muy peculiar: ajena a nuestra charla, va y viene por el pasillo al lado de un perrazo, despeinada y con prisa, al menos diez o doce veces, extraña y misteriosamente. Cuando acudí a la casa, todo Buenos Aires se hacía lenguas dela boda de Borges y María Kodama. Y Bioy estaba harto. Harto de que la gente, ante la imposibilidad de conectar con Ginebra, se dirigiera a él para obtener detalles. Yhuía y huía, indignado, de todo el mundo. No era cosa, pues, de mentar ni la boda ni al amigo. Como si nada. Fue él, sorprendentemente, quien desde e! principio y hasta el fin puso a! recién casado de testigo de muchas de sus respuestas. «Siempre Borges, ¿no es cierto?» do amigos inteligentes que de- ploraban mis libros. Yo hablaba con ellos de literatura. Con Bor- ges, sobre todo. Nos llevábamos muy bien y comprendí en segui- da que mis obras constituían en el trato diario como una anoma- lía. Quiero decir que experimenté la sensación de que queriéndo- me y estimándome mucho, sen^ tía pena al comprobar mis esca- sas dotes literarias. Pasó cierto tiempo, publiqué «Luis Greve, muerto» y a partir de ahí varié mi rumbo. Ese fue mi último libro malo. -Supongo que habrá reflexio- nado muchas veces, en la causa de ese cambio a mejor, como usted dice. -Sí. Un día estaba en mi casa de campo y, como decía mi ma- dre, yo era un «estanciero» de corredor, es decir, me sentaba en una silla de mimbre y era ca- paz de pasar largas horas pen- sando en las musarañas o en cualquier historia. Se me ocurrió de pronto una idea: la idea de que si, por ejemplo, el tocadis- cos era capaz de reproducir un sonido, un espejo podría repro- ducir una imagen; es decir, que podríamos obtener un hombre. Me creé una historia, la puse a buen recaudo en mi cabeza, me la conté minuciosamente muchas veces antes de escribirla, para no errar. Se la conté a Borges. Le dije que iba a escribir un cuento con ella. «Tenéis una no- «Mis primeros libros fueron una estafa literaria» «Siempre disfruté de una doble vida: la que he vivido y la quehe soñado» vela ahí», me dijo. Después la conté a todos mis amigos. Tenía un miedo horrible a equivocar- me, pero empecé a escribir. Me alejé lo más posible de la histo- ria para que los sentimientos no me fueran a jugar malas pasa- das. La situé, primero, en Vene- zuela, país del que no sabía nada, y luego, en una isla pe- queñita de! Pacífico, que tampo- co conocía, pero a la cual había imaginado muchas veces junto a algún amorcito... En fin, escribí así «La invención de Morel». Fue mi primer libro aceptable, el primero en el que los errores no tapaban el resto. El más europeo De Bioy Casares siempre se dice que es el más europeo de los escritores argentinos y toda- vía a estas alturas no encuentra él la razón de tal sambenito si no es por la obviedad de haber via- jado lo suyo al viejo continente. «Uno debe escribir de los que conoce..., no sé..., tal vez sea por eso. Lo que sí es cierto es que no me he atenido a la cultu- ra argentina, porque si no uno tendría muy poca cultura, una cultura de dos siglos sólo. Los indios de acá eran muy poco ci- vilizados, así que yo me he con- siderado siempre un americano descendiente de europeos con una acusada inclinación porlos gustos y los hábitos anglosajo- nes.» Habla el escritor de Euro- pa, de París, ciudad que odió primero y amó después apasio- nadamente. Pero habla primero de su infancia en el campo, de su fervor por el deporte y de la influencia que estas dos cosas han tenido en su literatura. «Era buen tenista, jugaba al rugby, al fútbol, nadaba, era un notable boxeador hasta que un italiano más grande que yo me

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Entrevista a Bioy

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VI/ABC SÁBADO CULTURAL 14 junio-1986

Adolfo Bioy Casares: la literael amor, los sueños

Tiene Adolfo Bioy Casares un algo de niño enmadrado ypredilecto; un bastante de hombre apacible y caprichoso, de

irremediable «snob» y galán incurable. Y un mucho -mucho- deBorges: especialmente por su costado arbitrario y genial, por susmovimientos suaves y azulados y por esa especie de perversidad

divertida con que salpica todo lo que le resulta ajeno. BioyCasares es, desde hace cuarenta años, como e! hermano

pequeño de Borges y de otros escritores no mayores que é!, y elnovio más coqueto de Buenos Aires, incluyendo en la ciudad a lamitad de sus mujeres: «¿Adolfito?, un bala», me ha dicho más de

uno de sus amigos al comentar la atención que e!escritor les ha prestado siempre a las señoras.

El caso es que todo esto se le transparenta con bastante nitidez a laaltura de sus setenta años. Su conversación y su fachada hablan deun hombre que ha vivido mucho y bien, de un ser mimoseado por lavida. Bioy habita el barrio más «chic» de Buenos Aires, en una casa

El día anterior a la entrevista,Bioy Casares había terminado elcuento que publicamos hoy enlas páginas siguientes. Estaba,pues, con las dudas de si «habrávalido o no la pena escribir estapequeña historia», lo que, pues-tos a mirar su biografía, es unalto grado de satisfacción. Bioyes implacable en su crítica: «ladesagradable inmadurez de miscomienzos», «la estafa literariaque significaron mis primeros li-bros», «el aguante de mis ami-gos con mis primeros panfle-tos»... son algunas de las frasescon las que aparentemente, nosé si de veras, se mortifica. Locierto es que con esta «Historiadesaforada» se ha divertido bas-tante y se entretiene ahora encontarnos su argumento y el porqué tomó asiento en él este epi-sodio fantástico, con gigante ytodo, «que suele ser -d ice- unfácil recurso fantástico para es-critores con pocos recursos».«Pero lo cierto -añade Bioy contono de disculpa- es que la ¡deame llegó de algo más profundo.Mire, decía Bergson que la inteli-gencia es el arte de encontraruna salida a las situaciones difí-ciles. Entonces, pensé yo, lógi-camente toda situación debe detener un resquicio por donde po-der escaparse. ¿Cuál es mimayor problema? La vejez. Ten-go que tratar, pues -pensé-, lajuventud, que no es más quealgo en donde se dan los orga-nismos que crecen. Bueno, puesde todo esto surgió esa pavada.Y me hizo gracia escribirla.»

Habla Bioy con lentitud y sinapasionamiento. No resulta enabsoluto distante y, sin embargo,algo se cruza en la conversaciónque nos aleja. Tal vez muchasde las palabras que emplea, al-gunas de ellas rioplatenses cien-to por ciento, y el tono, un pocoartificioso de puro amable. No es

un escritor que haya prodigadomucho las entrevistas. Mas bienle desagradan, sobre todo últi-mamente. Encuentra pocas no-vedades que ofrecer, «mi vida si-gue siendo la misma», «repetirsees tristísimo», y a veces parececomo si escarbara en su memo-ria algo nunca dicho, «algo almenos con interés para los es-pañoles». De pronto, habla delsueño, de los sueños.

literatura y sueño«A mí casi todos mis libros me

surgieron de los sueños. Siem-pre he soñado, así que en ciertomodo he vivido yo una doblevida: la vida que he vivido y lavida que he soñado. ¿Qué medeparará esta noche?, me pre-gunto a veces. Además, heaprendido a soñar y aparto congran sabiduría los sueños desa-gradables. Se pueden manejar,sí. Ya nos lo advirtió un investi-gador francés del siglo pasado.Resulta más fácil escapar de laspesadillas que de los libros me-diocres.

Se ríe Bioy y se acuerda de símismo. Reniega de su primerrastro literario con ironía y dis-tancia: «No era lógico abrumar alos hombres con malos libros.Mis primeras seis entregas fue-ron nefastas. Y el caso es queyo, hasta el momento de su pu-blicación, las tenía por buenas.Menos mal que siempre he teni-

que desde hace unos diez años apenas abandona («sólo para ir alcinematógrafo de cuando en cuando»). Un apartamento amplísimo,materialmente tapizado de libros y fotografías, que comparte consu mujer, la poetisa Silvina Ocampo, otro de los personajesesenciales de la literatura argentina. Ella estará presente en laconversación, pero de manera muy peculiar: ajena a nuestra charla,va y viene por el pasillo al lado de un perrazo, despeinada y conprisa, al menos diez o doce veces, extraña y misteriosamente.Cuando acudí a la casa, todo Buenos Aires se hacía lenguas de laboda de Borges y María Kodama. Y Bioy estaba harto. Harto de quela gente, ante la imposibilidad de conectar con Ginebra, se dirigieraa él para obtener detalles. Y huía y huía, indignado, de todo elmundo. No era cosa, pues, de mentar ni la boda ni al amigo. Comosi nada. Fue él, sorprendentemente, quien desde e! principio yhasta el fin puso a! recién casado de testigo de muchas de susrespuestas. «Siempre Borges, ¿no es cierto?»

do amigos inteligentes que de-ploraban mis libros. Yo hablabacon ellos de literatura. Con Bor-ges, sobre todo. Nos llevábamosmuy bien y comprendí en segui-da que mis obras constituían enel trato diario como una anoma-lía. Quiero decir que experimentéla sensación de que queriéndo-me y estimándome mucho, sen^tía pena al comprobar mis esca-sas dotes literarias. Pasó ciertotiempo, publiqué «Luis Greve,muerto» y a partir de ahí variémi rumbo. Ese fue mi último libromalo.

-Supongo que habrá reflexio-nado muchas veces, en la causade ese cambio a mejor, comousted dice.

-Sí. Un día estaba en mi casade campo y, como decía mi ma-dre, yo era un «estanciero» decorredor, es decir, me sentabaen una silla de mimbre y era ca-paz de pasar largas horas pen-sando en las musarañas o encualquier historia. Se me ocurrióde pronto una idea: la idea deque si, por ejemplo, el tocadis-cos era capaz de reproducir unsonido, un espejo podría repro-ducir una imagen; es decir, quepodríamos obtener un hombre.Me creé una historia, la puse abuen recaudo en mi cabeza, mela conté minuciosamente muchasveces antes de escribirla, parano errar. Se la conté a Borges.Le dije que iba a escribir uncuento con ella. «Tenéis una no-

«Mis primeros libros fueron una estafaliteraria»

«Siempre disfruté de una doble vida: laque he vivido y la que he soñado»

vela ahí», me dijo. Después laconté a todos mis amigos. Teníaun miedo horrible a equivocar-me, pero empecé a escribir. Mealejé lo más posible de la histo-ria para que los sentimientos nome fueran a jugar malas pasa-das. La situé, primero, en Vene-zuela, país del que no sabíanada, y luego, en una isla pe-queñita de! Pacífico, que tampo-co conocía, pero a la cual habíaimaginado muchas veces junto aalgún amorcito... En fin, escribíasí «La invención de Morel».Fue mi primer libro aceptable, elprimero en el que los errores notapaban el resto.

El más europeoDe Bioy Casares siempre se

dice que es el más europeo delos escritores argentinos y toda-vía a estas alturas no encuentraél la razón de tal sambenito si noes por la obviedad de haber via-jado lo suyo al viejo continente.«Uno debe escribir de los queconoce..., no sé..., tal vez seapor eso. Lo que sí es cierto esque no me he atenido a la cultu-ra argentina, porque si no unotendría muy poca cultura, unacultura de dos siglos sólo. Losindios de acá eran muy poco ci-vilizados, así que yo me he con-siderado siempre un americanodescendiente de europeos conuna acusada inclinación por losgustos y los hábitos anglosajo-nes.» Habla el escritor de Euro-pa, de París, ciudad que odióprimero y amó después apasio-nadamente. Pero habla primerode su infancia en el campo, desu fervor por el deporte y de lainfluencia que estas dos cosashan tenido en su literatura.

«Era buen tenista, jugaba alrugby, al fútbol, nadaba, era unnotable boxeador hasta que unitaliano más grande que yo me

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14 junio-1986 SÁBADO CULTURAL ABC/VII

dejó K. O. y me aconsejó la reti-rada; desde los tres años hemontado a caballo. Llegó un díaen que abandoné el deportepara dedicarme al Derecho. Perovi que el Derecho me aiejaba dela Literatura y renuncié. Comen-cé entonces Filosofía y abando-né también; entre otras cosas,para dar consuelo a mis padres.Mis padres querían que me dedi-cara al campo, que era, en reali-dad, mi paraíso perdido. Y así lohice. Escribí muchas cosas du-rante aquellos largos años de re-tiro. Entre ellas, «Memorias so-bre la Pampa y los gauchos»,que acaba de reeditarse ahoraen Buenos Aires.

Pasión por ei cine-¿Y cuándo le llega su pasión

por el cine?—La pasión la tengo yo creo

que desde siempre, aunque alprincipio la ignorara. Me ha ocu-rrido con todo lo mismo. Losgrandes amores me han llegadoindistintamente de dos maneras;por un gran amor o por un granaborrecimiento. Odiaba Mar delPlata por esnobismo y luego laamé profundamente. Igual mepasó con París. Pero volvamosal cine. Mi madre, que siempreme ha influido mucho, no queríaque me aficionara al cine. Erauna grandísima sinvergüenzaporque lo que quería es que hi-ciese una vida sana y deportiva,y me gobernaba con ese tipo deideas, y otras más nobles, comola de que me ocupara de lossentimientos ajenos antes quede los propios. Ella era estoica yleía a Marco Aurelio y a Epicuro.Pero el caso es que mi madreiba mucho al cine y yo, que a losonce años atravesé como unaracha de locura por mi madre yno me podía separar de ella, laacompañaba al cine. Y los re-cuerdos del cine se me convirtie-ron en recuerdos de vida, unavida en blanco y negro, algo pa-tético, que contrastaba con lavida de los sueños, que siempreeran en color.

De la fantasía del cine pasóen seguida Bioy a la literaturafantástica. El comienzo tiene unafecha: el año 29, cuando publica«Vanidad o una aventura terrorí-fica». Lo cuenta el escritor y seríe como avergonzado, como siaquello fuera una bobada: «Esque es una bobada.» Lo que noes una bobada es lo que dicedespués: «La literatura fantásticay las historias de amor me hanacompañado toda la vida. Másaún: me han dirigido por la vida.Yo creo que los escritores queno han buceado en lo fantásticohan sido bastante imprudentes, yasí les va a muchos. Nada comolo fantástico para manejar al lec-

tor, adormecerlo al principio,guiarlo hacia el engaño, sorpren-derlo, pero no tanto, hasta quediga: "Ya pensaba yo eso." Y lo-grar así hacerlo cómplice. A par-tir de ahí, todo resulta fácil. Y esque la literatura no es más queuna función de circo que se con-vierte en la realidad del lectormientras sucede. Tiene tambiénla literatura fantástica su peque-ño defecto, que es, a la vez, suvirtud: su artificio, lo que tiene detrampa, con lo que alguna vezcae uno en la tentación de ir alamplio mar de la otra literatura.Pero yo siempre he vuelto a lofantástico, que, por escrito, pue-de resultar incluso convincente.A mí el cine fantástico me de-frauda siempre, lo encuentro bur-do, creo que la mente es más in-genua que el ojo, no sé muybien por qué.»

Las mujeresDe .sus historias de amor ha-

bla relajadamente: «Aún ahorano me canso de mirar a las mu-jeres», masculla, resignadamen-te. «Lo cierto es que yo empecéa escribir por amor. Mis primerosfracasos los lavé con versos ycuentitos malísimos. Pero mi pri-mera imagen de hombrecito latengo de los diez años. Recuer-do que un muchacho español,que era el portero de la casa enque vivía, me dijo un día depronto: "Ya eres un hombre, yano te deben interesar los jugue-tes, sino las mujeres." Y como sime hubieran dado cuerda corruna llave, comencé a dirigir miatención a las mujeres. Recuer-do que iba con él a la fila cerode las revistas y quedaba des-lumbrado con tanta mujer joven.Me parecían lindísimas y grandí-simas. Al mismo tiempo, enfrentede mi casa había lo que aquí lla-mamos conventillos, que son vi-viendas corridas con baños y co-cinas comunes, y de una de susvecinas me enamoré como unloco. Luego tuve por amor a unacorista. Se llamaba Ayde Bozan,era morena, con un caracolilloen la frente; pero como, despuésde todo, no se tenía por una co-rruptora de menores, me dejó enseguida. Pero, fíjese, hace dosaños entré en la galería de la ca-lle Santafé y veo "PerfumesAyde Bozan". Y entré. La vi, sí, ytuve, además, la suerte de en-contrarme con una mujer todavíafuerte que había vivido sus díasfelizmente.»

Se para de repente y dice:«Todo esto se lo cuento paradespués poderle decir que a mílas mujeres me han ayudadomucho, incluso literariamente.Muchos de los cuentos que hepublicado me los han contado

mujeres, o han nacido a raíz deuna experiencia con ellas. Losamores, todos lo sabemos, for-man como un libro que todos te-nemos dentro y que sólo noso-tros conocemos.»

De unos años para acá, AdolfoBioy Casares ha pensado en es-cribir sus Memorias. La culpa latuvo un amigo: Marcelo Pichónde Riviere, a quien el escritordice deber parte de su fama, «sies que se puede hablar de esapalabra». «Es que yo era un mu-chacho bastante feliz que escri-bía sin pensar que aquello mepodría suponer una retribucióneconómica y, un buen día, meencargó un artículo para una re-vista, me anunció en la portada,se encargó de que se me tradu-jera, que se me pagara, que, enuna palabra, se me reconociera.Le debo mucho, como le digo, yfue él quien primero me habló dela posibilidad de escribir entrelos dos unas Memorias. Me pa-reció bien. Empezamos, nos reu-nimos unas cuantas .tardes, peropronto comprendí yo que, siendocomo es él un escritor, no podíaperder el tiempo conmigo, pre-guntándome cositas, recorriendomi biografía, a veces tan pocointeresante para él. Y lo hemosabandonado. Tal vez las prosigaalgún día. Ahora lo que me di-vierte es escribir cosas breves:cuentos como "Historia desafora-da" y otros que tengo ya perge-ñados en la cabeza, "En el fondodel campo", "Irse", "Ovidio, folle-tín y otros". Pero, además, tengoque escribir tres novelas. Meocurre que invento a una veloci-dad de vértigo y escribo con len-titud de carro de bueyes. Y siem-pre tengo como un debe lleno de

títulos que esperan. Siempre es-toy bullendo, y todo lo que bulleen mí no tengo otra manera desacarlo que en forma de narra-ción.

Me dice Bioy, tan apacible-mente como habla, tan deseoso«de encontrar algo lindo que de-cirle para que se lleve a Espa-ña», que todas las mañanashace, a modo de gimnasia litera-ria, una serie de ejercicios poéti-cos que le tensen la mente y lemantengan lúcido. Compone dís-ticos, «que me producen inclusoplacer físico», y los alterna conuna suerte de aforismos, con rá-fagas de aisladas reflexionesque apunta meticulosamente enuna libretilla siempre a mano.Con todo ello piensa formar unlibro, que se publicará en Espa-ña muy próximamente. Y, mien-tras tanto, pasea por la casa,busca inútilmente la referenciade un dato en alguno de los mi-ies de libros ya libres de la es-tantería y va de vez en cuando,alguna tarde, ai cinematógrafo,«que es la única salida que hagode once años para acá». «Yosiempre he sido, aun sin salir demi casa, un escritor periférico,ajeno a grupos literarios, conmuchos amigos escritores, esoes cierto, pero enemigo de circu-itos estancos. Y amigo, sí, des-de el año mil novecientos treintay dos de Borges. Borges ha es-tado a mi lado en todos losacontecimientos importantes demi vida, y como, al mismo tiem-po, es un excepcional inventorde recuerdos, nuestras conver-saciones ahora pueden ser eter-nas.»

Blanca BERASATEGUI