Wittgenstein y El Escepticismo en Gris

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Magdalena Holguin Wittgenstein y el escepticismo

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Magdalena Holguin

Wittgensteiny el escepticismo

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P k im h r a E d i c i ó n

TItu i.o : Wittgenstein y el escepticismo

A u to ra : M agdalena Holguín

D ir e c t o r ijh a r t i-:

Hugo García Paredes

ISBN: 958-670-127-1

© Editorial Universidad del Valle © Magdalena Holguín

Derechos Resen-ados. Impreso y hecho en los talleres de la Editorial de la Universidad del Valle.Este libro o parte de él no puede ser reproducido por ningún medio, sin autorización de los editores. Ciudad Universitaria Meléndez.Telefax: (92) 331 3976 A. A. 25360 Tel. 3212391 - conmut. 339304! Ext. 2391 e-mail: proedito @mafalda. anivalle.edu.co Santiago de Cali Diciembre de 19V7

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ÍND IC E

P r e f a c io 5

I n t r o d u c c ió n 9

C a p ít u l o 1

La filosofía y su método 19

C a p ít u l o 2

Duda y certeza 35

C a p ít u l o 3

El solipsismo 55

C a p ít u l o 4

Fundamentos 67

B ib l io g r a f ía 89

Í n d ic e a n a l ít ic o 95

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P R E F A C I O

Escribí este trabajo en 1991, cuando era profesora de la Universidad Nacional de Colombia, como requisito de promoción dentro de la carrera docente. El primer capítulo, con algunas modificaciones, fue publicado en la revista Ideas y valores en abril de 1992.

Como sucede con todas las cosas escritas hace mucho tiempo, siempre pensamos que deberíamos rehacerlas de una forma com­pletamente diferente. Nuestras ideas y la forma de expresarlas cambian, y ya no nos identificamos de igual manera con lo que alguna vez quisimos hacer. Este trabajo refleja los intereses, y los vicios, del ambiente académico y pedagógico en el que fue escrito. Si ahora hubiera de enmendarlo, haría falta incluir otros escritos de Wittgenstein que allí no se tuvieron en cuenta y agregarle una extensa parte crítica que se echa de menos en todo el texto. Pero lo anterior equivaldría a escribir otro trabajo del todo diferente. Porestarazón, me he limitado acorregir algunos detalles estilísticos y a ampliar algunas ideas, esperando tan sólo que cumpla con la función de difusión para la que fue concebido y realizado.

Magdalena Holguín Octubre 1997

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E l h ilo de la fá b u la

El hilo que la mano de Ariadna dejó en la mano de Teseo(en la otra estaba la espada)para que éste se ahondara en el laberin lo y descubrie­ra el centro, el hombre con cabeza de loro o, como quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de piedra y volver a ella, a su amor.

luis cosas ocurrieron así. le seo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el del tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.

El hilo se ha perdido; el laberinto se luí perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deberes imaginar que hay un laberin­to y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdem os en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en Uis palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.

Jorge Luis Borges Los conjurados

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INTRO DU CCI ÓN

El debate filosófico entre dogmáticos y escépticos iniciado en los albores del pensamiento filosófico se preserva bajo diversas formas hasta nuestros días. Benson M ates1 afirma que los proble­mas formulados por los escépticos constituyen verdaderos «nudos intelectuales», cuya estructura general sigue el modelo de las antinomias lógicas y semánticas. En su opinión, estas aporías son a la vez inteligibles e insolubles; los esfuerzos de la filosofía clásica por refutarlas han sido inútiles, y los intentos recientes encaminados en la misma dirección fracasan tan estruendosamente como los de sus predecesores.

Dentro de estas últimas tentativas, considera Mates a las que denomina «estrategias disolutivas» de las paradojas escépticas. A diferencia de las refutaciones tradicionales con las que se pretende resolver las antinomias, e^procedimiento adoptado por sus de­tractores contemporáneos consitiría más bien erv«d i so Tverl as»,' al mostrar que su formulación carece de sentido y, por lo tanto, tampoco exige en principio una solución. A juicio de Mates, reflexiones como las adelantadas por Wittgenstein se inscribirían dentro de este contexto. Ciertamente, en muchos de sus escritos y especialmente en la publicación postuma de algunos de ellos

1. Males, Benson, Skeptical Essays, The University of Chicago Press, Chicago, 1981.

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M AÍÍOAI 1:NA H OLGUÍN

reunidos bajo el título de Sobre la certeza2, Wittgenstein hace referencia explícita a los temas escépticos y afirma que son el resultado de confusiones conceptuales propiciadas por usos analógicos del lenguaje. El análisis propuesto «disuelve» las paradojas mediante la aclaración del uso de los conceptosjiripji- cados en ellas, pues pone en evidencia que su enunciación violaría sus propias condiciones de inteligibilidad.

El presente ensayo se propone delimitar las posiciones de Wittgenstein frente a algunas de las tesis escépticas. Intentaremos mostrar que son inseparables de una concepción general de la filosofía como actividad analítica y descriptiva, y precisar aque­llas características de su método que lo diferencian de las maneras tradicionales y recientes de abordar estos y otros problemas. Antes de comenzar con la exposición, sin embargo, creemos conve­niente considerar dos objeciones que habitualmente se presentan frente a alternativas teóricas como la que deseamos exponer.

En primer lugar, debido a la importancia que Wittgenstein atribuye a la práctica y al lenguaje común, algunos comentaristas parecen sugerir que todo procedimiento de este tipo incurriría en una petición de principio, al apelar a una distinción análoga a la establecida por Hume entre el escepticismo académico y el práctico. El sentido común y. en este caso, el lenguaj^com ún, exige que aceptemos como verdaderas una serie de proposiciones. De lo contrario, sería imposible desenvolvemos adecuadamente en la vida cotidiana, donde estas verdades desempeñan un papelinsustituible para la acción. La creencia en la existencia de objetos externos, por ejemplo, es una de aquellas convicciones que Hume considera indispensable desde el punto de vista práctico e insos­tenible desde el punto de vista teórico. Para Hume, la tendencia a creer en la verdad de estos juicios debe calificarse de «naturaU, en

2. W ittgenstein, Ludwig, Sobre Ui certeza (Ü ber Gewissheit, 1969), traducción de J. L. Prados y V. Raga, Gedisa, Barcelona, 1988.

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el sentido estricto del término: hace parte de la naturaleza humanp, y los esfuerzos de la razón dirigidos a contrarrestarla son vanos. No obstante, esta actitud es perfectamente compatible con la afirmación del carácter infundamentado de la verdad de las proposiciones que son objeto de convicción práctica. Así, el escepticismo académico y la necesaria aceptación de un sistema de creencias pueden suscribirse sin contradicción. En efecto, puede objetarse que la duda teórica no tiene consecuencias prác­ticas identificables; pero las certezas del sentido común, a su vez, dejarían intacta la preocupación teórica del escéptico.

Tanto para Mates como para otros autores, Van der Veer entre ellos3, los escritos de Wittgenstein sobre el tema deben verse como una refutación del escepticismo basada en el lenguaje ordinario. El caracterizarlos de esta manera no sólo da lugar a la objeción a la que hemos aludido, sino que parece sugerir que su propósito sería, en efecto, establecer la falsedad del escepticismo con base en la incuestionable certeza de los juicios implícitos en nuestras prácticas lingüísticas. Strawson4, por su parte, parece suscribir asimismo esta posición al calificar las tesis wittgensteinianas de «naturalistas». Si bien se trataría en este caso de una referencia a la naturaleza social y no a la naturaleza humana como sucede en Hume, tal distinción no afecta el carácter general de la presunta refutación del escepticismo y, por esta razón, no invalidaría la objeción a la que nos referimos.

Debemos recordar, sin embargo, que en Sobre la certeza, Wittgenstein toma deliberadamente como punto de partida de sus reflexiones el artículo de Moore titulado «Defensa del sentido

3. Van tier Veer, Garret L., Philosophical Skepticism and Ordinary Language Analysis, The Regents Press of Kansas, Lawrence, 1978.

4. Strawson, Peter F., Skepticism and Naturalism: Some Varieties, Columbia University Press, New York, 1985.

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común»5, en el cual su autor considera que ha refutado al escéptico cuando opone a la duda certezas derivadas del sentido común. Fin el caso de Moore, la objeción, como el propio Wittgenstein lo señala, es sin duda válida: afirmar dogmáticamente la verdad de algunas proposiciones no basta para disipar una sospecha debida­mente fundada contra ellas. En conexión con este punto, debe señalarse que la finalidad que persigue Wittgenstein con sus referencias a Moore es compleja y dista mucho de ser una confirmación de sus doctrinas. Por el contrario, uno de sus propósitos sería mostrar, con base en la argumentación ofrecida por Moore, que entre escépticos y dogmáticos pueden establecer­se profundas concordancias y,no_elan taao n i s mo irreductible que habitualmente los opone. Unos y otros comparten una serie de compromisos teóricos acerca de la naturaleza de los problemas filosóficos y de las maneras aceptadas y aceptables de resolverlos. Más allá de este acuerdo básico, ambas posiciones adolecen de una confusión respecto de ciertos conceptos fundamentales em­pleados en sus formulaciones, los de conocimiento y de duda, por ejemplo. Y a este respecto, las tesis de Moore salen tan mal libradas de la crítica wittgensteinianacomo las de sus adversarios.

Buena parte del interés que suscitan las ideas de Wittgenstein respecto del tema del que nos ocupamos es precisamente la distancia asumida frente a ambas actitudes, la del escéptico y la de quien lo refuta, que le permite colocarlas bajo la nueva luz de sus coincidencias. La sorprendente afirmación del Tractatitsb, «Ve- mos aquí como el solipsismo llevado estrictamente, coincide con el puro realismo» (5.64) iJualraJas.a f i r m a c i o n e s anteriores. Por esta razón, al clasificar sus escritos dentro de las «refutaciones»

5. Moore, G. E., Defensa del sentido común y otros ensayos, traducción de Carlos Solís, Taurus, Madrid, 1972.

6. W illgenstein, Ludwig, Tractatus Logico-Philosophicus (1922), versión española de Tierno Gulván, Alianza Editorial, Madrid, 1973.

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contemporáneas del escepticismo, se corre el peligro de interpre­tar erróneamente el carácter de su proyecto filosófico. Dicho proyecto no está encaminado a dirimir la antigua disputa mediante argumentos que establezcan la ventaja incuestionable de una de las partes en conflicto. Por el contrario, su intención general consistiría en invalidar aquellas concepciones de la filosofía y de sus problemas que dan lugar tanto a la formulación del pseudo problema escéptico como a su pseudo refutación.

Desde esta perspectiva, las ideas de Wittgenstein sobre el escepticismo se insertan en una dimensión más amplia, ignorada por quienes las entienden a la manera de una «refutación» clásica, pues no son las tesis escépticas por sí mismas a lo que se dirige la crítica. Conjuntamente con el dogmatismo, conforman un paradig­ma de las confusiones teóricas a las que se ve abocado el filósofo cuando no atiende a los usos concretos de los conceptos que utiliza. El objetivo final del análisis guardaen realidad poca relación con los argumentos escépticos y sus refutaciones; consiste más bien en transformar la comprensión que de sí misma tiene la filosofía. La «disolución» del problema sería sólo una de las consecuencias de la nueva actitud adoptada frente a las teorías tradicionales, a las que pertenecen por igual escépticos y dogmáticos.

La segunda línea de objeciones de tipo general que deseamos considerar se apoya en el carácter «lingüístico» de la propuesta. Para sus detractores, las reflexiones de Wittgenstein pueden entenderse como la expresión de cierto tipo de reduccionismo, consistente en afirmar que los problemas filosóficos «sólo son», en última instancia, problemas lingüísticos. Creemos que aquí de nuevo es necesaria una aclaración. Refiriéndose a Wittgenstein, Popper afirma que ha sustituido «el estudio del mundo por el estudio del instrumento de que nos valemos para comprenderlo»7;

7. Popper, Karl R.( «Huw I See Philosophy», en Pliilosophy in Britain Today, Ed. por S. G. Shanker, Croom Helm, Londres, 1986, p. 202.

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MACibAl.UNA H O LGUÍN

esta idea sintetiza las críticas a las que nos referimos, dirigidas también contra diversos desarrollos de la filosofía analítica del lenguaje. Tales críticas adquieren un carácter aún más fuerte cuando se advierte el sentido equívoco de «lingüístico», que puede calificar tanto a una filosofía del lenguaje como a las ciencias empíricas que se ocupan de él. Sería suficientemente problemático identificar un reduccionismo de carácter filosófico; si a este proble­ma se añade el de introducir consideraciones empíricas prove­nientes de una ciencia particular, habría que admitir que un proyecto semejante está mal concebido desde sus inicios.

Debemos reconocer que muchas de las formulaciones de Wittgenstein propician este tipo de interpretación y las dificulta­des correspondientes. Ya desde el Truclatus, la filosofía es defi­nida como «crítica del lenguaje» y el título que Wittgenstein había pensado dar a su primer libro era «La proposición». La primordial importancia que asume el lenguaje desde estos primeros escritos proviene, en realidad de Frege. En efecto, fue este lógico quien propuso inicialmente tratar a las diversas disciplinas, en especial a la matemática, como «lenguajes», con el fin de determinar con mayor precisión las condiciones de sentido y de verdad de las proposiciones que las componen. Esta interesante propuesta metodológica, retomada en parte por Russell y de manera más radical por Wittgenstein, se inscribe estrictamente dentro del ámbito de la lógica filosófica, y guarda poca relación con el lenguaje tal como se lo entiende habitualmente, y menos aún con aquellos aspectos del mismo de los que se ocupan las ciencias particulares como la lingüística. Más que de lenguaje, deberíamos hablar en estos autores de una «lógica proposicional», enmarcada dentro del contexto del problema lógico y ontológico de la verdad y de la referencia.-

En los escritos pertenecientes al segundo período de su filoso­fía, pareciera más difícil responder a las objeciones expuestas.

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Ciertamente, a estos textos se atribuye buena parte del llamado «giro lingüístico» en filosofía, así como la inspiración del desarro­llo posterior de la escuela oxoniana y de otras corrientes analíticas del lenguaje. No obstante, creemos que también aquí puede argumentarse válidamente que el interés fundamental que anima estos escritos noes el estudio del lenguaje como tal. Independiente­mente de las sustanciales modificaciones a las que somete la concepción elaborada en el Trcictatus, Wittgenstein no abandona su idea inicial de que la filosofía es una actividad esclarecedora y no una teoría. Si bien establece la necesidad ineludible de recurrir a los usos concretos del lenguaje, esta necesidad debe entenderse, de nuevo, como una propuesta de carácter metodológico. Las incontables reflexiones acerca del «significado» y del «uso», que para muchos constituyen el núcleo de su filosofía tardía, sólo resultan filosóficamente pertinentes cuando se comprenden como el significado y el uso de los conceptos en el lenguaje. Si atende­mos al tipo de análisis ofrecido por Wittgenstein, veremos que la obligada referencia a los usos del lenguaje está dirigida exclusi­vamente a la aclaración de aquellos conceptos susceptibles de generar confusiones teóricas, tanto en la filosofía como en otras disciplinas, y no al recuento exhaustivo de los usos de cualquier término. En Observaciones sobre los fundamentos de la matemá­tica, y Sobre la certeza, por ejemplo, hay una elección previa de los conceptos pertinentes para el tema: los de demostración y prueba en el primer caso, los de duda, conocimiento y certeza en el segundo.

Por otra parte, resulta poco plausible tratar elaboraciones tan complejas y difíciles de recursos simplificadores y facilistas; constituyen por el contrario, esfuerzos sistemáticos por erradicar las mitologías arraigadas en nuestras formas de pensar, propicia­das por las analogías implícitas en nuestros usos lingüísticos. Como intentaremos mostrarlo más adelante, el papel central

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reconocido por Wittgenslein al lenguaje depende de sus ideas sobre la formación de conceptos y sobre su necesaúiíapliciibilúUul. La disolución de las confusiones teóricas exige remitirse a los usos concretos de los conceptos en el lenguaje. Este método persigue varios propósitos. Uno de ellos es evitar el círculo vicioso de las propuestas y contrapropuestas teóricas que caracteriza a la mayor parte de los desarrollos filosóficos. Por otra parte, el interés por identificar los diferentes contextos del uso de un concepto hace evidente la diversidad de su empleo; permite aclarar sus signifi­cados, su alcance, y las relaciones de similitud o de diferencia que guarda con otros conceptos. Por lo demás, contrarresta la tenden­cia que tiene la filosofía a homogeneizar los fenómenos de lus que se ocupa y a generalizar inválidamente acerca de ellos.

El resultado de esta tarea de análisis conceptual, adelantada por Wittgenstein a lo largo de toda su obra, es la elaboración de una «gramática filosófica», noción central de la que nos ocuparemos mas adelante. Por ahora, intentaremos resaltar tan sólo el carácter esencialmente metodológico de la obligada referencia al lenguaje. Si bien Wittgenstein afirma en el Tractatus que toda filosofía es «crítica del lenguaje», lo propiamente filosófico en esta definición es la crítica, y el lenguaje aquello a lo que se aplica. Quienes confunden el procedimiento con el objeto del análisis concluyen, no sin razón, que una filosofía así concebida diferiría poco de la socio-lingüística. En efecto, la descripción acrítica de los usos de las palabras en las lenguas naturales no configuraría por sí misma una propuesta filosófica. En este caso, nos veríamos obligados a coincidir con el dictamen de Russeil cuando califica a la filosofía tardía de Wittgenstein de «suicidio intelectual».

Desde el punto de vista que asumiremos, el tratamiento que hace Wittgenstein de los temas escépticos se verá como un caso paradigmático de las confusiones conceptuales a las que hemos aludido. En él se evidencia tanto el procedimiento analítico

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descrito, como los principales lincamientos de su programa filosó­fico. Dado que ambos aspectos en el caso de Wittgenstein guardan una relación interna, creemos conveniente comenzar con una breve presentación de su idea de filosofía y del método empleado, haciendo especial énfasis en aquellos aspectos que lo diferencian de las maneras tradicionales de abordar el escepticismo.

En lo que se refiere a este último, hemos considerado conve­niente dividir ia exposición en tres problemas generales, a los que hace alusión Wittgenstein en la mayor parte de su obra, pero que en ninguno de los textos publicados son objeto de un tratamiento sistemático y continuo.

iil primero sería la distinción ontológica entre apariencia y realidad, en la medida en que dicha distinción o una diferenciación análoga entre niveles de realidad constituye, en muchos autores, el presupuesto básico que permite la elaboración de la postura escéptica. La serie de argumentos ofrecidos por Wittgenstein en contra del platonismo, entendido como modelo paradigmático de tal distinción, serían una de las estrategias utilizadas para impedir la formulación de las antinomias del conocimiento. Los análisis de diversos conceptos en los que se demuestra la imposibilidad del llamado «punto de vista angélico», esto es, de una perspectiva desde la cual pudieran emitirse juicios acerca de la totalidad de lo real y de su relación en general con el conocimiento, serán considerados como piezas importantes que obran en contra de las distinciones ontológicas mencionadas y contribuyen así a destruir uno de los presupuestos más fundamentales de las posiciones escépticas.

En segundo lugar, presentaremos una serie de distinciones de carácter más estrictamente epistemológico y metodológico, tales como la distinción entre lo subjetivo y lo objetivo, lo interno y lo externo, lo privado y lo público, derivadas en buena parte de las distinciones ontológicas anteriores. Sobra recabar en el papel

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M AGDA!.UNA H O l.ü U lN

esencial que desempeñan este tipo de consideraciones en los argumentos escépticos. Las detalladas descripciones que ofrece Wittgenstein sobre la manera de establecerlas y el propósito que anima a los filósofos a hacerlo, constituyen uno de los núcleos teóricos centrales de su filosofía. La aclaración de los conceptos que corresponden a estas distinciones es la herramienta principal de la que se vale para mostrar las coincidencias ocultas entre escépticos y dogmáticos e invalidar, simultáneamente, ambas posiciones.

Por último, nos referiremos al problema de los fundamentos. Este problema, más que los anteriores, puede considerarse como una de las motivaciones esenciales de los proyectos epistemológicos y a él se remitiría, en última instancia, la necesidad de trazar las distinciones que hemos mencionado. Más que con teorías espe­cíficas, el tema del fundamento se relaciona con concepciones más amplias acerca de la naturaleza de la filosofía, sus fines y propósito. Por esta razón, aunque incide directamente sobre el problema de la justificación del conocimiento y, por ende, sobre las propuestas escépticas y las refutaciones dogmáticas, va más allá de ellas, suscitando una serie de interrogantes acerca de la concepción misma del quehacer filosófico.

Conjuntamente, estas tres líneas de análisis se entretejen, colocando el escepticismo y los problemas atinentes a él en una nueva dimensión. La experiencia de la lectura de Wittgenstein, más que una secuencia lineal de argumentos y tesis, se asemeja a la construcción de un mosaico. La nueva posición de las piezas filosóficas dibuja una figura inédita y llena de nuevos matices, que nos impide abordar los problemas teóricos de la misma manera. Mostrar cómo lo hace en este caso es el principal propósito de esta exposición.

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C A P ÍT U L O 1

LA FILOSOFÍA Y SU MÉTODO

¿De dónde saca nuestro examen su importancia puesto que sólo parece destruir lo interesante, es decir, lodo lo grande e importan­te? (Todo el edificio, en cierto modo; dejando sólo pedazos de piedra y escombros). Pero son sólo castillos en el aire los que destruimos y deja/nos libre la base del lenguaje sobre la que se asientan'.

Investigaciones filosóficas 118

Antes de adentrarnos en los problemas escépticos, es preciso hacer una serie de consideraciones acerca de la concepción wittgensteiniana de la filosofía y de su método, sin las cuales resulta difícil comprender la particular manera que tiene de abordar los asuntos de los que nos ocupamos.

Como lo hemos señalado en la introducción, el propósito de Wittgenstein no es argumentaren favor o en contra del escepticjs- mo; mas aún, sostendría que una verdadera comprensión del quehacer filosófico impediría ambas posturas, al mostrar que no se trata de un auténtico problema, y por ende, 110 son sus refutacio­nes auténticas respuestas. Debemos, sin embargo, aclarar algunos de los rasgos de la idea de filosofía que da lugar a tan originales afirmaciones acerca de lo que habitualmente se ha considerado

1. W ittgenstein, Ludwig, Investigaciones filosóficas (Pliilosophische Unlersuchungen, 1953), traducción castellana de A. García Suárez y U. Moulines), Crítica, Barcelona, 1988.

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M AGD ALENA H O LGUÍN

precisamente como uno de sus más interesantes y arduos proble­mas, e intentar precisar en qué consistiría esta genuina compren­sión del quehacer filosófico.

La distinción que corrientemente se establece entre el primero y el segundo Wittgenstein sugiere una ruptura radical entre el Tractatus y los escritos posteriores. Independientemente de cuán acertada sea esta interpretación, en ocasiones oculta la conti­nuidad de los temas. Podría afirmarse que la concepción general de la Filosofía y de sus problemas es un aspecto de su obra que se encuentra delimitado con claridad desde el Tractatus, y al que su autor adhiere también en las sucesivas etapas de su pensamiento. En los aforismos que conforman su primer libro, encontramos sobre este tema las afirmaciones siguientes:

La filosofía no es una de las ciencias naturales.4.111El objeto de la filosofía es laaclaración lótñcaFilosofía no es una teoría sino una jLQtividad.Una obra Filosófica consiste esencialmente en elucidaciones.4.112

Señalemos, en primer lugar, que las observaciones donde se intenta precisar la naturaleza y objeto de la Filosofía comienzan por la contraposición entre ésta y las ciencias. Wittgenstein, naturalmente, no es el primero ni el único en colocar el deslinde entre Filosofía y ciencia como centro de sus reflexiones. Por el contrario, pareciera ser en este punto donde puede establecerse alguna relación con muchos de los filósofos contemporáneos quienes, desde perspectivas tan disímiles como la hermenéutica, el neo nihilismo y la Escuela de Franckfurt, coinciden en sus esfuerzos por delimitar el ámbito propio de la ciencia y dife­renciarlo explícitamente del de la filosofía. La dirección que

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LA F II.O S O h fA Y SU M ÉTO D O

toman estas críticas, no obstante, produce resultados que divergen entre sí de manera evidente. En el caso de Wittgenstein, posee algunos elementos que vale la pena destacar. En primer lugar, no conlleva, como lo hace en muchos otros autores, una crítica de la ciencia y de sus desarrollos tecnológicos, como tampoco la intención, explícita o no, de subordinar los intereses teóricos de la ciencia a los de la filosofía. En segundo lugar, cree que esta delimitación, llevada estrictamente, debe repercutiren l#compren- sión que la filosofía tiene de sí misma, de manera que incida efectivamente sobre la manera de concebir sus problemas y su naturaleza. En este sentido, puede decirse que se trata de una propuesta más radical, pues lejos de ser una consideración externa de las relaciones entre filosofía y ciencia, intenta explicitar aque­llos aspectos de la filosofía misma en los cuales se ha adoptado una perspectiva científica. La arraigada tendenciade los filosofas a' seguir los modelos propuestos por la ciencia, a la que se toma como paradigma del conocimiento objetivo, origina la mayor parte de los problemas conceptuales que la filosofía erróneamente considera como propios.

Si proseguimos con la cita, se nos dice que la diferencia fundamental entre ciencia y filosofía radica en que esta última no es una teoría (Lehre), sino una actividad; tal actividad debe entenderse como la aclaración lógica o conceptual del pensamien­to, que se expresa en elucidaciones. El objeto de la filosofía son aclaraciones semejantes. En los aforismos citados, establece Wittgenstein una distancia interesante con la manera tradicional de abordar las relaciones entre filosofía y ciencia, que resulta a la vez interesante y sorprendente. En efecto, la mayor parte de los filósofos consideran que su tarea es, esencialmente, teórica; más aún éste sería uno de los rasgos que por excelencia la identifican y permiten diferenciarla de otras disciplinas. Creen, asimismo, que la manera correcta de abordar un problema filosófico comien-

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MACiDAt.UNA UO UiU lN

za por contrastar las teorías que respecto de él se hayan formulado y, en lo posible, ofrecer una alternativa teórica inédita. De acuerdo con las concepciones prevalecientes de filosofía y de ciencia, ambas son teorías cuya diferencia reside, únicamente, en dos aspectos; en su alcance, por ser las primeras de carácter universal, y en el método empleado para llegar a ellas. Cuando no se alude a una caracteriza­ción que haga posible diferenciar sus teorías, el deslinde entre filosofía y ciencia parte de la distinción clásica y recurrente que permite identificar las disciplinas según sus objetos.

Para Wittgenstein, por el contrario, comprender la filosofía como una teoría de objetos constituye ya una apreciación cientificista del quehacer filosófico. Las teorías científicas son hipótesis expl icati vas de los fenómenos que caen bajo el las como su objeto. A la filosofía, sin embargo, no le corresponde formular teorías semejantes, sino elucidar conceptos mediante la descripción de sus usos en el lenguaje.

Esto tiene que ver, según creo, con el hecho de que errónea­mente aguardamos una explicación; mientras que la solución de ladificultad es una descripción, si la ubicamos correctamen­te en nuestras consideraciones. Si nos detenemos en ella y no tratamos de ir más allá2.Zettel 314

Lo anterior nos lleva a preguntamos en qué consistiría la tarea de aclaración conceptual y por qué es, para Wittgenstein, la única actividad propiamente filosófica. Para responder a esta pregunta, debemos remontarnos a la distinción establecida por Russell entre forma gramatical y forma lógica. El análisis lógico, tai como lo concibe este autor, es el instrumento que nos permite identificar la

2. W ittgenstein, Ludwig, Zettel (1967), traducción española de O. Castro y U. Moulines, UNAM, México, 1979.

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forma lógica oculta bajo la forma gramatical. La famosa teoría de las descripciones constituye un ejemplo paradigmático de la aplicación del método mencionado. En el Tractatus, Wittgenstein invoca precisamente esta distinción para justificar la concepción de la filosofía como crítica del lenguaje:

Es humanamente imposible captar inmediatamente la lógica del lenguaje.El lenguaje disfraza el pensamiento. Y de tal modo que por la forma externa del vestido no es posible concluir acerca de la forma del pensamiento disfrazado; porque la forma externa del vestido está construida con un fin completamente distinto que el de permitir reconocer la forma del cuerpo.4.002Toda la filosofía es «crítica del lenguaje» [...]. Es mérito de Russell haber mostrado que la forma lógica aparente de la proposición no debe ser necesariamente su forma real.4.0031

Las maneras como empleamos el lenguaje permiten que utili­cemos un mismo signo con distintos significados, lo cual introdu­ce ambigüedades sistemáticas en las proposiciones en las que aparece. El análisis lógico resulta indispensable debido a la homogeneidad de los términos en el lenguaje corriente, que nos impide comprender, a primera vista, la diversidad de funciones lógicas que pueden desempeñar.

La identificación de este problema lleva a Russell a proponer, en aquellos casos donde sea de especial importancia atender a las distinciones lógicas, el recurso a un lenguaje formalizado con el fin de evitar los tropiezos conceptuales generados por la ambigüe­dad de la forma gramatical. Aun cuando Wittgenstein no comparte del todo esta solución, ciertamente admite que la distinción

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trazada por Russell ocupa un lugar privilegiado en toda discusión acerca del significado proposicional, y concede que un sinnúmero de confusiones pueden evitarse cuando se logra una cabal com­prensión de la «lógica del lenguaje». Más aún, podría decirse que confiere a la distinción mencionada un papel más amplio y fundamental del que le atribuye su propio autor, pues ésta deter­mina la orientación filosófica general del método que propone. No obstante, desde un comienzo, la utiliza de una manera que se aparta básicamente de la dirección que le imprime Russell. En lugar de recurrir a los lenguajes formalizados para desterrar las ambigüedades, Wittgenstein intenta aplicar ladistinción de mane­ra que le permita delimitaciones más generales. Siguiendo a Bouveresse3, podemos calificar de «topológico» el método pro­puesto por Wittgenstein. Con esto quiere decir Bouveresse que la principal estrategia del Trac-tatus consiste en asignar su «lugar» a los diferentes tipos de proposiciones, según los criterios previa­mente establecidos para las proposiciones auténticamente signifi­cativas. Así como Russell, en la teoría de las descripciones, pone en evidencia que hay sujetos gramaticales que no corresponden a un sujeto lógico, habría asimismo enunciados que parecen autén­ticas proposiciones descriptivas debido a su forma gramatical; tal es el caso de las proposiciones de la lógica, de la matemática, de la filosofía. El análisis de la lógica del lenguaje revelara, empero, que se trata de pseudo proposiciones. Destruir la similitud externa que oculta diferencias lógicas semejantes es uno de los objetivos explícitos de la «crítica del lenguaje».

Desde esta perspectiva, podemos ver que una de las mayores preocupaciones de Wittgenstein consiste en trazarcon claridad las demarcaciones ocultas en el lenguaje; es ésta la única manera de «aclarar el pensamiento», objeto propio de la filosofía. No sólo el

3. Bouveresse, Jacques, Wiiigenstein: La Rime el la Ruison, Minuit, Paris, 1973, p. 11.

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LA 1'ILOSOIÍA Y SU M ETO D O

Tractatus, sino la totalidad de sus escritos se inscriben dentro de esta línea: el deslinde entre filosofía y ciencia, entre filosofía y psicología, entre matemática y ciencia natural. Aparte de la demarcación de ámbitos generales, hay casos en los que el análisis se torna más preciso: dentro de la actividad filosófica, qué lugar ocupan lo lógico y lo empírico, qué pertenece a los sistemas de descripción y qué a lo descrito. Gran parte del esfuerzo elucidatorio al que se refiere la cita del Tractatus implica determinar, en lo posible, los matices conceptuales sobre los que se apoyan las diferencias topológicas a las que alude Bouveresse.

Habría otro aspecto del lenguaje, relacionado con el anterior, que debemos mencionar para lograr una mejor comprensión de la necesidad del análisis conceptual. No sólo la uniformidad del lenguaje oculta diferencias lógicas esenciales referidas a expre­siones particulares o a enunciados considerados en su conjunto, sino que nuestros usos lingüísticos propician, por su parte, la introducción de analogías que nos hacen pasar imperceptible­mente de determinados contextos significativos a otros.

En los escritos posteriores al Tractatus, la noción de «juego de lenguaje» se refiere precisamente a contextos específicos de significación y aplicación conceptual. Es posible, sin embargo, hacer caso omiso de esta demarcación y extender analógica e inválidamente los conceptos; esto lleva a una serie de confusiones teóricas que corresponde dilucidar a la filosofía. El procedimiento empleado en este caso se aleja aún más del análisis lógico concebido por Russell. Es necesario, por así decirlo, «regresar» el concepto a su ambiente significativo propio e identificar los pasos que condujeron a crear el «nudo intelectual»; buscar las analogías concretas que dieron lugar a extrapolaciones inválidas, vaciando los conceptos de sentido.

Este segundo aspecto de la filosofía como «crítica del lenguaje» asume un carácter predominante en el llamado segundo período de

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MAGOAI l:NA HOLGUIN

su obra; desde la perspectiva que asumimos aquí, sin embargo, podría verse más bien como una ampliación de la idea según la cual el lenguaje mismo es la fuente principal de nuestras confusiones y su «crítica» el único instrumento apropiado para enfrentarlas.

La filosofía es una lucha contra el embrujo de nuestro entendi­miento por medio de nuestro lenguaje4.Investigaciones filosóficas 109

La metodología diseñada para llevar a cabo las elucidaciones conceptuales es esencialmente descriptiva, pues no pretende en manera alguna explicar el lenguaje como fenómeno', se limita a examinar los usos concretos de los conceptos y este examen no da lugar a «teorías», sino que modifica sustancialmente nuestra comprensión de los conceptos. Una vez identificadas, por ejem­plo, aquellas analogías que permiten considerar plausible, o incluso verdadera, una tesis como la solipsista, resulta imposible continuar pensando que ésta constituye una solución explicativa al problema del conocimiento. La modificación de la manera de ver el problema es lo que conduce a su «disolución» como problema. La diferencia que guarda un procedimiento semejante con una refutación resulta así más clara. No se trata de presentar argumentos o teorías que compitan entre sí de forma que pueda llegar a determinarse cuál de ellas da razón más adecuadamente de los fenómenos. La estrategia empleada se limita a mostrar que aquello que parecía una aplicación conceptual válida diverge fundamentalmente de sus usos significativos aceptados y, por consiguiente, no consigue cumplir con los propósitos que presun­tamente se le asignan: «Sinsentido es imaginar un uso que la expresión no tiene»5.

4. W ittgenstein, Ludwig, Investigaciones filosóficas, op. cit.5. W ittgenstein, Ludwig, «Cause and Effect: Inluitive Awareness», en

Pliilosopliia, Vol. 6, Nos. 3-4, Sept-Dic, 1976, p. 423.

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L A FILOSOFIA Y SU M ÉTODO

A juicio de Wittgenstein, la filosofía no debe entonces concebir­se como teoría; menos aún debe desempeñar el papel que con tanta frecuencia le ha sido atribuido a través de su historia: el de metateoría o teoría de teorías, ciencia de las ciencias. Dentro de una concepción semejante, la pretensión de los filósofos no está restringida a aquella elaboración de teorías explicativas que Wittgenstein considera de por sí objetable, sino que va más allá, por cuanto cree poder erigirlas en fundamento último de todo conocimiento. A este aspecto de la filosofía aludíamos cuando hablábamos de someter los intereses teóricos de la ciencia a la filosofía, entendida ésta como tribunal supremo de toda validez.

Quienes se apresuran a identificar el Tractatus con las posi­ciones sostenidas por el positivismo lógico, olvidan que uno de los puntos fundamentales de divergencia entre Wittgenstein y el Círculo de Viena estriba precisamente en su respectiva aprecia­ción de la ciencia y del papel de la filosofía en relación con ella. No corresponde a la filosofía ser «teoría de la ciencia»; el objetivo del quehacer filosófico no reside en determinar cuál sea la estruc­tura lógica de las teorías científicas ni decidir respecto de su coherencia interna o de su adecuación con lo real.

Los filósofos, no obstante, en su afán por adaptarse al exitoso modelo de las ciencias, proceden como si su tarea fuese la elaboración de hipótesis análogas a las de la ciencia natural. En efecto, muchas de las posiciones ontológicas y epistemológicas se formulan a la manera de teorías explicativas y conllevan esta pretensión. La búsqueda, por ejemplo, de «los elementos últimos constitutivos de lo real», propósito que el mismo Wittgenstein persigue con la doctrina atomista del Tractatus, guarda una semejanza evidente con preguntas provenientes de la física. La falsedad de la analogía establecida entre física y metafísica a través de la similitud de las preguntas aparece con claridad únicamente cuando atendemos al carácter de los procedimientos

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MAUDAI UNA IIU K iU ÍN

empleados por parte de filósofos y de científicos para resolverlas. En tanto que la ciencia reconoce la naturaleza hipotética de sus explicaciones y determina con rigor los métodos dirigidos a determinar la corrección de los resultados obtenidos, la posición metafísica no se presenta como una hipótesis susceptible de ser corroborada o refutada. Por el contrario, ningún hecho o conjunto de ellos incidiría sobre su validez. Tampoco sería posible indicar qué método sería el más indicado para obtener la respuesta deseada. Wittgenstein concluye entonces que este tipo de posicio­nes no son en realidad lo que aparentan ser, a saber, hipótesis explicativas, sino pseudo teorías que se atribuyen un carácter científico, y por ende, objetivo, que están lejos de poseer.

La distinción entre causa y razón, destinada a precisar aún más la diferencia establecida entre explicación y descripción, es otro de los temas recurrentes de su filosofía. Las auténticas teorías explicativas, pertenecientes al marco del quehacer científico, no sólo son siempre hipotéticas sino que adoptan, por lo general, el modelo de la explicación causal. Sin duda, sería superfluo recabar sobre el papel paradigmático de la causalidad en la ciencia moderna. En el Tractatus, Wittgenstein llega incluso a calificar de supersticiosa nuestra creencia en los nexos causales; podríamos agregar que se trata de una de las supersticiones más arraigadas de nuestra mitología. Wittgenstein, sin embargo, 110 se limita a criticar la inválida extensión de las relaciones causales a todo tipo de explicación. Considera que en el ámbito de las ciencias, su preponderancia es adecuada y cumple un propósito claramente identificable. Sus objeciones están dirigidas más bien a las consideraciones metateóricas que sobre esta idea se elaboran, yen especial a la adopción de los paradigmas causales por parte de la filosofía. Amplias secciones del Cuaderno azul y de las Investiga­ciones filosóficas describen e impugnan la concepción del pensa­miento como un mecanismo mental que operaría causalmente. De

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I.A 111 o s o i I a y s u m é t o d o

igual manera rechaza las explicaciones causalistas del significa­do, explicaciones que en su opinión prevalecen sobre cualquier otra en las teorías del lenguaje. En oposición a esta tendencia, propone diferenciar con claridad aquellos casos donde resulta pertinente hablar de hipótesis y de causas, de aquellos donde debiéramos invocar más bien criterios y razones.

El uso de un concepto está gobernado por reglas, y siempre cabe la posibilidad de apelar a razones para justificar su empleo. Confundir éstas con los efectos de causas aparentes u ocultas genera buena paite de las confusiones en las que incurren por igual mentalistas y conductistas en sus explicaciones del significado. Comprender éste último como el resultado de procesos mentales o creer que se establecen mecanismos asociativos entre los térmi­nos y sus significados no son procedimientos disímiles; en ambos casos se proponen hipótesis causales cuando en realidad debiera sencillamente enunciarse la razón por la cual usamos los concep­tos de «significar», «pensar», «comprender», en situaciones determinadas. La expliciiación de estas reglas, fruto de los análisis descriptivos de los usos concretos del lenguaje, configura la gramática filosófica.

Uno de los motivos que lleva a la filosofía al desconocimiento de su propia actividad es lo que Wittgenstein denomina el «ansia de generalidad». Ésta se manifiesta de la siguiente manera: el filósofo elige un modelo explicativo que parece funcionar adecua­damente para algunos de los fenómenos de los que se ocupa. Con base en él, se fija una «imagen» procedimental a partir de la cual comienza a generalizar inválidamente, de manera abstracta y con total independencia de la diversidad de contextos y de fenómenos considerados. La homogeneización de todos los objetos respecto de uno de sus aspectos es uno de los rasgos característicos de la metodología de la ciencia. Tal procedimiento permite eliminar toda particularidad contingente con miras a establecer hipótesis

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explicativas de progresiva generalidad. Visto desde esta perspectiva, el método científico es, y debe ser, necesariamente reduccionista, erTtin sentido no peyorativo del término, en tanto que exige reducir los fenómenos a aquellos aspectos compartidos susceptibles de conexiones sistemáticas. La utilización de los modelos matemáticos en la ciencias depende en gran medida de la posibilidad de realizar este tipo de operación simplificadora.

No obstante, cabe preguntarse, como lo hace Wittgenstein, si es éste el método que también conviene a la filosofía, y su respuesta es decididamente negativa. La comprensión lograda mediante una explicación es básicamente diferente de la que se obtiene mediante la descripción. Esto no significa, claro está, que cualquiera de ellas sea intrínseca o evidentemente preferible a la otra. Como en todo uso, su adecuación dependerá exclusivamente del propósito que se persigue al formularla.

Es aquí donde el recurso a los usos concretos del lenguaje puede apreciarse como una innovación metodológica fundamen­tal. Su finalidad inicial es la de eliminar la aparente homogeneidad establecida entre los fenómenos, que impide tener en cuenta sus características particulares y contextúales. Si bien en la mayor parte de los casos estas diferencias 110 son importantes para la ciencia, resultan esenciales para lacomprensión filosófica. Podría objetarse, sin embargo, que éste sería un supuesto gratuito e injustificado. Más aún, como lo mencionamos antes, el nivel de generalidad de la filosofía se considera como el rasgo que compar­te con otras teorías, y específicamente con la teoría científica. E11

grandes líneas, la justificación de este cambio de orientación metodológica, que evidentemente se opone a las más arraigadas nociones que tenemos de la filosofía, es la siguiente: nuestros conceptos no son entidades platónicas que preexistan a sus usos efectivos en el lenguaje; tampoco nombres de realidades que los precedan ontológica o lógicamente, y no nos son accesibles con

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LA FILOSOFÍA y s u m é t o d o

independencia de ellos. Y tales usos son necesariamente concretos por cuanto exigen contextos de aplicación -juegos de lenguaje- donde se cristalizan una serie de actividades pertenecientes a determinadas formas de vida, y de donde proviene, en última instancia, toda significatividad. La interdependencia irreductible entre pensamiento, lenguaje, acción y realidad que constituye la unidad de los juegos no permite una consideración abstracta o meramente intelectual de estos factores; dicha interdependencia constituye, en última instancia, la justificación del método.

No se trata, desde luego, de identificar particularidades empí­ricas de los usos lingüísticos. La exigencia se limita a situar los análisis realizadosenloconcreto para no incurrir, inadvertidamente, e7rgeñerálí3ades abstractas y, por ende, en transposiciones injustificables. Entendido de esta manera, el «desprecio de los filósofos por lo particular» es denunciado en varios lugares como el rechazo del único recurso que le permitiría adelantar con éxito aquella tarea que Wittgenstein le atribuye como propia y diferente de la de las ciencias y de otras disciplinas. Así, a la generalidad explicativa que habitualmente se considera distintiva de la filoso­fía y en razón de la cual se le subordina toda otra actividad conceptual, sustituye Wittgenstein la claridad como meta de las elucidaciones que se propone realizar. Con esto pretende recupe- rar para ellas un ámbito propio que se distancia ostensiblemente de los paradigmas causales y de la filosofía «como ciencia estricta», responsables en parte de la actuar crisis de la racionalidad

Según lo anterior, la filosofía no necesita salir de sí misma para establecer los límites que la separan de la ciencia, Debe, por el contrario, utilizar los recursos que le brinda el análisis conceptual para identificar aquellos aspectos de su propio quehacer que incorporan inadvertidamente paradigmas científicos de conoci­miento y de explicación.

A diferencia de la concepción de la filosofía enunciada en el

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Tractatus y que parece prevalecer a lo largo de toda su obra, el método sufre algunas variaciones que debemos señalar.

El verdadero método de la filosofía sería propiamente este: no decir nada, sino aquello que se puede decir, es decir, las proposiciones de la ciencia natural -algo, pues, que no tiene nada que ver con la filosofía-; y siempre que alguien quisiera decir algo de carácter metafísico, demostrarle que no ha dado significado a ciertos signos en sus proposiciones.6 .5 3 .

En la cita anterior puede verse cómo el método propuesto en el Tractatus se apoya en la diferencia que separa a las genuinas proposiciones -empíricas y descriptivas, de las pseudo proposi­ciones metafísicas. A partir de Los cuadernos azul y marrón, y especialmente en las Investigaciones, Wittgenstein renuncia a la delimitación del sentido proposicional basada exclusivamente en criterios descriptivos. Abandona asimismo el proyecto inicial de encontrar una estructura lógica subyacente al lenguaje, por consi­derar que presupone una concepción esencialista. No obstante, en los escritos posteriores, se preserva el propósito de detectar y denunciar los sinsentidos metafísicos, entendidos ahora como la extensión inválida de conceptos significativos, con el fin de aclarar de esta manera el pensamiento. El procedimiento a seguir en esta segunda etapa sólo puede conjeturarse de los análisis que él mismo presenta, y consistiría en lo siguiente: En primer lugar, es preciso identificar, en las formulaciones metafísicas o metateóricas en general, una serie de expresiones que parecen conducir a confusio­nes o sin salidas conceptuales. Aun cuando Wittgenstein nunca alude explícitamente a este paso inicial, consideramos que es de importancia señalarlo. Si se atiende a las diversas elaboraciones ofrecidas, puede colegirse que hay una selección previacle expre­

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siones y conceptos susceptibles de aclaración filosófica. Cuáles sean las formulaciones sometidas a estudio no puede determinarse a priori', muchas veces, incluso, Wittgenstein parece elegirlas arbitrariamente. Por lo general, sin embargo, se ubican en un ámbito que podemos calificar de metateórico, para indicar con ello el lugar del análisis. En efecto, Wittgenstein contrasta las prácticas habituales, la matemática aplicada, por ejemplo, con una serie de problemas que sólo surgen en una reflexión ulterior sobre la disciplina: los «fundamentos» de la matemática, la naturaleza del número, la teoría de la demostración. Este paso inicial resulta de interés en cuanto constituye por sí mismo una determinación previa que, si bien no es precisa, impide el que se tome un término cualquiera, sin más, como objeto de análisis filosófico.

Una vez identificadas las formulaciones «confusas», se proce­de a contrastar el uso falsamente analógico y descontextualizado de los conceptos que en ellas aparece con los usos del lenguaje corriente. Parte importante de la metodología radica en establecer las semejanzas externas que condujeron a hacer plausibles las extensiones conceptuales inválidas. El énfasis en contrastes y diferencias, más bien que en semejanzas y similitudes, lleva en ocasiones a construir situaciones imaginarias que pongan de presente el alcance de aplicación de los conceptos. Wittgenstein mismo afirma que debe utilizarse cualquier método que cumpla los propósitos elucidatorios deseados; cuáles de hecho se empleen dependerá más de la imaginación del filósofo que del estableci­miento de pautas preestablecidas.

Cuando se haya alcanzado el objetivo que se persigue con el análisis -aclarar la confusión teórica- el problema desaparece, pues resulta evidente la imposibilidad de enunciarlo significativamente. En lo que sigue intentaremos mostrar cómo la crítica de las posi­ciones escépticas, abordada desde diversas perspectivas, el proble­ma de la duda, el problema del sujeto y el problema de los

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fundamentos, presuponen la aplicación del método que sucinta­mente hemos intentado describir, así como la concepción de la filosofía implícita en él.

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DUDA Y C E R T E Z A

La duda universalSoy el único hombre en la tierra y acaso no haya tierra ni hombre. Acaso un dios me engaña.Acaso un dios me ha condenado al tiempo, esa larga ilusión. Sueño la luna y sueño mis ojos que perciben la luna.He soñado la tarde y la mañana del primer día.He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago. He soñado a Virgilio.He soñado la colina del Gólgota y las cruces de Roma.He soñado la geometría.He soñado el punto, la línea, el plano y el volumen.He soñado el amarillo, el azul y el rojo.He soñado mi enfermiza niñez.He soñado los mapas y los reinos y aquel duelo en el alba.He soñado mi espada.He soñado a Elizabeth de Bohemia.He soñado la duda y la certidumbre.He soñado el día de ayer.Quizás no tuve ayer, quizá no he nacido.Acaso sueño haber soñado.Siento un poco de frío, un poco de miedo.Sobre el Danubio está la noche.Seguiré soñando a Descartes y a la fe de sus padres.

Jorge Luis

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M A Íjl)A LU N A H O LGUIN

Si bien el escepticismo se asocia tradicionalmente con la duda y con la tesis que afirma la imposibilidad de todo conocimiento, ambas caracterizaciones, en sentido estricto, serían falsas. Res­pecto de la duda, por ejemplo, es preciso señalar, como lo hace Moore acertadamente, que habría un tipo de escepticismo «compati­ble con una ausencia total de duda sobre cualquier tem a»1. En efecto, basta considerar que nuestro conocimiento acerca de cierto tipo de cosas es siempre inadecuado, sin que por ello sea necesario dudar de cada una de ellas. Al hacer esta aclaración, Moore apunta a uno de los rasgos fundamentales de la duda filosófica; ésta no puede identificarse sin más con la sospecha relativa a la verdad de una afirmación particular, aisladamente considerada!\Aquello que el escéptico enjuicia es siempre un ámbito general de pretendidas verdades. El carácter engañoso de los conocimientos suministra­dos por los sentidos -tema recurrente desde las versiones griegas del escepticismo- es un ejemplo clásico de lo anterior. De los errores comprobados a los que pueden inducirnos algunas expe­riencias sensoriales se procede a cuestionar la legitimidad de todo conocimiento obtenido por su intermedio.

La fácil comprobación de este tipo de errores hace plausible y convincente el argumento, pero oculta el mecanismo de generali­zación que opera en él. Si se analiza con mayor detenimiento el alcance de la recusación efectuada, sus presupuestos teóricos resultan evidentes y evidentemente problemáticos, pues la cons­tatación de un error en ciertas ocasiones particulares no necesaria­mente debe conducir a la invalidación de un ámbito cognoscitivo en general. En el mejor de los casos, se trataría de un procedi­miento inductivo, y su resultado sería sencillamente una hipótesis ampliamente refutada por otras instancias particulares.

La duda escéptica no sólo depende del tipo de generalización que hemos señalado; es indispensable también que quien duda

1. Moore, G. E., o¡>. cil., p. 237.

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D UDA Y C E R TEZ A

esté en condiciones de justificar su desconfianza. La elaboración de los tropos o razones para dudar indica que, ya desde sus primeras formulaciones2, el escepticismo admite la necesidad de una justificación semejante. La atención prestada a las diferentes versiones de los tropos, los intentos por reducirlos al menor número posible de argumentos, y el claro objetivo de fortalecerlos contra las más sutiles críticas, muestran que este aspecto es de especial importancia para las posiciones escépticas. No es sufi­ciente advertir sobre la posibilidad de que algunos de nuestros conocimientos sean errados; es preciso demostrar que la única alternativa teórica coherente paraeludirel error, una vez instaurada la sospecha, es abstenerse de juzgar. Esta perspectiva permite apreciar con mayor c laridad por qué se asimilan los problemas escépticos a las antinomias: su poder de convicción reposa, en gran medida, en el carácter en apariencia irrefutable de los argumentos que los sustentan. Por esta razón, constituyen asimis­mo los acertijos intelectuales por excelencia.

El procedimiento seguido por Descartes en las Meditaciones ilustra de manera paradigmática aquellos aspectos de la duda filosófica que hemos querido resaltar: el fin explícitamente busca­do por la duda como método es el de poner en cuestión todas las posibles fuentes de conocimiento, intentando abarcarlas en su totalidad -el sentido externo, el sentido interno, la razón-. El pasopor los diferentes niveles de !a duda expresa la voluntad de extender la sospecha epistemológica a todos los campos posibles de validación cognoscitiva, así como la idea de que esta revisión debe tener un carácter sistemático. Por otra parte, en cada nivel, es preciso establecer las razones que nos conducen a afirmar la falta de confiabilidad de los recursos examinados:

2. Brochurd, Víctor, Los escépticos griegos, traducción de V. Quinteros, Losada, Buenos Aires, 1945, pp. 308 ss.O / f jH-vn'Sfcn ¡yy¡ 'b€¿i

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[...] voy a aplicarme seriamente y con libertad a destruir en general todas mis opiniones antiguas. Y para esto no sera necesario que demuestre que todas son falsas, lo que acaso no podría conseguir, sino que -por cuanto la razón me convence de que a las cosas que no sean enteramente ciertas e indudables, debo negarles crédito con tanto cuidado como a las que me parecen manifiestamente falsas, bastará, pues, para rechazar­las todas que encuentre en cada una razones para ponerla en duda. Y para esto no será necesario tampoco que vaya exami­nándolas una por una, pues fuera un trabajo infinito; y puesto que la ruina de los cimientos arrastra consigo al edificio todo, bastará que dirija primero mis ataques contra los principios sobre los que descansaban todas mis opiniones antiguas3.

En el pasaje citado se muestra cómo el carácter metódico de la duda depende tanto de su alcance general como de la justificación racional de los motivos que inducen a ella. Estos elementos sistemáticos permiten diferenciar la duda escéptica o filosófica de aquellos casos particulares donde se cuestiona sin más la verdad de una o varias aserciones.

En segundo lugar, aun cuando se limite mediante un método semejante la validez de alguna o de varias fuentes de conocimien­to, esto no conduce a negar la posibilidad de toda verdad, tesis que habitual y erróneamente se atribuye al escéptico. Como lo señalan sus detractores en todas las épocas, suscribir lina tesis respecto de la verdad en general sería incurrir en una petición de principio: sabríamos, al menos, que nada sabemos. La sospecha justificada acerca de nuestras capacidades nos conduce más bien a otras alternativas teóricas. La primera, descrita como epojé o suspen­sión del juicio, consiste en abstenerse deliberadamente de asentir

3. Descartes, René, Meditaciones metafísicas, traducción de M. García Morente, Espasa-Calpe, Madrid, 1975, p. 93.

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a aquellos juicios cuya verdad resulte problemática. Si en lugar de abstenerse de juzgar, el escéplico procediera a calificar dichos juicios de falsos, pasaría a convertirse en un dogmático. Las versiones griegas del escepticismo y sus reputaciones prestan gran atención a este argumento, pues constituye la objeción formal que con mayor frecuencia se esgrime en contra de la pretendida universalidad de la duda.

Por otra parte, frente a la argumentación escéptica, hay quienes optan por superar la epojé, suministrando una base firme e inconmovible al menos a ciertos conocimientos. Estos intentos dan lugar a las innumerables refutaciones que conocemos. Aun cuando de desigual alcance y efecto, podríamos identificar en ellos dos vertientes claramente diferenciables. La primera se esfuerza por invalidar las premisas de las que parte el escéptico o las razones aducidas en favor de la duda; la segunda se centra en hallar al menos un tipo de verdadque se encuentre al abrigo de toda sospecha. Es en relación con estos procedimientos que los proble­mas de la certeza y de la evidencia se constituyen en piezas fundamentales para determinar el valor de la posición elaborada. Si bien en muchos casos ambos aspectos se conjugan en la refutación, el primero puede permanecer a un nivel meramente formal; en el segundo, por el contrario, es preciso avanzar hacia una fundamentación estricta de la verdad, en la que a menudo intervienen factores que desbordan el análisis puramente lógico de la estructura aporética.

A este respecto cabe advertir que, aun cuando los problemas atinentes a la duda, a la certeza, y a los fundamentos de la verdad puedan considerarse como pertenecientes en principio a la lógica y a la epistemología en tanto que referidos al origen, límites y validez del conocimiento, habría asimismo una serie de conside- raciones acerca de la naturaleza de lo real que inciden directa­mente sobre las posturas escépticas. Podríamos afirmar, incluso,

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que estas consideraciones de tipo ontológico resultan indispensa­bles para la formulación del escepticismo, pues son éstas, más que los asuntos propiamente cognoscitivos, las que le confieren su plausibilidad.

Debemos señalar asimismo que estos presupuestos ontológicos permanecen, en muchos casos, implícitos. A diferencia de la elaborada argumentación que acompaña a la presentación de las tesis escépticas epistemológicas, las distinciones metafísicas que subyacen a ellas reciben, por lo general, poca atención, y rara vez son objeto del tipo de justificación que ameritarían. La inveterada costumbre, entre filósofos, de oponer el realismo metafísico tanto al escepticismo como al solipsismo, es un indicio inequívoco de esta dimensión del problema.

EL^scéptico, en efecto, parte casi siempre de distinciones implícitas o explícitas entre diferentes tipos o niveles de realidad panT&hiborarTlT partir de ellas, restricciones cognoscitivas. Lo anterior resulta evidente si coñside'famus qTkTüna délas razones para rechazar la validez de un determinado conocimiento es colocar el respectivo objeto fuera del alcance de nuestras (limi­tadas) capacidades. La distinción entre apariencia y realidad, y la identificación correlativa de dos puntos de vista, el subjetivo y el objetivo, por ejemplo, ha jugado un papel preponderante en las discusiones que nos ocupan. La posibilidad de discriminar entre diversos tipos de objeto lleva naturalmente a proponer diferentes accesos cognoscitivos y metodológicos; el privilegio atribuido a algunos de ellos juega un papel esencial tanto en los argumentos escépticos como en sus refutaciones. Una vez postulada la distin­ción general entre las cosas «como son en sí mismas» y «como aparecen», cabe siempre la posibilidad teórica de restringir el conocimiento a la apariencia. Si, por otra parte, aparecer es aparecer a un sujeto, se introduce simultáneamente una sospecha adicional sobre la concordancia entre las representaciones subje-

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DUDA Y CER TEZ A

tivas y sus pretendidos objetos. La opinión, los juicios de expe­riencia, las creencias del sentido común nunca son, por sí mismos, objeto de duda. La duda se refiere siempre a su valor objetivo, rasgo que los diferencia del conocimiento propiamente dicho. Wittgenstein, al aludir a este problema, lo_resume al caracterizar al esceptico como quien propone sustituir sistemáticamente «me parece» poTSes».- - "

' En este seTitido, sería equivocado aislar el problema de la ' verdad de sus raíces ontológicas. En relación con el escepticismo

griego, Brochard insinúa que la duda tiene como punto de partida la aceptación implícita de una distinción semejante: «No hay que decir que el escéptico duda de todo en general; no duda de los fenómenos, sino solamente de las realidades en tanto que distintas de las apariencias»^.

A las consideraciones anteriores, sería preciso añadir los nuevos matices que esta distinción adquiere posteriormente con la transformación de la idea de ciencia. El denominado pirronismo científico, suscrito inicialmente por Gassendi, se apoya en los tropos antiguos para rebatir la idea de «ciencia en el sentido de un conocimiento necesario del mundo real», e impugna «a quienes afirman poseer un conocimiento de la naturaleza y de las cosas yque no pueden ver que todo lo que en realidad conocemos o podemos conocer son apariencias»5. Las más recientes discusio- liesmetateóricas atéstiguárTíiTpeFsIstenda de la distinción, incor­porada desde entonces a uno de nuestros más importantes paradig­mas cognoscitivos, la ciencia, y no sólo a nivel ontológico; el puitiQ-de-vista subjetivo asociado con ella se encuentra replicado en muchas de las posiciones relativistas v ha dado Jugar a un sinnúmero de confrontaciones que oponen a los teóricos e histo-

4. l l ro c lu rd , V íc to r , o¡>. t í/., p. 10.

5 .Ibul., p. 341.

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riadores de ia ciencia respecto de la naturaleza misma de los conocimientos obtenidos por ella6.

Como lo anotábamos en las consideraciones metodológicas, para Wittgenstein la manera apropiada de esclarecer un concepto deberá referirse necesariamente a aquellas situaciones reales o imaginarias de aplicación del mismo donde éste resulta intersub­jetivamente comprensible y de las que deriva su significado. Parte esencial de este tipo de análisis consiste en considerar igualmente aquellas situaciones donde, por el contrario, su uso resultaría absurdo. De la consideración conjunta de ambos casos se obtendrá la finalidad que se persigue -aclarar su significado, su alcance, y las relaciones que guarda con otros conceptos.

Este principio metodológico orienta la discusión presentada en Sobre la certeza acerca del problema de la duda; los ejemplos, en apariencia inconexos, que se ofrecen sobre diversas situaciones donde sería pertinente o improcedente hablar de la duda, deben situarse en esta perspectiva. En efecto, el procedimiento que contrarresta la tentación de generalizar, a la que aludimos ante­riormente, consiste en atender a los casos concretos de uso, pues de esta manera se impide una consideración meramente abstracta de los conceptos. Al adoptar esta metodología, se ataca uno de los rasgos distintivos de la duda escéptica que habíamos identificado, pues se devela el mecanismo Hi» ¡rjn aue opera en ella.

La primera limitación introducida con el contexto muestra que la duda significativa no pertenece a todos ni a cualquier juego de lenguaje, sino únicamente a los juegos que podríamos calificar de cognoscitivos. Para dudar es preciso que, en el juego correspon­

6. A este propósito, por ejemplo, la controversia adelantada por Espagnát (En busca de lo real, Alianza, Madrid, 1981) en contra de fenomenal islas como Boher, muestra que tal disputa preserva su vigencia dentro de las discusiones científicas actuales.

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diente, errar o estar en lo cierto sean directamente pertinentes, y esto es propio sólo de aquellos contextos relacionados con la adquisición o validación de conocimientos. Ciertamente, parte del significado de dudares la posibilidad de haber cometido un error, la sospecha fundada acerca de la falsedad de lo afirmado, o creer equivocarse. Esta delimitación previa pone en evidencia las interrelaciones conceptuales que el lenguaje mismo establece entre el concepto de duda y conceptos como los de verdad y falsedad, y especialmente con el de certeza, que constituye su antítesis por excelencia.

El desprecio de los filósofos por los casos concretos, conjuga­ndo con su tendencia a la generalización, los ha llevado a convertir ..los juegos cognoscitivos en un paradigma al cual debe asimilarse mi principio todo otro juego de lenguaje. La consideración de lo que realmente hacemos con el lenguaje -expresada en la metáfora de lacaja de herramientas- nos permite denunciar el reduccionismo implícito en tales elaboraciones. Entra aquí a operar un segundo principio metodológico, que podríamos llamar de diversidad funcional, y que exige atender a la multiplicidad de los usos conceptuales. En efecto, no todos nuestros juegos tienen como propósito llegar a establecer verdades, de cualquier tipo que sean. Si bien el privilegio otorgado a éstos por la filosofía es compren­sible en razón de los intereses epistemológicos y explicativos que predominan en gran parte de sus desarrollos, debemos reconocer la irreductible diversidad de los juegos de lenguaje y evitar erigir algunos de ellos en modelo. Lo anterior no significa, por supuesto, desconocer la legitimidad de los juegos cognoscitivos; pretende sencillamente situarlos dentro de un espectro más amplio que internamente los delimita.

Mediante la aplicación de su método, Wittgenstein consigue desarrollar una primera línea argumentativa en contra de la duda escéptica; si lo anterior es correcto, la duda significativa se

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encuentra reducida a algunos juegos: aquellos donde la verdad de los conocimientos no es pertinente se encontrarían fuera del alcance de las sospechas epistemológicas. Por otra parte, se aclara la conexión existente entre el concepto de duda y el de error, que permite adelantar objeciones diferentes. Para este efecto, Wittgenstein aduce una serie de ejemplos en los cuales se emplea apropiada, significativamente, el concepto de errar o de estar equivocado, y otros en los que se ponen en evidencia los límites del mismo. La diferencia entre estar equivocado y estar loco, en situaciones reales, muestra lo absurdo de considerar este último caso como un error; análogamente, si hubiese personas que tuviesen una concepción del mundo radicalmente divergente de la nuestra, vacilaríamos en decir que están equivocadas. De los ejemplos anteriores se desprende que equivocarse o errar es siempre algo particular. Los casos a los que hemos aludido indican que habría situaciones identificables donde las extensiones de un concepto 110

sólo se apartan de su empleo habitual, sino que configuran, para utilizar la expresión posteriormente acuñada por Gilbert Ryle, «errores categoriales», indicando con ello que la imposibilidad de su uso intersubjetivo refleja más bien una violación de la lógica del concepto. En estos ejemplos podría hablarse de una delimitación externa, en cuanto atañe a las situaciones donde deja de tener sentido su aplicación. Hay otras consideraciones que muestran más bien que la posibilidad de equivocarse siem ­pre no es inteligible.

Así, por ejemplo, si todas las jugadas siempre fueran falsas, no tendría ningún sentido hablar de una «falsa jugada». Sin embargo, eso sólo es una forma paradójica de expresarlo. La forma no paradójica sería: «La descripción general... no tiene ningún sentido».Zettel 133

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DUD A Y C liH TIiZA

Las ilustraciones a las que Wittgenstein recurre para apoyar esta idea son tomadas en su mayor parte de las matemáticas, y tienden a mostrar que «equivocarse siempre» no es diferenciable en manera alguna de su contrario. Si llegase a descubrir que los resultados de una determinada operación aritmética siempre ha­bían sido equivocados, procedería a cuestionarme el juego mismo del que hace parte la operación y no a rectificar todas las operacio­nes; una posibilidad semejante no es asimilable a un error. En cierta manera, equivocarse siempre es equivalente a no hacerlo nunca. Por esta razón, la duda, en cuanto presupone la posibilidad del error, arrastra las mismas consecuencias; dudar siempre es tan vacío de sentido como equivocarse siempre7. Hay un parágrafo de Sobre la certeza en el cual Wittgenstein hace uso de esta imposi­bilidad para referirse a uno de los problemas escépticos por excelencia, el de la existencia de los objetos externos:

Así pues, ¿es posible la hipótesis de que no existe ninguna de las cosas que nos rodean? ¿No sería como si nos hubiésemos equivocado en todos nuestros cálculos?Sobre la certeza 55

Al circunscribir la duda, primero a ciertos juegos, y luego a ciertas condiciones particulares dentro de ellos, vemos que ésta se encuentra bien delimitada dentro del lenguaje corriente. El signifi­cado de este concepto depende, en última instancia, de las restric­ciones de su uso. Una duda universal o generalizada -irrestricta desde todo punto de vista- pierde el carácter mismo que la hace apropiada; del contraste entre ésta y el concepto efectivamente

7. En su libro The Significance o f Philosophical Skepticism (Oxford University Press, Oxford, 1984), Barry Stroud argutnenia.de manera bastante paradójica que, puesto que un escepticismo radical, en cuanto tesis completamente general acerca del conocimiento, no podría ser invalidado por nada, debe entonces admitirse como una posición filosóficamente correcta.

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MALiDAl.liN A JlOl.CiU i N

aplicado de duda, resulta evidente el mecanismo de generaliza­ción que opera en su formulación, dando lugar a los pseudo problemas filosóficos del escéptico. Si bien es posible y legítimo dudar en ciertas situaciones, cuando se prescinde de todo contexto se incurre en lahomogeneización implícita de todos los juegos de lenguaje. La aparente ampliación de sus condiciones de empleo, que comunica su pretendida «universalidad» al concepto, lo despoja simultáneamente de toda significación e impide un uso intersubjetivamente valedero del mismo.

A este respecto, no sobra recordar que en el El cuaderno azuls Wittgenstein califica de «típicamente metafísicos» los pretendi­dos usos de los términos que carecen de antítesis. Las razones por las cuales creemos, erróneamente, atribuirles un significado, se basan en la similitud externa que obtiene entre su forma gramati­cal y la de los enunciados en los cuales se utiliza correctamente. Del hecho de usar con sentido «equivocarnos» no se sigue que «equivocarnos siempre» tenga también sentido; por el contrario, se excluye. En relación con el escéptico y su pretensión a la duda universal, estaríamos entonces ahora en condiciones de precisar mejor la objeción formulada por Wittgenstein, quien le reprocha extender inválidamente conceptos significativos (dudar, errar), mediante el recurso a un mecanismo de generalización que desco­noce las ineludibles restricciones de la aplicabilidad conceptual.

La crítica anteriormente expuesta se encuentra complementa­da por otra serie de objeciones que, desde otra perspectiva, harían imposible una duda generalizada; en ellas se pretende mostrar que la duda no sólo presupone la posibilidad de estai equivocado, sino que necesariamente presupone la certeza.

Dudar, como lo señalábamos antes, forma parte de aquellos juegos de lenguaje donde juzgamos acerca de la verdad de una proposición. Wittgenstein intentará ahora mostrar que los juicios

8. W iltgenstein, Ludwig, Las cuadernos azul y marrón, p. 77.

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DUDA Y C liR TliZA

implican certezas. Si nos remitimos al sentido más amplio de juzgar, según el cual un juicio no se identifica sencillamente con un aserto, sino que alude a una decisión1', resultará más clara la argumentación que a este propósito se ofrece, y que en grandes líneas sería la siguiente: para W ittgenstein, la determinación de la verdad o falsedad de una proposición ocurre dentro de un plexo de actividades que constituye su trasfondo, donde se ha establecido la pertinencia de preguntas y respuestas, los métodos y técnicas aceptables para abordarlos, y los diversos procedimientos relati- vos a lacomprobación o invalidación de las pretensiones veritati vas. Vista de esta manera, la atribución de verHaü se inscribe en un contexto más amplio, el cual no es susceptible, a su vez, de ser calificado de verdadero o falso. En Sobre la certeza, Wittgenstein se refiere a lo anterior como un «acuerdo en los juicios», para indicar un sustrato de acciones y criterios compartidos en una forma de vida. Este conjunto de orientaciones más básicas es una «figura del mundo» dentro de la cual se configuran los sistemas conceptuales.

La posibilidad de coincidencia entraña y aun tipo de coinciden­cia. -Piénsese en que alguien dijera: «el poder jugar ajedrez es una forma de jugar ajedrez».Zetlel 348

Sólo dentro de un ámbito de convicciones semejante pueden ser identificadas y absueltas las dificultades teóricas que exigen

¿ i . Kant, por ejemplo, afirma que «el juicio consiste en la capacidad de subsumir algo bajo reglas», es decir, de distinguir si algo cae o no bajo una regla dada. Añade también: «el ju icio es un lalemo peculiar que sólo puede ser ejercilado, 110 enseñado», pues se refiere a la capacidad de emplear correctamente las regias. Esta capacidad, señala, sobrepasa la lógica general; establecer la validez de ciertas reglas no es suficiente para garantizar su correcta aplicación. Critica ele la razón pura, A 133, B 172, Alfaguara, Madrid, 1978.

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M AGDAI.KNA HOLGUÍN

determinaciones veritativas. Retomando de nuevo el sentido am­plio de juzgar, podemos precisarlo aún más: la decisión implicada en él se refiere a si un caso particular cae o no bajo una regla y, por ello, se encuentra directamente relacionada con las aplicaciones conceptuales, pues delimita el marco general de su pertinencia así como los procedimientos apropiados. Estas orientaciones más básicas se cristalizan en lo que Wittgenstein llama criterios, acuerdos valorativoslu.

Antes de proseguir, sin embargo, es preciso aclarar que este «acuerdo en los juicios», que posibilita toda ulterior valoración cognoscitiva, no es asimilable a los «consensos» racionalmente logrados que constituyen el núcleo de muchas de las contemporá­neas pragmáticas comunicativas". Más que a un consenso delibe­radamente obtenido, el trasfondo al que nos referimos se configu­ra en los propios juegos de lenguaje y por ende, conlleva el mismo estatuto primario que Wittgenstein les atribuye.

La coincidencia entre los seres humanos, que es un pre­supuesto del fenómeno de la lógica, no es una coincidencia de opiniones, y menos aún de opiniones sobre cuestiones de lógica12.

10. Stanley Cavell desarrolla este punto de manera interesante y completa en The Claim o f Reasan, Oxford University Press, Oxford, 1979, p. 94 y ss.

11. Este problema es de interés, no sólo por las semejanzas que pueden establecerse entre las posiciones de Wittgenstein y la pragmática comunicativa propuesta por Habermas, sino también en relación con el reciente resurgir del contractualism o bajo diversas formas. Para una discusión detallada de la distancia que inedia entre la posición de Wittgenslein y los consensos, véase el artículo de Pablo de Greiff, «Salvando a W ittgenstein de Rorty: un ensayo sobre los usos del acuerdo» en Ideas y Valores No. 82. Bogotá, abril 1990, p. 51-64.

12. W ittgenstein, Ludwig, Observaciones sobre los fundamentos de la matemática (1978), versión española de 1. Reguera, Alianza, Madrid, 1987, Parte VI, 49. En esta sección se encuentran análogas observaciones respecto de la matemática.

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D U DA Y C E R T E Z A

Todo juego cognoscitivo incluye una serie de decisiones -injustificables racionalmente- acerca de las diversas maneras de valorar y validar. Con esto no se quiere decir que sean irracionales, sino que el utilizar unos métodos y no otros depende de conside­rarlos más o menos adecuados para los fines que perseguimos y no de contrastarlos con un ideal de racionalidad. «Esta no es una de las dudas de nuestro juego. (¡Pero no porque nosotros hayamos escogido el juego!)». Sobre la certeza 317

La figura del mundo que nos hacemos, en la medida en que incorpora nuestros acuerdos y criterios valorativos, da lugar a una serie de objeciones adicionales contra la duda universal. En este caso Wittgenstein elabora lo que podríamos llamar un argumento trascendental. En efecto, si nuestro sistema de creencias posibilita los diversos métodos que utilizamos para determinar la validez de nuestras pretensiones cognoscitivas, y sólo en relación con ellas puede surgir una duda legítima, se concluye que el sistema mismo no puede ser objeto de duda. De este argumento se deriva una restricción adicional para la duda significativa, pues ésta sería siempre, por decirlo así, intrasistémica. Poner en cuestión el sistema en su conjunto impediría en principio el uso de criterios y, por consiguiente, la inteligibilidad de la duda.

Lo anterior resulta más claro si consideramos dos factores adicionales. La posibilidad de no estar en lo cierto, como se expuso en el apartado anterior, forma parte del significado mismo del concepto de duda. Pero esto supone precisamente que existen una serie de procedimientos aceptados para identificar y corregir las falsas suposiciones y equivocaciones que hacen posibles las dudas justificadas: «No todas las correcciones de nuestras opinio­nes están al mismo nivel» (Sóbrela certeza 300). En el caso de una duda universal, ésta sería evidentemente insuperable, en cuanto atañería al sistema de nuestras convicciones y por ende, a todos los criterios que efectivamente empleamos para detectar y rectificar

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el error. Por otra parte, si bien es posible dudar de la verdad de cada aserción aisladamente considerada, la duda relativa al sistema en su conjunto destruye las condiciones de signifícatividad del len­guaje y por consiguiente, las de la formulación de la duda. La posibilidad de dudar exige que se disponga mínimamente de alguna certeza fáctica: «Si usted no está seguro de hecho alguno, tampoco puede estarlo del significado de sus palabras». Hay un pasaje de Cien años (le soledad que parece muy apropiado para ilustrar tal imposibilidad:

Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibili­dades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido. Esta es la vaca, liay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche, y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continua­ron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita13.

13. G arcía Márquez, Gabriel, Cien años ele soledad, Oveja negra, Bogotá, 1967, pp. 44-45.

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Cuando se afirma que la duda presupone la certeza, no se implica con ello la verdad irrefutable de ninguna afirmación en particular, se hace referencia más bien a que la determinación de la verdad y del error presuponen un acuerdo más fundamental. Por esta razón, el argumento presentado por Wittgenstein no supone en manera alguna la existencia de un conjunto de proposiciones autoevidentes cuya indubitabilidad esté más allá de cualquier sospecha.

La duda presupone la certeza debido a la imbricación de hechos, actividades y usos conceptuales plasmada en la idea de juego de lenguaje. Correctamente concebido, un juego no es reductible exclusivamente a sus aspectos lingüísticos o concep­tuales. La metodología de Wittgenstein permite mostrar que las certezas en que nos apoyamos no son nunca meramente intelec­tuales; por ello es preciso considerar siempre las circunstancias concretas conjuntamente con los usos lingüísticos, pues se trata de una conexión interna que constituye parte crucial de la atribución de significado. Dentro de este contexto, más que a la autoevidencia proposicional, la certeza alude al carácter de inconmovible firme­za que necesariamente posee nuestra figura del mundo en su complejidad: «Certeza es actuar con seguridad». Nuestras convic- ciones conforman un sistema en cuyo contexto tiene sentido la J uÜaTíludardel sistema mismo hace imposible todo uso inteligible del lenguaje en el que esta duda pudiera ser formulada.

Ira petsySctiva anterior es elcontexto donde debe analizarse la pertinencia de la «refutación» del escepticismo ofrecida por Moore. El interés que manifiesta Wittgenstein respecto de las proposiciones del sentido común esgrimidas por Moore contra el escéptico, y que constituyen el punto de partida de sus reflexiones en Sobre la certeza, debe verse desde dos perspectivas diferentes. Por una parte, se intenta mostrar que tales «certezas» no enuncian, como lo cree Moore, proposiciones significativas e irrefutables. Si

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M AU DA l. l i NA liO l (iU ÍN

bien no tendría sentido negarlas, tampoco es posible afirmarlas con sentido, pues al hacerlo se incurriría en el mismo uso viciado del concepto de saber. «Sé que tengo dos manos» y «Sé que hay objetos» son aserciones tan vacías como aquellas que las niegan. En estos casos, resulta imposible decir en qué forma se habría obtenido un conocimiento semejante, ni qué tipo de comproba­ción o invalidación exigiría el aserto. Como lo señalábamos antes, es el caso paradigmático donde coinciden escépticos y dogmáti­cos en el uso metafísico de los conceptos. En síntesis, afirmar y negar sinsentidos son procedimientos esencialmente idénticos, que deben diferenciarse con claridad de aquellos donde legítima­mente puede decidirse acerca de la verdad o falsedad de una proposición.

Por otra parte, Moore cometería un error más básico al admitir que los argumentos escépticos configuran un auténtico problema, cuya solución estribaría sencillamente en oponer a la especulación teórica el sentido común. Este aspecto de la argumentación no deja de ser importante para precisar el giro de las objeciones wittgensteinianas. Quienes, como Van der Veer14, identifican sin más el sentido común con el recurso metodológico al lenguaje común, tienden invariablemente a interpretar de manera incorrec­ta las alusiones a Moore, pues le atribuyen a Wittgenstein una posición sustancialmente idéntica. Como hemos visto, sin embar­go, Wittgenstein no admite que estas «certezas del sentido co­mún» deban ser consideradas como genuinas proposiciones verdaderas, con lo cual anula lo que sería su fuerza argumentativa.

No obstante, y a pesar de negar que las certezas propuestas por Moore tengan el valor cognoscitivo que éste les atribuye y, por ende, resulten inoperantes como argumentos epistemológicos, Wittgenstein encuentra que dichas certezas efectivamente poseen ciertas características especiales. Su peculiaridad reside, precisa-

14. Van der Veer, Garret L., o¡>. t il.

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D U DA y Cl iR T l -Z A

mente, en el sinsentido que se obtiene cuando se intenta afirmarlaso negarlas. La inapelable certidumbre que en opinión de Moore las acompaña, resulta para Wittgenstein del hecho de que expresan rasgos básicos de nuestra figura del mundo; si bien no enuncian, como lo cree Moore, verdades autoevidentes e irrefutables, sí ocupan un lugar diferente de las proposiciones susceptibles de ser verdaderas o falsas.

Nuestra imagen del mundo incluye, entonces, una serie de certidumbres que orientan las diferentes maneras de desenvolver­nos. en él, y se encuentran presupuestas en las actividades y juegos que de hecho desarrollamos. Las proposiciones que enuncian nuestras convicciones fundamentales -las certezas de Moore en cierta medida lo hacen- configuran un sistema de creencias cuya problematización impediría todo intento ulterior de duda y de validación. Por esta razón, dudar de ellas nos conduce a los sinsentidos a los que hemos aludido. Si bien ningún sistema de convicciones es por sí mismo necesario, es preciso partir de un sistema semejante, pues éste constituye el contexto complejo que precede a toda determinación veritativa.

Cualquier prueba, cualquier confirmación y refutación de una hipótesis, ya tiene lugar en el seno de un sistema. Y tal sistema no es un punto de partida más o menos arbitrario y dudoso de nuestros argumentos, sino que pertenece a la esencia de lo que denominamos una argumentación. El sistema no es el punto de partida, sino el elemento vital de los argumentos.Sobre la certeza 105

Con el análisis propuesto de las «certezas» del sentido común, Wittgenstein desarrolla y complementa la idea de que toda duda significativa es intrasistémica y cierra el paso a la posibilidad de dudar de aquellas proposiciones relativas al «acuerdo en los

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juicios». Esto no significa, claro está, que sean proposiciones a priori verdaderas; incluso muchas de ellas son proposiciones empíricas, sino que ocupan un lugar especial en nuestros juegos, en virtud del cual sólo pueden ser objeto de convicción injusti­ficable.

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C A P Í T U L O 3

EL SOLIPSISMO

En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de un círculo) liay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular un hombre que se parece a m í escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.

Jorge Luis Borges

Un sueño

En las secciones anteriores hemos presentado las principales objeciones formuladas por Wittgenstein en contra de la posi­bilidad de establecer una duda a la vez generalizada e inteligible. Aun cuando creamos que las limitaciones impuestas a la aplica­ción significativa del concepto de duda son plausibles o incluso convincentes, debemos asimismo considerar una serie de proble­mas relativos a las consecuencias epistemológicas que tiene la distinción entre apariencia y realidad, por cuanto no todo escep­ticismo se basa en la duda. Este conjunto de problemas se refiere, por asíHecIrlo, a un nivel más básico, en el cual se establece la diferencia epistemológica por excelencia: la distinción entre lo subjetivo y lo objetivo.

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MAUDAI.UNA H O l . t iU ÍN

Los dos argumentos paradigmáticos del escepticismo, dirigi­dos a mostrar la imposibilidad del conocimiento de los objetos externos y de las otras mentes, resultan ser, como lo afirma Mates, acertijos insolubles si se concede este punto de partida: lo único que conocemos, de manera inmediata, son nuestras propias sensa­ciones. Las inferencias que nos llevan de ellas a los objetos o a la existencia de otras subjetividades son siempre inválidas. El fenomenalismo -entendido como la doctrina que contrapone el acceso directo a los datos de conciencia (objetos privados), al acceso indirecto e inferencial al mundo externo (objetos públicos)- es un esfuerzo que, como bien lo demostró Hume, adolecerá siempre de una falla lógica insuperable.

A este respecto, es preciso recordar que muchas de las refuta­ciones del escepticismo, la célebre refutación kantiana del idealis-, mo‘, por ejemplo, se apoyan en aquello que el escéptico concede­ría como indubitable -el conocimiento directo de sus propias sensaciones-..En este sentido, habría al menos una vertiente del escepticismo donde. ^ nilnrn fuera de toda sospecha, y en razón del acceso inmediato que a ellos se tiene, los datos del sentido interno. Podría llegar incluso a afirmarse que gran parte del escepticismo se nutre de la asimetría establecida entre las propias percepciones, en principio incorregibles, y las problemáticas inferencias que a partir de ellas nos llevan a afirmar la existencia de objetos externos o de otras mentes. Tendríamos así que estos escépticos, no sólo no dudan de todo, sino que su duda está construida alrededor de la indubitable certeza de sus sensaciones.

Wittgenstein, sin embargo, no cree que debamos aceptar la distinción que nos conduce a tan indeseables consecuencias; por el contrario, gran parte de sus escritos está dirigida a analizar los equívocos y confusiones que la hacen posible. La «verdad» del

1. Kant, I., op. cil., B 274-294. P. F. Strawson, en Individuáis (Mclhuen, Londres, 1959), elabora una refutación análoga utilizando el instrumental analítico.

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t i l . S O L IP S IS M O

solipsismo, a la que se alude en el Traciaíus, y que explicaría tanto la plausibilidad como la recurrencia de una posición semejante, radica en que su punto de partida es parcialmente correcto: toda experiencia se hace desde un punto de vista que no puede ser

•^-representado en la experiencia. De allí no se sigue,/empero, que pueda hacerse referencia a un sujeto concebido con total indepen­dencia del llamado «mundo objetivo» y en oposición a él.

Dada la estrecha relación entre las distinciones ontológicas y epistemológicas básicas que hemos mencionado, lo que se ha llamado el radical antiplatonismo de Wittgenstein es una de las piezas fundamentales de la crítica al solipsismo. En palabras de Pears,

En cada caso, su discusión comienza con una crítica del supuesto de que un mundo limitado pueda ser resaltado sobre el trasfondo del único mundo fenoménico. La diferencia es que el solipsista intenta recortar su mundo en miniatura sobre el trasfondo del mundo fenoménico, mientras que el platonista intenta colocar la totalidad del mundo fenoménico contra el trasfondo de un mundo numénico ulterior. Cuando Wittgenstein da a estas teorías un giro lingüístico, el solipsismo se convierte en la retirada hacia un lenguaje personalmente restringido, mientras que el platonismo se convierte en un avance más allá de los límites existentes del lenguaje2.

Ya en el prólogo al Tractatus afirmaba Wittgenstein que los intentos de delimitación que propiamente pertenecen a la filosofía sólo pueden ser internos; de lo contrario, podríamos siempre pensar desde ambos lados del límite y no tendría sentido estable­cerlo como tal. En Philosophical Renuirks se pronuncia de nuevo a este respecto:

2. Pears, o¡>. til., Vol. 1., p. 189.

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M A tiD A I t iNA IIOl.CiUlN

Una y otra vez se ha intentado usar el lenguaje para limitar el mundo y ponerlo en relieve, pero esto es imposible. La autoevidencia del mundo se expresa en el hecho de que el lenguaje puede referirse a él y sólo a él se refleje.

1 Philosophical Remarks 47

Dice en el mismo pasaje que «nada contrasta con la forma de nuestro mundo». Considerada en este contexto, la distinción entre fenómenos y cosas en sí debe verse entonces como una tentativa inválida de delimitación. El carácter interno del límite hace imposible recurrir idealmente a una perspectiva absoluta e inde­pendiente del lenguaje, desde la cual pudieran trazarse estas distinciones.

Si bien puede decirse que en el Tractatus se presenta una concepción fragmentada y atómica del mundo, incluso allí hay homogeneidad a nivel de lo real: Wittgenstein no hace diferencia alguna entre estados de cosas internos y externos3, como tampoco permite distinguir las representaciones y sus correlatos de manera que sugieran accesos epistemológicos especiales. Por el contrario, la enigmática frase donde anuncia su propósito de indagar sobre las condiciones de posibilidad de «que un hecho represente otro hecho» está dirigida a eliminar una clasificación de esta índole.

En la segunda parte de su obra se corrige el atomismo inicial y se sustituye por un sistema complejo de interrelaciones. Pero, adicionalmente, se ofrecen nuevos argumentos en contra de aque­llas delimitaciones sobre las que se basan platónicos y solipsistas. Pears los sintetiza al hablar de «la incoherencia de trazar límites al lenguaje y a su correlato, el mundo fenoménico, partiendo de un

3. Es interesante señalar que uno de los elementos sobre los que basa Kant su «Refutación del idealismo» es la consideración del carácter empírico de los ' fenómenos externos e internos, que debe diferenciarse claramente de sus condicio­nes trascendentales subjetivas.

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El . SO L IP S IS M O

punto fijado empíricamente dentro de un mapa más amplio». El sentido de esta observación resulta más claro si se entiende como la imposibilidad de dividir el mundo en datos sensibles y objetos.

De nuevo recurre Wittgenstein al análisis del lenguaje para mostrar lo incorrecto de tal intento. Argumenta, en primer lugar, que seria imposible trazar límites externos al mundo único cuya relación con el lenguaje es interna e inmediata. Por otra parte, la distinción establecida entre datos y objetos corresponde, en última instancia, a diferentes juegos gramaticales y no a diversos estatu­tos ontológicos. No se trata, como lo suponen las formulaciones idealistas, de diferenciar entre dos tipos de objeto, sino entre dos maneras de hablar sobre los mismos objetos. En Cause aiuiEffect: lntuitive Awareness, texto dedicado a este tema, muestra cómo estas diferencias, pertenecientes a la gramática filosófica, son análogas a las que pueden establecerse entre el espacio físico y el espacio visual que, evidentemente, no son dos espacios diferentes sino dos tipos de descripción originados en disímiles puntos de vista.

El hiato ontológico que posibilita las sospechas escépticas acerca de la adecuación cognoscitiva, deja de tener un sentido claro si se admiten los razonamientos anteriores. En efecto, el hecho de asumir diversas perspectivas descriptivas no es en sí mismo problemático; pero genera un pseudoproblema filosófico cuando de este hecho se infiere una distinción entre objetos y sus correspondientes accesos.

En El cuaderno azul y en las Investigaciones filosóficas, encontramos una serie de consideraciones cuyo propósito es destruir las falsas analogías que llevan a considerar conceptos como el de dolor como nombres de objetos privados. Una vez detectada la asimetría existente entre el uso común y el uso metafísico de la que nos ocupamos en el capítulo anterior, Witt­genstein se preocupa por mostrar en qué forma ciertas expresiones

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MACiDALliN A HO LG U ÍN

del lenguaje generan la confusión teórica evidenciada por este contraste. Al destruir la similitud externa que se da, por ejemplo, entre «Tengo un dolor» y «Tengo un diente de oro», se derrumba la aparente plausibilidad de los enunciados solipsistas, pues se contrarresta la tendencia a considerar el primero en analogía con el segundo, esto es, como algo que «pertenece» a un sujeto pero que, adiferenciade otros objetos, es privado y de acceso exclusivo a quien lo posee. Este análisis hace parte de la estrategia basada en loque hemos llamado el principio de contextualización, orientada primordialmente a reubicar los conceptos útil izados porelsolipsista dentro de los juegos de lenguaje donde se utilizan inter­subjetivamente. Las reglas que gobiernan el uso de un término como el de «dolor» impiden considerarlo como el nombre de una sensación, entendida ésta como un objeto privado. La objeción consiste en demostrar que la posibilidad de identificar y.reidentificar una sensación, necesaria para garantizar su correcta designación nominativa, presupone criterios intersubjetivos.

Análogamente puede contrastarse el uso del concepto «yo» que hace el solipsista con la aplicación del mismo término en el lenguaje corriente. Mientras que en este último cumple siempre la función de discriminar una persona entre otras, su pretendido uso metafísico, aun cuando arrastra, por decirlo así, una connotación designativa, no consigue cumplirefectivamente la función previs­ta. El análisis ofrecido en El cuaderno ozulA, mediante un proce­dimiento que recuerda el elaborado por Russell a propósito de las descripciones, muestra que el «yo,» cuya preeminencia en los enunciados solipsistas constituye parte importante de su fuerza argumentativa, no sólo puede ser eliminado sin problema, sino que el hacerlo aclara sustancialmente el sentido de los mismos. Una vez realizado el análisis, sin embargo, la posibilidad de seguirlo utili­zando como argumento epistemológico desaparece también.

4. Véase especialmente la última parte, dedicada al solipsismo.

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LL S O LIP SIS M O

Finalmente, la descripción del uso de los términos «saber» y «conocer», que figura reiteradamente desde sus primeros escritos, puede verse como un elemento clave de la crítica a las posiciones escépticas; su importancia en ellas y en sus refutaciones es lo que permite, en última instancia, la recusación conjunta del escéptico y del dogmático. Las proposiciones donde se afirma estar en posesión de un determinado conocimiento, «sé que p», tienen sentido exclusivamente en aquellos casos donde cabe la posibili­dad de lo contrario. En este punto, Sobre la certeza recoge sucintamente las detalladas elaboraciones de las Investigaciones para invalidar las pretendidas certezas de Moore.

Debemos recordar también que, en la extensa crítica que dirige Wittgenstein al mentalismo, formula una serie de objeciones basadas en las falsas analogías propiciadas por la distinción entrelo «externo» y lo «interno». El magistral desarrollo de esta crítica presentado por Ryle en su conocido libro, The Concept ofMincP, muestra acertadamente el alcance de una línea argumentativa semejante. La idea de la mente entendida en analogía con un mecanismo causal oculto, así como los extensos análisis de los procesos mentales y de los términos psicológicos, evidencian su reiterado interés por erradicar de nuestras formas de pensar aquellas analogías que permiten esta versión particular del escep­ticismo. En efecto, una vez expuestas las metáforas que hacen plausible o convincente la idea de los objetos privados y del especial tipo de conocimiento al que presuntamente dan lugar, resultaría imposible continuar sustentando el solipsismo en tales conceptos, extrapolados de sus contextos significativos.

Como acertadamente lo señala Oldenquist6, el controvertido

5. Ryle, Gilbert, The Concept uf Muid, Barnes & Noble, New York, 1959. Traducción española, El concepto de lo mental, Paidós, Buenos Aires.

6. Oldenquist, Andrew, «Wiugenstein on Phenomenalism, Skeplicism and Crileria», en Essayson Wiugenstein, E. D. Klemke.ed., University of Illinois Press, Chicago, 1971, pp. 394-422.

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argumento del lenguaje privado adquiere el sentido más amplio que su autor se propuso darle solamente cuando se lo considera como parte del problema más general del escepticismo. No sólo aparecen allí con claridad las dificultades atinentes a los intentos de asignar subjetivamente significados y el insoluble problema criteriológico que esto conlleva, sino que el argumento permite identificar con mayor precisión las tesis generales que posibilitan la crítica. La primera de ellas es la perspectiva intersubjetiva< suministrada por la obligada referencia al lenguaje, pues ésta impide tomar como punto de partida el sujeto aisladamente considerado. La insistencia de Wittgenstein sobre el carácter regulado y público de la aplicación conceptual es tan reiterada y radical que ha llevado en ocasiones a identificar su posición con el conductismo. Aun cuando ciertamente no es su intención erigir en criterios las conductas observables, al aludir a la necesidad de considerar situaciones concretas, enfatiza la naturaleza pública del lenguaje, respecto de la cual la perspectiva del sujeto se revela como una abstracción.

En relación con este punto y con los argumentos que hemos presentado, debe destacarse asimismo la primacía concedida a los juegos de lenguaje como protofenómenos. En efecto, la idea que permite a Wittgenstein identificar como analógicas algunas de las dicotomías incorporadas a nuestras formas de pensar (interno / externo, sujeto / objeto, mente / cuerpo) remite, en última ins­tancia, a la imposibilidad de situarse teóricamente en un punto de vista lógicamente anterior al del lenguaje intersubjetivo. El solipsista, según esto, pretendería, por así decirlo, establecer significatividad de una manera puramente intelectual. -

Podemos imaginar un juego donde «esto es un cuerpo» sea«tengo tales y tales impresiones». Pero tomar esto como reglageneral es simplificar el lenguaje, construir un juego diferente

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EL S O L IP S IS M O

del que efectivamente jugamos.«Cause and Effect: Intuitive Awareness», p. 440

No obstante, como lo señala Pears en su insuperable tratamien­to del tema del egocentrismo en Wittgenstein7, un intento seme­jante está condenado al fracaso. Por una parte, resultaría imposible establecer criterios independientes de significado; por otra parte, la pretensión solipsista de problematizar el paso de su mundo privado al mundo público, se apoya, sin reconocerlo, en el signi­ficado intersubjetivo de los conceptos con los que describe aquel mundo que considera privado. Toda tentativa de «recortar» del mundo público una parcela privada*, a partir de la cual se pretenda establecer significatividad, se encuentra necesariamente viciada, pues se basa en las significaciones intersubjetivas que anteceden a dichos intentos y de las que se extraen los conceptos con los que se construye el «mundo privado».

La imposibilidad de colocamos «antes» de los juegos de lengua­je, lógica u ontológicamente, elimina el acceso a un punto de vista absoluto -subjetivo u objetivo- respecto del cual éstos puedan considerarse como una elaboración posterior. Estamos inmersos en nuestras formas de vida y en los juegos de lenguaje que les son propias. Esto no significa, sin embargo, la exclusión del punto de vista dèi sujeto, pues no se trata de abogar por uii realismo ingenuo. Por el contrario, la perspectiva adoptada permite que aparezca el sujeto precisamente en las maneras como actuamos y pensamos, sin que pueda por ello constituirse en el centro privilegiado de las determinaciones intersubjetivas que presupone.

Así, al elegir el lenguaje como punto de partida insuperable de todo desarrollo ulterior, Wittgenstein evita los peligros inherentes a las llamadas «filosofías de la conciencia», pues resulta imposi­

7. Pears, David, The False Prisurt,\o\. II, Clarendon Press, Oxford, 1988, p. 267.8. Ibul., p. 230.

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M A G D A L EN A HO LG UÍN

ble atribuir a ésta un papel constitutivo y prioritario. Pero evita asimismo los naturalismos objeti vistas, a los que puede imputarse, con razón, que simplifican las complejas interacciones que la noción de juego pretende reflejar.

Los conceptos de «yo», «sujeto», «mente», etc., al igual que los demás conceptos significativos, deben ser examinados en sus contextos de uso. Sólo así pueden destruirse las falsas imágenes generadas por sus extensiones metafísicas. En este, y sólo en este sentido, se «disuelve» el solipsismo como problema. Al referirse a esta posición, Wittgenstein la caracteriza como el intento de proponer una nueva notación, según la cual toda atribución de realidad estará limitada a mis sensaciones. Si bien cualquier notación es en principio admisible, faltaría mostrar que este nuevo trazado conceptual cumple un propósito intersubjetivamente va­ledero, de manera que se integre a nuestras prácticas habituales. De lo contrario, no pasará de ser una formulación ociosa.

Al abordar el problema del solipsismo desde el lenguaje y no como un acertijo epistemológico, Wittgenstein introduce una serie de recursos lógicos y conceptuales que desbordan los temas escépticos propiamente dichos y resultan de interés por sí mismos.

Es por ello por lo que no es posible formar una proposición como «Hay objetos físicos». A cada paso, sin embargo, nos encontramos con intentos frustrados de este tipo.Sobre la certeza 36

«Hay objetos físicos» no puede, en efecto, ser una proposición empírica, análoga a «hay una mesa». La expresión se refiere más bien a una categoría lógica -Wittgenstein diría ahora gramatical- de palabras. Este tipo de análisis recuerda aquel que se da en el Tractatus a propósito de los conceptos formales, el de «objeto», por ejemplo, y de la facilidad con la que analogamos conceptos

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t i . s o l i p s i s m o

lógicos con conceptos empíricos. En este caso, y el solipsismo es quizá el ejemplo que con mayor rigor y prolijidad analiza Wittgenstein, así como en muchos otros, la única manera^de romper el hechizo de las palabrasj s_regresarlas siempre a sus contextos y considerar en detalle el límite de sus aplicacionesválidas.

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C A P Í T U L O 4

FUNDAMEN TO S

Como lo hemos visto en el apartado anterior, la mayoría de las variantes escépticas admiten un tipo de certeza a nivel de lo fenoménico. Una teoría como la cartesiana, uno de cuyos rasgos esenciales, la duda universal que Wittgenstein se propone impug­nar, postulajasimismo la indubitable certeza de la conciencia inmediata. En el caso de Hume los datos sensibles tampoco son susceptibles de generar incertidumbre. -

Por el contrario, la indubitabilidad de lo dado inmediatamente a la conciencia puede considerarse más bien como la fuente del escepticismo, al suministrar el contraste deseado entre datos y objetos, inmediatez e inferencia. Respecto de este problema, es indispensable precisar con mayor claridad el sentido que en teorías semejantes tendría «dudar de todo». En el artículo titulado «Cuatro formas del escepticismo», Moore hace referencia a este asunto en los siguientes términos:

La duda no es esencial para ningún tipo de escepticismo: basta con sostener que cosas del tipo en cuestión son dudosas1.

En efecto, no es necesario que el escéptico dude efectivamente de todo, y es probable que una duda semejante resulte en principio

1. Moore, G. E., o¡>. cil., p. 272.

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impracticable. No obstante, tal posición es compatible, como lo señalábamos en la introducción, con la tesis que afirma el carácter problemático de toda pretensión cognoscitiva. Es esta compatibi­lidad _la que permite la distinción trazada entre convicciones pragmáticas y escepticismo académico.

ErTúTtima"instancia, tal distincióriTemite a la diferencia entre una duda efectiva y la posibilidad en principio de dudar. A este propósito observa Mates que el hecho de que la duda no tenga consecuencias prácticas idenlificables en manera alguna impide la configuración de auténticos problemas filosóficos. Sirawson, en Skepticism andNiuunilisrn: same Varielies2, se refiere concre­tamente a las relaciones que sobre este punto pueden establecerse emre WTttgensteiny Hume. La argumentación allí presentada, aun cuando señala importantes diferencias entre ambos autores, atri­buye a Wittgenstein posiciones análogas a las de Hume. La principal divergencia estribaría en que, mientras para Hume la tendencia a dar por verdaderas las creencias habituales del sent ido común es natural, en el sentido estricto de pertenecer a la natura­leza humana, W ittgenstein suscribiría más bien un «naturalismo social» por cuanto adivute tan to el carácter convencional de los sistemas de creencias como su d inamismo '¿m utabilidad. Desde esta perspectiva, podríamos concluir que ambos autores, en razón de sus posiciones naturalistas, coincidirían en afirmar que lodo intento dirigido a justiticar o invalidar nuestras convicciones carece de efectos prácticos y resulta ocioso desde el punto de vista teórico.

Ciertamente, Wittgenstein hace referencia en repetidas ocasio­nes al hecho de que una duda generalizada no podría tener consecuencias prácticas, y las múltiples observaciones que de­nuncian el carácter puramente especulativo de este tipo de duda

2. Strawson, P. F., Skepticism and Naturalisin: Sume Varielies, The W oodbridge Lectures 1983, Columbia University Press, New York, 1985.

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F U N D A M E N T O S

pueden considerase como argumentos análogos a los aducidos por

buye asimismo a reforzar la similitud entre ambos planteamien- | tos. Creemos, no obstante, que la posición de Wittgenstein frente a las dudas escépticas es más compleja y admite otro tipo de interpretación.

En primer lugar, como lo mostramos anteriormente respecto de las «certezas» de Moore, Wittgenstein distingue claramente entre la decisión de colocar fuera de toda sospecha ciertas proposiciones del procedimiento, a todas luces diferente, de establecer su indu- bitable verdad. El análisis ofrecido en Sobre la certeza indicaría que el sentido común no puede generar por sí mismo «certezas» que puedan ser utilizadas como argumentos cognoscitivos. Hay, por otra parte, un aspecto metodológico más importante que, a nuestro juicio, haría imposible un paralelo estricto entre una posición como ia de Hume y la expuesta por Wittgenstein, y que depende de cómo se entienda el recurso al lenguaje ordinario. La caracterización de Strawson se apoya en la importancia que Wittgenstein indudablemente confiere a las prácticas habituales; sin embargo, es preciso recordar que la referencia a los usos lingüísticos permite la disolución del escepticismo, no por expre­sar «verdades» del sentido común, sino porque constituye aquella instancia a la que pertenecen los^criterios intersubjetivoS^de la aplicación conceptual.

A este respecto, hay un elemento de la filosofía de Hume muy diferente de su pragmatismo naturalista, que podría emparentarse1 mejor con el proyecto de Wittgenstein, y que sería la exigencia de ' establecer con claridad las condiciones de significati vidad de un concepto. En términos generales, para Hume estas condiciones se refieren a la posibilidad de garantizar contenidos empíricos para

3 las ideas. Los conceptos metafísicos de causa, su jeto y objeto,, por

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eiemplo, deben declararse vacíos por naciim plir con las condicio­nes estipuladas. Para Wittgenstein, la asignificatividad de los conceptos metafísicos no se demuestra con base en argumentacio­nes de corte epistemológico; debemos señalar, sin embargo, que ambos identifican el mismo problema y consideran su análisis una de las principales tareas del quehacer filosófico.

Respecto del papel de las jrác ticas no xohnitnmpr^n U11a aclaración adicional.^a relación establecida entre formas de vida

ly juegos de lenguaje está concebida de tal manera que impide un Reparación radical entre nuestras formas de actuar y nuestra formas de pensar, /Esta solidaridad fundamental hace que los j uegos no sean reductibles a sus elementos exclusiva n i e rnejeóri- eos; ya en la sección anterior veíamos cómo una de las objeciones dirigidas contrad i solipsismo consiste en recusar los intentos meramente intelectuales») de atribución de significado. No obs­tante, sería igualmente equivocado pensar que el juego es reducti- ble a sus aspectos puramenteforácticosJ

La tesis, tan difundida entre íos''mtérpretes de Wittgenstein, acerca de la primacía de la acción3, aun cuando parcialmente válida, debe ser matizada. De lo contrario conduce, como en ocasiones lo hace, a concebir la conceptualización como un paso lógicamente posterior a la práctica. El hecho de que usemos los. conceptos en el lenguaje expresa más bien la idea de la indisoluble integración entre pensar y obrar. Al reducir indebidamente un aspecto a otro, se instaura precisamente aquel divorcio que posi­bilita el «escepticismo académico».

Retomemos ahora el problema inicial. Más allá de la imposi­bilidad práctica de dudar de todo, pareciera que el carácter incorregible de las propias percepciones constituye un nh<tnmin para la generalización de la duda. Esta aparente incongruencia nos

3. Me Guiness, Brian, «Am Anfang War die Tat», en B. Me Guiness, ed., Wittgenstein and His Times, Basil Blaekwell, Oxford, 1982.

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llevaría a concluir que sería entonces más correcto caracterizar la postura escéptica en términos de la posibilidad general de dudar y no como una duda generalizada efectiva. Llegamos así a lo que podríamos considerar como el verdadero motivo de la sospecha cognoscitiva, que a mi juicio explica la fuerza argumentativa y persuasiva del escepticismo: la imposibilidad, evidente para mu­chos, de establecer un fundamento adecuado para la verdad. __

Así considerada, la universalización de la duda no se genera exclusivamente mediante lo que pudiéramos llamar un procedi­miento inductivo inválido, el cual, partiendo de algunos casos donde resulta pertinente cuestionarse acerca de la verdad de ciertas proposiciones, generaliza esta posibilidad de error a todo un ámbito cognoscitivo. Se puede llegar a unlversalizar también < la duda a partir del análisis de los fundamentos del conocimiento y de la convicción acerca de su irremediable insuficiencia, como sucede en Descartes.

Una primera aproximación a esta vertiente puede formularse en términos de la distinción entre certezas subjetivas y certezas objetivas, y el problema de determinar si dicha distincióncaincide o no con la que puede trazarse entre creer y conocer. En efecto, hay una diferencia eV rdéftte entre ufiimarqtle sé"C'ó'n certeza algo, y establecer a satisfacción la verdad de lo afirmado. La mayoría de las posiciones escépticas extraen una serie de argumentos en apoyo de sus tesis con base precisamente en esta distinción, distinción que de diversas maneras recorre la historia de la filosofía desde Platón. Pareciera que W ittgenstein mismo la acepta implícitamente cuando invalida la refutación dogmática ofrecida por Moore:

Por mucho que la persona más digna de confianza me asegure que sabe que las cosas son de tal y tal modo, por sí solo, ello no puede convencerme de que lo sabe. Solamente de que cree

FU NDA M EN T O S

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M AU DA I UNA I IO l. t iUÍN

saberlo. Esta es la razón por la que la aseveración de Moore de que sabe... no nos interesa.Sobre la certeza 137

Es necesario, sin embargo, precisar qué diferencia realmente una certeza «meramente subjetiva» de una certeza objetiva. Una de las alternativas consideradas por Wittgenstein sería la siguien­te: la certeza objetiva depende de la imposibilidad lógica del error en el caso considerado:

Pero ¿cuándo es una cosa objetivamente cierta? -Cuando el error no es posible. Pero ¿qué tipo de posibilidad es éste? ¿No ha de quedar el error excluido lógicamente?Sobre la certeza 194

Este criterio de objetividad, sin embargo, podría establecerse también en relación con la concordancia de lo afirmado con la realidad. Alude así Wittgenstein a las dos alternativas clásicas de fundamentación de la verdad, razón y experiencia. En el artículo titulado «Certeza»4, Moore defiende una tesis que resulta de particular interés a propósito de la distinción mencionada, y que formula en estos términos: «De laícontingencia de las afirmacio­nes no se sigue la posibilidad de que sean falsas sin un argumento adicional». Moore argumenta que una vez establecida la verdad de una proposición empírica, por ejemplo, sería absurdo seguir sosteniendo la posibilidad lógica de que sea falsa. De ahí concluye que podemos conocer con absoluta certeza proposiciones empíri­cas, y sugiere que no hay razón válida para restringir esta certeza exclusivamente a las proposiciones lógicas o analíticas.

El planteamiento que hace Moore del problema presenta dos elementos de interés para lo que se expondrá a continuación. Por

4. Moore, G. E., op. c¡¡., p. 272.

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t -U N U A M ü N T O S

una pane, señala acertadamente que la posibilidad lógica de dudar depende de aceptar la naturaleza contingente de las verdades empíricas; por otra parte, establece una equivalencia entre verdad fáctica y verdad lógica en el sentido de que ambas pueden ser conocidas con absoluta certeza. De esta manera, contempla las dos11 ocióne s de certeza objetiva sugeridas por Wittgenstein: la impo­sibilidad lógica de dudar y la concordancia comprobada con la realidad. Una proposición empírica es verdadera cuando la eviden­cia a su favor es tal que suponer su posible falsedad no tendría sentido. En este caso, lo lógicamente posible -continuar dudando- no sería razonable. Recordemos que en la elaboración de los tropos o razones para dudar, el escéptico mismo reconoce la importancia de que su duda sea razonable, excluyendo así el carácter arbitrario de una sospecha ociosa.

Veamos ahora cuál es la posición de Wittgenstein. No sóio en este último escrito, sino desde la época llamada de transición, el problema de la relación entre las proposiciones lógicas y las empíricas había sido objeto de un sinnúmero de reflexiones. Algunos de sus intérpretes consideran inclusive que el deslinde entre lo lógico y lo empírico constituye el núcleo central de su filosofía. Sintetizando tal vez abusivamente sus ideas, podría decirse que para Wittgenstein, aun cuando la división de las proposiciones en lógicas y empíricas pueda sostenerse, no es la única ni la más adecuada para ciertos propósitos filosóficos. Ya desde el Tractatus, manifiesta cierta insatisfacción con este tipo de clasificación. Las consideraciones que allí aparecen acerca de las proposiciones lógicas cumplen varios propósitos. El primero de ellos es destruir la semejanza externa que existe entre ellas y las auténticas proposiciones, empíricas y descriptivas. Esta semejan­za conduce a predicar verdad de ambos tipos de proposiciones, indiscriminada e incorrectamente. En efecto, ¿de dónde procede­ría la verdad de una proposición de la lógica, si ésta en principio

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no es susceptible de contrastación alguna? De otro lado, en los sistemas lógicos elaborados por Frege y por Russell, se pretende derivar la verdad de las proposiciones lógicas de la verdad autoevidente de los axiomas. Esto generaría, sin embargo, una circularidad imposible de eludir, pues la derivación supone las leyes de la inferencia que el sistema axiomático debiera funda­mentar, sin mencionar el carácter problemático que dentro de la fundamentación de la lógica tiene el recurso a la autoevidencia.

Wittgenstein concluye que las proposiciones no son, cuino habitualmente se cree, verdades necesarias. Las proposiciones de la lógica son sinsentidos, pues no satisfacen las condiciones estipuladas para las proposiciones auténticamente significativas, esto es, no describen. Por esta razón, no deben ser calificadas de verdaderas o falsas. Pertenecen más bien al aparato simbólico que posibilita toda descripción.

Si bien en el Trcictatus se admite la distinción implícita entre proposiciones lógicas y empíricas, en los posteriores escritos Wittgenstein la sustituye por una distinción más general entre proposiciones descriptivas y normas de descripción. La gramáti­ca filosófica, como proyecto central del llamado segundo período, constituye una ampliación sistemática de esta idea. Los análisis a los que hemos hecho referencia a lo largo del trabajo son conce­bidos por su autor como esfuerzos por establecer la «gramática» de los conceptos que aparecen en las formulaciones escépticas. Pero la gramática supone precisamente que algunas proposiciones resultan normativas respecto de la aplicación de conceptos. Di­chas proposiciones constituyen marcos de referencia y no son estrictamente asimilables a las proposiciones lógicas. Por el contrario, el interés que presentan la certezas de Moore sería el de mostrar que presuponer la verdad de algunas proposiciones empí­ricas es necesario para la inteligibilidad de lo que hacemos y decimos. Wittgenstein denomina «proposiciones gramaticales» a

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aquellas que pertenecen al sistema de descripción más bien que a lo descrito. Pero tal distinción no es determinable a priori ni de manera rígida y precisa, como tampoco lo es el concepto de proposición.

El que una proposición pertenezca a uno u otro tipo no depende I de propiedad lógica alguna que pueda serle atribuida como la contingencia o la necesidad: depende exclusivamente de la fun- ' ción que desempeña en los diversos juegos de lenguaje. Desde esta perspectiva, la tesis según la cual las proposiciones lógicas se encuentran completamente justificadas por la razón, a costa de ser meramente formales, mientras que las empíricas se encontrarían

Para ilustrar este punto, Wittgenstein recurre a una serie de ejemplos en los que muestra que la verdad de una proposición matemática no está mejor garantizada que la de una de las afirmaciones básicas del sentido común.

En alguna parte debemos terminar con la justificación, y entonces allí sigue estando la proposición de que a s í es como calculamos.Sobre la certeza 212

La posibilidad teórica de equivocamos siempre en nuestros cálculos es análoga a la duda generalizada respecto de las proposi­ciones empíricas, y no se dispone en el primer caso de una fundamentación privilegiada. El límite de la justificación, para ambas, está en los juegos de lenguaje donde se determina cuáles (lógicas o empíricas) serán consideradas necesarias en cuanto establecen los criterios y normas de la descripción, y cuáles estarán sujetas a validación dentro de las condiciones asumidas desde una perspectiva descriptiva determinada.

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MACiDAl .l iNA I I O U Í U Í N

Al invalidar las dos posibilidades clásicas de fundamentación del conocimiento, Wittgenstein impide toda respuesta dogmática al escéptico. Pero muestra asimismo que esta respuesta-imposible en principio si se admiten las anteriores argumentaciones- es la exigencia que anima al escéptico y le permite renovar incesante­mente la problematización de los conocimientos adquiridos. 1:1 ideal del fundamento adecuado que, en última instancia, sólo podría ser satisfecho por un fundamento absoluto, se revela entonces como el proyecto esencial común a ambas posiciones.

Podría suponerse, no obstante, que la posibilidad de fundamenta- ción debiera buscarse entonces al nivel de las proposiciones gramaticales. Wittgenstein tiene el mayor cuidado en invalidar este último intento de justificación. Las proposiciones gramati-

i-^cales nosoq empíricamente descriptivas, pero tampoco son descrip­tivas en ningún otro sentido. La concepción wittgensteiniana de la gramática no permite unaaperturaa otro «tipo» de fundamentación; por el contrario, sienta las bases de su imposibilidad. Las propo- siciones gramaticales no anteceden lógica ni ontológicamente a los juegos de- lenguaje, sino que se instauran como criterios significativos dentro de ellos. El carácter normativo de la gramá- ticafiíosófica ha dado lugar a un sinnúmero de comentarios y objeciones. No es nuestro propósito adentrarnos en la maraña de interpretaciones sobre el estatuto de la regla en Wittgenstein; debemos, sin embargo, detenemos en algunos aspectos esenciales para el problema de los fundamentos. En cierto sentido, podría pensarse que las reglas implicadas en los criterios de aplicaciónconceptual son constitutivas5 de los juegos, pues en ellas se

i

5. John Searle, quien en su famosa obra Speech Acts (Actos de habla) propone la distinción entre reglas «constitutivas» y «regulativas», presenta una taxonomía de los actos de habla y de las condiciones de los mismos que se aleja sustancialmente, en mi concepto, del proyecto de Wittgenstein, aun cuando muchos autores establezcan entre ambos una filiación directa.

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FUNDAM ENTOS

configuran éstos en su especificidad. Si bien esta caracterización es correcta, conlleva el peligro de regresar a una concepción apriorística del sistema de las reglas. Cuando se aislan teórica­mente las reglas de los contextos, hechos y actividades no lingüísticos con los que conjuntamente conforman el juego, se introduce la posibilidad de comprenderlas como un conjunto de

, condiciones que precede -al menos desde el punto de vista lógico- ' a los juegos efectivamente operantes.

¿Aprende el niño sólo a hablar o también a pensar? ¿Aprendeel sentido de multiplicar antes o después de multiplicar?Zettel 324

Debemos recordar, sin embargo, dos aspectos de la gramática que imposibilitan este intento, su autonomía y su carácter conven­cional. En primer lugar, aun cuando ciertamente son necesarias, en el sentido más estricto, las proposiciones gramaticales no se identifican con las reglas de la sintaxis lógica propuestas en el Tractatus. Por el contrario, como lo explicábamos anteriormente, hay una serie de proposiciones empíricas que pertenecen al marco de la descripción más bien que a lo descrito; el análisis de las «certezas» de Moore es un ejemplo de ello. En Observaciones sobre los fundamentos de la matemática, Wittgenstein llega incluso a referirse a algunas de ellas como proposiciones sintéticas a priori -aun cuando se haya distanciado ya de esta terminología- para hacer énfasis sobre el carácter a la vez empírico y necesario que detentan. Por otra parte, resulta imposible, para una proposi­ción aisladamente considerada, determinar si pertenece al sistema de la descripción o si es verificable en él. En este sentido, podríamos decir que la identificación de las proposiciones-grama­ticales es siempre a posteriori, pues exige la consideración de los juegos concretos y del papel que en ellos desempeña.

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Al calificar a la gramática de convencional. Wittpenstein se propone atacar todo tipo de esencialismo. La proposición gramati­cal no es descriptiva; por esto resulta absurdo el intento de determinar su adecuación o inadecuación con los hechos, e imposi­ble establecer para ella verdad o falsedad. Pero tampoco expresa en manera alguna «leyes» naturales o propiedades esenciales, y nunca genera el tipo de «certeza objetiva» exigido por una fundamentación realista de la verdad. Lo anterior, sin embargo, no significa que pueda ser concebida como una convención mera- mente lingüística o formal:

Las reglas gramaticales, en cuanto codifican técnicas del uso del lenguaje, dicen algo fundamental sobre el mundo al cual se aplican, aun cuando los hechos a los que se remiten no sean descritos por ellas6.

Si los hechos fuesen diferentes de lo que son, habría otros juegos y otras reglas; pero en este caso nuestras formas de pensar y de actuar no serían las mismas. Las proposiciones gramaticales no describen hecho alguno pues posibilitan toda descripción délos hechos y determinan loqueen los juegos cognoscitivos deba o no admitirse como «acuerdo con la realidad». Los criterios implícitos en los juegos se expresan en el «acuerdo en los juicios» donde se articula un nivel más básico que el de la verdad: las decisiones acerca de los métodos, técnicas y procedimientos aceptables para determinar el sentido y la pertinencia de los interrogantes, así como el sentido y pertinencia de la diversidad de aproximaciones a su respuesta.

Tengo una imagen del mundo. ¿Es verdadera o falsa? Ante todo, es el sustrato de todas mis investigaciones y afirmacio­

6. Bouveresse, Jacques, La furce de la regle, Minuit, Paris, 1987, p. 14.

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nes. Las proposiciones que la describen no están todas some­tidas del mismo modo a la comprobación.Sobre la certeza 162

La proposición gramatical no describe los hechos sino que regula una variedad de accesos a ellos; tampoco, sin embargo, debe entenderse como la descripción de realidades ideales. Desde el Tractatus, Wittgenstein se propone mostrar que toda necesidad se halla en el sistema de descripción y no en la referencia de éste a objetos o relaciones ideales. Las objeciones que en gran parte de sus textos, y especialmente en Obser\’ociones sobre los funda­mentos de la matemática, dirige contra toda forma de platonismo, tienen por finalidad cerrar el paso a las variantes justificativas que buscan una garantía indubitable en los principios universales y necesarios de la razón.

Así pues, ¿este sistema tiene algo de arbitrario? Sí y no. Es afín con lo arbitrario y con lo no arbitrario.Zettel 358

De lo anterior se desprende que el objetivo principal de enfatizar el carácter convencional de la gramática debe entenderse como el intento por erradicar las tendencias fundacionalistas^ esencialistas a las que puede dar lugar una concepción semejante. No obstante, tanto Bouveresse como Cavell7, nos alertan sobre los malentendidos que pueden surgir de una caracterización de esta índole. En efecto, para algunos comentaristas, así como para la mayoría de los lectores desprevenidos, «convencional» y «arbi­trario» se asocian con la idea de que elegimos los juegos del lenguaje y, más aún, con la idea de que esta opción es el resultado

7. C/., Bouveresse, Jacques, op. ti l., p. 145 y ss.; Stanley Cavell, op. cit., p. 86 y ss.

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M A ü D A I liNA l l O l l i U Í N

de un acuerdo logrado. A este respecto señala Cavell que aquel punto de vista desde el cual pudiésemos, por así decirlo, conside.-

Tar^diversas formasdtT~vida y decidimos por alguna de ellas, ' sencillamente no existe.

En lo referente a esta noción de «formas de vida», ciertamente difícil de precisar en Wittgenstein, Haller aporta una serie de elementos importantes. Lo que puede concluirse de la breve exposición donde alude a la influencia de Spengler sobre w ittgenstein8, se trata de una forma de actuar, de pensar, de

roximarnos al mundo, más bien que de identificar las narticula-iades específicas de las comunidades culturales, definidas por la

—.tropología o por cualquiera otra de las ciencias sociales. Las incontables referencias a nuestros métodos, prácticas y procedi­mientos, a la manera como de su ejercicio surge nuestra imagen del mundo, parece indicar configuraciones de carácter muy gene- ral. Las observaciones relativas a nuestra «historia natural» apun­tarían en el mismo sentido. Más que suscribir algún tipo de relativismo cultural, puede pensarse que a Wiltgenstein le interesa destacar el carácter cambiante de estas orientaciones básicas, para impedir que por su intermedio se regrese a la idea de una razón TTpnorísTTca yconstitutiva que organiza el caos de lo real a través del lenguaje.

La mitología puede convertirse de nuevo en algo Huido, el lecho del río de los pensamientos puede desplazarse. Pero distingo entre la agitación del agua en el lecho del río y el desplazamiento de este último, por mucho que no haya una distinción precisa entre una cosa y la otra.Sobre la certeza 97

8. Haller, Rudolf, Queslions on WiUgeiisieiii, Roulledge and Kegan Paul, Londres, 1988.

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I UN I)A M E N T O S

Es evidente que asumir la dinámica de los sistemas de descrip­ción no equivale a propender por alguna variante del irracionalismo. Si bien las proposiciones gramaticales no son susceptibles del tipo de fundamentación que dejara satisfecha la exigencia filosófica de absoluto, Wittgenstein se esfuerza también por mostrar que la gramática contiene la más estricta necesidad.\Una vez admitidos los «acuerdos en los juicios», y adoptados ciertos procedimientos, las variantes idiosincrásicas e individuales que se pretendan introducir sólo conducen a sinsentidos. El que útil icemos determi­nados métodos en lugar de otros no es en sí mismo justificable por la razón o por la experiencia; pero una vez establecidas, las normas se aplican con estricta necesidad a lo regulado. El subtítulo del libro de Bouveresse, «La invención de la necesidad», expresa con claridad la idea central de la gramática wittgensteiniana.

Las consideraciones anteriores nos remiten a aquello que en mi opinión constituye uno de los rasgos más interesantes de la filosofía de Wittgenstein, y es su novedosa aproximación al problema de la aplicación conceptual. En última instancia, la gramática contiene, y esto es lo que explica las características en apariencia contradictorias que deben serle atribuidas, arbitrariedad y necesidad, las reglas de aplicación de los conceptos. Si esto es correcto, sería necesario matizar el énfasis exagerado que las interpretaciones de su filosofía hacen sobre su pragmatismo. Con esto, por supuesto, no se pretende negar el papel central que confiere a los aspectos extralingüísticos y prácticos que la filoso­fía acostumbra a considerar en oposición a los teóricos. La novedad consiste, precisamente, en impedir la separación de actividades y conceptos en dos ámbitos mutuamente excluyentes.

La contextualización de los conceptos es lo que permite su aplicación regulada; y ésta, en términos generales, es su significati- vidad. Los conceptos no pertenecen a un mundo ideal, subjetivo u objetivo, que pueda ser establecido con independencia y en

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oposición a un inundo «real». Tampoco son meras formas cuyo contenido haya de encontrarse a posteriori. Cuando Hintikka afirma que una de las constantes del pensamiento de Wittgenstein es la «inefabilidad de la semántica»9, se refiere a la idea de que la relación entre los conceptos y la realidad es siempre inmediata y por ello no precisa de ulteriores mediaciones. En efecto, las estrategias teóricas que separan «decir» de «significar» y de «pensar», exigen un tercer elemento, físico o mental, ai que se le asigna la tarea de establecer laconexión entre los términos y sus significados. Cuando se parte, por el contrario, de que los conceptos aplicados (uso) son significativos, desaparece la necesidad de la mediación. Aquí es donde la regla cumple un papel insustituible.

Podemos concebir la regla como un esquema de aplicación conceptual que, aun cuando concreto, no es particular. Quizá sea útil aquí recurrir a la distinción elaborada por Kant entre lo concreto y lo empírico. En la Crítica de la razón pura, y particu­larmente en la sección dedicada al esquematismo de las catego­rías, Kant intenta describir la diferencia que existe entre una imagen (empírica) y un esquema (concreto). Aun cuando la exposición evidentemente no es tan clara como podría desearse, el sentido de la misma puede ser dilucidado así: mientras que la imagen es indisociable de las características particulares que la constituyen, el esquema, si bien conserva una necesaria referencia a lo sensible, representa sólo aquellos rasgos generales que posi­bilitan una aplicación de mayor alcance a lo empírico. Pero asimismo es netamente diferenciable de un concepto, pues carece de estricta universalidad. Las anteriores observaciones no están dirigidas, claro está, a establecer paralelos entre el proyecto kantiano y el de Wittgenstein, cuyos presupuestos teóricos no pueden ser más disímiles, sino que deben ser entendidas exclusi­

9. Hintikka, Merrill B., Jaakko Hintikka, Investigating Wittgenstein, Basil Blackwell, Londres, 1986, p. 18

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vamente como una ilustración de la diferencia que deseamos resaltar y que es indispensable para la comprensión de la propues­ta metodológica wittgensteiniana. En muchos lugares, pero espe­cialmente en las Observaciones sobre los fundamentos de la matemática, cuando trata el problema de la formación de con­ceptos y el de la demostración, Wittgenstein alude en repetidas ocasiones a esquemas y paradigmas como generalizaciones restringidas basadas en las características estructurales o internas de los procedimientos. A este respecto, no sobra señalar el papel preponderante que desempeñan, desde el Tractatus, los modelos utilizados en la ingeniería, y que ha sido señalado de manera especial en la biografía de Me Guinnes al referirse a la formación académica inicial de Wittgenstein. La dimensión operacional que incluye esta descripción nos permite relacionarla más claramente con el aspecto regulado de los usos.

La regla no es meramente formal, pues en el segundo período al menos, no coincide con las reglas lógicas. Debemos recordar que incluso en el Tractatus, donde predomina la concepción estrictamente lógica de la regla, Wittgenstein afirma que la sola regla no es suficiente: «El signo determina una forma lógica sólo unido a su aplicación lógico-sintáctica» (3.327). Por otra parte, aun cuando el problema del uso del lenguaje adquiere un lugar privilegiado en los escritos posteriores, desde el Tractatus se enuncia la relación de éste con la aplicación de la regla, como se ve en el numeral que precede al anterior: «Para reconocer el símbolo en el signo, debemos tener en cuenta si se usa con significado» (3.326). La estrategia argumentativa empleada allí en contra de la concepción semántica del significado no sólo sugiere sustituirla por una sintaxis, sino que incluye la necesaria aplicabilidad de las reglas.

La pretendida universalidad del concepto se encuentra enton­ces siempre limitada a un campo determinado de aplicaciones

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posibles. En cuanto pertenece a los juegos efectivamente operan­tes, la regla se halla internamente vinculada con situaciones fácticas y prácticas. No obstante, su necesidad es estricta. Una vez adoptado un sistema de descripción, en sí mismo arbitrario en tanto que no expresa propiedades naturales o racionales «esencia­les», las características internas del modo de descripción valen para todas sus aplicaciones; no seguir la regla equivale sencilla­mente a salir del juego.

«Es como si nuestros conceptos estuvieran condicionados por una armazón de hechos». Esto significaría: si imaginas deter­minados hechos de una manera distinta, y los describes de manera distinta a como son, entonces ya no eres capaz de imaginar la aplicación de determinados conceptos, porque las reglas de su aplicación no tienen ningún análogo en las nuevas circunstancias. [...] Si el ser que ha de enjuiciar se aparta por completo de los hombres ordinarios, entonces la decisión no se hace un tanto difícil sino (simplemente) imposible.Zettel 350

Numerosos ejemplos tomados de la diversidad de sistemas de medición sustituyen en el segundo período a la metáfora del cálculo predominante en la época llamada de transición. Su propósito es llamar la atención sobre el estatuto especial de las reglas, concreto y necesario. El empleo de patrones o paradigmas acusa la arbitrariedad típica del punto de vista asumido en la descripción, pero ilustra también en qué forma regulan inexora­blemente los procedimientos así instaurados.

En conexión con el escepticismo, la convencionalidad d e la

gramática se convierte en uno de los factores esenciales para la discusión. En efecto, si consideramos lo expuesto anteriormente, la fuerza argumentativa del escéptico d e p e n d e r ía más d e l;i pnsi-

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bilidad siempre renovada de poner en cuestión la verdad de los enunciados que de dudar efectivamente de todos y cada uno^e ellos. Ciertamente resulta imposible actuar bajo los supuestos escépticos; su indudable atractivo teórico, sin embargo, no se ve por ello disminuido.

Malherbe"1, a propósito de Hume, observa que el escepticismo se refiere a la posibilidad de una fundamgñfacion racioñaTeñ general y no necesariamente a la posibilidad de garantizar la verdad de ciertos conocimientos. Por esta razón asumen estasposiciones típicamente la forma de teorías del límite, y su refuta­ción se orienta a la búsqueda de bases inconmovibles. Podría decirse que una vez encontrados estos puntos de apoyo seguros, el problema de las verdades particulares se considera teóricamente resuelto. El carácter convencional de la gramática, en cuanto imposibilita en principio una fundamentación absoluta de la verdad, colocaría a Wittgenstein, finalmente, del lado del escép­tico. Llegaríamos entonces a la paradójica conclusión de que la refutación de las dudas escépticas, en este caso, se basa en un escepticismo más radical que atañe a los fundamentos. Aparte del famoso y problemático «escepticismo de la regla» propuesto por Kripke, varios de los intérpretes de Wittgenstein, Fogelin entre ellos", de hecho caracterizan su posición de esta manera. Habría, 110 obstante, algunas consideraciones que impiden llegar a tan paradójica consecuencia. En primer lugar, es imposible juzgar acerca de la concordancia o desacuerdo de los juegos en general con la realidad12 pues esto implica necesariamente un punto de vista independiente de ellos desde el cual pudiera hacerse un juicio

10. Malherbe, Michel, Kant ou Hume, Vrin, París, 1980.11 Fogelin, Roben J., Wittgenstein, The Arguments o f the Philosophers,

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semejante, y el método empleado impide en principio el punto de vista absoluto presupuesto en esta contrastación. El mismo ar­gumento utilizado contra la división del mundo en «fenómeno» y «realidad» invalida toda afirmación sobre la relación entre cono­cimiento y realidad en general; en ambos casos, es preciso recurrir a la perspectiva externa y meramente intelectual que ha sido recusada desde diversos ángulos.

En segundo lugar, debemos recordar que para Wittgenstein la necesidad misma de la justificación exigida por el escéptico para invalidar su posición hace parte de la «mitología» explicativa de la filosofía. El hecho de que tanto la justificación empírica como la racional tengan un límite insuperable no conlleva la amenaza de ininteligibilidad generalizada que supone quien considera impe­riosa la necesidad de suministrar un fundamento absoluto. En efecto, aun cuando nuestras prácticas y procedimientos no sean susceptibles de total explicación, tampoco la precisan, pues se adecúan perfectamente a nuestros propósitos de descripción y explicación. La falacia de privilegiar, por ejemplo, los procedi­mientos formales o los paradigmas causales, nos lleva al mito de la absoluta racionalidad, desconociendo las diversas modalidades de acercamiento a los problemas y la infinita variedad de nuestros instrumentos conceptuales.

¿Por qué pues habría de descansar en un saber el juego delenguaje?Sobre la certeza 477

Finalmente, debemos señalar que las exigencias del escéptico y del dogmático reflejan más bien los ideales de completitud y precisión propios de una actitud científica, y lo que es peor, ideales a los que la misma ciencia contemporánea ha renunciado. Más allá de su lugar central en las propuestas epistemológicas, Wittgenstein

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procede a poner en duda este ideal como orientación primordial de la filosofía. En efecto, una de sus propuestas más radicales es la de sustituir el id^r'deTITTurKJImíentación completa por el dé ITT jM^jidacfJJelTmattsírófrecícío sobre los problemas conceptuales en diferentes ciencias particulares, en especial la matemática y la psicología, resulta evidente que las confusiones teóricas, las falsas analogías y el uso problemático de los conceptos casi nunca aparece al nivel de la práctica científica; es propio, más bien, de la metateoría, de aquel estrato de la investigación donde se considera necesario aportar una justificación teórica de la práctica científica, en la que por lo general se recurre a planteamientos filosóficos de diversa índole.

La metateoría científica, sin embargo, no es el único ámbito en Jque opera de manera infortunada la presunta necesidad de justifi­cación. Más graves aún, desde la perspectiva de Wittgenstein. serían los esfuerzos dirigidos a fundamentar los campos Que la filosofía ha considerado tradicionalmente como propios,_y entre ellos la ética. Aun cuando este tema no pertenece estrictamente a este trabajo, no sobra recordar que, en muchas ocasiones, los■ni n »i " - - —intentos de fundamentación epistemológica obedecen, desde Platón en adelante, a lo que se considera como la necesidad ineludible de justificar los criterios de ja acción.

El infundado temor de que la filosofía haya terminado, y de que la propuesta wittgensteiniana encame una forma radical del nihi­lismo de6e~sér desechado; por el contrario, una sincera actitud filosófica exige la'vólúntad de poner en cuestión incesantemente y en primer lugar los ideales implícitos que guían la actividad filosófica misma y estar dispuestos a denunciar incluso aquellas tesis que la tradición consagra como sus objetivos primordiales.

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ÍN D IC E A N A L ÍT IC O

Actividad filosófica, 21, 25 Análisis lógico, 22, 23, 25 Antinomias, 9, 17 Apariencia, 17,40,41 Bouveresse, Jacques, 24, 25, 79, 81 Brochard, Víctor, 37,41 Causa, 69Cavell, Stanley, 79, 80Certeza, 11, 39 ,43 , 47, 50, 51, 52, 53, 69, 74— Certezas Objetivas, 7 1, 72, 73, 78— Certezas Subjetivas, 71, 72Ciencia, 21, 25, 27,41Círculo de Viena, 27Conductislas, 29, 62Conocer, 71Creer, 7 1Crítica del lenguaje, 16 ,2 3 ,2 4 ,2 5 Descartes, René, 37, 71 Descripción, 22, 24, 26, 30 Dogmáticos, 9, 12, 13, 18, 39, 60. 86 Dogmatismo, 13Duda, 36, 37, 38, 39, 42, 45, 49, 50, 51, 55, 67 — Duda escéptica, 36, 38, 42, 43 ,69 , 85 — Duda filosófica, 36, 37, 38 — Duda significativa, 42 ,43 — Duda teórica, 11Escepticismo, 11, 13, 18, 36, 37, 39, 40, 55, 56, 62, 67, 69, 71, 84, 85 — Escepticismo Académico, 10, 11, 68, 70

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MAG IJA LLNA HO LG U ÍN

— Escepticismo Práctico, 10Escépticos, 9 , 11, 12, 13, 18, 36, 38, 39, 40, 41, *16, 56, 60, 6 7 ,8 4 ,8 5 ,8 6Escuela üe Franckfurt, 20Explicación, 22,30— Explicación causal, 29Externo, 1 7 ,3 7 ,5 6 ,5 8 ,6 1Falsedad, 47Fenomenalismo, 56Filosofía, 19, 2 0 ,2 1 ,2 2 ,2 5 ,2 7 ,3 1Fogelin, R. J., 85 .Forma gram atical, 22, 23, 46 Forma lógica 22, 23 Frege, G ottlob, 14, 74 Fundamento, 18, 85Gassendi, Fierre, 41 'vGramática filosófica, 16Maller, Rudolf, 80Hermenéutica, 20Hintikka, J. y M. B„ 82Hipótesis explicativas, 22. 27, 29Hume, David, 10, 11, 56, 67, 68, 69, 85Interno, !7, 37, 58, 61Juego del lenguaje, 25, 31 .42 , 43 ,46 , 48, 51, 62, 63, 70, 75, 7o, 79, 86Kant, Immanuel, 56, 82Kripke, S. A ., 85Lenguaje común 10, 52Mulhertoe, M ichael, 85Males, Benson, 9, 56, 68Me Guinnes, Brian, 83Mentalistas, 29, 61Método, 17, 1 9 ,2 4 ,3 0 ,3 1 ,3 2 ,4 3 ,8 6 — Método Científico, 30 M etodología, 2 6 ,3 3 ,4 2 ,5 1 Modelo explicativo, 29Moore, G. E„ 12, 36, 51, 52, 53, 60, 67, 69, 7 1, 72, 74, 77Neo nihilismo, 20Normas de descripción, 74Objetivo, 1 7 ,2 8 ,4 0 ,6 3Objeto, 69

‘A>

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In d i c i : a n a l i t i c o

Oldenquist, Andrew, 61 Peurs, David, 57, 58, 63 Pirronismo, 41 Platón, 71, 87 Platonismo, 17, 3U, 57 ,79 Popper, Karl R., 13 Positivismo lógico, 27 Principio de contextualización, 60 Privado, 17, 56,63 Proposiciones— Proposiciones Analíticas, 72— Proposiciones Descriptivas, 32, 74— Proposiciones Empíricas, 32, 5 4 ,7 3 , 74, 77— Proposiciones Gramaticales, 74, 76, 7 7 ,7 8 , 79, 81— Proposiciones Lógicas, 72, 73, 74Público, 17, 56, 63Realidad, 17,40R ealism o, 12, 40Relativistas, 41Rusel!, Bertrand, 14, 16, 22, 23, 24, 25. 60. 74 Ryle, Gilbert, 44,61 Searle, John, 76Scnlido común, 10 ,11 ,12 , 41, 52, 53, 6 8 ,6 9 , 75 Signo, 23, 83Solipsismo, 12, 40, 57 ,60 , 61, 64, 65, 70 Solipsistas, 60, 62 Spengler, 80Strawson, Peier F., 11, 68, 69 Subjetivo, 1 7 ,4 0 ,4 1 ,6 3 Sujeto, 69 Teoría, 21, 22, 27 —Teoría científica, 22, 27 — Teoría de las descripciones, 23, 24

I —Teorías explicativas, 27, 29í . Van der Veer, G. L-, 1 1 ,52

Verdad 47, 78 — Verdad Fáctica, 73 --V erdad Lógica, 73

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