Vivir En Comunidad Dificil Y Apasionante Editorial Revista Testimonio

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Editorial de la REVISTA TESTIMONIO (Publicación de la CONFERRE-Chile-) Nº 217-Año 2006-3 Página1 Vivir en comunidad: difícil y apasionante E D I T O R I A L La vida religiosa entra en la circulación de la vida común y en el calor de la tarea compartida. En ella, la comunidad (comunidad de misión) es elemento fundamental. Hoy contamos con comunidades para todos los gustos. Hay comunidades-monasterio, comunidades- residencia, comunidades-dormitorio, comunidades-cenáculo, comunidades a larga distancia, comunidades de amigos, comunidades-plataforma apostólica, comunidades insertas, comunidades mixtas religioso- laicales… Llama la atención la sobreabundante literatura en torno al tema de la comunidad que se ha venido produciendo en las últimas décadas. ¿No estaremos haciendo veraz el adagio: “Dime de lo que hablas, y te diré de lo que careces”? La verdad no es lo que se sabe, sino lo que se vive. Nos sobran conocimientos y nos falta sabiduría. Y la sabiduría de la vida radica en el amor, relaciones de amistad. ¿Será que hemos crecido en comunión espiritual y misionera? ¿Vivimos en comunidades de apoyo mutuo, humano y espiritual, de discernimiento misionero? Es ahí donde estamos estancados. Cuantas comunidades religiosas muestran los efectos dolorosos de las caras de póquer, inmutables, sin expresión, indiferentes y mudas. Cuando en una comunidad predomina un silencio así, la vida fraterna se parece a la atmósfera del metro a las siete de la mañana: cada uno va por su lado, caminando deprisa para ahorrar tiempo y producir más, sin mirar a la cara del vecino. La comunidad se siente amenazada hoy por la superficialidad de las relaciones. Vivimos superficialmente, ligeramente, frívolamente. Nos

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Vivir en comunidad: difícil y apasionante

E D I T O R I A L

La vida religiosa entra en la circulación de la vida común y en el calor de la tarea compartida. En ella, la comunidad (comunidad de misión) es elemento fundamental. Hoy contamos con comunidades para todos los gustos. Hay comunidades-monasterio, comunidades- residencia, comunidades-dormitorio, comunidades-cenáculo, comunidades a larga distancia, comunidades de amigos, comunidades-plataforma apostólica, comunidades insertas, comunidades mixtas religioso- laicales… Llama la atención la sobreabundante literatura en torno al tema de la comunidad que se ha venido produciendo en las últimas décadas. ¿No estaremos haciendo veraz el adagio: “Dime de lo que hablas, y te diré de lo que careces”? La verdad no es lo que se sabe, sino lo que se vive. Nos sobran conocimientos y nos falta sabiduría. Y la sabiduría de la vida radica en el amor, relaciones de amistad. ¿Será que hemos crecido en comunión espiritual y misionera? ¿Vivimos en comunidades de apoyo mutuo, humano y espiritual, de discernimiento misionero? Es ahí donde estamos estancados. Cuantas comunidades religiosas muestran los efectos dolorosos de las caras de póquer, inmutables, sin expresión, indiferentes y mudas. Cuando en una comunidad predomina un silencio así, la vida fraterna se parece a la atmósfera del metro a las siete de la mañana: cada uno va por su lado, caminando deprisa para ahorrar tiempo y producir más, sin mirar a la cara del vecino. La comunidad se siente amenazada hoy por la superficialidad de las relaciones. Vivimos superficialmente, ligeramente, frívolamente. Nos

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rodean productos ligth, relaciones light, vida light, religión light. Todo ligero, frívolo, efímero, inconsistente, permisivo. Vivir es dejar vivir. Y vamos configurando nuestras relaciones personales con la misma ligereza y banalidad. Nos rozamos epidérmicamente sin encontrarnos. Dialogamos poco, discutimos mucho, vivimos con los nervios desatados, a golpe de gusto. Hasta se vive con más intensidad fuera que dentro. La comunidad se convierte en residencia, hospedería. Quien se ve privado del alimento de las buenas relaciones quedará con hambre e intentará saciarla en otra parte: el éxito, el poder, el trabajo… La comunidad light… un icono empolvado de la Trinidad. Hacemos de ella un personaje momificado. Distancia entre los valores que declaramos y las virtudes que practicamos. Tensión… el motor fértil de la cotidiana inquietud que nos lleva a acoger la palabra de Jesús: “Lloren por ustedes y por sus hijos”: por sus cobardías y rutinas suicidas, por sus estrecheces de miras, por su falta de horizontes, de coraje, de genio redentor. Lloren por lo que no son, por aquello que no acaban de llegar a ser. Llanto que nos permite exorcizar a los demonios que acechan hoy a nuestras comunidades: – Preferir el sacrificio a la misericordia, la rigidez: Cuando se ha dado sentido a la vida desde la conquista y la virtud, en lucha titánica contra lo cómodo y lo placentero, la sensación de cansancio y frustración (falta proporción entre el esfuerzo y los logros) se traduce en rigidez. La persona vive una tensa fidelidad, exigente consigo misma, incapacidad de autocrítica y miedo a ser descubierta en falta. Los robles no se doblan, se quiebran. Personas que muestran la grandeza del titán, enmascarando un corazón estrecho. La rigidez, necesidad de autodefensa, lleva a la persona a querer controlarlo todo, dejando la propia vida fuera de su control. – Refugiarse en lo efímero y búsqueda de seguridades materiales: Los religiosos no tenemos casa en propiedad; nos refugiamos en nuestras casillas: mi trabajo, mis ideas, mi colegio, mi tiempo, mi horario, mis grupos, mi internet, mis cosas... Aparecen los conflictos comunitarios por la posesión de espacios. Afán por instalarse, atenerse a lo conocido y defenderlo, el lugar vital cálido y seguro que nace de miedos profundos.

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– El activismo o el intimismo: Sumergidos en la actividad y en la soledad. Se trabaja a tope, porque la relación con Dios está bloqueada y quedan solo los principios éticos que permiten seguir justificando la propia vida. Cuentan las ideas operativas, la planificación, lo comprobable. Y lo opuesto… Vuelta a lo espiritual, huyendo de la responsabilidad y de la complejidad de la tarea. La espiritualidad como refugio. Vivir eludiendo una relación profunda con los hermanos y refugiándose en una relación con Dios. Oración evasiva, que no toma en cuenta el hambre de relaciones humanas; se centra en consuelos que no nutren y resultan inoperantes. – Dispersión e individualismo: Tantas cosas… No podemos concentrar el espíritu. Un frasco de esencias se va vertiendo de una parte a otra. De acá para allá, con el afán de Marta, que recibe al Señor… no “en su casa”, el propio corazón. Es bueno el escuchar de María y el servir de Marta, siempre que el escuchar sea activo y el servir sacramental. Y el individualismo autosuficiente: Tentación sutil, se parece a la madurez. Control y dominio de la propia vida, actitudes de autenticidad, saber lo que se quiere. Una madurez cerrada sobre sí. Enmascara la negación del Amor. Frente a estos demonios, la comunión aparece hoy como uno de los más fuertes signos contraculturales. Religiosos y religiosas nos sentimos llamados a ser ministros del encuentro. El viento del Espíritu que nos contagian en este número de TESTIMONIO los autores y autoras, aportando al tema de la comunidad una tónica de realismo efectivo y de búsqueda prospectiva, e invitándonos a estrenar esperanza cada día. Más que la cohesión del cuerpo, lo que urge hoy es la coherencia de sus miembros. Un asunto de santidad testimonial. Lo importante no es la comunidad, sino la comunión: la sístole y diástole de la donación y la acogida recíproca de nuestras propias personas, por encima y más allá de la resonancia de nuestros sentimientos. Acojamos en cada comunidad religiosa al Señor subiendo a Jerusalén, al amor total.

– Revista Testimonio No 217 / Año 2006