Varios Autores Editorial · Varios Autores 2 Defino el individualismo: la reacción de defensa del...

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    Editorial El término individualismo abarca nume-rosas corrientes, doctrinas y actitudes cuyo factor común es la prioridad del individuo sobre cualquier determinante externo. Tuvo su origen en la francia post-revolucionaria, señalando la disolución de los lazos socia-les; continuó en el romanticismo alemán, centrado en la unicidad y originalidad in-dividual; en inglaterra fue contrastado con el colectivismo, refiriéndose a la iniciativa y autosuficiencia y asociándose al libera-lismo en las esferas económica y política.

    El anarquismo individualista o anarcoin-dividualismo alude a un grupo de ideolo-gías que tienden a manifestarse más como corrientes filosóficas, literarias y de acción individual, que como movimientos sociales. Además de la exaltación de la experiencia y la búsqueda individual tienen otros prin-cipios en común: la elevación del individuo sobre toda clase de construcción o realidad social y exterior, como la moral, la ideolo-gía, costumbres, religión, metafísica, las ideas o la voluntad de otros; el rechazo y reservas hacia la idea de revolución, prefi-riendo un desarrollo gradual de la sociedad para alcanzar la anarquía; el ver que las re-laciones con otras personas o grupos deben ser libremente contratadas, de propio inte-rés, que pueden ser transitorias y sin com-promisos, o simplemente como se desee.

    Los textos expuestos a continuacion perte-necen a distintas publicaciones y fueron tra-ducidos desde su idioma original, el francés.

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    Defino el individualismo: la reacción de defensa del individuo contra su me-dio. No se trata de una teoría abstracta, sino de una constatación positiva.

    Sometidos a la ley natural de la lucha por la existencia, todos los se-res vivos están en perpetuo combate. La solidaridad instintiva que existe entre los representantes de una misma especie o de un mis-mo grupo, tiene como rol de que cada uno de ellos saque prove-cho de las ventajas de seguridad que el aislamiento no les concedería.

    Sin embargo, en el seno de las especies o de los grupos, exis-ten competencias y luchas, cada vez que intereses individua-les se oponen, y no puede haber para todos, a la vez, satisfacción.Es así que los machos pelean, no solo por la hembra, si no que por la posesión de la mayor cantidad posible de hembras. Y esto puede ir hasta la muerte del ven-cido. Es así como machos y hembras se disputan los mejores pedazos cuando son insuficientes. Y resulta que los más débiles están condenados a la inanición.

    Se dice que "los lobos no se comen entre ellos". Ciertamente es ver-dad cuando no tienen hambre, es dudoso cuando están a punto de pe-recer por falta de comida. Testigos han contado que en los cam-pos de la muerte, detenidos, enloquecidos por el sufrimiento, se habían matado entre ellos, y que ha habido escenas de canibalismo. Se-ria extraño que eso nunca sucediera en los animales cercanos a nosotros.

    Lo que les pasa a ellos sucede también en el género huma-no, pero bajo formas distintas, y por motivos muy complejos.

    Luchas sangrientas entre naciones y entre pueblos han sido causadas por la sobrepoblación, debido a la insuficiencia de los recursos naturales para satisfacer, indefinidamente, una cantidad siempre creciente de bocas a ali-mentar; también por la competencia por ocupar los territorios más ri-cos y más fértiles. Sin embargo, en el seno mismo de estas asociaciones,

    Mi concepto de individualismo

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    existe, entre conciudadanos, conflictos no solamente como los de los ani-males, por la cuestión del sexo y de los alimentos, sino que por el lujo, la ambición, la búsqueda del menor esfuerzo o la batalla de las ideas.

    Sin embargo, las reacciones individuales contra la empresa de la colectividad (y que han sido muy seguido el origen de nuevas agrupaciones) son de dos tipos, que no se pueden confundir, ya que no tienen nada en común en cuan-to a las intenciones y en cuanto a los resultados, y no pareciera que alguna vez puedan estar de acuerdo en el terreno solido de las realidades sociales.

    Vemos, por un lado, la revuelta sana y legítima del individuo aislado, defendien-do su pan, su hogar, el producto de su trabajo, contra la explotación de otro; o bien el derecho de expresar lo que cree ser la verdad, a pesar de todos los dogmas y convenciones mundanas, aunque sea el único en el mundo que piensa así; de-fendiéndose de los intentos de avasallamiento del medio, venga este por parte de parientes cercanos y amigos, defendiendo la libre disposición de su persona.

    Entonces tenemos, como ilustre ejemplo, el heroísmo de un Galileo que se atrevió a afirmar, solo contra las masas fanatizadas y el increíble poder de la iglesia, el movimiento de la Tierra. O también el de todos los sabios o artistas desconocidos, burlados, perseguidos, tanto en razón de la tira-nía de los poderosos como de la ignorancia de las multitudes. Como De-nis Papin, Jacquarde, víctimas de la incomprensión obrera; Etienne Do-let, quemado por la independencia de su pensamiento; el caballero de la Barre, torturado y muerto por no haber querido saludar una procesión.

    Volvemos a encontrar esta llama del fervor y de combate en la inspi-ración de Etienne de la Boetie que escribió, en el siglo XVI su mag-nífico discurso sobre la Servidumbre Voluntaria; el carácter de inde-pendencia altanera, al mismo tiempo que de serenidad estoica, que Henryk Ibsen le ha dado a los personajes principales de su tragedia.Por otro lado, está lo que podríamos llamar el espíritu de revuelta obsoleto, la insurrección brutal de aquellos que, no contentos de defender la más justa de las causas, la de la resistencia a la opresión, ya no consideran todas las barreras rotas; empujados por un orgullo insensato, por el frenesí del lujo,por la dominación de terceros, instalan la esclavitud de los pueblos a merced de sus caprichos, incluyendo la sed abominable del rapto o del asesinato colectivo.Entonces, lo que surge en nuestra memoria es, solo para citar algunos ejem-

  • plos notorios: Napoleón Bonaparte, Benito Mussolini, y Adolf Hitler, tres hombres nefastos que salidos de la masa de los humildes, habrían podi-do, gracias a su genio, alcanzar la gloria rindiéndole eminentes servicios pero después de haberlo hecho temporalmente, mueren como déspotas.

    Como filosofía adecuada a tales desviaciones, es la voluntad de poder de Frederick Nietzsche escritor nebuloso, fuertemente blando y que debía ser la inspiración del megalómano alienado que fue el verdugo de la Alema-nia revolucionaria, es en otro orden de ideas, la filosofía en el tocador, del Marquéz de Sade quien después de hacer caer la hipocresía y los prejuicios inhumanos que se relacionan con el amor, alejó todo obstáculo para lograr su placer hasta justificar la crueldad al servicio de las pasiones sexuales.

    Es finalmente (y siento cierta tristeza en declararlo, ya que esta obra contiene co-sas excelentes) El Único y su Propiedad de Max Stirner, quién arranca la máscara del desinterés en que se ampara la gente de las clases dirigentes y los profesiona-les de la filantropía, llegó a hacer del egoísmo, en el sentido más peyorativo que el uso le ha atribuido a esa palabra, la regla de conducta razonable de cada uno.

    Efectivamente, hipnotizado por su sistema, lo lleva a proponer cosas como esta: "todo lo que está al alcance de mi mano me pertenece" o tam-bién: "que importa el dolor de los demás si a mí me lleva a la felicidad".

    Ya no es la escuela de los precursores, combatientes sin etiquetas ni reclu-tamiento de ningún tipo, sino que la escuela de los sin escrúpulos, lo que es muy distinto, ya que, con tales conclusiones (que mal interpretadas han producido ¡víctimas!) se pueden justificar los actos menos recomenda-ble, no habiendo absolutamente nada que se oponga a su cumplimiento.

    Si me preguntaran si soy partidario del individualismo, yo respondería: "en toda medida en la que no se oponga al progreso social, ni a la observación de las reglas elementales de sociabilidad cuyo beneficio desearíamos para nosotros mismos".

    JEAN MARESTAN

    Publicación “El Único” n° 15, Noviembre 1946

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    Todos los que han tenido el placer de leer “El Único y su Propiedad” de Max Stirner experimentan el profundo deseo de dar a conocer su doctrina a los demás, particularmente a los obreros. Es con este objetivo que me di la tarea de entregar, en algunas líneas, una apreciación de esta doctrina. No pareciera que su libro haya sido bien comprendido por la mayoría de los que han intentado comentarlo.

    Lo que dice al respecto Eltzbacher en su libro “el anarquismo” no es muy exacto; hay que decir por otra parte que Stirner no se preocupo particu-larmente de ser claro y que hizo uso de una jerga filosófica particular. Se confunde demasiado a menudo la filosofía egoísta – o mejor dicho nihi-lista – de Stirner, con la filosofía individualista de Emerson por ejemplo.

    Stirner proclamó, y esto parece ser el punto fundamental de su teoría, la doc-trina de la propiedad del Yo. Este fue un concepto audaz que ayudará al-gún día a efectuar una gran revolución en la filosofía. Esta es en esencia: “ustedes son sus amos, trabajen por su interés. No respeten ningún ideal, no vuelvan sus acciones conformes a tal o cual patrón moral. Desprecien la costumbre, el deber, la moralidad, la justicia, la ley. Yo soy dios, rey, y ley.- sólo consideren sagrados vuestros apetitos y vuestros deseos” eso es lo que entendía por esta expresión nihilista. “nada significa nada para mí”, “no están atados si niegan creerse atados; ustedes mismos son el Al-tísimo. No respeten ningún tu deberás, sean su propio dios. No obedez-can ningún pacto”. En resumen “nada me es más preciado que yo mismo”.

    Sin embargo, entre las filosofías nihilistas e individualistas, existe una distinción más bien sutil que es necesario destacar claramente. La filo-sofía individualista dice: “¡sean individuos fuertes! ¡Elévense más arri-ba del común! ¡Desarrollen vuestra personalidad!”. La filosofía egoísta o nihilista dice: “tú no tienes ningún deber que cumplir. Si deseas ser un hombre fuerte, un hombre influyente, un individuo que realmente des-taque, tanto como se pueda, de la influencia del rebaño, en ese caso, sé fuerte! No como deber, si no como privilegio”. La primera teoría ordena: “tú debes ser un super hombre”. La segunda dice “sé lo que desees ser”.

    La etica Stirneriana

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    El egoísta stirneriano – el hombre que no acepta moral – no se deja limi-tar por la simpatía. Sigue los impulsos de su corazón. Niega los derechos, los títulos de propiedad; no alimenta ningún respeto por el estado, inclu-so si fuera la democracia más libre que sea posible de imaginar. No ad-mite visión ética superior a sus propios deseos. Sin embargo, no hay nada en Stirner que sea contrario al sentimiento de solidaridad, a la simpatía, al amor fraternal. Stirner proclama la liberación de todo lo que pueda en-cadenar al individuo; es el profeta del egoísmo desatado. Muestra el últi-mo ideal de una raza idólatra, la moral y exclama: “¡vean! es una farsa”. Se vuelve hacia el Ego, hacia todos los egos del universo y exclama: “cada uno de ustedes es para sí mismo el verdadero dios, hagan lo que les plazca”.

    Entre la ética de Kropotkin y la de Stirner no hay diferencia esencial; lo que primero expresa en un lenguaje simplemente científico, Stirner lo expone en términos metafísicos exactos, pero un poco confusos. Cuando Kropotkin muestra que en cada individuo, existe una pasión por el bien de la raza, le da un fuerte apoyo a la tesis de Stirner. Dudamos en proclamar que la moral es una ilusión y el deber un engaño hasta que Kropotkin nos aseguró que el sentimiento de solidaridad es inherente a la naturaleza del hombre. Esto definido, podemos botar la moralidad al basurero sin peligro para la especie.

    Según la concepción de Stirner, el bien es lo que le place, el mal es lo que odia. Lo que hiere vuestra simpatía es el mal para ustedes, de manera que, a la vez negando absolutamente valor alguno a una moral impuesta desde el exterior, encontramos imposible negar la existencia del bien y del mal.

    Sin embargo soy yo, el Ego, que sería la piedra de tope. Un tirano, un asesina-to brutal cometido por ese monstruo manchado de sangre que es la ley, un acto cruel, he ahí algo que atenta contra mi sentimiento de solidaridad, he ahí el mal.

  • Agregaremos por lo tanto, a nuestro grito de guerra un nuevo grito.Hasta aquí hemos aplaudido la muerte del enemigo todo po-deroso, dios; a la caída de la ley, a la destrucción de los dere-chos de propiedad, podemos agregar: “abajo la moralidad”.

    W. CuRTiS SWAbEy

    Periódico “L´En-Dehors” n°204-205, 15 de Abril 1931

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    El individuo es un ser complejo indefinible. Sin embargo solo el individuo posee algo que se puede llamar sin exage-rar demasiado la existencia. Por lo tanto como ya lo sabían los filósofos cínicos, nada real, nada concreto es definible.

    Las necesidades del pensamiento, de la palabra, de la ciencia, de la acción nos exigen actuar como si exis-tiera lo definible. Aceptemos sonriendo lo inevitable.

    Pero nunca olvidemos por mucho tiempo que ninguna pala-bra sabría describirnos el fondo de un ser, incluso mi pro-pio fondo y que ningún pensamiento, ninguna buena voluntad y ninguna simpatía que lo animan, penetrará el fondo de otro.

    Nuestras más bellas, nuestras más fuertes, nuestras más penetran-tes verdades se glorifican modestamente de ser mentiras menores.

    Entre más me esfuerzo de alcanzar lo concreto, más mis formulas se vuelven complejas e indecisas, y más me irrito por no poder volver-las lo suficiente flexibles y conmovedoras. Cuando pronuncio pa-labras absolutas, sé que hablo en lo abstracto y que hablo del vacío.

    HAN RyNER

    Publicación “La Mêlée” n°29, 1 de Agosto 1919

    Lo que es el individuo

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