Una vida alocada, 1,2,3

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1 UNA VIDA ALOCADA Relato colectivo de 3º A IESO La Paz de Cintrunigo Curso 211-212

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Relato colectivo de 3º A

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UNA VIDA

ALOCADA

Relato colectivo de 3º A

IESO La Paz de Cintru�nigo Curso 2�11-2�12

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Autores

1. Fernando Yanguas

2. Alexander Stryuchkov

3 Ana Rinc'n

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Hola, me llamo Gaspar y soy un hombre de 33 años. En esta narración os voy a contar

yo mismo cómo te puede cambiar la vida en poco tiempo por unas variadas razones.

De pequeño yo era un niño muy movido y siempre me gustaba estar haciendo cosas.

Lo malo de que me gustara hacer muchas cosas era que lo que yo hacía era para molestar a

alguien o con esa intención. En el colegio de primaria, en mi primer curso, sacaba muy malas

notas pero a mí no me importaba y yo creo que a mis padres tampoco es que les importara

mucho. Me pasaba el día en la calle, jugando con algún que otro amigo que tenía, gracias a

que lo conocía del colegio, porque yo era muy poco sociable y me costaba hacer amigos.

Cuando mis amigos tenían que irse a sus casas porque ya era demasiado tarde para un niño

de cinco años, yo me quedaba todavía mas tiempo porque no me apetecía volver a casa y

sabía que mis padres no me iban a decir nada. A partir del momento en que me quedaba sin

los demás, me sentía muy solitario y como era un niño muy alocado, me subía a un árbol a tirar

piedras a los coches que regresaban de sus trabajos. Así estuve mucho tiempo, hasta que un

día, un conductor habitual de la zona, pasó muy despacio para localizar el sitio de donde

provenían aquellas piedras que, en numerosas ocasiones, le habían causado unos pequeños

destrozos. Entonces yo, sin saber la estrategia del conductor para pillar al bándalo, dispare la

piedra que impactó contra la luna trasera de su automóvil. El conductor salió del coche

riéndose, porque se había percatado del sito de donde provenían las piedras y eso a mi me

extrañó muchísimo. En aquel instante el conductor se dirigió hacia aquel árbol y yo supe por

mis adentros que me había localizado. Me quedé inmóvil, porque nunca creí que me hubieran

pillado. Entonces, unos metros antes de su llegada di un gran brinco y corrí todo lo rápido que

pude. Pero era muy difícil que un niño de cinco años huyera de un hombre tan desesperado. El

conductor rabioso me agarró bien fuerte para intimidarme y me preguntó que dónde vivía, yo le

dije que le llevaría hasta mi lugar de residencia. Él me dijo que no me moviera de allí, yo hice

caso mientras observaba cómo iba corriendo hasta su automóvil, lo aparcaba en el lado que

daba a la acera y lo cerraba con gran entusiasmo, ya que me había pillado y se sentía

orgulloso por su logro. Con una sonrisa bien amplia se dirigía hacia mí. Al llegar me dijo que le

llevara a mi casa, como anteriormente me había ordenado. Yo obedecí y lo llevé hasta la

puerta de mi casa con remordimiento de qué es lo que me iban a decir mis padres, pero sin

ningún tipo de miedo. Me pidió que le dijese a mi madre o a mi padre que bajaran para hablar

con él de lo sucedido hacía unos instantes.

Mi madre, llamada Antonia, salió para poder ver que pasaba, con cierta desconfianza

por aquello que le acababan de contar de su hijo es este poco tiempo de camino hasta la

puerta. Antonia abrió la puerta para escuchar lo que aquel hombre quería decirle, pero al

hacerlo, el conductor del vehículo quedó impresionado por aquellas bonitas ondulaciones en su

pelo rubio trigo y por su intenso color de labios rojo pasión. Antonia preguntó qué era lo que

sucedía, pero el conductor quedó sin saber qué decir, hasta que por fin contó lo sucedido a

Antonia. Entonces la madre preguntó que cuánto iban a costar los daños producidos por mí, en

ese momento a este astuto conductor se le ocurrió una gran idea. Él contestó que mejor ella

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fuera a su casa a negociar sobre aquel asunto. Mi madre aceptó encantada y anotó la calle, el

número de casa y su número de teléfono móvil para que acordaran la fecha en la que se

produciría el encuentro. Al cabo de una semana el conductor llamó, quedaron esa misma

noche en la dirección que le había dicho, en la puerta de su casa.

Al caer la noche, mi madre, se montó en su coche y se dirigió a la casa de aquel astuto

conductor. Al llegar a la dirección indicada, observó que era una gran casa con una gran

piscina. Cuando bajó del coche, el conductor salió a recibirla con un elegante esmoquin y le

propuso entrar a tomar una copa, ella aceptó. Mientras, bebían y charlaban de diversas cosas

de su vida, hacía tiempo que habían dejado a un lado el tema que le había llevado allí. Lo que

no sabía mi madre era que el conductor le había echado una droga que atontaba muchísimo a

las personas. Al cabo de poco tiempo los efectos de aquella droga tan maligna empezaron a

notarse en la forma de expresarse de mi madre. Cuando los efectos de la droga alcanzaron su

nivel máximo, Antonia obedecía a todo lo que el conductor le decía. Entonces al cabo de un

buen rato el malísimo conductor decidió acostarse con Antonia durante el resto de la noche.

Al despertar, mi madre no recordaba nada de lo sucedido, pero al ver que estaba

totalmente desnuda en una casa que no era la suya supuso lo sucedido. Se vistió lo más rápido

que pudo y codujo hasta su hogar. Pero al llegar encontró a su marido, Pepe, en la puerta de

casa muy preocupado por lo sucedido. Antonia bajó del coche y le dijo a mi padre que le iba a

explicar la razón por la que esa noche no había acudido a dormir a casa. Mi madre contó su

historia, pero mi padre no se la creyó y se enfadó muchísimo, y le pidió el divorcio. Ella lloraba

desconsoladamente por el hecho de que decía la verdad y su marido no la creía. Mi padre se

divorció y echó de casa a mi madre, y ella sin sitio al que ir, decidió ir a la casa de aquel

conductor que tantos perjuicios le había causado a su familia. Al poco tiempo mi padre se

enteró de que mi madre se había quedado a vivir con aquel conductor y ya no volvió a saber

nada más de ella.

Pasaron los años y yo ya estaba en segundo de la ESO. En este tiempo mi padre y yo

habíamos estado muy unidos, pero en este año, cuando alcancé este curso, mi padre empezó

a beber hasta ponerse borracho y cuando lo hacía se ponía violento. En varias ocasiones me

pegó algún que otro puñetazo; yo, como sabía que si me resistía sería peor, no decía nada y

me iba del cuarto donde sucedía la acción. Al cumplir los dieciocho años, me fui de casa de mi

padre por los continuos maltratos que sufría, porque con el paso del tiempo se habían vuelto

más frecuentes y brutales. Yo quería una gran ciudad para vivir, llena de oportunidades.

Entonces recordé un libro que había leído hacía algún año, trataba de Las Vegas. En ese

momento hice unas cuantas cuentas mentalmente y llamé a un taxi para me le llevara hasta el

aeropuerto más cercano. Al llegar a aquel aeropuerto, fui a recepción y pregunté que cuánto

costaría un viaje a Las vegas lo más pronto posible. La recepcionista me contestó que el avión

salía en media hora y que me saldría por 50 €. Una cifra que me sorprendió por lo barato que

me suponía ir hasta aquel lugar. La recepcionista me comentó que necesitaban llenar el avión

que volaba hasta Las Vegas y por eso costaba más barato. Me puse muy contento por este

hecho y porque iba a estar en aquel maravilloso lugar en unas cuantas horas. Pagué el coste

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del billete y me dispuse a poner mi equipaje en una cinta transportadora que más tarde, con

una serie de procesos acabaría, dentro del avión conmigo. Pasó media hora y yo ya estaba

sentado un mi asiento, miré a mi alrededor, y pude deducir por los maletines que llevaba la

mayoría de los pasajeros que entraban en ese momento al avión, que eran personas de

negocios o gente muy importante. Cinco minutos después a mi derecha se sentó un hombre

de cara amargada y con entrecejo fruncido y no volví a mirarle en todo el viaje. Un poco

después a mi izquierda se sentó un hombre con un bonito traje blanco y una gran sonrisa.

Aquel hombre me preguntó que cuál era el motivo de mi viaje a aquella ciudad. Yo contesté

que me había fugado de casa y que quería empezar una nueva vida en aquella magnífica

ciudad. Este hombre me dijo que allí un niño como yo me las vería mal para poder sobrevivir.

Yo quise dejar aquel tema zanjado autopresentándome y preguntándole cuál era su nombre. Él

me contestó que se llamaba Al Copone y que tenía una gran empresa de apuestas en Las

Vegas. En ese momento él me ofreció trabajo en su empresa como limpiador de sus oficinas y

un pequeño baño público que tenían en sus instalaciones y con posibilidad de ascenso. Yo me

planteé aquella idea y pensé en todo pipo de planes para el futuro. Yo, encantado, acepté y

pregunté en qué consistía el trabajo que él y sus hombre desempeñaban. Él me contestó, con

una gran carcajada, que en cobrar de cualquier forma posible las apuestas que anteriormente

habían realizado con algún cliente. Yo no tuve en cuenta aquello que había dicho de cobrar de

cualquier forma posible y pensé solo en que un ascenso podría suponer mucho para mí.

En aquel momento, yo pensé que no tenía donde alojarme y pregunté a Al Copone si

conocía algún sitio donde pudiera residir en la cuidad. Él me dijo que no estaba puesto al día

en el tema de los hoteles y los hostales, pero que conseguiría información del hotel más barato

y mejor en poco tiempo. Yo me sentí bien. Pesaba que Al Copone era un buen hombre, que se

ganaba humildemente la vida, pero lo que no sabía era qué ocurría realmente en su negocio.

Al llegar a la famosa ciudad de Las Vegas me quedé impresionado por su belleza. Al

Copone, me dijo que me llevaría a su oficina para que conociera al resto del grupo de

empleados que trabajaban para él. Se montó en un Rolls Royce grande y robusto de color

negro, condujo hasta un gran parking y dejó allí el coche. Al Copone me pidió que le siguiera,

que ya faltaba poco. Yo le seguí hasta que paró en la puerta de un callejón muy sucio y antiguo

donde se podía ver en las partes más oscuras ratas grandísimas y alguna prostituta. Abrió la

puerta y se encontró con un recibidor y tres puertas. Me dijo que la de la derecha era la del

baño, la de el centro la de mi despacho donde realizamos las reuniones y la de la izquierda la

sala de oficinas donde estaban el resto de empleados. Fuimos a la puerta donde me había

dicho que estaban las oficinas, y efectivamente allí estaban siete empleados haciendo variadas

acciones.

Al Copone fue presentándome uno por uno a los miembros del grupo. Me presentó a

Jhonny, que era un tipo bajito con cara intrigante y un pequeño bigote que no podía dejar de

moverse. El siguiente era Rosco, un tipo altísimo con unos brazos como columnas que me

saludó amablemente mientras machacaba sus bíceps. El tercer miembro era Dani, un tipo con

pintas como un ciudadano normal, que estaba pelando patatas con una gran navaja mientras

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observaba una pistola que había en el suelo. El cuarto era un tipo con gafas, patoso, que

estaba manejando un ordenador, y por las pintas que tenía y lo rápido que tecleaba, deduje

que era el hacker de la empresa. El quinto era Blackbourd, era un tipo con una gran cicatriz en

la cara, que jugaba al póquer con el tipo que me presentarían a continuación. El sexto era

Michel, un tipo con el pelo largo peinado hacia atrás con lo que parecía gomina, que se

encontraba jugando al póquer con su compañero Blackbourd. Y por último, me presentaron a

un viejo anciano llamado Rogelio, que llevaba puesto un esmoquin y fumaba una faria. Este se

encontraba mirando a una enorme pizarra con cientos de fotos con la cara de personas: varias

estaban tachadas y en ellas ponía “ELIMINADO”.

Al mirar las fotos me di cuenta de que eran personas populares que habían salido en la

televisión y declaradas muertas por causas desconocidas. Después de mirar las fotos pregunté

a Al Copone de qué eran las apuestas que hacían en esa empresa. Y me contestó que era

como un casino pero sin fichas. Después de cinco minutos mirando a las siete personas que

había en la sala, me fui al baño, nada más entrar se me pasó por la cabeza decirle a Al Copone

que no quería ese trabajo. Al salir del baño me dirigí hacia él, pensando en lo que le iba a decir,

al acercarme me dio un maletín negro, que parecía ser de dinero, pero no me fíe y esperé a

que me dijese algo. Mientras él abría el maletín me dijo:

- Esta es tu paga adelantada por los dos primeros meses, espero que la aceptes.

Yo, al no saber qué hacer, me hice el sueco y le pregunté:

- ¿Qué? ¿Pero qué es esto? ¿Cuánto hay aquí?

Al ver mi reacción me repitió diciendo lo mismo:

- ¿Qué pasa chico, es mucho o es poco? Creo que hay unos 500.000 dólares –me dijo

con entusiasmo y con una sonrisa.

Me quedé pensándolo un minuto, no sabía qué responder. Pero al final le dije:

- No, bueno creo que sí, es mucho.

Al oír eso Al Copone se alegró aún más de lo que estaba y dijo:

- Mira Rogelio… este chico no quiere tanto dinero que le estamos pagando, creo que

tiene más oportunidades de estar aquí que estos holgazanes, que no hacen nada más

que jugar al póquer.

Rogelio no pareció oír eso y siguió mirando la pizarra con fotos, como si nada hubiera

pasado. Pero cuando Al Copone se lo iba a repetir dijo:

- Bien… pero dale dinero para un hotel.

Al oír, eso llamó a Dani, para que me acompañase. Este al imaginar para qué le llamaban

se acercó al perchero, cogió su chaqueta de cuero y se dirigió hacia la puerta diciéndome:

- Te espero en el coche.

Al darme la vuelta, Al Copone me dio un fajo de billetes con una nota que decía: “Mañana

te pasaré a buscar sobre las diez y media, estate despierto para cuando llegue.”

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Al coger el fajo de billetes con la nota y darme la vuelta para irme Rosco, se me acercó por

detrás y me dio una pesa, para que según él me divirtiera. Al verla, había pensado que era una

broma, pero no lo era, la cogí con las dos manos y me fui de ahí.

Al salir por la puerta principal vi a Dani fumando un puro, pero lo tiró nada más verme. Nos

sentamos en el coche y me llevó a un hotel, que parecía muy lujoso. Salimos del coche y me

acompañó hasta que me registré en el hotel, y se fue al cabo de cinco minutos más o menos.

Subí al decimoctavo piso y entré en la habitación 502. Era una habitación amplia y con una

terraza estupenda, veía casi toda la ciudad de Las Vegas desde ahí.

Al día siguiente me desperté a las diez y veinte y me fui corriendo abajo a esperar a Al

Copone. Llegó a la hora exacta a la que me dijo la noche anterior. Me saludó con una sonrisa y

con un “¡Buenos días, muchacho!” Nos sentamos en su Rolls Royce, y el chófer nos llevó a un

aparcamiento abandonado. Salimos del coche y nos dirigimos hacia una puerta. Entramos y

nos encontramos con Blackbourd y con Michel que estaban hablando con un tipo bajo, llevaba

un esmoquin negro y dos maletines. Parecían llenos de dinero. Al pasar unos minutos ahí

hablando con aquel tipo nos fuimos. Volvimos a las oficinas donde habíamos estado el día

anterior. Al entrar por la puerta Al Copone me dijo: “ya puedes empezar a limpiar el baño y las

oficinas”.

Durante las dos primeras semanas nadie me hablaba, pero con el tiempo se

acostumbraron a mí y actuaban ya como si nada. Un día, llegué a mi puesto de trabajo y Al

Copone me concedió un ascenso. Me alegré tanto que no pude reprimir una sonrisa. Entonces,

él me miró a los ojos y me dijo con voz muy seria:

- Ahora serás el aprendiz de Michel, eso significa que adonde vaya él tú le

acompañarás.

Al principio no le agradó nada la idea a Michel, pero con el paso de unos días se

acostumbró. A las dos semanas de estar con él, un día me llevó al campo de tiro para

enseñarme a disparar. Yo, al ser un novato, cuando disparé por primera vez me dio un

retroceso que casi me rompo la nariz. Después de dos o tres semanas, volvimos. Pero esta vez

disparé bien, aunque no di en el blanco ni una vez. Con el tiempo fui aprendiendo.

Otro día, cuando volvimos del campo de tiro, Al Copone se acercó a mí para hablarme.

Llevaba con él varias semanas y me trataba como a uno más. Casi siempre estaba serio, pero

cuando se dirigía a mí tenía un brillo especial en los ojos.

- ¿Has matado alguna vez a alguien?

- No, nunca -le dije.

Al oír eso me contesto:

- Mañana será tu primera vez.

Yo no sabía bien si me estaba hablando en serio, pero al llegar al hotel reflexioné y entendí

que sí. No pude dormir en toda la noche.

Cuando llegué a las oficinas, Al Copone se acercó a mí con una foto y un maletín. Me dijo:

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- Tienes que matar a esta persona, hoy a las doce en punto en el callejón que está a

cuatro manzanas de aquí.

Al llegar al sitio, en el coche de Dani, abrí mi maletín, había una nota de Al Copone que

ponía: “Mátalo y quítale el maletín que tiene, no dejes que se escape.”

Al leer la nota pensé rápido y salí a toda prisa hacia el tipo que estaba allí. Al llegar a su

lado pensé que no me había oído acercarme y cuando le iba a dar un golpe con mi maletín en

la cabeza se agachó… y sacó una navaja. Al no saber qué hacer le tiré la maleta, pero volvió a

agacharse y no le di por segunda vez consecutiva. Entonces, me atacó y me hizo una herida

bastante profunda en mi pierna derecha. Me caí al suelo desangrándome y al alejarme de él vi

una botella de cristal, la cogí y me levanté a duras penas. Me acerqué esquivando sus intentos

de puñaladas. Con mucha suerte las esquivé todas y le di con la botella de cristal en toda la

cara, al recibir el golpe se desmayó de inmediato. Yo, no sabía si se había desmayado o había

muerto, pero cogí su maletín y el mío y me fui de allí en cuanto pude.

Apenas tuve fuerza para llegar hasta el coche. En él estaba Michel esperándome y

fumando un puro otra vez. Al verme se alegró y arrancó. Yo, al abrir la puerta le dije que tenía

el maletín y que por favor me llevase a un hospital porque me estaba desangrando. Al oír eso

pegó un acelerón y nos fuimos de ahí a toda prisa. En cinco minutos llegamos al hospital.

Entramos, y me atendieron rápidamente.

Al final pasé varios días en el hospital. Cuando me recuperé fui a ver a Al Copone y a

decirle que tenía su maletín. Cuando llegué, no estaba en las oficinas, entonces me senté y le

esperé unos diez o veinte minutos. Entonces llegó y me felicitó por mi primer trabajo terminado.

Al acabar de felicitarme, entró Rogelio y por primera vez en todo lo que llevaba con aquella

gente, me dirigió la palabra contento:

- Muy bien hecho Gaspar, creo que te llamas así ¿no?

- Sí, me llamo Gaspar. ¡Gracias! No ha sido nada fácil hacer ese trabajito, pero espero

hacer unos cuantos más dentro de poco.

Al escuchar lo que acababa de decir, Rogelio y Al Copone asintieron a la vez y me

contestaron casi al unísono:

- Claro que los harás y muy pronto además.

Cuando acabaron de decir eso, entraron todos los demás, menos Jhonny, que según me

contó Dani le había cogido la policía. Justo en ese momento, miré las manos de este y vi que

tenía sangre y supe lo que había pasado de verdad. Le pregunté por qué le habían matado y

me respondió, con una sonrisa de oreja a oreja:

- Era un topo, ya sabes, un policía de esos que meten la nariz donde no le llaman.

Al llegar por la tarde al hotel, me dediqué a hacer pesas con la que me había dado Rosco

hacía un tiempo. Al poco tiempo de empezar, me aburrí y encendí la tele, ya que pensé que es

muy poco entretenido hacer pesas sin hacer algo más. Me dediqué a pasar los canales, a ver

lo que echaban y me detuve en uno: eran las noticias. Salía un informe policial en el que

contaban que habían matado a un policía a sangre fría en un callejón, con una pistola, me

acerqué a la televisión y reconocí a Jhonny en el suelo.

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En ese momento me quedé pensando: “¿qué había hecho?”

Vinieron a mi memoria millones de imágenes que recordaban mi sombría infancia:

recordaba a mi padre emborrachado, gritándome y pegándome simplemente por haber hecho

un pequeño movimiento, todos esos momentos buscando un sitio para poder esconderme de

mi padre, y todo eso me había pasado simplemente por una travesura que no tendría que

haber hecho. También recordé aquella mañana cuando mi madre llegaba a casa después de

haber sido atontada con una droga que le había metido el hombre al que le había gastado lo

que para mí era una broma. Fue terrible… mi madre había sido violada.

Unos niños riendo de alegría entre sus juegos me devolvieron a la realidad.

Entonces me di cuenta de que matar a aquel policía no me había hecho sentirme feliz.

Decidí ir a dar una vuelta para pensar qué iba a hacer con mi vida y qué camino iba a tomar.

Para despejarme, entré en el amplio cuarto de baño en el que había un gran espejo, tenía a

sus pies un lavabo, seguido estaba el baño separado por una mampara de cristal, a la derecha

estaba la bañera con dos puertas, también de cristal, que no dejaban salir el agua de la bañera.

Abrí estas puertas y encendí la ducha a una alta temperatura. Después de diez minutos en la

ducha, salí, me vestí con un pantalón vaquero y una camisa azul.

Cuando ya estaba preparado para salir, cogí mi gabardina marrón, con botones

grandes de color marrón oscuro que estaba colgada en el perchero de madera de nogal que

tenía un espejo central, que reflejó la tristeza que había en mi rostro y mi pelo revuelto. Decidí

coger el sombrero negro de ala ancha que me había comprado para venir a las Vegas.

Tras llamar al ascensor y ver que estaba ocupado, decidí bajar los cinco pisos andando.

Las escaleras eran anchas con forma de caracol, su suelo era de mármol brillante y estaban

bordeadas por una barandilla de acero que les daba un carácter moderno pero señorial. Al

llegar al vestíbulo me encontré con la recepcionista que ataviada con su uniforme, traje negro,

camisa azul y zapatos negros con tacón de aguja, me dijo:

- Buenos días, señor.

- Buenos días, señorita.

- ¿Ha descansado bien? Hoy hace un día espléndido, aunque se aproximan algunas

nubes que amenazan lluvia, pero no se preocupe, por aquí no llueve demasiado.

- Sí, la cama es muy confortable y la ducha me ha sentado muy bien. Gracias.

- ¿Va a salir a algún sitio?

- Sí, voy a buscar un sitio tranquilo donde pueda pensar. ¿Conoce algún lugar

recomendable?

- Sí, a las afueras de la ciudad hay un parque en el que se puede estar tranquilo. Hay

una zona de paseo muy agradable.

- Muchas gracias. Voy a ver si encuentro este parque. Hasta luego, señorita

- Hasta luego, señor. ¡Que tenga un buen día!

Salí del hotel y me encontré con una ciudad llena de gente ruidosa. Caminé por las calles

cruzándome con todo tipo de personas, desde señoras muy elegantes hasta chicas que

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parecían de la buena vida por su forma de vestir, hombres que corrían frenéticamente de un

lado a otro para llegar a sus respectivos trabajos y puertas de bares abiertas de donde salían

jóvenes que habían estado allí durante toda la noche.

Tras unas horas andando entre pitidos y gritos dejé atrás la ciudad y llegué a un gran

parque verde, que estaba distribuido en zonas: en una de ellas estaban todos los niños

jugando, en otra se encontraban los enamorados, en otra se encontraba un gran bosque con

altos árboles y grandes matorrales, en la otra zona había un bar con muchas personas

sentadas en las terrazas tomando un café y otras personas iban paseando por un camino. A la

sombra de un árbol encontré a un niño con los ojos azules y pelo castaño. Estaba solo y

llorando, yo me acerqué a él para saber qué le pasaba y para ver si le podía ayudar por algún

casual, me senté a su lado y le dije:

- Hola, ¿te ocurre algo?

El niño me miró con sus ojos azules hinchados de tanto llorar.

- No, no me pasa nada. Gracias.

- Entonces, ¿por qué lloras?

- No, es que me he portado mal y mi padre me ha pegado.

- Seguro que no te has portado tan mal…

- Sí, me he portado tan mal que hasta a mi mamá le ha gritado y le ha pegado.

- ¿Seguro? A ver… ¿qué has hecho?

- Estaba jugando a la pelota y sin querer le he dado a mi papá y el se ha enfurecido

conmigo y me he escapado para que no pudiera seguir pegándome.

- ¿Solo has hecho esto? Bueno esto se pasará pronto. ¿Cómo te llamas?

- Me llamo George.

- ¿Cuántos años tienes?

- Tengo cinco años –el chiquillo empezaba a tranquilizarse y parecía más relajado.

- ¿Tienes hermanitos?

- Sí, tengo una hermanita de tres meses.

- ¿Y amigos?

- Sí, tengo muchos…

- ¿A qué te gusta jugar con ellos?

- Al fútbol.

- ¿De qué juegas?

- De portero.

- ¡Uy!, eso requiere mucha responsabilidad.

A lo lejos oímos una voz que decía: “George, George, George…” y él dijo:

- Es mi mamá

Le dije:

- ¿Quieres que vayamos a buscarla?

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George se levantó rápidamente, me cogió de la mano y fuimos a buscar a su madre.

Después de buscarla durante un rato, vimos a lo lejos a la madre e George y a su hermanita,

George empezó a correr hacia ella. Yo me acerqué. Ella me dio las gracias y le dije:

- No hace falta que me des las gracias, si necesitas ayuda podemos buscarla, no hace

falta que aguantéis sus gritos y sus palizas.

- La verdad es que no sabría a dónde dirigirme.

Me ofrecí a acompañarles hasta el centro de acogida a maltratados.

Volví al hotel con una gran sonrisa y una sensación muy agradable de trabajo bien hecho.