Un Cuento Para Despertar a Los Profesores

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UN CUENTO PARA DESPERTAR A LOS PROFESORES Una de las entradas más visitadas (espero que también leídas) del blog es un cuento para despertar a los alumnos. Pero, como recientemente he descubierto, nadie puede despertar a otros si uno todavía está dormido, esta entrada estaba incompleta. Hace unos días encontré su “media naranja”, la historia que habla de la otra cara de la moneda… un cuento para despertar a los maestros. La historia que acompaño está adaptada del texto Three letters from Teddy” de Elizabeth Silance Ballard. A todos los “profes”… ¡Feliz despertar! Aquella mañana la señorita Thompson fue consciente de que había mentido a sus alumnos. Les había dicho que ella les quería a todos por igual pero, acto seguido se había fijado en Teddy, sentado en la última fila, y se había dado cuenta de la falsedad de sus palabras.

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UN CUENTO PARA DESPERTAR A LOS PROFESORES

Una de las entradas más visitadas (espero que también leídas) del blog es un cuento para despertar a los alumnos. Pero, como recientemente he descubierto, nadie puede despertar a otros si uno todavía está dormido, esta entrada estaba incompleta. Hace unos días encontré su “media naranja”, la historia que habla de la otra cara de la moneda… un cuento para despertar a los maestros. La historia que acompaño está adaptada del texto “Three letters from Teddy” de Elizabeth Silance Ballard.

A todos los “profes”… ¡Feliz despertar!

Aquella mañana  la señorita Thompson fue consciente de que había mentido a sus alumnos. Les había dicho que ella les quería a todos por igual pero, acto seguido se había fijado en Teddy, sentado en la última fila, y se había dado cuenta de la falsedad de sus palabras.

La señorita Thompson había estado observando a Teddy el curso anterior y se había dado cuenta que no se relacionaba bien con sus compañeros y que tanto su ropa como él parecían necesitar un buen baño. Además el niño acostumbraba a comportarse de manera bastante desagradable con sus profesores. Llego un momento en que la señorita Thompson disfrutaba realmente corrigiendo los deberes de Teddy y llenando su cuaderno de grandes cruces rojas y bajas puntuaciones. Sin duda era lo que merecía por su dejadez y falta de esfuerzo.

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En aquel colegio era obligatorio que cada maestro se encargara de revisar los expedientes de los alumnos al inicio de curso, sin embargo la señorita Thompson fue relegando el de Teddy hasta dejarlo para el final. Sin embargo al llegarle su turno, la profesora se encontró con una sorpresa. La profesora de primer curso había anotado en el expediente del chico: “Teddy es un chico brillante, de risa fácil. Hace sus trabajos pulcramente y tiene buenos modales. Es una delicia tenerle en clase.” Tras el desconcierto inicial, la señorita Thompson continúo leyendo las observaciones de los otros maestros. La profesora de segundo había anotado, “Teddy es un alumno excelente y muy apreciado por sus compañeros, pero tiene problemas en seguir el ritmo porque su madre está aquejada de una enfermedad terminal y su vida en casa no debe ser muy fácil.” Por su parte el maestro de tercero había añadido: “La muerte de su madre ha sido un duro golpe para él. Hace lo que puede pero su padre no parece tomar mucho interés, sin no se toman pronto cartas en el asunto, el ambiente de casa acabará afectándole irremediablemente.”. Su profesora de cuarto curso había anotado: “Teddy se muestra encerrado en sí mismo y no tiene interés por la escuela. No tiene demasiados amigos y, a veces, se duerme en clase.”

Avergonzada de sí misma, la señorita Thompson cerró el expediente del muchacho. Días después, por Navidad, aún se sintió peor cuando todos los niños le regalaron algunos detalles envueltos en brillantes papeles de colores. Teddy le llevó un paquete toscamente envuelto en una bolsa de la tienda de comestibles. En su interior había una pulsera a la que faltaban algunas piedras de plástico y una botella de perfume medio vacía. La señorita Thompson había abierto los regalos en presencia de la clase, y todos rieron mientras enseñaba los de Teddy. Sin embargo las risas se acallaron cuando la señorita Thompson decidió ponerse aquella pulsera alabando lo preciosa que le parecía, al tiempo que se ponía unas gotas de perfume en la muñeca. Teddy fue el último en salir aquel día y antes de irse se acercó a la señorita Thompson y le dijo: “Señorita, hoy huele usted como solía oler mi mamá.”

Aquel día la señorita Thompson quedó sola en la clase, llorando, por más de una hora. Aquel día decidió que dejaría de enseñar lectura escritura o cálculo. A partir de ahora se dedicaría a educar niños. Comenzó a prestar especial atención a Teddy y, a medida que iba

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trabajando con él, la mente del niño parecía volver a la vida. Cuánto más cariño le ofrecía ella, más deprisa aprendía él. Al final del curso, Teddy estaba ya entre los más destacados de la clase. Esos días, la señorita Thompson recordó su “mentira” de principio de curso. No era cierto que los “quisiera a todos por igual”. Teddy se había convertido en uno de sus alumnos preferidos.

Un año después la maestra encontró una nota que Teddy le había dejado por debajo de su puerta. En ella Teddy le decía que había sido la mejor maestra que había tenido nunca.

Pasaron seis años sin noticias de Teddy. La señorita Thompson cambió de colegio y de ciudad, hasta que un día recibió una carta de Teddy. Le escribía para contarle que había  finalizado la enseñanza superior y para decirle que, continuaba siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.

Unos años más tarde recibió de nuevo una carta. El niño le contaba como, a pesar de las dificultades había seguido estudiando y que pronto se graduaría en la universidad con excelentes calificaciones. En aquella carta tampoco se había olvidado de recordarle que era la mejor maestra. Cuatro años después, en una nueva carta, Teddy relataba a la señorita Thompson como había decidido seguir estudiando un poco más tras licenciarse. Esta vez la carta la firmaba el doctor Theodore F. Stoddard, para la mejor maestra del mundo.

Aquella misma primavera, la señorita Thompson recibió una carta más. En ella Teddy le informaba del fallecimiento de su padre unos años atrás y de su próxima boda con la mujer de sus sueños. En ella le explicaba que nada le haría más feliz que ella ocupara el lugar de su madre en la ceremonia.

Por supuesto la señorita Thompson aceptó y acudió a la ceremonia con el brazalete de piedras falsas que Teddy le regalará en el colegio y, perfumada con el mismo perfume de su madre. Tras abrazarse, Teddy le susurró al oído: “Gracias, señorita Thompson, por haber creído en mí. Gracias por haberme hecho sentir importante, por haberme demostrado que podía cambiar.”

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Visiblemente emocionada, la señorita Thompson le susurró: “Te equivocas, Teddy, fue al revés. Fuiste tú el que me enseñó que yo podía cambiar. Hasta que te conocí, yo no sabía lo que era enseñar.”

* Imagen: Monumento al maestro. Ayuntamiento de Palencia. Escultura de Rafael Cordero.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

UN CUENTO PARA REFLEXIONAR SOBRE LA EDUCACIÓN

Esta es una historia indispensable para reflexionar sobre la influencia que nuestras palabras y nuestros actos tienen sobre los alumnos. El cuento de Helen Buckley muestra como, de manera consciente o inconsciente, estamos transmitiendo algo más que conocimientos o habilidades en cada una de nuestras clases. No sólo lo que hacemos, sino también aquello que dejamos de hacer influye en la formación de nuestros alumnos. Muchas veces la verdadera formación habita entre los pliegues de los libros y libretas, en los tiempos muertos entre clases, en las conversaciones informales de pasillo, en el hecho de compartir un lápiz, en una mirada, en un gesto, en el tono de una respuesta. Muy a menudo la verdadera formación se nos escapa entre los dedos mientras intentamos atraparla en objetivos, normas, planes de estudio y asignaturas.

UN NIÑO.

Erase una vez un niño que acudía por primera vez a la escuela. El niño era muy pequeñito y la escuela muy grande. Pero cuando el pequeño descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz.

Una mañana, estando el pequeño en la escuela, su maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno- pensó el niño, a él le gustaba mucho dibujar, él podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes. Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar.

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Pero la maestra dijo: - Esperen, no es hora de empezar, y ella esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar flores. ¡Qué bueno! - pensó el niño, - me gusta mucho dibujar flores, y empezó a dibujar preciosas flores con sus colores.

Pero la maestra dijo: - Esperen, yo les enseñaré cómo, y dibujó una flor roja con un tallo verde. El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya, a él le gustaba más su flor que la de la maestra, pero no dijo nada y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual a la de su maestra.

Otro día cuando el pequeño niño entraba a su clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer algo con barro. ¡Qué bueno! pensó el niño, me gusta mucho el barro. Él podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecos, camiones y carros y comenzó a estirar su bola de barro.

Pero la maestra dijo: - Esperen, no es hora de comenzar y luego esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar un plato. ¡Qué bueno! pensó el niño. A mí me gusta mucho hacer platos y comenzó a construir platos de distintas formas y tamaños.

Pero la maestra dijo: -Esperen, yo les enseñaré cómo y ella les enseñó a todos cómo hacer un profundo plato. -Aquí tienen, dijo la maestra, ahora pueden comenzar. El pequeño niño miró el plato de la maestra y después miró el suyo. A él le gustaba más su plato, pero no dijo nada y comenzó a hacer uno igual al de su maestra.

Y muy pronto el pequeño niño aprendió a esperar y mirar, a hacer cosas iguales a las de su maestra y dejó de hacer cosas que surgían de sus propias ideas.

Ocurrió que un día, su familia, se mudó a otra casa y el pequeño comenzó a ir a otra escuela. En su primer día de clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno pensó el pequeño niño y esperó que la maestra le dijera qué hacer.

Pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba dentro del salón. Cuando llegó hasta el pequeño niño ella dijo: ¿No quieres empezar tu dibujo? Sí, dijo el pequeño ¿qué vamos a hacer? No sé hasta que tú no lo hagas, dijo la maestra. ¿Y cómo lo hago? - preguntó. Como tú quieras contestó. ¿Y de cualquier color? De cualquier color dijo la maestra. Si todos hacemos el mismo dibujo y usamos los mismos colores, ¿cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo? Yo no sé, dijo el pequeño niño, y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde.”

UN CUENTO PARA DESPERTAR A LOS ALUMNOS

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Ya sé que siempre nos han contado cuentos para acostarnos, para dormir, aunque si he de ser sincero, a mí los cuentos que más me gustan son los que me ayudan a despertar.

Comparto hoy una historia para reflexionar sobre nuestra labor como profesores, sobre las tan repetidas quejas de la falta de interés y de atención por parte de nuestros alumnos hacía aquello que les explicamos. El cuento de hoy es una historia que muestra el camino para atrapar, para atraer, para “enamorar” como dice el cuento, a nuestros alumnos. Una herramienta para luchar contra la desmotivación y la apatía.

La historia transcurre el primer día de clase cuando el nuevo profesor entra en el aula y sin tan siquiera presentarse, ni plantear los objetivos, ni el programa de su asignatura lo primero que hace es dirigirse al alumno sentado en la primera fila preguntándole su nombre.

-Me llamo Luis, maestro – Contesta el despistado alumno.

Lo segundo que hizo fue gritarle a Luis que saliera de la clase inmediatamente. El alumno lo miró con incredulidad y quiso protestar pero el maestro no le dio oportunidad.

-Cierra la puerta al salir. ¡No te quiero ver aquí! -Le gritó con autoridad.

Temblando de nervios, coraje o qué se yo, tomó sus cosas y salió sin decir una palabra sin olvidarse de dar un portazo para cerrar la puerta.

Todos nos quedamos asombrados y en completo silencio. Mientras el maestro sacaba un libro de su maletín, yo lo miraba y pensaba que era un completo idiota y que seguramente nos haría la vida imposible todo el semestre. ¡Qué tipo tan insoportable!

Finalmente tomó asiento y preguntó qué materia nos iba a dar.

¡Que ridículo! ¡Ni siquiera sabía a qué venía! Todos, al mismo tiempo sacamos nuestro horario de clases y dijimos al unísono: ¡INTRODUCCIÓN AL DERECHO!

-Muy bien. ¿Alguien tiene idea de qué se va a tratar en esta clase?

Algunos, los que querían impresionar al nuevo maestro levantaron la mano. El maestro señaló a uno de ellos quien de inmediato dijo que se trataría del estudio de las leyes.

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-Muy bien. ¿Alguien sabe para qué sirven las leyes?

Varias respuestas tuvo esa pregunta. Para tener una sociedad organizada. No. Para que todos estemos obligados a cumplirlas. No. Para saber quiénes son los criminales. No... Y así, uno por uno... hasta que alguien dijo la palabra mágica que el maestro buscaba... Para que haya justicia.

-¡Ajá! Justicia. ¿Qué es la justicia?

La justicia es no permitir que se violen los derechos de los demás. -Bien, ¿qué más?... La justicia sirve para regular las conductas de las personas. -Bien, ¿qué más?... La justicia es buscar que cada persona obtenga lo que se merece.

-Bien, muchachos. Bien. Ahora díganme... ¿Ustedes creen que hice bien en sacar a su compañero del aula?

Silencio. Miradas unos a otros.

-¿Hice bien sí o no?

-¡Noooo!

-¿Cometí una injusticia?

-¡Sí!

-¿Y por qué nadie dijo nada? ¿De qué sirven las leyes, las normas y los reglamentos si no tenemos el valor de aplicarlas? Todos estamos obligados a levantar la voz cuando vemos una injusticia. Ustedes y yo. ¡Nunca se queden callados! Tras una breve pausa añadió: Que alguien vaya a buscar a Luis.

Silencio. Todos nos mirábamos con sonrisas idiotas. Alguien salió a buscar a Luis.

Esa mañana me enamoré de mi maestro de Introducción al Derecho.

Este cuento lo encontré recientemente en la página de Valeria Torres. ¿Alguien conoce una forma más contundente de explicar los objetivos de una asignatura?

El cuento plantea la sutil diferencia entre mostrar y demostrar, una de las claves de la verdadera educación transformadora.

¡FELÍZ REFLEXIÓN!

¿QUÉ HAS APRENDIDO HOY MARTÍN?¿Qué sentido debería tener la educación? ¿Qué contenidos tendría que transmitir? ¿Cuáles deberían ser sus objetivos, sus pretensiones, sus finalidades? ¿Se ajusta el sistema educativo a las necesidades y demandas actuales de los individuos y de la

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sociedad en su conjunto? ¿Nos prepara la formación para afrontar las situaciones ante las que nos vamos a encontrar profesional y personalmente?.

Son muchas preguntas y me parece interesante realizar esta reflexión partiendo del ejemplo mostrado en el cortometraje de Sergio Barrejón “El encargado” y de la situación mostrada en un día “normal” de clase.

Imagino al padre (la madre) de Martín, el protagonistas de este cortometraje, cuando al llegar a casa le preguntan a su hijo: ¿Qué tal el día, Martín?, ¿Qué has aprendido hoy? El chaval contesta: “En conoestamos dando las partes de la flor. Don Manuel nos ha explicado el proceso de polinización y las partes de la flor”. Los padres sonríen satisfechos, orgullosos. Su hijo es aplicado, obediente, estudioso y va “por el buen camino”. Esa noche duermen tranquilos y confiados, se sienten seguros, sienten que están haciendo lo correcto.

Martín en cambio tarda en conciliar el sueño, se siente atemorizado ante las amenazas de Luis. Se ha sentido ridículo e insultado ante el resto de sus compañeros. Mañana será un día difícil, tendrá que encajar como pueda la colección de risas, amenazas, desprecios y burlas por parte de los compañeros. Con la certeza de que se ha comportado de manera estúpida. Arrepentido, finalmente se duerme, vencido por el cansancio.

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Martín podría haber aprendido ese día el valor de la dignidad, de la justicia, la importancia de luchar por mantener unos principios en los que creemos, de luchar por lo que consideramos justo, de desafiar la tiranía. Podría haber aprendido la importancia de controlar la cólera, la importancia de no responder a provocaciones carentes de argumentos. Podría haber aprendido a confiar en que existe una autoridad que vela por nosotros y nos protege cuando actuamos al amparo de las normas y la justicia.

Pero Martín ha aprendido hoy otra lección, quizás más importante, quizá más útil para la vida: que no hay que atreverse a desafiar a los poderosos, que no vale la pena enfrentarse al orden establecido, que el precio de ser osado es caro y que viene más a cuenta agachar la cabeza y aguantar las humillaciones. ¡Ya escampará!.

Escucho atónito como varias asociaciones insisten en que la educación debe olvidarse de educar en valores, que la educación moral debe quedar relegada al ámbito familiar y que se debe evitar influir y contaminar el espíritu de los pequeños. La escuela debe dedicarse a transmitir los conocimientos del curriculum. Debe dotar a los pequeños de los conocimientos necesarios para continuar trepando por el árbol del sistema educativo y que puedan llegar cuanto más alto mejor. Debe centrarse en elevar el nivel de conocimientos del alumnado y evitar las elevadas tasas de fracaso escolar. Debe dedicarse como ironiza Ken Robinson a formar profesores universitarios.

¿Acaso se puede evitar que la clase sea un espacio de convivencia y de interrelación?, ¿se puede evitar que el niño, en tanto que miembro de un grupo, aprenda el valor de unas normas y unos principios de convivencia? ¿Podemos evitar los profesores ser ejemplo para sus alumnos? ¿Se puede mantener tal nivel de asepsia e imparcialidad? Creo que el debate no es si en la escuela se deben trabajar aspectos como la ética, la moral o los valores. El debate es qué valores vamos a potenciar, qué valores nos definen como sociedad y cómo vamos a trasladarlos, no en el curriculum, sino en la propia convivencia del centro. De lo contrario la educación en valores, en actitudes, la educación emocional se abrirá paso, como en el cortometraje, de manera descontrolada, de manera autodidacta, con resultados, a largo plazo, catastróficos.

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Como padres delegamos en la escuela una parte importante de la educación de nuestros hijos, pero también la delegamos en su grupo de amigos, en sus monitores, entrenadores, abuelos, programas de televisión, vecinos, etc, aunque aquí ya no seamos tan conscientes de ello. Es, como dice Marina, la gran tribu la que educa a nuestros hijos. Y esto es algo que no podemos evitar, y en gran medida tampoco controlar. No podemos pretender mantener a nuestro hijos encerrados en una urna de forma que controlemos cuales son los contenidos, argumentos e ideas que van a aprender. Por tanto sólo nos queda la opción de fomentar en ellos un espíritu crítico, y confiar que ello les proteja y les ayude a tomar las decisiones adecuadas cuando lo necesiten. Y para ello sólo contamos con un arma eficaz: el ejemplo. Nuestro ejemplo como padres y como maestros será la única herencia que les vamos a dejar. Todo lo demás pasará con el tiempo, quedará en el cajón del olvido.

La asignatura de educación para la ciudadanía se desangra estos días víctima del fuego cruzado de los políticos. No era la panacea, la asignatura no estaba bien enfocada, (¿cómo se puede encerrar esta asignatura en un aburrido libro de texto plagado de definiciones?, ¿también esto se tiene que memorizar?), pero era un paso en la buena dirección.

La educación debe caminar de acuerdo con los tiempos. La etapa de la educación como mero transmisor de conocimientos ha llegado a su fin. Es la hora de la educación en valores, de la ética, del pensamiento crítico, de la inteligencia emocional, de la filosofía, de la psicología, de la ecología. Es la hora de empujar a los polluelos para que se atrevan a dar el salto y vuelen solos, que experimenten, que se arriesguen, que caigan y que se levanten de nuevo.

La educación basada en el saber, el modelo que nació con la revolución industrial, debe dejar paso a la nueva educación del siglo XXI, la educación basada en el crecimiento personal, la educación del saber ser.

¡FELIZ REFLEXIÓN!

UN CUENTO PARA RECUPERAR EL NORTE

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Recupero hoy una historia a la que hace años me aferre para superar una de esas malas rachas que nos surgen de vez en cuando para recordarnos lo afortunados que somos. En mi caso fue una cuestión profesional, y la lectura de este cuento me hizo recuperar la perspectiva y la actitud necesarias para afrontar la situación. Esta historia la descubrí por primera vez en el delicioso libro de Juan Mateo “Cuentos que mi jefe nunca me contó”, una fantástica selección de historias sobre las que reflexionar y aprender, y cuyas enseñanzas son tan aplicables al ámbito profesional como al personal.

Tiempo después volví a la historia desde mi trabajo con jóvenes y encontré que también la historia ofrecía el enfoque adecuado para mi actividad profesional. La verdad es que, sin la debida perspectiva, el trabajo docente resulta a menudo ingrato y desagradecido. Muchas veces los resultados tardan en llegar, e incluso algunas veces, los logros conseguidos durante meses se desmoronan en cuestión de minutos. La formación es una carrera de fondo repleta de obstáculos. Pero a pesar de ello, nuestra actitud debe permanecer a salvo de las circunstancias, al margen de los vaivenes de los acontecimientos. Conviene recordar que incluso en el más adverso de los escenarios, somos lo que escogemos ser, que nuestra actitud nos define.

En fin, el cuento sobre el que os invito a reflexionar hoy es la historia del alacrán, un relato que funciona como una brújula, que apunta siempre al norte, y que, por difíciles que sean las circunstancias, evita que perdamos de vista nuestras metas. El cuento dice así…

Un maestro oriental que vio cómo un alacrán se estaba ahogando, decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó.

Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose. El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el

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alacrán lo picó. Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo:

"Perdone, ¡pero es usted muy terco! ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua le picará?". El maestro respondió: "La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar".

Y entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y le salvó la vida.

¡FELIZ REFLEXIÓ

LA INERCIA DEL “EFECTO MATEO”“Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; más al que no

tiene, aun lo que tiene se le quitará”

Esta es una conocida cita bíblica que, aunque se le atribuye a Mateo, también fue recogida por otros evangelistas. De hecho esta cita aparece hasta en cinco ocasiones en el Nuevo Testamento. Aparentemente la cita se encuentra bastante alejada de los supuestos de igualdad de oportunidades y justicia social aunque, mal que nos pese, retrata con bastante fidelidad un efecto que suele darse con frecuencia en nuestras aulas.

La cita aparece en la biblia como conclusión a la llamada “parábola de los talentos”, en la que se cuenta como un hombre que debía salir con urgencia al extranjero repartió de manera desigual su dinero entre sus

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siervos (dando a cada cual según su capacidad, matiza el texto). De esta forma al primero le entregó cinco talentos, a otro dos y al último solo uno. Aquellos a los que dio más decidieron negociar con el dinero consiguiendo doblar sus cantidades, sin embargo, al que entregó solo uno, tuvo miedo de perderlo y decidió enterrarlo y esperar la vuelta del patrón. A su regreso los tres fueron a recibirle y le mostraron el dinero prestado más los intereses ganados. Al llegar el turno del último, el señor  enfurecido le recriminó su actitud y sentenció quitarle su única moneda para entregársela a aquel que tenía más. Y es aquí donde, a modo de conclusión, aparece la conocida sentencia.

En el campo educativo nos encontramos con alumnos que disponen de más o menos talentos (en este caso referidos a capacidades). Y aunque cada cual decide invertirlos de manera diferente suele darse la pauta común que, aquellos que más “talentos” tienen suelen aprovecharlos para hacerlos crecer, mientras los que menos tienen suelen mostrarse más precavidos, más conservadores, y no suele ser infrecuente, que acaben incluso perdiendo lo poco que tenían. Este efecto, aplicado en concreto al proceso de aprendizaje de la lectura, se le denominó en psicología como Efecto de san Mateo, que consistiría en la traslación a la práctica educativa del consabido “dinero llama a dinero”.

Aquellos alumnos con facilidad para aprender y que experimentan éxitos tempranos suelen convertirse en buenos estudiantes, buenos negociantes según la parábola, que van doblando su capital inicial, mientras que, aquellos que fruto de sus escasos talentos fracasan en la adquisición de la lectura (sería aplicable a cualquier aprendizaje instrumental), suelen iniciar una espiral descendente que les lleva a acumular decepciones en varias parcelas. Llegado el momento de la evaluación, el regreso a casa del patrón, los comentarios a pie de boletín se encargan de parafrasear la bíblica cita: “Al que tiene…”

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Es por ello que la Educación debe atender a este efecto e intentar compensar su incidencia, ejercer una función correctora destinando, por ejemplo, más recursos a aquellos que más lo necesitan. Y además, este “reparto extra de talentos” debe producirse en edades tempranas, evitando así que el miedo paralice a estos alumnos y les dé por “enterrar” su único talento con tal de no perderlo. Facilitar y reforzar experiencias de éxito tempranas estimulará a los alumnos menos talentosos a abandonar esta zona de inseguridad y los animará a poner en juego sus escasos recursos para poder, como el resto de sus compañeros, disfrutar del hecho de poner su talento a producir. Con ello estaremos invirtiendo la inercia del pernicioso efecto Mateo y siendo más justos con los alumnos y... sus talentos.

LA PARADOJA DEL BANQUERO APLICADA A LA EDUCACIÓN

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La paradoja del banquero se ejemplifica de la siguiente forma. Supongamos que usted es un banquero y que Juan acude a su oficina a solicitar un préstamo. Usted comprueba que Juan tiene un historia de crédito impecable, que cuenta con avales y que las perspectivas de su negocio son brillantes, por lo que decide concederle el préstamo solicitado. Luis también acude esa misma mañana a solicitar un préstamo. Sin embargo Luis aún debe algunos recibos del préstamo anterior, carece de avales importantes, es mayor, está enfermo y sus perspectivas de negocio son dudosas. Por consiguiente usted decide denegarle el préstamo.

La paradoja consiste en que mientras que Juan, que no necesita desesperadamente el dinero, lo consigue con facilidad, Luis, que si lo necesita de manera apremiante, no lo consigue. Explicado de otra forma: Un banco te concederá exactamente la cantidad de dinero que solicites, siempre y cuando demuestres que NO lo necesitas.  Es como aquella frase de que en el banco prestan paraguas cuando hace bueno, pero se afanan a pedirlos cuando empieza a llover.

¿Ocurre esta misma paradoja en educación? ¿Podríamos hablar en los mismos términos de una “paradoja del profesor”?

Volvamos a la suposición inicial pero en este caso póngase en el papel de un profesor que está corrigiendo exámenes. Juan es uno de sus mejores alumnos, sus notas acostumbran a ser excelentes en todas las asignaturas, sus padres siempre se muestran dispuestos y colaborativos con el centro y su actitud en las clases suele ser atenta y participativa. Al valorar su ejercicio usted pasa por alto algunos pequeños errores y unas leves omisiones y puntúa su examen de excelente atendiendo a su historial y su conducta en clase.

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Sin embargo Luis es un alumno revoltoso, sus notas se debaten en el filo entre el suspenso y el aprobado “pelado”, sus padres nunca suelen acudir a las reuniones del centro salvo que sean citados y su actitud en clase es desinteresada y pasiva. Esta vez al valorar su regular ejercicio decidimos suspenderlo, puesto que esperamos una mayor implicación y esfuerzo por su parte.

Así, mantenemos nuestra atención y nuestro refuerzo incondicional hacia los “buenos” alumnos, alentándolos a continuar en la misma línea. Perdonamos u omitimos sus pequeños deslices atendiendo a que, sin duda, se trata de pequeños errores perdonables y, por supuesto, atribuibles a causas pasajeras como el estado de ánimo, el cansancio o el despiste, o externas, como la influencia de sus compañeros. Sin embargo a la hora de valorar, de conceder crédito a nuestros “malos” alumnos actuamos atribuyendo sus comportamientos a características propias y estables: son así y así continuaran siendo.

En muchos aspectos de la vida (también en lo escolar) suele funcionar una especie de ley de la inercia. Las cosas suelen ir a rachas, de forma que cuando uno se encuentra en una espiral ascendente el viento parece soplar siempre a su favor mientras que, por el contrario, cuando uno entra en una espiral descendente todo parece ponerse en su contra. A perro flaco…

Sucede de la misma forma que con la paradoja del banquero: Quienes más imperiosamente necesitan la ayuda para evitar caer en picado, con toda probabilidad, acabaran estrellados. Parece inútil rebelarse contra el poder de las etiquetas, contra el poder de las expectativas. En la vida escolar existe un punto crítico de no retorno en el que, algunos alumnos inician su periplo ascendente y otros su descenso a los infiernos. Y lo que es aún peor es que este efecto, para bien y para mal, acabará impregnando todos los ámbitos de sus vidas.