ROF LEGRE REDLOW

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1 DESESPERACIÓN: DE SÓCRATES A NOSOTROS 1 PROF. ALEGRE — Bueno. Buenos días. Eh... Agradecer a Agustín García Calvo, que nos ha honrado otra vez con la visita a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. Casi cada año suele venir a hablar con nosotros y, por tanto, pues desde el Decanato, pues agradecemos que haya venido aquí. Agustín es sumamente conocido, como sabéis. En fin, tampoco está mal que Luis Bredlow, que es su amigo y que conoce bien su obra, haga una especie de semblanza de Agustín. Nada más. L.-A. BREDLOW — Bien. Bueno, muchas gracias y, bueno, ya que me lo piden, pues voy a tratar de hacer aquí una breve presentación de Agustín García Calvo, al que seguramente muchos de vosotros ya conocéis más o menos, sea por sus conferencias anteriores en esta misma facultad, de las cuales algunas se han publicado en la revista Manía, ya sea por sus publicaciones sobre filósofos antiguos, los presocráticos en particular, (los recuerdos) (bueno, conocéis todos, supongo, su libro Lecturas presocráticas, continuado en su edición de los fragmentos de Heráclito o Heraclíto), ya sea por sus versiones de Lucrecio, de Homero, de Sófocles, de Aristófanes y de otros muchos poetas antiguos y de algunos más modernos. Acerca, en particular, de la figura de Sócrates, de la que aquí nos va a hablar, sabéis que Agustín García Calvo ha publicado este artículo ‘Sócrates’, que supongo que ya más o menos todos tenéis entre manos, porque ya lo hemos repartido antes en clase entre los alumnos de Filosofía Antigua, este artículo que apareció en 1972 en la Enciclopedia Universitas de la editorial Salvat, que es hoy bastante difícil de encontrar. También creo que viene a cuento recordar, hablando de Sócrates, que Agustín García Calvo también ha traducido y comentado una selección de los diálogos socráticos de Platón, publicados en la misma editorial Salvat, de Barcelona, en el ‘72, y asimismo los Recuerdos de Sócrates y la Apología de Jenofonte, en la misma editorial; dos libros muy difíciles de encontrar hoy en día y que creo que sería muy de agradecer que algún editor se animara a reeditarlos: si hay algún editor aquí, entre el público, pues que valdría la pena y serían dos libros que, vamos, creo que hasta se venderían, porque aquí los pondríamos en la bibliografía de lecturas obligatorias; no lo hacemos hasta ahora, porque, claro, los libros que apenas se encuentran, pues, vamos, no queremos complicaros demasiado la vida a los estudiantes tampoco. Bien. Pues bueno, para presentación en general, bueno, sobre todo, quizá, para los más jóvenes de entre vosotros, quizá merezca la pena recordar muy brevemente, muy sumariamente, que Agustín García Calvo ha sido catedrático de Filología Latina en las universidades de Sevilla y desde 1964 en la Complutense de Madrid; según dice una nota biográfica de uno de sus libros 2 , había previamente nacido en Zamora y estudiado en Salamanca; en 1965, a raíz de su participación en el pronunciamiento estudiantil de aquellos años, fue espulsado de la Universidad por decreto gubernamental del régimen franquista, junto a José-Luis Aranguren y Enrique Tierno Galván (aquí, bueno, como algunos recordaréis 1 Conferencia pronunciada el 3 de Diciembre de 2007 en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, en un acto organizado por el Seminario de Cultura y Filosofía Griegas. Trascripción realizada por Roberto García, Ricardo Dorado, Ana Leal y Luis-Andrés Bredlow. 2 A. García Calvo, De los números, La Gaya Ciencia, Barcelona, 1976, p. 3.

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1

DESESPERACIÓN: DE SÓCRATES A NOSOTROS1

PROF. ALEGRE — Bueno. Buenos días. Eh... Agradecer a Agustín García Calvo, que nos ha

honrado otra vez con la visita a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona. Casi

cada año suele venir a hablar con nosotros y, por tanto, pues desde el Decanato, pues

agradecemos que haya venido aquí. Agustín es sumamente conocido, como sabéis. En fin,

tampoco está mal que Luis Bredlow, que es su amigo y que conoce bien su obra, haga una

especie de semblanza de Agustín. Nada más.

L.-A. BREDLOW — Bien. Bueno, muchas gracias y, bueno, ya que me lo piden, pues voy a

tratar de hacer aquí una breve presentación de Agustín García Calvo, al que seguramente

muchos de vosotros ya conocéis más o menos, sea por sus conferencias anteriores en esta

misma facultad, de las cuales algunas se han publicado en la revista Manía, ya sea por sus

publicaciones sobre filósofos antiguos, los presocráticos en particular, (los recuerdos) (bueno,

conocéis todos, supongo, su libro Lecturas presocráticas, continuado en su edición de los

fragmentos de Heráclito o Heraclíto), ya sea por sus versiones de Lucrecio, de Homero, de

Sófocles, de Aristófanes y de otros muchos poetas antiguos y de algunos más modernos.

Acerca, en particular, de la figura de Sócrates, de la que aquí nos va a hablar, sabéis que

Agustín García Calvo ha publicado este artículo ‘Sócrates’, que supongo que ya más o menos

todos tenéis entre manos, porque ya lo hemos repartido antes en clase entre los alumnos de

Filosofía Antigua, este artículo que apareció en 1972 en la Enciclopedia Universitas de la

editorial Salvat, que es hoy bastante difícil de encontrar. También creo que viene a cuento

recordar, hablando de Sócrates, que Agustín García Calvo también ha traducido y comentado

una selección de los diálogos socráticos de Platón, publicados en la misma editorial Salvat, de

Barcelona, en el ‘72, y asimismo los Recuerdos de Sócrates y la Apología de Jenofonte, en la

misma editorial; dos libros muy difíciles de encontrar hoy en día y que creo que sería muy de

agradecer que algún editor se animara a reeditarlos: si hay algún editor aquí, entre el público,

pues que valdría la pena y serían dos libros que, vamos, creo que hasta se venderían, porque

aquí los pondríamos en la bibliografía de lecturas obligatorias; no lo hacemos hasta ahora,

porque, claro, los libros que apenas se encuentran, pues, vamos, no queremos complicaros

demasiado la vida a los estudiantes tampoco. Bien.

Pues bueno, para presentación en general, bueno, sobre todo, quizá, para los más

jóvenes de entre vosotros, quizá merezca la pena recordar muy brevemente, muy

sumariamente, que Agustín García Calvo ha sido catedrático de Filología Latina en las

universidades de Sevilla y desde 1964 en la Complutense de Madrid; según dice una nota

biográfica de uno de sus libros2, había previamente nacido en Zamora y estudiado en

Salamanca; en 1965, a raíz de su participación en el pronunciamiento estudiantil de aquellos

años, fue espulsado de la Universidad por decreto gubernamental del régimen franquista,

junto a José-Luis Aranguren y Enrique Tierno Galván (aquí, bueno, como algunos recordaréis

1 Conferencia pronunciada el 3 de Diciembre de 2007 en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, en un acto organizado por el Seminario de Cultura y Filosofía Griegas. Trascripción realizada por Roberto García, Ricardo Dorado, Ana Leal y Luis-Andrés Bredlow. 2 A. García Calvo, De los números, La Gaya Ciencia, Barcelona, 1976, p. 3.

2

todavía, que aquí en Barcelona no se expulsó a nadie, pero hubo un profesor de nuestra

facultad, José-María Valverde, fallecido hace pocos años, que, a raíz de esos sucesos, presentó

su dimisión y se autoexiló); de 1969 a 1973 vivió exilado en París, donde fundó, con algunos

amigos y paisanos, la Comuna Antinacionalista Zamorana, que proclama en su manifiesto

fundacional su propósito de combatir de hecho y de palabra por la desaparición del Estado

Español y del Estado en general, y por la liberación de la ciudad y comarca de Zamora3; y de

cuyas publicaciones merece la pena recordar también el Comunicado Urgente contra el

Despilfarro así como el librito De los modos de integración del pronunciamiento estudiantil, un

tema, como veis, pues de perpétua actualidad, mientras haya estudiantes que sigan

pronunciándose contra esto o aquello; bueno, creo que viene a cuento el recordar eso, porque

a diferencia de tantos otros que anduvieron metidos en las movidas contestatari<a>s de

aquellos años, de los últimos años sesenta, y que después, como quien dice, han sentao

cabeza, se han vuelto mayores, pues a diferencia de éstos, Agustín García Calvo ha seguido

manteniendo ese impulso de rebeldía y de contestación radical de aquellos años, con una

consecuencia y —diría yo— con una profundidad y una lucidez cada vez mayores a lo largo de

los años, tanto en sus libros y panfletos (menciono, por ejemplo, el Análisis de la Sociedad del

Bienestar, de 1993, que es quizá la mejor introducción a esa política en contra de la política de

los políticos que Agustín García Calvo propugna y practica), como también en sus

colaboraciones en Prensa, también mayormente recogidas en libros como Actualidades,

Noticias de abajo, Que no, que no o Avisos para el derrumbe y algunos más, o en su actividad

infatigable de conferenciante (también de sus conferencias muchas andan circulando por ahí

impresas en libros), o, en fin, en su igualmente vasta producción en verso, sea para canción

(algunas han sido cantadas por Amancio Prada, por Chicho Sánchez Ferlosio, y algunos otros),

o para recitación o para teatro, sin desdeñar tampoco alguna incursión en el género de la

narración en prosa en algunos libros de cuentos o en la contranovela Registro de recuerdos.

Bien, por otra parte, ese empeño propiamente político se nos muestra aquí inseparable

de aquella larga pasión por las cuestiones del lenguaje, que ha venido inspirando las labores

más o menos académicas o profesionales de Agustín García Calvo como filólogo y lingüista o,

como él prefiere llamarlo, como gramático, desde los artículos que ha publicado desde los

años cincuenta en adelante en diversas revistas especializadas, de las que podéis encontrar

una selección en el libro Hablando de lo que habla, de 1989, y los tres volúmenes del diálogo

Del Lenguaje, publicados entre 1979 y 1999, hasta el Estudio de gramática prehistórica, del

2003, o, finalmente, el más reciente Tratado de Rítmica y Prosodia y de Métrica y Versificación,

que acaba de aparecer a finales del año pasado, una obra, a mi entender, pues absolutamente

rompedora y fundamental en su ámbito.

Bien, pues esa pasión por el lenguaje decía yo que es una pasión política, en el sentido

de que el lenguaje es lo más opuesto que hay al Estado y al Poder: el lenguaje es,

efectivamente, lo único que se le da gratis a todo el mundo; que, como tal, el lenguaje, el

lenguaje común y corriente, se opone a las formas de lenguaje especializadas y más o menos

vendidas al Poder, como la Literatura, como las Ciencias en particular, a cuya crítica Agustín

García Calvo se viene dedicando sobre todo en los últimos años, desde su libro Contra el

3 C.A.Z., Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana, París, 1970; 5ª ed. Lucina, Zamora, 1987, p. 9.

3

Tiempo, de 1993, luego en la recopilación de artículos titulada Contra la Realidad, del 2002, y

el más reciente, titulado ¿Qué es lo que pasa?, de 2006, así como también (porque hay que

mencionarlo también) en la tertulia política que está llevando en el Ateneo de Madrid, ya

desde hace algunos años todas las semanas.

Bien. Tal vez debería añadir que Agustín García Calvo rechaza para sí mismo, por razones

que él os dirá, ese título de filósofo que algunos le han colgado, seguramente con la mejor de

las buenas intenciones, y que quizá pueda él justificarse en el sentido en que él mismo

escribió, en 1960 (hace ya casi medio siglo: probablemente ya no estará muy de acuerdo), que

los “pensadores del tipo de Sócrates, los filósofos propiamente dichos, deberían ser separados

cuidadosamente de los constructores de sistemas como Pitágoras, Aristóteles, Newton,

Einstein, que son científicos generalizadores”4. Yo, por lo menos, estoy convencido de que a

Agustín García Calvo podemos contarlo, si no entre los filósofos, sí entre los pensadores del

tipo de Sócrates, llamémoslos filósofos o no: no entre los constructores de sistemas, sino entre

los que nos ayudan a deshacernos de las ideas que nos habían enseñado los otros.

Bueno, y con eso ya termino. Disculpadme si me he dejao algún que otro libro

importante. Desde luego que no he pretendido aquí de ninguna manera resumir a Agustín

García Calvo, sino, en todo caso, hacer un poco de publicidad, un poquito más esplícita de la

que podría buenamente hacerse a sí mismo; y todo lo demás, pues Agustín ya lo dirá sin duda

mucho mejor que yo. Muchas gracias, y paso la palabra a Agustín García Calvo.

[APLAUSOS]

A. GARCÍA CALVO — Gracias a Luis-Andrés, que me acompaña en esta guerra, pues con el

buen humor y la costancia de pocos de entre los amigos y que, bueno, ha hecho,

efectivamente, un poco de publicidad de libros que lo necesitan más que ninguno, ya que yo

llevo la política de esconderme en lo posible de los Medios, no salir jamás en la Televisión, y

con esas medidas, desde luego, se venden pocos libros y poco de todo lo que haya que vender;

de manera que, bueno, en ese sentido, gracias para corregir y llevar a un ten-con-ten la

situación de estas desgraciadas publicaciones. Por lo demás, reniego no sólo del nombre de

‘filósofo’ y de (no quiero de acordarme de cuando lo era) de ‘catedrático’, o de cualquier otro

remoquete que quieran ponerme, reniego de mí mismo como don Agustín García Calvo, cada

vez estoy más harto con él [RISAS], es decir cada vez estoy más harto conmigo mismo,

justamente en la misma medida en que me voy haciendo cada vez más intransigente y estoy

de peor humor con el mundo en general, de que evidentemente don Agustín García Calvo, en

cuanto tipo real, no puede menos de formar parte; de manera que ¡fuera él!, y vamos a lo que

importa, que es ver qué se puede hacer ahora, en este rato.

Me encuentro con tanta gente de la que no quiero llamar ‘joven’, porque es un término

medio-fascista, pero [RISAS] a la que sí puedo llamar menos formada, menos de-formada,

menos con-forme o menos con-formada, o como queráis decir, y sobre todo con algunas

probabilidades de dejarse hablar un poco a través de los resquicios de su persona o la persona

4 A. García Calvo, “ZAFIROPOULO, JEAN, Vox Zenonis”, Emerita 28 (1960), p. 351, n. 1: “pensadores del tipo de Sócrates (filósofos propiamente dichos) deberían ser separados cuidadosamente de los constructores de sistemas (Pitágoras, Aristóteles, Newton, Einstein), que son científicos generalizadores”.

4

que quieran imponerle; de manera que casi me gustaría no contaros nada de todo lo que

pensaba contaros y ponerme enseguida a hablar con vosotros: vamos a ver si el tiempo nos da

para hacer un poco de las dos cosas, pero lo que me importa es que estéis dispuestos a

lanzaros con cualquier tipo de preguntas, objeciones, insultos, o lo que se os venga a las

mientes, no para el final, sino en cualquier interrupción que yo haga al presentaros la cuestión.

La cuestión [VA ESCRIBIENDO EN LA PIZARRA LO DE ARRIBA], la cuestión está apuntada en el

título, en el cual tenéis que tener en cuenta lo primero, que se trata de un término negativo,

incorpora una negación, este DES-, incorpora una negación, y esto quiere decir que tiene que

venir detrás, tiene que venir detrás de algo positivo, como un desmontamiento o destrucción

de lo que estaba antes, que será lo que está ahí en esa raíz, -ESPERA-, que, bueno, da en

español lugar a estas dos cosas ambiguas, ‘espera’, como en francés attente, o ‘esperanza’,

como en francés espoir. En español está confundido; muchas veces se ha comentado esta

confusión como característica de la lengua, pero yo no me voy a detener en ella. Lo que me

importa es hacer costar que hay que contar que, lo primero, lo que se da, para empezar, como

costitutivo de la Realidad misma, es la actitud de espera, de esperanza, y que sólo respecto a

ella puede venir el NO a intentar hacerla desaparecer, a desvalerla, que es lo que este rato

pienso que entre vosotros y yo vayamos haciendo, vayamos haciendo un poco.

Voy a detenerme un momento, pero sólo un momentito, para los cuatro o cinco que

haya que tengan curiosidades lingüísticas, tanto respecto a la lengua griega antigua como

respecto a las lenguas muertas en general, para hablaros un poco de la raíz de esta palabra; y

que no se impacienten los demás, ¿eh?, porque en seguida pasaré a otras cosas! La raíz latina

es, como sabéis, algo que se puede escribir así, spē-, la raíz del término spēs, spēī, que es lo

que suele traducirse como ‘esperanza’, y del que todo eso se deriva. Es una raíz rara. En el libro

que Luis-Andrés ha tenido la gentileza de recordar para aficionados o apasionados de

Lingüística, que se titula ES. Estudio de gramática prehistórica5, se hace una propuesta, entre

muchas otras más o menos sensatas o locas, para relacionar esto [EL TÉRMINO LATINO spēs] con

una raíz griega de un verbo que aparece, por ejemplo, en el Aoristo ἔφθη [LO ESCRIBE]6 o en el

Presente φθάνω [LO ESCRIBE TAMBIÉN], un verbo que quiere decir algo como ‘adelantarse a’,

‘adelantarse a’, un cierto sentido que tenía también el <latino> occupāre, y empieza con uno

de los que llamo grupos raros, ΦΘ, y eso da lugar a intentar, en contra de la Lingüística

5 V. ibid. p. 107. 6 Nótese que ibid. cita el verbo por la forma éphthā (ἔφθᾱ).

5

Comparativa habitual, relacionarlo con lo de spēs, spēī. En todo caso, con este elemento del

a d e l a n t a m i e n t o tenemos que contar para entender esto de la espera o la esperanza.

Pero lo más importante es eso: eso es lo primero, lo que se nos da: en la espera y la

esperanza, o su cara mala, que es el miedo, es en lo que vivís, vivimos; es decir, no vivimos, no

vivís, no nos dejan, precisamente porque la ocasión que teníamos para ir viviendo, para hacer

algo, para que pasara algo que no fuera lo que hubiera pasado ya, está ocupada por la

preparación, por la preparación para vivir [otro] día, la preparación para vivir mañana,

cualquier otro momento, para lo cual tenemos que estar muy preparados, ocultándonos, tanto

el Capital como el Estado a su servicio, que esa preparación es en verdad para la Muerte, que

es el Futuro, que es el Futuro que hay, el principio de Realidad: el principio, en contra de las

costumbres habituales, ése es el Fin, el Fin; y a eso os tienen condenados, nos tienen

condenados: eso, ésa es la situación de la que tenemos que partir. Por tanto, la desesperación

o la desesperanza son actitudes negativas que, de alguna manera, rompen con eso, en la

medida que pueden romper; y así es como tenemos que entender ese título.

He dicho “de Sócrates a nosotros” para mostraros, pero sin detenerme mucho en el

aspecto histórico (del que me oiréis maldecir varias veces, de la Historia, como

complementaria del Futuro, es decir, como colaboradora a la Administración de Muerte), para

hacer sentir la repetición, o la casi repetición, del proceso, del proceso dialéctico, como os

puedo decir a la manera de Hegel o de Marx, que rige toda esta alternativa entre lo positivo,

‘espera’, ‘esperanza’, y su negación, ‘desesperación’, ‘desesperanza’. Pero no quiero

detenerme: por eso he hecho que os repartan el artículo de Sócrates, para no teneros que

andar contando cosas aquí ni de Sócrates ni de casi nadie, para no perder tiempo con el

aspecto histórico; de manera que ¡disculpadme que tengáis que entrar en esto un poco por

escrito y otro poco por oído!, pero es lo que os éntre por oído lo que me importa; de manera

que ahí tenéis ya cosas que se dicen en contra de lo que se cree habitualmente acerca del

pobre Sócrates, y con eso tengo que [contar para] referirme a ello como apoyo.

Voy, sin embargo, a retroceder un poco antes de la Historia, en el momento en que

están surgiendo por primera vez nuestras literaturas y filosofías en este mundo. Tengo que

suponer que, desde el principio, este proceso dialéctico se ha venido dando: desesperación (de

alguno, de muchos —da igual—), desesperación; a continuación, cura de la desesperación, por

medio de esperanzas, por medio de esperanzas o de miedos (que da igual), más o menos

consagrados, por medio de una fe en el Futuro, sin reconocerlo como Muerte a ese Futuro;

para que después en la fase siguiente [pueda] otra vez operar la des-trucción, la desesperación

respecto a eso; dando lugar, naturalmente, a una fase siguiente donde se tiene que intentar

otra vez la cura, pero ampliada, mejorada, respecto a esa desesperación, para poder seguir

tirando, para que las cosas prácticas se sigan manteniendo, más mal que bien; hasta que venga

otro golpe de desesperación que descubra la mentira de todo eso que se nos contaba; y a su

6

vez dé lugar a un nuevo intento de cura y re-estructuración de la Realidad y de renovación de

la Fe, para así…, una vez y otra: es a lo que aludía con ‘repetición’. Por eso he querido tomar

estos dos términos ‘de Sócrates’ ‘a nosotros’.

Pero voy a retroceder un poco a ese arranque mismo, recordándoos una cosa que

muchos de vosotros habrán leído, respecto a algo que el viejo Hesíodo cuenta en el Trabajos y

días (también en la Teogonía, pero sobre todo la versión de Trabajos y días7) respecto [VA

ESCRIBIENDO LA PALABRA] a uno de los nombres de la esperanza, ἐλπίς. Os la recuerdo, sin

embargo, porque es una fábula que encierra en sí contradicción: cuando los altos dioses, los

dioses del Olimpo, le mandan (no os voy a decir a quién: era a Prometeo a veces, el titán

rebelde), le mandan como castigo, por el hurto del fuego, le mandan el regalo que es una

maldición, la mujer, y con la mujer Prometeo queda a su vez convertido en Epimeteo, le

mandan a la mujer, Pandora (‘dadora-de-bien, llena-de-todos-los-bienes’), con un cofre, una

arqueta, un barrilillo, donde se supone que eso, que están todos los bienes metidos, y la

curiosidad de Pandora hace levantar la tapa al cofre, al barrilillo, y entonces se desparraman

por el mundo los males, todos los males. Ya veis un poco ahí la contradicción: en la medida en

que aquellos bienes encerrados se han desparramado entre los hombres, son, evidentemente,

enfermedades, vejez, miserias de todo tipo, desparramadas por el mundo, y sólo le da tiempo

a Pandora a poner la tapa en la tinaja cuando queda uno solo, en el fondo, ἐλπίς, esperanza;

queda allí metida la pobrecita en el fondo, queda ἐλπίς, que, por tanto, ahora vosotros me

diréis si os parece que es un bien, o es un mal, o puede ser las dos cosas en contradicción la

una con la otra, que es lo que aquí más bien estoy tratando de haceros sentir.

Después de estos comienzos heróicos de nuestra literatura, Trabajos y días y demás, los

poemas homéricos, había pasado ya un tiempo en que el pensamiento, desmandado, ingenuo,

como el de un niño que no se ha dejado convertir todavía en adulto, que no se ha dejado

someter, había de sobra descubierto la mentira del mundo tal como se nos da y se nos vende,

tal como se les daba y se les vendía (que viene a ser lo mismo): se nos daba y se nos vendía

sometido a la espera, a la esperanza, sometido al Futuro, porque era el procedimiento que

hasta en aquella economía de las más primitivas de la Historia se podía tener para ir tirando,

para fines prácticos (para fines prácticos para ellos, es decir lo que entre nosotros mismos se

llama fines prácticos, que son que le sirven, no a la gente, sino al Dinero, los que sirven al

Dinero y al Poder, ¿eh?), para ir tirando en ese sentido y con ese mantenimiento; ya la razón

desmandada por múltiples destellos había dado lugar a descubrir la contradicción y la mentira,

no en el lenguaje, en la lengua viva, que no es de nadie, sino en este montaje de ideas, de

significados y, en definitiva, de fe, que es lo que costituye una realidad, en aquella época o en

cualquier otra época. Os cito, naturalmente, las empresas de las que nos quedan restos, de las

que he venido a lo largo de los años ocupándome (en alguna de ellas también Luis Bredlow me

ayuda), los restos que tenemos del libro de Heráclito, Razón común, como lo he llamado en mi

edición, donde razón común descubre, justamente, esa contradicción, insalvable, entre lo

ξῡνόν [LO ESCRIBE], lo común, y lo ἴδιον [LO ESCRIBE], lo propio, lo personal, que, evidentemente,

es lo que, necesariamente, falsifica, falsifica y condena a la no-verdad al pensamiento, a la

razón común, razón-lengua (que, como sabéis, se llaman igual en griego antiguo, λόγος, sin

7 V. “Trabajos y días”, vv. 83-105, en: A. García Calvo, Poesía antigua (de Homero a Horacio), 2ª ed. Lucina, Zamora, 1992, p. 42.

7

que se pueda ni separarlos, lengua y razón, sin cometer una traición contra lo mismo),

descubriendo, entre otras cosas que “Todas estas cosas”, las de la Realidad que llamamos

nosotros (‘realidad’ es un nombre moderno, inventado en la Edad Media, cuando se inventa

‘existir’, para Dios: los antiguos no tienen un equivalente, salvo la aproximación que ahora os

diré), “todas las cosas, cualesquiera cosas se hacen según esta razón”8; de manera que, de

alguna manera, λόγος, razón, lengua, está rigiendo la costitución de la Realidad; pero al mismo

tiempo, en otra parte, “Nunca he encontrado a alguien que llegue a decir claramente esto, que

lo inteligente está apartado de todas las cosas”9; por otra parte, razón, λόγος, está fuera de

(como es normal, porque, para que una lengua hable de cosas, tiene que estar fuera de las

cosas: si no, es un absurdo intentar siquiera pensarlo; de manera que está dentro y está fuera).

Por daros un ejemplo de contradicción. Quien quiera encontrar más descubrimientos de esta

luminosa contradicción, pues puede seguirlos en el resto de los fragmentos.

Por su lado, Parménides estaba haciendo una labor que, bueno, parece que es la

contraria, pero que en otro sentido es la colaboradora (recordad que no está inventado el

verbo ‘existir’ ni todos los trucos que se inventaron para Dios en la Edad Media, ¿eh?); pero

Parménides hace que su diosa le haga reconocer y sentir en su poema que ES, es decir que lo

que es sea lo que es, que el que es sea el que es, es algo enteramente ajeno a las cosas, a la

Realidad: las cosas, la Realidad, por el contrario, están costituídas en una perpétua traición,

una perpétua traición: están sujetas a lo que se llama ‘cambio’, cambiándose unas por otras,

dejando de ser las que son a cada paso, apenas han empezado a ser las que son, dejando de

serlo, y así, pero innegablemente, manteniendo una especie de pretensión de que son las que

son y cada una es la que es y cada uno de nosotros es el que es: esta pretensión falsa. Es otra

manera de descubrirlo, del lado del revés.

Os hablaré un poco de los sofistas, y uno de ellos, uno de los más grandes, Gorgias,

publicó, efectivamente, un librillo (que no conservamos), que se titula de una manera bastante

fiel a este Parménides tal como os lo estaba interpretando [VA ESCRIBIENDO]: se llama περὶ τοῦ

μὴ ὄντος ἢ περὶ φύσεως. Esto, traduciéndolo a los términos modernos, en que ya tenemos que

pasar por los trucos teológicos de la Edad Media, quiere decir, efectivamente, ‘acerca de lo

que no es’ (hay que completar siempre, porque, si se dice «es» y «no es», está uno hablando

en filosofía, no en lengua corriente y, por supuesto, mi deseo es que todo lo que digamos aquí

sea en lengua corriente, sin emplear términos filosóficos, y decir «es» es de filosofía, o «no

es»; debemos completar como lo he hecho y decir ‘de lo que no es lo que es’, ‘de lo que no es

lo que es’: ésa es una manera justa de completarlo); y el título alternativo dice, ‘o περὶ

φύσεως’: éste es el término que, sin equivaler ni ser tan eficaz en el engaño como nuestro

‘realidad’, de alguna manera lo anuncia, lo prepara: efectivamente, traduciendo a moderno,

‘acerca de la Realidad’ sería lo mismo que ‘acerca de lo que no es lo que es’, ‘acerca de lo que

no es lo que es’. Supongo que esto no se sigue demasiado mal.

Con esta operación, con las de Zenón de Elea, cuyos argumentos, razonamientos, que

suelen llamar aporías (ya con mala intención, porque ‘aporía’ parece suponer que tiene que

haber un camino, y a esto se le llama el no-camino: llamémoslos desnudamente

8 Cf. A. García Calvo, Razón común. Heraclito. Lecturas presocráticas II, 3ª ed. Lucina, Zamora, 2006, fr. 1, pp. 31-36. 9 Cf. ibid., fr. 40, pp. 122-124.

8

razonamientos)... cuyos razonamientos son irrefutables; y la prueba de que son irrefutables, si

se entiende bien, la podéis encontrar echando, como yo mismo lo he venido haciendo estos

años a través de la busca y tino de mi amigo Caramés, el matemático que me saca y me

imprime estas entradas en la Red, especialmente de físicos desmandados que de vez en

cuando surgen por ahi, podéis comprobarlo viendo cómo una y otra vez se repite el intento de

resolver, curar, los razonamientos de Zenón de Elea, que son incurables. Aparte de los que os

cuentan, siempre muy mal, que son los de Aquiles y la tortuga, y demás, está esta declaración,

tan simple: «lo que se mueve no se mueve ni en el sitio <en> que está ni en el sitio en que no

está»10. Esto es una herida sin cura. Naturalmente, cualquiera de vosotros, como, en general,

en la sucesión de filósofos más o menos asimiladores, tenéis que encontrar alguna cura, pero

no la tiene: es un verdadero descubrimiento: el móvil, lo que se mueve, no se mueve ni donde

está (evidentemente: si está, no se mueve), ni se mueve donde no está (porque, si no está, no

puede ni moverse ni dejar de moverse, ni moverse ni estar quieto ni nada). Los problemas de

la Mecánica Cuántica, en los que no voy a entrar ahora, pero que se debaten en nuestros días

contínuamente, son como una especie de aplicación, aplicación a problemas aparentemente

físicos, de esto mismo.

El terreno estaba pués abierto, por todos estos descubrimientos de la mentira, para la

desesperación; y, efectivamente, tenemos que contar que, cuando llegan estos tiempos y los

de los sofistas en especial, la herida está abierta, la desesperación respecto a todo lo que se

nos venía contando para ir tirando, para sostener el mundo, está clara, está viva. No os voy a

recordar mucho a los sofistas, pero tened en cuenta que este Sócrates, que os he elegido como

término para la comparación, se coloca entre ellos, es uno de ellos: es uno de ellos, en el

sentido de que contradice la actitud sofística y, al contradecirla, la cumple, al cumplirla, la

contradice.

De todos aquellos encontraréis en vuestros libros recuerdos más o menos fieles: aquel

Hipias, que, según la versión platónica y la de Jenofonte, se encuentra al Sócrates, al Sócrates

de Jenofonte, y le oye hablar un rato, y dice: “Siempre estás diciendo lo mismo”, “Siempre

estás diciendo lo mismo: porque yo (Hipias, como todos ellos, andan viajando de un lao para

otro), porque yo siempre procuro decir, adonde quiera que voy, quiero decir algo nuevo

(καινόν), alguna cosa nueva”; Sócrates le pregunta, según nuestros trasmisores: “Nuevo ¿a

propósito de las letras, de los números?”; y le dice el otro: “No, no, no: eso no: a eso como tú:

siempre lo mismo: de las letras, para poder leer, de los números, siempre lo mismo; pero

acerca de τὸ δίκαιον, acerca de lo justo”; acerca de lo justo y de lo injusto (se mete en la

política), ya veis cómo es la actitud: ahí el intento es decir algo καινόν, algo nuevo, algo que

pueda sorprender; Sócrates, siempre lo mismo: nunca, que sepamos, lo dice de la misma

manera, pero está diciendo siempre lo mismo; aquel Pródico, que en nuestras versiones se

hace pasar como el ejemplo por escelencia de lo que es un sofista, porque se usa ya la palabra

φιλόσοφος, porque son éstos una especie de híbrido entre <φιλόσοφοι> y πολιτικoί, entre

discurseadores, razonadores, buscadores de sabiduría, y políticos (de éstos, Pródico, por

ejemplo, era un representante de esto); o, bueno, ya os he citado el librillo de Gorgias…;

recordar también a Antifonte, del que Jenofonte en los Recuerdos nos recuerda que,

10 Cf. A. García Calvo, Lecturas presocráticas I, 3ª ed. Lucina, Zamora, 2001, segunda parte, registro V, §§ 1-7, pp. 168-171.

9

encontrando a Sócrates, al Sócrates de Jenofonte, le dice, después de disimularlo con unas

alabanzas: “No haces felices a los amigos con los que hablas”, “Tú no haces felices a los amigos

con los que hablas: más bien los haces desgraciados”, “más bien haces desgraciados a los

amigos con los que hablas” (es un testimonio precioso, porque revela que Antifonte sentía

bien que Sócrates, en lo posible, se mantenía puro de la intención de volver a recubrir la

desesperación, el descubrimiento de la mentira, con algún otro nuevo truco más o menos

elaborado. En el diálogo de Jenofonte Sócrates ni replica siquiera a eso); Protágoras, al que

conocéis sobre todo por lo de (generalmente muy mal traducido) “ἄνθρωπος, el hombre (que

lo mismo da que sea el indivíduo particular, que sea, como nosotros decimos, el hombre que

viene a decir la Humanidad), medida, μέτρον, medida de todas las cosas —hay que entender—

, de las que son, es decir, de las que son las que son, en cuanto que él es el que es, y de las que

no son lo que son en cuanto que él no es lo que es”: ya con sólo traducirlo así comprenderéis

que no lo podéis entender de la manera que a veces se os ha querido hacer entender: lejos de

ser una exaltación de esa figura, ἄνθρωπος, el hombre o el indivíduo, es, al contrario, una

denuncia, una denuncia de su mentira, a la par que la de la Realidad, la de las cosas, de la cual,

efectivamente, es medida; y aquí tenéis otra ocasión en que la cuestión de la medida (a

muchos de los que os hayáis asomado a las cosas de ciencias esto les sonará bien), la cuestión

de la medida, que es el problema fundamental de todo este último siglo de especulación física,

desde la teoría de la Relatividad y el descubrimiento de la Mecánica Cuántica, se le plantea,

porque en la cuestión de la medida está la distinción y no-distinción entre el que mide, el que

observa, el que dice, y aquello que mide, que observa, que dice: ésta es la cuestión

fundamental que se plantea ahí.

Bueno, no os entretengo más, porque voy a pararme para que hagamos ya, antes de

pasar a lo otro, un rato de coloquio; pero que conste que Sócrates, liberándolo de toda su

carga histórica, florece en este ramillete, que muy brevemente os he estao recordando, con los

sofistas y sus antecesores. A pesar de la posible falsificación de Jenofonte, en sus Recuerdos,

de Platón, en sus diálogos, maravillosamente, hechizadoramente escritos, pero de esos

diálogos socráticos juveniles, a pesar de las falsificaciones, <≈ algunas de sus razones> sin duda

nos llegan: una de ellas es la demostración de que nadie sabe lo que hace, la demostración de

que nadie sabe lo que hace: en la primera vía, “nadie hace mal a conciencia de que hace mal”,

pero, evidentemente, si se dice de ‘mal’, se dice de ‘bien’ lo mismo, de manera que podemos

generalizar y decir «nadie sabe lo que hace». Esta separación entre la práctica y la verdad, que

es esencial en lo que os estoy diciendo, es el eje de la desesperación: mentira para ir tirando,

la práctica; verdad, que no se sabe, para destruír la ilusión, para destruír la ilusión en que esa

práctica, esa política se sostenía. Una coincidencia —ya sabéis— con Jesucristo en la cruz,

declarando «no saben lo que hacen», contestos muy distintos, pero, después de todo, la

palabra, escape por donde escape, viene a coincidir en lo mismo. Cuando —se nos cuenta en

las apologías, la de Jenofonte y la de Platón— a Querefonte, el viejo amigo, o amigote, de

Sócrates, el oráculo le encarga… le hace una pregunta al oráculo sobre quién es el más sabio, si

hay alguien más sabio que Sócrates, y el oráculo responde: “no hay nadie más sabio que

Sócrates”. Sócrates pregunta… La verdad que todo el resto de su vida se dedicó a tratar de

entender semejante declaración, sumamente chocante, y que se iba dando cuenta de que, si

algo diferencia a un ignorante de otro, es lo de que alguno, como él, el propio Sócrates, así

como no sabe nada del más allá, tampoco cree que lo sepa, tampoco cree saberlo. Bueno,

10

quien dice ‘del más allá’, que es como se dice en las apologías, porque venía más a cuento lo

del más allá de la muerte, se puede trasladar sin más también al más acá, a la Realidad, porque

no hay lugar a separar lo uno de lo otro. La diferencia es, en todo caso, entre los que no sólo

no saben qué es lo que pasa, cómo son las cosas, sino que encima se creen que sí lo saben, y

otros que, con la misma ignorancia, por lo menos, no se creen que sí lo sepan: éstas son

actitudes socráticas que suenan, a pesar de toda la carga de los testos escritos con que nos

han llegado, a través de los que nos han llegado.

Voy a interrumpir. Os advierto que hemos llegado, os he presentado, a esta época,

desde Heráclito o Zenón a los sofistas y a Sócrates, como momento de florecimiento de la

desesperación, bastante descaradamente: descubrimiento de que a la razón desmandada se la

puede dejar, por lo menos por un momento, denunciar la mentira de lo que se nos vende, del

Futuro, de las cosas, y demás. Utilizo ahora como símbolo la fecha de la muerte de Sócrates,

condenado por la Democracia en el año 399 antes de Cristo: a partir de ahí la otra fase

empieza a florecer (bah, la verdad es que había empezado algo antes de la condena de

Sócrates); ‘la otra fase’ quiere decir tratar de remediar el roto, tratar de remediar el roto,

como siempre, por medio de una filosofía o ciencia, en lo cual no distingo para nada: me da lo

mismo filosofía que ciencia, es decir alguna especie de sistema positivo, que esté justamente

haciendo eso, tratando de remendar el roto que la desesperación ha abierto, para que

podamos seguir tirando. Los científicos algo anteriores, Anaxágoras sobre todo, descubriendo

su habilísima teoría de las homeomerías, pero declarando, en un fragmento, que él mismo no

cree que se pueda saber verdad acerca de las cosas, o Demócrito y Leucipo seguidos por

nuestro primer materialismo, atomismo, el de Epicuro y Lucrecio, tratando de encontrar una

sub-realidad, átomos y vacío, que esté ahí, por debajo de la Realidad y sirviéndole de

esplicación, son ya ejemplos de este intento de volver a remendar el mundo, encontrar una

esplicación, volver a este intento siniestro de hacer creer en la verdad de la Realidad, términos

incompatibles, contra el cual estoy hablando; pero los más grandes sobre todo, el propio

Platón, con sus escritos maravillosos, todo el corpus aristotélico y Aristóteles y todo lo demás,

son recostrucciones: Platón, según se va haciendo mayor, naturalmente, cada vez (suele

suceder con la edad —os lo aviso a los que tengáis menos—, suele suceder, pero no

necesariamente), cada vez va teniendo que creer más, cada vez va teniendo que recostruír un

poco más su mundo, volverlo a hacerse sostener, y cada vez va desarrollando pues teorías, de

un orden o de otro, teorías de orden más o menos metafísico, como lo de las ideas, de un

orden más o menos político, como lo que se ve en la República, etcétera; y Aristóteles no

digamos: cuando cita esta fase de desesperación, que yo os he hecho florecer, o arder, un

poco aquí, la cita, naturalmente, con un menosprecio y una falta de cuidado filológico que nos

ha hecho muy difícil muchas veces volverla a sentir, y todo lo suyo, en Física, en Metafísica —

da igual—, es volver a recostruír un sistema del mundo; es él el que nos ha citado en Lógica, en

su lógica, el silogismo que todos habéis aprendido en la escuela: “Todos los hombres son

mortales; Sócrates es un hombre; luego... condenao a muerte!” [RISAS]. Bien. Con dobles

falacias: primero, porque no hay “todos los hombres”: los demócratas creen que sí, que la

mayoría son todos, pero todos vosotros sabéis que no, que ni hay TODOS, ni hay TODOS en

ningún sitio ni, por lo tanto, cada uno es cada uno; pero él dice “todos los hombres”,

tranquilamente, como si los pudiera coger a los hombres así, en una especie de cartapacio

cerrado; “Sócrates es hombre” es otra mentira, porque los Nombres Propios son incompatibles

11

con los Nombres Comunes, son dos formas de establecimiento del mundo: Sócrates es una

pretensión loca, imposible, la que tenemos cada uno de nosotros, don Agustinito García y

cualquiera de vosotros con vuestro nombre propio y vuestro documento, que tenemos

nosotros que ser algo único, singular, por tanto, inmortal, o algo por el estilo, como Dios, cada

uno como Dios; mientras que los hombres son cosas de la realidad corriente; por tanto,

“Sócrates es hombre” es un salto mortal, es un salto mortal, es un co[…]. La conclusión de las

premisas, de tales premisas, ya comprendéis cuál pueda ser.

Pues ahí empieza, con estos ejemplos que tan rápidamente os recuerdo, empieza la

recostrucción, la recostrucción de la Realidad, en Física, en Metafísica, en Política, en cualquier

cosa, para tratar de curar las heridas que la razón desmandada ha descubierto. La

continuación, después. Ahora me paro; de manera que, según lo pedido, todo lo que se os

haya escapao, tal vez por un poco demasiao deprisa o por otra razón, o las objeciones que os

salgan, de donde sea, por favor!, que las oigamos aquí!, que no me marche esta mañana sin

hacer lo que me interesa de verdad!, que es intentar aprovechar ocasiones como ésta, en la

que podemos dejar de ser un poco personas para ser público, público, es decir, nadie, para

poder oír, para poder oírnos. Adelante! Me ayudáis a recoger manos!

PRIMERA VOZ, DE CHICA — ¿Considera una…

L.-A. BREDLOW — ¡Espera! ¡Adelante!

PROF. ALEGRE — Primero tú y luego tú.

SEGUNDA VOZ, DE HOMBRE — La Muerte ¿es apariencia, realidad, o verdad?

A. G. C. — La Muerte es lo que he llamado Futuro, el fundamento de la Realidad: nunca

está aquí, no hay ninguna mentira más esplendorosa; nunca está aquí: es siempre futura;

nunca está aquí: es siempre futura: eso es la Realidad. No está nunca aquí, pero, como futura

que es, está impidiéndonos costantemente que nos pase algo, que las posibilidades de vivir se

den, precisamente en nombre de ese Futuro. Es el principio (lo dije antes), ese fin es el

principio de la Realidad: cuando a un niño se le quiere someter, al añito y medio o dos años, lo

primero que se le anuncia es “te vas a morir” [LEVE BULLICIO]: ya se sabe que a partir de esa

declaración ya va a poder aprender para ir tirando, el pobre, y hacerse un puesto en este

mundo, ya va a poder ir aprendiendo todo lo que haga falta, aprendiendo todo lo que haga

falta para agachar la cabeza y hacerse, como le dicen, UN PORVENIR. [RISAS DEL PÚBLICO, EN

MEDIO DE LAS CUALES SE ENTREOYE:] Se lo dicen siempre.

TERCERA VOZ, DE CHICA CON ACENTO ARGENTINO — Yo quería hacer una pregunta: cuando

usted habla de Sócrates, que quiere de alguna forma destruír las mentiras que ve en la

Realidad, me pregunto si estas mentiras, si son una construcción, la verdad que él busca ¿no es

también una construcción enfrente a la Realidad?

A. G. C. — ¿Si la verdad es una costrucción?

[LA CHICA E ISABEL ESCUDERO HABLAN A LA VEZ]

A. G. C. — ¿Si la verdad es también una costrucción?

12

ISABEL ESCUDERO — Lo que él busca.

A. G. C. — ¿Cómo?

I. E. — Ha preguntado si lo que él busca, si lo que él busca es la verdad.

A. G. C. — ¿Sócrates dices, por ejemplo? ¿Lo que buscaría Sócrates?

LA CHICA — Yo estoy planteando esto: él intenta derrocar la mentira, ¿no?, intenta

destruir lo que digan… la que los sofistas están in...

A. G. C. — No, no, no, no: él está entre los sofistas: también los sofistas derruecan

[PAUSA] (derrocan) o derrocan, las mentiras establecidas. Como herederos de Zenón, de ...

LA CHICA — Mi pregunta es: ¿desde qué lugar lo cuestiona él?, o sea ¿qué es lo que

busca?, ...

A. G. C. — Desde dentro, porque no podemos estar en otro sitio: Sócrates, tú, yo,

estamos aquí, metidos dentro, en cuanto personitas, y Sócrates era una personita, y además

tenía su nombre propio: por eso se ha dejao hacer ese juego del silogismo aristotélico, como te

lo podrías dejar hacer tú, y yo.

LA CHICA — Pero...

A. G. C. — De manera que es desde ahí, desde ahí y contra ahí: no hay otro punto de

partida. [LA CHICA HABLA AL MISMO TIEMPO] Desde que tenemos “te vas a morir mañana”, nuestro

sitio es la Realidad y desde ahí y contra ahí se trata de destruír la mentira...

LA CHICA — Pero ¿no hay una... ¿No le está dando usted una entidad a la Realidad, a la

individualidad?; o sea el indivíduo ¿no es algo que estamos construyendo, no es algo que se

construye?: el indivíduo no viene ‘uno nace y es Sócrates’: Sócrates se da construído.

A. G. C. — No sé muy bien lo que quieres decir. ‘Indivíduo’, como he dicho antes, es una

contradicción, porque, por un lao, como he mostrado en el silogismo, por un lado está lo de

que es un hombre, es un hombre que tiene este puesto, que tiene el otro, que está en Atenas,

que no viajó, como los sofistas, que no cobraba dinero por hablar, todos los rasgos personales

más o menos; y por otro lado, tiene un nombre propio, que es esto, que es nuestra maldición

principal, de que cada uno se crea único, singular, irrepetible, Dios, como Dios; de manera que

el indivíduo es ese lío —si quieres emplear el término ‘el individuo’. Yo, generalmente, lo que

recuerdo es que hay algo que es verdad, que es YO, porque YO no es nadie: depende del acto

de hablar, y eso hace que cualquiera y en cualquier sitio que se esté hablando sea YO y, por

tanto, YO no es nadie: eso es verdad; luego viene el alma, el Yo, que son realidades, como el

pueblo, el Yo, el alma; y luego queda en medio este pretendido ente único. Esto es hacer, en

cuatro palabras, algo que con gusto me dedico a hacer más detenidamente, sico-análisis, es

decir, un des-membramiento de la mentira que está contenida en la idea de Sujeto, de

Indivíduo, de el Yo, de la Persona, y cualesquiera otras formas equivalentes.

Se me había pasao deciros que el Sócrates trasmitido por Platón es también (en el

Cármides) ilustrativo a este respecto, porque coge la frase del frontón de Delfos, ΓΝΩΘΙ

13

ΣΑΥΤΟΝ, el CONÓCETE A TÍ MISMO, γνῶθι σαυτόν, y se dedica largamente a preguntar qué

diablos puede querer decir eso, para dejar deshacerse esta pretensión del conocerse a sí

mismo, que reinaba en el frontón del templo de Delfos, y que después ha seguido reinando

mucho hasta nuestros días, donde muchos siguen hablando de cositas como ésas, del

conocerse a uno mismo.

No sé si he contestao de lao un poco, pero, aunque sea de lao, supongo que...

LA CHICA — No: yo veo una dificultad, porque la Realidad la veo como algo que es

interpretado, no como algo dado, algo que se vivencia, o que se lee, algo que uno puede

interactuar con ello. Pero uno no nace de la nada, uno no es una cosa… un ente que viene

como un extraterrestre, y empieza a actuar.

A. G. C. — Uno es un tipo de cosa como las otras: uno está dentro de la Realidad. Te lo

he dicho ya: se parte de ahí, no hay otro sitio de donde partir, para... de ahí y contra ahí,

contra uno mismo y contra la Realidad, a la vez, porque lo uno va con lo otro. Más!

PROF. ALEGRE — Ahí hay: una, y dos.

CUARTA VOZ, DE HOMBRE — Eh, bueno, usted ha dicho que la Realidad constantemente se

está defendiendo de esa desesperación o de esa denuncia de la mentira, pero a mí me

sorprende, por otro lado, <que> parece ser que las cosas —digamos— funcionan, ¿no?,

cuando quizá no debería ser así; o sea parece que cada vez tenemos más aparatos

electrónicos, es decir que, realmente, aquello que nos venden sí que tiene una razón de ser, o

tiene...

A. G. C. - ¿Tiene ...?

LA CUARTA VOZ — Una...

A. G. C. - Tiene ¿qué, has dicho?

I. E. - Una razón de ser.

A. G. C. - ¿Un ...?

LA CUARTA VOZ — Una... O sea, es verdad, en cierto modo.

[RISAS]

A. G. C. - Vamos, supongo que ibas a decir “una utilidad”. Tiene una utilidad, y esto

responde justamente al esquema dialéctico que había querido que rigiera todo esto. Como la

Realidad, las cosas, el mundo, las ideas del mundo, las ideas de la Persona, son falsas, y razón,

aunque está dentro, está también fuera, no puede menos de vez en cuando de descubrir la

mentira; pero si descubre la mentira, entonces ¿cómo vamos a seguir tirando? Práctica,

política, comercio: ¿cómo van a seguir tirando? Tiene que venir el momento de recostruír, de

curar la herida, para que, efectivamente, se sigan produciendo cosas útiles, como las que citas

y, efectivamente, haces bien en citarlas, porque el momento que estamos padeciendo, el

Régimen que hoy padecemos, el de la Democracia Desarrollada, se caracteriza, entre otras

cosas, por el desarrollo, con éxito, de cantidad y cantidad de chismes, que, como querías

14

sugerir, son, evidentemente, útiles, funcionan (no siempre, no siempre, porque eso no se le

puede pedir a la Realidad: los ordenadores tienen que estropearse de vez en cuando, algún

avioncito tiene que estrellarse de vez en cuando [ALGUNAS RISAS]; pero vamos, no importa

mucho, porque la Democracia no requiere más que la Mayoría), pero el caso es que

mayoritariamente funcionan, parecen servir para algo: si te preguntas ¿para quién le sirven?...

A lo mejor, pues si tuviéramos más tiempo, intentaría llevarte por peldaños, pero, tratándolo

de una vez, se ve bien que ni a tí ni a mí ni a la gente: que a la que sirven es justamente a la

propia continuación del Poder y al movimiento del Capital: es a los que les sirve. Que la

utilidad de un avión, de un ordenador, o de que los haya, sea una utilidad para gente, para que

la gente pueda, a lo mejor, consentir que le pase eso de ‘vivir’, que no se sabe qué es, ¿quién

se cree semejante cosa? Todo el mundo sabe que, cuanto más chismes, más estorbos para que

por casualidad surja un vislumbre de eso que era vivir y que era razonar, que le sirva a la

gente, al pueblo-que-no-existe; pero, en cambio, que al Comercio, al movimiento del Capital,

les sirve la venta de más y más ordenadores inútiles, de más y más chismes innecesarios, eso

es claro para cualquiera. Ahí está la corrección del sentido de la utilidad. Pero puedes protestar

más.

QUINTA VOZ, DE MUJER — Quería...

L.-A. B. — Espere!

LA QUINTA VOZ — Ah, perdón!

L.-A. B. — Uno detrás de otro!

SESTA VOZ, DE HOMBRE — Buenos días. Quería hacer dos preguntas: la primera, esa

esperanza que subyace en la caja de Pandora ¿sería parecida a la frase rabínica que le dijo a

Moisés Dios, “yo resultaré ser el que resulte ser”? La siguiente…

A. G. C. — A ver, ¡repite, repite!

[RISAS]

LA SESTA VOZ — Sí: ¿si podíamos considerar el hecho que para los griegos la esperanza

subyace a un como mal o como bien que no ha salido, como una promesa de algo, ya sea

bueno o malo? ¿Sería... ¿Tendría parangón con la frase de Jehová o de Yahvé a Moisés, “yo

resultaré ser el que resulte ser”?, que parece ser también una promesa de Futuro, no se sabe

cuál.

A. G. C. — No, no, no.

LA SESTA VOZ — La siguiente es, simplemente: de esa lucha entre la verdad y la mentira

entre los sofistas, o la mentira, en este caso, ¿es sintomático que el libro de Antifón que nos ha

llegado se llame La verdad? Nada más.

A. G. C. — Bueno. Sí. ¡No seáis demasiao doctos!, ¿eh?, porque yo quiero sacar un poco

más de pasión de entre vosotros: muchos de vosotros tienen que estar más o menos indignaos

y heridos, y, si no, no me marcho a gusto, ¿eh?; de manera que, de todas formas, también

esto.

15

Desde luego, no, no: no hay parecido: en lo que he insistido para ἐλπίς es en que no

sabe Hesíodo, ni nosotros, si, después de lo contao, hay que contarla como bien o <como>

mal; y que eso depende de lo de estar dentro o haberse salido fuera, que en este caso

corresponde a lo de la utilidad.

En cuanto a la frase que el Señor le dice a Moisés, está hecha con un elemento hebreo,

que es H-Y-H / Y-H11, que no es “resulte ser” ni nada, que es, más o menos como en la Vulgata

se dice, “sum qui sum”, “soy el que soy” y todo eso; pero eso en el libro (no sé si Bredlow

también me lo ha intentao vender, pero, si no, lo intento yo mismo), [RISAS] en el libro llamado

De Dios está tratado pasito a pasito esa frase de Dios y puesta en relación con el

descubrimiento de Parménides y demás12.

A otra c-... Ah, perdón! Ah! Lo otro ¿era?

LA SESTA VOZ — Antifón.

A. G. C. — Ah, sí: Antifón. Se llama La verdad porque descubre que, efectivamente, la

verdad consiste en el descubrimiento (por trozos que nos quedan), el descubrimiento de la

contradicción entre (lo que he distinguido) entre la necesidad práctica, lo que es justo y se

debe declarar justo, y injusto, ἄδικον, por conveniencia práctica, y otro sentido de verdad.

Pero nos queda muy poco: apenas podemos deducir qué es lo que... Hay otro testito anónimo

de sofistas, donde se dice “ἀλήθεια ἢ καταβάλλοντες”, es decir, “verdad o entrechocantes”,

“entrechocantes”, καταβάλλοντες, “ἀλήθεια ἢ καταβάλλοντες”, donde parece que hay un

vislumbre de que ‘verdad’ no tendría otro sentido que la contradicción en acto,

καταβάλλοντες. Bueno. Y más! Sí.

SÉTIMA VOZ, DE MUJER — Si desde hace tanto tiempo estamos construyendo la Realidad

con esa mentira, apoyándonos en esa desesperación, ¿cómo se podría construír una realidad

que no estuviera basada en ese mentir?

A. G. C. — Nosotros no somos quienes, ¿eh? El que costruye las cosas es el Dinero: tú y

yo no. ¿Qué le vas a pedir al Dinero o al Poder?: ¿que costruyan otra, si ésta es la que les viene

bien? Lo único que tienen que hacer, lo único que tienen que hacer es repararla, repararla

todo lo más deprisa que puedan, multiplicando el engaño a toda velocidad: es lo que pueden

hacer. Tú y yo no tenemos más función que, gracias a que no somos del todo los que somos,

gracias a que estamos mal hechos, gracias a que tenemos rendijas y vislumbres, no podemos

hacer más que lo solo que el pueblo sabe hacer, que es decir NO, descubrir la mentira: ése es

el movimiento dialéctico. ¿Para qué? Eso ya no es cosa nuestra: vengan el Poder y el Capital a

recostruír, a recostruír y a decir... a convertir hasta nuestra negación, nuestra protesta, en una

forma curiosa de espectáculo o en un ítem para los futuros libros de Historia de la Cultura!

Pero, mientras lo consiguen y no, esta mañana y aquí mismo, pues estamos tratando de

romper, decir NO, descubrir la mentira; y es lo solo que nos toca. Y nos toca no como

personas, ¿eh?, porque, como personas, estamos bien establecidos bajo el Régimen, tenemos

nuestro futurito cada uno, que es el que nos venden y… no como personas, sino gracias a que

11 E. e., ‘èhyéh. 12 V. De Dios, cap. 2.3., pp. 32-40.

16

tenemos roturas, no estamos bien hechos del todo, nos queda algo de pueblo-que-no-existe, a

veces se nos escapa por la boca, hasta por la mano tal vez. Más!

OCTAVA VOZ, DE MUJER — Sí, bueno, hemos hablado un poco de la utilidad de los aparatos

electrónicos y de los aviones; y entonces yo quería preguntarle qué le parece que una ley...

Bueno, en el Plan Boloña, se comprende la desaparición de ciertas titulaciones universitarias

en base a su utilidad social, ¿no?

A. G. C. — Yo, desde que soy pequeñito casi, he tenido que sufrir los cambios de los

planes de estudio y de las leyes ministeriales: la verdad, estoy tan acostumbrao, que me

parece como el runrún. A lo mejor a tí te toca un poco más de nuevas. Es normal, normal; todo

el progreso de la Enseñanza Media y Universitaria, desde que yo lo recuerdo, era quitar algo

más de Griego o algo más de Latín para poner un poco más de Informática y cosas por el estilo:

la moda. Yo no me voy a poner a hacer una defensa de las disciplinas que los nuevos planes de

estudio dejan de lao, porque eran también unas pedanterías y tampoco [RISAS DEL PÚBLICO]

servían para gran cosa, aunque yo las haya padecido y practicao directamente, pero, vamos:

que el Poder actúe de esa manera y piense vendernos como grandes progresos el

establecimiento de estudios más actuales y con más porvenir para el que se matricule, mentira

todo; pero que intente eso es congruente con el Estado y el Capital y lo que representan. ¡No

te quedes demasiado compungida! Pero bueno, hay que denunciarlo, sí, y contar con ello, y

nada más.

PROF. ALEGRE — Quedan tres palabras, y ya vamos a ir... Isabel,

I. E. — Sí.

PROF. ALEGRE — Marián, y luego tú.

I. E. — Sí. Yo quería hablar un poco de la ilusión que hay en eso de esperar en la

desesperación y... pues trayendo a colación los versos esos de Machado, que dice “El que

espera desespera, / dice la voz popular: / ¡qué verdad tan verdadera!”, y luego continúa “La

verdad es lo que es / y sigue siendo verdad / aunque se diga al revés”, como pienso que esto

de la rotura y los remiendos están muy ligados a esa especie de segunda parte de la copla,

¿no?, porque ahora, actualmente, y desde hace bastantes siglos de las filosofías, no se trata

tanto de los remiendos...

A. G. C. — A eso, a eso voy yo ahora al terminar.

I. E. — ... de los remiendos, sino de la función de usar y tirar, volver a [...]ar.

A. G. C. — Es lo que me quedaba... [MURMURANDO] ... para terminar... Sí, sí,

efectivamente: ya que Isabel lo ha sacao, me lo ahorro yo después: quedaros con esto: “la

verdad es lo que es”, y se dice: “la verdad, ¡qué verdad tan verdadera es!: el que espera

desespera”: éste es el dicho; es lo que… sigue siendo verdad aunque se diga del revés, es decir,

“el que desespera espera”. Son una manera elegante de enunciar, en los dos sentidos, la

dialéctica de que os vengo hablando, ¿no?: prueba de que uno no es uno, prueba de que uno

no es uno, y es congruente que, esperando, en la propia espera o esperanza, encuentre el

motivo de descubrimiento de mentira, desesperación; y, al revés: que, mientras está

17

debatiéndose contra la mentira, procurando que le salga algo que sea descubridor, siga

aferrado a la necesidad práctica, a su ordenador, a su porvenir, esperando: la Muerte, la

Muerte que no se la llama nunca así, esperando al Futuro.

Quedaba uno, me parece, porque quiero cerrar un poco. ¿Sí?

NOVENA VOZ, DE HOMBRE CON ACENTO CATALÁN — Muy breve. Si la pancracia, que es la suma

del Estado y el Capital, es la Realidad, la acracia ¿dónde se sitúa?

A. G. C. — No. Propiamente, el Poder, el Capital, el Dinero, son una especie de

realidades de grado especialmente superior: el Dinero es la cosa de las cosas; se puede decir

que forma parte de las cosas, pero es el techo supremo, el techo supremo: cualesquiera cosas

son dinero, dinero es cualesquiera cosas, ¿no?, y el Poder está siempre al servicio del Capital.

La acracia no se sitúa en ningún sitio: la acracia no se sitúa en ningún sitio, porque, en cuanto

algo quiere llamarse anárquico, anarco, acracia, o cosas por el estilo, la vieja negación griega ἀ-

/ἀν- queda incorporada en la palabra, y ya no hace nada: hay que volver a deshacer la palabra,

y decir ¡NO!, NO al Poder, ¡NO al Poder!, ¡NO al Capital!: así de simple; y quien quiera convertir

eso en anarquía, ya lo está metiendo en su casa; porque bajo el Régimen del Bienestar ¿cómo

no va a haber una casa también para la anarquía y la acracia?: la hay, por desgracia, y bien

establecida; de manera que ¡fuera!, ¡fuera casas!, deshacer la palabra, y decir ¡NO al Poder!.

¿Me temo que se va haciendo tarde y quiero cerrar?

PROF. ALEGRE — Sí.

A. G. C. —... salvo que ella... No hay tiempo ya de cerrar de verdad, porque yo pensaba

hacer otro tanto, saltando desde Sócrates a nosotros, pero, bueno, por lo menos os lo voy a

dejar en breve, para ver si remacho en la herida.

Durante la Edad Media, desde que empiezan a resurgir las letras, es decir desde que

empieza a volverse a aprender a leer, en latín en Occidente y en griego en el Imperio Oriental,

después de lo que llaman una época tenebrosa, vuelve a reproducirse el mismo proceso. En

este caso, como los teólogos cristianos, los primeros padres de la Iglesia, habían sido muy

listos, muy lúcidos, habían tomado la palabra griega λόγος, la misma que hemos dicho ‘razón

común’ a propósito de Heráclito y todo eso, y la habían aplicado a la Segunda Persona de la

Trinidad, λόγος, que los latinos tradujeron uerbum, resulta que, de alguna manera, la razón

estaba incorporada en la Teología. Es desde ahí desde donde tenéis que intentar entender los

muchos y muchísimas veces muy ilustres, muy ilustrativos, líos de la Teología medieval; es ahí,

a lo largo de todo eso, donde desde luego se vuelven a descubrir las paradójicas

contradicciones de los antiguos, aunque no sea por una lectura directa: vuelven a descubrir las

paradojas de lo infinito, que tenía que aplicarse para Dios. Hay algunos que se enredan en la

contradicción de lo infinito, al estilo de Giordano Bruno, se hacen del todo intratables para el

Poder, que en ese momento es la Iglesia, y acaban, como sabéis, quemados en el Campo de’

Fiori de Roma (hay algunos casos estremos de eso); otros que están ya haciendo la

recostrucción y que hacen compatible lo de ‘infinito’ de alguna manera con el Todo, y con

teorías positivas, del orden de Copérnico, Kepler, Galileo mismo, y no llegan a sufrir tanto

como eso: simplemente hacen que la doctrina de la Iglesia se vuelva más sólida, precisamente

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por esa aportación de las alusiones a lo sin fin , a lo infinito; pero a propósito de Dios, que es el

ejemplo supremo de eso de ‘el que es es el que es’, ‘lo que es es lo que es’, que para los

antiguos he estado citando, tenían que encontrarse, naturalmente, las contradicciones más

estrepitosas, porque, por un lado, se le tenía que aplicar este ideal que es el TODO, que es

incompatible con la Realidad (por ejemplo, todopoderoso, omnipotente, omnisciente y todo

eso), pero, por otro lado, no se podía consentir que hubiera más, que hubiera más, allá. La

verdad que nosotros descubrimos es que la Realidad no es todo lo que hay: por el contrario,

hay (no existe, pero hay) más. Dios tenía que habérselas con esto: por un lado, tenía que existir

(el verbo se inventó para él, como un truco fundamental, aunque después se nos ha metido a

la gente por todas partes, se inventó para él), tenía que ser real, un ens realissimum, y al

mismo tiempo tenía que encerrar dentro de sí la verdad sin fin desconocida, convirtiendo lo sin

fin en un infinito doméstico, donde la negación aparece en la forma in-, incorporada, lo mismo

que la negación ἀν- en la forma de anarco, anarquía o acracia, y eso da lugar a toda una

colección de problemas en <los> que no me puedo detener.

En lo que sí quiero que insistáis es en que el proceso dialéctico de descubrimiento de la

mentira, de lo que se ha establecido, las teorías anteriores, las doctrinas políticas anteriores,

para pasar después a curar esta herida con otra teoría física o con otro sistema político, mejor,

que incorpora ya la negación, eso se da tanto por la vía de la Política como por la vía de la

Física, los dos terrenos que antes os he separado cuando os hablaba, por un lado, de

Anaxágoras, Epicuro y tal, y, por el otro, de los políticos, los sofistas políticos, ¿no?: van por un

lado y por otro, ¿no?, y uno puede encontrar hoy día, asomándose un poco a los hervideros,

tanto en el campo político como en el físico, el mismo debatimiento: por un lado, el honrado,

irreprimible empeño de decir “¡pero si eso no es verdad!”, en los problemas físicos de

‘observador’ y ‘observado’, en los problemas de la Mecánica Cuántica de cómo hacer que dos

fotones (nada menos) enredados entre sí sean distintos, pero que puedan comunicarse a

velocidad superior a la de la luz para que el uno le avise al otro, de forma que responda con la

misma fórmula matemática que responda él, con lo cual parece que los dos se reducen a uno;

lo mismo ahí que cuando en sicoanálisis o en cualquier cosa la cuestión se plantea respecto a

uno mismo y a la mentira de uno y el descubrimiento, como antes os he dicho, de que el yo no

soy yo (yo es verdad, pero yo no es nadie), de que el yo no soy yo, por cualquier sitio que lo

queráis seguir, no... Me hubiera gustao sacaros también aquí la manera en que, resucitando

los debates teológicos, don Miguel de Unamuno sacaba esto haciendo que un monje hablara a

Dios, diciéndole “que, envolviéndome todo, eres mi centro, / pues eres tú más yo que soy yo

mismo”13, “pues eres tú más yo que soy yo mismo”: es con este invento unamuniano del

monje cisterciense hablando con esa especie de Dios y que tiene que ver con todo aquello del

descubrimiento de la vanidad del CONÓCETE A TÍ MISMO, del ΓΝΩΘΙ ΣΑΥΤΟΝ, que os he citado

a nombre de Sócrates...

Ah!, y os quiero citar a don Antonio Machado, aparte de lo que Isabel ha sacado (tal vez

podemos dejarlo ahí): es otro de los proverbios juveniles además. Él acertó yo creo que a

decirlo bastante bien, aunque queda un poco ambiguo: “Algunos desesperados / sólo se curan

13 “Recuerdo de la Granja de Moreruela”: III, vv. 13-14, en: Miguel de Unamuno, Andanzas y visiones españolas, Renacimiento, Madrid, 1922, p. 12 (Espasa-Calpe, Madrid, 1940, p. 14; Poesía completa, 2, Alianza Editorial, Madrid, 1987, p. 36)

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con soga; / otros con cuatro palabras: / la fe se ha puesto de moda.” Éste es uno de los

proverbios juveniles. Os voy a decir un momento en qué pienso que queda todavía un poco

demasiado ambiguo, pero en lo que acierta. Él, desde luego, cuando dice “la fe se ha puesto de

moda”, está aludiendo pues a las doctrinas sicoanalíticas y siquiátricas y las demás

desarrolladas ya en su tiempo: “cuatro palabras”, “algunos desesperados / se curan con cuatro

palabras”, como se siguen curando entre nosotros, por obra no voy a decir ya del Sicoanálisis o

de las diferentes formas de Sicología desarrolladas por acá y por allá, y vendidas a más o

menos precio, por doquiera, en el Mundo Desarrollado; pero, claro, como lo de la soga, lo de la

posibilidad del suicidio, no se puede decir que se ha puesto de moda, ahí eso es lo que hace

quedar la cosa un poco ambigua… No, parece más viejo, parece más viejo, pero conviene

incluírlo, conviene incluírlo también, porque lo uno y lo otro exigen igualmente la fe. Desde

luego, hace falta estar demasiado aterrao, demasiado necesitao de recostruír su mundo, de

hacerse un porvenir, de asegurarse un porvenir, para acudir al médico, al sicólogo, al siquiatra,

para que le ayude a esa recostrucción: hace falta, hace falta mucha fe y mucho

reconcentramiento en la fe; pero para sacar conclusiones dentro de uno mismo como la de

quitarse de enmedio, la de matarse, hace igualmente falta fe: sólo quien cree, sólo quien cree

en su mundo, cree que quitándose de enmedio está llevándose consigo el problema que le

está matando; y, evidentemente, el problema que le está matando de verdad, que es el de la

propia Realidad, ése, con un acto más, con un acto más que, desde el punto de vista de la

Realidad, es trivial, como el de quitarse él de enmedio, pues no va a adelantar nada; de

manera que la fe se ha puesto de moda en un caso y en otro y, si no se ha puesto de moda, es

que ha estao de moda desde siempre o, por lo menos, en estos dos, a lo largo de estos dos

periodos que tan brevemente os he recordado, de los presocráticos, sofistas y Sócrates, la

recostrucción platònico-aristotélica, el descubrimiento nuevamente de las contradicciones y

de el sinfín de verdad que no se sabe, y la necesidad de aferrarse a la Realidad, el

descubrimiento de la contradicción entre el Yo y yo de verdad, por lo menos, a lo largo de

estos breves pasos de nuestra historia... De manera que se nos ha hecho muy tarde.

PROF. ALEGRE — Agustín, gracias por haber venido,

L-A. BREDLOW — te esperamos otra vez.

[APLAUSOS]