Revista VEOVEO # 25

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Al anochecer, la pequeña Tami, una niña de cabello negro y brillante, se sentó al pie de un árbol de capulí. Las ramas del gigante simulaban con el viento un baile alegre y delicado, parecía que festejaba el inicio de la noche.

- La pequeña subió por el tronco hasta una de las ramas más altas, fijó sus ojos grandes en el poncho de la noche y descubrió como, poco a poco, aparecían las estrellas.

- 1,2,3… 33… 86… La niña se había propuesto contar todos esos puntos brillantes del firmamento.

- Te faltan las del fondo, le dijo el árbol de capulí, quien sostenía a Tami en una de sus ramas.

- La niña pudo reconocer más de cien estrellas distintas. Casi de inmediato notó que esos resplandores bailaban en grupos, cada lucero había salido a jugar junto a sus padres. El árbol y Tami se unieron sin dudar al bailoteo, decorando de luz y de colores todo el valle.

- A lo lejos, sobre los márgenes del horizonte que dibujaban las montañas, se podía ver los rayos de una pequeña estrella que había vagado sola por

mucho tiempo. La estrellita se escondió detrás de una nube para que nadie la vea, era una estrella tímida y no quería incomodar a nadie. Cuando el árbol de capulí notó su presencia dijo:

- Hija no te escondas, al fin te encontré.

- La estrella asomó su cabecita por encima de una nube y, dudando, se acercó a Tami y al árbol.

- No puedes ser mi mamá, eres un árbol y yo una estrella– La vocecita de la estrella era muy aguda. El árbol la recibió en sus ramas y le insistió:

- Te he buscado desde hace mucho tiempo, eres el pedacito que le faltaba a mi corazón.Tami rodeo con los brazos a la estrella y entre risas dijo:

- Ñañita, lo que une a una familia es el corazón.

- Desde entonces es muy común ver a la estrellita y a Tami jugueteando entre las ramas del árbol más alto de Capulí, aquel que crece en el valle de nuestra ciudad.

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