REVISTA VEOVEO 58

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Martín casi no durmió esa noche porque su inmensa alegría no lo dejaba descansar, pues estaba de vacaciones y

-ría la playa de la que tanto le habían contado. Su padre le había dicho que esta vez sí podrían salir de la ciudad cuando terminara la escuela y ese era precisamente el día que tanto había esperado.

-¿Cuántos días faltan para ir a la playa? Era la pregunta diaria de Martín

Y sus padres contestaban con mucha paciencia:-Ya faltan pocos días Martín, ya faltan pocos días.

saltó de la cama como un resorte al escuchar a su mamá haciendo ruidos en la cocina, se vistió como un rayo y tomó su mochila que había arreglado

desde hacía dos semanas y en la que había colocado sus zapatillas, baldes y palas para la arena, pelota, lentes, pantalón de baño, una toalla, todos sus muñecos y por supuesto, con la cabeza saliendo de su maleta, estaba su pequeño perro Manchado, un pequeño dálmata que ladraba sin parar como queriendo demostrar también su alegría. Tan feliz estaba Martín que no pensaba en nada más. Su madre sonreía al advertir su gran emoción.

Salieron muy temprano hacia la terminal, donde debían tomar un bus que los llevaría a la playa de

desde hacía dos semanas y en la que había colocado sus zapatillas, baldes y palas para la arena, pelota, lentes, pantalón de baño, una toalla, todos sus muñecos y por supuesto, con la cabeza saliendo de su maleta, estaba su pequeño perro Manchado, un pequeño dálmata que ladraba sin parar como queriendo demostrar también su alegría. Tan feliz estaba Martín que no pensaba en nada más. Su madre sonreía al advertir su gran emoción.

Salieron muy temprano hacia la terminal, donde debían tomar un bus que los llevaría a la playa de

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desde hacía dos semanas y en la que había colocado sus zapatillas, baldes y palas para la arena, pelota, lentes, pantalón de baño, una toalla, todos sus muñecos y por supuesto, con la cabeza saliendo de su maleta, estaba su pequeño perro Manchado, un pequeño dálmata que ladraba sin parar como queriendo demostrar también su alegría. Tan feliz estaba Martín que no pensaba en nada más. Su madre sonreía al advertir su gran

Salieron muy temprano hacia la terminal, donde debían tomar un

llevaría a la playa de

Ayangue que es donde pasarían sus vacaciones ya que ahí vivía don Avilio, un pescador amigo de su papá, quien los había invitado.

Martín estaba tan cansado que no resistió y se quedó dormido durante todo el trayecto, soñan-do seguramente en las hermo-sas vacaciones que tendría. De pronto sintió que su madre le dio un beso y le dijo: - ¡Martin, Martín, despierta! Martin abrió los ojos y no lo podía creer, ¡Estaba frente al mar!

Era como la piscina más grande que jamás había visto, estaba rodeada de montañas y parecía una gran herradura. El sol brillaba como nunca, tal vez mostrando la felicidad que sentía al conocer al nuevo

visitante. Martín tomó su balde y su pala y corrió a la playa, seguido por Manchado que saltaba y ladraba de felicidad; enseguida, junto a sus padres, empezó a hacer un enorme castillo de arena rodeado por un gran foso y colocó a todos sus muñecos como centinelas.

Luego jugaron con su pelota y caminaron por la playa ya casi al atardecer en que el mar empezó a crecer derrumbando el hermoso castillo construido por Martín, él se entristeció y lloró pero sus padres le expli-caron que harían uno nuevo al día siguiente, pues estaban de vacaciones y tendrían tiempo para hacer muchos castillos.

Cada día hicieron algo diferente, se bañaron, jugaron con las olas, recogieron caracoles, estrellas de mar, vieron llegar las barcas de los pescadores, intentaron atrapar cangrejitos, enterraron sus pies en la arena y corrieron detrás de las gaviotas como queriendo volar y al atardecer siempre se sentaban en una barca de pescadores para ver la caída de sol y todos juntos contaban: diez, nueve, ocho, siete… hasta que el sol desa-parecía dando paso a la her-mosa luna y ya en las noches cantaban juntos, contaban his-torias y hacían fogatas.

Fueron las vacaciones más maravillosas de Martín en las

el mar.

desde hacía dos semanas y en la que había colocado sus zapatillas, baldes y palas para la arena, pelota, lentes, pantalón de baño, una toalla, todos sus muñecos y por supuesto, con la cabeza saliendo de su maleta, estaba su pequeño perro Manchado, un pequeño dálmata que ladraba sin parar como queriendo demostrar también su alegría. Tan feliz estaba Martín que no pensaba en nada más. Su madre sonreía al advertir su gran

Salieron muy temprano hacia la terminal, donde debían tomar un

llevaría a la playa de

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