REVISTA TAF Primavera 2009

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Revista del Colectivo Literario "Tirarse al Folio" dirigida por Juan Calderón Matador

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SUMARIO

Poéticamente hablando

Julia GalloEmilio PortaJavier Bueno JiménezJuan Calderón MatadorAlejandro de Diego Martín

Contando historias

Pilar Ugarte MuñozBegoña AntonioJavier Bueno JiménezJuan Calderón MatadorCruz Cartas RíosAlejandro de Diego MartínGraziela E. Ugarte Muñoz

Rincón del ensayista

Theófilo Acedo Díaz

De los libros y sus autores

Juan Calderón Matador

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T A FRevista Trimestral

Nº 1 – Primavera 2009

Dep. Legal:

Director:Juan Calderón Matador

Coordinación:

Lui AntonioliCruz Cartas Ríos

Edita: Ediciones Cardeñoso

Plaza Joaquín Fernández Santomé, 136209 Vigo- España

Tfos: 986435511 – [email protected]

Correspondencia:TAF

(Colectivo Literario TIRARSE AL FOLIO)C/ Benito Castro, 11- 2º-Izq.

28028 Madrid

http://tirarsealfolio.blogspot.com/

Ilustraciones de Juan Calderón Matador

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EDITORIAL

Primavera: tiempo de mañanas amables, de parques, de paseos, de pimpollos y capullos, de alergias, de sangres alteradas, de renuevos, de luces, de colores, de letras y de páginas. Porque para los que gustamos de historias y de versos, siempre es tiempo de palabras.Nace pues esta revista en primavera para llenar sus hojas de palabras. Para recrear sueños, inventar amores, maquinar maldades, hacer y “desfacer entuertos”. Nace para evocar recuerdos, invocar sortilegios, ponerle luz a los colores, hacerle guiños al tiempo. Los que escribimos somos artesanos, obreros, magos con pluma y sin chistera, solitarios, solidarios, aficionados al chisme y la lectura, titiriteros, artistas, charlatanes con un punto de locura, gente corriente en suma.Amigos: pasen y lean.

Cruz Cartas Ríos

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POÉTICAMENTE HABLANDO

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A VECES URGE DETENERSEal filo de la vida, como ahora,al alba, como hoy,hacer miradas ciegas al reloj, bañarse de firmeza y transeúntes,sentarse en el quicio de la calle,tornear su textura de alquitrán,y negociar los pasos.

Ya que a veces el miedo se nos cuelgade las extremidades,nos rumia, nos desgasta,nos pone zancadillas...-es hijo de la vida-, y hay que embocarlo con firmeza,de frente y reestreno.

Entonces la emoción se monta hombreras,nos sacude, refresca y contradice,por eso, simplemente,no puede voltearla mansa eufonía de pisadasen la caligrafía,y resulta imposible definirlas voluptuosidadesde un calzado viejo.

Susurran las bisagras,y las voces se frenan en los diquesde las primeras horas;y sudan las palabras con el pasode tantas sensaciones,-se han quedado cortassobre cualquier papel improvisado-.

Pues, ¿cómo describir con precisiónla luz de la mañana,

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el aroma del viento entre las cejas,el lomo de adoquín bajo las plantas,o la chanza y rocío en algaradadel aspersor de riego?.

No, no asiste el vocablo al cometidode referir el gozodel matinal paseo en libertad.La suerte de la luz abriendo pasodesborda la palabra,y la fija secuencia de la callela sílaba intimida.

Enhebrando caminos,el alma recuperaal parvulario asombrode inaugurar la vista,y se rige con pasos primerizosde cierta oscilación y poderío.

Se avanza en un tanteo de fachadas.porque uno se imaginael dueño del presente,del cielo y las esquinas,del bostezo quebrando la apatía,de esa vanidad impudorosade respirar muy hondo. Se rinde al sentido de la vistael sincero agasajode juntar las pestañas.¡Pertinaz singladura-huésped de mi zurrón-,persiguiendo la dicha! JULIA GALLO

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VENTANA A Bill Gates, inventor de ventanas

Es una ventana.Pero es mucho más que una ventana.Es el lugar al que me asomo cada díapara encontrarme con el mundo.Es el lugar por el que miro sin que me vean.Por el que viajo sin hacer la maleta.Por el que sueño sin dormir.

Es un espacio lleno de profundidad.Como un pozo sin fondo, pero hacia arriba.Como un cielo cuadradito y pequeño.Una pantalla delimitada y clónica,mapa de todas las posibilidades.

Yo me asomo a ella. Y me asombro con ella.Tan a mano. Tan concreta. Tan simple.Sin más cortinas más que las de mi mente.Sin más cristal que mis decisiones.

Es una ventana clara y silenciosa, De dimensiones reducidas.A veces, cuando la enciendo, me parece mentira su existencia.

En su alféizar de teclashe colocado todos los sueños del mundo.

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Y en sus estanterías invisibles, la memoria y la vida.

YO CAMBIO LOS DESIGNIOS

Yo abato los conjurosy desvío con mis manosla fuerza oculta del giro de los astros.

Soy su dueño, no su poseído.

BARRERAS

Lo que nos separaes demasiado grande:una autovía, un reloj de arenas movedizas, el agua corriente de la inmisericorde vida de los otros, la línea defensiva de los países,las ciudades ruidosas e invisibles, la distancia hacia todo, la distancia.

Lo que nos une tiene menos peso: tan sólo el silencio y algunos conceptos.

Se rinde al sentido de la vistael sincero agasajode juntar las pestañas.¡Pertinaz singladura -huésped de mi zurrón-,persiguiendo la dicha! Emilio Porta

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Javier Bueno Jiménez

NIÑO CON PALOMA (1953)Hay un niño que empieza a caminar la senda del vivir, limpio, inocente, ignorante del cepoque muerde en cada esquina,sin saberque hay raíces cuadradasque acuden a clavarse en las rodillas, y madres que se ausentan,a veces para siempre.

-Dime, paloma, ¿cuándo me crecerán las alas, para poder, como tú,ver desde arriba el mundo?

Tendré que recorrer multitud de pupitresdonde clavar mis codos y verter muchas lágrimas,recorriendo el caminocon la luz apagada,pisando a los caimanes, recibiendo mordiscosal extender los brazos, y al finalrecoger los despojos y caminar sin rumbo, mirando al cielo y esperando que un día nos acoja , después de que la vida se detenga.

-Dime, Paloma,¿cuándo me crecerán las alas,para poder, como tú,ver desde arriba el mundo?

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Juan Calderón Matador TURQUÍA

Me acoges en septiembre,tendida y amarilla,agrietada y sumisa, Capadocia.

Me acoges con tu trajede pan sobre la enagua,con las lejanas vocesde las hadas remotas que cocinanleyendas con cilantroy ritmo juguetón en las caderas.

Me acoges gris y huecacon una calidezde lava adormecida, como ancianaderrumbada después de haberle dadola leña de su cuerpoal hombre propietariode su voz y su ajuar.

Entre las sílabas me acogesdel vendedor de alfombras,en la canción de seda y lanay el baile coloristade los trajes de suelo,en el sorbo ambarinodel té que nos ofrecesy en el dulce bocadode miel y frutos secos.

Me acoges con las lucesguardadas en el fondodel ojo de Medusa.

Me acoges y me rindofrente a la inmensidad del trigo,bajo el kilim sereno de tu cielo,sobre esa tierra sin furorque me ofrece un muestrario de bondadespara que escoja y vuelva.

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Alejandro de Diego Martín

DON JUSTINO

Me enterraron siguiendo el protocolo católico,en un pueblo donde nunca había sido párroco.Algunos seminaristas me recuerdan, pocos, por buena persona, que es lo que soy,los más, por mi afición al toqueteo.Mi amigo, el Señor, sigue sin acertar,todavía hoy, discute, la mejor fórmulapara seleccionar a los de vocación inquebrantable.Yo lo resolví a mi manera, el indómito, fuera.Logré los mejores resultados de mi tiempo,la fórmula era muy sencilla, primero confianza,después halago y para concluir, satisfacción.Cuando me encaprichaba demás, con fracaso,paliza para reconducirle, el motivo, lo de menos.Y así llegué a convertirme en un clásico.Hoy, que ya ha transcurrido medio siglo y los armarios,aunque más vacíos, andan con igual o peor fondo,mis discípulos aplican parecidas fórmulas de elección.Escoger a los mejores nunca fue tarea fácil, la táctica,obediencia y sumisión frente a castigo y expulsión.

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CONTANDO HISTORIAS

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PUENTEVIEJO Pilar Ugarte Muñoz

Detuve el coche en el mirador. La mañana, aún sin despuntar, se abría paso trabajosamente entre la neblina algodonosa que planeaba sobre el pantano, como amorosa manta que lo resguardase de la inhóspita madrugada serrana.

-¿Impresiona, verdad?La voz a mi espalda me sobrecogió, no oí llegar al hombre, anciano aunque recio

como su tono. Llevaba una bolsa verde, de cazador, colgada al hombro, y sacó con parsimonia un termo que apoyó en el antepecho del mirador. Sirvió dos vasos de café humeante y me ofreció uno, que agradecí encantado.

-Demasiado dulce- protestó tras el primer sorbo- Siempre igual, la hija es tozuda, como a ella le gusta así…

-Usted no es de la zona- añadió convencido- Conozco a la mayoría, incluso a algunos de los que descansan allí abajo.

Señaló el agua, suspirando compungido, y se santiguó con la cabeza gacha musitando una breve oración.

-Yo nací aquí, en Puenteviejo, así se llamaba el pueblo. Muchos de mis antepasados están enterrados en él. Bueno, sumergidos. El pantano se tragó todo: el cementerio, las casas, las huertas, la iglesia y el puente; una maravilla de puente, el orgullo de los vecinos.

-Era yo un mozalbete, cuando por la comarca se corrió la voz de que las autoridades planeaban hacer un pantano en la zona; en los diversos pueblos los mandamases hablaban y no paraban de barajar la posibilidad de que les tocase la china, aunque todos encontraban justificaciones para pensar que fuese otro, y no el suyo, el que se anegara. En Puenteviejo era, precisamente, el puente lo que nos podía salvar; una construcción centenaria, mudéjar, con quince arcos primorosos y en perfecto estado de uso. De nada sirvieron las reclamaciones, las protestas… Pudo con la belleza el progreso, que todo lo arroya. Una pena.

El anciano hizo un alto para encender un cigarro, con la mirada perdida en el fondo del barranco, mientras fumaba. La niebla se retiraba, colgada a jirones en la arboleda, y la mañana afloraba bochornosa, sucia de nubes que parecían aprisionar al aire preñado de humedad.

-El que más alzaba la voz era Jacinto, un huérfano al que todos los vecinos remediaban de una manera u otra -continuó el hombre entre volutas de humo- Era un mocetón tan grande como inocente y entrañable aunque, para no faltar a la verdad, le diré que algo corto de entendederas. La cuestión es que el muchachote, ¡vaya usted a saber por qué!, desde siempre se sentía dueño y señor del puente; lo recorría incansable montando guardia, supervisando quién pasaba y a qué hora salía o regresaba, qué trasportaba aquella mula o un carro. Tanta era su querencia, que se construyó un

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chamizo bajo una de las arcadas asentadas en tierra firme, donde pasaba día y noche en cuanto verdeaba la primavera y hasta que los árboles amarilleaban.

Cuando máquinas y operarios llegaron, se empezó a dinamitar por un lado, a construir por otro y ya no cupo duda de que nuestro pueblo fuera la víctima de tamaño desatino, Jacinto pareció enloquecer; su cortedad no alcanzaba a asumir el inminente acontecimiento y ya nadie ni ningún argumento logró apartarlo de su puente: se atrincheró y él, que jamás se mostró violento, amenazaba con liquidar a cualquier hijo de vecino que se atreviese a perjudicarlo. Así pasó el pobre mozo casi dos años, en un sin vivir hasta el 56, que llegó la orden indiscutible de desalojar el pueblo. No éramos demasiados, la verdad, ya muchos habían emigrado y otros muerto, pero a los que quedábamos se nos hacía duro abandonar el terruño, máxime cuando sabíamos el destino que aguardaba a nuestras casas, nuestros difuntos…

Aquella mañana, comenzando el alba, las campanas no cesaron de tocar a muerto; nos turnábamos para tañerlas, como un aviso, una despedida…

Desde este mismo mirador todos los vecinos nos apiñamos para ver entrar el agua, la mayoría llorando y los que no, sacando pecho para no hacerlo.

Se cubrieron las calles, las huertas, los arcos del puente, los tejados… Cuando ya sólo se veía la torre de la iglesia, las campanas volvieron a repicar graves, urgentes, a rebato como en los incendios, entonces reparamos en que Jacinto no estaba en el grupo.

Fue tal día como hoy y vengo todos los años, sin faltar uno, para que sepa que no le olvidamos, para que no se sienta tan solo Jacinto. Porque él también recuerda la fecha, no vaya a creer.

No le contradije; la historia sonaba a leyenda, y el anciano me adivinó en la cara el escepticismo.

-La juventud es incrédula, lo sé, yo también fui joven- consultó un reloj de bolsillo sonriendo socarrón- Espere y verá, faltan pocos minutos para la hora.

Fue el viento, la sugestión, el convencimiento sin quiebra de aquel hombre… Nunca he alcanzado a comprenderlo. Lo que sé es lo que vi: el agua, serena como una lámina plomiza hasta ese momento, empezó a sacudirse formando círculos, ondas que partían del centro y se ampliaban lánguidas, sin prisa por alcanzar las orillas polvorientas. También sé que escuché un resonar mate de campanas surgiendo del fondo del embalse, un repique primero insistente, como notificando desdichas, clamando después monótona hasta concluir con un solo campaneo largo, apenado igual que una despedida categórica.

FIN

LA OTRAPilar Ugarte Muñoz

Me desperté, la abracé, y supe que no era Adela. No necesité abrir los ojos para saberlo. En el cuarto ajeno se respiraba sosiego, aroma de piel lozana y canela almibarada, que me embriagaban hasta hacerme perder el sentido. Y también el pudor a mostrar mi cuerpo gastado que sentía más patético, si cabe, al acariciar el suyo. Ella aceptó el abrazo con alegría, ansiosa por participar, por complacerme, y me olvidé de otra carne marchita, de las disputas caseras, de la monotonía de palabras que suenan a ruido, de besos que no saben a nada. A cenizas, si acaso. Y hasta del mercantil oficio de aquella extraña, fantaseando con el espejismo de su amor desinteresado.

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FIN

ASÍ SERÁ EL FUTUROBegoña Antonio

La sala es un cuadrado perfecto, las paredes reflejaban agua en movimiento, es un efecto común en algunos hogares y oficinas, relaja las mentes. La puerta se abre y aparece el ingeniero.

- ¿Cómo está Mr Rogers? - Desearía estar mejor –le digo

- Déjelo en nuestras manos, usted ha tomado la mejor decisión, borraremos esas ideas, dejará de tener las emociones que están modificando su cuerpo; las arrugas de sus ojos, la flacidez en sus pómulos, las venas inflamadas, la sequedad de la piel… toda enfermedad desaparecerá.

- ¿Podrán borrar las emociones, dejaré de tener recuerdos terribles? –le pregunto con ansiedad. - Mr Rogers, las emociones le están destrozando y tenemos que actuar antes de que sea demasiado tarde y su organismo no pueda remontar, ha habido demasiado rencor por años sin que usted se haya prestado atención. -Me mira fijamente a los ojos, toma mi brazo, me sienta en el sillón y nuevamente recitó mis enfermedades.- Ingeniero, me preocupa perder recuerdos, son mi vida ¿qué haré sin ellos? ¿quién seré entonces? -Estoy a punto de llorar, algo que ya nadie hace, casi todos se han sometido a tratamiento para no sentir tristeza- Nosotros le garantizamos que en una sesión dejará de tener las emociones que están colapsando su cuerpo, el efecto colateral lógico es que borraremos ideas, parte de un pasado innecesario ¿me comprende?- Si -Contesto desolado.- Relájese, sienta el efecto del agua, en unos minutos estaremos listos para empezar, una nueva vida le espera. –Dirige la mirada hacia la pantalla inserta en mi sillón. -Lea detenidamente el seguro que incluye el tratamiento y escriba su código, es un mero trámite. -Me da la espalda y abandona la sala.

Respiro, me palpo el pecho, nunca me he sometido a ninguna prueba ¿cómo me sentiré sin rencor?, es algo que me pertenece, es un sentimiento ¿podré vivir sin él?. Conozco amigos que se han sometido a tratamientos para erradicar la tristeza, también conocí a un tipo que se sometió a tratamiento contra la obsesión, creo que les ha ido bien, en realidad no recuerdan nada. Pienso en Susan, en la repugnancia que le produce mi sensibilidad, me dejó, ella necesita alguien risueño, un tipo duro al que nada haga mella. La odio.Cierro los ojos, quiero hacer el trabajo solo, borrar las emociones terribles que me envenenan, pero sé que no puedo. Me quedan solo unos minutos para mis recuerdos.

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TERNERA TERIYAKI

Javier Bueno Jiménez

Pedro se había pasado toda la semana rondando a Laura, una chica nueva del departamento de postventas que tenía locos a casi todos los “tíos” de la compañía. Era conocida por “ La dama de Shangay”, debido a su afición por la comida oriental. Todos los días en que se quedaba a comer en la oficina no fallaba: “Tele Sushi” y té verde con miel. Pedro lo tenía bien planeado. Una cenita intima en un Japonés recién inaugurado, luego unas copitas en un pub de moda, la última en casita, y.... bueno el no estaba nada mal. Ante la propuesta de ir al ”Mikado Lounge”, Laura no pudo resistirse. Una vez concertada la cita para el sábado, Pedro respiró tranquilo, y pasó el jueves y el viernes imaginando la noche de frenesí que le esperaba. Por fin llegó el día, el restaurante era acogedor, con pequeñas mesas lacadas en negro y manteles individuales rojos, de esterilla. Una chica menudita, con sonrisa programada, les acomodó en una mesa junto a la escalera de bajada a los aseos. Había en total una docena de mesas, de las cuales ocho ya estaban ocupadas. Seguidamente, les entregó sendos abanicos de color negro. Pedro se apresuró a decir:

- Gracias, yo no tengo calor.- No, señor, no calor, abrir abanico, abanico ser carta para ver comida.- Qué torpe, sí, claro, je je...- Puedo recomendarle la ternera teriyakí, especialidad del chef.- Ternera, no, va a ser demasiada carne esta noche, je,je. -A lo que Laura replicó- ¿Que quieres decir? Me parece que tienes unas gracias un poco patosas.- No, mujer, es una tontería, pide tú que tienes mas costumbre. - Pues tráiganos un menú degustación, así lo probamos todo.- Está bien, señores, muchas gracias.

Pedro se quedó un poco desconcertado, pensando que había hecho el ridículo. Bajó la vista y bebió un poco de agua. De pronto, su cara experimentó una profunda transformación de sorpresa y angustia. Laura le preguntó asustada.

- ¿Qué pasa?- Habla bajo; pasa que han entrado dos tíos con la cara tapada con una media, que

veo una pis... pis... pistola, y el otro lleva un cuchillo de monte. ¡No te muevas!, ni te des la vuelta. Coño... coño... mierda.

De pronto una voz se alzó y gritó:- Estén tranquilos, si colaboran no pasará nada, sólo queremos que nos entreguen

el dinero, joyas y otros objetos de valor que puedan tener. Si no hacen ninguna tontería nadie saldrá perjudicado. Ahora vayan bajando por la escalera a los aseos y quédense desnudos.

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Los gritos empezaron a sucederse. El tipo de la pistola irrumpió en la cocina y sacó a los cuatro empleados. Un tercer asaltante entró, con otra navaja. Los comentarios de la gente ante el miedo y el nerviosismo se sucedían en un tono de letanía histérica.

- ¡Hay mi cadena de oro!, la que fue de mi madre, a mi no me la quitan, yo me la trago, yo me la trago.

- Pero qué dices, chalada. ¿Te quieres ahogar?- Yo no me quito la ropa, sinvergüenzas.- ¡Pilar, guárdate el anillo ahí!- Ahí ¿dónde?- ¡Dentro del coño!, joder, ¿dónde va a ser?- ¡Qué vasto eres! Ni en público te moderas, eres un asqueroso.- Dios mío qué noche, a mí me da un ataque, ¡Qué mala me estoy poniendo! Ay,

qué mala, no puedo respirar.- Manolo, Manolo, me he hecho pis, qué vergüenza, con lo limpia que soy yo.- En la cisterna, quite la tapa y vamos ha echar los billetes dentro.

Los atracadores bajaron con una bolsa de plástico, y pidieron a todos que echaran dentro los bolsos y carteras. Y que se metieran todos en los dos servicios y no salieran hasta pasados diez minutos.

- Pero si no cabemos, es imposible.- ¡Ayyyy! Qué calor, no se puede respirar, creo que voy a vomitar.- Ni se le ocurra vomitar.- Es la última vez que vengo a un sitio pequeño a comer, cuando quieras cenar

fuera de casa al “MacDonals” Pasados diez minutos salieron todos con la cara mas blanca que la pared. Nadie quiso llamar a la policía, ¿para qué? ¿Para pasar otras dos o tres horas en malas condiciones? Bastante habían tenido ya. Fueron abandonando el local. Pedro le dijo a Marta si quería ir a su casa, aunque fuera a tomar una tila. Marta le respondió que no, que en una larga temporada no saldría a cenar fuera de su domicilio. Un buen video, “Telepizza” y cualquier cosa.

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CARTA DESDE UNA ALDEA

Juan Calderón Matador Bravoacantilado, Lunes, en primavera

Anónimo/ a lector/ a:

No sé cuanto tiempo habrá transcurrido desde el momento en que escribo esta carta y el día de su llegada a tus manos, ojalá sea poco pues ya anhelo y espero una pronta respuesta. Habrás visto que mi medio de envío no es el más adecuado para los tiempos que corren, pero en este apartado rincón sigue siendo muy útil. No puedo decir que no exista un servicio de correos que, aunque precario, existe, es solamente que me exigen poner un nombre y una dirección en el sobre, y yo desconozco ambos datos; es por eso que utilizo la botella y el mar. Tal vez te parezca raro, anticuado, y sobre todo inseguro este sistema, pero te puedo asegurar que en la aldea lo utilizamos todos y, hasta ahora, nuestras misivas siempre han llegado a su destino; al menos eso es lo que asegura Benita, la dueña del oleaje y las corrientes marítimas. Dice que, en sus setenta años de vida, jamás se ha extraviado una sola de sus botellas. Algunos paisanos no la creen, pero yo no tengo dudas de que dice la verdad. No hay más que verla, convocando a las olas desde el acantilado, para darse cuenta de que éstas obedecen y vienen mansamente hasta la orilla a recoger sus envíos. Ella musita unas palabras, que nunca consigo entender, y lanza suavemente la botella al agua. A la mañana siguiente la carta ha desaparecido; las olas-cartero se encargan de llevarla a su destino, como han hecho con la mía, por eso está ahora entre tus manos.

No sé si eres varón o hembra, tampoco importa mucho. Yo tengo que decirte que los lunes, miércoles y viernes soy mujer, los martes, jueves y sábados, hombre, y los domingos unas veces tritón y otras sirena.

Este pueblo es muy pequeño, los habitantes pueden contarse con los dedos de mi cuerpo, y nunca pasa nada. Los jóvenes marcharon a otras ciudades más grandes y los viejos van desapareciendo poco a poco. No hay ningún niño. Yo soy la persona más joven, pero no voy a decirte cuántos años tengo porque es lunes y, por tanto, hoy me toca ser mujer, y las mujeres jamás confiesan su edad; eso es lo que dice la protagonista de una novela que leí hace tiempo. Tú tampoco tienes obligación de decirme la tuya aunque, si eres hombre, no tendrás inconveniente. Lo digo porque, al ser mujer en este

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momento, no puedo reprimir la curiosidad; además, en la novela, el novio de la chica le dice que tiene treinta años, en el mismo momento de conocerla. No me hagas caso, haz lo que quieras y cuéntame sólo lo que creas conveniente. Yo, desde el mismo momento de lanzar al agua, por mediación de Benita, esta carta, bajaré cada mañana por los acantilados hasta la orilla, y no creas que es fácil pues son muy altos y resbaladizos, a esperar tu respuesta. Tengo muchas ganas de saber dónde vives, cómo eres... Seguro que tendrás muchas cosas que contarme, no como yo que apenas puedo decirte nada, aunque sí puedo presumir de que nuestro mar, nuestros acantilados y todos y cada uno de los pocos rincones de mi aldea, me parecen lo más bonito del mundo; claro que, como nunca he salido de aquí, no tengo muchos lugares con los que comparar. Una cosa tengo clarísima: en ningún sitio puede existir otra Margaplumas como la que yo tengo. Es mi mejor amiga. Se trata de una gaviota, blanquísima y preciosa, que, cada tarde, viene a hacerme compañía. Tan pronto me acerco a la explanada anterior al acantilado, revolotea a mi alrededor y, lentamente, se posa junto a mí. Yo le cuento mis cosas y ella escucha en silencio, comiendo en mi propia mano las migajas de pan o los trozos de pescado que le llevo. Luego canta un poco y se despide hasta el día siguiente. Nunca ha faltado a nuestra cita. Eso sí que es una buena amiga, ¿no crees?. Y ya no voy a cansarte más con estas cosas de aldeana sin importancia. Tu carta sí que será bonita y llena de sabiduría, no como esta.

Antes de despedirme quiero que sepas que todo mi ser rebosa amor y ardo en deseos de entregarlo a manos llenas a esa persona que quiera recibirlo. Si eres tú esa criatura que me ha asignado el destino, yo sabré quererte como mujer si eres hombre y como hombre si eres mujer. Desde hoy, en mi corazón, sello un pacto de unión eterna entre nosotros. Escríbeme pronto para que no fallezca entre las llamas de la espera.

Tu Bravoacantiladeña.

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DESEOCruz Cartas Ríos

No puedo mirarle.Sale del agua como un dios joven pespunteado de espuma. Se tiende en la arena,

el cuerpo largo y dorado entregado al sol. Cuando Isabel le llama, se despereza como un gato y camina hacia nosotras con igual andar felino. Unas gotas golosas le resbalan por el pecho, se entibian en el hueco de su ombligo... Encuentra mis ojos y se turba, se revuelve el pelo, como intentando negar la evidencia de mi deseo. Isabel no se entera de nada. - Anda, Daniel guapo, tráenos tabaco. - ... si está aquí al lado, que no te cuesta nada.

Él extiende por fin sus dedos morenos, la mano huesuda que aún no terminó de crecer y luego, mientras se gira, yo me pongo las gafas de sol para acompañarle en su camino al chiringuito siguiendo el ritmo de su paso, la mano apoyada en sus caderas, bajando hasta sus nalgas... - ¿No te parece?, ¡si es que es un desastre! Y ahora a ver si aprueba por fin, aunque para hacer Historia del Arte tampoco necesita mucha nota, ¡vaya ideas! ¡Historia del Arte..., este chico no tiene más que hechuras!

¡Y qué hechuras!, me digo mientras enciendo el último cigarrillo.

No puedo mirarte. Tu pie se ha plantado en mi tobillo y yo me atraganto. Mientras tu padre me

golpea la espalda, te busco los ojos. Encuentro tu cara de niño, cortésmente interesada, ajena al pie invasor que ya ha alcanzado refugio bajo el vuelo de mi falda. ¡No me lo puedo creer! He creado un monstruo. El pequeño Mefistófeles levanta su copa y antes de beber, me la brinda. Bebe despacio, la cabeza ligeramente echada hacia atrás, los labios jugosos recogiendo el caldo oscuro. - Daniel, no te emociones con el vino. - Es que el niño ha salido a su padre, reconoce rápido lo bueno.

Ahora sí enrojece. El pie vuelve a su sitio como un muelle apresado y libre de golpe. Recojo mi servilleta sólo para verle buscar afanoso las chanclas Nike que, con los nervios, ha empujado más allá de su alcance.

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- Pero ¿qué haces, niño? Estate quieto y acaba ya de comer ¡Ni que tuvieras hormigas!

Las mías, las que hace un momento invadían mi cuerpo, han empezado a alejarse, aunque aún sigo notando su ausencia cuando empiezo a comer las peras al ron.

No puedo mirarles. Tan sólo ayer, él espiaba mi vida como un guardián celoso y solícito. Sus manos

y sus ojos formando parte del ambiente, robando la caricia al cruzar un pasillo, al coger un vaso, al alcanzar la puerta... Ya sé, empecé yo. Pero ¡qué buen alumno! Ni siquiera se sorprendió el primer día, la mesa repleta del desayuno, zumos brillantes, frutas encendidas, el pan con textura de bizcocho, el olor tostado del café...

-¿Leche, cacao...? Me pegué a su mano cuando le pasé la tostada. Un largo minuto en el que sentí

su saliva bajar por la garganta delicada, la nuez arriba y abajo como un ascensor descontrolado. Con el dedo índice de la otra mano, recogí la mermelada de naranja amarga del pan y la puse en sus labios. Se dejó hacer. Se dejaba hacer temblando de miedo y de ganas. Mordí un melocotón y le ofrecí la marca de mis dientes para que él mordiera de nuevo. Nuestras bocas juntas en el fruto dorado. Le serví un café negro. Y le calmé el amargor con un beso de nata. Un desayuno completo.

Después robamos más encuentros. Isabel disparata organizando clases, paseos, compras de última hora..., órdenes que Daniel y yo cumplimos gustosos, envueltos en la urgencia de perdernos.

Ahora mi chico me esquiva. Ya no me espera a la vuelta del pasillo con sus manos de fuego.

No puedo mirarles.

Ella es bonita, no digo que no. Pero sobre todo ¡es tan joven! Juega a tirarla al

agua. Entre bromas le roza los senos, la empuja, le enreda el cabello... Todo su cuerpo la

busca.

Ahora se acerca a su oído, se prende a su cintura, creo que su lengua le seca una

gota del cuello...

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F Á B U L A SAlejandro de Diego Martín

LA GALLINA Y LOS POLLUELOS

Tuvo una gallina cinco polluelos en su último incubamiento, pronto despuntaron los pollos y le propusieron a su madre ir a buscarse la vida a otros corrales pues en el suyo había muchos gallos peleones.

La madre gallina, que tenía un almacén muy cortito en viandas, tuvo que hacer más de un milagro para poder llenar el atillo de todos sus hijos y que así no les faltara de nada en el viaje de búsqueda de nuevos cobertizos.

Ese invierno duró mucho, más que otros, y la pobre gallina que ya era algo mayor, lo pasó muy mal porque tenía la despensa vacía y sus amigas se cansaron de asistirla todos los días. Estuvo muy enferma, desnutrida y casi se nos muere, sólo le quedaron los huesos y el pellejo por la falta de recursos.

Y así suele suceder que a “quién da la hacienda antes de la muerte merece que le den con un canto en los dientes”.

EL GRANJERO EGOÍSTA

Había una vez un granjero que no quería saber nada de sus vecinos. Presumía el buen hombre de no necesitar a nadie para hacer todas sus cosas y así transcurría el tiempo de su vida tan feliz.

Se dedicaba nuestro granjero a criar cerdos para luego venderlos en el mercado. Un año que hubo una peste muy mala solo consiguió criar ocho y cuando ya estaban muy gordos los subió a todos en el carro para llevarlos a la feria. Como no quería que le ayudasen sus vecinos, se rompió una costilla y se dobló los riñones en el trabajo de subir a todos al carro.

Al llegar al río buscó el vado más sencillo para pasarlo, pero mira por donde una rueda se partió, resquebrajóse el carro, cayeron todos los gorrinos en lo más profundo y como iban atados, no se podían mover. Empezaron a tragar agua y uno tras otro comenzaron a morirse. El granjero magullado no podía desatarlos y bastante tenía con salvarse él. Algún vecino que lo vio, no hizo ningún caso del suceso, por no ser invitado a prestar auxilio.

Y así suele suceder que a “quién solo se come su gallo sólo ensille su caballo”.

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EL OÍDOGraziela E. Ugarte Muñoz

Todos los sentidos son evocadores y dicen que el olfato más que ningún otro, sin embargo, si tengo algún recuerdo imborrable en la memoria está más relacionado con el oído, de hecho, aún hoy en día a mis ochenta y tres años me sigue resultado inquietante el escuchar el pitido penetrante y agudo que hacen los trenes al entrar en la estación.

Ese simple sonido me traslada en el tiempo y por un instante vuelven a mí todos aquellos sentimientos encontrados y me regresa a la fría estación, a la gente que camina con prisa, que espera expectante, que sube y baja de los trenes; me reúne, de nuevo, con mi familia, la mayoría de ellos hoy desaparecidos, y siento una infinita soledad.

Entonces eran tantas las emociones que se agolpaban en mi mente, sin que mi cuerpo supiera a cuál de ellas dar prioridad, que no entendía realmente qué era lo que sentía, hasta que finalmente pude distinguirla claramente. Había ganado el miedo.

Más de dos años llevábamos sin ver a mi madre, me parecía mentira que la hubieran excarcelado, que regresara de aquel destierro que nos mantuvo alejados de ella por tanto tiempo. Habían pasado tantas cosas que no podíamos contarle en nuestras cartas... ¡Bastante tenía ella con lo suyo! Todos soñábamos con el ansiado momento.

Imaginé tantas veces el reencuentro y, sin embargo, cualquier parecido con la realidad suponía pura ficción. La habíamos echado mucho de menos, es cierto que estábamos con la familia, sus hermanas, es decir mis tías, y la abuela nos habían acogido con los brazos abiertos cuando los acontecimientos se precipitaron y el final de la guerra, lejos de mejorar nuestra situación, marcó el comienzo de un nuevo calvario.

Yo era consciente de que cuando llegara mi madre se establecería el antes y el después de ese preciso momento, una marca indeleble que dividiría el tiempo vivido, por eso era tal la emoción que me costaba respirar, me escocían los ojos y las piernas me flaqueaban. El deseo de volver a verla, de sentir su abrazo tantas veces añorado, de dejar que mi cabeza se hundiera en su regazo aspirando su olor, disfrutando el dulce sabor de sus besos para que sin necesidad de hablar, de pronunciar ni una sola palabra, pudiera conjugar todas mis penas hondamente guardadas en mi joven alma adolescente aún, eso debería llenarlo todo. Contrariamente, en lugar de sumergirme en la alegría del reencuentro, mi mente me llevaba una y otra vez al instante inevitable en que ella preguntara qué había pasado con mi padre, por qué no estaba allí esperándola, por qué no recibía cartas suyas desde hacía años... Era tal el temor que me producía pensar que mi madre no iba a poder asumir la muerte de su adorado esposo, que me sentía incapaz de soportar el peso de su dolor. De ahí mi angustia al escuchar el pitido que anunciaba su llegada, el fin de la mentira, del engaño que habíamos mantenido todo ese tiempo para evitarle un sufrimiento tan terrible alejada de los suyos; se me hizo un nudo en la garganta y una mano invisible me atenazó el estomago con fuerza. Sentía miedo por ella, por mí, por todos y cada uno de nosotros. De no haber sido tan breve el instante en que ví aparecer el tren y ella salió del polvoriento vagón, no creo que hubiera podido soportarlo.

Después, todo quedó atrás. Al ver su figura delgada y oscura, con una tristeza profunda prendida en los ojos y una sonrisa cansada dibujada en la boca dirigiéndose hacía nosotros, que corríamos a su encuentro para hacer más corto el camino que nos separaba, volvió a lucir el día, regresó a mí el calor, ese calor que sólo ella y mi padre sabían darme. No hubo preguntas ni explicaciones; los abrazos, besos y lágrimas lo enjugaron todo.

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Ella debió leer en nuestras cartas la noticia que nunca quisimos escribir, escuchar en los silencios aquello que nos negamos a descubrirle. Cuando llegó ya lo sabía, su alma se lo contó mucho tiempo atrás, casi cuando ocurrió.

Eso fue lo que sentí aquella mañana, nunca he podido deshacerme de la zozobra y el miedo al que una y otra vez me devuelve el pitido del tren al entrar en cualquier estación, sé que ya jamás conseguiré separar de su sonido el temor al dolor, al sufrimiento de mi madre y al mío propio en el momento de nuestro reencuentro.

EL LIBRO

Graziela E. Ugarte Muñoz

Era una mañana plomiza en la ciudad, el agua caía dócil, sin malicia, barnizando todo con un brillo especial, avivando los colores. En la entrada de aquel local cerrado había una mujer de edad difícil de calcular, estaba sentada sobre un montón de cajas de cartón, tapada con una manta y en sus manos cubiertas con mitones, que antaño debieron ser guantes, sujetaba con mucho cuidado, casi con mimo, un libro. Sonreía, parecía feliz con la lectura, ajena al mundo que la rodeaba. Comprendí entonces más que nunca que los libros te permiten vivir muchas historias como si fueran tuyas, traspasando el tiempo y el espacio, conocer otras culturas, otros lugares, otras gentes. Sentí curiosidad por saber el título de aquel ejemplar, pero al acercarme no pude ver las letras. El libro estaba tan viejo que el título estaba borrado de la cubierta y del lomo.

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RINCÓN DEL ENSAYISTA

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SEIS DONCELLAS BAILAN Theófilo Acedo Díaz

Si la música es el arte sensual por antonomasia, la guitarra es su más erótica servidora. Ese instrumento, tan apreciado y familiar en nuestra tierra, hecho por el artesano con el ingenio y la paciencia de cuarenta días y construido con las maderas nobles de los bosques exóticos: ciprés, abeto, sicomoro, ébano, cedro, arce, palosanto…Su origen es remoto y legendario, pero su desarrollo es claramente español. Nadie lo duda. Así, la guitarra –pariente cercana de la vihuela – sirve a la música con la incesante danza de sus seis doncellas “tres de carne y tres de plata” que cantara Federico, formando un conjunto sonoro inquieto, turbador, femenino, excitante y exacto. Conjunción armónica de valores individuales de verificación homogénea en el peculiar rasgueo a la española.Ya las seis doncellas aletean en la redonda encrucijada. Cuatro extranjeras, quizá, con sangre agarena (prima = Mi; segunda = Si; tercera = Sol; cuarta = Re). Los dos bordones concebidos en periodos rutilantes de nuestra historia: la quinta=La fue engendrada por el poeta-músico Vicente Espinel en pleno Siglo de Oro; la sexta =Mi, nació durante la Ilustración. He ahí la guitarra, extraño sortilegio encantador con sus dos potentes personalidades tal aquellos mitos de la cultura grecolatina que fueron hombre y mujer al mismo tiempo. Porque…, la guitarra es femenina en el nombre que la distingue; en la unidad de su forma grácil, sinuosa y, sobre todo, en la estructura de su caja de resonancia, ese incitante espacio hueco en donde penetra el sonido, se funde en el crisol de sus ciento veinte piezas para salir, libre, puro, limpio entregándose al oído hiperestésico de quien sabe escuchar. Son femeninas – claro – las seis doncellas danzantes y, masculino – cómo no – resulta el mástil, en cuya cara plana se dibuja con exactitud milimétrica el diapasón en cada traste. Masculino es también el clavijero que permite templar y destemplar la danza vibradora de las doncellas.He aquí el prodigio de la guitarra: ser al mismo tiempo, conjunto y unidad; noble y popular; aristocrática y villana; alegría y llanto; masculina y femenina cuya cualidad erótica se advierte palpitante desde el barniz que la abrillanta hasta el abrazo y la caricia del intérprete, quien, con la sabiduría de la experiencia, arranca el suspiro, el jadeo turbador, la queja, el sollozo, el grito desesperado, el triunfo del canto enamorado. Ella es en sí misma, el instrumento que más literatura ha producido en todos los géneros. Así ha sido cantada por lo poetas andaluces preferentemente, aunque Antonio

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Machado sentenciara con acritud, refiriéndose a la del mesón de los caminos, que nunca será poeta. Es posible - diría Mairena - porque es poesía. Pocas son la manifestaciones artísticas en las que, de una manera o de otra no se la recuerde o exalte. Los pintores siempre la han tenido en mucho cantándola desde el edulcorado realismo de Julio Romero de Torres hasta la experiencia cubista de Picasso y del madrileño Juna Gris sin olvidar el expresionismo orondo de Fernando Botero.De todos modos, aunque Antonio Machado dijera lo que dijera, su hermano Manuel, amándola ya en sus Cantares, la hizo expresarse en una hermosa décima o espinela (estrofa nunca mejor traída) en la que la guitarra dice de sí misma:

“Hablo, sollozo, deliro…Sé de la risa y del llanto.Con las bocas rojas canto.Con los ojos negros miro.Con los amantes suspiroy rio con los guasones.Son mis notas goteronesde agua fresca en el rosaly tengo toda la salde España en mis lagrimones.”

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DE LOS LIBROS Y SUS AUTORES INVITADA IMPERTINENTE

Juan Calderón Matador

Invitada ImpertinenteAutor: Theófilo Acedo DíazEditorial: Vision Libros

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Theófilo, (con hache intercalada, como gusta al poeta; que no sólo es patrimonio de princesas el poder modificar la naturaleza de las palabras, sustituyendo, añadiendo o ignorando letras en los nombres propios) es amigo desde hace muchos años, con el que a veces comparto labores de jurado en certámenes de poesía y narrativa, compañero de la tertulia Tirarse al Folio. Hacía largo tiempo que venía hablándome de un poemario rompedor, con el que pretendía poner un poco de aire fresco en el oxidado universo de las letras. Pretendía ser impertinente y escandalizar a las vacas sagradas de la poesía y de la crítica. Yo había esperado esa provocación literaria con verdadero interés, convencido de que sería una autentica revolución, pero he de confesar que, una vez tenido el libro en mis manos y leído detenidamente, no he encontrado casi nada de lo prometido, y es que Theo no ha debido reparar en que poéticamente está casi todo inventado y “las vanguardias” pasaron por España hace muchos años.

Puntas de flecha, arbolitos, escaleras ascendentes y descendentes por las que llegar hasta los sótanos donde se esconden las palabras cultas, o subir a las terrazas, desde las que se puede contemplar la vida de los mitos, para que sirvan de referencia al obrero de la palabra, al creador de versos. Estos son algunos de los elementos con los que el poeta ha creado el universo de su invitada. El aprovechamiento de las letras o las palabras para crear caprichosos dibujos es todo lo que aporta el volumen como innovación, aunque como ya he dicho anteriormente no sea tal. Theófilo Acedo Díaz nos ha querido presentar a su nueva criatura como una insolente, y creo que ha errado al intentarlo, pues su poesía es mucho menos impertinente de lo que pretende hacernos creer. En realidad ni siquiera llega a la provocación. Desde mi punto de vista “Invitada impertinente” no consigue alcanzar las expectativas que su autor pretendía, pero al igual que Cervantes, por criticar las novelas de caballería escribió la mejor de ellas, también el poeta ha conseguido escribir un poemario en toda regla, un buen poemario, que refleja las preocupaciones recurrentes de otros muchos poetas: la soledad, el amor, la injusticia...A veces los conceptos se manifiestan de forma un tanto naif, dotados de una exquisita ingenuidad, en otras los versos se hacen adultos y consiguen abrir boquetes sociales en el poema; tanto en un caso como el otro el lirismo está presente y los dibujos no son más que una anécdota. Todas estas razones me llevan a la convicción de que estamos ante un poemario de lectura amena, con sorpresitas que consiguen mantener despierto al lector, expectante ante las pequeñas travesuras y trampas que nos tiende el autor, en las que, como un niño grande, espera vernos caer. Yo he disfrutado con la lectura de esta colección de algo más de cuarenta poemas, a los que además hay que añadir el aliciente de un hermoso prologo a cargo de otro gran maestro de la poesía: José Iglesias Benítez, por lo que animo a todos aquellos amantes del verso a adentrarse por las callejas del corazón de Theófilo Acedo Díaz, en las que seguramente encontrarán el embriagador vino de la vida.

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NOTICIAS DE “T A F”

El Colectivo Literario TIRARSE AL FOLIO convoca susCERTÁMENES LITERARIOS

I CERTAMEN DE NARRATIVA “Maestro Gerardo Muñoz y Muñoz”

I CERTAMEN DE POESÍA “Poeta Juan Calderón Matador”

Las Bases se podrán consultar en nuestro blog:http://tirarsealfoliopremiosyconvocatorias.blogspot.com

PRESENTACIÓN DEL LIBRO “ENCUENTROS EN LA PARISIENA”

El pasado día 19 de Enero presentamos nuestro primer libro conjunto de relatos

“Encuentros en la Parisiena”, en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, de

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Madrid, con gran afluencia de público, que escuchó con interés las intervenciones de cada

uno de los miembros del colectivo.

TIRARSE AL FOLIO Cuadernos Literarios

Acabamos de inaugurar nuestra colección de Cuadernos Literarios, con la publicación de los ocho primeros números: 1- EL SEÑORITO ANTONIO (Juan Calderón Matador) 2- MATERLINK (Javier Bueno Jiménez) 3-CUENTOS DE INVIERNO (Graziela E. Ugarte Muñoz) 4- JULIÁN EL CARNERO (Alejandro de Diego Martín)5- TIEMPO DE ESCARCHA (Pilar Ugarte Muñoz) 6- AQUELLA NOCHE LLOVIERON FLORES (Cruz Cartas Ríos) 7- EL PARAGUAS y otros cuentos (Lui Antonioli) 8- A BUEN PRECIO (Theófilo Acedo Díaz)

LA NOCHE QUE MURIÓ PACA LA TUERTA

Editado por Ediciones Cardeñoso, nuestro compañero Juan Calderón Matador, ha publicado su primer libro de relatos La noche que murió Paca la tuerta. Aunque había sido incluido en varios libros colectivos, este es su primer volumen de narrativa en solitario. Una faceta más que añadir a su consolidada labor como poeta.

TÉ CON PASTAS (DE CARTÓN)

Cada miércoles nos reunimos para intercambiar trabajos, opiniones, y aportar ideas para que nuestro colectivo crezca poco a poco. Una vez al mes celebramos una sesión especial a la que hemos denominado Té con pastas (de cartón), a la que invitamos a escritores que ya han alcanzado relevancia, para que nos hablen de su obra y ofrezcan una muestra de la misma. El día 03.12.08 nos visitó Julia Gallo Sanz, deleitándonos con cuentos y poemas de su autoría. Pepa Botella de Castañer estuvo con nosotros el pasado veintiuno de enero. Leyó cuentos y relatos de su propia cosecha y ofreció un pequeño e inolvidable recital de poesía, acompañada en la percusión por su esposo, el conocido pintor Ramón Castañer. Emilio Porta acudió a nuestra tertulia el día dieciocho de febrero y, con su verbo fácil, nos adentró en los muy interesantes vericuetos de su obra.

T A F Revista Cultural del Colectivo Literario TIRARSE AL FOLIO

Nos felicitamos por haber conseguido poner en pie este primer número de nuestra revista TAF, que tendrá carácter trimestral, y está patrocinada en papel por Ediciones Cardeñoso. Nuestra gratitud a su Director Severino Cardeñoso por su generosidad y amabilidad. En versión digital podrá leerse en el blog del colectivo:http://tirarsealfolio.blogspot.com/