Renato Ortiz, Cultura, Modernidad e Identidades

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NUEVA SOCIEDAD NRO.137 MAYO-JUNIO 1995 , PP. 17-23 Cultura, modernidad e identidades Ortiz, Renato Renato Ortiz: Investigador brasileño, profesor del Departamento de Ciencias So- ciales de la Universidad Estadual de Campiñas, UNICAMP. La conjunción entre modernidad y espacio nacional, propia de la historia y el pensamiento latinoamericanos, se escindió. Parafraseando a los modernistas podría decirse hoy que «es posible ser modernos sin ser nacionales». La globalización provoca un nuevo tipo de desarraigo de los segmentos económicos y culturales elevados respecto de las sociedades nacionales, integrándolos a una totalidad que los distancia de los grupos sociales más pobres, marginales al mercado de trabajo y de consumo. El «Tercer Mundo» vive hoy un proceso de desintegración en tanto entidad homogénea. La mundialidad se encuentra «dentro» de nosotros. Un primer aspecto que funda la problemática de la identidad en América Latina es la formación del Estado-Nación. No se trata, en rigor de un elemento nuevo en la vida de los hombres. También lo encontramos en otros países como Alemania, Italia, España y Portugal. Algunas veces olvidamos que las naciones son frutos re- cientes de la historia y que recién se consolidan en el siglo XIX. Digo nación no solo como un espacio administrativo y militar, sino también como una «conciencia co- lectiva» que liga a sus miembros en el interior de una misma unidad. En este senti- do, la formación de la nación francesa es un producto relativamente actual de la historia El principio de ciudadanía, inaugurado por la Revolución ciertamente re- sultó importante para eso, pero para que el «pueblo» se identificase con un ideal «francés», fue necesario mucho más. Se inventaron símbolos nacionales («La Mar- sellesa», «14 de Julio», etc.), y una lengua nacional, el francés, tuvo que imponer su preeminencia y legitimidad frente a la pluralidad de dialectos existentes. Por otro lado, los hombres que vivían marcados por la realidad de sus «países», envueltos en la dimensión del tiempo y del espacio regionales, debieron ser integrados en la totalidad nacional. En el proceso de formación de esta nacionalidad, la escuela, la prensa, los medios de transporte, desempeñaron un papel fundamental. Un ejem- plo sugerente es el surgimiento de un sistema de comunicación. Antes de su exis- tencia, Francia existía como un país compuesto por elementos desconectados entre

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    Cultura, modernidad e identidades Ortiz, Renato

    Renato Ortiz: Investigador brasileo, profesor del Departamento de Ciencias So-ciales de la Universidad Estadual de Campias, UNICAMP.

    La conjuncin entre modernidad y espacio nacional, propia de la historia y el pensamiento latinoamericanos, se escindi. Parafraseando a los modernistas podra decirse hoy que es posible ser modernos sin ser nacionales. La globalizacin provoca un nuevo tipo de desarraigo de los segmentos econmicos y culturales elevados respecto de las sociedades nacionales, integrndolos a una totalidad que los distancia de los grupos sociales ms pobres, marginales al mercado de trabajo y de consumo. El Tercer Mundo vive hoy un proceso de desintegracin en tanto entidad homognea. La mundialidad se encuentra dentro de nosotros.

    Un primer aspecto que funda la problemtica de la identidad en Amrica Latina es la formacin del Estado-Nacin. No se trata, en rigor de un elemento nuevo en la vida de los hombres. Tambin lo encontramos en otros pases como Alemania, Italia, Espaa y Portugal. Algunas veces olvidamos que las naciones son frutos re-cientes de la historia y que recin se consolidan en el siglo XIX. Digo nacin no solo como un espacio administrativo y militar, sino tambin como una conciencia co-lectiva que liga a sus miembros en el interior de una misma unidad. En este senti-do, la formacin de la nacin francesa es un producto relativamente actual de la historia El principio de ciudadana, inaugurado por la Revolucin ciertamente re-sult importante para eso, pero para que el pueblo se identificase con un ideal francs, fue necesario mucho ms. Se inventaron smbolos nacionales (La Mar-sellesa, 14 de Julio, etc.), y una lengua nacional, el francs, tuvo que imponer su preeminencia y legitimidad frente a la pluralidad de dialectos existentes. Por otro lado, los hombres que vivan marcados por la realidad de sus pases, envueltos en la dimensin del tiempo y del espacio regionales, debieron ser integrados en la totalidad nacional. En el proceso de formacin de esta nacionalidad, la escuela, la prensa, los medios de transporte, desempearon un papel fundamental. Un ejem-plo sugerente es el surgimiento de un sistema de comunicacin. Antes de su exis-tencia, Francia exista como un pas compuesto por elementos desconectados entre

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    s; una regin no hablaba con otra, y difcilmente lo haca con la capital, Pars. La red de comunicaciones (vas de ferrocarril, telgrafo, transportes, diarios, etc.) ir por primera vez a articular este enmaraado de puntos, ligndolos entre s. La par-te se encuentra as articulada al todo. El espacio local se desterritorializa, adqui-riendo, en un umbral que lo trasciende, otro significado. En principio, los problemas que los pases latinoamericanos enfrentan son anlo-gos a los que acabamos de describir. El Estado-Nacin se debe constituir en una unidad orgnica extensiva y un territorio determinado. Pero entre tanto, la historia introduce algunos contratiempos. Desde comienzos del siglo XIX, el concepto de nacin se encontraba ntimamente vinculado a las ideas de progreso. El pensa-miento evolucionista estableca una secuencia lineal de desarrollo de las pequeas unidades - familia, tribu, regin - y una entidad ms compleja y globalizante. Den-tro del curso natural de la humanidad, la nacin surge as como un valor universal. El inconveniente es que, por detrs de este argumento un tanto inconsistente, se es-condan innumerables dilemas. En Amrica Latina, la mezcla de pueblos origina-rios de horizontes diferentes traa, ciertamente, problemas. Dado que el pensa-miento de la poca relegaba a los pueblos no occidentales a una inequvoca posi-cin subalterna, cmo imaginar una nacin moderna en pases compuestos por in-dios y negros? El caso de la invencin de la identidad brasilea ilustra bien esta contradiccin. A finales del siglo XIX, luego de la abolicin de la esclavitud, intelectuales y polti-cos se debatan acerca de una cuestin central: cmo forjar una identidad nacional en los trpicos. Ya no era posible imaginar un Estado-nacin que excluyese al con-tingente negro. El fin de la esclavitud pona en debate (y solamente en debate), la aparicin del trabajo libre y la posibilidad del negro de transformarse en ciudada-no. Por otro lado, el indgena ya no poda seguir siendo pensado como un ser ex-tico; el momento de la imaginacin romntica ya haba pasado. Se trataba ahora de integrarlo al Estado-nacin. Entre tanto, la realidad brasilea, interpretada a la luz de las teoras racionalistas vigentes, difcilmente poda ser formulada en trminos semejantes al caso europeo. Cuando se define el mestizo como trazo idiosincrsico de identidad nacional, los brasileos (es decir, la lite pensante) acaban confirin-dose a s mismos una imagen contradictoria. El ideal de mestizaje posea, evidente-mente, algunas ventajas; permita afirmar en relacin con el exterior (Europa, Esta-dos Unidos, Amrica Latina), una especificidad propia. Pero el paradigma intelec-tual utilizado, fundamentado en la existencia de razas diferentes, inevitablemente le confera al cruce entre stas un valor negativo. Los brasileros eran aquello que no queran ser.

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    Pienso que esta contradiccin entre ser y apariencia, entre lo real y el ideal, permea la constitucin del Estado-Nacin y por consiguiente de la identidad, no solo en el Brasil sino en toda Amrica Latina. Esta contradiccin se manifiesta de manera ejemplar en el debate sobre la modernidad. No podemos olvidarnos que la proble-mtica surge en el contexto del siglo de las naciones. Antes de la revolucin indus-trial, es apenas un elemento secundario y se reduce a la querella entre antiguos y modernos. Pero el mundo industrial reformula enteramente las condiciones has-ta entonces existentes: los cambios estructurales - industrializacin, urbanizacin, nacimiento de las nuevas clases sociales - implican la rearticulacin del propio teji-do social. Sin embargo, esos cambios no se limitan slo al nivel de la infraestructu-ra econmica; se trata de una condicin, de una nueva cultura, con conceptos de espacio y de tiempo particulares, que se actualiza en un modo de vida cuyo sustra-to es la propia materialidad tcnica. Por eso, un autor como Walter Benjamn se in-teresa por temas como la electricidad, transporte urbano, tiendas por departamen-tos, urbanismo; son esos los signos reveladores de los nuevos tiempos. La emer-gencia de la modernidad se torna, por lo tanto, paralela a la construccin de las na-ciones (aunque no se confunde con ellas). Su manifestacin se evidencia as en la reconstruccin urbana francesa (el Pars de Haussmann) o austraca (la Viena de Camilo Sitte), en las exposiciones universales (que congregaban a diferentes pases), en las redes ferroviarias inglesa o alemana. Entre tanto, este movimiento de progreso se restringa a algunos territorios (principalmente Francia, Alemania, Inglaterra). Por eso, hacia finales de siglo, las doctrinas imperialistas podan exhi-birlo de manera arrogante y orgullosa a los ojos de un mundo atrasado en rela-cin con sus recorridos. Tambin en Amrica Latina la idea de nacin se asocia a la de modernidad. No decan nuestros intelectuales que para ser modernos era necesario ser nacionales? El movimiento modernista (en Mxico y Brasil) pretenda justamente articular nuestras artes plsticas a la tcnica y al formalismo internacionales. Con eso el des-fase esttico (que, en el fondo, era tambin social) estara superado. Retomar el ide-al de la modernidad fue la manera encontrada para ajustar nuestro reloj al tiempo de las exigencias universales. Sin embargo el modernismo, al revelarse nacional, arrastraba una ambigedad intrnseca, pues la renovacin esttica se hizo, en Am-rica Latina, sin modernizacin alguna. El impresionismo y el artnou-uveau se adecuaban a la realidad social existente; a travs del lenguaje artstico expresaban un proceso radical de cambio social. Ya los modernistas latinoamericanos, depen-dientes de sus sociedades perifricas, producan un arte que de alguna manera se encontraba fuera de lugar. Para ellos lo moderno es ms un proyecto, algo a ser

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    realizado en el futuro que propiamente la tradicin de la realidad actual. La mo-dernidad ausente reencuentra en este punto al Estado-Nacin inacabado. Esta ambigedad entre ser y estar, se manifiesta inclusive en la valorizacin que se hace del elemento tradicional. Contrariamente a la realidad europea, en la que la cultura popular se encontraba amenazada por la modernizacin de la sociedad, en Amrica Latina la tradicin es algo presente en la historia. El folclorista europeo lu-chaba por preservar en los museos la belleza muerta de una cultura popular que estaba desapareciendo. Nuestro dilema era otro. La tradicin existente, valorizada por la comprensin romntica, era simultneamente profusa y amenazadora. Su ri-queza consista en apuntar hacia una dimensin distinta de la racionalidad de las sociedades industriales, pero como el sueo latinoamericano se encontraba anclado en la idea de modernizacin, lo tradicional se descubre como huella perturbadora del orden anhelado. La cultura popular es, por lo tanto, fuerza y obstculo. Fuerza porque el elemento definitorio de la identidad pasa necesariamente por ella; obst-culo pues su presencia nos aparta del ideal imaginado. El populismo traduce bien esta dualidad. Al colocarse como promotor del desarro-llo, busca propiciar un conjunto de transformaciones de la sociedad. Con todo, los smbolos elegidos para representarlo, paradjicamente pertenecen al dominio de la tradicin. Frente a una modernidad futura, es decir, inexistente, slo queda la abundancia de una cultura popular que se desea superar. En Brasil, en la dcada del 30, durante el gobierno de Vargas, significativamente se inventan los smbolos de la identidad nacional - carnaval, samba y ftbol -. El Estado, cuya meta es pro-mover la industrializacin y los cambios estructurales de la sociedad, se ve obliga-do a echar mano de la cultura popular para resemantizar su propio significado. Como los signos de la Contemporaneidad son tenues (hay pocos caminos, no existe todava una industria automovilstica, la tecnologa es enteramente dependiente de los pases centrales, etc.) la nacin slo consigue expresarse articulndose en lo que se posee de sobra, es decir, la tradicin. Son varias las implicaciones de la construccin de las identidades nacionales en Amrica Latina. La historia de cada pas va a marcarlas de manera diferente. No obstante, es posible divisar algunos rasgos genricos. No hay duda de que la reali-dad histrica, trabajada por el imaginario de los agentes sociales, incentiva el flore-cimiento de movimientos polticos y culturales de los ms diversos. El nfasis en la identidad nacional proporciona argumentos slidos para el combate contra la ex-poliacin extranjera (cultural, econmica, militar). La cuestin nacional estimula incluso la creatividad cultural; cine, literatura, teatro, artes plsticas, se nutren de la

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    problemtica de la nacionalidad para expandir y renovar el universo esttico. Pero sin embargo, tratada indiscriminadamente, la valorizacin de lo nacional, no deja de ser inquietante. En Amrica Latina, el desarrollo, el progreso, siempre es visto como un proyecto futuro, algo que va a ser realizado. En este sentido, la idea de modernidad se reviste de un valor ontolgico; se la ve como esencialmente buena, pura. Acrticamente, inventamos un mundo sin contradicciones ni con-flictos, escenario en el cual se sepultaran los disgustos que conocamos en el pasa-do y que se prolongaran hasta el presente. La eficacia de la tcnica y de la organi-zacin racional es vista as como una especie de reino idlico que nos librara del atraso continental. Por otro lado, al habituarnos a hablar de identidad nacional, acabamos olvidndonos de las otras. Lo nacional tiende as a subsumir las diferen-cias, dando poco espacio para las manifestaciones particulares - clasistas, tnicas, sexuales -. El todo ejerce su dominacin sobre las partes.

    Si se tuviese en mente solamente el pasado de las sociedades latinoamericanas, po-dran tal vez concluir en este punto estas reflexiones. Pero sucede que estamos vi-viendo un momento de transicin. La consolidacin de un world-system, al lado del movimiento de mundializacin de la cultura, modifica nuestra situacin hist-rica. Por eso es importante incorporar una dimensin reciente al anlisis interpreta-tivo. Ms arriba se ha dicho que la modernidad era correlativa a la constitucin de las naciones pero que no se confunda con ellas. Es necesario ahora aclarar esta afirma-cin. La modernidad se encuentra articulada a la racionalizacin de la sociedad, en sus diversos niveles, econmico y cultural. Expresa una forma de organizacin so-cial en tanto cultura, esto es, un sistema simblico especfico. Espacio y tiempo, por ejemplo, son categora que deben ser reelaboradas en su contexto, pues el uni-verso cotidiano de los hombres est punteado por la racionalidad del industrialis-mo y de la tcnica. En este sentido, la materialidad de la reforma urbanstica viene-sa, del sistema ferroviario ingls, o del grand-magasin francs, no es slo nacio-nal. Ella revela la circulacin de las personas, de los objetos y las mercaderas y anuncia un tipo de formacin social particular-urbana, industrial, tcnica. Pensan-do de esta forma, la sociedad es un sistema desterritorializado de relaciones articu-ladas entre s; por eso los medios de comunicacin desempean un papel crucial. Ellos permiten la ligazn de las parte con el todo. La modernidad encierra pues una vocacin mundial (el capitalismo es mundial) y no se reduce a las fronteras na-cionales. La conjuncin entre modernidad y nacin debe por lo tanto ser considera-da como coyuntural. Cmo entender esto? Retomo en este punto una sugerencia de Eric Hobsbawm.

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    Si observamos la historia de los hombres desde un punto de vista universal, esto es de la formacin de un sistema econmico mundial, vemos que entre los siglos XVI y XVII, el desarrollo se lleva a cabo sobre la base de Estados territoriales cuyas pol-ticas mercantiles constituan un todo unificado. Las unidades existentes eran extra-territoriales, trasnacionales (muchas veces pequeas, como los Estados holandeses), y traspasaban sus determinaciones locales). No obstante, el siglo XIX confina esta dinmica a una dimensin inter-nacional, y no cosmopolita como antes. Dicho de otra manera, el sistema-mundo se expande a travs de la formacin de naciones. A partir de la Segunda Guerra Mundial ocurre una reconquista del flujo anterior, reforzndose el carcter global del mercado. El siglo de las naciones surge as como una afirmacin entre dos eras trasnacionales. La emergencia de la modernidad se hace durante este interregno, pero ella ya lleva consigo los grme-nes que la exceden. Su mundialidad extrapola su determinacin de origen, minan-do la centralizacin de su territorialidad. Si es verdad que la modernidad es el fru-to de Occidente, su movimiento interno cuestiona inclusive las premisas y las insti-tuciones que le dieran vida. As, la modernidad puede ser asimilada por otras cul-turas, distantes de los valores occidentales. El caso de Japn es tal vez uno de los ms significativos. Pienso que el momento actual es el de la vigencia de una modernidad-mundo an-clado en la materialidad de un sistema econmico mundial. El trmino posmoder-no, con su ambigedad, tiene tal vez, al menos, el mrito de subrayar la radicali-dad de las transformaciones en curso. El capitalismo flexible, las instancias trasna-cionales, el sistema global de comunicaciones, trascienden las realidades locales y nacionales, redefinindolas enteramente. Cmo comprender, en este contexto, la discusin que venamos desarrollando? Una primera conclusin se impone: la conjuncin entre modernidad y espacio na-cional, inmanente a la historia y al pensamiento latinoamericano, se escindi. Para-fraseando a los modernistas, podemos hoy decir: es posible ser modernos sin ser nacionales. No estoy con esto valorando la idea de modernidad en detrimento de la de nacin; no creo que aquella se configure como una entidad esencialmente be-nfica para el bienestar social. Mi exposicin apuntaba justamente a este elemento acrtico del pensamiento latinoamericano (por ejemplo, el desarrollismo, que pinta-ba al progreso con colores idlicos). Pero independientemente de esto, pienso que la relacin entre los trminos ya no puede ser entendida como antes. La globaliza-cin de las sociedades desterritorializa el espacio de la modernidad-mundo. El principio de identidad nacional difcilmente podr ahora apoyarse sobre un sustra-

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    to movedizo; el desarrollo integrado del sistema mundial debilita la validez del ar-gumento. Tal vez una de las expresiones ms significativas de este fenmeno sea el surgi-miento de grupos mundializados de consumo. Ellos constituyen el sustrato de una cultura internacional - popular, que se realiza sobre todo (pero no exclusivamente) a travs del mercado. Filmes globales, alimentacin industrial (Danone, Cham-bourcy, Coca-Cola, Nabisco, etc.), aparatos electrnicos (Philips, Sony, Mitsubishi, Panasonic), abundancia de los supermercados, etc., materializan esta realidad mundializada. Modernidad-mundo ampliamente explorada por las trasnacionales. La globalizacin de los mercados no se restringe sin embargo al nivel econmico, ella presupone la participacin de valores, de una ideologa comn, un modo de vida que se arraiga en lo cotidiano de las personas, se produce, de esta forma, una integracin de grupos sociales planetarizados (ver por ejemplo las estrategias del marketing global). Formamos parte de una misma civilizacin, poseemos un mismo imaginario social (trabajado por el cine, la televisin y la publicidad). El es-pacio de las sociedades latinoamericanas se torna as segmentado. Una parte perte-nece de hecho a este mundo, otra le escapa. Por eso la modernidad-mundo en los pases perifricos es perversa, salvaje, pero real. La globalizacin provoca un tipo de desarraigo de los segmentos econmicos y culturales respecto de las socie-dades nacionales, integrndolos a una totalidad que los distancia de los grupos so-ciales ms pobres, marginales al mercado de trabajo y de consumo. El Tercer Mundo vive hoy un proceso de desintegracin en tanto entidad homognea. Eso hace que capas sociales de ciudades como San Pablo, Buenos Aires, Mxico, se aproximen al tipo de vida que encontramos en Nueva York, Pars, Tokio, pero si-multneamente se distancien de la dura realidad que prevalece en sus periferias urbanas. Lo que est geogrficamente distante, se torna prximo y lo que nos ro-dea se pierde en nuestra indiferencia socialmente construida. La mundialidad de la cultura penetra as los fragmentos heterogneos de nuestros lugares, separndolos de sus races nacionales.

    Un segundo aspecto se refiere a la pluralizacin de las identidades. Es necesario entender que el proceso de mundializacin de la cultura no implica necesariamen-te la homogeneizacin de los gustos y de los hbitos culturales, como si todo el pla-neta viviese una realidad unidimensional. Para describirlo, creo que el concepto de diglosia, muy utilizado por los lingistas, es pertinente. La nocin se aplica a un conjunto de fenmenos en sociedades en las cuales coexisten dos lenguas distintas (alemn alto y suizo alemn, ingls o francs y dialectos africanos, etc.). Estos ejem-plos nos muestran que esta convivencia (con sus reglas de autoridad) es un hecho

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    culturalmente estable (no se trata de un anacronismo), que se transmite, como otras costumbres, de una generacin a otra. Yo dira que la globalizacin de las socieda-des lleva a la constitucin de una espacio transglsico en el cual una cultura mun-dializada debe cohabitar con un conjunto de culturas diferenciadas. Esta diglosia social permite simultneamente la existencia de una civilizacin mundializada y las particularidades culturales. En este sentido, la mundializacin abriga en su seno la propia diferenciacin inherente a la modernidad. Entre tanto, lo que llama la atencin en este nuevo contexto es el relativo adelgaza-miento del papel de las identidades nacionales. Por ejemplo, el caso de las identi-dades lingsticas. En el sur de la India, donde el hindi no es la lengua materna, se prefiere el ingls para las interacciones sociales. Las personas lo utilizan cuando conversan con los amigos, los profesores, con un extrao en el mnibus, o cuando hacen negocios en los bancos y compras en las grandes tiendas. Con eso, en la je-rarqua social, el ingls viene antes que la lengua nacional, el idioma materno, que es reservado para el dominio de la vida privada. Tambin en Blgica (disputa entre el francs y el flamenco) y en Espaa (Catalua, contraste entre espaol y cataln), esto se repite. El ingls penetra ms fcilmente donde existe una variedad de len-guas en conflicto. Para las minoras, ello disminuye la presin de la lengua oficial. Sucede como si el nivel nacional se encontrase cada vez ms tensionado por los ni-veles local y mundial. Por eso las fronteras nacionales ya no consiguen contener los diversos movimientos identitarios existentes en su seno. Los discursos ecolgicos y tnicos son testimonio de ello. En verdad, el movimiento ecolgico traspasa los l-mites de las nacionalidades, presentndose como una expresin de la sociedad ci-vil mundial. Su preocupacin ya no es ms la patria, pues su campo de accin y preocupacin es el planeta. Otro caso: la dispora negra. En Amrica Latina, buena parte de la poblacin de color, que durante el proceso histrico no fue integrada a la nacin segn los principios de la ciudadana, vislumbra hoy la posibilidad de identificarse con grupos que en otros pases ocupan una posicin de subalternidad semejante. Africa-Baha-Caribe forman un universo de prcticas y expresiones que, para existir, tienen en consideracin la herencia cultural y el ludismo de una pobla-cin descendiente de esclavos. Se construye as un circuito, un conjunto imaginario de smbolos, que unifica grupos y conciencias separadas por las distancias y las na-cionalidades. Es difcil imaginar el futuro de esas relaciones identitarias en el plano mundial, pero las condiciones estructurales para que ellas ocurran ya es una realidad. Un as-pecto me parece cierto: el debilitamiento del Estado-nacin coloca las identidades nacionales en una situacin crtica. Podemos hasta incluso arriesgar (se trata aqu

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    de una especulacin) que el sueo de una identidad latinoamericana tiene actual-mente mejores condiciones para realizarse que en el pasado. Antes, en el momento de emergencia de las naciones, un ideal de este tipo slo poda existir en tanto uto-pa. La desterritorializacin y la mundializacin de las sociedades abren entre tanto una alternativa posible (pero no necesaria) para su actualizacin. La quiebra de las fronteras nacionales puede tal vez promover una dimensin identitaria ms abar-cadora, dando contenido histrico a una idea que exista apenas en la imaginacin de algunos hombres. Si este razonamiento es correcto, nos lleva necesariamente a recolocar en otros tr-minos algunas cuestiones tradicionales del debate latinoamericano. Por ejemplo, afirmar la existencia de una civilizacin mundial es decir que la divisin entre Pri-mer y Tercer Mundo se torna inadecuada. En el fondo, tal dicotoma presupone la centralidad del concepto de nacin. Un pas pertenece al primer conjunto cuan-do cumple con determinados criterios, su insercin en el tercero derivara de una serie de insuficiencias. La existencia de mundos que se excluyen puede as ser me-dida a travs de ndices demogrficos, econmicos, sociales, ordenando los pases segn una gradacin aparentemente convincente - desarrollados, en desarrollo, subdesarrollados -. La globalizacin rompe con los lmites nacionales borrando las fronteras entre lo interno y lo externo. En este sentido, la mundialidad es parte del presente de las sociedades que nos habituamos a llamar perifricas. Una cultura mundializada echa races en todos los lugares, cualquiera sea el grado de desa-rrollo del pas en cuestin. Su totalidad traspasa los diversos espacios, aunque de manera desigual. Esto significa que una serie de conceptos - difusin cultural, imperialismo cultural, americanizacin del mundo - ya no consiguen dar cuenta de esta realidad envol-vente. En rigor, ellos reposan sobre principios epistemolgicos pocas veces explici-tados: la centralidad de una cultura o de algunas naciones, es una clara oposicin entre lo interno (lo nacional) y lo externo (el extranjero). Puede as considerarse que un rasgo cultural africano migra, de un espacio a otro, aculturndose o no a la so-ciedad que lo recibe (los antroplogos intentan comprender cmo este elemento cultural originariamente africano es reinterpretado o sincretizado en Amrica Lati-na). De la misma forma hablamos de imperialismo norteamericano o de americani-zacin del mundo. Presuponemos la centralidad de una nacin y la difusin de sus valores junto a los pueblos perifricos, esto es, distantes de su ncleo irradiador. Partir de la idea de una modernidad-mundo es entenderla en tanto un movimiento centrpeto, descentrado. Proceso que se articula a una totalidad involucrando a todo el planeta. En este caso, la oposicin interno/externo pierde el sentido. La

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    cuestin sera, por lo tanto, comprender cmo las particularidades, las especificida-des latinoamericanas se sitan (el trmino recuerda la preocupacin de los feno-menlogos) en el seno de esta totalidad envolvente.

    Entre tanto, el cuadro de la transformacin mundial no deja de ser tambin inquie-tante. Las diferencias producidas en su interior vienen demarcadas socialmente, ellas desnudan las desigualdades. Solamente una ideologa posmoderna puede imaginar la afirmacin pura y simple de la diferencia como sinnimo de pluralidad y de democracia. La construccin de las nacionalidades fue problemtica entre no-sotros pero, en el momento en que la idea de nacin entra en crisis, llegamos al fi-nal del siglo XX como pases que no conseguirn erigirse enteramente en naciones. Con eso, en el plano poltico, algunos centros conseguirn, a lo largo de la historia, formar una hegemona en relacin con otros. La redefinicin de las fuerzas y de las identidades mundiales se hace en detrimento de las realidades latinoamericanas. La discusin sobre la democracia, por lo tanto, contina aunque en trminos distin-tos de lo que conocamos hasta entonces; no son conceptos como imperialismo o colonialismo cultural los que nos ayudan a comprender nuestra relacin con el mundo de afuera. La mundialidad se encuentra dentro de nosotros. Para dar cuenta del panorama actual, es preciso que imaginemos otras categoras analticas, para entonces asomarnos a una realidad que nos involucra con sus promesas, con-tradicciones y conflictos. Bibliografa

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    Este artculo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad N 137, Mayo-Junio de 1995, ISSN: 0251-3552, .