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SERIE CULTURA u) Dirigida por Néstor García Canclini Se ha vuelto necesario estudiar la cultura en nuevos territorios. La indus- trialización y la globalización de los procesos culturales, además de mo- dificar el papel de los intelectuales y los artistas, provoca que se interesen también en este campo los empresarios y los economistas, los gestores de proyectos culturales y los animadores de la comunicación y la participa- ción social. La serie Culturas dará a conocer estudios sobre estos nuevos escenarios, así como enfoques interdisciplinarios de las áreas clásicas, las artes y la literatura, la cultura popular, los conflictos fronterizos, los desa- fíos culturales del desarrollo y la ciudadanía. Daremos preferencia a estu- dios en español y en otras lenguas que están renovando tanto el trabajo de las disciplinas «dedicadas» a la cultura —antropología, historia y comuni- cación— como los campos del conocimiento que se abren para estos temas en la economía, la tecnología y la gestión sociopolítica. TERESA PIRES DO RIO CALDEIRA JOOST SMIERS JEAN-PIERRE WARNIER GEORGE YÚDICE ROSALÍA WINOCUR SCOTT MICHAELSEN Y DAVID E. JOHNSON GUSTAVO LINS RIBEIRO GEORGE YÚDICE Y TOBY MILLER JOOST SMIERS ÉTIENNE BALIBAR RENATO ORTIZ Ciudad de muros Un mundo sin copyright Artes y medios en la globalización La mundialización de la cultura El recurso de la cultura Usos de la cultura en la era global Ciudadanos mediáticos La construcción de lo público en la radio Teoría de la frontera Los límites de la política cultural Postimperialismo Cultura y política en el mundo contemporáneo Política cultural Un mundo sin copyright Artes y medios en la globalización Violencias, identidades y civilidad Por una cultura política global Mundialización: saberes y creencias MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGIA Hacia una teoría interdisciplinaria de la cultura David Morley Traducción de Margarita Polo gedeil

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SERIE CULTURA u)

Dirigida por Néstor García Canclini

Se ha vuelto necesario estudiar la cultura en nuevos territorios. La indus-trialización y la globalización de los procesos culturales, además de mo-dificar el papel de los intelectuales y los artistas, provoca que se interesen también en este campo los empresarios y los economistas, los gestores de proyectos culturales y los animadores de la comunicación y la participa-ción social. La serie Culturas dará a conocer estudios sobre estos nuevos escenarios, así como enfoques interdisciplinarios de las áreas clásicas, las artes y la literatura, la cultura popular, los conflictos fronterizos, los desa-fíos culturales del desarrollo y la ciudadanía. Daremos preferencia a estu-dios en español y en otras lenguas que están renovando tanto el trabajo de las disciplinas «dedicadas» a la cultura —antropología, historia y comuni-cación— como los campos del conocimiento que se abren para estos temas en la economía, la tecnología y la gestión sociopolítica.

TERESA PIRES DO RIO CALDEIRA

JOOST SMIERS

JEAN-PIERRE WARNIER

GEORGE YÚDICE

ROSALÍA WINOCUR

SCOTT MICHAELSEN Y DAVID E. JOHNSON

GUSTAVO LINS RIBEIRO

GEORGE YÚDICE Y TOBY MILLER

JOOST SMIERS

ÉTIENNE BALIBAR

RENATO ORTIZ

Ciudad de muros

Un mundo sin copyright Artes y medios en la globalización

La mundialización de la cultura

El recurso de la cultura Usos de la cultura en la era global

Ciudadanos mediáticos La construcción de lo público en la radio

Teoría de la frontera Los límites de la política cultural

Postimperialismo Cultura y política en el mundo contemporáneo

Política cultural

Un mundo sin copyright Artes y medios en la globalización

Violencias, identidades y civilidad Por una cultura política global

Mundialización: saberes y creencias

MEDIOS, MODERNIDAD

Y TECNOLOGIA Hacia una teoría interdisciplinaria

de la cultura

David Morley

Traducción de Margarita Polo

gedeil

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ÍNDICE

© 2007 David Morley

All right reserved

Título del original en inglés: Media, Modemity, Technology: The Geography of the New

Authorised translation from the English language edition published by Routledge, a member of the

Taylor & Francis Group.

Traducción: Margarita Polo

Primera edición: diciembre de 2008, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

Avenida del Tibidabo 12, 3°

08022 Barcelona, España

Tel 93 253 09 04

Fax 93 253 09 05

[email protected]

www.gedisa.com

ISBN: 978-84-9784-250-1

Depósito legal: B. 43386-2008

Diseño de colección: Sans

Impreso por Romanyá Valls

Impreso en España Printed in Spain

Queda prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio de impresión,

en forma idéntica, extractada o modificada, de esta versión castellana de la obra.

Ilustraciones 9

Agradecimientos 11

Introducción 13

Primera parte: La geograf-ía de la modernidad y la orientación del futuro

1. EurAm, modernidad, razón y alteridad: ¿después de Occidente? 33

2. Más allá de la abstracción global: la teoría regional y la espacialización de la historia 63

Segunda parte: Domesticidad, mediación y tecnologías de lo «nuevo»

3. Asuntos públicos e historias íntimas: mediación, domesticación y dislocación 121 rt/

4. Retórica de lo sublime tecnológico: las paradojas de la racionalidad técnica 171

Tercera parte: Tecno -antropología: iconos, tótems y fetiches

5. La televisión: no tanto un medio visual como un objeto visible 225

6. Tecnologías mágicas: lo nuevo, lo brillante y lo simbólico

Coda

7. Prodigios y maravillas: modernidad, tradición y tecnología 275

Índice analítico 301

249

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Ilustración 3. Anuncio de un refrigerador de Siemens con televisión incorporada. Reproducida con autorización de Siemens plc y BSH Home Appliances Ltd.

3. ASUNTOS PÚBLICOS E HISTORIAS ÍNTIMAS

MEDIACIÓN, DOMESTICACIÓN Y DISLOCACIÓN

Tras haber examinado algunas perspectivas teóricas genera- les sobre las «nuevas» formas de modernidad y su geografía en un nivel «macro», me concentraré ahora en una microperspecti- va sobre otra forma de «novedad», en relación con las nuevas tecnologías de nuestro tiempo, sobre cómo han sido «domesti- cadas» y cómo vivimos con ellas en nuestra existencia cotidiana. Mi interés específico en este capítulo es abordar las cuestiones

L de la identidad desde el punto de vista de cómo debemos com-\ prenderTa idea de la casa mediatizada, y también abordar las

cuestiones de tecnología desde el punto de vista de cómo pode-mos comprender tanto el proceso histórico de su domesticación como el fenómeno contemporáneo de su dislocación.

En este contexto también me propongo elaborar una pers-pectiva que trata de articular lo simbólico con las dimensiones materiales del análisis. Lynn Spigel aborda este aspecto de otra ma-nera cuando sostiene que «el auge simultáneo del suburbio pro-ducido por las masas y un lugar ubicuo llamado televisionland (la tierra de la televisión) plantea una serie de cuestiones que hace poco tiempo los académicos han comenzado a indagar ». 1 Al re- plantear estas cuestiones retomo, siguiendo a Spigel, la formula- ción de Raymond Williams de la «privatización móvil» a fin de describir los estilos de vida de los suburbios mediatizados. Para Williams, la «privatización móvil» ofrece la doble satisfacción de permitir a las personas «quedarse en casa», seguras, dentro del ámbito de su seguridad ontológica familiar, y al mismo tiempo viajar (imaginaria o «virtualmente») a «lugares que las generacio- nes anteriores ni siquiera podían imaginar visitar». 2

Spigel sostiene que, por lo menos en el contexto norteameri-cano, se puede comprender la genealogía de las ideas sobre la do-

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mesticidad en un mundo saturado por los medios como un desa- rrollo en tres etapas principales en el período de posguerra. Como ella observa, en la situación inmediatamente posterior a la guerra

/ la televisión se veía, en gran medida, como agente de enlace, capaz de juntar las vidas de los familiares qii-EhibilátiTi—d7seTa-rados por la guerráulátesidógía se veía como un agente e ormas dese- ihre—s de' «juntar a la familia ».3 La primera etapa del desarrollo de la televisión en el período de posguerra implicó el modelo del home theatre (basado en ideas de accesibilidad, de traer «una sa- lida imaginaria en la ciudad» a la cultura doméstica sedentaria de espectadores pasivos, seguros en casa, en el «círculo familiar», en la sala de estar; permitir visitas imaginarias a los grandes placeres de la ciudad y una sensación falsa de estar participando en la vida pública, para familias que, en realidad, se quedaban seguras en los suburbios. Esta primera etapa, según opina Spigel, es la que en- capsula realmente el modelo de la «privatización móvil» de Wi- lliams. Con el advenimiento de la televisión portátil en Estados Unidos en los arios sesenta, destinada a simbolizar las aspiracio- nes de lo que la industria entonces imaginaba como una audiencia móvil y más activa de «personas que estaban en la onda», este modelo fue suplantado por el (aún vigente) modelo del «hogar móvil», que se caracteriza no tanto por la privatización móvil, sino por lo que la autora llama «la movilidad privatizada ».4

En la última etapa de estos desarrollos, como sostiene Spi- gel, se da el modelo de la «casa inteligente» digitalizada (a la que nos referiremos más adelante), que ofrece no tanto una imagen de movilidad, sino un «espacio sensible» que, como suele decir- se, trasciende profundamente las divisiones interior/exterior y tra- bajo/casa, en el sentido de que realmente hace innecesario tras- ladarse adonde sea. En su forma digitalizada, la misma casa se puede considerar, en términos de Virilio, como el «último vehícu- lo», donde el confort, la seguridad y la estabilidad pueden con- vivir felizmente con la posibilidad de un «vuelo» instantáneo di- gitalizado adonde sea, y la importación instantánea en casa de elementos deseados procedentes «de cualquier otro lugar».s Sin embargo, como veremos, todo este discurso high-tech suele es- tar cuidadosamente enmarcado y domesticado por una visión más bien nostálgica de los «valores familiares».

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Queda claro, en el presente contexto, que tenemos que ir más allá del interés prácticamente exclusivo que los estudios so- bre medios siempre han tenido por la televisión, a fin de abordar el significado contemporáneo de una gama más amplia de tec- nologías de la comunicación. Sin embargo, sostendré que ne- cesitamos «descentrar» los medids en nuestro marái-áriátíticb, _ para comprender mejor las maneras en que los procesos de los Ea—os—y- lá Vid-a-cotidiana se entrelazan. El problema que afron- tamos no será resuelto por las propuestas contemporáneas de «modernizar» los estudios sobre medios, reconceptualizándolos como «estudios sobre la web» o algo similar, ya que ello sólo implicaría colocar a Internet en el centro de la ecuación, don solía estar la televisión. Ese cambio sólo reproduciría una pro- blemática tecnológicamente determinista muy antigua, pero con \ una nueva apariencia. Aquí la cuestión clave es, para decirlo de \\ forma paradójica, cómo comprender la variedad de maneras en que los medios nuevos y los antiguos se adaptan unos a otros y conviven en formas simbióticas, y también cómo vivimos con ellos en tanto partes de nuestros «conjuntos de medios» perso- nales o domésticos.'

La (muy anunciada) «muerte» de la geografía

Entre otras cosas, estas nuevas tecnologías de comunicación han sido promocionadas como el anuncio de la «muerte» de la geografía. Desde un punto de vista británico, un ejemplo con- temporáneo elocuente que parecería señalar en esa dirección es el crecimiento de los call centres (centros telefónicos de atención al cliente) instalados en la India. Debido a la combinación de una economía con salarios bajos y un alto nivel en el dominio del inglés nativo, numerosas empresas británicas han instalado en ese país una gran cantidad de centros telefónicos de «aten- ción al cliente». A los empleados de esos centros se les imparten cursos intensivos sobre la cultura británica contemporánea y se los forma para que presenten, a quienes los llaman, una forma muy desarrollada de «britanidad virtual», que oculte por com- pleto su ubicación geográfica real. Se les incita a utilizar nombres

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que «suenen ingleses» para identificarse cuando responden las llamadas y a que, en la medida de lo posible, disimulen su acen-to indio. En realidad, en algunos de esos centros ahora se ense-ña deliberadamente a los empleados a hablar con acentos britá-nicos regionales, a fin de establecer mejor la autenticidad de su «britanidad» y la veracidad de la impresión que se les enseña a dar, de responder a quienes los llaman como si estuvieran en algún lugar «cerca de casa»! En las pantallas de los ordenado-res de esos centros, en la India, continuamente se muestra la temperatura actual en el Reino Unido y la hora del meridiano de Greenwich, y se les pide que operen en función de estos datos para satisfacer a los clientes británicos. Además, los emplea-dos tienen que estar al corriente de las noticias y las telenovelas en Gran Bretaña y consultar los informes del tiempo británicos, a fin de poder entablar una conversación más amena con sus clientes.

Sin embargo, si bien estos centros telefónicos ya no necesi-tan estar en el territorio geográfico del Reino Unido para tratar eficazmente con sus clientes británicos, no están (a pesar de los defensores de la nomadología posmoderna) en cualquier lado, y tampoco están de ningún modo «desterritorializados». Están ubicados precisamente donde están porque la India ofrece a los inversores la atractiva combinación de un alto nivel de habilida-des en el manejo del inglés nativo con una economía de bajos salarios, como resultado de la larga historia de la presencia im-perial británica en tierra india. Por razones del mismo tipo, los centros telefónicos franceses y españoles tienden a estar en el norte de África. De modo que la supuesta geografía «dester-ii-62

rializada» de nuestra era posmoderna es mucho más legible si se interpreta como un conjunto de geografías «secundarias» o «a la sombra», creadas a través de la compleja historia del impe-rialismo.

Además, a pesar de las disimulaciones que por lo general se I practican en esos centros de atención telefónica, el ciberespacio

tiene una geografía muy real. Como han demostrado las gaciones realizadas por el Centre for Advanced Spatial Analysis de Londres, la densidad relativa de las conexiones a Internet por kilómetro cuadrado en diferentes localidades geográficas varía

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enormemente y el acceso a esas tecnologías (y a la «conectivi-dad» que ofrecen) depende en gran medida de donde uno esté, tanto en el espacio geográfico como social.' En general, la distri-bución de estas nuevas tecnologías copia las estructuras de po-der establecidas, y los flujos del tráfico por Internet tienden a se-guir las rutas establecidas por las formas de comunicación anteriores. Como demuestra Matthew Zook, la economía de la era de la información está lejos de ser «sin lugar», y en realidad la producción de conocimiento está arraigada en lugares muy particulares, lo que constituye un «medio de innovación» geo-gráfico específico. Como observa Castells en su introducción al trabajo de Zook, la ubicación de los dominios de Internet es uno de los patrones más concentrados_en el plano espacial, no sólo por país sino también por región, e incluso por lugares específi-cos dentro de las áreas metropolitanas.' Además, como demues-tra Zook, una parte muy desproporcionada de la producción, la distribución y el consumo de datos sobre Internet tiene lugar, en realidad, dentro del territorio geográfico de Estados Unidos: no sólo la tercera parte de los nombres de dominios mundiales está registrada en ese país, sino que casi todo el tráfico mundial de Internet pasa a través de trece «servidores raíz» instalados en Estados Unidos, que tienen los directorios maestros de los sufi-jos de dominios (.com, .net, .uk, .fr, etc.). Zook observa que la gran paradoja es que, a pesar de la capacidad de Internet de tras-cender el espacio, la gran mayoría de las compañías mundiales «punto.com » sigue estando agrupada en un número muy pe-queño de conglomeraciones urbanas: Nueva York, Los Ángeles, Londres y San Francisco.'

Además, como ha demostrado el proyecto «Globalised So- f ciety» en Copenhague, a pesar de todas las opiniones que anuncia-ban que Internet significaría la muerte de la geografía, la pregun-1 ta « ¿Dónde estás?» es una deTi1rnISTrísistentes en las sesiones de clát por Internet, y preginitás como « .¿Miide-ViVéSr»- O, iriáS técnicamerité,' -<¿Desde dónde estás posteando?» aparecen con mucha frecuencia-TTO-db—e-Sió ¡S áTe-C—e -süléTir un1éseo continuo de reterritorializar la incertrdihribre d'éTau-hi¿acióniiihefénte a los mundos en línea. En su estudio Sobre los espacios Ihr

---ternet para usuarios múltiples, Jenny Sunden observa que la

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r-

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premisa de un espacio abstracto, fluctuante, es constantemen- te desafiada por los participantes que «pasan una cantidad de tiempo considerable en la creación de anclajes geográficos para textos cuyos orígenes terrestres se ocultan en la interfaz del ordenador ».11

Análogamente a las observaciones que he presentado más arriba sobre el uso de la «hora británica» y las normas cultura- les británicas en los centros de atención telefónica en la India, los investigadores de Copenhague también hallaron muchos ejem- plos de lo que caracterizan como «dar por sentado que Estados Unidos es el lugar y la cultura de la red» y de la «norteamerica- nidad» como la «norma silenciosa» o la posición por default del uso de Internet:2 Estas suposiciones están incorporadas en actitudes y prácticas que construyen a Estados Unidos como el centro del universo en línea y a las demás partes del mundo como su periferia, y están expresadas en frases hechas, como cuando alguien se refiere a sí mismo en línea diciendo que escri- be «desde el sur», suponiendo que el destinatario del mensaje entenderá que significa el sur de Estados Unidos; o cuando al- gunas personas se refieren a sí mismas diciendo que están en la «hora de la costa este», sin sentir la necesidad de indicar que se trata de la costa este de determinado país." En efecto, en ese sentido Estados Unidos (y la hora de Estados Unidos) sigue con- formando, en amplia medida, el horizonte de la percepción de lo que podríamos llamar «lo real en línea».14 ' Pongamos un ejemplo de otra tecnología, a la que me referi- fé más adelante. Al igual que con Internet, la primera pregunta ;que se hace en muchas conversaciones por teléfono móvil es « .Dónde estás?». A pesar de los argumentos de Meyrowitz de 1 yque al advenimiento de la televisión significa que «nosotros» (quienesquiera que seamos) ahora vivimos en un «otra parte ge- neralizado», y no en un lugar que pueda especificarse, y a pesar de la opinión de Wark de que ya no tenemos raíces u orígenes, sino sólo antenas y terminales, parece que, en realidad, aún se-

I guimos habitandóipcalidadesPo—srliCas realesi-qüe—as-imisnió tienen consecuencias muy reales para nuestras posibilidades„de. -c-óri-ocirhiento o acción.15 » n

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Historias mediadas y la domesticación de la televisión

Rodeados como estamos de los debates acerca del impacto que en el futuro tendrán las nuevas tecnologías de la comuni- cación, es muy posible que lo primero que necesitemos, si desea- mos evitar los peligros tanto del utopismo como de la nostalgia, y además evitar el error históricamente egocéntrico de tratar los dilemas de nuestra propia época como si fueran únicos s en- contrar alguna manera de ubicar esos debates uturokígico.s_.en una perspectiva histórica. Por supuesto, esta preocupación nos lleva -á u-ha de las cuestiones centrales del trabajo histórico: la cues- tión de la periodización y de cómo distinguir entre las formas de acceso y provisión de los medios en desarrollo, ya que son trans- formadas por procesos de cambios institucionales, económicos, políticos, tecnológicos y culturales. Contamos con algunas pau- tas que pueden guiarnos. John Ellis ha señalado acertadamente la necesidad de distinguir, por lo que respecta a la televisión, en- tre lo que él llama la «era de la escasez» (cuando había pocos canales), la «era de la disponibilidad» (cuando el número de ca- nales en oferta para el telespectador comenzó a aumentar pau- latinamente) y la era actual de «la abundancia y la incertidum- bre» (donde hay múltiples canales, controles remotos, vídeos programados y fragmentación de la audiencia).16

La cuestión clave es determinar qué es exactamente lo que está siendo transformado y cómo, en respuesta a esos cambios, necesitamos adaptar nuestros paradigmas analíticos. Junto con la conveniente genealogía de modelos de domesticidad y consu- mo de medios que propone Spigel, sería útil considerar el traba- jo de Robert Allen sobre la transformación de la industria del cine como resultado de cambios tanto demográficos como tec- nológicos, en un contexto donde la creciente centralidad de los «valores familiares» en la esfera política también se refleja en el creciente predomihio en el Mer-ca-do de «películas para público familiar». El análisis de Allen clarifica no sólo la manera en que, 'en Estados Unidos, los vídeos y los DVD domésticos se han transformado en el principal modo de consumo de películas, sino también cómo funcionan ahora las películas en vídeo: no son tanto una fuente de ingresos (ya en 1992 los ingresos por ta-

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quilla registraban una disminución del 25%), sino como forma de «mercadeo de plataforma» para las ventas de productos au-xiliares (en particular, juguetes y juegos) que hoy en día consti-tuyen la principal fuente de ganancias de la industria. En rela-ción con mis observaciones acerca de la necesidad de evitar el «mediacentrismo», lo que los análisis de Allen y Spigel nos ofre-cen, como ejemplos, son maneras de trazar las interconexiones entre los discursos pjfiriE6-1-&-AFáróf7,-1755-en--b—i ios-afi- -cos en la estructura doméstica, las definiciaes-diliu7ares de do-mesticidad, los modos de consumo de los medios y sus erectos retroactivos en los modos de la producción industrial.''

El desarrollo del trabajo histórico sobre los medios de co-municación ha sido uno de los más importantes del período re-ciente, sobre todo el de Paddy Scannel en el Reino Unido y el de Spigel y Jeffrey Sconce en Estados Unidos.iR Con una perspec-tiva a más largo plazo, el trabajo de Siegfried Zielinski ubica acertadamente la reciente historia del cine y la televisión en el contexto más amplio de la historia de lo que él llama la «au-diovisión». Subraya que el cine y la televisión deberían verse sólo como entreactos en esa historia. Análogamente, la colección a cargo de Barbara Maria Stafford y Frances Terpak, basada en la exhibición del LA Getty Museum, en 2002, sobre «dispositi-vos visuales maravillosos», por lo general ubica las tecnologías de medios modernas dentro de la larga serie histórica de «ins-trumentos para el aumento de la percepción», desde el gabinete de curiosidades y el peep show hasta la cámara oscura, el mi-croscopio y el di9rama."

Sin embargo, a pesar de estas dignas excepciones, cuando se aborda la historia de los medios por lo general se suele hacer de manera muy reducida, tanto en términos institucionales como tecnológicos. Mi principal interés al respecto son las «historias íntimas» de cómo vivimos con medios tan distintos. Una cues-tión importante en este sentido es cómo nuestros recuerdos per-sonales, sobre todo de la infancia, son formulados en torno a ex-periencias con los medios, como los programas y los personajes emblemáticos de la televisión. Al respecto, también podríamos trazar un paralelismo con el análisis de Gaston Bachelard acer-ca de cómo la estructura material de la casa provee el «tejido»

sobre el que se van tramando los recuerdos de la infancia, pero ahora tal vez debamos ampliar la analogía y pensar cómo ese «tejido» tiene una estructura mediada y materia1.20

Desde este punto de vista, también debemos prestar aten-ción a la compleja historia del proceso de domesticación de la televisión, reconociendo que, al respecto, la historia doméstica de la televisión está lejos de ser singular. Así como, con el tiem-po, el televisor fue desplazándose de su lugar fijo en la sala de es-tar a otros espacios de la casa, el teléfono ha hecho un viaje si-milar, tal como describen Eliseo Verón y sus colegas en Francia. En efecto, el teléfono se ha multiplicado paulatinamente y se ha trasladado del espacio público de la recepción a otros cuartos de .. , la casa.21 Claramente, cuando llegamos a la era del teléfono mó-vil (que Ejniidéraré más detalladamente más adelante), no sólo se trata de la personalización total de la tecnología, sino que muchos usuarios lo consideran como una parte de su cuerpo, como un reloj de pulsera. Como dijo un maestro británico al describir las dificultades que tenía para lograr que los alumnos no llevaran el teléfono móvil al aula de examen, donde están prohibidos, el problema es que, para los niños de hoy en día, el te-léfono es como una dimensión de su existencia que dan por des-contada: para ellos es «como cualquier otro artículo de su vesti-menta [...I Se lo ponen en el bolsillo por la mañana y no piensan conscientemente en ello»; para esos niños, tener teléfono es sim-plemente una parte normal de «estar vestidos», y viceversa_22

En oposición al argumento de Simon Frith, según el cual históricamente las tecnologías de difusión reforzaban los «pla-ceres del corazón» como un sitio para las actividades del ocio doméstico que antes habían adoptado formas más públicas, la cuestión actual puede ser lo que el surgimiento de formas pú-blicas de televisión y de las nuevas tecnologías de comunicación «personalizadas» hacen ahora para desestabilizar la centrali-dad de la casa.23 En efecto, hoy en día el teléfono móvil suele ser la dirección vi rtuaraTialiefs-ailla -filie-va orporizációii-de su sentido de , capa mi,_ la «línea telefónica fija» se con-vierte en un medio de comunicación absolutamente secundario, y de aparente insignificancia para muchos de los integrantes de la nueva generación en el Reino Unido, que rara vez se moles-

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tan en dar su teléfono fijo (si es que lo tienen), excepto como una suerte de «refuerzo» o de «último recurso», y sólo dan su número «móvil».

Hogares móviles y educación «Palm Pilot»

.. .. , Aunque tengamos que evitar los peligros de una «noma- idología» demasiado generalizada de la vida posmoderna, las mo- vilidades, del tipo que sean, sin duda son centrales para nuestro

í análisis. En este contexto, ahora la familia extendida tiene que \ ser vista como la familia estrechada, gracias a las conexiones te- lefónicas a larga distancia, sobre todo en el caso de los inmi- ,grantes, que suelen gastar una gran parte de su salario en llama- Idas a su país de origen. Como Roger Rouse dice, esto les permite 1«no sólo "estar en contacto", sino contribuir a tomar decisiones

participar en la vida familiar a distancia ».' Esto pone en evi- dencia las maneras en que las personas se han adaptado a las ca- pacidades que esas nuevas tecnologías les ofrecen para permitir- les, literalmente, estar en dos lugares al mismo tiempo. Como Kevin Robins y Asu Aksoy sostienen en su estudio de los inmi- grantes turcos en Londres, esa capacidad de oscilar entre lugares ahora no es, para muchos inmigrantes, más que un hecho trivial de la vida cotidiana, pues por lo general van y vienen, en dife- rentes momentos de un mismo día, entre canales de televisión turcos y británicos, entre conversaciones cara a cara en Londres y llamadas telefónicas a larla distancia a parientes o amigos que están lejos, practicando una gran variedad de interacciones co- municativas por diferentes medios. En ese sentido, dando vuelta a la panacea de Raymond Williams, Robins y Aksoy insisten en que, para muchos inmigrantes, lo «usual» es ahora la cultura transnacional, por lo menos en sus formas mediadas.25

Evidentemente, las nuevas tecnologías son cada vez más im- portantes en la vida de muchas familias, no sólo las de los in- migrantes. La investigación realizada por Jan English-Lueck, Charles Darrah y James Freeman de la San José State University of California sobre «Tener una familia en Silicon Valley» deriva de un estudio etnográfico a largo plazo realizado como parte de

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su «Silicon Valley Cultures Project» (Proyecto de culturas de Si- licon Valley). Como centro de la industria informática de Cali- fornia, Silicon Valley, con su concentración sin igual de techies, ofrece un laboratorio natural para el estudio de las más actuales aplicaciones tecnológicas en la vida cotidiana y, en realidad, de la saturación tecnológica de la vida doméstica. Para dar sólo una idea, en ese contexto un entrevistado en el marco del pro- yecto se describió apologéticamente como algo «anticuado» por seguir escribiendo las notas donde organiza sus actividades dia- rias con lápiz y papel, en lugar de usar la Palm Pilot.'

Al investigar estas cuestiones, English-Lueck y sus colegas estudiaron una gran variedad de lo que describen como los ho- gares «infomatizados» de la zona, que por lo general poseen una masa básica de dispositivos de información, incluidas gra- badoras de cintas de vídeo, reproductores de CD, discos láser, fax, contestador automático, servicio de contestador automáti- co, pagers, ordenadores fijos y móviles, Palm Pilots y teléfonos móviles. Así como Bausinger sostiene que, en lugar de estudiar el uso de las tecnologías de medios una por una, deberíamos prestar atención a cómo funcionan todas juntas, como «con- juntos de medios», English-Lueck insiste en que no debería ver- se a esas personas como simples propietarias o usuarias de dis- positivos individuales, sino como operadoras de «ecosistemas de tecnología »."

Por supuesto, incluso en la vanguardia de la alta tecnolo- gía los mismos dispositivos pueden utilizarse de varias mane- ras y pueden tener efectos contrarios en hogares de diferentes tipos, juntando a familiares que ya mantienen una relación cer- cana, al mismo tiempo que permite a otros alejarse y, por ende, colocando los antiguos patrones de relaciones en formas media- das y de una manera diferente.' Así, en algunos casos se crean nuevas redes de conexión mediante la producción y el envío de vídeos a través del correo electrónico y, ahora, por la distribu- ción electrónica de imágenes fijas y móviles de la vida domésti- ca a través de la cámara del teléfono móvil (los primeros pasos del bebé; lo que le pasó a Jack al salir de la escuela hoy). En otros casos, los miembros de la familia han manifestado sentir placer por poder ser más independientes y pasar más tiempo fí-

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sicamente separados, porque se sienten «más seguros» gracias a las formas virtuales de contacto a distancia que permiten estas tecnologías (en realidad, según English-Lueck, la única vez en que todos los miembros de una familia habían estado físicamen- te juntos algunas semanas fue cuando acordaron estar todos en casa para ser entrevistados por el investigador).

Una de las principales preocupaciones de la investigación de English-Lueck y su equipo es la difuminación radical de los lí- mites entre trabajo y hogar debida al desarrollo de los nuevos patrones de trabajo en casa que permite la tecnología del orde- nador. En ese contexto, un aspecto interesante es la medida en que los discursos institucionales sobre la identidad que se origi- nan en el mundo de los negocios comienzan a abrirse camino en

,1 el hogar. Nos encontramos con situaciones donde las familias cada vez Más se ven.á sí mismas y a Sus problemas en los térmi- nos de la teoría de la gestión. De modo que sus diversas activida- des se organizan utilizando los principios de la gestión comer- cial, como en el caso de una familia que había establecido una «Declaración de misión familiar», derivada del libro de Steven Covey, Los siete hábitos de la gente altamente productiva, que habían impreso y pegado en la puerta del refrigerador."

Si bien esas instancias de transferencia de los modos de or- ganización de grupo y de actividades basados en el ordenador desde el mundo de los negocios hasta el espacio doméstico son exclusivas, por lo menos hasta hoy, de las secciones más tecno- lógicamente avanzadas de las sociedades ricas, ahora se están expandiendo más allá de los confines de Silicon Valley. En todo Estados Unidos, dado el auge de los dispositivos de computa- ción móviles, como los Palm Pilots en el ámbito doméstico de la clase media, ahora diversos sitios web promocionan calendarios basados en Internet y también ahora programas como «WeSync» y «OrganisedHome.com » permiten que los familiares separados puedan mantenerse en contacto y coordinar sus actividades a distancia."

Como sostienen estos investigadores, todo esto revela un cuadro de situación donde ahora los nuevos modos de comuni- cación electrónica se han convertido en la infraestructura de la vida familiar. Esto se da, sobre todo, en familias de clase media,

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donde los padres están ocupados, son profesionales, viven con horarios muy ajustados y tienen que equilibrar constantemente las exigencias del trabajo y la familia. En estos casos, la organi- zación de la fiesta de cumpleaños de los hijos está junto con las obligaciones de trabajo, y los acuerdos se negocian tanto entre cónyuges como entre padres e hijos, así como cuando se llega a un acuerdo con un cliente. Por lo tanto, los dispositivos de tele- comunicaciones se utilizan para coordinar las obligaciones la- borales de los padres y los compromisos sociales en sincronía con el club de los niños después de la escuela. En lugar de ver una simple oposición entre la tecnología y la 'familia, en esta cultura, ahora mantener y actualizar la infraestructura técnica que apoya, y Tosibilita las actividades de la familia es vista córritiMa—iOrma ciave de «trabajo familiar». Además, estas tec- nologías a menudo constituyen las modalidades de la intimidad doméstica. Como dice English-Lueck, «los entrevistados dije- ron llegar a su casa por la noche, sentarse juntos, cada uno con su ordenador portátil, leer cada uno su correo electrónico y ha- blar sobre eso, [...] [y] eso es lo que ahora constituye su "tiem- po para la pareja" ».31

Para los miembros muy estresados y móviles de esas familias con dobles ingresos, la cuestión de quién pasa a buscar a los ni- ños de qué lugar y a qué hora, por ejemplo, de sus actividades después de la escuela, se negocia cada día, por teléfono móvil y por correo electrónico. Cuando llegan a casa, los niños pueden recitar sus actividades para el día siguiente, mientras los padres las anotan debidamente en sus Palm Pilots, verifican si hay al- gún problema con sus demás citas y prometen a sus hijos con- firmarles el lugar y la hora donde pasarán a buscarlos a media tarde del día siguiente. Éste es un mundo donde ahora la educa- ción virtual tiene que llevar parte de la carga del cuidado de los hijos, y donde estar en contacto electrónico con un hijo (darle la bienvenida a casa con un mensaje de texto, desearle que «ten- ga un buen día» como una manera de demostrar preocupa- ción y responsabilidad) puede cumplir un papel cada vez más importante en los patrones de crianza de los hijos.'

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134 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA ASUNTOS PÚBLICOS E HISTORIAS ÍNTIMAS: MEDIACIÓN, DOMESTICACIÓN Y DISLOCACIÓN / 135

Vigilancia tecnológica en la esfera doméstica

En las familias que son objeto del estudio de Silicon Valley, los dispositivos de comunicación móviles llevan una parte im-portante de la carga de la educación y, lo que es bastante prede-cible, de la parte de la madre. Así, el estudio muestra que una madre siempre lleva «un pager y un teléfono móvil para estar en contacto con su hijo adolescente cuando llega a casa después de la escuela». En esas familias también hay un sistema cada vez más complejo de reglas familiares que rigen el uso (y penalizan el no uso) de los dispositivos técnicos a través de los cuales se co-munican (se les dice a los niños que deben tener siempre encen-didos sus pagers o teléfonos). Incluso una madre dice: «Me pon-go nerviosa cuando [su hijo] no tiene el teléfono encendido». 33

Esos tipos de «educación por procuración» tecnológicamente mediada se están expandiendo cada vez más. Sin duda, y en el Reino Unido también, ahora se ha vuelto muy común que los padres efectúen diferentes formas de «telecuidado» de los hi-jos y los equipen con teléfonos móviles precisamente para poder saber dónde están y qué están haciendo.

Esta forma de vigilancia parental posibilitada por la tecno-logía es un negocio cada vez más grande. En el Reino Unido, en el verano de 2005 se hizo el lanzamiento comercial, al inicio de las vacaciones escolares de verano, del servicio «KidsOK», que permite a los padres seguir continuamente el paradero de los hi-jos a través de los enlaces GPS de sus teléfonos móviles.' Por su-puesto, ésta no es una vía unidireccional; también hay ejemplos de hijos adultos que imponen a sus padres mayores el uso del te-léfono móvil, para mantenerlos bajo vigilancia, como parte de su obligación de « cuidarlos ». 35 Pero no sólo se trata de una cuestión de vigilancia intergeneracional: la prensa británica ha publicado recientemente una serie de artículos donde se da cuen-ta del fenómeno emergente de relaciones de adultos que rompen cuando uno de los miembros de la pareja descubre la infidelidad del otro controlando subrepticiamente la casilla de «mensajes recibidos» de su teléfono móvil.'

En ese contexto, el teléfono móvil o el pager también se con-vierten en un símbolo concreto que representa la permanencia

del vínculo entre los miembros de la familia. Como dicen André Caron y Litizia Caranovia, «independientemente de si está en-cendido o no, es el símbolo de la disponibilidad recíproca de los miembros de la familia y de estar constantemente "en contac-to" ». Por supuesto, como también observan, el significado atri-buido a ese símbolo puede ser diferente para cada miembro: para una madre, puede ser el símbolo del cordón umbilical elec-trónico con sus hijos, que a veces pueden verlo, con resenti-miento, como una suerte de correa electrónica.'

La medida en que el hogar trasciende el espacio físico de la casa para incorporar las «extensiones» como el coche está bien establecida, y esas cuestiones de formas mediadas de vigilancia parental a distancia también surgen en ese contexto. En Estados Unidos, como observan James Hay y Jeremy Packer en su estu-dio sobre la integración progresiva de una variedad de dispositi-vos de comunicación en el automóvil, ahora es posible instalar una «caja negra» en el coche y controlar cómo conducen sus hi-jos adolescentes cuando toman el coche prestado, lo que auto-máticamente «advierte» al conductor que está superando la ve-locidad permitida o cometiendo alguna forma de infracción vehicular definida por los padres. Como dice una madre, «todos los coches deberían tener este dispositivo; [...] es como tener una niñera en el coche». 38

Aquí tal vez sea necesario hacer una observación, pues algu-nos de estos comentarios pueden interpretarse como una suerte de nostalgia irracional por un mundo previrtual de mi parte. Si bien reconozco cabalmente los beneficios potenciales de estas tecnologías en el hogar, también hay límites por lo que respecta a la sustitución de los vínculos reales por vínculos virtuales. Este argumento ha sido sostenido por Deirdre Boden, que halla, en su investigación sobre agentes de Bolsa, que el contacto por co-rreo electrónico y por teléfono se consideraba inadecuado para mantener la confianza personal de la que, en última instancia, dependen sus acuerdos financieros. Para esos fines, sólo se con-sideran suficientes las reuniones cara a cara, es decir, según Bo-den, «la compulsión de la proximidad» incluso en un mundo al-tamente tecnologizado. 39 Sea en el mundo de las finanzas o en las relaciones familiares, la cuestión es cómo puede mantenerse

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ASUNTOS PÚBLICOS E HISTORIAS ÍNTIMAS: MEDIACIÓN, DOMESTICACIÓN Y DISLOCACIÓN / 137 136 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

la confianza sin esas reuniones cara a cara, y es difícil lograrlo sin el grado de «redundancia» comunicativa que proporciona la proximidad física para entablar y mantener relaciones de con- fianza, sobre todo cuando hay problemas. Sin embargo, cabe observar que English-Lueck y su equipo también hallaron evi- dencia de angustia en la vida cotidiana. La angustiada concien- cia de sus entrevistados acerca de la fragilidad de todas esas acti- vidades organizadas en microdispositivos electrónicos «justo a tiempo» se mide gráficamente por la medida en que a diario in- tentan construir una «redundancia» comunicativa de salvaguar- dia: se comunican por correo electrónico, pager y teléfono para recordarse mutuamente el mismo acuerdo doméstico, como una forma de «seguro» contra los peligros triviales, pero con posi- bles consecuencias de peso, de una batería muerta o un fallo téc- nico en alguno de sus muchos dispositivos de comunicación."

Fragmentación e individualización

Sin duda, la vida familiar de nuestro tiempo está cambian- do, mientras nos adaptamos a las nuevas tecnologías y hallamos la manera de hacer frente a nuevas estructuras de trabajo y de movilidad y, a pesar de su continua centralidad ideológica, el núcleo familiar estádegyendo.rápidám—ente en Occidente

sea-p~o-ate en definitiva, imp"or'tán-feTensar-demde, está el IiireVó" 57-Z6n-dé U-gallina él este a'speCió, ¡)éro es evidente que necesitamos e- laborar un-Módo-dráriáii§i,s2áu-e pueda 7ártiettlar E"§-5-1-c-a-m-b-i-o---s-se-n la dérlo-ára'fía‘ de IOCIi-Ogares con elTákicfp7cre-

-CirriTeritb-deferriás-denisedio's ¡Sersdnaliza- do~s,» individuales _ que 'sé está produciendo en nuestra época. En este contexto' se ha sostenido que, en el Reino Unido, el éxito de un programa tele- visivo de tipo «magacín familiar», como Nationwide, que se emitió con tanta repercusión en el horario principal de noche de la BBC1 durante muchos arios en el Reino Unido, no podría re- petirse en la actualidad. Según el verificador de Canal 4, Tim Gardam, que había participado en el programa Nationwide, [éste] «funcionó porque se emitió a una sociedad y un público de espectadores de televisión que suelen ver juntos la tele», situa-

ción que, según Gardam, ya no es posible, pues se trató de «la última generación de la televisión familiar».41

Por cierto, en el Reino Unido los modos de ver la televisión han cambiado radicalmente en los últimos arios; la costumbre de que toda la familia junta vea la televisión ha sido reemplaza- da por modos individualizados de consumo de los medios. El hogar «multipantalla» ya es la norma, y esto afecta a la vida do- méstica de maneras profundas. Ahora más del 50% de los niños británicos entre 4 y 9 arios tiene un televisor y, con frecuencia, también tiene una consola de juegos en su habitación. Muchos analistas han señalado, además, que existe una fragmentación in- terna del hogar, como la moda que rige en muchas casas de la alimentación por turnos, donde los miembros de la familia co- men en horarios distintos comidas preparadas en el microondas. Podemos ver, entonces, que la institución de la «comida fami- liar», aunque para muchos trabajadores fuera algo así como una fantasía de clase media, ahora ha sido socavada por la combi- nación de comidas «rápidas», de fácil preparación, disponibles en los supermercados, con nuevas tecnologías para cocinar y los nuevos patrones de trabajo de las mujeres que, en épocas ante- riores, habrían preparado la comida.

A fin de colocar estos cambios demográficos y tecnológicos en las estructuras domésticas y formas tecnológicas en un mar- co teórico más ampli9,,,,tal vez debamos volver a la touría.-de Ul- rich Beck sobre-Tr<iiidividualización». Él planteamiento gene- ral de Bt-dewátErrá-de'ra-m-u-eí'te de las estructuras de clase tal vez sea demasiado rimbombante (por lo menos, en lo que respecta al Reino Unido), pero la idea central de fragmentación y, a decir verdad, de «individualización» del público y de las tecnologías de medios que utiliza es, sin duda, pertinente en este contexto. -Volviendo directamente a la cuestión de la individualización del COnsumo de- los' medio-s, uno tárribiéri podría aigumentar que

eTw-áTkman T-6-étinvd-y; 4-u-e-útiltran- tualmente muchos jóvenes para crear su propio espacio autóno- mo tanto dentro como fuera del hogar, es intrínsecamente solip- sista o, como dice Stephen Bayley de manera muy gráfica, una «máquina de vete a la m...» para terminar toda interacción in- deseada con el otro."

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Retomaré más adelante la cuestión particular del walkman, pero ahora debemos hacer algunas observaciones si no desea-mos reducir nuestra perspectiva histórica. La individualización del ocio es anterior, en bastante tiempo, a la invención del walk-man y, en realidad, se puede interpretar que existe desde que se inventó la imprenta, por lo menos. Como observa Witold Rybczynski, «la privatización de la lectura [...] [fue] [...] uno de los principales desarrollos de la era moderna temprana [y] un hito en la historia del ocio [...] La reflexión, la contemplación, la privacidad y la soledad están asociadas a la lectura de libros [...] [y] a retirarse del mundo circundante, así como a las preo-cupaciones de la vida cotidiana». 44

Sin embargo, si bien la estrategia para el ocio de retirarse al espacio privado suplantada por el walkman tal vez pueda ser análoga, en ciertos aspectos, a la práctica solitaria de la lectura, se puede sostener que muchas otras formas contemporáneas de consumo individualizado de los medios tienen una función algo diferente. Si bien este argumento revela cierto tono nostálgico, el novelista Richard Powers ha escrito recientemente sobre los as-pectos negativos de la decadencia contemporánea de la lectura como una forma de ocio, en favor del uso constante de dispositi-vos de comunicación individuales que nos mantienen actualiza-dos y «en onda» con los acontecimientos del mundo más amplio. Para Powers, la lectura representa el último refugio del contagio epidémico del «tiempo real» en el que estamos «atrapados siem-pre: película del año, disco del mes, personalidad del día, escán-dalo del minuto» a través de todas nuestras tecnologías, que nos ofrecen «dos momentos envueltos en uno solo. La pantalla divi-dida, el "multitareas", el envío de mensaje de voz por teléfono móvil inalámbrico, las noticias en RSS, la escena dentro de la es-cena», son todas maneras de que necesitemos -y, a decir verdad, podamos- no perdernos nada. Éste es un mundo en que

siempre se nos puede encontrar, siempre estamos actualizados y siempre estamos inmersos en la imagen del mundo desplegable, nunca estamos solos, nunca estarnos fuera del flujo constante de datos que nos llevan cada vez más lejos. En tiempo real, vivimos en dos cabezas, tres tiempos y cuatro continentes a la vez, y recu-

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peramos el tiempo que perdimos por culpa del tránsito con las mi-llas que recorre el viajero habitual. 45

Ésta es una visión significativa, claramente distópica, de lo que el futuro tecnológico nos tiene reservado. Retomaré esta cuestión más adelante.

Domesticar el futuro

La cuestión del futuro y la cuestión de la tecnología sin duda están inextricablemente vinculadas, no sólo porque el futuro (y cada vez más el presente) se define en términos tecnológicos. Si, para muchas personas, el futuro representa un ámbito preocupan-tee Q-d -'71-0,--'----10.1.1011311n,Us,s4-n7ffárré,e esa preocupa io "S`tá simbolizada por -y en- las formas tecnológicas. La cuesiiónén- tonces 'es cómo esa problemática-esfera teckóIógica puede ser naturalizada y domesticada, con objeto de volverla menos amena-zante y más manejable para sus habitantes. Por supuesto, hay una visión alternativa de todo esto: están aquellos (definidos, sobre todo, por la generación, el nivel de educación y la clase) para quienes el futuro es la esfera de la esperanza, y no de la pre-ocupación. Para ellos, la tecnología funciona como el «símbolo brillante y resplandeciente» de esas esperanzas, pero en ambos casos, sea positivo o negativo, esas cuestiones siguen estando vincu113175n érsigAirawg-:abacii - délas tecnologías.

Si en el Occidente rico, por lo menos, la cotidiariictánb ca-racteriza por lo que Bausinger una vez llamó «la omnipresencia discreta de lo técnico», una de las conclusiones más sorprenden-tes de la investigación sobre los usos domésticos de la TIC" es cómo, en muchos hogares, las personas se preocupan mucho por disfrazar la presencia de tecnologías de la comunicación en sus casas; con frecuencia ocultan el televisor, el ordenador y los cables en compartimentos de madera o detrás de una cortina. Si un número cada vez mayor de tecnologías se ha naturalizado, hasta el punto de llegar a la invisibilidad literal -o psicológica- en el ámbito doméstico, debemos entender cómo se fue reali-zando ese proceso.

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Domesticación y naturalización

La otra razón por la cual una perspectiva histórica sobre los nuevos medios debería ser central en nuestro enfoque de estas cuestiones es que, en la práctica, la dinámica de hacer que las tec- nologías sean fáciles de usar para el consumidor con frecuencia \ implica insertarlas en formas reconocibles de épocas anteriores.

r-t-r-igrliiiidója innovación tecnológica suele ir acompañada del impulso continuo de lograr un tecnofuturo seguro. incorpo- rándolo en formatos, iconos y símbolos familiares. Así, Akiko Busch menciona los ejemplos de las «cocinas de diseño» actuales, que contienen «refrigeradores con puertas de madera que los ca- muflan como si fueran alacenas», y los televisores colocados en gabinetes de estilo Shaker donde ahora sus hijos ven las pelícu- las de Terminator.'

A veces es posible ver que esa estrategia de diseño guiada por la nostalgia apunta a calmar los temores a la tecnología pro- pios de generaciones anteriores; por ejemplo, la prensa británica dio a conocer una noticia respecto a que un asilo de ancianos, en Bristol, había hecho una petición para que algún donante le proporcionara una cabina de teléfono roja y un buzón rojo «tra- dicionales», para que los ancianos se sintieran más seguros al hacer llamadas o enviar cartas. Análogamente, en el Reino Uni- do suelen publicarse anuncios de reproductores de CD que pa- recen antiguos, sobre todo en publicaciones destinadas a una población de más edad, como Radio Times y Daily Telegraph. Uno de los grandes éxitos del mercado de la electrónica en el Reino Unido fue, en 2004, la radio digital retro, descrita por Caroline Roux como el «heredero natural de la televisión de los arios cincuenta disimulada en el falso mueble bar». Sin embar- go, está claro que estos artículos no sólo atraen a las personas mayores: los jóvenes que viven vidas muy tecnologizadas tam- bién suelen comprar la misma clase de nostalgia. Así, una im- portante guía de diseño del Reino Unido, destinada a un públi- co ambicioso, joven, que maneja tecnología, tenía un artículo sobre «siete magníficos receptáculos para televisión», descritos como «armario de lustre wenge», «de roble sólido» y «de teca reciclada », todos con un aspecto rústico que oculta la presen-

cia de alta tecnología moderna detrás de las puertas de madera cerradas."

Al respecto, David Aaronovitch ha escrito acerca de los ha- bitantes del Reino Unido a los que tal vez «en verdad les gus- taría vivir en la página principal del catálogo de "Past Times". En Estados Unidos, Aaron Betsky observa que hoy en día pare- ce haber una necesidad mayor de «lo familiar, lo conocido, lo antiguo y lo seguro, ya que la gente quiere vivir en la casa don- de imagina que se criaron sus padres, quieren martillos que parezcan antiguos, aunque tengan mangos ergonómicos. [...] quieren [...] lo vernáculo» y, por supuesto, lo vernáculo sería naturalizado hasta el extremo de la invisibilidad." Exactamente de la misma manera, un anuncio norteamericano del último sis- tema doméstico multifuncional de entretenimiento es una ima- gen de vida familiar que muestra el nuevo sistema instalado en el mismo tipo de gabinete de madera tradicional donde, como hemos visto, se ponían los televisores cuando fueron introduci- dos por primera vez en el hogar, en una época anterior. Además, la imagen del anuncio, donde todos los miembros de la familia se muestran sonrientes, bajo la mirada benévola del padre, po- dría derivarse prácticamente de un retrato de Norman Rockwell de la vida familiar suburbana en Estados Unidos en los arios cin- cuenta. Así, la naturaleza potencialmente problemática de la nueva tecnología es neutralizada por el hecho de que se muestra como felizmente incorporada en el simbolismo tranquilizador del hogar más convencional."

Sin embargo, el proceso de domesticación de los medios va más allá de estº„No es sóTo—u-nácuestió—n 3e-C73177Tájéritélréga a sentirse :91, cz42. ,c4n.laL,tgcn:"ofógTa—s arniro.ITYPI.-Eiret

o e os hogares de Silicon Val-ley ante's mencionados, sostu- ve que las tecnologías que utilizaban para coordinar sus vidas se habían convertido, In efecto, en la infraestructura de las fami-

lias, Con el advenimiento de Ia «Dreamhouse» (casa de los sue- ños) electrónica, sea en las primeras versiones que Spigel descri- be en los arios cincuenta/sesenta o, en la actualidad, en el paraíso doméstico «totalmente conectado» de Bill Gates, debidamente analizado por Fiona Allon (véase más adelante), llegamos a una nueva situación.' En lugar de domesticar las tecnologías elec-

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trónicas, en el caso de la «casa inteligente» lo que sucede es que la misma esfera doméstica se mediatiza y se vuelve totalmente electrónica. En esta visión del hogar, las tecnologías ya no son un mero suprém-eriTó—si, íóirn—c-6:7475-S2Lepía

rritgiliáráSár-- Otro' 1.6rpendente anuncio, producido en Estados Unidos

por Applied Materials en su campaña televisiva «Information for Everyone» (Información para todos) muestra a un grupo numeroso de niños de clase media, vestidos a la moda, cuya na-cionalidad no se distingue, que descienden ruidosamente del transporte escolar al final del día y van entrando, de modo re-lajado y amistoso, en una casa vacía pero repleta de tecnología. En el transcurso del anuncio se nos muestra que, si bien la casa no tiene ocupantes adultos (a pesar de que se ve el típico y ami-gable perro labrador), sí tiene una alarma electrónica, un tele-visor, un reproductor de vídeos, muchos controles remotos, un ordenador de escritorio, un ordenador portátil, un equipo de música, una guitarra y un teclado electrónicos.' Al entrar a la casa, el primero de los niños (que parece tener unos nueve años) teclea, como si tal cosa, el código para desactivar la alarma, mientras charla con sus amigos y sin prestar demasiada atención a la tarea técnica bastante compleja que está realizando. Mien-tras, los niños van recorriendo la casa, se sacan los zapatos, en-cienden los ordenadores, se sientan en el sofá, comen patatas fritas mientras llaman por teléfono móvil o se pelean por tener el control remoto del televisor. Al final, no se sabe dónde está geográficamente esa casa con los niños, pero lo que sí sabemos, metafóricamente, es que se sienten totalmente «en casa» con una gama de tecnologías altamerie sofisticadas. En realidad, para esos niños el placer de volver a casa al final de la jorna-da escolar parece ser, en gran medida, «sentirse en casa» con la tecnología.

Además, no sólo la casa está siendo transformada de esta manera; lo mismo sucede con el automóvil. Como James Hay y Jeremy Packer observan, la instalación de teléfonos, ordenado-res personales, sistemas de navegación y búsqueda de automóvi-les es cada vez más importante en el diseño de automóviles; ya no es un aspecto suplementario. En ese sentido, la «inteligencia»

del automóvil reforzado con medios de comunicación es «inse-parable de toda la infraestructura de comunicación, de la que el automóvil sólo es un punto de enlace». 53

Todo esto nos lleva a la necesidad de reconceptualizar una nueva versión de la idea de Raymond Williams acerca de la pri-vatización móvil, en la medida en que ahora las tecnologías que pueden utilizarse para adoptar las nuevas formas virtuales de «viaje» dentro de casa son mucho más poderosas que lo que Wi-lliams haya podido imaginar. Sin embargo, conviene recordar que las casas que fueron construidas en «Levittown» en el perío-do de posguerra en Estados Unidos también tenían, como una característica clave de su deseabilidad, televisores empotrados en las paredes de la sala de estar. La casa electrónica tiene una historia, que haríamos bien en recordar cuando imaginamos su futuro." Además, retomando la cuestión de la domesticación de las formas «futuristas» de tecnología, como señala Allon, pue-de decirse que incluso Bill Gates representa la forma de vida fa-miliar que imagina al comportarse en su «casa de los sueños» totalmente conectada de la manera más convencional, más su-burbana, lo que muestra que la futurología casi siempre va ha-cia atrás en la misma medida que hacia delante."

Tecnología y nostalgia en la casa inteligente

La visión de Gates de la «casa inteligente» se basa en la pro-ducción de un tipo particular de espacialidad conectada pero muy domesticada, un modo de vida compatible con el «espacio de flujos» de una aparente movilidad incontrolada. Además, im-plica la producción de una retórica implícita de la manera de ha-bitar ese espacio, y la casa inteligente/conectada se presenta como la manera de «encontrar un lugar» dentro de la «gran red global multinacional y descentrada de las comunicaciones». 56 Ante todo, esta visión de ,la utópjátecn_91 3zista..po.r_la, «casa instrumental» ofrece una retórica de cómo vivir con con-TErryseiüríTaZ en un mundo in-segiii:571 Trérite se presenta como un recinto conectado, sensible y seguro, que ofre:, ce una intensa sensación de privacidad en un mundo de ciudades

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--n asoladas por el crimen, el terrorismo y la alienación suburbana. En ese contexto, la casa funciona como un equilibrio entre el acceso instantaneo al mundo exterior ado or 1 olo ía

711—s-é quilidad personal inviolables. Como 1 f dice Margaret Morse, éste es el discurso de la «autonomía de , la individualidad protegida», que ofrece una forma de conexión ,

con el mundo y, al mismo tiempo, es una protección contra éste.' --

En esta visión, la casa también es un espacio en el que se en- marca la nueva tecnología, se culturiza y se hace segura en el contexto de imágenes del pasado socialmente conservadoras, de la armonía rural y la estabilidad familiar. De modo que vemos que las formas de la alta tecnología más modernas de «consumo integrado, computación y dispositivos de comunicación» con- vergen en torno a una imagen muy tradicional de la maravillosa familia nuclear estilo Hollywood de los arios cincuenta.' Aná- logamente, en relación con la comercialización del ordenador Macintosh «Performa» a fines de los arios noventa, Alexander Chancellor observó que, a pesar de la decadencia demográfica de los hogares de familias nucleares, el ordenador llegó con un folleto que mostraba una fotografía de la familia perfecta y tra- dicional de cuatro miembros reunida alrededor del aparato. Además, el diseño del software suponía que el hombre de la casa determinaría, a través de una aplicación llamada «At Ease», qué miembros de la familia tendrían acceso a determinados niveles de información y control, al modo (supuestamente) tranquiliza- dor, aunque autoritario, del clásico pater familias victoriano."

Gates subraya los valores y las virtudes familiares de confort, privacidad y relax, vinculando su utopía tecnológica con una larga historia de sueño de domesticidad tranquila, de tal modo que, como sostiene Allon, el mundo virtual al que aspira Gates es «pacífico y domesticado, sin elementos disruptivos o desco- nocidos, [...] un lugar donde se vive una calidez, una familiari- dad y una intimidad generalizadas y globalizadas».' Como vimos antes, en relación con la domesticación de otras tecnologías, el resultado es, una vez más, un complejo híbrido de la alta tecno- logía y lo tradicional, «un mundo donde las "fachadas" suelen estar en flagrante oposición a sus interiores; la fachada que si-

mula estar hecha a mano y camufla todos los aparatos de alta tecnología que contiene». En este sentido, el «estilo country» de los muebles y el pino natural connota una nostalgia rústica, si no bucólica, de un mundo antiguo, más seguro, como si «los im- plementos de alta tecnología cada vez más sofisticados de las ca- sas [...] tuvieran que ser compensados [...] con un sello que cer- tifique los tiempos pasados».61

¿Y ahora? ¿Dis-locar los medios?

He trazado hasta aquí la larga historia de la domesticación paulatina de algunos medios, en particular la televisión, y he to- mado la «casa inteligente» como el punto culminante o final de esta historia, donde la misma casa se convierte en un lugar total- mente tecnologizado/conectado y llega a ser definido por las tec- nologías que la constituyen.' Sin embargo, podría argumentar- se que ahora estamos ante el comienzo de una historia bastante diferente, donde el relato se encamina en la dirección contraria, hacia la de-domesticación de los medios y la dislocación radical de la domesticidad.

En muchos países, la televisión comenzó como medio públi- co, que era visto colectivamente en lugares públicos y paulatina- mente fue entrando en las casas y, poco a poco, en los intersticios de éstas. Pongamos dos ejemplos: en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos la te- levisión era exhibida, sobre todo, en lugares públicos como bares y grandes almacenes o en el transporte público. Análoga- mente, en Japón, a comienzos de los arios cincuenta, la televi- sión funcionó como una suerte de teatro al aire libre para el pú- blico que veía eventos deportivos, como luchas en escenarios instalados en esquinas y en plazas y parques públicos, donde la multitud se reunía a contemplarlos.' Sin embargo, es evidente que, al haber colonizado tan fuertemente la casa en el período posterior, ahora la televisión se ha vuelto a escapar de sus confi- nes. Hoy en día, en todos lados, espacios públicos como salas de espera, estaciones de tren, aeropuertos, comercios, bares, res- taurantes o lavanderías, encontramos televisores. La diferencia

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es que ahora es un suplemento y no, como originalmente era, una alternativa a su lugar en casa, como Anna McCarthy, en Estados Unidos, y Goran Bolin, en Suecia, han documentado en sus estudios sobre las nuevas formas «ambientales» de tele- visión pública."

Una importante motivación comercial para este tipo de de- sarrollo ha sido la concienciación, en la industria de la publici- dad, de la medida en que la casa es un entorno donde los anun- cios televisivos pueden, en el mejor de los casos, esperar formas distraídas de atención del espectador. Otra es su creciente preo- cupación acerca de la «movilidad virtual» creada para los es- pectadores en el hogar por el control remoto, que les permite cambiar de canales, programar lo que van a ver y evitar los anuncios. Otra motivación es haberse dado cuenta de que es muy difícil llegar a algunos grupos demográficos particularmen- te deseables (como los hombres con altos ingresos y los jóvenes con ingresos personales disponibles) a través de la televisión en el hogar y, por lo tanto, es mejor hacerlo en otros lugares. Por todas estas razones, ha habido una fuerte necesidad comercial de elaborar formas públicas de televisión basadas en la publici- dad a fin de llegar hasta esos consumidores potenciales donde- quiera que se reúnan, como públicos más dispuestos a dejarse «captar», así estén haciendo vida social en bares y restaurantes o esperando un vuelo en el aeropuerto. Tras haber colonizado la casa y visto que algunos de los consumidores clave a los que se desea llegar están ausentes de los confines de ésta, ahora la pu- blicidad comercial ha decidido seguirlos fuera del hogar y des- plazarse a la esfera pública.

Desde el punto de vista de los patrocinadores, las formas pú- blicas de la televisión tienen algunas ventajas clave: fundamen- talmente, están «libres del zapeo», ya que el programador, no el espectador, tiene el control exclusivo de los contenidos de la pantalla; además, la ubicación del televisor (por lo general de grandes dimensiones) por encima del nivel de la vista suele dar- le un aire de autoridad que no tiene la pantalla pequeña habi- tual. Por otro lado, el público de esos «lugares de espera» (de la clase que sean) suele estar aburrido y, por lo tanto, busca algu- na forma de distracción visual, pero además algunos grupos de-

mográficos específicos también pueden ser alcanzados si se transmiten anuncios en los lugares «correctos», donde el grupo deseado ya ha decidido, por así decirlo, estar presente y, por lo tanto, disponible para el anunciante. Como explica un director de una agencia de publicidad citado por McCarthy, «la demo- grafía del [público] está controlada por el lugar donde el mensa- je se transmite» ."

Es natural, entonces, que si se considera que esos anuncian- tes están intentando hacer «habitar y pasar a través de lugares particulares [...] una experiencia "auspiciada", para llegar mejor a los consumidores, justifiquen la intrusión con frecuencia inde- seada de la pantalla en la vida pública como una atracción gra- tuita, es decir, otra dimensión de la índole pública de un sitio»." Sin embargo, muchas personas han llegado a sentir que ese tipo de formas de televisión comercial basadas en determinados lu- gares son, en efecto, un atentado contra la privacidad indivi- dual. El punto culminante de esa tendencia en el Reino Unido fue el escándalo, en 2004, surgido por la instalación de televiso- res comerciales al pie de la cama de pacientes de hospitales por la compañía «ilustremente» llamada «Patientline». Está claro que esta forma de televisión se dirige a un público que, por defi- nición, está cautivo. Además, los televisores estaban diseñados de tal modo que se encendían automáticamente a las 6 de la ma- ñana y funcionaban sin interrupción hasta las 10 de la noche. En ese caso en particular, nadie podía escapar, literalmente; quienes no querían ver los programas no podían apagar el televisor y es- taban obligados a asistir a una serie ininterrumpida de anuncios de servicios no deseados y de repetitivos mensajes acerca del «cuidado del paciente» emitidos por las autoridades del hospi- tal. Cuando a éste se le presionó por la irritación y la angus- tia que todo ello estaba causando a muchos pacientes muy enfer- mos, el portavoz de la compañía dijo, poco convincentemente, que el hecho de que los televisores no tuvieran una tecla para apa- garlos había sido «un accidente».67

Estas evoluciones deben entenderse en el contexto teórico más amplio de los debates sobre la transformación permanente de las relaciones entre las esferas pública y privada. Al respecto, Armand Mattelart ha sostenido con acierto que, desde hace ya

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pareciendo» efectivamente o sustrayéndose de la esfera pública, aunque siguen estando físicamente presentes en ella." Volvien- do a mis observaciones anteriores sobre la manera en que la his- toria de la individualización del ocio es anterior a la invención de tecnologías como la del walkman, aquí también conviene con- siderar el papel de la lectura del periódico como una forma an- terior, con la que los trabajadores que tenían que viajar para lle- gar a la oficina podían retirarse del espacio público a un mundo más privado. Al respecto, el éxito del nuevo diseño en tabloi- des más pequeños de algunos de los periódicos de grandes di- mensiones del Reino Unido, que en su formato original eran algo incómodos de leer en autobuses o trenes repletos, es sin duda otro índice de la adaptación exitosa y de la continua im- portancia de los medios impresos, para cumplir las mismas fun- ciones en nuevas condiciones.

En su teorización ejemplar de la función «protectora» de las tecnologías del sonido, Bull se inspira en el trabajo de varios teó- ricos de lo urbano, desde las preocupaciones de Georg Simmel acerca de los efectos problemáticos en el individuo de la sobre- carga sonora en la ciudad atestada hasta las observaciones de Richard Sennett sobre las maneras en que la tendencia contem- poránea de las personas de «retirarse» al santuario de los «guetos solipsistas auriculares» socava la capacidad de sostener encuen- tros potencialmente productivos con la alteridad que constitu- ye la mera base de la esfera pública. De ese modo, también se introducen las complejidades añadidas a nuestras dificultades contemporáneas por el desarrollo y la adopción generalizada de la tercera de las tecnologías de la «serie» antes mencionada: el teléfono móvil.'

En relación con la cuestión de la dinámica de la esfera públi- ca cada vez más privatizada, Bull sostiene que, mientras podría- mos seguir exigiendo nuestro propio espacio, «recortamos cada vez más el espacio de los otros», en una situación donde ahora el espacio urbano está habitado tanto por personas que cami- nan solas «en sueños solipsistas, usando sus estéreos persona- les» como por las que, igualmente indiferentes a los demás, se afanan por «exponer su vida privada en público a través de sus teléfonos móviles». Si, como Shin Dong Kim dice, «hasta no

hace mucho se consideraba vergonzoso hablar de asuntos priva- dos en público, [...] esos modales se han evaporado en esta era de contacto perpetuo». Esta actitud queda bien evidenciada en las observaciones de uno de los entrevistados por Bull, que sim- plemente dice que, «cuando estoy hablando por teléfono, [...] lo que sucede a mi alrededor es secundario. [...] Estoy en mi pe- queño mundo. Opero suponiendo que esas personas no me co- nocen [...] y yo no las conozco».

Parece que la esfera pública, que funcionaba sobre la base de la «inatención civil» que, como observa Simmel, todos los ciu- dadanos se debían entre sí, ahora para muchas personas se ha desintegrado en una mezcla compleja de pequeñas esferas públi- cas diferentes y contradictorias que cohabitan en el mismo espa- cio geográfico, de tal modo que se siente que éste no pertenece a nadie, en lugar de a todos. Así, uno no necesita adaptar su con- ducta a la presencia de los demás, pues hoy no conocer a los de- más personalmente puede significar, literalmente, que éstos no cuentan para nada.'

Comunicaciones móviles: la historia del teléfono móvil

Si el walkman es una tecnología «privatizadora», entonces ahora el teléfono móvil taly,ez,,,se,a la tecnología privatizadora de nuestra época por excelencia. Evidentemente, una de las cosas (1"—s—rue hace e terre ório m-áv-Ti es dislocar la idea de hogar, pues per- mite al usuario, en palabras de la campaña publicitaria de Oran- ge en el Reino Unido, «llevar su red con usted, donde quiera que vaya». Un ejemplo elocuente es el de un estudiante extranjero en la Universidad Goldsmiths que escribió recientemente acerca de la alegría que sintió cuando, viajando en tren a la universidad una noche, el día del Ario Nuevo chino, recibió un saludo de ario nuevo de sus padres que lo llamaron desde Beijing, en el mo- mento simbólico de la medianoche en ese lugar; dijo, simplemen- te, que, «al oír esas voces familiares a través de mi pequeño te- léfono móvil, de pronto sentí que estaba en casa »."

Sin embargo, la otra cuestión es que, al igual que el walk- man, aunque por un medio diferente, el teléfono móvil también

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aísla a los usuarios del espacio geográfico donde realmente están nellieriiiirelleriálibralSrclosació-s-- de la- ciádad-can 's-u—s p—ro- 'plas* can'anes' traiiqu' ifiz-ádoras. Con frecuencia .érúl-uario no .. . _ , .,,., ... presta atención a quienes están' cerca de él mientras habla con otras personas que están lejos y, en ese sentido, la comunidad momentánea de los que están en el mismo lugar o situación es desintegrada por esas formas externas de conectividad. Así,

'también se podría sostener no sólo que el teléfong móvil funcio- „..,,,,,.., na a menudo como un refugio psíquico para su usuario, sinoin- dtrgo.cointr una suerte de «comunidad móvil cercada». Como dice un usuario, «cuando estoy rodeado por personas que no co- nozco, puedo conectarme fácilmente con una voz familiar; [...] hablar por el móvil me permite distanciarme de toda situación incómoda y me da una sensación de comodidad». En su investi- gación sobre los usos del teléfono móvil en los círculos de em- presarios, Sadie Plant presenta el caso de empresarios que dicen que, si llegan a una reunión donde no se sienten a gusto, porque no conocen a nadie, «pasan el tiempo» haciendo cosas con el móvil, es decir, indicando a los otros desconocidos presentes que ellos, en realidad, son personas ocupadas y bien conectadas, im- portantes, y que no pueden perder el tiempo!'

Por lo general se da por sentado que el teléfono móvil es, ante todo, un artefacto para trascender la distancia espacial. Pero, así como sabemos que un alto porcentaje de los correos electrónicos que se intercambian en el mundo son enviados por personas que trabajan en el mismo edificio, el teléfono móvil pa- rece utilizarse a menudo de maneras contraintuitivas. No se uti- liza tanto para trascender la distancia como para estallecer re-

-ffe-s-de-C-o-m^ unic-aCión paralelas en-érriiilmb'é-s¡i-a-c-i-O-,-q—ue-escApán_ "a-fos--mtsd-6S-éon-v- enciónales de «control territorial» f,),1” 5,-,1-aoq en ttrt4tigartsca efirstrde- triefisáje's de texto por aluMnos en las es-

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cuelas británicas o el uso que hacen para establecer un contacto prohibido niños y niñas en escuelas de Irán). En realidad, ese ar- tefacto de comunicación supuestamente «individualizado» tam- bién se utiliza con frecuencia de forma colectiva, sobre todo en- tre grupos de jóvenes cuando están juntos: se pasan de mano en mano el teléfono móvil de una persona para admirar un men- saje de texto particularmente ingenioso, o miran el tamaño de la

lista de contactos de esa persona (como signo de su populari- dad), con el principio de «Les caigo bien a todos. Mirad: mi tar- jeta Sim está llena»?

Como sabemos, una llamada por teléfono móvil irrumpe en el espacio físico de la esfera pública de diferentes maneras: moles- ta a los demás pidiendo atención de forma insistente o impone una conversación «privada» a quienes están cerca del usuario mediante una conversación a alto volumen en la forma de lo que, en Estados Unidos, se ha descrito como el cell-yell (expre- sión que significa «hablar a gritos por el móvil»). Además, es in- teresante ver de qué manera estos avances han dado lugar a un nuevo conjunto de debates sobre la etiqueta de las comunicacio- nes, con especial interés en esta tecnología. El uso del teléfono móvil en lugares públicos es, sin duda, una causa de conflicto irresuelta en el Reino Unido. Al relatar un incidente en el club de críquet del condado de Middlesex, en Londres -institución muy conservadora que ha impuesto una prohibición total de los mó- viles-, Jason Bennetto cuenta que un miembro de ese club se en- frentó con otro utilizando un cuchillo, cuando lo descubrió usando el teléfono móvil durante un partido."

En su investigación acerca de los usos contemporáneos de los cementerios, Ken Worpole narra que «se cruzó con una jo- ven, que llevaba un abrigo de piel y hablaba por teléfono mó- vil»; para él significó una infracción final de la tradición que Steven Kern, en su clásico estudio sobre la conciencia de la mo- dernidad temprana, consideraba inviolable: que nunca podría encontrarse un teléfono en un cementerio." Esto no implica su- gerir que las crisis sobre las formas de la conversación en públi- co sean un fenómeno totalmente nuevo. Hacia finales del siglo xix, los observadores ya veían las extrañas cosas que le suce- dían a la conversación a raíz de la invención del teléfono. La broma de Mark Twain, en su relato de 1880 irónicamente titu- lado «A Telephonic Conversation» (Una conversación telefóni- ca), es que uno sólo puede oír la mitad de esas nuevas formas de conversación:

Luego sucedió lo más extraño de lo más extraño del mundo: una conversación con un solo hablante. Uno oye las preguntas que

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hace; no oye las respuestas. Uno oye las invitaciones que formula; no oye las consabidas gracias. Se oyen pausas de silencio muerto, seguido de exclamaciones irrelevantes o injustificables de alegre sorpresa o pena o angustia. No se puede saber cuál es el principio o el final de la charla, porque uno nunca oye lo que dice la perso- na que está en el otro extremo del cable.81

Ahora el teléfono móvil vuelve a plantear cuestiones de eti- queta que vale la pena mencionar. En el Reino Unido ha sido fascinante ver la velocidad con que se han ido desarrollando los nuevos modos de regulación del artefacto, como los «vagones li- bres de móviles» en los trenes y los avisos en restaurantes y cines donde se prohíbe su uso.' Recientemente, en respuesta a esas for- mas nacientes de desagrado público sobre su uso, incluso las compañías comerciales que obtienen ganancias gracias a ese ar- tefacto han creído conveniente cambiar la publicidad. Así, Bri- tish Telecom, cuyo eslogan publicitario para todas las formas de uso del teléfono fue, durante muchos arios, «Es bueno hablar», ahora ha cambiado el punto de vista de su discurso publicitario para reconocer las limitaciones de su enfoque anterior, ante la disconformidad del público con respecto a las conversaciones por teléfono móvil. Su nueva publicidad dice así: «Algunas con- versaciones nunca deberían incluir la frase: "Espera, estoy pa- sando por un túnel"», y también hace la pregunta: «¿Realmen- te quieres una charla íntima con tu novio, veintisiete pasajeros y el conductor?». Análogamente, la nueva campaña publicitaria de la red Orange recuerda a los consumidores del Reino Unido que no deberían olvidar que «las cosas buenas también sucede cuando su móvil está apagado [...] Un móvil apagado puede de- cir mucho. Puede decir a la persona que está con usted: "Creo que mereces toda mi atención" ».

Como hemos visto, el teléfono móvil suele verse (y promo- verse) como un dispositivo para conectarnos con quienes están lejos y, por lo tanto, nos permite superar las distancias, y tal vez la geografía misma. Se ha dicho que el teléfono móvil per- mite la aparición de un descendiente incluso más móvil que el 1° fláneur (el paseante), como es el phoneur (el telefoneante)." Sin embargo, al igual que en las sesiones de chat en Internet, como

todos sabemos, la primera pregunta que se hace en muchas conversaciones por teléfono móvil suele ser: «¿Dónde estás?» (así como la respuesta suele ser: «Estoy en el tren / en un em- botellamiento / voy a llegar tarde»). En ese sentido, el protoco- lo para las conversaciones por teléfono móvil es algo diferente de la charla tradicional por teléfono de línea, donde el que lla- ma, por definición, sabe dónde está ubicado el teléfono, pero no sabe quién puede responder a la llamada. Los teléfonos de lí- nea están estructurados para ser estables, pero en los sistemas sociales colectivos, como las casas o las instituciones, la identi- ficación personal es necesaria. Sin embargo, en el caso del telé- fono móvil, la identificación es—reérripTa-zia—a p-,9r Ja_zeógrafía,

'-ra-efú-é-16-séTrái-a-dé-Sabei-ülén responderá, sino dónde está -esa personTO- general erque respon& comenzará infor- --murret~Silra-ce-r-ea-de-s-us- C'irCuritáiieranWrITICTry's

túrcTónáTa:Tá"rfíre-é-s-ó-Piiédéih 'arar Iqnétkrzte Itrortel5ff e - de (y no se puede) hablar." ---

------Effreálidá`d;Várece que la geografía no ha muerto del todo y que el teléfono móvil permite comentarios ansiosos y sin fin acerca de nuestra ubicación y recorrido geográficos. Tal vez se podría decir, incluso, que el teléfono móvil es, entre oW.irc-Ilág", ViidrIposiíivó P-Jirtráfár-rile-str-a-s-alslérades' -p-r-o-= --batéhiáté-dísfaricTa- ca-usadós Po-in-üés-fio-SlnéVól-e-IfiTórdéVin ríTóVilé-s Iá" '<'¿dés-C-órieiión» emoCional que ésa 'Clistiricia—ég °grá- fica-simboliza para nosotros."

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De charlas y conversaciones

Para plantear la cuestión de manera algo más teórica, el geó- grafo Yi-Fu Tuan distingue entre «conversación» (charla impor- tante sobre hechos y asuntos, un discurso de la esfera pública) y «charla» (intercambio de chismes, destinados sobre todo a man- tener la solidaridad entre los que participan en el intercambio, lo que Tuan llama un «discurso del corazón» ). A partir de la dis- tinción de Tuan, John Tomlinson ha sostenido que el discurso de gran parte del uso del teléfono móvil se puede caracterizar como una forma de comunicación fática o gestual, que principalmen-

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te funciona para mantener los lazos sociales de pertenencia y de- pendencia, en lugar de intercambiar información importante o debatir temas «serios». En este contexto tal vez se comprenderí- an mejor fenómenos como el hábito de los jóvenes, en algunos de los países más pobres de Europa del Este, de hacer llamadas flash a sus amigos a lo largo del día sin dejar mensaje, porque ésa es la manera más barata de confirmar a sus amigos (me- diante el servicio de «registro de llamadas») que están pensando en ellos."

En ese sentido, lo que hace el teléfono móvil es llenar el es- pacio de la esfera pública con la charla del corazón, permitién-

' donos llevar nuestra casa, como una tortuga lleva su caparazón, adonde sea. Tomlinson sostiene que sería un error ver estas nuevas tecnologías como simples «herramientas para extender los hori- zontes culturales o las puertas de salida de los estrechos lazos de localidad [...] o como facilitadores de una disposición cosmopo- lita».____,_. En cambio sostiene que deberíamos verlas como «tecnolo- gías del corazód:Tn-Sii:Jrnentos yrriperlectos, mediante los cuales las personas tratan [...rde-m-ántener algo de la seguridad de la ubicación c lt al» en medio de una cultura de flujos y desterri- torialización." Esto significa colocar estas tecnologías, junto con el coche y los logros técnicos de la automovilidad, como parte de la serie de las tecnologías como la televisión, la telegrafía y el te- léfono, como «instrumentos que permiten controlar las distan-

. cias», c'r'ÍíCi~áTá-Tá-géSiión-de fa distribución contemporánea 'de laS Personas y los recursos." Análogamente, Plant sostiene que el teléfono móvil suma y responde al sentido de la movilidad constante que ahora caracteriza nuestras vidas: «[...] la sensa- ción continua, evasiva, de que todos los planes son contingentes y pueden cambiar en cualquier momento; una conciencia de que la vida es impredecible e insegura; y el tono algo esquizofrénico de un mundo en el que las personas se han vuelto adeptas a ha- cer sus trámites bancarios mientras practican ejercicios en el par- que». Según Bauman, éste es un período de lo que él llama la «modernidad líquida», que se caracteriza por la transformación de los sistemas sociales del estado «sólido» de organización rígida al estado «líquido» de una corriente permanente de renegocia- ciones, reconfiguraciones que implican la constante reorgani-

zación de todas las obligaciones y los compromisos." En ese con- texto, Gary Cooper escribe clue_él_teléfónp_móvil es una «tecno- logía que conecta lo global [...] Con lo más local de las interac- ciones sociales, [...] [formando] un nexo entres [esos] diferentes ámbitos». Añadiendo una dimensión histórica, Roos sostiene que% que el teléfono móvil permite és- la trarispa 6-sici-óii de una forma de localidad premoderna, donde todos los habitantes de la aldea conocen a casi todos los demás en un in-omento dado, en una nueva forma, virtual, desterritorializada, en que esa misma forma continua de intimidad cotidiana ahora está dispersa en es- pacios geográficos mucho más amplios."

Sin embargo, volviendo a la distinción de Tuan entre discur- sos del corazón y del cosmos, hay ciertas dificultades concep- tuales en cuanto a la carga de valor que implícitamente tiene esta terminología. En cierta medida, esto revela un paralelismo problemático con la distinción de Basil Bernstein entre lo que llama código lingüístico «restringido» y «elaborado», que según él caracteriza respectivamente a las fortalezas del discurso «edu- cado» de clase media y a la debilidad de la comunicación de la clase trabajadora. Las dificultades que presenta la posición de Bernstein, sobre todo en la medida en que minimiza la impor- tancia de los aspectos de construcción de la comunidad del lla- mado código «restringido», fueron identificadas hace muchos arios por su principal crítico, Harold Rosen." Al movilizar la distinción de Tuan, a pesar de su perspicacia, Tomlinson tal vez cae también en un modelo demasiado convencionalmente ha- bermasiano de la esfera pública y de para qué debería utilizarse -como manifiesta la crítica convencional económico-política de la izquierda acerca de los talk-shows en televisión, que él consi- dera como un signo de la lamentable corrupción de los propó- sitos y las funciones de la esfera pública, en tanto lugar para el debate racional de los asuntos públicos-. Aquí la dificultad está en que esa posición se basa en una concepción no problematiza- da no sólo de la racionalidad, sino también de la clase, el géne-

,.., ro y la composición étnica del público, y de sus «verdaderas» preocupaciones."

En relación con la manera en que se aplican específicamente estos puntos a un debate acerca del teléfono móvil, debería re-

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cordarse que hubo un pánico social comparable acerca de los usos del teléfono de línea fija cuando, tras haber sido introduci-do para fines comerciales (que, por supuesto, eran definidos en términos masculinos), se supo que estaba siendo utilizado en gran medida para el «chismorreo» de las mujeres. Sólo cuando la in-dustria entendió que el teléfono, en realidad, estaba siendo utili-zado por mujeres por motivos sociales y familiares, el énfasis de la comercialización pasó de presentar el teléfono como un dis-positivo «práctico» para el uso comercial a venderlo como «un medio para el confort y el bienestar»."

Deberíamos recordar aquí la insistencia de Roman Jakob-son en la importancia crucial de la función «fática» en todas las comunicaciones: la función de establecer y mantener el «canal» de comunicación a través del cual pasa el flujo del contenido de la comunicación, y sin el cual no puede funcionar en absoluto. También es importante destacar el trabajo de aca-démicas feministas, como Ann Moyal, que han detallado que las diversas maneras en que los hombres tendían a ver que las «mujeres hablan por teléfono sin un objetivo» (teléfono móvil o fijo) también pueden considerarse, desde otro punto de vis-ta, como una parte crucial de la labor permanente que se nece-sita realizar para mantener las redes familiares y sociales." La cuestión fundamental respecto a las llamadas por teléfónos - -Móviles (y, más específicamente, de muchos mensajes de texto) es que, si bien su contenido puede verse como triviál7PWCo portante o incluso tonto, lo más importante es la función fáti-

. ra que cumplen, el gesto de «estar en contacto» para decir al otro que uno está pensando en él. Al igual que con la supuesta «redundancia» de la dimensión fática de la comunicación, con-viene destacar las maneras en que, incluso en círculos comer-ciales, donde la eficiencia (rentable) de la comunicación es el precio fundamental, se reconoce cada vez más que, como re-sultado del uso de las comunicaciones por correo electrónico a alta velocidad en muchas organizaciones, donde la dimen-sión de construcción de la relación «fática» de la comunica-ción ha estado demasiado subordinada a su contenido, a me-nudo las relaciones sociales se han roto, con consecuencias muy poco rentables. En muchos casos, esto se debe a que los

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interlocutores van demasiado rápidos, sobre todo en momen-tos de dificultad, hasta el punto que quieren tratar de un modo aparentemente racional y eficiente sin advertir, no obstante, que pueden ofender al no observar las «sutilezas» sociales y comu-nicativas necesarias para mantener relaciones de civilidad en-tre interlocutores.

Innovaciones: el teléfono móvil como una tecnología de micro-casting

Por si acaso los argumentos que acabo de exponer parecen demasiado negativos acerca de los usos potenciales del teléfono móvil, concluiré analizando un ejemplo muy diferente, y radi-calmente innovador, de cómo puede utilizarse. El ejemplo pro-viene del trabajo de un estudiante de MA [licenciatura de letras o ciencias] en Goldsmiths, Gareth Jones, durante la realización de un documental para radio sobre el teléfono móvil en la cul-tura británica contemporánea."

En el Reino Unido, como en otras partes, ahora los jóvenes «personalizan» sus teléfonos móviles no sólo con accesorios fí-sicos, como fundas, sino también con accesorios electrónicos como los ringtones (tonos de llamadas) personalizados (o, para el mercado de consumo británico asiático, raagtones) en un pro-ceso mediante el cual seleccionan y graban su propia melodía, para reemplazar la señal estandarizada que el fabricante ha puesto, sea el último hit popular o una nueva selección de melo-días de Boosey & Hawkes del mundo de la música clásica. Este proceso, descrito por un fabricante como «al igual que la moda [...] otra manera de expresar su individualidad a las demás per-sonas al alcance del oído», es ahora una dimensión muy renta-ble, y de rápido crecimiento, del mercado de la música en gene-ral, que amenaza con superar pronto la importancia del CD. (En realidad, a mediados de 2005 el tono de llamada «Crazy Frog» se convirtió en el primero en llegar al podio del ranking de CD singles del Reino Unido.) 96

Cuando Gareth Jones entrevistó a varios jóvenes en Londres y les preguntó qué ringtones tenían en sus teléfonos, descubrió

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que los resultados eran muy deprimentes. Luego, cuando les preguntó por qué tenían esos ringtones, la mayoría de los entre- vistados no supo qué contestar, más allá de expresar su com- pulsión a tener «el último ringtone». Su principal preocupación era, más bien, tener instalada su propia elección personal, por- que temían que, de otro modo, sus amigos los considerarían como totalmente «fuera de onda», si tuvieran uno de los tonos de llamada estándar instalados en el teléfono por el fabricante. En ese sentido, las respuestas de los entrevistados sonaron como las peores predicciones de Adorno y Horkheimer acerca del de- sarrollo de la industria de la cultura en una historia de cómo el capitalismo había logrado dar formas de «pseudoindividuali- dad» personalizada para todos, de todos los gustos, en un pro- ceso en el que nadie puede sentirse excluido, pero del que nadie puede escapar.97

Sin embargo, en un caso, en lugar de una melodía un joven había grabado en su teléfono una pequeña escena de un drama social en que él y sus amigos habían participado y, cada vez que sonaba su teléfono, cualquiera que estuviera dentro de cierta distancia auditiva se enteraba del incidente traumático de abuso racial al que él y sus amigos habían sido sometidos por un empleado de seguridad de un comercio, un incidente que había grabado en el momento en que ocurrió y luego ins- talado como su tono de llamada. En este caso, estamos ante una innovación excepcionalmente imaginativa en el uso del te- léfono móvil, donde la tecnología se elige para cumplir un pa- pel impensado al transformar las relaciones entre las esferas de la experiencia pública y la privada. Así, el teléfono móvil se utiliza como una suerte de minisistema de difusión que obliga a todos, dentro de cierta distancia auditiva, a conocer el drama de ese incidente en la vida del joven, cada vez que suena el te- léfono. Vemos que las relaciones del discurso público y el pri- vado sobre cuestiones de consecuencias considerables son transformadas por un uso muy innovador e ingenioso del telé- fono móvil para fines bastante diferentes de aquellos para los que fue diseñado."

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Conclusión

Si una de las funciones históricas clave de las tecnologías de difusión ha sido la transformación que operaron en las relacio- nes de las esferas pública y privada, entonces las cuestiones que ahora se nos plantean se refieren a lo que estas nuevas tecnolo- gías están haciendo sobre esas relaciones y cómo, por su parte, pueden ser reguladas y domesticadas. Nos encontramos en un mundo donde todos somos el público de uno u otro medio, casi todo el tiempo, y donde, después de su largo proceso de domes- ticación, la televisión (y otros medios) ahora han salido del ho- gar para (re)colonizar la esfera pública. Si bien_pue_de, dPeirse que ahora el hogar se ha vuelto un artefacto totalmente tecnoló-

bién par'e-ce que- la cloMesiicidad se ha desplazado. Al fé-correr el espaCio- público, protegidos con el caparazón de nues- tros walkmans o teléfonos móviles, podemos replantear la pre- gunta de Heidegger acerca de qué significa vivir en una cultura <ZII-Cristancias» donde las cosas no están ni lejos ni cerca. Pero, apenas establecemos la relación con esos debates anteriores, de- bemos reconocer que las cuestiones que afrontamos hoy en día, si bien son indudablemente urgentes, no son del todo nuevas. Además, hemos de reconocer, con Lynn Spigel, que, si nos pro- ponemos tener una perspectiva crítica sobre los discursos de la futurología que ahora nos rodea, sin duda debemos colocarlos en una perspectiva más cabalmente histórica que la que recono- cen para ellos.99

Notas

1. Lynn Spigel, 2001a, Welcome to the Dreamhouse, Durham, NC, Durke University Press, p. 15.

2. Raymond Williams, 1974, Television: Technology and cultural Form, Londres, Fontana, p. 26.

3. Lynn Spigel, 1992, Make Room for Television, Chicago, III., University of Chicago Press, p. 39.

4. Lynn Spigel, 2001b, «Media Homes: Then and Now», Inter- national Journal of Cultural Studies, n.° 4 (4), p. 391.

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5. Spigel, ibíd., 2001, pp. 386 y 398; Paul Virilio, 1991, Lost Dimension, Nueva York, Semiotext(e); citado en Spigel, ibíd., p. 400.

6. Sobre los «conjuntos de medios», véase Hermann Bausinger, 1986, «Media, Technology and Everyday life», Media, Culture and Society, n.° 6 (4). Puede hallarse un interesante intento de desarrollar una teoría de los estudios sobre medios no mediocéntrica en el re-ciente trabajo de Shaun Moore, 2005, Media/Theory, Londres, Rout-ledge.

7. Sue Peter, 2004, «Information Mobility», trabajo para la Con-ferencia «Alternative Mobilities», Universidad de Lancaster, enero.

8. Martin Dodge y Rob Kitchin, 2001, Mapping Cyberspace, Londres, Routledge.

9. Manuel Castells, 2005, «Introduction» a Matthew A. Zook, The Geography of the Internet, Oxford, Blackwell.

10. Véanse las observaciones de Thomas iones sobre el trabajo de Zook en «Short Cuts», 2005, London Review of Books, 4 de agos-to, p. 22.

11. Véase Jenny Sunden, 2001, «The Virtually Global: Or, the Flipside of Being Digital», Universidad de Copenhague, Global Media Cultures Working Paper, n.° 8.

12. Sunden, ibíd., p. 18. 13. Véase Sakai en el capítulo 7, sobre la relatividad esencial de

los términos «Oriente» y «Occidente». 14. Sunden, ibíd., pp. 15-18. 15. Joshua Meyrowitz, 1985, No Sense of Place, Oxford, Oxford

University Press; McKenzie Wark, 1994, Virtual Geography, Bloo-mington, Indiana, Indiana University Press; véase Torsten Haager-strand, 1986, «Decentralisation and Radio Broadcasting: On the «Pos-sibility Space» of a Communications Technology», European Journal of Communication Studies, n.° 1 (1).

16. John Ellis, 2000, Seeing Things: Television in an Age of Un-certainty, Londres, I. B. Tauris.

17. Allen, Robert, 1999, «Home Alone Together: Hollywood and the Family Film», en M. Stokes y R. Maltby (eds.), Identifying Hollywood's Audiences, Londres, British Film Institute.

18. Paddy Sacannel, 1996, Radio, Television and Modern Life, Oxford, Blackwell; Jeffrey Sconce, 2000, Haunted Media, Durham, Md., Duke University Press.

19. Barbara Maria Stafford y Frances Terpak, 2001, Devices of Wonder: From the World in a Box to Images on a Screen, Los Ánge-

les, California, Getty Research Institute. Siegfried Zielinski, 1999, Au-dio Visions: Cinema and Television as entr'actes in History, Ámster-dam, University of Amsterdam Press.

20. Gaston Bachelard, 1994, The Poetics of Space, Boston, Mass., Beacon Press, 1994. [Trad. cast.: La poética del espacio, Ma-drid, FCE, 2000.] Al respecto, también podríamos considerar el cre-ciente género de escritura sobre la infancia como una experiencia profundamente mediatizada; véase Stuart Jeffries, 2001, Mrs Slo-cum's Pussy: Growing Up in Front of the Telly, Londres, Flamingo; Curtis White, 1998, Memories of my Father Watching Television, Normal, Ill., Dalkey Archive Press. En términos más generales, se po-dría señalar toda la ficción autobiográfica de la «Generación X» en Estados Unidos, producida por escritores como Douglas Coupland, que sería en gran parte incomprensible para cualquiera que no com-partiera esa particular letanía de comedia de situaciones, telenovelas y estrellas de la televisión popular en Estados Unidos. Véase también el capítulo 5 al respecto.

21. Eliseo Verón, 1991, Analyses pour Centre d'Études des Télé-communications, París, Causa Rerum.

22. Richard Gardner, 2005, «More Pupils Cheat at School Exams», The Independent, 16 de abril; véanse las observaciones de McLuhan sobre la tecnología como una forma de vestirse, citadas en el capítulo 4.

23. Simon Firth, 1983, «The Pleasure of the Hearth», en J. Do-nald (ed.), Formations of Pleasure, Londres, Routledge.

24. Roger Rouse, 1995, «Questions of Identity», Critique of Anthropology, n.° 15 (4). Un local de llamadas telefónicas en el este de Londres, donde vivo, publicita tarifas económicas para llamar a Gha-na con una fotografía de una mujer africana de mediana edad, debajo de la cual aparece el eslogan «Llama a mamá». Otro ejemplo de los usos por inmigrantes de tecnologías diseñadas originalmente con otros fines: hace unos años, Eliut Flores comentó el uso, por familias inmigrantes de Puerto Rico que vivían en Nueva York, del tiempo de inactividad de las instalaciones de videoconferencia de la ciudad, a tarifas económicas, como una alternativa «virtual» para que toda la familia «viajara de vuelta a casa», de visita; Eliut Flores, 1988, «Mass Media and the Cultural Identity of the Puerto Rican People», trabajo para la conferencia IAMCR, Barcelona, julio.

25. Kevin Robins y Asu Aksoy, 2001, «From Spaces of Identity to Mental Spaces: Lessons from Turkish-Cypriot Cultural Experiences in Britain», Journal of Ethnic and Migration Studies, n.° 27 (4).

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26. Jan English-Lueck, 2002, Cultural@Siliconvalley, Stanford, Ca- lifornia, Stanford University Press. p. 4. Para más información sobre este proyecto, véase su sitio web en www2.sjsu/depts/anthropology/svcp.

27. Jan English-Lueck, 1998, «Technology and Social Change: The Effects on the Family», trabajo para el seminario del congreso COSSA, junio, p. 9; Bausinger, ibíd., 1986.

28. English-Lueck, ibíd., pp. 6-9. 29. Stephen R. Covey, 1999, The Seven Habits of Highly Effecti-

ve People, Londres, Simon & Schuster. [Trad. cast.: Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, Barcelona, Paidós, 2007.] Véase el capítulo 4 sobre la importancia del refrigerador como centro de comunicaciones dentro del hogar: véase English-Lueck et al., 2002, «Creating Culture in Dual Career Families», documento no publicado, Departamento de Antropología, San José State University; véase también Castoriadis, citado más adelante, en cuanto a la penetración de las «fantasías de control» en el espacio doméstico.

30. Peter Meyers, 2002, «Handhelds Juggle Family Agendas», International Herald Tribune, 15 de julio.

31. English-Lueck, citada en Emma Brockes, 2000, «Doing Fa- mily in Silicon Valley», The Guardian (G2), 17 de mayo, pp. 8-9.

32. Brockes, ibíd. 33. English-Lueck, 1998, ibíd., p. 4. 34. Estas tecnologías de vigilancia parental se están desarrollan-

do con rapidez; recientemente se ha comentado sobre el diseño de pro- ductos para niños como brazaletes, juguetes e incluso pijamas que tie- nen dispositivos de búsqueda electrónicos, para que los padres pueden controlar constantemente el paradero de los niños. Véase Lucy Atkins, 2005, «Tagged, and ready for bed», The Guardian (Family), 3 de di- ciembre.

35. Véase, en el capítulo 7, el ejemplo de dos hijas que «impo- nen» a su madre el uso de un teléfono móvil que ésta no desea, para saber si está bien cuando viaja sola a la casa de veraneo que tienen en el campo.

36. Véase Andrew Johnson, 2005, «The Liddle Effect: Why 3 out of 4 Women Spy on their Men», Independent on Sunday, 8 de abril.

37. André Caron y Litizia Caranovia, 2001, «Active Uses and Active Objects: The Mutual Construction of Families and Communi- cations Technologies», documento no publicado, Departamento de Comunicaciones, Universidad de Montreal / Departamento de Cien- cias de la Educación, Universidad de Bolonia.

38. James Hay y Jeremy Packer, 2004, «Crossing the Media(n): Auto-mobility, the Transported Self and Technologies of Freedom», en N. Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge.

39. Véase Deirdre Boden y Harvey Molotch, 1994, «The Com- pulsion of Proximity», en Roger Friedland y Deirdre Boden (eds.), NowHere: Space, Time and Modernity, Berkeley, California, Univer- sity of California Press. Véase también mi análisis, en el capítulo 1 de Home Territories, del argumento de Mary Douglas sobre la importan- cia comunicativa fundamental de la copresencia en las comidas fami- liares.

40. Véase también mi análisis sobre la importancia de las formas «fáticas» de la comunicación por teléfono móvil, más adelante en este capítulo.

41. Gardam, citado en John Mair, 2002, «They Made their Name with Skateboarding Ducks — Now They Rule British Television», Me- dia Guardian, 4 de febrero.

42. Véase Ulrich Beck y Elizabeth Beck-Gernsheim, 2002, Indivi- dualisation, Londres, Sage.

43. Stephen Bayley, 1990, Design Classics: The Sony Walkman, Londres, BBC Video.

44. Witold Rybczynski, 1991, Waiting for the Weekend, Nueva York, Viking, p. 190. [Trad. cast.: Esperando el fin de semana, Barce- lona, Salamandra, 1992.]

45. Richard Powers, 2004, «Introduction», The Paris Review Book for Planes, Trains, Elevators and Waiting Rooms, Nueva York, Picador, extraído de R. Powers, 2004, «Real Time Bandits», The Guardian Review, 14 de agosto.

46. Véase Roger Silverstone y Eric Hirsch (eds.), 1992, Consu- ming Technologies, Londres, Routledge.

47. Akiko Busch, 1999, The Geography of Home, Princeton, NJ., Princeton Architectural Press.

48. 2003, «Red Alert», Bristol Evening Post, 15 de enero; 2004, «Magnificent Seven television Cabinets», The Guardian Style Guide, 14 de agosto; Caroline Roux, 2004, «To Die For: Retro Technology», The Guardian (Weekend), 6 de noviembre.

49. David Aaronovitch, 2002, «Why Do We Persist with this Morbid Attachment to Heritage and Tradition?», The Independent, 27 de diciembre; Aaron Betsky, 2003, «The Strangeness of the Fami- liar in Design», en Andrew Blauvelt (ed.), Strangely Familiar: Design and Everyday Life, Minneapolis, Minn., Walker Art Centre, pp. 45- 46. Véase también en el capítulo 6 mi análisis sobre la moda «retro»

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en relación con el teléfono móvil entre los jóvenes neoyorquinos trendy.

50. Mis agradecimentos a James Lull por este ejemplo. Véase también Rivka Ribak, 2002, «Like Immigrants: Negotiating Power in the Face of the Computer», New Media and Society, n.° 3 (2), sobre las transformaciones de los modos de poder intergeneracionales en un mundo de tecnologías rápidamente cambiantes.

51. Spigel, 2001a, ibíd. 52. Agradezco a Dana Polan esta aguda observación sobre el sig-

nificado de la presencia del perro en un debate sobre este material en la Universidad de Southern California.

53. James Hay y Jeremy Packer, ibíd., p. 217; Couldry y Mc-Carthy, ibíd., «Editorial Introduction», p. 14.

54. Véase Dolores Hayden, 2002, Redesigning the American Dream: Gender, Housing and Family Life, Nueva York, Norton.

55. Fiona Allon, 1999, «Altitude Anxiety: Being-at-Home in a Glo-balised World», tesis de doctorado, Universidad de Tecnología, Sydney.

56. Fredric Jameson, citado en Allon, ibíd., 1999, pp. 92 y 98; Fiona Allon, 2004, «An Ontology of Everyday Control», en N. Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge, pp. 255 y 261.

57. Allon, 2004, ibíd., pp. 266-267; Morse, citado por Allon, 2004, ibíd., p. 267.

58. Como observa Fiona Allon, para Microsoft la familia no es sólo una ideología, como demuestra Robert Allen en su análisis sobre el creciente predominio de las «películas para toda la familia» en el mercado del cine y el vídeo en Estados Unidos. Gates sabe que la fa-milia representa su mercado más grande y de crecimiento más rápido. El primer eslogan de Microsoft no es sólo, después de todo, «Un orde-nador en cada escritorio», sino también «en cada hogar» (Allon, 1999, ibíd., pp. 91, 93 y 94).

59. Alexander Chancellor, 1997, «Apple's Unoriginal Sin», The Guardian (Weekend), 8 de febrero.

60. Allon, 1999, ibíd., p. 90. 61. Samuel citado en Allon, ibíd., p. 110. 62. Esto también es cierto, cada vez más, en un sentido literal: en

términos de propiedades (sobre todo en el sudeste asiático), en la me-dida en que el valor de la capacidad de conexión eléctrica de un edifi-cio ahora es una parte sustancial de lo que el comprador busca.

63. Spigel, 1992, ibíd., p. 32; Shunya Yoshimi, 2003, «Television and Nationalism: Historical Change in the National Domestic televi-

sion Formation of Post-War Japan», European Journal of Cultural Studies, n.° 6 (4), p. 463.

64. Anna McCarthy, 2001, Ambient Television, Durham, NC, Duke University Press y Goran Bolin, 2004, «Spaces of Television» en N. Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge. Un conjunto espectacular de instancias de la vida pública de la televi-sión fueron las reuniones masivas para ver los partidos de la Copa del Mundo en muchas ciudades del planeta, en el verano de 2002. Véase también Kim Soyoung (en prensa), «To Live as a Blade Runner in South Korea», en L. Spigel et al., Electronic Elsewheres, Minneapolis, Minn., University of Minnesota Press.

65. McCarthy, 2001, ibíd., p. 100. 66. McCarthy, 2001, ibíd., pp. 103 y 111. 67. John Carvel, 2004, «Hospital Patients Forced to Watch Tele-

vision They Can't Turn Off», The Guardian, 8 de abril. 68. Armand Mattelart, 1996, The Invention of Communication,

Minneapolis, Minn., University of Minnesota Press. [Trad. cast.: La in-vención de la comunicación, Barcelona, Bosch, 1995.]; Nicholas Abercrombie y Brian Longhurst, 1999, Audiences: Sociological Theo-ry and Audience Research, Londres, Sage.

69. P. Flichy, 1995, Dynamics of Modern Communication, Lon-dres, Sage, p. 168, citado en Michael Bull, 2004, «To Each Their Own Bubble: Mobile Spaces of Sound in the City», en N. Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge, p. 275; véase tam-bién Bull, 2005, Sounding Out the City, Oxford, Berg.

70. Bull, 2004, ibíd., pp. 281 y 282. 71. S. L. Kolm y Patricia Mellencamp, citados en Nitin Govil,

2004, «Something Spatial in the Air», en N. Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge, p. 239.

72. Iain Chambers, 1990, «A Miniature History of the Walk-man», New Formations, n.° 11; Paul du Gay et al., 1997, Doing Cul-tural Studies: The Story of the Sony Walkman, Londres, Sage; Rey Chow, 1993, «Listening Otherwise», en S. During (ed.), The Cultural Studies Reader, Londres, Routledge.

73. Bull, ibíd., pp. 283-285. Por supuesto, los auriculares pue-den usarse estratégicamente para engañar a los demás. Ese uso ha sido descrito recientemente como «el acto o el arte de aparentar estar en el mundo privado, auricular, de un iPod, walkman [...] o teléfono celular [...], es decir de usar auriculares para evitar la conversación», en 2005, «What's the Word?», The Observer Magazine, 11 de sep-tiembre.

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74. George Simmel, 1997, «The Metropolis and Mental Life», en D. Frisby y M. Featherstone (eds.), Simmel on Culture, Londres, Sage; Richard Sennett, 1996, The Uses of Disorder, Londres, Faber.

75. Bull, ibíd.; pp. 278, 286-287; Shin Dong Kim, 2002, «Korea: Personal Meanings», en J. Katz y M. Aakhus (eds.), Perpetual Con- tact: Mobile Communication, Private Talk, Public Performance, Cam- bridge, Cambridge University Press, p. 65; citado en Bull, ibíd. Consi- dérese también el ejemplo que me dio un amigo: al quejarse a otro pasajero en un autobús porque éste hablaba alto por su teléfono mó- vil, otro pasajero criticó a mi amigo, diciéndole que el autobús era un espacio público y que, por lo tanto, el usuario del teléfono tenía la li- bertad de usarlo cuando quisiera.

76. Éste es un argumento que expuso un estudiante de MA en Goldsmiths, Da Wei Guo, en una monografía en 2005, a quien agra- dezco haberme permitido citarlo aquí.

77. Robert Luke, 2003, «The Phoneur», en P. Trifonas (ed.), Pe- dagogies of Difference, Londres, Routledge; Bull, ibíd., p. 286; Sadie Plant, 2002, On the Mobile, www.motorola.com/mot/documents.

78. Alexandra Weilenmann y Catrine Larsson, 2002, «Local Use and Sharing of Mobile Phones», en Barry Brown et al., Wireless World, Londres, Springer-Verlag.

79. Jason Benetto, 2004, «Police Hunt MCC Member over Knife Incident at Test Match», The Independent, 7 de agosto.

80. Ken Worpole, comunicación privada; Steven Kern, 1983, The Culture of Time and Space 1880-1918, Cambridge, Mass., Harvard University Press.

81. Mark Twain, 1917, «A Telephonic Conversation», en The $ 30,000 Bequest and Other Stories, Nueva York, Harper, pp. 204-208. Publicado por primera vez en 1880. Sobre los debates en torno a la «conversación telefónica», véase Tom Gunning, 2004, «Fritz Lang Calling: The Telephone and the Circuits of Modernity» y Jan Olsson, 2004, «Framing Silent Calls: Coming to Cinematic Terms with Tele- phony», ambos en John Fullerton y Jan Olson (eds.), Allegories of Communication, Eastleigh, John Libbey Books.

82. Véase Kevin Harris, 2003, «Keep Your Distance: Remote Communications, Face-to-Face and the Nature of Community», Jour- nal of Community Work and Development, n.° 4.

83. Véase Luke, ibíd. 84. E. Laurier, 2001, «Why People Say Where They Are during

Mobile Phone Calls», Environment and Planning: Society and Space, n.° 19, pp. 485-504; J. Mey, 2001, Pragmatics: An Introduction, Ox-

ford, Blackwell. En Japón se ha desarrollado una nueva etiqueta entre usuarios jóvenes del teléfono móvil según la cual, reconociendo esas dificultades, ahora se considera poco amable llamar a un amigo sin antes enviarle uniTtensa.e de texto para saber si puede hablar.

85 ohn Tomlinson, 001, «Instant Access: Some Cultural Im- plications • echnologies», Universidad de Copenhague, Global Media Cultures Working Paper, n.° 13.

86. Tuan Yi-Fu, 1996, Cosmos and Hearth, Minneapolis, Minn., University of Minnesota Press; Tomlinson, ibíd.

87. Tomlinson, ibíd., p. 17. 88. Véase Hay y Packer, ibíd., pp. 229-230. 89. Sadie Plant, 2002, «How the Mobile Phone Changed the

World», Sunday Times, 5 de mayo; Z. Bauman, 2000, Liquid Moder- nity, Cambridge, Polity Press.

9D,Q-e0oper «The mutable mobile; en Barry Brown, Richard Harp-rNrCi• i-e'reen (eds.), 2001, Wir' eless World, Londres, Sprin- ger; J. P. Roos, 2001, «Postmodernity and Mobile Communications», trabajo para la conferencia ESA, Helsinki, agosto.

91. Harold Rosen, 1972, Language and Class, Bristol, Falling Wall Papers.

92. Para un análisis más detallado, veáse Home Territories, pp. 111 y ss.

93. Fischer, citado en Elizabeth Van Zoonen, 2002, «Gendering the Internet», European Journal of Communication Studies, n.° 17 (1), p. 7.

94. R. Jakobson, 1972, «Linguistics and Poetics», en R. de George y F. de George (eds.), The Structuralists, Nueva York, Anchor; A. Mo- yal, 1995, «The Gendered Use of the Telephone», en S. Jackson y S. Moores (eds.), The Politics of Domestic Consumption, Hemel Hemps- tead, Harvester Press.

95. Gareth Jones, 2003, «Setting the Tone», MA Radio Disserta- tion, Colegio Goldsmiths, Universidad de Londres.

96. Véase Simon Broughton, 2004, «Editorial», Songlines, rif 27 (octubre/noviembre): Oliver Burkeman, 2003, «Fellowship of the Rings», The Guardian (G2), 13 de agosto; Dan Milmo, 2004, «La donna e mo- bile? Key in classic ringtone», The Guardian, 23 de noviembre; Oliver Burkeman, 2003, «The Tune that Changed the World», The Guar- dian, 13 de agosto; Gerard Seenan, 2005, «Crazy Frog Outsells Cold- play», The Guardian, 25 de mayo.

97. Theodor Adorno y Max Horkheimer, 1977, «The Culture In- dustry», en J. Curran et al. (eds.), Mass Communications and Society, Londres, Arnold.

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98. Por supuesto, hay por lo menos dos problemas metodoló-gicos sustanciales con este ejemplo. En el primer caso, no es del todo claro que pedir a los encuestados que articulen explícitamente las ra-zones por las que eligen determinada música como tono de llamada sea una forma adecuada de abordar las cuestiones de gusto y elección, cuando por lo general las decisiones se efectúan en un plano subcons-ciente. La trivialidad de lo que los encuestados pueden decir acerca de sus elecciones no puede tomarse como un simple índice de su supues-ta falta de sofisticación o autorreflexión al respecto (o en torno a cual-quier otro tema). Además, en este ejemplo, también nos enfrentamos con uno de los problemas irresueltos de la etnografía. No debería in-terpretarse la fuerza de este único ejemplo de un uso innovador de la tecnología como un indicador de su posible generalización; sólo po-dría ser la excepción que confirma la regla.

99. Martin Heidegger, 1971, «The Thing», en Poetry, Language, Thought, Nueva York, Harper y Row; Spigel 2001a, ibíd.

4. RETÓRICA DE LO SUBLIME TECNOLÓGICO

LAS PARADOJAS DE LA RACIONALIDAD TÉCNICA

La terminología que utilizo en el título de este capítulo deri-va de Leo Marx, quien introduce la frase «La retórica de lo su-blime tecnológico» en su libro The Machine in the Garden, es-crito en 1964:- No se trata sólo de un discurso sobre la tecnología per se, sino, más específicamente, al menos en un principio, de un discurso sobre Estados Unidos como la socie-dad que, gracias a sus tecnologías nuevas y poderosas, ha sido considerada como el signo del futuro de toda la raza humana y, por ende, como representante del destino del mundo.' Como he-mos visto, las concepciones de la tecnología y las visiones de fu-turo suelen entremezclarse, así como nuestros supuestos sobre el tecnofuturo suelen inscribirse en lugares geográficos concretos, por lo general en Occidente, que se considera la fuente y el sitio del progreso.

Naturalmente, esos discursos se han utilizado en relación con toda una serie de tecnologías al margen de las digitales, con las que estamos tan obsesionados hoy en día. En un momento anterior de la historia norteamericana, a las tecnologías a vapor se les asignaban las propiedades metafísicas de poder «atenuar los prejuicios y [...] unir cada parte de [...] [Estados Unidos] me-diante una comunicación rápida y amistosa». Más tarde, por su-puesto, cuando se manifestó la decepción sobre esas tecnologías en particular, el advenimiento de la Edad de Oro se pospuso, y el papel clave en la constitución de Utopía volvió a asignarse a la nueva tecnología de la electricidad, que a su vez era vista como capaz de «compensar todos los sueños traicionados por la máquina ». 3 La dimensión semirreligiosa de esos discursos es evi-dente aún hoy, como señala Jeffrey Alexander en su comentario sobre cómo

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la publicidad de las empresas de computación recupera la antigua imagen del hombre cultivado y lo liga con los nuevos implemen- tos de computación: el sacerdocio de todos los creyentes —cual- quiera es un sacerdote con su propia Biblia— se vuelve, en la nue- va interpretación, el sacerdocio de todos los ordenadores —cualquiera es un profeta, con su propia máquina para mantener- lo controlado—.

Todo esto tal vez nos lleve nuevamente a la caracterización que Marshall McLuhan hace de la electricidad como una fuerza divina y, en particular, del ordenador como una fuerza que «pro- mete, por la tecnología, una condición pentecostal de compren- sión y unidad universal».4

Hoy en día estamos rodeados de nuevas retóricas sobre cómo las nuevas tecnologías transformarán nuestras vidas. En este sentido son capitales los discursos de la sociedad postindus- trial/de la «información», en que las nuevas TIC son vistas de diferentes maneras: aíslan a la familia, fragmentan internamen- te los hogares y transforman los patrones del trabajo y del con- sumo, así como las relaciones entre lo público y lo privado. Aquí también podríamos recordar los discursos sostenidos hasta no hace mucho tiempo por los «empresarios digitales», como Bill Gates y Nicholas Negroponte, y por políticos como Al Gore y Tony Blair, que anunciaban la llegada inminente de los benefi- cios de las superautopistas de la información del nuevo mundo virtual del ciberespacio. Por ejemplo, Gore habló, en términos netamente mcluhanescos, de cómo la nueva «Infraestructura Glo- bal de la Información» (IGI) facilitaría «una nueva era atenien- se de la democracia [participativa]».5

Historizar el futuro

Aquí el problema, como hemos observado antes, es que, cuanto más se habla del futuro, más se necesita una perspectiva histórica. Por supuesto, (siempre) hemos estado en esta situa- ción, dada la larga historia de las ideas acerca de cómo las «nue- vas» tecnologías transformarían el mundo. Ya en 1893, la revis-

ta Answers hablaba de cómo el hogar electrónico del futuro «estaría equipado con [...] estufas eléctricas en cada habitación [que] podrían encenderse apretando un botón desde la cama, [...] [sus] puertas y ventanas estarían equipadas con cerraduras electrónicas».6 En el contexto de las excitaciones contemporá- neas acerca del cibercomercio, se puede ver fácilmente el poten- cial de transformación en una situación donde

el habitante de Londres ahora podría pedir [...], tomando la infu- sión matinal en la cama, diversos productos de todo el mundo y esperar, sensatamente, que se los entreguen en su casa; al mismo tiempo, y con los mismos medios, podría invertir dinero en recur- sos naturales y nuevas empresas de cualquier parte del mundo y participar, sin esfuerzo y ni siquiera preocupación, en sus resulta- dos y ventajas potenciales.

Sin embargo, esto lo escribió John Maynard Keynes en 1900, al describir el significado potencial de la introducción del teléfono por línea terrestre como una herramienta para el co- mercio virtual y desde el hogar.'

Ya en 1909, el futurista Marinetti estaba convencido de que «estamos en el último promontorio de los siglos. El tiempo y el es- pacio han muerto. Vivimos en lo absoluto, porque hemos creado la velocidad eterna, omnipresente». Diez arios más tarde, en 1919, Le Corbusier anunció que «el problema de nuestra época es el problema de la casa electrónicamente mediatizada», y en 1928 Paul Valéry especulaba sobre las posibilidades de «una compañía dedicada a la entrega domiciliaria de realidad sensorial».8 En 1959, los diseñadores de la «cocina milagrosa», que presentaron en la American National Exhibition en Moscú, prometieron que «las tareas domésticas desaparecerán de la vida del ama de casa norteamericana, pulsando una tecla o moviendo una mano».9

Hay, asimismo, una larga historia de visiones acerca de cómo los avances técnicos en comunicación —desde el telégrafo y el teléfono hasta Internet— de algún modo conducirán a una «mejor comprensión». Se anunciaba que el telégrafo, o la Inter- net victoriana, como la ha descrito Tom Standage, anticipaba una era de paz mundial por esa mera razón. En realidad, la his-

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teria, o «fiebre del telégrafo», que rodeó el tendido del primer cable transatlántico en 1858 sobrepasó incluso la fiebre que ro-dea el advenimiento de Internet en la actualidad: fue la ocasión de crear festejos con estampidos de cañón, banderas de ceremonia en los edificios públicos, sirenas, fuegos artificiales, desfiles y servicios de culto. El acontecimiento estuvo rodeado de un aura religiosa y se sostuvo que, como el nuevo invento permitía «ver y escuchar a cualquier otra persona en el mundo», de algún modo conduciría a la unión de la raza humana. Incluso la so-lemne publicación Scientific American se refirió con elogios al nuevo invento, que describió como «una vía instantánea de pen-samiento entre el nuevo y el viejo mundo». Y se sostuvo también que era «imposible que los antiguos prejuicios y hostilidades [...] existieran, cuando se había creado ese instrumento para el intercambio de ideas entre todas las naciones de la tierra »Y'

Armand Mattelart, entre otros, ya ha criticado esa visión ideo-lógica, que confunde los avances técnicos en los modos de comu-nicación con un mayor entendimiento de los asuntos humanos." En realidad, el efecto del progreso en las comunicaciones podría ser tanto agudizar como reducir los conflictos. Además, mientras que por lo general la visión contemporánea del espacio virtual se presenta como de apertura y exploración, también puede verse fácilmente que, con frecuencia, en la práctica el espacio virtual funciona como un espacio de retirada en comunidades cerradas de «los que piensan de modo similar», de los que se suscriben a la misma lista de correo electrónico, el mismo boletín, la misma sala de chat. También podría pensarse que los servicios compu-tarizados personalizados de noticias, en torno a los cuales se ge-neró tanta excitación en algunos medios, tienen el mismo efecto protector. Más ampliamente, se ha sostenido que, ante el bloqueo de la publicidad (spam) y los virus informáticos que preocupan a tantos usuarios, ahora Internet también exhibe signos de « balca-nización», en la medida en que se forman comunidades defensi-vas de confianza. En esa «nueva red» sólo se acepta el tráfico de emisores conocidos y acreditados con la perspectiva, según un analista, de que tal vez llegue a haber «dos redes, una limpia, donde la seguridad es parte de la infraestructura, y una sucia, para todos los que utilizan tecnología vieja, insegura ». 12

Así como Freud sostuvo que sólo prestando la debida aten-ción al inconsciente uno puede esperar rescatarse de sus desme-suradas determinaciones, Jeffrey Alexander sostiene que «sólo comprendiendo la formación omnipresente de la conciencia por el discurso podemos esperar tener control sobre la tecnología en su forma material. Para ello debemos tomar cierta distancia de las visiones de salvación y apocalipsis donde la tecnología está tan profundamente incorporada»." Si a menudo los avances en la velocidad y el alcance de las tecnologías de la comunicación han sido confundidos con el advenimiento de un Eldorado de ma-yor comprensión de los asuntos humanos, como Benjamin céle-bremente observó, «sólo con la memoria podemos quitar al fu-turo su magia, ante la cual todos sucumben y se vuelven hacia los adivinos para ser iluminados«."

Divisiones tecnológicas

Merece la pena considerar, además, lo que todas estas visio-nes utópicas significan en la práctica. No hace mucho tiempo, mientras estaba en casa leyendo el último informe de Thomas Friedman sobre el inexorable triunfo del mundo conectado de la globalización, tres ingenieros trabajaron tres días completos, yen-do y viniendo, luchando contra los obstáculos y las frustracio-nes, hasta que finalmente lograron que la línea telefónica parti-cular por ordenador funcionara de manera menos intermitente." Tal vez sólo se trató de una experiencia puntual de ineficiencia británica, pero la periodista Mary Dejevsky también ha escrito sobre las terribles frustraciones que tuvo al tratar de lograr el aparentemente simple objetivo de transferir una cuenta de co-rreo electrónico de un país a otro. Lo que ella pretendía era mos-trar que el mundo no globalizado sigue siendo la práctica de la vida cotidiana y que las fronteras nacionales antiguas, que cons-tituyen los límites de diversas operaciones comerciales, niegan la globalidad putativa del mercado electrónico.'

Como observa Dejevsky, a ningún emisor de tarjetas de cré-dito le gusta que sus clientes vivan en un país y reciban su liqui-dación en otro; y, si uno se traslada de país, no sólo le resultará

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nalismo tecnófilo y utópico, basado en la indiferencia técnica de las señales de difusión ante las fronteras nacionales» y su exis- tencia real, como ha sido formada «por regímenes regulatorios y jurídicos de diseño absolutamente nacionales»."

En cuanto a la visión feliz de un mundo de tecnologías fácil- mente integradas, la razón por la cual es tan difícil conectar un televisor, una videograbadora (VCR) y un reproductor de DVD, en ese orden, es que una protección de la copia, llamada Ma- crovision, inserta en el VCR y destinada a disuadir al usuario de grabar DVD, deliberadamente degrada la serial del reproductor de DVD. Análogamente, ahora parece que las perspectivas ac- tuales de una tecnología inalámbrica de «ultra banda ancha» (UWB, por las siglas en inglés) están ensombrecidas por la lucha continua acerca de qué formato adoptar, comparable a la lu- cha que existió entre los formatos VHS y Betamax. Así, «el gran desenredador», la tecnología inalámbrica que supuestamente nos libraría de los nidos de cables que por lo general se encuen- tran en muchas de nuestras casas, está enquistado en una guerra por los estándares que aún no se ha zanjado."

Por otra parte, hoy estas nuevas tecnologías, lejos de ser «in- clusivas», a menudo trabajan para intensificar los patrones de comunicación entre quienes ya están en contacto y para acentuar la exclusión de quienes ya están marginados. Así, la idea de Ro- bert Putnam acerca de un «mundo conectado» que desplaza al mundo de la vida social real y socava los procesos fundamenta- les de comunidad, en su tan debatido libro Bowling Alone, re-

sulta cuestionada por el estudio de Barry Wellman y otros de una comunidad suburbana en Boston, que muestra que, en rea- lidad, quienes más participan en el mundo de las comunicacio- nes virtuales suelen ser también los más activos socialmente en el vecindario físico.» Para decirlo con una experiencia: cuando, como parte de la investigación para este libro, asistí a una clase de computación en la biblioteca pública de mi barrio, cuyo ob- jetivo era mejorar las competencias (y, por ende, la empleabili-

_ dad) de las personas excluidas socialmente, mis compañeros de

3 clase eran, en realidad, personas de clase media como yo, que iban a actualizar sus conocimientos. Los excluidos, a los que se dirigía la clase, no estaban presentes.

difícil obtener una tarjeta de crédito (porque no tendría una «historia de crédito» en el país correspondiente), sino que tam- poco podrá usar Internet para comprar algo en un país utilizan- do una tarjeta de crédito emitida por un banco en otro país. Lo mismo sucede con la reserva de vuelos en línea; uno podrá ver una enorme oferta de tarifas económicas en Internet, pero no necesariamente podrá comprarlas, a menos que tenga la tarjeta de crédito correcta registrada en el país adecuado. Algunas com- pañías aéreas insisten en que el cliente sólo puede hacer una reserva con una tarjeta de crédito del país desde donde sale el vuelo. Algunos enclaves de Estados Unidos no permiten com- prar un billete desde una dirección no registrada en ese país; algunos sólo reconocen los códigos zip de Estados Unidos y no otros datos geográficos, como los códigos postales del Reino Unido. Lo fundamental es que, en relación con todas sus poten- ciales maravillas, estas tecnologías sólo son buenas si lo son las estructuras materiales, sociales e institucionales donde están in- corporadas, desde la fiabilidad de las líneas telefónicas locales o del suministro eléctrico hasta la flexibilidad del sistema finan- ciero o la eficiencia de la burocracia correspondiente.'

Las nuevas tecnologías de nuestra era no sólo ayudan a tras- cender las fronteras en un sentido simple, sino que continua- mente las recrean. Esto se evidencia rápidamente cuando, por ejemplo, uno compra un reproductor de DVD y luego trata de ver, en ese aparato, un disquete de la región «equivocada». El problema es que los fabricantes de DVD los dividen en «áreas», cada una de las cuales tiene estándares técnicos diferentes, a fin de asegurarse el grado máximo de ganancias y de control de las fechas de estreno de películas en los diferentes mercados regio- nales. Los estándares técnicos incompatibles y los dispositivos de control de las fronteras se construyen de forma deliberada en muchas tecnologías. Por ejemplo, un teléfono móvil con están- dares europeos no funcionará en Estados Unidos, a menos que se haya adaptado al sistema de triple banda norteamericano. Le- jos de que las regiones o las zonas sean cosa del pasado, ahora son continuamente reinventadas y reinscritas en formas técni- cas. Boddy hace las mismas observaciones en relación con «la historia bifurcada de la difusión de una tradición de internacio-

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Además, estas dificultades no pueden minimizarse como meros «resabios» de una época pasada, que desaparecerá natu-ralmente con el avance del proceso de globalización. Por el con-trario, sólo en 2005 las gasolineras francesas comenzaron a ex-hibir señales que dicen que el pago sólo se puede hacer «con tarjetas de crédito francesas». Sólo en ese año las compañías de tarjetas de crédito británicas, como Barclaycard, comenzaron a advertir a sus clientes que podría ser «más conveniente» obte-ner una «preautorización» para usar la tarjeta de crédito fuera del país. Precisamente como respuesta al aumento del índice de fraudes cometidos con tarjetas de crédito al que ha dado lugar la globalización, ahora los sistemas informáticos de muchas com-pañías de tarjetas de crédito tienen una configuración por de-fault en la cual se supone que el uso de la tarjeta en un país di-ferente del país de residencia es fraude, a menos que se haya solicitado la preautorización para hacerlo antes de cada viaje. En ese sentido, la visión aparentemente distópica de un futuro donde toda forma de viaje requiere una autorización específi-ca, que combine un seguro por «uso por única vez» y permisos de viaje, como se presenta, por ejemplo, en el thriller futurista de Michael Winterbottom, Code 406 (Reino Unido, 2003), comien-za a parecer inquietantemente profética.

Renacimiento del tecnodeterminismo

En los últimos años, el advenimiento de los «nuevos me-dios» parece haber ocasionado el renacimiento de una tendencia de determinismo tecnológico en los estudios culturales y sobre medios que había estado latente, si no desacreditada, durante un tiempo considerable, al menos desde la vigorosa (y, a decir ver-dad, canónica durante mucho tiempo) crítica que de esos enfo-ques hace Raymond Williams en Television: Technology and Cultural Form. Es como si, una vez más, la «novedad» de un conjunto particular de tecnologías hubiera servido para conven-cer a muchos académicos de que todas las formas previas de co-nocimiento están, ipso facto, quebradas y debemos comenzar nuestro trabajo teórico partiendo de cero, prestando atención

sólo a las maravillas de esas tecnologías.' Entre otros síntomas de ese problema podría señalarse el advenimiento de formas ac-tualmente expandidas de la «fiebre de la digitalización» y de la «resantificación» de Marshall McLuhan como el santo patrono de la era digital y del resurgimiento, no sólo en las revistas po-pulares como la influyente Wired, sino también en el trabajo académico, de la «teoría de los medios». Este discurso sostiene que McLuchan estaba, simplemente, «adelantado a su tiempo», y que sus críticos de entonces, como Williams y Miller, estaban equivocados porque la tecnología digital ha demostrado (aun-que más tarde) que «estaba en lo cierto». 22

A pesar de los argumentos formulados por estos escritores acerca de la especificidad sin precedentes históricos de las tec-nologías que tenemos que abordar hoy en día —y, por ende, la necesidad de «nuevos enfoques»—, en mi opinión convendría re-cordar el enfoque de Raymond Williams, más matizado históri-camente, acerca de la relación entre las tecnologías y las formas culturales en que son institucionalizadas en cada período en par-ticular. Para resumir, el argumento de Williams, en el que distin-guía cuidadosamente entre técnica, inventos técnicos y los proce-sos sociales a través de los cuales esos inventos están disponibles y se institucionalizan como tecnologías, es que ese desarrollo no sigue un curso natural o predeterminado donde la capacidad «intrínseca» de una tecnología es revelada conforme a alguna lógica interna, sino que siempre es el resultado contingente de luchas sociales por la aplicación de las tecnologías entre intere-ses diferencialmente poderosos. Como observa Des Freedman en su comentario sobre estas cuestiones, así se tome el caso de la televisión por cable o de Internet, en ambos se ve un proceso donde una tecnología que podría haberse desarrollado de diver-sas maneras ha sido moldeada fundamentalmente por la distri-bución del poder económico y político. De modo que Internet ha sido transformada a lo largo de un espacio de tiempo relati-vamente corto, por medio de «intervenciones decisivas de las empresas y los gobiernos que siguen ideas neoliberales acerca de los supuestos beneficios del consumo y la competencia»; ha de-jado de ser, ante todo, «un instrumento no comercial de inter-cambio de información» para convertirse en una herramienta

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muy comercializada de transacciones principalmente privadas y comerciales», proceso en el que los desarrollos tecnológicos han desempeñado un papel menor.' El mismo Williams ha subraya- do siempre que el desarrollo de una nueva tecnología, cualquie- ra que sea, es un «momento de elección» y que la historia tec- nológica no se debe comprender como una carrera en la que el testigo se pasa entre innovaciones sucesivas. Como observa Wi- lliam Boddy, nuestro objetivo debe seguir siendo «reemplazar el tropo historiográfico tradicional de "tecnología autónoma" por un intento de especificar las determinaciones históricas y cultu- rales del cambio tecnológico ».'

Sin embargo, estaría de acuerdo con el intento reciente que hicieron Martin Lister y sus colegas para volver a abordar la crí- tica de Williams a McLuhan y plantear la cuestión de si es im- portante saber si en realidad Williams logró demoler los argu- mentos de McLuhan. Las cuestiones que plantean acerca de la adecuación —o no— del humanismo de Williams para abordar un mundo que, como sostiene Latour, también contiene actantes no humanos importantes, tienen, sin duda, consecuencias considera- bles.' También plantean una cuestión muy importante cuando se preguntan si puede haber un argumento «general» satisfacto- rio acerca del determinismo tecnológico o si tal vez sea necesa- rio considerar que las diferentes tecnologías pueden ejercen dis- tintas modalidades de determinación.

Me complace conceder que el argumento que Lister y otros extraen de Ellul acerca de la idea de que, «si bien las sociedades no siempre han estado determinadas tecnológicamente, [pue- den] estarlo en coyunturas históricas específicas» reproyecta la cuestión que debemos plantear de una manera potencialmente productiva. Siguiendo a Ellul, Lister y otros sostienen que «el determinismo tecnológico no es una constante histórica, sino que [...] surge en cierto estadio del [...] desarrollo, donde la tec- nología satura el ambiente». Sin embargo, el primer problema que surge es que todas las épocas piensan que sus problemas tec- nológicos son «excepcionales», como demostró el informe de Wolfgang Schivelbusch sobre el pánico extraordinario que cau- só la experiencia de la velocidad sin precedentes (para esa épo- ca) del viaje en tren en el siglo xix. El segundo problema es que

Ellul escribió en los arios cincuenta y, por lo tanto, la era «ex- cepcional» de «saturación tecnológica» de la que habla, dado que nuevas y más poderosas formas de determinismo tecnológi- co entran en juego, anticipa, en medio siglo, la actual fiebre de la digitalización. En ese sentido Ellul es, en realidad, un respal- do insuficiente para los argumentos de Lister y otros, que pare- cen confundir las peculiaridades de nuestra época con la verda- dera «New Age» o incluso con el «fin de la Historia».'

De modo que de estas posturas tampoco se desprende que haya alguna razón para volver simplemente, como Lister y mu- chos otros «teóricos de los medios» ahora hacen, a una versión re- mozada del modelo cibernético de comunicaciones de Norbert Wiener, según el cual «la tecnología que rige una época moldeará consecuentemente la sociedad que la utiliza». Volver a este tipo de modelo técnico de comunicaciones requeriría, por lo menos, algu- na forma de abordar las serias críticas de Wiener y otros formula- das hace treinta arios por escritores como Stuart Hall, acerca de las sobresimplificaciones de la cibernética al abstraer los procesos de comunicación técnicos de su incorporación en procesos cultu- rales más amplios. Además, el concepto de especificidad de las formas de causalidad no lineal, que son supuestamente la caracte- rística particular de los nuevos medios, expuesto por Lister y otros como la mejor carta de su argumento, es de poca ayuda, si se si- gue sosteniendo (siguiendo a McLuhan, una vez más) que, al fi- nal, «lo que hace que una determinada tecnología se utilice de una manera concreta son sus propiedades físicas»."

Hay muchas curiosidades y complejidades al respecto. Por ejemplo, Gilles Deleuze sostiene, en aparente similitud con las preocupaciones de Williams sobre la formación cultural e insti- tucional de la tecnología, que la «máquina siempre es social an- tes de técnica. Siempre hay una máquina social que selecciona o asigna los elementos técnicos utilizados». De todos modos, cuando volvemos al trabajo tan citado de Deleuze sobre el cine, vemos que cae en el modelo ampliamente desacreditado de los efectos hipodérmicos de los medios y en un modelo correspon- diente de público pasivo que simplemente está disponible para ser manipulado, sin poder hacer nada al respecto, por la máqui- na mediática.'

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Sin duda, las tecnologías tienen diversas consecuencias, tan-to positivas como negativas, sobre todo porque crean «oportu-nidades» de comunicación que antes eran impensables, para bien y para mal. El problema es cómo producir un modelo via-ble que permita comprender cómo suceden esos efectos tecnoló-gicos en toda su complejidad. Es poco probable que nos ayude un enfoque que insiste en que sólo las propiedades físicas o téc-nicas de un medio son, en última instancia, determinantes. Se-guir ese camino es, simplemente, caer en lo que Hall ha descrito memorablemente como una «forma de conductismo de bajos vuelos». Aquí la cuestión central es la contextualización cultural de las tecnologías. Como Hall sostuvo en relación con los su-puestos efectos directos de los mensajes en los medios, antes de que los mensajes —o, en este caso, de las tecnologías— puedan te-ner un «efecto» deben interpelar a las personas y hacerles ver que son relevantes para ellas, en sus circunstancias particulares; luego deben ser interpretados de tal modo que tengan sentido —y, por ende, sean deseables— para sus consumidores potencia-les; sólo después es posible utilizarlos y pueden llegar a tener un efecto de algún tipo."

La digitalización y la «novedad» de los nuevos medios: más allá de los sistemas binarios...

Como ha observado Carolyn Marvin, la expresión «nuevos medios» siempre y por definición ha sido relativa en términos his-tóricos, de modo que la idea que tenemos en un momento parti-cularmente definitivo y absoluto de la «novedad» debe, eviden-temente, tratarse con cuidado. » Una cuestión importante al respecto es la tendencia generalizada a la sobrestimación de la «novedad» de la era digital que, después de todo, se comprende mejor si se considera que comenzó con la invención del telégrafo en la década de 1840. El otro problema reside tanto en la caracte-rización de estas tecnologías «interactivas» como en la naturaleza precisa del contraste que se establece de forma implícita entre és-tas y los medios más antiguos, como la difusión por televisión. Hace poco, una joven profesional de los «medios interactivos» se

refirió, sin rodeos, a ese «viejo» mundo y, por ende, implícita-mente al público que vive en él como a la «espalda encorvada» de los medios. Claramente, se trata de una formulación actualizada de la imagen convencional del público de la televisión como una masa de personas que no hacen otra cosa más que pasarse el día sentadas en un sofá mirando la tele. En esta frase, la virtud (y la importancia) de los «nuevos» medios se caracteriza precisamente por la idea de que se supone que sus participantes están sentados de forma activa, miran hacia delante y no están «encorvados». Aquí los problemas son diversos: en primer lugar, sabemos que el público de la televisión nunca ha sido simplemente pasivo. En se-gundo lugar, los tipos de actividades que realiza la mayor parte de los usuarios de medios interactivos suelen ser triviales, como za-pear con el control remoto o presionar el ratón para seleccionar un ítem (un ángulo de cámara, por ejemplo) desde un menú de op-ciones predeterminadas. Sin embargo, es cierto que en gran medi-da se cree que estas nuevas tecnologías han producido varios efec-tos de transformación de la manera en que vivimos, y ese aspecto es el que debemos examinar ahora.

Una vez más, el trabajo de Spigel es ejemplar en la medida en que plantea abiertamente estas cuestiones. Como ella obser-va, si consideramos la sección de «participación de adultos en actividades de ocio seleccionadas» en el «Statistical Abstract» compilado por la Oficina de Censos de Estados Unidos, vemos que se considera que navegar en Internet y practicar juegos elec-trónicos constituyen «actividades», mientras que no lo son ver la televisión o películas (incluso en el cine), a pesar de que asis-tir a una obra de teatro o un recital de música sí cuentan, por al-guna razón, como un «pasatiempo activo». La definición de de-terminados pasatiempos como activos o pasivos es un modo básico de evaluación implícita de su estatus, y la asociación de las nuevas tecnologías con la «interactividad» parece proveer una forma de que los valores aprobados de participación activa en modalidades de la «alta cultura» de alguna manera se adhie-ran a toda persona que utilice un ratón de ordenador en lugar de un control remoto de televisor.'

Análogamente, en su estudio sobre la televisión y los públi-cos de los nuevos medios, Ellen Seiter destaca la ubicuidad, en el

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discurso contemporáneo sobre la tecnología, de la división ma- niquea entre la pantalla Mala del televisor y la pantalla Buena del ordenador.' Siguiendo los argumentos de Andreas Huyssen de que la cultura de masas es codificada como femenina, Wi- lliam Boddy hace su aportación colocándolos en una perspecti- va histórica más larga. Observa que, en el caso de la radio, se elogiaba a sus primeros usuarios (masculinos) precisamente por no atenerse a un «goce pasivo» y ejercer una «manipulación in- geniosa» del medio. Luego muestra cómo cada nueva tecnolo- gía, a su vez, desde la radio en adelante, comenzó su vida siendo entendida como el dominio excitante de los aventurados inno- vadores masculinos y termina siendo entendida, a través del proceso de domesticación, en que la tecnología se vuelve fácil de usar para el consumidor, como parte del dominio de bajo esta- tus —e implícitamente feminizado— de la cultura popular.' Boddy dice que,

al respecto, cien arios de experiencia histórica de comunicaciones electrónicas en el hogar ensayan, repetidamente, una serie de opo- siciones normativas y determinadas por el género entre el público activo y el público pasivo, desde el varón aficionado a las tecno- logías sin cable frente al ama de casa distraída de los arios veinte, hasta el telespectador degradado, el que no hace otra cosa más que mirar televisión, frentre al navegador heroico de Intenet, en los arios noventa.

En el período de posguerra, el hecho de ver la televisión ha sido descrito persistentemente como una actividad pacifista, castrante y feminizante, mientras que ahora, en la época de lo que se ha descrito como «la segunda oportunidad de la televi- sión», cuando el mundo de la realidad virtual viene a «rescatar» la televisión, vemos el intento retórico de «remasculinizar» el aparato televisivo, asociando sus tecnologías de interactividad con fantasías de poder y control, para «transformar el aparato de televisión doméstico, degradado y devaluado, en un objeto cultural Bueno ».'

Algo curioso al respecto, si consideramos la evidencia etno- gráfica, es que las experiencias de ver televisión y navegar en

Internet no se perciben necesariamente como muy diferentes. En ese sentido, la etnógrafa de Internet Lori Kendall cuenta que,

después de haber estado mudding [jugando virtualmente con va- rios usuarios a través de la red de Internet] durante un buen rato, con frecuencia dejo el ordenador para buscar algo para comer, ha- cer mis necesidades o responder a alguien en el lugar físico donde estoy sentada. Si el texto de la pantalla comienza a aparecer con menor frecuencia, o si la conversación deja de interesarme, puedo empezar a buscar algo para hacer sin estar en línea, como buscar el correo del día o leer una revista.35

Como observa Sean Moores en su comentario, esta perspec- tiva «coloca el uso de la red en el contexto de lo usual, de la vida diaria», y la descripción del carácter mundano del uso del orde- nador «fácilmente podría ser la descripción del hábito de ver la televisión en casa, de forma rutinaria y distraída». Por lo tanto, parecería que las distinciones entre las experiencias de los parti- cipantes en medios analógicos y digitales no deberían formular- se de modo tan agudo como lo hacen los discursos neófilos que dominan tanto los debates actuales.

Una dificultad en este aspecto se refiere a la noción, que cada vez se da más por descontada, de que autores como Deleu- ze y Guattari y los otros teóricos de la «mediología» han produ- cido un lenguaje teórico que se «adapta» naturalmente al apa- rato técnico de los medios digitales, en el que la premisa no examinada aún es que esos medios se diferencian por completo de todo lo que ha existido antes. En relación con la tendencia perniciosa de plantear divisiones binarias exageradas y genera- les en nuestros modelos teóricos, Boddy ofrece una perspectiva histórica interesante. Como dice, de modo bastante particular, «no cabe duda de que la primera experiencia que el público tuvo de la comunicación inalámbrica hace cien arios representó un período de incertidumbre e improvisación mucho más traumáti- co» que nuestra propia transición de los medios analógicos a los medios digitales.'

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La magia de la convergencia

Al respecto, tal vez sea conveniente examinar el estatus em- pírico de un supuesto avance técnico de nuestra era, el adveni- miento de la convergencia de los medios digitales. Si bien se ha hablado mucho de este acontecimiento, en la práctica no ha su- cedido nada de tal envergadura, al menos por ahora. Este tipo de «tecnosueños» en que se supone que el mundo seguirá la ló- gica inscrita en la tecnología siempre nos acompaña. No hace mucho tiempo hubo mucha excitación respecto a las consecuen- cias posibles en la esfera de la producción y comercialización de audiovisuales de la supuesta convergencia sinergética del soft- ware estadounidense con el hardware japonés. Esta lógica tecni- cista fue la fuerza que impulsó la compra de Columbia y MCA por Sony y Matsushita, respectivamente. En ese caso, los cho- ques culturales entre los estilos de gestión norteamericano y ja- ponés resultaron ser mucho más considerables que toda sinergia técnica. Análogamente, incluso dentro de Estados Unidos la fu- sión tan difundida de AOL y Time Warner, de una compañía de medios «antigua» con una «nueva», ha estado plagada de difi- cultades que han debilitado muchas de las posibles ventajas téc- nicas de esos nuevos acuerdos.

Otra cuestión se refiere no sólo a la medida en que esos pro- cesos están determinados sobre todo por la tecnología, sino también a cómo se desenvuelve el proceso de la convergencia di- gital. En realidad la fuerza impulsora suele ser, más que la de- manda de los consumidores, una combinación de los deseos conducidos por la industria del «abastecimiento» de maximi- zar las ganancias potenciales de los desarrollos técnicos en combinación con iniciativas gubernamentales y políticas equi- vocadas de «modernización». Si los efectos de las tecnologías dependen de los marcos regulatorios que desalientan o permiten determinadas combinaciones técnicas, la cuestión es en qué me- dida las formas emergentes de convergencia de medios digitales son menos un efecto del desarrollo tecnológico per se y más un producto secundario de la desregulación política que ha pro- ducido la flexibilización de las normas sobre propiedad trans- versal de los medios."

Sin duda, en la esfera del consumo sabemos que con fre- cuencia la convergencia digital no funciona como dice la pu- blicidad. La mayoría de los usuarios de la televisión por cable digital en realidad sólo usa diez canales como máximo, así como muchos usuarios de sitios web van en general a los mis- mos sitios, instalados en su lista de «favoritos» del ordenador. Parece que, más allá de cierto nivel, la fetichización de la «ma- ximización de las opciones» es contraproducente, ya que muchos consumidores consideran que el hecho de tener demasiadas op- ciones es más pernicioso que ventajoso." A pesar de los sueños de los comercializadores de la tecnología digital, hay pocos ca- sos de personas que hayan utilizado las oportunidades ofreci- das por la convergencia de formas más complejas de utilización de los medios. Por lo menos en el Reino Unido, la mayoría de los consumidores sigue mostrando poco interés por ver la tele- visión en el ordenador o viceversa, y son pocos los que utilizan la televisión para hacer sus compras o consultar sus cuentas bancarias."

En ese sentido, el periódico de mi localidad ha informado sobre investigaciones realizadas por la autoridad del distrito de estándares de comercio, donde se demuestra que muchas perso- nas están confundidas por los servicios digitales interactivos. Les parece que los sitios son difíciles de navegar; no comprenden los códigos y los supuestos técnicos de las líneas de telecompra; cuando pueden entrar, no sólo las hallan lentas, pesadas e inefi- cientes, sino que también les ofrecen una variedad muy limitada de los productos que en realidad necesitan; y, cuando tienen un problema al usar esas comodidades, por lo general los «servicios al cliente» que deberían ayudarlos no los atienden o no saben cómo ayudarlos. Sin duda, en ese contexto, como dice el infor- me, «sería necio suponer que la evolución de este nuevo y com- plicado medio no será sino lenta». Lo fundamental en este as- pecto es que los consumidores descubren rápidamente que las tecnologías digitales no son, de ningún modo, objetos plug in and play (se conecta y funciona), sino que por lo general requie- ren, para su instalación, horas de trabajo técnico complejo que no todo el mundo (sobre todo cuando se trata de las genera- ciones de más edad) está capacitado para hacer. En parte por

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razones mundanas de esta índole, en los últimos años ha dismi- nuido la penetración doméstica de Internet en el Reino Unido. 4°

Consideraciones de este tipo tal vez puedan explicar mejor hechos como el fracaso comercial de la iniciativa «OnDigital» de ITV en el Reino Unido, que basó su estrategia de comercia-lización en el supuesto atractivo de sus capacidades «interacti-vas». La empresa lamentablemente tuvo que darse cuenta de que nadie quería ese servicio, y en 2001 entró en quiebra a raíz de enormes pérdidas financieras. En cambio, el éxito relativo del sistema de digibox de Freeview es instructivo. Freeview también utiliza una señal digital, pero se promociona como una manera económica de poder ver «más televisión», y no como proveedor de servicios interactivos. 41

Las paradojas de la racionalidad técnica

En 1988, Christine Hardyment observaba que, «hoy en día, las lavadoras tienen muchas más funciones automatizadas de las que necesita un hogar. Pocas familias pueden aprovechar los doce programas o más que les ofrece la máquina ». 42 Ahora, mu-chos fabricantes están preocupados por la evidencia, cada vez más clara, de que muchas personas simplemente no entienden —y, a decir verdad, en realidad se sienten repelidas por— la cre-ciente variedad de funciones extra que se añaden interminable-mente a las tecnologías domésticas, para su supuesta convenien-cia.

Sin duda éste puede ser, al menos en parte, un problema ge-neracional, en la medida en que a las personas de más edad les resulta difícil manejar las nuevas tecnologías con las que se en-frentan. Para decirlo de forma simple, ahora muchas personas pueden tener tantos controles remotos en su sala de estar que no pueden, a veces, hacer funcionar el televisor —porque ya no saben qué control remoto pertenece a qué máquina—, aunque los niños sepan cuál es cuál." Sin embargo, la pertenencia genera-cional no es, en sí misma, una garantía de competencia técnica. Mientras las ventas de iPods han sido considerables en un perío-do de tiempo relativamente corto desde su introducción, hay

una evidencia equiparable, en el Reino Unido, de que incluso los consumidores jóvenes, que se supone se cuentan entre los más aptos para manejar tecnología, a menudo carecen de las compe-tencias necesarias para utilizarlos con éxito. En realidad, cuan-do a Carl Barat, ex «cara visible» de la banda británica de moda The Libertines, se le preguntó en una entrevista para un periódi-co qué música estaba escuchando, contestó: «Mi iPod es incom-prensible porque accidentalmente seleccioné el japonés como opción de idioma y no puedo corregirlo». Por otra parte, no a todo el mundo le resulta fácil manejar las treinta funciones acu-muladas en cuatro minúsculos botones de la cámara digital, cuando para llegar a la función que uno desea debe recordar qué botones ha presionado antes."

Aquí la cuestión central es la paradoja siguiente: la irracio-nalidad de las formas maximizadas de racionalidad técnica. Las estrategias comerciales (y también gubernamentales) suelen es-tar guiadas por la lógica técnica de los proveedores, consistente en la «optimización del producto», combinada con la maximi-zación de las ganancias. Según esta lógica, lo que es técnicamen-te posible y rentable en el plano comercial se considera (o al me-nos se presenta) como una forma deseable social y políticamente de «modernización» y «progreso». 45 Esta paradoja puede apa-recer de muchas maneras, una de las cuales es el servicio telefó-nico automatizado de respuesta de voz interactivo (IVR, por las siglas en inglés) que ahora está instalado en el conmutador de la mayoría de las organizaciones. Cuando se inventaron esos siste-mas se vendieron como servicios que reducirían los costes y el «tiempo perdido» en los departamentos de atención el cliente, pues permiten «preclasificar» las llamadas por tipo, a fin de ga-rantizar que vayan directamente al destino adecuado.

Lamentablemente, uno de sus principales efectos es que el que llama pierde mucho más tiempo, pues por lo general tiene que escuchar un menú interminable de opciones, ninguna de las cua-les le parecerá apropiada para su consulta en particular; final-mente, llegará a una opción con la que, si tiene suerte, podrá ha-blar con una persona a la que le podrá explicar su problema y ésta probablemente entenderá, mucho más que el cliente, a qué categoría de la empresa corresponde, en principio, el problema

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que éste plantea. Esos sistemas generan tanta frustración e insa- tisfacción en el cliente que ahora, cada vez más, se los reconoce como una fuente importante de pérdidas y de alejamiento de los clientes. De modo que en realidad este sistema técnicamente racional produce un resultado muy irracional y en verdad ine- ficiente, porque no sólo trata de utilizar la tecnología de los or- denadores para cumplir la función en que es menos eficiente (seleccionar opciones), sino que el precio del problema que re- suelve (reducir costes en empleados) a menudo tiende a ser más bajo que el coste que produce en pérdidas de ventas o insatis- facción de los clientes. Lo mismo se puede decir de los intentos de las compañías aéreas para alentar a los clientes a reservar sus billetes, en principio para su conveniencia. El problema es que, cuando los clientes desean consultar una duda o hacer una tran- sacción, con frecuencia los sistemas automáticos no les res- ponden, sobre todo cuando se trata de un tema complejo, como reservar un itinerario no estándar o cancelar un billete. Todos estos inconvenientes pueden llegar a disuadir al cliente de volver a viajar con esa compañía aérea."

Como seguramente habrá podido comprobar todo aquel que haya intentado consultar un servicio técnico o una «ayuda en línea», la mayor dificultad para el usuario es que, por lo ge- neral, para el técnico es difícil dar el salto conceptual para ver el problema desde el punto de vista de alguien que tiene menos co- nocimientos técnicos que él, porque naturalmente tienden a ope- rar con los términos del sistema particular que están utilizando. La dificultad es que, al no dar el salto fuera del discurso técnico, es imposible que el técnico asesore al cliente (y, por ende, le sea de ayuda). Con frecuencia, en esas situaciones se da prioridad a la dimensión estrictamente técnica del problema, en lugar de considerar que lo que realmente se necesita es una mejor «tra- ducción» entre el discurso técnico y el discurso cotidiano.

Lo mismo se puede decir en el contexto del consumo domés- tico. En un mundo donde la mayor parte del mobiliario se com- pra en paquetes de componentes que luego se montan en casa, el factor decisivo, más allá de la calidad de los productos, es la na- turaleza claramente inadecuada de las instrucciones de monta- je. En un intento clásico de inventar una solución técnica para

superar esta dificultad de comunicación (que exigiría la dificul- tosa tarea de escribir instrucciones claras comprensibles para quienes no son expertos), ahora algunos almacenes de muebles están experimentando un sistema de microchips que insertan en los muebles, que comenzarán a sonar cuando las unidades se monten correctamente y emitirán una alarma cuando las partes estén mal montadas. El problema, una vez más, es que la cues- tión no se puede resolver con el sistema taylorista de la división eficiente y racional de las tareas, ni mediante una tecnología más avanzada, pues se trata de un problema complejo de comu- nicación.

Pueden hallarse paradojas similares, donde procesos de ra- cionalidad técnica aparentemente impecable han dado resulta- dos desastrosos, en muchos ámbitos. Si observamos el caso de la arquitectura, vemos que el resultado de décadas de construcción de viviendas por el gobierno en el Reino Unido, utilizando los úl- timos procesos de construcción por componentes diseñados cien- tíficamente, dejó estupefactas a muchas personas por la simple pregunta que hizo Katherine Shonfield: « ¿Por qué en su aparta- mento hay goteras?». La respuesta, según Shonfield, es que los métodos tradicionales de construcción eran más eficientes por lo que respecta a evitar las goteras, ya que utilizaban una serie de solapas y salientes para no dejar pasar el agua. Sin embargo, en el período de posguerra, los arquitectos británicos quisieron evi- tar esos métodos tan «complicados» y eligieron los componen- tes diseñados científicamente, de líneas claras y bordes duros, aparentemente más avanzados tecnológicamente, con que se construyó la mayor parte de las viviendas en dicho período. La- mentablemente, los arquitectos sólo lograron crear junturas mu- cho más expuestas en los edificios y, por lo tanto, mucho más propicias a las goteras.'

En las viviendas actuales del Reino Unido también hay irra- cionalidades de otro tipo. Algunas investigaciones recientes su- gieren que las casas británicas de ahora son un refugio de un conjunto de aparatos que no se usan y acumulan polvo en los ar- marios. Esa montaña de aparatos improductivos, cuyo valor se calculaba en 3.200 millones de libras esterlinas en 2004, es el re- sultado de la rendición de los consumidores ante las tentaciones

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que se les presentan de comprar una variedad cada vez mayor de dispositivos para «ahorrar trabajo», inventados por los fabri-cantes que les venden el sueño de una domesticidad perfecta téc-nicamente asistida."

El principio clave del desarrollo y la aplicación de muchos esquemas de progreso tecnológico ha sido subordinar toda la vida social —incluida ahora, cada vez más, la esfera doméstica— a los principios tayloristas de la gestión científica: eficiencia y control. La consiguiente dominación y colonización tecnológi-ca de la vida (incluido el «hogar electrónico» que, por supues-to, también conlleva enormes poderes de vigilancia continua, como el precio de las comodidades que ofrece al cliente) deriva, para un teórico como Cornelius Castoriadis, de una «fantasía de un control total, de nuestra voluntad o nuestro deseo de do-minar todos los objetos y en todas las circunstancias». Como sostiene Spigel, ese principio taylorista conlleva el impulso de aumentar continuamente la «eficiencia» de la vida doméstica, hasta el punto en que la casa inteligente totalmente interactiva se convierta en una estación de trabajo las 24 horas del día to-dos los días, donde se nos alentará a estar continuamente «ac-tivos». El principio de «productividad» está inserto en el pro-pio diseño. Así, los espacios domésticos como los recibidores, donde de otro modo se podría «perder el tiempo», ahora deben estar plagados de pantallas de todo tipo con información conti-nuamente actualizada."

Enfoques alternativos: estudiar la tecnología en cada contexto

A la luz del tipo de críticas respecto a los enfoques determi-nistas de la tecnología que hemos abordado más arriba, en los últimos años se ha producido un cambio importante en la inves-tigación en este ámbito hacia el estudio etnográfico de la tecno-logía y sus usos en contextos particulares. La premisa de este en-foque es que el contexto del consumo y el uso de las tecnologías —y sobre todo el contexto doméstico, que ha sido el objeto de va-rios de esos estudios— ejerce determinaciones importantes sobre

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cómo las tecnologías son percibidas, adoptadas y utilizadas por diferentes personas en distintos contextos.'

Todos estos abordajes de la geografía subjetiva de la tecnolo-gía y su lugar en nuestras vidas comienzan su análisis no exami-nando directamente una tecnología y sus supuestos efectos, sino el sistema interaccional en juego en un contexto en particular, y luego cómo las tecnologías particulares encajan en ese contexto, o qué se hace para que encajen. En el caso de los estudios del con-sumo doméstico, esto significa plantear la estructura y la cultura domésticas como un determinante de la aceptación y el uso de las tecnologías.' Si el diseño ha de comprenderse como una estrate-gia, como dice De Certeau, por medio de la cual las instituciones y las corporaciones intentan imponer un conjunto de ideas sobre cómo deberíamos vivir con objetos manufacturados, el consumo es un conjunto de tácticas que operan dentro del ámbito del sis-tema de diseño para realizar una reapropiación del diseño por sus usuarios.' Desde este punto de vista, la cuestión es qué signi-fican realmente las diferentes tecnologías para la gente, cómo son percibidas, interpretadas y utilizadas y cómo son diferencialmen-te vistas (o soslayadas) por sus consumidores potenciales como relevantes (o no) para ellos. Sin duda estos enfoques se basan en una teoría concreta de la naturaleza del consumo como un pro-ceso activo de ingestión, incorporación e indigenización de una variedad de materiales procedentes del mundo externo. Como han sostenido Bourdieu y Miller, lo que importa es cómo nos dis-tinguimos de los demás y creamos nuestras propias identidades a través de una forma de trabajo en particular. Esto depende del tra-bajo a través del cual son transformados los productos básicos, en el proceso de consumo en formas de propiedad «personaliza-das» —hacer «mío» el objeto—, un proceso emblemáticamente expresado de diferentes maneras; la más obvia es el uso de llave-ros y fundas de teléfonos móviles personalizados, etc. Al respec-to, Anna McCarthy ha analizado recientemente las maneras en que quienes trabajan con ordenadores «personalizan» sus máqui-nas en el lugar de trabajo decorando los monitores con adornos, juguetes, imágenes fotográficas y otras chucherías.'

En el ámbito de los estudios sobre el público y la recepción de los medios, el trabajo del etnólogo alemán Hermann Bausin-

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ger sobre cómo las relaciones domésticas del hogar familiar de- terminan el proceso de cómo se ve la televisión ha sido particu- larmente influyente en estos aspectos y ha proporcionado un modelo para estudiar otras tecnologías. Sin embargo, al abocarnos a estudiar en detalle la tecnología en su contexto, también debe- mos tener en cuenta las cuestiones metodológicas y, en particu- lar, los peligros muy reales de la etnografía. El contexto puede ser un objeto de investigación crucial, pero puede llegar a ser pe- ligroso si el proyecto se colapsa bajo el peso de los propios da- tos no analizados. Siguiendo la visión de Bausinger sobre estas cuestiones, también debemos tener en cuenta su advertencia: en sí mismos, los microestudios —el estudio de la vida de los objetos en uso— no significan nada y tal vez no sean más que «basura».54 Para él, todo depende de su integración en perspectivas macro y contextos más amplios aunque, al revés, los macroanálisis es- quemáticos, que no se basan en el estudio de la vida cotidiana, sin duda no son menos «basura», por la razón opuesta. De modo que, como el propio Bausinger sostiene, necesitamos esta- blecer historias etnográficas de consumo doméstico en el con- texto más amplio de los discursos de producción, diseño, publi- cidad y comercialización y luego ver cómo las personas operan con esas tecnologías en y contra esos discursos existentes, pode- rosos, que operan para construir las «lecturas preferidas» de su deseabilidad y sus usos. A la luz de estas consideraciones, ahora me centraré en algunos trabajos recientes sobre estas cuestiones en el campo de los estudios de diseño.

Estudios de diseño: estrategias de desfamiliarización

Dada la manera en que tendemos a naturalizar nuestras pro- pias mitologías al mismo tiempo que criticamos las de los de- más, aquí la cuestión fundamental, como dice Paul Rabinow, es «antropologizar Occidente: mostrar cuán exótica ha sido su constitución de la realidad; destacar los ámbitos que siempre se ha dado por descontado que son universales y hacerlos parecer lo más peculiares posible en términos históricos».55,Esto implica invocar la idea del papel positivo que puede cumplir el hecho de

comprender nuestro mundo social mediante la «desfamiliariza- ción», de la forma en que antes lo comprendieron los teóricos de la literatura. En este sentido, podemos basarnos en recientes tra- bajos del campo de los estudios de diseño sobre las maneras de «desfamiliarizar» las formas y los usos dominantes de la tecno- logía contemporánea. Un ejemplo es el trabajo experimental de Kenji Kawakami con lo que llama los objetos «no inútiles» (chindogu). Esos objetos están diseñados para alentarnos a pen- sar lateralmente sobre las suposiciones y las premisas incuestio- nadas que están incorporadas en las formas establecidas de di- seño, arquitectura y planificación urbana y, por lo tanto, a considerar otros escenarios posibles, antes impensables."

Dos de los diseños de Kawakami son una «senda peatonal móvil» y un «faro de detención móvil». Ambos desafían el pre- dominio del automóvil en la ciudad y son descritos como «los mejores amigos del peatón». Otros ejemplos son una «máscara de aire fresco» (un tubo para respirar adherido a una planta en una bolsa sellada), descrita como «el remedio natural contra el aire de mala calidad de la ciudad». Para uso doméstico, Ka- wakami ofrece el «teléfono-pesa» que, al hacer que el acto de le- vantar el teléfono sea más difícil, asegura que incluso el acto de hacer una llamada también sea un ejercicio útil, al igual que el «corredor de velcro doméstico», que obliga a la persona que hace ejercicio a correr hacia arriba y hacia abajo sobre una al- mohadilla adhesiva. Muchos de los ejemplos de Kawakami po- drían mencionarse, como las «sandalias para cortar el césped», que tienen navajas pegadas al talón del calzado para el jardine- ro perezoso, o las que tienen césped artificial en la suela interna, para que quien las usa tenga la sensación de estar siempre cami- nando sobre el césped. Algunos inventos responden a las fanta- sías de quienes deben viajar para trabajar, como el paraguas que se pliega como un palo de golf, lo que les permite «ahorrar tiem- po» practicando el swing de golf mientras esperan el autobús. Otros ponen en evidencia, de modo divertido, los problemas muy reales de los traslados en la ciudad, como el «casco para una siesta segura en el metro», que no sólo mantiene firme el cuello del pasajero, en posición erguida, sino que además lleva un rótulo al frente donde el pasajero puede anotar su destino y

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dormir más profundamente, con la esperanza de que otro pasa-jero lo despierte al llegar.

El principio constitutivo de estos objetos diseñados imagi-nativamente es tal vez más evidente en el caso de la «lámpara portátil», que soluciona un problema (en este caso la ausencia de luz en un determinado lugar) creando otro: la necesidad de acarrear una lámpara con ruedas donde uno vaya. Como ve-mos, esta tendencia a resolver un problema sólo a expensas de crear otro es una característica básica de todas las prácticas de diseño. De ese modo, los objetos chindogu están diseñados para revelar los «costes de oportunidad» ocultos de las «solu-ciones» tecnológicas concretas, pero ahora naturalizadas, que damos por sentado que existen en nuestra vida cotidiana. Por poner el ejemplo de tecnologías obvias, el invento tanto del au-tomóvil como de los antibióticos solucionó algunos problemas importantes para muchas personas, pero ambos crearon, por sí mismos, nuevos problemas. Tomemos un caso más reciente, que abordaré de forma detallada más adelante: si bien el congelador resolvió algunos problemas acerca del almacenamiento de ali-mentos a largo plazo, también creó sus propias exigencias en re-lación con el tiempo y la planificación necesarios para que el ama de casa realizara los nuevos procesos para congelar y des-congelar que introdujo en la economía doméstica. Siempre es adecuado mantener cierto grado de sospecha cuando alguien nos presenta una nueva solución tecnológica a un viejo proble-ma, así como preguntarse quién es el que tiene el problema, quién ganará y quién perderá y, por supuesto, qué nuevos pro-blemas podría crear esta «solución» y para quién.'

De forma similar a las estrategias imaginativas de rediseño de productos de Kawakami, el Placebo Project de Anthony Dun-ne y Fiona Rabey consistió en la construcción de una serie de muebles mejorados electrónicamente, construidos para investi-gar las actitudes, las experiencias y las relaciones de la gente con los artículos electrónicos. Como explica James Hunt al comen-tar el trabajo de Dunne y Rabey, esos objetos se construyeron para explorar el «ámbito sombrío, cargado de fracaso, imagina-ción, temor y esperanza» que se encuentra entre «las pérdidas inevitables de cargas electrónicas y de radiación de nuestros ar-

tículos domésticos» y nuestra propia «disposición paranoica, supersticiosa hacia las máquinas». 58 Uno de esos muebles es una mesa-compás en la que giran veinticinco compases cuando se coloca un producto electrónico sobre ella; una mesa GPS que constantemente informa de su posición en el mundo a través de una pantalla LED, o flashes que indican lost (perdido) cuando no se puede contactar con el satélite; un «teléfono de mesa» que tiene un teléfono móvil y comienza a titilar cuando recibe una llamada; un «eliminador de corrientes eléctricas» que, como verdadero placebo, sólo ofrece una sensación falsa de protec-ción de las «interferencias electrónicas; y un «canalizador de electricidad». En su proyecto, en el que se seleccionaron varias personas para vivir durante un tiempo con esos objetos domés-ticos que funcionan con electricidad, Dunne y Rabey se propu-sieron examinar la «patología de la cultura material» e investi-gar cómo las interacciones con las tecnologías electrónicas cotidianas pueden generar interesantes relatos sobre el ahora tecnológicamente saturado ámbito de lo «infrausual», que exis-te entre el usuario y el objeto." Sin duda se suponía que la na-turaleza poco familiar de los objetos provocaría un cortocircui-to en las convenciones, pero el grado en que se manifestó fue sorprendente incluso para los participantes voluntarios en el proyecto. Así, uno de éstos, que adoptó la mesa GPS, dijo:

Realmente es tonto, pero como la luz titila [...] se mueve entre las tres posiciones del satélite y lost, y da una sensación de estar vivo. No hay otras palabras para decirlo. [...] Uno tiene la sensación de que tiene que decir: «¿Está bien?». Es tonto hablar como si se tra-tara de una persona, pero es como si uno pensara: «Será mejor que vaya a ver si la mesa está allí». 6°

El proyecto de Michael Anastassiades, SociallAnti-Social Light funciona de manera similar. Su finalidad es analizar las comple-jidades de nuestra relación con las tecnologías; en este caso invierte deliberadamente las formas estándar de diseño de los artículos de iluminación doméstica. 61 Si bien, en general, una lámpara tiene la función evidente de iluminar a petición del usuario, la «lámpara antisocial» que propone cumple esa fun-

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ción sólo si hay silencio. Si alguien habla, comienza a atenuarse y luego se apaga. Al revés, la «lámpara social» sólo se enciende en respuesta a una conversación. La primera dicta una actividad como la lectura individual en silencio; la segunda exige una in- teracción audible, si se quiere que funcione. La relación no con- vencional entre las personas y los objetos incluidos en esos dise- ños complica deliberadamente el papel servil normal de los productos para exagerar la mera idea del determinismo tecnoló- gico. Estos proyectos se proponen crear un mundo donde los usuarios simplemente no pueden ordenar que los objetos reali- cen acciones, sino donde los mismos objetos, en cierta medida, determinan tanto sus propias funciones como las actividades permitidas para sus propietarios. De ese modo, estos diseños también revelan, aunque de manera menos drástica, el papel que estas tecnologías, por lo general, cumplen al configurar la eco- logía doméstica de nuestras vidas.

Esos proyectos tal vez se puedan considerar, también, como una «literalización» (o materialización) de algunos de los precep- tos de la teoría de la red de actores que conceptualiza los objetos como actantes no humanos, pero, en este caso, la capacidad teó- rica de los objetos de producir efectos es dramatizada de una for- ma exagerada. Están diseñados para demostrar las distintas ma- neras en que, como dicen Dunne y Rabey, «los objetos electrónicos [y] [...] los artículos domésticos no son máquinas brutas, tontas, [sino que más bien] "dejan caer" sus sueños y pensamientos en los lugares y los objetos que los rodean». Al dramatizar este proceso, estos diseñadores han construido máquinas retóricas para la pro- ducción no sólo de efectos técnicos, sino también para compren- der nuestras relaciones con esas tecnologías."

Diseñar ineficiencias e irracionalidades

En este contexto también podría ser útil considerar el traba- jo de los diseñadores/arquitectos estadounidenses Elizabeth Di- ller y Ricardo Scofidio. Aquí retomamos mis comentarios, basa- dos en Castoriadis, sobre las maneras en que la colonización tecnológica de la vida contemporánea suele conllevar una fanta-

sía de «control total». Diller y Scofidio rechazan militantemen- te la exhortación taylorista de «eliminar la ineficiencia [...] en todos nuestros actos cotidianos» y, por lo tanto, «lograr la efi- ciencia eliminando todas las repeticiones y las redundancias». En cambio, dichos autores están interesados en analizar de for- ma deliberada las «tecnologías ineficientes» o las «tecnologías que no producen nada», excepto, lo que es muy importante, un sentido estratégicamente reenmarcado y subrayado de las con- venciones diarias naturalizadas. Su interés reside en examinar lo que ellos llaman «las irracionalidades diseñadas» en relación con las formas tecnológicas y arquitectónicas con las que estamos más familiarizados."

De modo que, en una microescala, en relación con el con- texto doméstico, su utensilio de «planchado» Bad Press (de su

serie Dissident Housework, 1993-1998) explora, en el estilo de la pintura japonesa del origami, varias maneras alternativas de «des-planchar» una camisa de hombre. Así, se propone reve- lar las complejas convenciones domésticas (las mangas primero, etc.) de trabajo y de plegado que caracteriza el estilo «clásico» de planchado de una prenda de ese tipo, y exponerlo sólo como un estilo posible entre muchas alternativas. Algo semejante que los utensilios Instant House y Bad Dream House de Vito Ac- conci, que deliberadamente crean espacios unheimlich invirtien- do un poco las normas del diseño arquitectónico de viviendas, la pieza invertida Withdrawing Room de Diller y Scofidio nos hace pensar más en la contribución exacta de los muebles domésticos a nuestro sentido de la convivencia en el hogar." La «sala de re- tiro» usa los apoyos básicos reconocibles de la vida diaria, pero los subvierte de tal modo que ya no son utilizables con los fines para los que fueron diseñados originalmente (las camas están cortadas por la mitad; las mesas están suspendidas del techo). Así, el utensilio hace más problemática la noción de que las for- mas arquitectónicas siempre implican una retórica normativa o un «programa de lo adecuado» o de «cómo vivir» en un espacio construido; en este caso se ponen en juego las nociones de pro- piedad, adecuación y etiqueta."

Diller ha dicho que le interesa, principalmente, «interrogar las convenciones espaciales de lo cotidiano», y su trabajo arqui-

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tectónico antiheroico procura revelar las suposiciones casi nun-ca cuestionadas e insertas en las formas arquitectónicas (con perdón por el juego de palabras). Su trabajo siempre es autocrí-tico; desconfía de sus propios resultados aunque los instituya, de tal modo que produce lo que Hays llama un «inventario de sospechas», que capta los aspectos sobresalientes de toda supues-ta «solución» de diseño y disminuye el ritmo de los procesos de su funcionamiento en un grado suficiente como para hacer visi-bles sus premisas ocultas. De modo que esos procesos utilizan las innovaciones tecnológicas pero en una escala y de una ma-nera que niegan su aparente lógica inherente." En su trabajo, la tecnología se utiliza contra sí misma. De modo que, en la entra-da del Blur Building (construido en el lago Neuchátel, Suiza, en 2002), una boca nos hablaba insistentemente pero en un len-guaje incomprensible, y el mismo edificio era invisible casi por completo, ya que su estructura estaba diseñada de tal modo que se iba envolviendo una y otra vez en vapor de agua. Además, en lugar de seguir la clásica recomendación de Reyner Banham de que el arquitecto siempre debería intentar crear un «entorno bien temperado», en el Blur Building se creó, deliberadamente, un entorno mal temperado, ya que, a causa del vapor de agua, los visitantes tenían que llevar impermeables, incluso en los días soleados."

Su diseño Slow House, sin construir, para una casa de vaca-ciones en Long Island (1991) trata la arquitectura convencional de la casa con las características de Occidente, con amplias áreas de vidrios transparentes, sobre todo con forma de «ventanas- cuadro», como un mecanismo de incitación visual, y luego sub-vierte la convención alimentando esa incitación de manera muy lenta. Así se ofrece una crítica implícita de la valorización de la velocidad, que es uno de los fundamentos centrales de todas las formas de tecnomodernismo. En su reformulación de este pro-yecto, The Desiring Eye: Reviewing the Slow House (1992), también se insiste en tratar la ventana-cuadro como una cons-trucción cultural, al igual que la pantalla del televisor, y en ubi-car ambos objetos como partes de una serie conceptual superior de «dispositivos ópticos de escape», que también incluiría el pa-rabrisas del automóvil. En ese sentido se observa que, en la me-

dida en que «la tecnología de avanzada el autor constantemente se esfuerza por desmaterializar sus materiales y dejar sólo sus efectos», la ventana-cuadro es, en realidad, una tecnología más avanzada que el televisor.

Como base de este proyecto se encuentra una crítica muy profunda del ideal arquitectónico modernista de «transparen-cia» en el que, como dice Scofidio, el vidrio (en oposición a la mampostería tradicional) era visto como un «material de ver-dad, [...] un instrumento de apertura [que], al igual que las tec-nologías electrónicas emergentes de hoy, prometía democrati-zar el espacio y la información, en un mundo que se proponía garantizar su transparencia». Una dificultad surge, como dice el propio Scofidio, de una manera implícitamente foucaultia-na, en que el vidrio no sólo permite que los que están dentro miren hacia afuera, sino que al mismo tiempo los expone a la vista externa, de tal modo que también es un mecanismo de vi-gilancia. Estas cuestiones están bien contempladas en sus pie-zas Jumpcuts, Overexposed y Facsimile, donde las cámaras de vídeo parecen proyectar las actividades internas (en parte «fic-cionalizadas» ) de los edificios a través de las ventanas, para su exhibición pública."

El trabajo de Diller y Scofidio trata de alentar a los especta-dores a cuestionar todas las ideas culturalmente aprobadas, tan-to de la visión como de la transparencia. En relación con los me-dios de comunicación, su pieza Soft Sell también parodia uno de los actos centrales de nuestra cultura: ver los anuncios en la te-levisión comercial, mientras un par de labios pregunta seducto-ramente: «Eh, tú, ¿quieres comprar un billete al paraíso?... Eh, tú, ¿quieres comprar un terreno en las afueras de la ciudad?... Eh, tú, ¿quieres comprar tu nombre en luces de neón?... Eh, tú, ¿quieres comprar un riñón izquierdo?». Y, lo que es muy impor-tante, ofrecen una crítica tajante de lo sublime tecnológico y la fe inquebrantable en una «utopía hecha posible por la electrici-dad y la innovación en tecnología» que dará lugar a un futuro mejor y socialmente iluminado a través de las eficiencias que provee."

73,

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En la cocina: la vida social y simbólica de las tecnologías en el hogar

Los recientes debates sobre este tema se han concentrado, de manera no muy sorprendente, en las ventajas de la digitalización y las tecnologías informáticas. Sin embargo, aquí quisiera adop- tar una visión algo diferente y examinar dos tecnologías do- mésticas más antiguas, la lavadora y el refrigerador, que hasta ahora no han sido objeto de análisis, salvo en el ámbito de los estudios de diseño y (lo que tampoco sorprende, dado el género que culturalmente se ha atribuido a estas tecnologías) del dis- curso feminista. Sin duda, aquí una cuestión clave es el simbo- lismo de género de esos «artículos electrodomésticos». Retoma- ré más adelante el tema de las maneras en que ahora la cocina está siendo reconceptualizada según la alta tecnología en el con- texto de los debates sobre la «casa inteligente»: mi punto de partida es la cuestión de por qué estas tecnologías, que ahora forman parte del equipamiento estándar de todas las casas de sociedades ricas, se han vuelto particularmente «invisibles», tan- to en la vida diaria como en el debate teórico.

Antes comenté la naturaleza general del proceso a través del cual las tecnologías llegan a naturalizarse y el impulso inherente hacia la invisibilidad del diseño arquitectónico. Sin embargo, en el caso de estas tecnologías en particular, también es necesario volver a las cuestiones planteadas por la segunda ola feminista de los arios setenta acerca de la invisibilidad específica del tra- bajo doméstico.' Sin embargo, por más avanzado que pueda ser el diseño de la cocina actual, siguen siendo centrales ciertas cuestiones fundamentales sobre la construcción discursiva y cul- tural de la (in)visibilidad relativa de las diferentes formas de tra- bajo y de las tecnologías asociados a éstas. Como ha demostra- do una reciente etnografía de tecnologías en el hogar efectuada por Mark Blythe y Andrew Monk, «la noción de que ahora el trabajo doméstico es invisible está reflejada en la apariencia ac- tual de la cocina». Como observan esos autores, «las caracterís- ticas más notorias de [...] los gustos estéticos [de muchos con- sumidores] [...] es la medida en que disimulan los implementos destinados a ciertas tareas». Así, las cocinas de hoy ocultan la

mayor parte de sus electrodomésticos detrás de puertas de pino. El refrigerador, la cocina y el lavavajillas suelen estar disimula- dos como armarios, de tal modo que todo el proceso del trabajo doméstico queda oculto. Una razón simple y perfectamente com- prensible del atractivo de esta estrategia de diseño es que, como ex- plicó un ama de casa entrevistada por Blythe y Monk, «no que- ría que se me recordara que tenía que hacer algo ».71 De la misma forma, Christine Hardyment observa que la sola presencia de la lavadora a menudo funciona, para el ama de casa, como una pe- tición continua, aunque sea subliminal, de lavar la siguiente tan- da de ropa.' Sin embargo, como veremos, hay algo más en es- tas máquinas que sus usos prácticos.

La lavadora: ¿el rey de los electrodomésticos?

A pesar de su ubicuidad, la lavadora ha sido relativamente «invisible» en los análisis y los debates sociales sobre la tecnolo- gía, salvo la honrosa excepción del ahora canónico análisis de Hardyment sobre la compleja historia de su desarrollo y patro- nes de uso. También es relativamente invisible en la vida social. Así, en la investigación de la Universidad Brunel sobre el uso de TIC, antes mencionada, por lo general se omitían esas máquinas en los «mapas visuales» que los encuestados debían dibujar de las tecnologías que tenían en casa, a pesar de que, por supuesto, la lavadora era más «invisible» para los hombres que para las mujeres, para quienes se trataba de una tecnología crucial que por lo general utilizaban a diario. Más adelante abordaré estas cuestiones sobre la relativa invisibilidad de las diferentes tecno- logías para las diferentes personas y acerca del género de las re- laciones con ellas.

El papel central de la adquisición de una lavadora en la cons- titución de un hogar adulto es el tema de un preciso estudio etno- gráfico realizado por Jean-Claude Kaufmann.' Kaufmann de- muestra que la compra de una lavadora de propiedad conjunta suele ser un momento simbólico clave en la formación de una pa- reja, tal vez incluso hasta el punto de que podríamos considerar la lavadora como tan importante, por lo menos, en tanto que signo

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de la institucionalización de una asociación doméstica, como el anillo de boda. Como dice ese autor, de manera muy gráfica, para una pareja que no se ha casado, «toda conversación sobre la po-sible compra de una lavadora es inevitablemente una conversa-ción sobre [el futuro de] la pareja misma». Por ello, para las pare-jas «puede ser tan serio decidir comprar una lavadora como hacer sus votos nupciales», ya que esa compra representa una parte cla-ve de «la prueba material de la existencia de la nueva pareja ». 74

Más allá de este aspecto de su potencial simbolismo en rela-ción con la constitución del hogar, también es necesario conside-rar el simbolismo de la lavadora en relación con los discursos so-bre la higiene, la ciencia y la magia. Como ha sostenido Kristin Ross, los discursos sobre la higiene doméstica, para los cuales el ama de casa, ahora como «científica doméstica» era la responsa-ble, fueron centrales para el desarrollo de las formas de moderni-dad en el período de posguerra!' Evidentemente, también hay todo un conjunto de dimensiones de simbolismo en juego en el ámbito de la «ciencia» del lavado, sobre todo por la asociación del jabón con las propiedades mágicas «garantizadas» por quie-nes, en los anuncios, llevan puesto lo que nosotros, en nuestra cultura, entendemos como las prendas simbólicas adecuadas para esa forma particular de juju: hombres con chaquetas blancas con manojos de bolígrafos en el bolsillo de la camisa.

Para Barthes, el deseo, característico de las aspiraciones de modernidad, de poseer sólo objetos que siempre estén limpios, nuevos y brillantes es algo más que una cuestión funcional o ra-cional de higiene. Para él, la obsesión por la limpieza también es el deseo de «recuperar la virginidad del objeto una y otra vez, darle la inmovilidad de un material en el que el tiempo no tiene efecto alguno [...] una práctica para inmovilizar el tiempo». En su comentario sobre estas observaciones, Ross indica acertada-mente que recuperar la «virginidad» de un objeto en ese contex-to es menos una actividad moral que una actividad que implica «hacer algo absolutamente [y eternamente] nuevo: el objeto fue-ra de la historia, no afectado por el tiempo» y, por ende, poder «retirarlo dentro de un entorno controlado, racionalmente crea-do, superior al que genera la historia». Ésos son los sueños má-gicos de la modernidad!'

El género de las tecnologías

En términos de comercialización simples, las lavadoras per-tenecen claramente al ámbito de los «artículos blancos». Sin em-bargo, aun corriendo el riesgo de hacer una pregunta aparente-mente tonta, uno podría preguntarse por qué siempre deberían ser blancos. Evidentemente, esto se debe en parte a que, en las culturas cristianas occidentales, la blancura simboliza tradicio-nalmente la limpieza y la pureza. Sin embargo, el simbolismo también tiene una marca de género, ya que, en esas culturas, como sostienen Mark Blythe y Andrew Monk, «el blanco tam-bién denota la pureza, la inocencia y la virginidad: las cualida-des asociadas a María, el modelo cristiano de la maternidad idea-lizada» ."

Sin duda la tecnología ha sido definida de facto como el tipo de objeto que es utilizado principalmente por hombres, y las tec-nologías que se han visto como del dominio de las mujeres (como la máquina de escribir y el teléfono doméstico) han ten-dido a perder su estatus como objetos importantes. Como sos-tienen Blythe y Monk, tal vez sólo cuando los lavarropas y los refrigeradores se fabriquen en negro, más en línea con las tecno-logías del entretenimiento, masculinizadas estéticamente y dise-ñadas para la clásica «casa de soltero», empezarán a contar como «tecnologías». 78 Además subrayan el significado, al respecto, de la reciente investigación etnográfica de mercado que estudió las maneras en que las tecnologías derivan sus significados de los contextos de uso determinados por el género. Su investigación destaca las posibilidades de, por ejemplo, diseñar cepillos para limpiar y otras tecnologías para la cocina en color negro, si-guiendo el modelo de las herramientas, a fin de hacerlas más atractivas para los hombres. Otro ejemplo, que recientemente ha conocido cierto éxito en el Reino Unido, es el de la nueva es-tética, basada en el género, de las máquinas para hacer pan do-mésticas, que apela a las formas masculinas de «adicción por la tecnología» y da a esas máquinas un aspecto más de «juguete tec-nológico». El éxito de este modo particular de rediseño por lo que respecta a alentar los usos masculinos de esta tecnología de cocina en concreto se ha basado por completo en su nueva esté-

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tica, que evita que los hombres que la usan vean que esa tarea compromete su masculinidad. En este sentido, en la primavera de 2005 la cadena minorista británica Argos introdujo con éxi- to una nueva generación de «planchas macho», diseñadas, se- gún un representante de la empresa, para «ayudar a los hombres jóvenes a superar el estigma de planchar su propia ropa». Esas planchas, como es de prever, tenían botones de encendido extra y eran negras, sin los tradicionales tonos blanco y pastel; ade- más tenían una funda para la mesa de planchar en estilo militar camouflage."

Lo mismo puede decirse de las esferas tradicionalmente fe- minizadas fuera del hogar. En el Reino Unido, por ejemplo, la prensa comercial ha comentado recientemente con entusiasmo los efectos positivos en los consumidores jóvenes varones de los nuevos sistemas de alta tecnología para pagar en las cajas de algunos supermercados. Como dijo un analista del mercado mi- norista, «la tecnología parece alentar a los consumidores jóve- nes varones a hacer las compras. Les gusta mostrarse así ante sus novias». Los mismos efectos pueden verse ahora, al parecer, en otros ámbitos tradicionalmente femeninos; así, un organiza- dor de listas de boda en uno de los más grandes almacenes de Londres comentó que, desde que comenzaron a utilizar el «es- cáner portátil para que las parejas hagan su lista, con lo que "a los chicos les gusta", las listas empezaron a tener mucha más participación masculina »."

De modo que parece que las tecnologías no sólo tienen fun- ciones simbólicas y prácticas, sino que aquéllas a menudo pre- dominan sobre éstas. A través de estas mediaciones simbólicas, como hemos visto, las tecnologías también suelen estar determi- nadas por el género. Llegamos aquí a otra complicación en cuanto a la difícil cuestión de las competencias tecnológicas y de cómo éstas también se aprenden, inevitablemente, según el gé- nero. Tanto en el estudio sobre los usos domésticos de las TIC, de Brunel, como en el de Kaufmann, hay pruebas de que muchas mujeres consideran a sus parejas varones como incompetentes para usar la lavadora, salvo si tienen una guía cuidadosa a su lado. Esto no se debe a que los hombres no comprendan «teóri- camente» la máquina o no sepan qué botones deben presionar.

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Su incompetencia se debe, en cambio, a algo mucho más pro- fundo: no comprenden las cualidades y la naturaleza de las dife- rentes telas con que están hechas las prendas que deben lavar. Evidentemente, ésta es una forma específicamente femenina de conocimiento cultural en la mayoría de las culturas occidenta- les, el software cultural sin el cual la operación del hardware téc- nico puede conducir a resultados desastrosos, como prendas en- cogidas, desteñidas o dañadas a causa del lavado."

Sucede algo similar en relación con el refrigerador. En la prensa británica se ha debatido recientemente acerca de la en- fermedad conocida como «ceguera masculina ante el refrigera- dor». El síntoma es la incapacidad para encontrar las cosas en el refrigerador.' Lo importante es que no se trata sólo de una difi- cultad de percepción, que se podría solucionar fácilmente con «mirar con más atención», o mejor con unas gafas. La cuestión es, al igual que con la lavadora, que se trata de formas de cono- cimiento cultural determinadas por el género; en este caso, com- prender algunos principios de almacenamiento de los alimentos que permitan deducir en qué lugar del refrigerador se debería guardar cada uno y, por lo tanto, dónde es probable encontrar- lo. Por supuesto, se trata también de la cuestión de los quehace- res domésticos y de quién tiene la responsabilidad principal de comprar los alimentos y luego guardarlos en el refrigerador. Probablemente, el principio clave sea que quien guardó los ali- mentos en el refrigerador, ella, tendrá más probabilidades de sa- ber dónde están, como señala, de manera más teórica, John Hartley en sus observaciones (véase más abajo) sobre la simbio- sis entre el refrigerador y la madre en los discursos y las prácti- cas contemporáneas sobre la domesticidad."

La semiótica del refrigerador y los fundamentos de la domesticidad

Tal vez la contribución más importante a la comprensión del significado social del refrigerador como tecnología es el en- sayo muy conocido de Ruth Schwartz Cowan, «How the Refri- gerator Got its Hum», que describe magistralmente la compleja

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serie de fuerzas sociales, económicas y culturales que desempe-ñaron un papel en el diseño de la forma particular de la tecno-logía tal como la conocemos hoy. Sin embargo, el enfoque de Cowan se limita, en gran medida, a la esfera de la producción, y ahora quisiera detenerme en su papel en la esfera del consumo."

Sin duda, John Hartley tiene razón cuando sostiene que, his-tóricamente, el refrigerador es una tecnología fundacional para el estilo de vida doméstico contemporáneo en los países ricos de Occidente." Como observa Hartley, sin esa tecnología nunca habríamos adoptado el estilo de vida de estar en casa que forma la base de la cultura del consumo. Puede decirse, incluso, que el refrigerador ha creado entidades no existentes hasta entonces, como el público doméstico para las tecnologías de difusión. Para Hartley, sin el refrigerador,

la televisión sería imposible, porque no habría muchos hogares donde poner un televisor ni mantenerlo como un medio masivo; no habría muchas familias que se quedaran en casa para ver la tele, no habría suficientes productos para publicitar en televisión y no habría cultura doméstica en la cual los entretenimientos de la televisión podrían apelar al público.

Antes de que la televisión pudiera ser inventada como medio doméstico, sus consumidores potenciales debían tener el hábito de estar en casa; y muchos de ellos simplemente no tenían casas atractivas donde quedarse. De modo que lo primero que hubo que inventar fue «el hogar» como sitio del ocio doméstico y, sin la capacidad del refrigerador de almacenar alimentos de forma adecuada e higiénica, un estilo de vida basado en «estar en casa» no era posible. Antes de la invención del refrigerador, como una de las tecnologías clave de la «nueva domesticidad», la casa no era, para muchos trabajadores, el sitio principal del ocio: los ni-ños jugaban fuera y los adultos se entretenían en lugares públi-cos; los hombres, principalmente, en los bares y los estadios de-portivos; las mujeres, sobre todo, en el cine o en el bingo." Debe reconocerse, desde este punto de vista, que el humilde refrigera-dor ha sido un «pivote de la capitalización en el hogar» que alentó la creación del estilo de vida basado en la casa, en el

que la gente comenzó, como dijo Simon Frith, a poder disfrutar de los «placeres del hogar» en sus formas mediatizadas, moder-nas." Sin duda el refrigerador también es un objeto con una pe-sada carga genérica; representa, sobre todo, el dominio de la mujer de la casa y, por oposición a su «terrible gemelo», el tele-visor, que ha sido acusado de tantos males, se lo considera como un objeto bueno y beneficioso. En ese sentido se lo comprende no sólo como una ideología de la domesticidad, sino también de la maternidad, y suele ser registrado simbólicamente como un tipo de «buena madre» abnegada y mecánica."

A pesar de su aburrido estatus como objeto con la función poco excitante de almacenar alimentos, el refrigerador ha fun-cionado durante largo tiempo como una de los símbolos tecno-lógicos clave del estilo de vida consumista, con su aspecto blan-co y brillante, exhibiéndose en el orgulloso centro de la cocina." En este contexto, como dice Kristin Ross, «el refrigerador apa-reció en la cocina [...] enclavado como el Mont Blanc». En rea-lidad el objeto mismo, con su carcasa de acero prensado, de lí-neas simples, donde no podría aterrizar el polvillo, «proyectaba la imagen de limpieza e higiene absolutas: su acabado blanco, brillante, era la corporización física de la salud y la pureza», cen-tral para la nueva ideología de la domesticidad moderna. Así, sostiene Ross, el refrigerador «como objeto de deseo masivo —y como uno de los bienes de consumo "maduros" del período de posguerra era, en realidad, el objeto fetiche del nuevo hogar "mo-dernizado"»." En los años siguientes, cuando el refrigerador ya estaba establecido como un atributo normal de la cocina mo-derna, los diseñadores decidieron inventar el arcón congelador que, con su forma ampliada de «preservador mágico», se con-virtió en el nuevo símbolo de la eficiencia, la higiene y el orden domésticos. Como Elizabeth Shove y Dale Southerton señalan, el «vocabulario de las ventajas» impulsado por los comerciali-zadores de congeladores subrayaba las cuestiones de salud, fres-cura y economía. Entonces se vendieron, efectivamente, como un modo de administrar el tiempo para la nueva generación de mu-jeres británicas muy ocupadas por su trabajo, como una mane-ra para que éstas pudieran organizar y coordinar mejor las de-mandas conflictivas de su trabajo y su vida doméstica."

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Si bien podría parecer que estos comentarios tal vez exage- ran la importancia del refrigerador, debe reconocerse que aún ocupa un lugar de privilegio en la cocina y, por ende, en el cen- tro de nuestras vidas domésticas. Hoy en día, la forma del refri- gerador-congelador también ha ganado mucho en tamaño: el artefacto que hay que tener, en la cocina británica de última moda, es el refrigerador gigante, con aspecto de despensa, que consume gran cantidad de energía, basado en un diseño nortea- mericano. Tal vez se comprenda mejor este objeto como el ve- hículo utilitario deportivo de la cocina, como el homólogo del vehículo cuatro por cuatro, que se considera deseable precisa- mente en la medida en que se advierte que su tamaño declara un exceso envidiable de capacidad más allá de la necesidad de su propietario. Evidentemente, dentro de lo que Martha Rosler ha llamado la «semiótica de la cocina», la estética de la miniaturi- zación, que ahora domina muchos otros ámbitos simbólicos y tecnológicos, está lejos de ser la única. Al respecto, la teoría de Thorstein Veblen del «consumo conspicuo» (en el caso del «re- frigerador aparador», tanto de espacio como de energía) aún tiene mucho que enseñarnos acerca del papel de los objetos (de alta tecnología o no) en el simbolismo doméstico contemporá- neo del estatus."

Continuando un poco más con la semiótica del refrigerador, cabe mencionar que es, cada vez más, un objeto decorado, a me- nudo cubierto con dibujos de los niños, imanes, invitaciones a fiestas de cumpleaños y reuniones sociales. Además de su ca- pacidad de almacenar alimentos, parece que, reconociendo el pa- pel central que tiene en nuestras vidas, muchos de nosotros tam- bién hemos comenzado a tratarlo como una suerte de centro de comunicaciones informal, utilizándolo como el mejor lugar para dejar notas, recordar a otros miembros del hogar tal o cual as- pecto de la vida doméstica o tal o cual obligación. Tal vez sea el único lugar de la casa donde uno puede dejar información sa- biendo que los demás miembros del hogar no tendrán excusas para decir que no la vieron. Y éste no es un aspecto anecdótico. Reconociendo, precisamente, este tipo de conducta doméstica, en que los consumidores han comenzado a utilizar el refrigera- dor con fines de comunicación, los fabricantes, que han com-

prendido la centralidad permanente del refrigerador en nuestras vidas domésticas, están reconceptualizando el diseño y las fun- ciones posibles. Ahora que la cocina se considera como una red de artefactos electrónicos, el refrigerador, como única tecnolo- gía que, sin duda, estará encendida las veinticuatro horas del día, no se tiene sólo como un dispositivo doméstico para guar- dar comida, sino como un centro directivo de la próxima gene- ración de «casas inteligentes».

La cocina sincronizada: el ordenador de cocina y la casa inteligente

La simbiosis de la figura de la madre y de los electrodo- mésticos de la cocina se ha modificado en los últimos arios. En res- puesta a la relativa saturación de los mercados comercial y pro- fesional, los primeros fabricantes de ordenadores tradicionales y ahora los fabricantes de las TIC móviles han comenzado a con- siderar los mercados femenino y doméstico como el próximo, aunque aún desaprovechado, ámbito de potenciales ganancias para ellos. Ahora vemos una nueva gama de ordenadores espe- cíficamente destinados a las madres, como el «ordenador de co- cina», diseñado para que lo utilicen las amas de casa. En su es- tudio sobre la comercialización del ordenador de cocina Audrey por 3Com en Estados Unidos, en 2000, Michelle Rodino expli- ca que este «ordenador de mesa», deliberadamente simplificado para que sea «más fácil de usar» para las madres ocupadas, fue publicitado como «una ayuda en la cocina» que permitiría a las mujeres combinar varias tareas domésticas, antiguas y nuevas. De acuerdo con mis comentarios sobre la estética del color deter- minada por el género en el diseño de artefactos domésticos, Au- drey estaba disponible en cinco colores evidentemente femeninos («amarillo sol», «verde prado», «azul marino», «blanco algodón» y «gris pizarra»). El diseño deliberadamente retro heimlich de la máquina la hacía parecer, según un analista, como «la mezcla de un horno tostador portátil y un televisor». Se promocionaba como un medio para que el ama de casa ocupada pudiera acce- der fácilmente a los canales web y como una manera de que sir-

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viera mejor a su familia utilizando ese dispositivo, que funcio- naría como el «centro neurálgico» de aquélla, organizaría los horarios y la agenda, para que dicha ama de casa centralizara el programa de actividades de la prole."

En relación con esto, Rodino hace dos importantes observa- ciones. En primer lugar señala que, a diferencia de la publicidad de las TIC móviles destinadas a los hombres, que se promocio- nan como las liberadoras de las cadenas que los atan a sus escri- torios, toda la concepción de esta tecnología ata efectivamente a las mujeres a la cocina de manera incluso más fuerte (en reali- dad, la campaña de comercialización de Audrey destacaba las virtudes de la madre, que hacía una «sincronización desde la co- cina» después de haber lavado los platos). Sin duda esta concep- ción muy tradicional de los roles según el género encajaba bien con las aspiraciones de las mujeres blancas de clase media nor- teamericanas que formaban el mercado objetivo de Audrey. Sin embargo, como sostiene Rodino, las consecuencias generales de ese desarrollo no sólo son «reafirmar el papel de la madre como la principal trabajadora de la casa», sino también añadir a su carga doméstica «las nuevas tareas de Audrey, como controlar las páginas web visitadas por los niños, actualizar los horarios de la familia y cargarlos en el PC familiar». En ese sentido, como dice Rodino, tenemos otra tecnología que supuestamente permi- te ahorrar trabajo cuando, en realidad, crea «más trabajo para la madre »." Evidentemente, en quién recae ese trabajo extra crea- do por la tecnología depende de las circunstancias socioeconó- micas y culturales de su desarrollo: podría ser la madre o podría ser la empleada de hogar. En ese sentido, también ha habido es- tudios recientes según los cuales, en el mercado de Hong Kong del trabajo doméstico, los mejores puestos quedan en manos de las empleadas de hogar que saben manejar ordenadores para asumir tareas como hacer las compras por Internet, controlar cómo los niños usan los ordenadores y coordinar los horarios de los miembros del grupo.'

Las situaciones de «sincronización desde la cocina» no se re- fieren a un futuro distante, sino que poco a poco van instalándo- se. En el verano de 2002, una familia de cuatro voluntarios pasó una semana en el escaparate de la tienda Harrods en Brompton

Road, en Londres, haciendo una exhibición en vivo de cómo se- ría la vida en la casa inteligente. El montaje, en cuyo centro ha- bía un refrigerador enorme multimedia conectado a Internet, es- taba auspiciado por el gigante surcoreano LG Electronics Digital Appliance Company, como una manera de promocionar su nue- va gama de tecnologías domésticas «inteligentes». Como expli- can los folletos de promoción de esa compañía, el refrigerador está diseñado para convertirse en centro de comunicaciones y en- tretenimiento en el centro de la cocina y, por ello, tiene su propia pantalla de PC de un solo toque y puede actuar como servidor central, que se comunica con los otros dispositivos inteligentes de la casa, como la lavadora y el microondas. El refrigerador es el nodo principal de esa red doméstica que, según la publicidad, traería «la eficiencia y el dinamismo de la era digital de la oficina a casa». Está equipado con un videófono incorporado, repro- ductor de MP3, puede recibir serial de televisión y de vídeo y pue- den dejarse textos y mensajes escritos a mano en el monitor, es de- cir, producir una versión tecnologizada de cómo la gente, en realidad, utiliza el refrigerador como nodo informal de la comu- nicación doméstica basada en el papel. El «nuevo refrigerador» está diseñado para funcionar como «controlador del hogar», cuyo dispositivo central puede ajustarse con las otras tecnologías del hogar, como el aire acondicionado."

A estas observaciones deberíamos añadir la capacidad del teléfono móvil de comunicar remotamente con el centro directi- vo doméstico a distancia. Así, en varias exhibiciones comercia- les, como la «Exhibición combinada de tecnologías avanzadas», en Tokio, y la «Casa naranja de la futura exhibición», en Lon- dres (ambas de 2002), se ha demostrado la medida en que se han desarrollado esas posibilidades. En esa casa del futuro, según parece, podremos controlar nuestros hogares por teléfono móvil cuando estemos ausentes —para dejar entrar al repartidor del su- permercado, ajustar la calefacción, preparar el bario para cuan- do lleguemos a casa o vigilar cómo se comporta la niñera con los chicos—, mientras estamos haciendo vida social fuera de casa. En este punto podríamos estar corriendo el peligro de participar en una parodia insana de las fantasías del «control total» identifi- cadas anteriormente por estudiosos como Castoriadis.'

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Notas

1. Leo Marx, 1964, The Machine in the Garden, Nueva York, Open University Press. Tomo la terminología de Marx tal como la uti-lizan James Carey y John Quirk en su ensayo de 1989 sobre «The Mythos on the Electronic Revolution», en James Carey (ed.), Com-munication as Culture, Londres, Unwin Hyman.

2. David Nye, 1994, American Technological Sublime, Cambrid-ge, Mass., MIT Press, p. 143, citado en William Boddy, 2004, New Media and the Popular Imagination, Oxford, Oxford University Press, p. 10.

3. Carey y Quirk, ibíd., pp. 120-121. 4. Jeffrey Alexander, 1998, «The Computer as Sacred and Profa-

ne», en Paul Smith (ed.), The New American Cultural Sociology, Cambridge, Cambridge University Press; McLuhan, citado en Carey y Quirk, ibíd., p. 116.

5. Gore, citado en A. Lear, 2000, Welcome to the Wired World, Harlow, Pearson Education, pp. 181-182.

6. Citado en «Home is Where the Future is», The Economist: Technological Quarterly, 18 de septiembre de 2004, p. 6.

7. Keynes, citado en Madeleine Bunting, 2000, «We've Been Here Before», The Guardian, 24 de febrero. El uso seguro que Keynes hace del pronombre masculino tal vez sea aquí el único dato que per-mite relacionar el fragmento con una fecha cierta.

8. Marinetti, citado en Stephen Kern, 1983, The Culture of Spa-ce and Time, 1880-1918, Londres, Weidenfeld y Nicolson, p. 98; Va-léry, citado en A. Friedberg, 2002, «CD and DVD», en D. Harries (ed.), The New Media Book, Londres, British Film Institute, p. 28.

9. «Miracle Kitchen», publicidad citada en The Economist: Technological Quarterly, 18 de septiembre de 2004, p. 6.

10. Tom Standage, 1998, The Victorian Internet, Weidenfeld y Nicholson, pp. 72 y 81.

11. Véase Armand Mattelart, 1996, The Invention of Communi-cation, Minneapolis, Minn., University of Minnesota Press.

12. Karl Auerbach, técnico de redes, citado en Andrew Orlows-ki, 2004, «White Noise», The Independent Science and Technology Review, 7 de abril; David McCandless, 2004, «Anatomy of a Virus», The Guardian Online, 5 de febrero.

13. Jeffrey Alexander, ibíd., p. 44. 14. Walter Benjamin, Illuminations, citado en Charlie Gere,

2002, Digital Culture, Londres, Reaktion, p. 16.

15. Thomas Friedman, 2000, The Lexus and the Olive Tree, Londres, Harper Collins.

16. Mary Dejevsky, 2001, «If Only Globalisation Were as Com-mon as Protestors Fear», The Independent, 6 de agosto.

17. Richard Quest, 2004, «Windows on the World», en «Online Travel», The Independent, 17 de abril.

18. William Boddy, 2004, New Media and Popular Imagination, Oxford, Oxford University Press, p. 4.

19. Wendy Grossman, 2004, «Remote Control», The Indepen-dent Review (Science and Technology), 7 de agosto; «Untangling Ul-trawideband», Economist Technological Quarterly, ibíd., p. 36.

20. Robert Putnam, 2002, Bowling Alone, Nueva York, Simon & Schuster. [Trad. cast.: Solo en la bolera: colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana, Barcelona, Círculo de Lectores.]; An-nabel Quan-Haase et al., 2002, «Capitalizing on the Net», en Barry Wellman y Carolyn Haytornwaite (eds.), The Internet in Everyday Life, Oxford, Blackwell.

21. Raymond Williams, 1974, Television: Technology and Cultu-ral Form, Londres. Fontana. Véase también la crítica de Jonathan Mi-Iler en su McLuhan, 1971, Londres, Fontana.

22. Véase un ejemplo en Paul Levinson, 1999, Digital McLuhan: A Guide to the Millennium, Londres, Routledge. Otras versiones de argumentos sobre el determinismo tecnológico pueden hallarse en el reciente e influyente trabajo de escritores como Lev Manovich, 2001, The Language of New Media (Cambridge, Mass., MIT Press). [Trad. cast.: El lenguaje de los nuevos medios de comunicación: la imagen en la era digital, Barcelona, Paidós, 2005.] y en Friedrich Kittler, 1999, Gramophone, Film, Typewriter, Stanford, Calif., Stanford University Press.

23. Des Freedman, 2002, «A Technological Idiot? Raymond Wi-lliams and Communications Technology», Information, Communica-tion and Society, n.° 5 (3), pp. 425-442.

24. Boddy, ibíd., pp. 9 y 2. 25. Martin Lister et al., 2003, New Media: A Critical Introduc-

tion, Londres, Routledge; véase Bruno Latour, 1987, Science in Action: How to Follow Scientists and Engineers through Society, Milton Key-nes, Open University Press.

26. Véase Lister et al., pp. 312-313. Jacques Ellul, 1964, The Technological Society, publicado originalmente en francés en 1954, Nueva York, Alfred Knopf Inc.; Wolfang Schivelbusch, 1986, The Rail-way Journey: The Industrialisation of Time and Speed and the 19th

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Century, Berkeley, California, University of California Press; véase mi análisis de Fukuyama en relación con este aspecto en el capítulo 2.

27. Véase Lister et al., ibíd., p. 307; Norbert Wiener, 1962, Cy- bernetics: Control and Communication in Animal and Machine, Cam- bridge, Massachusetts, MIT Press. [Trad. cast.: Cibernética, Barcelo- na, Tusquets, 1985.1; véase Stuart Hall, 1974, «Encoding/Decoding television Discourse» (versión original), Stencilled Paper No 7, Centre for Contemporary Studies, University of Birmingham; Lister et al., ibíd., pp. 306 y 296-314.

28. Gilles Deleuze y Claire Parnet, 1977, Dialogues, París, Flam- marion. [Trad. cast.: Diálogos, Valencia, Pre-Textos, 2004], citado en Charlie Gere, 2002, Digital Culture, Londres, Reaktion, p. 13. Véase también Gilles Deleuze, 1986, Cinema 1 y Cinema 2, Londres, Athlo- ne Press. [Trad. cast.: La imagen-movimiento: estudios sobre cine 1, Barcelona, Paidós, 2003; y La imagen-tiempo: estudios sobre cine 2, Barcelona, Paidós, 2007.]

29. S. Hall, 1980, «Encoding/Decoding Television Discourse», en S. Hall, D. Hobson, A. Lowe y P. Willis (eds.), Culture, Media, Lan- guage, Londres, Hutchinson.

30. Carolyn Marvin, 1988, When Old Technologies Were New, Oxford, Oxford University Press, p. 3.

31. L. Spigel, 2005, «Introduction» a Lynn Spigel y Jan Olson (eds.), Television after Television, Durham, NC, Duke University Press.

32. Véase Ellen Seiter, 1999, Television and New Media Audien- ces, Oxford, Oxford University Press.

33. Andreas Huyssen, 1986, After The Great Divide, Bloomington, Indiana, Indiana University Press; William Boddy, 2004, New Media and the Popular Imagination, Oxford, Oxford University Press, p. 32.

34. Boddy, ibíd., pp. 43 y 70; Newsweek, abril de 1992, citado ibíd., p. 71. Análogamente, Barbara Klinger ha sostenido reciente- mente que el DVD ha contribuido a la remasculinización de la acti- vidad de ver películas, porque la estética digital redefine una «buena película» como aquella que aprovecha mejor las posibilidades técni- cas del DVD, y las películas que mejor lo hacen son las de acción, que a su vez exhiben muchos utensilios tecnológicos masculinos. Barbara Klinger, 2005, «The DVD and Home Film Culture», traba- jo para la Conferencia «What is a DVD?», Department of Film and Television Studies, University of Warwick, 23 de abril, p. 34.

35. Laurie Kendall, 2002, Hanging Out in the Virtual Pub, Ber- keley, California, University of California Press, citado en Shaun Moo- res «The Doubling of Place», en Couldry y McCarthy, ibíd., p. 27.

36. Boddy, ibíd., p. 16. 37. Véase James Curran y Jean Seaton, 2003, Power without

Responsibility, 6.' ed., Londres, Routledge, tercera parte, para un aná- lisis más detallado de esta cuestión.

38. Véase Jostein Gripsrud, 2004, «Broadcast Television and its Chances of Survival in a Digital Age», en L. Spigel y J. Olsson (eds.), Television after Television, Durham, NC, Duke University Press. En su análisis sobre los inconvenientes que conlleva el aumento de las op- ciones tecnológicas, Emily Bell dice de los consumidores británicos que «son seducidos por un maremoto de opciones que realmente no desean, y que [...] se requiere mucha energía mental para compren- derlas» (Emily Bell, 2005). «A veces, hay demasiadas opciones tecno- lógicas», The Guardian (Media), 12 de diciembre.

39. Esto tiene que ver con el orden de la casa, es decir, no con cuá- les son las capacidades técnicas de los objetos, sino con dónde se sien- te que se deberían colocar los objetos (¿un objeto para trabajar, como un ordenador, debería colocarse en un espacio de ocio, como la sala de estar?) o qué actividades se consideran apropiadas en determinados espacios domésticos. Se están realizando trabajos innovadores al res- pecto en Finlandia, en los Departamentos de Sociología y Periodismo / Comunicación de Masas, en la Universidad de Tampere. Véanse los trabajos no publicados de Virve Peteri, «The Spatial Articulations of Media Technologies»; Anna Soronen y 011i Sotamaa, «And Our Tele- vision is a Monkey: Probes from Households»; Tuula Perenen, «Social Dimensions of Media in Everyday Life», y Jari Luomanen, «Media Choices and Preferences», producidos por la Universidad de Tampere.

40. Interactive Digital Television, publicado por Warwickshire Trading Standards Service, marzo de 2004; Maggie Brown, 2005, «The Great Internet Boom Has Stalled», Media Guardian, 25 de abril.

41. Sobre la historia de la debacle de «OnDigital», véase Boddy, ibíd., pp. 95-99.

42. Christine Hardyment, 1988, From Mangle to Microwave, Cambridge, Polity Press, p. 65.

43. También hay algunos casos anecdóticos de hogares donde sólo los niños saben cómo usar el «bloqueo de seguridad» del control de canales de televisión vía satélite.

44. Carl Barat, 2005, «My London», Evening Standard, 12 de agosto; Charles Arthur y Helen Johnstone, 2004, «The iPod Set Are Cool but Clueless», Independent on Sunday, 4 de abril.

45. Según Jacques Ellul, «todo lo técnico necesariamente se utili- za apenas está disponible, sin distinción de si es bueno o malo. Ésta es

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la ley que rige nuestra época». Ellul ofrece como ejemplo de ese prin-cipio la declaración hecha por el ministro de Información de Charles de Gaulle, Jacques Soustelle, quien observó, acerca de la bomba ató-mica, en 1960, que, «apenas fue posible, se hizo necesaria». Jacques Ellul, 1964, The Technological Society, Nueva York, Vintage.

46. Simon Caulkin, 2004, «To Lose a Customer, Press...», The Observer (Business), 29 de agosto; «You're Hired», Economist Tech-nological Quarterly, septiembre de 2004.

47. Katherine Shonfield, Walls Have Feelings: Architecture, Film and the City, Londres, Routledge, 2000, especialmente el capítulo 2, «Why Does Your Flat Leak?».

48. Maxine Forth, 2003, «Britain's Homes are Haven to £ 3.2 Bn of Gizmos that Do Nothing but Gather Dust», The Independent, 15 de septiembre. Sin embargo, en la cocina, por lo menos, esta historia doméstica es incluso más complicada de lo que puede parecer a pri-mera vista. Cuando se introdujeron los alimentos procesados, se los vio como un medio de liberar a las amas de casa de un quehacer do-méstico indeseado. Hoy en día, para el ama de casa de clase media, por lo menos, se ha convertido en una cuestión de orgullo el hecho de hacer ella misma el trabajo, pero con la ayuda de una variedad cada vez más numerosa de «ayudas» técnicas, como la máquina para hacer pasta y el escurridor de vegetales, muchas de las cuales, después de los primeros usos entusiastas, caen en el olvido.

49. Castoriadis, citado en Kevin Robins y James Cornford, 1990, «Bringing It All Back Home», Futures; véase también Kevin Robins y Frank Webster, 1999, Times of the Technoculture, Londres, Rout-ledge; Lynn Spigel, 2005, «Designing the Smart Home: Post-Human Domesticity and Conspicuous Production», European Journal of Cul-tural Studies, n.° 8 (4).

50. Entre esos estudios se puede mencionar Hugh Mackay y Darren Ivey, 2004, Modern Media in the Home. Roma, John Libbey; Shaun Moore, 2000, Media and Everyday Life, Edimburgo, Edinburgh Univer-sity Press; Roger Silverstone y Eric Hirsch (eds.), 1992, Consuming Tech-nologies, Londres, Routledge; Daniel Miller y Don Slater, 2000, The In-ternet: An Ethnographic Approach, Oxford y Nueva York, Berg; y Elaine Lally, 2002, At Home with Computers, Oxford y Nueva York, Berg.

51. Al respecto, véanse mis comentarios sobre el trabajo de Irene Goodman y Jennifer Bryce en 1992, Television, Audiences and Cultu-ral Studies, Londres, Routledge.

52. Jamen Hunt, 2003, «Just Re-Do It: Tactical Formlessness and Everyday Consumption», en Andrew Blauvelt (ed.), Strangely Fami-

liar, Minneapolis, Minn., Walker Art Centre, pp. 62-63; Michel de Certeau, 1984, The Practice of Everyday Life, Berkeley, California, University of California Press.

53. Véase el trabajo de Pierre Bourdieu, 1984, Dinstinction, Lon-dres, Routledge. [Trad. cast.: La distinción: criterios y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1998.], y Daniel Miller, 1987, Material Culture and Mass Consumption, Oxford, Blackwell. Anna McCarthy, 2004, «Geekospheres: Visual Culture and Material Culture at Work», Journal of Visual Culture, n.° 3 (2).

54. Bausinger, citando a Wilhelm Riehl, 1990, en Folk Culture in a World of Technology, Bloomington, Indiana, Indiana University Press, p. 1.

55. Rabinow, citado en James Clifford y George Marcus (eds.), 1986, Writing Culture, Berkeley, California, University of California Press, p. 21.

56. K. Kawakami, 1995, 99 More Unuseless Japanese Inven-tions: The Japanese Art of Chindogu, Londres, Harper Collins.

57. Véase Neil Postman, 2002, «Stop! », The Guardian Editor, 5 de diciembre. En este sentido, para cada tecnología que se inventa también se inventa una nueva forma de disfunción, inconvenientes o accidente. Elizabeht Shove y Dale Southerton, 2000, «Defrosting the Freezer», Journal of Material Culture, n.° 5 (3).

58. Anthony Daune y Fiona Rabey, 2001, Design Noir: The Se-cret Life of Electronic Objects, Londres, Birkhauser; citado en James Hunt, «Just Re-Do It: Tactical Formlessness and Everyday Consump-tion», en Andrew Blauvelt (ed.), Strangely Familiar, Minneapolis, Minn., Walker Art Centre, p. 57.

59. Véase Perec sobre lo «infraordinario», en el capítulo 4 de este mismo tomo, aunque en su edición original.

60. Citado en Hunt, ibíd., p. 68. 61. Véase Blauvelt, ibíd., p. 107. 62. Sobre la «teoría de red de actores», veáse Latour, ibíd.; Dun-

ne y Rabey, ibíd., p. 67; véase mi análisis anterior de estas cuestiones en relación con el proyecto Homeless Vehicle de Wodiczko, en el capí-tulo 4 de la edición original de este libro.

63. Frederick Winslow Taylor, citado en Aaron Betsky et al. (eds.), 2003, Scanning: The Aberrant Architectures of diller + scofidio, Nueva York, Whitney Museum of American Art, p. 98, nota 15.

64. Véase en Home Territories, pp. 83-84, mi anterior análisis sobre el trabajo de Acconci.

65. Betsky et al., ibíd., p. 129.

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66. Diller, citado en Betsky et al., ibíd., p. 67; K. Michael Hays, 2003, «Scanners», en Aaron Betsky et al. (eds.), 2003, Scannin: The Aberrant Architectures of diller + scofidio, Nueva York, Whitney Museum of American Art, pp. 130 y 133; A. Betsky, 2003, «Display Engineers», en Aaron Betsky et al. (eds.), ibíd., p. 28. Véase en el ca- pítulo 5 mi análisis sobre el trabajo de artistas de videoinstalaciones, como Nam June Paik, que deconstruyen e invierten las supuestas fun- ciones del televisor, tratándolo como una forma de escultura, como un «contenedor» dentro del cual pueden colocarse muchas otras co- sas (Budas de plástico o peces de colores), además de imágenes eléc- tricas móviles.

67. Ashley Schaffer, 2002, «Designing Inefficiencies», en Aaron Betsky et al. (eds.), Scanning: The Aberrant Architectures of diller + scofidio, Nueva York, Whitney Museum of American Art, p. 94.

68. Edward Dimendberg, 2003, «Blurring Genres», en Aaron Betsky et al. (eds.), Scanning: The Aberrant Architectures of diller + scofidio, Nueva York, Whitney Museum of American Art, pp. 72 y 75. Sobre esta serie, véase también Margaret Morse, 1990, «An On- tology of Everyday Distraction», en Patricia Mellencamp (ed.), The Logics of Television, Bloomington, Indiana, Indiana University Press, donde incluye la televisión, el automóvil, las autopistas y los centros comerciales como partes correlativas de esa «serie». También podría hacerse referencia aquí a las significativas «ventajas» de los vidrios de visión unidireccional en los automóviles de la ciudad con- temporánea y al debate en el Reino Unido sobre la lucha, en las «nue- vas aldeas» de la posguerra, entre la defensa de los arquitectos mo- dernistas de las virtudes de los ventanales y la predilección de las amas de casa por «estropear» la lógica del diseño colgando corti- nas para preservar la privacidad de la casa; véase Home Territories, en su capítulo 3.

69. Véase Dimendberg, ibíd., p. 79; Schafer, ibíd., p. 94. 70. Véase un ejemplo en Anne Oakley, 1974, Housewife, Lon-

dres, Allen Lane, 1974. 71. Mark Blythe y Andrew Monk, 2003, «Ethnography, HCI

and Domestic Technology», texto no publicado, Departamento de Psicología, Universidad de York, 2003. Véase asimismo su sitio web: portal.acm.orgicitation.cfm?id=778750&d1=ACM&coll=GUIDE.

72. Véase Hardyment, ibíd. 73. Jean-Claude Kaufmann, 1998, Dirty Linen: Couples and

their Laundry, Londres, Middlesex University Press. 74. Kaufmann, ibíd., p. 57.

75. Kristin Ross, 1996, Fast Cars, Clean Bodies: Decolonisation and the Re-Ordering of French Culture, Cambridge, Massachusetts, MIT Press.

76. Roland Barthes, 1963, «La voiture, projection de l'ego», Rea- lities, rif 213, p. 45; Ross, ibíd., pp. 105-106 ; véase también Elisa- beth Shove y Dale Southern, 2000, «Defrosting the Freezer: From No- velty to Convenience», Journal of Material Culture, nf 5 (3), sobre la «magia de la conservación» del congelador, que se aborda también más adelante.

77. Blythe y Monk, ibíd. 78. Para retomar mi ejemplo anterior, puede ser que sólo en esa

instancia las lavadoras y los refrigeradores se vuelven «visibles» para los hombres, cuando alguien les pida que dibujen un mapa de las tec- nologías que hay en su casa.

79. Polly Curtis, 2005, «Women Brushed Aside as Irons Become New Boy's Toy», The Guardian, 3 de junio; véase Martin Wainwright, 2003, «Machines Turn Dough Makers into Bread Bakers», The Guar- dian, 5 de agosto.

80. Clayton Hirst, 2004, «Supermarket Shake-up as the Bell Tolls for Tills», Independent on Sunday (Business), 8 de agosto; «The World According to... Gail Hulett, John Lewis Wedding List Mana- ger», Independent Review, 6 de abril de 2005.

81. Véase Kaufmann, ibíd. 82. Debo decir que es una enfermedad que a veces llego a padecer. 83. Incluso en este aspecto las cosas están cambiando: los suple-

mentos sobre estilos de vida que incluyen los principales periódicos bri- tánicos han promocionado recientemente refrigeradores destinados a los hombres. Tienen pantallas de televisión de gran tamaño en las puer- tas que, en los anuncios, siempre están transmitiendo partidos de fút- bol. Véase un ejemplo en la foto que precede al capítulo 3 de este libro.

84. Ruth Schwartz Cowan, 1988, «How the Refrigerator Got its Hum», en Donald Mackenzie y Judy Wajcman (eds.), The Social Sha- ping of Technology. Milton Keynes, Open University Press. Para un análisis más contemporáneo del análisis general del diseño de produc- tos, pero que también presta atención a la importancia del refrigerador, como en muchos otros trabajos, véase Harvey Molotch, 2003, Where Stuff Comes From: How Toasters, Toilets, Cars Computers and Many Other Things Come to Be as They Are, Londres, Routledge.

85. John Hartley, 1999, «Housing Television», en The Uses of Television, Londres, Routledge. [Trad. cast.: Los usos de la televisión, Barcelona, Paidós, 20001

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86. Hartley, ibíd., pp. 99-100 y 102. 87. S. Frith, 1983, «The Pleasures of the Hearth», en J. Donald

(ed.), Formations of Pleasure, Londres, Routledge. 88. Hartley, ibíd., pp. 106-107. 89. Véanse mis comentarios anteriores sobre el análisis de Yoshi-

mi sobre el refrigerador como uno de los «tres objetos sagrados» de la cultura de consumo japonesa en la posguerra.

90. K. Ross, ibíd., p. 98, la cursiva es nuestra. Aquí Ross se basa en las observaciones de Adrian Forty sobre el refrigerador, en 1995, Objects of Desire, Londres, Thames & Hudson, p. 156.

91. Shove y Southerton, ibíd. 92. Sobre el «refrigerador-despensa» como vehículo utilitario de-

portivo, véase Lucy Siegle, 2004, «Hell's Kitchen», The Observer Ma-gazine, 12 de septiembre; Martha Rosler, The Semiotics of the Kitchen, 1975, vídeo, en Positions in the Life World, Birmingham Ikon Gallery, 1999. Para un análisis más detallado sobre el significado del trabajo de Rosler en relación con la actual «Martha» (Stewart) de la cocina, véa-se Charlotte Brunsdon, 2004, «Feminism, Post-Feminism, Martha, Martha and Nigella», Cinema Journal, n.° 44 (2), pp. 110-116; Thors-tein Veblen, 1970, The Theory of the Leisure Class, Londres, Unwin.

93. Publicidad de 3Com, citada en Michelle Rodino, 2003, «Mo-bilising Mother», Feminist Media Studies 3 (3); pp. 375-376 ; véanse mis observaciones en el capítulo 3 sobre el uso de la tecnología de la Palm Pilot por familias de clase media ocupadas en Silicon Valley, con fines similares.

94. Rodino, ibíd., pp. 376-377. 95. Paul Peachey, 2003, «Meet the New Cyber-Maids», Indepen-

dent on Sunday, 14 de diciembre. 96. De ningún modo éste es un invento específicamente coreano:

ahora Microsoft prepara una «cocina inteligente» tendiendo una red en torno al refrigerador, que anticipará qué recetas necesitará la familia en diferentes momentos del día y recordará a la madre qué ingredientes ne-cesitará teleordenar para hacerlas; y el fabricante británico Dyson prevé fabricar una lavadora automática que puede ordenar el jabón para lavar que necesita y llamar al técnico cuando necesita una reparación.

97. Tim Dowling, 2002, «We're No Dummies», The Guardian, 21 de mayo; Robin McKie, 2002, «Mobiles to Take Control of Hi-Tech Home», The Observer, 6 de octubre; Jack Schofield, 2002, «Hot News for Your Fridge», The Guardian, 17 de octubre; Tamsin Blan-chard, 2002, «Touchtone Homes», Observer Magazine, 20 de octu-bre. Véase Castoriadis, citado más arriba en este capítulo.