Relatos 2007

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RELATOS Certamen Literario del año 2007 EDUCACIÓN PERMANENTE DE ARAGÓN CPEPA Marco Valerio Marcial Aulas de EPA de la Comunidad de Calatayud

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Concurso de relatos del año 2006 en Edcación de las Personas Adultas en la Comunidad de Calatayud

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RELATOS

Certamen Literario del año 2007

EDUCACIÓN PERMANENTE DE ARAGÓN CPEPA Marco Valerio Marcial

Aulas de EPA de la Comunidad de Calatayud

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Imagen portada: Ángel Aransay "Final de fuga" (1998) Óleo / lienzo. 92 x 73 cm

Edita: CPEPA Marco Valerio Marcial. 2009 (Centro educativo Manuel Giménez Abad) C/ Ramón y Cajal, 1

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50300 Calatayud

El centro agradece a Blanca Langa, María Jesús Gaceo y José Ramón Olalla su dedicación a la lectura y valoración de estos relatos.

Al Ayuntamiento de Calatayud, a la Comunidad de Calatayud y al Centro de Estudios Bilbilitanos los libros donados para los participantes y el jurado.

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Ya está aquí vuestro libro.

Un libro compuesto con la aportación de todas: esfuerzo

de escribir, creatividad, imaginación, memoria,

sentimientos, voluntad. Todo se encuentra presente aquí, y

por eso, a todas vosotras: ¡gracias!

A este Centro de Educación de Adultos de la Comarca de

Calatayud le da forma un público diverso: jóvenes,

mujeres, mayores; pero quien le da un empuje de

vitalidad es el público al que vosotras representáis,

mediante dos valores importantes.

Uno de ellos es las ganas de saber, de conocer los modos

de vida de nuestros antepasados, de sentir la belleza que

encierra la literatura y el arte, de abrir los ojos a las

maravillas de la Naturaleza, de poder usar la palabra.

Esas ganas las demostráis, día a día.

Y el segundo valor, tal vez más importante que el

anterior: la juventud que portáis en cuerpos maduros y

curtidos por la vida no tan fácil que os ha tocado vivir.

Seguid siendo faro de la Educación Permanente.

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Relatos individuales

Primer premio Haremos una zambomba ............................................ 12 María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

Segundo premio Estrella .............................................................................. 18 Isabel García Marco Morata de Jiloca

Tercer premio Aquellos veranos ............................................................. 23 Pilar Gómez Martínez Calatayud

Cuarto premio La tía Enriqueta .............................................................. 28 Tomasa Benito Álvaro Calatayud

Quinto premio Emilia ................................................................................ 33 Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

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Calatayud

Fue en Navidad, Náyade Moreno Delgado .......................... 40 Vacaciones de verano, Mª Teresa Rodríguez Miguel .......... 43 ¿Fue un sueño?, Mª Luisa Serrano Galindo........................ 49 El cambio, Rosa Marín Gil ................................................. 55 Julia, Mª Luisa Serrano Galindo ........................................... 60 Te voy a contar un cuento, Yolanda Sarmiento................. 66 Intriga policiaca, Yolanda Sarmiento................................... 75 Aquella burbuja, Pilar Gómez............................................. 80 Paseando por el parque, Mª Carmen Aguaviva Serrano..... 84 El visitante, Mª Carmen Aguaviva Serrano.......................... 87 La belleza de Domi, Mª Luisa Pérez Arantegui ................. 90 El cazador, Mª Pilar Bueno Urgel........................................ 93 La experiencia de la vida, Josefa García Gutiérrez.............. 97

Fuentes de Jiloca

Vacaciones de verano, Mª Nieves Latorre Echevarría......104 Una vida en el pasado, Lidia Yagüe Lorente ....................112 Mis recuerdos, Mercedes Bureta Pascual ............................116 La vida no es una novela, Angelines Ruiz Guerrero .........122 Fin de carrera, Mª Llanos Pardos Morales.........................125 El pobrecito vencejo, Consuelo Pardillos Julián ...............129

Morata de Jiloca

Yo fui tía muy joven, Pilar Algárate Herrero ...................133 Volver la vista atrás, Amparo Palacián Ferrando ..............136 Viaje por Europa, Fulgencia Pelegrín Narvión...................142 Un verano en la plaza, Manuela Guarinos Guillén ...........144 Paseando en primavera, Felicidad Castellano Lallana......148 Si mi tía no se hubiese cruzado en mi vida, Mª Teresa Temprado Nuño..................................................151

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Los jóvenes y el botellón, Felicidad Castellano Lallana..154 En 60 años, Amparo Palacián Ferrando ............................157 El secreto mejor guardado, Pilar Bendicho Pascual .........162 El que vino del mar, Manuela Beltrán Lallana ................171 Vidas diferentes, amores diferentes, Teresa Narvión Tomás ........................................................176

Munébrega

Mi amigo y yo, Ana María Mateo Gil ..............................181

Velilla de Jiloca A mi querida suegra, Rosario Pablo López .......................186 Mis abuelos, Alicia Langarita Asensio ..............................189 Mi primera matacía, Cande Ibáñez Moya .........................192

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Relatos colectivos

Relato premiado Inseparables .....................................................................195 Taller de Expresión de Calatayud

Calatayud Una mujer comprometida, Taller de expresión ................201 Antonio se casa, Nivel II ..................................................207 Unos años atrás, Taller de animación a la lectura B ...........213

Morata de Jiloca Nacer con estrella, Taller de Ortografía ............................219

Munébrega Un cambio radical, Taller de activación memoria ...............227

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Haremos una zambomba

El traqueteo del viejo camión hacía que sus tres ocupantes saltasen en sus asientos. Pedro volvió la cabeza. Iban durante un año a trabajar a Francia; atrás se iba quedando su pueblo y quería verlo por última vez. Apenas pudo distinguir la deteriorada torre de la iglesia envuelta como estaba en la gran polvareda que llevaban detrás de ellos; suspiró resignado y se arrebujó en su gastada chaqueta. Hacía más frío en la cabina del vehículo que fuera de él, y a eso se unía el polvo que se filtraba dentro; iban tan apretados que cuando tomaban una curva los tres tenían que inclinarse hacia el mismo lado. El cambio de marchas se convirtió en un suplicio para el pobre Nicolás, que llevaba la palanca pegada a su pierna izquierda.

-Vaya vaya..., así que vais a haceros ricos.

-¡Qué cosas tiene, señor Hilario!, ricos no nos vamos a hacer, pero si traemos unas perrillas podremos vivir un poco mejor – contestó Nicolás.

-¡Pedro, despierta hombre, que parece que te haya dado un aire!

-No, si no estoy dormido.

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-Nada, señor Hilario, ¿sabe qué le pasa?, que ha dejado a su mujercita y ya la echa de menos, ¡como se ve que se han casado hace poco!

-Me tiene preocupado, no se encuentra bien, esta mañana ha devuelto el desayuno y eso me tiene intranquilo.

-Vaya, vaya, con Pedrito, así que vas a ser padre, ¡qué callado te lo tenías!

-No diga tonterías señor Hilario, que hoy no estoy para bromas.

-Las bromas empezarán dentro de unos meses, cuando no puedas dormir por las noches ni descansar por el día, ya sabes “o pelas patatas, o tienes al niño”; y eso de que Paula esté sólo pendiente de ti ¡olvídalo!, cuando las mujeres tienen un hijo ya sabes..., tú pasas a segunda división.

-¿Tú también Nicolás?, ¡dejar de tomarme el pelo!.

Cuando llegaron a la estación, los dos amigos se despidieron de Hilario. Cogió cada uno su equipaje, una maleta de madera y un macuto, y subieron al tren que les iba a conducir a su destino. Al llegar, después de dos días de viaje, Pedro llamó a su mujer por teléfono; la comunicación era pésima pero fue

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suficiente para enterarse de que Paula continuaba con sus vómitos y, cuando él regresara, se encontraría que en casa había uno más. Loco de contento se lo contó a Nicolás.

-¡Enhorabuena!, ¿ves cómo yo llevaba razón?, te dije que ibas a ser padre, no falla, cuando una mujer empieza con vómitos ¡zas, embarazo al canto!.

A Pedro le costó quedarse dormido pensando en el nombre que le iba a poner a su hijo, porque... ¡Seguro que sería niño! Desde luego el nombre de su padre no...

“El soldado, después de firmar, entregó el documento con mano temblorosa. El capitán al leerlo se puso rojo de ira y vociferó:

-¡¡¡Muy gracioso, sí señor, pero se va a pasar la mili sin un solo permiso y en lugar de ir a la boda de su hermana va directamente con sus huesos al calabozo!!!

-Mi capitán, no es lo que parece, señor...

El capitán, un hombre de ojos saltones y completamente calvo, sin dejarlo terminar le puso el documento casi pegado a los ojos

- ¡¡¡Lea lo que ha firmado!!!.

-Mi capitán es que yo...

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-¡¡¡Su nombre, quiero saber su nombre!!!

-Me llamo Firmo, señor, Firmo Borrego Calvo.

-¿¡¡¡Cómo dice que se llama!!!?

-Firmo señor, Firmo...”

-¡Nooo, ese nombre nooo...!

-¡Pedro, despierta!, ¿Qué pasa, has tenido una pesadilla?

-¡Menuda pesadilla!, a mi hijo no le pondré el nombre de mi padre, no quiero que le pase como a él.

Aquella noche no pudo volver a conciliar el sueño; se acordaba de Paula, ¡Cómo la echaba de menos!, ¡si pudiera hablar con ella!, pero allí, en medio del campo, era imposible comunicarse.

-¡Ay Nicolás, que ganas tengo de conocer a mi hijo!, yo lo bañaré...

-¡Tú no sabes lo que dices! Un niño dentro del agua se resbala como una trucha. Yo sólo bañé a mi Juanillo una vez, y ¡no veas cómo lo pasé de mal! Por fin conseguí cogerlo con el brazo izquierdo y apretarlo contra mi, lo enjaboné y lo aclaré. Mi mujer, cuando lo cogió para secarlo me miró con una cara..., la manga de mi camisa ¡No veas lo limpia que quedó!, y

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yo me tuve que cambiar hasta de calzoncillos; eso sí, mi niño estaba seco.

Pedro, mentalmente, hablaba a su futuro hijo:

-“Haremos una zambomba por Navidad, yo te enseñaré. Después de la matanza del cerdo, guardaremos su vejiga y, cuando ya esté seca, la frotaremos con ajo para que no se rompa, buscaremos una lata de conservas redonda la cubriremos y la ataremos bien, después meteremos una caña y tocará uh, uh, uh...; ya verás como te gusta, además cantaremos villancicos; también haremos un muñeco de nieve, para ojos le pondremos dos piedras y una zanahoria para nariz. Te enseñaré a jugar al fútbol. Recuerdo que yo me hacía los balones con trapos, trozos de saco y cuerdas; los enrollaba, anudaba y con eso jugaba, pero a ti te compraré el mejor balón de colores que encuentre”

Estuvieron varios meses sin poder bajar a la ciudad, cuando lo hicieron llamó a Paula. Se oía fatal, para desconsuelo de Pedro. Pero se enteró de que el parto había ido bien y Juan había estado allí. Es verdad que cuando se marchó le dijo a su amigo que cuidase de su mujer ¡pero tanto como estar en esos momento con ella...!, cuando se lo echara a la cara le iba a decir cuatro cosas.

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-¡Qué raras son las mujeres!; cuando le he preguntado a Paula por el nombre del recién nacido se ha extrañado, ¿cómo puede extrañarle que quiera saber el nombre de mi hijo?. ¡También son ganas de fastidiar!,¡ tenía poco con que mi padre se llame Firmo, y mi abuelo Privado, que ahora al niño le ha puesto Roky!. Bueno, a lo mejor me ha dicho que se llamaba Roque, sí eso debe de ser, ¡se oía tan mal...!

Pasaron unos meses y, ya de regreso al pueblo, Pedro iba muy contento, el dinero lo llevaba bien sujeto debajo de la faja, iba cargado con su maleta, el macuto, un oso grande de peluche y un frasco de perfume francés para su mujer.

La puerta, como siempre, estaba abierta.

-¡¡Paulaaa!!

Paula al verlo le echó los brazos al cuello y lo cubrió de besos. Pedro la abrazó emocionado y le preguntó por “el nuevo de la casa.”

-Ahora lo ha llevado Juan a la cuadra.

-¿¡A la cuadra!?, ¡debes de estar completamente loca!; a todo esto ¿¡qué hacía Juan en el parto¡?

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-Si no hubiera metido la mano para ayudarle a nacer ahora no viviría- le aclaró Paula

-¿¡¡¡Qué metió quéééé!!!?, ¡¡¡Lo mato, fijo que lo mato!!!

Paula, cogió a su marido del brazo y lo llevó a la cuadra para enseñarle a Roky, un precioso potrillo que correteaba gozoso alrededor de su madre, una yegua de bonita estampa. Pedro tardó un rato en serenarse. Pensó en el oso grande de peluche que había comprado y sonrió.

- No te preocupes hijo, tardaremos un poco más en conocernos pero... ¡tú y yo haremos una zambomba!.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

Primer premio

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Estrella

Unas manos menudas, morenas, teñidas por el sol y unos dedos finos, huesudos y bastante arrugados, sujetaban con suavidad y soltura unas agujas de tejer. Con gran agilidad, poco a poco iban dando forma a un lindo jersey. Eran de Saturnina quien, como cada tarde, estaba sentada justo en límite que formaba el sol con la puerta de su casa, a la que solían acudir también sus vecinas.

Un ligero cosquilleo le hizo abandonar sus pensamientos y sintió como ella, se restregaba en sus piernas e intentaba lamerle las manos.

-¡Estrellica!- gritó- que me vas a ensuciar el jersey! Y el perro, que así se llamaba, se dejo caer suavemente en sus pies dando unos suaves ladridos de protesta y escondiendo su cara entre las patas. La mujer concentrada en su tarea y mirando a aquella perrita recordó abstraída como había empezado a formar parte de su vida. Hacia ya tanto tiempo… sus hijos eran pequeños y un día llegaron a casa con un perrito muy pequeño que se habían encontrado, ella había rechazado pues no quería perros en casa pero los niños no estaban dispuestos a desprenderse del animal y lo escondieron en uno de los cuartos trasteros a la salida del corral. Ocultaban parte de su comida

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en sus bolsillos o echaban leche en algún cacharro cuando pensaban que ella no les veía para alimentar al perrito, pero ella lo sabía y les dejaba hacer al ver los cuidados y atenciones que le prodigaban. Observándoles comprendió que con aquella perrita sus hijos iban aprendiendo valores tan positivos como el respeto hacia los animales, la vida, la amistad y el amor, les hacía ser responsables, en una palabra, aquella perrita estaba enseñando a sus hijos a amar. Además, era una perrita diminuta y juguetona que hacia las delicias de los niños corriendo detrás de la pelota, tenia el pelo blanco con algún mechón negro y en la frente una llamativa mancha negra. El primer problema que surgió fue el de ponerle un nombre.

- ¿Cómo la llamaremos?

- Paloma -dijo uno de los niños.

- ¿No ves que no es blanca? -dijo otro.

- También hay palomas blancas con algunas plumas negras -contesto de nuevo. - ¿Sabéis? -dijo la niña más pequeña- como lleva una estrella en la frente, le podríamos llamar así: “Estrella”.

A todos les pareció perfecto ese nombre incluida la perrita que al oír como la llamaban los niños: “Estrella”…”Estrellita”… no paraba de

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levantar las orejas, mover el rabo y ladrar alegremente.

Estrella creció más rápido que los niños y se convirtió en su fiel cuidadora y amiga, los acompañaba hasta la puerta del colegio y cuando salían de nuevo, allí estaba ella, si jugaban en la plaza, allí estaba la perrita, muchas veces tumbada aparentando indiferencia pero siempre dispuesta a defender a los niños, no consentía que nadie les hiciese daño.

Saturnina sintió el calor del sol en su dolorida espalda y le supo bueno, sabía que no le convenía hacer punto pero no podía evitarlo, le gustaba tanto…así que se removió en su silla, estiró un poco la espalda y siguió moviendo las agujas con suma delicadeza, ya le quedaba poco para terminar aquel jersey que tejía con tanto amor pues era para su primer nieto, estaba tan ilusionada…también a él le hablaría de Estrella. Miró de nuevo a la perrita que bostezaba y dormitaba a sus pies y recordó aquel día en que sus hijos se fueron a jugar a las afueras del pueblo, entre risas y carreras alocadas se alejaron bastante, empezó a anochecer y los chicos se asustaron, se habían perdido y estaban desorientados, no encontraban el camino de regreso a casa. La

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niña más pequeña se agachó y agarrándose fuertemente al cuello de la perrita le dijo:

No nos dejes Estrella, tenemos miedo.

De pronto Estrella se paro, erizo el pelo y gruño insistentemente y con fiereza, como los niños nunca la habian escuchado, los tres se agacharon temerosos de que la perrita echase a correr y los dejase solos, se apretaron contra ella y le susurraron: “No nos dejes Estrella, si tu te asustas, nosotros nos asustamos también, contigo no tenemos miedo”. Estrella parecía no escucharles y seguía ladrando cada vez más fuerte enseñando fieramente los dientes. De repente, cesaron los ladridos y los niños observaron boquiabiertos como dos jabalíes cruzaban el camino y se alejaban en dirección contraria a toda prisa. Tras la sorpresa inicial, los niños empezaron a temblar de tal manera que apenas podían dar un paso pero Estrella comenzó a lamerlos y a ladrar suavemente indicándoles el camino a casa.

Saturnina doblo por un momento la labor que estaba haciendo y la envolvió en un paño blanco de algodón mientras buscaba en el bolsillo de su delantal un pañuelo con el que secarse sus ojos humedecidos por la emoción del recuerdo. Sacó el jersecito de nuevo y lo observó detenidamente: “¡que bonito me esta quedando!.

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Estrella se levantó de donde estaba y bostezó ruidosamente, esta vez Saturnina paso su mano suavemente y acarició al animal, a lo lejos observó a su marido que se acercaba a la casa, también él quería mucho a Estrella aunque aquella vez… A su marido le gustaba mucho plantar melones en la finca donde, según él, crecían más gordos y sabrosos, y era verdad que aquel año tenia un melonar precioso, repleto de enormes frutos. Él le había enseñado a Estrella a cuidarlos cuando se venia a comer pues ahora que ya estaban bien crecidos eran muy apetitosos para cualquiera. Así que Estrella se quedaba en el melonar cuidándolos y la verdad es que nadie se atrevia a entrar. El se sentía muy orgulloso de su perra y se jactaba de ello pero un día, cuando se vino a comer y dejo a Estrella al cuidado del melonar, un hermano de él junto a uno de sus hijos fueron a la finca y como a ellos los conocía la perra, no solo no les ladró sino que se puso a corretear alegre tras ellos mientras se le llevaban los mejores melones. Cuando volvió se quedó de piedra al encontrarse a Estrella tumbada y el melonar totalmente esquilmado, no podía creer que le hubiesen robado casi todos sus melones. Se volvió bruscamente hacia la perra y le gritó:

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- Estrella ¿qué has hecho?, ¿qué has hecho?.

Tan fuerte gritaba que Estrella asustada se vino a casa, el corrió tras ella, quería hacerla volver y castigarla pero la perrita fue más rápida y temblando llegó a casa. Cuando le explicó a Saturnina lo ocurrido y le contó que pensaba castigarla, ella se plantó delante y le dijo:

Deja en paz a Estrella que no tiene la culpa de nada, la culpa es únicamente tuya, aprende la lección y para otra vez no digas nunca: “a mí, nadie me roba el melonar”.

Saturnina sintió en su rostro una suave brisa que anunciaba el final del día, se frotó sus manos que ya se le empezaba a cansar, dejó la labor, acarició suavemente a Estrella y le dijo como si le contara un secreto: “también tú cuidarás a este niño”.

Y la perrita movió el rabo.

Isabel García Marco Morata de Jiloca Segundo premio

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Aquellos veranos

Hasta que llega el verano lo paso como todos los chicos de mi edad, en el “cole”.

Deseando que lleguen los meses de las vacaciones, así que durante el tiempo que hay clases procuro estudiar cuanto más mejor, para no perderme las vacaciones que paso todos los años en casa de los abuelos.

Mi abuela está un poco rellenita, pero es muy buena y me da todos caprichos.

A veces oigo que le dice mi abuelo: “ Le estás acostumbrando mal”.

Viven mis abuelos en una casilla al lado de la vía, que la cruza un camino por el que sólo pasan carros, ganados y como novedad, de vez en cuando, algún automóvil.

La abuela es la guardabarrera y a las horas que pasan los trenes coge una bandera, cruza las cadenas sobre el camino y cuando pasa el tren las quita y sigue con sus tareas, hasta que sea la hora de otro tren.

Se sabe las horas de todos trenes: “Ahora viene el Rápido”, “ El Correo parece que tarda” “ Ya viene el Mixto”.

Yo me lo paso en grande. Tienen una gata con gatitos con los que quiero jugar y la

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gata no me deja. Tienen un perro que juego con él, se llama Rufo y es muy juguetón. Ayudo a los abuelos a recoger los huevos que ponen las gallinas, en la huerta y todo lo que puedo.

Mi abuelo trabaja en la vía y, todas noches, mi abuela le prepara la comida para el día siguiente en una tartera – tortilla, pimientos asados, conejo y cosas así-, y todas las mañanas, mi abuelo coge el taleguillo con la tartera y se pone camino al tajo. No regresa hasta bien pasada la tarde.

No tenemos luz eléctrica, pero eso no importa. Mi abuelo saca la candileja del farol de aceite y con eso nos apañamos. Más de un coscorrón me he ganado por jugar con ese farol: “ Ahora verde, ahora rojo y ahora blanco”.

-Deja el farol muchacho- me dice mi abuelo.

Como nos acostamos pronto y en esta época los días son muy largos, tampoco se echa mucho en falta la luz eléctrica y para cuando los días son más cortos yo estaré de vuelta al “cole”.

Un día a la semana mi abuelo no trabaja y ese es el día de fiesta. Unas veces voy con él de caza, aunque en verdad no cazamos nada, pero lo pasamos bien corriendo detrás de los

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conejos. Otras veces vamos a un pueblo que hay cerca y yo juego con los chicos, mientras mi abuelo juega a las cartas con sus amigos. Nos marchamos pronto, que la abuela nos echa los perros: no se enfada, que es muy bonachona, pero sí que le dice algo al abuelo.

Algunas veces, el día que no trabaja, se va a la ciudad a comprar. Mi abuela le hace la lista y por la mañana coge una saca y se marcha a coger el tren a la estación que está un poco lejos. Luego, cuando pasa por la casilla nos dice adiós.

-¡ Qué leche lleva ¡ abuela.

_ No digas eso, niño- pero no se enfada.

Al lado de la vía hay un montón de arena que mi abuelo lo tiene siempre muy recogido y no me deja jugar para que no se lo desparrame.

Mi abuelo regresa en un tren Mixto, que lleva muchos vagones de mercancías, troncos de maderas, carbón, ganados... y por último, un coche con viajeros.

Con cuántas fatigas sube la máquina la cuesta, resopla, jadea como caballo cansino, trabajo le cuesta, pero no se para, yo corro al lado de la máquina, le grito al maquinista:”¿ Y mi abuelo?” y él con la mano indica la cola del

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tren. Veo cómo el fogonero suda echando carbón a la máquina.

La máquina sigue resoplando, echando humo y vapor por todos lados, como deseando llegar a la estación y tener un poco de reposo.

Mi abuelo primero tira la saca y luego se tira él y cae en picorota, se levanta, se sacude la arena, coge la saca y nos entramos a casa. El abuelo se ha bajado en su apeadero, para eso tiene el montón de arena junto a la vía.

Aquella tarde, cuando vi venir a mi abuelo del trabajo, cojeaba un poco, salí a su encuentro, me dijo que se había lastimado un pie en el trabajo, por fortuna no era mucho, pero tendría que pasarse unos días en casa.

El día de ir de compra le pregunto:

-¿Hoy no vas a la ciudad?

-No, hoy irá la abuela- me responde.

Y la abuela se fue a la ciudad. Yo le pedí que me llevase, pero me dijo que me quedara y ayudara a mi abuelo a cerrar el paso.

Cuando se iba camino de la estación le advirtió mi abuelo:

-No bajes cuando pase el tren por aquí.

Estaría loca- le contestó mi abuela.

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Y se marchó camino de la estación. Nos dijo adiós al pasar, como lo hacía el abuelo, y se marcho a la ciudad.

Y esperamos la llegada del Mixto, que como siempre le costaba remontar la cuesta; vimos cómo volaba la saca y detrás la abuela, calculo mal y cayó fuera del montón de arena.

“Estaría loca”, pero se bajó, ¡qué culada! Como pudimos, entre mi abuelo y yo, la llevamos a casa.

-Enséñame lo que te has hecho- le dije.

-Cállate muchacho- me contestó.

Cuando la curaba mi abuelo, yo la oía quejarse, pero se aguantaba, no creo que se le volviera a ocurrir utilizar el apeadero del abuelo.

Cuando salió mi abuelo me dijo; “Vinagre y sal es mano de santo”; no sé si lo haría como cura o como castigo.

La abuela pasó unos días entre quejas y lamentaciones, pero no dejó ni un solo día de hacer la comida ni de cruzar las cadenas sobre el camino cuando iba a pasar el tren, y quitarlas cuando ya había pasado;. Esa era mi abuela, una mujer muy fuerte y valiente, pues la verdad que iba llena de moratones y rasguños.

Se pasó el verano más rápido de lo que yo quería y volví a casa, hasta el próximo

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verano que si Dios quiere volveré para poder disfrutar de ellos otro año más.

Pilar Gómez Martínez Calatayud

Tercer premio

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Tía Enriqueta

Una tarde a finales de verano había llovido mucho y las calles, que entonces estaban sin asfaltar, parecían playas de color marrón.

Mi madre me llamó. Supuse que sería para hacerle algún recado, claro, yo no estaba dispuesta a dejar de jugar con mis amigas.

De mala gana subí las escaleras y cuando llegué al pasillo mi madre me dijo:

- Vas a llevar a las tías unas tortas y unas magdalenas.

Entonces por los años cuarenta, algunos vecinos tenían horno para cocer el pan y nosotros teníamos uno, así que en aquellos años éramos afortunados, ya que se solía alquilar cuatro veces por semana, pagándonos con una torta ... de pan... Así era el orden estipulado.

Mis tíos , primos de mi padre, eran cinco hermanos: tres hermanas vivían en el pueblo y dos hermanos en Madrid, todos solteros. Las hermanas todas muy metódicas y la casa la tenían siempre muy ordenada, a pesar de ser muy grande; tanto que parecía un convento.

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Una de las hermanas, tía Enriqueta, era coja, manca, y ciega pero guapa, inteligente y con muy bien sentido de el humor.

En un corral contiguo a la casa, tenían el gallinero y según tía Enriqueta sus gallinas muy trabajadoras, ya que cada día ponían un huevo. ¡Ah¡ Y una cabra que tenía nombre, la llamaban Canela.

Los huevos que recogían les guardaban en un cajón en la despensa, y cuando tenían unas cuantas docenas, les vendían a un señor que iba por los pueblos con un carro. De vez en cuando solían mandar algunas docenas a sus hermanos ... y algo más

Guardaban en la despensa, como oro en paño la matanza en una orza de barro conservándolo en aceite para todo el año.

También guardaban un queso hecho con la leche de Canela, que era una cabra murciana muy lechera.

Tía Enriqueta, siempre que hacía buen tiempo. Durante el día lo pasaba en el portal al lado de la puerta, en una silla de anea. En invierno, con ir de vez en cuando a asomarse al portillejo de la puerta para recoger información.

El portal era y es todavía muy grande. El suelo de tarima de pino al igual que un banco.

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Sobre el banco había unos cojines de arpillera bordados a punto de cruz. Y pegado a la pared un arcón muy grande y sobre éste, en la pared, un pequeño espejo que contrastaba con el arcón.

La casa estaba situada en la plaza, además la mayoría de los vecinos pasaban por allí para ir a misa.

Tía Enriqueta se enteraba de todo y si no estaba informada, les llamaba para que le contase de algún rumor. Según ella decía es la mejor forma de enterarse bien. Tenía el sentido auditivo muy desarrollado: a muchas personas les conocía por la forma de andar o toser.

Volviendo al recado que mi madre encargó, allá me fui a la plaza a la plaza con mi dulce carga , la torta y las magdalenas para las tías.

Como siempre, allí estaba, sentada en la silla pequeña de anea, Cuando me sintió me dijo:

-¿Dónde vas correndera?

-Yo le con testé con otra pregunta.

-¿Y las tías dónde están? éstas se llamaban Elo y Dorotea.

-Pues hija, se han marchado al rosario, que no faltan ningún día, que siempre van las

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primeras y llegan las últimas a casa, menos mal que yo no falto de aquí y cuido la casa.

-¿Pero tú que quieres? me preguntó pensé que si mis tías hubiesen estado presentes, el recado lo hubiese hecho mejor.

Me sentía como caperucita, y le dejé lo que mi madre me había dado para ellas. Opté por poner la carga sobre el banco de los cojines a punto de cruz. Cuando ella se percató me dijo:

-No hija, no lo dejes ahí, porque si porque si viene Canela se come hasta los papeles de las magdalenas. Mejor que lo pongas en la despensa.

Canela estaba todo el día en el campo apacentando con el pastor común, que se hacía cargo de todas las cabras que había en el pueblo. Cuando el pastor las traía de nuevo al pueblo, las cabras se dirigían a sus respectivas casas. No obstante antes, se les había enseñado.

Le dije a tía Enriqueta que me acompañara a la despensa y me dijo que no, que ella me iría indicando dónde dejarlo, que si no alcanzaba la llave de la luz que me subiera a una silla todo arreglado.

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Así lo hice, me subí a la silla y me falló el pie, con tan mala suerte que mi pequeño pie terminó en el cajón de los huevos. Asustada salí corriendo, bueno mejor diría patinando.

- A ella le conté lo que había ocurrido y me fui a casa de la vecina a cambiarme de zapatillas y calcetines. Antes de marcharme

Me dijo: - No te preocupes que esto lo arreglo yo y no se va a enterar nadie.

Sin cuantificar los daños, al venir la pobre Canela la agarró del cuerno y allá que la dejó, sola en la despensa, cerrándola hasta que llegaron sus hermanas.

Canela se lo pasó bien. Además de los inutilizados huevos, tiró la orza de barro se comió el pan y puso todo patas arriba. Todo quedó mucho peor que el cuento de la lechera.

Cuando llegaron mis tías Elo y Dorotea del rosario, y vieron lo que vieron, cogieron a Canela y sin pensarlo dos veces la llevaron al carnicero para que la sacrificara. Según ellas no podían tener una cabra tan guerrera en casa.

Total que se quedaron sin viandas. Cuando me enteré me sentí culpable, pero al mismo tiempo indultada por tan santa cabra.

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Creo que mis tías, se fueron de este mundo sin saber lo ocurrido, de lo contrario hubieran sido muy capaces de tomar represalias.

Tomasa Benito Álvaro Calatayud

Cuarto premio

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Emilia

Creo que en general según nos hacemos mayores, vamos reflexionando sobre la vida. Yo así lo he hecho y he descubierto la figura de mi madre, su personalidad, el efecto que su forma de ser ha tenido en mi persona y en el desarrollo de mi vida. Hasta ahora, todas las vivencias ocurridas me parecía que eran así porque la vida las había propiciado pero ahora entiendo que nosotros las podemos cambiar.

Yo tuve unos padres que procedían de familias humildes y pobres de dinero pero ricas en valores, como son el esfuerzo, la responsabilidad, la constancia, la amistad y el gran cariño que siempre nos tuvieron tanto a mis hermanas como a mi, para ellos siempre fuimos lo primero, lo más importante.

Hoy que tanto se habla de la emancipación y la igualdad de la mujer es cuando más recuerdo a mi querida madre y quizá sean estos comentarios y luchas por conseguir la igualdad entre hombres y mujeres lo que más me ha hecho pensar y recordar que quizá por tener una madre buena que supo anteponer su sentido del deber al egotismo, que con su gran intuición supo adelantarse a las dificultades de la vida incluso antes de que

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estas ocurriesen, luchadora con su silencio y entrega, hoy yo sea como soy.

Mi madre se llamaba Emilia, nació de padres mayores, tenía una hermana que cuando ella nació ya estaba sirviendo en Zaragoza, por lo que mi madre se crió como hija única en un ambiente triste. Sus padres eran pastores y la mayor parte del año lo pasaban en el monte en busca de buenos pastos para el ganado.

En aquellos años al hecho de ir a la escuela y más siendo mujer, no se le daba demasiada importancia, mi madre no sabía nada más que firmar lo cual no era una excepción pues la inmensa mayoría de mujeres de aquella época no sabían leer ni escribir, sin embargo mi madre tenía una inteligencia inquisitiva y era muy despierta, “sentía crecer la hierba”.

Cuando tenía 15 años murió su madre y se quedó sola con su padre que era un buen hombre y la quería mucho pero la falta de la madre fue un duro golpe para ella, reponerse de su pérdida le costó muchos lloros en silencio, se encontraba totalmente abatida pues estaba muy unida a su madre. Se encontraba tan sola que al poco tiempo se puso a servir en casa de una familia adinerada del pueblo. Con su

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soledad y su tristeza se fue haciendo una mujer fuerte y decidida aunque bastante temerosa.

Mi madre era alta, rubia, con ojos color miel. Siempre iba con ropa limpia, bien planchada y cuidada aunque no tuviera otra, siempre salía de casa impecable, realmente era una mujer guapetona.

En la casa donde servía solo tenía fiesta el domingo por la tarde y tenía que aprovecharlo para hacer las faenas en casa de su padre. Su mejor amiga iba a ayudarle, mientras una barría y fregaba el suelo, la otra lavaba la ropa y así entre las dos terminaban antes las faenas domésticas y podían marcharse al baile que era la única diversión que tenían.

En aquellos años, el baile lo hacían en el salón y tocaba la banda de música de un pueblo vecino. En el baile solo pagaban entrada los hombres solteros para los casados y las mujeres era gratis. Siempre contaba mi madre que las mujeres solteras tenían que volver a casa cuando en el pueblo daban la luz eléctrica pues había una pequeña central que suministraba luz no sólo al pueblo sino a otros pueblos vecinos. La luz, se daba al atardecer y se quitaba al amanecer. El encargado de la central, que era un hombre joven, cuando anochecía tenía que marcharse del baile para dar la luz y entonces, “casualmente” era

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cuando más bailadoras tenía, cuando se acababa una pieza ya lo cogía otra y después otra y así lo iban entreteniendo porque cuanto mas tardara en marcharse, más tarde llegaría la luz al pueblo y así ellas podían seguir bailando un ratico mas.

Así pasó su primera juventud, enseguida se puso a festejar con un chico del pueblo 5 años mayor que ella. A su padre este noviazgo le pareció bien desde un principio porque el muchacho era un hombre formal y trabajador. A pesar de tener novio, las amigas seguían saliendo todas juntas a pasear por la carretera que era donde las esperaban los novios respectivos, paseaban todos juntos, ellos haciéndose los valientes, contando historias donde demostraban lo decididos que eran, ellas riéndose emocionadas o fingiendo un falso enfado cuando el novio intentaba rozar una mano con la suya… y todos juntos se iban para el baile. A mi madre le gustaba mucho bailar pero mi padre no bailaba bien, entonces ella con toda intención decía: “vamos a cambiar de pareja”, así por lo menos dos piezas las bailaba con buenos bailadores. Recuerdo que ya de mayor, con esa edad en la que todo está permitido y el pudor queda atrás, nos contaba entre risas:

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- Hijas, es que vuestro padre solo sabía apretarse y dar pisotones.

Este grupo de hombres y mujeres siempre fueron grandes amigos a pesar de que la vida se encargó de separarlos pues todos tuvieron que emigrar a distintas ciudades en busca de trabajo y bienestar.

Mi madre con lo que ganaba, se iba preparando su ajuar, juegos de cama que bordaba primorosamente, toallas, vajillas por piezas…

Se casó con 20 años, un día del mes de junio a las 6 de la mañana para poder coger el tren correo que iba a Valencia pues allí es donde se marcharon de viaje de novios. Solo estuvieron en Valencia 4 días pues como era el tiempo de la siega, mi padre tuvo que marcharse con una cuadrilla de segadores a segar a Castilla (hoy llamada Tierra de Campo) fueron pocos días los que disfrutaron pero ella estaba contenta y decía: “Otros han tenido menos”.

En aquellos años en el pueblo había mucha población, las casas escaseaban y como mi abuelo vivía solo se fueron a vivir con el. Esta casa es muy especial para mi, todavía la conservo y la disfruto junto a mi marido, pues en ella nació mi madre, fue el hogar de mis

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padres y nacimos mis hermanas y yo, mi madre quería mucho esta casa y nunca quiso desprenderse de ella y supo transmitirme ese sentimiento de apego a mis raíces pues siento que en esta casa lloré y vi la luz por primera vez.

Yo recuerdo que mis padres hablaban mucho en la cama, hoy comprendo que era el único sitio donde estaban solos. En una de esas conversaciones nocturnas, mi madre le propuso a mi padre marcharse a vivir a la ciudad pensando en el bien de nosotras, sus hijas. Vagamente recuerdo el susurro suave y melodioso de la voz de mi madre explicándole a mi padre que ellos en el pueblo estaban muy bien pero que nosotras nos íbamos haciendo mayores, que pronto si ellos no lo remediaban nos iríamos a servir y ellos se quedarían allí solos.

Además mi madre jamás quiso que nosotras fuésemos a servir porque como ella decía: “sirviendo te manda hasta el gato”. Mi madre seguía hablando de que su sacrificio obtendría una gran recompensa pues estaba segura de que en la capital hasta que nosotras no nos casásemos no nos separaríamos de ellos.

La gran obsesión de mi madre siempre fue que aprendiésemos mucho, que fuésemos todos los días al colegio, pues pesaba que a la persona que sabe, le engañan menos.

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También recuerdo como con la voz entrecortada, imagino que conteniendo el llanto, mi madre aseguraba a mi padre que ellos se irían acostumbrando a su nueva vida, que tenían que luchar por nosotras. Mis padres no pudieron darme el pez, pero me enseñaron a conseguirlo por mi misma.

Una mañana muy temprano mi padre se marchó a la ciudad para trabajar pues unos familiares le habían buscado un trabajo. Se instaló en una pensión, al poco tiempo buscó una casa y en 1954 nos marchamos a vivir a la ciudad.

Como mis padres todavía eran jóvenes y muy trabajadores, fueron prosperando y consiguiendo una estabilidad, lo primero que hicieron fue comprar la casa en la que vivíamos. Hicieron nuevos amigos, personas que como ellos habían dejado su tierra y juntos recordaban sus pueblos natales unas veces con mucha alegría, otras, con bastante melancolía. Por ejemplo cuando llegaba el 11 de noviembre, festividad de San Martín, patrón del pueblo, en mi casa no faltaban los pasteles a la hora de comer, pues en estas fechas era costumbre invitar a comer pasteles en los bares del pueblo y mi madre, a pesar de la distancia, no pudo ni quiso nunca evitar continuar con la

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tradición, ¿cuánta añoranza tuvieron que sentir?.

A veces me parece mentira que mi madre que siempre fue una mujer bastante miedosa, en lo más importante de su vida, demostrase ser tan valiente y decidida.

Para mi, la generación de mi madre fueron las grandes olvidadas, mujeres trabajadoras, abnegadas, entregadas en cuerpo y alma al cuidado de sus maridos e hijos, mujeres que nunca se quejaban, que con sus silencios decían más que con sus palabras, poseedoras de una vida ejemplar. Creo que fueron el pilar de todos los valores económicos, afectivos y familiares.

Así es como yo recuerdo a mi madre y con ella, a todas las mujeres que han estado en su vida.

El que deja una imagen suya

en sus hijos, muere a medias

Carlos Goldoni

Manuela Beltrán Lallana Morata Jiloca

Quinto premio

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Fue en Navidad

Fue en navidad, época en la que las buenas intenciones y los buenos deseos florecen de forma natural. Las gentes van y vienen de un lugar a otro, bien de vacaciones, bien a casa de la familia para celebrar estas fiestas entrañables y a la vez nostálgicas, pues siempre falta alguien que años atrás estaba y ahora su ausencia es mas que evidente. Para compensar, nueva savia, en forma de enanos traviesos y alegres, mitigan las ausencias y hacen que los recuerdos sean en cierto modo agradables.

Allí estaba Nora, en una estación de tren, cansada y perezosa, pues los viajes, con sus maletas y recuerdos le pesaban en la misma proporción, en cuerpo y alma. Faltaba un buen rato para embarcar, que dedicó a observar el ajetreo de las gentes, que como hormigas, entraban, salían y se cruzaban entre sí, con una indiferencia total a lo que no fuera su mundo interior y sus preocupaciones.

Ella nunca había viajado sola, por eso ahora recordaba cuando con sus hijos pequeños salían de vacaciones ¡qué felices eran entonces! Fueron los mejores años de su vida.

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Estos recuerdos le hicieron retroceder muchos, muchos años atrás, cuando de muy joven empezó a volar por su cuenta, con amigas y amigos. Incluso su primer amor, ese que desdibuja la realidad de las cosas, que te hace flotar como en una nube, que una mirada o una palabra te llena el estómago de chiribitas y te sientes como si todo el universo estuviera a tus pies.

¿Cómo se llamaba?, qué curioso, no recuerda su nombre, eso si, incluso se parecía a un galán de cine ¿cuál?, también lo ha olvidado. Lo que recuerda es el nombre de su mejor amiga, Susana, esa a la que cuentas tus temores, deseos, anhelos, la que consideras que su amistad está por encima de todo.

¿Por qué recuerda ahora todo esto? No lo sabe, está claro que luego su marido fue otro, que su vida nada tuvo de extraordinario, que fue normal y corriente.

“Señores pasajeros - la megafonía la sobresaltó - el tren que les lleva a su destino está a punto de salir”

Estaba tan absorta en sus pensamientos que no reparó en una pareja que llevaba rato mirándola. Sus caras le sonaban ¿de qué? se acercaron.

¿Eres Nora?- dijo ella

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Sí soy yo, ¿te conozco?- preguntó Nora

Soy Susana ¿no me recuerdas? Tu amiga de juventud.

Le costó reconocerla, habían pasado muchos años. Se abrazaron con frialdad.

¿Te acuerdas de Antonio?

Nora se volvió para saludarlo.

Es mi marido – dijo Susana.

¡Cielos!, su primer amor, entonces recordó su nombre ¡Antonio!

No se parecía en nada al mozo que ella recordaba. Claro que los años hacen su trabajo y lo hacen muy bien. Ahora era un señor calvo y fondón.

Se saludaron y despidieron a toda prisa pues sus trenes partían a diferentes destinos.

Ya en su asiento y con el tren a punto de salir, Nora pensó: Mi mejor amiga con mi primer amor ¡qué ironía! Esta evidencia no le causó ningún problema emocional, miró por la ventanilla y vio en el andén a un niño haciendo pompas de jabón. El tren se puso en marcha, y el niño y sus pompas de jabón se fueron alejando poco a poco hasta perderse de vista. Sus recuerdos también, y sólo pensó en los que con mucho cariño la estaban esperando.

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Con los años, ella también había cambiado, ahora, sólo las cosas realmente importantes le preocupan.

Su historia nada tiene de particular, pero es la de Nora y nos la quiso contar. Gracias.

Náyade Moreno Delgado Calatayud

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Vacaciones de verano

-¡Vicenta, me han dado una paga extra!

- ¿Cómo no te van a dar una paga extra?, te dan la que te corresponde de la extraordinaria

-¡Que no, Vicenta!, el señor Damián nos ha dado una bonificación por no sé qué de los beneficios y nos ha dicho que, cuando volvamos de las vacaciones, nos tiene guardada una sorpresa muy agradable; así que este año haremos un viaje a Benidorm. Estaremos unos días en el pueblo y desde allí nos iremos a pasar una semana en la playa.

-¡No sabes lo qué dices, no tenemos trajes de baño, además, ninguno de los dos sabemos nadar!

-¡Vicenta, no empieces a poner inconvenientes!. Nos compraremos bañadores, y, aunque no sepamos nadar, sabemos andar y sentarnos al lado del mar para ver las...

-¿¡Para ver qué, las que van sólo con la parte de abajo del bañador!?

- No, mujer, no, para ver las... ¡Puestas de sol!, eso es, ¡las puestas de sol!

-¡En menudas puestas de sol estabas pensando tú!

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El día uno de julio, a las ocho de la mañana, ya estaban cargando el coche, bueno más bien sobrecargando, pues además de las maletas, metieron una sombrilla, dos sillas plegables, una nevera portátil y un sin fin de paquetes. Ya estaban acomodándose cuando apareció la tía Nicanora. Francisco, al verla, casi le da un ataque; iba cargada con un gran bolso de viaje y..., sin decirles ni palabra se “coló” dentro del coche.

-¡Por Dios, que madrugadores, si me descuido un poco no llego!, venga ya podéis arrancar que quiero llegar a tiempo de comer con mi hermana Sabina.

-Y a usted ¿Quién le ha dicho que íbamos hoy al pueblo?

-Ayer por la tarde me encontré con vuestra vecina, María, la que os va a regar las macetas, ella me lo dijo. Por cierto Francisco, ya podías comprar un coche más grande que ya ves como vamos de apretados y..., no corras, que me mareo.

Si las miradas mataran, aquel día “la tía Nicanora” hubiera pasado a mejor vida.

Ya en la carretera, Nicanora, no cerró la boca hasta llegar a la entrada de Arcos. Lo último que dijo fue: ahora las curvas tómalas muy despacio. A partir de ese momento

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Francisco parecía Fitipaldi, el trayecto, que en cualquier otro viaje les habría durado media hora, lo recorrieron en menos de quince minutos. Al llegar al pueblo, la tía salió tambaleándose del coche mientras amenazaba a su sobrino con no hacer jamás con él ningún otro viaje. A Francisco se le ilumino la cara con una amplia sonrisa.

Al abrir la puerta de casa, que había estado cerrada desde las vacaciones del año anterior, fue como si hubiesen abierto una cámara frigorífica. Francisco, como siempre, subió al baño; al momento salió corriendo monte arriba y se paró delante de una zarza para vaciar todo el contenido de su vejiga.

-¿No te da vergüenza?, ¡que eso lo haga un niño, pero tú...!

-Vicenta, cuando subas arriba ya me contarás...

Y ¡Vaya si le contó!, el inodoro, con los hielos del invierno, se había rajado así que Francisco se fue en busca de un albañil. Al poco rato apareció con Lorenzo, llevando, en una carretilla, un sanitario. Vicenta, que había estado guardando todo el equipaje, al oírlos subió para ver que estaban haciendo.

-¡Ya está solucionado!, ya tenemos el problema resuelto

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-¡Y tan resuelto!, ¿cómo se os ocurre ponerlo de color melocotón, si todo lo tenemos en azul?. Además, este es más estrecho y se ve un trozo de suelo diferente al resto.

- Tiene razón Vicenta, mira yo os aconsejaría que cambiarais también la pila y que pusierais un bidé, que eso es muy necesario en un cuarto de baño.

- Todo eso ¿Cuanto puede costar?

-Poca cosa, unos 600 euros, poco más o menos, además en un par de días lo tenéis solucionado.

Empezaron las obras; al principio sólo iban a poner un bidé, el inodoro y la pila del lavabo pero todo se fue complicando. Total, que cambiaron los azulejos de las paredes, el suelo, la bañera...

Pasó la semana..., la otra semana..., la siguiente...; Estaban desesperados; Francisco se pasaba el día con la carretilla para arriba y para abajo llevándoles material para que no abandonasen la obra, y, Vicenta, estaba más que harta de tener la casa como una escombrera. Dos días antes de finalizar sus vacaciones terminaron el cuarto de baño. ¡Por fin podrían descansar!.

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-Desde luego Lorenzo, vaya verano que nos has dado; dijiste que en un par de días estaba todo listo y ha durado casi un mes, ¡No vuelvo a hacer una obra en lo que me queda de vida!. Bueno, dime lo que te debo.

- Poca cosa, con nueve mil euros solucionado.

-¿¡¡¡Con nueve mil quéééé!!!? ¿¡No dijiste que valdría unos 600 euros!?.

-Te dije poco más o menos. ¡No dirás que es mucho, han estado dos obreros casi un mes trabajando para ti!

-¿¡Cómo que dos obreros!? ¿¡Y mi sueldo!?; como yo he trabajado más que ninguno, supongo que tendrás que pagarme el doble que a ellos.

-¡Ay, que bromista eres, Francisco!

-¡¡Ni bromista ni gaitas, tú me pagas mi jornal, que me lo he ganado!!

Al final le cobró ocho mil euros, eso sí, no le pintó el techo del baño. Ni que decir tiene que la semana que pensaban pasar en la playa quedó en el olvido.

-Francisco, cuando vengamos otra vez para vacaciones pintaremos la escalera, pues ha quedado echa una pena y...

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-¡¡No me hables de vacaciones, no sabes las ganas que tengo de irme a trabajar!!

-¡Vaya, vaya, Francisco, que moreno estás!, ¡Cómo se ve que has estado en la playa!

-¡¡No vengo moreno, vengo negro!!

Su jefe, el señor Damián, entró sonriendo.

- Bueno, ya os dije que os daría una sorpresa, en realidad es un premio que me gustaría que fuera para todos, pero, como eso es imposible lo haremos por sorteo. En esta bolsa están todos vuestros nombres, el que salga será el afortunado.

Pedro, el más joven de todos, metió la mano en la bolsa y sacó un papelito con el nombre de Francisco.

Todos sus compañeros lo felicitaron por la suerte que había tenido de llevarse el premio. Francisco, muy contento, se acercó a recogerlo.

-Francisco, te ha correspondido una semana más de vacaciones para...

-¡¡¡Nooo, señor Damián, más vacaciones no!!!

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-Francisco, ¿¡Estás enfermo!?, te has pasado media vida pidiendo más vacaciones y ... ¿Ahora las rechazas?.

-Si señor, ¿Sabe cómo he pasado el verano? ¡¡Con una carretilla!!, y si voy otra vez al pueblo ¡Me espera la brocha!, así que se quede otro con mi premio.

-¡Ay, las obras... si yo te contara...! -le contestó Alfredo, un compañero de trabajo. Los demás, incluido el jefe, movieron la cabeza, señal inequívoca de que la mayoría había pasado por lo mismo.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

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¿Fue un sueño?

Había llegado Semana Santa. Siempre me gustó ese tiempo un poco tristón, por lo que significa desde tiempo inmemorial y muy acorde con mi temperamento; porque sí, soy muy tristona.

No siempre fui así ¿eh?, pero la vida en muchas ocasiones me ha tratado mal y en mi corazón hay una profunda e incurable herida, pero claro, en estos días me suelo poner un poco más melancólica. Bien, no es de este tema del que quiero escribir, sino de lo que estoy viviendo precisamente en esta Semana Santa.

Me ocurrió el día de Jueves Santo. En estos días que casi toda la gente está pendiente de las procesiones, aproveché esta circunstancia para ir a dar un paseo y tomar un poco de aire fresco, casi frío, por el sendero verde, donde no llamar la atención por mi forma de pasear. Es que estoy lesionada (cojita). Me rompí, hace ya varios días, “la pata”; bueno, el tobillo izquierdo. Una fatal rotura que me tendrá varios meses un poco inválida.

Bueno, pues esa tarde del jueves, tomé las muletas y me dije: ¡Al toro!, es decir, a

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caminar un poco. Me resultaba muy complicado caminar, pero despacio y poco a poco llegué al sendero verde, lugar por el que tantas caminatas me había dado. Me suponía un esfuerzo grande porque las muletas son terribles y más terrible aún el miedo que he cogido a volver a romperme otra “pata”.

Conforme me iba adentrando en el sendero, escuchaba voces con sonidos musicales alegres. Al principio creí que eran figuraciones mías; pensé: En estos días, ¿quién va a estar por estos andurriales cantando? Y seguí caminando despacio, sentándome en los bancos que hay diseminados por el sendero para descansar del esfuerzo, porque notaba que mi pierna buena me lanzaba llamadas de atención. En cuanto me recuperaba, seguía hacia delante; me había picado el gusanillo de la curiosidad y me urgía saber si era cierto que había escuchado música y cantos o tenía problemas con mi oído.

Despacio llegué hasta una pequeña caseta donde una vez me resguardé de una tormenta. Allí había acampado una familia de gitanos; abuelos, padres y media docena de chiquillos, sucios pero graciosos... y como luego comprobé, buena gente.

En cuanto me vieron los pequeños se acercaron a mí con su descaro y mejor sonrisa.

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-Señora, ¿por qué lleva esos palos? ¿y por qué lleva la pierna con vendas?

Les dije si podía sentarme un rato con ellos y me preguntaron,

-¿Llevas euritos?

-Sí, llevo euros; pero tendréis que meter la mano en mi bolsillo porque no puedo soltar las muletas hasta que me dejéis sentar.

Los críos metieron mano y gritaron alegres al coger lo que llevaba.

-Es bastante, señora.

A los alborozados gritos acudieron sus abuelos. Una pareja de ancianos sucios también, pero educados. Me saludaron, me preguntaron qué me había pasado en la pierna y en seguida me pusieron un cajón para poder sentarme alrededor de una pequeña hoguera que habían encendido. No me atreví a decirles que era peligroso encender fuego sin tener permiso, porque, ¿importa algo ese permiso cuando hace frío y se duerme al raso?

Bien, allí cerca tenían dos guitarras bastante viejas pero, al pulsarlas el abuelo, sonaban bien, no estaban destempladas.

-¿Sabe cantar, señora?-preguntó el abuelo.

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-Sí, sé cantar...pero no muy bien.

-Pues vamos a cantar, ¡qué carajo!, cuando se canta los malos espíritus se largan con viento fresco.

Y empezaron a cantar. Primero fue el abuelo con una hermosa voz de barítono. Debí abrir una boca...Quien iba a pensar que aquello tan sucio pudiera cantar tan bien.

-Señora, le voy a cantar “Hijo de la Luna”. ¿La sabe?, ¿le gusta?

-¿Qué si me gusta? Me encanta y me emociono siempre al escucharla.

-Pues vamos a ello -después de dar unos cuantos rasgueos a la guitarra empezó a cantar.

¡Dios! ¡Qué emoción! Allí, en el campo, en medio de dos viejos gitanos y una caterva de chiquillos que al igual que yo escuchábamos al abuelo con un silencio absoluto y ...

Cuando terminó de cantar “Hijo de la Luna”, no me pude reprimir y grité: ¡¡Bravo!!

-Abuelo, ahora queremos cantarle a la señora nosotros; así que empiece por alegrías.

El abuelo puso toda su energía en su guitarra y los críos empezaron a cantar y bailar. ¡Qué alboroto y qué alegría me daba estar

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metida en esa juerga gitana. Yo sólo tocaba palmas, y mal, porque el arte que tienen los gitanos no hay quien lo iguale.

-Cante algo, señora –dijo el abuelo.

-Sí, sí, que cante, que cante.

-Por Dios, hijos, que canto muy mal.

-Nosotros la acompañamos, ¿eh?

-Pues ala, que canto, pero si empieza a llover me tendréis que llevar a casa.

Y cantamos todos, los abuelos, los pequeños y yo. No llovió, no, pero poco le faltó por mi culpa. Los gitanillos se morían de risa con mi entonación, pero lo estábamos pasando “bomba”, sin darme cuenta que se estaba haciendo tarde y tenía que desandar el camino verde para volver a casa.

Los chiquillos no dejaban de pedir al abuelo: “Ahora por soleá y luego por fandangos, pa que vea la señora lo bien que cantamos”

Esa tarde no la olvidaré en mi vida. Cuando ya estábamos agotados de cantar y bailar, llegaron los padres y no se sorprendieron de la juerga, pero había allí una “cojita” que reía y cantaba con sus viejos y sus críos como si lo hubiera hecho toda la vida con ellos.

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No he pasado en mi vida un Jueves Santo más feliz y más alegre que ese.

Los gitanillos me dieron esa tarde cuanto tenían: alegría, amor del bueno como sólo los niños saben dar y además compañía en un día tan especial: el día del amor fraterno.

Se me había hecho tarde para volver a casa, pero ellos no tenían ninguna prisa en que me viniera. Cuando por fin inicié “la levantá” me tambaleé un poco y eso fue lo más bonito de aquella tarde. La madre, la gitana, que por cierto era guapísima, se empeñó en acompañarme hasta mi casa. Me dijo: “-Señora, que tiene poca seguridad y se puede volver a caer, mejor la acompaño”.

¿He dicho que era el día del amor fraterno? No creo que en mi vida haya visto un acto de amor y compasión tan grande como el de ese grupo de gitanos. Todos ellos fueron magníficos, pero esa gitana, gran mujer, fue especial. Me acompañó sin perderme de vista hasta la puerta de mi casa y se negó a subir hasta mi piso.

Yo vi en ese gesto un acto de generosidad por su parte. No quiso que con mi agradecimiento pagara un acto tan generoso como el que acababa de hacer dándome una gran lección que por supuesto aprendí.

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Siempre os tendré en mi corazón.

María Luisa Serrano Galindo Calatayud

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El cambio

Cuando Juani se ausento del pueblo, dijo que se marchaba a la capital a visitar a una amiga de la infancia que se encontraba enferma en el hospital, así que estaría varios días fuera.

La estancia fuera de casa se había alargado mas de lo previsto, pero había llamado a su marido diciendo que su amiga la necesitaba, que tardaría unos días mas en volver, que estuviera tranquilo que a lo mejor a su vuelta le daba una sorpresa.

Retraso todo lo que pudo el viaje de vuelta y cogió el ultimo tren a propósito para no encontrarse con nadie en la calle.

Como aun era invierno, se subió el cuello del abrigo y con la bufanda se tapo todo lo que pudo para que nadie la reconociera, no quiso avisar la hora de llegada para que Andrés no fuera a recogerla.

Al entrar en la casa todo estaba en silencio, su suegra estaría en casa de alguna vecina rezando el rosario: Cada semana se juntaban en una casa para rezar a la Virgen todas las mujeres del pueblo, y Andrés, su marido, estaría en el bar; iba a diario después de recoger el ganado y terminar todas las

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faenas, este era el único centro de reunión del pueblo para tomar un vino y charlar con los amigos sobre los chismes acaecidos en el lugar.

Con la casa vacía solo para ella, tenia que aprovechar el momento, se desvistió y se metió en la ducha, trato de relajarse pero no podía, su cabeza era un torbellino, no podía dejar de pensar en el momento del encuentro.

Juani termino de ducharse se seco y paso al dormitorio completamente desnuda, antes de mirarse en el espejo del armario ropero, instintivamente fue a ponerse las gafas pero se dio cuenta que no las necesitaba, veía perfectamente sentía unas ganas contenidas de mirarse con tranquilidad y por otro lado lo había estado retrasando porque no sabia si lo que iba a ver era lo que esperaba encontrar.

Del otro lado la miraba otra mujer completamente desconocida que le decía que si, que era ella, pero era tan distinta que casi no podía creerlo.

Mientras contemplaba su figura y se tocaba para cerciorarse de que era ella, trataba de darse ánimos para presentarse ante su familia.

Se vistió con esmero y bajo las escaleras que separaban los dormitorios de la primera planta donde se encontraba el comedor, la

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cocina, un cuarto de aseo y la salita de estar y se sentó en el sofá dispuesta a esperar a que ambos regresaran.

-¡Que dirían cuando la vieran¡.

Pensarían que alguien estaba gastándoles una broma.

Andrés, como si hubiera tenido un presentimiento, fue el primero en regresar, entro en su casa, la vio y se quedo parado.

-¡Quien era aquella mujer que avanzaba hacia el sonriente ¡

Pensaba que la conocía, pero no creía, estaba bastante bien pero no recordaba haberla visto antes por el pueblo.

Se dejo besar y abrazar y solo cuando se separo de el y dijo:

-Andrés he vuelto.

Supo que era Juani, su mujer

Al cabo de unas semanas, Juani se dio cuenta que el resultado de su cambio no era el esperado, desde el día de su regreso su suegra que vivía con ellos ya no confiaba en ella, la miraba con recelo y la trataba de una forma fría y distante.

Antes entre las dos administraban la casa y se llevaban bastante bien, puede que hasta

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las uniera cierto cariño, no había notado aquel desprecio ni cuando Andrés la llevo por primera vez a la casa.

En cuanto a Andrés, no sabia que pensar, su reacción era de lo mas inesperada, su nuevo físico le cohibía, el efecto había sido el contrario, ya no le atraía, la trataba como a una extraña.

Recordó el día en el que llego por primera vez aquel bonito pueblo en el valle, como participante en una caravana de mujeres a la llamada de los mozos del lugar.

Se había decidido viendo el anuncio en Internet estaba sola en la ciudad, no tenia padres ni familia cercana y superaba ya la treintena. Físicamente no era muy agraciada, era miope y su gordito cuerpo desgarbado y desproporcionado hacía que hasta el momento sus relaciondes de pareja no perduraran en el tiempo. Sin embargo era simpática y agradable.

Cuando le toco bailar un pasodoble en la fiesta que organizaron en el pueblo con motivo de la llegada de las mujeres, un mozo que no sabia bailar, le dio dos o tres pisotones y se estableció entre ellos una complicidad y una atracción que hizo que no se separaran en toda la noche.

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Aquel mozo era Andrés, tímido y de pocas palabras. Se notaba que no estaba acostumbrado a tratar con mujeres de su edad y mucho menos de la ciudad.

Al terminar la fiesta y de camino al autobús que las devolvería a la ciudad, quedaron en llamarse para volver a verse.

Tuvieron varios encuentros más y a las pocas semanas regreso al pueblo para casarse.

La boda fue sencilla pero muy bonita, participo todo el pueblo, hacia ya muchos años que nadie se casaba en aquel lugar y la madre de Andrés la acogió con agrado pues era viuda y vivía con su único hijo.

Suspiro lamentándose de su mala suerte, ahora que parecía que su vida había cambiado y por fin era feliz. Aquello no era justo, en realidad todo lo había hecho por él, para que estuviera orgulloso de ella y no se sintiera avergonzado ante su familia y amigos.

Cuando se mirase al espejo cada mañana lamentaría el día en que se encontraba sentada en el sofá de su nuevo hogar y se dejo seducir por el canto de sirena de una presentadora que le decía que si llamaba a el numero que aparecería en pantalla su vida cambiaria radicalmente.

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Rosa Marín Gil Calatayud

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Julia

Conocí a Julia un domingo del mes de mayo. Salíamos de oír misa y escuchar a las niñas del pueblo aquel cántico, “Con flores a María”...

Me emocionó escucharlas. Hacía bastante tiempo que estaba muy sensible; todo me causaba emoción y ganas de llorar. Siempre fui muy llorona, pero ahora precisamente con más motivo.

Aquel cántico de las niñas me había hecho retroceder en el tiempo y me imaginé en esos momentos que yo era una de esas niñas que tan felices eran en aquellos años infantiles, porque mis primeros años los viví como ellas en un pueblecito tan pequeño como el que ahora estaba pasando una larga temporada.

Aquellos primeros años de mi vida fueron tan felices... Por aquel entonces tenía todo el amor de mis padres y hermanos. Vivíamos dichosos, sobre todo mis hermanos y yo, que no teníamos más preocupación que ir a la escuela y jugar. Sobre todo jugar. Hay veces que aún sin ganas sonrío cuando pienso en lo mucho que jugué durante toda mi infancia; hasta que un día mis padres nos dieron la noticia: Nos íbamos a vivir a Zaragoza.

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-¡No!, ¿Por qué?-pregunté.

-Porque queremos que estudiéis, y aquí, en el pueblo, no puede ser.

Era yo la mayor de los tres hermanos y quizá fue a la que más le afectó aquella decisión que mis padres habían tomado, y aunque en aquellos momentos me dejaron tan triste, siempre les agradeceré su decisión.

Fueron muchas las dificultades que tuvieron que pasar hasta amoldarse a vivir en una ciudad grande con tres niños pequeños, pero cuando he sido mayor he comprendido lo mucho que nos querían para arrostrar cuantas dificultades les salieron al camino hasta conseguir su objetivo: Ver a sus tres hijos con tres carreras conseguidas con sudor y lágrimas (aunque nosotros no las hubiéramos visto nunca)

Los años pasan muy deprisa, (demasiado deprisa), y mis padres un mal día “se fueron”. Mansamente y con mucha paz en sus miradas, nos dejaron en la tierra y ellos se fueron al cielo (si lo hay). Para nosotros fue una pérdida irreparable. Nos habían dado tanto amor... Pero la vida sigue y seguimos viviendo.

Mis hermanos se casaron y tuvieron hijos que ocuparon todo su tiempo y su amor; yo sigo soltera, y con mi carácter inquieto vivía la

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vida todo lo deprisa que podía. Viajaba sin cesar en cuanto tenía días libres de trabajo, y me encantaba ver mundo recorriendo países extranjeros y conociendo diferentes culturas. Vivía deprisa, como si alguien estuviera “soplándome” en el oído que tenía que aprovechar el tiempo porque la vida se me podía apagar en cualquier momento.

La vida no se me apagó tan pronto, pero en mi cuerpo empecé a sentir ciertas molestias que no tenían buenas perspectivas y empecé a deteriorarme hasta que me diagnosticaron una terrible enfermedad.

Había sido una fumadora activa, pero hacía mucho tiempo que lo había dejado. No fue suficiente y el daño había quedado hecho.

Nunca te imaginas que a ti te pueda pasar , pero ya lo creo que te pasa. Hasta que consigues alcanzar un poco de serenidad, pasas días horribles en los que nada ni nadie te consuela, pero hay que luchar y decidí hacerlo a brazo partido contra la enfermedad. Fueron infinitas las veces que me sentí derrotada, pero siempre había sido una luchadora y si alguien me atacaba, yo le devolvía el golpe. Esta vez era un enemigo invisible pero atroz y yo le estaba retando en la lucha, aún a sabiendas de que no le iba a ganar la partida. En ello estoy, y en ese intermedio un doctor me

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aconsejó irme a vivir a un pueblo de montaña donde el aire fuera puro; mi pulmón herido lo iba a agradecer y la vida tranquila y sosegada me relajaría.

Dicho y hecho. Me informé y un buen día me vine a este pequeño pueblo donde encontré a Julia. En cuanto me la presentaron intuí que iba a ser alguien imprescindible en la vida que pudiera quedarme por vivir, y me así a ella como un náufrago se agarra a una tabla en medio del mar.

¡JULIA! ¡Qué magnífica mujer! Era la maestra del pueblo desde hacía muchos años y la única porque había pocos niños.

Había ido Julia a este pueblo recién acabada la carrera y había pasado muchos años viviendo allí. Tenía por tanto muchas experiencias vividas y mil anécdotas de “sus chicos”, como ella los llamaba, para contar.

Durante los paseos que al atardecer dábamos las dos, me contaba las cosas buenas y malas que sus chicos le hacían. Como para escribir un libro –decía. Me contaba sus primeros años entre las genes del pueblo; gente huraña al principio, pero luego encantadora y agradecida porque veían que sus hijos iban contentos a la escuela y veían su progresivo adelanto en el conocimiento de las materias

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escolares. Tenía que luchar contra chicos rebeldes que le plantaban cara en algunos momentos, pero ella sabía como calmarlos y hacerles ver que todo su empeño consistía en hacerlos personas cultas, preparadas para vivir mejor y con más ambición que trabajar en el campo.

Cuando mi moral estaba por los suelos, ella ponía todo su encanto en contarme cosas alegres y cómicas para que olvidara mi preocupación y riera con sus comentarios.

Uno de esos días me contó la visita que hizo inesperadamente la Inspectora.

-“Todo un desastre -comentaba-, ahora me causa risa, pero aquella tarde quería que me tragara la tierra. Mira –continuaba-, vino con unas ganas de guerra... Se fue a fijar en los chicos más torpes de la clase, ¡buen ojo!. No dieron pie con bolo. Yo sudaba tinta y mi cara estaba roja como un tomate. La señora, cada chico que fallaba, me miraba a mí con una cara... Al final me dijo: Mira, voy a venir con más frecuencia porque estos chicos son muy tontos, así que a ver si te esfuerzas más con ellos. Si me pinchan no me sale sangre y repliqué con bastante soberbia: ¿Tontos dice? Estos chicos saben más de lo que parece, “señora”. Cierto que en algunas materias han fallado, pero pregúnteles por cosas de su entorno. Mire, estos

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chicos saben aparear conejos ¿sabría usted hacerlo o pondría dos del mismo sexo? Saben diferenciar una espiga de trigo de otra de cebada antes de tener grano. Saben plantar albahacas para ahuyentar los mosquitos y otros bichos. Pero estos chicos se han puesto nerviosos porque no saben nada de exámenes, pero yo le aseguro que aprenderán, ya lo creo que sí. Me miró con una mirada asesina. No le supo bueno mi comentario.”

Julia y yo nos reímos un rato porque ambas le pusimos unos cuantos adjetivos que no le habrían gustado.

Siempre me acompañó Julia en todos los momentos malos que tuve como si de una buena hermana se tratara y estuve muchos meses con ella porque su cariño y amistad me hacían más efecto curativo que cuantos “mejunjes” me habían recetado. Hasta llegué a pensar que me iba a curar, pero...

Bien, de momento todavía estoy en el mundo de los vivos, y quien sabe si como dice Julia, en muchas ocasiones los milagros existen y el patrón del pueblo decían los lugareños que era muy milagrero. Eso espero, pero si no es así habré tenido una vida intensa y he recibido mucho cariño de mi familia, pero sobre todo de esta magnífica amiga.

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Mil gracias, Julia.

María Luisa Serrano Galindo Calatayud

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Te voy a contar un cuento

-¡Hola! ¡eh! ¡hola!

-¿Quién me saluda? -Busco extrañada a mí alrededor, estoy sentada en la arena húmeda a la orilla del mar, sintiendo los primeros rayos del sol y la voz chillona insiste de nuevo.

-¡Hola! ¡soy yo!, permíteme que me presente, soy Lola Caracola y ¡tengo mucho gusto en conocerte!

-¡Estoy alucinando! - debe ser el sol matutino que ya está caldeándome la cabeza, pero no, la mañana se presenta mas bien fresca. Tratando de olvidar esa voz machacona que insiste e insiste en hablarme, me dispongo a darme un chapuzón aprovechando la bajamar. En cuanto me levanto y camino unos pasos......

-¡Aaay! ¡que me has pisado!

Di un brinco sobresaltada, y la vi, semienterrada en la arena a causa de mi pisotón.

-¡Oye! ¡no te queda más remedio que pedirme disculpas, me has hecho daño y no estoy para recibir más sustos en esta vida!

-¡Pero bueno! ¡No me puedo creer que una caracola escuálida y rota me esté hablando!- Pienso que la imaginación me está

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jugando una mala pasada, pero no, es real y aunque no salgo de mi asombro, temerosa e incrédula, cojo la esmirriada caracola y empiezo a darle vueltas, por arriba, por abajo, en su interior, buscando algún micrófono oculto; ya saben, los bromistas, que te quieren pillar desprevenida, y cuando caes en la inocentada, se hartan de reír a tu costa. Con la vista recorro todo el contorno de la playa y no veo a nadie, estoy completamente a solas.

-¡Serás tonta!¡que no tengo ningún artilugio colocado en mi interior! ¡que soy real!

-¡Anda, si encima me adivina hasta lo que pienso!

-Tranquila, que puedo hablar, y te aseguro que si me escuchas, te puedo contar mil historias que me han sucedido a lo largo y ancho de este mundo.

-Bueno, bueno, ¡que exagerada eres!, no te enfades conmigo, en primer lugar te pido perdón por haberte pisado, y ahora voy a escucharte atentamente, pero suelta ya el rollo que me vas a contar y luego me iré a casa que ya empiezo a perder la paciencia.

-Me alegro que me prestes atención, pero primero, quítame estos granos de arena del interior, que me hacen daño y la voz me saldrá mas clara.

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-¡Vale, pero comienza ya, que los rayos del sol empiezan a hacer su efecto y no quiero ponerme colorada como un cangrejo!

-Primero te diré que todas las personas con las que he estado hablando a lo largo de mi aventurera vida, optaron por conservar mi nombre, y la verdad es que me gusta mucho , ”Lola Caracola” ¡ a que mola! -He nacido en el mar, aunque no siempre ha sido mi residencia fija.

“Verás, - continuó Lola – “Hace treinta y seis años más o menos, vivía pegadita a una roca junto a mis compañeras, también caracolas como yo. De repente un día, hubo un estremecimiento espantoso en las profundidades del mar, la roca donde vivía, empezó a temblar partiéndose en mil pedazos, a consecuencia de ello, fui despedida violentamente al océano y las olas enfurecidas no me dejaban en paz. Intentaba agarrarme a un saliente, pero el oleaje me lo impedía, iba de un lado a otro, cuando una de ellas, gigantesca, me llevó en volandas sobre la ensortijada espuma y me depositó en la orilla de una playa desconocida; mas tarde supe que era la isla de La Palma y que se había despertado de su interior un gigante que echaba fuego por la boca llamado Teneguía”

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- Ahora le agradezco que despertara de su letargo, que si no,no estaría aquí.

_¿Te queda mucho Lola Caracola? mira que no tengo mucho tiempo.

-Continuo, ”Aún recuerdo mi primera salida al mundo de los humanos, metida en el bolsillo de un pequeño, se divertía dando pataditas en la arena y al verme se puso tan contento, que corrió a enseñársela a su mamá, diciéndole que había encontrado un tesoro”

-¡No veas lo ufana que me sentí! ¡Yo, un tesoro! con lo rota y sucia que estaba, pero en las manos de aquel pequeño, rechonchas y tibias, me sentí importante.

-¡Ya será menos, que te estás echando una mentira como un castillo!

- Bueno, no estoy aquí para que me creas o no, simplemente te cuento mi azarosa vida, y allá tú, si crees lo que estoy relatando.

“Te decía, que metida en el bolsillo, que por cierto, estaba muy oscuro, apretujada y con otros objetos extraños que llamaban, canicas, chapas, cromos y una sustancia pegajosa denominada, chicle, me encontraba muy cómoda”

“El pequeño “Tanausú”, ese era su nombre, me sacó de tan lúgubre caverna y me quitó la arena con jabón y estropajo, ¡¡puaaj!,

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¡que desagradable sensación, el agua no era salada, sino dulce y tibia, luego me secó, no al aire, sino con una especie de alga que no conocía y a la que llaman toalla, y así limpia y fresca pasé a formar parte de sus juegos. En un cajón lleno de trastos, y a oscuras me vi de nuevo, pero no por mucho tiempo, Tanausú me sacaba todos los días y me decía, -¡Hola caracola, ahora serás mi coche! y de inmediato me deslizaba por los muebles, por las alfombras, otras veces era un tractor, y me ponía en mi interior piedrecillas muy pequeñas y me llevaba al parque”

“Con él me divertía mucho y me mostraba orgulloso a sus amiguitos diciéndoles que tenía un juguete que había salido del mar y que “Lola Caracola” era mi nombre.¡Que feliz era! pero por desgracia, Tanausú iba creciendo y poco a poco prescindía de mí, ya no era parte de sus juegos y pasaba, mucho, mucho tiempo confinada en aquel cajón oscuro, un día, su mamá, quiso desprenderse de todos los juguetes y en una bolsa inmensa, atrapada entre los demás compañeros de sus juegos infantiles me vi zarandeada y maltrecha otra vez, pero mira por donde, con tan buena suerte que por un agujero pequeño que tenía la bolsa, caí, y fui a parar al duro asfalto de la calle”

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“¡Noo,noo! fueron mis primeras palabras, asombrándome a mi misma de que podía articular palabras como los humanos. Tenía mucho miedo, el suelo se estremecía al paso de los vehículos y me hacían recordar al temible gigante “Teneguía ”ya veía terminar mis días aplastada por las espantosas máquinas que no paraban de molestarme con su incesante ruido. Cuando.....”

-¡Ay Va! ¡Una caracola! “Sentí una voz que me hablaba, y al momento vi que otro ser humano mucho mas alto que Tanausú me alzaba del áspero suelo, era una niña que con ojos muy grandes me contemplaba muy extrañada. Contenta estaba yo al encontrar otra compañera para jugar; lo primero que hizo al llegar a su casa, fue abrirme un pequeño agujero en un extremo de mi cuerpo maltratado, al grito de mí ¡Aaay! Se asustó, pero pronto le expliqué mi vida y al decirle que me llamaba Lola Caracola, ella me dijo que su nombre era Chaxiraxi”

“Atada a una cuerda alrededor de su cuello me encontraba feliz, podía observarlo todo, continuamente le estaba haciendo preguntas, quería saber todo lo relacionado con el mundo de los humanos. Chaxiraxi me llevaba a todas partes, a su colegio donde aprendía un millón de cosas , de excursión al

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campo, donde en su clase de naturaleza íbamos aprendiendo las dos, todos los nombres de las plantas, ese día supe que había un arbusto cuyo nombre es “ tabaiba”, y de ella los chicos sacaban el chicle, extrayendo de su interior la sabia blanca y lechosa que tenía, y secándola al sol, luego endulzándola, obtenían la sustancia pegajosa que sentí en mi cuerpo el día que viajé en el bolsillo de Tanausú”

“Otro día me llevó al Roque de los Muchachos, una montaña situada a 2.426 metros de altitud y donde se encuentra uno de los mayores telescopios del mundo, allí pude ver con ella la inmensidad del cielo, con estrellas y nebulosas, fue un día inolvidable. Lo que me dio mucho miedo fue cuando me mostró los acantilados de Los Cancajos, un impresionante precipicio formado por la erosión y los continuos vientos que por allí soplan, también me presentó al gigante Teneguía, cuando lo vi, pensando que era un animal feroz, me di cuenta que sólo era una montaña con una hendidura en el centro, aún soltaba calor de su interior, el olor a azufre se podía percibir aún según decía mi amiga, y era irrespirable el aire, a Chaxiraxi se le chamuscaron las zapatillas que llevaba”

-¡Sabes una cosa Chaxiraxi!, -le dije, “que ya no le tengo miedo al gigante Teneguía, por

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él estoy conociendo un mundo fantástico, el mundo de los humanos. Así pase muchos años, aprendiendo cosas y experimentando emociones y sensaciones que muchas veces me hacían sentir que era un ser humano nacida en la tierra y no en el mar”

“Estaba Chaxiraxi paseando por la playa, yo contentísima, pues veía de lejos lo que fue mi antiguo hogar, sentía el aroma del mar, contemplaba como la espuma de las olas jugueteaban en la superficie, haciendo rizos y chocando contra los riscos. Mi amiga se sintió atraída por las olas y al tirarse entre ellas y bucear en el fondo, caí de su cuello, pasando de inmediato a perderme entre la turbulenta arena, no pude localizarla, ni ella tampoco pudo encontrarme por mas que rebuscaba y movía la arena del fondo. Triste y preocupada se marchó de la playa, dando por inútil la búsqueda, y murmurando llorosa, -¡adiós querida Lola Caracola!”

“En el fondo del mar pasé mucho tiempo, dando tumbos aquí y allá, empujada por las corrientes marinas y el fuerte oleaje. Recorría a diario muchas millas, pero aprovechaba el tiempo conociendo la variedad de peces que vivían en su interior, me sabia todos sus nombres, donde se encontraban, en que lugar

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eran más abundantes, todo ello lo sabía por Chaxiraxi que me llevaba al colegio cada día”

“ Soñaba con volver a una roca, donde bien agarrada, no me desprendería nunca más, pero, soñando con esa quimera, algo me arrastró con violencia, enredada y casi sin poderme mover, me vi alzada y colocada en la proa de una vieja barca, su dueño, un pescador con la tez curtida por el sol y unas manos grandotas y callosas, me vio, y con una sonrisa en sus labios me dijo, - ¡ Hola caracola! se ve que antes eras de una chiquilla presumida por el agujero que tienes hecho. Te llevaré como un trofeo a mi humilde casa ya que hoy no se me ha dado bien la pesca, al menos he cogido un pequeño producto del mar”

“Me vi depositada en otra casa, ¡ pero que bonita era! había peces nadando en una pecera y un montón de artilugios colgados en la pared, como nasas y redes. Ni corta ni perezosa le hablé al pescador, asustado y perplejo se restregaba los ojos y se rascaba su ensortijado pelo canoso, no comprendiendo la situación”

“Él le hablaba a los peces para entretenerse, como hacía cuando iba a capturar morenas y mientras silbaba y decía - ¡Jooo morenita pintada, jooo! .mbelesada por

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el canto, la morena salía de su guarida. Al fin me creyó, y le propuse un trato – Le dije, te diré donde están los mejores bancos de peces, sí me llevas contigo siempre “

-Vale respondió, trato hecho, me llamo Beneharo, ¡ y tú! - Lola Caracola.

“Salíamos a la mar a diario y cual experta vigía le indicaba el sitio donde abundaban los bancos de peces. Beneharo y yo, formábamos un equipo fantástico”

“Pero un día, Beneharo quería pescar a toda costa y por más que le decía, - hoy no es un día bueno, Beneharo, la mar está brava y los peces no acudirán a ti, por más que les cantes”

“-Empecinado me colocó en la proa de su barca y partimos lejos del horizonte a pescar. Se levantó un temporal impresionante y dando bandazos a un lado y a otro, la barca volcó, Beneharo nadando llegó a la orilla, pero yo me sumergí de nuevo en el mar”

- Para no cansarte, te diré que un día aprovechando una ola gigantesca, me subí a ella y con su empuje vine a parar a este sitio, donde me ves.

- ¿Dónde estoy ?

-En Gran Canaria.

-Guayedra se atusó su plateado cabello y recogió con cariño a Lola Caracola, contenta

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marchó dejando las huellas de sus pisadas en la arena húmeda, ya se encargaría la pleamar de borrarlas. Llevaba en su mente un nuevo cuento que contaría a sus nietos en cuanto llegara a su hogar. Todo se lo había inventado, y orgullosa sentía, que con sólo mirar a una escuálida caracola, brotarían como torrentes las palabras y añadiendo fantasía y muchas aventuras mas, contaría a los pequeños, la historia de “Lola Caracola “

Yolanda Sarmiento Hernández Calatayud

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Intriga policíaca

Sergio Gómez y su fiel ayudante Guanchón, estaban desde muy temprano en la oficina de investigación donde ambos trabajaban, trataban de descubrir una misteriosa desaparición.

El prestigioso investigador Sergio Gómez, con su pipa en la comisura de los labios y con su capa a cuadros y gorra que le cubría media frente, paseaba nervioso de un lado a otro de su pequeño despacho. Guanchón lo observaba atentamente, le preocupaba ver a su jefe tan nervioso; ya le veía moviendo la cabeza de un lado a otro, como negando posibles pistas, ya cerrando los puños de sus manos con fuerza y elevándolas hacia arriba, como si algo en su ardua investigación se le hubiera olvidado.

Su jefe consultaba una y otra vez los apuntes que había tomado en su pequeña libreta, datos como: “ huellas profundas de un animal”, que pronto adivinó que eran de un lobo, “ huellas que salían de una casita en medio del campo”, ” huellas que serían de un lobo muy pesado y con una corpulencia fuera de lo común”, ( detalle que le extrañó mucho, pues los lobos no dejan tan marcadas sus huellas y más si la distancia entre ellas era

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corta) – notaba algo raro, le vio subrayar la palabra “ profundas” y de nuevo seguía revisando los apuntes de su inseparable libreta, seguía leyendo, “ huellas del mismo lobo que a unos 5 Km. desaparecía por completo la profundidad de las pisadas, volviendo de inmediato a ser pisadas normales, pero esta vez separadas” y a continuación las mismas huellas que en su minuciosa investigación anotó “ huellas de lobo corriendo y pérdida de pistas en el riachuelo”

Andaba preocupado, el C.I.C.I.R. (Centro de investigación de crímenes imposibles de resolver) le habían encargado el asunto que le traía de cabeza.

“La misteriosa desaparición de la abuela Rosenda y su nieta Caperucita Roja en el campo” Así concluía sus apuntes en la libreta que, ante la imposibilidad de que surgieran nuevas ideas, cerró y la guardó de nuevo en la capa a cuadros.

Sergio Gómez sabía por los datos policiales que le había pasado el departamento del C.I.C.I.R. lo siguiente:

1º- Que la madre de Caperucita Roja les había comunicado la desaparición de su hija.

2º- Que la había enviado a la casa de su madre Rosenda con una cesta de comida.

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3º- Que la abuela Rosenda vivía en una casita azul a orillas de un riachuelo.

4º- Que era la única casita que existía por aquellos alrededores.

-Tengo que resolverlo, tengo que resolverlo –mascullaba entre dientes Sergio Gómez sin dejar de dar grandes pasos por el pequeño despacho de investigación atestado de libros y papeles.

De pronto se detiene en mitad de la oficina y pregunta a Guanchón; algo se había iluminado en su mente.

-¿Guanchón? ¿Cuánto pesaba la abuela Rosenda?

- Unos 80 kg. más o menos.

-¿Y la nieta Caperucita Roja?

- Alrededor de 45 kg.

-Huuum ¡Ya está, ya lo tengo! – el lobo cargó con ellas en su lomo y por eso las huellas eran tan profundas y marcadas; ahora lo que me trae inquieto es la distancia a esos 5 km. en la que cambian y se vuelven normales.

-Guanchón, - continuó Sergio Gómez - Hemos registrado palmo a palmo el terreno y no vimos huellas de sangre, tampoco tierra movida como si las hubieran enterrado. Sólo me

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acuerdo que cansado de tanto comprobar y comprobar las posibles pistas, nos sentamos al pie de un roble corpulento, con muchas ramas, justo el sitio donde se produjo el cambio de las últimas huellas que se perdían en el riachuelo. Según el C.I.C.I.R. esa era la zona del crimen.

-¿Sabes Guanchón?, ¡creo que no hubo crimen, ya que la sangre, o los posibles restos humanos o la tierra movida no existen!

-Sólo se me ocurre una cosa jefe.¡ Que han volado misteriosamente!.-contestó Guanchón.

-Los ojos de Sergio Gómez se abrieron desmesuradamente ante la respuesta de su fiel compañero, abrió su libreta de nuevo, comprobó que en sus anotaciones había olvidado el detalle principal . “ El roble corpulento y frondoso que situaba el final de las huellas”, “escena del crimen” según el C.I.C.I.R. El notable cambio que se produjo en su cara fue espectacular.

-¡ Elemental, mi querido Guanchón,¡ ya sé donde se encuentran la abuela Rosenda y Caperucita Roja!, han volado, sí, pero no por los aires, ¡ están en la copa del gran roble!

-Ahora entiendo el cambio de huellas del lobo; éste, acosado por la partida de policías que iban buscando a las dos mujeres, asustado,

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fue llevando de una en una a sus víctimas trepando por el árbol y depositándolas en lo más alto del roble. Ya regresaría con mas tranquilidad para devorarlas cuando no se sintiera perseguido.

Sergio Gómez llamó al C.I.C.I.R. y les comunicó que la abuela Rosenda y Caperucita Roja estaban en el árbol, posiblemente inconcientes por el susto, pero vivas, ya que el lobo no tuvo tiempo de comérselas.

Ambos detectives acompañaron a los policías hasta el gran roble y efectivamente encontraron a la abuela Rosenda, a Caperucita Roja y una cesta con comida en la copa del roble, donde el prestigioso investigador Sergio Gómez les había indicado.

Ya de regreso en la oficina de investigación su ayudante le preguntó.

-Jefe, ¿ Cómo supo que estaban en el árbol?

- Porque, -contestó Sergio Gómez - se nos pasó por alto investigar el roble que había cuando nos sentamos a descansar, me extrañó ver que para mayor comodidad tuvimos que apartar del suelo ramas aún verdes. Ahora, después de regresar de nuevo acompañados por los policías pudimos comprobar los arañazos que tenía el gran árbol hasta la copa.

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Las ramas del suelo no me permitieron comprobar el último paso de la investigación, habíamos borrado nosotros mismos todo indicio, y lo más importante, la prueba final, en la que el lobo una vez aliviado de su pesada carga, saltó del árbol y corriendo velozmente se perdieron sus huellas en el riachuelo.

Yolanda Sarmiento Hernández Calatayud

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Aquella burbuja

Levitaba, era una burbuja enorme, yo la dirigía a voluntad, ¿a donde me dirigía? aun no lo sabía, pero era bonito navegar por los aires en aquel habitáculo de mil colores, tan fino y transparente que podía ver el exterior con gran claridad.

Abajo, la mies se veía dorada, ofreciendo generosamente sus rubias y compactas espigas. A poca distancia unas de otras, se podían ver diferentes torres con sus cercanos y fértiles hortales donde los torreros recogían para su consumo diario las verduras y hortalizas que el tiempo les ofrecía.

No lejos, el terreno se volvía árido y yesoso aunque crecían plantas tan aromáticas como el tomillo y el romero.

En medio de este variopinto paisaje, el pinar, ese lugar de recreo delicioso en verano plagado de gran número de pinos que procuraban una fresca sombra.

Desde mi burbuja voladora observé por primera vez en la vida como la naturaleza también tiene rivalidad a ver quien llega más alta. Las copas de los pinos agrupadas y en diferentes niveles, eran como un mar verdoso

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donde el aire balanceaba sus alargadas y finas hojas.

Oí voces de niños, mire hacía aquella explanada del pinar y vi un número indefinido de chiquillos que se divertían incansablemente, me dirigí hacía la explanada, eran las voces de mis hermanos y sus amigos que desde mi altura parecían pequeños enanitos celebrando una fiesta y ¿cómo no?. También estaba mi padre, era como Gulliver en medio de todos ellos, haciendo las veces de animador y a la vez como de juez de todas las disputas que allí pudieran aparecer.

Sonreí, ¿cuántas veces había estado yo incorporada a estas excursiones que mí padre organizaba cuando venía el buen tiempo?. Si hacía mucho calor, íbamos a alguna torca del río Jiloca, y si el tiempo era fresco, a la explanada del pinar.

Una sensación de inmensa dulzura me invade el corazón cuando recuerdo en especial aquella noche que había llovido copiosamente y la mañana había amanecido con cielo encapotado de humedad y aunque el verano estaba muy avanzado, la mañana era fresca y mi padre decidió llevarnos al pinar. Al adentrarme ¡qué aroma a tierra húmeda, a tomillo, a romero a pino! No lo olvidare nunca. El sol pronto hizo su acto de presencia bajando

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de un cielo sin nubes y poder observar como jugaba con la brisa y las hojas de los pinos, que se dejaban cosquillear gustosas ante el alegre trinar de los pájaros y el rumor de la naturaleza.

Aquel día perdí pie y rodé por una pendiente de tierra húmeda, súbitamente dejé de caer y recibir golpes, me quedé a gatas y lentamente me levanté palpándome mis piernas y limpiándome de tierra, luego trepé con asmático esfuerzo la pendiente, sin llorar, sin quejarme, y pude observar el orgullo y la alegría reflejada en el rostro de mí padre, mientras me cucaba el ojo.

Proseguí rumbo al centro la ciudad, me dirigí al edificio más conocido para mí. El gran portalón estaba cerrado a cal y canto, pero como si fuese un fantasma lo penetré. ¿Qué solitario y silencioso estaba? Era como una tumba, me daba miedo subir por aquellas enormes escaleras que terminaban en dos brazos, tomé el de la izquierda, siempre lo hacía, era el que me llevaba a mi aula. La puerta también se encontraba cerrada, pero la traspasé como un rayo de sol traspasa el cristal de una ventana, sin tocarla. Adentro, no se encontraba nadie, me senté en el que había sido mi pupitre durante el curso. En la pared colgado se encontraba el crucifijo, y sobre una pequeña tarima, la mesa de la hermana María,

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allí estaba también su silla y hasta su cajita de clariones y pizarrines estaba sobre su mesa. La pizarra, borrada y limpia como nunca la había visto, el suelo como un espejo, sin el menor atisbo de suciedad.

¿Qué soledad era aquella? La de las vacaciones, sin duda, pero me fue triste ver aquella clase sin niños, sin escuchar las habituales voces infantiles, aquella clase era como un pastel sin azúcar o un circo sin payasos, no me gustó esa soledad, ni ese silencio, eso era señal de que no hay vida, que no hay alegría, como con el transcurrir de los años, que te vas quedando sin energía y sólo te queda el recordar, el soñar y ver la televisión. Yo me revelo, me gusta estar rodeada por personas, dialogar, reírme, discutir, participar de los sueños de unos y otros.

Tal vez el último tramo de la vida sea con paz y tranquilidad, como cuando los ríos llegan al mar, ya han dejado sus saltos, sus murmullos, su correr rápido y alegre.

Un pinchazo en el dedo y el monótono sonido del grifo, me hacen mirar hacía mis manos, no las veo, se conoce que se me escapó más lavavajillas que el que debía y estaban ocultas por multitud de burbujas.

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Sigo fregando maquinalmente aquellos dos cacharros que hoy tengo que fregar, ¡qué diferencia de aquella fregadera llena hasta los topes que fregaba con gran diligencia porque me esperaba un montón de cosas urgentes que hacer!

Pilar Gómez Martínez Calatayud

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Paseando por el campo

En esta mañana cálida de primavera, al pasear entre los campos de trigo, y cebada el movimiento que el aire da a las espigas hace que todo gire a mi alrededor y que sienta la sensación de crear en mí imágenes que yo creía borradas para siempre de mi memoria, pero son tan nítidas que parece como si las estuviera viviendo en esos momentos.

Avanzo a través de los campos hasta llegar a la abuela Erundina, sentada en el porche de la casa de campo a la sombra de la inmensa parra que la cubre y no deja pasar los rayos del sol, delante de la mesa de piedra rodeada de bancos, la veo desgranando guisantes, o con mis hermanos pequeños alrededor de ella, pendientes todos de las historias que nos contaba, de cómo el abuelo Pedro cuando era un niño de diez años emprendió viaje a Barcelona acompañado de su hermano Hermenegildo de doce años, iban a buscar a su madre, no sabían exactamente donde vivía pero aun así se pusieron en camino unas veces en tren otras andando, así hasta llegar a Barcelona, rendidos y exhaustos, con los pies destrozados y los zapatos rotos.

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Al llegar por las Ramblas, se pararon delante de una pastelería, mirando los escaparates llenos pasteles y dulces, como ya les quedaba poco dinero y tenían hambre estaban discutiendo que hacer, si entra a comprar o guardar el poco dinero que les quedaba para pasar la noche en algún sitió caliente.

Dio la casualidad que pasó una señora que al verlos allí y después de que le contaron toda la odisea de lo que habían pasado en el viaje los llevó con ella

De cómo el abuelo Pedro se quedó en Barcelona con su madre hasta que esta murió.

Su hermano Hermenegildo emigró a Buenos Aires y ya perdieron el contacto para siempre los dos hermanos.

Sigo avanzando en mis recuerdos, atravieso el porche llego a la puerta de entrada de la casa, entro veo el comedor una sala amplia con una mesa grande de madera con la encimera de mármol, hace fresco el frescor que da una casa de campo rodeada de frutales, mi padre sentado a la mesa leyendo el periódico, siempre pendiente de todos nosotros, de que no nos falte nada,

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parece que tenga la sensación de que pueda pasar algo y tengamos que vivir sin él

Subo las escaleras que hay a un lado del comedor, llego a los dormitorios mi madre canta está haciendo las camas, ¿que sensación tengo? Parece que esté viviendo ese momento, pero no quiero seguir recordando más pues ya en esos recuerdos no estaría ni mi padre ni mi abuela, quiero salir y salgo de estos recuerdos y estas sensaciones, vuelvo a vivir la realidad del presente, pensar en la familia que tengo ahora, mi madre, mi marido, mis hijas, mis nietos, mis hermanos, a sentirme agradecida de mis antepasados, de cómo soy como me formaron dándome todo lo que tenían a su alcance en aquellos años difíciles de la posguerra.

Carmen Aguaviva Serrano Calatayud

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El visitante.

Estaba en el campo recogiendo espliego cuando de repente oyó un sonido extraño y penetrante, era como el silbar del viento al pasar por un barranco estrecho y profundo, miró al cielo pero no le dio tiempo de ver lo que lo había causado de tan rápido como pasó.

La mujer volvió a inclinarse para seguir su trabajo cuando a lo lejos vio que avanzaba hacía ella una persona, no era nadie del pueblo, pues sus características y su manera de andar al acercarse no le recordaba a nadie que ella conociera.

Se puso a analizar la figura que venía parecía un hombre se acercaba deprisa cuando vio que era muy alto de una delgadez fuera de lo común, sus movimientos eran ágiles cuando estuvo a pocos pasos de la mujer, se paro, ella lo miró y retrocedió, nunca había visto una persona tan rara sus ojos vivaces y alargados, su boca muy pequeña y su nariz muy chata, sus orejas puntiagudas, a pesar de todo resultaba afable pues trataba de esbozar una sonrisa, en sus manos grandes y anchas de dedos cortos llevaba una hermosa cajita de mimbre, dentro aguja hilo un calcetín con un “tomatito” y un huevo de madera también con un manual de instrucciones.

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El hombre de aspecto extraño, hablaba un lenguaje que la mujer no entendía, pero se dio cuenta por sus gestos al enseñarle la cajita de mimbre que lo que quería saber era como usar todos los objetos que contenía.

La mujer trató de explicarle por gestos como usar los utensilios que llevaba la cajita así que cogiendo lo primero el hilo corto una hebra y enebro la aguja dándosela al personaje extraño para que sé lo guardara, después cogió el calcetín y metió el huevo de madera dentro entonces por gestos le pidió la aguja con el hilo y empezó a remendar el “tomátito” que llevaba el calcetín.

Entonces el extraño personaje soltó una risita y cogiendo el calcetín y la aguja con el hilo de manos de la mujer remendó en dos minutos el tomatito terminando también de coser que no se notaba que hubiera estado roto, entonces por los gestos que le hacía la mujer entendió que le preguntaba para que servia aquella prenda, pues el personaje extraño tenía unos pies planos sin dedos e iba descalzo la mujer se quitó las zapatillas y se puso el calcetín para que viera para que servía aquella prenda. Al ver a la mujer con el calcetín puesto el hombre empezó a dar saltos de alegría y abrazo a la mujer su cara se ilumino con una ancha sonrisa y por señas le dio a

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entender a la mujer que le diera el calcetín esta se lo dio el lo metió dentro de la cajita, cuando tuvo todo recogido el hilo la aguja el huevo de madera alargo su mano la mujer le dio la suya estrechándosela el personaje emitió unas palabras en su lengua extraña y se fue tan deprisa como había llegado.

A los pocos minutos mientras la mujer aún estaba pensando en lo sucedido volvió a oír el penetrante silbido pero esta vez al levantar la vista hacia el cielo vio un objeto grande y brillante que empezó a hacer unos giros rápidos por encima de su cabeza a la vez que soltaba un humo amarillo que formo la figura de la mujer esta se dio cuenta que era la manera de agradecerle la atención que con el había tenido, entonces levantó su mano saludando, el objeto en ese momento se elevó y a una velocidad vertiginosa desapareció tan rápido como había llegado.

Carmen Aguaviva Serrano Calatayud

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La belleza de Domi

En la casa de enfrente de donde yo vivía, un día vi que gente nueva había venido a vivir. Luego supe que se trataba de una familia compuesta de una señora viuda y cuatro hijas solteras. La mayor no tardó en casarse, pues ya llevaba tiempo de relaciones con un joven, también vecino, y que creo, ése fue el motivo por el que se trasladasen aquí.

De quien quiero hacer el retrato es de Domi, la tercera de las tres hermanas, por ser con ella con la que más trato tuve.

Era a ella la que más se la veía por la calle, pero siempre con la vista baja, un poco ausente y apocada; su aspecto más bien desaliñado denotaba que no prestaba demasiada atención a su persona. Tenía unos treinta años pero parecía mayor, en verdad que a primera vista la Naturaleza había sido poco pródiga con ella, por lo que las vecinas decían y comentaban, pues ya se sabe lo que pasa en un barrio: “pobre chica, qué fea”.

Así las cosas, en un local bajo de su casa, abrieron una papelería, para vender periódicos, tebeos, cuadernos, lápices y “chucherías”, para los chicos, que ni mucho menos eran, con tantas revistas y auge como son ahora. Además, se podía intercambiar o alquilar

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pequeñas novelas por una módica cantidad de dinero, llevábamos una y elegíamos otra sin necesidad de comprarlas, había del oeste, de amor, de aventuras; entonces ese era nuestro pasatiempo, pues no teníamos televisión. Y fue así que empecé a tratar y conocer a Domi, pues era ella la que atendía el pequeño negocio.

El primer día que entré en su tienda me recibió con una amable sonrisa y un dulce: “Buenos días,¿qué desea?”, al tiempo que veía sus ojos por primera vez, y tengo que decir que todo me resultó de lo más agradable; vi unos ojos de un azul intenso y de mirada limpia y directa, y creo que desde ese mismo instante, nos caímos bien la una a la otra; hablaba y se expresaba con un encanto que prendía y sus manos se movían con gracia. Yo ya sólo veía su simpatía, su respeto, su complacencia, su educación y su preparación para tratar cualquier tema de conversación.

Así, que mi primera impresión no pudo ser mejor, su “fealdad” había desaparecido; y no tardé en comprobar que no fui yo sola, pues pronto se hizo con su clientela, sobre todo con los niños a los que trataba con gran tacto.

Conforme fuimos adquiriendo confianza nos contábamos nuestras cosas, así llegué a saber que su vida había sido más bien triste,

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pues creció acomplejada sintiéndose el “patito feo” y un poco cenicienta de sus hermanas, esto le motivó a encerrarse en sí misma.

Ahora al regir su pequeño negocio y verse independiente, ella se sentía otra. Yo pensé entonces, que su verdadera belleza estaba en su interior y ahora le salía a flote.

Un día me tomé la libertad de aconsejarle que pusiera más atención en su persona; vi que no se molestó y que lo tuvo en cuenta pues su cambio fue notable. Por entonces, un primo hermano mío que rondaba ya los cuarenta años, hijo solo y sin padre desde niño, había dedicado su vida a su madre que hacía poco había fallecido; hombre bueno, noble, trabajador y emprendedor, pero muy tímido. Venía algún domingo a comer a casa y mi madre que le hacía duelo verlo solo, le decía.”Hijo, lo que tienes que hacer es, buscarte una buena mujer y casarte,”

De casualidad un día salió la conversación sobre Domi, y yo, bien sabe Dios que sin intención, con mi buen y gran afecto que por ella sentía, hablé y hablé de sus muchas cualidades. Mi primo parecía que no prestaba atención; pero a los dos días me lo encontré en la papelería en amigable conversación con Domi.

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En consecuencia y para terminar, hoy es mi prima. Vivimos un poco alejados, pero el contacto no lo hemos perdido. Sé que todo les va muy bien y que son muy felices junto con su parejita. Ni que decir, la satisfacción que tengo por todo ello.

La conocemos como Domi, pero su nombre es Dominga, en recuerdo de su abuelo paterno Domingo, y sobre esto, con qué “carica” me dijo un día: ¿te parece poco.”

María Luisa Pérez Arantegui Calatayud

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El cazador

Hace muchos, muchos años,

cuando no había tractores ni coches, ni carreteras,

y en las vegas y los montes siempre labriegos había.

por toda nuestra comarca fue corriendo una noticia:

que veían al Señor por el monte y por las viñas.

Y creían que era Él, por la luz que desprendía,

La paz que se respiraba y el bien que todos sentían.

¡Era verdad! ¡Era Cristo!, venía de cacería corriendo

la comarca monte abajo, monte arriba,

los galgos se le cansaban, la pieza no aparecía.

El día de San Antón, antes de hacerse de día,

salieron para la sierra que casi no se veía

con una cruda mañana y nieve hasta la rodilla,

anduvieron tanto trecho que las patas de los galgos,

ni siquiera se movían.

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-¡No teméis hermanos galgos! se acabó la cacería,

que la presa llegará, en rayando el mediodía!

Iremos a beber agua, a la fuente de la encina,

compartiremos el pan, con el pastor allá arriba,

donde está con las ovejas y con una pierna herida.

Cuando se asomó a la choza, Cosme se hincó de rodillas,

y frotándose los ojos, se santiguaba y decía.

-Yo no soy digno Señor, la choza está medio hundida.

-Tú mereces un palacio, silla de plata y comida...

La que tenga hoy en su mesa la reina Doña María.

Y con enfrío que hace, cama de sábana fina.

Un buen cobertor de pelo y una manta de merina,

¡Yo!, ¿que te puedo ofrecer?, una rastra de morcillas,

un cacho de pan de hogaza y un tallo de longaniza,

es todo cuanto poseo, para darte de comida.

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Jesucristo se acercó, y tendiéndole la mano le decía.

¡Levanta del suelo Cosme! Quítate esos trapos viejos,

que ya se ha curado la herida,

prepara una buena hoguera, y aviva bien las cenizas,

que comeremos conejos, asados a la parrilla.

Terminando de comer, por la ladera subía,

el “amo” de aquellas tierras, con una mueca torcida,

increpando a Jesucristo con rabia mal contenida,

fue sacando de su boca una retahíla de insultos, amenazas y blasfemias.

¡Desarrapado mendigo! -¿Que haces tú por esta tierra?

-¡Me has robado los conejos, y me has quemado la leña,

para calentar a este inútil?, ¡que salga con las ovejas!

Y tú, márchate de prisa, antes de que me arrepienta.

Vengo, le dijo Jesús, a ver si te arrepentías,

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de lo malvado que has sido, durante toda la vida.

-Yo no le pido perdón ni a Dios ni a Santa María.

Porque va a llegar la muerte, en cuanto se haga de día.

Al otro día mañana, la muerte a su casa iba,

-¿Donde vas, muerte traidora? Deja descansar un día,

- ni siquiera un cuarto de hora, que Dios del cielo me envía.

Lo cogió por las orejas, cuesta abajo corrían,

los tropezones que daban, las piedras estremecían.

Todos los diablos salieron a darle la bienvenida,

“bienvenido ,caballero” siéntese usted en esta silla,

que de nobles caballeros, tenemos llena esta villa.

Se alojará en el hotel, llamado “ Las Maravillas”,

para comer le darán, cinco huevos en tortilla,

para cenar, hoy habrá, una culebra cocida,

y para dormir, tenemos una camas muy pulidas,

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con cuchillos y navajas con las puntas hacia arriba.

La cara del nuevo huésped, estaba verde de ira,

-¡Mañana será mejor!, - el demonio le decía,

pues hoy hemos hecho fiesta, para darte la bienvenida,

-debiste haberle hecho caso al “cazador” de allí arriba.

-Porque era Jesucristo y yo he ganado la partida.

pues... cuando se abren mis puertas, ya no hay otra salida.

María Pilar Bueno Urgel Calatayud

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La experiencia de la vida

De adolescente, Lucía no entendía por qué Pilar, su madre, criticaba tanto la coquetería y la vanidad. Por entonces no le dejaba pintarse la cara ni venir más tarde de las nueve. Ella casi siempre hacía caso de lo que le ordenaba.

A Lucía, más que salir, le gustaba hilar la lana y tejer calcetines para su padre y hermanos. Le había enseñado su madre, que desde pequeña le inculcó el deseo de aprender todas las tareas de casa, entre las que también se incluía comprar y guisar, para que cuando faltase ella supiese valerse por sí misma.

Siempre iba a comprar a la misma tienda. No es que hubiera muchas en el pueblo para elegir, pero era la única que tenía los productos del gusto de su madre. Para entrar en ella había que cruzar antes una tasca, de los mismos dueños, cosa que no le hacía ninguna gracia a Pilar. Si durante años Lucía acompañó a su madre, después fue un hermano quien acompañó a Lucía, hasta que finalmente su madre, no muy convencida, dejó ir sola a Lucía.

Un día que Lucía fue a hacer la compra, al pasar por la tasca observó que un joven,

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llamado Paco, no le quitaba la vista de encima al tiempo que le piropeaba. Ella, que no estaba acostumbrada a comportamientos tan descarados, sintió vergüenza y se ruborizó. La escena siguió repitiéndose durante dos meses, sólo que Lucía dejó de ponerse colorada, sin que le hiciera el menor caso.

Tanto empeño mostraba Paco que siempre que veía a Lucía le seguía. Llegó un momento en que ella pensó que tanta insistencia se debía a que él estaba “coladito” por sus huesos. Lucía había averiguado, por sus amigas, que su edad era de 23 años, no tenía estudios y, para colmo, trabajaba como carpintero, oficio que no tragaba su madre. Pilar aspiraba a que su hija tuviera un porvenir mejor con algún joven de carrera, así que no iba a aprobar la relación.

Un día, inesperadamente, cuando Paco estaba pensando en tirar la toalla, Lucía, desatendiendo los sabios consejos que le había dado su madre desde pequeña, cedió a la galantería de él y le dirigió la palabra. La verdad es que le engatusó sin que se diera cuenta, tan joven e inexperta como era con 17 años. Paco iba tras su fortuna, puesto que Pilar procedía de una familia acomodada, aunque no lo demostrara porque estaba chapada a la antigua y huía de toda ostentosidad.

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Lucía se dejó impresionar de tal manera con la amabilidad, la forma de andar y reír de Paco, todo estudiado, que ni ella misma supo explicar, tiempo después, como había caído en sus redes. Una tarde de sábado acabaron en un pajar y aunque no estuvieron mucho tiempo, ya que al oír pasar cerca a gente les hizo dejar apresuradamente la faena a la que con tanto entusiasmo se habían entregado, fue el suficiente para que él, ya experimentado, le diera un repaso completo puesto que ella consintió.

Al cabo de unas semanas, Lucía empezó a notarse rara y se lo comentó a su mejor amiga, Anita, que casada y con un hijo estaba puesta en estas cosas, quien sin dudarlo le dijo que estaba embarazada.

Aunque ella había conservado su virginidad hasta entonces, ya que era la primera vez que había tenido una relación sexual, Paco había dado en la diana. No sabía como contárselo a su madre de modo que no sufriera mucho. Cuando se lo dijo a Paco no puso ningún impedimento y él mismo se encargó de poner al tanto a Pilar.

Ésta, al enterarse, lo primero que hizo fue llorar, puesto que enseguida le caló, y le dijo a su hija que si se casaba con ese cantamañanas sería una desgraciada el resto de su vida ya

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que no la quería y solo iba tras su dinero. Pero Lucía pensaba que estaba enamorada de Paco y que ese amor era correspondido. No sabía lo equivocada que estaba.

Las buenas madres siempre tienen un plan porque no consienten que sus hijas sean unas desgraciadas. Así que Pilar ideó uno para fastidiar a Paco: aceptó que su hija se casara con él, pero la boda sería una lograda representación. Explicó el caso, lo justo, al párroco para que aceptara participar en la farsa como parte indispensable.

La celebración tuvo lugar un domingo a las siete de la mañana, con los invitados indispensables y los testigos que firmaron en unos falsos papeles ya que el matrimonio no se registró oficialmente en la parroquia. No fue, ni mucho menos, la boda con la que había soñado Lucía, ya que tampoco hubo banquete ni “luna de miel”, ni siquiera se vistió de blanco para evitar cualquier sospecha en el pueblo. Todo salió como su madre había previsto, que se encargó personalmente de que nadie supiera más de lo necesario ya que de lo contrario el plan se podía desbaratar.

Pilar les dejó una casa en las afueras del pueblo para que vivieran en ella. Lucía no salía para nada y se dedicaba a las faenas del hogar. Pronto pudo comprobar como a Paco

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se le pasó el amor que decía sentir por ella, mientras fueron novios, de la noche a la mañana. A decir verdad, lo suyo pasó de aventura a matrimonio sin dar tiempo a conocerse más por la precipitación de los acontecimientos.

Entonces fue cuando Paco mostró su verdadero carácter agrio y egoísta: ahora no le interesaba el bienestar de Lucía, sino simplemente tenerla a su disposición para todo, desde la comida a su tiempo a la cama a destiempo. Para ella fue una gran desilusión enamorada como estaba de él y se fue dando cuenta de la razón que tenía su madre.

Pasaron los meses y, cuando llegó el momento de dar a luz, Pilar dispuso el traslado de su hija a un convento, en el que Sor Ángela, su hermana mayor, era abadesa, situado a unos 100 kilómetros del pueblo, donde disponían de los medios necesarios y cuidaron de que el parto se desarrollara sin contratiempos. Tuvo una niña preciosa, a la que puso el nombre de Rosa, que fue su alegría después de darse cuenta del fracaso de su matrimonio.

Pilar estuvo junto a Lucía una semana desde la fecha del nacimiento. Paco, sin embargo, no apareció por allí hasta un mes

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después y solo con el fin de que volviera con él al pueblo, aunque Lucía le puso excusas.

Encontró trabajo en el pueblo que había cerca del convento y tomó la decisión de separarse de Paco. En la siguiente visita que le hizo su madre le contó que su matrimonio no iba bien ya que su marido le había decepcionado, no era como ella se había imaginado. A su vez, Pilar ─ sin sorprenderse para nada puesto que sabía que esa situación se daría tarde o temprano ─ le dijo que no tenía por qué divorciarse puesto que nunca había estado casada, todo había sido un montaje para escarmentar a Paco que no era más que un mujeriego cazadotes. Tampoco había querido contrariar a su hija al verla tan ilusionada, prefiriendo que se diera cuenta por sí misma del error que cometía.

En resumidas cuentas, era una madre soltera. Lucía no se lo podía creer al principio, pero estudiando pormenorizadamente los hechos se fue convenciendo. Le dio un abrazo a su madre, quien le aseguró que podía contar con ella en todo lo que necesitara.

Una semana después, Paco vuelve a visitar a la que cree su mujer y le obliga a que regrese con él al pueblo. Lucía le contesta que no tiene nada que ver con él y que se puede ir a tomar el fresco.

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Mientras le pone al tanto de los detalles, Paco se va percatando de que le han estado tomando el pelo y que el tiro le ha salido por la culata. En una reacción animal intenta forzarla, pero llega a tiempo Luís, el médico que atiende a Rosa ─ que padece un proceso catarral vírico ─, en su visita rutinaria. Se da cuenta de que algo pasa y Lucía, después de que Paco se vaya con el rabo entre las piernas, le cuenta por encima la historia.

A partir de ese momento entablan amistad y empiezan a salir juntos, acabando por enamorarse. Aunque Lucía tiene sus reservas, por lo que no se precipita, no le fuera a pasar como en su relación anterior. No obstante, Luis era un caballero educado y galante, un hombre de carrera que contaba con la aprobación de Pilar, por lo que transcurrido un año de feliz noviazgo pensaron en pasar por la vicaría. Fue una boda ─ organizada por Pilar para compensar a su hija ─ digna de elogio con muchos invitados, traje blanco, banquete y “luna de miel”.

Nueve meses después nació Juan, el primero de cinco retoños ─ junto con María, Pedro, Luisito y Lucía ─ que vendrían en años posteriores y que con Rosa sumarían la media docena.

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Aunque Lucía se sentía muy dichosa quería volver a su pueblo natal. Si bien no se lo dijo directamente a su marido, éste, en su segundo aniversario de boda, le dio una sorpresa: le había construido un chalé en su pueblo, donde él se había hecho con la plaza de médico.

Una tarde de verano, Lucía y Luís fueron recibidos por todo lo alto en el pueblo, siendo la envidia de los vecinos.

Josefa García Gutiérrez Calatayud

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Vacaciones de verano

Yo tenía unos tíos que vivían en Calatayud, con los que pasé varios años las vacaciones de verano.

Mi tía era prima de mi padre pero casi como si fuera hermana pues siendo ella muy joven quedó huérfana de madre y no llevándose bien con su padre, la casa de mi abuelo, hermano de su madre, desde entonces fue como su casa y sus primos como los hermanos que ella no tenía. Mi padre, el último de todos, era su “pequeño” como ella decía.

Ante la necesidad de ganarse la vida se hizo maestra, estudió en mi pueblo, conoció al que sería su marido, Carlos, que era militar pero de los de sin carrera. A mi tía toda la familia la llamábamos Mari, en la escuela era Doña Maria pero mi tío cariñosamente la llamaba Maruja. Tenían una hija, María Rosa, para su padre, Charo, que como su madre, también decidió estudiar la carrera de magisterio. Cuando yo fui a pasar el primer año las vacaciones con ellos, ya estaba terminando sus estudios.

Entonces mis tíos vivían en una casa situada en la parte alta de la Rúa, pasando la fonda “El Comercio” pero antes de llegar a la bocacalle de entrada a la iglesia de San

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Andrés. Para poder acceder a la casa se pasaba por un pasillo que era a la vez entrada a una tienda, donde se vendía de todo un poco, al fondo de ese pasillo había un patio desde el que se entraba a las diferentes casas cuyas ventanas daban a el. Los bajos eran el almacén de la tienda donde se guardaba todo el material que luego se vendía en ella, este comercio era del cuñado de mi tío, el marido de su hermana y tenían dos hijas algo mayores que ayudaban a su madre en la venta. Los hermanos pequeños eran gemelos, a mi me parecían iguales, calcados uno a otro eran muy rubios, su hermana los peinaba y repeinaba para que estuviesen bien guapos cuando iban a Santa María a ayudar en misa como monaguillos.

Nos reuníamos en el patio con todos los niños de las casas, cada uno decía a que le apetecía jugar. Los gemelos siempre proponían jugar a tiendas, nosotros les preguntábamos que cómo si no teníamos nada que vender, entonces ellos entraban en uno de los cuartos de la trastienda y sacaban juguetes de barro y alguna cosa de cristal, ponían una tabla de mostrador, en un momento estaba formada la tienda y a vender y comprar.

Mi tío me llevaba en muchas ocasiones con él al paseo donde se reunía con un grupo

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de amigos, se sentaban en un velador para tomar algo, charlar y pasar el rato, al terminar, antes de ir a casa me montaba en un carrusel de feria que había al final del paseo, recuerdo que era una silla con unas cadenas muy parecidas a las de un columpio pero cuando se ponía en marcha, daba vueltas y más vueltas y me parecía que de un momento a otro iba a salir volando.

Por la tarde acompañaba a mi tía a San Pedro a rezar el rosario, el sonido del abanico “ris, ras” moviéndose de un lado a otro para hacer aire y el movimiento de los labios de mi tía rezando con los ojos semicerrados… yo me quedaba allí quieta junto a ella, me gustaba esa tranquilidad que transmitía aquel sonido.

Algún domingo por la tarde, acompañé a mi prima a ésta iglesia, donde una amiga suya y ella acudían, una a tocar y otra a cantar. Mi prima cantaba muy bien, era una componente de la Coral Bilbilitana. Subían hasta un pequeño coro situado encima de la puerta de entrada y para acceder a él había que subir por unas estrechas y empinadas escaleras, una vez arriba el espacio era muy reducido. Aquella tarde nos encontrábamos allí las tres esperando a que el sacerdote desde el púlpito diera la entrada para que comenzaran una canción, pero las dos amigas estaban muy entretenidas

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cuchicheando entre sí y ante el comentario de una de ellas, les entró una risa tonta de esas tan contagiosas que no se pueden reprimir. Una y otra vez, el cura les dio la entrada para que ellas comenzaran la canción pero todo fue inútil, yo las miraba sin entender nada, el cura tampoco pero ninguno de los dos supimos de qué se reían tan divertidas las dos.

La primera vez que fui a la plaza de toros me llevaron mis tíos a ver las vaquillas que fue todo un acontecimiento para mi. Nunca había visto tanta gente junta, los empujones y apretones hasta llegar a sentarnos fue lo más habitual, lo mejor, la merienda tan abundante que todo el mundo comenzó a sacar al poco rato de llegar. Mi tía no quería acompañarnos, era algo que a ella no le gustaba mucho pero ante la petición de mi tío no se pudo negar.

Para ferias era tradicional el teatro de marionetas o guiñol, todos los días hacían varias actuaciones y yo pocas me perdí. Me acompañaba mi tío y disfrutábamos como niños los dos.

Al siguiente verano mis tíos se cambiaron de domicilio y de barrio, habían comprado una casa grande con jardín situada en la Plaza Ballesteros. Una de las salas más grandes de la casa tenía un balcón hacia el jardín, también tenía un mirador todo de cristales con macetas

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que daban a la plaza. En una de las paredes estaba colgado un gran cuadro, era la orla de todos los compañeros de carrera de mi prima, ella lucía en la fotografía una gran sonrisa y un gran collar.

Aquel verano Rosa, como ya había finalizado sus estudios, se entrenaba horas y horas para coger velocidad escribiendo a máquina y perfeccionando su taquigrafía y mecanografía, yo me sentaba a su lado mirándola atentamente, con qué rapidez movía sus dedos tecleando sin parar, a mi me decía que mirase al reloj para ver cuantas pulsaciones conseguía lograr, mi tía le decía: “¡deja a la chica en paz!, ella que haga también alguna cuenta o caligrafía” y la verdad es que no me importaba mucho hacerlas porque así estábamos las dos juntas. Al rato mi prima me decía que podía jugar con las muñecas recortables que ella me había regalado, tenían un montón de vestidos para poderlas cambiar.

Por el balcón abierto entraba el sonido de los pájaros que venían a posarse a los árboles de la plaza o del jardín. De vez en cuando se oía al aguador anunciando: “¡agua buena y fresca de Marivella!”.

Sentados en los bancos de la plaza a la sombra de los árboles, cuantos cuentos o

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historias me llegó a contar mi tío, era algo que nunca me cansaba de escuchar. Algunas mañanas, después de hacer los deberes, pero en particular por las tardes, después de dormir la siesta y merendar, venía a buscarme mi amiga Loli, sus padres eran del mismo pueblo que mi tío. Vivían muy cerca, en un rincón de una calle que daba a la plaza Marcial y tenía dos hermanos, uno dos años menor que ella y otro más pequeño. Mi amiga vivía en la planta baja de la casa, en el primer piso vivía Adolfo, un niño muy modoso que nos invitaba a subir a su casa. Su madre tan modosa o más que él nos dejaba entrar y se ponía muy contenta con nuestra visita, nos enseñaba la imagen de un Corazón de Jesús sentado en su trono que su marido le había regalado en el aniversario de su boda por lo mucho que la quería. Ella se deshacía en elogios hacia él pero la verdad es que nunca llegué a conocer a ese marido tan atento.

En el segundo piso vivía un hermano de mi tío, a su señora le dolían a menudo las muelas y siempre que entré para hacerles una visita, estaba quejándose con un pañuelo atado en la cabeza para aliviar el dolor, desde su galería se podía ver la de su vecino que era criador de canarios y la tenía toda llena de jaulas, sus trinos llenaban toda la casa.

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En lo más alto, en el último piso había una especie de granero o trastero común para todos los vecinos, allí subimos un día mi amiga y yo, me dijo que tenía algo que enseñarme y yo la seguí toda curiosa, cuando llegamos no había nada que ver, solo una cesta boca abajo. Ella la levantó y dijo: “mira lo que tengo”. Era una gallina que le había regalado a su madre un pariente del pueblo, yo no esperaba que fuera eso lo que tenía que enseñarme pero de repente, la gallina al verse libre de la cesta comenzó a cacarear y revolotear, mi amiga intentó poner otra vez la cesta encima de ella pero echó un vuelo más grande y por una ventana que había abierta, salió al tejado del cine principal, ¡vaya susto que nos dimos! no sabíamos que hacer. Mi amiga no se lo pensó dos veces y toda decidida salió al tejado detrás de la gallina para cogerla de nuevo y devolverla a su sitio pero ella no estaba decidida a que eso ocurriera. Yo la llamaba para que dejara a la gallina pues se podía caer pero ella no estaba dispuesta a recibir una regañina por la dichosa gallina, así que no me hacía el menor caso. Al final yo salí corriendo escaleras abajo toda asustada y me marché a casa.

Un día cuando estábamos esperando para comer, mi tío, que se encontraba en el

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baño, comenzó a llamarnos. Ante sus voces acudimos mi tía, mi prima y yo a ver que le sucedía. Cuando entramos se estaba peinando su poco pelo, pero estaba observándolo atentamente y le decía a mi prima: “¿verdad que esta pelusilla que tengo por aquí es que me está saliendo el pelo? Veis, me ha hecho efecto el crecepelo que compré” su hija le decía: “Hombre papá, eso no es nada!”. Mi tía y yo nos quedamos mirándonos una a otra pensando que por esa tontería había formado semejante alboroto.

Cuando comenzaba la novena a San Roque a mi tía le gustaba subir hasta la ermita. Aquel año querían hacer unas obras que eran urgentes y necesarias y como entonces los camiones no podían llegar hasta arriba, todo aquel que iba a la novena subía uno, dos o tres ladrillos, según la fuerza y voluntad. Mi tío nos acompañaba, cada uno cogíamos un ladrillo aunque a él le parecía poco solo uno pero no opinaba igual cuando a mitad del camino, no solo llevaba el suyo sino el mío y el de mi tía.

Una mañana muy temprano, yo todavía estaba en la cama cuando mi tía vino del mercado pidiendo la ayuda de mi tío, había comprado una lengua de ternera. Al oírlos me levanté, fui directa a la cocina y ¡qué sorpresa la mía!, allí estaba mi tío con la lengua en una

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mano, nunca había visto nada igual. Mi tía la metió en una gran olla y la escaldó, luego la peló, la cortó en rodajas y las rebozó, la gran sorpresa nos la llevamos todos cuando nos sentamos a la mesa. Teníamos invitados ese día y aquello estaba delicioso, todos felicitaron a la cocinera por lo tiernos y exquisitos que estaban aquellos filetes, que nadie supo de qué eran.

Una sola vez me puse mala, me dolía un poco la barriga. Mi tía me metió en el dormitorio grande, en su cama, continuamente entraban uno u otro para preguntar si me encontraba mejor, yo estaba feliz pero lo peor fue cuando entró mi tía con un frasco y una cuchara grande y me dijo que tenía que abrir la boca y tomarme aquello, resultó que era aceite de ricino, según ella lo necesitaba porque estaba empachada, ¡Ay tía fue peor el remedio que la enfermedad!.

¡Es tan grato el recuerdo que tengo de mis tíos, durante esas vacaciones de verano! Llenaron mi vida de atenciones, ¡tengo tanto que agradecerles por hacerme sentir en muchas ocasiones el centró de sus vidas y hacerme tan feliz!.

Quiero seguir recordándoles montados en su moto Guzi en la que subían a visitarnos al pueblo, mi tío con el casco y las gafas de piloto

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puestas, mi tía con un pañuelo atado al mentón y una mano en alto diciéndonos adiós.

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”:

García Márquez

María Nieves Latorre Echevarría Fuentes de Jiloca

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Una vida en el pasado

Mariano fue un niño bastante desafortunado en su niñez. Era el mayor de seis hermanos y al tener su madre el séptimo murió de sobreparto.

Así que Mariano a los 12 años quedó sin madre, ¡qué tristeza tenía!. Pensaron en repartir los niños entre los tíos hasta que fueran un poco más mayores y a él le tocó con la familia que tenían en un pueblo a unos 15 kilómetros del suyo.

Al principio iba todo bien, pues los tíos lo trataban como a un hijo, pero al poco tiempo, se acordaba tanto de sus hermanos y padre que lo tuvieron que bajar, aunque nunca olvidó a su tío Josecico de Manchones.

Su padre cada vez estaba mas triste y abatido, tan joven, sin esposa y con seis hijos pequeños, pues a la chiquitina aunque le buscaron nodriza, cogió una gripe y murió. Tenían criadas pero con tanta faena y un viudo en casa enseguida se cansaban.

Al hacerse un poco más mayores decidieron hacerse las cosas ellos mismos, ayudándole a su hermana Juanita, las más pequeña. Pero su padre empeoraba en salud y se le apoderaba la tristeza tan grande que tenía, se le trastornó la cabeza y Mariano, al ser el mayor, era el que más cuenta se daba y no estaba tranquilo mucho tiempo en ningún sitio, solía dar muchas vueltas a su padre

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que se quedaba con su hermana pequeña para asegurarse de que estaba bien.

Un día cuando venían del campo, al llegar a casa, observaron que se oía mucha algarabía, se temieron lo peor y efectivamente, su padre se había caído o “tirado” por la ventana del granero al empedrado que tenían a la entrada de la casa. Se hizo varias heridas que pronto se le curaron pero su cabeza empeoraba cada vez más y los hijos estaban muy tristes y preocupados.

Al poco tiempo, cuando se encontraban los hijos en el campo trabajando y quedaron en la casa, Juanita y él solos en la cocina, Juanita vio que estaba echando pólvora al fuego fue corriendo:

− ¡Padre!, ¡padre!, ¿qué hace?

Y al quitarlo del fuego, ambos sufrieron quemaduras de bastante consideración, sobre todo el padre quien a consecuencia de ellas, murió al poco tiempo. Así que, muy jóvenes quedaron huérfanos pero siempre muy unidos.

Entonces vivía en el pueblo un maestro muy bueno llamado Don Vicente y por las noches daba clases a los jóvenes que no podían acudir a la escuela. Mariano asistía para paliar su tristeza y aprendió mucho, sobre todo cuentas.

El maestro les decía a un grupo, entre los que se encontraba Mariano, que siguieran adelante, que llegarían lejos, pero eran tiempos tan difíciles

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que sólo pudo salir uno a estudiar fuera y fue ingeniero.

Todo marchaba ya bien y llegó la quinta, entonces se hacía el sorteo en el ayuntamiento del pueblo. Mariano tuvo muy buena suerte pues le tocó el número a Jaca y al volverse vio que no estaba solo, que allí se encontraba su tío Josecico que había bajado andando desde su pueblo a ver la suerte que corría su sobrino.

Al ver esa muestra de amor se le arrasaron los ojos de lágrimas, el tío comió con los chicos y se fue de nuevo camino arriba a su pueblo pues entonces no había coches ni apenas trenes. Mariano, que era muy agradecido, nunca olvidó esta manifestación de cariño hacia él.

Se casó con una joven del pueblo, buena y trabajadora de la que estuvo enamoradísimo toda su vida, le decía cariñosamente “mi tormento” y tuvieron tres hijos que fueron el colmo de su alegría.

En uno de los viajes que hizo a Valencia les compró a sus hijos, dos caballos grandes, preciosos, para que se montaran en ellos, les hicieron una foto en la que estaban guapísimos. Se los llevaban a la plaza a jugar con los demás chicos y cuando vieron a los hombres, que al atardecer llevaban las mulas a beber agua al pilón.Uno de los chicos cogió también su caballo y lo metió de punta cabeza para que bebiera mucha agua y se hiciera más gordo que el de su hermano.

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Pero cuando fue al día siguiente a jugar con él, empezó a llorar desconsoladamente porque en vez de engordar, el caballo se había “muerto”. Era de cartón y por la noche, al estar mojado, se había “escachuflado”, ¡qué disgusto se llevó!. Menos mal que quedaba el de su hermano para seguir jugando.

Mariano tuvo la suerte de asistir a la boda del nieto con el que más había convivido y cual fue nuestra sorpresa cuando en los postres, se puso de pie y les dijo a los novios una poesía compuesta por él que nos dejó asombrados de que a sus 90 años supiera decirlo tan bien, se emocionó de los aplausos y felicitaciones que recibió, muy merecidos.

Tuvo la suerte de saborear los adelantos del siglo XX, se embobaba viendo la tele, las corridas de toros, las revistas y las novelas que seguía capítulo a capítulo y repetía muchas veces: “¡para qué nacería tan pronto, con lo bien que se vive ahora!”. Se admiraba de que sentado en el sofá se pudieran ver las cosas que antes sólo podían saberse leyendo el periódico del que había sido siempre, un asiduo lector.

Lidia Yagüe Lorente

Fuentes de Jiloca

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Mis recuerdos

Nací en Fuentes de Jiloca aunque entonces mis padres residían en Calatayud. Vivíamos en la Posada de los Huevos situada en la Plaza del Mercado, ahora Plaza de España. Allí pasé mi infancia, era hija única pues por problemas de salud de mi madre, no pudieron tener mas hijos.

Yo siempre añoraba algún hermano y más en aquellos tiempos donde casi todos eran familias numerosas, ¡me daba tanta envidia! que era lo que yo más les pedía a mis padres, que me trajeran un hermano.

Recuerdo que una mañana, siendo yo muy pequeña mi madre se fue a comprar, me dejó durmiendo pero al despertarme y verme sola, abrí la puerta del balcón y saqué una silla pequeña para subirme en ella y pasarme al balcón de al lado donde vivía otra niña amiga mía.

En aquel tiempo, en esa plaza donde vivíamos, estaba el mercado y todas las mañanas se llenaba de multitud de personas que acudían a hacer la compra. Alguien miró hacía arriba e imaginó lo que intentaba hacer, en cuestión de segundos, se llenó la acera de gente gritándome que no lo hiciera, que me

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iba a caer. Yo les decía con la mano que no, que no me caía. Afortunadamente, un chaval dependiente de una tienda de confección, al oír las voces salió a la calle y cuando me vio subió corriendo, entró por la casa de al lado y salió al balcón donde yo me quería pasar, para cogerme. En ese momento salía mi madre del mercado, al ver tanto personal mirando al balcón, a las mujeres con la falda levantada como para recogerme en caso de que me cayera, y verme a mi subida en la silla, se dio un susto de muerte, pero se tranquilizó al ver que ya cogían.

A los cuatro años entré en el colegio de las Anas, en el párvulo que estaba en la plaza de Ballesteros, a los 6 años nos pasaron a las clases de mayores que estaban en el edificio que hoy es la sede de la Comarca Comunidad de Calatayud, por aquel entonces se decía que iban a empezar las obras del nuevo colegio en su actual ubicación, a las niñas no nos gustaba nada pues estaba muy lejos y rodeado de campos.

Todas las mañanas en la acera de mi casa, se ponía una mujer en una mesa a vender churros y tortas de pan fritas, y muchas mañanas cuando iba al colegio mi madre me compraba una torta, que valía un real, y a mi me sabía a gloria.

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Los domingos por la tarde salíamos un rato al paseo y la plaza del Fuerte donde también había dos mujeres que vendían patatas fritas cortadas a ronchas metidas en unas papeletas de papel diestraza que llevaban en una cesta de mimbre con asa. Pero mi madre no me dejaba comprarlas y me las freía ella en casa pues decía que eran mejor y yo salía ya de casa tan contenta con mi papeleta de patatas fritas y mis padres al paseo.

Subíamos mucho al pueblo a casa de unos tíos, era la casa donde yo nací y ahora vivía la hermana de mi madre que tenía 4 hijos, la más pequeña era de mi edad y yo decía que era mi hermana. Me encantaba estar allí, dormíamos en una habitación grande con dos camas, en una dormían mis tíos y en la otra nosotras, lo que más me sorprendía era que siempre que me despertaba, mis tíos estaban hablando y yo no entendía como podían estar toda la noche hablando y sin dormir.

La cocina de esta casa, también era grande tenía el hogar y sus bancos para sentarse, aparadores llenos de platos, fuentes y pucheros, el cantarero para tener los cántaros de agua bien llenos y la botija para beber, una mesa grande alta, otra pequeña que ponían encima del hogar para comer y todos nos sentábamos en los bancos alrededor de la

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lumbre, se volcaba la comida en una fuente y todos a comer en ella, pues no existía la costumbre de servir a cada uno en su plato, cuando se hacía la comida en sartén de tres patas como rancho, puchas… etc, también comíamos todos juntos directamente de la sartén, entonces se comía así, todos juntos y todo era guisado en la lumbre del hogar. En la trasnochada, nos poníamos, mi prima y yo, una a cada lado de mi tío que nos contaba cuentos e historias.

Abajo estaban las cuadras y el corral donde había muchos animales. Había dos cabras que ordeñábamos por las mañanas, mi tía y nosotras, para desayunar, por la tarde recogíamos los huevos de las gallinas. Me gustaban tanto los animales y lo que se hacía en el pueblo que siempre me iba de allí llorando.

Cuando llegábamos a Calatayud, como ya era de noche, había que dar unas palmadas para que acudiera el sereno con su manojo de llaves y nos abriese la puerta, yo, llorando, le pedía que no nos abriese pues así tendríamos que subirnos otra vez al pueblo.

Pasó un tiempo y cuando yo tenía 8, mi padre, que trabajaban en la estación pidió el traslado y se lo dieron, así que nos fuimos a vivir al pueblo. Lo que más recuerdo entonces era la

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alegría y el bullicio que había siempre, cuando ibas por la calle, siempre oías cantar a las mujeres mientras hacían las faenas de la casa por las ventanas abiertas. Los hombres, cuando iban o venían del campo, también lo hacían siempre cantando. En la época de la siega, en que se pasaban toda la noche con las caballerías acarreando la mies, en el silencio de la noche, siempre se oía a alguien cantar camino de las eras para trillar. A mi me gustaba mucho estar en la era, ver los pollos sueltos por allí comiendo, dar volteretas por la parva, ir en el trillo dando vueltas y vueltas hasta que salía el grano…

En el invierno, por las tardes, en todos los barrios, salían las vecinas al sol a coser, a hacer pedugos de algodón blanco que se ponían los hombres con las abarcas para trabajar, alguna hacía encaje de bolillos, otra ganchillo, pero a quien más recuerdo era a una que hacía jersey de punto pero como era zurda, no se cambiaba las agujas de mano, una vuelta la hacía con la mano derecha, otra con la izquierda, era rapidísima.

El barrio en que vivíamos, era muy tranquilo y familiar. En mi casa, para calentarnos, teníamos una estufa, mi padre como trabajaba en la estación, recogía, cuando limpiaban las maquinas del tren que

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iban con carbón, todas las cenizas que tiraban a las vías pues entre las cenizas, siempre había carbonilla. La carbonilla, la echaba a la estufa que siempre estaba de color rojo pues se ponía al rojo vivo, daba tanto calor que parecía que teníamos calefacción. Además a mi padre también le daban “briquetas” de carbón, de las que echaban a las máquinas del tren pero él las rompía con una legona a trozos para echarlas también a la estufa, eran grande como las adobas pero de carbón.

Por la noche, algunas vecinas se pasaban a mi casa un rato, así mientras estaban calentitas, hablaban o jugaban a la baraja pues entonces, no había televisión y los vecinos se reunían para entretenerse. Primero apareció la radio, a mis padres, un amigo les hizo una radio preciosa, era grande y de madera y fue de las primeras. Cuando pasaban los vecinos y la escuchaban, una vecina decía que ella no se compraba radio porque había oído que iban a salir otras en las que se verían a las personas hablando, que en el extranjero ya habían salido. Todos se reían y le decían que eso era imposible, se referían a nuestra televisión y la lástima es que alguna no llegó a conocerla.

Para Santa Agueda, San Blas, San Antón y San Valero, cada barrio hacía su hoguera y los chicos se picaban entre ellos a ver quien la

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hacía mas grande cortando todas las zarzas que podían y trayéndolas a rastras. Un día fuimos con ellos tres chicas, tanto me acerque yo a la orilla del ribazo que me caí entre las zarzas, ellos se reían tanto que ninguno me cogía y yo sola, no podía salir. Cuando se les pasó la risa un poco, me ayudaron a salir pero para entonces, iba llena de arañadas y me salía bastante sangre.

En fin, eran tiempos difíciles, había más necesidad que ahora pero éramos felices.

Mercedes Bureta Pascual Fuentes de Jiloca

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La vida no es una novela

Se vive de recuerdos y los recuerdos son historia.

Yo leía muchas novelas de joven, novelas románticas que al leerlas te parecía que lo estabas viviendo, eran novelas preciosas: “La bien pagada”, “Las sensaciones de Julia”… te enganchaban de la manera que llegabas a creerte que eso te pasaría a ti, pero tu vida acababa siendo tan diferente...

Recuerdo el primer domingo cuando te amonestaban porque te ibas a casar o lo que es lo mismo, cuando se anunciaba públicamente la boda. Decían que el motivo de las amonestaciones era asegurarse de que la pareja consentía libremente en unirse en matrimonio y de que no existía ningún impedimento. Las amigas iban a desearte felicidad así como los vecinos y familiares. Yo recuerdo a las personas mayores que te soltaban un rollo… que mas que animarte parecía un pésame, “te afligían”. Te decían: “ahora ya se te han cortado las alas, ahora las obligaciones de tu casa y del marido y pronto de los hijos”, se miraban unas a otras y daban a entender más cosas, pero tu no les hacías ni caso pensabas que no sería para tanto, que sería como en las novelas pero no, era eso y

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mucho más. La cosa cambiaba si los novios eran ricos, pero para los pobres todo era diferente, como ellas te decían.

El primer día de casados, no tienes en casa ni agua, ni un trozo de pan. En la casa es todo nuevo pero de comer, no hay nada, todo sexo, y entonces ya vas entendiendo mejor los relatos de las viejas y piensas más en lo que decían y en que llevaban razón.

Los tiempos, afortunadamente, cambian. Mi nieta que tiene 27 año, los viernes cuando sale del trabajo nos llama para ver como estamos y dice: “Yayos, estoy esperando a Manuel, que nos vamos a pasar el fin de semana a Francia”. Llevan muchos años juntos porque ahora muchos jóvenes, no se casan, tienen el piso y se lo amueblan poco a poco. Dicen que cuando se vayan de viaje de novios lo harán a Nueva York o a Canadá. Yo no me fui a ningún sitio, en casa pasé todas las experiencias como si de un libro o de una novela se tratara pero “diferente, muy diferente” a las que leía cuando era joven.

Todo era trabajar y pocas alegrías. Al principio de casados y durante bastante tiempo mi marido trabajaba en casa de sus padres, comía allí. Yo me iba a casa de mis padres y allí comía. Cuando le salió trabajo fuera, se ganaba 18 pesetas, de las de antes.

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Trabajaba en obras, al destajo y en otros trabajos. Todo cambió cuando su padre le dio tierra de la que él tenía en renta y entonces todo fue trabajar y trabajar, con pocos beneficios pero te tenías que ajustar a lo que había. Cambió todo el sistema de mi vida, todo, todo, todo.

Ahora mis hijos llaman par ver cómo estamos y yo, siempre estoy pensando en mis nietos, les pregunto: “¿qué hacen los chicos?” y me cuentan que el pequeño, ya esa pensando en su cumpleaños, sabe que el 11 de mayo hace 5 años y que será mayor, mayor que Saúl que tiene 7 años y así es la vida. Nosotros nos sentamos en el sofá viendo pasar el tiempo con pena, al uno nos duele las piernas que ya se niegan a caminar, el otro adivina todos los cambios del tiempo porque su corazón delicado se lo dice y todo se va sucediendo al paso de la vida. Sentimos la muerte de todos porque ya se nos va acercando el final del permiso, con bromas y chistes hablamos de ella y así se pasa la vida, la semana y el mes, dando gracias a Dios de tener la paga para comprar lo que nos hace falta sin molestar a nadie.

Angelines Ruíz Guerrero Fuentes de Jiloca

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Fin de carrera

Las últimas noches para Eloisa fueron una auténtica pesadilla, no podía conciliar el sueño, tenía que tomar la decisión más importante a la que se había enfrentado en su vida. Estaba sumergida en una completa incertidumbre, la decisión que tomase iba a cambiarle la vida, para bien o para mal, pero, ¿cómo saber cual es la decisión correcta?.

Todo empezó cuando Eloisa se fue de viaje de fin de carrera a menoría. Lejos de la presión a la que se había visto sometida los últimos meses por los exámenes, decidió que esos días iba a intentar recuperar el tiempo perdido.

La primera noche, en una discoteca, conoció a un chico llamado Marcos que llevaba allí varios años viviendo, se dedicaba a la hostelería y no le iba nada mal. Volvieron a quedar para la noche siguiente y así comenzó una aventura que para Eloisa se convirtió en amor.

Su mejor amiga y compañera de habitación no entendía lo que le estaba pasando a Eloisa, ella nunca se había comportado así, era una chica muy racional y ahora… intentó hablar con ella, pues bien se

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veía que Marcos era el típico ligón de turistas que quiere pasar bien unos días y luego si te he visto no me acuerdo pero Eloisa estaba enamorada y creía que Marcos sentía lo mismo.

Llegó el temido día de la despedida, Eloisa tenía que regresar con su grupo a Madrid. Marcos, seguro de no volver a verla, no quiso desilusionarla y viendo amanecer en una preciosa cala, le confirmó que él sentía lo mismo por ella.

Eloisa hizo el viaje de regreso como flotando en una nube, feliz por haber encontrado el amor pero muy triste por tener que dejarlo a tantos kilómetros de distancia.

Siguieron la relación a base de mensajes de móvil y llamadas telefónicas en las que Marcos le confesaba su amor una y otra vez, pero cada vez que ella le decía las ganas que tenía de volver a verlo, él cambiaba disimuladamente de conversación.

Llegaron las vacaciones de Semana Santa y Eloisa aprovechó para ira a ver a Marcos a Menoría. Fueron las mejores vacaciones de su vida, se bañaban en calas de agua cristalina y Marcos le enseñó a hacer submarinismo.

De nuevo, al regreso, se pasó todo el viaje pensando en esta relación, “¿tenía sentido?”,

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Marcos no tenía pensado dejar todo aquello ni volver a Madrid donde vivían sus padres y ella tampoco se decidía a buscar allí trabajo y dejar el que le habían ofrecido, aunque si él le hubiese insistido un poco…

Fueron pasando los días y empezó a encontrarse mal, sufría mareos repentinos, le asqueaba la comida e intuía lo que podía pasarle. Se lo contó a su mejor amiga quien le aconsejó que lo primero hablase con sus padres pero no sabía cómo hacerlo, ellos no sabían nada de esta relación y no quería darles un nuevo disgusto pues últimamente lo estaban pasando muy mal en casa por la dura enfermedad de la madre, tenía leucemia.

Cuando Eloisa confirmó que estaba embarazada cogió el teléfono nerviosa y llamó a Marcos. Éste se quedo tan sorprendido que sin más, le colgó.

Pasaron varios días y Eloisa al ver que Marcos no daba señales de vida volvió a llamarle, esta vez el Marcos que cogió el teléfono no parecía el mismo. Con un tono frío le dijo que no era su problema y que por su parte ella podía hacer lo que le diera la gana, tenerlo o no. No tuvo más oportunidades de hablar con él pues enseguida, Marcos dio de baja ese número de teléfono.

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Eloisa, tras pensárselo mucho, decidió tener a su hijo, se armó de valor y se lo dijo a sus padres, ellos, quizás por la situación que atravesaban, se lo tomaron bastante bien, la madre se sintió muy ilusionada con la llegada de un nuevo ser a la familia.

Pasaron los años y un día estando Eloisa paseando con su hijo alguien la llamó, se volvió y era Marcos. Estaba en Madrid porque inauguraba una exposición de fotografía submarina sobre Menorca.

Miró al niño que le acompañaba y le preguntó su nombre, el niño le contestó que Marcos y su cara se desencajó pues era su hijo. Eloisa, cariñosamente, tiró del niño y le dijo adiós a Marcos, quien se quedó en medio de la calle sin saber que hacer o decir.

El hijo de Eloisa miró a su madre y le preguntó que quién era ese señor y ella le contestó:

- Nadie importante.

María Llanos Pardos Morales Fuentes de Jiloca

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El pobrecito Vencejo

Mi pueblo está situado en el valle del Jiloca. Es un pueblo que vive de la agricultura y la ganadería, de gran belleza es su vega, con cantidad de árboles frutales: manzano, peral, ciruelo, melocotonero, etc. y también tiene bastante secano.

En la década de los años 50, yo era una adolescente y la recolección del cereal se hacía sin maquinaria. Los jóvenes aportábamos nuestro granito de arena en las labores del campo. Cuando en la tele salen reportajes de trabajos y oficios que se han perdido, a mi me gusta verlos, pero el pobrecito vencejo también llamado “fencejo” lo tienen olvidado y nuestros hijos y nietos no saben qué es. Pues simplemente es una cuerda hecha de fibra natural que sirve para sujetar el cereal que se va a recolectar. Si nos preguntan a los mayores del campo, todos sabemos que el vencejo, si se hace con la paja y espiga del centeno, es muy laborioso.

Una vez segado el centeno se reservaban los fajos más largos porque cabía más mies (grano del cereal). Ya en la era, todo el trabajo era manual, se golpeaba la espiga contra una piedra grande o un tablón, con cuidado, para sacarle el grano sin estropear la paja.

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Con antelación a la siega, se hacían los vencejos. La paja de centeno había que tenerla en remojo para que no se rompiese el nudo y con un puñado de paja en cada mano justo al lado de las espigas se hacía el nudo.

Todo lo que estoy contando en estas líneas quizá para mucha gente no signifique gran cosa, pero yo me pregunto: “¿qué joven de aquella época no se acuerda de haber aguantado el sol del mes de julio yendo al lado de los segadores llevando el fajete de vencejos?”. Para que les cundiese mas les dejábamos caer el vencejo donde ellos nos indicaban.

Un día que hacía bastante calor, yo ya tendría unos 13 años, se secaron demasiado los vencejos. Como el nudo que tenían que hacer los segadores para dejar terminado el fajo de mies, les salía mucho mejor si la paja estaba mojada, mi padre me mandó a mojar los vencejos. Había un pequeño manantial de agua en una finca cercana y yo iba tan contenta porque me iba de excursión montada a caballo. La caballería era muy dócil y precisamente eso me salvó porque al llegar donde estaba la balsa de agua y querer bajar de la mula, llevaba atados los vencejos en las samugas de la albarda (las samugas son unos palos que se colocaban en el aparejo de la

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albarda para poder sujetar la carga que se le ponía al animal) y tanto que la sujetó, al querer bajar de la caballería, como entonces no era moda llevar pantalones, llevaba un vestido con un viso debajo, no se me olvidará jamás como era, se me quedó enganchado a la samuga y yo colgada como una marioneta del viso, que era azul claro con unas florecitas rosas muy diminutas y un puntilla blanca. Como pude rasgué el dichoso viso pero me sirvió de poco, llegó al doblado y la puntilla no cedió. Yo seguía colgada en las patas traseras del animal que no dio ni un paso con todo lo que yo le estaba molestando. Por fin la puntilla y el dobladillo cedieron y volví con los vencejos mojados. Al contar lo que me había ocurrido todos se preocuparon. Todos menos Miguel apodado “el feo”. El le quitó importancia porque era un inocentón y no se preocupaba por nada.

Ese mismo verano unos tíos míos que veraneaban en el pueblo hicieron en su casa una piscina que fue la novedad del verano. Los jóvenes del pueblo, que en aquellos años no estaban acostumbrados a ver a las mozas en bañador, se les ocurrió embaucar al inocentón de Miguel. Como sabían por él, que mi padre tenía los vencejos en el huerto, le dijeron que le invitaban a una merienda si entraba a la hora

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en la que iban las maestras del pueblo a bañarse y tomar el sol y les daba detalles del bañador que llevaban y sobre todo de las piernas de la Srta. Pilar, porque era más rellenita que la Srta. Mercedes, pues en los años 50 las rellenitas gustaban más que las delgadas.

El, por ganar la merienda, no lo pensó ni un minuto. Después de comer el grupo de mozos se reunió en la plaza como de costumbre, vieron llegar a las maestras, dejaron pasar un tiempo y cuando calcularon que ya estarían tomando el sol, el bonachón de Miguel se fue a por los vencejos. Tantos detalles quiso darles que no se percató de que podía caer a la piscina, que fue justamente lo que pasó, vestido y calzado se pegó un buen remojón. Las maestras tuvieron que ayudarle a salir pues él no sabía nadar. Desde entonces no le dijeron Miguel “el feo”, sino el “patito feo”. A él eso le importaba muy poco, pero se ponía colorado cuando decía que las había visto en bañador. Algunos de los jóvenes se encargaron de divulgar la noticia.

Las maestras, al contrario de enfadarse comprendieron a los mocetes. Tener piscina en los años 50 era un lujo que solo teníamos las chicas, ellos se tenían que conformar yendo al río pero desde ese día nos preocupamos de cerrar bien la puerta “para no tener intrusos”.

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Consuelo Pardillos Julián Fuentes de Jiloca

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Yo fui tía muy joven

Yo fui tía muy joven, a los cuatro años. En aquellos tiempos las hijas iban a casa de los padres a dar a luz porque entonces no había lo que hay hoy que se va a las clínicas. Yo era muy pequeña y para mi era un acontecimiento el que mi hermana fuera a tener un hijo y yo un sobrino, aunque por aquel entonces no sabía ni siquiera lo que era ser tía.

Cuando mi hermana dio a luz y se ponía mi sobrino al pecho para alimentarlo, mi hermana no tenía bastante pezón y era costumbre coger un perrico recién nacido para que le hiciera pezón, y yo aquello lo veía tan raro… Cuando le daban el chupete iba a la cama, que entonces no había cunas, y se lo quitaba y me lo ponía yo.

El día que lo bautizamos caía un agua… pero todos fuimos a la iglesia detrás del niño. Si sería yo pequeña que mi padre me llevaba en brazos y a mi sobrino su madre. Entonces era como si fuera mi hermano y por lo menos hasta los 12 años nos tratamos como eso, como hermanos.

Yo cuidaba de él aunque era pequeña. Luego, cuando yo tenía 12 años, se casó mi segunda hermana y tuve también otro sobrino,

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así que me he pasado la vida que en lugar de ser tía he sido hermana de mis sobrinos.

Yo me case a los 23 años, a los 22 mejor dicho, a los 23 ya fui madre y ya era otra responsabilidad. ¡Que felicidad ser madre! Yo no sabía que hacer con una hija, entonces no había más que esos pañales que se llevaban de tela y unas gasas y claro me pasaba todo el día lavando a mano los pañales de mi hija, poniéndole las gasas con un cuidado que parecía que tenía una muñeca y así ha pasado la vida he tenido tres hijos y soy muy feliz.

A los 54 años fui abuela y la responsabilidad ya es muy distinta, porque a los nietos se les quiere al querer de la vida como a los hijos, pero se les da muchos más vicios, a los hijos se los daría si pudiera pero cambia la manera de criar de hijos a nietos.

Claro mis hijas vienen y dicen: ”a mi no me hacías eso, a mi no me dabas esto y a mis hijos todo que te piden, si te pedíamos unos zapatos decías que no podías comprárnoslos, y mis hijos te dicen abuela dame para comprarme esto y enseguida estas dispuesta”.

Pero claro, yo era joven y no había los haberes que hay ahora, porque ahora ya te levantas con el sueldo, entonces tenías que ir a trabajar, yo me pasaba el día trabajando que si

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no hubiera sido por mis padres no hubiera podido darles los caprichos que les daba.

Pero vamos no es que me pene para nada el haber sido tía joven, madre pronto y abuela a los 54 que tampoco es una edad muy mayor, así tengo unos sobrinos que en lugar de parecer sobrinos parecen hermanos míos, cuando vienen a casa me tratan como tal, yo he tenido confianza con ellos igual que si hubieran sido hermanos y le he dado todo que he podido.

Pilar Algárate Herrero Morata de Jiloca

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Volver la vista atrás

Cómo ha cambiado la forma de vida y de trabajar de las personas en poco tiempo.

Cuando yo era una niña, los mayores se levantaban al salir el sol. Los hombres les echaban paja y pienso a los animales, preparaban las yuntas con el yugo y les enganchaban el aladro o la vertedera, si lo que tocaba era preparar los campos que luego tendrían que sembrar de cereal.

Si el campo estaba lejos, se llevaban la comida metida en una fiambrera y pasaban allí todo el día, de otro modo perderían mucho tiempo en el camino yendo y viniendo.

Una vez preparado el campo les tocaba sembrar, entonces cogían las talegas con el cereal. Cuando llegaban al campo, cogían la talega se la cruzaban por el hombro para tener las manos libres y con una mano iban sacando puñados de cereal que extendían de izquierda a derecha, de lado a lado del campo hasta que terminaban.

Para el mes de mayo si había mala suerte y salían muchos cardos había que ir a quitarlos con unos guantes gruesos para no pincharse y unos delantales grandes. Los cardos se ponían en el delantal y cuando se tenía una gran

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aldada, se sacaban a la orilla. Una vez crecido el cereal había que segarlo con hoz y el mismo segador dejaba la mies en montoncitos y otro iba detrás con los vencejos, que era la paja de centeno, con los que se ataba la mies. Se sacudía el grano pisando despacio las espigas, luego se mojaba la paja y también se pisaba un poco, se ataba en un puñado de espigas con otras, se ponían en el suelo y con un palo largo de punta más fina que se llamaba garrotillo se cogía la mies y se ponía un puñado en una dirección y otro en otra y se ataban. Se hacía así para que pesase por igual pues las espigas pesan más y abultan menos y así los fajos no se deshacían. Estos fajos, se juntaban unos 30 ó 40 y se llamaban fascales, así estaban más resguardados en caso de lluvia, luego, cuando se acarreaban, solo tenían que ir de montón en montón y subirlos con una horca.

Después se iban a la era, se le pasaba un rulo grande de piedra para apretar bien la tierra y empezar la trilla, es decir, separar el grano de la paja. Para la trilla, había que madrugar mucho, el padre y los hijos mayores cogían las caballerías, el carro y las horcas y se marchaban para el campo a acarrear. En el carro iban poniendo los fajos de uno en uno bien colocados pues si no podían deshacerse, así, uno se subía en el carro y el otro o los otros

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se los iban dando. Una vez lleno el carro, se ataba la carga con unas sogas gruesas y fuertes para no perderla por el camino y aprovechar más cada viaje.

Llegaban a las eras y allí los esperaban la mujer con los hijos más pequeños y mientras unos almorzaban, los otros desataban los fajos y los iban extendiendo haciendo un redondo grande. Se cogían dos caballerías y se les ponía el trillo, que por la parte de arriba es de madera lisa y por la debajo lleva unas piedras afiladas y como unas como hojas de sierra y para hacer más peso se sentaban encima mujeres y niños, se podía poner una silla o una piedra lisa para poder estar sentados pues no había que hacer nada más que dar vueltas y vueltas con las caballerías y el trillo. Los que habían ido a acarrear solían descansar un poco echándose una pequeña siesta en el pajar.

Cuando ya se habían dado bastantes vueltas con el trillo sobre la mies había que voltearla con unas horcas, unas cuatro veces uno enfrente del otro y cuando la paja y la espiga estaban deshechas, entonces se recogía la parva en un montón en una orilla de la era. Las mujeres y los niños con escobas barrían bien la era, entre todos se pasaba la parva por una máquina que se llamaba ablentadora, que tenía unas cribas y dándole

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vueltas a una rueda que se le daban con las manos, se movían las cribas y caía el trigo limpio por delante, la paja por detrás y por un lado las granzas, que es el desperdicio del grano y se recogía para las gallinas. Los hijos mayores y el padre se marchaban a por otro viaje de mies y la faena se volvía a repetir. Finalmente, la paja se metía en el pajar y luego serviría de comida y cama para los animales, el trigo limpio se metía en sacos o talegas, se llevaba en el carro o la caballería y se metían en el granero.

En la huerta o suertes que era un trozo de tierra que daba el ayuntamiento a cada vecino y se llamaban suertes porque cada año las sorteaban para que una persona no tuviese siempre la tierra que caía más cerca y otros las que estaban lejos. El sorteo se realizaba el día de San Miguel. Si sobraban, se daban en subasta, ofrecían sardinas rancias y vino y así se merendaban en la plaza estas tierras eran de regadío y se sembraba un trocico de patatas y otro de cebada que se segaba pronto y entonces sembraban judías blancas que se dejaban secar y servían de alimento para el invierno, también sembraban unos pocos tomates, pimientos, cebollas, ajos, coles, apio, acelgas y borraja, además de un trocico de trébol para los conejos. Cuando los niños

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salíamos de la escuela íbamos al campo a coger ababoles para alimentar a los conejos.

Las mujeres cuando se levantaban lo primero que hacían era encender el fuego, poner un puchero con agua y unas patatas a cocer. Luego ponían un poco de sebo con un poco de pimentón y eso era el almuerzo. En una cadena que colgaba en medio del hogar ponían un caldero o una lata y ponían patatas menudas para los cerdos, otras veces, de esas mismas patatas se pelaban, se apañaban con aceite crudo y ajos y era una comida riquísima, éstas se llamaban “patatas tocineras”. Preparaban otro puchero con garbanzos o judías con tocino y así tenían la comida o la cena, mientras, hacían las camas y barrían, pues fregar se hacía poco porque los suelos solían ser de tierra, si se tenía alguno de cemento se le daba con un trapo y con el poco aceite de freír quemado que tenían y brillaba que daba gusto.

Después tenían que traer el agua en cántaros que llevaban: uno en cada cadera, otro en la cabeza y una botija en cada mano. Traían agua para todo pues en casa no había agua corriente. Se llenaban unas tinajas por si acaso un día llovía mucho o estaban enfermas y no la podían traer.

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Para lavar la ropa se bajaba al río y en unas piedras se arrodillaban y en otra más grande y lisa se frotaba la ropa. Para fregar pasaba lo mismo, en unos baldes se llevaba la vajilla, pero aun así era menos costoso y más limpio que fregar en casa sobre todo para aclarar. Los espartos eran de cáñamo y el jabón en pedazo, hecho también en casa- como los pucheros se quemaban mucho con la lumbre había que frotarlos con arena y como no tenían siempre, pues se les daba con grava del río. Las escaleras tenían casi todas atoques que había que fregarlos mucho y con una poca lejía los tenían todos muy blancos. A las planchas de los hogares y otras que tenían de adorno les daban con la suela de las alpargatas viejas y parecían de plata.

He querido escribir esto porque cuando oigo hablar del tercer mundo, me parece bien que pidan ayuda, pero creo que aquí en España hace 60 ó 70 años era parecido y los niños de ahora piensan que todo ha sido así de fácil. Vivir tan bien como viven ellos y no saben que la mayoría de sus abuelos no saben leer ni escribir porque con 8 ó 10 años ya estaban trabajando y en las casas no se tenía agua ni cuartos de baño, que para bañarnos cuando éramos pequeños lo hacíamos en un barreño, y si éramos más mayores en un balde y con un

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cazo nos echaban el agua por la cabeza para aclararnos, pero antes había que ir a coger el agua en una fuente o en el río y calentarla al fuego. Que no se olviden que la vida ha sido muy dura y no hace tanto tiempo, sobre todo en los pueblos pequeños que hace apenas 30 años que tienen agua corriente. Que las niñas se tenían que ir a las capitales a servir en casas de personas algo más adineradas y digo algo, porque nadie les pagaba la seguridad social y ahora no tienen derecho ni siquiera a una pequeña paga.

Amparo Palacián Ferrando Morata de Jiloca

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Viaje por Europa

Mi marido trabajó siempre en la Telefónica y organizaban para los empleados unos viajes estupendos. Desgraciadamente me quedé viuda pronto pero seguí haciendo esos viajes. Recuerdo particularmente el que hice por parte de Europa, viajaba con dos hermanas y una viuda como yo, desde el primer viaje en el que coincidimos nos caímos muy bien y nos hicimos inseparables, sobre todo para dormir pues las dos hermanas compartían habitación y yo con la otra viuda.

Salimos de Zaragoza y como tampoco quiero que esto se convierta en un anuncio de una agencia de viajes, solo contaré los lugares que más llamaron mi atención, de muchas cosas me acuerdo gracias a que siempre me ha gustado apuntar todo en una libreta.

Estuvimos en Nimes, en el sur de Francia, donde visitamos la famosa plaza de toros.

Dirección hacia Suiza, nos impresionó a todos el paisaje, las altas montañas que forman los Alpes. No dejamos pasar la oportunidad de comprar el famoso chocolate suizo y el guía nos contó que la compañía Nestlé tenía su sede aquí, en Suiza. En Zurich contemplamos su maravilloso lago, desde su orilla existían diversos

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senderos que conducían a una arboleda y prados, algunos se fueron a pasear por estirar las piernas, pero la verdad es que nosotras preferimos dar un pequeño paseo en barca. Una de las hermanas, que venían con nosotros, se puso un poco nerviosa, dio un traspiés, un hombre intentó agarrarle el bolso, ella debió de pensar que se lo quería quitar, debía de ser todo por los nervios, ella lo agarró todavía más fuerte y la barca empezó a bambolearse, tanto que por poco acabamos todos en el agua.

En Innsbruck (Austria) nos maravilló contemplar lo que se conoce como el “tejadillo de oro” y se compone de 2.657 tejas de cobre dorado, en la puerta de este edificio estaba tocando una orquesta típica tirolesa, con trajes regionales, que nos amenizó la parada con canciones regionales.

En Viena, capital de Austria, como no podía ser de otra manera, nos llevaron a un teatro típico donde, al que le apetecía le enseñaban a bailar el famoso vals, a nosotras no nos gustaba bailar con otros hombre y bailábamos entre nosotras, imaginando, como habíamos visto en tantas películas de Sisí emperatriz, estar bailando con el apuesto emperador Francisco I pues, ¿quién no había estado enamorada de este famoso emperador?

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Finalmente, el último día lo dedicamos a comprar los regalos para nuestras familias y de regreso a casa. Todos estábamos bastante cansados y con muchas ganas de ver a los nuestros pero decididos a volver a repetir la experiencia al año siguiente.

Fulgencia Pelegrín Narvión Morata de Jiloca

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Un verano en la playa

Somos un matrimonio con tres hijos, y nunca podré olvidar aquel verano en que decidimos irnos a pasar nuestras vacaciones a la playa para que mis hijos vieran el mar por primera vez.

Ese verano fue muy diferente y nos lo pasamos muy bien. Nos fuimos a un pueblo de Castellón llamado Nules y alquilamos un apartamento muy cerquita de la playa. Era muy grande, sobretodo comparado con los que ahora se alquilan, y a mis hijos les gustó mucho, decían que casi se parecía a nuestra casa del pueblo. Incluso nos llevamos el gato pequeño al que los niños tenían mucho cariño.

Pero nada tuvo comparación con la sorpresa tan grande que tuvieron mis hijas al ver por primera vez el mar. Era increíble y les parecía imposible que pudiera haber tanta agua junta y tan azul…

Ellas se lo pasaron en grande, eran capaces de estar horas y horas en el agua, en la arena, en la orilla jugando con las olas… y nunca llegaba la hora de irnos a casa, era tanta su emoción que apenas se acordaron del pueblo.

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El piso lo alquilamos para un mes pero como era mucho tiempo mi marido se iba y volvía los fines de semana ya que teníamos un pequeño negocio y él no lo podía descuidar.

Nosotros íbamos a la playa todos los días tanto por la mañana como por la tarde. Otros días, cambiábamos un poco la rutina y nos íbamos a los mercadillos típicos de los sitios de playa y allí mis hijas se volvían locas de la cantidad y variedad de cosas que había desde comida, flores, ropa y calzado hasta animales.

Un fin de semana que vino mi marido con el coche, aprovechamos para ir a Castellón a ver el puerto, especialmente por la tarde que es cuando vuelven los pescadores con todo lo que han pescado durante la noche y el día.

Era increíble e impensable ver la cantidad de pescado todavía vivo que traían para venderlo directamente al mejor postor en la Lonja. Nosotros también aprovechamos y compramos un poco para casa.

La mayoría de los pescados no los conocíamos muy bien pero nos arriesgamos, aconsejados por la gene del lugar sobre la forma de comerlos y cocinarlos. El único pescado que conocíamos eran las sardinas que por nuestra tierra nos venían a vender, pues al vivir en un pueblo del interior apenas teníamos

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oportunidad de comer pescado y de nuevo nos pareció increíble como cambia el sabor de algunos pescados ya que estos mismas sardinas que antes las habíamos comido en nuestra tierra, allí eran distintas, con sabor a mar… aunque también puede que influyera el hambre que llevábamos.

Para estas fechas coincidimos con las fiestas del Carmen que es la patrona de los pescadores. Después de venir de la playa nos arreglamos para ir a la iglesia que teníamos al lado. Allí celebraron la novena durante nueve días como en Morata, para la de la Virgen de Alcarraz. El último día, sacaron a la Virgen en procesión por las calles cantando y rezando el rosario.

Lo más curioso y lo que más me impresionó fue cuando al llegar a la playa, subieron la peana a una barca y le dieron la vuelta a la playa. Esto nosotros, no lo habíamos visto nunca y me emocioné mucho al ver la devoción que le tenía la gente de esta tierra.

En otra de nuestras salidas nos fuimos a un pueblo de al lado llamado Moncofar que también estaba en fiestas. Allí había muchas vacas sueltas por las calles y casi daban miedo, las corrían los mozos del pueblo y nosotros lo veíamos desde la barrera que había y luego en una plaza las toreaban como en San Fermín. La

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fiesta estaba en la calle, las orquestas y charangas iban tocando por todo el pueblo.

La verdad es que tuvimos suerte, ya que en ese mes había muchas fiestas por los pueblos de alrededor y no nos aburrimos, más bien el tiempo se nos paso volando.

A la vuelta entramos en Teruel a ver a unos amigos y pasamos todo el día con ellos, nos enseñaron lo más típico de Teruel: Los Amantes y la Plaza del Torico que aunque nosotros ya lo habíamos visto, nuestros hijos no.

Por fin, por la noche llegamos a casa, bastante cansados por el largo viaje y las emociones vividas pero muy contentos por volver a casa y por las vivencias irrepetibles que habíamos tenido en este verano.

Manolita Guarinos Guillén Morata de Jiloca

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Paseando en primavera

Paseando por la calle de las bodegas hasta el mirador subí, hay muchos bancos y si quieres puedes descansar, se ve todo el pueblo: la ermita de la Vera Cruz y la de nuestra Virgen de Alcarraz, la torre de la iglesia tan alta y tan bonita, la estación, el río, las carreteras, los caminos, las montañas, los árboles en el campo y hasta los pueblos vecinos de Fuentes y Velilla.

¡Qué bien se está!. Y si subes por la mañana y oyes al cuco cantar, son tantos los recuerdos… que te emocionas, se te pone un nudo en la garganta y casi te hace llorar.

Dando la vuelta a la era del palomar me acerqué al pinar, allí estuve un ratito y la verdad es que todas las penas se te van. Ande un poquito más y entré en el camino del olivar, llegué a la fuente de la teja, ¡que poquita agua cae!, pero ¡que buena y que fresca es!. Me acerqué a beber con intención de seguir el camino para salir a la era del puntal, en ese mismo momento oí unos silbidos y mi corazón me dio un vuelco de alegría, escuché y me percaté de que esos silbidos venían o del puntal o de la era de ver el tren, de mis sitios preferidos para jugar cuando yo era niña.

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Y efectivamente, allí estaba mi amor sentado, fumándose un cigarrillo, esperándome, como si por arte de magia hubiesen coincidido nuestros pensamientos en su deseo de vernos y estar un ratico juntos.

Pero subió mi madre y me quiso pegar porque otro mozo me solía cortejar.

Me cogió mi amado de la mano y huimos corriendo de la tempestad pero yo no hacía nada más que llorar. “No llores amada mía que algún día te subiré a un altar donde nadie te pueda tocar y tu madre ya se tranquilizará y cuando tenga nietos verás que contenta se pondrá. Con tu padre yo he de hablar, seremos muy dichosos”. Yo, casi sin voz, le dije: “si, seremos muy felices”.

Mi madre me había recomendado mi amor primero pero habían pasado los años y ya no podía ser, maldije mis pensamientos, me aferré a él con más fuerza que nunca y con más cariño que nunca nos besamos y juramos amor eterno.

Iban pasando los meses y nuestro amor cada día era más fuerte y bonito y por fin nos llegó el día de subirnos al altar, éramos muy felices.

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Tuvimos nuestros hijos, unos hijos maravillosos fruto de nuestro amor, pero un día, cosas de la casualidad, me encontré con el hombre que yo había querido tanto y ya no lo pude olvidar. Fue como despertar de un sueño, mi marido que se casó con la mujer que más había querido en el mundo, como a nadie, nunca hubiera podido querer a otra mujer, sin embargo, en aquellos momentos yo creí que le amaba, mi corazón me traicionó.

“Lo siento, cariño, yo nunca pensé que esto pudiera ocurrir en la realidad pero ya ves que en el mundo pasa de todo. Te quiero mucho pero no puedo evitarlo, perdóname”.

Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca

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Si mi tía no se hubiese cruzado en mi vida

Estoy orgullosa de la vida que llevo y no seria justo si no reconociera que en parte se debe a una persona muy especial para mí que supo ayudarme en momentos realmente difíciles.

Soy la pequeña de cuatro hermanos, mis padres estaban siempre enfermos, estaban siempre en los hospitales, en mi casa se vivía con tristeza y angustia.

Mis compañeras en el colegio tenían alegría, tenían a sus padres sanos y yo me sentía muy infeliz al ver que mi familia siempre estaba metida en los hospitales.

Cuando mi hermana cumplió 16 años siguió el camino malo, empezó a drogarse y se volvió violenta, un día llego a pegarme y le cogí miedo. Mi hermana solo quería salir de casa, creo que por eso se quedo embrazada con 17 años y se caso.

Recuerdo que el día de su boda estaba loca de alegría y me decía que nada le hacía más feliz que marcharse de casa, para mi fue un duro golpe quedarme sin la única persona que cuidaba de mi, entonces yo tenía ocho

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años y me daba miedo pensar que seria de mi sin mi hermana.

Yo, con ocho años, me encontraba en aquella casa que era una pesadilla. No estudiaba, pasaba de todo, siempre iba con las chicas más holgazanas de la clase y así pasaron los años.

Cuando cumplí 16, mi madre ingresó de nuevo en un hospital. Entonces vino mi tía Laura a la que apenas conocía pues se había distanciado de nosotros y apenas la había visto alguna vez. Se presentó y me dijo si estaba de acuerdo en irme a vivir un tiempo con ella hasta que mi madre estuviera recuperada. Yo, que era muy rebelde, le dije que no la conocía de nada, me daba miedo cambiar de casa aunque la mía no me gustaba pero ya estaba acostumbrada. Todos me presionaron y acabé aceptando y me fui con mi tía a su casa.

Al principio echaba en falta a mi madre pues aunque estaba bien, el cariño no era igual. Mi tía Laura no me acababa de convencer, se que incluso llegué a ser un poco cruel con ella pero mi tía Laura fue muy inteligente y nunca entro en mi juego.

Ella tenía unas normas que había que respetar y poco a poco las fui aceptando. Tenía que hacer las tareas de clase y ayudarle

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en las de la casa. Cuando empecé a calmarme y a comportarme como una persona civilizada, vi lo dulce y cariñosa que era mi tía, para ella debió ser muy duro ocuparse de mi. ¡Y no lo pudo hacer mejor! Consiguió que volviera a estudiar, confió en mí y pude demostrar que no era tonta, eso me dio mucha seguridad, llegué a cogerle mucho cariño. Ella estaba siempre preocupándose por mí y eso era lo que yo necesitaba, una persona que se ocupara de mí.

Consiguió que llegara a estudiar una carrera y lo que soy hoy en día, se lo debo a ella. Creo que mi vida hubiera sido muy diferente si este ángel no se hubiera cruzado en mi camino, por eso he querido dedicarle este relato, ella no puede leerlo ya que murió pero en los últimos momentos de su vida me dijo que se moría pero que ella siempre estaría conmigo ayudándome y guiándome por buenos caminos.

Teresa Temprado Nuño Morata de Jiloca

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Los jóvenes y el botellón

Estoy escuchando Informe Semanal y no puedo por menos que escribir un corto relato, a modo de reflexión sobre lo que en este programa se ha comentado y lo que escuché ya hace unos meses también sobre los jóvenes y el botellón en un programa en el que la presentadora se llamaba Ana y se titulaba Esta es mi historia. Les propusieron en el debate actividades optativas, juegos recreativos porque a parte del daño que se hacen, ponen todo perdido, las calles y las plazas. Un joven sin dudarlo un segundo dijo que prefería salir y pasárselo bien y para eso él tenía que emborrachándose. Yo ante este comentario me asusté, pensé que ese joven no sabía lo que decía, que no conocía las consecuencias del alcohol, si no, seguramente, no hablaría así.

Comentaban que muchos de estos jóvenes que empiezan tan pronto a beber y cantidades tan grandes cuando llegan a los cuarenta están realmente enfermos. Por teléfono entró un señor que no quiso decir su nombre aunque si dijo que había estudiado cinco idiomas, a mí me pareció que no tenía ni idea de lo que estaba hablando y si hubiese estado a su lado en ese momento, creo que me habría enfadado mucho con él. No pude

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entender como defendía y les daba la razón a los jóvenes de catorce, dieciséis y dieciocho años que se están destruyendo ellos mismos, lo primero que pensé fue que el no tendría hijos, ni sobrinos cerca, si no, no hablaría así. También llamó al programa una chica que había estado muy metida en lo que se conoce por “botellón” en sus años de jovencita y decía que para ella, el alcohol era la droga que consideraba más dura pues sin apenas darte cuenta, se pierde el control por completo. Seguidamente, llamó otro joven que corroboró lo que la otra joven había dicho y me gustó su reflexión, cuando se bebe tanto, una persona no sabe lo que dice ni lo que hace por eso hay tantos accidentes de coches y cuando ya por fin llegan a su casa y se acuestan, al día siguiente se sienten tan mal que, si pudieran, no levantarían la cabeza del almohadón pero se van al trabajo o estudian encontrándose fatal, sin ganas de verse. Llamó también un vecino de una de tantas plazas en las que se reúnen estos chicos y al principió se puso un poco fuerte, cosa comprensible porque sobre todo la gente de más edad y con más conocimiento se dan más cuenta de las consecuencias y es que hay que tener la sangre muy fría para no intentar hacer nada por ellos. Empiezan a beber para divertirse y una vez que empiezan se lo pasan tan bien que

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no se dan cuenta de que ese bienestar no les va a durar más de cuatro días.

Yo me quedé muy pensativa y me preguntaba porque las autoridades no ponen más empeño en procurar que sobretodo los jóvenes, sean gente sana pues con el botellón lo único que consiguen son muchos problemas. Habría que darles sitios donde la juventud se sienta a gusto, sé que en algunos lugares ya les han abierto por la noche polideportivos, cursos de baile, de guitarra, peluquería y muchas cosas más para que tengan opción para aprender y al mismo tiempo pasárselo bien.

Me hubiese gustado tanto que hubiese habido muchos jóvenes viendo este programa… quizás así se habrían dado cuenta de las consecuencias que acarrea el botellón, ¿os imagináis a los jóvenes reunidos en las plazas o calles con garrafas de agua y un buen jamón o simplemente unas bolsas de patatas fritas y algo de música, tan necesaria en las fiestas, pero a un volumen que se pueda escuchar sin que el corazón parezca que se te vaya a salir del pecho, además de unas bolsas para echar la basura y no molestar a nadie dejándolo todo sucio?. Pienso que para pasarlo bien no hace falta beber sino tener alegría y ganas de vivir y eso es lo que a los jóvenes debería de sobrarles. La juventud la

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forman nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros sobrinos, parientes y amigos, por eso queremos lo mejor para ellos, si yo pudiera, iría de uno en uno advirtiéndoles del peligro del botellón pues como abuela, veo las cosas de otra manera.

Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca

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En 60 años

Como ha cambiado la forma de vivir de los españoles en 60 años, así es como recuerdo que vivíamos en un pueblo de la provincia de Teruel. Recuerdo los vestidos, que las mujeres no usaban ni sujetadores ni bragas, llevaban unas camisas largas, unas enaguas, una falda y en el invierno refajos y otra falda de paño, las sayas, que era como se llamaban, eran largas y entre una falda y otra llevaban la fladriquera que era donde llevaban el dinero, una bolsa de tela con una trencilla que se ataba a la cintura. En la parte superior llevaban las chambras, en verano usaban toquillas y en invierno, mantones. Todas llevaban el pelo largo recogido con un moño y en encima solían llevar un pañuelo que ataban debajo de la barba.

Los hombres llevaban calzones y los pantalones casi siempre eran de pana, usaban camisa y una faja rodeando la cintura, también solían llevar chaleco y en la cabeza la boina.

A los niños recién nacidos se les vestía con el jubón, la camisetita y un jersey. Se les ponía un pañal de tela y otro de paño. Los pañales eran unos cuadros de tela sujetos con una faja con la que rodeaban la cintura del niño, una especie de venda de tela con a que daban vueltas y vueltas al pañal, se ataban finalmente

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con dos trozos de trencilla y listo. Encima llevaban un faldón y cuando tenían ocho meses o un año los “calzaban” que decían y les ponían falditas a las niñas o pantalones a los.

En cambio ahora ya vemos todos como nos vestimos.

Las casas también han cambiado muchísimo yo describo mi casa pero, más grandes o más pequeñas, todas eran parecidas. Todas tenían tres plantas o pisos, abajo teníamos unas puertas falsas muy grandes que nos servían para entrar al corral con los carros y las caballerías y otra al lado para entrar en la casa. En una de las puertas falsas, se ponían unas vigas para poner arriba leña y se llamaba bardera, tenía dos utilidades, por un lado, hacer sombra y por otra, apilar la leña para bajarla abajo. Debajo se guardaba el carro y también leña seca por si llovía. Luego en un lado teníamos dos chozas y encima estaba el conejar y el gallinero. Los tocinos los teníamos criándolos en casa unos 13 ó 14 meses antes de matarlos y por eso había dos chozas, en una se criaba al cerdo que se iba a matar y en la otra a uno más pequeño que ya se compraba antes de empezar la matacía. En el conejar se ponían los conejos más grandes porque las conejas hacían los cados en el corral y allí parían, cuando salían los conejos del cado

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es cuando se ponían en el conejar para engordarlos y matarlos para comer. Las gallinas se tenían sueltas aunque por la noche se encerraban en los gallineros para que no se los comiera la zorra o las mataran las comadrejas. En un rincón del gallinero se les ponía una cestica con paja y un huevo de yeso para que fuesen a poner allí los huevos, aún así había alguna que ponía donde le daba la gana y encontrabas una nidada de huevos y otras veces de pollicos, los pollos también se sacaban en casa con la culecas. En la cuadra también había un trozo para las caballerías con sus pesebres donde se les echaba el pienso y la hierba, en otro rincón estaba la pajera que servía para traer paja para los animales y en las casas ricas que tenían criados, eso era su cama. En otras casas también tenían cubiertos para tener las ovejas o mejor los corderos y el resto del ganado estaba en las parideras, en ambos, tenían canales para echarles la comida.

En la casa, cuando entrabas, lo primero que te encontrabas era el patio, a mano derecha la puerta de la cuadra a la izquierda un cuarto donde estaba la masadería pues allí era donde amasábamos el pan y lo guardábamos 12 ó 15 días. En este cuarto estaba la artesa en lo alto, en ella se cernía la

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harina y se amasaba el pan el día que tocaba amasar por la tarde. Con un cedazo muy fino se repasaba la harina, en el medio de la artesa se hacía como un pared de harina y se preparaba la levadura por la noche. Había que levantarse muy temprano, sobre las 3 de la mañana para encender el fuego de leña y calentar el agua que se echaba en la artesa, se le iba dando vueltas al agua para que fuese cogiendo poco a poco la harina y no se hiciesen grumos, luego cuando estaba ya amasado se metía el brazo y se golpeaba. Cuando ya estaba dura y trabajada, se preparaban unas cestas, se les ponía todo alrededor las manequillas que son como una bufanda grande de algodón y se calentaban bien, se colocaba un cuadro de tela blanca y por último se echaba la masa de los panes uno encima del otro, se tapaban con la tela blanca primero y luego con las manequillas muy estiradas. En la masa se hacía una cruz y decíamos: “esta masa crecerá como el niño Jesús en el vientre de María” y se rezaba un padre nuestro y un ave Maria. La cesta se llevaba al horno y se cogía la vez, pues el pan se cocía a las 2 horas más o menos de haberla llevado. Se volvía al horno, y sin destapar la cesta, la apretabas, si estaba muy tirante ya estaba la masa lista, volcabas la cesta en un tablero grande que había en medio, y se

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reparaba la masa, es decir se iba partiendo y se hacían los panes, también se hacían unos bollos planos y largos con aceite y azúcar. Cuando el pan estaba cocido se le pagaba a la hornera, un pan de cada 30 y en las mismas cestas que se había llevado la masa al horno, volvían a casa, se metían en la artesa y como ya he dicho, duraban unos 15 días. Casi siempre se guardaba un poco de masa de pan que se freía, bien estirada, en la sartén, así se hacían unas tortitas buenísimas que se podían espolvorear con azúcar.

Nosotros teníamos otro cuarto con una ventana de rete, un ventanuco pequeño que se habría porque teníamos carnicería. Mi madre o mi padre, tenían que ir a las parideras, coger un cordero o una oveja y en las costillas o en una carretilla traerlo a casa, matarlo, despelletarlo y colgarlo para que se secase un poco, luego se partía por la mitas y se hacía chuletas, que se compraba por cuartos y medios cuartos pues pocas veces se podía comprar un kilo de carne. Algunas mujeres cambiaban huevos por carne.

La habitación donde se desarrollaba la vida, era la cocina donde estaba el hogar con el fuego en el centro, un banco a cada lado y detrás de uno de los bancos, estaba el leñero donde teníamos como dos fajos de leña para

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no tener que salir a cada momento al corral. En un rincón estaba el cantarero para tener los cántaros encima; el botijero con las botijas que llenábamos en la fuente. En el otro lado estaba el hueco de las escaleras al que llamábamos el patatero y donde también cabían 2 tinajas más de agua y 2 aparadores donde colocábamos los pucheros y sartenes. También teníamos una pila de granito y encima el escurreplatos. A la derecha del patio estaban las escaleras, el primer piso había 2 salas, una grande con dos alcobas y otra más pequeña, un pasillo para salir a otra calle y más escaleras para subir al granero donde se guardaba el grano para los bichos, la harina que habíamos sacado del trigo, los ajos, las cebollas y un poco fruta. Así eran las casas y las cosas.

Amparo PalaciánFerrando Morata de Jiloca

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El secreto mejor guardado

Alicia era una mujer casada con dos hijos, su marido era agricultor. Recién casaos se fueron a vivir a una torre bastante alejada del pueblo porque allí era donde su marido tenía todas las tierras que él mismo administraba. Al principio, le costó acostumbrarse a la paz que allí reinaba, a ese silencio, a esa soledad… pero al nacer sus hijos todo cambio, sintió que no necesitaba nada más.

Pasó el tiempo, sus hijos crecieron, y un día, como su hija mayor estaba estudiando una carrera a distancia, tuvo que marchar a la ciudad para examinarse. Su padre decidió acompañarla pues así aprovecharía para resolver unos asuntos de carácter económico que había retrasado demasiado tiempo y su hijo menor, que no perdía ocasión, rogó y suplicó poder acompañarles hasta que lo consiguió. Así que se fueron los tres. Alicia se quedó sola al cuidado de la casa y los animales, no era una mujer miedosa y ya estaba acostumbrada a aquella vida de rutina y soledad.

Su vida transcurrió sin más hasta que el Señor decidió que ya era hora de abandonar esta vida, su marido había muerto unos meses antes y Alicia lo afrontó serenamente.

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Cuando murió Alicia, sus hijos que ya estaban casados y vivían en la ciudad tuvieron que regresar al pueblo para solucionar los problemas de la herencia. Aprovecharon un fin de semana para ir a la torre y hacer limpieza. Subieron al desván y efectivamente, allí encontraron gran cantidad de cosas para ellos inservibles que decidieron quemar en una fogata que encendieron en el patio de atrás. Al mover una pesada caja, apareció un baúl que les llamó la atención pues nunca antes lo habían visto. Lo abrieron con gran curiosidad y allí encontraron un vestido de Alicia primorosamente doblado y envuelto en fino papel blanco. Su hija al verlo se sorprendió muchísimo, era un vestido estampado de flores color malva que su madre se ponía sólo en ocasiones muy especiales y que de repente había desaparecido de su armario. Recordó cuantas veces le había preguntado a su madre por él y cómo ella evitaba la respuesta. Lo desenvolvió y al extenderlo para probárselo un fino cuaderno cayó de su interior. Los dos hermanos lo miraron sorprendidos e impacientes quisieron saber de su contenido. Las primeras palabras que leyeron les hicieron caer en la cuenta de que iban a conocer el secreto mejor guardado de su madre. Decía así:

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Lo que aquí voy a escribir es mi gran secreto, que me pesa como una losa, deseo contarlo y liberarme de este sufrimiento pero no haría mas que daño, especialmente a ese hombre tan bueno que es mi marido aunque a veces pienso si no sospechará nada… Cuando mi marido y mis hijos se fueron a la ciudad ocurrió algo que hoy quiero, necesito contar. Al día siguiente de su marcha, estaba en el porche escuchando la radio mientras tejía un jersey cuando vi como se acercaba una camioneta, me levanté y salí a la puerta a ver de quien se trataba, el cansino sol de la tarde no me dejaba ver con claridad así que esperé hasta que llegó a mí. De su interior salió un señor muy apuesto quien muy educadamente, tras darme las buenas tardes, se presentó. Era un fotógrafo que trabaja para una prestigiosa revista de naturaleza e iba buscando el famoso túnel de madera único en la región. Me preguntó si sería tan amable de indicarle el camino mientras me alargaba su mano a modo de saludo, yo acerqué la mía y un escalofrío recorrió mi cuerpo pues jamás pensé que un hombre pudiese tener unas manos de tacto tan fino. Intenté explicarle pero el túnel estaba bastante retirado y no había ninguna indicación que pudiese guiarle así que me ofrecí a acompañarle. Él sonrió, me dijo que no quería molestarme pero yo insistí. Nada más

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entrar en la camioneta me dijo su nombre, se llamaba Carlos, yo me presenté también y entablamos una conversación. Él me preguntó si estaba casada, si tenía hijos y yo a él también así supe que era divorciado, que su matrimonio solo duró dos años pues su mujer no pudo soportar sus continuas ausencias debido a su trabajo. Llegamos al túnel y al bajar de la camioneta y observar el paisaje él se quedó maravillado. Era primavera y los verdes prados, con las montañas al fondo, estaban repletos de multitud de flores silvestres de vivos colores. Rápidamente y como poseído, comenzó a sacar todos los utensilios necesarios para realizar las fotografías, creo que en ese momento se olvidó de que yo estaba allí. Cuando regresó a la camioneta, venía todo sofocado, sonriendo pero con un gesto de pedir excusas por su tardanza, en su mano derecha traía un precioso ramillete de flores y cuando llegó a mí me dijo:

- Espero que no le parezca pasado de moda que un hombre le regale flores a una bella mujer.

El corazón empezó a latirme con fuerza, había estado pensando en mí mientras las recogía, y ante el miedo que sentí que se me notara le contesté:

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- Todo lo contrario pero es que éstas son venenosas.

El al oírlo las dejó caer bruscamente al suelo limpiándose las manos sobre su camisa y yo no puede evitar reírme a carcajadas como quizá nunca lo había hecho y esta vez fui yo la que le pedí disculpas por la broma, me agaché y las recogí del suelo formando de nuevo un maravilloso ramillete.

Carlos seguía admirando el paisaje, repitiendo sin parar las sensaciones que le producía el observarlo, miró su reloj y al ver la hora que era se dio cuenta de que una vez más se le había ido el santo al cielo y auque no había terminado todavía decidió dejarlo para el día siguiente, ahora ya sabía el camino.

De regreso a casa, al bajarme de la camioneta, observé como le caía el sudor por la frente y le invité a tomar un refresco que el agradeció muy sinceramente. Seguimos hablando de mil cosas y el tiempo se fue volando, de repente me asombré al escucharme a mí misma preguntándole si le gustaba la comida casera y si le apetecía quedarse a cenar, él aceptó encantado. Quiso ayudarme pero yo no se lo permití, era mi invitado, así que le acompañé al comedor y seguimos conversando mientras yo trajinaba en la cocina. A mí me extrañaba que un hombre

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así, tan educado, tan atento, no hubiese vuelto a casarse y así se lo pregunté, él me dijo que viajaba mucho y esto era incompatible con la familia, además, guiñando un ojo me dijo que en todos los lugares que iba tenia todo cuanto necesitaba. Mientras cenábamos, él también quiso saber más de mi vida, se extrañaba de que pudiese vivir en un sitio tan alejado del mundo, y la verdad es que hasta ese momento no me lo había planteado y de nuevo un escalofrío recorrió mi espalda, mi giré bruscamente y le pregunté quien se creía que era para cuestionar mi vida, él se dio cuenta de que me había ofendido y de nuevo, me pidió perdón. Yo, aunque creo que ya no venía a cuento le dije que era muy feliz con mi marido y mis hijos, que no necesitaba de nada, ni de nadie más. El comprendió que era hora de marcharse y cogiendo su chaqueta me dio las buenas noches, las gracias por la cena y se marchó.

Aquella noche no puede dormir, no podía quitarme de la cabeza a ese hombre y todos los sentimientos que fluían en mí. A la mañana siguiente me levanté muy temprano y me fui al túnel, a la entrada, y clavada con una chincheta, le deje una nota en la que le volvía a invitar a cenar, sabía que la encontraría, necesitaba volver a verle aunque ni yo misma

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sabía muy bien para qué, o quizás si. Tras una larga caminata llegué a casa y me pasé todo el día pensando si vendría o no. Yo por si acaso, preparé la cena, puse la mesa con todo detalle, subí a mi habitación y empecé a arreglarme para él, me puse mi vestido preferido, el malva de florecitas y me solté el pelo, que yo siempre llevaba recogido, para disimular un poco el pronunciado escote del vestido, me maquille suavemente y me di cuenta de que no recordaba la última vez que lo había hecho. De vez en cuando miraba por la ventana esperando verle aparecer y por fin, unos nudillos golpearon suave pero firmemente la puerta, yo desde arriba le dije que estaba abierto y mi corazón dejó de latir hasta que estuve segura de que era él. Entró y esperó, cuando me vio bajar por la escalera vino hacia mi y ofreciéndome su mano me susurró al oído que estaba preciosa. Sin soltarme la mano me acompañó hasta la mesa y besándola suavemente, me ayudó a sentarme en la silla. El ambiente era de lo más romántico, la música no dejaba de sonar y una vez terminada la cena, bailamos alrededor de la mesa, poco a poco nos fuimos acercando hasta juntarse nuestras mejillas, nos miramos intensamente a los ojos y yo no opuse ninguna resistencia cuando me cogió en sus brazos y me subió a mi dormitorio. Fue una noche de absoluta pasión

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donde nuestros ojos lo decían todo. A la mañana siguiente cuando me desperté él ya no estaba, pensé que se había marchado y un sentimiento, mezcla de vergüenza y alegría, me invadió. Me puse una bata, baje al comedor y allí estaba él esperándome con el desayuno, un nuevo y precioso ramillete de flores y su mejor sonrisa. Pasamos dos días juntos que para mí, aunque me duela decirlo, fueron los más felices de mi vida. Pero llegó el momento, tan temido por mí, de la despedida. Yo llevaba colgada de mi cuello una cruz de Caravaca y sin pensármelo dos veces me la quite y se la puse a él mientras le decía:

- Dicen que sólo da suerte si alguien te la regala, así que espero que tú la tengas.

Él me lo agradeció con un abrazó interminable y los ojos se me llenaron de lágrimas al pensar que mi familia no tardaría en regresar. Él me miró a los ojos y me rogó que me marchase con él, yo no pude sostenerle la mirada y le dije que no, que tenía que pensar en mis hijos, el insistió e insistió dándome razones que llegaron a convencerme y en un impulso eché a correr hacia mi habitación, cogí dos maletas, metí en ellas lo primero que encontré y bajé corriendo decidida a marcharme con él pero cuando llegué a la última escalera y vi la foto de mis hijos colgada en la pared, dejé caer

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las maletas de golpe y tapándome la cara con mis manos le pedí que se fuera. Por fin nos serenamos los dos y comprendiendo que era el final, Carlos cogió sus cosas, las cargó en la camioneta y se marchó. Yo me quedé pegada al cristal de la ventana hasta que desapareció, las lágrimas salían de mis ojos a borbotones y corrían por mis mejillas sin poderlas detener. Por primera vez en mi vida supe lo que era el amor y la pasión, a la vez que era consciente de que lo estaba perdiendo para siempre. Subí las maletas al dormitorio y puse todo en su lugar excepto el vestido de flores malva que llevé mi primera noche con él y decidí que nunca más me lo volvería a poner, lo guardaría como lo que había sido por breves momentos, mi traje de novia.

Al rato oí unos estruendosos pitidos que anunciaban la llegada de mi marido y mis hijos. Me miré en el espejo de la entrada, disimulé los restos de mis lágrimas lo mejor que pude, respiré hondo y salí a recibirles. Mi hijo menor no paraba de contarme a gritos todo lo que había visto, mi hija me invitaba a irnos las dos solas un día de compras… pero sus palabras retumbaban dentro de mi cabeza, que yo sentía hueca.

Mi marido propuso que al día siguiente fuésemos al pueblo pues tenía que llevar varios

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encargos y así lo hicimos. Aparcamos el coche en la plaza al lado de una camioneta que enseguida reconocí. Yo me puse bastante nerviosa y sólo quería terminar pronto y volver a mi casa cuanto antes. Mi marido se extraño bastante de que llevase tanta prisa pero no dijo nada. Al montarnos en el coche me comentó algo de un forastero, yo estaba abrochándome el cinturón de seguridad y al levantar la vista, allí estaba él. Salió primero del aparcamiento y fuimos toda la calle detrás de él. Al llegar al cruce nos detuvimos uno detrás del otro, mi corazón parecía querer salirse del pecho y por la ventanilla de la parte de atrás de la camioneta observé como colgaba mi cruz de Caravaca en el espejo retrovisor. Por un momento pensé en abrir la puerta y echar a correr hacia él pero en ese momento el arrancó y se marchó. Yo me fui a casa preguntándome si había hecho lo correcto.

Pasaron los años, mi marido cayó enfermo y yo lo cuidé con mucho cariño pues siempre fue muy bueno conmigo, aunque después de aquel viaje, nada fue igual entre nosotros, pero él jamás dijo nada. Un día me senté en el borde de su cama, le cogí suavemente la mano y le dije:

- Te quiero muchísimo, perdóname.

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Él con su mano apretó la mía y moviendo la cabeza me dio a entender que no tenía nada que perdonarme.

Apenas unos meses después de la muerte de mi marido, un día llamaron a la puerta, abrí y era un mensajero que me entregó una caja, dentro había un ramo de flores silvestres y una diminuta caja que contenía la cruz de Caravaca, que yo le regalé a Carlos y una nota con estas breves palabras:

-Nunca te olvidé

Y mi corazón se estremeció.

Pilar Bendicho Pascual Morata de Jiloca

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El que vino del mar

Adrián es el nombre de mi nieto pequeño que nació cuando su hermano Jorge tenía año y medio. Mi marido y yo nos habíamos trasladado a Zaragoza una semana antes de la fecha prevista para el alumbramiento, para cuidar de Jorge cuando los padres tuviesen que ir al hospital pero que va, nació en la fecha prevista, el 16 de mayo a las 11 de la noche. Al día siguiente, una de las festividades del santoral era San Adrián y los padres decidieron que ese sería su nombre que significa: “el que viene del mar”:

Y nació muy hermoso que es como llamamos los de mi generación a los niños que nacen con un peso considerable y que se crían casi sin sentir, es tan buen comedor

A veces, cuando vamos a visitarles y es casi la hora de la cena, Adrián ya se encuentra sentado a la mesa en un taburete alto para llegar mejor, nos mira, pero no se atreve a abandonar su puesto, su madre le amenaza: “Adrián, dales un beso a los abuelos”, pero él le contesta moviendo la cabeza de un lado para el otro “no, no, no, no…” entonces su madre nos mira conteniendo la risa y le dice de nuevo. “Si no les das un beso ahora mismo a los abuelos, te quedas sin cenar”, entonces Adrián

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se tira del taburete y no solo nos da un montón de besos sino también fuertes abrazos sin dejar de mirar a su madre de reojo para asegurarse de que ella lo está viendo.

Algunas tardes, si estamos en Zaragoza, nos gusta ir a recogerles al colegio y después los llevamos a la tienda de su madre para que merienden, Jorge nada mas entrar ya le está pidiendo un huevo Kinder o cualquier otra chuchería de esas que les gustan tanto a los niños, pero Adrián no, él le dice: “Mamá: jamón, salchichón, chorizo…” su madre que ya conoce sus reacciones le contesta: “no hay”, entonces Adrián mira hacia el mostrador donde esta el embutido y señalando con su dedito le dice todo enfadado: “que siiiiiiiiiiii”.

Es un niño alto, rubio y de piel morena, muy extrovertido, ingenioso, creativo y bastante posesivo sobre todo con los juguetes de su hermano Jorge, como quiera alguno, no para hasta que lo consigue y luego mira a su hermano con una sonrisa de triunfo, pero entre ellos se llevan muy bien.

Jorge siempre ha ejercido de hermano mayor pues a los seis meses, su madre se tuvo que incorporar a su puesto de trabajo y Jorge fue el encargado de cuidar de su hermano en la guardería y lo cierto es que lo cumplió con mucha responsabilidad para su corta edad.

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Adrián es muy alegre y cantarín, nada más nacer y al igual que a su hermano, su padre lo hizo socio del Real Zaragoza, recuerdo que apenas sabía hablar y ya canturreaba el himno de este equipo de fútbol. La verdad es que llamaba la atención.

Recuerdo que un año para las fiestas del pueblo fuimos una mañana a tomar un vermú al bar del pueblo y al entrar, Adrián vio la imagen de un león que él asoció con dicho equipo de fútbol y ni corto ni perezoso se puso a cantar el himno. A un joven que había allí, le hizo tanta gracia que lo cogió en volandas y lo sentó encima del mostrador y ambos mano a mano se pusieron a cantar a pleno pulmón, incluso el médico del pueblo que también estaba allí, se acercó y me preguntó: “¿Qué años tiene el niño?”, yo le contesté que dos y él se echó a reír admirado del desparpajo de mi nieto.

Es muy impulsivo, generoso pero de ideas muy fijas, si dice a alguna cosa que no, no te empeñes que no conseguirás que cambie de opinión.

Estos pasados carnavales dijo que no se disfrazaba y de nada sirvieron los ruegos y las amenazas de sus padres, dijo que no y fue que no. O por ejemplo su negativa a ir a clases de natación a pesar de que el agua le encanta y

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todo porque el primer día que fue a la piscina, el profesor para quitarles el miedo no se le ocurrió otra cosa que echarle agua de repente con una regadera y “sin visar” que decía él con su media lengua y por si fuera poco sin dejarle tiempo a reaccionar lo empujo a la piscina.

Ahora ya ha pasado bastante tiempo y le encanta bañarse en la piscina con su hermano pero a clase de natación, sigue sin querer ir, yo creo que no le perdonará nunca a aquel profesor ese primer chapuzón.

A los dos les encanta la compañía de su abuelo Victor, ¡como disfrutan los tres haciendo la tortilla de patata! y es que Víctor es todo un experto, casi siempre es Adrián quien lo propone: “¿Abuelo, hoy toca tortilla de patata?” y Víctor que está deseando complacerles le contesta: “si, hoy toca”.

Juntos se meten a la cocina, cada uno se coloca en un lugar de la mesa y esperan las instrucciones del abuelo. Víctor pela las patatas y los niños se pelean por retirar las pieles, luego atentos observan como el abuelo las corta en trocitos menudos. Jorge abre el armario y el abuelo le indica que sartén coger, se la pasa a Adrián y éste al abuelo.

Víctor comienza el proceso de la fritura con los niños a distancia, Adrián enseguida

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empieza a preguntar: “Abuelo ¿ya está?”, sin dejar pasar ni dos minutos, vuelve a preguntar: “Abuelo ¿ya está?” y Víctor para intentar que el tiempo se les pase más rápido les empieza a contar historias que los niños siguen con mucha atención. Cuando la patata ya está lista, los niños saltan de los taburetes, Víctor les acerca un recipiente, y los huevos… y empieza la batalla por ver quién los bate así que para evitar peleas hay que organizar turnos.

Una vez terminada la tortilla, todos observan satisfechos el resultado y se disponen a comérsela, pero no en cualquier sitio sino en la terraza que es acristalada y se puede usar tanto en invierno como en verano.

La verdad es que desde el primer día que hicieron tortilla de patata con el abuelo se la comieron allí y ahora es como un ritual, tanto que aunque sea su padre el que la hace, la tortilla hay que comerla en la terraza.

A veces los observo mientras juegan y me pregunto “¿qué serán estos niños cuando sean mayores?” no lo se, espero que sobretodo sean felices y respeten a los demás, que sean dos almas nobles.

Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

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Vidas diferentes, amores diferentes

Hay quienes afirman que la suya, es la historia de un fracaso amoroso que se veía venir de antemano, pero para Rosa se trata de la historia de lo que el ser humano es capaz de hacer por la fuerza del amor. Rosa tenía 27 años cuando viajó a Kenia junto a su novio. Marchó sin saber que este viaje sería decisivo en su vida ya que allí se enamoró perdidamente de Yaro, un guerrero masai con el que apenas podía comunicarse, pero por el que decidió romper con su vida anterior para iniciar una aventura extremadamente difícil.

Durante cuatro años, en los que nació una niña fruto de su amor con Yaro, intentó adaptarse a sus costumbres y sobrevivir sin las comodidades de la vida que ella tenía, ya que era de una familia muy bien acomodada, pero la brecha cultural existente entre Rosa y Yaro, las constantes infecciones de malaria y la degeneración de su relación por culpa del alcohol y los malos tratos, hizo que su cuento de hadas llegara pronto a su fin.

Ya han pasado más de 38 años desde aquel mágico flechazo pero Rosa todavía lo recuerda con un brillo especial en sus ojos: “Volvíamos de una visita en barco, a bordo había unas 30 personas y Marcos y yo éramos

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los únicos blancos, de repente me giré y lo vi. El era Yaro, y me enamoré de él como nunca había estado enamorada. Es difícil de explicar, pero en ese momento, toda mi vida anterior dejó de tener importancia. No me interesaba mi negocio, ni mi novio, solo me interesaba ese hombre al que quería. No me lo sacaba de la cabeza y volví a por él. Cuando el barco llegó a tierra no encontramos el autobús y en ese instante se acercó el masai y nos preguntó en un inglés muy rudimentario si nos podía ayudar. Para mí fue una señal del destino porque el hecho de que fuera él, entre las 30 personas que había en el barco, el que se ofreciera a ayudarnos, significaba que algo había pasado entre nosotros. Nos acompañó al hotel y nos invitó a su pueblo, a visitarlo. Pasamos un rato juntos, hicimos fotos y luego nos fuimos cada uno por nuestro lado. Después de este primer encuentro yo me quería quedar en Kenia pero en realidad volví con mi novio a Suiza y fue al cabo de medio año cuando regresé para buscarlo. Vendí mi negocio, una tienda de trajes de novia y fui a buscar a Yaro. Sé que es difícil de entender que hiciera esto cuando apenas nos conocíamos, ni siquiera nos habíamos besado ni mucho menos rozado pero no podía pensar mas que en él y estaba muy convencida de este amor. La búsqueda fue dura, sólo tenía una foto de él. Tuve que viajar

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por todo Kenia, días enteros, semanas hasta llegar al último pueblo donde había civilización, enseñé su foto a muchísima gente, hasta que di con una persona que me llevó hasta él. En ningún momento perdí la esperanza lo que si me puse fue muy enferma y ya no sabía si iba a morir o a salir con vida de esa búsqueda. Reconozco que en esos momentos tan duros tenía ganas de volver con mi familia, pero ya era imposible porque estaba demasiado débil, no podía casi ni caminar. Yaro se enteró de que lo estaba buscando y estuvo dos días caminando para encontrare. Se alegró mucho de verme, me dijo: “Siempre supe que si me querías me ibas a encontrar. Ahora te vas a quedar y te vas a convertir en mi mujer”. Al principio yo estaba tan contenta que no vi ningún problema. Mi suegra me aceptó y eso fue una gran suerte, pero con el tiempo me fui quedando en los huesos, casi no comía, vivía a base de té, tampoco había baño, tenía que ir a hacer mis necesidades por ahí y todos los niños me seguían”. Dice riéndose: “mi marido tenía que espantarlos, no había ducha, todos los días bajaba al río y me lavaba, cogía agua, iba a buscar leña… los masai tienen una vida dura pero a pesar de todo, quería estar con Yaro. Era tan feliz que aceptaba todos estos inconvenientes. Estaba tan bien con él, que llegó el día de nuestra celebración. Lo recuerdo

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como un día grande con más de 300 invitados venidos de diferentes tribus. Las personas mayores eran las que decidían cuado estaba la luna en la posición adecuada para celebrar la boda, hay que encontrar maíz, azúcar, se necesitan vacas, cabras y entonces se baila y se celebra la noche de bodas. En su cultura el sexo solo sirve para tener hijos, no hay besos y se iba directo al grano, me sentía unida a Yaro por amor y meses después me quedé embarazada. Casi todos los días había problemas en la convivencia, no era el hombre, era un elefante que se cruzaba en el camino, aunque los auténticos problemas empezaron cuando yo me puse gravemente enferma, no sabía si iba a poder tener a mi hija, pasé varios meses en el hospital y por fin nació una niña preciosa a la que llamamos Napi. Mi marido empezó a ponerse celoso porque pensaba que me veía con otros hombres, eso para mí era muy duro, dejamos la tribu y nos fuimos a la costapero, allí se complicaron más las cosas. Una mujer no podía mirar a los ojos a un hombre. Yo abrí un negocio para que nosotros pudiésemos vivir y comer pero como mi marido no sabía ni leer ni escribir, yo tenía que hacer las compras, cargar el material, hasta sacos de 10 kilos de harina de maíz, tenía que regatear con hombres y como para mi era difícil su idioma, tenía que mirar a los ojos a los clientes para

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entenderlos y eso se convirtió en un problema. Yaro empezó a beber, se juntaba con los turistas que lo invitaban a copas. Empezó a tener problemas con el alcohol y yo estaba tan aborrecida que no tuve fuerzas para seguir. Tuve que mentirle, una vez que tuve todos los papeles, para que me firmara y poder traerme conmigo a la niña. Para que pensara que iba a regresar, se lo dejé todo, mi negocio, la cartilla del banco, el coche… en el último momento me dio su consentimiento para irme a Suiza.

Volver a empezar en Suiza fue mucho más fácil aunque cuando volví, no tenía nada, solo a mi hija. Luché de nuevo y conseguí un buen puesto de trabajo que nos permitía vivir a mi hija y a mí.

No me arrepiento de nada, seguí lo que me dictó el corazón y me volví fuerte, gracias a las cosas que viví, gracias a ese amor tan grande, toda la vida estaré contenta de lo que tuve con Yaro. Cinco años después de esta historia me enamoré de un antiguo compañero de colegio que ya gustaba entonces y hoy, soy feliz con mi marido y mi hija”.

Rosa, gracias por contarme tus vivencias, hace muchos años, como amigas que somos. Hoy las relato para que las personas que las lean, vean que siempre han pasado cosas y cosas.

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Teresa Narvión Tomás Morata de Jiloca

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Mi amigo y yo

Juan era el cuarto de siete hermanos, todos habían nacido en Calatayud en el seno de una familia trabajadora y feliz, pero la desgracia cayó pronto sobre ellos. Su madre María cayó enferma de muerte y tras una penosa y larga enfermedad murió.

Juan tenía seis años y su padre no hacía más que trabajar para sacar a sus siete hijos adelante, sin poderles dedicar mucho tiempo. A Juan se lo trajeron a vivir a Munébrega, unos tíos que eran solteros y pudientes, de esta forma nunca le faltó de nada, pero también hay que decir que se crió junto a dos solterones y una criada gruñona.

Así fue pasando su infancia, pero a su manera el era feliz. Siempre destaco en la escuela ya que era muy inteligente, y cuando en aquellos tiempos estaba muy masificada porque había muchos niños, el fue uno de los más destacado. Juan tenía sus amigos con los que pasaba largas horas jugando a las canicas o “pitones”, pero entre todos ellos había una que era más especial y con quien compartía sus secretos y problemas. De esta forma llegaría a la adolescencia.

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Juan y Marcos, que así se llamaba su amigo empezaron a tontear con chicas, como Juan ya estaba un poco hastiado de vivir junto a sus tíos y la malhumorada criada, pronto se enamoró de Mariola. Acababa de cumplir 18 años.

Marcos por su parte también se enamoró de Rita y la verdad es que pese a su juventud se enamoraron profundamente.

Acababan de comenzar su relación, cuando inesperadamente llegó la guerra. Los dos chicos tuvieron que incorporarse a filas y en ese momento la tristeza les invadió, aunque no le quedó otro remedio que separarse con la esperanza del reencuentro cuando todo terminara.

Juan pasó todo el tiempo en el Puerto de Escandón y allí debido a su buen hacer y simpatía, despertó en el Capitán del regimiento un gran interés, tanto que lo nombro su asistente y junto a él iban pasando los días de tiros, cañonazos y penas.

Un día el Capitán lo llamó a su despacho y le dijo muy en serio: “Juan, mañana mismo te vas a marchar a tu casa quince días de vacaciones, así podrás ver a tu familia y a tu novia, que ya hace mucho tiempo que no los ves”. Pero el muy serio y no queriendo

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abandonar sus obligaciones por tanto tiempo, le contesto: “Pero mi Capitán, no puedo irme dejándolo solo tanto tiempo, usted me necesita”.

Pero el Capitán insistió: “Te he dicho que mañana mismo te vas y te lo ordeno, así que hasta el día veinte no regreses”.

Así ocurrió Juan se marchó a su casa, y allí se entero que en su campamento se produjo una terrible y sangrienta contienda, donde hubo muchos muertos. Fue una de las mas terribles y aunque el nunca volvió a ver a su capitán, nunca lo olvidó pues le salvó la vida.

La guerra acabó, Juan y Marcos volvieron a casa orgullosos de haber cumplido con su deber así pronto decidieron intentar borrar de sus mentes la tristeza y las horas negras de la guerra reanudando su noviazgo.

Ellos al principio estaban llevándolo en secreto, ya que eran muy jóvenes y temían el rechazo de los padres de sus novias, pero un día hartos ya de su situación decidieron dar un paso adelante y hablar de su relación para así casarse cuanto antes. Si se querían tanto no tenía objeto seguir esperando.

Ambos chicos así quedaron, acordando que quien lo hiciese en primer lugar fuese Juan

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ya que a Marcos le daba mucho respeto su suegro.

Un día, Juan en lugar de quedarse en la calle con Mariola como era costumbre, entró en su casa, y con una mezcla de miedo y valentía le dijo a su suegro sus intenciones.

El padre de Mariola, un hombre más bueno que el pan, lo único que les dijo fue que si estaban seguros ya que eran muy jóvenes, pero que en el caso de que fuese que sí el no se opondría. Así pues Juan, más contento que unas pascuas le dijo que no se preocupara por nada, ya que nunca había estado más seguro de algo.

Al día siguiente fue a contarles a sus amigos:

- Ves Marcos, como no pasa nada, ¡Ahora te toca a ti!

- Si contesta él, lo haré esta misma noche.

“Pobre Marcos no sabía lo que les esperaba a los dos”.

Marcos después de comentárselo a Rita y ésta ponerlo sobre aviso de su mal genio, aceptó y esa misma noche Marcos subió a su casa. La visita no pudo tener peor acogida, el padre de Rita lo echó con cajas destempladas, diciéndole que se fuese de allí y que olvidara a

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su hija. Rita lloraba e imploraba a su padre, diciéndole que le quería y que Marcos era buen chico con el que sería feliz, pero no hubo nada que hacer.

A pesar de la prohibición ellos se siguieron viendo hasta que un día el padre de Rita se enteró. Se metió en su alcoba cuando ella ya se disponía a dormir como era costumbre todos los días. Rita al darse cuenta de sus intenciones comenzó a chillar horrorizada gritándole que era su hija. De esta forma reaccionó, no sin antes amenazarla con llevar a cabo el abuso sino dejaba a su novio.

Rita presa de una gran tristeza, optó por romper su relación con Marcos y meterse monja, no viendo otra solución.

Este pequeño relato que he intentado transmitirles es una historia real que yo oí hace ya mucho tiempo y que me marcó profundamente. Los nombres no son los verdaderos pero si la historia del abuso que estuvo a punto de cometerse.

Rita ingresó en un convento de Dominicas, donde ha vivido hasta su muerte. Juan y Mariola se casaron y fueron muy felices, tuvieron cinco hijos y nietos que les colmaron de felicidad. Mariola murió primero y Juan le siguió cinco años después ya no podía estar sin ella.

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Siempre comentaron que no pudieron hacer nada por la felicidad de sus amigos.

Marcos se caso con otra chica Olga y todavía siguen aquí con nosotros también tienen hijos y nietos.

Para finalizar sólo decir que así fue la historia de dos amigos, desde su infancia, adolescencia, juventud, madurez y últimos años.

Y como podía concluirlo…Supongo que diciendo que nadie tenemos el derecho de truncar la vida o felicidad de otra persona. Que hay tres pilares básicos en una convivencia: Respeto, Diálogo y Comprensión.

Ana María Mateo Gil Munébrega

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A mi querida suegra

Un año más, quiero escribir un relato para participar en el concurso que organiza la escuela de adultos y he pensado que podría estar dedicado a usted aunque por desgracia, no la llegué a conocer pero por lo que me cuenta su hijo más pequeño que hace bastante tiempo que es mi marido y por sus otros hijos me atrevería a decir que la conozco bastante bien.

Su vida no fue fácil pues los años que le tocaron vivir tampoco lo eran. Tiempos de dificultad y de escasez. Cuando se casaron y en primer lugar, se quedaron a vivir en su pueblo ya que no tenían nada, como en la mayoría de las casas, pero el abuelo era muy buen cazador y traía mucha caza con la que se alimentaban, además de alguna perrica que ganaba. Luego vinieron los hijos y hacía falta mas de todo, más comida, más ropas, más zapatos o alpargatas… y no llegaba para todo pues tuvieron cuatro hijos, dos hijas y dos hijos.

Me dice su hija que usted tenía 33 años cuando falleció y que pasó mucho en su enfermedad. Me contaba que todo el dinero que podía reunir se lo gastaban rápidamente en Zaragoza en médicos y allí se quedaba todo.

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Usted trabajaba mucho pues además de cuidar de sus hijos tenía que cuidar de los animales que había en la casa, tenían un patio muy grande que le daba mucha faena, hacía mucho frío y cogió una pulmonía que no pudo curar, esa fue su enfermedad que le duró bastante tiempo. Su hijo pequeño tenía 5 años y su hija mayor 11, a ella le tocó hacer de madre a pesar de su corta edad y cuidar de sus hermanos, de la tía con la que se marcharon a vivir, pues ya vivían en el pueblo de su marido, que estaba siempre enferma y que murió pero de vieja. También a todos los hermanos les tocó cuidar de los abuelos paternos porque al abuelo le dio un “paralís” y tuvo que estar en una silla y la abuela se fue de cabeza

Todos han sido hombres y mujeres buenos que se han llevado muy bien entre ellos y que se portaron muy bien con su padre, el pobre hombre al quedarse viudo tan joven tuvo que trabajar duro.

Abuela, estoy escribiendo con lagrimas en los ojos porque también se que era muy buena y muy guapa, esto me lo contaba mi madre que también la quería mucho y también me decía que la querían todas las vecinas. ¡Ay abuela si hubiera vivido cuanto hubiera gozado con sus hijos tan hermosos!, ya tienen todos

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nietas y nietos, todos muy guapos unos morenos otros rubios… en total 8 nietos y nueve biznietos.

Yo que he tenido tres hijos y cinco nietos se lo que se quieren y lo que se goza sobretodo con los nietos pues tenemos dos nietas de 14 años, otra de siete y un niño y una niña de 2 añitos.

A mi marido le dicen que se le parece a usted y yo estoy muy orgullosa de ser su mujer, no sabe cuánto se acuerdan sus hijos de usted.

Cuando estoy leyendo este relato en voz alta, le saltan las lágrimas a mi marido porque casi no la conoció. Nunca hemos tenido una foto en la familia para conocerla físicamente, sin embargo, hace poco encontramos una foto antigua en la que estaba usted en la escuela con otras niñas. Nos aseguraron que era usted y no hay la menor duda pues es igualita a mi hija pequeña. Ahora la tenemos todos los hijos

Abuela, a su hijo le he querido muchísimo y estoy segura de que de igual forma, la hubiese querido a usted.

Rosario Pablo López Velilla de Jiloca

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Mis abuelos

Yo vivía con mis abuelos. Con mi abuela me iba a espigar, es decir, a coger lo que se dejaban los segadores en el suelo para que comiesen las gallinas, también cogíamos caracoles…y una de esas veces, nos pilló una tormenta en la vega, mi abuela se fió porque pensó que no iba a ser nada, sin embargo, empezó a llover de una forma bestial incluso cayó granizo y de nuevo un agua intensa, cuando nos quisimos dar cuenta había crecido el barranco y el río de tal manera que entraba el agua por todas las fincas. Yo me asusté y empecé a llorar, mi abuela, como podía, hacía “paradas” para que no se me llevara el agua, es decir, iba haciendo montoncicos con la tierra para que el agua no entrase más donde estábamos. Al ver que no paraba de crecer el río y que no paraba de llover, mi abuela, me subió a un árbol. De repente mi abuela empezó a dar unas voces y entre mis lágrimas vi que se acercaba un hombre al que también le había sorprendido la tormenta e iba cruzando las fincas camino del pueblo. Mi abuela le pidió a gritos que nos ayudara y sobretodo a mi pero él le dijo que se salvara cada uno por donde pudiera y dando grandes zancadas se marchó de allí. Yo continuaba en el árbol llorando y mi

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abuela abajo, yo de vez en cuando le decía: “abuela, que se te va llevar el agua y te vas a ahogar” pero mi abuela me decía: “Tú quietecica que a mi no me va a pasar nada” y yo así lo creía. Mi abuela acabó abrazándose al árbol con todas sus fuerzas hasta que dejó de llover y el agua empezó a bajar, entonces me bajó del árbol y llevándome bien agarrada de la mano nos fuimos a casa llegándonos el agua todavía a la rodilla.

Mi abuela también me mandaba a la era con mi abuelo para que le llevara los burros cuando estaba trillando. Yo no quería llevar el trillo, no me gustaba, por eso, sacaba a propósito los burros fuera de la parva y mi abuelo me gritaba: “que así no se llevan los burros” y me mandaba a casa, yo me bajaba por el cerro a la carretera donde había una noguera, cogía un puñado de nueces y me subía otra vez a la era, con una navaja sacaba los “nogajos” pues aún estaban verdes, los pelaba y allí me los comía. Mi abuelo cuando me veía me mandaba otra vez que cogiera los burros mientras él torneaba la parva. Yo los cogía de nuevo pero los llevaba por todos los montones, entonces mi abuelo otra vez me chillaba y me mandaba a casa, yo entonces, echaba a correr sin mirar atrás no cosa se arrepintiera. Cuando llegaba a casa mi abuela

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me preguntaba que por qué volvía tan pronto y yo le decía que porque sacaba a los burros fuera de la parva para que el abuelo me mandara a casa y ella se reía.

Vivía también con nosotros una tía que me llevaba sólo cuatro años con la que jugaba y hacía trastadas por ejemplo, cuando mi abuelo dormía la siesta nosotras fingíamos que reñíamos y nos pegábamos y pasábamos chillando delante de él, lo despertábamos y él salía detrás de nosotras con la gayata para pegarnos pero nunca nos alcanzaba.

Mi tía me quería mucho y cuando fui un poco más mayorcica me hizo un vestido de una sabana vieja y lo tiñó de rojo. Yo iba la mar de contenta con mi vestido y el lazo que me había puesto pero mi tía me decía: “ten cuidado en el baile no te de alguien un estirón, que te quedas sin vestido” y es que la sábana con la que lo había hecho estaba bien pasadita. A mi no me importaba era muy feliz con mi vestido rojo, entonces ella para chincharme me cantaba: “La gallina se ha cagau / y la Alicia lo ha limpiau / con el vestido colorau”.

Lo malo que me sabía entonces y lo que me rio cuando lo recuerdo ahora.

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Alicia Langarita Asensio Velilla de Jiloca

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Mi primera matacía

Vivíamos en Barcelona, mi hijo ya tenía dos años y como mi marido había cogido 15 días de vacaciones nos decidimos a ir al pueblo para pasar las navidades con la familia. Cogimos el tren a las 8 de la mañana, íbamos cargados con las maletas, el niño y la comida para todos ya que había que comer en el tren pues llegábamos a Calatayud a las 5 de la tarde. Lo peor eran los departamentos del tren pues el niño no quería mas que correr de un lado para el otro y nos costaba mucho trabajo mantenerlo un rato sentado y luego los túneles, se colaba el humo y la carbonilla de tal manera que teníamos que taparnos la boca para no tragar toda aquella porquería. Por todos estos inconvenientes viajábamos tan poco, aunque ese año fue diferente.

Al llegar a Calatayud no teníamos medio de transporte para llegar al pueblo hasta que nos indicaron que había un taxi parado en la misma estación que nos podría llevar y lo cogimos. Cuando llegamos al pueblo y tras saludarnos, la abuela Manuela, me cogió al niño y desapareció hasta la hora de la cena, nosotros ya empezábamos a preocuparnos pero cuando llegó nos contó que había ido de casa en casa por todo el pueblo enseñando la

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hermosura de nieto que tenía. Nos sentamos a cenar y mi suegra me rogó que me diese prisa pues estaban con todos los preparativos, yo me sorprendí pues no sabía de que me hablaba pero me sentó en una silla y me puso a pelar cebollas por lo que acabé llorando como una descosida. Llegaron dos sobrinos que le dijeron a mi hijo:”mañana nos levantaremos bien temprano para matar al cerdo y nosotros le cogeremos del rabo”. Ahí empecé a comprender, estaban en plena matacía, para mi iba a ser la primera pues nunca me había visto en nada parecido. Y efectivamente, nos levantamos temprano, entre dos luces, mi suegra nos hizo subir a mi hijo y a mi al solanar que estaba encima del corral, que era el lugar donde se iba a realizar la matacía. Cuando mi hijo oyó gritar al cerdo mientras le clavaba el gancho, empezó a gritar también como un descosido, gritaba el cerdo, gritaba mi hijo, y ninguno paraba, así estuvieron un buen rato hasta que como pude me llevé a mi hijo al rincón más alejado que encontré en la casa, presa de un ataque de nervios y con los oídos bien tapados. Subieron a buscarnos cuando ya había terminado y entonces bajamos al corral. Una prima de mi marido me puso un delantal blanco y me dijo: “Hala maña, que nos vamos a lavar los menudos al río”, hacía un frío que pelaba pero cogimos un balde con agua

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caliente y otro con los menudos. Cuando llegamos al río, me dio a mí el más ancho y me dijo: “Toma y acláralo” pero como yo tenía las manos tan frías se me fue río abajo, empecé a correr con una caña a ver si lo podía coger pero el agua corría más que yo y lo perdí. Con gran disgusto se lo dije a mi prima quien me dijo que no me apenara porque en la tienda vendían anchos de toro que servían igual. A la hora de la comida, yo le di de comer al niño y cuando me senté a la mesa y vi a todo el mundo comiendo de la misma fuente, metiéndose la cuchara a la boca y luego otra vez a la fuente, no pude comer, todos me preguntaban que por qué no comía pero yo les decía que no me encontraba bien, así me dejaron tranquila.

Pasamos la tarde haciendo los embutidos y las faenas propias y por la noche, como mi suegra era muy viva y esa noche de nuevo éramos muchos para cenar, a mi, sin decirme nada, me puso un plato.

Cande Ibáñez Moya Velilla de Jiloca

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Inseparables

Una tenue brisa lo sacó del adormecimiento, en que estaba sumido; el aroma que desprendían las flores de un jardín cercano le despejaron el cerebro.

El sol se abría paso entre las nubes augurando un buen día, cuando un pequeño destello de luz, recorrió su cuerpo, y un gesto de agradecimiento transformó su cara. Abrió los ojos, y a su alrededor un remiso invierno daba paso a una estrenada primavera.

Los árboles centenarios presumían orgullosos con sus tímidos y tiernos brotes, alguna hoja despistada bailaba su último vals,

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mecida por el viento, las primeras mariposas revoloteaban por las prematuras florecilla, salpicada por el césped, cerca de ellas solo el trino de unos madrugadores pajarillos rompían la suave calma que en esos momentos se respiraba.

Desde un rincón del parque una sombra anónima vigilaba todos los movimientos de sus habitantes, como todas las mañanas, como si de un padre se tratara. Las gentes del barrio se habían acostumbrado a su presencia y a la de su amigo.

En ese momento el reloj de la iglesia anunció con ocho campanadas la hora. El barrio va cobrando vida.

Las viviendas se desperezaban abriendo sus puertas y ventanas a los aromas del nuevo día, que se mezclaban con el aroma a café de un bar cercano.

Mira ves, en una de las aceras hay un grupo de hombres, con mochilas al hombro, esperando impacientes la llegada de un coche que les lleve a sus puestos de trabajo, algunos son emigrantes que han venido de países lejanos en busca de trabajo; unos están solos, otros se han traído a sus familias con la esperanza de poder regresar algún día a su tierra.

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Pasa una señora joven que lleva un niño cogido de la mano y le dice:

- Venga David, no te entretengas que llegaremos tarde al colegio.

- Espera que quiero saludar al señor, como todos los días.

- ¡Bueno pero hoy rápido¡

- ¿Hola como estas puedo tocar a tu amigo?. Yo también tengo otro en casa como este.

- Hoy no podemos entretenernos más que se hace tarde.

Se acercaba el medio día y la luz del sol cegaba las ventanas, de repente una sombra tapó mi cuerpo, levanté intrigado la vista de mi lectura; era una señora de mediana edad, que se sentó a mi lado suspirando profundamente y sollozando, estrujando con rabia contenida unos papeles, pasados unos minutos, y mas serena desplegó con mucho cuidado el papel que tenía entre las manos, y con un susurro de voz, leyó lo que allí ponía.

Cuando se dio cuenta que no estaba sola dobló la hoja y la metió en el sobre del que la había sacado, el membrete era del Insalud, apresuradamente abrió el bolso, metió la carta, sacó unas gafas oscuras se las puso y se fue con su dolor paseo arriba.

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Seguí leyendo en compañía de mi fiel amigo, cuando noté que unos ojos llenos de curiosidad me miraban sin pudor. Me fijé en un grupo, mientras se aproximaban más a mí.

Una mujer de mediana edad salió del grupo, llevando a otra más mayor del brazo, y dijo mirando a sus compañeras:

Nosotras nos quedamos en esta banco descansando un poco, cuando terminéis la visita por la ciudad nos venís a buscar.

En esto que la calle se empezó a animar; las chicas y los chicos salían de los colegios alegrándonos la vista con su presencia y juventud.

Las dos señoras observaban el comportamiento de algunos jóvenes que se habían sentado frente a ellos.

Te das cuenta que no saben decir una frase entera sin meter cuatro tacos, que manera de expresarse tienen.

¿ Te das cuenta?

-Alto y claro, igual que tú, es que como gritan tanto.

-Tranquilízate mujer, que te va a dar un infarto, y escúchame. Y como vio que su amiga llevaba idea de no seguir le dice:

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Sin embargo estoy de acuerdo contigo, que poco esfuerzo les costaría hablar correctamente, y sin gritar.

Mira, ya se acerca el grupo a ver que nos cuentan de lo que han visto.

-¿Qué os ha parecido la ciudad? Les dijo la señora mas mayor.

-Es una ciudad con mucha historia, dice la amiga con muchas ganas de contar lo que había visto. Aquí han convivido tres culturas, musulmana, judía, y cristiana, y muchas cosas mas que nos ha contado la guía, pero hemos cogido estos folletos para vosotras, y así os hacéis una idea de la inmensa cultura que encierra Calatayud.

Volvió la calma al lugar, y tras permanecer unos minutos con la mirada perdida, un ruido seco, seguido de una exclamación me trajo a la realidad.

-¡Ay, Ay¡

-¡Vaya pelotazo que me han dado¡ Por poco me arrancan la cabeza.

Un señor se acercó. ¿Le han hecho, daño?

-¡Hombre menudo pelotazo!

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-Venga hombre, no se enfade porque a fin de cuentas son niños, y nunca tienen bastante espacio para jugar.

El día languidecía, las farolas, iniciaban su trabajo con desmesurada alegría. Los ancianos, se marchaban a sus casas, los niños apuraban el momento como si fuera el último, los padres suspiraban por un rato de sosiego al final de la jornada.

¿Oyes amigo? Parece que alguien se acerca, parece que quiere hacernos compañía.

-Se sienta a su lado una señora, les mira, y dice:

-Escucha -dice la señora con voz emocionada- me gusta la poesía como a ti, te recitaré un pequeño poema que he que compuesto hoy.

“Poetas bilbilitanos, que guardáis en la memoria de esta ciudad toda historia, y la vida de sus paisanos. Quisiera estar con vosotros en ese libro esculpida, poder cerrar esa herida y el mayor de mis secretos”.

Un suspiro salió de lo mas profundo de su ser, tocó el libro suavemente con sus dedos, y

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se alejó con nostalgia perdiéndose entre las sombras.

Hay compañero cuanta soledad acompaña a las personas que vemos pasar, nos miran sin vernos, se paran a charlar y ellos creen que nos les oímos, pero no es cierto les oímos.

Mira, mira has visto que cielo estrellado tenemos esta noche. Una vez me contaron, que si pides un deseo a una a estrella fugaz, el deseo se te cumplirá.

Pues trabajo a las estrellas no les va a faltar, yo pediría amor, familia, salud y pido para todos, no sea que los hombres no tengan tiempo para fijarse en ellas y ni las vean.

Y por fin el fiel amigo, de la estatua de bronce, no puede reprimir un alegre ladrido mirando a las estrellas.

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Marianela Artal María Ángeles Díez Adoración García Mari Flor Alcalde María Artigas

Angelines Fuentes María Luisa Pérez Tomasa Benito Taller de Expresión

Calatayud

Una mujer comprometida

El día amaneció con un sol radiante. Por la tarde en el carasol de la plaza, como de costumbre, se daban cita las personas mayores para comentar los acontecimientos. Esa tarde

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el tema de todos era el mismo:” ¿os habéis enterado que viene la nueva maestra?”

Al llegar el coche de línea, Mari Luz, bajaba decidida, era joven, altamente cualificada, acababa de terminar su carrera de magisterio con notas sobresalientes y su mayor ilusión era conseguir una plaza en un colegio público cuanto antes. Ha trabajado duro durante sus años de estudio y siempre ha pensado que su profesión es la más bonita del mundo: la docencia. Su figura esbelta y su paso firme y desenvuelto no pasa desapercibida, es muy moderna y muy abierta a los cambios sociales.

El alcalde que la esperaba, acompañó a Mari Luz a su nueva residencia y abriendo la puerta del zaguán chistó:

-Señora Encarna, aquí traigo a la nueva maestra.

La señora Encarna apareció toda contenta.

-¡Pasa, pasa hija!

Estaba feliz y contenta de poder compartir con alguien su enorme casa y su soledad.

El alcalde se despidió y la señora Encarna llevó a Mari Luz a su habitación para que dejara la maleta.

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Mari Luz se quedó asombrada de las dimensiones del cuarto, tenía techos altos con vigas de madera y una cama alta muy antigua de hierro. Mari Luz preguntó:

- ¿Dónde está la ducha o el baño?

A lo que la señora Encarna respondió:

- Aquí está el retrete, pero hija no tengo nada de eso, te lavarás en la palangana de la habitación y te bañarás a trozos como puedas.

-¿Cómo que a trozos y como pueda? preguntó la maestra extrañada.

Pero su casera sin dar la menor importancia dijo:

- Ya aprenderás, ya aprenderás.

Continuó con su recorrido,

- ¡Mira! la cocina- dijo toda orgullosa, pues de verdad que era para estarlo, tenía un gran hogar con robustos bancos de madera a ambos lados y una mesa grande y resistente.

No le disgustaba su nuevo hogar ni mucho menos la amabilidad y la confianza que le mostraba la anfitriona, seguro que se encontraría a gusto.

En su primer día de clase, jamás hubiese imaginado las palabras escritas que encontró en la pizarra, decían:

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“Bienvenida Doña Mari Luz”, al leerlas sonrió, dándose cuenta de la falta de ortografía y con la intención de que su primer contacto con los niños fuera corregir su mensaje de bienvenida, les dio las gracias y decidió allí mismo que la primera clase sería de Gramática.

Pasó una rápida ojeada a su alrededor, el mundo se cayó a sus pies, de no ser porque estaba acompañada seguro que se le hubiera escapado lo que hubiera dicho su madre:

-¡Madre del amor hermoso! ¡Qué desidia! ¡Qué dejadez! ¿Es que nadie tiene piedad de estos niños? La escuela estaba hecha un desastre.

Aquello parecía el decorado de una película de terror, las paredes sucias y desconchadas, los cristales rotos, las ventanas no ajustaban, las puertas desvencijadas y el mobiliario para qué contar: sucio, roto y lleno de rayujos.

Al salir de la escuela fue directa a visitar al alcalde. Él, un hombre de mediana edad, recio, de aspecto rudo, manos grandes y ojos grises con mirada fría. Al encararse las miradas de ambos, vieron que el choque entre ellos iba a ser inevitable. La maestra no era ni por asomo lo que Javier, el alcalde, esperaba.

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Ella sin muchos preámbulos entregó una lista con todo aquello que necesitaba para adecentar la clase.

El alcalde con su tacañería habitual, contestó:

-¿De dónde viene usted? ¿Es que acaso no se puede enseñar sin necesidad de gastar en todo esto? Usted no es la primera maestra, y las demás no pidieron tanto.

- Créame que es necesario todo lo que le pido, la escuela está muy mal y los niños de este pueblo, creo que se merecen una escuela limpia y digna.

El alcalde con la mirada fija en la lista y rascándose la oreja decía:

-Ya veremos, ya veremos, pero... ¿todo, todo, es imprescindible?

Los encuentros entre la maestra y el alcalde fueron frecuentes, puesto que Mari Luz con un tesón inagotable, no dejó de ir a la alcaldía hasta dejar la clase alegre y dotada de todo lo necesario.

Por las tardes cuando terminaba las clases gustaba de recorrer el pueblo y sus alrededores. El pueblo era pequeño pero tenía un encanto especial, sus calles estrechas y empinadas, alguna de ellas se dividía en dos ramales formando una horquilla. El suelo en unas estaba

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empedrado, en otras todavía era de tierra y las vecinas por la mañana muy temprano rociaban la tierra con agua y barrían con gran esmero dejándolo limpio y fresco.

La mayoría de las casas eran de dos plantas con paredes encaladas sus puertas de madera adornadas con grandes remaches haciendo diversos dibujos y en el centro un picaporte en forma de mano agarrando una bola, que tocaban los chicos y corrían a esconderse haciendo enfadar a más de una vecina.

Todas las calles desembocaban en la plaza del ayuntamiento a la derecha, una taberna toscamente decorada, donde se bebía vino tinto y se engullían diversas clases de tapas. También estaba la Iglesia, de piedra y sin un estilo definido, el campanario esbelto con un reloj que tocaba las horas y las medias marcando el horario del pueblo.

Mari Luz en las tertulias con los amigos, siempre recordaba con cariño cuando un lejano martes cruzaba la plaza y llegó una furgoneta, paró y empezó a pitar sin parar, ella creía que era una señal de alarma, pasando cinco minutos, lo que costó al conductor montar el peso, vio ante su asombro que la plaza se llenó de mujeres dispuestas a comprar

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exquisitas sardinas que ofrecía el vendedor ambulante.

Tampoco olvidaría nunca que bajaba la calle como alma que se lleva el diablo, cuando el gallo de la señora Andrea con sus gallinas, andaban sueltos por la calle picoteando las boñigas, pues venía hacia ella con las alas abiertas y el cuello erguido a toda velocidad con la intención de picarla allí donde pudiera.

Pero el susto de su vida se lo llevó cuando la señora María abrió la puerta del corral con un cubo en una mano y un palo en la otra sacando a dos mulos y a la vaca a abrevar al pilón. La vaca salió como todos los días calle abajo, en la cual se encontraba Mari Luz y como jamás había visto una vaca suelta se llevó tal susto que echó a correr calle abajo desesperada metiéndose en la primera casa que encontró, menos mal que por aquel entonces todas las casas tenían las puertas abiertas.

Los años pasaban con rapidez y Mari Luz continuaba con su labor docente en el pueblo, allí había echado raíces, y era una vecina más. Hacía tiempo que pensaba que había encontrado su paraíso y estaba allí en aquel pueblo.

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Ya tenía alumnos en la capital estudiando carreras, alumnos que ella con gran ternura y dedicación les había imbuido sus ideales y sus pautas de conducta y en quienes tenía puestas muchas esperanzas.

Su inquietud y el amor hacia el pueblo hizo que se comprometiese más allá de su labor como maestra y en las primeras elecciones democráticas animada y apoyada por su incondicional admirador y veterano alcalde, se presentó para alcaldesa, cosa que logró por mayoría absoluta con la confianza y el cariño de ese pueblo que ella tanto amaba y respetaba.

Teresa Martín Julia Chaves Inmaculada Muel Laura Rubio Yolanda Sarmiento Mª Carmen Aguaviva Rosa Marín Pilar Gómez

Taller de Expresión Calatayud

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¡Antonio se casa!

Don Manuel era un rico terrateniente, natural y vecino de un pueblo de la provincia de Madrid. Se casó con Doña Leonor, mayor que él, de una familia de potentados de la capital. Había sido un matrimonio de conveniencia para juntar haciendas y fortunas, pero con el tiempo y el trato llegaron a enamorarse.

Don Manuel no daba a basto con el incremento de trabajo que había supuesto su calculado casamiento, le abrumaban las grandes ciudades y detestaba tener que salir de su tranquila casa. Así que decidió contratar, como administrador general de sus negocios en Madrid, a Ernesto, conocido de la familia de Doña Leonor.

Don Manuel y doña Leonor no habían tenido descendencia. Doña Matilde, hermana de doña Leonor, y su marido don Carlos, comerciante, tuvieron un accidente mortal dejando huérfano a su retoño, Antonio. Leonor y Manuel decidieron adoptarlo.

Antonio resultó ser un chico espabilado. En el pueblo asistió al colegio y al acabar esta etapa se decidió que Antonio realizara la carrera de Derecho en Madrid. El primer curso

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transcurrió dentro de la normalidad. Luego Antonio fue espaciando cada vez más sus visitas al pueblo, alegando falsas excusas. Empezó a juntarse con jóvenes experimentados en la vida menos recomendable de la gran ciudad. Antonio se dejó llevar y abandonó los estudios. Sus tíos vivían totalmente ajenos a esto.

Don Manuel, que siempre fue de constitución débil, enfermó gravemente y al poco tiempo murió. Antonio, avisado por el administrador, regresó al pueblo para asistir al entierro.

Don Manuel había dejado heredero universal de todos sus bienes a Antonio; doña Leonor sería usufructuaria de los mismos. Confirmaba a Ernesto como administrador general de sus negocios en Madrid y como capataz de toda su hacienda en el pueblo, y le nombraba albacea. Antonio no tendría poder de decisión de sus bienes hasta que terminara la carrera, encontrara trabajo y se casara. Hasta que llegara ese día solo disfrutaría de una paga mensual para sus gastos normales.

De vuelta a Madrid, Antonio continuó con su vida de juergas, lo que supuso varios suspensos; eso sí, su maestría para desenvolverse trás las faldas de las jovencitas rondó el sobresaliente.

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Durante el verano, Antonio apenas pasó una semana con su tía; ella lo encontró distante y frío, y el pueblo le resultaba aburrido.

Su segundo año en la Facultad discurrió con más pena que gloria. Antonio seguía con sus devaneos. Un día, Antonio fue a casa de Ernesto para pedirle un adelanto de su paga y allí vio a sus hijas, a las que conocía desde su infancia, aunque nunca le habían interesado. Carmen, la mayor, de chica regordeta había pasado a ser una morenaza de mirada inquietante. Eva, la menor, mantenía su pelo rubio claro, ahora sin rizos y peinado a la última moda, sus formas femeninas estaban perfectamente definidas y su figura era esbeltísima. Antonio les causó buena impresión, si bien Carmen tenía cierta reserva. Él se fijó en Eva, su próxima conquista.

Ernesto no vio mal su posible relación con Eva, siempre que fuera a largo plazo, ya que tenía que labrarse un porvenir. En cambio, Carmen decidió averiguar por su cuenta la realidad de Antonio. Descubrió que por las clases no aparecía ni en pintura, fue testigo de sus flirteos con jovencitas y finalmente, se enteró de sus desenfrenados fines de semana de sexo y alcohol. Carmen decidió pasar a la acción. Consiguió que Eva no estuviera en casa a la hora en que Antonio viniera a buscarla,

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aprovechando para insinuarse a él, de tal manera que cuando llegara Eva les pillara morreándose. El plan salió a la perfección, y Eva rompió con Antonio. Enterado Ernesto, perplejo en un principio, decidió advertir a Antonio que si no se hacía responsable pasarían los años en balde y seguiría sin ver nada de los bienes de Don Manuel.

Antonio siguió un tercer año en la universidad hasta admitir que lo suyo no era el estudio. Concibió una gran idea: si se casara con una muchacha rica no necesitaría mover un dedo y podría seguir sin dar palo

Volvió al pueblo con su tía-madre, y pasaron los meses. Un día de paseo se cruzó con una joven preciosa, con ojos verdes de mirada limpia, abundante cabellera negroazulada, y de proporciones perfectas como dejaba traslucir su sencillo y discreto vestido. Entablaron conversación y, después de un rato, quedaron para el día siguiente. Pero Rosa, que ese era su nombre, no acudió y Antonio se extrañó. Casualidades de la vida, días después la vio y la siguió hasta su casa. Al día siguiente temprano se acercó a su casa y preguntó a un vecino, que le dijo que tenía que cuidar a su padre, don Pedro, que estaba enfermo en cama, y además atender el campo. Antonio estuvo pensativo durante

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varios días: ¿qué hacer?, si me caso con ella tendré que trabajar.

Días después la vio en una parcela quitando hojas secas. Ella, al darse cuenta se acercó a su lado y le dijo que no había acudido a la cita porque el cuidado de su padre se lo había impedido. Antonio le preguntó:

─¿Cómo es que te encargas del campo?, ese trabajo es para hombres no para damas como tú que con tal belleza tendrías que estar en el cielo y no cultivando la tierra.

─Yo lo hago tan a gusto como si estuviera volando con ángeles –contestó ella.

Antonio se quedó perplejo. Cuando reaccionó le dijo que le enseñara lo que tenía que hacer y le ayudaría. Antonio no sabía nada de nada en asuntos del campo, puesto que era vago de condición y señorito por interés. Pasaron los meses y fue cambiando, aprendió a trabajar el campo con Rosa. Ya no tenía reparo a que las manos se le pusieran ásperas con el azadón o a acabar rendido después de una jornada agotadora. Siguieron viéndose y, por primera vez en su vida, Antonio acabó enamorándose seriamente hasta el punto de que no podía dejar de estar a su lado sin sentirse mal.

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A oídos de Ernesto llegó la noticia de que Antonio había cambiado por completo, volviéndose trabajador y aplicado, convirtiéndose en un experto en las tareas del campo. Ernesto era reacio a dar crédito a esto después de todo lo que sabía sobre él. ¡Verlo para creerlo! Y quiso comprobarlo personalmente.

Ernesto agradeció sinceramente a Rosa el cambio que había logrado en Antonio y, en caso de que se llegara a casar con él, tenía su bendición. Además, le dijo que sería gustosamente el padrino de la boda. Aunque Rosa estaba enamorada de Antonio, tanto como él de ella, sólo estaba dispuesta a casarse con él si firmaba un documento por el cual ella sería beneficiaria de la mitad de los bienes de Antonio hasta que el primero de sus hijos fuera mayor de edad. De esta forma quería evitar, aunque confiaba en él casi plenamente, que Antonio pudiera despilfarrar su fortuna o la mitad de la misma.

La enfermedad de Don Pedro se agravó y al poco tiempo murió sin poder asistir a la boda de su hija, cosa que le hubiera ilusionado mucho a Rosa.

Un mes después se celebró la boda, Ernesto y Doña Leonor fueron los padrinos. Fue un acto sencillo como quería Rosa, que llevó un

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hermoso vestido blanco con el que lució un valioso collar familiar, de perlas y oro, que había pasado de madres a hijas durante varias generaciones.

Al abrir el testamento del padre, para sorpresa de todos, Rosa era heredera de una considerable fortuna en paquetes de acciones invertidos en bolsa, los ahorros de toda la vida del padre.

Ahora don Antonio es un hombre serio, responsable y trabajador, que se hace cargo de su propia herencia y de las propiedades de Rosa. Fue muy feliz con ella y sus hijos y siempre pendiente de doña Leonor hasta su final.

Amelia Requeno Manuela Ortiz Torralba

Juliana Garrido Milagros Vega Amparo Juárez Pilar Pérez

Josefina García Nivel II

Calatayud

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Unos años atrás

Aquella tarde sobre Calatayud descargaba una fuerte tormenta, el agua se encharcaba sobre las calles y plazas. Un rayó cayó sobre la torre de alguna iglesia tras estruendoso relámpago.

Mi nieto, que había venido a pasar las fiestas de nuestra Patrona la Virgen de la Peña, empezó a poner cara de aburrimiento; habíamos preparado planes para la tarde, que no podíamos realizar, pues tras la tormenta la lluvia seguía cayendo sobre la ciudad con insistencia. Yo, para entretenerlo, le propuse jugar a las cartas, pero él me dijo:

- Abuela, mejor cuéntame como eran las fiestas de la Virgen de la Peña en tú tiempo.

- Bueno, te empezaré a contar desde que tengo noción. Siempre empezaban el día siete de septiembre, y terminaban el doce. Comenzaban a las doce del mediodía con volteo de campanas, toque del Reloj Tonto y cohetes; por la tarde, la cabalgata, siendo la carroza de la reina y damas lo más llamativo; seguían gigantes y cabezudos y cientos de personas con traje regional, seguidos de la Banda Municipal que cerraba el desfile.

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El 8, día de la Virgen, la procesión del Rosario de Cristal era el principal acto; faroles iluminados al anochecer, cientos de baturros acompañando a la Patrona Ntra. Sra. de la Peña, autoridades religiosas y municipales, seguidas de la banda de música, recorrían la ciudad.

En la comarca ya habían recogido la cosecha, tras el duro trabajo que había empezado en Abril con la siembra, y llegaban a Calatayud con el bolsillo lleno, a disfrutar de las fiestas, sobre todo, de los toros. Acudían familiares y la casa se llenaba; venían en autobuses con la baca repleta de paquetes y barquillas, traían tortas, magdalenas, conejos, pollos y fruta.

De Villfeliche bajaban alfareros, que en la Plaza de San Antón ofrecían utensilios de barro, de uso domestico y de juguete: cazuelas, jarras, botijos, etc.

De Chodes y Arándiga venían a vender las horcas de ajos en la Plaza de San Francisco. Era mucha la importancia que tenían en la comarca, y en Calatayud llegó a conocerse dicha plaza como la Plaza de los Ajos.

En la Plaza de la Correa montaban un teatro ambulante que cada tarde representaba un cuento infantil, que hacía las

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delicias de todos los niños. Por la noche la representación era para adultos.

“Gigantes y Cabezudos”, “ La Blanca Doble” y otras zarzuelas y revistas se ofrecían en el Capitol, obras de teatro de estreno en el Teatro Principal, conciertos de la Banda Provincial de Zaragoza en el Paseo, el circo de rigor, etc. eran espectáculos especiales ofrecidos en Ferias.

Muy importante era el apartado de los musicales, tanto por los conciertos que se ofrecían por las diferentes bandas, como por las verbenas, con buenas orquestas del momento, que animaban la noche. Para bailar, estaba la Pista o la Merced, para el gran público, el Paseo para todos, y el Casino Principal para los socios, reina, damas, y ayuntamiento.

En el Coso de Margarita se lidiaban corridas de toros, novilladas y charlotadas, con grandes figuras del toreo (Manolete, El Litri, etc); la plaza estaba siempre “hasta la bandera”, todas las localidades de la comarca contaban con aficionados al toreo, que se encontraban estos días en esta plaza y mantenían largas conversaciones taurinas.

Otras muchas gentes de la Comarca, bajaban sólo a pasar el día, y después de pasear por las ferias y asistir a la corrida de

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toros, el autobús les esperaba al final de la tarde y los retornaba de nuevo a sus localidades.

Indudablemente lo más atractivo era el recinto ferial que se extendía a lo largo del Paseo, que por entonces tenía unos sólidos bancos de azulejos con un alto respaldo y asientos a ambos lados; el suelo era de tierra y estaba bordeado por árboles que daban una fresca sombra, invitando a pasear.

Los bares se llenaban a rebosar, sobre todo el “Pavón” y “ El Iris”, que ofrecían la actuación de afamadas “animadoras”, atrayendo a gran número de personas, hombres fundamentalmente.

Lo que mas gustaba a los pequeños eran las salidas de los gigantes y cabezudos que, mañana y tarde, recorrían la ciudad bajo el griterío e insultos de los críos, mientras corrían delante de ellos por cualquier calle o plaza.

Todo el paseo bullía de alegría. El olfato invitaba a dirigirse a esas manzanas acarameladas puestas en su cono, todas colocadas perfectamente en orden, y al algodón, con un olor dulzón; recuerdo que me gustaba coger un poco de algodón con las manos y llevármelo a la boca, pero siempre la nariz se ensuciaba del pringoso algodón.

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Mas adelante estaban los puestos de coco en rodajas, almendras garrrapiñadas y las churrerías llenas de buñuelos, de churros rellenos de crema, de chocolate y en roscas grandes, con su sabor intenso, como intenso también era el olor a aceite caliente.

Las garitas de rifas y de tiro al blanco abundaban por doquier, siempre con tiradores y mirones alrededor.

También de las ferias recuerdo la presencia del barquillero, con sus crujientes y ricos barquillos, tan frágiles, que al menor golpe se rompían. Y el carrito de los helados, que entonces no eran de sabores, y de formas divertidas como hoy, ni almendrados, eran pequeños, eso sí, y con dos barquillos en la parte de fuera, y la mar de refrescantes y sabrosos, tanto que eran una delicia.

Curiosos resultaban los charlatanes; solían venir todos los años los mismos, te ofrecían un lote de cuchillos y empezaban a aumentar y aumentar y al final el lote era grandioso; hablaban muy deprisa, eran verdaderos expertos en el arte de la palabrería y siempre tenían mucha audiencia.

Aún recuerdo aquel carrusel, que no paraba de dar vueltas, y aquel tío vivo lleno de bombillas de colores; hoy hay atracciones más

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grandes y más modernas, pero siempre con la misma música chillona y machacona de feria, además de canciones de moda.

Rondallas nocturnas por las calles, fuegos artificiales en la Plaza del Fuerte, y traca final en el Paseo señalaban el fin de fiesta.

Repentinamente a mi nieto le afloró una pregunta y su voz sonó clara, divertida y con picardía.

-Abuela, ¿te gustaban los autos de choque?

Me quedé sorprendida ante tal pregunta y le dije:

-Hijo, eso puede ser peligroso, te pueden dar un mal golpe y dañarte.

Entonces saliéndole una carcajada maliciosa me dijo:

-¿No será porque un día te dieron un golpetazo, te tiraron en el interior del coche y te salió un gran bollo en la frente? ¡Me lo ha contado el abuelo, me lo ha contado el abuelo!.

Yo pensé para mis adentros, este ha llegado a donde quería llegar, y no me quedó otra salida que sonreír.

-Has visto como tus tiempos y los míos, al final, no son tan diferentes, cambian las gentes,

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pero la diversión es la misma. Es como si la gente quisiera disfrutar a “tope” de las fiestas, bailar al ritmo de todas las orquestas, subirse en todas las atracciones de las ferias, y disfrutar de la alegría y del bullicio. La buena armonía que produce la fiesta no debe cambiar.

-Claro, abuela. Pero ahora nos divertimos más, de otra manera. Podemos disfrutar de la Movida todo el año.

-¡Que suerte tenéis! ¡Vosotros si que sabéis disfrutar de la vida!.

Carmen Jodra Alejandra Moreno Rosario Pablo

Adoración Cendra Carmen Gracia Pilar Gómez

Adoración García Taller de Animación a la Lectura B

Calatayud

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Nacer con estrella

Una vez leí que la gente del Tibet, cree que un niño no viene al mundo hasta que está en el cielo la estrella bajo la que ha de nacer. Desde entonces me pregunto: “¿Dónde estaba mi estrella el día en que yo nací?”.

Yo nací sietemesina y siempre fui muy preguntona, tenía mucha curiosidad por todo, pero a mí, nadie me explicaba bien las cosas, la frase favorita de mi madre era: “anda, ve y pregúntaselo a la abuela” y yo así lo hacía. Un día le pregunté:

- Abuela, ¿cómo nacen los niños?

Ella me cogió de la mano, me sentó en su regazo y me contó una historia fantástica en la que una cigüeña, tras un largo y pesado viaje, llegaba a la casa y en su pico traía un niño. Yo deseaba tanto verlo con mis propios ojos que un día, estando jugando con una amiga, me enteré de que una mujer iba a “dar a luz”, termino que tampoco entendía, pero que tampoco nadie me quiso explicar. Entré sigilosamente en la casa, nadie se percató de mi presencia porque había mucho revuelo, sobre todo en la cocina. Con el corazón

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latiéndome que parecía que se me iba a salir del pecho, llegué a la alcoba y me metí debajo de la cama, la mujer gritaba y chillaba tan fuerte que yo pensé que sería para avisar a la cigüeña, pero que va, allí no apareció ningún pájaro, pero sí un niño y ya nunca más tuve que preguntar sobre los misterios de la vida.

También he sido siempre muy miedosa, recuerdo que mi madre me mandaba al granero a por cebollas, yo subía casi de puntillas con el candil, atenta a cualquier ruido, pero al bajar, mi propia sombra me asustaba, me echaba a correr y tiraba todo el aceite del candil. Mi madre me gritaba: “pero ¿qué ayuda tengo yo contigo si ahora me toca limpiar las escaleras y subir a por las cebollas?”.

La verdad es que mi madre trabajaba mucho, no sólo en la casa sino que muchos días se tenía que ir con mi padre para ayudarle en las faenas del campo. Uno de esos días me dejó al cuidado de mi hermano pequeño. Nosotros, como niños que éramos, nos pusimos a jugar en el corral y sin darnos cuenta nos dejamos la puerta de entrada a la cocina abierta. Las gallinas que la vieron, se metieron todas dentro, nosotros intentamos sacarlas pero cuanto más las jaleábamos, ellas más revoloteaban rompiendo los cacharros de la cocina, cuando vino mi madre se quedó con la

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boca abierta al ver aquel desaguisado, así que para poder orden en aquel desastre, nos acabó encerrando a mi hermanico y a mi con los cerdos.

Mi madre cada vez tenía menos confianza en mí, pero muchas veces no le quedaba otro remedio que hacerme ciertos encargos. Para Santa Apolonia que es el 9 de febrero, era costumbre hacer un brazo de gitano de postre para comerlo con la familia. Una amiga y yo, fuimos al horno a hacerlo y hasta yo misma me sorprendí de lo hermoso que me había quedado, estaba realmente orgullosa y satisfecha pues parecía que por primera vez algo me salía bien. Como había tanta gente ese día y no cabían todos los brazos de gitano en el tablero, dejé el mío en el suelo debajo de una mesa pero alguien… lo pisó. Al principio cuando lo descubrí, me reí mucho y pensé: “mira, parece que le han sacado las tripas” pero cuando llegó la hora de llevármelo a casa, no sabía muy bien que hacer, estuve tentada de cambiarlo por otro cuando nadie me viera pero no pude. Lo tapé bien tapado y me fui a casa sin enseñárselo a nadie. Cuando mi madre lo destapó para servirlo…no sabía si reír o llorar.

Una de las cosas que más me preocupaba, desde bien pequeña, era tener

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novio pues con diez o doce años, la que más y la que menos ya le hacía “tilín” a alguno, sin embargo yo, parecía que no le interesaba a ninguno, así que pensé en los chicos que había disponibles e intenté que se fijaran en mi.

En verano, solíamos ir al paraje de la Central, donde el salto de agua, pues el padre de una de mis amigas, muy complaciente, nos guardaba la balsa siempre llena para que nos bañásemos. Allí acudía muchas tardes Perico con su burro, y mientras él segaba la hierba, lo dejaba comiendo verde.

Un día, como Perico no aparecía y estábamos un poco aburridas dije: “¿Por qué no vamos a montar a caballo? Las amigas se mostraron entusiasmadas, saltó la primera encima del burro y dejó sitio para la segunda, la tercera… pero cuando me iba a tocar a mí, vi a lo lejos a Perico y me puse algo nerviosa, salté con tanto ímpetu sobre el burro y mis amigas, que todas caímos al río incluido el burro.

Yo siempre le había oído decir a mi padre que cuando a un burro le llega el agua al culo, se ahoga, así que todas, nos pusimos a sujetarle el rabo hacia arriba para que no se muriera, sin darnos cuenta de que el burro estaba metiendo la cabeza en el agua, casi lo ahogamos.

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Cuando llegó Perico corriendo, todo sofocado, el padre de mi amiga ya había levantado las tajaderas del salto y el burro había salido ileso pero Perico preguntó que de quien había sido la idea y mis amigas me señalaron a mi, él me miro y sólo me dijo: “eres más burra que el burro”. Este suceso me dejo bastante desanimada pero al poco tiempo ya lo había olvidado y fijé mis ojos en Ricardo.

Una mañana, Ricardo estaba jugando en la plaza al tango, oí a su madre que lo mandaba a la vega pues su padre estaba cogiendo los tomates y tenía que ir a recogerlos con la mula. Ricardo no quería ir por no perder el juego pero su madre llamó a su amigo Pedro y le pidió que le acompañara. Yo vi el cielo abierto y también me ofrecí a acompañarlos. Fuimos todo el camino corriendo porque ellos querían volver al juego cuanto antes. Cuando llegamos a la vega, había dos cajas de tomates que el padre de Ricardo cargó en la mula avisándonos de que los llevásemos con cuidado.

De vuelta a casa, como hacía bastante calor, la mula iba despacio, murria. Ellos que seguían ansiosos por volver cuanto antes, no hacían más que pegarle a la mula para que fuese más deprisa pero el animal, daba dos pasos más ligero y volvía al paso normal. Yo,

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para que él me prestase atención, le dije que por qué no le pegaba con un palo y le pareció buena idea pero no encontramos ninguno en el camino, entonces le pregunté a Ricardo “¿y con un cardo?”, por primera vez él me miró directamente a la cara y yo me ruboricé.

Ellos cogieron el cardo y le arrearon a la mula, pero ésta, al notar el pinchazo, echó a correr. Los tomates empezaron a brincar en las cajas y se fueron esparciendo por el suelo. Al ver lo que pasaba intentaron sujetar la mula pero ésta no paraba de correr. Por fin la pararon pero para entonces, las cajas ya iban medias, así que tuvimos que volver hacia atrás para recoger los tomates que habían caído al suelo pero estos, estaban sucios o abiertos por el golpe. De nuevo tuve una idea genial y les animé a que limpiaran los tomates con los “aldones” o puntas delanteras de sus propias camisas y así lo hicieron.

Al llegar a casa, su madre, al verlos con las camisas rojas, se asustó mucho hasta que se dio cuenta de que no era sangre sino tomate. Al preguntarles lo sucedió, Ricardo dijo que inexplicablemente la mula se había espantado y había tirado los tomates y que ellos los habían limpiado con la mejor intención. Pero cuando los padres los descargaron dentro de la casa, vieron que la mula, debajo del rabo, llevaba un

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trozo de cardo y enseguida se imaginaron lo sucedido. Llamaron a Ricardo, le castigaron sin jugar ese día y lo mandaron a limpiar las conejeras. Ni que decir tiene que Ricardo no volvió a hablar conmigo jamás.

Ya de mayorcica tuve un pretendiente, no me entusiasmaba pero, no había nada mejor. La noche de San Juan era costumbre de los mozos, ponerles un ramo de cerezas a las chicas que les gustaban y a las que no, un cardo. Yo, acostumbrada a los cardos, ese años estaba tan emocionada... mi pretendiente fue a poner las cerezas en el balcón acompañado de varios amigos pero armaron tanto alboroto… “un poco más a la derecha”, “no, a la izquierda”, “súbelo mas…” que mi madre se asomó a la ventana y no sabiendo lo que ocurría, llamó a mi padre para que cogiera la escopeta grande pues creyó que nos estaban robando, ellos echaron a correr y a mi novio, no le volví a ver.

Como no había manera de encontrarme novio, mis padres decidieron llevarme a otro pueblo a ver si allí tenía más suerte. Mi padre y yo nos fuimos a Mara, un pueblo cercano que estaba en fiestas donde teníamos familia. Como el trayecto era largo, fuimos con las mulas atravesando el campo. Yo tenía que dormir en casa de una vecina de mi tía, en esta

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casa vivía un chico que llevaba barba y melena, lo cual no era muy usual, pero, como mi padre decía: “estás tú, como pa poder elegir”. Esa noche sentí sed, me levanté a por agua y al volver, allí estaba él, sentado como un pasmarote, me llevé tal susto que no quise más fiestas. Gritando llamé a mi padre y nos fuimos a casa, cogimos las mulas pero en medio del camino empezó una tormenta tremenda. Yo llamaba a gritos a mi padre que iba delante pero él no me oía, tenía tanto miedo que me tiré de la mula para intentar alcanzarlo corriendo pero la falda se me enganchó y por mucho que lo intenté, no pude desengancharla así que tuve que ir todo el viaje de regreso, agarrada a las orejas de la mula para no caerme.

A mis padres no les quedó otro remedio que resignarse y pensar que yo me quedaba para “vestir santos”, a mí me daba pánico estar toda mi vida vistiendo esas imágenes de la iglesia así que seguí intentando, por mi cuenta, buscarme un novio. Mi último recurso fue Juanillo, un muchacho desgarbado pero muy alegre y simpático. Para San Blas era costumbre brincar las hogueras, nos poníamos en carrerilla, unos detrás de otro y las íbamos saltando pero aquel año la hoguera era muy grande y daba miedo brincarla. Los más atrevidos la saltaron

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pero cuando llegó Juanillo, se echó para atrás, la verdad es que daba respeto, empezaron a gritarle: “gallina… gallina… gallina” y a mi me dolía que quedara por un cobarde así que para ayudarle, me eché unos pasos hacia atrás y le empujé con todas mis fuerzas pensando que así le ayudaría a saltarla pero lo que ocurrió fue que cayó en medio de la hoguera. Enseguida lo sacaron pero Juanillo se quedó bastante escocido. “Otro que no vuelve a mirarme más” pensé, pero me equivoqué. A Juanillo le gustó mucho que yo me preocupara por ayudarle y pasados unos meses, me pidió en matrimonio. Yo, por supuesto, acepté rápidamente, por si acaso.

Ahora estoy embarazada y todas las noches me acuesto mirando al cielo, intentando encontrar la estrella con la que nacerá mi hijo.

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Pilar Algárate Herrero Pilar Bendicho Pascual Manuela Beltrán Lallana

Felicidad Castellano Lallana Isabel García Marco Laura Gracia Fuentes Teresa Narvión Tomás

Amparo Palacián Ferrando Fulgencia Pelegrín Narvión Maribel Temprado Cortés Tere Temprado Nuño

Taller de Ortografia Morata de Jiloca

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“Un cambio radical”

Hoy es viernes y como es el único día de la semana que tenemos pescado fresco en el pueblo, porque viene José Miguel, he madrugado un poco más y me he levantado a las ocho y media.

Después de asearme y desayunar, me he bajado a la plaza que es el lugar elegido por el pescadero y donde acudimos, después de oír el pregón, todas las mujeres del pueblo.

Al salir a la calle, me he encontrado a mi cuñada Inocencia que también se dirigía al mismo lugar.

-Buenos días, ¿parece que madrugamos hoy más?

-Pues si, me ha apetecido comprar unos filetes de mero para hacerlos hoy al horno.

Conchita que ya está en la plaza comprando, escucha la conversación y dice:

-Pues más te valía comprar chicharro, porque el mero lleva un precio…Bueno en realidad todo hoy en día está muy caro, no se realmente han subido mucho los precios o ha sido el euro el responsable de esta subida.

Martina que está escuchando se une a nosotras y dice:

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-¡Que vamos a hacer¡ Algo hay que comer y no tenemos más remedio que comprar aunque esté caro.

Pili que también quiere dar su opinión, comenta que desde que se implantó el euro no rinde nada el dinero, compres lo que compres.

Lo malo dice Tere, que acaba de llegar, que no podemos hacer nada. El euro nos ha venido impuesto y esto ha producido una gran especulación en los precios.

-No os acordáis cuando en la tienda con hacer una venta diaria de 1000 pesetas en caja, ya se ganaba el jornal. Esto fue hace muchos años, pero si os dais cuenta el cambio ha sido muy fuerte, hoy con seis euros no podemos comprar casi nada.

De todas formas la vida ha cambiado mucho, antes no se comía casi pescado y lo poco que se comía era algún trozo de congrio que se echaba a las patatas y sardinas, nos recuerda Ana Mari.

-La conversación comienza a ganar adeptos y cada vez son más las mujeres que quieren intervenir en ella.

-Pilar interviene alzando la voz para dejarse escuchar y nos dice:

-De siempre han venido pescaderos al pueblo, no os acordáis cuando venía un chico

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con una caja de sardinas en su bicicleta, recuerda Julia, a venderlas en la barbacana.

-De pronto Martina nos cuenta un chascarrillo… “Resulta que un día cuando ya se empezaba a cuidar más la higiene en la venta de productos, estando un pescadero de Ateca que solía venir con una furgoneta a vender sardinas, pasó el veterinario y como no le parecieron muy buenas, les obligó a enterrarlas todas en el barranco”.

-De todas formas no podemos por menos que echar la vista atrás, hace muchos años y como había muy poco dinero, en muchas ocasiones se recurría al trueque y se cambiaban unos productos por otros. Por aquél entonces abundaban mucho los animales por los corrales, todas teníamos gallinas, cerdos, conejos, etc y con ellos cubríamos las necesidades de casi todo el año. Como lo que más abundaba eran los huevos, éste era el producto más utilizado y de esta forma conseguíamos chocolate, fideos y sardinas en aceite.

-Rosario nos cuenta otro chascarrillo: “En una ocasión, en una de las casas pudientes del pueblo, tanto que tenían criadas de estas sin sueldo, ya que trabajaban sólo por “el gasto” y quizá en alguna ocasión una cazuela de judías o un trozo de tocino rancio, cierto día una de

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ellas que era muy avispada les robo a los dueños una media arroba de trigo, aproximadamente unos 12 Kg. Y al día siguiente esta misma criada le ofreció el trigo al dueño de la casa y él se lo compró pagándole con dinero. De esta forma aunque no tenía sueldo, esta vez si lo consiguió”.

-Realmente la vida ha dado un cambio radical, volviendo al tema del euro protagonista de esta pequeña historia. Lo cierto es que no ha gustado ni al ama de casa ni tampoco a los comerciantes, tal y como comentamos con José Miguel, el pescadero de Munébrega, que interesado por el tema de conversación así nos lo dijo.

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Teresa langa Lorcas Martina Pablo Pablo

Inocencia Juana Ramón Mª Carmen Langa

Pilar Juana Revuelto Ana Mª Mateo Gil

Rosario Gormedino Bueno Pilar Gormedino Bueno

Concepción Gormedino Hernández

Grupo de Promoción y Extensión Cultural Munébrega

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Departamento de Educación, Cultura y Deporte

Fondo Social Europeo