VEINTE RELATOS

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1 veinte relatos irrelevantes de un linyera de alma CARLOS RAFAEL DOMÍNGUEZ mar del plata - 2010

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semi-fictional narratives...

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veinte relatos irrelevantes de un linyera de alma

CARLOS RAFAEL DOMÍNGUEZ

mar del plata - 2010

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VEINTE

RELATOS

IRRELEVANTES

¿POR QUÉ?

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Son irrelevantes porque quizá solo tengan alguna importancia, si la tienen, para el autor de los mismos.

Son recuerdos semificcionales, generalmente con algún punto de apoyo, más o menos visible, en la infancia, real o soñada, del linyera de alma.

Son relatos cuya única relación recíproca es la de deberse al mismo autor.

Surgieron sin un porqué identificable, a veces, solo para llenar baches en otros escritos mayores.

No están ordenados ni por su cronología intrínseca ni por su orden de escritura.

Cada relato encierra, eso sí, un mensaje misterioso y sentido del linyera de alma que cada lector descubrirá a su modo.

Quizá cada uno tenga algo que ver con algún arcano doble clic en el caminar del linyera por la vida.

I

Escrito en un rato de ocio forzado en medio de tareas docentes. ¿El nombre? El título estaba en blanco. Pasó una estudiante junto al linyera. —Decime el primer nombre de mujer que se te ocurra. —Anastasia. Así quedó.

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anastasia

...te dejo estas líneas...lo único que te podrás guardar de mí...guardalas donde quieras...donde siempre me tuviste a mí...sin encabezamiento ni firma...siempre fuimos dos anónimos el uno para el otro...los ensambles físicos no significaron nada...tu mente siempre estuvo en otro lado...tu corazón todavía más lejos...nunca te sentí junto a mí...estabas con ella...solo querías mi sueldo de maestra...sos un vago de mierda...

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Ojos celestes sin brillo. Rostro cansado. Indiferencia total. Ni leyó el papel. Lo imaginaba. Al menos, lo debía haber imaginado. Encendió la hornalla sobre la que estaba la jarra con el café. Anastasia le había dejado todo preparado. Última delicadeza. De las mil con que a diario había tratado de conquistarlo. Sin éxito. A sus delicadezas respondía con brusquedades. Tomó tranquilamente el café que sirvió en el pocillo mostaza que había encontrado sobre el papel en la pequeña mesa de la cocina. Le hubiera gustado ir a la cama. Claro que sí. Pero, ¿solo?...

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Ella estaba esperando en la estación de subte. Anunciaron por un parlante, con voz desabrida, que habría una demora de diez minutos, por desperfectos técnicos en el sistema de señalización.

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Por fin...¿debía haberlo hecho antes?...y si va a la mesita de luz...allí, en el cajón de arriba, debajo de unos pañuelos tiene su 32...cargado...¿será capaz?...eso querría decir que algo le importaba de mí...¿una pizca de amor?... ¿o solo sexo y algunas monedas?...algunos momentos de placer yo también tuve...no muchos, pero hubo instantes en que todo desaparecía y yo quedaba como envuelta en una nube de puro placer...eso no lo puedo perder...yo realmente gozaba con él...esos instantes en la cama valían por todo lo demás...espero que este shock le sirva para que sigamos todavía adelante con más intensidad... él es mi vida...el otro es un pasatiempo irrelevante...oh...

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Llega el subte. Apretujones. Solo cinco minutos. Media cuadra más caminando. Llovizna. Abre la puerta de calle con su llave. Saluda al portero y sube al 5º piso. C. Mira el reloj. Ocho menos cuarto. Falta media hora. Va a ser puntual, como siempre. Es solo un pasatiempo. Lo sabe bien. Entra. Enciende la luz. Todo en orden, como de costumbre los viernes a esa hora. Un perfume distinto. Muy agradable. ¿Se habrá anticipado y la estará esperando? Difícil. Casi imposible. No puede salir antes del trabajo. Luz del living. Pasa al baño. Se mira al espejo. Algún retoque al maquillaje. Ensaya la sonrisa correspondiente. Hace pis. Se cambia y se queda en ropa interior con las prendas nuevas que traía en el bolso. Se mira nuevamente al espejo. Seductora. Va a la cocina. Se prepara un té. Lo va tomando lentamente. Medita.

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ya lo habrá leído...¿hice bien?...me apuré...estoy segura de que en el fondo me quiere...son solo sus maneras...pero ¡cómo espero su piel, sus manos, sus piernas, sus labios!...cuando los dos nos hacemos una sola cosa...

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Un retoque a los labios. Aunque sea un pasatiempo, lo va a esperar al otro en la cama. Con sus nuevas prendas íntimas. A media luz. Sorpresivamente encuentra un papel sobre la almohada.

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...ya sabía que ibas a venir a este lugar...no soy boludo...lo hiciste todos los lunes y viernes durante los seis meses que pretendimos estar juntos...te dejo el beso frío de siempre...si es posible, congelado, por ser absolutamente el último...espero no verte más...si pensabas que me iba a suicidar, estás muy equivocada...tengo algo mucho mejor que un sueldo de maestra...ah, te aviso que hice algunos pequeños gastos con tu tarjeta, en cómodas doce cuotas...

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IIOcurrió en la única de las seis escuelas primarias que recorrió, donde una cierta continuidad le permitió atesorar más de un recuerdo imborrable.

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EL GRAN DESAFÍO

Era 1940. El primer año terminado en cero del que el linyera tiene memoria. Estaba en el 4º grado de la escuela primaria. Extrañamente parecía que iba a completar el año sin interrupciones por problemas de salud como le había ocurrido en casi todos los grados anteriores. Eso, hasta octubre, en que debió suspender su asistencia ya ni recuerda por qué tipo de afección.

Julio y Mario . eran dos de sus compañeros. No estaban entre sus tres o cuatro mejores amigos, como Jorge, o Haroldo, pero los recuerda muy bien. Eran una especie de cabecillas. Cada uno tenía su grupo de admiradores y seguidores. Mario era más alto y espigado. Ojos negros y cabello lacio engominado. Julio más retacón y fornido. Ojos azules. Cabello rubio siempre despeinado. Julio hacía todas las mañanas un corto viaje desde Villa Luro para venir a la escuela. Mario, desde un poco más lejos, desde Castelar. Ambos llegaban en el tren que paraba en la estación Vélez Sarsfield (hoy Floresta) del Ferrocarril Oeste (hoy ex – Sarmiento) exactamente a las 7.50 de la mañana. Diez minutos antes de la campana para iniciar las actividades en la escuela. Esta era la Nº 1 del Concejo Escolar 18, “Saturnino Segurola”. Solo de varones. Exactamente enfrente de la estación con solo cruzar la calle Venancio Flores. A esa hora bajaban decenas de guardapolvos blancos de ese tren Un número muy grande de chicos viajaban desde la provincia porque sus padres querían que hicieran la primaria en la Capital Federal. Pensaban que tenía un mejor nivel. El linyera iba a la escuela caminando. Vivía a cinco cuadras, del otro lado de Rivadavia. Cruzaba las vías por un paso peatonal subterráneo, en el que una vez lo habían asaltado unos muchachotes y le habían robado la escarapela. Nada grave. Pero la costumbre de asaltar en esos lugares, como se ve, ya existía.

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El linyera recuerda que Mario y Julio eran una especia de cabecillas. No porque ellos lo hubiesen buscado. Su intención no era la de liderar nada. La guerra europea no era un tema en la escuela. No eran, por cierto, alumnos especialmente destacados por su desempeño escolar. Pero, eso sí, eran dos magos del balero. ¡Qué destreza para embocar sin errores el palo en el agujero de la bola! Sus baleros eran muy especiales. De la mejor madera. Con la bola cubierta de chinches redondeadas que producían una especie de música muy deportiva al ser rozadas por la punta del palo, también terminado con una chinche de brillo especial. ¡Qué maravilla! ¡Un espectáculo!

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En el recreo largo, después de las primeras dos horas de clase, habiendo tomado cada alumno apresuradamente de la canasta depositada minutos antes sobre el escritorio de la maestra el pancito de leche que les daba la cooperadora, sin acordarse de ir al baño, (se pedía permiso durante la hora de clase siguiente), se agolpaban en círculo en el patio y empezaba el desafío de los dos maestros del balero. Ni la más mínima falla por parte de ninguno de los dos en los variados lances del juego. Siempre terminaban con la puñalada y las 14 provincias (¡Qué tiempos cuando las provincias efectivamente eran 14!).

Campana y ¡a clase! Nunca había una definición terminante. Creo que ya estábamos en agosto. Ni una falla. Eran perfectos. Se decidiría al día siguiente. Y así de un día para otro. Cada vez con más fervor. Y cada vez con más encarnizamiento en las barras de cada uno. El curso se iba dividiendo más y más. Unos pocos eran simples espectadores, aunque muy interesados.

Un día la cosa se puso pesada. Mario iba a embocar su último lance cuando uno de los partidarios de Julio le dio un leve empujón y lo hizo fallar. Se originó una tremenda gresca. Iba a terminar mal, cuando, llamado por alguien apareció el director, Don Ángel, que con voz de trueno puso orden y calma. ¡A clase! ¡Se pierden el próximo recreo! El asunto no iba a quedar así. Comenzaron los preparativos para el desafío final. No iba a ser con los baleros sino con los puños. Entre Mario y Julio. Se vería definitivamente quién era el mejor. Al día siguiente, a la salida de la escuela.

A uno de los lados de la estación de ferrocarril había un pasaje subterráneo peatonal, como ya se mencionó, para cruzar las vías. La calle Venancio Flores se interrumpía allí y había que caminar una cuadra más para encontrar un paso a nivel. Allí, justamente donde se interrumpía la calle había un terreno baldío, una manzana entera salvo una esquina donde había otra escuela, la Nº 3, Joaquín V. González. Las dos escuelas eran vecinas, las dos de solo varones, peno no había rivalidad. Las horas de salida eran distintas. En ese baldío, pegado al andén norte había un montículo de tierra. Lo llamaban la “montañita”. Ese fue el lugar designado para el “gran desafío”.

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Eran las 12.30 del día señalado. Día de pleno sol, para templar el frío del invierno. En la esquina de la “montañita” estaba como todos los días Don Vicente ofreciendo “pizza, fugazza y fainá”. Nadie le prestó atención ese mediodía. Los de 4º comenzaron a agruparse en la esquina de la lomita. El baldío estaba completamente vacío, excepto por un

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ombú que allá a la distancia reinaba solitario. Hoy ese terreno está ocupado por edificios de propiedad horizontal.

Al ver que numerosos chicos comenzaban a agruparse entre gritos y ademanes ampulosos, el agente de policía que vigilaba la salida creyó advertir algo raro pero se mantuvo a prudente distancia. “Que resuelvan los problemas entre ellos”, habrá pensado para sus adentros, y miró hacia el otro lado. Los dos desafiantes, en el centro de la “montañita”. Antonio y Fernando. hacían de jueces. Dieron la orden ¡Ya! Un amasijo de golpes. Una avalancha por ambos lados. Mario pronto tuvo un ojo negro y Julio sangraba profusamente por la nariz. Ambos guardapolvos blancos teñidos de rojo. Un griterío infernal alrededor. La simpatía del linyera no estaba por ninguno de los dos en especial. Los apreciaba a ambos. Los miraba casi con horror. Julio se agachó y metió la cabeza como un ariete sobre el vientre de Mario. Como la pelea no estaba regida por la A.M.B. no había golpes prohibidos.

Los gritos atrajeron la atención del agente que echó una mirada y caminó alejándose hacia la otra esquina. De pronto un grupo de los partidarios de cada uno de los contendientes los tomó fuertemente y lograron separarlos. Estaban irreconocibles. Un fuerte abrazo. Exclamaciones de admiración por parte de todo el grado. Los jueces declararon empate. La contienda se definiría con los baleros el lunes siguiente en el recreo largo, como siempre. Mario y Julio se fueron juntos a esperar el tren. Se podrían sentar en el mismo asiento. Siempre había lugar en el tren, aunque hoy parece difícil creerlo.

Fue el último acto que el linyera guarda en la mente de aquel 4º grado de 1940. Era como si el curso hubiese terminado allí. Última escena. Telón. Esos dos compañeros cubiertos de sangre. El honor lavado. El curso en paz. Todos amigos. Después el linyera cambió de escuela. Misteriosamente, con ese telón también se cerró una etapa de su vida. Aquellos compañeros, tantos amigos, se terminaron allí, en ese “gran desafío”. Tal vez empezaba allí para él, sin presentirlo, otra etapa del gran desafío de la vida.

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III

Un parque inolvidable, por mil razones. La calesita es solo una de ellas.

CALESITA

(vueltas y vueltas)

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Una sola. Nunca otra para él. En el centenario parque de un barrio porteño. Un poco más allá de la playa de juegos. Cerca de la estación del trencito. Un rincón muy agradable y umbrío. Entre añosos y corpulentos árboles.

Un caballo de pelaje irreconocible, que parecía también viejo y cansado. Sin fuerzas, pero con mucha voluntad y, sobre todo, resignación. Era como si le encantara divertir a los chicos y eso bastara para llenar de felicidad su vida entera. Muy rutinaria, por cierto, en este que se suponía el último tramo antes de ingresar definitivamente en el prometido paraíso equino, bien merecido como premio a su continuidad y empeño en la realización de esa buena obra.

* * * * * * * * * * * *

El linyera era tal vez un chico, nada más que un chico, aunque ya un poquito grande para una calesita. Demasiado grande para los parámetros usuales. Nunca había subido a una calesita. Ese día estaba solo. Miraba y miraba. La marcha vivaz que sonaba en el organito deleitaba sus oídos en medio de las sonrisas de los varios niños y niñas que giraban y giraban sobre sus caballitos, autitos, botes y otros vistosos objetos menos definidos. Madres y abuelas seguían con ojos ansiosos y contaban cada nueva pasada del principito o la princesita.

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El linyera seguía ensimismado en su contemplación, casi mágica. Con la vista ahora clavada en un simpático viejito de sobretodo gris y raído. El frío era bastante intenso. Mañana de pleno sol, pero a mediados de junio. El viejito agitaba un instrumento de madera al que llamaban “pera”, pendiente de una cadenita y con una sortija en su extremo inferior. Si alguien, afortunado, la ensartaba en su dedito, tendría una vuelta gratis. Dos giros, tres, cuatro... Nadie pudo embocar la sortija. Las madres o abuelas pagaban por otro giro. Algunas se iban retirando con sus chicos ya satisfechos. Otras más se acercaban por primera vez. El linyera se animó. Usó los únicos cinco centavos que tenía en el bolsillo y ascendió a la plataforma giratoria. Se quedó de pie sobre ella, aferrado a uno de los delgados caños dorados que sostenían el techo.

Primer giro. El viejo comienza a agitar la “pera”. Luis estira el índice de su mano derecha y ¡embocó!. Se quedó con la sortija y el derecho a otra vuelta. Eso mismo pasó en el giro siguiente. Y en el siguiente. Y en el siguiente. ¡Siete veces! El viejito lo miraba pero no se atrevía a

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decirle nada al linyera que seguía con el rostro exultante. Al fin del octavo giro el linyera se sintió cumplido. El viejito le dio un abrazo. El linyera caminó hasta los retamos que bordeaban la entrada del parque. De allí, caminando feliz a su casa.

Nunca más subió a una calesita. Solo continuó dando vueltas en la calesita de la vida. ¡Cuántas! El otro día el linyera cumplió ochenta años. Sintió un deseo incontenible de volver a ver la calesita. ¡Allí estaba! Como aquel día lejano... Otro caballo viejo y cansado. Otro viejito agitando la “pera”. Otras madres, otras abuelas, otras princesas y otros principitos. Solo él era el mismo. ¿Era el mismo? Sí y no. Sus ojos eran más grises y tal vez menos curiosos. Pero conservaban aquella ingenuidad natural que lo había llevado a descubrir siempre algo nuevo en cada vuelta de la calesita y en cada vuelta de la vida...

IV

La misma escuela de El gran desafío.

COMO ENTONCES

(a pesar del tiempo)

El linyera estaba sentado fuera de la oficina del fiscal. Aguardaba que lo hicieran pasar para leerle los cargos. Lo habían citado. No sabía bien por qué. Con sus setenta años era la primera vez que estaba en un juzgado. Tal vez se tratase solo de una confusión. No quiso sentarse. Hacía ya dos horas que esperaba. Temblaba como una hoja. No podía concentrarse. Una sola cosa se revolvía en sus neuronas: ¡Aquel 9 de Julio sesenta años atrás!

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Todo está como era entonces,la casa, la calle, el río,

los árboles con sus hojas...

- ¿Les gustaron estos versos de Olegario Víctor Andrade? preguntó la maestra de 4º grado.

- ¡Síiii, señoritaaaaa!!! respondió un coro de unos treinta mocosos, tratando de quedar bien.

En realidad, ya era el mes de julio y los chicos estaban acostumbrados a leer prosa y poesía de nombres que, al menos en esa época, eran importantes: Miguel Cané, Juan María Gutiérrez, Domingo Faustino Sarmiento, Joaquín V. González...

- Falta una semana para el 9 de Julio. Si alguno aprende todos los versos de memoria para la semana que viene, los va a recitar en público en el acto patriótico, en representación de nuestro grado.

No era poca cosa. Se trataba de veintiuna cuartetas de octosílabos. Un total de ochenta y cuatro versos. El linyera volvió a casa y se puso a repetir y repetir. Suavemente iban entrando. Eran como una música:

los árboles con sus hojas,y las ramas con sus nidos.

Todo está, nada ha cambiado, el horizontes es el mismo.

Noche tras noche, verso tras verso, estrofa tras estrofa, las ochenta y cuatro líneas parecían irse quedando pegadas en la memoria del linyera. Lo repetía y repetía. No pensaba en las palabras. Solo era música. Hasta que lo acunaba el sueño.

- Bueno, ¿alguien se anima? – preguntó la señorita en clase la víspera del gran día.

El linyera levantó la mano. Solo él. Nadie más. No hubo extrañeza en el curso. Todos los compañeros lo conocían como de buena memoria. Pasó al frente y lo recitó de pe a pa sin siquiera pestañear. De un tirón

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Llegó el gran día. 9 de Julio. Muchísimo frío. Guardapolvo blanco impecable. Escarapela reluciente. Los pómulos enrojecidos por el aire helado y los dedos de las manos morados e hinchados con los sabañones. Día de sol. Formación perfecta de los alumnos de 2º a 6º en el patio colonial embaldosado a nuevo. La profesora de música, flaca y pálida como de costumbre, sentada al piano para el himno y otras canciones patrias. El personal directivo y docente en sus respectivos lugares. La enseña celeste y blanca a lo alto del mástil. Todo lo que corresponde para un acto escolar comme il faut

Todo empezó bien. Himno. Una marcha. 6º grado: una escenificación. Una canción por un pequeño coro. 5º grado: una canción folclórica con dos guitarras.. 4º grado:

- Ahora es tu turno, - le dijo la maestra al linyera, tocándole el hombro. – No tengas miedo.

El linyera temblaba. Caminó hasta el lugar indicado, afrontando cuatrocientos ojos. Apenas podía tenerse en pie. Le temblaban los tobillos. Le temblaban las piernas. Todo el cuerpo. La cabeza... Sentía un frío intenso...

- Dale, —le susurró la maestra, que se había corrido a su lado—, ¡ahora!

El linyera arrancó. Sin dejar de temblar. Sin el menor ademán. Los brazos pegados a ambos lados del cuerpo. Como una estatua de mármol, pero sacudida como por un terremoto. Los versos salían uno tras otro sin pausas ni modulación alguna.

Yo estaba triste, muy triste, El cielo oscuro y sombrío; Los juncos y las achiras Se quejaban al oírlo.

Hasta el final.

Hoy vuelve el niño, hecho hombre, No ya contento y tranquilo,

Con arrugas en la frente Y el cabello emblanquecido.

Un aplauso largo y cerrado. ¿De compasión? El director se acercó y, con una fuerte palmada en la espalda, como para hacer cesar el temblor, exclamó con su vozarrón de siempre: “ ¡Qué memoria!” Pero el linyera seguía temblando. Como setenta años después en un juzgado.

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V

Solo una reflexión sobre el tiempo.

TAC...TAC...TAC...

(no hay tiempo, solo hay relojes)

Tac... tac... tac... Un piletón casi lleno. Una canilla goteando. ¿Desde cuándo? Tac...tac... tac... Pronto se va a desbordar. Un hilito de agua limpia ( aunque tal vez ya contaminada) va a deslizarse. Una ínfima pincelada de pureza en el sórdido piso de tierra del espacio entre la casilla de Elisa y la casilla vecina Un par de metros. Ella había llegado desde el norte. ¿De dónde? De allá lejos. ¿Para qué? ¿Cuándo? No tenía noción. O prefería no tenerla. Todo era igual. Tac...tac...tac...

- ¡Elisaaa! ¿Dónde carajo estás?

- ¿Qué mierda te importa?

- ¡Vení de una vez!

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- Si se me canta... ¡hijo´eputa! ¿Tenés tanto apuro? ¡Aguantá un poco!

- Te voy a romper el culo a patadas, como anoche... Venite corriendo.

Una voz ronca desde adentro del asqueroso tugurio. Elisa ni sabía el nombre. Había caído un tiempito atrás, sucio y maloliente. Barba desprolija y pelo desgreñado. Como tantos que caían a menudo buscando refugio. El lugar era conocido en el ambiente. Se presentó un día de repente, abrió la puerta sin llamar y se desprendió la bragueta... Estaba ansioso. Miró de manera fulminante el segundero de su reloj de lujo. Como había hecho en todos los asaltos de su largo historial delictivo, meticulosamente cronometrados. Un desencuentro por tres segundos con sus socios lo había hecho errar el último gran golpe al banco que lo hubiese puesto al cubierto de necesidades económicas por todo el año. No mucho más. Su necesidad de gastar iba pareja con la de adquirir dinero. Una carrera desesperada Había buscado reparo en esa casilla, por primera vez. Guiado por referencias. Por el error en el último asalto odiaba ese reloj. ¿Para qué tanto control? ¡Total! Se lo arrancó furioso y lo tiró debajo de la cucheta. Esperó desnudo a Elisa. Apenas entró le quitó la ropa a tirones con desesperación y se sumergió con ella en un sueño extático que deseaba no tuviese término. Lejos del cronómetro. Sin tiempo.

Tac… tac... tac... Afuera la gota seguía cayendo incansable en la pileta... en el barro... ¿Hasta cuándo? Tac...tac...tac...

* * * * * * * * * * * *

Chalet de clase media. Un barrio del sur del Gran Buenos Aires. Uno de tantos Beba lleva horas ante la pantalla de su TV. Se olvidó de preparar la comida para su marido que acaba de llegar.

- .Estoy muerto de hambre. ¿Por qué no apagás ese televisor? ¡Me pudren esos gritos!

- Esperá un momento. Escuchá lo que dice hoy el pastor.

- Bah, será lo de siempre...

“... ¡Aleluya! ¡Aleluya! El fin del mundo está cerca... El Señor ya llega... quiere encontrarte preparado... Ya se acaba el tiempo... El Señor te espera... No tardes más...”

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¡ULTIMO MOMENTO! (irrumpió en la pantalla un cartel en rojo vivo) ACABA DE SER DETENIDO EL FAMOSO ASALTANTE DEL CRONÓMETRO...

- ¡Ya te había dicho que iba a caer!

- ¡A él sí que se le acaba el tiempo! Tanto vivir pendiente de los segundos de su reloj. ¿De qué le sirvió?

* * * * * * * * * * * *

Marcos Paz. Una celda individual. Como cualquier otra. Alguien duerme. Pesada y prolongadamente. Silencio total. Oscuridad total. Solo unas cuantas neuronas bailando en el vacío cerebro de alguien en su primera noche de encierro.

“No. No. No. Tiren ese reloj. No quiero medir mis horas. Para siempre. ¡Faltan tres segundos! Nunca más. Elisa, ¿estás a mi lado? Flaco, ¡qué hiciste? No te separes nunca, Elisa. Ni un minuto. ¡Boludo! Así, siempre a mi lado. En este orgasmo interminable. Para siempre. ¿Por qué no sale el gordo? Para siempre. Sin ansiedades. ¿Qué te pasó? Sin tiempo. Toda la vida. Más allá de la vida. ¿Traés la plata? Sin tiempo. Sin tiempo que pasa. Sin segundos. Ni minutos. ¡Subí, rajemos! Ni horas. Ni días. Ni meses. Ni años. Ni siglos. ¿Cuánto? Ni eternidad. La nada absoluta. Nada se mueve. Nada cambia. Nada empieza. Nada termina....”

- ¡Ya es hora de estar arriba!

- ¡Qué hora ni qué hora! Ya tiré el reloj a la mierda!

Dentro de su cabeza seguía la danza.

Elisa, Elisa, Elisa, no siento tus gambas... Apretame más. No quiero que esto se acabe. Apretame. Apretame. No nos despertemos nunca. ¡Elisa! ¡Elisa!

- ¡Levantate o te cago a palos!, gritó furioso el carcelero.

- Elisa, ¿estás loca? ¿Me vas a dejar? ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!

El guardia abrió la puerta con rabia y violencia. Lo sacudió furiosamente. Él seguía:

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¡Elisa! ¡Elisa! ¿Qué carajo de pasa? Sigamos, sigamos, sigaaaamos... hasta...

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- Beba, vení a ver esto.

- Ah, ahora sos vos el que no afloja la vista de la pantalla.

- Me apasiona. Es algo científico. El origen del universo. ¿Qué había antes? ¿Había algo? ¿Había alguien? ¿Cómo contaban el tiempo antes de que empezase el universo? ¿Había tiempo? ¿Qué es el tiempo? ¿Es el mismo para todos? ¿Por qué algunos se apuran y otros no?.... ¡Beba! ¿Me estás escuchando?

- Te volviste filósofo. De golpe. ¿Desde cuándo te interesan esas cosas?

* * * * * * * * * * * *

Tac... tac... tac... La gota sigue incansable… Una tras otra. El hilo de agua en el piso ya es un charco inmundo que se hace más y más grande.... Tac... tac... tac... Más y más... ya invade la calle de tierra... Y sigue y sigue...

Elisa está adentro. ¿Con quién? ¿Con quién está su cuerpo? Porque su mente viaja, junto con su vista, del reloj de lujo en su muñeca a la oscura celda de una lejana prisión.... prolongando indefinidamente aquel éxtasis sin tiempo que había empezado días atrás con el misterioso hombre del cronómetro....

Tac... tac... tac...

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VI

Un simple recuerdo.

¡ESOS TRES ESCALONES!

Un barrio porteño, bien porteño. Una época porteña, bien porteña. Una casa porteña, bien porteña. Una mañana de sol porteña, bien porteña. Un verano porteño, bien porteño, casi como el de Piazzola. Un rayito de sol, solo uno, se colaba por un diminuto resquicio entre el pequeño toldo de lona y el cielo raso debajo de la claraboya en lo alto de un patiecito interior que actuaba como distribuidor entre la cocina, el comedor y el resto de la casa.

Primer piso. Escalera de mármol blanco, generosamente ancha. Ascendía hasta la puerta cancel, una puerta con paneles de vidrio, muy transparentes a pesar de estar cubiertos por un elegante par de cortinas de tul. La misma escalera servía de zaguán. Tras la puerta cancel, un reducido antepatio y luego el espacio anteriormente mencionado. Y allí esos tres escalones, cada uno con su gotita de sol.

Tres simples escalones. No tenían lujos de qué poder jactarse. Angostos. Apenas para permitir el paso hacia la puerta de la cocina de una sola persona por vez. Simples, casi rústicos. Un poco en contraste con el resto, muy decoroso, de la vivienda. Cubiertos por una capa alisada de cemento. De un color verde apagado. Un verde que se tornaba un poco más claro y brillante donde caía la gotita de sol. Como si fueran tres focos luminosos en el piso. Tres soles en miniatura.

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Por supuesto esa iluminación tan especial se daba en un determinado momento del día, solo en uno. Las tres y diez de la tarde en ese día de enero. Antes y después los tres foquitos quedaban apagados.

Esos tres escalones... Pisados mil veces al día. ¿Por quiénes? ¿Por todos los ocupantes de la casa? No. Solo por dos pies enfundados siempre en unas acolchadas pantuflas que hacían que esas pisadas fuesen suaves, delicadas, parsimoniosas, incansables... Las pisadas de mi abuela, de Ita, la madre de mi madre, que apenas conocí, y, por la tanto, la dueña absoluta de una palabra que nunca pronuncié: mamá, y cambie por la de abuelita, Ita. Veces y veces en el día, desde la madrugada hasta el anochecer. Arriba. Abajo. Arriba de nuevo. Debajo de nuevo. Con su rostro de bondad incansable. Sus ojos tiernos. Sus cabellos grises siempre bien peinados, recogidos con peinetas. Todo el día en la cocina. Dueña y señora.

¿Quién habrá pisado antes esos escalones? ¿Quién los pisará ahora? Porque esa casa la ocupamos solo unos pocos meses. Sí, unos pocos meses. En San Cristóbal. En alquiler. ¿Era caro? Algo. Al menos para nosotros. Pero no fue el dinero la razón de mudarnos tan rápido. Fue el corazón de Ita, el corazón de la abuela.

- De ninguna manera, dijo el doctor, usted, señora, no puede seguir en esta casa. O se consigue una cocinera.

- ¡Doctor!

- Absolutamente. Esos tres escalones. Son nada más que tres. Pero en el día hacen cientos.

- Ni me doy cuenta.

- Eso es lo malo. Usted no se da cuenta, pero su corazón, sí.

- Está bien, doctor.

- Si quiere seguir viviendo, para sus nietos, hágame caso y aléjese cuantos antes de estos tres escalones.

Y a los pocos días nos fuimos un poco más rumbo al oeste... Siempre dentro de la ciudad...

El día anterior a la mudanza me quedé sentado un largo rato en una pequeña banqueta junto a la puerta de mi cuarto, todavía reponiéndome de una larga tos convulsa. Con uno de los capítulos de Pinocho entre las manos. No leía, por supuesto. Miraba. Solo miraba.

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Tres brillantes manchitas de luz, con un resplandor verde esmeralda. Miré el reloj que aun descansaba en la pared. Eran poco más de las tres de la tarde...

Adiós, escalones queridos. Adiós para siempre. Van a vivir en el cofre de mis recuerdos inolvidables...

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Habían transcurrido ... uno...dos...diez días... Estaba durmiendo en la nueva casa sin escalones.... Soñaba... una cocina con tres escalones... Una señora mayor con el rostro y los cabellos luminosos, cual los de un ángel, descendía muy lentamente por ellos y, al verme, sonreía con una dulzura muy extraña

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VIILibertad.

GORRIÓN ENJAULADO

(¿quién es libre?)

Tal vez haya más de uno. Yo, por mi parte, dice el linyera, conocí uno solo. Para mí el gorrión había sido hasta entonces algo así como el símbolo de la libertad.

Fue en una vieja estancia. Las dueñas eran dos señoritas ya mayores que la habían heredado. Seguían manteniendo todo como en los antiguos tiempos de esplendor, aunque las circunstancias ahora eran otras.

En el centro geográfico más o menos exacto de la Provincia de Buenos Aires. Plena llanura pampeana deprimida. Grandes potreros. Con cañadones, esteros y lagunas. La mayor parte del campo dedicada a la cría de ganado lanar. Algunas cabezas de ganado vacuno. Agricultura casi inexistente.

Las dueñas dejaban todo el manejo en manos de un capataz que ya había servido muchos años a su padre. No eran ricas pero vivían con tranquilidad. Lejos de toda población. Muy pocas visitas. Una casa muy antigua. Confortable. Mantenida con prolijidad y buen gusto. Un amigo, que iba casualmente de visita me llevó hasta allí, cuenta Juan, una tarde de verano.

Estábamos los cuatro, continúa el linyera, tomando mate en un fresco patio de ladrillos muy gastados pero que lucían entre el verde de las enredaderas, bajo la sombra de un añoso paraíso. Todo envuelto por el perfume de madreselvas y jazmines.

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Una jaula bastante antigua, redonda, pendiente de una gruesa cadena, todo a tono con la vivienda y la vegetación circundante.

- ¿Es realmente un gorrión?, preguntó el linyera con curiosidad después de haberse acercado al jaulón y observado atentamente al único ocupante, que lo miraba con ojos interrogantes en respuesta a su saludo.

- Sí, hace años que vive con nosotros, le contestó la señorita mayor.

- ¿Cómo hicieron para enjaularlo? ¿Alguna trampa?

- No, para nada. Casi diría que vino voluntariamente, le dijo una de las señoritas.

- ¿En serio? Cuénteme la historia, por favor.

- Este patio y sus alrededores siempre fueron un lugar preferido por toda clase de pájaros. Benteveos, calandrias, mixtos, cardenales, picaflores... Y, además, muchos gorriones. Venían a todas horas pero especialmente al anochecer. Picando semillitas y miguitas. La mayoría pasaban muy rápido por aquí. Pero poco a poco un gorrioncito parecía irse haciendo amigo. Tomaba confianza. Se acercaba cada vez más. Empezó a venir todos los días. Aprendimos a reconocerlo por una manchita especial, muy pequeña pero inconfundible, en la parte izquierda de su cabecita. Era de un color muy particular que no me atrevo a definir. Pero era imposible confundirlo, Aparte, ninguno era tan mansito. Tomaba agua en un platito. Hacía su merienda con miguitas. Saludaba con un batir de alitas y se tomaba un paseo por los alrededores para regresar infaltablemente a su “hogar”. Teníamos este jaulón viejo desocupado por la muerte de un canario y se lo ofrecimos. Lo aceptó. No nos ofrecía en pago el canto como el canario pero sí nos brindaba mucha, mucha simpatía. Diría, más bien, cariño.

- ¡Qué historia maravillosa!

- Es ya parte de la historia de este campo.

- ¿Recibe visitas?

- Sí, casi todos los días. Supongo que son gorrionas amigas. Parece como que lo invitaran a dar un paseo. Nosotras, para protegerlo de cualquier peligro, preferimos no dejarlo salir. Y él parece muy conforme.

* * * * * * * * * * * *

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Cuando me retiraba del campo, reflexionaba el linyera, me quedé pensando. ¿Un gorrión que renunció a su libertad por un plato de miguitas?

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VIII

Más sobre la libertad.

¡QUÉ BIEN ESTABA EN LA JAULA!

Cuenta el linyera. Lo había conocido hace varias décadas. Ya lo conté. En una antigua casona de un viejo establecimiento de campo, de los de antes, en el centro deprimido de la provincia de Buenos Aires. Dentro de un jaulón. Era la primera vez que tenía noticia de un gorrión enjaulado.. Había visto mil jaulas con miles de canarios y otras avecillas cantoras… Pero… ¿un gorrión? Ese gorrión que se había aposentado en mi corazón desde el momento en que escuché “Barrio, barrio, que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental” ¡Me sentía tan identificado con él!

¡Un gorrión enjaulado! Aquel ya lejano día me había quedado meditando sobre el gorrión enjaulado que, según me habían contado sus dueñas, se había paulatinamente enjaulado a sí mismo a cambio de una ración diaria de miguitas de pan… ¡Cambiar su libertad por unas miguitas!

Pasaron años. Muchos. El recuerdo estaba en el cofre de los imborrables y, de tanto en tanto, ¡vaya uno a saber por qué! se insinuaba con cierta fuerza en momentos de melancolía…

Una noche, no hace tanto, el recuerdo volvió a golpearme con inusitado vigor. Se instaló en mi mente por unos minutos y, aunque en sueños, con una vivacidad que le dio todo el carácter de la más real de las realidades.

Me encontré de repente sentado en un sillón de hierro forjado sobre el piso de gastados ladrillos de aquella casona en medio del campo. Semidestruida. Restos de paredes cubiertos de espesa yedra. Lo único que parecía haber sobrevivido era ese umbroso patio . Desde mi asiento contemplo intacto el anciano jaulón… La puertecita estaba abierta. Por lo demás, silencio de tumba. Penumbra. Nada. Nadie.

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Una silueta muy tenue, fantasmal, aparece repentinamente junto a la jaula. Misteriosamente toma la palabra.

- Bienvenido. ¿Te acuerdas de mí? Soy Julia, una de las hermanas que te recibimos aquí, que te convidamos con unos mates, que pasamos una linda tarde, que te mostramos un gorrión dentro de este jaulón.

- Hola, Julia. ¡Qué gusto volver a encontrarte! Me levanto y te doy un beso y un abrazo.

- No puedes tocarme. Solo soy una sombra. Salí de mi encierro porque te vi aquí sentado…Me permitieron salir por unos pocos minutos. Nada más que para saludarte…

- ¿Y tu hermana?

- ¿Sofía? Es también una sombra que me acompaña en nuestro eterno descanso.

- ¿Y el gorrión?

- ¡Ah, aquel inolvidable gorrión! ¿Te acuerdas?

- ¿Cómo olvidarlo?

- Está también con nosotras en el mundo de las sombras. Llegó mucho antes que nosotras. Una mañana de primavera, después que estuviste acá de visita, encontró la puertita del jaulón abierta. Tomó vuelo y desde la copa del pino de al lado nos llamó y nos dijo: “Gracias por todo. Quiero ser libre. Me voy para siempre”

- ¿Nunca volvieron a verlo?

- Años después lo encontramos en el mundo de las sombras.

- ¿Es feliz?

- Todos somos felices aquí… Al menos, no podemos ser infelices Todo es paz y quietud. Al no ser libres y no poder elegir…

- Nos contó brevemente que la mañana que salió de la jaula empezó a transitar libremente por la vida creyendo que iba a disfrutar como no lo había hecho nunca en su jaula…con tantas gorrionas para cortejar y tanta comida para elegir…Iba a gozar todos los placeres de un gorrión en libertad. Apenas se alejó de la casona, se posó sobre un hilo de teléfono para apreciar la inmensidad del campo y un chico lo bajó al instante de un

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hondazo…”¡Qué bien estaba en la jaula!” alcanzó a exclamar al morir. Eso nos contó…

- ………………………………………………………………………………………………

- …………………………………………………………………………………………….

Poco a poco, no más voces ni sombras. Volví a esta realidad que llamamos consciente… Me repiqueteaban en el oído las últimas palabras del gorrión: “Qué bien estaba en la jaula!” Y me quedé pensando: ¿Será por eso que tantos gorriones humanos renuncian fácilmente a los riesgos de la libertad?

IX

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Sueños imposibles.

¡CRAC!

(dentro de un alma cualquiera)

Esto pudo haberle sucedido a muchos en un monasterio, en su casa, en la calle, en medio de un viaje en avión o en ómnibus, o simplemente junto a la almohada...

en un monasterio

¡Crac! Un solo golpe. El frío piso de baldosas grises recibió el impacto y opuso la resistencia lógica a todo ataque inesperado. El espejo Relativamente pequeño Algo ya deteriorado por el paso del tiempo. Con espacios en los que la ausencia del azogue le daba una transparencia completa Sin un marco protector. Había, aparentemente, terminado su vida de manera imprevista, violenta y, a la verdad, no deseada. No deseada por él (si es que un espejo tiene deseos que el ser humano, con sus sentidos tan limitados, no llega a percibir) y mucho menos deseada por Teófilo, que lo había dejado caer mientras estaba contemplando su propio rostro con extático narcicismo, cuando sonaron unos impactantes golpes que aplicaron repetidamente los nerviosos nudillos de una mano derecha, algo ya marcada por venas y arrugas, sobre la tranquila madera de la puerta.

¡Crac! Había hecho el espejo sobre el suelo. ¡Tac! ¡Tac! ¡Tac! Habían repercutido como un eco en los oídos del joven monje los llamados en su puerta y sus dedos, como repentinamente atravesados por una corriente eléctrica, dejaron caer su rostro, es decir el espejo que en ese momento era su rostro, sobre las baldosas de la austera celda monacal.

Era en verdad una celda austera. Casi al estilo medieval, aunque con ciertos detalles robados a la modernidad. Junto a un sencillo lecho de madera, una pequeña mesa, algo rústica y encima de ella un velador con una bombilla eléctrica ordinaria de 60 W. cubierta por una pantalla cónica de extrema sencillez. Era la única iluminación de una habitación de 2m x 3m, cuando la luz exterior dejaba de entrar por la ventanita que daba al amplio jardín del monasterio. La ventana estaba a una altura tal que no permitía indiscretas miradas ni hacia afuera ni, mucho menos, hacia adentro. Techo y paredes

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blanqueadas a la cal... Sobre un muro lateral, un par de estantes con una escasa docena de libros. Se podía ver, por supuesto, una Biblia, la Imitación de Cristo del Kempis, Noche oscura del alma de Juan de la Cruz, Las Moradas de Teresa de Jesús... Un pequeño tapiz pendía de un clavo sobre la cabecera de la cama, bajo una rústica y diminuta cruz tallada en algarrobo, con el conocido soneto de la mística española cuyo primer verso reza “No me mueve mi Dios para quererte”.

¡Crac! Como un relámpago cruzaron por su cerebro, en una visión fugaz pero profunda y abarcadora, todos los instantes de esa sufriente exploración de tres años con la que había intentado afanosamente desentrañar el misterio que sentía clavado en su interior. Quería encontrar ese espíritu puro, casi angélico, tal vez divino, que creía llevar en sí, y aferrarse a él con la desesperada seguridad con que se aferra un náufrago a un solitario tablón en medio de aguas turbulentas. Los libros lo habían defraudado, incluso la Biblia. No lo llevaban más allá de las palabras. Metáforas y más metáforas. Una más bella y atrapante que la otra. Pero solo palabras. Nada detrás. En un arranque casi de incontenible furia había tomado en sus manos el pequeño espejo (¡pobre espejo!, ignorante de su inminente ruina), descolgándolo de sobre el impasible lavabo adosado a la pared, sobre la que pendía de un hilo vulgar sostenido por un clavo ordinario. Había clavado sus ojos en él. A través de esos ojos, sus propios ojos, allí reflejados, negros y brillantes, enmarcados en su rostro bajo espesas cejas y como surgiendo de una barba muy abundante para sus veinticuatro años, quiso, en un momento casi de éxtasis, atrapar esa figura angélica que estaba seguro de llevar dentro de sí. y que los libros, por más sagrados que fuesen no le permitían descubrir. Tal vez esa mirada penetrante y perforadora lo consiguiese.

¡Crac! ¡El ángel interior hecho añicos!

- Hola ¿Molesto a esta hora?, le preguntó el prior al que Teófilo le había franqueado la puerta tras la rotura del espejo como culminación de ese intenso terremoto mental. que, en realidad, no había durando más que un par de segundos..

dieciocho años antes, en una casa de familia

Abrió la canilla de la ducha. En la bañera. Un cuarto de baño clásico. En un rinconcito, junto al cesto para la ropa usada, se había acurrucado Princesa, la simpática gatita que se estaba acostumbrando a actuar casi como dueña de casa. Había pasado inadvertida y ahora estaba allí, en su disimulado observatorio, con los ojos bien abiertos y acariciándose el bigote con la manito izquierda.

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Una vueltita más a la canilla del agua caliente.. Para templar la temperatura de esa lluvia gratificante. La mente en vacío. En ese momento lo único importante era ese cuerpo de niño, lleno de vida, de pujanza. Había que cuidarlo y hasta mimarlo.

Princesa, enfundada en su suave pelaje armiñado, miraba con inmensas pupilas de asombro. Conocía muy bien a su amiguito que estaba bajo la ducha. Pero así, despojado totalmente de su ropa, lo miraba como algo distinto. No lo veía tan diferente de sí misma. Sí, mucho más semejante. Un congénere un poco más grande y con algunas características especiales. ¿Le inspiraba algún deseo? No estaba segura, pero ciertamente le parecía algo muy interesante, sorprendente, admirable. Muy superior a los otros gatos del vecindario. ¡Qué descubrimiento! Su patroncito estaba físicamente más cerca de ella de lo que había creído hasta entonces. ¿Sentiría él lo mismo si la viese allí?

El chico cerró las canillas y se enfundó en la toalla. Mientras se secaba, comenzó a pensar. Pensar. Pensar. ¿Era él solamente ese cuerpo tan perfecto? Se miraba, se tocaba, se acariciaba.... ¿Había algo más en él que lo hacía distinguirse de su Princesa? ¿O eran lo mismo? Lo tenía que descubrir. Tenía toda una vida por delante para eso.

- ¡Teófilo! ¿Terminaste?

- Sí, mamá, ya voy.

la misma celda en el monasterio

- Sí, Padre. Usted dirá.. Estaba con el espejo en la mano. El llamado me sorprendió y lo dejé caer. ¡Qué desastre!

- Déjalo así ahora, después recogerás los pedazos. Siéntate un momento que tengo que decirte una cosa.

- ¿De qué se trata?

- ¿Siempre persistes en tu búsqueda mística?

- Sí, quiero encontrar a Dios dentro de mí.

- Dios te va a iluminar en algún momento.

- Tengo esa fe.

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- Tal vez puedas tener ayuda.

- ¿De quién?

- De alguien muy espiritual y que creo ha recorrido ya gran parte de ese camino.

- ¿Quién?

- El Padre Luis.

- ¡Ah!

- Mañana temprano debo ir a verlo a su monasterio. Vine a invitarte para que me acompañes.

- ¿Mañana?

- Sí, salgo muy temprano. Vengo a llamarte.

- Muchas gracias.

- Hasta mañana.

- Hasta mañana, Padre.

pedazos sueltos

Tras la conmoción. Tras las palabras esperanzadoras. Vuelta repentina al mundo real. Teófilo miró al piso. Sorpresa. Temor. Indecisión. Se arrodilló. Fue recogiendo los trozos del espejo. Uno a uno. Temblorosamente los fue colocando en la mesa para luego tratar de recomponer su propio rostro y escrutar en forma penetrante si había algo más detrás de él. Ese espejo se había convertido en un instrumento mágico, después de su fracaso con los libros. Fue como armar un rompecabezas. No estaba hecho añicos. Eran trozos más bien grandes y con bordes definidos. No iba a ser difícil volverlo a armar. ¿Para qué? Por puro gusto, Para tratar de recobrar aquella última mirada. Los fue contando. Uno. Dos. Tres. Cuatro Cinco. Seis. Siete. Eso era todo. Su rostro en siete pedazos. ¿Encerraría ese número siete algún misterio? ¿Sería, por fin, la extraña revelación que esperaba?

Tomó un primer trozo al azar para empezar el armado. Al ir a colocarlo sobre la mesa de luz para comenzar

- ¡Oh! ¿Qué es esto?

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Apenas puso sus ojos sobre el cristal este le devolvió una imagen sorprendente. No era ese ser interior de su búsqueda anhelosa. No era la imagen natural de su rostro elegante con esa vigorosa barba juvenil. Eran otros ojos como de fuego que lo miraban con un furor incontenible. Despidiendo rayos.. Escrutadores. Penetrantes. Como tratando de apoderarse de sus entrañas. ¡Una hiena! Sí, ¡una hiena!

- ¿Pero esta es mi imagen? ¿Esa imagen profunda que tanto he buscado? Dentro de mí, en lo más profundo. ¿Eso soy yo realmente? ¿Y no lo sabía? ¡Para eso he buscado tanto! ¿Eso había dentro de mí? Odio. Furor. Venganza. Sed de sangre. ¡Noooooo!

Trató de calmarse. Dejó el trozo de espejo apoyado sobre la mesa y se retiró un paso. Los ojos de la hiena lo seguían y lo seguían...

Se arrodilló y tomó cuidadosamente un segundo trozo.

más pedazos

Dos, tres, cuatro, cinco, seis, ¡siete! El espejo terminado. Completo. Pero para llegar al armado y recomposición total del espejo, Teófilo tuvo que atravesar más escenas de horror. Una tras otra. Al tomar en sus manos cada trozo y mirarse en él el cristal azogado le devolvió sucesivamente imágenes que lo fueron llenando de horror, de miedo, de angustia, en un crescendo impresionante que lo dejó aturdido.

Fueron apareciendo, en una serie absurda, un tigre feroz, una serpiente astuta, un rinoceronte dispuesto a pasar por encima de todo, un escorpión ponzoñoso, una babosa repugnante, un bicho desconocido y horrible.

- ¡Oh! ¿Qué es esto

- ¡¿Eso soy yo?!

Volvió a mirar una vez más el espejo, ahora recompuesto y

- ¿Cómo? ¿Ahora soy yo de nuevo? ¿El mismo de antes y de siempre? ¿Soy esa suma horrible de todo eso? ¿Y el ángel dónde está? ¿Y todos esos seres repelentes? ¿Soy la suma de todos ellos?

Tomó de nuevo el espejo ( o sea el conjunto de los pedazos) en sus manos y lo arrojó con furia contra el piso. ¡Crac!

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¿ángel?

Un rayito de sol dio en los ojos de Teófilo. A través de una pequeña hendija en el postigo de la ventanita. Era época veraniega y amanecía muy temprano. ¿Sería un buen augurio? ¿Sería la luz inspiradora que esperaba encontrar en las palabras de Fray Luis, ese monje veterano con fama de santidad y sabiduría?

- Tac, tac, tac...¡Alabado sea Jesucristo!

- ¡Alabado sea Jesucristo! Sí, Padre, ya voy…

- Nos encontramos dentro de una hora en el parque y salimos.

- Allí voy a estar. Muchas gracias.

Se incorporó de un salto. En diez minutos ya estaba listo para salir. Recorrió nerviosamente el corredor y atravesó el portal de rejas de hierro que daba al parque. El aire fresco de la mañana se le metió por todo el cuerpo como una sacudida de optimismo después de la tormenta producida en su alma por la rotura del espejo y las consiguientes misteriosas revelaciones. ¿Soy un ángel o nada más que algo muy parecido a mi Princesa de mis tiempos de niño?

Dio unos pasos y se quedó como clavado dejándose penetrar por el verdor total del pequeño parque y el refrescante aire matinal. Caminó lentamente bajo las añosas casuarinas y se detuvo junto al borde del sencillo estanque, junto al que tantas veces se había quedado en profundas meditaciones. Calma completa. Como en un cementerio. Precisamente en un rincón del parque había dos tumbas de monjes muertos en el monasterio. Allí estaban sus cuerpos. ¿Sus almas angélicas? ¿Habrían volado hacia algún extraño jardín? El agua cristalina y serena. Sin el más leve movimiento. Ninguna onda. Como un espejo perfecto.

- ¡Teófilo!

- Sí, Padre, ya voy.

- En dos minutos salimos.

- Voy hacia el portal.

Mientras lo aguardaba el superior, giró un momento sobre sí mismo y posó su mirada en el espejo del agua del estanque. Un verdadero espejo. Terso, suave, inmaculado...¡Ese sí que era un espejo! ¿Le devolvería la imagen que había estado buscando ansiosamente?

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Antes de encaminarse

- ¡Sí! ¡Ese soy yo! ¡Por fin me encontré!

Volvió a mirar una y otra vez . No podía engañarse. Esa era la imagen , su verdadero yo, que había estado buscando desde que había entrado a la casa religiosa, a la Casa de Dios...Un ser totalmente espiritual, un ángel puro y transparente, sin sombra de mal... Quedó un instante como en un éxtasis...

¡Crac! ¡Crac! ¡Crac! ¡Crash! Una pequeña rama se desprendió de una casuarina y cayó sobre la superficie del agua turbando su tranquilidad y haciendo añicos la imagen del ángel...

- ¡Ay! ¿Qué soy?

Otra ramita se desprende y aumenta la turbulencia del agua. ¡Crac! Nada más que eso...

¡Crac! ¡Crac! ¡Crac!

.

X

Mezcla de realidades.

CHAMPIÑONES COLOR SANGRE

(nada mas que sueños)

Abrió el ventanal que da hacia la ruta. Poco tránsito. Un día espléndido de primavera. Un poco de aire fresco. Un guante. El otro guante. Un vistazo general. Todo en orden. El galponcito de Daniel, hasta ese momento iluminado por esa rara luz ultravioleta, llena de misterio, que tendía a darle un leve tono rojizo a los blanquísimos

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hongos. Más parecía una boutique de prendas deportivas de lujo que el sitio instalado para el cultivo de su especialidad. Aunque esos hongos, realmente, eran de boutique .Eran sin duda muy especiales. Por su calidad. Por su presencia. Por su sabor exquisito. Se había iniciado hacía pocos meses, después que dejó de trabajar en la granja de su padre. Ahora estaba aquí librado a su propia iniciativa. Casi una pasión. Quería llegar a tener los mejores champiñones de la zona, para empezar, y luego, del país, y luego...

Estudiaba Ciencias Naturales en Buenos Aires. Con gran dedicación. En los ratos libres sus lecturas habían sido sobre el cultivo de diversas variedades de hongos. Consultó en la Web los mejores centros de investigación y producción del mundo. Con ese bagaje de conocimientos en su cabeza y un imprescindible empujoncito de su padre había adquirido esa pequeña propiedad. Un terrenito arbolado y prolijo, con un jardincito delante, para deleite de quienes pasaban. Cercano a un country en desarrollo. El proyecto “champiñones” era toda su ilusión.

Hacía unas semanas había comprado el mejor micelio que había visto hasta entonces, para tomarlo como base para reproducción. Era excelente desde todo punto de vista. Perfecto. Altura. Tamaño. Carnosidad. Aroma. Ningún defecto. Todo blancura y armonía. hasta en los mínimos detalles. La “muchacha” ideal.

La ventana. Una suave ráfaga primaveral que arrastraba el perfume de su jardín en flor. Se asomó. ¡Qué claveles! ¡Qué rosales! Miró hacia la derecha... Allí estaba la entrada del nuevo country, apenas aún en su etapa de gestación. Iba a ser espléndido. Varios bosquecillos de árboles de distintas especies iban a ser espetados para darle desde el comienzo ese aspecto señorial del que están ávidos los nuevos ricos.

- Hola.

- Hola, contestó el único vigilador que por el momento custodiaba el portón del vecino country.

- ¿Poco movimiento hoy?

- Ninguno. Hoy es sábado y los dos chalets en construcción hoy están parados

- Bueno, después tomamos unos mates.

- Hasta luego.

Daniel se iba a concentrar en su trabajo, cuando pasa al trote frente a él algo que le pareció una visión. ¡Qué diosa! ¡Y yo que sigo

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esperando a mi princesa que nunca llega! ¿Adónde irá? Seguro que va hasta la rotonda y después vuelve...

* * * * * * * * * * * *

- ...........................................................................................

- ...........................................................................................

- ...........................................................................................

- .........................................................................................

- .........................................................................................

- Pará un momento...

- ¿Qué te pasa ahora?

- Una ramita se me está metiendo justo ahí...

- ¿En el culito?

- Precisamente.

- Date vuelta, yo te la saco. A ver.. ¿Está bien así

- No fue nada...

- Bueno...un besito...otro besito...otro besito...sana, sana..

- Ya pasó...

- Yo te dije. Quería poner mi camisa debajo...

- No...el pastito fresco en la espalda es maravilloso.

- ¿Seguro? Es como si la naturaleza se estuviese metiendo en mi cuerpo.

- ¡Ah!

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- El fresco por mi espalda y tu cuerpo tibio por delante..... Es maravilloso... Nunca me había sentido así...

- ¡Ah! Quedémonos así para siempre... No te muevas...No respires...

- No hables... No pienses...

- Los dos un solo ser...

- Así para siempre.... sin separarnos jamás...

- ¡Ah!...

- ¡Ah...

- Sos lo que siempre quise...¿Cómo te llamás?

- ¿Te importa?

- La verdad que no. Me importás vos. Tenerte así, así, así...

* * * * * * * * * * * *

Pasó un largo rato, que pareció un minuto. Horas... Dos cuerpos...Desnudos... Muy juntos... Dormidos... Profundamente dormidos...

Él sueña. Ella también. Los dos, un solo sueño. Una tarde maravillosa. A la sombra de esos árboles protectores. Sin ser vistos por nadie. El vigilador, discreto, les había franqueado el paso al interior del country, todavía deshabitado, sin preguntar nada tras el saludo cómplice a Daniel.

* * * * * * * * * * * *

A unos trescientos metros, sobre la misma ruta, un chalet confortable. La madre conversa con su hija menor, como se puede conversar con una adolescente que está clavada frente a la pantalla con sus juegos favoritos...

- ¿Qué raro que no volvió tu hermana?

- Salió a correr un poco.

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- Como todos los días lindos.

- No quiere engordar.

- Pero tiene que estudiar para el ingreso.

- Esta noche.

- Pero ya se pasó un poco el tiempo para correr.

- Siempre encuentra alguna amiga y se quedan charlando.

- ¿De qué?

- ¡Qué te importa! Ya cumplió dieciocho.

- ¡Está tan linda! A veces me da miedo...En remerita y shorts...Sola...

* * * * * * * * * * * *

- .............................................................................

- .............................................................................

- ¿Dónde estoy? ¿Fue un sueño? No... La más bella de las realidades... ¡Cómo disfruté! Él conmigo y yo con él... ¿Cómo se llamará? ¡Qué importa! ¿Nos volveremos a encontrar? ¿Cómo apareció? ¿De dónde es? Duerme profundamente. ¿En qué estará soñando? ¿En mí? Quiero leer en su frente... Duerme... Reposa... Sueña...Pero yo tengo que irme. Mi padre está en Europa, pero mi madre estará pensando en mí. “Esta chica fue a hacer footing por el costado de la ruta y todavía no regresó. ¿Le habrá pasado algo?” ¿Cuánto estoy demorada? ¡Qué sé yo! No traje el reloj. ¡El tiempo pasó tan rápido! ¡Sus manos sobre mi piel! ¡Su aliento! ¡Sus labios! ¡Todo! Nunca había gozado tanto...

Daniel dormía profundamente.

- Un beso de despedida...

- ......................................

- Otro...otro...otro...

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- .....................................

- Mañana volvemos a vernos...

- ....................................

- Seguí durmiendo.... Soñando en mí... Me quedo en tus sueños....

* * * * * * * * * * * *

Ulular de una sirena... Otro... Otro más intenso...

Daniel corrió hasta la ruta. Unos doscientos metros, que parecían kilómetros. Un grupo de curiosos. Un cuerpo tendido sobre la cinta asfáltica. Cuatro ojos se encontraron en un fugaz relámpago. Nada más. La ambulancia partió raudamente. La misteriosa joven, cuyo nombre no llegó a saber, ya no respiraba. Sus sedosos cabellos castaños estaban ahora rojos de sangre...

Sale desesperado. Entra en el pequeño galpón. Dirige su vista a la cámara donde estaban naciendo los renuevos del micelio tan especial que había conseguido, tan grande, con su sombrero inmaculado, perfecto, “como la muchacha ideal”.

¡Horror! Con la prisa por ir a correr esa mañana tras la chica soñada, Daniel había olvidado colocar la cobertura protectora de vidrio sobre el sustrato... Encontró la paja húmeda, sin la cobertura, toda marcada con unos hilos pegajosos. ¿Babosas? Los nuevos champiñones adolescentes de un blanco inmaculado...¿Eran esos?. ¡Tantas ilusiones!

Se dejó caer sobre la silla junto a la mesa con los productos de laboratorio que solía utilizar: formol, agar agar, permanganato de potasio, alcohol yodado... Destapó un pequeño bidón de cloro y comenzó a aspirar profundamente ...Se abrió en su mente un arco iris...verde...azul... amarillo... ¡Qué resplandor! La mirada lánguida, como por instinto, cayó sobre sus champiñones preferidos....Eran de color rojo...color de la sangre...Fue el último telón...Champiñones color sangre...

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.

XI

Una realidad fundamental.

VAHOS DE TANGO

(fantasías, ensueños, realidades)

Buenos Aires, esa Buenos Aires siempre y solo romántica para él. La única que vieron sus ojos pardos, ingenuos y soñadores. Algunos la ven gigante, del primer mundo, luminosa, imponente, feliz... Otros ojos, tal vez millones, la ven llena de baches, de ratas, de cucarachas, de cartoneros.... El linyera también tiene otro par de ojos, más oscuros, ni tan ingenuos ni tan soñadores, pero los mantiene instintivamente cerrados. Probablemente la que ve el linyera no es la ciudad que ven casi todos. De otro modo no estarían las calles tan llenas de gente ruidosamente enojada y protestando a los gritos y

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cacerolazos. ¿Cuál es la Buenos Aires real? Si es que hay alguna Buenos Aires real, independiente de los ojos de quienes la miran. y de los corazones de quienes la sienten. Poco importa aquí. Para José fue, es y será “Buenos Aires la reina del Plata, Buenos Aires mi tierra querida...” La Buenos Aires de su corazón, la que subrepticiamente le enseñó a amar el tango y todo lo que el tango encierra. Así, subrepticiamente, se fue metiendo en su almita casi sin hacer ruido, sin despertar sospechas, como para ir incubando una realidad que se manifestaría solo mucho después, ya lejos de esa Buenos Aires que se le había acurrucado dentro para no salir nunca más. Fueron pocos años, en una segunda niñez, pero se le metió adentro... Para siempre.

Esa mañana, en Buenos Aires, el linyera tenía un trámite entre manos y estaba haciendo tiempo. Hacía mucho que no vivía en la ciudad. Pero a veces acudía por algún trámite. Los trámites son largos y engorrosos. ¿Quién no lo sabe? Más por las esperas que por los minutos que insumen en sí mismos. Allí se encontró. ¿Dónde? ¿Con quién? En un café cerca de Constitución. Estaba en la mesa de al lado. En ese momento eran los dos únicos parroquianos. Lo invitó a pasar a su mesa. Aceptó. Un viejo que rondaría los setenta años. Más o menos como él. Sus ojos algo apagados por los años y, aparentemente, también por la bebida.

- Las letras de los tangos, - comenzó diciendo, - tomadas en su conjunto, son algo así como una epopeya colectiva.

Mucho antes de haber leído ese pensamiento de Borges, genial como gran parte de los pensamientos que salían de su boca arrancados repentinamente por algún entrevistador incisivo, el linyera eso ya lo daba por absolutamente cierto por experiencia propia.

Siguieron charlando. Largo rato. ¿De qué? De tangos. Nada más que de tangos. El misterioso viejo del café, de mirada neblinosa, conocía todo sobre tangos. Letras, músicas, vidas y vidurrias... Toda clase de percantas, papusas, brevas, paicas y grelas... Tauras, malevos, cantores.. El linyera ni siquiera era un aprendiz. Solo llevaba y lleva unos cuantos acordes melodiosos que modula el bandoneón, más en el corazón que en la cabeza... Eso sí, metidos en los rincones más recónditos de sus coronarias. Sentimiento puro. Siguieron y siguieron la charla. Más de un par de horas. El tren había llegado temprano y hasta que abrieran la oficina había tiempo. Charlaron como amigos de toda la vida. Hasta que el reloj le marcó al linyera la hora de ir a entrevistarse con el gestor. Se dieron un abrazo. Fue encuentro y despedida. Primer encuentro y despedida definitiva. Algo como el pasaje al lado del linyera de un misterioso peregrino, un peregrino que le dejó olvidado un bolso lleno de sueños muy extraños y vaporosos... Más y más monedas de oro para su cofre de sentimientos imborrables atados a recuerdos igualmente imborrables.

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Trámite cumplido. El linyera fue a Retiro a esperar el ómnibus. No iba a volver en tren, por cuestión de horarios, a su lugar de residencia habitual. Faltaba un montón de minutos. Otra espera. Le sobraba tiempo. ¿Caminar? No, otro café ¿Dónde? Lo mismo da. Cualquier lugar era para él casi como Café La Humedad o el Cafetín de Buenos Aires o el de Los angelitos. No tan solitario. Pero esta vez, solo, solo consigo mismo. Aislado del ruido y de todo. Solo entre una multitud bochinchera. Un inglés hubiera usado la palabra lonely. A pensar, o soñar. A fabricarse un mundo o transitar pausadamente una y otra vez por el mismo. Siempre algo nuevo encontraba. Más grato o más duro. Pero siempre algo nuevo.

Volvió a la carga sobre su cabeza la charla anterior con aquel viejo. Tangos, tangos, tangos...y más tangos... siempre tangos... ¿Por qué? ¡Qué extraña obsesión!

El tango no solo estaba en el archivo de sus pensamientos, sino en el cofre secreto de sus experiencias más profundas. Esa larga epopeya de la que había hablado con aquel viejo, naturalmente, la fue viviendo, entre tangos perdidos en la bruma, en las nieblas del Riachuelo en forma muy personal, a través de muy breves pero muy impactantes episodios. Episodios quizás irrelevantes para cualquiera, pero arcanamente importantes para él. Episodios que dejaban marcas sigilosamente ocultas muy, muy en lo profundo.

Fue algo realmente misterioso, inescrutable. Difícil de contar con palabras. Para narrar su propia epopeya con propiedad, alguien tendría que ser un músico inspirado y volcar esa epopeya en una especie de ópera tanguera. Extrañamente el linyera vivió su verdadera epopeya tanguera de un modo muy íntimo y callado. . Si alguien escribiera el desarrollo de esa gesta a través de una investigación seria y crítica, con un análisis interdisciplinario de pasos sucesivos históricamente documentados, probablemente estaría escribiendo una narración muy diferente de la que correspondió a la suya propia. Ambas epopeyas tendrían mucho en común, pero en distintas dosis. El linyera tiene su particular ADN de tango. Nadie lo veía ni era capaz de sentirlo. Solo él. Solo él.

En su caso, el mundo del tango lo afectó de una manera muy, pero muy especial. Solo en lo hondo, en las mismas entrañas del ser. Tal vez todo pasó inadvertido en la superficie.

¿Cómo llegar a conocer todo eso? ¿Cómo desentrañar ese extrañísimo ovillo de su vida íntima? Todo eso lo recordó el linyera en una muy larga charla de café que tuvo con un amigo hace un par de años en una ciudad algo lejana de Buenos Aires.

Estas pocas líneas no son ni siquiera un bosquejo de esa marcha total. Imposible. Tan solo van a rescatar a través de tres episodios que se quedaron muy grabados, de entre la maraña de entreverados

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detalles que el linyera le tiró por la cabeza al amigo en esa inolvidable charla. Aquí van.

El amigo, Filemón era su nombre, toma la palabra:

- I -

primer encuentro con el tango profundo

Vuelo alocado de la imaginación. ¿Hacia cualquier parte? No. A un viejo departamento del tradicional barrio de San Cristóbal. No lejos del San Juan y Boedo antiguo de Homero Manzi. A la distancia y como un eco interminable empezaron a desfilar Barrio de tango, Malena, El último organito, Romance de barrio... Era a mediados de los 30s. El linyera está en el comedor. Solo. Mira por la ventana del piso (uno de los altos del edificio) que da hacia el este, y vislumbra, no tan lejos, más allá del Paseo Colón, el para él todavía impenetrable y fantástico, Río de la Plata. El viejo piano estaba allí. Mudo. Sobre su teclado habían pasado, según le habían contado, los delicados dedos de su madre. Pero ya el piano está mudo, sus ágiles manos no arrancan el tema del tango tristón... Hacía ya algunos años. Estaba abierto. También desplegada una partitura. “Estudiantina”. El linyera lee la letra: “Te traigo en mi estudiantina suave cadencia de mis amores...” Entendía poco, pero le parece algo novedoso y lindo. Cadencia de amores. ¿Qué sería eso? Levanta esa partitura y encuentra otra. Lee. “Farolito.” Farolito que alumbras apenas mi calle desierta. Cuantas veces te he visto llorando llamar a mi puerta...” ¡Cuánto misterio! ¿Llorando de amor? ¿Un hombre por una mujer? Termina la exploración. Llevaba solo dos o tres días en ese departamento. Todo era nuevo. Enciende una vieja radio Un tango de Canaro.

En un viejo almacén del Paseo Colón...

La mente trabaja. Claro, ahí nomás... Muy cerca Había paseado por ese lugar. No hacía mucho. En una de sus primeras exploraciones urbanas, después de llegar desde el campo. Poco le costó llegarse en un salto febril de la imaginación hasta ese almacén, sin duda no tan grande como el negocio de ramos generales en el campo donde se había quedado trabajando su padre... Este parecía ser pequeño, oscuro, lleno de humo. No se ve casi nada, Todo es vaporoso Como niebla espesa. Un olor raro, indefinible. Olor a vino, a ginebra, a tabaco negro, a mugre, a sudor de hombres, a pis de gatos, a madera vieja...

Donde van los que tienen perdida la fe..

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Palabras raras. Nuevas para el linyera. ¿La fe? ¿Qué era esa fe perdida? ¿Quiénes eran esos oscuros personajes que la habían perdido y habían ido a sentarse en ese sucio rincón de la ciudad? ¿Qué tenía él que ver con todo eso? Recién empezaba el camino de la vida. Como un linyera, sin lugar fijo. Si tenía, entre tanto, una casa de familia donde estar ¿por qué fue a parar ahora a ese viejo almacén?

Una noche sentado un borracho encontré...

El linyera no había probado el alcohol. ¿Cuáles serían sus maravillosos efectos?

La mujer que yo quería con todo mi corazón...

Mujer. ¡Qué extraña palabra! ¿Mujer? ¡Mujer! Mujer... Tenía el linyera alguna idea de lo que son las mujeres. Pero lo que conocía no eran realmente mujeres, sino roles de mujeres. Madre (apenas, casi nada, se le había ido muy temprano). Hermanas (algo más, pero las veía más como iguales que como diferentes). Abuela (algo muy tierno y amable, que lo quiere y lo cuida...) Tías (con sus respectivos papeles en la familia y para con sus sobrinos)... Pero mujer, mujer...

Allí está el linyera, sentado solito ante la gran mesa del comedor (una sala muy poco usada con ese fin, pues habitualmente se comía en la cocina), sentado y pensando y soñando en compañía del borracho del viejo almacén del Paseo Colón....

La mesa es grande. De color oscuro. Casi negro. Cubierta con una carpeta de color claro. Con bordados. No hay otra cosa en ella más que un centro de mesa. Una especie de jofaina roja con un filete azul y bordes dorados. Sobre ella, como emergiendo de su fondo, una suerte de pequeño monumento de cristal esmerilado. Algo así como una roca y sobre ella una imponente Venus.

Estaba el linyera con los brazos cruzados apoyados sobre el borde de la mesa. La mirada clavada en la figura del pequeño monumento. Sus pensamientos volaban entre el humo espeso del viejo almacén. Estaba como embriagado en los vahos de un alcohol que nunca había probado hasta entonces. Como aquel borracho sentado. ¿Soñando?

Soñaba, sí, entre despierto y dormido, transportado al Viejo almacén, no lejos del borracho sentado. La radio ya estaba callada. Pero los acordes del tango habían quedado como impresos en sus oídos y seguían girando allí como en la pasta de un disco, siempre iguales, siempre intensos, siempre vibrantes, siempre nuevos, siempre los mismos... Y en el pecho...

Late un corazón, déjalo latir...

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Esa Venus... ¿Era Venus? ¡Vaya uno a saber! Pensándolo bien, pareciera que no. ¿Tenía los brazos completos...? No interesa.. Eso era mujer. Naturalmente, lo que estaba a la vista eran solo sus formas. Esas curvas impecables... El linyera no era capaz de analizar. Ni de sentir la impresión especial de cada una de esas curvas sobre su piel. Eran frías. Frías como el vidrio de esa Venus (El nombre le quedó). Lejanas. Perdidas en el humo y los vapores del viejo almacén. El linyera todavía no había ido al catecismo y ninguna de esas curvas tenía entonces nada de malo. Después algunas se hicieron pecaminosas. No había que mirarlas, no había ni siquiera que verlas, ni imaginarlas, ni soñarlas... Por supuesto, mucho menos tocarlas, sentirlas, vivirlas como propias.... Pero entonces, sin saber el porqué, eran muy seductoras No podía el linyera apartar sus ojos de allí, entre los vahos del viejo almacén.

- II -

bien adentro del tango

Pasaron los años...Y mis desengaños...

Yo vengo a contarte...¡Mi vieja pared!

En este caso la pared fui yo. Una pared que trató de ser no solo sensible sino también necesariamente aguda de entendimiento. El linyera me contó cosas raras. Difíciles de entender para cualquiera. Llenas de metáforas. Plagadas de símbolos. ¿Qué querrá decir con esto?, me preguntaba yo mismo, mientras lo escuchaba atentamente, sin perder palabra.

Estábamos, como es lógico para este tipo de conversaciones, en un café lleno de gente. Todos conversando. Cada uno en lo suyo. Un barullo infernal. Pero nuestro chamuyo con el linyera era de tango, nada más que de tango. Él era como si quisiera contarme un tramo importante de su vida. No podía. El tango se superponía a todo y ensordecía todo lo demás. Fue un largo tiempo. A veces parecía interminable. A veces el deseo inconsciente lo hacía cada vez más interminable. Insoportable. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? Tal vez para siempre...

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- Pero, ¿dónde pasaste todo ese tiempo?

- ¿Quién lo sabe?

- ¿La cárcel? ¿Un campo de concentración? ¿Un monasterio cartujo?¿Un hospital psiquiátrico?

- Nada de todo eso. Y un poco de todo eso.

- Sos muy misterioso.

- La vida es un misterio.

- Seguro.

- Te lleva... Te lleva... Y vos vas...- Pero algún lugar existió... Algún tiempo fue real.

- Tal vez... Es probable que sí... Pero nuestra vida, ese misterio que es la vida, tiene varias capas... Algunas las perciben los sentidos. Otras se les escapan...

Y el linyera me comenzó a contar que en esa capa profunda, la única a la que él era capaz de referirse en ese momento, algo indefinible para él, continuó viviendo como suspendido en el vaho tanguero de aquel viejo almacén del Paseo Colón... Es como si las capas superficiales las quisiera olvidar, arrancar, borrar por completo. Tal vez nunca en años y años logró salir de allí. El mundo corría a su alrededor. Las cosas resbalaban. Como agua de lluvia. A veces, lluvia torrencial. O nieve. O granizo. No iba él por los caminos. Los caminos se deslizaban bajo sus pies como cintas de un gimnasio.

- Pero en algún lugar estuviste...

- Puede ser. No se puede no estar en algún lugar...

- Entonces, contame...

- El lugar en donde está tu cuerpo no tiene importancia. Puede ser cualquiera. Puede cambiar todos los días...

- Bueno, contame de alguno de esos días en algún lugar...

- Lo que importa es donde está tu mente.

- Esto parece muy filosófico.

- Es la realidad pura. Tampoco importa donde tu mente cree estar sino donde verdaderamente está.

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- ¿Y eso cómo se sabe?

- Es el gran problema...A veces alguien de afuera te puede ayudar... Yo no tuve a nadie...

Y me siguió contando que esa zona profunda de su mente estaba permanentemente sumergida como en esa inverosímil atmósfera del viejo almacén. Allí, como en penumbras, se encontraba siempre con las formas vaporosas e indefinidas de esa mujer de la que hablaba el borracho sentado... se me ha ido con un hombre que la supo seducir...

- Pero no, insistía, la mujer estaba allí. El borracho no la veía ni la sentía porque se lo impedía el alcohol... Pero estaba allí... La veía yo. Sí, una figura atractiva, casi irresistible para mí. Quería volar hacia ella, pero se esfumaba siempre en el vapor denso del viejo almacén.

- ¿Sabés una cosa? - me dijo de improviso el linyera en un momento de su historia - ¿Sabés una cosa? Por más que en esos años de mi vida que te estoy contando mis orejas de carne y cartílagos estaban lejos de toda música tanguera, sin embargo, no sé cómo ni por dónde aguaceros de tango se colaban hasta esas brumosas profundidades de mi ser. A veces se descargaban como chaparrones violentos. Otras, como una llovizna suavecita. Gota a gota

Entonces me contó que esa mujer vaporosa y llena de misterio, muchísimas veces llegaba arropada como traidora, malvada, engañadora, cruel, olvidadora, mentirosa, fingida, vengativa y mil otras virtudes de la cursilería tanguera. Decía que eso siempre le había repugnado... Esas mujeres le parecían interesantes pero no sentía una atracción particular. Cuando aparecía algo de eso, los oídos se le cerraban y los ojos dejaban de ver a través de la espesura de la niebla. Allí estaba como un pájaro sin luz. Tampoco eran recuerdos de una vida real jamás vivida. Era algo como una curiosidad insaciable y no racional. Sentía, eso sí, un gran placer cuando la mujer venía como milonguita, con pinta maleva, con ojos almendrados de pepermint, con boca pecadora, como muñeca brava, colombina... pispireta...

- Yo vivía como en una gayola. No era una verdadera gayola porque no tenía rejas de hierro. Estaba engayolado por fuerza de un azar misterioso que, contra toda razón, no me dejaba pensar... Allí estaba, preso, pero entre bandoneones que gemían, violines que lloraban y contrabajos que roncaban. ¡Qué se yo! Por momentos, más que una cárcel eso parecía un cafetín, un cabaret, un bodegón, un bailongo, un cotorro...

Todos los que son borrachos

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No es por el gusto de serlo.Solo Dios conoce el almaque palpita en cada ebrio.

- Yo estaba ebrio de amor, me dijo en un momento. Ebrio de amor y no lo sabía. Los vapores del almacén no me lo dejaban ver ni sentir. El borracho que se había quedado sin fe me lo podía haber contado. Pero él estaba allí. No pudimos charlar. Nadie se me acercó para hacérmelo descubrir. Nadie.

Solo Dios conoce el almaQue palpita en cada ebrio.

- III -

preso para siempre en ese vaho

Me siguió contando. Cobró vida. Movimiento. Latidos, Susurros. Caricias. En plena curda algo llegó un día a vislumbrar.

Bajo su quieta lucecita yo la vi a mi pebeta luminosa como un sol.

En una tarde gris. Dando tumbos.

Entre los charcos del camino. Pensé que era lindo por ella morir.

No valía la pena sin ella vivir. Naranjo en flor.

Flor de lino Yuyo verde.

El sol de tu hondo mirar hoy consigue turbar mi corazón.

En pleno sueño, una noche cualquiera, de la que no tiene exacta memoria, una de tantas, el linyera repasaba y repasaba en su sueño unas palabras dictadas por el oriental Eduardo Galeano:

No consigo dormir.Tengo una mujer atravesada en los parpados.

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Si pudiera le diría que se vaya, pero tengo una mujer atravesada en la garganta.

Poco a poco y con el paso del tiempo el linyera había ido sufriendo una profunda metamorfosis. O, por mejor decir, fue siendo gradualmente poseído por una feliz metamorfosis. De un chico ingenuo, soñador y reservado, de apariencia formal, con facilidad para los estudios que se le propusieran, se transformó, en lo que podría definirse como un racionalista romántico. Un racionalismo que le dio la libertad de pensar sin ataduras legendarias y un romanticismo encarnado en esos difusos vahos de tango que lo envolvieron desde su infancia. Se atrevió a salir de la burbuja dorada pero ficticia que lo había tenido prisionero.

Cuando, en serio, conoció una mujer, bien pudo exclamar:

Tu amor, pude decirle, se funde en el misterio de un tango acariciante.

* * * * * * * * * *

¡ vos !

(la misma vida pero con alguien)

Compañías hay muchas para caminar la vida. Pero solo una es muy especial.

¡Vos!¡Única!

¡Solo para mí!¡Soñada en el misterio del inconsciente!

¡Hallada en el azar de una rutina!Entrevista en el romanticismo nostálgico de un tango.Fabricada para mí por el insondable arcano de la vida.

¡Vos!¡Solo vos!

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XII

Otra aventura en el mismo parque de la calesita.

GATOS Y MARIPOSAS

(una postal de la infancia del linyera)

Aparecen juntos en la primera de las viejas postales que, con mucha delicadeza, extraigo de la caja que hace poco encontré arrinconada en el desván. Felinos y lepidópteros no parecen haber desarrollado episodios de amistad demasiado conocidos. Pero allí están en la postal. No tan juntos. Uno es un gatito muy pequeño acurrucado entre unos yuyos. Casi invisible. La otra, con las alas majestuosamente desplegadas, en una esquina superior de la postal, como queriendo zafar de ese encierro de cartulina y seguir volando en libertad, sacudiendo sus alas como para dejar caer el polvo del tono indefinido que le da la postal y recobrar aquellos colores brillantes que habían sabido lucir .

Sí, ya lo recuerdo. Fue cierta vez, cuando yo era un niño pequeño y apenas empezaba a hacer uso de un mínimo grado de autonomía Extrañamente me encontré frente a una rara asociación entre un gatito, todavía sin bautizar, y numerosas y coloridas nubes de mariposas.

- ¡Una más!

- ¡Me vas ganando por tres

- ¡Otra!

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- Bueno, me rindo. Ganaste.

- Pero antes, mirá esta que tengo en las manos. Enorme. No le falta ningún color a las alas.

- Y ¡qué dibujos más raros! Una flor, una hormiguita…

- Una raqueta, un ratoncito…

- Me la quisiera guardar.

- Soltala.

- Tenés razón. ¡Chau! ¡Andate hasta el cielo!

Ya era casi el mediodía. El tiempo había corrido sin que nos diéramos cuenta. Los dos chicos seguíamos entretenidos nuestro camino entre los árboles del parque tratando de atrapar mariposas. Era plena primavera. Hacía un rato habíamos entrado en una competencia por ver quién de los dos contabilizaba el mayor número de mariposas atrapadas en su red. A cuál más vistosa. La consigna expresa era no producirles ningún daño. Simplemente tenerlas ahí bajo los ojos por unos instantes y disfrutar del vistoso colorido de sus alas. Y dejarlas después proseguir su vuelo en libertad adonde quisieran irse. Eran un verdadero ornamento para el parque en el aire diáfano de ese día.

- Basta de mariposas, dijo Raúl, ya cazamos bastantes y nos divertimos.

- Sigamos caminando, contesté. Un poco más por este camino.

- Las mariposas las disfrutamos mientras dan vueltas a

nuestro alrededor gozando de su libertad.

- Eso es.

Los dos seguimos nuestro camino. Ambos éramos compañeros y cursábamos primer grado en una escuela a unas pocas cuadras de ese espacio verde y luminoso que era el parque, en ese domingo, lleno de flores y, como ya vimos, de mariposas. Llegamos al fin del camino, que era el fin del parque por ese lado. Un estrecho lugar de paso permitía la salida atravesando el alambrado que era el límite en ese sector. Pasamos al otro lado. Todo un descubrimiento, para nosotros. Un mundo distinto. . Ante nuestros ojos se extendía una amplia franja de terreno cubierto por pastizales y con pestilentes montones de basura esparcidos aquí y allá, Contraste total con el

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parque. Más lejos aparecía la silueta de un barrio de casas bajas y hasta una pequeña iglesia.

Dimos unos pasos entre el yuyal para advertir que por entre el pasto cruzaban las vías de un ramal del ferrocarril. Parecían estar en un estado de semiabandono. Después, preguntando, averigüé que por allí circulaban trenes de carga con no demasiada frecuencia.

Seguimos la exploración y al otro lado de las vías descubrimos un zanjón bastante ancho y de algo así como un metro desde el borde donde estábamos parados hasta el fondo.

- ¿Qué están mirando?, preguntó una voz socarrona desde atrás de nosotros. Era un muchachote de unos quince años, vestido desprolijamente y aparecido en forma sorpresiva.

- Mirá, allí en el fondo hay un gatito recién nacido, respondí con ingenuidad y sin volver la vista atrás.

- ¡Pobre gatito! Exclamó Raúl.

- ¿Les gustaría salvarlo? Preguntó el desconocido, simulando amabilidad.

- ¡Es claro! Grité con entusiasmo.

- ¡Andá! Dijo el muchacho.

Y sin más me aplicó un certero puntapié en el centro del trasero. Fui a parar al fondo del zanjón en medio del barro y exactamente sobre el animalito que recibió así su golpe de gracia, si es que lo necesitaba.

Con dificultad evidente Raúl me ayudó a salir del zanjón. Estábamos solos. El muchacho había desaparecido como por encanto. Yo solo miraba una cosa. Mis pantaloncitos blancos que había estrenado esa mañana. Mejor ni pensar por el momento en el regreso a casa.

Cuando los dos nos íbamos marchando lentamente y cabizbajos rumbo a nuestros respectivos hogares, entre las negras cavilaciones acerca de qué explicación poder dar en nuestras casas, ambos compartíamos una filosófica reflexión: ¿Las mariposas nos seducen con sus colores para que un gatito nos tienda una trampa? ¿Será la vida algo así?

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XIII

Una realidad llena de presagios

AQUEL GALLITO PIGMEO 

Había sido un año fecundo en recuerdos animales. En lo primeros 30s. Siempre en la inolvidable casona pueblerina con su patio techado de glicinas y su cerco de madreselvas La araña pollito en el comedor, en la pared detrás de la salamandra. El escuerzo, de este lado del alambre romboidal, en el jardín. Ahora el recuerdo salta al otro lado, al gallinero. La jaula de los conejos, el techado para que duerman las gallinas, la casilla de la perra, donde más de una vez me acostaba con ella...Una gran pila de marlos, que nos acababan de traer del campo para la cocina económica....Unas cuantas gallinas, de todos los colores, blancas, batarazas, coloradas...

Había un nuevo huésped, un recién llegado, regalo de un chacarero amigo... - ¡Qué chiquito!

- ¿Viste?

- Es chiquito pero tiene cara de grande.

- Sí, se llama gallo pigmeo.

- Es lo más lindo de todo el gallinero. Me quedo un rato a jugar con él. Así lo hice. Jugamos. Corrimos. Por momentos era como que me atacaba. Cuando desplegaba las alas y alzaba la cabeza parecía un rey. Seguimos así un largo rato. Hasta la tardecita. Cuando empezó a oscurecer, nos subimos a la “montaña” de marlos y allí me senté con el gallito al lado. Bueno, pensé, para que no tenga frío de noche lo voy a dejar al cubierto. Tomé una lata vacía de querosene de 20 litros, abierta por arriba. La invertí y lo dejé a mi pigmeo cubierto por ella para pasar la noche. Le dije adiós y me fui del gallinero 

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Una sopa, unos minutos de guitarra en la cocina y ¡a dormir! Sueño intranquilo...¿Estaría bien el gallito? ¿Tendría frío?¿Iba a despertarse al salir el sol para saludarme con su canto?  Vino la luz. Tomé mi tazón de Toddy y volé al gallinero a visitar a mi nuevo amigo. Allí estaba la pila de marlos y arriba de ellos, en el medio, la lata de querosene. Corro. La doy vuelta. ¡Ay! El gallito pigmeo no se movía. Estaba allí, quietito, acostado, con los ojitos cerrados....¡Lo había dejado sin aire!  Fue una experiencia muy dura... Una ilusión frustrada. ¿Habría muchas más en la vida del linyera? Frustraciones causadas por imprevisión, por falta de consejo, por entusiasmos incontrolados en la vida del linyera.....Algunas frustraciones más tarde no tuvieron retorno, como la del gallito...Otras dejaron cicatrices pero no fueron mortales...No es una vida fácil la del linyera. Muchas cicatrices se ven. Otras, son tan profundas que nadie las imagina...  ¡Aquel gallito pigmeo!

XIV

¡Pobres pájaros!

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REINA MORA

- Hola, Federico

- Hola.

- ¿Tenés apuro? Sentate un momento conmigo. Tomamos un café y charlamos un rato

- Hace un montón que no nos vemos.

- Podemos charlar tranquilos mientras tomas un café. De cosas nuevas y viejas…

- Dale, te acompaño una roto. Voy a la escribanía de enfrente, pero es temprano.

- ……………………………………

- ……………………………………

En un momento de la charla, comenzaron a recordar cosas del pasado lejano y en un momento, Federico le contó esta anécdota.

…………………………………………

Vos sabés que en mi juventud estuve en la vida religiosa. Yo era...

Este linyera de alma, que, de viejo, toma la pluma para compartir experiencias a veces algo lejanas en el tiempo, vuelca aquí una anécdota que tiene como protagonista una avecilla que solo conoció en esa ocasión. Todavía era joven e inexperto. Más inexperto que joven. Hoy ya no es joven en absoluto pero tampoco dejó de ser inexperto. Era casi totalmente desconocedor del mundo real, sobre todo del mundo social y político. El mundo “irracional” le resultaba atractivo, con todos sus integrantes. Entre ellos, los pájaros. Simplemente le gustaban, si bien conocía poco sobre ellos.

Estaba estudiando (“estudiar,” es un decir) su segundo año de teología en un instituto enclavado en un lugar entonces agreste cerca de la ciudad de Córdoba. Un compañero y amigo iba los domingos a reunir en un pequeño y primitivo centro recreativo a numerosos chicos de un vecindario realmente pobre. en las afueras de la ciudad.

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Un día de primavera se propuso llevarlos a disfrutar de un picnic en un lugar cercano llamado la Falda del Carmen, que en aquel tiempo era solo campiña y bosque silvestre, entre suaves lomadas, con muy pocas casas esparcidas aquí y allá. Me pidió que lo acompañase para darle una mano con los chicos y allá fuimos en dos ómnibus alquilados. Un día hermoso. Caminatas. Juegos. Al mediodía, picnic a la canasta. Un grupo de chicos a mi cargo sale a cazar pajaritos con sus gomeras en los bosquecillos a la orilla de un camino vecinal. Pasó un rato.

- ¡Miren qué lindo pájaro! dijo un chico, alborozado, mostrando muerto el objeto de su cacería.

Un pájaro relativamente grande. De color exuberante. De un azul intenso con tintes negros en las extremidades de las alas y alrededor de los ojos. Con un pico triangular más claro, al igual que las patas. Contó el chico que lo había encontrado cantando sonoramente junto a unas matas.

- ¡Es un reina mora! dijo alguien que parecía conocer de pájaros.

- ¡Y es macho! Lo conozco por el color, añadió otro.

La voz se fue extendiendo entre los chicos. Al parecer había llegado lejos, porque, al rato, se acerca por el camino una muchacha que había salido desde un chalet a unos cien metros de distancia y, considerándome el responsable del grupo, se dirige a mí:

- Muéstrenme el pájaro. Sí, es nuestro reina mora. ¡Qué han hecho! La señora se va a enojar y le va a pedir al señor que los castigue. Tomó el pájaro y se lo llevó.

A los pocos momentos llega una señora, bien vestida y con aire acongojado:

- ¡Qué han hecho! Era mi mascota preferida. No sé cómo ayer abrió la jaula y se voló. Pero hoy lo íbamos a ir a buscar, guiándonos por su canto. No podía estar lejos. Mi marido es la autoridad aquí y le voy a pedir que intervenga.

Cabizbajos nos encaminamos lentamente hacia el chalet dispuestos a dar las explicaciones del caso. Ciertamente había sido un acto absolutamente involuntario en cuanto a la intención de provocar algún daño.

- Pero ustedes tenían que saber que un pájaro así tiene que tener dueños, dijo un señor alto y fornido que salió a la puerta con una copa de sidra en la mano. Bueno, bueno. Pero hoy es un día de fiesta

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nacional y todo se perdona. Pasen al comedor y festejen con nosotros.

Nos hizo pasar al comedor donde había tres o cuatro hombres sentados a una mesa sobre la que había varias botellas de sidra ya vacías. Todos muy alegres. El dueño de casa nos explicó que él era el representante de la municipalidad en el lugar. Estaba reunido con un grupo de radicales y festejaban como un triunfo olímpico la reciente caída de Perón. Eran los últimos días de setiembre de 1955. Para ellos la alegría era incontenible.

Yo, en ese entonces, poco o nada sabía de política en serio. Sabía, eso sí, que en el instituto donde yo estudiaba, un conjunto numeroso de compañeros, con la efusiva bendición de los superiores, habían estado trabajando febrilmente durante un mes o más con una “fábrica” clandestina de panfletos mimeografiados difamatorios de Perón. A cual más ridículo y soez. Inundaron prácticamente la ciudad de Córdoba confiando en preparar el ambiente para un levantamiento militar. Tal cual ocurrió. Por eso no me extrañé de ese festejo aunque, por simple instinto, no acepté la copa de sidra alegando razones de salud.

En realidad un golpe militar no me llamaba demasiado la atención. Parecían una cosa regular cada diez o doce años. En mi infancia se hablaba constantemente del golpe del 30. Apenas inicié la secundaria vino el golpe del 43. El 55 parecía una fecha casi lógica. Sin embargo, esa tarde, en medio de los festejos de los antiperonistas, no podía apartar ni mis ojos ni mi mente de ese cuerpecito inerte de azul intenso y ya sin energías para emitir su dulce canto, que la señora había depositado piadosamente junto a un ramo de flores. ¿Sería un presagio de años duros para la Argentina?

XV

El comienzo de una vida propia en el alma.

UN PRIMER ENCUENTRO CON LOS LINYERAS

Un día elegí para mí como emblema el título de “linyera

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de alma”, y describí así una lejana y penetrante imagenque había permanecido casi dormida durante muchos

años en un rinconcito de mi mente.

Fue mi primer contacto con esos extraños personajes que un día elegí como representación de mí mismo y con los que me siento profundamente identificado. Ellos fueron y son reales. Yo solo lo soy de alma.

Fue allá en mi pueblo natal, El Triunfo, que entonces era muy joven y ya es ahora centenario, en la línea del viejo Ferrocarril Oeste y sobre la más vieja zanja de Alsina.

- ¿Hasta dónde vamos?- Hasta que nos cansemos- ¿Hasta la señal, abuelo?- Y más también. Si cruzamos el paso a nivel, seguimos otro

poco. - ¿Dónde terminan las vías?- Uh...lejísimos... Al final está Buenos Aires.- ¿Vos viniste de allá? ¿Es grande?- Inmensa... - ¿Para qué ponen estas maderas debajo de las vías? - Para que queden bien sujetas... Se llaman durmientes. Así

el tren corre suave.- ¡Qué nombre le pusieron!- Están ahí quietitos, como dormidos...- Durmientes, dijiste. No me voy a olvidar nunca. ¿De dónde

los sacan?- De un árbol de madera muy dura, el quebracho...- ¿Te vas a quedar mucho tiempo con nosotros? Así volvemos

a caminar por las vías pisando los durmientes. - Me voy a quedar unos días más... La semana que viene

vuelvo a mi casa, en Buenos Aires.Era 1933... Marzo... Por suerte, todavía sin escuela... El linyerita era libre como los pájaros y las mariposas...

Un ruido extraño de repente...La señal se puso hacia abajo...

- Todavía falta un poco. Recién sale de la otra estación. Viene del lado de Buenos Aires.

- ¿Y sigue hasta dónde?- Mucho más allá. Pasando los médanos. Kilómetros y

kilómetros. Muchos durmientes. Muchos. Muchos.

Nos sentamos a unos metros de las vías Y esperamos.

- ¡Allá viene el tren! Se ve el humo de la locomotora.- ¿Será de pasajeros o de carga?

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- De carga. Porque no es horario para el de pasajeros. - Ahí está. ¡Mirá! Hay dos linyeras sentados en uno de los

techos....¿Se quedarán en nuestro pueblo?- ¿Quién sabe? Ellos nunca saben adonde van. Van y van y

van. Cuando tienen ganas se bajan y pasan unos días. Y después siguen... O vuelven...

- ¡Qué hermosa vida! ¿No te gustaría ser linyera? A mí, sí.

XVIEra chico y sabía mentir. Después me iba a confesar. Todo fácil.

QUINOTOS

Decía el linyera: Adopté para mí, en cierto momento de la vida, el

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título de “linyera de alma” Fue el día en que “comprendí” plenamente la vida, como en una especie de “iluminación” repentina. Fue el día que comprendí, que lo mejor para mí era dejar la elección de mis hojas de ruta por la vida simplemente en manos de los antojos de la brújula del instinto

Reflexionando el linyera acerca de sus primeros pasos sobre el planeta que todavía habita, advierte que su camino a ratos pareció marcado con una dirección inevitable. Casi no había cómo apartarse del rumbo tomado (elegido o impuesto). Pero ve que algunas veces, de golpe asomaron posibilidades diversas. Dos, tres, más. En estos casos, en su largo pasado, el linyera vio que casi nunca o, mejor, nunca había tomado una decisión estrictamente personal. Por eso reconoció ser linyera. La vida lo fue llevando. Y no se lamenta. Hoy saca de su cofre una vieja postal. Y la describe así:

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

“Una postal con sabor frutal. Allí la encontré, perdida en el montón. Con un platillo de postre colmado de quinotos. ¡Ah, aquellos quinotos! Recuerdo bien cuándo los probé por primera vez. ¿Por qué? No puedo decir cuándo probé. las primeras manzanas, o peras, o duraznos, o ciruelas. Pero sí, cuándo probé los quinotos.

“Muchas veces he pensado cuál podría haber sido el curso de mi vida si en cualquiera de las innumerables encrucijadas que se abrieron a mi paso hubiera tomado otra de las sendas. No hablo ni de sendas equivocadas ni de sendas correctas. No sabía demasiado entonces cuáles eran cuáles para la sociedad. . Eso sí, tengo en la imaginación más de mil autobiografías contrafácticas. “¿Qué hubiera sido de mí si...”?

“Es lo cierto que hubo algunos momentos en que la posibilidad de tales caminos diferentes parecieron presentarse con más evidencia. A veces con mi conciencia. A veces, sin ella. La visión de ese montoncito de quinotos se me asocia ahora con esta reflexión que parece aquí traída de los pelos. Trato de explicarme.

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“Iba caminando por mi vieja y querida calle Ensenada. En Europa empezaba la segunda gran guerra. Eso me sitúa más o menos en mi tercer grado... Rutina diaria. Los mandados. Bajando hasta Rivadavia. Allí, sin cruzar, a media cuadra había un negocio muy especializado. Solo vendía aceite comestible. La particularidad es que lo vendía suelto, a pedido. Había una cantidad de grandes recipientes de vidrio con el precioso líquido, de distintos tipos y variedades. En algunos casos, por ejemplo, del aceite de oliva había dos o tres calidades, con distinto precio. El cliente llevaba un envase vacío y se cargaba con un pequeño grifo desde el recipiente que uno solicitaba y en la cantidad deseada. Hacia esa aceitería me iba dirigiendo por encargo de mi abuela con una botella grande de dos litros.

“¿Y los quinotos? A veinte metros de la esquina apareció un chico del barrio que hacía casi un año que había dejado de ver. Se llamaba Henry. Nos saludamos. Le pregunto por qué hacía tanto que no lo veía y me contó que había estado recluido en Marcos Paz.

“Hoy ese nombre sabe a penal de máxima seguridad, pero en aquellos días era lo que llamaban un reformatorio de menores. “Pequeños robos,” me dijo. Él no tenía a sus padres y vivía a la vuelta con unos parientes lejanos. El juez lo había derivado a aquel lugar por un año. Había pasado días tranquilos. Con unas monjas. Aseo, trabajos manuales, canto, clases, deporte, oración.

“Estaba comiendo. Me explicó que eran quinotos. Me mostró el paquetito ya casi vacío. Me dio uno para probar. (En aquel tiempo no se conocía el paco). Me gustó. Me dio otro. Y otro. Le dije que iba a la aceitería y seguimos caminando juntos. “¿Y si mañana vamos a la feria a comprar otro paquetito?” me dijo. “¿Con qué plata?” le contesté. Me explicó entonces cómo conseguir veinte centavos para un cuarto kilo de quinotos. Me preguntó qué aceite me habían encargado y me indicó que comprase otro veinte centavos más barato. Nadie se iba a dar cuenta y hacía un ahorro para ir a la feria al día siguiente. Así fue. Volví con el aceite a casa y, por lo visto, Henry tenía razón cuando decía que las diferencias en la calidad eran mínimas y nadie las podía notar. En efecto, en casa nadie las notó. Yo me fui a dormir sin remordimiento alguno. De ninguna manera se me iba a ocurrir contarle algo al cura en la confesión del domingo. ¡Qué le podía importar a Dios el asunto de la calidad del aceite! Él no cocinaba ni comía cosas fritas. Años más tarde leí en el capítulo segundo de las Confesiones de San Agustín los problemas que se hizo por haber robado unas peras de un árbol del vecino. Por suerte yo estaba más desinhibido. y libre de escrúpulos, al menos en aquel entonces.

“A la mañana siguiente, puntualmente a las diez, me encontré con Henry en Ensenada y Alberdi. Caminamos presurosos las cuatro

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cuadras hasta Directorio, donde funcionaba la feria municipal. Una panzada de quinotos.

“No se volvió a repetir.. No lo vi más a Henry. Supe a los pocos días que lo habían internado nuevamente. ¿Qué habrá sido de él? Para mí el episodio es solo el recuerdo de una travesura. ¿Podría haber sido el inicio de otro camino? Tal vez los quinotos marcaron una pequeña encrucijada”.

XVII

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Inspirado en Misteriosa Buenos Aires de Mujica Láinez y en vivencias personales en la vida religiosa, hoy muy lejana en la realidad y en la mente.

junta capitular

I

1999.. Termina el siglo. Suelo de tierra. Bien apisonado. De tierra el piso, de tierra el techo, de tierra las paredes. Tierra negra y húmeda. Oscuridad casi total excepto por un tenue rayo de luz que se cuela por un orificio pequeño entre los extremos de algunas raíces que asoman desde la parte superior. Moblaje nulo. Solo una piedra grisácea, de un material de naturaleza irreconocible, tapizada con manchas irregulares rojizas y verdes, ofrece una pequeña extensión aceptablemente lisa como para servir de escritorio a la presidencia de la asamblea. De eso se trata. Pero no, no es una asamblea. Más que una asamblea, es una verdadera y solemne junta capitular de la Sagrada Orden de las Víboras de Buenos Aires.

Sobrepasando algo la altura de la mesa aparece una figura con hábito blanco, túnica, escapulario, capucha y manto de color negro. Observando con atención en medio de la oprimente penumbra puede distinguirse, entre los pliegues de la capucha monástica, un grueso y lujoso monóculo, robado hacía unos años, según supe después, de la tumba de un noble hidalgo de estas regiones, y detrás del cristal, un ojo chispeante. Se llega a descubrir, paulatinamente, que ese ojo pertenece a una rara cabeza marcada con signos geométricos de diversos colores. También asoman por debajo unos dientes filosos y una lengua con extrañas vibraciones. Si aguzamos aún más la mirada podemos adivinar dentro del hábito y extendiéndose hasta el suelo un largo cuerpo con enormes anillos y enroscado sobre sí mismo.

El ambiente es espeso, casi sólido.. El frío es intenso, apenas templado por unas pocas brasas, restos de ramas secas de eucalipto, que producen además un leve resplandor rojizo, como para que se puedan distinguir otros personajes que ponen una nota de vida en esa tétrica escena.. Entre moscardones, escarabajos, hormigas y algunas plumas y huesos de ave esparcidos aquí y allá, completan la escena los otros cuatro miembros de esa misteriosa junta

Cabe la anciana víbora que preside la sesión se ve, también

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enfundada en un hábito dominicano, algo raído, evidentemente sustraído de algún sepulcro de la cripta del convento vecino, una víbora más joven que parece actuar como secretaria de actas, dispuesta a tomar nota de cada palabra de las tres declarantes que sentadas en semicírculo frente a la mesa de la presidencia aguardan su turno para exponer.

La presidenta da un golpe seco con su monóculo sobre la piedra y el agudo sonido metálico quiebra el silencio absoluto que reinaba hasta ese momento y, con voz muy pausada, comienza a decir:

- Honorables miembros de esta junta capitular. Las he citado acá, al abrirse el siglo veintiuno, porque aunque somos bastante longevas, es imprescindible que dejemos constancia escrita de nuestras actividades durante estos dos últimos siglos. Hay exploradores, frailes, viajeros, conquistadores, que dejaron legados registrados en diferentes tipos de prosa narrativa (crónicas, memorias, relaciones, diarios, cartas…).Hasta 1904 hay archivos de numerosas cosas extrañas que sucedieron en esta ciudad y, sin embargo, no consta en ninguno que muchas de esas cosas sucedieron gracias a nuestra intervención. Nuestras actividades son, por su misma índole, sumamente secretas. Se perciben los efectos de nuestras inteligentes y audaces acciones, pero nadie sabe que muchas de las catástrofes, grandes o pequeñas, ocurridas en la sociedad humana de esta Buenos Aires, han sido causadas por nosotras. Cuando se tome nota por parte de la secretaria de las tres declaraciones previstas para hoy, serán incorporadas, para su mejor preservación, a la antañona e hidalga ejecutoria de Don Juan Josef, de la que hemos tenido noticia en una crónica de Mujica Láinez. Todas sabemos que desapareció misteriosamente allá por 1780 en un aljibe pero he conjurado a los más sagaces de entre los más perversos funcionarios del infierno, Satán., Leviatán, Elioni, Astarot, Baalberit , y algunos otros, para traérmela aquí antes de que termine la noche. Y no dudo que así será. Por parte de ustedes quiero exposiciones claras y sintéticas. Deben ser escritas con letra gótica con los correspondientes detalles ornamentales y eso lleva algún tiempo.

- Señora presidenta, - dijo la secretaria, - creo que es conveniente, ante todo, dejar constancia por escrito de cuál es efectivamente nuestra misión, asignada por el Supremo Señor, con relación a los llamados seres humanos, que se creen los dueños del planeta y nuestros amos.

- En pocas palabras, ya está consignado en las más sagradas de las escrituras que nuestra primera actividad conocida en el mundo fue la de hacerle perder al primer hombre y su compañera un eterno paraíso a cambio de un minúsculo placer. Lo más importante es que no solo nuestra primera progenitora los engañó para que comiesen una sabrosa manzana y así disgustasen a su amo sino que el trabajo de la madre original de todas nosotras, con una mirada fulminante,

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atravesó sus incautos ojos y les metió dentro del cerebro unos prodigiosos signos que los han hecho infelices a ellos y a todas las generaciones humanas posteriores.

- ¿Qué eran esos signos?

- Una fórmula mágica, que ellos, ignorantes, denominan “conciencia” y que les hace creer que en su relación con sus semejantes y el resto del mundo existe una contradicción que ellos denominan “el bien y el mal”. La fórmula es tan eficaz que logra una visión distinta del “bien” y del “mal” para cada uno. De ese modo, jamás se ponen de acuerdo para convivir pacíficamente y riñen y se matan continuamente unos a otros. Ese es el infierno que les fabricó nuestra gran madre. Solo muy pocos privilegiados logran descubrir esa fórmula y neutralizarla, siguiendo solamente su instinto, como el resto de los animales, y así pasar felices el corto trecho de vida que se les concede.

- Evidentemente no somos todopoderosas, pero, ciertamente, podemos más que los seres humanos.

- Mucho más. Por eso podemos manejarlos tan fácilmente haciendo que se destruyan entre ellos.

´ Bueno, creo que con esta introducción es suficiente para dar inicio a las declaraciones previstas.

- Todas estamos de acuerdo.

II

- Adelante, sin más, la primera declarante. Dinos qué has hecho para lograr que en el siglo diecinueve Buenos Aires sufriera alguna de las curiosas desgracias, que, sigilosamente y en forma secreta, pero con tanto éxito, logramos que sucedieran aquí desde que aquel adelantado sifilítico hizo nacer a esta misteriosa ciudad.

Se pone de pie una figura que parecía pequeña pero que se va desenroscando paulatinamente y queda erguida dentro de un prolijo hábito marrón de fraile franciscano. Con voz silbante y un poco temblorosa por la edad narra brevemente, mientras la secretaria toma nota, que quiere que se consigne especialmente su acción en el año 1840, cuando, escondida en un rincón del cuartel de Ciriaco Cuitiño, en Chacabuco y Chile, mordía suavemente su pierna izquierda de tanto en tanto e iba inyectando en su sangre el fervor necesario para incrementar más y más las sangrientas acciones de La Mazorca. Por supuesto, mis compañeras trataron también de inocular su veneno en los opositores al gobierno, para lograr una profundización de los odios recíprocos. No se trataba de matar seres

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humanos con nuestro veneno, sino de conseguir que se mataran más y más entre ellos. Como habíamos hecho con Caín y Abel. Sangre, mucha sangre humana por el suelo.

- Suficiente. Gracias por tu aporte.

Estampa su sello en el pergamino con el dato consignado y señala a la siguiente expositora. Esta se levanta, desenroscándose al igual que la anterior. Queda en pie una figura que ostenta el escapulario de la Virgen del Monte Carmelo. Toma la palabra:

- Tome nota, secretaria. Yo me encargué, por vocación, de tratar de acentuar los problemas económicos de la ciudad, como cabeza del país. Adopté las atractivas formas de elegantes mujeres porteñas y logré así , con besos que en realidad eran mordeduras disimuladas, la colaboración de diversos funcionarios para mantener sometido al país. Valga consignar como ejemplo, en el año 1933, la firma del pacto Roca-Runciman. Fue obra mía. Benefició a algunos y empobreció a la mayoría. Me encargué de manipular las urnas de las votaciones con numerosos colaboradores voluntarios. Sembré el disenso entre la ciudadanía Los que controlaban el poder y aquellos para quienes esa era “la década infame.” No hubo demasiada violencia, pero se estuvo preparando el ambiente para el futuro.

- Así quede consignado en las actas. Muchas gracias.

III

Tal ordena la presidenta. Y le indica tomar la palabra a la expositora siguiente. Esta no se desenrosca lentamente como las anteriores. Se pone erguida en un instante como si se hubiera accionado un resorte. Su vestimenta es la negra y adusta de un jesuita. Dice que se va a referir al año 1976. aunque su acción se había extendido un poco más. Un día de ese año, cuenta, se acurrucó en un rinconcito debajo del asiento de un viejo confesionario. Desde ese escondido observatorio contemplaba los pliegues de los suntuosos cortinados del templo. Todavía estaban flotando en la atmósfera las últimas vibraciones de los tubos del órgano. Algún crujido de madera al comenzar a enfriarse el ambiente. Variadas imágenes de santos iban desapareciendo en la penumbra, lo mismo que el oro y los mármoles de los altares. El sacristán y los monaguillos, tras apagar los cirios, se perdieron en la sacristía. El último murmullo de un grupo de monjitas

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que habían rezado el rosario se mezclaba con los exquisitos perfumes de algunas damas que acababan de retirarse. Ya no había otras miradas curiosas. En ese momento, para su sorpresa, continúa diciendo, entra discretamente por una puerta lateral una figura eclesiástica que, aunque cubierta por un sobretodo oscuro, reconoció sin dudar que era ni más ni menos que la de un cardenal. Se acerca al confesionario, abre la puerta y se sienta cómodamente, sin advertir la presencia de la intrusa. Deja la puerta abierta. Desde la sacristía se acerca otra figura masculina. . Si bien vestía un sobrio traje civil su manera de caminar denunciaba a las claras a un militar de alta graduación. Se acerca al confesionario y se arrodilla piadosamente a los pies del eclesiástico. Se santigua. Dice algunas palabras, en voz muy baja, casi al oído, que la declarante no pudo entender. Le pide consejo. La expositora dice que entonces pensó hincar sus dientes en el tobillo del cardenal para inyectarle las más sanguinarias ideas., porque, por investigaciones previas, sabía de qué se trababa. El general quería tranquilizar su conciencia con respecto a un plan macabro que, con sus colegas, quería implementar en el país para limpiarlo de una juventud para ellos indeseable. Pronto se dio cuenta, prosigue la víbora con sotana de jesuita, de que no necesitaba inyectarle su veneno. Las palabras del prelado eran más ponzoñosas que todo lo que ella podía imaginar. Lo dejó hablar y percibió cómo la conciencia del militar quedaba totalmente compenetrada y serena para iniciar lo que el cardenal y él acordaron que era una misión sagrada. Nada más.

Transcurren algunos minutos hasta que la hacendosa secretaria concluye su tarea. La presidenta estampa los correspondientes sellos. Y exclama casi con furia:

- ¡Quiero aquí la ejecutoria! ¡Quiero aquí aquella vieja y noble ejecutoria! . - ¡Por el pozo se fue! - Atinó a precisar la que vestía el hábito carmelitano. - Junto con nuestra hermana la víbora verde. Por el pozo del aljibe del jardín de los dominicos. Todas lo sabemos. Está entre las más sagradas tradiciones de nuestras familias. Nunca más se supo.

Los ojos de la presidenta del tribunal se ponen como carbones encendidos cual los de Fray Torquemada, el inquisidor, ante sus víctimas.. Las escamas saltan como chispas mientras se yergue enroscada sobre la mesa.

- Las actas que acabamos de redactar tienen que ser incluidas allí. Sin eso los testimonios no tienen valor histórico para la posteridad.

Solo un silencio de tumba llena la tenebrosa caverna. Un vaho misterioso de una humedad de azufre llena el ambiente. Los miembros de la soberana junta capitular se miran con odio y con temor.

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- ¡Aquí la tienen!

Y emerge de ninguna parte una enorme víbora verde, vigorosa, retorciéndose con furia. Trae en su boca, apretándolas con terrible energía, las tapas de la vieja ejecutoria de Don Juan Josef. Solo las tapas orladas, con manchas de musgo lívido. Sin los blasones ni los testimonios. Pero las tapas allí están.

Deja caer las tapas sobre la piedra que hace de mesa capitular y, transformada repentinamente en un gran pájaro violeta, desaparece con grandes aletazos. Nadie sabrá jamás adonde fue.

XVIII

Las flores siempre ejercieron una cierta magia sobre el linyera. La verbena silvestres es la primera que conoció por nombre. Junto a las vías del ferrocarril.

verbena

(nada más que un sueño)

“Linda florecita,dime si te abres,

cuando a la mañana,la luz del sol sale.”

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¿Quién escribió esto? Alguna vez lo había leído en alguna parte... ¿O lo había oído de labios de alguna maestra? ¿O se me ocurrió a mí? ¡Qué importa! En ese momento rondaban esos versos por los andariveles de mi mente. Mientras mis pies descalzos pisaban el fresco césped de un paseo cuyo nombre se borró de mi memoria. O nunca estuvo allí.

. . . . . . . . . . . . . . .

- ¿Por qué estás tan solita?

- Una nena mala las cortó a mis compañeritas.

- ¿Por que?

- Hizo un ramito y dijo que se lo iba a llevar a una virgencita.

- ¡Y les quitó la vida al arrancarlas!

- Yo me salvé porque todavía soy muy chiquita y no le gusté.

- ¿Cómo te llamás?

- Verbena. ¿Te gusta?

- ¡Me encanta! Tenés las mejillas rosadas y un perfume

encantador...

- Para cualquiera que pase... quiero ser vida que da su vida a

todos...

. . .. .. . . . . . . . . .

“Una lágrima,una perla;un suspiro,

una esperanza.”

Así rezaba un pequeño cartel en la pared de la sala de espera del pequeño hospital de aquel pueblo, cuyo nombre no puedo recordar. Lo había visto otras veces al entrar para visitar a alguna persona amiga. Ese día no lo había podido mirar. Me habían llevado sin conocimiento. Algún problema no demasiado grave. Me desperté en la camilla de la guardia. El ambiente a media luz. ¿Solo? Eso creía. Cuando abro bien los ojos, estos se encuentran con otros dos que me estaban mirando dulcemente por encima de dos mejillas apenas rosadas.

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. . . . . . . . . . . . . . .

- ¿Cómo estás?

- Bien... ¿dónde estoy?

- En la guardia del hospital... Te trajeron esta mañana..

- ¿Por qué?

- Te encontraron desmayado en el parque. No fue nada

- ¿Estoy bien?

- Ahora sí. Ya pasó todo. En un rato te vas.

- ¿Y vos quién sos?

- La enfermera, aquí estoy para ayudarte.

- ¿Cómo te llamás?

- Verbena, ¿te gusta?

- ¡Me encanta!

. . . . . . . . . . . . . . .

“Como una flor es la vida,se entrega como una esencia.

se deshoja, se marchita, y renace siempre bella”

Días después. Bastante gente reunida. Entran y salen. Paso con cierta curiosidad. Una sala pequeña. Un gran crucifijo. Dos cirios a ambos lados. Un pequeño ataúd de color blanco. Me acerco. Una niña recostada. Solo se veía su rostro. Un rostro casi divino. Como una flor del campo. Dos mejillas muy pálidas. Aunque alguien les había dado un toque de rubor. Sus ojos cerrados por un momento parecieron abrirse para encontrarse con los míos.

- Fue ayer. Un accidente.

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- ¿Dónde?

- Frente al parque. Un camión.

- ¿Cómo se llamaba?

- Verbena.

. . . . . . . . . . . . . . .

Vuelvo a caminar el césped del parque cuyo nombre no recuerdo. ¿Para qué? Es otoño. Hermoso al mejor estilo otoñal. Busco a Verbena. La de hace unos días. Esa Verbena de pétalos rosados. Busco y busco. No la puedo encontrar. Una vocecita me llama.

- ¿Buscás a Verbena?

- ¿La conocés?

- Por supuesto, era mi hermana.

- ¿Dónde está?

- Hace un rato pasó un muchacho y la arrancó.

- ¿Y vos?

- Como soy muy chiquita no me vio.

- ¿No tenés miedo?

- No. Aquí estoy para perfumar y alegrar a los que pasan.

- ¿Cómo te llamás?

- Igual que mi hermana. Verbena.

- Hasta luego...

. . . . . . . . . . . . . . .

“Cual florecita del campoSeñor, yo quisiera ser;

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Te da su aroma al vivir.Nadie la ha visto nacer.

Nadie la verá morir.”

XIXUn recuerdo en dos ruedas

MI PRIMERA BICICLETA

Rodado 28. Modelo clásico, de paseo, de los años 30s. Estructura muy sólida. Pesada. En uno de sus caños tenía estampada con letras de oro la palabra Rugby.

Yo estaba en la cocina tomando mi taza de Toddy de media mañana, con una torta negra de esas bien grandes. “¡Estás muy flaco!”, me decía la abuela. A la verdad, por lo que recuerdo, era más bien delgado y debilucho. Aunque comía bien y con apetito. Más bien alto para mis diez años. Era tiempo de vacaciones de verano. Yo nunca pedía nada, ni a los reyes, pero a veces mis tías adivinaban mis deseos. Así habían llegado sucesivamente a mis manos El Tesoro de la Juventud, un rifle Diana de aire comprimido, un juego de ajedrez, una pelota de fútbol número cinco, un pequeño “punching bag”, un... Sería interminable nombrar todo.

- ¿Terminaste la leche?, llama en voz alta una de mis tías, desde un extremo de la galería, casi junto a la puerta de calle.

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- Estoy terminando.

- Cuando termines, vení. Quiero mostrarte algo.

- ¿Qué? Yo no pedí nada.

- Vení.

Allí estaba. Solemne. Brillante, Sobre el encerado del comedor, el salón principal de la casa, casi sin uso, pues comíamos en un lugar interior, junto a la cocina. El comedor, cerca de la calle, era el lugar de las recepciones, ni frecuentes ni demasiado importantes: el novio de mi hermana mayor, algunos parientes y amigos... Allí estaba la Rugby, sostenida por mi tía, como si fuera un animal gran campeón en Palermo, ostentando su cucarda. Quedé helado. Mudo. Ni atiné a darle un beso a mi tía. ¿Indiferencia? Tal vez sí, para los que no conocían mi manera de reaccionar ante grandes sorpresas, como aquella, pocos años antes, de la última despedida de mi madre en el sanatorio, sin saber que era la última.

La tomé con respeto. Casi con temor. La acaricié con suavidad. Era demasiado adulta para mi primera experiencia. Nunca había subido a ninguna. La agarré con prudencia. La mano izquierda sobre el manubrio y la derecha sobre el asiento. Comenzamos a movernos. Ella iba como un animal manso. Unos pocos pasos y estuve en la vereda. La monté con alguna dificultad. Sentado, apenas tocaba el suelo con las puntas de los pies. ¡Vamos! La sombra y el difuso aroma de los añosos algarrobos de la cuadra eran una invitación a un primer paseo. Pedal izquierdo. Un poco de presión. Un poco de coraje. ¡En movimiento! Por la ancha vereda, más o menos nivelada, rumbo a la esquina. Paso la lechería. Se viene la avenida. ¿Cómo parar? Llego al cordón. El animal, algo indócil ahora, pega como un brinco y allí estoy, tendidos, ella y yo, sobre el empedrado de la avenida y justamente en medio de las vías del tranvía. Quedo un poco aturdido. Levanto la vista. Allí, a centímetros, estaba el monstruo amarillo de la Anglo que, por fortuna, el motorman había logrado detener a tiempo. Por si acaso, ya había bajado el salvavidas. Nada importante. Un susto, un pequeño alboroto callejero. El farmacéutico de la esquina de enfrente, que me había puesto en el invierno las inyecciones antigripales, presuroso y atento, me ayudó a ponerme de pie y a subir nuevamente a la vereda con la bicicleta. Agradecí. Otra vez, caminando lentamente, llevé a mi Rugby a casa, Ella iba como un animal herido. No conté nada. Todo bien...

*******

- ¿Estás cansado?

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- No voy bien.

- Estás progresando

- De a poco.

- ¡Adelante! “Amor, amor, asómate a la ventana...” Se puso a cantar alegremente.

Íbamos pedaleando, yo y mi amigo y vecino, Roberto, un gigantón de un metro y noventa y tantos, jugador de básquet y corredor de bicicleta, Andábamos por una avenida bastante tranquila rumbo a Nueva Chicago, a un club de barrio, donde él iba a jugar un partido importante. Era temprano. Aire fresco. Sol que asomaba. Su bicicleta era de tubos y con llantas de madera. Muy liviana. Para competir. Me tenía paciencia y me esperaba. Me había enseñado un montón. Ya andaba bastante bien. Pasamos un verano fantástico, mi bicicleta y yo. Con Roberto recorrimos kilómetros de empedrado y asfalto. Todo un mundo. Roberto siempre cantaba: “Tengo mil novias, tengo mil novias, ¡qué voy a hacerle si soy picaflor! Rubias, morenas...” Yo absorbía el aire, el sol y mundos siempre nuevos. Con ella, ya mi amiga íntima.

Empezó el año escolar. Otra vida. Otras rutinas. Leía y leía: Miguel Strogoff, Quo vadis?, Recuerdos de provincia, Civilización y barbarie, Juvenilia, Mitre, El misterio del cuarto amarillo, Salgari... Horas y horas. Tirado de bruces en mi cama. ¿La bicicleta? Descansaba de sus fatigas en el cuarto adonde todo iba a parar. Pasaron unos meses... Cierto día:

- ¿Te cansaste de la bicicleta?

- No, para nada.

- La estás usando poco.

- Es verdad... La escuela...las lecturas... Además, Roberto s fue por un tiempo...

- Mirá...

- Sí, decime...

- ¿Te acordás que hace dos meses fuiste con el abuelo a llevar una radio al Banco Municipal?

- Sí, la dejamos en prenda y nos dieron unos pesos. Todavía no la rescatamos.

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- No nos hace falta. Tenemos otra. Lo que pasa, es que estamos necesitando urgentemente un poco de dinero.

- ¿Llevamos la bicicleta?

- Adivinaste. Si ahora no la usás. Después, cuando la quieras, la rescatamos...

- Bueno...Me va a costar. Pero la la llevo con el abuelo... Y allí salió ella, como un animal resignado hacia el matadero... Caminamos loes tres, mi abuelo, la bici, y yo, con paso triste y cansino...Unas pocas cuadras...

- ¡Adiós!

La vida siguió su curso. Tomé otros rumbos. Nunca la volví a ver ni supe de ella.

¿Mi primera bici y yo? Hace alrededor de setenta años. Yo estoy sin piernas. ¿Estará ella sin pedales y sin ruedas? ¿Estará en algún lado fuera de mi cajita de recuerdos? Lo que alguna vez entró en el alma no se va sin dejar heridas. Ella me había enseñado a andar. ¿Hacia dónde? A andar por mí mismo aunque con alguien a mi lado. Andar...andar...andar... ¿Alma de linyera? ¿Vaga melancolía? ¿Sueños de futuros desconocidos? ¿Huida de rutinas no buscadas? ¡Cuántas cosas se quedaron en el Banco Municipal de Préstamos con mi primera bicicleta. Hasta el día del rescate.

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XX

Realidades invisibles.

TRASFONDO

El linyera era adolescente lleno de sueños sublimes y absolutamente crédulo de todo lo que se le transmitía con aparente autoridad. Poco a poco fue descubriendo en un momento dado de su vida el veneno que para él habían tenido encerradas ciertas palabras a las que llamó malditas. Simbólicamente atribuyó esa feliz “iluminación” a la varita mágica de un ángel.Al despedirlo, como agradecimiento, le contó un breve relato:

- Hola...

- Hola...

- Hace tiempo que no te veía.

- Yo vine para hacer mi trabajo con vos. Lo hice y me fui.

- ¿Adónde?

- A mis pagos de siempre...

- ¿No vas a volver?

- Sí, para cumplir mi función con algún otro linyera. Con vos ya

terminé. Ya tenés los ojos abiertos y el corazón en paz... Ahora

vine formalmente a despedirme.

- Mirá, antes de que te vayas del todo te quiero contar una cosa.

- Decí nomás.

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- Lo voy a hacer a la manera de un cuento breve.

- Soy todo oídos....

No importa si los personajes son reales o de ficción. ¿Qué es realidad? ¿Qué es ficción? Se la contó al ángel cuando el linyera ya estaba bastante cargado de años, pero no de experiencia, en el “mundo real”, en el que vive la mayoría de los seres humanos, pero en el que él había vivido él muy poco hasta entonces.

Le dijo así:

- I -

Una vez, en un camposanto.

Braulio está allí. De pie. Con los ojos perdidos, no en el lejano horizonte, sino allí, muy cerca, a sus pies, entre el pasto, con muchos yuyos... Un poco alejado de otras tumbas. Una cruz casi hecha pedazos. De hierro. Simple. Oxidada.

El cuidador le dijo que aquí puede ser. Hace mucho tiempo. Una noche. Un camión de residuos. Un pozo grande. Varios cuerpos. Todos mezclados. Mujeres y hombres. Una noche sin luna. Muchas nubes. Negras. Espesas.

- Nunca lo hubiera creído, piensa Braulio. Se había ido contenta. Me había dicho que tenía una beca por dos años en Londres. Que le conservara el puesto para cuando volviera.

- Aquí estoy, parecía contestarle una voz distante y apagada desde abajo de los yuyos.

- Es una voz de mujer. Algo enronquecida. El tiempo y la humedad....

- Soy yo, ¿no te acordás de mí? Me iba a Londres y te prometí volver...

- ¡Esa voz! La conozco... Sí la reconozco... Pero...¡no puede ser!

- Hola, Braulio, ¿cómo estás? ¿Cómo está el colegio?

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- ¿El colegio? Sigue bien. Pero yo no estoy más allí... Me jubilé... ya hace unos años. Siempre me quedé a la espera de tus noticias desde Europa. Te extrañábamos...

Un rumor lejano y confuso de voces interrumpió el diálogo. Braulio siente una mano sobre su hombro .

- ¿Qué estás mirando?, le dijo el colega que lo había acompañado.

- Nada. Estoy conversando...

- ¿Con quién?

- Con Daniela, ¿te acordás? La profesora que se había ido a Londres con una beca hace un montón de años, y nunca supimos más de ella.

- Es claro que la recuerdo. Tenía algo especial en la mirada aquella tarde cuando se despidió en el café de la esquina.

- Yo oigo su voz... Como si saliera de ahí abajo... Su misma voz de siempre...

Continuaron allí, largo rato, en silencio, meditando, meditando, meditando... ¡Tantos recuerdos acudían a sus mentes! ¡Parecía imposible! No veían nada... Habían sido ciegos... Se habían creído lo del viaje a Londres....

- II -

Ilusiones ópticas. Años antes

¿Humo? No, no parece humo.... Allá en el horizonte. No tan lejano. Al norte. Detrás del grupo de eucaliptos. Al final del parque. ¿Una nube? ¿Una nube negra? Muy negra. Pero el cielo está limpio. Y las tormentas suelen venir del sur. Se distrae un momento mirando el suelo. Debajo del banco de madera sobre el que está sentado, fumando un cigarrillo, un extraño ruidito. Está todo tan tranquilo. Silencio, casi de tumba. La atmósfera es diáfana. Una primavera como pocas. Mariposas, muchas mariposas, miles de mariposas... De todos colores.. Muy vistosas... Muy alegres... Muy danzarinas en la atmósfera pura... Ninguna es

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negra... ¿Será un buen pronóstico? Sensación térmica de primavera, pero sensación anímica de invierno... o, al menos, de otoño.

Pero, ese manchón negro en el cielo, allá a lo lejos...¿Está quieto? ¿Avanza? No es humo...No es un nubarrón...No es...

Está solo, solo con sus pensamientos Rodeado de una naturaleza que invita a soñar... Soñar en cosas lindas... En cosas placenteras... En ser feliz... Simplemente feliz...¿Recuerdos? ¿Fantasías? Preocupaciones...Un estremecimiento le sube por las piernas hasta los cabellos. En medio de tanto silencio, un ruidito casi imperceptible, una hoja seca dormida desde el otoño resbala por el suelo impulsada por un repentino soplo de la brisa y lo saca de su ensimismamiento.

Proyectos... Organizando su vida laboral del mes entrante... Es director de un colegio privado. No muy grande. Ama lo que hace. Por su mente desfilan miles de cosas...Aquellos padres que tiene citados para el martes por ese problemita de la hija con Luis Carlos, uno de los preceptores... María Eugenia y Antonia, las dos maestras que no se saludan (ellas sabrán por qué) y que todos los días provocan altercados en la sala de profesores... El cargo vacante en 5º B... Braulio quiere vaciar su cabeza de todas estas cosas pequeñas y tratar de pensar en algo importante: formar una familia, pero Cecilia no se decide nunca...

Un pájaro pasa volando inesperadamente a baja altura... Pocos metros encima de él... Apenas lo vio... Sintió su vuelo al pasar... con susto...Y al levantar la cabeza volvió a prestar atención a eso negro que seguía avanzando en el horizonte desde el norte... No, no era humo.. Era una nube muy negra... ¿Mal presagio? Encendió un cigarrillo y siguió pensando...¿Sus cosas? No. Las cosas ajenas, las cosas de otros, que se metían en su vida y le quitaban la paz...Oh sí, ese mail que había recibido el día anterior... “El martes llega Daniela. Va a hablar con vos de parte mía. Quiero que le des trabajo en el colegio. Tiene que moverse de Buenos Aires y va a radicarse allí. Necesito que le busques algún puesto allí” Era del Sr. Gutiérrez, el dueño del establecimiento. Tenía un gran colegio en la capital y cuatro más en cuatro diferentes ciudades de la Provincia de Buenos Aires. Uno de ellos es el que dirigía Braulio. Era el más nuevo. Había que hacer las cosas bien para conseguir prestigio (¡y dinero!).

Cerró los ojos... Quedó adormecido... En un ensueño. Vio delante de sí una fuente fantástica de aguas danzantes. De mil colores brillantes. Relucientes gotas que subían y bajaban. Hasta el cielo y desde el cielo. Pasó un tiempo sin tiempo en la contemplación de esa ilusoria fuente... Hasta que, de repente, surgió de las profundidades de la tierra una columna de agua negra, muy negra, que extinguió todos los colores y perlas de fantasía y lo hizo despertar...

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- III -

En el café. A los pocos meses.

- ¡Hola!

- Hola, los estaba esperando, dijo Braulio.

- Habíamos dicho a las tres....contestó Juan.

- Son las tres y un minuto, añadió Jorge, mirando su reloj..

- Está perfecto, muchachos, esperamos a Luis y Daniela...Ahí

vienen...

- Mozo, cinco cafés como siempre y dos o tres ceniceros...

Tenemos para un rato.

- Vamos a hacer rápido, porque ya tengo que irme, dijo Daniela.

- ¿Irte? ¿Ya?, exclamaron varios a la vez.

- Ya les había dicho que estaba en eso...

- ¿Te salió?

- Sí, la beca para Londres.... Me voy mañana.

- ¿Tan rápido?

- No me esperan.

- Pero apenas hace seis meses que estás en el colegio.

- Sí, y estoy muy a gusto.

- Todos te queremos. Te vamos a extrañar un montón.

- Termino con la beca y vuelvo. Les escribo.

Abrazos. Besos. Alguna lágrima. Se fue sonriente. Como quien va a...

Así terminó la historia. El linyera le quería contar algo al ángel y no se lo podía decir de otra manera. Solo con un cuento. El ángel entendió todo. Y se fue para siempre. Ya el linyera tenía suficiente experiencia para seguir el viaje sin su compañía.

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ÍNDICE Pág.

Anastasia................................................................................ 3

El gran desafío........................................................................ 6

Calesita................................................................................... 10

Como entonces........................................................................ 12

Tac...tac...tac............................................................................ 15

¡Esos tres escalones!................................................................. 19

Gorrión enjaulado..................................................................... 22

¡Qué bien estaba en la jaula!..................................................... 25

¡Crac!......................................................................................... 28

Champiñones color sangre......................................................... 35

Vahos de tango.......................................................................... 41

Gatos y mariposas...................................................................... 51

Aquel gallito pigmeo.................................................................. 54

Reina mora................................................................................. 56

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Un primer encuentro con los linyeras........................................ 59

Quinotos..................................................................................... 62

Junta capitular............................................................................ 65

Verbena....................................................................................... 71

Mi primera bicicleta..................................................................... 75

Trasfondo.................................................................................... 79