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Reflexión sobre ética y conflicto social

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Vamos a conversar sobre las relaciones entre la ética y las formas de superación de la situación de conflicto, de dolor y de trauma que estamos viviendo como sociedad, en Colombia. He dejado la ciudad de Barrancabermeja y la perplejidad en que vivimos los que estamos allá, para darles a ustedes una idea de lo que estamos pasando, que los puede centrar en la situación del país a todos sus niveles.

Hace dos días (el l6 de mayo), se celebró el aniversario de la masacre de Barrancabermeja. Ustedes recordarán, el 16 de mayo de 1998 entraron los paramüitares a esta ciudad, atacaron la comuna popular 7, asesinaron a 9 personas y se llevaron en unos camiones a otras 27, de las que nunca volvimos a saber nada.

De esas personas había 3 mujeres jóvenes y un grupo de muchachos y muchachas que trabajaban en las universidades locales, en la pastoral y en la vida común de la ciudad. I .^ " , ' .

En los años siguientes, después de haber hecho un tribunal por el asesinato de esos jóvenes; cada año realizamos un acto conmemorativo, que era masivo, gran parte de la ciudad venía a honrar la memoria de sus difuntos, a sus muertos. Un duelo en señal de protesta por la forma tan injusta como los habían desaparecido.

Éstos eran momentos de gran vivencia ciudadana, de una gran manifestación pública de dolor ante la destrucción de la vida. . _

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Este año, el jueves pasado cuando intentamos hacer el mismo acto, éste se redujo a la celebración de una eucaristía al interior de una iglesia a puertas cerradas. Únicamente asistieron alrededor de unas 90 personas, exclusivamente las mamas, las hijas, los hermanos, las ex-novias, de las personas que habían sido asesinadas y cuatro o cinco personas más que fuimos a acompañarlos.

El nivel de dominación del terror, el nivel de miedo que hay en la ciudad, la preocupación de ser buscado y señalado, por estar participando en la protesta ciudadana, por estar defendiendo sus derechos se ha estado metiendo a la ciudad de una manera impresionante. Este terror se puso esta vez en evidencia, cuando la gente no quiso salir a manifestar su dolor y a acompañar la memoria de sus difuntos, además, a reclamar que sus difuntos se los entregaran, aunque fuese muertos pero que se los entregaran, que es el clamor que hacen, por lo general, quienes viven el problema de los desaparecidos.

Yo quiero invitarlos, en este contexto, a que consideremos un poco lo que estamos viviendo en Colombia. Mi sentir en términos generales y es lo que sentimos muchos de los que estamos en el Magdalena Medio, es que el país avanza precipitadamente en un proceso de consolidación de una fuerza muy dura, vertical y de imposición. Esta problemática se pone en evidencia con las Auto-defensas Unidas de Colombia, el paramilitarismo, que se ha expandido sobre el norte del país, en Urabá, en la costa, que ha bajado sobre el Magdalena Medio, que se conoce muy bien en Puerto Berrío, en Puerto Boyacá, que viene hasta la Dorada, que se ha metido al interior de los llanos, y que en muchas formas es una expresión durísima del desespero que siente una sociedad frente a la guerrilla, frente a las extorsiones y los secuestros, esas gestas milagrosas y que nos van metiendo poco a poco en un mundo donde las libertades ciudadanas son pobrísimas y la posibilidad de la construcción de la éticay de vivir con dignidad como mujeres y como hombres se limita de manera forzosa.

Nosotros pensamos, los que vivimos en Barrancanbermeja, que si esta región, finalmente cae en la dominación paramilitar, es muy posible que lo que allí se expresa, porque el paramilitarismo de Castaño es solamente la expresión de lo que viven muchos empresarios colombianos, muchos mafiosos colombianos, muchos ganaderos colombianos, muchos militares colombianos, muchos políticos colombianos, termine con un sometimiento del país en un proceso como el que vivió España durante los 30 o 40 años de Franco y que muy posiblemente lo vamos a vivir nosotros a la manera colombiana, como también lo vivió Chile durante los 16 o 17 años de Pinochet.

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Nosotros estaremos enfi'entando esta realidad muy posiblemente y si nosotros como ciudadanos no empezamos por aquí, por la Universidad colombiana, si ésta no toma lucidez sobre lo que está pasando, en poco tiempo, vamos a estar sometidos a una situación de dominación muy fuerte, de ausencia de libertades ciudadanas muy profundas y, por supuesto, de imposibilidad de poder construir colectivamente una ética civil de libertad, de posibilidades, de expresar lo que pensamos, de vivir en la diferencia. Ustedes bien saben que el paramilitarismo entra hoy en día mucho más allá y no acepta que los hombres se dejen crecer el pelo o ponerse tm arete, se meten hasta en las cosas más íntimas de la vida, para imponer un planteamiento que en nada tiene que ver con la ética y que nos va a destruir a nosotros como sociedad.

Sin embargo, yo quisiera reflexionar por qué los colombianos y las colombianas estamos metidos en esto, en este instante en Colombia, y cuáles son las opciones que tenemos por delante y los enormes desafíos que debemos enfrentar. Creo que ustedes habrán considerado el siguiente punto muchas veces en esta cátedra: cómo la crisis colombiana se tipifica, se expresa de una manera muy fuerte en la puesta en evidencia de la forma como los colombianos destruimos la vida humana. Muy seguramente han repetido estas cifras: Colombia con sus 28.000 a 32.000 homicidios por año durante los últimos 15 años, que nos colocan como el país del mundo donde la vida humana está más amenazada, no estando en guerra contra otra nación.

Donde tma sociedad se está atacando contra sí misma y se está destruyendo en su propia identidad, a su propia gente, sin que la gente de ese propio pueblo reaccione y tome una actitud valiente para decir, basta ya, esto no nos puede seguir pasando. Recuerden ustedes, por ejemplo, lo que ha pasado en España en los últimos años. lisas manifestaciones masivas, de millones de españoles en las calles porque habían asesinado a una persona los miembros de la ETA, de una manera terrorista, ima persona, asesinada sin ningún motivo, una persona que no estaba ni en el conflicto ni en la guerra. Entonces España salía toda a las calles, para decir: esto no sigue pasando en nuestro país.

No es así en Colombia, ni lo hacen ustedes ni lo hago yo. Hace dos días fue la masacre de Medellin, mataron a 8 personas, hay más de 120 heridos y Colombia vive eso en Televisión como algo cotidiano. Hubo la masacre del Naya hecha por los paramüitares, más de 40 personas, posiblemente 100 personas asesinadas y Colombia no hizo nada. Hubo, lo que nosotros hemos vivido, las masacres hechas por las Frac cuando atacan pueblos que los castigan por tener vínculos con los paramüitares y donde, en la mentalidad guerrillera, todo el mundo tiene que morir. Y Colombia se queda quieta.

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Yo quisiera que reflexionáramos sobre dos cosas que hay allí muy delicadas: primero, y en sí mismo es gravísimo, es que el país se esté destruyendo como nosotros lo estamos haciendo, matándonos entre nosotros mismos. Esto revela que las posibilidades de la construcción de una ética, las bases para poder construir juntos algo, han Uegado a niveles de crisis que muy difícilmente nos permitirían a nosotros reaccionar y volver a rehacernos colectivamente. ' t-.n- , ,

Quiero insistir mucho en esto, porque la crisis es más profunda cuando uno comienza a destruir la vida humana, siendo este el último baluarte que hay en la consideración ética de una sociedad. Una sociedad puede corromperse, le ha pasado al Japón, le ha pasado a Francia y puede reconstruirse al poner en evidencia su corrupción. Puede corromperse en su clase política y pueden cambiar, puede rehacerse en su misma sociedad. Una sociedad puede generalizar el robo, como pasó en Inglaterra, por ejemplo, y el robo puede llegar a ser tan profundo que nadie tenga tranquilidad en nada de lo que posee, y puede reconstruirse, pudo llegar un día y decir, en adelante la propiedad de los bienes de los ciudadanos,

, ' como expresión de la propia persona, la vamos a cuidar entre todos... e Inglaterra se reconstruyó.

Pero cuando una sociedad comienza a atacar la vida humana, el último baluarte que tenemos, la última base que todos debemos respetar, que es un regalo de la naturaleza, o de la vida, o de Dios, eso es todo lo que tenemos finalmente, y si nosotros comenzamos a atacar la vida en las proporciones en que lo hace Colombia, eso obviamente refleja que la crisis es completa; el haber arrasado con todos nuestros valores, no nos importa mentir, no nos importa la fidelidad de las relaciones humanas, no nos importa ser corruptos, no nos importa robar, no nos importa hacer fraude, no nos importa la vida, cortamos la vida y no hacemos nada. Ese es el segundo problema profundo, cuando además la sociedad, nosotros mismos, vemos como espectadores lo que está pasando y sigue pasando. Ayer fue la masacre de Medellin y muy seguramente en el próximo mes vamos a tener otra, y Colombia quieta.

Sí, hay momentos puntuales en que esta sociedad reacciona y son bellos, miren lo que están haciendo los indígenas del Valle que se tomaron la plaza de San Francisco en Cali, parece que son muchos, posiblemente llegaron a 40.000 personas con un grito impresionante: ¡no queremos más Carlos Castaños, no queremos más Tirofijos, queremos que se respete la vida en este país! En el fondo de eso hay una expresión ciudadana muy profunda: no queremos más armas, no queremos que se ataque más a la vida de nuestra gente. Es Colombia

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tratando de reaccionar, todavía muy primitivamente. Es el uno por mil de los colombianos que están protestando ahí, pero es obvio que allí hay un mensaje ético que dice: ¿y los demás qué?, ¿vamos a hacer algo o vamos a dejar que esto se nos desborde?

Uno podría preguntarse: ¿qué es lo que nos ha pasado?, ¿por qué hemos llegado a niveles de quiebre tan profundos? La sensación que uno tiene cuando puede discutir estas cosas en el ámbito internacional, es que los extranjeros piensan que nosotros somos una sociedad muy enferma, de un tipo de enfermedad muy difícil de sanar: es que posiblemente nunca supo construirse a sí misma como sociedad. Uno tiene la impresión de que muy posiblemente nosotros vivimos en Colombia durante muchos años, lo que se podría nombrar, en una forma muy categorial, como «la Ilusión religiosa de una sociedad» o «la ilusión religiosa de moral pública». Permítanme explicar esto: quienes vivimos en los años 50 recordaremos que este país tuvo la ilusión de ser un país católico. Durante esa época la gente creía que sí se tenía una comunidad católica en la ciudad y por el hecho de tener esta comunidad, se tenía una moral pública y se estaba construyendo una sociedad. En otros términos, que bastaba con ser un buen católico, para ser un buen ciudadano. Eso pasó en Colombia desde el siglo XVIII hasta mediados del XX.

Yo quiero decir que allí había una ilusión religiosa de la ética pública, o una ilusión religiosa de la ética civil. Porque no es lo mismo que un país piense que sí tiene una moral católica cuyos elementos básicos, son los mandamientos cristianos, vigentes para toda la población, pueda decir que tiene una moral civü, o tiene una moral pública o tiene una ética civil, que es donde realmente se juega una nación, se construye una nación.

Y fíjense lo que nos pasó: durante muchas décadas, durante siglos en Colombia, en medio de todas las aventuras, de todas las dificultades que tuvo, sin embargo, nuestro pueblo vivió la ilusión de tener unos pocos mandamientos, los de la iglesia y los de la ley de Dios, que eran los referentes que obligaban a todos los colombianos a vivir unidos. Eso no quiere decir que todo el mundo cumpliera eso, pero había unos referentes comunes. Había un mandamiento que decía que no se mentía, otro que decía que no se robaba, otro, que no se cometía adulterio, otro, que no se mataba. Y la gente sabía que esas eran las leyes básicas del comportamiento humano y era lo que Dios quería y que si usted cumplía eso, era un buen católico y era un buen ciudadano.

No quiero decir que esas cosas se respetaran siempre, tampoco que hoy en día

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nosotros seamos más infieles que antes o cometamos más adulterio, posiblemente ahora sea más público. Lo que quiero decir es que había unos referentes comunes y que a una persona que no cumplía con esos mandamientos le decían en la casa: «Eso no se hace, si usted hace eso qué van a decir de nuestra familia, si usted comete ese pecado, tiene que pedir perdón después». Había unos puntos de referencia comunes, y para una sociedad tener esos referentes comunes era muy importante. • •;

Con la secularización del país, que fue muy importante, porque había vivido muy cerrado durante siglos, con el desarrollo del pensamiento en las universidades, esa ética católica que había se vino abajo, y esos comportamientos básicos que habíamos aprendido con la ética católica dejaron de ser los referentes para toda la sociedad colombiana; valían y siguen valiendo para la gente que va a la educación católica, para las familias católicas, pero ya no valían para todos los colombianos.

Nos encontramos después con una situación muy complicada, que nosotros no habíamos construido colectivamente una ética civü que fuera válida para todos nosotros, independientemente de ser algunos católicos o protestantes, o ateos o marxistas, o liberales o empresarios, u obreros, una ética que a todos nos unificara en unos pocos elementos básicos que íbamos a proteger como ciudadanos y

. ciudadanas en Colombia. Nosotros no hicimos eso. Por eso yo pienso que vivimos una ilusión religiosa de lo público. Teníamos la ilusión de que tener unas ideas católicas, era suficiente para poder organizar un país, para poder convivir siempre juntos, y unos referentes que nos iban a unificar los criterios que teníamos de qué era lo bueno y qué era lo malo para nuestra sociedad. Cuando eso se calló, esa especie de homogeneidad en torno a lo católico, cuando eso dejó de valer, cuando

• . la gente joven empezó a pensar que había que tener otros criterios, cuando se • enriqueció el país con otras tradiciones religiosas, cuando las culturas indígenas nuestras volvieron a recuperar la fuerza de sus tradiciones espirituales, con todo el vigor que tienen esas tradiciones y la belleza que poseen, entonces nos encontramos que no teníamos unos elementos comunes que nos unieran y nos permitieran decir: somos una comunidad, una comunidad nacional, tenemos unos puntos que nos identifican, que todos queremos, que vamos a defender juntos, no con armas, si no con la vida, con nuestro comportamiento, con la forma como vamos a proceder en familia, en la universidad, en la empresa, porque si no esto se acaba; nos dimos cuenta que no teníamos como reemplazarlos.

Es el gran problema que se ha llamado el vacío ético, un vacío de ética pública, de ética social, y esto no se refiere a que todos tengamos siempre un sentido del bien

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y del mal en el alma y un sentido de lo que es consistente, coherente, libertario dentro de la conciencia. Sino que podamos tener unos referentes colectivos, unos pocos referentes que nosotros los colombianos protejamos, mantengamos, que se pasen como costumbres de padres a hijos y de hijos a nietos.

Fíjense que ahora no pueden ser los referentes religiosos tradicionales, ya que este es un mundo pluralista, un mundo donde usted puede vivir con cristianos, católicos, evangélicos, ateos, comunistas, socialistas, y tenemos que construir, entre todos, esta realidad de nuestra nación.

Esto no lo hemos hecho ni lo estamos haciendo los colombianos. La situación es muy crítica. Ustedes habrán observado que antes de construir leyes, antes de hacer una constitución que es una expresión formal de un pacto entre ciudadanos, en que se establecen normas colectivas de tipo legislativo, antes de eso, un pueblo tiene que tomar elementos de identidad, tiene que poner el alma, su espíritu y su corazón en cosas comunes, que no son sólo de la cabeza sino de sentimientos comunes. Tienen que tener una pasión colectiva por su propia historia y por su propia comunidad de hombres y mujeres, si ustedes no tienen eso, pueden escribir diez veces la constitución y esa constitución no expresa un espíritu, es pura letra, no es capaz de consolidar una lucha ciudadana colectiva por unos propósitos comunes.

Nosotros no lo tenemos y por eso somos el único país de América, desde Canadá hasta la Patagonia, el único país de América que terminó el siglo XX sin haber construido una nación. Nosotros no tenemos una nación, no la hemos hecho, las instituciones que tenemos no nos son creíbles. Tan grave es, que vamos a tener que negociar al Estado colombiano, negociar la nación en una carta en San Vicente del Caguán, y en una carta en Vallecito en el Sur de Bolívar. Por otro lado, no le creemos al Congreso, ni confiamos en la justicia colombiana, ni nos convence lo que hacen nuestras instituciones, no confiamos en el ejército nuestro, ni en la policía; todo revela que hay una falta de claridad en lo que queremos para construirnos como sociedad. Y repito, el problema, antes que un problema político, antes que un problema económico, o un problema técnico, antes que todo eso hay un problema ético profundo. Nosotros no sentimos que pertenecemos a una unidad colectiva, que tenemos que construir esto entre todos, que si no lo construimos, esto se acaba, y que esta construcción entre todos juntos es dificüísima, pero que hay que empezar a hacerla.

La unidad nacional, la construcción colectiva nos explica cosas como las siguientes.

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Piensen ustedes en una nación como Uruguay, es la nación más laica del continente, dónde el lugar de la religión está desde el principio de la nación muy disminuido, pero hay unas pocas leyes que todos protegen porque saben que si no existieran ese pueblito se acabaría.

A nosotros se nos desfondó el sentido que teníamos de lo religioso, y nos encontramos de pronto en el momento en el que ya no valía para todos una ética civil, una ética sustituta, basada en unos valores fundamentales que nos puedan garantizar que podamos sobrevivir y desarrollarnos como pueblo.

Otro ejemplo pertinente es el Japón y algo que viví en este país: hace 3 años fiíi a Tokio a dar una conferencia sobre cuestiones de ética. Una joven japonesa que estaba en la conferencia me interrumpió diciéndome: yo no entiendo cómo usted que viene de una nación cristiana se atreve a hablarnos de ética a nosotros los japoneses. En su país han matado 30.000 personas este año, y en mi país que no hay católicos (menos del 2% de la población), en este año ha habido menos de 800 asesinatos. Aquí está la diferencia entre un pueblo que se ha construido como nación (los japoneses son una sola raza, tienen tradiciones milenarias), se identifica como una unidad.

Todas estas cosas son parte de nuestra dificultad y también de nuestra riqueza. Piensen en esto: nosotros afortunadamente somos indios y negros y blancos y mestizos. Pero no hemos construido una unidad entre todos, no hemos sido capaces de decir: esto lo vamos a hacer juntos, de aquí no tiene que irse nadie, y vamos a tratar basados en el diálogo y la conversación, de establecer qué es lo que queremos nosotros en este pedazo de tierra, y cómo lo vamos a transformar en una sociedad donde valga la pena vivir, y haya un futuro para los niños y una posibilidad de felicidad para las mujeres y los hombres.

Eso nosotros no lo hemos hecho todavía y por eso tenemos ese vacío que no nos permite ser una nación. Y nos pone en evidencia ante el mundo como un pueblo que no sabe qué es, ni para dónde va y que se sacude todos los días en cosas espantosas. Cuando uno trata de pensar cómo organizar una ética ciudadana, una ética pública tiene que tener en cuenta muchas variables. Voy a hacer una consideración antropológica que nos permita pensar en el camino que los pueblos han seguido en su construcción.

Fíjense como la construcción de una ética que surge de las «visceras», emerge de los grupos más pequeños, en la famüia, que es donde en primer lugar se inicia la

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educación étíca, donde aprendemos a distinguir cuáles son las cosas que nos convienen, allí es donde comienza la ética. Y comienza no con principios racionales, ni discursos de los filósofos sino porque es el primer estímulo que recibimos, donde conocemos qué es lo que nos gusta, qué es lo que nos entristece, qué es lo que nos hace crecer como seres humanos y qué nos disminuye. Y cómo podemos proteger esto, que es lo que todos tenemos, que es donde empieza la ética. Y fíjense que empieza de una manera que no es sólo para llenar las necesidades básicas, que podamos comer o vestirnos, que tengamos una vivienda, sino también es una manera de llenar las cosas de una forma estética. En ese pequeño grupo hay una costumbre de sentarse a la mesa, hay un pequeño ritual. En todas esas cosas hay una ética que es también estética que nos enseña a vivir en familia, desde lo más profundo de nuestras vidas. Y luego tenemos que recibir los golpes de la vida.

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Pero las familias no se quedan aquí, las familias necesitan unas de otras y se forman algo así como tribus, en una red de parentesco donde hay abuelos y tíos, todos con una manera común de sentir la vida y esa manera común son sus principios éticos básicos originales. Luego se dan cuenta que no están solos y que hay otras familias distintas de eüos, donde se siente la vida de otras formas y se comienza a aprender de los demás la forma de comportarse para proteger la vida. Cada vez que hay un matrimorúo hay una especie de negociación entre las cosas que son buenas para un lado de la pareja y las cosas que son buenas para el otro y se entra a construir un colectivo entre las dos partes. Así se forman las regiones en nuestro país.

Estas consideraciones son importantes ctiando se va a tratar de construir un país de regiones, como es Colombia y una ética colectiva para este país. Una de las cosas que se aprende es que los santandereanos tienen una manera de sentir que es distinta de la manera como sienten y viven los bogotanos, y que los bogotanos sienten y viven de manera distinta de cómo viven los vallónos. Es importante saber que si uno siente de verdad y se realiza en medio de las transacciones ciudadanas, en medio de los encuentros culmrales, en medio de los encuentros económicos, es posible construir una colectividad entre todos. Entonces hay que saltar de esos valores espontáneos que se viven en las familias a construir juntos unos valores que protejan lo que todos sienten como bien común.

Para nosotros es bueno ir todos juntos, los santandereanos, los bogotanos y los costeños debemos tratar de ir juntos. Pero como sentimos de maneras diferentes, como venimos de tradiciones diversas, tenemos que acordar unas pocas cosas que vamos a respetar, que vamos a vivir en común, que vamos a proteger, porque si no este país se nos acaba y la posibilidad de tener un bien común como colombianos se nos haría imposible. Cuando uno se plantea el problema en estos términos, comienza a originarse una

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ética pública, una ética común, una ética social. Lo que vamos a hacer para garantizar que los intereses y las ilusiones de todos se puedan llevar a cabo, sin destruir las ilusiones de los demás y dónde se pueda decir: vamos a garantizar la seguridad de todos, sin que esa seguridad de unos sea una amenaza para la seguridad de otros. Entonces usted está construyendo una ética pública, una ética de una nación. •••• - - / . . . ' , . ' • • -j'. . '•<.'. • • ••'(

Cuando eso falla, cuando un pueblo no acaba de encontrar los elementos básicos, que repito, son de la razón y del sentimiento, que nos permitan mantener un ideal colectivo de bien común, la gente se vuelve atrás, ya no piensa más en nación y comienza a pensar en regiones, y si las regiones no son capaces de mantenerse con un ideal común, con un imaginario colectivo, con un propósito común, la gente regresa a las ciudades y si las ciudades se destruyen la gente regresa a los barrios y si estos se destruyen, la gente regresa a los núcleos familiares y nos encontramos con lo que nos tocó vivir: con los sicarios. Para el sicario lo único que vale es su famüia y finalmente es su mamá, y todo lo demás desaparece y deja de tener importancia alguna.

Ahora, para concluir, tocaré algunos elementos que a mi juicio son indispensables si nosotros queremos trabajar en serio en la construcción de esta nación, que no tenemos desde una perspectiva ética:

1-. Tener muy claro el sentido de asumir, como responsabilidad propia, la elaboración ética que queremos y debemos proponer, en nuestros pueblos, en nuestras regiones y, finalmente, en Colombia.

Para esto voy a hablar de lo que estamos tratando de construir en el Magdalena Medio. En los 29 municipios de esta región en que nosotros trabajamos, la gente ha comprendido que es importante empezar por hacerse esta pregunta. ¿Cuál es la propuesta que nosotros tenemos como ciudadanos? Primero que todo quiero volver a insistir en que el desarroUo de un pueblo y su grandeza nadie se la va a regalar. Un pueblo no se construye por una oferta que le hace el Estado, que es la propuesta que le tiene el Estado colombiano para que se desarrollen los pueblos del Magdalena Medio, ésta es la propuesta para sacar a estos pueblos de la violencia y de la pobreza. Eso no sirve así. Y después esperar que el Estado colombiano nos dé la solución. Eso es caer en una expectativa fallida que no nos lleva a ninguna parte. Tampoco puede ser una lista de cosas que un pueblo le presenta al Estado para que éste se las dé. El desarrollo de un pueblo, la grandeza de un pueblo no nace de ahí. La grandeza y el desarrollo nacen cuando un conjunto de mujeres y

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hombres que saben que para que se acabe la violencia, la miseria y la pobreza, y para que se pueda vivir con grandeza, se tiene que proponer una obligación colectiva que asuman como propia. Estas pueden ser cuatro o cinco líneas de acción básicas, escogidas por ellos mismos, que las van a poner en práctica, así los ayuden o no, lo asumen, porque es una responsabilidad de cada persona.

El día que se tenga un pueblo en esa actitud, pot pobre que sea el pueblo, éste se desarrolla, sale de la pobreza, resiste a la violencia, ese pueblo se fortifica con una fuerza extraordinaria. Tenemos que hacerlo todos nosotros, cada uno en nuestras pequeñas ciudades si queremos reconstruir éticamente nuestra nación.

2-, Nosotros tenemos que poner la vida por delante: es decir, poder decir, como muchos de esos pueblos del Magdalena, no queremos desarrollo si primero no nos aseguran la protección de la vida. Yo me preguntaba, que si la destrucción que nosotros tenemos como sociedad no se pone en evidencia en esto, en la destrucción de la vida humana.

Cuando un pueblo hace una propuesta para salir de la pobreza y de una situación de desigualdad y de violencia, si realmente es una propuesta seria, tenemos que plantearnos con claridad, cuáles son las grandes dinámicas que nos están destruyendo, tenemos que analizarlas en nuestro país, verlas en nuestras ciudades y en nuestras regiones, y tenemos que enfrentar estas dinámicas con claridad y una gran determinación, cuáles son las dinámicas perversas que generan la pobreza, la violencia y la marginalidad.

Si no hacemos esto, no podremos reconstruir este país, por más diálogos que se hagan y por más esfuerzos que hagamos de convivencia; tenemos que enfrentar los problemas que están causando la injusticia y los problemas que están causando la destrucción de los demás.

Quisiera hacer una consideración sobre un aspecto importante que nace a partir del principio de hacer propuestas serias que cambian estructuralmente lo que nos está destruyendo, porque tenemos que ser muy serios con nuestras vidas. Nosotros no vamos a empezar a construir, sino cuando digamos: aquí no vamos a matar a nadie por ningún motivo, ni por ideas políticas, religiosas, o de cualquier otro tipo. Vamos a tratar de hacer esto entre todos y vamos a hacer muy exigentes en la protección de la vida.

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Pero no sólo basta con proteger la vida. Un punto central es que tenemos que

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afirmar que la vida que tenemos es una vida con dignidad. Materialmente la vida con dignidad se expresa en unos elementos fundamentales, lo que se llama en la literatura social inglesa, como los «bienes de mérito». Todo mundo debe tener las cosas que se merece por ser gente: comida suficiente, salud, educación y posibilidades de poder vivir su vida íntima, es decir un hogar. Si uno no tiene eso no puede vivir como ser humano. - ' ' •

Estas cosas, la sociedad y el Estado, tienen que garantizárselas a su pueblo. Nosotros los colombianos tenemos que garantizárselas a todos los colombianos. Independientemente de sí la gente tenga o no tenga capacidad para comprarlas. Yo lo pongo en estos términos por lo siguiente: el neoliberalismo ha postulado que para que la gente tenga derecho a comer, tiene que tener capacidad de comprar la comida, y para que tenga educación tiene que tener ingresos que le permitan comprar esto, también. Lo que nosotros estamos afirmando, lo que nosotros tenemos que

,, construir juntos, es que aquí todo el mundo va a poder comer, y todos van a tener salud, y la educación mínima básica, tenga o no tenga capacidad de comprar estas cosas. Porque estas cosas no están en el mercado, porque son indispensables para la vida de todos nosotros, de lo contrario, no seremos posibles como seres humanos.

Por eso es tan importante decir que tenemos que proteger la vida con dignidad. Pero hay otro elemento que es central cuando uno afirma la vida con dignidad. La dignidad es de todos, así, o nos damos unos a otros la dignidad de poder vivir como seres humanos o nadie la puede disfrutar. Usted no puede vivir feliz, disfrutar de unas vacaciones o tener una profesión que lo satisface si sus conciudadanos están viviendo en la pobreza, son desplazados o están asediados por las necesidades básicas insatisfechas. Usted no puede sentirse en dignidad porque es un catedrático de la Universidad Nacional que escribe libros muy bonitos cuando el resto de los colombianos están jodidos. No es posible, la dignidad, en este país, o la tenemos todos o no la tiene nadie. Y es un elemento ético sustancial. Uno podría perfectamente parafrasear ese aforismo clásico que todos conocemos: «o la justicia es para todos o no existe». Puede uno igualmente decirlo de la dignidad: «o la dignidad nos la damos todos o nadie la tiene».

Esto hace parte de lo que piensan los extranjeros de nosotros los colombianos.

Ustedes conocen una carta que envió un día Manfred Magnet a sus amigos de Colombia diciendo: «No vuelvo a Colombia, hasta que ustedes no tengan los cojones de cambiar esa sociedad, de arreglar esa sociedad que les pertenece». En el fondo, lo que nos estaba diciendo era: ustedes no tienen la dignidad de seres humanos.

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Seguramente algunos de ustedes habrán leído las «Las uvas de la ira» de Steinbeck, recuerden una fuerte afirmación que hace en su libro y que, además, otro escritor alguna vez la utilizó para Colombia: «no son humanos, si fueran humanos no se atreverían a vivir como viven». Con 30.000 homicidios cada año, tuvimos 120 asesinatos en Barrancabermeja en el mes de enero, y tenemos esta lectura de un país que no reacciona ante el quebrantamiento éjico en que vive.

Quiero insistir en esto, el problema de la ética, el problema de un desarrollo humano noble, en armonía con la naturaleza, es siempre un problema de respetar y fascinarse con la gente que nosotros tenemos en Colombia, los que somos, nuestros negros del Chocó, nuestras comunidades indígenas, que habitan en todo el territorio, todo nuestro mestizaje, y nuestras diversas opiniones políticas. Es entender, que es parte de nuestra riqueza que algunos seamos liberales y otros conservadores, católicos y cristianos de todas las clases, o también ateos. Que exista el ELN, y que existan las FARC y que se estén buscando otras cosas, eso es la riqueza de nuestro pueblo. Por eso, cuando decimos que tenemos que construir este país entre todos, tenemos que ser serios, tenemos que construirlo con las guerriUas, tenemos que recoger a los muchachos que han tomado las armas en el paramilitarismo, tenemos que hacerlo con nuestros políticos corruptos, con nuestros académicos, y con nuestros empresarios, con nuestros campesinos y nuestros obreros.

Si se entiende que uno no puede tener dignidad si primero no se construye una comunidad con toda esa amalgama, si entendemos que de aquí no se tiene que ir nadie, que no hay por qué coger a la mitad o a una cuarta parte o a un millón de colombianos y meterlos en un barco y mandarlos al desierto del Sahara para que vivan mejor, o pedir ayuda extranjera; ya que aquí se puede vivir bien y mucho mejor que en cualquier parte.

Hoyen día la comunidad internacional nos dice, son ustedes, hagan su comunidad, ustedes tienen que resolver su problema, encuentren las razones comunes para poder vivir juntos y construyan lo que se merecen como país. ,

He dicho que debemos poner por delante la vida, he dicho que la vida es con dignidad, he dicho que la dignidad o la tenemos todos o no la tiene nadie. Tenemos que construir entre todos un sentido para que las instituciones nos permitan construir finalmente el tipo global de nación que nos importa. Las instituciones, el espacio de lo público, la necesidad de construir un Estado, ya no sólo una nación, un conjunto básico de normas, pactadas entre todos, convertidas en leyes.

CÁTEDRA MANUELANClZAR Éticay bioética • I Setaestre de 2 0 0 1

establecidas en instituciones, son indispensables para lograr lo que uno podría llamar la indivisibüidad de la dignidad. La dignidad es de todos o no la tiene nadie, y eso es lo que hace un Estado serio, garantiza que la dignidad no sea sólo para los ricos o los que van a la Universidad Nacional, la Javeriana o a los Andes. No, es de todos, del enfermo y del sano, aquí la dignidad la tiene el más pobre de los niños de la calle, esto es de todos, por eso es una nación, y por eso queremos un Estado, para poder garantizar esa indivisibilidad de la dignidad de los colombianos, por eso tenemos que protegerla. Esto se tiene que aclarar a través de nuestras instituciones, cuando ellas estén metidas en el problema de la ética.

Para terminar, quisiera agradecerles la paciencia de haber escuchado todas estas historias llenas de angustia, de lo que nosotros hemos vivido en el Magdalena

, Medio, también quisiera decirles que la situación que nosotros vivimos en Colombia es dramática, que tenemos una tarea inmensa de tipo ético, de reconstruirnos a nosotros como país. Y quisiera hacerles una última reflexión sobre la responsabilidad personal que tenemos cada uno de nosotros.

El problema ético, finalmente, se refiere a sí mismo, como persona, es el problema de ser consistente con su propia conciencia, es el problema de ser auténtico con lo que se siente en el alma para llevarlo a la práctica, es el problema de ser genuino

• con las pocas cosas que uno lleva en el corazón, que deben convertirse en acciones y ponerlas en práctica.

Después de todo, a ustedes la ética no se las va a dar ni las conferencias, ni las religiones, ni los filósofos. Y es desde esa consistencia básica donde tenemos que construirnos como pueblo, y eso no es fácil. Este es el problema de la lealtad consigo mismo. De ser coherente de manera que se transforme en acciones lo que se piensa, de hacer que las acciones propias correspondan a lo que se siente. De la sinceridad de cuando se dice sí y se hace, no solo para hacer una componenda, sino que cada palabra corresponde con lo que uno en realidad lleva en el fondo de la conciencia, y lo pone en práctica.

Todo esto es el problema de la libertad, los hombres y las mujeres crecen en libertad en la medida en que son coherentes consigo mismos. Y repito, es uno de los grandes problemas de la ética y es inmensamente difícÜ. Nosotros somos libres, y es la grandeza de la libertad humana el no hacer necesariamente lo que nos dicen. A este computador que tengo aquí, usted le da una orden y él la ejecuta directamente. Nosotros no somos así, podemos saber en el alma, en la conciencia qué es lo que tenemos que hacer. Podemos saber en el alma que tenemos que

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Reflexión .sobre ética y conñicto social

protestar en un momento dado para defender la justicia, aunque también nos podemos quedar callados; podemos saber que es lo que se tiene que hacer para ser fieles en nuestras relaciones afectivas, y también podemos hacer lo contrario. Nosotros somos contradictorios, nosotros sabemos lo que queremos y muchas veces no lo hacemos.

Conocen ustedes la historia de San Pablo que dice esto con mucha claridad, en una de sus cartas, qué es lo que me pasa a mí que muchas veces sé lo que tengo que hacer y no lo hago, que sé lo que no tengo que hacer y lo hago. Uno crece en libertad en la medida en que es fiel a su propia conciencia, a la propia, no a la de los otros, a la de los profesores, o los padres, sino a la de uno inismo.

Yo traigo esto a cuento porque si hay una cosa que uno siente en los colombianos, es que es un pueblo falto de carácter, y de libertad, de ese carácter que crece en la gente y la hace ser fiel a sí misma, siempre por encima de cualquier cosa, irrespetuoso con las decisiones que toman los demás.

Si les he parecido demasiado moralista, excúsenme, si he resultado demasiado preocupado, también, aunque espero que juntos tengamos el coraje de construirnos como sociedad civil, que es la alternativa que tenemos que escoger, o sino, este país se nos acaba.

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