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Reencuentro con (os cronistas de Indias El interés por los relevantes logros que las letras hispanoameri- canas han venido ofreciendo en las últimas décadas, y concretamente por el llamado «boom» de la narrativa, ha servido entre otras cosas para que el resto del mundo adquiera conciencia de la importancia de esa literatura y, poco a poco, para que se agudizara la curiosidad por las realizaciones existentes más allá de las fronteras cronológicas de tal fenómeno. Así han ido descubriéndose otros tesoros literarios y, en definitiva, como hemos dicho en otras ocasiones, se está produ- ciendo el «boom» de lo retrospectivo. En esa marcha hacia atrás, que da lugar a continuos hallazgos para el lector no especializado (y aun para quienes lo están en exceso), cabe pensar en una futura recupe- ración más amplia de la obra de los fundadores de esa vigorosa corriente que hoy materialmente nos arrolla, esos colosales autores de los siglos virreinales, y en particular del xvi y el xvii. Ellos fueron los configuradores de lo que Hernández Sánchez-Barba ha definido como «una literatura viva, riquísima, profunda y resonante, pues se crea en el mismo seno de la experiencia cotidiana, en ese nivel cero en el que, ciertamente, se furia la vida material, pero también los índices espirituales de las sociedades» 1 Cuando hablo de los cronistas de Indias me permito emplear el tér- mino «cronistas» en un sentido muy lato, es decir, para designar no exclusivamente a quienes recibieron este título de la corona, a partir de 1526 en que fue designado como tal Fray Antonio de Guevara —o si lo preferimos a partir de 1532, cuando asumió estas funciones 1 Hernández Sánchez-Barba, Mario, Historia y literatura en Hispanoamérica <1482-1820). Madrid, Fundación Juan March y Editorial Castalia, 1978, p. 16.

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  • Reencuentro con (os cronistas de Indias

    El inters por los relevantes logros que las letras hispanoameri-canas han venido ofreciendo en las ltimas dcadas, y concretamentepor el llamado boom de la narrativa, ha servido entre otras cosaspara que el resto del mundo adquiera conciencia de la importanciade esa literatura y, poco a poco, para que se agudizara la curiosidadpor las realizaciones existentes ms all de las fronteras cronolgicasde tal fenmeno. As han ido descubrindose otros tesoros literariosy, en definitiva, como hemos dicho en otras ocasiones, se est produ-ciendo el boom de lo retrospectivo. En esa marcha hacia atrs, queda lugar a continuos hallazgos para el lector no especializado (y aunpara quienes lo estn en exceso), cabe pensar en una futura recupe-racin ms amplia de la obra de los fundadores de esa vigorosacorriente que hoy materialmente nos arrolla, esos colosales autoresde los siglos virreinales, y en particular del xvi y el xvii. Ellos fueronlos configuradores de lo que Hernndez Snchez-Barba ha definidocomo una literatura viva, riqusima, profunda y resonante, pues secrea en el mismo seno de la experiencia cotidiana, en ese nivel ceroen el que, ciertamente, se furia la vida material, pero tambin losndices espirituales de las sociedades 1

    Cuando hablo de los cronistas de Indias me permito emplear el tr-mino cronistas en un sentido muy lato, es decir, para designar noexclusivamente a quienes recibieron este ttulo de la corona, a partirde 1526 en que fue designado como tal Fray Antonio de Guevarao si lo preferimos a partir de 1532, cuando asumi estas funciones

    1 Hernndez Snchez-Barba, Mario, Historia y literatura en Hispanoamrica

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    Gonzalo Fernndez de Oviedo, toda vez que nada sabemos de lo reali-zado por el anterior, sino para hacer referencia a cuantos escribieronrelatos desde muy diversas posiciones conquistadores, funcionarios,estudiosos humanistas, misioneros, colonizadores de todo tipo parareflejar su experiencia directa o indirecta americana.

    Octavio Paz prepar en 1966 una Antologa de la poesa mejicanacontempornea de una manera singular en relacin a los hbitos nor-males. La Antologa se inicia con poemas de autores rigurosamentecoetneos y va retrocediendo en el tiempo hasta concluir con poemasde quien se puede considerar el iniciador de esa contemporaneidad,Juan Jos Tablada. El mtodo es convincente porque sentimos que elpasado es algo que queda justificado y explicado partiendo del pre-sente, tanto o ms que l sirve para desencadenar el proceso contrario.La bsqueda de un futuro asegura Paz termina siempre con lareconquista de un pasado. Ese pasado no es menos nuevo que elfuturo, es un pasado reinventado 2 Cada generacin, pensamos, hade aplicarse a la dura y hermosa tarea de hacer su propia lectura dela creacin literaria pretrita con su propio cdigo, y en ese sentidoes como Paz habla de inventar, hallar la clave que permita el juegode las mutuas iluminaciones.

    Tal sucede en ese deseable proceso de acercamiento escalonado alos cronistas de Indias. Agustn Yez, en un opsculo titulado El con-tenido social de la literatura iberoamericana, centrndose en este tema,dice a su vez:

    Con el destino de Iberoamrica estos documentos fundan el destino de laliteratura iberoamericana. Comprese: si suena en ellos el prodigioso metal delespaol llegado a mxima riqueza, ni en el contenido, ni en la forma puedenincorporarse a la literatura castiza de la pennsula; se les ha insertado un esp-ritu ajeno: aun la lengua est contaminada no slo con vocablos y giros ant-podas, no slo con asuntos de fbula; ms todava, normas inconcebibles depensar y de sentir la condicionan. Esta ltima es la fuerza decisiva del mesti-zaje como estilo literario, y la creadora de una nueva literatura: no cuestinde vocabulario ni siquiera de advenimiento de un idioma mestizo; sino la impe-riosa necesidad de ajustar el idioma originario a las necesidades del alma queha tomado contacto con una realidad sociolgica y cultural de tamao vigor,que aunque se quisiera no se podra destruir y ha de tomarse como elementoimprescindible de una nueva composicin tnica, sociolgica y cultural 3.

    Leyendo a los cronistas es fcil entender por qu no hubo enHispanoamrica una novela propiamente dicha hasta ya entrado elsiglo xix. Si no se escribieron novelas durante los tres siglos anterio-res fue, como ha apuntado Luis Alberto Snchez, porque quienes

    2 Paz, Octavio, Prlogo a Poesa en movimiento. Mxico, 1915-1966, seleccionesy notas de y otros. Mxico, Siglo XXI Editores, S. A., 9! cd., 1975, p. 5.

    Yez, Agustn, El contenido social de la Literatura iberoamericana. Aca-pulco, Editorial Americana, 1967, p. 32.

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    vivan en un mbito extraordinario, fabuloso en si mismo, puntual-mente documentado por estos relatores, perciban de un modo in-consciente que no tena sentido inventar ficciones que no podan su-perar en inters a la realidad circundante. No se requeran inven-ciones dice el crtico limeo. Ellas quedaban por cuenta de lavida cotidiana ~. La aventura estaba> en efecto, alrededor y recogidaadems en pginas copiosas y fulgurantes. Y esto era cierto inclusopara los habitantes de las brillantes y civilizadas cortes virreinales,Mjico y Lima, siempre conmovidas por nuevas expediciones, rebel-das internas, acoso de piratas y tantas otras peripecias. Si la poesay el teatro aceptan pronto el mimetismo de las frmulas de la metr-poli, la narrativa americana sigue este camino propio, tremendamentepersonal, proolngado durante el siglo xviii. La literatura de los cro-nistas es, pues, la ms autnticamente americana de todo el perodovirreinal.

    Leerla hoy resulta apasionante. Qu partida de nacimiento tuvoel Nuevo Mundos Lo ha subrayado muy certeramente el gran estu-dioso de este ciclo, Francisco Esteve Barba t Todo se cont desde elprincipio, a diferencia del sigilo con que los portugueses rodearon susprimeras grandes descobertas. Ningn otro pas colonizador puedepresentar un cuadro histrico-literario tan apasionante como el queestos escritores ofrecen. Los cronistas hablan de todo, informan detodo y somete a crtica cuanto les parece que la requiere, incluyendola propia lengua que manejan.

    Y no faltaban razones para que las cosas hubieran sido de otromodo. Precisamente la postura de Portugal no poda menos que pro-ducir recelos que incitaran a la reserva. En la versin que del Diariode Coln nos da el Padre Las Casas vemos cmo el Almirante tuvoincidentes de protocolo a su llegada a Lisboa el 5 de marzo de 1493,y cmo cuatro das despus el monarca lusitano le manifest quehaba mostrado mucho placer del viaje haber habido buen trminoy se haber hecho, aadiendo que entenda que, segn la capitulacinque haba entre los reyes y l, que aquella conquista le perteneca 6,Coln defendi los derechos de sus soberanos con corts energa ypoco despus embarcaba para Espaa.

    Esto no impidi que la carta que habla escrito antes de llegar a laPennsula, a la altura de Gran Canaria, a Luis de Santngel, tuviera

    4 Snchez, Luis Alberto, Proceso y contenido de la novela hispanoamericana.Madrid, Editorial Gredos, 1953, p. 81.

    Esteve Barba, Francisco, Historiograf la indiana. Madrid, Editorial Gredos,1944, p. 7.

    6 Diario de Coln . Versinactualizada y cotejada por Jos Ibez Cerd. Prlogo de Gregorio Maran.Madrid, Ediciones Cultura Hispnica, 1968, p. 199-

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    una extraordinaria difusin: ocho meses despus de su llegada yaexistan diez ediciones en castellano, latn e italiano impresas en Bar-celona, Amberes, Paris, Basilea, Roma y Florencia.

    A partir de entonces van a proliferar escritos de muy diversa ex-tensin y, como hemos dicho, de intencionalidad muy diversa paranarrar las admirables circunstancias del descubrimiento y la conquista.

    Es importante resaltar que en estas obras hay como base principalun deseo de autenticidad. Como ha recordado Eduardo Tijeras, elpropio Humboldt hubo de afirmar que cuando se estudian seria-mente las obras originales de los primeros historiadores de la con-quista, sorprnclenos encontrar el germen de tantas verdades impor-tantes en el orden fsico, planteando la mayor parte de las cuestionesque an en nuestros das nos preocupan ~. Haba en ellos un deseode reflejar una realidad cierta y esto es lo que les da un valor hist-rico de primer orden en la gran mayora de los casos. Pero por otraparte, y de ah su doble inters, estas obras son tambin literatura,no se quedan en esta funcionalidad de reflejar hechos, con lo cual seinsertaran en el terreno de la expresin cientfica en la que el lenguajetiene escuetamente un valor representativo, segn la terminologa deBher en ellas se produce ese fenmeno prodigioso que desbordael lmite de la obra cientfica para entrar en el terreno de la poesa,en virtud de que el mensaje mismo, su configuracin, el aspecto pal-pable de sus signos cobran vida y relieve propios. Al valor lgicoinicialmente perseguido se sobrepone, dominando a ste, aunque sinaniquilarlo, el valor esttico.

    Podramos decir, en consecuencia, que los cronistas testimonianla realidad del Nuevo Mundo pero a la vez la crean. Ellos son losprimeros en justificar lo que el ya citado Octavio Paz ha afirmado:Amrica no es una realidad dada sino algo que todos hacemos connuestras manos, con nuestros ojos, con nuestro cerebro y nuestroslabios. La realidad de Amrica es material, mental, visual y, sobretodo, verbal 8 Pues bien, esta verbalizacin primera del mundo ame-ricano sirvi para fijar una imagen de l que en gran medida hapasado por los poderosos tamices del iluminismo y de la crtica mo-derna sin haberse modificado del todo.

    Deslumbramiento y recreacin en lo fantstico son, sin mengua deese deseo de verdad, caractersticas comunes a estas crnicas, y deellas no escapan incluso autores que pretenden ser tan atemperadoscomo Gonzalo Fernndez de Oviedo y ms tarde Antonio de Sols. Elfenmeno es normal. Imposible imaginar que esto no ocurriera cuando

    7 Tijeras, Eduardo, Crnica de la frontera. Antologfa de primitivos historia-dores de Indias. Madrid, Ediciones Jcar, 1974, p. 16.

    Paz Octavio, Prlogo a: Williarns, Williams Carlos, Veinte poemas (traduc-cin y prlogo de ). Mxico, Editorial Era, p. 11.

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    se estaba escribiendo sobre lo que Lpez de Gmara llam la mayorcosa despus de la creacin del mundo, sacando el nacimiento y muertedel que lo cri ~. En los escritores de Indias se quiebran las tenden-cias ms bien realistas de la historiografa castellana de los ReyesCatlicos. Ellos no han cruzado en vano, real o espiritualmente, eseocano que, al decir de Borges, an estaba poblado de sirenas y en-driagos / y de piedras imanes que enloquecen la brjula 10; no envano se hallan enfrente de una naturaleza que parece hechizada y deunos hombres cuyo aspecto, creencias y formas de vida pertenezcana civilizaciones primitivas o muy evolucionadas son ms que sor-prendentes.

    Su espritu de observacin haba de agudizarse ante el cmulo denovedades que ante ellos aparecan. La labor de aprehender lo queera cada objeto, lo que significaba cada ritual, cada actitud, resultabaardua. Frecuentemente es tan dificultoso definir las cosas en s mis-mas, como seala Cioranescu, que los primeros narradores del descu-brimiento han de servirse de la tcnica medieval, la misma a la querecurri ampliamente Marco Polo, que obliga a toda novedad a insi-nuarse a la conciencia por medio de la asimilacin con lo ya sabido 1El carbn para Marco Polo era una especie de piedra negra que sesaca de las montaas y que arde con llamas como la madera 12 En elDiario del Primer viaje de Coln, gran parte de lo descrito tiene mar-cadas correspondencias con elementos equivalentes con los que losespaoles estaban familiarizados. La verdura del paisaje le recuerdala de Andaluca en mayo; algunos rboles eran de la naturaleza deotros que hay en Castilla 83; las canoas son navetas de un maderoadonde no llevan vela 84; ciertas palmas son de otra manera quelas de Guinea y de las nuestras 85; la isla de Cuba es alta, de la manerade Sicilia 16 El comparatismo se hace inevitable, particularmente entrelos autores del siglo xvi, pero hay momentos en que el encontrar tr-mino de comparacin resulta poco menos que imposible. Lo maravi-lIoso slo puede hallar equivalencia en lo maravilloso. Algunos acu-dirn entonces a un gran vivero de imgenes extraordinarias: los librosde caballeras. Bernal Daz del Castillo, en el captulo LXXXVII de la

    Lpez de Gmara, Francisco, Hispania I/ictrix. Primera y segunda parte dela Historia General de las Indias. En Historiadores primitivos de Indias. Colec-cin dirigida e ilustrada por Enrique de Vedia, tomo 1. Madrid, Biblioteca deAutores Espaoles, 1946, tomo XXII, p. 156.

    O Borges, Jorge Luis, Obra potica. Madrid, Alianza/Emec, 1972, p. 89.I~ Cioranescu, Alejandro: Coln humanista. Madrid, Editorial Prensa Espa-

    ola, El Soto, 1967, p. 63.12 Ibid. Diario, p. 38.

    5 Id,, p. 49.16 ~ p. 50.

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    Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espaa, ha de recurriral ms famoso de ellos para describir la impresin que a l y a suscompaeros les produjeron los alrededores de la capital del imperioazteca, Tenochtitln: Quedamos admirados y decamos que parecaa las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amads, porlas grandes torres y ces y edificios que tenan dentro en el agua, ytodos de calicanto, y aun algunos de nuestros soldados decan que siaquello que vean, si era entre sueos ~.

    Vargas Llosa se ha referido a la influencia probable del Amadsen la novela de Gabriel Garca Mrquez ~ influencia que por otraparte ha sido reconocida por el propio Garca Mrquez en declara-ciones como stas: A nuestros abuelos les dejaron embriagados deLiteratura. No s como se poda esperar otra cosa de nosotros...4.o que pasa, creo yo, es que los autores de novelas de caballeras,formados en el delirio imaginativo de la Edad Media, consiguieroninventar un mundo en el cual todo era posible. Lo nico importantepara ellos era la validez del relato. Esta asombrosa capacidad de fabu-lacin penetr de tal modo en el lector de la poca que fue el signode la conquista de Amrica. La bsqueda de El Dorado o de la Fuentede la Eterna Juventud slo eran posibles en un mundo embellecidopor la libertad de la imaginacin. Se han necesitado cuatro siglos paraque Mario Vargas Llosa encontrara el cabo de esa tradicin interrum-pida y llamara la atencin sobre el raro parecido que tienen las novelasde caballeras y nuestra vida cotidiana ~. Yo creo deber ms a lanovela de caballera que muchos novelistas espaoles 21 A la distanciade muchas centurias, dos grandes fabuladores hispanoamericanos(aunque uno naciera en Medina del Campo) reflejan un mismo eco yapelan a una misma tradicin de imaginacin que en ambos casosqueda fcilmente vinculada con el propio ser del Nuevo Mundo.

    El Amads estaba en efecto en la mente de los soldados que con-quistaron la Nueva Espaa, lo mismo que en los de las restantesexpediciones de la poca. Ms tarde seria expresamente prohibida sudifusin en las Indias lo cual corrobora cun extremada era stasegn Real Cdula de 1531, junto a los dems libros de romance, dehistorias vanas y de profanidad ~, pero bien sabemos que sta y

    17 Daz del Castiol, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la NuevaEspaa. Introduccin y notas de Joaqun Ramrez Cabaas. Mxico, EditorialPorra, S. A., 1974, p. 159.

    ~ Vargas Llosa, Mario, Cien aos de soledad: el Amads en Amrica. EnAmaru. Lima, nm. 3, julio-septiembre de 1967, pp. 71-74.

    19 Fernndez Braso, Miguel, Gabriel Garca Mrquez. Una conversacin infi-nita. Madrid, Editorial Azur, 1969, p. 83.

    ~ Id., p. 85.21 Id., p. 93.~ Cit. por Francisco Estere Barba en Cultura Virreinal (A. Ballesteros, Mis-

    torta de Amrica). Barcelona, Salvat Editores, p. 234.

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    otras prohibiciones similares apenas se cumplieron. En la poca de laconquista de Mjico el Amads o alguna de sus continuaciones pudie-ron viajar en los equipajes de algunos soldados. Ms tarde lo hizoincluso despus de la fecha citada en envos regulares, merced a lapoltica de ojos cerrados que en materia de libros practicaron loscensores del Santo Oficio. Recurdese tambin a este respecto cmounos meses antes de la entrada de Corts en Tenochtitln, otro de lospioneros indianos, Gonzalo Fernndez de Oviedo, publicaba en Valenciaun libro de caballeras dentro de los cnones ms tradicionales, elLibro del muy es/orzado e invencible caballero de fortuna propia-mente llamado Claribalte. Es un dato ms, y bien significativo parasubrayar cuanto venimos exponiendo. Y qu decir de aquel soldado dela expedicin de Pedro de Mendoza que, condenado por rebelda enel desolado primer Buenos Aires de 1536, al borde de la pampa infe-cunda e inhspita, paisaje el menos incitante para la fantasa, invo-caba a Dios y a los doce pares, segn record Ricardo Rojas: Un dalas cosas sern como Dios lo quiere y los doce pares lo ordenan 2tNo est de ms rematar este comentario con la consideracin de queel nombre de California procede seguramente del de la isla de la ReinaCalilla, en Las Sergas de Espland ln.

    Estos primeros hispanoamericanos se aferran tambin al Roman-cero, que hunde, como los libros de caballeras, sus races en lo me-dieval, nutriendo as el acervo cultural mestizo del Nuevo Mundo.Porque lo admirable no es tanto que unos soldados de Corts reci-taran fragmentos de romances sobre Montesinos y Roldn o sobreNero en la roca Tarpeya, como nos recuerda Diaz del Castillo, sinoque un cronista de pura raza india, Fernando de Alva Ixtlilxochitl,educado en el colegio de Santa Cruz de Tiatelolco, se apoye en loshechos del Cid y del bastardo Mudarra para referirse a la venganzaque un hijo de Neztahualcyotl tom contra quien agravi a su padre.Y es tambin el tirn de lo medieval el que hace que el Padre Josde Acosta, en cuya Historia natural y moral de las Indias entra araudales el pragmatismo de la ciencia nueva del Renacimiento, sesienta de pronto dogmtico y se oponga, por ir contra los designiosde la providencia, a la idea de abrir una comunicacin entre los dosocanos a travs de Panam, y asimismo el que impide a Jimnez deQuesada, el fundador de Bogot, autor de un perdido Compendiohistorial, aceptar los nuevos metros de la poesa italianizante.

    Por otro lado, situar el fin de la Edad Media en la fecha de la tomade Constantinopla por los turcos, 1453, y no en 1492, es, como haobservado Madariaga, uno de los mayores dislates histricos. S se

    Rojas, Ricardo, La literatura argentina. 2. ed., Buenos Aires, 1924, t. 1,p. 280.

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    nos permite la imagen algo teatral nacida ex abundantia cordis, di-remos que se ve a Coln rasgar casi fsicamente la cortina medievalen su camino hacia occidente, aunque sin dejar de arrastrar jironesde ella. El era, como escribe el profesor Morales Padrn, un ejemplarrenacentista en su curiosidad, en su anhelo de riquezas, en su actitudcontinua, en su inventiva prctica, pero tambin un hombre me-dieval en su misticismo, en su tica, en su alma de cruzado, en su fe;en sus creencias sobre el Paraso, en sus lecturas, en la misma futuraignorancia de Amrica como Mundo nuevo 2t Esa mezcla de elementosen su condicin humana dan una especial sugestin a sus escritos.Incapaz de salir fuera de sus ideas preconcebidas escolsticamentese esfuerza en el Diario de su primer viaje por adaptar lo que ve a loque debe ser. De sus pginas nerviosas surgen unas tierras descon-certantes, antesala forzosa de esos Cipango y Catay a los que nuncase llega. Los nativos que ha encontrado son agradables de aspecto,de buena estatura, de grandes y poderosos gestos, bien hechos iSpero no pertenecen indiscutiblemente a un poderoso estado. Cambianpapagayos e hilo de algodn por cuentecillas de vidrio y cascabeles,no conocen el hierro, son muy modestos. Coln lo reconoce sin am-bages: Me pareci que era gente muy pobre del todo 26 Es necesarioentonces hiperbolizar. El almirante lo hace no slo pensando en laurgencia de ofrecer a los reyes que han puesto en l su confianza algorealmente extraordinario sino, entendemos, devorado por su propiamstica. Como comenta Jos Antonio Portuondo, el gran viajero que,segn propia confesin, conoca desde Inglaterra hasta Guinea, todaslas costas atlnticas, y estaba familiarizado, adems, con los bellospaisajes del Mediterrneo, se dice en continuo pasmo ante los cayos,islotes e islas que le salen al paso, y aun ante los desnudos e ingenuosarawakos, cuando busca afanosamente las tierras fabulosas del orientedescritas por Marco Polo 27 As, la Isla Isabela es la ms hermosacosa que yo vi 28, las montaas que va viendo en las Antillas le pareceque no las hay ms altas en el mundo, ni tan hermosas y claras 29(14 nov.); pero tambin la tierra que describe el 27 de noviembrees la ms hermosa cosa del mundo. Iba diciendo a los hombresque llevaba en su compaa, que para hacer relacin a los Reyes delas cosas que vean no bastarn mil lenguas a referirlo, ni su mano

    24 Morales Padrn, Francisco, Historia del Descubrimiento y Conquista deAmrica. Madrid, Editora Nacional, 1971, p. 68.

    25 Diario, p. 27.26 Id., p. 26.27 Portuondo, Jos Antonio, Literatura y sociedad. En Fernndez Moreno,

    Csar (coordinacin e introduccin): Amrica Latina en su literatura. Mxico,Siglo XXI Editores, S. A., 1972, p. 397.

    28 Diario, p. 41.29 Id., p. 69.

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    para lo escribir, que le pareca que estaba encantado ~ (27 nov.). El20 de diciembre se refiere a montaas altsimas que parece que lleganal cielo.., y sin duda que hay all montaas ms altas que la islade Tenerife en Canaria 31, para asegurar ya tajantemente al da si-guiente: En toda esta comarca hay montaas altsimas que parecenllegar al cielo, que la de la isla de Tenerife parece nada en comparacinde ellas en altura y hermosura >~. Ese mismo da declara haber en-contrado un puerto en el que cabran todas las naos del mundo ~En cierta ocasin declara haber visto sirenas, pero no eran tan fer-mosas como las pintan >~, tomando por tales a los manates (10enero);le han hablado de la existencia de hombres de un ojo y otros conhocicos de perros que coman los hombres ~ (4 novj. Hasta intuyela presencia de las amazonas en la supuesta isla de Matinino (16 enero),y lo que es ms notable, a su paso por las Azores, de regreso a Espaa,afirma su creencia de haber llegado en sus descubrimientos hastacerca del Paraso terrenal, idea que reiterar al enfrentarse en sutercer viaje con la gran desembocadura del Orinoco.

    Para que nada faltara, en esta Arcadia queda instalado tambinel indgena de corazn franco e inocente que dar origen al mito delbuen salvaje: Ellos no tienen armas (16 dic.) y son todos desnudosy de ningn ingenio en las armas y muy cobardes, que mil no aguar-daran tres, y as son buenos para les mandar y les hacer trabajar,sembrar y hacer todo lo otro que fuese menester... >6~ Las cartas deAmrico Vespucci y las Decadas de orbe novo de Pedro Mrtir con-tribuirn con su insistencia en el tema a reforzar la imagen de esteindgena no contaminado, que reaparecer en Montaigne, Voltaire,Rousseau, Marmontel y Bernardin de Saint Pierre.

    El Padre Las Casas, tan devoto del Almirante, secundar en buenaparte sus ideas. En el captulo XXII de la Apologtica historia intentademostrar que las Indias Occidentales son una parte de la IndiaOriental ~ y lo hace apoyndose no slo en la propia intuicin, sino enHerodoto, Plinio, San Isidoro y muchas otras venerables autoridades,cuyas doctrinas contrasta con su propia experiencia. As la extremafertilidad de la tierra indiana a la que se refiri Diodoro de Sicilia esun hecho del que el dominico da concretsimo testimonio: En tierrafirme, a la parte de Cuman, he comido ya dos veces uvas de las

    ~ Id., p. 83.~ d., p. 119.32 Id., p. 123.33 Id,, p. 120.

    36 Ja,, p. 112.37 Las Casas, Fray Bartolom de, Apologtica historia, edicin preparada por

    Edmundo OGorman, Mxico, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1967,tomo 1, p. 109.

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    nuestras de Castilla en obra de cinco o seis meses, todas de unasmismas vides o parras ~. El anlisis de lo absolutamente real vieneas a servir de apoyo a lo quimrico. Y en cuanto a la valoracin delindio como individuo casi perfecto, no har falta, tratndose de LasCasas, que insistamos en el alcance del tema. Rastrear este mismoasunto en la obra de los dems historiadores es tarea que excede anuestras posibilidades en este momento. Como es previsible, nadiedej de interesarse por l y la preocupacin social en tomo a su figurano es algo que pertenezca a Las Casas en exclusiva. Toda la obra delos cronistas est teida de lascasismo, incluso la de los enemigos deldominico. Baste recordar estas palabras pertenecientes a una de lasCartas, la IV, dirigida por Hernn Corts, nada sospechoso de ternu-rismo, al Emperador: ... que fue causa principal que los indios deaquella provincia se alterasen> as por ver a los espaoles todos derra-mados por muchas partes como por los muchos desrdenes que elloscometan entre los naturales, tomndoles las mujeres y la comida porfuerza, con otros desasosiegos que dieron causa a que toda la tierrase levantase ~. O estas otras de la Nueva crnica y buen gobierno delmestizo peruano Huamn Poma de Ayala, nacido en 1534:

    Debes saber que no he hallado ningn indio que sea codicioso por oro yplata, ni he encontrado quien deba siquiera cien pesos, que sea mentiroso> juga-dor> perezoso, corrompido, ni quienes se quiten sus bienes entre ellos, ni heencontrado prostitutas. En cambio vosotros tenis todos los vicios.., por esto meparece a m, cristiano, que todos vosotros estis condenados al infierno 40

    Pero no insistiremos en una materia que nos parece sancionadapor los juicios justamente eclcticos de misioneros tan indiscutidoscomo el padre Motolinia o juristas tan informados como Juan de So-lrzano Pereira> a cuyas obras Historia de los indios de la NuevaEspaa y Poltica indiana, respectivamente, nos remitimos, sin nece-sidad de acudir a la fronda de los estudios contemporneos.

    Claro que el indio no representa slo una motivacin social pug-na entre encomenderos y corona, polmica de licenciados en utroqueen Salamanca y Valladolid. Su presencia en las pginas de lascrnicas es uno de los factores esenciales de cuanto en ellas hay demaravilla. Si esto ocurre cuando se trata de los desnudos antillanos,y ah estn para corroborarlo las descripciones de los areytos deLa Espaola hechos por Fernndez de Oviedo, qu no suceder cuando

    ~ Corts, Hernn, Cartas de Relacin. En Historiadores primitivos de Indias,coleccin dirigida e ilustrada por Enrique de Vedia, tomo 1. Madrid, Bibliotecade Autores Espaoles> 1945, tomo XXII, p. 106.

    40 Huamn Poma de Ayala, Felipe, Nueva Crnica y Buen Gobierno. En DazPlaja, Guillermo, Antologa Mayor de la Literatura hispanoamericana. Barce-lona, Editorial Labor, 1969, t. 1, p. 213.

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    irrumpan en los relatos los miembros de las grandes civilizacionesaztecas e incas. Veamos a Moctezuma saliendo a recibir a Corts, pre-cedido de cuatro mil caballeros, en la Historia general de tas Indias,de Francisco Lpez de Gmara:

    Hasta esta puente sali Moctezuma a recibir a Corts, debajo de un paliode pluma verde y oro, con mucha argentera colgando, que lo llevaban cuatroseores sobre sus cabezas. Traanle de los brazos Cueltlauac y Cacama, sobrinossuyos y grandes prncipes. Venan todos tres a una manera riquisimamenteataviados, salvo que el seor traa unos zapatos de oro y piedras engastonadas,que solamente eran las suelas prendidas con correas, como se pinta a lo antiguo.Andaban criados suyos de dos en dos, poniendo y quitando mantas por el suelo,no pisase en la tierra. Seguan luego doscientos seores como en procesin,todos descalzos y con ropas de otra ms rica librea que los tres mil primeros.Moctezuma venia por medio de la calle, y stos detrs y arrimados cuanto podana las paredes, los ojos en tierra, por no miralle a la cara, que es desacato 4~

    Con no menor pompa aparece el inca Atahualpa en Cajamarca antePizarro y sus capitanes en la evocacin del historiador Agustn deZrate:

    El venia en una litera sobre hombros de seores, y delante dl trescientosindios vestidos de una librea, quitando todas las piedras y embarazos del camino,hasta las pajas, y todos los otros caciques y seores venan tras l en andas yhamacas... 42,

    Y naturalmente no podemos demorar por ms tiempo el referirnosa unos ingredientes primordiales en la creacin de un clima fasci-nante: los mitos. El mito para Cesare Pavese es una realidad nica,fuera del tiempo y del espacio, originaria y primordial en cuantoparadigma de todas las realidades terrestres que se le asemejan, a lascuales ella confiere valor ~. Aadamos a esta precisin la de Bro-nislav Malinowski: Enfocado en lo que tiene de vivo, el mito no esuna explicacin destinada a satisfacer una curiosidad cientfica, sino unrelato que hace revivir una realidad original y que responde a unaprofunda necesidad religiosa, a aspiraciones morales, a coacciones eimperativos de orden social e incluso a exigencias prcticas. - - El mitoes, pues, un elemento esencial de la civilizacin humana; lejos de seruna yana fbula, es, por el contrario, una realidad viviente a la queno se deja de recurrir ~

    4 Lpez de Gmara, Francisco, ob. cit., p. 340.41 Zrate, Agustn de ,Historia del Per. En Historiadores primitivos...,

    tomo II, 1947, XXVI, p. 476.~ Cit. por Enrio Scsi, en Literatura y mito. Barcelona, Barra] Editores, 1972,

    pgina 145.~ Cit. por Mircea Eliade, en Mito y realidad. Madrid, Ediciones Guadarrama,

    1973, p. 32.

  • 30 Luis Sinz de Medrano Arce

    Estas palabras iluminan certeramente la significacin de los mitossurgidos en torno a los hechos de la conquista y colonizacin y reco-gidos por los cronistas de Indias. Conquistadores y conquistadosantes y despus de su choque violento y fecundo los haban plas-mado o iban a plasmarlos como respuesta a viejos interrogantes ances-trales, como justificacin y bsqueda de soporte para sus formas decivilizacin y como incentivo emanado y dirigido a su propio impulso, almismo tiempo. Una vez ms, insistimos, tambin en este aspecto loscronistas testimonian la realidad, porque los mitos encierran funda-mentalmente una voluntad de realidad. No sin razn en las socie-dades en que el mito est an vivo, los indgenas distinguen cuidadosa-mente los mitos historias verdaderas de las fbulas o cuentos,que llaman historias falsas ~.

    Los relatos de Alvar Nez Cabeza de Vaca despiertan en la NuevaEspaa la creencia de que al norte de la ruta por l recorrida en sualucinante odisea al cruzar a pie lo que hoy es el sur de los EstadosUnidos de este a oeste, existan siete ciudades fundadas nada menosque por siete obispos fugitivos de los rabes. Dos franciscanos, FrayJuan de Olmedo en primer lugar y Fray Marcos de Niza despus, in-tentan llegar all. El segundo asegurar haberlo conseguido. Este sabo-yano hispanizado emprende su expedicin en misin oficial que elpropio virrey de la Nueva Espaa, don Antonio de Mendoza, le enco-mienda en 1539. En la parte occidental de lo que despus se llamaraNuevo Mjico ve desde lejos a Cibola, una de las siete fantsticasurbes. No entra en ella pero se informa de sus caractersticas y ladescribe en una curiosisima Relacin bastante difundida ms allde las fronteras espaolas, donde leemos:

    Dicen que las casas son de piedra y de cal por la manera que lo dijeronlos de atrs y que las portadas y delanteras de las casas principales son deturquesas... Por este valle camin tres das, hacindome los naturales todaslas fiestas y regocijos que podan; aqu en este valle vi ms de dos mil cuerosde vacas extremadamente bien adobados, vi mucha ms cantidad de turquesasy collares dellas, en este valle, que en todo lo que haba dejado atrs; y todosdicen que viene de la ciudad de Cibola, de la cual tienen tanta noticia como yode lo que traigo entre manos; y asi mismo lo tienen del Reino de Marata ydel Acus y del de Totonteac 46~

    Estas y otras muchas maravillas supuestas motivaron una nuevaexpedicin: la de Vzquez de Coronado, quien, habindose desviado enla ruta, no hall ni rastro de las tales ciudades. En realidad, Fray Mar-cos, tachado de iluso, es sincero en su relato; simplemente tom por

    45 Eliade, Mircea, ob. cit., p. 21.4~ Nicolau DOlwer, Luis, Cronistas de las culturas precolombinas. Mxico,

    Fondo de Cultura Econmica, 1963, p. 314.

  • Reencuentro con los cronistas de Indias 31

    castillos lo que eran ventas. Las ciudades anheladas eran simple~villorrios indgenas de extraa urbanizacin.

    Ms conocida es la famosa quimera de la fuente de la eterna ju-ventud, que arranca del fondo del medievo, y an de ms atrs. Losconquistadores la llevaban en su mente y fcilmente se asimil aciertas leyendas indgenas. De ella nos habla entre otros, con granseguridad y precisin, ese humanista tan riguroso, hombre de las nue-vas luces como inclinado al goce de lo fantstico, que fue Pedro Mrtirde Anglera. Sus palabras contribuyeron no poco a arrastrar a Poncede Len a la empresa de la Florida.

    En el Per se engendra la leyenda de Jauja, y la ms extraordinariade todas, la de El Dorado, que no careca, por cierto, de base, aunqueel singular cacique Guatavita que se arrojaba a una laguna cubierto depolvo de oro no existiera ya cuando Jimnez de Quesada y Sebastinde Belalczar emprenden la marcha desde puntos opuestos hacia lameseta bogotana. A l se refiere el franciscano Fray Pedro Simn ensus pintorescas Noticias historiales y Juan Rodrguez Freile en esasabrosa crnica de la Nueva Granada y en particular de la vida santa-ferea conocida como El Carnero. Los indgenas, vistosamente enga-lanados nos cuenta desnudaban al heredero en carnes vivas y lountaban con una tierra pegajosa y lo espolvoreaban con oro en polvomolido, de tal manera que iba todo cubierto de este metal. Metanloen la balsa en la cual iba parado, y a los pies le ponan un gran montnde oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios ~ Como dice lacomentarista de Freile, Raquel Chang Rodrguez, la fama de El Do-rado, difundida por Espaa, trajo ms conquistadores. Su bsquedadetermina el descubrimiento de otras tierras, de otras civilizaciones

    48que aportan nuevos mitos y contribuyen a crear ms leyendas -Tambin desde el Per se trata de hallar el pas de la canela, pa-raso de tan estimada especia. En ese intento llegan a la cabecera delgran Ro de las Amazonas Gonzalo Pizarro y Orellana. Este remontala corriente y alcanza en su increble navegacin el Atlntico. En subergantn viaja un fraile extraordinario, Fray Gaspar de Carvajal,dominico, quien nos da cumplida informacin de las aguerridas mu-jeres. Se refiere en primer lugar a su impresionante belicosidad:

    Han de saber que ellos [los indios] son sujetos y tributarios a las amazonasy, sabida nuestra venida, vanles a pedir socorro y vinieron hasta diez o doce,que stas vimos nosotros, que andaban peleando delante de todos los indios,como por capitanes, y peleaban ellas tan animosamente que los indios no osaban

    ~ Rodrguez Freile, Juan, El Carnero. Medelln, Editorial Bedout, s. 1., p. 65.48 Chang-Rodrguez, Realidad y jantasa en El Carnero. Ponencia presen-

    tada en el XVI Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoameri-cana. Publicada en Otros mundos, otros juegos, Memoria de dicho congreso.Michigan State University, 1975, p. 75.

  • 32 Luis Sinz de Medrano Arce

    volver las espaldas, y al que las volva, delante de nosotros le mataban a palos,y sta es la causa por donde los indios se defendan tanto ~.

    Despus de describiras altas, blancas, de cabello largo, muyniembrudas y provistas de mnimos atavios, nos da Fray Gaspar nue-vos datos sobre ellas a travs de las referencias que un indio facilitaa Orellana. As averiguamos cmo las amazonas constituyen un ma-triarcado cuya continuidad est asegurada merced a sus peridicoscontactos con hombres de una cierta regin prxima que son blan-cos, excepto que no tienen barbas ~. Ellas no incorporan a su comu-mdad sino a las nias, de modo que los varones nacidos son muertoso enviados a sus padres. En cuanto a sus riquezas, vale la pena cederla palabra de nuevo a Fray Gaspar:

    Dice que la cibdad donde reside la dicha seora se refiere a Coroni, diri-gente suprema hay cinco casas del sol a donde tienen sus dolos de oro y deplata en figuras de mujeres y muchas ms vasijas que les tienen ofrecidas, yque estas casas desde el cimiento hasta medio estado estn planchadas de platatodas a la redonda... y que los techos destas casas estn aforrados en plumasde papagayos y guacamayas de muchos colores SI

    Es as como el viejo mito griego recogido por San Isidoro encarnaen estas salvajes mujeres ribereas del ro que tomar desde entoncessu nombre. Fray Gaspar no duda en darles este apelativo. Al fin y alcabo, como hemos dicho, ya Coln habla asegurado haberlas visto yPedro Mrtir le haba avalado. La leyenda tena en el mundo ameri-cano ambientacin y respaldo.

    Pocos libros tan sugestivos, dentro de su pequeez, como estaRelacin del nuevo descubrimiento del famoso ro Grande de lasAmazonas, en el que campea un espritu de impavidez perfectamentecompatible con los extraordinarios hechos narrados, incluso cuandostos repercuten dramticamente en la propia humanidad del autor.

    Me dieron un flechazo por un ojo leemos que pas la flecha a la otraparte, de la cual herida he perdido el ojo y no estoy sin fatiga y falta de dolor,puesto que Nuestro Seor, sin yo merecerlo, me ha querido otorgar la vidapara que me enmiende y le sirva mejor que fasta aqu 52,

    Este es todo el comentario que le merece al dominico un hechotan sobrecogedor. La impavidez con que lo tremendo y lo prodigiosotoman cuerpo en muchas de estas crnicas de Indias podra relacionarse con la ms antigua tradicin pica, con la propia actitud de

    49 Carvajal, Fray Gaspar de, Relacin del descubrimiento del ro de las Ama-zonas. Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1955, p. 104.

    SI Ibid.

  • Reencuentro con los cronistas de Indias 33

    Homero quien, como seala Erich Auerbach, est muy lejos de aquellaregla de la separacin estilstica que luego se impuso casi por todaspartes, y a tenor de la cual, la descripcin realista de lo cotidiano noes compatible con lo sublime ~. Quiz no haya que buscar tan presti-giosa referencia. La impavidez naci seguramente cuando la capacidadde asombro de uno de estos autores qued rota por saturacin. Elfenmeno normalmente es intermitente, pero en el libro de este reciofraile, a quien volveremos a encontrar, siempre activo, en Lima, en elCuzco y en el Tucumn, es casi permanente. En cualquier caso, aquradica otra de las claves del realismo mgico contemporneo, tal comolo podemos apreciar en Asturias, en Carpentier, en Garca Mrquez oen Fernando del Paso.

    Volviendo a nuestro tema, en el extremo sur del continente se creala leyenda de los gigantes patagones. El sacerdote Juan de Areizaga,al regreso de una expedicin que, partiendo de Espaa, cruz el estre-cho de Magallanes para arribar finalmente a Mjico, envi al Empe-rador y al Consejo de Indias una Relacin en la que describe a estospersonajes. Fernndez de Oviedo la utiliz en su Historia de las Indiasy nos da estos curiosos pormenores:

    Deca este padre don Juan que l ni alguno de los cristianos que all sehallaron no llegaban con las cabezas a sus miembros vergonzosos.., y este padreno era pequeo hombre, sino de buena estatura de cuerpo 54.

    Efectivamente, en el informe del padre Arizaga se atribuan trecepalmos de altura a los patagones. Fueron, segn el relato de Oviedo,muy hospitalarios con los espaoles, cuya escasa capacidad para comery beber les maravillaba:

    Fueron a beber a un pozo, donde estos cristianos fueron asimismo a beber;y uno a uno beban los gigantes con un cuero que caba ms de una cntarade agua, e aun dos arrobas o ms; y haban hombres de aquellos patagonesque beban el cuero, lleno tres veces arreo, y basta que aqul se hartaba, losdems atendan ~.

    Seria prolijo referirnos a todos los mitos que por un concepto uotro podemos llamar americanos, recogidos por los cronistas. Pero nopodemos olvidar entre los de motivacin religiosa el ms importante:aquel que asimila a Quetzalcoatl con el apstol Santo Toms.

    Quetzalcoatl es en la teogona indgena mexicana el dios oponentea Tezcatlipoca, dualidad cuyo enfrentamiento mueve el Universo. Pero

    ~ Auerbach, Erich, La cicatriz de Ulises, en La realidad en la literatura.Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1975, p. 29.

    ~ Fernndez de Oviedo, Gonzalo, Historia general y natural de las Indias.En Obras escogidas, estudio preliminar de Juan Prez de Tudela, tomo II. Ma-drid, Biblioteca de Autores Espaoles, 1959, tomo CXVIII, p. 244.

    ~ d., p. 245.

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    es asimismo un hroe cultural, un personaje vago, blanco de barbanegra> llegado de oriente> que civiliz Tula y Cholula y, perseguido porsacerdotes de otro culto> hubo de huir no sin profetizar la venida dehombres como l que recuperaran el poder. El padre Sahagn, autn-tico fundador de la antropologa americana, lo cuenta as en su [lis-toa general de las cosas de la Nueva Espaa:

    En llegando a la ribera del mar, mand hacer una balsa hecha de culebrasque se llama coatlapechtli, y en ella entr y asentse como en una canoa, 3as se fue por la mar navegando, y no se sabe cmo lleg al dicho Tapalln 56

    En la misma obra, el franciscano se refiere con hondo dramatismoa los relatos profticos hechos por los compaeros de Cuauthmoc,el ltimo emperador azteca, respecto a la venida de los hombres blan-cos, ya identificados con los espaoles, en quienes se cumpla el vati-emio del hroe mtico.

    La profunda significacin de ste fue enriquecida por los propiosespaoles cuando, como hemos dicho, qued asimilada su figura a lade Santo Toms. Naturalmente esto tena que enlazar con la ideade que el Evangelio haba sido predicado en Amrica antes de la lle-gada de aqullos. Fernndez de Oviedo se refiere a ello en el libro IIde su Historia. Partiendo del salmo de David In omnem terram exivitsonus eorum, et in finis orbis terrae verba eorum t el cronista estimaque si el misterio de la Redencin ha sido ya predicado en toda la tierra,conforme dice San Gregorio, los nativos del Nuevo Mundo tuvieronevidentemente noticia de la verdad evanglica, aunque la generacinhallada en el descubrimiento hubiese perdido la memoria de la fecatlica. Muchas pginas de los historiadores se refieren a este tema,que llegar, ya en los albores de la independencia, hasta el genial frailemejicano Fray Servando Teresa de Mier, quien en la festividad de laVirgen de Guadalupe de 1794 pronunci un sermn de violentasconsecuencias en el que aseguraba que la aparicin de la Seora alindio Juan Diego no haba sido la primera y la capa del indio con lareproduccin de su imagen era en realidad la del Apstol Santo Toms.Fray Servando no disimula las razones nacionalistas que se encuentrandetrs de su teora:

    Vi un sistema favorable a la religin, vi que la patria se aseguraba de suapstol, gloria que todas las naciones apetecen, y especialmente Espaa, quesiendo un puado de tierra no se contenta menos que con tres 3~.

    36 Sahagn, Fray Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva Es-paa. Edicin de Angel M? Garibay, tomo 1. Mxico, Editorial Porra, 1969,pgina 291.

    ~ Fernndez de Oviedo, Gonzalo, ob. cit., tomo 1, B. A. E., tomo CXVII, p. 31.5~ Mier, Fray Servando Teresa de, Memorias. Edicin y prlogo de Antonio

    Castro Leal. Mxico, Editorial Porra, 1971, tomo 1, p. 8.

  • Reencuentro con los cronistas de Indias 35

    Pero se cuida al mismo tiempo de fundamentar sus ideas con unalarga lista de autoridades. Entre ellas figura otro misionero dominicodel siglo XVI, Fray Diego Durn, para quien el asunto llegaba muchoms lejos: los indios americanos descendan de los propios judos:Con lo cual confirmo mi opinin y sospecha aseguraba en su His-toria de las Indias de Nueva Espa-ia de que estos naturales sean deaquellas diez tribus de Israel que Salmanasar, rey de los asirios, cau-tiv y transmigr de Asiria en tiempos de Oseas, rey de Israel, y entiempo de Ezequas, rey de Jerusaln, como se podr ver en el cuartolibro de los Reyes, captulo 17 ~.

    Numerosos otros mitos indgenas se incorporan a los relatos de loshistoriadores, aunque no den lugar a interpretaciones de este tipo.Tendramos que insistir al hablar de esto en el extraordinario acervoque a tal respecto hallamos en el padre Sahagn y en otros religiososcomo Motolinia, Diego de Landa, el padre Acosta y tantos ms. Cap-tulo aparte en este terreno merecera el ms sugestivo de todos loscronistas americanos: nos referimos, claro est, al inca Garcilaso dela Vega.

    Ninguno como l pondr tanta emocin y veneracin al hablarnosde las creencias de las gentes indias de donde procede la mitad de susangre. Este mestizo, orgulloso de su ascendencia incaica, pero estrictoe inequvoco en su cristianismo como un castellano viejo, refiere, enlos Comentarios reales, con evidente deslumbramiento y acaso con unrespetuoso, irreprimible temblor, el prodigioso origen de los incassegn las tradiciones de sus antepasados:

    Nuestro padre el sol, viendo los hombres tales..., se apiad y hubo lstimadelios y envi del cielo a la tierra un hijo y una hija de los suyos para que losadoctrinasen en el conocimiento de nuestro padre el sol, para que lo adoraseny tuviesen por su dios, y para que les diesen preceptos y leyes en que viviesencomo hombres en razn y urbanidad

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    Y, aunque algunas cosas de las dichas y otras que se dirn parezcan fabu-losas, me pareci no dejar de escribirlas, por no quitar los fundamentos sobreque los indios se fundan para las cosas mayores y mejores que de su imperiocuentan; porque, en fin, de estos principios fabulosos procedieron las grandezasque en realidad posee hoy Espaa 6.

    Esta y otras explicaciones, con las que el hijo de la princesa Chim-pu Ocho quiere justificar su apego al caudal legendario de la culturaincaica, porque acaso entonces esto resultaba necesario> no ocultan elfondo emotivo del que aqul sustancialmente arranca.

    Pero aun sin msticas> interpretaciones preconcebidas o tributos ala caballera, bastaba la recepcin ms intencionadamente fiel de larealidad para que lo extraordinario se filtrara en las crnicas de In-dias. Aunque sta no sea una literatura de grandes paisajistas> locierto es que la naturaleza irrumpe a veces en ella con una grandezaque parece convertirla en irreal. As las cataratas del Iguaz retumbanpoderosas en la Argentina de Ruy Daz de Guzmn:

    Subiendo treinta leguas est aquel extrao salto, que entiendo ser la msmaravillosa obra de la naturaleza que hay; porque la furia y velocidad conque cae todo el cuerpo de agua de este ro son ms de doscientos estados poronce canales, haciendo sus aguas un humo espessimo en la regin del aire> delos vapores que causan sus despeaderos por los canales que digo... que no hayojos ni cabeza humana que puedan mirar sin desvanecerse y perder la vista ~.

    Como los Andes chilenos nos deslumbran en la Histrica relacindel padre Alonso de Ovalle:

    No tiene necesidad de industria humana ni que el Inga gastase sus jornalesdice el padre Alonso de Ovalle al describir los Andes chilenos para haceradmirable lo que por su naturaleza lo es tanto como esta cordillera... Vamospor aquellos montes pisando nubes... El arco iris que se ve desde la tierraatravesar el cielo, le vemos desde estas cumbres tendido por el suelo, escabelode nuestros pies> cuando los que estn en l le contemplan sobre sus cabezas;ni es menos de maravillar que vamos pisando aquellas peas enjutas y secasal mismo tiempo que se desgajan las nubes de agua e inundan la tierra 63

    O si a lo humano nos atenemos de nuevo, y entramos en los hechosde armas, oigamos entre mil relatos el de Pedro Pizarro, Relacin deldescubrimiento y conquista de los Reinos del Per, referente al acosodel Cuzco por los indios:

    Era tanta la gente que aqu vino que cubra los campos> que de da parecaun pao negro que los tena tapados todos media legua alrededor desta ciudad

    61 ~j, p. 32.62 Diaz de Guzmn, Ruy, La Argentina. Madrid, Espaa Calpe, S. A., col. Aus-

    tral, 1945, p. 34-63 Ovalle, Alonso de> Histrica relacin del Reino de Chile. En Daz Plaja, Gui-

    llermo, ob. cit, Pp. 235 y 236.

  • Reencuentro con tos cronistas de Indias 37

    del Cuzco. Pues de noche eran tantos los fuegos que no pareca sino un cielomuy sereno lleno de estrellas> 64

    Historias de hambrunas o bodegones de sabrosa plasticidad queanticipan a Carpentier y a Neruda; episodios prodigiosos, o trgicos,descripciones acumuladas en las que la lengua castellana tena quesacar adelante lo que Uslar Pietri ha llamado la novedad perdurable,ese fenmeno que seguimos citando al ensayista venezolano nofue el primer deslumbramiento de los mutuos desconocidos, sino elpermanente encuentro, la inagotable acomodacin, la viva mezcla dedos mundos ajenos unidos por un azar indestructible ~.

    En su inagotable inventariar los cronistas ejemplifican cuantoLeo Lowenthal dice acerca del auge de la escuela nominalista duranteel Renacimiento: Las palabras se volvieron ahora propiedad del hom-bre herramientas que le ayudan a asumir su responsabilidad en elmundo cuyo centro es el hombre y la gran literatura comienza acrear los hitos por los cuales el hombre puede reconocerse a s mismoy reconocer su medio ambiente. El lenguaje se vuelve el instrumentode la autoidentificacin y tambin de la orientacin ~. En el tremendoesfuerzo por organizar un material barroco y bullente el lenguajejuega un papel fundamental. Volviendo a lo antes dicho, los cronistasvan a fijar una cierta idea de Amrica, que es decir tanto como queson ellos los creadores de Hispanoamrica. La lengua castellana some-tida a esta colosal tarea se enriquece poderosamente y se sita enuna actitud de disponibilidad cuyas consecuencias estamos hoycontemplando.

    En este sentido no hay inconveniente en aceptar con Arciniegasque Amrica no fue descubierta> sino cubierta ~, pero cubierta poresta explosin verbal que emanaba de una civilizacin agresiva y crea-dora. Millones de palabras cubrieron el nuevo mundo de una minu-ciosa legislacin que organizaba y planificaba; bulas, reales cdulas,ordenanzas, reqerimientos y, entre otras formas de literatura> estascrnicas a la vez realistas y fabulosas. Si mucho de lo indgena quedsofocado, las palabras iban perfilando un nuevo espacio y una nuevasociedad. Nada ni nadie iba a seguir siendo lo que haba sido y elcubrimiento dio lugar al colosal proceso de mestizaje tan bien defi-nido en la Plaza mejicana de las tres Culturas.

    64 Pizarro, Pedro, Relacin del descubrimiento y conquista de los Reinos delPer. Prlogo de Ernesto Morales. Buenos Aires, Editorial Futuro, 1944, Pp. 106y 107.

    65 Uslar Pietri, Arturo, Las nubes. Madrid-Caracas, 1953, p. 1063.66 Lowental, Leo, La literatura y la imagen del hombre. Caracas, Universidad

    Central de Venezuela, 1975, p. 107.67 Arciniegas, Germn, Amrica> tierra firme. Buenos Aires, Editorial Sudame-

    ricana, 1959, p. 53.

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    Por estas y parecidas razones OGorman pudo escribir un librotitulado La invencin de Amrica la de Vasco de Quiroga en Michoagn (aprendiz de un Toms Moroque a su vez haba partido de presupuestos americanos para escribirsu Utopa), y la de los jesuitas del Paraguay. Porque al inventar aAmrica se estaba inventando una gran esperanza.

    Sin buscar un indeseado epifonema para cerrar estas lneas, con-cluiremos diciendo que si bien no pocos sectores de las Islas y TierraFirme del Mar Ocano atraviesan hoy una larga crisis de incertidum-bre y oscuridad, nos consta que est absolutamente vivo en ellas elansia de acoplar la realidad al ideal, que no ha muerto al fecundoespritu de la utopa, la voluntad de ensamblar Naturaleza e Historia;que el mestizaje cultural, abierto a mil horizontes, sigue produciendolos mejores frutos; que se buscan y han de encontrarse nuevos Eldo-rados; que, a veces> Las Casas, Motolinia y Sahagn acuden a las confe-rencias episcopales; que el temple de imaginacin y realismo de losviejos cronistas se mantiene, en fin, en dos o tres generaciones denarradores sin olvidar a los dems en quienes el idioma revive suantigua y fulgurante aventura. Y esto nos da la certeza de que His-panoamrica no ha de tardar en inventarse del todo.

    Luis SAINZ DE MEDRANO ARCEUniversidad de La Laguna (Tenerife)

    68 Edmundo O>Gorman, La invencin de Amrica. Mxico, Fondo de CulturaEconmica, 1958.

    69 Concolorcorvo, El lazarillo de ciegos caminantes. Edicin de Emilio Carilla.Barcelona, Editorial Labor> Textos hispnicos modernos, 1973.