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El Mollete Literario Agosto 15, 2017, Número 48, Tercera Época Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx [email protected] Por Penny Lane/ pág. 5 Poesía en cuatro ruedas

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El Mollete LiterarioAgosto 15, 2017, Número 48, Tercera ÉpocaDirector: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx [email protected]

Por Penny Lane/ pág. 5

Poesía en cuatro ruedas

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El Mollete Literario

Rius: el fundador de la historieta política y de la verdadera izquierda en México

Eduardo del Río, mejor conocido como Rius, fue ese hombre de sonrisa imborrable y dueño como nadie de un hambre desmedida por tener y crear conocimiento, que hizo con un trazo muy simple, el de un monero y no el de un dibujante, una labor imprescindible para comprender parte del presente, educó a más generaciones de mexicanos en las ideas de las izquierdas que cualquier otro escritor o el vulgar intento de un partido.

Miles de mexicanos le deben las clases de historia que dio a través de más de cien libros didácticos con temas variopintos que incluían el vegetarianis-mo y la religión En 1994, un reportero le preguntó al subcomandante Mar-cos, dirigente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), a quién había leído primero, si a Carlos Marx o a Carlos Monsiváis: “A ninguno de los dos, primero leí a Rius”, le respondió este. Y es que justo esa forma de comerse el mundo a miradas y lecturas y devolvérnoslo con obras como Marx para principiantes, Hitler para masoquistas, La Biblia, esa linda tontería, y Manual del perfecto ateo, entre muchos otros, fue su forma de trabajar para la patria: informar.

A Rius no sólo le debemos a El Fisgón, a Naranjo, el estilo único, sino ese marximo-masoquismo, la rebeldía de los moneros quienes lo consideran su padre, el vegetarianismo y el ateísmo. El humor como el motor generador de cambios sociales. No en vano Carlos Monsiváis decía que “en México había tres instituciones educativas: la Secretaría de Educación Pública (SEP), Televisa... y Rius”. Dos se están pudriendo, Rius ya es inmortal.

“Recuperar la infancia a voluntad por medio del juego o el arte permite que el adulto tome vacaciones de sí mismo”.

Juan Villoro

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LuzPor P.I.G.

Poesía en cuatro ruedas: Juan Manuel LanderosPor Penny Lane

Preferiría no leerPor Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Dédalo y el ArtistaPor Paul Martínez

NocturnoPor Canuto Roldán

Arte-ModernoPor Luis Villalón

Lunes de libros con El Imparcial

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición y Diseño

Consejo Editorial+

René Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete Literario

ÍNDICEEDITORIAL

Lectura de Psicología Por Luy

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Luz

Aunque soy el transcriptor de esta histo-ria y en estricto sentido debería conocer demasiados detalles de la misma, no sé

cómo a Santiago se le desprendió el brazo dere-cho aquella tarde de la tercera semana de julio. Lo que sí es un hecho es que a pesar de la canti-dad obscena de sangre que brotaba de la herida, Santiago no murió y, por el contrario, se puso de pie, con precaución tomó su brazo cercenado y no sin algo de esfuerzo se dirigió a su hogar don-de supuso que su mujer, al verlo, le procuraría de inmediato los cuidados necesarios para intentar sanarlo.

Por P.I.G.

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Las gotas impactaban con intensidad sobre el toldo del auto mal estacionado. La mujer descendió sin reparar en la lluvia atroz que amenazaba con inundar las calles y arrui-nar su elegancia, aunque acostumbrada estaba de los malos tiempos. Era de noche y su vestido se camuflaba a la perfec-ción, no así su piel blanca que se antojaba discordante en la escena. Entró al edificio, guiñó el ojo al portero y este supo de inmediato que, como en noches anteriores, la bella dama se dejaría amar por el caballero de una de las habitaciones del segundo piso que requería tan sólo de cinco minutos para materializar su clímax.

Al atravesar el pasillo oscuro, el que lleva hasta las esca-leras y donde los tacones martilleaban con vehemencia, el vestido chorreante de la mujer, húmedo como se encontra-ría la pareja momentos después, dibujó una línea irregular. Al llegar al aposento, tocó la puerta y se introdujo con la familiaridad de quien es esperado con ansia carnal. Desde fuera, el edificio mostraba ventanas sin fulgor, todas con los párpados cerrados menos una, la del segundo piso, cuya te-nue luz fue eclipsada por el trueno que coloreó de blanco la avenida.

Concluido el cometido, la mujer se colocó las bragas, acomodó la parte baja del vestido aún mojado sobre las pier-nas y exhaló antes de que la náusea irrumpiera sus pulmo-nes. El reloj de pared marcaba las once en punto, hora de irse. Invadida por el asco y el morbo echó un último vistazo a su pareja sexual: desangraba sobre la cama, con el vientre abierto, la garganta cercenada y las muñecas agujereadas. Le perfiló un beso con la mano y cerró la puerta con la de-licadeza propia de un espía.

Los dedos del hombre aún se movían como intentando apañar el aire. Las entrañas expuestas generaban un ruido minúsculo semejante al de la tierra cuando se avecina un temblor. Si hubiese estado con vida, gracias a la capacidad de deducción que seguramente poseía, el hombre habría re-parado que la suya era la única habitación con la bombilla

encendida en todo el edificio. Al menos descansaba como hace mucho no lo hacía, la mente en blanco, el cuerpo echa-do y los brazos y piernas extendidos hasta donde los cartíla-gos lo permiten; con la luz encendida, sí, mas la luminosidad no aflige los ojos muertos.

La mujer se apartó de la calidez de la habitación y bajó sin prisa por los escalones, incómoda esta vez por el frío que aquejaba su cuerpo. Olvidó su abrigo en el auto, así que no tuvo oportunidad de evitar que el aire erizara su piel. Cubrió con los brazos el pronunciado pecho y se acercó a la puerta. Antes de salir del edificio, de nuevo guiñó el ojo al guardián de la entrada, quien supo de inmediato que el protocolo se había consumado en tiempo y forma: cinco minutos. La mu-jer subió a su auto, arrancó y desapareció como siempre.

Del otro lado de la puerta principal, el portero aún con-servaba el fino olor de la mujer; se llevó las manos a la na-riz e inhaló profundamente. Un cosquilleo se albergó en su entrepierna. La visita de esa y otras mujeres, hermosas y no, le desprendían de la cotidianeidad. Se irguió y antes de que los pies intentaran arrastrarlo hacia el sanitario de la planta baja se supo derrotado para satisfacer aquel apetito menguado por los años. «Vaya mierda, yo sí que la haría gritar», se repitió a sí mismo mientras encendía un cigarrillo, se calzaba el impermeable y salía a la calle para aspirar un poco de humo y dibujar con el pie pequeños círculos en los charcos formados en la acera.

Alzó la mirada y con extrañeza notó que la luz de la habitación del segundo piso aún seguía encendida. Maldijo primero al hombre y luego a la mujer por no apagarla. La factura del servicio eléctrico era una de sus tantas obliga-ciones y las exiguas ganancias obtenidas esa noche, guiño, aroma femenino y cigarrillo, no cubrían la cuota.

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Poesía en cuatro ruedas: Juan Manuel Landeros

Hace seis años una iniciativa nació al sur de la Ciudad de México: El Taxi libre(ría), creado por Juan Manuel

Landeros y que consistió en llevar una biblio-teca dentro de su unidad, el fin era que sus pa-sajeros tomaran cualquier libro que desearan y lo leyeran mientras él los llevaba a su desti-no; si la lectura les gustaba, podían adquirirlo. Hoy las circunstancias económicas hicieron que este hombre cambiara el material, pero no el giro: ofrece gratis poesía en su unidad. La finalidad no es hacer negocio, sino que la gente lea.

Por Penny Lane

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De lunes a viernes Juan, se 57 años, se levanta a las 5:00. Realiza su aseo personal, desayuna con su esposa e hija y parte puntual dos horas des-pués hacia su auto para comenzar a demabular con su armadura las calles de Tlalpan en busca de pasaje, y hasta las 10 se posará en un sitio de taxis de Perisur. Lo que hace inigualable su auto es lo que lleva adentro, un mon-tón de poemas que fotocopea y regala a sus pasajeros y el montón de histo-rias que hay por cada cliente que le solicita uno.

Vamos al inicio de lo que ahora es este señor. Antes de todo esto, Juan fue un joven apasionado de la lectura, amor que desarrolló gracias a su maes-tro de español en la secundaria. Este amor lo transmitió durante su época en la vocacional, donde invitaba a sus compañeros a leer con un truco, contar una aventura de un libro como si fuese su vida. Los incautos caían redonditos y Juan procedía a confesar la treta. El final de la historia era que le solicitaban el libro.

Hace 10 años, tras pasar más de dos décadas laborando como “conta-dor público de conocimientos” Lande-ros decidió dejar esa etapa de su vida y tras un negocio fallido de fotocopias optó por volverse un taxista. El negocio no iba mal, pero los ingresos no eran los mismos. Cuando adquirió su auto de inmediato se preguntó qué podría hacer para que la gente tuviese una

idea distinta de lo que son los taxis: una unidad sucia, con música a volumen alto (a veces muy mala), conductores en mal estado que manejan mal… o de las conversaciones rutinarias: malos gobierno, malos empleos y sueldos, el transito asesino en ese lado de la urbe, la delincuencia, la política… “dije ‘pues voy a poner música clásica’”, me dice con una sonrisa inocente que a cualquiera le transmite la emoción de crear algo, inventar, transformar. Si bien algunos ignoraron el detalle, otros lo agradecían; el camino lucía diferen-te, la música les daba tranquilidad, paz, un momento en la intimidad de sus pensamientos. Fue así como conoció a uno de sus grandes amigos, el escritor Eusebio Ruvalcaba, quien estaba obse-sionado con Mozart.

Luego la música clásica pasó a ser más ad hoc de acuerdo a lo que su es-pejo retrovisor, ese que le sirve como a los psicoanalistas el lenguaje, para leer a las personas. Así pasó a poner de toda música para cada uno de sus usuarios.

“Un día se empezó a volver rutina-rio, así pasa a veces y me acordé de la época en que estando en la vocacional le decía yo a mis compañeros sobre los libros. ‘Uy, pues ya sé, tengo algunos fa-miliares que son taxistas y amigos que también son taxistas’, y les platiqué la idea que tenía en la cabeza –el Tax li-bre (ría)”. A las semanas creó un cartel con escritores, todos, mexicanos y poco conocidos o vistos en grandes librerías

como Josefina Vicens, Carlos López, José Antonio Gurrea, entre otros y des-pués con Dostoievski, Borges, Sabato, entre otros.

Cinco años y medio vivió el Taxi libre(ría), Juan hizo algo admirable con su raquítico sueldo, el cual se di-vidía entre el gasto en la casa, la co-mida de la tarde, su hija, las mensuali-dades del coche, el seguro, la gasolina y comprar libros en puestos de viejo. A Juan parecía no importante que en su futuro no se visualizara un seguro, una pensión, un sueldo fijo semanal, quincenal o mensual. No. Lo único que él pintaba y aún pinta en en esos días venideros es fomentar la lectura a una sociedad necia que lee menos de cuatro libros al año. Y cómo no si quienes trabajan en la Ciudad de México suelen hacer en promedio de tres a cinco horas de viaje. Pasamos más tiempo en el transporte, entre cuerpos apretados y humeantes que leyendo. Pero esta es otra historia.

Para Juan, su empleo significa más que dinero, con el Taxi libre(ría) él era un hombre feliz, pero la felicidad duró a penas unos años: algunos libros co-menzaban a quedarse y apretarse el cinturón no era suficiente para com-prar otros. Para que este proyecto no muriera hizo esfuerzos gigantes por que la extinta Conaculta y la ahora Secretaría de Cultura lo apoyaran con difusión y algo de ingresos, por qué no, finalmente eran para comprar más

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material. Nada paso y el Taxi libre(ría) tuvo que cerrar.

Durante dos meses Juan deambula-ba en el sitio, ansioso, necesitado. Algo le faltaba. Era demasiado, así que pensó en hacer algo similar al Taxi libre(ría) pero que no le costara tanto. Desde hace poco más de año y medio, Lande-ros puso un letrero en la parte trasera del asiento del copiloto un nuevo menú: Octavio Paz, Mario Benedetti, W. H. Auden, Juan Gelman, Rudyard Kipling, Efraín Huerta… Poesía. Si usted no es de quienes suelan posar sus ojos de in-mediato en el celular, ese aparato que vuelve sordas, mudas y ciegas a las per-sonas, podrá notar este cartel que finali-za una frase de Balzac:

“El matrimonio es una cadena tan pesada que para llevarla hace falta ser dos y a menudo tres”.

Una vez adentro, puede, con toda libertad, preguntar por el cartel, Juan Manuel Landeros siempre le responde-rá atento y de qué va, aunque la idea principal es que usted pida la copia que desee para leer durante el trayecto, acompañada de alguna anécdota sobre el autor o el poema que él mismo le ofre-cerá sin costo alguno.

Juan mantiene viva esta historia, una que tiene un montón de pausas donde habitan muchas otras historias, gente que lo felicita por su idea, que le proponen entrevistas, como las va-

rias que ha concedido para Kaja Negra, Eusebio para El Financiero, Canal 22, el Imer, en El Universal, Proyecto 40… y otros tantos que le ofrecen ayuda, pero cuando él los busca están “muy ocupados” o ya no responden. Aquí es donde su servidora aprieta sus labios para evitar estallar en sollozos: “dije, ‘bueno, a ver si con esta difusión algu-na institución me habla y me pueden

apoyar para comprar los libros’, es por eso que también entré a México Lee, pero no; me hablaron después para aparecer en un video en el Monumen-to a la Revolución, donde nos entre-garon unos diplomas por fomento a la lectura, y Mario Delgado me dijo ‘ay, que buena idea’, pues sí, pero el chiste es apoyar para que esto tenga mayor escala”.

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Aun recuerda cuando le escribió a la Secreta-ría de Cultura, depen-dencia que grita a los cuatro vientos ser una que apoya a dicha área abandonada en México. Le envió sus datos a una persona quien después de muchas loas le nega-ba la atención, “‘sí, ella le llama’; 15 días ‘oiga, ¿sí cree que pueda ayudarme con difusión?’, ‘ah, está muy ocupada; mañana, a las 6 de la tarde’. Para no hacértela tan lar-ga, pasaron cuatro meses y hasta la fecha, nada. Esa solicitud la hice hace un año y nada, ya para qué seguir in-sistiendo”.

A esta mala racha se le sumó una más: en 2011 los de la Setravi le llama-ron y le preguntaron por lo del Taxi libre(ría), al parecer René Drucker tenía una iniciativa similar pero con revistas de ciencia que edita la UNAM; en si lo buscaron para invitarlo a inaugurar el proyecto en el Universum, la parte os-cura es que para ello tendría que quitar lo de su Taxi libre(ría). Ni siquiera tuvo que respirar para dar su respuesta: “No, gracias”. En junio de ese mismo año se inaugura el programa Taxi por la ciencia iniciativa que buscó en su momento di-vulgar la ciencia mediante folletos o re-vistas colocadas en el respaldo del asien-

to del copi loto. Duraron seis meses.

Hace más de año y medio, cuando aún tenía el Taxi libre(ría) pero daba sus últimos respiros, una pasajera le preguntó si todas las unidades tenían el mismo cartel con los libros, Juan res-pondió que no pero esa era la inten-ción. Ella se identificó como gerente de relaciones públicas de Porrúa y le contó que estaba planeando algo simi-lar, así que le solicitó tomar una foto a su menú de literario y le prometió lla-marlo después. En junio de 2016 Juan se entera que la librería se asoció con Easy Taxy. Noto por su mirada que se desvía de la mía que el coraje es gran-

de: el jamás con-tó con apoyo de ins t i tuc iones grandes como la UNAM, ni de librerías que pudieron regalarle ma-terial que mu-chas veces des-

echan. Justo el nulo

éxito de ambos proyectos radica en

su inconstancia, una que Juan me deja en cla-

ro. No, señores, esta histo-ria no tiene seis meses, un año,

dos; esto lleva seis años, un hombre que con apoyo de su esposa e hija saca adelante su proyecto, uno que pidió apoyo a las autoridades y no le hicie-ron caso; uno que sin miedo a que le robaran su idea la compartía con todo aquel que le preguntara, porque justo es lo que deseaba; buscó apoyo de medios para que se hiciera una difusión y que el Taxi libre(ría) se replicara en otros lu-gares de la Ciudad, en otros estados; si había un incentivo por ello, que bien, porque podría continuar comprando li-bros, imprimiendo cuentos, fotocopian-do poemas. Pero no fue así. Este, lector, es el momento en que debo estirar la ca-beza al cielo para pasar el trago amargo de esta historia, ese que se congela en

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la garganta y nos provoca un tapón que duele, que acongoja.

En abril de 2016 Juan arrancó con el Poe-taxi, invitó a algunos compañeros del sitio, pocos, porque no les permitie-ron a todos traer el cartel.

Emocionado, me pide permiso para contarme una historia que lo conmo-vió: Tenía poco con el Poe-taxi; en San Fernando le hicieron la parada una señora con un niño pequeño, como de kínder o primaria: “‘mamá, mira lo que dice ahí’, y empieza a deletrear, ‘¿qué es un Poe-taxi, mamá?’, ‘mira, el señor tiene copias y él, si tu quieres, te puede obsequiar una de las que trae’, ‘yo quiero un poema’, ‘pues dile al se-ñor’, ‘¿me puede regalar un poema, señor?’, le digo ¿cuál quieres?, ‘mamá, ¿cuál le pido?’, ‘el que tu quieras’, le doy el de Hagamos un trato, de Ma-rio Benedetti. ‘Mamá, mamá, ahorita que entre a mi salón de clases les voy a decir que me subí a un Poe-taxi que tenía poemas’. Uno nunca sabe, igual y el niño, a partir de ahí comienza a tener el gusto por la poesía. Esas cosas me dejan una emoción, me provocan tantos sentimientos, ganas de llorar; que bueno que esto se esté dando”. Yo veo esa emoción en sus gestos cuando me narra esto, en la forma en que mue-ve sus manos, en las comisuras que se forman a los lados de las comisuras de sus labios, como dos grandes paréntesis que encierran felicidad, sólo eso.

¿Por qué seguir haciendo esto si no es un negocio?, lo cuestiono. La respuesta de este hombre apasionado es que si bien sabe que no va a cam-biar el mundo, quiere que la gente ya no vea más lo gris de una ciudad con

tanto ajetreo, que sus vidas salgan de lo monótono, darle la vuelta a tanta noticia rancia. Leer, mis estimados, leer.

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Para muestra el título, Preferiría no leer (Pa-miela, 2105), y un extracto del índice:

Primera parte: Saber leer no bas-ta para hacerse lector

Una cita de Unamuno. ¿Por qué no quieren leer los adolescentes? Las preguntas de nunca acabar. ¿Es necesario evaluar todo lo que se lee? El contagio de la lectura. …

Segunda parte: Valores “desagra-dables” de la lectura

El valor “desagradable” de la soledad.

El valor “desagradable” del silencio. El valor “desagradable” de la autonomía. …

El título de este ensayo es desafiante y su autor, un provocador o, en palabras de la revista Clij, un francotirador insta-lado en la escuela. Y añade: Incruento, desde luego. De oficio maestro, sus únicas armas son las palabras y con ellas lucha por dignificar y hacer mejor esa escuela, la nuestra, aburrida y productivista, a la que se va a trabajar y a no perder el tiempo.

Desde la primera página, el lector

comprueba que se encuentra ante un texto cuyo autor intimida por su atre-vimiento y su sinceridad: Ciertos funda-mentalistas lectores presentan a quienes no leen como seres con medio cerebro desquiciado y el otro en proceso de descomposición. Su forma elocuente de escribir, su tono incisivo y el despliegue de información que nos muestra a través de citas y re-ferencias a diferentes autores, escuelas filosóficas y teorías lingüísticas, nos da una idea de que estamos ante al-guien que sabe de lo que habla, no en

Preferiría no leer

Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Instructivo, atrevido, sincero, irónico y diver-tido, pero sobre todo afilado con las verdades absolutas. Así se muestra, en este ensayo, Víc-

tor Moreno: navarro de Alesués-Villafranca, Doc-tor en Filología Hispánica, escritor, crítico y profe-sor de instituto que, además, es colaborador asiduo en radio, prensa y revistas de literatura.

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El Mollete Literario

Publicado con autorización de los autores.

vano ha publicado estos otros libros, algunos de ellos con sugerentes títu-los: Dale que dale a la lengua, La manía de leer, Va de poesía, Leer con los cinco sentidos, Diccionario de escritura, Cómo sé que valgo como escritor etc.

¿De qué trata este libro?Es una reflexión acerca de por qué

muchos jóvenes, y no tan jóvenes, han optado por no leer por placer o, en otras palabras, por qué la lectura no es una opción de ocio con éxito. Este es un tema que trae de cabeza a la comu-nidad educativa, como ya hemos mos-trado en varios artículos de este blog y Víctor Moreno, como parte de ella, aporta su granito de arena con este en-sayo. A través de una perspectiva muy personal ―fruto de su trabajo como profesor de secundaria y de sus lectu-ras y también de sus prejuicios y de sus saberes―, va desmenuzando la situa-ción de la realidad lectora de hoy en día. Y lo hace en dos partes.

En la primera, indaga en la bús-queda de lo necesario para hacerse lector. Afirma que no es suficiente con saber leer de forma competente pues-to que existen muchas personas con nivel de competencia lectora más que óptimo, sobresa-liente y, sin embargo, no leen de forma habitual porque no tienen, por diversas causas particu-lares, la lectura como hobby o afición principal para llenar su ocio. Y a renglón seguido pone como ejemplo a sus compañeros de profesión: Entre profesores de lengua y literatura he conocido a muchos que no se ca-racterizaban por ser lectores, ni compulsivos, ni de ninguna otra marca registrada. Estaban

en su derecho esclavo de hacer lo que quisieran con su tiempo libre.

También, y relacionado con la me-todología de la enseñanza en cuanto a lectura se refiere, critica el empeño del profesorado por evaluar todo lo que los adolescentes leen. Afirma que hay que dejarles leer sin cortapisas puesto que la lectura se hace, no se dice. El acto de leer es personal e intransferible. Y como es un acto particular quien extrajera de él dogmas universales, válidos para el mundo, sería un iluso o, por lo menos, un aprendiz de prestidi-gitador. Recalca que el profesor más que evaluar debe guiar al alumno.

Constantemente se vale de jugosas citas como estas: Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee(Unamuno), No saber leer es peor que fumar (Mercedes Cabre-ra) para poner en tela de juicio toda la retahíla de daños colaterales que tiene la no-lectura, y son tan variados que podrían dar pie para una tesina.

En cuanto a la segunda parte, la dedica a hablar de los valores “desa-gradables” que conlleva el acto lector, y son así porque la propia sociedad los desprecia o no los tiene en considera-ción. Aquí se refiere a la soledad, el silencio, la autonomía, la lentitud y la inutilidad.

Víctor Moreno asegura que la lec-tura no es rentable socialmente. Y ya se sabe lo que pasa en esta sociedad si algo no cotiza en bolsa. Además, es un acto so-litario para el que hay que guardar si-lencio; soledad y mutismo, un tándem poco productivo en un mundo ruidoso y cada vez menos reflexivo. La lectura

es también un acto consciente y deri-vado de la propia voluntad, por lo que, si se exige como obligación, tiene las de perder. Otros valores que requie-re son tranquilidad y paciencia, de lo que podemos deducir que para ser un buen lector hay que dedicarle tiempo. Pero hoy en día parece que la meta es conseguir todo de forma inmediata y antes que nadie; la impaciencia nos carcome y no nos deja tomarnos el tiempo necesario para hacer bien las cosas.

Quizás un modo de vencer a todos esos valores desagradables está en el epí-logo que nos plantea este autor navarro. Nos habla de la lectura dialógica; al dia-logar sobre lo que leemos, al compartir nuestras lecturas, vemos la soledad, el silencio, la paciencia…. de otra forma, con un sentido diferente. Somos cons-cientes de lo “desagradable” de esos valores mientras ejecutamos la acción, pero después nos damos cuenta de que nos ayudan a sacar el mejor partido al libro que tenemos entre manos. En pa-labras del autor, son un medio de colarse al mundo de los demás y dejar que los otros entren en el propio.

¿A quién interesa este libro?Es imprescindible para todos aque-

llos que conforman el sistema educativo y sobre todo para esas personas que se dedican a incentivar la lectura. No ofre-ce la receta definitiva pero sí un buen comienzo para hablar de cómo hacer mejor las cosas y sobre todo para con-cienciarnos de las que estamos haciendo mal.

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Dédalo y el ArtistaPor Paul Martínez

[email protected]@sparringloto

Dentro de los géneros literarios, el Cuen-to y antes que él, el Mito, han contado con una función primigenia y utilita-

ria, la pedagogía. Tanto el Cuento como el Mito han sido utilizados como documentos pedagógi-cos. Es decir, el Mito y el Cuento, han cumplido la función de mostrarnos cómo se debe ser y qué se debe hacer. Son pues artilugios deontológicos que establecen una moral deseable entre los ac-tores de una sociedad.

“El héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y

gana una victoria decisiva; el héroe regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos”.

Joseph Campbell (El héroe de las mil caras)

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El Mollete Literario

“Si entendemos la mitología, no como un ma-terial muerto, sino como una especie de catálo-go análogo a nuestra época, entonces podríamos intentar encontrar aquellas figuras y sus accio-nes habitando nuestra cotidianidad.”.

Sin embargo tanto el Cuento (sobre todo el clásico) como el Mito nos presentan, más que una versión del mundo, elaboradas tramas en las que muchas veces los personajes re-presentan mucho más que un simple reflejo de lo idealizado de la reali-dad, nos presentan universos simbó-licos que han de ser descifrados por el lector. No siempre son claros en su intencionalidad y a menudo nos po-nen delante de situaciones alegóricas sobre lo humano, toca entonces al lector descifrar el sentido que el Mito nos reserva. Los Mitos son, más que una narración de hechos, una simbo-lización de la Cultura.

Teseo y el Minotauro: El héroe ocultoEn el mito de Teseo y su enfrentamiento

con el Mino-tauro, se nos cuenta cómo el joven ate-niense se ofrece para ser sacrifica-do, seguro de que él podrá evitar este destino. Lue-go nos cuen-ta cómo esto es posible gracias a que

Ariadna se enamora de Teseo, quien so-bre la promesa de que al salir se quedará con ella, consigue de Dédalo una solu-ción para escapar del laberinto. La solu-ción es, tan sencilla como genial, un hilo que Teseo tendrá que atar a la entrada al laberinto y que para salir sólo precisa-rá de ir ovillando de nueva cuenta.

Una de las cualidades del mito como ejercicio narrativo y de trans-misión de la cultura consiste en tener la capacidad de ofrecer la posibilidad de lecturas múltiples. El mito en tanto ejercicio simbólico tiene un compor-tamiento esférico, es decir, ofrece una lectura completa a cada uno de sus observadores a la vez que permite una lectura diferenciada para cada uno de ellos. Así, mientras el mito de Teseo nos narra una historia de las pasio-nes humanas, también sus personajes

describen a la vez, las figuras que dan forma a la sociedad que crea y lee los mitos.

Teseo el valiente héroe que aniqui-la al enemigo y vuelve a casa, Ariadna la enamorada que se entrega a su pa-sión incluso a costa de caer en desgra-cia y Dédalo, el arquitecto que a través de sus ingenios abre la posibilidad de que el drama sea posible.

Dédalo: arquitecto del destino.Jospeh Campbell define a Dédalo de la si-guiente manera: Dédalo ha representado el pro-totipo del artista científico: ese fenómeno humano cu-riosamente desinteresado, casi diabólico, por encima de los lazos normales del juicio social, dedicado a la moral no de su tiempo sino de su arte. Él es el héroe de los caminos del pensamiento, de corazón entero, valeroso, lleno de fe en que la verdad, cuando él la encuentre, ha de darnos la libertad. (1972, p. 30)

En el mito, Dédalo aparece en se-gundo plano y sólo se nos dice de él que es quien ha diseñado el laberinto y poste-riormente es quien a petición de Ariadna le ofrece la solución al mismo, en una lec-tura ampliada de la mitología griega, nos enteramos de que Dédalo es el arquitecto del rey Minos. Representa al mejor cons-tructor conocido, a él se encomienda la construcción de los escenarios sobre los que se desarrolla el mito.

Dédalo representa, desde Camp-bell, al artista por excelencia, aquel que lejos de preocuparse por la historia de su pueblo decide inscribirse en la

Teseo y el Minotauro

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amplitud de la historia universal. Para Dédalo, en el mito, lo que suceda con la isla de Creta al no contar en adelan-te con un minotauro para sacrificar a los tributos enviados desde Atenas, las consecuencias que traerá el escape de Teseo y la tragedia de Ariadna, no im-portan, le es incluso irrelevante lo que pueda ser de él a partir de esta “trai-ción” al rey Minos.

El artista, el escritor y el héroeEl héroe es el hombre de la sumisión alcan-zada por sí mismo. Pero sumisión ¿a qué? Ése es precisamente el enigma que tenemos que proponernos y que constituye en todas partes la virtud primaria y la hazaña his-tórica que el héroe realizó. Campbell (23)

Campbell propone la figura del héroe como aquel que se somete, sin embargo no atina a definir a qué es a lo que se somete. Dédalo se somete, no a su rey ni a su historia, ni siquiera a la moral de lo bueno y lo malo. Dé-dalo desafía todas estas circunstan-cias aceptando la posibilidad de ser castigado por su rey, al traicionarlo, por la historia que lo podría catalogar como un ser frívolo, falto de sensibi-lidad, a la propia deontología, acepta que puede ser juzgado como un ser malvado o como un salvador, desafía a todo excepto a su arte. Cuando a Dédalo le piden que construya un la-berinto perfecto, lo hace, cuando se le solicita dar una solución al laberinto,

la da.Dédalo con-

creta las pasiones humanas en ob-jetos prácticos, sus inventos son en buena medida, vehículos a tra-vés de los cuales se movilizan los deseos de quien encomienda su construcción. Sin embargo, Dédalo no parece poner sus propias emociones en juego, es más bien frío en su actuar. Se comporta como un mero agente transmutador de la ma-teria emocional, en material físico.

Dédalo hoySi entendemos la mitología, no

como un material muerto, sino como una especie de catálogo análogo a nues-tra época, entonces podríamos intentar encontrar aquellas figuras y sus acciones habitando nuestra cotidianidad.

Dédalo representa, siguiendo a Camp-bell, al artista clásico, entregado de comple-to a su obra. Se nos presenta como un ser casi ajeno a lo mundano, realidad a la que sólo toca, y trastoca, a partir de su obra.

Si bien el mito nos presenta una imagen idealizada, un arquetipo se-gún Jung, valdría la pena cuestionar-nos si todavía es posible encontrar

dédalos en nuestros días y sobre todo, ¿dónde podría habitar un ser concen-trado en su única tarea, en medio de este universo multitask? La actualidad nos propone seres capaces de realizar una serie de tareas, además producti-vas y acorde por completo a la época, ¿cómo entonces el artista puede flore-cer en nuestros días?

La relevancia de estas preguntas radica en el hecho de que podemos pensar a Dédalo como el diseñador de los escenarios sobre los que llevamos a cabo nuestro drama. Dédalo, o el ar-tista, es quien a través de su obra nos provee los medios para solventar el drama de nuestra existencia. Anular la posibilidad del artista equivale a anu-lar también la posibilidad de obtener los escenarios para resolver nuestra condición de seres humanos.

El vuelo de Dédalo

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El Mollete Literario

¿Cómo hiciste para seguir andando frente a tanto lobo hambrientoque te querían a ti y a tus lobeznos en cada parte del camino?

¿Cómo hiciste para subir y adentrarte en los cerros coloreados con tierra y guirnaldas de decolorados plásticos?

¿Cómo hiciste para escoger a un hombre más y arriesgarlo todo de nuevo y conseguir al finLa casaEl viajeEl amor?

Creciste dos malas yerbas en buen terreno y tus matas se esparcieron hacia otros montes

Pero no solté la vieja bomba se quedó aquí en la garganta fermentándose más para embriagarme peor.Entonces algo duro como un viejo nombre rasguñó el aire y se hizo bella la rabia, el hocico espumoso.La carroña hormigueaba al ritmo crepuscular de las letanías sobre la cama.*¿Cómo hicistepara no enloqueceral mirar las tantas fisuras en el cieloque dejaron papá y todos su machosal huir en desbandada?

¿Cómo hicistepara aprender finalmente sin reservas yael canto sigiloso de nuestras entrañasque dejaron abiertos tus padresy los padres de tus padres?

NOCTURNOPor Canuto Roldán

[email protected]

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*Entonces el llanto fue placentero, el dolor, la cura; la vaguedad, destino.

El vómito se hizo agrio, muy agrio y la embriaguez fue cada vez más clara… y el terror y las ganas de morder, los pelos crispados…La bomba explotó en mí.La jauría permaneció callada pero las plantas…Esas raíces enterrándose más y más en el lodazal…Y conjuré tu nombre porque si no te ibas a marchar tu palabra fantasmal se volvería la oscuridad del labio la noche negra para dormir, por fin.

*Responde¿Cómo hiciste Para salir vivo de los tiroteos?

¿Cómo hiciste para disfrutar aun y regalar sonrisa y baile y carcajada?

¿Cómo hiciste para escapar de cárcel, incendiar tu voz y abrazarla?

*Responde para volver, despertar y poder mirarnos.

Ilustración: Maria Bazana

Técnica: Tinta china

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ARTE-MODERNO

Me he estado preguntando, más que de costumbre, cuál es el fin último del arte, a qué responde este impul-

so creativo en mí, supongo que es mera vanidad, una forma torpe e ignominiosa de sentirme su-perior, ¿los antiguos maestros sentían acaso esa necesidad tan punzante de reconocimiento, o dedicaban su obra a alguna especie de impulso interno? Me cuesta un tanto creer que la objeti-vación sea la causa final. Me encuentro hacien-do todo esto por atención, es repugnante, lo sé, es sólo que tengo un pavor descomunal a pasar desapercibido.

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El Mollete Literario

He estado leyendo bastante sobre la vida de este pintor impresionista madrileño, Enrico Morquecho, la misma suerte que los demás pintores parisinos u holandeses de la época, una condena al hambre autoinflingida por su pasión al arte. ¿Qué tanto de orgullo había en la obra de Morquecho? Si bien, una temática sombría, destinada al fracaso y a la censura, plagaban sus cuadros; pienso que él sabía que esto mismo daría de qué hablar en el futuro. Era un pintor muy radical para su época, mientras en ese entonces predominaban los motivos burgueses y paisajes, él se decantó por el pasado español y pintó esas colo-ridas escenas de la Santa Inquisición, quizá si su pincel hubiera elegido el realismo su obra transmitiría una suerte de terror y desesperación y no esa improbable calma que proporcionan las escena de tortura sádica en colores pastel, pinceladas fuertes y contornos bien remarcados en negro, herederos de las estampi-llas japonesas tan de moda a principios del siglo pasado.

Uno de sus cuadros en particular me tiene obsesionado: “En tu gracia se eleva la María negra”, pieza fechada en 1902. Es intrigante la relajación y serenidad de esa María en túnica negra, esa mirada tornada al cielo en busca de sumisión y aceptación divina, el fondo lila y el contraste con la sangre que emana, líquido de un rojo colindante con el naranja; cálido y alegre. Sin duda Morquecho dominaba la anatomía, es interesante ver la perfección neurótica en la proporción del cuerpo, los órganos arrancados de la María dejan pensar que en algún momento Morquecho fue un asi-duo estudiante de medicina, es como si él supiera de primera mano en donde está situado cada órgano vital, la comple-xión femenina expuesta de una forma magistral. La manera en la que logró dar el efecto a la madera en esa máquina que sujeta a María es digna de los mejores maestros del renaci-miento. El matrimonio entre técnica y pasión, perfección.

Tengo colgada en la pared enfrente de mi cama una répli-ca de la pintura, me gusta verla hasta quedarme dormido, la luna filtrándose por la cortina le da un matiz diferente, el fon-do tornándose azul marino, y los órganos purpúreos, es como si Morquecho hubiera planeado una obra completamente distinta viéndola a la luz de la luna, una absoluta genialidad. Recuerdo ver la obra original por primera vez exhibida en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Me quedé per-plejo durante media hora en el cuadro, nunca había presen-ciado nada igual en todos mis años de fanático de la pintura, conocía de Morquecho algunos autorretratos y paisajes por

cultura general, pero no sabía de sus temáticas religiosas, del Morquecho crudo y visceral, del que sirve al espectador en bandeja de plata todo el sufrimiento y la pasión del artista con vida hipotecada a enfermedades venéreas, soledad y hambre. En aquel entonces mis padres me pagaron un curso de verano en artes contemporáneas en el City College de Nueva York, era un adolescente ya interesado en el mundo del arte, ¿qué perseguía?, ¿acaso aún contaba con ese impulso creador des-interesado? No lo sé, pero al ver ese cuadro tomé la decisión de dedicar toda mi existencia al arte, buscar acciones radi-cales para hacer una obra transgresora de la moral pero sin perder una estética fina y delicada.

He leído que Enrico Morquecho antes de su muerte pre-matura disfrutaba de beber aguarrás, del mismo que usaba para disolver el óleo, no sé cuánto de esa anécdota sea cierta, pero debo admitir que es muy impactante, siempre he tenido esa extraña afección por artistas autodestructivos, quizá sea empatía hacia ellos, o quizás un poco de admiración, algo así como que su trabajo y su vida van de la mano, una obra envuelta en malsanas pulsiones de muerte, estar dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias de la vida y el arte.

He estado trabajando en mi exposición definitiva, algo que de verdad haga ruido, las últimas se han quedado a me-dias, comienza a ser desesperante seguir viviendo a costa de mis padres a los 37 años, los viejos tienen, aún, confianza en que lo lograré, saben que esto del arte es un camino muy com-plicado e improbable, me han apoyado económicamente en la puesta de todas mis exposiciones anteriores, pese a la poca gracia que les causa, supongo que ven en mí algo único. La crítica no ha sido favorable para mi trabajo, vamos tan al pun-to que la crítica ha sido totalmente indiferente, algún artículo en el periódico dominical sin alabanzas ni prejuicios ante mis exposiciones, seguro alguna nota de último momento escrita por un becario para sacar el trabajo del día.

Creo que esta nueva exposición me consagrará como el artista que merezco ser, dentro de algunas décadas me situará al lado de Morquecho, si no en técnica sí en pasión y en disi-dencia. El trabajo de toda una vida por fin dará frutos, el per-formance de mi vida. Un cuarto oscuro iluminado por luces ultravioletas con 43 toallas sanitarias usadas colgadas desde el techo por toda la habitación mientras suena death metal. El arte es transgresión, no hay gloria sin apostarlo todo.

Ilustración: Brenda Olvera

Técnica: Bolígrafos de colores

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El Mollete Literario

Lunes de libros con

Stanislaw Lem: La voz del amo

El universo también habla, pero el ser humano no

llega a comprenderlo. Durante muchos años los

cuerpos de inteligencia de distintos países han in-

tentado descifrar los mensajes del mundo exterior, pero el

éxito ha sido siempre más bien escaso. Por ello, un científico

involucrado en una de esas investigaciones, La voz del Amo

(Master’s Voice), financiada por el Pentágono, explica el fra-

caso de esos intentos mientras sugiere la posibilidad de susci-

tar nuevas ideas a través de la lectura de historias populares

de ciencia-ficción. El profesor Peter E. Hogarth es el encar-

gado en esta novela de Lem de trasladar al lector a un mundo

científico donde todo es cuestionado, donde las matemáti-

Por María Rózpide » Impedimenta, Madrid, 2017

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El Mollete Literario

Lunes de libros con

Ya al comienzo de la obra el autor advierte por medio de su narrador pro-tagonista, Hogarth, que de ningún modo pretende “escribir una historia sensacio-nalista”, sino que quiere “contar más bien de qué manera nuestra cultura se encontró casi de repente ante una prue-ba de universalidad cósmica, o al menos, no sólo terrestre, y cuáles fueron las con-secuencias de dicho encuentro”. Lejos de ser un libro sencillo, esta novela escrita en 1968 y traducida ahora al castellano gracias a Abel Murcia y Katarzyna Mo-loniewicz guarda entre sus páginas la ca-pacidad de asombrar, fascinar y a veces frustrar un poco al lector. Sin duda es uno de los títulos de Lem donde la filosofía y el ensayo cobran un papel fundamental.

Al igual que en otros de sus muchos trabajos, como la colección de rela-tos Máscara,Solaris (escrita en 1961, y re-editada en 2011 por Impedimenta), As-tronautas, o Ciberíada(escrita en 1967 y reeditada en 1988 por Alianza), Lem crea en esta novela de ciencia-ficción un cuerpo de escritura profundamente espe-culativa que, incluso una vez traducida, conserva un gran ingenio riguroso y un enorme juego intelectual. El escritor po-laco, uno de los más prolíficos de su épo-ca, nació en pleno comienzo de los años veinte y se inició en la escritura tras su

participación en la Segunda Guerra Mun-dial, mientras trabajó como ayudante de investigación en un estudio científico. En 1948 publicó su primera novela, El hospital de la transfiguración. A partir de entonces escribió alrededor de medio centenar de obras, convirtién-dose en uno de los autores más prolíficos y con más devotos en todo el mundo, uno de los pocos escritores de habla no inglesa considerado como exponente y maestro del género de la ciencia-ficción.

Si bien no se trata de un autor de ciencia-ficción al uso, sus novelas se dis-tinguen por ese juego o engranaje que teje Lem para sumergir al lector en los universos fantásticos de sus páginas. La Voz del Amo no es una excepción, de hecho la lectura es compleja y puede volverse algo tediosa el primer tercio de la obra, si uno no está acostumbrado a la escritura del polaco. Uno se siente incómodo con el estilo distante de Ho-garth, desconcertado por la mayoría de los debates y conjeturas entre los ma-temáticos, astrofísicos y lingüistas que conforman el proyecto del Pentágono y aburridos con el ritmo de la narración. No obstante, en los últimos capítulos,

comienza el ansia por leer, como si de una adicción se tratase, buscando desci-frar que resultó ser la investigación: una receta cósmica, un cebo para el suicidio planetario o simplemente el resultado de la mala interpretación de un mensa-je destinado a un ser superior. También es necesario resaltar la voz narrativa de Lem, una voz cansada, seca (aunque le-jos de ser árida), compasiva, sardónica, interminable, que de la mano de Peter Hogarth, hace escuchar y transmitir el sentimiento de humildad y decepción al que se enfrentan los que descubren que son sólo hormigas para el resto del universo. La necesidad Stanislaw Lem de contar esta historia lo llevó a correr grandes riesgos con la nueva forma. Pero lo maravilloso de una novela es que sea embriagadora más allá de la suma de sus trampas y juegos mentales. La Voz del Amo, lejos de ser una novela iniciática al resto de la obra de Lem, encierra una historia necesaria para los amantes de la ciencia-ficción que toda-vía se preguntan y reflexionan sobre la nobleza humana.

cas, el universo y sus reglas,

la filosofía y la condición

humana convergen para

obligar a pasar las páginas

con el fin de hallar una infi-

nidad de respuestas.

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El Mollete Literario

Lunes de libros con

Carson McCullers: Iluminación y fulgor nocturno

El 29 de septiembre de 1967 el “cazador solitario”

de Carson McCullers dejó de latir. La escritora

norteamericana tenía cincuenta años que había

pasado, prácticamente desde siempre, acosada por la mala

salud. De niña padeció reuma cardíaco, pero nunca se lo

diagnosticaron correctamente, enfermedad a la que, quizá

como consecuencia de ella, se sumaron varias dolencias más

y, finalmente, acabó postrada en una silla de ruedas —había

sufrido la amputación de una pierna—, y con graves pro-

blemas de visión. No le hacía ascos al alcohol, sino todo lo

contrario, y también vivió varias relaciones con hombres y

mujeres -no alardea de su bisexualidad pero está claramente

implícita-, y una, la más importante, con el soldado James

Reeves McCullers, que tenía veleidades literarias, del que

toma el apellido —Lula Carson Smith era su nombre de

soltera—, con quien se casó a los diecinueve años, se divor-

PorCarmen R. Santos

» Seix Barral. Barelona, 2017.

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El Mollete Literario

Lunes de libros con

Relación tan tormentosa como in-tensa, lastrada por el alcoholismo y la bisexualidad de ambos y los episodios depresivos, y en algunas ocasiones vio-lentos, de Reeves que llegó a proponer a Carson un suicidio conjunto, lo que hizo que esta le abandonara temiendo por su vida. Reeves McCullers se suicidó en soli-tario en noviembre de 1953. No obstante, al principio no dejaron de conocer cierta dicha, pues confiesa Carson McCullers en su autobiografía Iluminación y fulgor noctur-no: “Yo no advertía en Reeves nada de esa infelicidad o insatisfacción que más tarde le condujo a la ruina y la muerte”.

La autora de El corazón es un cazador solitario nació en Columbus (Georgia), es decir, en pleno territorio sureño, en el seno de una familia acomodada, con un padre joyero. Su infancia, bastante so-litaria —a pesar de tener hermanos—, no fue particularmente desgraciada, aunque tuvo momentos que la marca-ron como el fallecimiento de su abuela: “Mi primer gran amor fue mi abuela, a quien yo llamaba Mommy […] Mi abuela murió, pero su espíritu aún vive en mí, y siempre he tenido su foto col-gada en la pared de mi casa: una viuda joven, hermosa, con cinco niños”, con-signa en su autobiografía.

Y, también, sin duda, resultó deci-sivo para su vocación de escritora algo que igualmente recuerda en su texto au-tobiográfico: “Mi prima mayor nos con-taba los cuentos de hadas de la montaña de cristal, las fábulas de Esopo, y noso-tros felices, nos quedábamos dormidos”. Una vocación que, sin embargo, no fue la primera, pues antes Carson McCu-llers pensó dedicarse a la música, pro-yecto que se frustró por varias razones: “Al principio quise ser concertista de piano. La señora Tucker me animaba a

ello. Luego me di cuenta de que papá no podía enviar-me a estudiar a Juilliard ni a ninguna otra gran escuela de música. Sé que a papá esto le preocupaba y, como yo le quería, no dije nada al res-pecto, pero dejé de pensar en una carrera musical y le co-muniqué que había cambia-do ‘de profesión’, que sería escritora. Era algo que podía hacer en casa, y me puse a escribir todas las mañanas”.

En esencia, lo que desde muy joven deseaba Carson McCullers lo confiesa ella misma con absoluta claridad y con-tundencia: “Yo anhelaba una sola cosa: irme de Columbus y dejar huella en el mundo”. Y, en efecto, lo consiguió, si bien no sin pagar una cuota de dolor. Ahora, con motivo del centenario de su nacimiento, acaecido el 19 de febrero de 1917, y el medio siglo de su muerte, la editorial Seix Barral ha tenido la feliz ini-ciativa de recuperar su producción, enri-queciendo cada volumen con un prólogo de destacados escritores de las letras en español de hoy. Así, se ha publicado La balada del café triste, El corazón es un cazador solitario, El mudo y otros textos, El aliento del cielo, Reloj sin manecillas y Reflejos en un ojo dorado.

Y, aparte de su obra narrativa, in-dudable fascinación reviste su autobio-grafía, Iluminación y fulgor nocturno, que concibió poco antes de desaparecer y que ya no pudo escribir por su cada vez peor salud, por lo que la dictó a una se-cretaria y varios amigos. Su propósito: “Pienso que es importante que las futu-ras generaciones de estudiantes sepan por qué escribí ciertas cosas; pero a mí también me importa saberlo”.

El libro, siguiendo las instrucciones de la propia autora, se compone de una primera parte con el texto autobiográ-fico propiamente dicho y una segunda con la correspondencia que intercam-bió con su marido, Reeves McCullers, durante la Segunda Guerra Mundial, y que leídas con la perspectiva de cómo fue enturbiándose la relación, causan gran tristeza. Sugerente es el prólogo de la escritora mexicana Elena Poniatows-ka, a la vez que la introducción del editor del volumen, Carlos L. Dews, resulta de notable interés para comprender mejor a una Carson McCullers que comienza su autobiografía con una declaración de principios: “El trabajo y el amor han lle-nado casi por completo mi vida, a Dios gracias”. Muy útiles son la exhaustiva cronología y la bibliografía de y sobre Carson McCullers que cierra el libro.

El corazón de Carson McCullers dejó de latir a una edad en la que todavía po-dría haber escrito más obras, aún a pesar de la enfermedad -de la que nunca se que-ja-, repletas de esos personajes atormenta-dos que explora como nadie. Obras que, como sucede con las que nos ha legado, siguen y continuarán latiendo.

ció y volvió a contraer matrimo-

nio para después salir huyendo de

su lado.

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