Debimos llegar por caminos de pan o rutas marcadas de cerecitas que desfilaban rojizas y se

escapaban al mar rodando junticas -como planetas- por toda la orilla hasta llegar a sus pies.

Allí estaba Juanita, posando acostada mientras mezclaba las huellas de playa y convertida en la

maja que Reverón procura pintar.

Debimos llegar más temprano pero nos sorprendió la noche con su manta goajira tan solo alumbrada

por estrellas insomnes que decoran el mar y, en ese momento, además nos ocurre que se

aparecieron varios personajes con muñecas gigantes, dos monos que hablan, una vieja guitarra

y un pequeño alacrán.

Nos tuvimos que quedar, oliendo marinas fragancias con mixes de chimó, café y cuerpos

extintos de conchas de mar.

Nos quisimos quedar, para mirar como un haz de luz develaba los techos de rama de este lugar. Y

nos quedamos, explorando el Castillete construido con barbas, primitivos pinceles, bastidores de

fique y soledad.

Todos se sentaron alrededor de la fuente cuando Juanita dejó de posar; entonces desde la

enramada, y desde aquel catre que duele, tu imaginario pudiste usar.

Cuando todos dormíamos varios personajes se levantaron y echaron a hablar, a decir oraciones

que parecían bendiciones y pudimos soñar porque desde aquel catre, sin darnos cuenta, salieron dos

alas de blancos valores y, en un lienzo de sepias, se juntaron los dones y pudiste volar.

En el castillete de rama y de piedra no habita ya el tiempo, ni espacios pequeños, porque con tu

imaginario es posible viajar y recorrer escenarios entre sonidos y lienzos con varios colores de azules

y sepias y de blancos tributos como tu libertad.

…La historia

Robert Estanga