Poema Pedagógico

download Poema Pedagógico

of 21

description

Poema pedagógico

Transcript of Poema Pedagógico

  • I. Poema pedaggico1

    EL ANGELITO

    Uno de los miedos que atormentaron buena parte de mi infancia fue el miedo de aplastar al angelito. (Hablo de mi angelito. El que me corresponda.)

    Es cierto que yo nunca logr verlo, porque, segn la Se-orita Porota -nuestra maestra de primero inferior-, los an-gelitos slo se dejaban ver por las nias buenas, calladitas, limpias y muy pero muy trabajadoras.

    Ella, la Seorita Porota, s los vea (por algo era maes-tra). A todos los vea: cada angelito sentado al lado de la ni-a que le haba tocado en suerte, ms triste o ms conten-to segn el comportamiento de la susodicha nia.

    -A ver, t! -deca la Seorita Porota, empinada en sus tacones- Basta ya de morisquetas! O no ves que el angeli-to llora? 13

  • Despus de observaciones co-mo sa, la Seorita Porota acostum-braba hacernos cantar a coro:

    "-Adonde va la nia coqueta? Chirunfln, chirunfln... -A recoger violetas. Chirunfln, chirunfln... -Ay, si te viera el ngel! Chirunfln, chirunfln..."

    La mxima preocupacin de la Seorita Porota -y juro que nos la transmiti- era que, entre juegos de manos o apretujones, algn angelito recibiera un mal golpe.

    -Por eso las compaeras de banco deben mantenerse bien sepa-radas! -deca. Y bajando la voz agre-gaba misteriosamente:

    -Para no molestarlos a ELLOS...

    Nunca lo pude corroborar fehacientemente, pero se co-mentaba que las nias malas del grado -las que eran des-prolijas, bocasucias y siempre se sentaban atrs porque ya no tenan remedio y mucho la cabeza no les daba- haban intentado varias veces acabar con sus respectivos angeli-tos, frotndose unas con otras para reventarlos y cortando el aire con sus tijeritas de labor. (Acaso ignoraban, las muy bobitas, que ELLOS son inmortales?)

    La verdad es que los angelitos nos tenan con el Jess en la boca. Especialmente durante los recreos, en los que haba que cuidar que no se cayeran ni se tropezaran con los

  • bebederos ni se perdieran por ah (despus de todo, eran unas especies de bebs).

    Lo que ninguna de nosotras poda explicar con claridad era en qu consista la proteccin que nos brindaban los an-gelitos. Si hasta llegamos a sospechar que en realidad ra-mos nosotras las que los cuidbamos a ellos!

    -Pueden charlar, caminar lentamente por el patio, jugar a rondas y otros juegos de nias -nos deca la maestra-. As los angelitos estarn contentos!

    Y entonces yo, que lo que quera de verdad en la vida era ser pirata, miraba con envidia a los varones de la Seo-rita Lucrecia, que en los recreos corran, saltaban y se diver-tan como si nada.

    -Seorita -me anim a preguntar un da-, los varones del otro grado no tienen angelito o qu?

    Como ella no me contest, despus de un rato volv a mi juego de nias.

    Bajo la complaciente mirada de maestras y, creo, de an-gelitos, seguimos cantando aquello de:

    "Bicho colorado mat a su mujer, con un cuchillito de punta alfiler. Le sac las tripas, las sali a vender: -A veinte, a veinte, las tripas de-mi-mu-jer!"

  • DE HADAS, BRUJAS Y NIITAS MADRUGADORAS

    Pas de grado. Las nias malas permanecieron con la Seorita Porota,

    cometiendo fechoras en sus bancos traseros. Las nias buenas nos fuimos con la Seorita Lupe, a pri-

    mero superior. A la Seorita Lupe los angelitos parecan tenerla sin cui-

    dado. Acaso no los vea? O los vea y haca la vista gorda? Lo cierto es que nunca nos habl del tema, y esto hizo que algunas nias buenas abjuraran de ellos, insinuando cosas abominables.

    Otras, entre las que, para bien o para mal me cuento, persistimos en llevar nuestro angelito a cuestas, de por vi-da, cosa que, en ciertas situaciones, puede resultar verda-deramente incmodo y hasta insoportable.

    La Seorita Lupe era afecta, en cambio, a los cuentos de hadas. A nuestro pedido sola repetir siempre los mismos.

    En particular me encantaba aquel de las dos hermanas: una buena, hermosa y trabajadora como el padre, y la otra horrible, perversa y haragana como la madre.

    Qu satisfaccin cuando a la nia buena y hermosa, co-mo premio a sus muchos afanes y a su parquedad en el ha-blar, le pasaba eso de andar echando perlas y flores a cada palabra!

    Y qu delicioso sentimiento de justicia cuando a la her-mana horrible, poco inclinada a las tareas hogareas y char-latana a ms no poder, le brotaban de la boca sapos, cule-bras y otras horribles alimaas!

    Qu decir de la inocente Caperucita, tan inocente co-mo para meterse en la cama con una bestia feroz -si bien ca-muflada con puntillas- que, adems de todo, acaba de engu-llirse a su abuela, para preguntarle lo de las manos grandes y las orejas enormes y etctera?

  • Y la muy hacendosa Cenicienta -ceniza va, lenteja vie-ne, trabajo insalubre si los hay-, aguantndose siempre con una tierna sonrisa los desprecios y las humillaciones a los que la sometan las otras mujeres de la casa?

    Y Blancanieves? Perseguida por los bosques infesta-dos de fieras peligrossimas por el solo pecado de ser bue-na y hermosa! La parte que a nosotras las chicas ms nos gustaba era cuando, as de sopetn, Blancanieves se encon-traba con la casita de los enanos. Qu encantador era ima-ginrsela entonces lustra que te lustra, cocina que te coci-na, lava que te lava -todo una miniaturita-, y a cargo no de uno, no de dos, no de tres, sino de siete hombrecitos pero bueno..., con sus necesidades y sus exigencias: que las me-dias, que las camisas, con sus cuellos y sus puos! Usarn camisas los enanos? Eso me quitaba el sueo. Mi mam de-

  • ca que no, que seguro usaban jubones, pero igual: hay que tener en cuenta que los siete hombrecitos trabajaban aden-tro de las minas...

    Claro que, a cambio de tanto trabajo, Blancanieves re-ciba amor y proteccin, lo que no es moco de pavo tratn-dose de siete.

    Blancanieves era muy feliz. Todas eran muy felices y tra-bajaban con una sonrisa en los labios, como nuestras ma-dres, y jams se quejaban.

    La que nos haca llorar de pena era la Bella Durmiente. Porque ya de entrada la cosa viene mal. Que primero la rei-na no puede tener hijos. Que cuando tiene un hijo -que en realidad es una hija pero bueno, nadie es perfecto- viene una bruja maligna y se la maldice. Que la nia, cuando cre-ce, resulta una desobediente, y que por no atender los sa-bios consejos de sus padres, que nunca se equivocan (en es-te punto a muchas de nosotras nos corra un fro por la es-palda), era condenada a un sueo de cien aos, y etctera, etctera.

    Pero todas estas historias terminaban bien: Cenicienta, Blancanieves y la Bella Durmiente eran salvadas por prnci-pes maravillosos, riqusimos, vivos como no s qu y, por si esto fuera poco, ms bellos que el Sol, cosa absolutamente innecesaria en un hombre pero que si viene de yapa no es-t nada mal.

    Con Caperucita nunca nos quedaba claro cul sera su futuro: permanecera de por vida al cuidado de su abuelita enferma, que despus del asunto del lobo debera de estar estropeadsima? Se dedicara a ir y venir por el bosque lle-vando y trayendo pequeos encargos de su mam? Mi ami-ga del alma y yo opinbamos que, al cabo de unos aos, y por agradecimiento, Caperucita se vera obligada a casarse con el leador que la haba salvado. Pero esto a m me pro-duca un vago recelo: segn las ilustraciones del libro, el le-

    18 ador ya era un seor mayor. Es decir que cuando Caperu-

  • cita estuviera en edad de merecer, el leador sera como mi abuelo que, la verdad, como candidato dejaba bastante que desear, sobre todo comparado con los dibujitos de los prn-cipes de las otras. Pero bueno: as eran las cosas en el mun-do de las hadas. Y en el de las mujeres: acaso a mi bisabue-la uruguaya no la haban casado a los doce con uno de cua-renta, que era buensimo pero un poco picadito de viruela? (claro que eso en el hombre es ms bien un atractivo...).

    "MUJER: LA PATA QUEBRADA Y EN CASA..."

    Y pas a segundo grado. A la Seorita Enriqueta, que era muy recta, los cuentos

    de todo tipo, y muy en especial los cuentos de hadas, le pa-recan lisa y llanamente una paparruchada que no contribua a prepararnos a nosotras, futuras madres y esposas de la patria... (perdn: fu-turas esposas y madres de la patria, en ese or-den), para un futuro de esfuerzo y sacrificio.

    Siguiente

  • Para la Seorita Enriqueta, el nico libro permitido en clase -adems del diccionario- era el libro de lectura, cuya permanente prctica en alta voz recomendaba vivamente.

    Con el fin de ejercitarnos en una diccin clara y perfec-ta, la Seorita Enriqueta nos procuraba entretenidsimos pasatiempos como el que sigue:

    "La risa de Rosa a roto resuena: risuea la ria de Ro-ma resulta. Han roto sus raras riquezas y en el remanso de ese riachuelo sus rostros recuestan y rezan."2

    Agilizadas nuestras lenguas y nuestras mentes con ejer-citaciones como la que antecede, con los pies en perfecto ngulo recto, la columna erecta y el libro a la altura de los ojos, yo lea en voz alta las lecturas tantas veces ensayadas frente al espejo de mi casa:

    "Son las dos de la tarde y Paula, despus de haber lim-piado la vajilla, que ha puesto en orden, arregla los lindos estantes del patio con cintas y papeles pintados, pone flo-res en unos y macetas con sus plantas preferidas en otros, coloca los sillones de sus papas en los sitios ms lindos y resguardados del sol y del viento y, cuando ellos los han ocupado, se sienta a su lado y les entretiene, ya leyndoles algo, ya dndoles conversacin, mientras cose o teje pao-letas para su mam."3

    O tambin:

    "En el primer banco, a la izquierda, se sientan Elvirita Ferri y Roque Morales. Son dos buenos compaeros. Qu distintos son uno y otro, sin embargo! Ella, paciente y labo-riosa como una hormiga, trabaja sin hacerse notar y no ha-bla sino cuando la interrogan. El, en cambio, inquieto y mo-vedizo, se levanta, se sienta, va constantemente de un lado a otro y es siempre el primero en tener prontas las respues-tas. Es un excelente alumno."4

  • Las lminas que acompaaban stas y otras lecturas -todas del mismo tenor- eran tranquilizadoras como los textos: nenas, madres y abuelas eternamente sonrientes, envueltas en vaporosos delantales con volados, entregadas con alma y vida a las tareas propias de su sexo. Rodeadas de gatos y flores y cacerolas, blandiendo cucharones y plu-meros, estn a salvo de los peligros que acechan afuera: es-pantosas tormentas de viento y nieve, maremotos y tifones, plantas carnvoras, arenas movedizas y el temible simn, viento del desierto.

    Afuera estn los hombres, cumpliendo las ms dismi-les tareas: conducir barcos, aviones, submarinos, trenes; construir casas, puentes, diques; inventar cosas maravillo-sas que beneficien a la humanidad. Y despus destruir todo con las guerras.

  • Y no es que la mujer est totalmente ausente: tambin se la ve a ella, alcanzando un tubo de ensayo o un t, obser-vando con curiosidad (pero no de la malsana). Porque de-trs de todo gran hombre -bien, bien detrs- hay una gran mujer.

    Afuera estn los hijos varones: jugando a la pelota, tre-pados a los rboles, corriendo con el perro, levantando in-geniosas construcciones o casitas de muecas para que despus las nenas, sus hermanas, que estn ah esperando con sus muecas y sus ollitas y sus escobas diminutas, pue-dan poner todo en orden.

    "Soy el pequeo albail que fabric una casita. Qu emplear para hacerla? Ladrillos, cal y piedritas. Y cuando est terminada, con muy lindas pinturitas, le dar bellos colores de rojo, amarillo y lila. Para quin ser mi obra? Para mi buena hermanita. All guardar contenta sus hermosas muequitas,"5

    Cuando la familia aparece reunida, al hombre se lo ve en tres posibles actitudes: entrando o saliendo de la casa, comiendo o a punto de comer, leyendo el diario. Salvo al en-trar o al salir, parece que el hombre, en la casa, permanece siempre sentado.

    La madre, en cambio, acostumbra estar de pie o en mo-vimiento, hasta en los momentos de reunin en torno de la mesa, seguramente por si alguien necesita algo.

    La abuela suele quedarse sentada, pero eso se debe a que las piernas no le dan, que si no...

  • A veces, cada muerte de obispo, la madre tambin se sienta. No a descansar, qu va, ni tampoco a leer el diario: se sienta para dedicarse a la costura, el tejido o cualquier otra actividad que le impida estarse mano sobre mano (mo-mento ste que aprovecha el diablo para llevarse a las mu-jeres, segn deca mi abuela genovesa).

    Es que as transcurra la vida en aquel mundo sin sobre-saltos, donde los nios ramos felices porque no haba maldad, ni desavenencias familiares, ni tanto degenerado suelto, ni televisin. (Si haba era en otras casas. Jams en la propia.)

    LOS RELATOS EDIFICANTES

    Y pas a tercer grado. La Seorita Alcira sola decir que nada era tan produc-

    tivo para una nia, nada tan eficaz para alejar los malos pen-samientos, como tener ocupadas, a la vez, las manos y la ca-beza.

    Por eso ella nos haca aprovechar las horas de labor (manos ocupadas en l punto cruz, el punto sombra y la do-ble vainilla del muestrario y la toalla para el mdico) leyn-donos relatos edificantes.

    El libro del que se vala (me parece estar vindolo) era gordo y estaba forrado de tela gris, con un grabado en la ta-pa que representaba EL AHORRO: una nia con una alcan-ca.

    Las narraciones que inclua el libro trataban de perso-nas insensatas y extravagantes que dilapidaban fortunas (jams poda ser nuestro caso -mi escuela era tan humilde-pero bueno...) y que despus terminaban tiradas por ah, pi-diendo limosna (como en Dios se lo pague, pero al revs). Tambin trataban de esposas insaciables que de tanto exi-gir diamantes y palacetes a sus pobres maridos, los empu-

  • jaban a delinquir. Y estaban los cuentos acerca de nios perversos (ah la maestra nos miraba fijo a los ojos) que, por no cuidar su lapicero, su pluma cucharita, su limpiaplu-mas, causaban la ruina y hasta la muerte de sus desdicha-dos padres.

    Cuentos de diversin no nos lea la Seorita Alcira. Por-que los cuentos de diversin no dejan mucha enseanza.

    Las que s dejan mucha enseanza son las fbulas.

    "Nada hay que influya tanto en la norma de conducta del nio, nada hay que le ensee a caminar en la vida por la senda del bien como los cuentos en que de un ejemplo prc-tico se deduce una enseanza moral."6

    As deca en el prlogo de un libro de fbulas -todava lo conservo- que me haba regalado la maestra. A m algu-nas fbulas me impresionaban mucho, no slo por lo que decan sino por el dibujito. Como aquella que trataba de un caballero fino que haba comprado un negro, convencido de que lavndolo concienzudamente se le quitara el color, y que lo nico que logr al final fue casi acabar con el negro.

    Cul era la enseanza moral que se deduca de la fbu-la? Era sta:

  • "Los defectos que proceden de la naturaleza no se co-rrigen fcilmente."7

    POEStAS DE TEMAS TILES Y pas a cuarto grado. La Seorita Herminia no slo era maestra de grado sino

    tambin Profesora de Declamacin. -La Declamacin es un adorno en una nia -deca ella-.

    Como el piano... -Y el baile? -pregunt yo, que ya no quera ser pirata

    sino bailarina de ballet. -se es otro cantar! -dijo muy seria la Seorita Hermi-

    nia. Y aunque yo no entend, lo dijo con una cara que me ca-

    ll la boca. Con la Seorita Herminia aprend muchsimas poesas,

    que siempre volvieron a mi memoria en el momento apro-piado.

    Recuerdo aquella, de un rey de la pradera que buscaba esposa:

    "Me depara mi ventura esposa noble y apuesta: sepa si alguno murmura, que la mejor hermosura es la hermosura modesta."8

    Y esa otra que empezaba:

    "En tierra lejana tengo yo una hermana. Siempre en primavera mi llegada espera tras de la ventana."9

  • Pero las poesas que a la Seorita Herminia ms le gus-taban eran las Poesas de Temas tiles, como sta:

    "Para ser fuerte y sano he de masticar lento, y por la nariz slo, dar paso al aliento. Echar atrs los hombros, rectos cabeza y pecho, y abrir las ventanas mientras duerma en mi lecho. Todo he de jabonarme, lavarme enteramente, luego frotarme tanto que la piel sienta ardiente. No debo estar ocioso ni vagar aburrido ni intentar distraerme con gritar y hacer ruido. Jugar con mis amigos ser lo ms discreto. Leer amenos libros, no hojearlos inquieto. Y comenzar las cosas con idea segura. Saber que todo juego cansa, si mucho dura. Amar las cosas bellas, obrar graciosamente, robustecer mis miembros y enriquecer la mente."

    La que antecede era una poesa para nios y nias: uni-sex, digamos. Pero tenamos especiales para nias:

    26

    Anterior Inicio Siguiente

  • "As el lunes lavamos la ropa, que en la soga dejamos secar. As el martes, con mucho cuidado, la ropita, ya limpia, a planchar. As el mircoles lustramos los pisos y los techos sabemos limpiar. As el jueves cosemos la ropa y aprendemos tambin a bordar. As el viernes salimos de compras, como sale de compras mam. As el sbado hacemos masitas que en el horno dejamos dorar. Y el domingo, ya todo concluido, as vamos al campo a jugar..."

    Como la Seorita Herminia nos haca declamar con ade-manes ("alemanes" decan algunas nias, de puro brutas), y el aula era tirando a chica, cada vez que recitbamos esta poesa, la clase se converta en un jolgorio donde todas iba-

  • mos y venamos haciendo que lavbamos y planchbamos, exagerando los movimientos -mucho me temo que a prop-sito- ante la consternacin de la Seorita Herminia, que un da se hart, dijo que ya no exista un respeto, y nos prohi-bi terminantemente volver a recordar siquiera esta poesa. Y acto seguido nos mand copiar, con letra gtica, en nues-tro cuaderno de clase, una frase que deca as:

    "Mas ay, que es la mujer ngel cado, o mujer nada ms, y Iodo inmundo, hermoso ser para llorar nacido, o vivir como autmata en el mundo..."10

    MXIMAS Y MENSAJES

    Y pas a quinto grado. La Seorita Laudelina tena una particularidad: todos

    los das nos haca encabezar la tarea con una frase que ella extraa de un libro de mximas, cuya tapa nunca pude ver porque estaba forrada de hule negro.

    Recuerdo algunas de las mximas:

    "El aseo y la limpieza dan a las nias belleza."

    "Si quieres ser bien querida, s afable, humilde, sufrida."

    "La nia que no es aseada infunde asco y desagrada."

    Y as. Ese ao nuestro libro de lectura inclua textos escogi-

    !8 dos de autores famosos. Curiosamente, al finalizar el ndice

  • poda leerse la siguiente aclaracin: "Las lecturas para ni-as llevan una M y las lecturas para varones llevan una V."

    Como nuestra escuela era, a partir de tercer grado, s-lo de nias, del libro se aprovech nada ms que una parte. (Pero todas sabamos que algunas nias malas -en general eran altas y corpachonas y, en su momento, haban abjura-do del angelito- se juntaban en el bao para leer las lectu-ras especiales para varones. Por eso nosotras, las nias buenas, les decamos "las varoneras".)

    Entre las lecturas autorizadas estaba "La Madre":

    "El hombre ha nacido para pensar y la mujer para amar. El sentimiento es su elemento, por eso ama todo lo delica-do, buscando la ternura en lo moral, en la sociedad la paz, la msica en las artes y en la naturaleza las flores..."11

    Tambin estaba sta, titulada "A las jvenes":

    "La mujer es la que debe crear el ambiente de armona, de paz, de comprensin, de tolerancia, de ayuda, de consue-lo. Los que vuelven al hogar despus de soportar las fatigas propias del trabajo, jefes malhumorados, clientes absurdos, estn deseando llegar a este oasis de tranquilidad..."12

    UN LIBRO BIEN APROVECHADO

    Y pas por fin a sexto grado, que ahora sera sptimo, con la Seorita Catalina.

    En sexto grado no tuvimos un solo libro: tuvimos dos. El libro de lectura propiamente dicho y Platero y yo.

    La Seorita Catalina, que era una maestra moderna, nos hizo que lo trabajramos en equipo a Platero y yo. (Despus de todo no hay nada nuevo bajo el sol, y lo nico que cam-bian son las palabras.)

  • Lindo era Platero. Y lleno de sustantivos. 4.700 tena... O 47.000... O seran 470.000? No s, pero eran muchos, much-simos. Y eso que en mi casa me ayudaban: mi mam, mi pa-p, que era maestro, y hasta algunos vecinos solidarios. Pe-ro igual fue un lo. Sobre todo para hacer las listas de los concretos y los abstractos.

    No me quejo, que mucho peor le fue a mi amiga del al-ma, que tuvo que buscar todos los sujetos y los predicados. Y entonces a mi amiga del alma le dio como un ataque de nervios, y nunca ms pudo llevar al hermano a la calesita, porque en la calesita haba un burro, y adems qued tarta-muda para toda la vida.

    A m tanto no me atac. Lo nico fue que tuvieron que pasar ms de veinticinco aos (cuando mis tres hijos, en sus tres escuelas debieron leer Platero y yo) para que pudie-ra agarrar de nuevo el libro.

    Pero igual los cont a los sustantivos, porque era cues-tin de sacrificio, de esfuerzo, de paciencia, y porque lo ha-ba dicho la maestra. Y lo que deca la maestra era santa pa-labra.

    "TODAS QUERAMOS SER REINAS..."

    Fue justo ese ao que me eligieron para decir una poe-sa el da de la Cruz Roja.

    El hecho no tendra nada de particular si no fuera que en la poesa yo deba dialogar con un varn. En casos como ste sola utilizarse un ingenioso recurso: otra nia haca de varn vistiendo pollera de papel crep color azul (ignoro el motivo, pero en mi escuela exista la conviccin de que el azul era signo inequvoco de virilidad).

    Pero esta vez algo pas porque se decidi traer un va-rn de verdad de la escuela de la tarde, que era toda de va-rones de verdad.

  • El poema se titulaba "La hermana" y trataba de dos ni-os -ella y l- que volvan a la alquera, palabra sta que me sonaba estupendamente bien como sola -suele- ocurrirme con aquellas cuyo significado ignoro.

    Comenzamos los ensayos. El varn de la tarde tena que decir:

    "Yo era un soldado y lo que ven tus ojos no eran parvas de trigo, eran despojos de una batalla en la que yo venca."

    Ah vena mi parte, tan esperada, tan ensayada frente al espejo de mi casa.

    Pero lo nico que me tocaba decir a m era:

    -"Pero... y yo?" -"Deja, espera" -me apartaba con exagerada brusque-

    dad el varn, que se la haba tomado muy en serio. Y conti-nuaba:

  • "... ebrio de gloria yo volva despus de la victoria y a ti, que eras la reina, te buscaba."

    Y ah mismo l me colocaba en la cabeza una corona dorada que, como por arte de magia, haba bajado del techo colgada de un hilo (que se supona invisible y se vea desde la ltima fila). Ese era mi momento de consagracin... pero tan efmero! Porque yo, que estaba chocha con la corona, deba sacrmela, arrojara lejos (es un decir: en realidad de-ba apoyarla cuidadosamente en el suelo porque era la ni-ca corona que tenamos y se usaba en todos los actos), y ex-clamar:

    "No, no, la reina es poca cosa. Yo era una enfermera, y t estabas herido y te curaba!"13

    Muy poco convincente debi sonar mi voz en esos ver-sos: quin sabe por qu perverso mecanismo de la mente, yo tena la sospecha de que ser reina era ms atractivo que ser enfermera. Y en un gesto de audacia as se lo hice saber a la Seorita Catalina, que me mir con lstima porque yo era una de las preferidas que le llevaban la cartera hasta la calle y la acompaaban a tomar el colectivo.

    Como acostumbraba hacer cada vez que se le presenta-ba la oportunidad, la Seorita Catalina reuni a todas las ni-as del grado y nos dio una charla inolvidable, hacindonos entender de una vez y para siempre que, en una mujer -una mujer como Dios manda, se entiende-, la ambicin de po-der (que eso al fin y al cabo simbolizaba la desdichada co-rona) era una cosa deleznable. Y que la nica, legtima am-bicin de una verdadera mujer deba ser la de servir, servir, servir...

  • Y termin la escuela primaria habiendo adquirido el h-bito de la lectura (o, mejor, la adiccin), hecho en el que po-co tuvo que ver la escuela y mucho la circunstancia de que yo, en mi casa, no tuviera ni hermanos ni perro ni gato ni te-levisin (en ese orden) y s tuviera libros, muchos libros.

    De la escuela me llev emociones profundas, cosas entraables que suelen aparecerme en los cuentos que es-cribo.

    Y tambin me llev una extraa sensacin, un vago y confuso malestar acerca de lo que significaba, en realidad, ser "una mujercita como se debe".

    Anterior Inicio