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    INGENIUM. Revista de historia del pensamiento modernoN5, enero-junio, 2011, 215-232

    ISSN: 1989-3663

    http://dx.doi.org/10.5209/rev_INGE.2011.n5.36226

    [Recibido: abr. 2011 /Aceptado: may. 2011] 215

    Sbditos o ciudadanos?De la crtica libertina al programa ilustrado

    Pedro LOMBA FALCONUCM

    ([email protected])

    RESUMENEn este trabajo se intenta trazar la gnesis de algunasposiciones ilustradas vinculndolas con ciertas ideasnucleares del libertinismo erudito de la primera mitaddel siglo XVII, subrayando a la vez que dichacontinuidad puede establecerse aun cuando ellibertinismo es esencialmente refractario a toda

    prctica cvico-poltica del tipo de las que serndesarrolladas por los ilustrados del XVIII. Ensayamosuna solucin a esta aparente paradoja sealandocmo los conceptos de plebe, soberana yabsolutismo, entre otros, sufren modificacionessustanciales de un siglo a otro

    PALABRAS CLAVE: Libertinismo; plebe; legitimidad;teologa poltica; publicidad

    ABSTRACTIn this paper we try to analyze the genesis of someenlightened positions by linking them to some coreideas developped by the french libertinage rudit ofthe beginnings of XVIIth century. In doing so, weunderline at the same time the fact that thislibertinage is totally contrary to every single practice,

    political or social, similar to those that will bedevelopped by the philosophers of Enlightenmentduring the XVIIIth century. This sort of paradox issolved by trying to understand how the concepts ofPlebs, Sovereignty and Absoltism, among others,have change their form or structure between bothcenturies

    KEY WORDS: Libertinage; plebs; legitimacy; politicaltheology; publicity

    El hombre de la Edad de Oro honraba la fidelidad y la rectitud

    de forma espontnea, sin ley que le obligase. Castigos y miedosno influan en su conducta. En ese siglo feliz no haba que prestar

    atencin a amenazadores edictos, ni la turba miraba con temorsuplicante la fisonoma del juez, sino que sin jueces se sentan seguros.

    Intacto en los montes, el pino an no haba descendido a las lquidasondas en forma de barco para visitar un mundo extrao

    (Ovidio, Las metamorfosis, I, fab. 5)

    Tal vez los orgenes de la Ilustracin, en tanto que movimiento crtico y por tanto

    emancipatorio, puedan localizarsecomo de hecho se han localizado a menudoen elmomento mismo en que surge la filosofa. Sin embargo, quisiera esbozar aqu algunas

    notas acerca de una escuela de pensamientoel libertinismo erudito de la primera mitad

    del siglo XVIIque constituye, de manera explcita y estrictamente material, una

    verdadera semilla de la que acabar brotando la actitud crtica ilustrada tal como sta toma

    cuerpo a lo largo del XVIII. Se trata, sin duda, de un complejo movimiento intelectual1

    1 Sobre la complejidad de este movimiento, as como acerca de las cautelas metodolgicas que se han detomar para establecer las distinciones necesarias entre los distintos tipos de libertinismo sealados, y

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    que anuncia y prepara muchas de las posiciones tericas ms generales de la Ilustracin. Y

    ello pese a que, paradjicamente en apariencia, es del todo ajeno a la voluntad de

    intervencin prctica que define o acompaa a esta ltima, sobre todo por lo que se

    refiere a la publicidad y difusin de las ideas y, en consecuencia, a la generalizacin de laeducacin. Ciertamente, un anuncio o una preparacin de tesis o de actitudes nuevas no

    es nunca una mera anticipacin...; es ms bien un elemento que acelera el advenimiento de

    stas, potenciando as su fuerza.

    El libertinismo se presenta como un verdadero antecedente de la crtica ilustrada

    la posicin intelectual de ambos movimientos es convergente en un grado muy elevado

    mostrndose, no obstante, refractario a su impulso emancipatoriosus posiciones

    polticas son casi del todo divergentes. La aparente paradoja queda cifrada, pues, en queuna posicin terica en principio muy similar, aunque dada en dos pocas distintas, parece

    capaz de generar prcticas antagnicas; su solucinprovisional, como todas las

    ensayadas desde la historia de las ideasreside en la constatacin de que lo que determina

    las derivas de posiciones intelectuales ms o menos congruentes en perodos distintos es,

    quizs, la diferencia de las coyunturas polticas, o, mejor, la diferencia en las maneras

    como stas son percibidas y valoradas. Anticipar la tesis que quiero poner a prueba en

    estas pginas. Mi propsito es el de esbozar algunas ideas acerca de la operacin

    fundamental que determinar la transformacin del movimiento crtico libertino en el

    impulso emancipatorio ilustrado: la ruptura de una conviccin firme y tajante, de carcter

    negativo, a propsito de la multitud y, por consiguiente, de la publicidad de las ideas. El

    vulgo, piensa el libertino, vive en la ignorancia y la imaginacin como en su medio natural;

    la nica actitud pblica que cabe ante la plebe, as pues, es la alimentacin consciente y

    constante de sus ilusiones; dicho a la inversa, la sola idea de difundir el saber entre la turba

    se presenta como algo ciertamente impensable. Esta concepcin en la que los trminos

    multitud, vulgo, plebe y turba son perfectamente intercambiables, es directamente

    subsidiaria de la necesidad y de la deseabilidad que durante la primera mitad del XVII se

    atribuye a la organizacin poltica del absolutismocuanta mayor distancia se interpone

    entre el sbdito y el soberano, ms sobredimensionada queda la figura de este ltimo.

    Pero lo sorprendente es que esta conviccin define en sus actitudes y estrategias a esos

    denunciados, en la primera modernidad, nos hemos explicado en la introduccin a nuestra Antologa detextos libertinos franceses del siglo XVII, Madrid, Antonio Machado Libros, 2009, 9-38.

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    mismos libertinos que, sin embargo, configuran con su escritura muchos de los anlisis

    crticos que darn su fisonoma propia a una Ilustracin europea radicalmente construida

    contra una concepcin absoluta de la soberana forjada mientras sta ha sido percibida,

    tambin por los libertinos eruditos, ms como una solucin que como un problema. Lorealmente sorprendente, por tanto, es que a pesar de la mencionada manera de percibir a

    aqulla, y a pesar de su consiguiente defensa, la eclosin del libertinismo supone el

    comienzo de la imparable destruccin de un mundo mediante la dinamitacin de su

    sentido filosfico comn. Destruccin sta que slo podr ser consumada cuando la

    crtica libertina se acompae de una decidida voluntad de intervencin prctica. Es decir,

    cuando sea sometida a un cierto proceso de transformacin que, sin embargoy sta es

    la paradoja a la que me refiero y que deseo sealar en estas pginas, preservar intactosmuchos de sus posicionamientos tericos fundamentales. La Ilustracin, pues, como

    mutacin gentica del libertinismo erudito...

    No ser del todo intil, para evitar los problemas que suscita la definicin de un

    movimiento tan complejo intelectualmente como el que nos ocupa, demorarnos un

    instante en el sentido y los envites de esa erudicin que se le atribuye. Pues es la

    peculiaridad de sta lo que configura al libertinismo como firme voluntad de crtica, como

    actitud cuyo sentido ltimo, cuyo emblema comn, es la sumisin de la doxa filosfica,

    tica, teolgica y poltica del siglo del absolutismo a una crtica libre, insumisa respecto de

    toda forma de autoridad ajena o externa a la racionalidad misma.

    Importa, pues, comenzar subrayando que la relacin que dicho movimiento

    mantiene con la erudicin que lo califica, lo desmarca tajantemente de los usos ms

    comunes que hasta los siglos XVI y XVII se han hecho de la cultura del pasado. Si algo

    confiere unidad al heterogneo conjunto de pensadores que lo conformadestas,

    escpticos, materialistas, atestas, eso es en primer lugar su entrega a un trabajo de

    recuperacin de textos, autores, topoi, que hasta el momento han sido considerados

    menores y desechados como absolutamente irrelevantes o por completo abominables y

    marginales. Recuperacin, pues, de autores, tradiciones y textos abominables y marginales

    porque violentamente abominados y marginados. El saber libertino, dicho de otro modo,

    desdea las fuentes que han contribuido decisivamente a la construccin de aquella doxatriunfante. As, por lo que se refiere a la Antigedad clsica, hace un uso de sta

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    totalmente ajeno al propio de determinada erudicin renacentistaheredero del

    establecido por algunos Padres de la Iglesiaen virtud del cual la atencin a la cultura

    antigua (de la que slo parecen visibles ciertas componentes estoicas, platnicas,

    aristotlicas y neoplatonizantes), y su recuperacin para el presente, ha servido casiexclusivamente para vincularla con el cristianismo en apoteosis. De este modo, la cultura

    antigua quedaba reducida a aquella que poda considerarse como un antecedente, como

    anuncio de las tesis ms indiscutibles del cristianismo, las cuales se habran abierto paso

    en la Antigedad precristiana, en un medio pagano, como a tientas, en una suerte de

    designio providencialista. La historia de la filosofa existira as, tan slo, como historia de

    la Pia Philosophia2. La actitud libertina, sin embargo, es otra; es, de hecho, casi la opuesta.

    Su erudicin se vuelve tambin hacia Platn, pero hacia el Platn terico de la poltica. Ohacia Aristteles. Pero insistiendo sobre todo en un Aristteles inaudito: el naturalista y

    defensor de la mortalidad del alma o de la eternidad del mundo. Estudia igualmente a

    Cicern, pero al del De natura deorumo el De divinatione; esto es, los escritos ciceronianos en

    los que se ha guardado la memoria, a modo de sntesis apretadas y no siempre benvolas,

    de las tradiciones materialistas, epicreas y escpticas. Al margen de los grandes nombres

    de la filosofa de la Antigedad, la atencin se centra ahora en la recuperacin y anlisis de

    los textos de los que se nutren, por decirlo as, los mrgenes o los puntos ciegos del

    sentido filosfico comn de la primera modernidad filosfica: los textos de los atomistas

    antiguos, de Epicuro, Lucrecio, Plinio, de Sexto Emprico o de Pirrn. Lo que la

    biblioteca del libertino selecciona de la Antigedad, por tanto, son escritos y autores en

    que cobra expresin una saber perfectamente mundano y, sobre todo, natural... Por ello,

    el cultivo de estas tradiciones convierte a esta peculiar erudicin en una actitud intelectual

    nueva, ajena a la prctica habitual, sancionada por el uso, del conocimiento del pasado.

    Desde el libertinismo se vuelve hacia autores, temticas y textos que han fundado sendas

    verdaderamente perdidas, tradiciones por completo ajenas al universo filosfico que

    configura el horizonte de sentido del siglo XVII y que hasta entonces han permanecido

    ocultas, desplazadas, confinadas en el mejor de los casos a una suerte de albaal trasero y

    2 Sobre esta cuestin han escrito pginas esclarecedoras T. GREGORY, Gense de la raison classique deDescartes Charron, Pars, P.U.F., 2000, 22ss., y M. A. GRANADA, El umbral de la modernidad, Barcelona,Herder, 2000, 15-51.

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    secreto de la historia. El libertino rebusca incansablemente en el basurero del mundo

    cultural europeo3.

    Por lo que se refiere al pasado ms inmediato, al renacentista, el uso de la

    erudicin es similar. La seleccin de los textos y los temas es igualmente cuidadosa: sedejan de lado sus principales componentes msticas y religiosasincluso las mgicas y

    hermticaspara privilegiar el naturalismo inmanentista de autores como Bruno,

    Pomponazzi o Vanini, las reflexiones polticas de Maquiavelo o Guicciardiniesto es, la

    reflexin que separa con firmeza la poltica de la tica, o, muy en especial, el

    escepticismo relativista de dos de los autores indiscutiblemente ms ledos en la Francia

    del XVII: Michel de Montaigne y, sobre todo, Pierre Charron4.

    Pero lo que nos importa aqu es insistir en que cuando el libertino proyecta su

    mirada hacia el pasadoremoto o inmediatono lo hace, tampoco l, de un modo

    neutro, desinteresado, eludiendo compromisos y apuestas, sino que orienta esa mirada

    tratando de encontrar modelos filosficos por completo independientes y extraos a los

    propuestos desde la ortodoxia religiosa, poltica e intelectual cristiana que configura a

    sangre y fuegoa una sangre y un fuego que no siempre han sido slo simblicosel

    sentido comn del momento. Esta peculiar mirada, por tanto, se propone encontrar y

    3 No es de extraar, por consiguiente, que algunas de dichas tradiciones malditas (el escepticismo y elepicuresmo en particular) hayan podido sobrevivir en los solos crculos en que se han dado las (tristes)condiciones para su supervivencia: en aquellos grupos sociales o profesionales e intelectuales totalmenteextraos y extraados respecto de la normalidad religiosa, poltica e intelectual de la primera modernidad.En el caso de Espaa, la cuestin es clara. Semejantes tradiciones han sido preservadas sobre todo entrelos mdicos judeoconversos del XV y, abiertamente, debido a sus difciles condiciones de subsistenciareligiosa e intelectual (y, por supuesto, fsica: han demostrado sobradamente que la carne humana escombustible), entre los marranos de los siglos XVI y XVII, que las habran exportado al norte de Europa

    al mismo tiempo que rebrotaban en Francia.4 Los autores clave en la utilizacin del pensamiento renacentista son Maquiavelo, Vanini y Charron,verdadera trada inspiradora de una gran cantidad de tesis libertinas. Pero hay que subrayar que ninguno deellos pertenece en sentido estricto al libertinismo erudito, y, tambin, que ninguno de los tres comparte, nimucho menos, las mismas posiciones tericas. Aun as, desempean una funcin esencial dentro delmovimiento que nos ocupa: garantizan la transmisin, y una suerte de continuidad, del pensamiento delRenacimiento, siendo utilizadas sus obras, al igual que los Ensayos de Montaigne (en los que Charron seinspira explcitamente, y de manera que, en muy diversas ocasiones, en pasajes enteros de su monumentalDe la Sagesse, se entrega a una suerte de intertextualidad un tanto escandalosa), como un autnticoreservorio de argumentos y tpicos de los que se apropian los libertinos. A este respecto, escribir GabrielNaud refirindose a sus propias fuentes: Sneca me ha resultado ms til que Aristteles, Plutarco msque Platn, Juvenal y Horacio ms que Homero y Virgilio; Montaigne y Charron, ms que todos los

    precedentes (Consideraciones polticas sobre los golpes de Estado, ed. esp. de Carlos Gmez Rodrguez, Madrid,Tecnos, 1998, 33-34). El nmero de reimpresiones de De la Sagessees casi incontable a lo largo del XVIIen Francia.

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    reactivar un corpus de autores, textos y topoi en funcin del cual pensar el mundo y al

    hombre al margen de toda dogmtica religiosa, eclesistica o poltica establecidas,

    construyendo as la historia intelectual de aquella cultura que se ha visto confinada a los

    mrgenes invisibles de la tradicin que efectivamente ha configurado el presenteo sea,la identidad de los individuos, de los sbditos o sujetos, tambin de las nacionesde la

    Europa del XVII. Todo ello significa, muy precisamente, y teniendo en las manos los

    textos que genera la escritura libertina5, la constitucin de un precioso arsenal de

    argumentos con los que desvelar la naturaleza profunda de las supersticiones, los mitos,

    las tradiciones y ceremonias absurdas en que segn ellos consiste toda religin

    histricamente establecida y, simultneamente, todo ordenamiento tico, poltico o

    jurdico teolgicamente legitimado. Lo cual equivale a combatirlas. Al menos en la teora.Lo que se est constituyendo con esta crtica, por tanto, es una identidad intelectual, tica

    y polticauna identidad, sin msnueva, inauditamonstruosa, por tanto. O al

    menos la posibilidad de construirla. Una identidad casi impensable en su presente pero

    cuyo porvenir, pasado un siglo desde el momento en que comienza a forjarse, ser largo.

    En efecto, en dicha crtica se hace carne un proyecto cuyo futuro ser tan largo

    como dificultoso: el consistente en hacer emerger una racionalidad que someta a su

    imperio todos los dominios del pensamiento, especialmente la teologa y la filosofa

    recibidas; una racionalidad que rechace toda regla exterior a la razn misma y todo

    principio de autoridad, proponiendo a la vezal menos entre los estrechos crculos

    libertinos; el matiz, como se ver ms abajo, es importanteuna libertad filosfica sin

    trabas de ningn tipo. Esta razn crtica, claro est, quedar como refractada con total

    espontaneidad sobre el campo de la tica y la moral; lo har configurndose como

    esfuerzo por construir una tica autnoma, desligada definitivamente de toda dogmtica

    filosfica y teolgica. La crtica de la supersticin y de la credulidad se prolongar explcita

    y naturalmente, por ejemplo, en la bsqueda de una moral independiente de los

    mandamientos transmitidos por Moiss, o ajena a la imitacin de Jesucristo, alcanzando

    de este modo a las races mismas de la representacin cristiana del mundo, del hombre y

    de Dios. De esta manera, la razn crtica libertina ser esfuerzo sostenido por analizar los

    5 Adems de la antologa citada en la nota 1, en castellano puede consultarse tambin la publicada en 2008,en Madrid, por Miraguano Editores. En francs, la antologa fundamental es la de Antoine ADAM, Leslibertins au XVIIe sicle, Pars, Buchet/Castel, 1974.

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    mecanismos y el sentido en funcin de los cuales el espacio conceptual de lo sagrado se

    ha presentado siempre, casi ineluctablemente, como principio de fundamentacin del

    campo de la filosofa, y, en consecuencia, como eje de todo ejercicio legitimador de la

    accin y de las formas de organizacin poltica de los hombres.

    Si esto es as, no cabe duda entonces de que esa reactivacin del poder crtico de la

    razn es eminentemente liberadora: liberadora de la pesada carga de los dogmas, de las

    ficciones, de la ignorancia. Pero sobre todo liberadora respecto del uso violento que de

    esa ignorancia, de la credulidad a ella asociada, se ha hecho a lo largo de prcticamente

    toda la historia por parte de las autoridades polticas y eclesisticas. Efectivamente, este

    primado de una razn materialista y escpticauna razn, pues, que cuestiona, quesopesa, que no es facultad de autoridad, sino de discernimiento y examen, conduce

    como de la mano a un relativismo o a una crtica que pondr en jaque a la amalgama

    teolgico-poltica del siglo desvelando su verdadera naturaleza oculta. Y lo har a travs

    de un anlisis absolutamente claro, riguroso y libre de la esencia de esa particular simbiosis

    que desde siempre se ha establecido entre los gestores de lo sagradolos administradores

    de sus smbolos y de la economa de sus mandatosy los poderes temporales. El

    libertinismo erudito del XVII diseccionar las relaciones entre teologa y polticala

    traslacin de los conceptos de la primera al ambito de la segunda para garantizar as sus

    fines, por emplear la clebre frmula de Carl Schmitt6, lo cual significa muy

    precisamente la puesta en cuestin, al menos en la teoray es importante insistir en que

    esto es as, al menos de momento, en la teora, de la concesin de todo privilegio a la

    historia sagrada y a los principios teolgicos del cristianismo, los cuales ciertamente ha

    constituido el cimiento sobre el que se han sustentado y se sustentan en la Europa del

    siglo prcticamente todos sus ordenamientos normativos, jurdicos y polticos. A nadie

    6 Del Carl SCHMITT de Teologa poltica(Madrid, Trotta, 2009, trad. esp. de Francisco Javier Conde y JorgeNavarro Prez). Gabriel Naud ser plenamente consciente de que lo que opera como verdadero resortede la aceptacin de la obediencia impuesta por la forma de la soberana es precisamente esta traslacin. Lodice muy explcitamente en el captulo 4 de sus Consideraciones polticas sobre los golpes de Estado. Una vez queha analizado las cinco maneras como los prncipes o sus ministros han sabido servirse de la religin y sucortejo de milagros, ficciones y mandatos (en una palabra, de su espectacularidad y su poderossimoinflujo sobre la imaginacin) para poder legislar con alguna garanta, escribe que estos cinco medios estnencaminados a lo esencial: [...] acomodar la religin a los asuntos de la poltica (op. cit., p. 194). Slo este

    acomodo garantiza la aceptacin de la legitimidad de la soberana por parte del pueblo. Naud, dicho seade paso, parece ir ms lejos que Carl Schmitt en su anlisis de la teologa poltica; al menos pareceentregarse sin melancola alguna a su entera desacralizacin...

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    extraar entonces que la crtica de la Providencia divina, de la concepcin

    antropomrfica de Dios y del antropocentrismotres de los grandes tpicos del

    libertinismo a travs de los cuales se desarrolla su crtica de la supersticin y de la

    credulidadse asocie inmediatamente con el anlisis de los mecanismos y de los resortesnecesariamente secretos de un ordenamiento poltico, el absolutista, que extrae su fuerza y

    su legitimidad de un uso de la religin que ya no puede ser considerado ms que como

    engaoso. Las conclusiones son demoledoras: las fbulas, las ficciones, la maleable

    simblica en que el libertino cree que consiste toda religinincluida la cristiana,

    indistinguible en su esencia de cualesquiera otras formas de supersticin, constituyen

    segn sus anlisis otros tantos instrumentos hbilmente forjados, utilizados y

    administrados por legisladores, profetas y sacerdotes para la conformacin del imaginarioy, en consecuencia, de las pasiones de los hombres. La naturaleza ltima de la religin no

    es otra, por tanto, que la de un instrumento construido por los legisladores, o, en

    cualquier caso, construido para ser puesto a su servicio. Nada ms que un mecanismo,

    aunque quizs el ms esencial por ser el ms eficaz de todos, de la configuracin de lo

    poltico.

    La tesis, por tanto, es difana en su generalidad. Y su carga crtica poco menos que

    explosiva: el prestigio y la fuerza de que gozan las religiones se debe exclusiva y

    esencialmente a resortes slo humanos. Si ninguna religin positiva encuentra su

    fundamento fuera de este mundo, ni al margen de las maniobras e intrigas en que consiste

    la poltica, tampoco lo obtendrn all, en unos valores trascendentes al mundo natural o al

    mundo social, las disposiciones ticas, jurdicas o normativas legitimadas tradicionalmente

    desde la teologa. tica y poltica carecen de todo fundamento sagrado; tica y poltica

    tienen su origen en la institucin de los legisladores; etica y poltica, en fin, se revelan tras

    los anlisis libertinos como puramente convencionales, humanas e instrumentales...

    Sin embargo, la cuestin es ciertamente compleja, pues, como decamos al

    principio, la crtica libertina no supone, sorprendentemente en apariencia, ningn impulso

    emancipatorio, al menos generalizado. La crtica de la estricta identificacin u homologa

    de teologa y poltica es aqu slo terica, no conlleva paso alguno hacia una intervencin

    prctica que apunte a forma alguna de subversin. Por qu? Lo cierto es que desde estemovimiento intelectual no se deja de pensar a la religin y su espectacular squito de

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    mandamientos, ritos, ceremonias, milagros, etc., como otros tantos engaos forjadosy

    forjados a sabiendaspara conformar el imaginario, las pasiones individuales, pero

    tambin las polticas y sociales del puebloesto es, la identidad tanto individual cuanto

    colectiva de los sbditos y las naciones. En ello reside su eficacia casi absoluta: en sucapacidad para homogeneizar imaginacin y pasiones, o sea, aquello que por s mismo, sin

    determinacin extrnseca y disciplinaria alguna, conduce directamente a la

    descomposicin social. Aquello, en definitiva, sin cuya unificacin resulta imposible la

    composicin, la unidad poltica. Parece que no hubiera alternativa posible: omnipresencia

    en la vida pblica de una religin positiva, o ausencia total de organizacin poltica.

    As pues, la paradoja parece clara. Por una parte, el esfuerzo libertino converge en

    sus lneas fundamentales, anticipndolo o preparndolo, con el proyecto ilustrado, o almenos con el de cierta Ilustracin: el de la ms radical7. Pues el anlisis de la gnesis y los

    mecanismos de las variedades de la sinrazn y de la credulidad, as como del uso

    eminentemente poltico que de ellas se hace, equivale a desvelar que el mundo teolgico

    de creencias, opiniones, dogmas y principios que determina las coordenadas del universo

    intelectual y prctico de la Europa del XVII est basado en la ilusin, en la

    inconsecuencia, en la obstinacin, y tambin en el fanatismo; en cualquier caso, en la

    fuerza y en la violenciasimblica pero constanteen que consiste la promocin de una

    disciplinala religin cristiana, sea catlica o protestanteque se sabe falsa y engaosa.

    El libertinismo erudito, de esta manera, constituye indudablemente una condicin

    indispensable para que se haga posible el advenimiento de cierto proyecto ilustrado: aquel

    cuyo programa general consiste en el rechazobien sea desde una posicin vagamente

    desta, o desde otra abiertamente atea y materialistade cualquier compromiso con el

    pasado, tratando as de enterrar definitivamente en ste las estructuras polticas y sociales

    existentes, rechazando toda forma de autoridad eclesistica, cualquier tipo de jerarqua

    social, concentracin de privilegios o toda forma de sacralizacin, de legitimacin

    teolgica del poder poltico y social8. Todo parece indicar, as pues, que la fuerza de la

    7 Cf. Jonathan ISRAEL, Radical Enlightenment. Philosophy and the Making of Modernity, 1650-1750, Oxford-Nueva York, Oxford University Press, 2001; Id., Enlightenment Contested. Philosophy, Modernity and theEmancipation of Man, 1670-1752, Oxford-Nueva York, Oxford University Press, 2006; Margaret C. JACOB,The Radical Enlightenment. Pantheists, Freemasons and Republicans, Londres, The Temple Publishers, 2003

    (1981).8 Proyecto ilustrado ste que define en sus lneas ms generales a la llamada Ilustracin radical a quehacamos alusin y que no es estrictamente coincidente, claro est, con el de la Ilustracin moderada (la

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    crtica aqu esbozada es la fuerza imparable de una voluntad de subversin de todo un

    mundo de sentido; todo parece sealar que la voladura de las estructuras intelectuales y

    polticas del absolutismodel Antiguo Rgimen en Franciaslo requiere de un

    pequeo paso, de un mnimo gesto que encienda la llama capaz de arrasar ese universoconstruido sobre unas ficcionessobre una violenciaya insostenibles tras los anlisis

    libertinos. stos, ms que preilustrados, presentan toda la apariencia de ser

    protoilustrados, pues ciertamente son la clave para que se haga posible abandonar una

    situacin de sumisin que coincide estrictamente con la permanenciaen este caso, con

    el confinamiento, voluntario o forzadoen una verdadera minora de edad de la razn

    filosfica, tica, teolgica y poltica. Un pequeo paso, un mnimo gesto, deca, que bien

    pudiera consistir en la movilizacin de la opinin pblica mediante la sencilla difusin deestos anlisis. Pero sin embargo...

    Sin embargo, para que se haga efectivo el advenimiento de esa Ilustracin

    materialista y radical que acabo de mencionar, para que la actitud crtica libertina sufra la

    mutacin que la transforme en actitud emancipatoria ilustrada, y en actitud radical, se hace

    del todo preciso, como deca al comienzo de estas pginas, una operacin de ruptura

    respecto de una actitud doble que tambin define esencialmente al libertinismo. Actitud

    que se deriva necesariamente de la percepcin que en el siglo XVIItras el largo perodo

    de las guerras de religin que han convertido a Europa en un inmenso campo de batalla,

    desolacin y muertese tiene de la necesidad y deseabilidad de la forma absoluta de la

    soberana9. Doble actitud a la que aludo, que imposibilita que el libertinismo pueda ser

    considerado por s mismo como un movimiento emancipatorio no ya en la teoradonde

    parece muy claro que s lo es, sino tambin, eminentemente, en la prctica.

    A lo que me refiero es a la doble conviccin que imposibilita que los anlisis hasta

    aqu esbozados puedan atravesar el umbral que separa a lo privado de lo pblico. Pues la

    representada por Diderot, Rousseau, Voltaire, Newton, etc.), la cual, segn J. Israel, habra aspirado apreservar de alguna manera ciertos elementos, considerados esenciales, de las estructuras antiguas. Cf.Radical Enlightenment, op. cit. 11.9 Sobre la manera de concebir el absolutismo en el XVII, manera del todo desvinculada de la cargapeyorativa que el trmino adquiere en la escritura de quienes no pertenecen a la pocacarga peyorativaque comienza a convertirse en tpica desde el siglo XVIII hasta nuestros das, cf., entre otros, R.

    KOSELLECK, Crtica y crisis. Un estudio sobre la patognesis del mundo burgus(trad. esp. de Rafael de la Vega yJorge Prez de Tudela), Madrid, Trotta, 2007, y S. TOULMIN, Cosmopolis. The Hidden Agenda of Modernity,Chicago, The University of Chicago Press, 1992 (1990).

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    Sbditos o ciudadanos? De la crtica libertina al programa ilustrado

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    escritura libertina nace con la vocacin de no ser difundida, de hurtarse a la educacin

    generalizada de ese pueblo que padece en sus carnes los engaosos poderes de la ficcin y

    las pasiones y cuyo imaginario es conformado en consonancia con su mantenimiento

    estricto en la ilusin, el engao y la ignorancia. A lo que me refiero, en fin, es a esa dobleconviccin que hace de todos estos anlisis algo rigurosamente ajeno a cualquier voluntad

    emancipatoria universal, pues dicha conviccin doble impide que sea siquiera pensable la

    posibilidad misma de construir cualquier tipo autonoma intelectual, tica y poltica ms o

    menos generalizada, no slo en la teora, sino tambin, y de manera especial, en la

    prctica.

    Debemos subrayar en primer lugar que el libertinismo constituye un verdaderoesfuerzo crtico de desacralizacin de la filosofa, la tica y la poltica en una poca en la

    que ni lo poltico ni lo religiosoen perfecta simbiosis para mantener estable una

    organizacin de la vida social que evite la confrontacin que ha hecho de Europa un

    autntico erial de ruinas durante buena parte de los siglos XVI y XVIIpueden soportar

    un ataque de tan amplio alcance. O, dicho de otra manera, en una poca en que poltica y

    religin estn saldando sus cuentas haciendo prcticamente inviable la publicidad de todo

    discurso crtico. La actitud libertina hacia la difusin de las ideas que se estn encarnando

    en su escritura no puede sino ser extremadamente recelosa.

    El lmite prctico que acota en primera instancia al anlisis viene impuesto, es

    evidente, por la necesidad de la prudencia, actitud absolutamente necesaria dentro de un

    mundo cuya fuerza y sentido han sido configurados de manera que la expresin abierta de

    determinadas ideas conlleva un riesgo muy elevado de persecucin, de prisin, de tortura

    y de muerte. Riesgo del que el libertino es plenamente consciente y que, en general, pesa

    demasiado sobre la voluntad de difundir unos anlisis que chocan de frente contra un

    poder poltico que encuentra en el cristianismo su legitimacin y el fundamento de la

    aceptacin de su autoridad. El libertino se ve forzado a inscribirse plenamente en el

    mundo barroco de la disimulacin y la simulacin10, convirtindose en verdadero agente

    de un trabajo intelectual y cultural inaudito cuyos cauces de difusin han de ser, de

    10 Sobre este asunto, es fundamental el trabajo de J.-P. CAVAILL, Dis/simulations. Jules-Csar Vanini,Franois La Mothe Le Vayer, Gabriel Naud, Louis Machon et Torquato Acetto. Religion, morale et politique au XVIIesicle, Pars, Honor Champion, 2002.

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    necesidad, totalmente subterrneos y clandestinos. Tambin, en consecuencia, muy

    minoritarios. Ahora bien, su aceptacin de las reglas que imperan en dicho mundo de la

    simulacin y la disimulacin no slo obedece a las circunstancias histricas del siglo, sino

    que l mismo las legitima por conviccin propia. Por una conviccin que podemos llamarinterna y que define el corazn de la paradoja de la que hemos partido.

    Esta concepcin que llamamos interna es la necesaria consecuencia, como

    apuntbamos ms arriba, de la concepcin libertina del vulgo, plebe, turba o

    estpida multitud, como se acostumbra a decir desde este movimiento11. Concepcin

    stay es importante sealarlo para deshacer todo equvoco que pudiera salirnos al

    pasoque nada tiene que ver con un elitismo de tipo econmico, social o genealgico,

    sino que obedece muy estrictamente a criterios epistemolgicos: es slo la excelenciaintelectual y moral lo que da forma a la lite o minora frente a la que se define la

    plebe12. Pues bien, lo que nos importa ahora es sealar que semejante concepcin es lo

    11 Franois Garasse, padre jesuita, temible y temido apologista de la religin cristiana catlica, azotedespiadado de los libertinos franceses de la primera mitad del XVII, define a stos con una maestra yconocimiento slo posibles en quien ha hecho de su propia vida persecucin, vigilancia y denuncia de todadesviacin de la ortodoxia. En el momento de desvelar las mximas que los definen, ofrece en primerlugar, utilizando al comienzo un muy retrico estilo directo, las siguientes: I. Hay muy pocos espritus

    refinados [o sea, libertinos] en el mundo, y los estpidos, es decir, el comn de los hombres, no soncapaces de nuestra doctrina. Y, por tanto, no hay que hablar de ella libremente, sino que es preciso hacerloen secreto, y entre los espritus de confianza y cabalistas. II Los espritus refinados no creen en Dios msque por comodidad y mxima de estado. III. Un espritu refinado es libre en su creencia, y no se dejacautivar fcilmente en la creencia comn, llena de los pequeos frragos que son propuestos al simplepopulacho... VIII. Es verdad que para vivir feliz es preciso apagar y ahogar todos los escrpulos. Pero, noobstante, se debe no parecer impo y abandonado, por miedo a escandalizar a los simples, o a privarse deltrato de los espritus supersticiosos (enAntologa de textos libertinos franceses del siglo XVII, op. cit. 42-43).12 No cabe ninguna duda de que no se trata de un concepto econmico o sociolgico en sentido estricto, oen el sentido en que hoy nos sugiere su antnimo lite. Vulgo o plebe no son categoras que remitana una clase social, a un estrato econmico de la sociedad o a las capas de poblacin excluidas de los linajesnobles o aristocrticos que dirigen la vida pblica en sentido amplio. El concepto se construye desde un

    rasero estrictamente intelectual y moral; cualquiera puede pertenecer al vulgo y, paralelamente,cualquiera puede formar parte de la lite intelectual: slo los mritos propios deciden de la pertenencia ono a ella. De hecho, vulgo y mayora son conceptos casi indistinguibles, pues la mayora lo esprecisamente por ser ajena a aquello que supone el abandono de la vulgaridad: el conocimiento racional,el dominio de las pasiones, la contencin y freno de la imaginacin en beneficio de la ejercitacin delentendimiento, etc. Volvamos a las Consideraciones polticas sobre los golpes de Estado para determinar qu seentiende exactamente por vulgo o plebe desde el libertinismo erudito. En primer lugar, sta es descritaaqu en un texto largo y muy bello, aunque realmente crudo: [...] la plebe es inferior a las bestias, peor quelas bestias y cien veces ms necia que las mismas bestias, porque las bestias estn privadas de razn y sedejan llevar por el instinto que la naturaleza les da como regla de vida, de las acciones, pasiones y formasde actuacin, de las cuales jams se apartan, sino cuando la maldad humana las constrie a hacerlo.Mientras la plebe (entiendo por esta palabra la turbamulta, la escoria popular, la gente que por uno u otro

    motivo resulte ser de baja estofa, servil y de condicin baja), estando dotada de razn, abusa de ella de milmaneras y pasa a ser, as, teatro ante el que representan sus ms exaltadas y sanguinarias tragedias losoradores, predicadores, falsos profetas, impostores, pcaros de la poltica, revoltosos, sediciosos,

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    que determina que el libertinismo, aun siendo revolucionario en la teora, sea, sin

    embargo, extremadamente conservador en la prctica, tanto por realismo poltico, como

    acabamos de sealar, cuanto por una conviccin propia, no impuesta ni forzada, que

    depende de su concepcin de la naturaleza del pueblo; concepcin irrenunciable en lamedida misma en que es irrenunciable para el libertino la forma absoluta de la soberana.

    Si es cierto que el anlisis de la supuesta naturalidad de la simbiosis entre poder

    poltico y poder eclesistico puede conduciry de hecho conducir al cabo de un siglo

    a una crtica demoledora, tambin lo es, no obstante, que dicho anlisis se lleva a cabo

    desde la profunda conviccin de que los efectos que esa simbiosis produce sobre el

    comn de los hombres, sobre las instituciones y sobre la estructura del cuerpo poltico,

    son altamente beneficiosos: es, de hecho, lo nico que puede garantizar la buena salud deltejido social. El valor positivo que presentan las creencias religiosas, sus ceremonias,

    amenazas y promesas, su poder configurador del imaginario y de las pasiones del vulgo,

    est en su capacidad para generar, garantizar y asegurar la continuidad de la paz civil, de la

    cohesin de una multitud que el libertino consideray esto es lo esencialcomo

    sometida naturalmente a la imaginacin y, por tanto, a la ignorancia y las pasiones. Esto

    es, a aquello que sin freno externo de ningn tipo genera de forma necesaria la discordia y

    la descomposicin sociales. El valor positivo de la amalgama teolgico-poltica queda as

    cifrado en que la religin es percibida como el nico instrumento capaz de garantizar la

    gobernabilidad de un pueblo pensado tan slo como plebe. El valor enteramente positivo

    del cortejo de fbulas, ficciones y smbolos en que consiste toda religin est, as pues, en

    su perfecta eficacia para conducir mansamente al vulgo a la sumisin, para generar su

    voluntaria aceptacin de la obediencia, para llevarlo dcilmente al cumplimiento de sus

    deberes de sbdito, esto es, de miembro o componente de un cuerpo social cuya

    estabilidad se ha mostrado recientementedurante el XVI; la memoria del siglo an est

    despechados, supersticiosos, ambiciosos, y, en una palabra, todos aquellos que vienen con un nuevoproyecto. La plebe es comparable con un mar sujeto a toda clase de vientos y tempestades; al camalenque puede vestirse con cualquier color, excepto el blanco; o a la sentina o cloaca en la que desemboca todala inmundicia de la casa (op. cit., cap. IV, 171-172). Este pasaje debe ponerse inmediatamente en relacincon este otro, perteneciente al captulo de la misma obra en el que se seala claramente que nadie debe serexcluido en principio, por razones de ndole ajena a la excelencia moral e intelectual, de las ms altasfunciones de la vida pblica: [...] prudencia y sabidura no hacen distingos entre las personas, pues igual

    encuentran habitacin en el tonel de Digenes, en las escuelas, bajo la sotana, bajo unos rados harapos,que entre las delicias y suntuosidades de un palacio; tan cierto es, que se dice: nescio quomodo factum est, utsemper bonae mentis soror sit pauperitas (op. cit., cap. V, 218-219).

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    INGENIUM,N5, enero-junio, 2011, 215-232, ISSN: 1989-3663228

    muy frescacomo extremadamente delicada, en particular en Francia. El valor de la

    religin, tan criticada en la teora, est para el libertino en la necesidad de su probada

    eficacia poltica. Y su verdadera legitimidad, consecuentemente, en su capacidad para

    establecer, mantener y asegurar hasta donde es posible la paz civil, para contener laspasiones del comn de los hombres, de la turba o plebe, tan peligrosa e inestable

    como la dinamita y la plvora que todava flota en la atmsfera del momento. El valor

    enteramente positivo de la religin, del cristianismo, por tanto, no est donde

    comnmente se piensa que reside; de la destruccin terica de esta ilusin ya se han

    encargado los libertinos con sus anlisis. Pero ello no significa en absoluto que carezca

    enteramente de valor. ste queda cifrado en que posibilita la forja de un fundamento

    absolutoficticio aunque necesario dada la naturaleza del vulgo o plebea las leyes ya la soberana, promoviendo con ello, simultneamente, una aceptacin, es decir, una

    sumisin, igualmente absoluta. Pues la religin constituye por su propia formacomo

    funcin de su objetivacin del bien y del mal, de su amenaza con castigos ultraterrenos, de

    su promesa de recompensas, de sus genealogas regias, etc.un freno para las pasiones de

    ese vulgo sin cuya contencin se hace imposible la constitucin de un cuerpo poltico

    unitario. Su verdadero valor, por tanto, est en que constituye el nico medio eficaz para

    la produccin y la reproduccin de la sumisin requerida para conformar la unidad de un

    cuerpo social estable. No otra es la paradoja libertina: aun habiendo denunciado toda

    religin como invencin de hombres hbiles y astutoslos legisladores, indistinguibles de

    determinados profetas, por ejemplo Moiss, cuyos verdaderos objetivos y funciones

    quedan as claramente al descubierto13que han explotado la credulidad y la ignorancia

    naturales del pueblo, su valor positivo queda fijado en el hecho comprobado, segn el

    libertino, de que slo a su travs se hace posible imponer y legitimar ante este vulgo, y

    aun en nombre de una divinidad y unos principios en los que ni los legisladores ni los

    profetas mismos han credo, un orden poltico y social digno de su nombre. Tal es el

    nico modo posible de asentar un cdigo de valores morales y de normas jurdicas

    positivas, y, lo que es quizs ms importante, de garantizar su cumplimiento y aceptacin

    13 La idea vuelve a ponerla en circulacin Maquiavelo (El prncipe, 6), quien retoma de Tito Livio, Ovidio,Plutarco, Cicern, etc., el tema de la impostura teolgico-poltica, desarrollado en la Antigedad a

    propsito sobre todo de Numa Pompilio, primer rey de Roma. Ser intil insistir en que el asunto apareceen prcticamente todos los textos libertinos del XVII, convirtindose en un tpico casi de tratamientoobligado.

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    por parte de una multitud pensada como incapaz esencialmente, por su propia naturaleza,

    de comprender racionalmente su necesidad. El nicoo, en todo caso, el mejormodo

    de legitimar aquel cdigo y aquellas normas, es decir, la nica forma de invisibilizar esa

    violencia fundante y constitutiva de unidad de manera que sea voluntariamente aceptada,es el consistente en alimentar la credulidad y la ignorancia que definen la esencia de la

    plebe. O sea, el consistente en promocionar lo falso como si realmente fuese

    manifestacin de la verdad.

    Se puede decir lo mismo de un modo que tal vez resulte ms esclarecedor: la

    rebelin de un pueblo que es considerado como naturalmente ignoranterebelin a la

    que seguramente conducira la difusin de los anlisis esbozados, no podra dejar de

    generar efectos enteramente negativos a los ojos del libertino. Pues ste considera que larevuelta de un vulgo que se gua solamente al azar de sus pasiones y de su imaginacin;

    que es por su propia esencia incapaz de alcanzar y asimilar la verdad; que conforma una

    suerte de rebao del todo extranjero a la posibilidad de vivir por s mismo segn los

    dictmenes de una razn que por consiguiente le es extraa y ajena; que, dicho

    brevemente, est por naturaleza impedido para todo grado de autonoma intelectual y, por

    tanto, tica y poltica; la revuelta de un pueblo as concebido, deca, nicamente puede

    engendrar un mal irremediable sin poder provocar una transformacin poltica positiva.

    As pues, la moral y las polticas que deben guiar y conformar a la plebe slo pueden

    basarse enteramente en la esperanza y el miedo, en la promesa de recompensas y en la

    amenaza con castigos, en la sancin teolgica de los mandatos, en la gestin y

    configuracin estricta, casi milimtrica, de su imaginacin y sus pasiones. Es decir, en el

    conjunto de ficciones y engaos impunemente revestido de sacralidad que segn el

    libertino componen los elementos esenciales de toda religin histricamente establecida.

    Slo aquella poltica teolgica puesta al descubierto puede salvar el presente; su bondad,

    su legitimidad y su eficacia para configurar y domear a un vulgo de otro modo

    indomeable, son rigurosamente indistinguibles. Y de ah que desde esta escritura se

    conceda al secreto y la no difusin generalizada de las ideas una importancia ms que

    extrema. stas slo pueden ser compartidas dentro del estrecho crculo de los libertinos, y

    tambinpara as potenciar al mximo su utilidad asegurando la produccin y la

    reproduccin de la soberana y la obedienciapor el monarca y las lites dirigentes, aquienes se supone igualmente excluidos del infernal crculo de ignorancia y brutalidad que

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    define a la plebe haciendo de ella algo esencialmente amenazador y peligroso.Sin duda,

    los libertinos eruditos tienen plena conciencia de que los hombres de la Edad de Oro que

    cant Ovidioy cuya descripcin nos hemos apropiado nosotros como exergo para estas

    pginaspertenecen exclusivamente al mbito de la ficcin. La historia y la poltica, elduro presente del siglo XVII, son, respecto de aquella Edad y aquel espacio, un mundo

    ciertamente extrao. En el que se ofrece a la mirada del libertino como realmente

    existente no es la racionalidad, sino los castigos y los miedos, los amenazadores

    edictos, lo que determina la conducta del comn de los hombres, la conducta de la

    turba que mira con temor suplicante la fisonoma del juez14.

    Todo lo anterior da cuenta del sentido en que la posicin libertina se proyecta deun modo en extremo reservado y elitista en la prctica. O sea, explica las razones

    tericas, aunque estrechamente dependientes de razones histricas o materialesque

    avalan que no haya desembocado de inmediato en una actitud prctica combativa y

    plenamente coherente con los principios que se desgajan de sus anlisis definiendo su

    posicin terica propia. Pues lo que funda su actitud retrada respecto de toda

    intervencin pblica es su propio reconocimiento de que la difusin de sus ideas slo

    podra convocar al fantasma que recorre y agita el siglo: el de la amenaza de

    descomposicin social y nacional que ha atravesado el siglo anterior. La paradoja que

    sealamos se convierte as en espejo del laberinto que la historia ha hecho del siglo del

    absolutismo: se denuncia la insolvencia terica de la sacralizacin del poder poltico y

    eclesistico, la falsedad de su legitimacino, mejor, la necesidad de mantener oculta la

    legitimidad real de dicho poder: la demostrada eficacia de su fuerza, de su violencia, para

    generar y regenerar la unidad y la obediencia, pero reconociendo a continuacin que la

    construccin de un nuevo escenario poltico y social slo puede equivaler a un retorno a

    los no muy lejanos tiempos de las batallas y las ruinas. La difusin y publicidad de las

    ideas, por tanto, no puede considerarse posible. Sobre todo porque no es deseable. No es

    posible ni deseable el desengao, la educacin del pueblo, a pesar de que se est en

    posesin de una de las claves tericas que conducira a ella. Quizs de la ms fundamental.

    En cualquier caso, lo que parece claro es que el solo abandono de esta actitud

    precipitar el advenimiento de esa generalizada revolucin terica, pero tambin social y14 Estos entrecomillados pertenecen a la cita de Ovidio que encabeza el presente trabajo.

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    poltica, que tanto se ha temido y que dar un rostro propio al siglo de las Luces15.

    Revolucin que har que entre definitivamente en su fase de descomposicin ese universo

    axiolgico, poltico y religioso de la civilizacin europea del XVII que los libertinos han

    diseccionado en la teora, llegando a unos lmites hasta entonces insospechados, con suerudicin y su escritura subterrnea, blindada para ser difundida tan slo entre una

    minscula y erudita minora. Para que esa difusin se haga extensible a la mayora, a la

    plebe, ser del todo necesario pensar a sta de otro modo. Y para que, a su vez, sea

    posible este cambio de consideracin, ser indispensable dejar de pensar la forma absoluta

    de la soberana como una solucin necesaria, como algo absolutamente deseable frente al

    retroceso a la barbarie de las guerras civiles de religin que supuestamente supondra su

    ausencia. Habr que pensarla, por el contrario, como problema. Dicho a la inversa,concebir al soberano como figura prescindible, pensar la soberana absoluta como figura

    en que se encarna la tirana y la opresin, ser la condicin indispensable para poder

    pensar a su sombra, el pueblo, los sbditos, no como plebe o turba, sino como

    ciudadana. Pues la igualacin e indistincin de esa estpida multitud en la ignorancia, su

    perpetuo confinamiento en ella, redimensionan prcticamente hasta el infinito la figura del

    monarcay tambin la de su hermano gemelo: el sacerdoteblindando simultneamente

    y casi de un modo indestructible la sumisin y la obediencia de esa plebe. Pensar a sta

    de otra manera no significar sino pensarla como capaz de recibir y de aceptar una

    verdadera educacin tica y poltica; como capaz de recibir y aceptar, por ejemplo, las

    ideas que se reserva el libertino; como capaz de abandonar por s misma la minora de

    edad en que ha sido mantenida. Es decir, pensarla como no ha podido ser concebida

    desde el libertinismo.

    Sea como fuere, lo que tambin parece claro es que en la primera mitad del XVII

    las condiciones materiales para ello no estaban an lo suficientemente maduras. La

    mutacin gentica que transforme al libertino en ilustrado radical deber esperar a que

    llegue su momento. La espera no ser larga. En menos de un siglo brotar una suerte de

    entusiasmo revolucionario que llevar a los hombres a pensar que es posible instaurar

    15 De hecho, como no poda ser de otra manera, las ideas libertinas sern ampliamente utilizadas yreelaboradas en los escritos que realmente llamarn a esa revolucin terico-prctica inconcebible paraNaud, La Mothe Le Vayer, Charron o Saint-vremond. Me refiero a la autntica avalancha de panfletos

    annimos y clandestinos que inunda los comienzos del siglo XVIII, o a los textos, modlicamente ateos ymaterialistas o escpticos, de preilustrados tan eminentes, y radicales como el cura Meslier o el barnDHolbach.

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    Pedro Lomba Fal cn

    unos tiempos en los que lo realmente existente ser una vida generalizada guiada

    nicamente por los mandatos de la razn; unos tiempos en cierto modo similares a los

    cantados por Ovidio. Sin embargo, y lejos de la autosatisfaccin que supone reconocer

    unos tiempos y un proyecto con los que poder identificarnos, tal vez debamospreguntarnos si aquel entusiasmo ha cerrado verdadera y definitivamente las puertas de

    aquel mundo que tan extrao era para los hombres de la Edad de Oro. O si, por el

    contrario, las Edades de Oro y sus representaciones, todas ellas, no son sino un canto de

    sirena, una pantalla amable tras la que siempre acecha la barbarie.