Paramio Ludolfio Giro a La Izquierda y Regreso Del Populismo

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    Ludolfo Paramio: profesor de Investigacin en la Unidad de Polticas Comparadas del Consejo

    Superior de Investigaciones Cientficas (CSIC), Madrid. Compilador, junto con Marisa Revilla, dellibro Una nueva agenda de reformas polticas en Amrica Latina (Fundacin Carolina / Siglo XXI,Madrid, 2006).Palabras clave: poltica, populismo, izquierda democrtica, Hugo Chvez, Venezuela.

    Giro a la

    izquierda yregresodel populismo

    Ludolfo Paramio

    El clima ideolgico en AmricaLatina ha cambiado. En algunos

    pases donde existan partidosprogresistas arraigados, esto haposibilitado la llegada algobierno de fuerzas de izquierdademocrtica. En otros, estecambio ha tomado la forma depopulismo. La Venezuelade Hugo Chvez es el caso ms

    notable del regreso del populismoen su forma tradicionalredistribuidora. El artculoargumenta que, con una visinexagerada de su protagonismoregional y apoyado en las rentasdel gas y del petrleo, Chvezcorre el riesgo de convertirseen un elemento desestabilizadorque proyecte la polarizacinde la sociedad venezolana alresto de Amrica Latina.

    El Consenso de Washington hace agua

    A partir de 1998, bajo el impacto de dos choques externos la crisis asitica yla bancarrota rusa el dinamismo que haba caracterizado a las economas de

    Amrica Latina en los primeros aos de la dcada del 90 con la excepcin delas consecuencias del efecto tequila en Mxico, Argentina y Uruguay en1995 dio paso a un cierto estancamiento. Aunque en 2000 la regin alcanz3,8% de crecimiento y recuper el resultado de 1996, la tnica general en elcambio de siglo fue la de un lustro perdido, en expresin del entonces se-cretario ejecutivo de la Comisin Econmica para Amrica Latina (Cepal), Jo-s Antonio Ocampo.

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    La gravedad de la crisis de la deuda haba extendido a finales de los 80 ladcada perdida la idea de que era imprescindible cambiar el modelo eco-

    nmico, en la medida en que el anterior, el modelo proteccionista centrado enla intervencin y el gasto pblico, no solo haba dejado de funcionar, sino quepareca crecientemente inviable. Por ello, el giro radical que suponan las refor-mas estructurales fue ganando aceptacin, respaldado por la fuerza de los he-chos. Y hasta 1997 el crecimiento haba generado cierto optimismo sobre el re-sultado de esas reformas, codificadas en el llamado Consenso de Washington.

    Pero el nuevo estancamiento de la economa hizo que el optimismo se disipa-ra. Los costos sociales de la crisis de la deuda y de las reformas posteriores,

    que la continuidad del crecimiento econmico debera haber restaado, no so-lo se hicieron ms patentes, sino que se agravaron. Tras la disminucin de lapobreza y la indigencia que se haba producido entre 1990 y 1997, en 2002 am-bos indicadores volvieron a crecer hasta 44% y 19,4%, respectivamente. Deesa manera se extendi la percepcin de que el Consenso de Washington noera capaz de cumplir sus promesas.

    La elite poltica y econmica comenz a discutir la necesidad de una segun-da generacin de reformas, y a finales de 1999 una conferencia organizadapor el Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre el tema plante, como erainevitable, la vulnerabilidad del nuevo modelo a los choques financierosexternos, origen de los nuevos problemas de la regin. Adems, se redescubrila importancia de las instituciones como marco imprescindible para el buenfuncionamiento de los mercados. Por esta va regres a la agenda poltica elpapel del Estado en la sociedad y la economa, y se hizo evidente que en Am-rica Latina haba existido una desmesurada presencia del Estado y, a la vez, unescandaloso dficit de Estado.

    La crisis econmica y poltica en Argentina, en diciembre de 2001, marc pro-bablemente el fin del Consenso de Washington. El FMI haba presentado du-rante demasiado tiempo a este pas como el mejor ejemplo del nuevo mode-lo econmico, y la convertibilidad arrastr en su colapso la credibilidad deesta institucin y de los organismos multilaterales. Lo que no deja de ser pa-radjico, si se tiene en cuenta que la convertibilidad no formaba parte deldeclogo de Washington, y que muchos de los que defendan las reformas ha-ban sealado sus graves riesgos al menos desde 1996.

    La victoria de Luiz Incio Lula da Silva en las elecciones presidenciales de2002 fue otro momento decisivo en el giro de la regin hacia posiciones

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    hostiles a las ideas neoliberales. Hay una nueva paradoja en ello, pues la po-ltica econmica brasilea ha mantenido un control plenamente ortodoxo de

    la estabilidad monetaria, en clara contradiccin con las crticas que el Partidode los Trabajadores (PT), desde la oposicin, haba formulado contra la ges-tin de Fernando Henrique Cardoso. Pero simblicamente la eleccin de Lu-la, como la derrota de Carlos Menem frente a Nstor Kirchner en Argentinaen 2003, fue la seal del cambio de clima poltico e ideolgico en la regin.

    Se ha acuado as, desde entonces, la idea de un giro a la izquierda en Amri-ca Latina. Y, ms all de la valoracin que se pueda hacer de los diferentes l-deres y de sus programas, parece evidente que el triunfo de Tabar Vzquez

    en Uruguay, en 2004, de Evo Morales en Bolivia, en 2005, y los de Michelle Ba-chelet en Chile y Alan Garca en Per, en 2006, configuran una tendencia re-gional y no pueden considerarse simples coincidencias, aunque a la vez exis-tan excepciones a esa tendencia tan notables como la reeleccin de lvaroUribe en Colombia.

    Sin embargo, dentro de los gobiernos que podemos considerar de izquierdaexiste una llamativa divergencia en el discurso poltico, en la postura respecto

    al proceso de globalizacin y en la interpreta-cin de las instituciones democrticas y sus re-glas de juego. La nica coincidencia explcitaes el hincapi en la poltica social y en la bs-queda de un modelo econmico que no soloproduzca crecimiento, sino tambin resulta-dos sociales: creacin de empleo, mejora de laeducacin y la salud, reduccin de la pobreza

    y la indigencia. El giro a la izquierda est, por lo tanto, muy lejos de configurar

    hoy un modelo econmico alternativo al Consenso de Washington.

    Existe sin embargo otra coincidencia, ms notable en un momento en que losgobiernos de Venezuela, Argentina y Bolivia son calificados con bastante fre-cuencia de populistas. Aunque el gobierno de Morales est an en sus co-mienzos, tanto el de Chvez como el de Kirchner han demostrado ya unamarcada preocupacin por la estabilidad monetaria, que no permite encasi-llarlos en lo que Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards llamaron populis-mo macroeconmico1. Uno de los principios fundamentales del Consenso de

    1. V. Trimestre Econmico No 225, 1990, pp. 121-162 y Macroeconomic Populism en Journal ofDevelopment Economics No 32, 1990, pp. 247-277.

    El giro a laizquierda est muylejos de configurar

    hoy un modeloeconmico alternativo

    al Consenso deWashington

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    Washington, la estabilidad macroeconmica y monetaria, parece haberse in-corporado al sentido comn y a la prctica de los gobiernos que ms critican

    el neoliberalismo de los aos 90.

    De qu hablamos cuando hablamos de populismo?

    Si no estamos de nuevo ante un populismo econmico caracterizado por lairresponsabilidad fiscal, de qu hablamos cuando hablamos de populismo?Hay un primer sentido en el que se podra hablar de discurso populista. Es-te discurso denuncia a la elite poltica anterior y al conjunto de los partidospolticos tradicionales como traidores a los intereses populares, para presen-

    tar a los nuevos gobernantes como verdaderos representantes de esos intere-ses. Y por ello pide el mximo respaldo social para evitar que la oposicin blo-quee la accin del gobierno desde las instituciones democrticas.

    Parece evidente que Chvez y Morales comparten ese discurso, y que Kirch-ner no tuvo ms que navegar en la corriente desatada por la crisis poltica definales de 2001 y la consigna que se vayan todos. Pero tambin es obvio queese discurso tiene antecedentes muy prximos en los estilos de liderazgo deMenem y Alberto Fujimori. El nuevo discurso populista no sera ms que unaedicin actualizada de lo que Guillermo ODonnell llam democracia dele-gativa. En nombre de los intereses populares, el gobernante reclama poderesexcepcionales y trata de escapar al control de las viejas instituciones.

    Hay, sin embargo, una diferencia sustancial. El populismo de Menem y Fuji-mori trataba de realizar una agenda econmica neoliberal, combinndola conpolticas sociales clientelares para obtener a la vez el apoyo del empresariado,las clases medias y las clases populares. El nuevo populismo que preocupa

    a los observadores no comparte esa agenda neoliberal, aunque mantenga elprincipio de responsabilidad fiscal. Por el contrario, hace gala de un agresivonacionalismo y de un estilo confrontacional con los inversores extranjeros,sean empresarios o simples ahorristas. Curiosamente, solo Chvez, cuyotriunfo electoral en 1998 puede considerarse el origen del nuevo populismo,ha centrado su estilo confrontacional en los empresarios nacionales.

    Parece lgico pensar, en este sentido, que lo que ha cambiado en los ltimosaos es el clima ideolgico, por decirlo de alguna manera. El Consenso de

    Washington ha perdido gran parte de su credibilidad y se ha producido unareaccin en contra de las ideas que lo respaldaban, de lo que podramos lla-mar el paradigma neoliberal. Este cambio de clima ha favorecido a los

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    candidatos de izquierda como Lula, Tabar o Bachelet en aquellos lugaresen los que estas opciones existan y tenan credibilidad como alternativas de

    gobierno.

    En cambio, en los pases donde, debido a las caractersticas del sistema departidos o a circunstancias especficas, estas condiciones no se daban, o bienel giro a la izquierda no se ha producido o ha tomado la forma atpica al me-nos desde el punto de vista europeo de lo que llamamos populismo. Un po-pulismo que en algunos aspectos se distancia del original, del populismohistrico de los aos 30 y 40 del siglo pasado, pero que en otros se le aseme-ja, en buena medida porque responde a problemas relativamente similares.

    En efecto, la clave de las experiencias de Juan Pern y Getulio Vargas en aque-llos aos era la crisis del sistema de representacin y la existencia de ampliosgrupos sociales que se sentan excluidos econmicamente y no encontrabanuna va para que sus necesidades fueran atendidas por los gobiernos. Esasdos condiciones se han vuelto a dar a comienzos del nuevo siglo en algunospases, y no es demasiado sorprendente, por tanto, que se haya repetido laemergencia de liderazgos populistas.

    Es fcil comprender que el crecimiento de la pobreza y la frustracin ante elincumplimiento de las promesas de reformas estructurales han hecho queamplios sectores no solo populares, sino tambin de la clase media, se sientanmaltratados y excluidos ante un mercado que consideran adverso, y que nosepan cmo hacer or su voz. Esto es lo ms importante: en muchos pases lossistemas de partidos establecidos no han generado ofertas polticas creblesque permitieran a estos sectores sentirse representados. Y, a consecuencia deello, ha ido creciendo el escepticismo hacia las instituciones polticas en su

    conjunto.

    Esta ausencia de alternativas se explica en gran parte por el cambio de reglassociales y econmicas que conllevaron las reformas estructurales. Los parti-dos con capacidad de gobierno debieron interiorizar las nuevas reglas, y conello perdieron capacidad para hacer frente a las demandas sociales provoca-das por el estancamiento de finales de los aos 90. La adaptacin al nuevojuego y a la lgica de una economa liberalizada fue en bastantes casos trau-mtica, y no siempre fue acompaada por un cambio profundo de los grupos

    dirigentes. Era improbable que estos mismos partidos, pocos aos despus desu conversin al discurso del liberalismo econmico, fueran capaces de asu-mir la crisis del paradigma liberal a ojos de la opinin pblica.

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    Nueva Sociedad / Mara Delia Lozupone 2006

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    Sin embargo, esta crisis era perfectamente observable en las encuestas. Desde1998, Latinobarmetro reflej un descenso de la confianza en las instituciones

    democrticas que a todos llam la atencin, paralelamente a una cada de lavisin positiva de las privatizaciones y de la confianza en el mercado. Era evi-dente que los ciudadanos esperaban algo ms de los gobernantes que la rei-teracin del discurso econmico liberal que haba legitimado las reformas.

    Buscaban, tambin, proteccin social pblicafrente a un mercado en el que no encontra-ban oportunidades ni seguridad.

    El triunfo de Chvez en 1998 fue fruto de es-

    te clima y del desfondamiento de los parti-dos tradicionales tras la crisis de AccinDemocrtica y la nueva frustracin ante elgobierno de Rafael Caldera. Pero la apari-cin de liderazgos populistas no exige nece-sariamente un colapso previo del sistema de

    partidos. La condicin fundamental es la existencia de una crisis de represen-tacin en el sentido apuntado antes: que una parte importante de la sociedadsienta que ninguno de los partidos existentes representa sus intereses.

    Es obvio, por otra parte, que la consolidacin de un liderazgo populista con-tribuye a profundizar la crisis de los partidos preexistentes, ya que su discur-so fomenta el descrdito de stos, y a menudo sus polticas estn dirigidas asocavar los mecanismos de funcionamiento de la representacin, erosionan-do sus bases sociales y recortando su papel en las instituciones. En ltimotrmino, el ataque a la supuesta oligarqua poltica conduce casi inevitable-mente a un ataque a las propias instituciones polticas ms all de los parti-

    dos y al intento de crear una nueva institucionalidad a la medida del rgi-men populista, lo que puede tener efectos negativos muy duraderos para lavida poltica democrtica, ms all del propio ciclo populista.

    Los costos polticos del populismo

    Si nos atenemos al populismo como fenmeno poltico, su crtica debe partirde las consecuencias que tiene para la democracia y sus instituciones, antesde analizar su poltica econmica e independientemente de que sta encaje o

    no en el estereotipo del populismo econmico. Por ejemplo, se pueden estu-diar las consecuencias de los gobiernos de Menem y Fujimori con indepen-dencia de que su poltica econmica fuera neoliberal. Y parece que el balance

    El triunfo de Chvezen 1998 fue fruto del

    desfondamiento de lospartidos tradicionales

    tras la crisis deAccin Democrtica

    y la nueva frustracinante el gobierno

    de Rafael Caldera

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    de ambos gobiernos fue negativo en el sentido de que condujeron al desman-telamiento o la perversin de las instituciones democrticas, y muy en parti-

    cular de las que cumplen la funcin de contrapesar o controlar al Poder Eje-cutivo.

    Como es sabido, en ambos casos se manipularon las Cortes Supremas y lasCmaras Legislativas en el caso de Per, tras la ruptura institucional de1992 para lograr que nada pudiera frenar la actuacin del Ejecutivo. Y, deforma totalmente previsible, en ambos casos esa ausencia de controles vinoacompaada de fuertes irregularidades en la gestin y de una corrupcincasi generalizada, en buena medida aprovechando las oportunidades crea-

    das por la propia liberalizacin de la economa, y en particular por las pri-vatizaciones.

    Conviene subrayar que el xito de este vaciamiento de las instituciones (y delas arcas) del Estado estuvo favorecido por una situacin objetiva y por lasideas dominantes en aquel momento. La crisis hiperinflacionaria provoc enlas sociedades argentina y peruana una necesidad apremiante de un lideraz-go salvador. La democracia delegativa era, en buena medida, fruto de esanecesidad colectiva de encontrar un gobernante capaz de dar salida a una si-tuacin insostenible, y en el que se pona una confianza no condicionada.

    Pero hay que recordar, adems, que el programa de reformas econmicas es-tuvo acompaado en bastantes ocasiones por la recomendacin de que el Eje-cutivo se blindara frente a las presiones populares, para evitar la paralizacinde las reformas o el inicio de un nuevo ciclo de economa populista. As, lo queen condiciones normales sera visto como arbitrariedad y autoritarismo, fueconsiderado una necesidad para proteger las decisiones econmicas del go-

    bierno y permitir que stas se desarrollaran con racionalidad y coherencia. Esbastante evidente, sin embargo, que si se recomienda privar de poder de con-trol a las instituciones democrticas, no tiene sentido asombrarse despus deque proliferen la corrupcin y la arbitrariedad.

    Mientras que Menem, pese a sus diferencias iniciales con el Partido Justicia-lista, se mantuvo dentro de l y lo control hasta su enfrentamiento conEduardo Duhalde en torno de su frustrada segunda reeleccin, Fujimori pro-sigui adems una estrategia deliberada para triturar los partidos preexisten-

    tes, aprovechando la crisis de sistema que se haba producido alrededor de laselecciones de 1990. De hecho, llev su desconfianza hacia los partidos comoinstituciones polticas mucho ms lejos que cualquier otro poltico populista

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    anterior, creando fuerzas polticas ad hoc paralas sucesivas convocatorias electorales y dese-

    chndolas despus.

    La herencia poltica del populismo, en ese senti-do, es de una enorme gravedad, con total inde-pendencia de su balance econmico o de lasconsecuencias de su poltica social. Porque des-pus del populismo no solo es preciso recupe-

    rar las instituciones democrticas, sino tambin la confianza de los ciudadanosen ellas. Si, adems, el propio sistema de partidos ha resultado arrasado por

    el gobierno populista, el problema de la crisis de representacin se agrava, yse hace mayor la dificultad de reconstruir identidades partidarias capaces deestabilizar la representacin poltica.

    En este punto es necesario sealar que la estabilidad de la representacin noes una cuestin normativa, sino una necesidad para lograr el buen funciona-miento de la democracia. Por estabilidad se entiende una continuidad de losactores polticos que permite al pblico premiarlos o castigarlos segn los re-sultados de su gestin o a la vista de su conducta en la oposicin. Un partidoslo estar obligado a ser responsable si debe ser juzgado por los ciudadanosen ocasiones sucesivas: un partido que no prevea durar ms de un ejercicioelectoral ser mucho ms proclive a desarrollar prcticas oportunistas o sim-plemente depredadoras, como un dspota que no se planteara la necesidadde asegurar el futuro de la sociedad sobre la que domina.

    Al comienzo del nuevo siglo, el populismo ha regresado a su forma tradicio-nal de populismo redistribuidor. El ejemplo ms notorio es, por supuesto, el

    del rgimen bolivariano en Venezuela. Como es bien sabido, el primer y arro-llador triunfo electoral de Hugo Chvez en 1998 fue consecuencia del masivorepudio acumulado por los partidos tradicionales, pero tambin de la frustra-cin social tras los costos de las reformas del gobierno de Carlos Andrs P-rez y del ajuste de 1997 realizado por Rafael Caldera.

    La retrica de Chvez de rechazo a los partidos como cmplices de la oligar-qua y traidores a los intereses populares constituye un ejemplo de manual dediscurso populista. Pero tambin es clsico el proceso de reconstruccin de las

    instituciones polticas para eliminar cualquier obstculo al nuevo rgimenbolivariano. Ms all de la forma de gobernar de Chvez, es indiscutible quesus nuevas reglas de juego cumplen formalmente los criterios democrticos

    Despus delpopulismo no solo

    es preciso recuperarlas instituciones

    democrticas, sinotambin la confianza

    de los ciudadanosen ellas

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    aunque la oposicin haya formulado repetidas acusaciones de manipula-cin, coaccin de la disidencia y fraude electoral y que su liderazgo ha

    pasado por ms pruebas electorales que el de ningn otro gobernante lati-noamericano.

    La clave de su consolidacin es, sin duda, haber conseguido que los sectoresms pobres y excluidos de la sociedad venezolana vean en l a un gobernan-te que cuida de ellos, frente a la imagen de que los polticos tradicionales so-lo se dedicaban a robar y no se preocupaban por el pueblo. Se puede discutirla eficacia de la poltica social desarrollada por las misiones chavistas, la fal-ta de transparencia de su financiacin o la lgica clientelar de su diseo y eje-

    cucin, pero no es fcil negar que han tenido como resultado un significativoapoyo popular al rgimen y, en determinados sectores, una identificacin conl similar a la que en su momento alcanzaron los populismos clsicos.

    El problema es que esta identificacin se ha producido en medio de una cre-ciente polarizacin de la sociedad venezolana. Dado que el gobierno de Ch-vez tiene una indudable vocacin de continuidad y que no es probable quevaya a ser derrotado en las elecciones presidenciales de diciembre de 2006, esmuy posible que esta polarizacin deje secuelas duraderas. Existen en otrospases, especialmente Argentina, ejemplos de las consecuencias negativas pa-ra la democracia de una divisin de la sociedad en dos bloques, incluso si des-cartamos acciones como la de abril de 2002. La alternancia en el poder, hoypor hoy, no es un hecho previsible ni normal teniendo en cuenta las condi-ciones que se han creado en Venezuela.

    Adems, el nuevo populismo ha dado origen a tensiones regionales en los l-timos meses, precisamente en un momento en que la buena marcha de la eco-

    noma y la opinin de amplios sectores parecan haber creado las condicionespara avanzar hacia una mayor integracin y una mejor coordinacin de laspolticas nacionales. La salida de Venezuela de la Comunidad Andina de Na-ciones a la vez que se incorpora al Mercosur y el enfrentamiento de Chvezcon el ex-presidente de Per, Alejandro Toledo, y su sucesor, Alan Garca, enrelacin con cuestiones internas peruanas, han hecho crecer el temor a que lapoltica del presidente venezolano d origen a tensiones y enfrentamientosgraves en Amrica del Sur.

    Siempre se puede considerar que no se trata de problemas de fondo, sino desimples manifestaciones del carcter imprevisible del lder venezolano, yque a mediano plazo se les dar salida. Pero el enfrentamiento entre el nuevo

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    del programa neoliberal, los discursos populistas pueden tener mucho msatractivo que los programas de la izquierda democrtica, que, tras los cam-

    bios que se han producido en estos aos, sabe que no se pueden ofrecer solu-ciones milagrosas a los problemas ms graves.

    De nada sirve denunciar los males de la globalizacin si no se busca una in-sercin en ella que ofrezca posibilidades de crecimiento econmico sostenible;de poco sirve redistribuir en favor de los sectores populares si no se consigueparalelamente mejorar la educacin, la salud y las infraestructuras; y a nadaconduce plantearse ambiciosas metas en estos campos si no se cuenta con losrecursos fiscales necesarios. Un programa de izquierda democrtica debe

    combinar metas muy concretas (y por tanto limitadas) y un proyecto de trans-formacin a largo plazo, un proyecto de futuro.

    Puestos a elegir entre el talante mesinico de los lderes populistas y la nece-saria mesura de los programas de izquierda, grandes sectores sociales puedensentirse ms atrados por las promesas y el discurso de confrontacin delpopulismo. Sin embargo, lo que explica el auge actual de los planteamientos po-pulistas en Amrica Latina no es su fcil atractivo, sino, como se ha venido ar-gumentando, el descrdito del sistema de partidos y la ausencia o crisis de lospartidos que podran representar un proyecto de izquierda democrtica.

    No es casual que los tres casos ms claros de tales proyectos se den actualmen-te en pases en los que la izquierda posea una expresin partidaria arraiga-da. En Chile, las diferentes formaciones del rea socialista, en coalicin con lademocracia cristiana, se han mantenido en el gobierno pese a las dificultadesque en la segunda mitad de los aos 90, bajo el impacto de la crisis asitica,sufri la economa. El PT, en Brasil, y el Frente Amplio, en Uruguay, se han

    consolidado durante aos como partidos de oposicin y han ido evolucio-nando hacia el realismo econmico segn aumentaban sus posibilidades degobernar.

    Esto puede significar que el principal problema de la izquierda democrticano es la competencia con el populismo, sino la falta de identidades partida-rias de izquierda socialmente arraigadas y con credibilidad y coherencia en elplano de las ideas. Evidentemente, son dos condiciones muy fuertes: el arrai-go social exige aos de trabajo poltico y organizativo, relacin con las orga-

    nizaciones sociales y presencia en ellas; la credibilidad y la coherencia de lasideas no solo supone buena informacin sobre los problemas nacionales ycierta comprensin de cmo funciona el mundo, sino tambin haber logrado

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    una sntesis entre las ideas de quienes vivieron experiencias anteriores y laspropuestas para el futuro.

    Resumindolo con una frmula, para poder competir con el populismo hace fal-ta una izquierda con historia pero tambin con ideas nuevas, y para lograr estoltimo puede ser necesario un relevo generacional entre los dirigentes. No es ra-ro, conociendo la historia de la regin y la forma en que funcionan las organiza-ciones polticas, que sea tan difcil que las dos condiciones se den a la vez. Alldonde existe una izquierda con historia es ms difcil que se produzca el relevogeneracional, y cuanto ms minoritaria y fragmentada es la izquierda mayor esla tendencia al conservadurismo o al oportunismo entre los grupos dirigentes.

    Por ltimo, hay que sealar una dificultad aadida, derivada de la tensin en-tre las limitadas metas que un gobierno de izquierda puede plantearse de for-ma inmediata y la ambicin de sus objetivos a mediano y largo plazo. Estatensin, aunque se manifiesta en debates ideolgicos o polticos en las fuer-zas de izquierda democrtica, puede ser positiva en la medida en que existaun liderazgo reconocido y un cierto consenso (realismo) sobre las limitacionesy los condicionantes de la accin de gobierno. Pero puede, tambin, conducira la crisis o a la divisin si el liderazgo se debilita o si la opinin pblica giraen contra del gobierno.

    El caso ms evidente es el de los problemas internos del PT. Las diferenciasideolgicas se han agudizado desde que los escndalos de financiacin man-charon al gobierno, y desde que, a consecuencia de estos mismos hechos, ca-y la valoracin pblica de Lula y de su gobierno. Es inevitable que las dife-rencias ideolgicas se utilicen como lnea de separacin frente a las persona-lidades o grupos cuya imagen ha resultado ms afectada por los escndalos,

    pero por esta va es fcil caer en un falso debate. Las posibles irregularidadesen la financiacin electoral no tienen nada que ver con los tipos de inters, elritmo de la reforma agraria o los resultados de la poltica social.

    La izquierda no solo tiene que enfrentar la competencia del populismo, sinoque debe ser capaz de mantener la cohesin pese a sus diferencias internasentre lo deseable y lo posible en cada momento. Si la izquierda democrticapermite que se magnifiquen las diferencias ideolgicas dentro de ella, crece-rn los riesgos de su fragmentacin e irrelevancia, la desconfianza de los elec-

    tores hacia la poltica democrtica se extender y profundizar y el populis-mo aparecer como la nica alternativa. Quienes creemos en el socialismodemocrtico deberamos tratar de evitarlo.