Pantuflas (una casa llena de locas)

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1 22. Pantuflas (una casa llena de locas) I Cuando Mauro decidió que quería ir a estudiar a la ciudad de La Plata jamás pensó que la estadía en la casa de su primo Farid sería tan impactante, tan intensa y tan enriquecedora. Su mamá, María Rosa, se lo había advertido, pero a Mauro no le importó. Sentía que debía hacer su propia experiencia. Su mamá no estaba preocupada porque su hijo salga de Daireaux, con solo 17 años y encontrase un pulpo intenso de tentaciones y peligrosidades -ella había vivido su propia experiencia dieciocho años atrás-, sino porque su hijo iba a convivir con cuatro gays, en la casa de la calle 10, entre 69 y 70, además de estar alerta porque Mauro venía de una traumática separación con su novia de la preadolescencia, Soledad. Mauro y Soledad eran vecinos. Hicieron el jardín de infantes juntos, la primaria -separados por un banco- y parte de la secundaria, porque ella había repetido en cuarto año. La separación fue el detonante para que Mauro decidiese ir a estudiar a La Plata. Era más importante alejarse de Daireaux; poco le importaba de lo que encontraría en la gran casa de seis habitaciones, tres baños y una amplia terraza de la calle 10. Su llegada estaba anunciada para el primer viernes de febrero de 2009. Farid, que trabajaba en una empresa multinacional, le había avisado a Darío que fuera a buscarlo a la terminal, pero Darío, con su habitual parsimonia, sumada a unas cuantas secas que compartió con un par de compañeros en la universidad, donde daba clases de antropología, llegó tarde. Mauro permaneció un rato sentado en un banco de la terminal. Darío llevaba consigo una foto de él, para ubicarlo, pero no llegaron a cruzarse. Bonnie, como todos llamaban a Fabio, estaba preparando la merienda para recibir al nuevo compañero. Café, té de distintos sabores, un lemon pie y un bizcochuelo sin relleno. Farid se fue directo en la moto para la casa. Darío alcanzó uno de los ramales del colectivo Este que lo deja a tres cuadras. Camilo, el otro de los residentes, llegaría muy tarde porque estaba en Avellaneda restructurando la ligustrina del jardín de un político de monta.

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Me reí, lloré y me emocioné, además por lo que dijo Walt Disney. Sé que mucho es real, historias cruzadas, pero verídicas. Me encanta que sean tan maricas, el ritual. Se ve el proceso de crecimiento de Mauro, y al final, cuando vuelve distinto de Londres es emocionante. Me gusta el recurso de historias dentro de la historia. Hay muchos personajes, eso sí, que por momentos llegan a marearme, sin embargo, pero la estructura te pide que sea así. Son un grupo y en la vida cotidiana las cosas suceden así. /Neyda Pitt -Editora-.

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22.

Pantuflas (una casa llena de locas)

I

Cuando Mauro decidió que quería ir a estudiar a la ciudad de La Plata jamás

pensó que la estadía en la casa de su primo Farid sería tan impactante, tan intensa y tan enriquecedora. Su mamá, María Rosa, se lo había advertido, pero a Mauro no le importó. Sentía que debía hacer su propia experiencia. Su mamá no estaba preocupada porque su hijo salga de Daireaux, con solo 17 años y encontrase un pulpo intenso de tentaciones y peligrosidades -ella había vivido su propia experiencia dieciocho años atrás-, sino porque su hijo iba a convivir con cuatro gays, en la casa de la calle 10, entre 69 y 70, además de estar alerta porque Mauro venía de una traumática separación con su novia de la preadolescencia, Soledad.

Mauro y Soledad eran vecinos. Hicieron el jardín de infantes juntos, la primaria -separados por un banco- y parte de la secundaria, porque ella había repetido en cuarto año. La separación fue el detonante para que Mauro decidiese ir a estudiar a La Plata. Era más importante alejarse de Daireaux; poco le importaba de lo que encontraría en la gran casa de seis habitaciones, tres baños y una amplia terraza de la calle 10.

Su llegada estaba anunciada para el primer viernes de febrero de 2009. Farid, que trabajaba en una empresa multinacional, le había avisado a Darío que fuera a buscarlo a la terminal, pero Darío, con su habitual parsimonia, sumada a unas cuantas secas que compartió con un par de compañeros en la universidad, donde daba clases de antropología, llegó tarde. Mauro permaneció un rato sentado en un banco de la terminal. Darío llevaba consigo una foto de él, para ubicarlo, pero no llegaron a cruzarse.

Bonnie, como todos llamaban a Fabio, estaba preparando la merienda para recibir al nuevo compañero. Café, té de distintos sabores, un lemon pie y un bizcochuelo sin relleno. Farid se fue directo en la moto para la casa. Darío alcanzó uno de los ramales del colectivo Este que lo deja a tres cuadras. Camilo, el otro de los residentes, llegaría muy tarde porque estaba en Avellaneda restructurando la ligustrina del jardín de un político de monta.

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Mauro no esperó más y se tomó un taxi. Llegado, tocó el timbre varias veces. Fabio estaba duchándose, así que tuvo que esperar casi treinta minutos en la calle, sentado sobre uno de sus bolsos. Darío llegó detrás. Se deshizo en disculpas. Mauro le dio un abrazo como si lo conociera desde siempre. A Darío lo conmovió. Le gustó la arremetida de Mauro. Después lo ayudó a cargar con los bolsos y subieron hasta el primer piso. Darío entró a los gritos, buscando a Bonnie.

II

Mauro se quedó un instante parado. Miró cada detalle de las cinco paredes del living. Las miró cual paneo a lo Scorsese, su máximo referente cinematográfico. El futón sobre una de ellas. El modular con adornos, dvds y cds en la otra. Ambas con un tono salmón. Las dos siguientes, de un color más pronunciado, estaban con fotografías de los convivientes; una de ellas con la mesa central apoyada; la otra con un chaiselongue Luis XV ilustrado con capitoné, tinto. Se detuvo abruptamente en la última, la blanca. Un cuadro, inmenso, 1,50m x 1,00m, un auténtico Diu Pizurno, que Farid compró en una subasta sobre calle Palma, en el centro de Asunción, en un viaje de placer que hiciera meses antes junto a sus amigos, a las ciudades de Machu Pichu, Lima, La Paz, Santa Cruz de la Sierra, Cuzco, Ciudad del Este, Asunción y Quiindy, donde se maravillaron con el Parque Nacional Lago Ypoá. Un instante bastó para tratar de entenderlo. “Abrir los ojos, o moverlos de golpe, al entrar en una habitación y encontrarse con una proyección de los movimientos, todo en sentido ascendente. Descubren en un claroscuro la figura de un hombre, ¿un hombre? Una espalda nos da un universo nuevo, una puerta que se abre invitándonos a jugar, en ese juego hay un sometedor, la figura sometida, sin saber. Tengo varias preguntas... Es que ya estoy jugando a eso que fui invitado al verla. De manos atadas en colores semejantes a un bosque, dan humedad, humedal, como partiendo una hoja y coloreando con ella. Pero hay un punto ineludible, convergen las líneas y se someten al someter, como en un juego de palabras se ven esas líneas oscuras apresuradas, van a tironear de esa mano, puedo imaginarlo de cuclillas, completo el cuadro -no está incompleto- en mi mente. Dibujo otros trazos y puedo pensar una historia, cómo llego ahí, el placer nos lleva a muchos lados. Algunos en claroscuros, pero la luz en su cabeza me da esperanza que pese a que me da la espalda aún hay cuerpo por descubrir”. Lo miró un instante más, un tanto asustado por sus pensamientos, un tanto perdido en sí, distraído. Acaso el curso de Historia del Arte que había terminado lo hacía perderse en el universo de la pintura.

Fabio salió del baño con el toallón cubriendo su parte inferior y cuando vio a Mauro pegó un grito tan exagerado como el de Jacob, el asistente de Renato y

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Albin en La cage aux folles. Darío lo calmó y lo mandó a cambiarse. Mauro, algo incómodo, se precipitó a calmar los ánimos: “veo a mis compas desnudos, en el vestuario del club donde jugaba al rugby”. Hubo un prolongado silencio con tímidos cruces de miradas…

–¿Así que jugás al rugby?

–Amateur.

–Y ¿qué tal los tipos? ¿Se miran entre ellos no?

La imponente entrada de Fabio retrasó lo que estaba por agregar. Además de un improperio que le regaló, remarcándole que Mauro era heterosexual, que no lo asustara, que ya tendría tiempo de impresionarse e inmunizarse de tanta loca, les convidó un poco de todo lo que había preparado y, luego, le mostró su habitación.

La casa que alquilaban, desde hacía tres años, Farid, Darío, Fabio y Camilo, tenía un living amplio, una habitación para cada uno de ellos: las de Camilo y Darío daban a un balcón hacia la calle; la de Fabio y la que ocuparía Mauro -que siempre oficiaba de sala de huéspedes- daban al contrafrente; la de Farid estaba al costado, entre la cocina y el baño. Al costado de su habitación conectaba el lavadero, donde tenían dos piletones grandes y el lavarropas automático, el centrifugador y la tabla de planchar, los tachos de basura con sus respectivas bolsas verdes y blancas -para material reciclable y descartable; Fabio y Farid insistían con la separación de los residuos, algo que Camilo y Darío no respetaban mucho-, además de dos canastos para la ropa limpia que debía planchar Berta, que trabajaba allí dos veces por semana. El lavadero comunicaba con una escalera en caracol que daba con una terraza, donde tenían una parrilla improvisada con ladrillos, una pileta de lona para el verano, una media sombra para cobijarse cuando almorzaban a pleno sol y muchas plantas, que solía traer Camilo.

Mauro dejó sus pertenencias en su habitación, se tiró en la cama para probarla, se sintió muy a gusto por estar independizándose, por estar lejos de los sinsabores que aún lo mantenían en la tristeza por la ruptura con su novia, se sentía fresco, con ganas de empezar un nuevo camino, con ganas de renovarse, de ser feliz. Así que, luego de apretar sus puños de alegría contenida y aplaudir y gritar bien fuerte, sonidos que supuso no llegaron a ser escuchados por los anfitriones, se fue a merendar con ellos mientras esperaba la llegada de su primo, de Camilo y del novio de Farid, David.

Farid, como siempre, llegó tarde. Luego organizó rápidamente la cena pidiendo en Gor2 sándwiches de lomito para todos. Camilo avisó que no cenaría, pero que lo contaran para el postre y que llevaría helado. David llegó promediando la cena. Farid le había pedido un sándwich especial de pollo

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deshuesado y unas papas fritas, plato que a David no lo convenció. La escena que presenció Mauro fue el principio de incontables desplantes de David a las atenciones que siempre le regalaba Farid. Su primo era irrespetuoso por sus tardanzas, solía repetir Camilo, pero accionaba con celeridad para resolver los imprevistos, sin embargo a David siempre algo le fastidiaba.

Esa noche subió un rato a tomar aire a la terraza mientras esperaba la llegada de Camilo con el helado. Se recostó en una silla plegable de plástico que utilizaban para tomar sol, ubicadas tras un cerco de cañas de Bambú. Detrás subieron Farid y David que no notaron la presencia del recién llegado. Discutieron. David le exigía cosas que a Mauro le parecían tan cercanas en una relación de pareja -muchas de ellas había hecho él con Soledad, y viceversa-, pero en un instante se dio cuenta que verlo desde afuera es más fácil que desde adentro. Cuando Farid le preguntó a su pareja ¿qué hacía con él, aún, si todo le molestaba?, David lo corrió argumentándole que él también podía preguntarle lo mismo. Un rato después de un silencio cómplice y miradas perdidas, se abrazaron, se besaron y bajaron ante el bocinazo que propiciaba Camilo desde su Palio. Había llegado el helado, así que Mauro se fue para abajo también.

III

Xavier llegó temprano una mañana de sábado, pleno febrero. Cayó de sorpresa desde Daireaux. Era amigo de Farid y María Rosa, pero vivía en la ciudad de Capilla del Monte, en Córdoba. Era científico, se desempeñaba como ufólogo para la Universidad de Cambridge y había participado en varios documentales sobre avistamiento de ovnis en las localidades de Victoria, en Entre Ríos, y en Capilla, para la BBC de Londres, con sede en Nueva York. Lo recibió Mauro. Xavier traía consigo un paquete con comestibles que había enviado Fabián, el papá de Mauro. Desayunaron unos mates amargos con un toque de canela y cáscaras de naranja. El resto de la troupe estaba trabajando o de vacaciones. Hablaron casi toda la mañana y Xavier le comentó que había obtenido una beca para ir a Londres, que solo bastaba con anotarse, que el curso duraba menos de un año; que no era necesario saber mucho inglés, solo era importante tener una base y que no perdía nada con registrarse a través del mismo intercambio en el que había estado él, hacía cinco años.

Después tornaron la charla hacia la música. Xavier lo metió en el mundo sabinesco. Le hizo escuchar varios de los cds de Joaquín Sabina, que siempre llevaba consigo: Esta boca es mía, Yo mi me contigo, Física y química, 19 días y 500 noches y, su preferido, Dímelo en la calle. Mauro le habló del sueño de ver a Ac Dc, Santana y Gustavo Cerati. Con Xavier comenzaron a intercambiarse mails, música, confesiones. Le habló mucho de la importancia del rock sinfónico

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británico. Y del grupo Kansas, a quien consideraba rey del rock progresivo norteamericano.

Un mes después de haberse conocido, el 22 de marzo, Xavier lo invitó a ver a Peter Gabriel en el estadio de Vélez. Meses después repitieron, yendo juntos, a ver Kansas, a Ac Dc -esta vez invitó Mauro- y lo coronaron compartiendo la noche de Sabina en la cancha de Boca, junto con Facundo, Farid, Darío, Carla, Remigia, Gastón y Maximiliano, dos días antes de la partida de Mauro a Londres.

Promediando el año 2009, cuando Xavier regresó a La Plata, notó que Mauro estaba un tanto distraído. El amor había golpeado de manera imprevista en su vida. Se enamoró de Maylén, una compañera de la facultad en la carrera de operación técnica de radio. Ella lo sedujo con habilidad, lo fue metiendo en su grupo de estudios y cuando Mauro se encariñó un poco más, ella le estiró la soga. Esto lo alarmó y lo movilizó. Ese pesar, que suelen llevar los enamorados no correspondidos, se fue precipitando en distracción y desatención en el estudio. Xavier, a quien Mauro comenzó a llamar cariñosamente “Tío”, le dijo que para poder obtener la beca en Londres debía tener buenas calificaciones y tenía que aliviar su carga emocional. Justo en el instante que hablaban de la joven, ella lo saludó por el msn. Así que Xavier lo ayudó a resolver la zozobra y arremeter con una contundente seducción. Primero le dictó qué poner, luego lo corrió y se sentó él mismo porque Mauro estaba dubitativo. Parte del diálogo entre Xavier -como Mauro- y Maylén fue:

–bueno, ¿cuándo tomamos mate?????

–no puedo hoy tengo que darle clases a un nene a las 4.

–entonces a las 17 puedo pasar...

–me parece que vas muy rápido…

–te estoy diciendo de tomar mate!!!!!!!!!!

–pero a las 7 tengo que ir a lo de mis viejos.

–entonces a las 17 y llevo facturas. tenés yerba siiiiii????

–Te parece…

–quiero tomar mate, ¿puedo tener esa oportunidad de hacerlo, vos y yo solos sin el resto de los chicos de la facu?

–está bien, pero solo mate.

–listo, a las 5 estoy ahí.

Para divertirse un rato, Xavier se hizo pasar por Darío.

–esperá Mauro…

–Mauro fue al baño. Soy Darío.

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–Ah… hola.

–le vas a dar una oportunidad a mi amigo?

–vamos a tomar unos mates… nada más.

–dale, es re bueno, re lindo... jaaaaaa, si le gustaran los tipos yo no lo dejaría pasar. ups… ahí viene… te dejo con él…

Esa tarde, Mauro y Maylén tomaron mate con facturas, se besaron antes de salir, un corto y dulce beso. Estuvieron como novios durante tres meses, pero la relación no prosperó. Mauro adujo que Maylén era muy histérica y dependía mucho de lo que sus padres y amigas le decían. Les confió a Gastón y Xavier que ella le había dicho que él era un chiquilín que no tenía dirección. Mauro la lloró varios meses, escapándose con tragos, hasta que se reencontró con su ex, Soledad, en una visita que hizo a su pueblo, una semana antes del cumpleaños de Darío. El reencuentro fue pasajero, con sexo incluido. Lo ayudó a disipar sus dudas con respecto a Maylén y Soledad. Se dio cuenta que esa noche fue para sellar el fin de aquella relación y para darse cuenta que Maylén debía quedarse también en el arcón de los lindos y olvidables recuerdos. Así que decidió concentrarse en la facultad.

IV

La noche que llegó Gastón fue especial para Mauro. Apenas abrió la puerta, Gastón suspiró sin emitir ninguna mueca. Se presentó de manera correcta y ambos intercambiaron monosílabos: “mmm”, “ah”, “oh”, para extenderse a construcciones gramaticales no tan elaboradas, pero más informales como un “hola”, “todo bien”, “¿un mate?”.

Permanecieron en silencio alrededor de diez minutos. Mauro no sabía qué preguntar y Gastón estaba obnubilado. Sus pensamientos no se condensaban en palabras. Para fortuna de ambos llegó Farid, lo que aflojó los ánimos y devino en una charla más amena.

La película El diablo viste a la moda, que habían visto los tres, fue un tema recurrente en la conversación. La confusión de Mauro los empujó a un interesante debate. Farid y Gastón sostenían que el papel de Miranda lo había hecho Meryl Streep y Mauro decía que era Glenn Close. Fuera Close o Streep, hablaran de Miranda o Cruela, Gastón y Mauro coincidían en que Farid era el alter ego de la jefa de modas de Runway o la empresaria que quería su abrigo con pieles de dálmatas.

Esa noche, Farid, Camilo, Mauro, Gastón y Darío salieron a dar unas vueltas. Primero bebieron cerveza roja en Wilkenny para terminar con unos tragos y pool en Twins, sobre calle 7.

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Luego de varios partidos jugados y una sustanciosa cantidad de esqueletos de cervezas sobre la mesa, Farid y Camilo se despidieron y se fueron a dormir. Los otros se quedaron a jugar unas fichas más. Alrededor de las 5 decidieron emprender el regreso caminando, ante una ciudad cuasi dormida -era miércoles-, atrapados en una niebla que los hizo jugar entre sí como si Jack el destripador estuviera por aparecer tras un auto estacionado o un frondoso arbusto. El intenso frío, por la llovizna que se había desatado, los hacía caminar como si estuvieran cuesta arriba en una montaña. Podrían haber tomado un taxi, pero tenían ganas de caminar, reírse, tomar un poco de aire para bajar las revoluciones internas que tenían por los tragos. Mauro y Gastón amaban caminar bajo la lluvia. Pero Darío no lo resistió y se paró entre dos vehículos para vomitar. Un taxi a la vista. Gastón lo paró en seco. Subieron, mantuvieron las ventanas bajas y se fueron hasta 10 y 70.

Cuando llegaron, Gastón desvistió a Darío y lo acostó. Mauro se tiró al lado, desmayado. Gastón le sacó las zapatillas, el pantalón y los cobijó. La habitación de Mauro estaba cerrada, Gastón no encontró la llave para abrirla, así que se metió en la cama de dos plazas y media, al lado del primo de Farid, y apagó la luz. Le costó un rato dormirse, era el que menos había bebido y estaba con un poco de frío. Darío se quedó dormido en el acto, como una roca, sobre el costado extremo de la cama. Pero Mauro se movía cada vez más hacia el lado de Gastón, que empezó a incomodarse. Mauro juntó sus pies con los de Gastón, quien estaba boca arriba y tuvo una repentina erección. Intentó por un momento alejarse, pero ante cada espacio cedido, Mauro lo ocupaba. Así se quedó porque corría el riesgo de caerse de la cama. Estaba dubitativo, no sabía qué hacer, así que se concentró en no pensar para que su erección amainara y cuando giró para mirar a Mauro coincidió con un giro de este en torno a su cara. Quedaron enfrentados, la respiración de Mauro, con todo el mal aliento de cervezas y maníes, daba sobre el rostro de Gastón. Se animó. No pudo contenerse. Lo besó. Fue un dulce roce de labios, nada más que eso. El beso que le dio no fue correspondido, pero a Gastón no le importó y se dio inmediatamente vuelta, quedándose boca arriba, y sintiendo, sobre su pierna derecha, que Mauro estaba teniendo también una erección. Gastón se animó un poco más, lo acarició allí. No era el sueño que había esperado, pero no quería perderse esta oportunidad, el roce más perfecto. Lo acarició con el dorso de la mano, como para no encaramarse a tomarlo desde la palma, pero solo fue eso, un efímero, frío y ensoñado roce. Nada más. Luego, se acomodó para dormir, con la alegría extra, que despertó en él, que el slip de Mauro estuviera húmedo, acaso, por el beso que le había dado.

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V

Cansado de las histerias que tenía cada una de las chicas que conocía y en una etapa de olvido en torno a su relación con Maylén, Mauro se había prometido emborracharse la noche que su compañero de facultad, Facundo, lo había invitado a salir a una discoteca de la zona norte del gran Buenos Aires. Allí se realizaría una fiesta privada. Quería quedarse con el codo empinado en la barra del boliche hasta que cerrara, si es que ninguna chica mostraba interés en él. Facundo tenía una compañera del gimnasio que quería presentarle una amiga a Mauro.

Llegaron a la disco, muy producidos. Facundo le había prestado algo de pilcha. Vestido con una corbata negra con matices de estrellas, una camisa roja, campera estilo saco, jeans y zapatillas, Facundo, se presentó en la pista, alardeando su imagen de chico bien. Mauro fue dotado de las selectas marcas que usaba su amigo: camisa blanca de mangas largas Lewis, jean Tascani, zapatillas rojas y negras Pony y un pañuelo atado al cuello.

Habían bebido unos tragos fuertes en la casa de Facundo, mientras Mauro se probaba ropa y la descartaba hasta que se contentó con lo que le pareció más apropiado usar. Tomaron el micro de larga distancia. Hicieron una combinación en el centro y llegaron a la discoteca.

La bebida había hecho mella en el cuerpo de Mauro. Empezó a sentir retorcijones en el estómago. En el boliche pareció disiparse. Se encontraron con otros dos compañeros, Doni y Jaki. Mezclaron más bebidas: un poco de Esperma de Pitufo, Sex and The Beach, Speed con vodka, Vodwi, Nafta Super y mucha cerveza. Mauro se excusó por un instante y se dirigió al baño.

La batida que tenía en su interior lo precipitó al escusado. Había dos lugares para defecar. En uno estaba una parejita muy entretenida. En el otro había mucha suciedad, profilácticos tirados, papel higiénico desparramado. Mauro les pidió a los acaramelados que por favor salieran. Luego de pedírselos con buen tino, les abrió la puerta y casi los sacó a los manotones. Asustados, los dos chicos salieron presurosamente. Mauro, como no había papel higiénico, sacó su pañuelo para limpiar la tabla donde se iba a sentar, luego arrojó su prenda en el tacho. No alcanzó a sentarse cuando se vio enchastrado en la parte de abajo de su camisa y uno de sus puños, en parte del jean y en una de sus zapatillas. No se explicaba por qué no había llegado a sentarse bien ni cómo había hecho para mancharse la manga. Pero lo cierto era que tenía dos problemas urgentes a resolver: limpiarse todo y luego limpiar la camisa, el jean y la zapatilla izquierda que pertenecían a su amigo Facundo. Lo primero lo resolvió de manera simple. Después, se quitó los pantalones, luego el boxer con motivo de tréboles blancos en un fondo celeste. Se limpió con su ropa interior. Escuchó que entraron dos muchachos. No se

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animó a salir para enjuagarse y regresar al escusado, así que luego de arrojar el boxer al tacho, se subió los pantalones, salió y se enfrentó con el espejo y el lavatorio. Detrás de él había quedado un espacio lleno de excremento en el piso e inodoro, pero Mauro ni miró. Miró a los jóvenes. Esperó que ambos se retiraran y se sacó la camisa, se limpió el puño y la parte que luego escondió en el pantalón, húmeda, que le daba frío a su cuerpo desamparado de ropa interior. No se había dado cuenta que el pantalón tenía más manchas marrones, pero sí que el puño no podía esconderlo de la sorpresa y horror que tendría, un rato después, su amigo Facundo cuando lo viera en la calle. Se jugó, salió del baño, se acercó al grupo de amigos, saludó muy por arriba, le dijo a Facundo que por favor retirara su suéter del guardarropa y que lo esperaría en la calle. Lo tomó de la mano para retirarlo de la charla que estaba teniendo con Doni, Jaki y cuatro chicas. Facundo le dijo que quería presentarle a una de las flacas, pero Mauro la saludó sin acercarse. Al alejarse, en torno a la salida, vio como dos encargados ingresaban al baño con baldes y escobillones. Se avergonzó y enfiló hacia la parada del colectivo donde esperó a Facundo.

Cuarenta minutos después estaban regresando a La Plata. Mauro estaba frustrado por la fallida salida, por lo que le había pasado, por la mancha en la camisa de su amigo y porque se había perdido de conocer a alguien. Facundo estaba fastidioso por como le había dejado la camisa y, además, se sentó lejos de su amigo porque estaba enojado con él y un tanto asqueado por el olor intenso, que se desprendía de su pantalón.

Nadie de los que se subió al colectivo se sentó cerca. Todos percibían lo hediondo del momento. El vehículo se iba llenando, pero se formó como un semicírculo en torno a Mauro, porque la gente que se acercaba, para sentarse al lado, se alejaba inmediatamente por el hedor nauseabundo. A todo esto, Facundo lo miraba y vigilaba de reojo, ya que su amigo se había quedado profundamente dormido, hasta que llegaron a la terminal.

VI

Los fines de semana que Gastón y Maximiliano pasan en La Plata es imposible que no se copen con extensas madrugadas de guitarreadas a cargo de Darío, Mauro y el propio Gastón. No faltan cervezas de todos los gustos, incluso hay noches en las que Farid encarga un barril para compartir con las chicas del centro, Carla y su novia Dana, Remigia, la hermana de Fabio que anda triste por su reciente separación de Fabiola, y Manuela que está enamorada de Dana, pero que jamás se jugaría en blanquearlo. La música dura hasta el amanecer de los días domingos. Hay noches que algunos se mandan para la disco. Habitualmente, Mauro y Gastón se quedan en el diván, tirados, compartiendo el mal de amores

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que ambos conllevan; Mauro que no logra olvidar a Soledad y que no se anima a encarar a Vanesa, una jovencita que vive a tres cuadras de la casa y atiende en una panadería; Gastón que viene de una relación tortuosa con un tipo a quien prefiere no nombrar, como tampoco nombran a Voldemort en Harry Potter, y a quien ninguno de los residentes de la calle 10 ha llegado a conocer.

Gastón conoció accidentalmente a Farid y Fabio en un viaje en el colectivo 129 de La Plata a Plaza Miserere. Una tarde que regresaba de la ciudad de las diagonales, tras asistir a un seminario en la universidad, se sentó al fondo del micro sobre la derecha. Su madre le ha repetido incontables veces que debe sentarse atrás, en la parte derecha, por si llegara a ocurrir un accidente, ya que las probabilidades de salvarse son altísimas. Como todo gay con mamitis pronunciada, Gastón, como una constante, especialmente luego de haber perdido a su padre en un accidente de ómnibus, ocupa la parte trasera y derecha. Farid se ubicó en la misma fila que el porteño, pero del lado izquierdo. Fabio ocupó un lugar vacío, tres asientos más adelante, del lado derecho. Gastón no los vio subir juntos y notó enseguida que eran gays. Farid sacó una crema de yogurt que se pasó por las manos y la cara. Fabio, luego de acomodarse bien, giró, lo vio frotarse y no pudo contenerse y gritarle a su amigo.

–¡Cremaaaaaaaa! ¡Quieroooo!

Farid no se avergonzó, aunque se incomodó ante el desaforado griterío de su compañero de viaje. Gastón lo miró y se rió. Farid le guiñó un ojo y cuando bajaron en Once se saludaron, intercambiaron teléfonos y el fin de semana siguiente salieron a caminar por Puerto Madero, luego al pub Sitges y pernoctaron en el albergue Desireé sobre la calle Paso. Estaban tan bebidos que se dieron algunos besos, muchos arrumacos, se abrazaron y durmieron hasta las diez de la mañana. Desayunaron juntos en un bar, en la intersección de las avenidas Córdoba y Pueyrredón. Pasearon por el shopping de Alto Palermo, compraron algo de ropa y luego Gastón lo acompañó hasta Retiro, donde el platense tomó otra vez el micro. Se despidieron con un gran abrazo y quedaron en volver a verse. Lo hicieron. Se gustaban, se respetaban. La amistad prevaleció a las ganas del sexo; además, en una confesión que se hicieron en un café del shopping, los dos quedaron en evidencia sobre sus preferencias sexuales, lo que atentaba con la perdurabiulidad de una relación más profunda.

Todos los fines de semana que podía, Gastón se escapaba a La Plata, donde encontraba un refugio a sus dolores cotidianos, por la frustración que aún llevaba consigo por la ruptura con su novio -casi nueve meses antes- y una gran compañía para charlar sobre música y desamores con Mauro, que además lo atraía de manera notoria, tanto que todos los cargaban.

Una noche, en ausencia de Gastón y harto de tantas ironías, Mauro dijo:

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–Chicos, si fuera gay elegiría a Gastón. Es un ser hermoso. Así que les ruego dejen en paz a mi futuro marido.

Lo expresó con bronca, convencido de lo que decía y con notable alegría en sus ojos.

VII

Una de las cosas que más lo impactó, y lo divirtió, fue el trato en femenino que existía en el grupo. A Farid solían llamarlo Cruela, Miranda o Justina, según el caso. Camilo era Jennifer. David, Barbi. Gastón, como su gemela, Eleuteria. Fabio era Bonnie. Y Darío, la gran Marlene. Acostumbraban hacer una ceremonia -que Farid coordina en tacos aguja, obsequio de Denise-, para bautizar a cada quien se anime a integrar el círculo de “Las Divas”.

Una tarde, Maximiliano llegó temprano para ser incorporado al círculo. Entre tortas y cafés, Justina llevó adelante la gala, luego de encender velones y aromatizantes. Tenía su bata roja, como detalle contra la envidia, guantes de hilo fucsia, tejidos por Bonnie, como elemento de esperanza, y una boa lila para llamar a los espíritus femeninos. El iniciado estaba con una túnica rosa sobre sus hombros. Justina tomó el plumero y lo limpió…

–Yo te bautizo Melanie. Mujer de las mujeres, señora de las señoras, putona entre las putonas. Seas bienvenida al mundo de “Las Divas”…

De fondo, comenzó a sonar la voz de Gladys Knight suspirando la primera estrofa, hasta que el imponente verso de Patti LaBelle, en contraposición a las respuestas que le daba Dionne Warwick, permitieron -unas en la canción, otras en la ceremonia- liberar la Superwoman que llevan dentro. Luego, Bonnie sirvió una vuelta de licor de huevo en copitas chicas.

Más tarde, como en cada encuentro de Divas, cada una aportará un plato de su especialidad para engalanar el instante. Esa noche, Bonnie preparó salmorejo y dos exquisitas salsas de guacamole y wasabi, para acompañar los nachos, los panes grisines y la terrine de calabaza que trajo Eleuteria desde Buenos Aires. Marlene acompañó con papines en aceite de oliva y pimienta y una ensalada verde de lechugas de manteca, morada y escarola, berro y rúcula en miel y sésamo. Como había prometido, Jennifer preparó el ceviche con merluza, mejillones y camarones. Justina impuso, en el primero de los ritos, sus empanadas árabes de carne picada, cebolla y ají morrón salteadas y cocidas en abundante limón. La iniciada corre con los gastos de los vinos y el postre. Así que Melanie trajo seis botellas de finezas blancas y tintas de Merlot, Cabernet, Torrontés, Chablis, Syrah y una combinación de Merlot-Malbec. El helado no llegó a comprarlo porque la iniciación tuvo un instruido extra.

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Durante la ceremonia, entró Mauro. Se quedó absorto ante lo que veía. Les sonrió y se descolgó con un certero enunciado.

–¿Y yo qué…?

Instantes después, Mauro, que no paraba de reírse, estaba con la túnica rosa sobre sus hombros y Justina repitiendo la frase de iniciación.

–Yo te bautizo Campanita. Mujer de las mujercitas, señorita de las señoritas, putita entre las… bueh… eso por ahora lo dejamos. Seas bienvenida al mundo de “Las Divas”.

–Cuando Facundo se entere, se muere… Va a querer hacerlo también, se los aseguro... -dijo Mauro.

–Mientras después no haga lo que hizo el novio de mi hermana, que salió con ella el sábado a bailar y coger y el domingo a la noche salió a bailar y coger con su personal trainer. -adujo Darío.

Todos quedaron en silencio, hasta que la recién iniciada comenzó a reírse.

Campanita pagó el helado de mascarpone para combinar con la tarta de manzanas y canela que hizo, luego de llamar a su mamá, para que le dé las indicaciones de la receta que ella suele preparar. Luego, todos se sentaron a ver, por enésima vez, Esperando la carroza, sin dejar de adelantar los diálogos, algo que Mauro fue adquiriendo como léxico cotidiano en los momentos de álgidos debates o marcadas ironías.

VIII

Para Mauro fue muy importante participar de los festejos de cumpleaños de sus cuatro compas, como los llamaba, y de realizar su primer onomástico lejos de su familia y mixturado en una convergencia plena de diversidades. Hasta que se cumplió su día especial, un viernes 23 de octubre, que debió festejar el sábado, porque esa noche fue a Buenos Aires a ver el recital del regreso de Charly García, bajo una torrencial lluvia sobre el estadio de Vélez Sarsfield, tuvo la suerte de ir conociendo mejor a sus compas y disfrutó de manera especial los cumpleaños de cada uno.

La tardecita del 3 de marzo llegaron Ignacio y Pedro. A la noche se realizaría la fiesta de disfraces para celebrar el cumpleaños de Farid. Ignacio es el hijo del dueño de la casa. Pedro es su mejor amigo. Bruno, el papá de Ignacio, conoce a Farid y Fabio desde hace varios años. Es una relación que Mauro jamás comprendió. Nunca se animó a preguntar nada. Ignacio se hizo amigo de Farid y suelen ir juntos a pescar. Pedro siempre está como rémora de Ignacio. Los dos estaban haciendo un curso de masajes y necesitaban experimentar con pacientes. Esa tarde, Mauro se ofreció para que los dos lo utilizaran de conejillo de indias.

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Pedro iniciaría la primera parte en torno al tronco dorsal y pecho. Ignacio completaría la movida con masajes en las manos, los pies y el cuero cabelludo. Pusieron música de Enya para ambientar y sahumerios frutales. Cerraron la persiana, extendieron una camilla portátil y Mauro se acostó boca arriba, en boxer. Llegaron los primeros masajes, en su pecho y cintura. Mauro se puso boca abajo. Pedro le explicaba algunas de las cosas que estaba haciendo. Le dijo que en el coxis, que todos conocen como huesito dulce, se revela y motiva lo sexual. Con un cigarrillo encendido le dio un poco de energía en esa zona, aproximando el calor. Al rato, se quedó a un costado meditando mientras Ignacio continuó con masajes en las manos, los pies y, finalmente, la cabeza. Le indicó que se diera vuelta. Mauro dudó. Ignacio le dijo que no temiera, que lo que pensaba que le estaba pasando le sucedía a muchos. Mauro giró sin abrir los ojos y por el agujero del boxer se escapó la punta de su pene erecto. Ignacio respiró profundo y, para no tentarse con la mirada, lo tapó con un toallón. Avanzó con el masajeo. Caricias en el rostro, que Mauro disfrutó considerablemente. Lo dejó reposar. Se sumó a meditar con Pedro hasta que este se levantó y vio el toallón, sobre Mauro, con una cierta pronunciación. No pudo con su genio y lo levantó. Por vergüenza, Mauro no abrió los ojos, fingiendo estar dormido. Pedro se quedó mirando y, en una arremetida, lo agarró y lo guardó dentro del boxer. Ignacio terminó de meditar y ambos salieron.

La noche los recibió a todos disfrazados y maquillados. Camilo estaba vestido del chico estrella de Kiss, muchos collares y zuecos de corcho; Farid emulaba a Cleopatra; Gastón y Alonso, que hacía una semana que estaban noviando, llegaron vestidos de ángeles negro y blanco; Darío se pintó unas patillas, se hizo un jopo y se vistió como Elvis; Maximiliano se vistió de bruja; Ignacio estaba de marinero blanco; Pedro de soldado romano; Bruno se disfrazó de papá Noel; Fabio con atuendos rojos, que le cosió su mamá, tridente en mano y cuernos; fue la diablita de la noche; Facundo no había llevado nada y Farid le prestó un traje de arlequín, que había usado el año anterior en una fiesta de teatro, y lo maquilló; David, como lo caracterizaba, se exhibió notoriamente, mostrando su torso desnudo, al vestirse con lo que él describió como el espartano Leónidas de la película 300 y que los demás lo describieron como un griego más del montón. Muchos se confabularon, a instancias del mismo Farid, para preguntarle si era un romano, si era griego, si era un árabe, si era un judío en Galilea o el mismísimo Cristo; el grupo de las chicas fue: Carla la monja, la esqueleta Manuela, la mujer maravilla Dana, la payaso Maribel -una colada a la fiesta- y la freaky Remigia, con un vestido de tul negro y rojo, un corsé, otro tul estilo novia cubriéndole el cuerpo y una ametralladora de juguete en la mano; Mauro se transformó en un mosquetero, a quien todos llamaban “el cabezón D’Artagnan”. Todos se la pasaron burlándose de Mauro. Le decían “Cabezón esto”, “Cabezón aquello”. Mauro nunca se enteró del porqué de las cargadas hasta que por medio de una

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carta, cuando estaba en Europa, Remigia le contó la verdad: Pedro había contado sobre el tamaño de su pene y la data se había dispersado rápidamente.

El 14 de abril se organizó un karaoke en el living para festejar el cumpleaños de Camilo. Se organizó una noche de panchos, sándwiches de miga, empanadas de copetín, canapés, colita de cuadril y peceto cortados en rodajas para acompañar en diferentes panes saborizados. Esa noche se convirtió en la gala de sus perfectos alter egos cuando llegó el instante de pasar al frente para cantar. Darío es ferviente fan de la cantante y actriz Bette Midler, de quién interpretó, con una exquisita voz, The rose, que más tarde repitió en castellano, en la versión que había grabado Julia Zenko. Farid, lejos de Cruela y Miranda, se animó a regalarles su propia versión de Cabaret, al estilo de la Minelli. Camilo desparramó sus chillidos, cual mujer gritona ante el acoso de alguien, con su propia versión de A piece of sky de la Streisand. Fabio se animó con Poker face y Bad romance de Lady Gaga, a quien admira con devoción. Gastón no es muy afecto a soltarse, pero lo hizo cantando sus propias y entonadas versiones, aunque matizadas por su rispidez, de Sin tu amor, Es la vida que me alcanza, Puerto Pollensa y Todo sin vos -que la hizo a capella por no estar en la lista del karaoke- y motivado por la cantidad de cerveza que había bebido. Maximiliano cantó algunas de Shakira. Mauro se destapó haciendo, junto a Darío, Your song y, con su amigo Facundo, Big Jack de Ac Dc. Farid y Darío cantaron y actuaron Perfecta de Miranda. En el cierre, ya cuando subían a cantar de a grupo, se descolgaron con Vasos vacíos, con gestos y entonaciones a lo Celia Cruz, Like a virgin, Can’t take my eyes off you y tres temas que entonaron todas y todos: Soy lo que soy, I will survive y La vida es un carnaval.

El 19 de septiembre festejaron el cumpleaños de Fabio. El homenajeado planificó una fiesta fluor. Contrató un barril de cerveza de 50 litros, llenaron la pileta para que luciera con unas lámparas que acondicionaron, especialmente, para que pudieran estar sumergidas. La terraza estaba atestada de gente. Luego del brindis y de soplar las velitas, Mauro fue el impulsor de tirar a Fabio a la pileta. Antes de hacerlo, tomó los recaudos necesarios. Mientras todos tenían agarrado al cumpleañero, Mauro retiró de los bolsillos de su amigo el celular y la billetera. A la cuenta de tres, Fabio fue arrojado al fondo de la pileta. No alcanzó a levantarse, que Mauro cayó detrás de él, empujado por Hernán, el mejor amigo de Fabio, que en un acto de osadía y descalabro, metió la pata hasta el fango. Afortunadamente, para evitar males mayores, Mauro evitó reaccionar. Salió de la pileta, fingió alegría, posó para un par de fotos con Fabio, ambos empapados, y luego sacó de sus bolsillos dos celulares y dos billeteras. Los teléfonos no funcionaron más. El de Fabio no tuvo arreglo y el de Mauro, que pagó su padre, fue refaccionado, pero nunca más volvió a funcionarle la campana de sonido. De las billeteras sacaron plata, documentación y papeles personales, que fueron puestos a secar sobre la cocina con el horno prendido. Facundo y Farid le dijeron

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que admiraban su tranquilidad, pues una reacción hubiese desencadenado una batalla, ya que Darío, Camilo y Farid no soportaban las permanentes notas oscuras que daba Hernán. Mauro se excusó, argumentándoles que seguramente dios se encargaría de dar el castigo ideal.

A las cuatro de la mañana, Fabio llevó en su auto a varios de sus amigos a sus respectivas casas. El último fue Hernán. Cuando estaban por calle 32, luego de parar en un semáforo, Fabio arrancó el vehículo y lo siguiente que vio fue una ambulancia y la policía interviniendo. Se estrellaron contra una columna de luz, afortunadamente a paso de hormiga, lo que ocasionó un choque en la parte delantera del Corsa (que quedó como un bandoneón) e importantes heridas en el conductor y acompañante. Fabio se quedó dormido saliendo en verde y creyó, reflexionando días más tarde, que pudo haber apretado el acelerador. Tenía puesto el cinturón, así que sus golpes tuvieron que ver con el tirón que el cinturón le dejó en su cuerpo: una extensa marca morada, que permaneció por casi un mes, y dolores intensos que lo acompañaron por casi tres meses. Hernán no tenía puesto el cinto. Su cuerpo pegó en el parabrisas, se cortó la cara, se dislocó el hombro y todo lo que había comido y bebido lo vomitó sobre su propio cuerpo. Al día siguiente, luego de acompañar a Fabio al mecánico, Mauro le dijo que quizá dios existía y no atendía solo en la capital.

El cumple de Darío fue el 10 de octubre. El asado que habían planificado se tuvo que realizar al horno, por la intensa lluvia que azotó a todo Buenos Aires. La fiesta se caracterizó por un rejunte de ex novios de muchos de los chicos. Estaban dos ex de Farid que son amigos de Darío, un ex de Darío que está de novio con uno de los ex de Farid, una ex transa de Gastón que es amigo de la infancia de Darío (y cuya relación este desconocía) y un filo del cumpleañero que no paraba de tirarle onda a Farid y a Camilo. Fue una noche un tanto desopilante, divertida, con mucho baile y un poco de Dígalo con mímica casi al despuntar el alba. Promediando la velada, Mauro estaba bailando con Remigia. De repente metió la mano en el Fernet con cola que tenía y pasó los dedos mojados por el cuello de su bailarina. Después le pasó la lengua por el cuello. Se rieron. Remigia, que tenía una particular admiración por Mauro, repitió la osadía. Se acercaron los ex de Darío y Farid, que son pareja, y se engancharon en el juego. Los dedos de ambos se colaron en el vaso y se depositaron en el cuello de Mauro y Remigia, con lengüetazos. Mauro la miró a Remigia y se rio. Al juego se fueron sumando otros y otras más y se armó un divertido momento. Farid se ausentó para ir al baño. Cuando estaba por orinar irrumpió su ex, que lo corrió del inodoro y se puso a vomitar; entró también el flaco que perseguía a Farid y que mantenía una tibia relación de camas con Darío. El joven lo encaró a Farid, lo besó y fueron sorprendidos por Mauro, que había ido también a orinar. Farid se sonrojó y salió con el flaco. Mientras Mauro orinaba, el que había vomitado se lavó la cara y

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enjuagó la boca con buches de Listerine. Cuando giró lo vio a Mauro que quería lavarse las manos y le arrojó un beso de manera pronunciada, que Mauro no alcanzó a esquivar.

–¿Para qué bebés si no sabés? -le dijo.

Regresó a la pista de baile, metió su mano en un vaso de cerveza y se lo pasó por el cuello a su amigo Facundo, que lo miró sorprendido. Pero en vez de pasarle la lengua por el cuello, la agarró a una chica, que había estado mirando toda la noche a Facundo, para quer ella estampara el ansiado beso. Acto seguido, fue Facundo quien metió la mano en el vaso y, cuando Mauro pensó que el beso se lo devolvería a la joven, se lo dio a él, con un mordiscón que le dejó un estampado indeleble.

–A ella le doy otro tipo de besos. -le dijo.

A la mañana, la evidencia en el cuello de Mauro fue difícil de disimular.

IX

El 20 de julio llegó. Todo estaba planificado para festejar el día del amigo. Maximiliano se comprometió a preparar un asado. Fueron temprano al supermercado a comprar chorizos, morcilla, pollo, asado, vacío y riñones, pero no hallaron chinchulines. David se comprometió a traerlos. Durante la tarde se fueron al parque Saavedra a tomar unos mates con bizcochuelo y tortas fritas que había preparado Fabio. Estaban Carla, Remigia, Farid, Darío, Fabio, Maximiliano y Facundo. Gastón llegaría alrededor de las 20 y Mauro un rato más tarde. Luego de la mateada, los chicos se fueron un rato al gimnasio. Las chicas pasaron por la casa de Carla para buscar las verduras para las ensaladas de la noche y encontrarse con Manuela y Dana. David se fue directamente al gimnasio y dejó los chinchulines en su auto, en una heladerita que solía llevar con agua fría y un poco de hielo. Maximiliano preparó el fuego. Bollos de papel de diario, maderitas estilo carpa, algunas hojas secas que trajeron del parque y el fuego cobró forma. Se hicieron las 21 y nadie había llegado. Gastón estaba atrasado y Mauro a pocas cuadras, andando en su bicicleta. Nueve y media llegaron las chicas, Mauro y, detrás, Gastón, Facundo y dos amigos más de La Plata, Tavo y Emilio.

El living fue preparado con una larga mesa. Facundo -con los recién llegados- fue a buscar las bebidas. Se hicieron las 22:30 y Farid, Darío, Fabio, David y Camilo llegaron ya bañados. Subieron a llevarle los chinchulines y se fueron abajo a jugar a la play. Cuando Gastón subió con un vaso de Gancia para el asador y le contó que el resto estaba jugando abajo, Maximiliano agarró la fuente con los chinchulines y los arrojó a la calle. La sorpresa de Gastón fue tan notoria que su grito alertó al resto, que subió presurosamente pensando que había sucedido una tragedia. Arriba, todos, se asomaron para ver lo que Gastón les señalaba,

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mientras Maximiliano se sentaba a beber un trago del aperitivo y comerse un pedacito de morcilla vasca con un trozo de pan. Remigia y Mauro bajaron a levantar las achuras. Habían caído sobre la vereda y sobre el cordón. Las enjuagaron, las subieron y Farid las desparramó sobre la parrilla.

Nadie supo porque Maximiliano había reaccionado de tal manera. Quizás estaba cansado, pensó Darío; cansancio que venía de mucho tiempo atrás, porque cada vez que había que preparar una cena, una parte del grupo consideraba que aportando su parte en dinero todo quedaba solucionado y los mismos de siempre debían correr con todo el resto.

La cena terminó con guitarreada a manos de Darío y Gastón, chistes en torno al gusto de los chinchulines, volcán de chocolate, creme brulé y cheese cake que prepararon Fabio y David y una mateada, para quienes resistieron todas las tentaciones de irse a dormir, acompañado con brownis y galletas de miel, especialmente horneadas para la ocasión por la mamá de Darío.

X

La mañana del primer sábado de noviembre, Mauro fue sorprendido con una carta. Habían aceptado su solicitud de beca para ir a estudiar operación técnica en los míticos estudios Abbey Road de Londres. Mauro no salía de su asombro porque si bien había charlado de ello con Gastón y Xavier, jamás imaginó que ambos escribirían el pedido que finalmente fue aceptado y cuya firma al pie era nada menos que de Alan Parsons, quien estaba por unas semanas definiendo un giro de la Academia de becas por pedido especial del presidente. Xavier le contó que Parsons había sido vicepresidente de los estudios en 1998 y había tenido, desde jovencito, una prolífica carrera musical como técnico en sonido en muchos de los discos que se hicieron en Abbey Road, como álbumes de Pink Floyd, Paul McCartney y The Beatles. Cuando hablaron por teléfono, Xavier le contó del sonido FM tan peculiar de la música de Parsons y de la calidad del proyecto que llevó adelante como productor y compositor junto con el compositor y cantante Eric Woolfson, The Alan Parsons Project, durante gran parte de los años ’70 y ‘80. Como Mauro estaba estudiando inglés, le prestó Here, there and everywhere, un libro que acababa de lanzar Geoff Emerick, el ingeniero de grabación de Los Beatles. Mauro no salía de su estado de impacto, pues la carta recomendaba que viajara a fines de enero para poder empezar un curso preparatorio y de ambientación durante el mes de febrero. Aunque Xavier estaba en Daireaux y Gastón en Buenos Aires, Mauro esa noche quiso festejar. Luego de hablar con lo mentores de su beca, salió a cenar a Vitaminas con sus compañeros, que luego lo invitaron con unos tragos en Wilkenny y más tarde lo llevaron a bailar a Juana.

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Ya en la disco, Fabio y Darío fueron al baño. Mauro los acompañó. Al salir, observó que sus dos amigos estaban frente al espejo maquillándose con base y delineador para los ojos. No salía de su asombro por lo que veía, movió su cabeza en estado de negación con una brisa sonriente que alegraba su gesto.

Más tarde, lo encaró quien se presentó como Víctor, que le pagó varios tragos porque estaba flirteando con su primo. Como Farid estaba acompañado de David, Mauro se pasó un buen rato charlando con el hombre que se animó a confesarle que trabajaba en el Arzobispado de La Plata, que tenía esposa y tres hijos, a los que describió como adorables, impetuosos y fascinantes. Después, se aventuró un poco más, quizá por la relajación que la bebida le regalaba, y le contó que a veces le gustaba tener sexo del fuerte con un buen macho, a lo que Mauro le advirtió que Farid estaba alejado del target que buscaba. No obstante, Víctor le dio su tarjeta para que le avise si alguna vez Farid llegaba a dejar a David, para que le pase su número y lo llame. Mauro le contó de la noche de festejo que estaba teniendo y Víctor le prometió conectarlo con su esposa, que es agente de turismo, con el recaudo de no mencionar el lugar donde se conocieron, para que le consiguiera un pasaje acorde a lo que podía solventar para su futuro viaje.

Esa noche, David y Farid volvieron a discutir. Se celaron un poco. Farid aprovechó los lanzados de Víctor. David utilizó un reencuentro con un ex para incomodar a su novio. Cuando llegaron a la calle 10, David desistió de ir a la habitación y se tiró a dormir en el sofá del living, arropado por un edredón que les había obsequiado María Rosa. A la mañana, Mauro se levantó temprano, David ya estaba despierto, pero seguía acostado. Mauro se presentó en slip, con dos vasos y una gaseosa en sus manos. David no podía dejar de mirar el bulto del primo de su novio. Mauro se incomodó un poco porque se dio cuenta de la mirada incisiva de David, pero tampoco hizo demasiado porque no quiere llamar la atención con ello, así que se sentó a los pies de David, le sirvió un poco de gaseosa también y se pusieron a mirar televisión hasta que el resto de los chicos se levantara para organizar el almuerzo.

XI

El 1 de diciembre decidieron alfombrar el living. Fabio les avisó que Denise llegaría temprano. Farid y Darío tuvieron que salir casi de madrugada porque donarían sangre en el hospital San Juan de Dios donde estaba internado el hermano menor de Camilo por una infección pulmonar. El nosocomio suele solicitar una donación de sangre para el banco de reserva. Farid y Darío tenían que mentir para poder donar porque hay una reglamentación que especifica que los gays son personas en riesgo y no pueden donar sangre. “Ridículos totales”, comentó Farid; “Una mamarrachada total, sentenció Darío y agregó: justo a los

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gays, que somos la población con mayor prevención”. Mauro, que ya había donado el día anterior, atendió la insistente timbrada de Denise. Frotándose las lagañas, con los pelos parados y tapándose la boca para evitar el mal aliento, recibió a Denise. Ella, con un pañuelo marrón sobre su pelo, aros grandes, una altura imponente y una cálida dicción, apuntó el metraje que llevaría la alfombra y tomó nota sobre otras cosas que decoraría por expreso pedido de Fabio. Denise aceptó un café que Mauro nunca le ofreció por estar semidormido. Reaccionó. Lo preparó, en taza grande. También se preparó uno para él.

En el hospital, Farid, Camilo y Darío permanecieron esperando a David, que llegó en onda top y un aire sobrador, con anteojos que Darío definió de ridículos. David hizo la donación. Luego, Camilo se lo agradeció invitándolo con un café con leche y medialunas. Farid lo despidió. Estaba malhumorado y avergonzado por la manera despectiva que David tuvo al señalar a la gente que estaba esperando ser atendida. No se fue. Decidió volver con ellos a la casa. Se fueron caminando las casi veinte cuadras que desde el hospital. Cuando llegaron, notoriamente enojado uno con el otro, Darío se sumó a una vuelta de café con Denise y Mauro. Los novios discutieron y Farid le pidió un tiempo para saber si quería seguir con él. David saludó y se retiró. Un rato después, Denise y Farid subieron a la terraza para charlar un rato.

–¿Me parece que está todo mal entre los chicos, no?

–Así es… Vinieron discutiendo todo el camino. Un garrón. Pero David es una ridícula total.

–Che, esta chica Denise, tenía algo raro, no sé bien qué, pero algo particular.

–¿No me digás qué no te diste cuenta?

Darío le contó que Denise era una mujer no biológica, licenciada en psicología, cosmeatra y se ganaba la vida como decoradora de interiores.

XII

Recuperados de la empapada del día anterior en el barrio de Liniers, luego del gran concierto de García y del reencuentro escénico con el flaco Spinetta, desde la casa de Gastón se fueron, a la tarde, para La Plata. Debían organizar el cumpleaños de Mauro. Fue una fiesta atípica para él, porque se permitió invitar a sus compañeros de la facultad, a algunos amigos de Daireaux que viajaron especialmente. También asistieron Víctor, Denise, Xavier, Fabio presentó a su novio Manuel y Gastón a otro más estable, Miguel. Hubo comida fría, abundante cerveza, mezcla de tragos, se destacaron las margaritas y los daikiris de frutilla y de durazno que preparó Camilo. Fabio realizó una gran torta de cinco kilos con una consola de pasta de azúcar y una clave de sol de crema como detalles. Luego

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de apagar las dieciocho velas verdes, le entregaron tres regalos especiales, a nombre de Farid, Fabio, Darío y Camilo: una guitarra acústica, un suéter de Kosiuko y un par de pantuflas leopardadas como detalle peculiar. La fiesta, a la que asistieron sus papás María Rosa y Fabián, sus tres hermanos Germán, Edgardo y Diego y dos de sus abuelos -don Chicho, papá de su mamá, y doña Juanita, mamá de su papá-, cobró fuerza cuando después del corte de la torta éstos se retiraron.

Mauro amaneció tirado detrás de la puerta de la cocina, cuyos ronquidos despertaron a Gastón que estaba durmiendo en un colchón en el piso. Intentó levantarlo sin ningún resultado positivo. Así que tomó una manta, lo cubrió, le puso un almohadón debajo de su cabeza y volvió a acurrucarse junto a Miguel.

XIII

Un año después de su llegada a La Plata, Mauro debía viajar a Inglaterra. El pasaje de avión ya había sido confirmado para el viernes 22 de enero 2010 por Julia, la esposa de Víctor.

Las fiestas de navidad y año nuevo las pasó donde se sentía más cómodo, en la terraza de la calle 10. Luego viajó a Daireaux, donde el 8 de enero le regalaron una despedida sus familiares y, más tarde, sus amigos. Llegó a La Plata dos días después. Preparó la valija que le prestó Xavier y un bolso grande que le regaló Farid. El 12 lo despidieron sus amigos de la facultad. Maylén no fue invitada al agasajo. La noche del miércoles 20, Gastón y Maximiliano organizaron una cena en una cantina del barrio de La Boca, post recital de Sabina. Viajaron especialmente las chicas, Denise, Víctor y Facundo. Esa noche durmió en la casa de Gastón. Una parte del grupo regresó a La Plata. Otros se quedaron repartidos en las casas de Miguel y Maximiliano. El jueves se lo pasaron reflexionando sobre el año intenso que había vivenciado, recordando anécdotas y hablando del excelente recital del cantante de Ubeda de la noche anterior. En Ezeiza, la tarde del 22, todo se tensionó. Llegaron los papás de Mauro. Hubo lágrimas de Darío, Gastón, Facundo, Carla, Remigia y María Rosa. Mauro apretó sus labios como sosteniendo el aliento, abrazó a todas y a todos, cruzó el control y se fue a esperar el llamado de abordaje. Nadie se fue. Todos esperaron que el avión despegara. Cuando lo vieron elevarse retornaron a sus vidas en Daireaux, Capilla del Monte, La Plata y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Mauro estaba en pleno rumbo a un nuevo mundo.

XIV

El 20 de julio, a la mañana, llegó una postal. El remitente estaba firmado por Campanita Bonfiglio. La había enviado un mes antes a la casa de Xavier, que le

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había prometido tirarla por debajo de la puerta de calle 10, el día de la amistad. A pesar de la distancia, Mauro se acordaba que pronto se celebraría el día del amigo y, de alguna manera, había querido estar presente. La postal estaba cubierta de un papel celofán bordó sellado, con una indicación que advertía que por favor fuera leída en la cena, ante la presencia de quienes, estaba seguro, pasarían a festejar o saludar.

Reunidos todos en torno a una gran mesa, cuando el reloj indicaba las 23:45 y ya habían terminado de cenar los ñoquis que había amasado Fabio, con salsas blancas, pomarola, pesto, champiñones y hongos, Farid abrió el celofán. Era una postal con el motivo de la calle que enaltecieron Los Beatles en la tapa de su álbum Abbey Road, cuyo paso cebra conecta con los míticos estudios londinenses, pero con el detalle que las líneas no eran blancas sino con los colores de la bandera del arco iris.

Al dorso, Mauro escribió un poema que dedicó especialmente…

Para mis Amigas Carla, Remigia, Manuela, Denise y Dana

Para mis Amigas del Reino de Las Divas: Justina, Eleuteria, Bonnie, Marlene, Melanie y Jennifer

Y para mi querido Facundo, que espero ya estés bautizado (sugiero Ellen) jejeje…

Para Tío Xavier y Víctor, Manuel y Miguel.

“All my loving to you, Folks”

Ustedes me hicieron descubrirme, ser mejor persona y soñar.

Así que me inspiré y les escribí esto, en alusión a lo que siempre pregona Eleuteria…

Cuando no hay luces, está ese lugar. Cuando estás solo, están esas risas. Cuando estás fuera, allí te meten.

Cuando creés que los agujeros se abisman y se ciernen las pálidas,

suenan canciones y te despertás. Cuando los circos pasaron y buscás un claro de solitud,

el fuego se enciende y los tragos moderan.

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Siempre están allí, para el rescate, para el refugio ideal, aún en los momentos más tranquilos. Allí sale la luna, soplan los vientos,

llueve en los ojos y se hace el sol.

Dijo Walt Disney:

Y así, después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar. Decidí no esperar a las oportunidades, sino buscarlas por mí mismo, decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución, decidí ver cada desierto como la oportunidad de encontrar un oasis, decidí ver, cada noche, como un misterio a resolver, decidí ver cada día como una nueva oportunidad de ser feliz. Aquel día descubrí que mi único rival no eran más que mis propias debilidades, y que en estas, está la única y mejor forma de superarnos. Aquel día dejé de temer a perder y empecé a temer a no ganar, descubrí que no era yo el mejor y que quizá nunca lo fui; me dejó de importar quién ganara o perdiera; ahora me importa, simplemente, saberme mejor que ayer. Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir. Aprendí que el mejor triunfo que puedo tener es tener el derecho de llamar a alguien AMIGO, descubrí que el AMOR es más que un simple estado de enamoramiento, el AMOR ES UNA FILOSOFÍA DE VIDA. Aquel día dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mi propia tenue luz de este presente; aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás. Aquel día decidí cambiar tantas cosas… aquel día aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad. Desde aquel día ya no duermo para descansar… Ahora simplemente duermo para soñar.

FELIZ DÍA AMIG@S!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Asquesoramente,

YES <3

Maurinita

(Mauro+Campanita…juazzzzzzzz)

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XV

Cinco meses después, otro 20, pero de diciembre, Mauro estuvo de vuelta. Distinto. Con barba tupida, pelo corto. Del otro lado, algunos de sus amigos lo esperaban arriba, apoyados en la baranda del bar; otros debajo, al costado del inmenso mural “Rompecabezas filosófico” de Marta Minujín. La imagen que habían vislumbrado de Mauro, atravesando la puerta, se hacía realidad. Los que estaban arriba lo vieron primero. Fabio no pudo contenerse y le gritó.

–Me muero, me muero, las pantuflas… tiene las pantuflas puestas. -dijo Denise.

Mauro cruzó la puerta corrediza, sus papás lo abrazaron, luego fue el turno de todos los demás. Lo atosigaron a preguntas y comentarios hasta que, en el hall central, alguien pidió silencio para que hablara.

–¡Esperen! ¡Esperen! Sí, la pasé de diez, Maire es copada, Londres es lo más, pero quiero ir a mi casa… mis locas, mi refugio…

Tedeschi Loisa, Diego

Publicado en © Tres de un par imperfecto. Cuentos a la crema

1º edición – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 360 p.; 17 x 24 cm.

© 2014 Bubok Publishing S.L.

ISBN 978-987-33-4944-7

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título

CDD A863

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Impreso por Bubok

Fecha de catalogación: 06/05/2014

Hecho el depósito que impone la Ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin citar al autor.

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