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5/23/2018 ORTEGAYGASSET-LAREBELINDELASMASAS.pdf-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/ortega-y-gasset-la-rebelion-de-las-masaspdf 1/250  5 JOSÉ ORTEGA Y GASSET LA REBELIÓN DE LAS MASAS PRÓLOGO PARA FRANCESES I Este libro -suponiendo que sea un libro -data... Comenzó a publicarse en un diario madrileño en 1926, y el asunto de que trata es demasiado humano para que no le afecte demasiado el tiempo. Hay, sobre todo, épocas en que la realidad humana, siempre móvil, se acelera, se embala en velocidades vertiginosas. Nuestra época es de esta clase porque es de des- censos y caídas. De aquí que los hechos hayan dejado atrás el libro. Mucho de lo que en él se anuncia fue pronto un presente y es ya un pasado. Además, como este libro ha circulado mucho durante estos años fuera de Francia, no pocas de sus fórmulas han llegado ya al lector francés por vías anónimas y son puro lugar común. Hubiera sido, pues, excelente ocasión para practi- car la obra de caridad más propia de nuestro tiempo: no publicar libros superfluos. Yo he hecho todo lo posible en este sentido -va para cinco años que la casa Stock me propuso su versión; pero se me ha hecho ver que el organismo de ideas enunciadas en estas páginas no consta al lector francés y que, acertado o erró- neo, fuera útil someterlo a su meditación y a su crítica. No estoy muy convencido de ello, pero no es cosa de formali- zarse. Me importa, sin embargo, que no entre en su lectura con ilusiones injustificadas. Conste, pues, que se trata simplemente de una serie de artículos publicados en un diario madrileño de gran circulación. Como casi todo lo que he escrito, fueron estas páginas para unos cuantos españoles que el destino me había puesto delante, ¿No es sobremanera improbable que mis pala-

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    JOS ORTEGA Y GASSET

    LA REBELINDE LAS MASAS

    PRLOGO PARA FRANCESES

    I

    Este libro -suponiendo que sea un libro -data...Comenz a publicarse en un diario madrileo en 1926, y el

    asunto de que trata es demasiado humano para que no le afectedemasiado el tiempo. Hay, sobre todo, pocas en que la realidadhumana, siempre mvil, se acelera, se embala en velocidadesvertiginosas. Nuestra poca es de esta clase porque es de des-censos y cadas. De aqu que los hechos hayan dejado atrs ellibro. Mucho de lo que en l se anuncia fue pronto un presente y

    es ya un pasado. Adems, como este libro ha circulado muchodurante estos aos fuera de Francia, no pocas de sus frmulashan llegado ya al lector francs por vas annimas y son purolugar comn. Hubiera sido, pues, excelente ocasin para practi-car la obra de caridad ms propia de nuestro tiempo: no publicarlibros superfluos. Yo he hecho todo lo posible en este sentido -vapara cinco aos que la casa Stock me propuso su versin; perose me ha hecho ver que el organismo de ideas enunciadas enestas pginas no consta al lector francs y que, acertado o err-neo, fuera til someterlo a su meditacin y a su crtica.

    No estoy muy convencido de ello, pero no es cosa de formali-zarse. Me importa, sin embargo, que no entre en su lectura conilusiones injustificadas. Conste, pues, que se trata simplementede una serie de artculos publicados en un diario madrileo degran circulacin. Como casi todo lo que he escrito, fueron estas

    pginas para unos cuantos espaoles que el destino me habapuesto delante, No es sobremanera improbable que mis pala-

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    bras, cambiando ahora de destinatario, logren decir a los france-ses lo que ellas pretenden enunciar? Mal puedo esperar mejorfortuna cuando estoy persuadido de que hablar es una operacinmucho ms ilusoria de lo que suele creerse, por supuesto, comocasi todo lo que el hombre hace. Definimos el lenguaje como elmedio que nos sirve para manifestar nuestros pensamientos.Pero una definicin, si es verdica, es irnica, implica tcitas re-servas, y cuando no se la interpreta as produce resultados fu-nestos, As esta, Lo de menos es que el lenguaje sirva tambinpara ocultar nuestros pensamientos, para mentir. La mentira se-ra imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero, La

    moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. A la postre,el engao resulta ser un humilde parsito de la ingenuidad.No; lo ms peligroso de aquella definicin es la aadidura

    optimista con que solemos escucharla. Porque ella misma no nosasegura que mediante el lenguaje podamos manifestar, con sufi-ciente adecuacin, todos nuestros pensamientos. No se com-promete a tanto, pero tampoco nos hace ver francamente la ver-dad estricta: que siendo al hombre imposible entenderse con sus

    semejantes, estando condenado a radical soledad, se extena enesfuerzos por llegar al prjimo. De estos esfuerzos es el lenguajequien consigue a veces declarar con mayor aproximacin algu-nas de las cosas que nos pasan dentro. Nada ms, Pero, deordinario, no usamos estas reservas. Al contrario, cuando elhombre se pone a hablar lo hace porque cree que va a poderdecir cuanto piensa. Pues bien, esto es lo ilusorio. El lenguaje noda para tanto. Dice, poco ms o menos, una parte de lo que pen-

    samos y pone una valla infranqueable a la transfusin del resto.Sirve bastante bien para enunciados y pruebas matemticas; yaal hablar de fsica empieza a hacerse equvoco e insuficiente.Pero conforme la conversacin se ocupa de temas ms importan-tes que esos, ms humanos, ms reales, va aumentando suimprecisin, su torpeza y confusionismo. Dciles al prejuicio inve-terado de que hablando nos entendemos, decimos y escuchamostan de buena fe que acabamos muchas veces por malentende-

    mos mucho ms que si, mudos, procursemos adivinarnos.

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    Se olvida demasiado que todo autntico decir no solo dicealgo, sino que lo dice alguien a alguien. En todo decir hay unemisor y un receptor, los cuales no son indiferentes al significadode las palabras. Este vara cuando aquellas varan. Duo si idemdicunt non est idem.Todo vocablo es ocasional1. El lenguaje espor esencia dilogo, y todas las otras formas del hablar depoten-cian su eficacia. Por eso yo creo que un libro slo es bueno en lamedida en que nos trae un dilogo latente, en que sentimos queel autor sabe imaginar concretamente a su lector y este percibecomo si de entre las lneas saliese una mano ectoplsmica quepalpa su persona, que quiere acariciarla o bien, muy cortsmen-

    te, darle un puetazo.Se ha abusado de la palabra y por eso ha cado en despresti-gio. Como en tantas otras cosas, ha consistido aqu el abuso enel uso sin preocupaciones, sin conciencia de la limitacin delinstrumento. Desde hace casi dos siglos se ha credo que hablarera urbi et orbi es decir, a todo el mundo y nadie. Yo detestoesta manera de hablar y sufro cuando no s muy concretamentea quin hablo.

    Cuenta, sin insistir demasiado sobre la realidad del hacho,que cuando se celebr el jubileo de Vctor Hugo fue organizadauna gran fiesta en el palacio del Eliso a la que concurrieron,aportando su homenaje, representaciones de todas las naciones.El gran poeta se hallaba en la gran sala de recepcin, en solem-ne actitud de estatua, con el codo apoyado en el reborde de unachimenea. Los representantes de las naciones se iban adelan-tando ante el pblico y presentaban su homenaje al vate de

    Francia. Un ujier, con voz de estentor, los iba anunciando:Monsieur le Reprsentant de l' Angleterre! Y Vctor Hugo,

    con voz de dramtico trmolo, poniendo los ojos en blanco, de-ca: L'Ang1eterre! Ah, Shakespeare! El ujier prosigui: Mon-sieur le Reprsentant de l'Espagne! Y Vctor Hugo: L'Espagne!

    1Vase el ensayo del autor titulado History as a System, en el volumen Philosophy and

    History.Homages to Ernest Cassier. London, 1936. (V. Edicin espaolaHistoria como

    sistema, en esta coleccin)

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    Ah, Cervantes! El ujier: Monsieur le Reprsentant de l' Alle-magne! y Vctor Hugo: L'Allemagne! Ah, Goethe!

    Pero entonces lleg el turno a un pequeo seor, achaparra-do, gordinfln y torpe de andares. El hujier exclam: Monsieur leReprsentant de la Msopotamie!

    Vctor Hugo, que hasta entonces haba permanecido impert-rrito y seguro de s mismo, pareci vacilar. Sus pupilas, ansiosas,hicieron un gran giro circular como buscando en todo el cosmosalgo que no encontraba. Pero pronto se advirti que lo habahallado y que volva a sentirse dueo de la situacin. En efecto,con el mismo tono pattico, con no menor conviccin, contest al

    homenaje del rotundo representante diciendo:La Msopotamie! Ah, I'Humanit! He referido esto a fin de declarar, sin la solemnidad de Vctor

    Hugo, que yo no he escrito ni hablado nunca para la Mesopota-mia, y que no me he dirigido jams a la Humanidad. Esta cos-tumbre de hablar a la Humanidad, que es la forma ms sublimey, por lo tanto, ms despreciable de la demagogia, fue adoptadahacia 1750 por intelectuales descarriados, ignorantes de sus

    propios lmites y que, siendo, por su oficio, los hombres del decir,del logos, han usado de l sin respeto ni precauciones, sin darsecuenta de que la palabra es un sacramento de muy delicada ad-ministracin.

    II

    Esta tesis que sustenta la exigidad del radio de accin efi-

    cazmente concedido a la palabra, poda parecer invalidada por elhecho mismo de que este volumen haya encontrado lectores encasi todas las lenguas de Europa. Yo creo, sin embargo, que estehecho es ms bien sntoma de otra cosa, de otra grave cosa: dela pavorosa homogeneidad de situaciones en que va cayendotodo el Occidente. Desde la aparicin de este libro, por la mec-nica que en l mismo se describe, esa identidad ha crecido enforma angustiosa. Digo angustiosa porque, en efecto, lo que en

    cada pas es sentido como circunstancia dolorosa, multiplica

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    hasta el infinito su efecto deprimente cuando el que lo sufre ad-vierte que apenas hay lugar en el continente donde no acontezcaestrictamente lo mismo. Poda antes ventilarse la atmsfera con-finada de un pas abriendo las ventanas que dan sobre otro. Peroahora no sirve de nada este expediente, porque en el otro pas esla atmsfera tan irrespirable como en el propio. De aqu la sensa-cin opresora de asfixia. Job, que era un terribleprince-sans-rire,pregunta a sus amigos, los viajeros y mercaderes que han anda-do por el mundo: Unde sapientia venit el quis est locus intelligen-tiae? Sabis de algn lugar del mundo donde la inteligenciaexista?

    Conviene, sin embargo, que en esta progresiva asimilacin delas circunstancias distingamos dos dimensiones diferentes y devalor contrapuesto.

    Este enjambre de pueblos occidentales que parti a volarsobre la historia desde las ruinas del mundo antiguo, se ha carac-terizado siempre por una forma dual de vida. Pues ha acontecidoque conforme cada uno iba formando su genio peculiar, entreellos o sobre ellos se iba creando un repertorio comn de ideas,

    maneras y entusiasmos. Ms an. Este destino que les haca, ala par, progresivamente homogneos y progresivamente diver-sos, ha de entenderse con cierto superlativo de paradoja. Porqueen ellos la homogeneidad no fue ajena a la diversidad. Al contra-rio: cada nuevo principio uniforme fertilizaba la diversificacin. Laidea cristiana engendra las iglesias nacionales; el recuerdo delImperium romano inspira las diversas formas del Estado; la res-tauracin de las letras en el siglo XV dispara las literaturas di-

    vergentes; la ciencia y el principio unitario del hombre como ra-zn pura crea los distintos estilos intelectuales que modelandiferencial mente hasta las extremas abstracciones de la obramatemtica. En fin y para colmo: hasta la extravagante idea delsiglo XVIII, segn la cual todos los pueblos han de tener unaconstitucin idntica, produce el efecto de despertar romntica-mente la conciencia diferencial de las nacionalidades, que vienea ser como incitar a cada uno hacia su particular vocacin.

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    Y es que para estos pueblos llamados europeos, vivir ha sidosiempre -claramente desde el siglo XI, desde Otn III- moverse yactuar en un espacio o mbito comn. Es decir, que para cadauno vivir era convivir con los dems. Esta convivencia tomabaindiferentemente aspecto pacfico o combativo. Las guerras in-tereuropeas han mostrado casi siempre un curioso estilo que lashace parecerse mucho a las rencillas domsticas. Evitan la ani-quilacin del enemigo y son ms bien certmenes, luchas deemulacin, como las de los mozos dentro de una aldea o dispu-tas de herederos por el reparto de un legado familiar. Un poco deotro modo, todos van a lo mismo. Eadem sed aliter. Como Carlos

    V deca de Francisco I: Mi primo Francisco y yo estamos porcompleto de acuerdo: los dos queremos Miln.Lo de menos es que a ese espacio histrico comn, donde

    todas las gentes de Occidente se sentan como en su casa, co-rresponda un espacio fsico que la geografa denomina Europa.El espacio histrico a que aludo se mide por el radio de efectiva yprolongada convivencia es un espacio social. Ahora bien, convi-vencia y sociedad son trminos equipolentes. Sociedad es lo que

    se produce automticamente por el simple hecho de la conviven-cia. De suyo e ineluctablemente segrega estas costumbres, usos,lengua, derecho, poder pblico. Uno de los ms graves erroresdel pensamiento moderno, cuyas salpicaduras an padece-mos, ha sido confundir la sociedad con la asociacin, que es,aproximadamente, lo contrario de aquella. Una sociedad no seconstituye por acuerdo de las voluntades. Al revs, todo acuerdode voluntades presupone la existencia de una sociedad, de gen-

    tes que conviven, y el acuerdo no puede consistir sino en preci-sar una u otra forma de esa convivencia, de esa sociedad pre-existente. La idea de la sociedad como reunin contractual, portanto, jurdica, es el ms insensato ensayo que se ha hecho deponer la carreta delante de los bueyes. Porque el derecho, larealidad derecho -no las ideas sobre l del filsofo, jurista odemagogo- es, si se me tolera la expresin barroca, secrecinespontnea de la sociedad y no puede ser otra cosa. Querer que

    el derecho rija las relaciones entre seres que previamente no

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    viven en efectiva sociedad, me parece y perdneseme la inso-lencia- tener una idea bastante confusa y ridcula de lo que elderecho es.

    No debe extraar, por otra parte, la preponderancia de esaopinin confusa y ridcula sobre el derecho, porque una de lasmximas desdichas del tiempo es que, al topar las gentes deOccidente con los terribles conflictos pblicos del presente, sehan encontrado pertrechados con un utillaje arcaico y torpsimode nociones sobre lo que es sociedad, colectividad, individuos,usos, ley, justicia, revolucin, etc. Buena parte del azoramientoactual proviene de la incongruencia entre la perfeccin de nues-

    tras ideas sobre los fenmenos fsicos y el retraso escandalosode las ciencias morales. El ministro, el profesor, el fsico ilustrey el novelista suelen tener de esas cosas conceptos dignos deun barbero suburbano. No es perfectamente natural que sea elbarbero suburbano quien d la tonalidad del tiempo2?

    Pero volvamos a nuestra ruta. Quera insinuar que los puebloseuropeos son desde hace mucho tiempo una sociedad, una co-lectividad, en el mismo sentido que tienen estas palabras aplica-

    das a cada una de las naciones que integran aquella. Esa socie-dad manifiesta todos los atributos de tal; hay costumbres euro-peas, usos europeos, opinin pblica europea, derecho europeo,poder pblico europeo. Pero todos estos fenmenos sociales sedan en la forma adecuada al estado de evolucin en que se en-cuentra la sociedad europea, que no es, claro est, tan avanzadocomo el de sus miembros componentes, las naciones.

    2Justo es decir que ha sido en Francia, y solo en Francia, donde se inici unaaclaracin y mise au pointde todos esos conceptos. En otro lugar hallar el lectoralguna indicacin sobre esto y, adems, sobre la causa de que esa iniciacin semalograse. Por mi parte he procurado colaborar en este esfuerzo de aclaracinpartiendo de la reciente tradicin francesa, superior en este orden de temas a lasdems. El resultado de mis reflexiones va en el libro, prximo a publicarse, Elhombre y la gente. All encontrar el lector el desarrollo y justificacin de cuantoacabo de decir. (Publicado en esta coleccin)

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    Por ejemplo: la forma de presin social que es el poder pbli-co funciona en toda sociedad, incluso en aquellas primitivas don-de no existe an un rgano especial encargado de manejarlo. Sia este rgano diferenciado a quien se encomienda el ejercicio delpoder pblico se le quiere llamar Estado, dgase que en ciertassociedades no hay Estado, pero no se diga que no hay en ellaspoder pblico. Donde hay opinin pblica, cmo podr faltar unpoder pblico si este no es ms que la violencia colectiva dispa-rada por aquella opinin? Ahora bien: que desde hace siglos ycon intensidad creciente existe una opinin pblica europea yhasta una tcnica para influir en ella- es cosa incmoda de negar.

    Por esto, recomiendo al lector que ahorre la malignidad deuna sonrisa al encontrar que en los ltimos captulos de estevolumen se hace con cierto denuedo, frente al cariz opuesto delas apariencias actuales, la afirmacin de una posible, de unaprobable unidad estatal de Europa. No niego que los EstadosUnidos de Europa son una de las fantasas ms mdicas queexisten y no me hago solidario de lo que otros han pensado bajoestos signos verbales. Mas, por otra parte, es sumamente impro-

    bable que una sociedad, una colectividad tan madura como laque ya forman los pueblos europeos, no ande cerca de crearsesu artefacto estatal mediante el cual formalice el ejercicio delpoder pblico europeo ya existente. No es, pues, debilidad antelas solicitaciones de la fantasa ni propensin a un idealismoque detesto, y contra el cual he combatido toda mi vida, lo queme lleva a pensar as. Ha sido el realismo histrico quien me haenseado a ver que la unidad de Europa como sociedad no es un

    ideal, sino un hecho de muy vieja cotidianeidad. Ahora bien,una vez que se ha visto esto, la probabilidad de un Estado gene-ral europeo se impone necesariamente. La ocasin que llevesbitamente a trmino el proceso puede ser cualquiera: porejemplo, la coleta de un chino que asome por los Urales o bienuna sacudida del gran magmaislmico.

    La figura de ese Estado supernacional ser, claro est, muydistinta de las usadas, como, segn en esos mismos captulos se

    intenta mostrar, ha sido muy distinto el Estado nacional del Esta-

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    do-ciudad que conocieron los antiguos. Yo he procurado en estaspginas poner en franqua las mentes para que sepan ser fieles ala sutil concepcin del Estado y sociedad que la tradicin euro-pea nos propone.

    Al pensamiento greco-romano no le fue nunca fcil concebir larealidad como dinamismo. No poda desprenderse de lo visible osus sucedneos, como un nio no entiende bien de un libro msque las ilustraciones. Todos los esfuerzos de sus filsofos autc-tonos para trascender esa limitacin fueron vanos. En todos susensayos para comprender acta, ms o menos, como paradigma,el objeto corporal, que es, para ellos, la cosa por excelencia.

    Solo aciertan a ver una sociedad, un Estado donde la unidadtenga el carcter de contigidad visual; por ejemplo, una ciudad.La vocacin mental del europeo es opuesta. Toda cosa visible leparece, en cuanto tal, simple mscara aparente de una fuerzalatente que la est constantemente produciendo y que es su ver-dadera realidad. All donde la fuerza, la dynamis,acta unitaria-mente, hay real unidad, aunque a la vista nos aparezcan comomanifestacin de ella solo cosas diversas.

    Sera recaer en la limitacin antigua no descubrir unidad depoder pblico ms que donde este ha tomado mscaras ya co-nocidas y como solidificadas de Estado; esto es, en las nacionesparticulares de Europa. Niego rotundamente que el poder pblicodecisivo actuante en cada una de ellas consista exclusivamenteen su poder pblico interior o nacional. Conviene caer de una vezen la cuenta de que desde hace muchos siglos-y con concienciade ello desde hace cuatro- viven todos los pueblos de Europa

    sometidos a un poder pblico que por su misma pureza dinmicano tolera otra denominacin que la extrada de la ciencia mecni-ca: el equilibrio europeo o balance of Power.

    Ese es el autntico gobierno de Europa que regula en su vue-lo por la historia el enjambre de pueblos solcitos y pugnacescomo abejas, escapados a las ruinas del mundo antiguo. La uni-dad de Europa no es una fantasa, sino que es la realidad misma,y la fantasa es precisamente lo otro: la creencia de que Francia,

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    Alemania, Italia o Espaa son realidades sustantivas e indepen-dientes.

    Se comprende, sin embargo, que no todo el mundo percibacon evidencia la realidad de Europa, porque Europa no es unacosa, sino un equilibrio. Ya en el siglo XVIII el historiador Ro-bertson llam al equilibrio europeo the great secret of modern

    politics.Secreto grande y paradojal, sin duda! Porque el equilibrio o

    balanza de poderes es una realidad que consiste esencialmenteen la existencia de una pluralidad. Si esta pluralidad se pierde,aquella unidad dinmica se desvanecera. Europa es, en efecto,

    enjambre: muchas abejas y un solo vuelo.Este carcter unitario de la magnfica pluralidad europea es loque yo llamara la buena homogeneidad, la que es fecunda ydeseable, la que haca ya decir a Montesquieu: L 'Europe n'estqu'une nation compose de plusieurs

    3, y a Balzac, ms romnti-camente, le haca hablar de la grande famille continentale, donttous les efforts tendent a je ne sais quel mystere de civilisation

    4.

    III

    Esta muchedumbre de modos europeos que brota constante-mente de su radical unidad y revierte a ella mantenindola, es eltesoro mayor del Occidente. Los hombres de cabezas toscas nologran pensar una idea tan acrobtica como esta en que es pre-ciso brincar, sin descanso, de la afirmacin de la pluralidad alreconocimiento de la unidad y viceversa. Son cabezas pesadas

    nacidas para existir bajo las perpetuas tiranas de Oriente.Triunfa hoy sobre toda el rea continental una forma de

    homogeneidad que amenaza consumir por completo aquel teso-ro. Dondequiera ha surgido el hombre-masa de que este volumense ocupa, un tipo de hombre hecho de prisa, montado nada msque sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo

    3

    Monarchie universelle: deux opuscules, 1891, pg. 364CEuvres completes (Calmann-Lvy). Vol. XXII, pg. 248

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    mismo, es idntico de un cabo de Europa al otro. A l se debe eltriste aspecto de asfixiante monotona que va tomando la vida entodo el continente. Este hombre-masa es el hombre previamentevaciado de su propia historia, sin entraas de pasado y, por lomismo, dcil a todas las disciplinas llamadas internacionales.Ms que un hombre, es solo un caparazn de hombre constituidopor meros idola fori; carece de un dentro, de una intimidadsuya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar.De aqu que est siempre en disponibilidad para fingir ser cual-quier cosa. Tiene solo apetitos, cree que solo tiene derechos y nocree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que

    obliga -sine nobilitate-, snob5

    .Este universal esnobismo, que tan claramente aparece, porejemplo, en el obrero actual, ha cegado las almas para compren-der que, si bien toda estructura dada de la vida continental tieneque ser trascendida, ha de hacerse esto sin prdida grave de suinterior pluralidad.

    Como el snob est vaco de destino propio, como no sienteque existe sobre el planeta para hacer algo determinado e incan-

    jeable, es incapaz de entender que hay misiones particulares yespeciales mensajes. Por esta razn es hostil al liberalismo, conuna hostilidad que se parece a la del sordo hacia la palabra. Lalibertad ha significado siempre en Europa franqua para ser elque autnticamente somos. Se comprende que aspire a prescin-dir de ella quien sabe que no tiene autntico quehacer.

    Con extraa facilidad todo el mundo se ha puesto de acuerdopara combatir y denostar al viejo liberalismo. La cosa es sospe-

    chosa. Porque las gentes no suelen ponerse de acuerdo si no esen cosas un poco bellacas o un poco tontas. No pretendo que elviejo liberalismo sea una idea plenamente razonable: cmo va aserIo si es viejo y si es ismo! Pero s pienso que es una doctrinasobre la sociedad mucho ms honda y clara de lo que suponen

    5En Inglaterra las listas de vecinos indicaban junto a cada nombre el oficio y

    rango de la persona. Por eso, junto al nombre de los simples burgueses apareca

    la abreviatura s. nob; es decir, sin nobleza. Este es el origen de la palabra snob.

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    sus detractores colectivistas, que empiezan por desconocerlo.Hay adems en l una intuicin de lo que Europa ha sido, alta-mente perspicaz.

    Cuando Guizot, por ejemplo, contrapone la civilizacin euro-pea a las dems haciendo notar que en ella no ha triunfado nun-ca en forma absoluta ningn principio, ninguna idea, ningn gru-po o clase, y que a esto se debe su crecimiento permanente y sucarcter progresivo, no podemos menos de poner el odo atento6.Este hombre sabe lo que dice. La expresin es insuficiente por-que es negativa, pero sus palabras nos llegan cargadas de visio-nes inmediatas. Como del buzo emergente trascienden olores

    abisales, vemos que este hombre llega efectivamente del profun-do pasado de Europa donde ha sabido sumergirse. Es, en efecto,increble que en los primeros aos del siglo XIX, tiempo retrico yde gran confusin, se haya compuesto un libro como la Historiede la civilisation en Europe. Todava el hombre de hoy puedeaprender all cmo la libertad y el pluralismo son dos cosas rec-procas y cmo ambas constituyen la permanente entraa deEuropa.

    Pero Guizot ha tenido siempre mala prensa, como, en gene-ral, los doctrinarios. A m no me sorprende. Cuando veo quehacia un hombre o grupo se dirige fcil e insistente el aplauso,surge en m la vehemente sospecha de que en ese hombre o enese grupo, tal vez junto a dotes excelentes, hay algo sobremane-

    6"La coexistence et le combat de principes divers". Guizot, Histoire de la Civili-

    sation en Europe, pg. 35. En un hombre tan distinto de Guizot como Ranke

    encontramos la misma idea: "Tan pronto como en Europa un principio, sea el quefuere, intenta el dominio absoluto, encuentra siempre una resistencia que sale aoponrsele de los ms profundos senos vitales."CEuvres completes, 38, p. 110.En otro lugar (tomos 8 y 10, p. 3): "El mundo europeo se compone de elementosde diverso origen, en cuya ulterior contraposicin y lucha vienen precisamente adesarrollarse los cambios de las pocas histricas." No hay en estas palabrasde Ranke una clara influencia de Guizot? Un factor que impide ver ciertos estra-tos profundos de la historia del siglo XIX es que no est bien estudiado el inter-cambio de ideas entre Francia y Alemania, digamos desde 1790 a 1830. Tal vezel resultado de ese estudio revelase que Alemania ha recibido en esa poca

    mucho ms de Francia que inversamente.

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    ra impuro. Acaso es esto un error que padezco, pero debo decirque no lo he buscado, sino que lo ha ido dentro de m decantan-do la experiencia. De todas suertes, quiero tener el valor de afir-mar que este grupo de los doctrinarios, de quien todo el mundose ha redo y ha hecho mofas escurriles, es, a mi juicio, lo msvalioso que ha habido en la poltica del continente durante el sigloXIX. Fueron los nicos que vieron claramente lo que haba quehacer en Europa despus de la Gran Revolucin, y fueron ade-ms hombres que crearon en sus personas un gesto digno ydistante, en medio de la chabacanera y la frivolidad creciente deaquel siglo. Rotas y sin vigencia casi todas las normas con que la

    sociedad presta una continencia al individuo, no poda este cons-tituirse una dignidad si no la extraa del fondo de s mismo. Malpuede hacerse esto sin alguna exageracin, aunque sea solopara defenderse del abandono orgistico en que viva su contor-no. Guizot supo ser, como Buster Keaton, el hombre que no re 7.No se abandona jams. Se condensan en l varias generacionesde protestantes nimeses que haban vivido en perpetuo alerta,sin poder flotar a la deriva en el ambiente social, sin poder aban-

    donarse. Haba llegado en ellos a convertirse en un instinto laimpresin radical de que existir es resistir, hincar los talones entierra para oponerse a la corriente. En una poca como la nues-tra, de puras corrientes y abandonos, es bueno tomar contactocon hombres que no se dejan llevar. Los doctrinarios son uncaso excepcional de responsabilidad intelectual; es decir, de loque ms ha faltado a los intelectuales europeos desde 1750,defecto que es, a su vez, una de las causas profundas del pre-

    sente desconcierto.Pero yo no s si, aun dirigindome a lectores franceses, pue-

    do aludir al doctrinarismo como a una magnitud conocida. Puesse da el caso escandaloso de que no existe un solo libro dondese haya intentado precisar lo que aquel grupo de hombres pen-

    7Con cierta satisfaccin refiere a Mme. de Gasparin que hablando el papa Gre-

    gorio XVI con el embajador francs, deca refirindose a l "E un gran ministro.Dicono che non ride mai." Correspondance avec Mme. de Gasparin,p. 283.

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    saba8, como, aunque parezca increble, no hay tampoco unlibromedianamente formal sobre Guizot ni sobre Royer-Collard9, Ver-dad es que ni uno ni otro publicaron nunca un soneto. Pero, enfin, pensaron, pensaron hondamente, originalmente, sobre losproblemas ms graves de la vida pblica europea, y construyeronel doctrinal poltico ms estimable de toda la centuria, Ni serposible reconstruir la historia de esta si no se cobra intimidad conel modo en que se presentaron las grandes cuestiones ante es-tos hombres10, Su estilo intelectual no es solo diferente en espe-cie, sino como de otro gnero y de otra esencia que todos losdems triunfantes en Europa antes y despus de ellos. Por eso

    8Si el lector intenta informarse, se encontrar, una y otra vez, con la frmula

    elusiva de que los doctrinarios no tenan una doctrina idntica, sino que variabade uno a otro. Como si esto no aconteciese en toda escuela intelectual y noconstituyese la diferencia ms importante entre un grupo de hombres y un grupode gramfonos.

    9 En estos ltimos aos. M. Charles H. Pouthas ha tomado sobre s la fatigosa

    tarea de despojar los archivos de Guizot y ofrecernos en una serie de volmenes

    un material sin el cual sera imposible emprender la ulterior faena de reconstruc-cin. Sobre Royer-Collard no hay ni eso. A la postre resulta que es preciso recu-rrir a los estudios de Faguet sobre el ideariumde uno y otro. No hay nada mejor,y aunque son sumamente vivaces, son por completo insuficientes

    10Por ejemplo nadie puede quedarse con la conciencia tranquila -se entiende

    quien tenga "conciencia" intelectual -cuando ha interpretado la poltica de "resis-tencia" como pura y simplemente conservadora Es demasiado evidente que loshombres Royer-Collard, Guizot. Broglie no eran conservadores sin ms. La pala-

    bra "resistencia". que al aparecer en la cita antedicha de Ranke documenta elinflujo de Guizot sobre este gran historiador, cobra, a su vez, un sbito cambio desentido y, por decir as, nos ensea sus arcanas vsceras cuando en un discursode Royer-Collard leemos "Les liberts publiques ne sont pas autre chose que desresistances (Vase de Barante: La vie et les discours de Royer-Collard.II. 130)He aqu una vez ms la mejor inspiracin europea reduciendo a dinamismo todolo esttico. El estado de libertad resulta de una pluralidad de fuerzas que mutua-mente se resisten. Pero los discursos de Royer-Collard son hoy tan poco ledos,que sonar a impertinencia si digo que son maravillosos, que su lectura es unapura delicia de inteleccin, que es divertida y hasta regocijada, y que constituyen

    la ltima manifestacin del mejor estilo cartesiano.

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    no se les ha entendido, a pesar de su clsica claridad. Y, sinembargo, es muy posible que el porvenir pertenezca a tenden-cias de intelecto muy parecidas a las suyas. Por lo menos, garan-tizo a quien se proponga formular con rigor sistemtico las ideasde los doctrinarios, placeres de pensamiento no esperados y unaintuicin de la realidad social y poltica totalmente distinta de lausada. Perdura en ellos activa la mejor tradicin racionalista enque el hombre se compromete consigo mismo a buscar cosasabsolutas; pero a diferencia del racionalismo linftico de enciclo-pedistas y revolucionarios, que encuentran lo absoluto en abs-tracciones bon marchdescubren ellos lo histrico como el ver-

    dadero absoluto. La historia es la realidad del hombre. No tieneotra. En ella se ha llegado a hacer tal y como es. Negar el pasa-do es absurdo e ilusorio, porque el pasado es lo natural delhombre que vuelve al galope. El pasado no est ah y no se hatomado el trabajo de pasar para que lo neguemos, sino para quelo integremos11. Los doctrinarios despreciaban los derechos delhombre porque son absolutos metafsicos, abstracciones eirrealidades. Los verdaderos derechos son los que absolutamen-

    te estn ah, porque han ido apareciendo y consolidndose en lahistoria: tales son las libertades, la legitimidad, la magistratura,las capacidades. De alentar, hoy hubieran reconocido el dere-cho a la huelga (no poltica) y el contrato colectivo. A un ingls leparecera todo esto lo ms obvio; pero los continentales nohemos llegado todava a esa estacin. Tal vez desde tiempo de

    Alcuino vivimos cincuenta aos cuando menos retrasados res-pecto a los ingleses.

    Parejo desconocimiento del viejo liberalismo padecen los co-lectivistas de ahora cuando suponen, sin ms ni ms, como cosaincuestionable, que era individualista. En todos estos temas an-dan, como he dicho, las nociones sobremanera turbias. Los rusosde estos aos pasados solan llamar a Rusia el Colectivo. Nosera interesante averiguar qu ideas o imgenes se despereza-ban al conjuro de ese vocablo en la mente un tanto gaseosa del

    11Vase el citado ensayo del autor Historia como sistema.

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    hombre ruso, que tan frecuentemente, como el capitn italiano deque habla Goethe, bisogna aver una confusione nella testa?Frente a todo ello yo rogara al lector que tomase en cuenta, nopara aceptarlas, sino para que sean discutidas y pasen luego asentencia, las tesis siguientes:

    Primera: el liberalismo individualista pertenece a la flora delsiglo XVIII; inspira, en parte, la legislacin de la Revolucin fran-cesa, pero muere con ella.

    Segunda: la creacin caracterstica del siglo XIX ha sido pre-cisamente el colectivismo. Es la primera idea que inventa apenasnacido y que a lo largo de sus cien aos no ha hecho sino crecer

    hasta inundar todo el horizonte.Tercera: esta idea es de origen francs. Aparece por vez pri-mera en los archirreaccionarios de Bonald y de Maistre. En loesencial es inmediatamente aceptada por todos, sin ms excep-cin que Benjamn Constant, un retrasado del siglo anterior.Pero triunfa en Saint-Simon, en Ballanche, en Comte y pululadondequiera12. Por ejemplo: un mdico de Lyon, M. Amard,hablar en 1821 del collectismefrente alpersonnalisme13Lanse

    los artculos que en 1830 y 1831 publica L'Avenircontra el indivi-dualismo.Pero ms importante que todo esto es otra cosa. Cuando,

    avanzando por la centuria, llegamos hasta los grandes teorizado-

    12Pretenden los alemanes ser ellos los descubridores de lo social como realidad

    distinta de los individuos y "anterior" a estos. El Volksgeistles parece una de susideas ms autctonas. Este es uno de los casos que ms recomiendan el estudio

    minucioso del intercambio intelectual franco-germnico de 1790 a 1830 a que ennota anterior me refiero. Pero el trmino Volksgeist muestra demasiado claramen-te que es la traduccin del volteriano esprit des nations. El origen francs delcolectivismo no es una casualidad y obedece a las mismas causas que hicieronde Francia la cuna de la sociologa y de su rebrote hacia 1890 (Durkheim).13Vase Doctrine de Saint-Simon, con introduccin y notas de C. Bougl y E.

    Halvy (pg. 204, nota). Aparte de que esta exposicin del saint-simonismo.hecha en 1829, es una obra de las ms geniales del siglo. la labor acumulada enlas notas de M. Bougl y Halvy constituye una de las contribuciones ms impor-tantes que yo conozco a la efectiva aclaracin del alma europea entre 1800 y

    1830.

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    res del liberalismo -Stuart Mill o Spencer- nos sorprende que supresunta defensa del individuo no se basa en mostrar que la li-bertad beneficia o interesa a este, sino todo lo contrario, en quebeneficia e interesa a la sociedad. El aspecto agresivo del ttuloque Spencer escoge para su libro El individuo contra el Estado-ha sido causa de que lo malentiendan tercamente los que no leende los libros ms que los ttulos. Porque individuo y Estado signi-fican en este ttulo dos meros rganos de un nico sujeto lasociedad. Y lo que se discute es si ciertas necesidades socialesson mejor servidas por uno u otro rgano. Nada ms. El famosoindividualismo de Spencer boxea continuamente dentro de la

    atmsfera colectivista de su sociologa. Resulta, a la postre, quetanto l como Stuart MilI tratan a los individuos con la mismacrueldad socializante que los termites a ciertos de sus congne-res, a los cuales ceban para chuparles luego la sustancia. Hastaese punto era la primaca de lo colectivo, el fondo por s mismoevidente sobre que ingenuamente danzaban sus ideas!

    De donde se colige que mi defensa lohengrinesca del viejoliberalismo es, por completo, desinteresada y gratuita. Porque es

    el caso que yo no soy un viejo liberal El descubrimiento sinduda glorioso y esencial- de lo social, de lo colectivo, era dema-siado reciente. Aquellos hombres palpaban, ms que vean, elhecho de que la colectividad es una realidad distinta de los indi-viduos y de su simple suma, pero no saban bien en qu consis-ta y cules eran sus efectivos atributos. Por otra parte, los fen-menos sociales del tiempo camuflaban la verdadera economa dela colectividad, porque entonces convena a esta ocuparse en

    cebar bien a los individuos. No haba an llegado la hora de lanivelacin, de la expoliacin y del reparto en todos los rdenes.

    De aqu que los viejos liberales se abriesen sin suficientesprecauciones al colectivismo que respiraban. Mas cuando se havisto con claridad lo que en el fenmeno social, en el hecho co-lectivo, simplemente y como tal, hay por un lado de beneficio,pero, por otro, de terrible, de pavoroso, solo puede uno adherir aun liberalismo de estilo radicalmente nuevo, menos ingenuo y de

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    ms diestra beligerancia, un liberalismo que est germinando ya,prximo a florecer, en la lnea misma del horizonte.

    Ni era posible que siendo estos hombres, como eran, de so-bra perspicaces, no entreviesen de cuando en cuando las angus-tias que su tiempo nos reservaba. Contra lo que suele creerse hasido normal en la historia que el porvenir sea profetizado14. EnMacaulay, en Tocqueville, en Comte, encontramos predibujadanuestra hora. Vase, por ejemplo, lo que hace ms de ochentaaos escriba Stuart MilI: Aparte las doctrinas particulares depensadores individuales, existe en el mundo una fuerte y crecien-te inclinacin a extender en forma extrema el poder de la socie-

    dad sobre el individuo, tanto por medio de la fuerza de la opinincomo por la legislativa. Ahora bien, como todos los cambios quese operan en el mundo tienen por efecto el aumento de la fuerzasocial y la disminucin del poder individual, este desbordamientono es un mal que tienda a desaparecer espontneamente, sino,al contrario, tiende A hacerse cada vez ms formidable. La dis-posicin de los hombres, sea como soberanos, sea como con-ciudadanos, a imponer a los dems como regla de conducta su

    opinin y sus gustos, se halla tan enrgicamente sustentada poralgunos de los mejores y algunos de los peores sentimientosinherentes a la naturaleza humana, que casi nunca se contienems que por faltarle poder. Y como el poder no parece hallarseen va de declinar, sino de crecer, debemos esperar, a menosque una fuerte barrera de conviccin moral no se eleve contra elmal, debemos esperar, digo, que en las condiciones presentesdel mundo esta disposicin no har sino aumentar15

    Pero lo que ms nos interesa en Stuart MilI es su preocupa-cin por la homogeneidad de mala clase que vea crecer en todo

    14Obra fcil y til que alguien debera emprender fuera reunir los pronsticos

    que en cada poca se han hecho sobre el prximo porvenir. Yo he coleccionadolos suficientes para quedar estupefacto ante el hecho de que haya habido siem-pre algunos hombres que prevean el futuro.

    15

    Stuart MilI: La libert, trad. Dupont- White (pginas 131-132).

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    Occidente. Esto le hace acogerse a un gran pensamiento emitidopor Humboldt en su juventud. Para que lo humano se enriquezca,se consolide y se perfeccione esnecesario, segn Humboldt, queexista variedad de situaciones16 Dentro de cada nacin, y to-mando en conjunto las naciones, es preciso que se den circuns-tancias diferentes. As, al fallar una quedan otras posibilidadesabiertas. Es insensato poner la vida europea a una sola carta, aun solo tipo de hombre, a una idntica situacin. Evitar esto hasido el secreto acierto de Europa hasta el da, y la conciencia deese secreto es la que, clara o balbuciente, ha movido siempre loslabios del perenne liberalismo europeo. En esa conciencia se

    reconoce a s misma como valor positivo, como bien y no comomal, la pluralidad continental. Me importaba aclarar esto para queno se tergiversase la idea de una supernacin europea que estevolumen postula.

    Tal y como vamos, con mengua progresiva de la variedad desituaciones, nos dirigimos en va recta hacia el Bajo Imperio.Tambin fue aquel un tiempo de masas y de pavorosa homoge-neidad. Ya en tiempo de los Antoninos se advierte claramente un

    extrao fenmeno, menos subrayado y analizado de lo que debi-era: los hombres se han vuelto estpidos. El proceso vena detiempo atrs. Se ha dicho, con alguna razn, que el estoico Posi-donio, maestro de Cicern, es el ltimo hombre antiguo capaz decolocarse ante los hechos con la mente porosa y activa, dispues-to a investigarlos. Despus de l, las cabezas, se obliteran, ysalvo los Alejandrinos, no van a hacer ms que repetir, estereoti-par.

    Pero el sntoma y documento ms terrible de esta forma, a untiempo homognea y estpida y lo uno por lo otro- que adopta lavida de un cabo a otro del Imperio, est donde menos se podaesperar y donde todava, que yo sepa, nadie lo ha buscado: en elidioma. La lengua, que no nos sirve para decir suficientemente loque cada uno quisiramos decir, revela en cambio y grita, sin quelo queramos, la condicin ms arcana de la sociedad que la

    16Gesammelte Schriften, I, 106.

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    habla. En la porcin no helenizada del pueblo romano, la lenguavigente es la que se ha llamado latn vulgar, matriz de nuestrosromances. No se conoce bien este latn vulgar y, en buena parte,solo se llega a l por reconstrucciones. Pero lo que se conocebasta y sobra para que nos produzcan espanto dos de sus carac-teres. Uno es la increble simplificacin de su mecanismo grama-tical en comparacin con el latn clsico. La sabrosa complejidadindo-europea, que conservaba el lenguaje de las clases superio-res, qued suplantada por un habla plebeyo, de mecanismo muyfcil, pero a la vez, o por lo mismo, pesadamente mecnico, co-mo material; gramtica balbuciente y perifrstica, de ensayo y

    rodeo como la infantil. Es, en efecto, una lengua pueril o gagaque no permite la fina arista del razonamiento ni lricos tornaso-les. Es una lengua sin luz ni temperatura, sin evidencia y sin calorde alma, una lengua triste, que avanza a tientas. Los vocablosparecen viejas monedas de cobre, mugrientas y sin rotundidadcomo hartas de rodar por las tabernas mediterrneas. Qu vidasevacuadas de s mismas, desoladas, condenadas a eterna coti-dianeidad se adivinan tras este seco artefacto lingstico!

    El otro carcter aterrador del latn vulgar es precisamente suhomogeneidad. Los lingistas, que acaso son, despus de losaviadores, los hombres menos dispuestos a asustarse de cosaalguna, no parecen inmutarse ante el hecho de que hablasen lomismo pases tan dispares como Cartago y Galia, Tingitania yDalmacia, Hispania y Rumania. Yo, en cambio, que soy bastantetmido, que tiemblo cuando veo cmo el viento fatiga unas caas,no puedo reprimir ante ese hecho un estremecimiento medular.

    Me parece sencillamente atroz. Verdad es que trato de represen-tarme cmo era por dentro eso que mirado desde fuera nos apa-rece, tranquilamente, como homogeneidad; procuro descubrir larealidad viviente de que ese hecho es la quieta impronta. Consta,claro est, que haba africanismos, hispanismos, galicismos.Pero al constar esto quiere decirse que el torso de la lengua eracomn e idntico, a pesar de las distancias, del escaso intercam-bio, de la dificultad de comunicaciones y de que no contribua a

    fijarlo una literatura. Cmo podan venir a coincidencia el celt-

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    bero y el belga, el vecino de Hipona y el de Lutetia, el mauretanoy el dacio, sino en virtud de un achatamiento general, reduciendola existencia a su base, nulificando sus vidas? El latn vulgar estah en los archivos, como un escalofriante petrefacto, testimoniode que una vez la historia agoniz bajo el imperio homogneo dela vulgaridad por haber desaparecido la frtil variedad de situa-ciones

    IV

    Ni este volumen ni yo somos polticos. El asunto de que aquse habla es previo a la poltica y pertenece a su subsuelo. Mitrabajo es oscura labor subterrnea de minero. La misin delllamado intelectual es, en cierto modo, opuesta a la del polti-co. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclararun poco las cosas, mientras que la del poltico suele, por el con-trario, consistir en confundirlas ms de lo que estaban. Ser de laizquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas mane-

    ras que el hombre puede elegir para ser un imbcil: ambas, enefecto, son formas de la hemiplejia moral. Adems, la persisten-cia de estos calificativos contribuye no poco a falsificar ms anla realidad del presente, ya falsa de por s, porque se ha rizadoel rizo de las experiencias polticas a que responden, como lodemuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revolu-ciones y las izquierdas proponen tiranas.

    Hay obligacin de trabajar sobre las cuestiones del tiempo.

    Esto, sin duda. Y yo lo he hecho toda mi vida. He estado siempreen la brecha. Pero una de las cosas que ahora se dicen unacorriente- es que, incluso a costa de la claridad mental, todo elmundo tiene que hacer poltica sensu stricto. Lo dicen, claro est,los que no tienen otra cosa que hacer. Y hasta lo corroborancitando de Pascal el imperativo d' abtissement.Pero hace mu-cho tiempo que he aprendido a ponerme en guardia cuando al-guien cita a Pascal. Es una cautela de higiene elemental.

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    El politicismo integral, la absorcin de todas las cosas y detodo el hombre por la poltica, es una y misma cosa con el fen-meno de rebelin de las masas que aqu se describe. La masaen rebelda ha perdido toda capacidad de religin y de conoci-miento. No puede tener dentro ms que poltica, una poltica ex-orbitada, frentica, fuera de s, puesto que pretende suplantar alconocimiento, a la religin, a la sagesse en fin, a las nicascosas que por su sustancia son aptas para ocupar el centro de lamente humana. La poltica vaca al hombre de soledad e intimi-dad, y por eso es la predicacin del politicismo integral una de lastcnicas que se usan para socializarlo.

    Cuando alguien nos pregunta qu somos en poltica, o, antici-pndose con la insolencia que pertenece al estilo de nuestrotiempo, nos adscribe a una, en vez de responder debemos pre-guntar al impertinente qu piensa l que es el hombre y la natura-leza y la historia, qu es la sociedad y el individuo, la colectivi-dad, el Estado, el uso, el derecho. La poltica se apresura a apa-gar las luces para que todos estos gatos resulten pardos.

    Es preciso que el pensamiento europeo proporcione sobre

    todos estos temas nueva claridad. Para eso est ah, no parahacer la rueda de pavo real en las reuniones acadmicas. Y espreciso que lo haga pronto o, como Dante deca, que encuentrela salida,

    ...studiate il passoMentre que l'Occidente non s'annera.

    (Purg. XXVII, 62-63).

    Eso sera lo nico de que podra esperarse con alguna vagaprobabilidad la solucin del tremendo problema que las masasactuales plantean.

    Este volumen no pretende, ni de muy lejos, nada parecido.Como sus ltimas palabras hacen constar, es solo una primeraaproximacin al problema del hombre actual. Para hablar sobrel ms en serio y ms a fondo no habra ms remedio que poner-

    se en traza abismtica, vestirse la escafandra y descender a lo

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    ms profundo del hombre. Esto hay que hacerlo sin pretensiones,pero con decisin, y yo lo he intentado en un libro prximo a apa-recer en otros idiomas, bajo el ttulo El hombre y la gente.

    Una vez que nos hemos hecho bien cargo de cmo es estetipo humano hoy dominante, y que he llamado el hombre-masa,es cuando se suscitan las interrogaciones ms frtiles y msdramticas: Se puede reformar este tipo de hombre? Quierodecir: los graves defectos que hay en l, tan graves que si no selos extirpa producirn de modo inexorable la aniquilacin de Oc-cidente, toleran ser corregidos? Porque, como ver el lector, setrata precisamente de un hombre hermtico, que no est abierto

    de verdad a ninguna instancia superior.La otra pregunta decisiva, de la que, a mi juicio, depende todaposibilidad de salud es esta: pueden las masas, aunque quisie-ran, despertar a la vida personal? No cabe desarrollar aqu eltremebundo tema, porque est demasiado virgen. Los trminosen que hay que plantearlo no constan en la conciencia pblica. Nisiquiera est esbozado el estudio del distinto margen de indivi-dualidad que cada poca del pasado ha dejado a la existencia

    humana. Porque es pura inercia mental del progresismo supo-ner que conforme avanza la historia crece la holgura que se con-cede al hombre para poder ser individuo personal, como crea elhonrado ingeniero, pero nulo historiador Herbert Spencer. No; lahistoria est llena de retrocesos en este orden, y acaso la estruc-tura de la vida en nuestra poca impide superlativamente que elhombre pueda vivir como persona.

    Al contemplar en las grandes ciudades esas inmensas aglo-

    meraciones de seres humanos, que van y vienen por sus calles ose concentran en festivales y manifestaciones polticas, se incor-pora en m, obsesionan te, este pensamiento: puede hoy unhombre de veinte aos formarse un proyecto de vida que tengafigura individual y que, por tanto, necesitara realizarse mediantesus iniciativas independientes, mediante sus esfuerzos particula-res? Al intentar el despliegue de esta imagen en su fantasa, nonotar que es, si no imposible, casi improbable, porque no haya

    su disposicin espacio en que poder alojarla y en que poder mo-

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    verse segn su propio dictamen? Pronto advertir que su proyec-to tropieza con el prjimo, como la vida del prjimo aprieta lasuya. El desnimo le llevar, con la facilidad de adaptacin pro-pia de su edad, a renunciar no solo a todo acto, sino hasta a tododeseo personal, y buscar la solucin opuesta: imaginar para suna vida standard, compuesta de desideratacomunes a todos yver que para lograrla tiene que solicitarla o exigirla en colectivi-dad con los dems. De aqu la accin en masa.

    La cosa es horrible, pero no creo que exagera la situacinefectiva en que van hallndose casi todos los europeos. En unaprisin donde se han amontonado muchos ms presos de los

    que caben, ninguno puede mover un brazo ni una pierna porpropia iniciativa, porque chocara con los cuerpos de los dems.En tal circunstancia, los movimientos tienen que ejecutarse encomn, y hasta los msculos respiratorios tienen que funcionar aritmo de reglamento. Esto sera Europa convertida en termitera.Pero ni siquiera esta cruel imagen es una solucin. La termiterahumana es imposible, porque fue el llamado individualismoquien enriqueci al mundo y a todos en el mundo y fue esta ri-

    queza quien prolific tan fabulosamente la planta humana. Cuan-do los restos de ese individualismo desaparecieran, hara suaparicin en Europa el famelismo gigantesco del Bajo Imperio, yla termitera sucumbira como al soplo de un dios torvo y vengati-vo. Quedaran muchos menos hombres, que lo seran un pocoms.

    Ante el feroz patetismo de esta cuestin que, queramos o no,est ya a la vista, el tema de la justicia socia!, con ser tan res-

    petable, empalidece y se degrada hasta parecer retrico e insin-cero suspiro romntico. Pero, al mismo tiempo, orienta sobre loscaminos acertados para conseguir lo que de esa justicia sociales posible y es justo conseguir, caminos que no parecen pasarpor una miserable socializacin, sino dirigirse en va recta haciaun magnnimo solidarismo. Este ltimo vocablo es, por lo dems,inoperante, porque hasta la fecha no se ha condensado en l unsistema enrgico de ideas histricas y sociales, antes bien, re-

    zuma solo vagas filantropas.

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    La primera condicin para un mejoramiento de la situacinpresente es hacerse bien cargo de su enorme dificultad. Soloesto nos llevar a atacar el mal en los estratos hondos dondeverdaderamente se origina. Es, en efecto, muy difcil salvar unacivilizacin cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder delos demagogos. Los demagogos han sido los grandes estrangu-ladores de civilizaciones. La griega y la romana sucumbieron amanos de esta fauna repugnante, que haca exclamar a Macau-lay: En todos los siglos, los ejemplos ms viles dela naturalezahumana se han encontrado entre los demagogos17 Pero no esun hombre demagogo simplemente porque se ponga a gritar ante

    la multitud. Esto puede ser, en ocasiones, una magistratura sa-crosanta. La demagogia esencial del demagogo est dentro desu mente y radica en su irresponsabilidad ante las ideas mismasque maneja y que l no ha creado, sino recibido de los verdade-ros creadores. La demagogia es una forma de degeneracinintelectual, que como amplio fenmeno de la historia europeaaparece en Francia hacia 1750. Por qu entonces? Por qu enFrancia? Este es uno de los puntos neurlgicos del destino occi-

    dental y especialmente del destino francs.Ello es que, desde entonces, cree Francia y, por irradiacin deella, casi todo el continente que el mtodo para resolver los gran-des problemas humanos es el mtodo de la revolucin, enten-diendo por tallo que ya Leibniz llamaba una revolucin gene-ral18 la voluntad de transformar de un golpe todo y en todos los

    17Histoire de Jacques II, I, 643.

    18"Je trouve meme que des opinions approchantes s'insinuant peu peu dans

    l'esprit des hommes du grand monde, qui rglent les autres et dont dpendent lesaffaires, et se glissant dans les livres a la mode disposent toutes choses a larvolution gnrale dont l'Europe est menace. Nouveaux Essais surl'entendement humain, IV, Chap. 16. Lo cual demuestra dos cosas. Primera: queun hombre, hacia 1700, fecha aproximada en que Leibniz escriba esto, era capazde prever lo que un siglo despus aconteci; segunda: que los males presentesde Europa se originan en regiones ms profundas cronolgica y virtualmente de

    lo que suele presumirse.

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    gneros19. Merced a ello, esa maravilla que es Francia llega enmalas condiciones a la difcil coyuntura del presente. Porque esepas tiene o cree que tiene una tradicin revolucionaria. Y si serrevolucionario es ya cosa grave, cunto ms serIo, paradjica-mente, por tradicin! Es cierto que en Francia se ha hecho unaGran Revolucin y varias torvas o ridculas, pero si nos atenemosa la verdad desnuda de los anales, lo que encontraremos es queesas revoluciones han servido principalmente para que durantetodo un siglo, salvo unos das o unas semanas, Francia hayavivido ms que ningn otro pueblo bajo formas polticas, en una uotra dosis, autoritarias y contrarrevolucionarias. Sobre todo, el

    gran bache moral de la historia francesa que fueron los veinteaos del Segundo Imperio, se debi bien claramente a la botara-tera de los revolucionarios de 184820, gran parte de los cualesconfes el propio Raspail que haban sido antes clientes suyos.

    En las revoluciones intenta la abstraccin sublevarse contra loconcreto; por eso es consustancial a las revoluciones el fracaso,Los problemas humanos no son, como los astronmicos o losqumicos, abstractos. Son problemas de mxima concrecin,

    porque son histricos. Y el nico mtodo de pensamiento queproporciona alguna probabilidad de acierto en su manipulacin esla razn histrica Cuando se contempla panormicamente lavida pblica de Francia durante los ltimos ciento cincuenta aos,salta a la vista que sus gemetras, sus fsicos y sus mdicos sehan equivocado casi siempre en sus juicios polticos y que hanslido, en cambio, acertar sus historiadores, Pero el racionalismofisicomatemtico ha sido en Francia demasiado glorioso para que

    19 "... notre sicle qui se crot destin a changer les lois en tout genre..."

    D'Alembert: Discours prliminaire a l'Encyclopdie.(Euvres: 1, 56 (1821).

    20 "Cette honnete, irreprochable, mais imprvoyante et superficielle rvolution de1848 eut pour consquence, au bout de moins d'un an, de donner le pouvoir aI'lment le plus pesant, le moins clairvoyant, le plus obstinment conservateur denotre pays," Renan: Questions contemporaines,XVI, Renan, que en 1848 era

    joven y simpatiz con aquel movimiento, se ve en su madurez obligado a haceralgunas reservas benvolas a su favor, suponiendo que fue "honrado e irrepro-chable"

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    no tiranice la opinin pblica. Malebranche rompe con un amigosuyo porque vio sobre su mesa un Tucdides21.

    Estos meses pasados, empujando mi soledad por las callesde Pars, caa en la cuenta de que yo no conoca en verdad anadie de la gran ciudad, salvo las estatuas. Algunas de estas, encambio, son viejas amistades, antiguas incitaciones o perennesmaestros de mi intimidad. Y como no tena con quin hablar, heconversado con ellas sobre grandes temas humanos. No s sialgn da saldrn a la luz estas Conversaciones con estatuas,que han dulcificado una etapa dolorosa y estril de mi vida. Enellas se razona con el marqus de Condorcet, que est en el quai

    Conti, sobre la peligrosa idea del progreso. Con el pequeo bustode Comte que bay en su departamento de la roe Monsieur-le-Prince he hablado sobre el pouvoir spirituel, insuficientementeejercido por mandarines literarios y por una Universidad que haquedado por completo excntrica a la efectiva vida de las nacio-nes. Al propio tiempo, he tenido el honor de recibir el encargo deun enrgico mensaje que ese busto dirige al otro, al grande, eri-gido en la plaza de la Sorbonne, y que es el busto del falso Com-

    te, del oficial, del de Littr. Pero era natural que me interesasesobre todo escuchar una vez ms la palabra de nuestro sumomaestro Descartes, el hombre a quien ms debe Europa.

    El puro azar que zarandea mi existencia ha hecho que redac-te estas lneas teniendo a la vista el lugar de Holanda que habiten 1642 el nuevo descubridor de la raison. Este lugar, llamadoEndegeest, cuyos rboles dan sombra a mi ventana, es hoy unmanicomio. Dos veces al da y en amonestadora-proximidad-

    veo pasar los idiotas y los dementes que orean un rato a la in-temperie su malograda hombra.

    Tres siglos de experiencia racionalista nos obligan a reca-pacitar sobre el esplendor y los lmites de aquella prodigiosa rai-soncartesiana. Esa raisones solo matemtica, fsica, biolgica.Sus fabulosos triunfos sobre la naturaleza, superiores a cuantopudiera soarse, subrayan tanto ms su fracaso ante los asuntos

    21J. R. Carr: La Philosophie de Fontenelle, pg. 143

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    propiamente humanos e invitan a integrarla en otra razn msradical, que es la razn histrica22

    Esta nos muestra la vanidad de toda revolucin general, detodo lo que sea intentar la transformacin sbita de una sociedady comenzar de nuevo la historia, como pretendan los confusiona-rios del 89. Al mtodo de la revolucin opone el nico digno de lalarga experiencia que el europeo actual tiene a su espalda. Lasrevoluciones, tan incontinentes en su prisa, hipcritamente gene-rosa, de proclamar derechos, han violado siempre, hollado y roto,el derecho fundamental del hombre, tan fundamental que es ladefinicin misma de su sustancia: el derecho a la continuidad. La

    nica diferencia radical entre la historia humana y la historianatural es que aquella no puede nunca comenzar de nuevo.Kohler y otros han mostrado cmo el chimpanc y el orangutnno se diferencian del hombre por lo que, hablando rigurosamen-te, llamamos inteligencia, sino porque tienen mucha menos me-moria que nosotros. Las pobres bestias se encuentran cada ma-ana con que han olvidado casi todo lo que han vivido el da an-terior, y su intelecto tiene que trabajar sobre un mnimo material

    de experiencias. Parejamente, el tigre de hoyes idntico al dehace seis mil aos, porque cada a tigre tiene que empezar enuevo a ser tigre, como si no hubiese habido antes ninguno. Elhombre, en cambio, merced a su poder de recordar, acumula supropio pasado, lo posee y lo aprovecha. El hombre no es nuncaun primer hombre: comienza desde luego a existir sobre ciertaaltitud de pretrito amontonado. Este es el tesoro nico del hom-bre, su privilegio y su seal. Y la riqueza menor de ese tesoro

    consiste en lo que de l parezca acertado y digno de conservar-se: lo importante es la memoria de los errores, que nos permiteno cometer los mismos siempre. El verdadero tesoro del hombrees el tesoro de sus errores, la larga experiencia vital decantadagota a gota en milenios. Por eso Nietzsche define al hombre su-perior como el ser de la ms larga memoria

    22Vase Historia como sistema

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    Romper la continuidad con el pasado, querer comenzar denuevo, es aspirar a descender y plagiar al orangutn. Me com-place que fuera un francs, Dupont- White, quien hacia 1860 seatreviese a clamar: La continuit est un droit de l'homme; elleest un hommage a tout ce qui le distingue de la bete23

    Delante de m est un peridico donde acabo de leer el relatode las fiestas con que ha celebrado Inglaterra la coronacin delnuevo rey. Se dice que desde hace mucho tiempo la Monarquainglesa es una institucin meramente simblica. Esto es verdad,pero dicindolo as dejamos escapar lo mejor. Porque, en efecto,la Monarqua no ejerce en el Imperio britnico ninguna funcin

    material y palpable. Su papel no es gobernar, ni administrar lajusticia, ni mandar el Ejrcito. Mas no por esto es una institucinvaca, vacante de servicio. La Monarqua en Inglaterra ejerce unafuncin determinadsima y de alta eficacia: la de simbolizar. Poreso el pueblo ingls, con deliberado propsito, ha dado ahorainusitada solemnidad al rito de la coronacin. Frente a la turbu-lencia actual del continente, ha querido afirmar las normas per-manentes que regulan su vida. Nos ha dado una leccin ms.

    Como siempre ya que siempre pareci Europa un tropel depueblos-, los continentales, llenos de genio, pero exentos deserenidad, nunca maduros, siempre pueriles, y al fondo, detrsde ellos, Inglaterra... como la nursede Europa.

    Este es el pueblo que siempre ha llegado antes al porvenir,que se ha anticipado a todos en casi todos los rdenes. Prcti-camente deberamos omitir el casi. Y he aqu que este pueblonos obliga, con cierta impertinencia del ms puro dandysmo, a

    presenciar un vetusto ceremonial y a ver cmo actan porqueno han dejado nunca de ser actuales- los ms viejos y mgicostrebejos de su historia, la corona y el cetro, que entre nosotrosrigen solo el azar de la baraja. El ingls tiene empeo en hacer-nos constar que su pasado, precisamente porque ha pasada,

    porque le ha pasado a l, sigue existiendo para l. Desde unfuturo al cual no hemos llegado nos muestra la vigencia lozana

    23En su prlogo a su traduccin de La Libert. de Stuart MilI. pg.

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    de su pretrito24. Este pueblo circula por todo su tiempo, es ver-daderamente seor de sus siglos, que conserva en activa pose-sin. Y esto es ser un pueblo de hombres: poder hoy seguir en suayer sin dejar por eso de vivir para el futuro, poder existir en elverdadero presente, ya que el presente es solo la presencia delpasado y del porvenir, el lugar donde pretrito y futuro efectiva-mente existen.

    Con las fiestas simblicas de la coronacin, Inglaterra haopuesto, una vez ms, al mtodo revolucionario el mtodo de lacontinuidad, el nico que puede evitar en la marcha de las cosashumanas ese aspecto patolgico que hace de la historia una

    lucha ilustre y perenne entre los paralticos y los epilpticos.

    V

    Como en estas pginas se hace la anatoma del hombre hoydominante, procedo partiendo de su aspecto externo, por decirloas, de su piel, y luego penetro un poco ms en direccin hacia

    sus vsceras. De aqu que sean los primeros captulos los quehan caducado ms. La piel del tiempo ha cambiado. El lectordebera, al leerlos retrotraerse a los aos 1926-1928. Ya ha co-menzado la crisis en Europa, pero an parece una de tantas.Todava se sienten las gentes en plena seguridad. Todava go-zan de los lujos de la inflacin. Y, sobre todo, se pensaba: ahest Amrica! Era la Amrica de la fabulosaprosperity.

    Lo nico de cuanto va dicho en estas pginas que me inspira

    algn orgullo es no haber padecido el inconcebible error de pti-

    24No es una simple manera de hablar, sino que es verdad al pie de la letra,

    puesto que vale en el orden donde la palabra "vigencia" tiene hoy su sentido msinmediato, a saber, en el derecho, En Inglaterra, "aucune barriere entre le prsentet le pass. Sans discontinuit le droit positif remonte dans l'histoire jusqu'auxtemps immmoriaux. Le droit anglais est un droit historique. Juridiquement par-lant, iI n'y a pas d'ancplI d"ot anglais" "Donc, en Angleterre tout le droit est ac-tuel, que] qu'en soit l'dge," Lvy-Ullmann: Le systeme juridique de l'Angleterre,I,

    pgs. 38-39.

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    ca que entonces sufrieron casi todos los europeos, incluso losmismos economistas. Porque no conviene olvidar que entoncesse pensaba muy en serio que los americanos haban descubiertootra organizacin de la vida que anulaba para siempre las perpe-tuas plagas humanas que son las crisis. A m me sonrojaba quelos europeos, inventores de lo ms alto que hasta ahora se hainventado el sentido histrico-, mostrasen en aquella ocasincarecer de l por completo. El viejo lugar comn de que Amricaes el porvenir haba nublado un momento su perspicacia. Tuveentonces el coraje de oponerme a semejante desliz, sosteniendoque Amrica, lejos de ser el porvenir era, en realidad, un remoto

    pasado, porque era primitivismo. Y, tambin contra lo que secree, lo era y lo es mucho ms Amrica del Norte que la Amricadel Sur, la hispnica. Hoy la cosa va siendo clara y los EstadosUnidos no envan ya al viejo continente seoritas para comouna me deca a la sazn- convencerse de que en Europa nohay nada interesante25

    Hacindome asimismo violencia, he aislado en este casi-libro,del problema total que es para el hombre y aun especialmente

    para el hombre europeo su inmediato porvenir, un solo factor: lacaracterizacin del hombre medio que hoy va aduendose detodo. Esto me ha obligado a un duro ascetismo, a la abstencinde expresar mis convicciones sobre cuanto toco de paso. Msan: a presentar con frecuencia las cosas en forma que si era lams favorable para aclarar el tema exclusivo de este estudio, erala peor para dejar ver mi opinin sobre esas cosas. Baste sealaruna cuestin, aunque fundamental. He medido al hombre medio

    actual en cuanto a su capacidad para continuar la civilizacinmoderna y en cuanto a su adhesin a la cultura. Cualquiera diraque esas dos cosas la civilizacin y la cultura- no son para mcuestin. La verdad es que ellas son precisamente lo que pongoen cuestin casi desde mis primeros escritos. Pero yo no deba

    25Vase el ensayo Hegel y Amrica, 1928, y los artculos sobre Los Estados

    Unidos, publicados poco despus. [Vanse, respectivamente los tomos II y IV de

    Obras completas.]

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    complicar los asuntos. Cualquiera que sea nuestra actitud ante lacivilizacin y la cultura, est ah, como un factor de primer ordencon que hay que contar, la anomala representada por el hombre-masa. Por eso urga aislar crudamente sus sntomas.

    No debe, pues, el lector francs esperar ms de este volu-men, que no es, a la postre, sino un ensayo de serenidad enmedio de la tormenta.

    Jos Ortega y Gasset

    Het Witte Huis. Oegstgeest-Holanda, mayo 1937.

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    PRIMERA PARTE

    LA REBELIN DE LAS MASAS

    I

    EL HECHO DE LAS AGLOMERACIONES26

    Hay un hecho que, para bien o para mal, es el ms importanteen la vida pblica europea de la hora presente. Este hecho es eladvenimiento de las masas al pleno podero social. Como lasmasas, por definicin, no deben ni pueden dirigir su propia exis-tencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europasufre ahora la ms grave crisis que a pueblos, naciones, culturascabe padecer. Esta crisis ha sobrevenido ms de una vez en lahistoria. Su fisonoma y sus consecuencias son conocidas. Tam-

    bin se conoce su nombre. Se llama la rebelin de las masas.Para la inteligencia del formidable hecho conviene que seevite dar, desde luego, a las palabras rebelin, masas, po-dero social, etc, un significado exclusiva o primariamente polti-co. La vida pblica no es solo poltica, sino, a la par y aun antes,intelectual, moral, econmica, religiosa; comprende los usos to-dos colectivos e incluye el modo de vestir y el modo de gozar.

    Tal vez la mejor manera de acercarse a este fenmeno hist-

    rico consista en referimos a una experiencia visual, subrayandouna faccin de nuestra poca que es visible con los ojos de lacara.

    26En mi libro Espaa invertebrada, publicado en 1921, en un articulo de El Sol,titulado "Masas" (1926), y en dos conferencias dadas en la Asociacin de Amigosdel Arte, en Buenos Aires (1928), me he ocupado del tema que el presente ensa-yo desarrolla. Mi propsito ahora es recoger y completar lo ya dicho por m, demanera que resulte una doctrina orgnica sobre el hecho ms importante denuestro tiempo.

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    Sencillsima de enunciar, aunque no de analizar, yo la deno-mino el hecho de la aglomeracin, del lleno Las ciudades es-tn llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles,llenos de huspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafs,llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transentes. Lassalas de los mdicos famosos, llenas de enfermos. Los espect-culos, como no sean muy extemporneos, llenos de espectado-res. Las playas, llenas de baistas. Lo que antes no sola serproblema, empieza a serIo casi de continuo: encontrar sitio.

    Nada ms. Cabe hecho ms simple, ms notorio, ms cons-tante, en la vida actual? Vamos ahora a punzar el cuerpo trivial

    de esta observacin, y nos sorprender ver cmo de l brota unsurtidor inesperado, donde la blanca luz del da, de este da, delpresente, se descompone en todo su rico cromatismo interior.

    Qu es lo que vemos y al vedo nos sorprende tanto? Vemosla muchedumbre, como tal, posesionada de los locales y utensi-lios creados por la civilizacin. Apenas reflexionamos un poco,nos sorprendemos de nuestra sorpresa. Pues qu, no es elideal? El teatro tiene sus localidades para que se ocupen; por

    tanto, para que la sala est llena. Y lo mismo los asientos el fe-rrocarril y sus cuartos el hotel. S; no tiene duda. Pero el hechoes que antes ninguno de estos establecimientos y vehculos solaestar lleno, y ahora rebosan, queda fuera gente afanosa de usu-fructuarIos. Aunque el hecho sea lgico, natural, no puede des-conocerse que antes no aconteca y ahora s; por tanto, que hahabido un cambio, una innovacin, la cual justifica, por lo menosen el primer momento, nuestra sorpresa.

    Sorprenderse, extraarse, es comenzar a entender. Es eldeporte y el lujo especfico del intelectual. Por eso su gesto gre-mial consiste en mirar el mundo con los ojos dilatados por la ex-traeza. Todo en el mundo es extrao y es maravilloso para unaspupilas bien abiertas. Esto, maravillarse, es la delicia vedada alfutbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual por el mundo enperpetua embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos enpasmo. Por eso los antiguos dieron a Minerva la lechuza, el pja-

    ro con los ojos siempre deslumbrados.

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    La aglomeracin, el lleno, no era antes frecuente. Por qu loes ahora?

    Los componentes de esas muchedumbres no han surgido dela nada. Aproximadamente, el mismo nmero de personas existahace quince aos. Despus de la guerra pareca natural que esenmero fuese menor. Aqu topamos, sin embargo, con la primeranota importante. Los individuos que integran estas muchedum-bres preexistan, pero no como muchedumbre. Repartidos por elmundo en pequeos grupos, o solitarios, llevaban una vida, por lovisto, divergente, disociada, distante. Cada cual individuo o pe-queo grupo- ocupaba un sitio, tal vez el suyo, en el campo, en la

    aldea, en la villa, en el barrio de la gran ciudad.Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de aglomeracin,y nuestros ojos ven dondequiera muchedumbres. Dondequiera?No, no; precisamente en los lugares mejores, creacin relativa-mente refinada de la cultura humana, reservados antes a gruposmenores, en definitiva, a minoras.

    La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha insta-lado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si exista,

    pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahorase ha adelantado a las bateras, es ella y el personaje principal.Ya no hay protagonistas: solo hay coro.

    El concepto de muchedumbre es cuantitativo y visual. Traduz-cmoslo, sin alterarlo, a la terminologa sociolgica. Entonceshallamos la idea de masa social. La sociedad es siempre unaunidad dinmica de dos factores: minoras y masas. Las minorasson individuos o grupos de individuos especialmente cualificados.

    La masa es el conjunto de personas no especialmente cualifica-das. No se entienda, pues, por masas solo ni principalmente lasmasas obreras. Masa es el hombre medio. De este modo seconvierte lo que era meramente cantidad la muchedumbre- enuna determinacin cualitativa: es la cualidad comn, es lo mos-trenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otroshombres, sino que repite en s un tipo genrico. Qu hemosganado con esta conversin de la cantidad a la cualidad? Muy

    sencillo: por medio de esta comprendemos la gnesis de aquella.

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    Es evidente, hasta perogrullesco, que la formacin normal de unamuchedumbre implica la coincidencia de deseos, de ideas, demodo de ser en los individuos que la integran. Se dir que es loque acontece con todo grupo social, por selecto que pretendaser. En efecto; pero hay una esencial diferencia.

    En los grupos que se caracterizan por no ser muchedumbre ymasa, la coincidencia efectiva de sus miembros consiste en al-gn deseo, idea o ideal, que por s solo excluye el gran nmero.Para formar una minora, sea la que sea, es preciso que antescada cual se separe de la muchedumbre por razones especiales,relativamente individuales. Su coincidencia con los otros que

    forman la minora es, pues, secundaria, posterior a haberse cadacual singularizado, y es, por tanto, en buena parte, una coinci-dencia en no coincidir. Hay casos en que este carcter singulari-zador del grupo aparece a la intemperie: los grupos ingleses quese llaman a s mismos no conformistas, es decir, la agrupacinde los que concuerdan solo en su disconformidad respecto a lamuchedumbre ilimitada. Este ingrediente de juntarse los menosprecisamente para separarse de los ms va siempre involucrado

    en la formacin de toda minora. Hablando del reducido pblicoque escuchaba a un msico refinado, dice graciosamente Ma-llarm que aquel pblico subrayaba con la presencia de su esca-sez la ausencia multitudinaria.

    En rigor, la masa puede definirse, como hecho psicolgico, sinnecesidad de esperar a que aparezcan los individuos en aglome-racin. Delante de una sola persona podemos saber si es masa ono. Masa es todo aquel que no se valora a s mismo en bien o

    en mal- por razones especiales, sino que se siente como todo elmundo, y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor alsentirse idntico a los dems. Imagnese un hombre humilde queal intentar valorarse por razones especiales al preguntarse sitiene talento para esto o lo otro, si sobresale en algn orden-advierte que no posee ninguna calidad excelente. Este hombrese sentir mediocre y vulgar, mal dotado; pero no se sentirmasa

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    Cuando se habla de minoras selectas, la habitual bellaque-ra suele tergiversar el sentido de esta expresin, fingiendo Igno-rar que el hombre selecto no es el petulante que se cree superiora los dems, sino el que se exige ms que los dems, aunque nologre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Y esindudable que la divisin ms radical que cabe hacer en lahumanidad es esta en dos clases de criaturas: las que se exigenmucho y acumulan sobre s mismas dificultades y deberes, y lasque no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es seren cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfeccin sobres mismas, boyas que van a la deriva.

    Esto me recuerda que el budismo ortodoxo se compone dedos religiones distintas: una, ms rigorosa y difcil; otra, ms laxay trivial: el Mahayana - gran vehculo o gran carril- y el Hina-yana -pequeo vehculo, camino menor. Lo decisivo es siponemos nuestra vida a uno u otro vehculo, a un mximo deexigencias o a un mnimo.

    La divisin de la sociedad en masas y minoras excelentes noes, por tanto, una divisin en clases sociales, sino en clases de

    hombres, y no puede coincidir con la jerarquizacin en clasessuperiores e inferiores. Claro est que en las superiores, cuandollegan a serIo y mientras lo fueron de verdad, hay ms verosimili-tud de hallar hombres que adoptan el gran vehculo, mientraslas inferiores estn normalmente constituidas por individuos sincalidad. Pero, en rigor, dentro de cada clase social hay masa yminora autntica. Como veremos, es caracterstico del tiempo elpredominio, aun en los grupos cuya tradicin era selectiva, de la

    masa y el vulgo. As, en la vida intelectual, que por su mismaesencia requiere y supone la cualificacin, se advierte el progre-sivo triunfo de los seudointelectuales incualificados, incalificablesy descalificados por su propia contextura. Lo mismo en los gru-pos supervivientes de la nobleza masculina y femenina. Encambio, no es raro encontrar hoy entre los obreros, que antespodan valer como el ejemplo ms puro de esto que llamamosmasa, almas egregiamente disciplinadas.

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    Ahora bien: existen en la sociedad operaciones, actividades,funciones del ms diverso orden, que son, por su misma natura-leza, especiales, y, consecuentemente, no pueden ser bien eje-cutadas sin dotes tambin especiales. Por ejemplo: ciertos place-res de carcter artstico y lujoso, o bien las funciones de gobiernoy de juicio poltico sobre los asuntos pblicos. Antes eran ejerci-das estas actividades especiales por minoras calificadas calificadas, por lo menos, en pretensin. La masa no pretendaintervenir en ellas: se daba cuenta de que si quera intervenirtendra congruentemente que adquirir esas dotes especiales ydejar de ser masa. Conoca su papel en una saludable dinmica

    social.Si ahora retrocedemos a los hechos enunciados al principio,nos aparecern inequvocamente como nuncios de un cambio deactitud en la masa. Todos ellos indican que esta ha resuelto ade-lantarse al primer plano social y ocupar los locales y usar losutensilios y gozar de los placeres antes adscritos a los pocos. Esevidente que, por ejemplo, los locales no estaban premeditadospara las muchedumbres, puesto que su dimensin es muy redu-

    cida y el gento rebosa constantemente de ellos, demostrando alos ojos y con lenguaje visible el hecho nuevo: la masa, que, sindejar de serIo, suplanta a las minoras.

    Nadie, creo yo, deplorar que las gentes gocen hoy en mayormedida y nmero que antes, ya que tienen para ello el apetito ylos medios. Lo malo es que esta decisin tomada por las masasde asumir las actividades propias de las minoras no se manifies-ta, ni puede manifestarse, solo en el orden de los placeres, sino

    que es una manera general del tiempo. As anticipando lo queluego veremos-, creo que las innovaciones polticas de los msrecientes aos no significan otra cosa que el imperio poltico delas masas. La vieja democracia viva templada por una abundan-te dosis de liberalismo y de entusiasmo por la ley. Al servir a es-tos principios, el individuo se obligaba a sostener en s mismouna disciplina difcil. Al amparo del principio liberal y de la norma

    jurdica podan actuar y vivir las minoras. Democracia y ley, con-

    vivencia legal, eran sinnimos. Hoy asistimos al triunfo de una

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    hiperdemocracia en que la masa acta directamente sin ley, pormedio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones ysus gustos. Es falso interpretar las situaciones nuevas como si lamasa se hubiese cansado de la poltica y encargase a personasespeciales su ejercicio. Todo lo contrario. Eso era lo que antesaconteca, eso era la democracia liberal. La masa presuma que,al fin y al cabo, con todos sus defectos y lacras, las minoras delos polticos entendan un poco ms de los problemas pblicosque ella. Ahora, en cambio, cree la masa que tiene derecho aimponer y dar vigor de ley a sus tpicos de caf. Yo dudo quehaya habido otras pocas de la historia en que la muchedumbre

    llegase a gobernar tan directamente como en nuestro tiempo. Poreso hablo de hiperdemocracia.Lo propio acaece en los dems rdenes, muy especialmente

    en el intelectual. Tal vez padezco un error; pero el escritor, altomar la pluma para escribir sobre un tema que ha estudiadolargamente, debe pensar que el lector medio, que nunca se haocupado del asunto, si le lee, no es con el fin de aprender algo del, sino, al revs, para sentenciar sobre l cuando no coincide

    con las vulgaridades que este lector tiene en la cabeza. Si losindividuos que integran la masa se creyesen especialmente do-tados, tendramos no ms que un caso de error personal, pero nouna subversin sociolgica. Lo caracterstico del momento esque el alma vulgar, sabindose vulgar, tiene el denuedo de afir-mar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. Comose dice en Norteamrica: ser diferente es indecente. La masaarrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto.

    Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo elmundo, corre el riesgo de ser eliminado. y claro est que esetodo el mundo no es todo el mundo. Todo el mundo era,normalmente, la unidad compleja de masa y minoras discrepan-tes, especiales. Ahora todo el mundo es solo la masa.

    Este es el hecho formidable de nuestro tiempo, descrito sinocultar la brutalidad de su apariencia.

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    II

    LA SUBIDA DEL NIVEL HISTRICO

    Este es el hecho formidable de nuestro tiempo, descrito sinocultar la brutalidad de su apariencia. Es, adems, de una abso-luta novedad en la historia de nuestra civilizacin. Jams, en todosu desarrollo, ha acontecido nada parejo. Si hemos de hallar algosemejante, tendramos que brincar fuera de nuestra historia y

    sumergimos en un orbe, en un elemento vital, completamentedistinto del nuestro; tendramos que insinuamos en el mundoantiguo y llegar a su hora de declinacin. La historia del Imperioromano, es tambin la historia de la subversin, del imperio delas masas, que absorben y anulan las minoras dirigentes y secolocan en su lugar. Entonces se produce tambin el fenmenode la aglomeracin, del lleno. Por eso, como ha observado muybien Spengler, hubo que construir, al modo que ahora, enormes

    edificios. La poca de las masas es la poca de lo colosal27

    .Vivimos bajo el brutal imperio de las masas. Perfectamente;ya hemos llamado dos veces brutal a este imperio, ya hemospagado nuestro tributo al dios de los tpicos; ahora, con el billeteen la mano, podemos alegremente ingresar en el tema, ver pordentro el espectculo. O se crea que iba a contentarme conesa descripcin, tal vez exacta, pero externa, que es solo el haz,la vertiente, bajo los cuales se presenta el hecho tremendo cuan-

    do se le mira desde el pasado? Si yo dejase aqu este asunto yestrangulase sin ms mi presente ensayo, quedara el lector pen-sando, muy justamente, que este fabuloso advenimiento de lasmasas a la superficie de la historia no me inspiraba otra cosa quealgunas palabras displicentes, desdeosas, un poco de abomina-cin y otro poco de repugnancia; a m, de quien es notorio que

    27Lo trgico de aquel proceso es que, mientras se formaban estas aglomeracio-

    nes, comenzaba la despoblacin de las campias, que haba de traer la menguaabsoluta en el nmero de los habitantes del Imperio

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    sustento una interpretacin de la historia radicalmente aristocrti-ca28. Es radical, porque yo no he dicho nunca que la sociedadhumana deba ser aristocrtica, sino mucho ms que eso. Hedicho y sigo creyendo, cada da con ms enrgica conviccin,que la sociedad humana es aristocrtica siempre, quiera o no,por su esencia misma, hasta el punto de que es sociedad en lamedida en que sea aristocrtica, y deja de serIo en la medida enque se desaristocratice. Bien entendido que hablo de la sociedady no del Estado. Nadie puede creer que, frente a este fabulosoencrespamiento de la masa, sea lo aristocrtico contentarse conhacer un breve mohn amanerado, como un caballerito de Versa-

    lles. Versalles se entiende ese Versalles de los mohnes- no esaristocracia, es todo lo contrario: es la muerte y la putrefaccin deuna magnfica aristocracia. Por eso, de verdaderamente aristo-crtico solo quedaba en aquellos seres la gracia digna con quesaban recibir en su cuello la visita de la guillotina; la aceptabancomo el tumor acepta el bistur. No; a quien sienta la misin pro-funda de las aristocracias, el espectculo de la masa le incita yenardece como al escultor la presencia del mrmol virgen. La

    aristocracia social no se parece nada a ese grupo reducidsimoque pretende asumir para s ntegro el nombre de sociedad,que se llama a s mismo la sociedad y que vive simplementede invitarse o de no invitarse. Como todo en el mundo tiene suvirtud y su misin, tambin tiene las suyas dentro del vasto mun-do este pequeo mundo elegante, pero una misin muy subal-terna e incomparable con la faena herclea de las autnticasaristocracias. Yo no tendra inconveniente en hablar sobre el

    sentido que posee esa vida elegante, en apariencia tan sin senti-

    28 Vase Espaa invertebrada, 1921, fecha de su primera publicacin como

    serie de artculos en el diario El Sol.[Reimpreso en esta Coleccin.]Aprovecho esta ocasin para hacer notar a los extranjeros que generosamen-

    te escriben sobre mis libros, y encuentran, a veces, dificultades para precisar lafecha primera de su aparicin, el hecho de que casi toda mi obra ha salido almundo usando el antifaz de artculos periodsticos; mucha parte de ella ha tarda-

    do largos aos en atreverse a ser libro (1946)

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    do; pero nuestro tema es ahora otro de mayores proporciones.Por supuesto que esa misma sociedad distinguida va tambincon el tiempo. Me hizo meditar mucho cierta damita en flor, toda

    juventud y actualidad, estrella de primera magnitud en el zodacode la elegancia madrilea, porque me dijo: Yo no puedo sufrirun baile al que han sido invitadas menos de ochocientas perso-nas. A travs de esta frase vi que el estilo de la masa triunfa hoysobre todo el rea de la vida y se impone aun en aquellos ltimosrincones que parecan reservados a los happy few.

    Rechazo, pues, igualmente, toda interpretacin de nuestrotiempo que no descubra la significacin p