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Moderadora:

Yolit

Staff de Traducción

Staff de Corrección

Marce Doyle*

Rose_vampire

amiarivega

Samylinda

Micca.F

Nony_mo

Fher_n_n

Yolit

*Prisper*

Recopilación y revisión:

Marce Doyle* Xhessii

Diseño:

July22

Yolit

Elizeen

whiteshadow

Edith1609

Dulce

Mais020291

Akanet

Omakehell

AleG

Alexiacullen

Roo Anderssen

Bixillo

RoO.

Sprinkling

Sooi.luuli

Isane 33

GioEliVicRose

Valentina W33

Evelin

Judithld

VivianDarkbloom

Hariel

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Anelisse

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Sinopsis

Prólogo

Capitulo 1

Capitulo 2

Capitulo 3

Capitulo 4

Capitulo 5

Capitulo 6

Capitulo 7

Capitulo 8

Capitulo 9

Capitulo 10

Capitulo 11

Capitulo 12

Capitulo 13

Capitulo 14

Capitulo 15

Capitulo 16

Capitulo 17

Capitulo 18

Capitulo 19

Capitulo 20

Capitulo 21

Capitulo 22

Capitulo 23

Capitulo 24

Capitulo 25

Capitulo 26

Capitulo 27

Capitulo 28

Capitulo 29

Capitulo 30

Capitulo 31

Capitulo 32

Capitulo 33

Capitulo 34

Capitulo 35

Capitulo 36

Capitulo 37

Capitulo 38

Capitulo 39

Capitulo 40

Próximo libro:

Sobre la Autora

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En la Ciudad de la Luz, dos amantes están predestinados a

luchar contra un destino que está destinado a separarlos una y otra vez

eternamente. Cuando los padres de Kate Mercier mueren en un trágico

accidente de coche, ella deja su vida, y sus recuerdos, atrás para vivir

con sus abuelos en París. Para Kate, la única manera de sobrevivir es

escapar de su dolor en el mundo de los libros y el arte parisino. Hasta

que conoce a Vincent.

Misterioso, encantador y devastadoramente atractivo, Vincent

amenaza con derretir el hielo alrededor del vigilante corazón de Kate

con tan solo su sonrisa. A medida que comienza a enamorarse de

Vincent, Kate descubre que él es un revenant, un ser no-muerto cuyo

destino le obliga a sacrificarse a sí mismo una y otra vez para salvar la

vida de los demás. Vincent y otros como él están unidos en una guerra

centenaria contra un grupo de revenants malos que sólo existen para

asesinar y traicionar. Kate se da cuenta de que si sigue su corazón,

nunca podrá estar a salvo.

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Traducido por Alexia Cullen

Corregido por Marce Doyle*

La primera vez que había visto la estatua en la fuente, no tenía ni

idea de lo que era Vincent. Ahora, cuando miraba la belleza etérea de

las dos figuras conectadas, el apuesto ángel, con sus rasgos duros y

oscuros, centrado en la mujer que acunaba en sus brazos extendidos,

que era todo dulzura y luz, no podía faltar el simbolismo.

La expresión del ángel parecía desesperada. Obsesionado,

incluso. Pero también tierno. Como si él estuviera mirándola para

salvarle y no al revés. Y de repente todo, el nombre de Vincent para mí

me vino a la mente: mon ange. Mi ángel. Me estremecí, pero no de frío.

Jeanne había dicho que mi encuentro había transformado a

Vincent. Yo le había dado una “nueva vida”. Pero, ¿estaba esperando él

que yo salvara su alma?

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Traducido Por Yolit.

Corregido por Mlle_Janusa.

mis dieciséis años conocí el sueño de vivir en una ciudad

extranjera. Pero ir desde Brooklyn a París después de la

muerte de mis padres era todo menos un sueño hecho

realidad. Era más bien una pesadilla.

Podría haber sido en cualquier lugar, en realidad, y no me habría

importado, estaba desconectada de mis alrededores. Vivía en el pasado,

aferrándome desesperadamente a cada trozo de mi vida anterior. Era

una vida que había dado por sentada, pensado que duraría para

siempre.

Mis padres habían muerto en un accidente de coche hace solo

diez días después de que consiguiera mi licencia de conducir. Una

semana más tarde, mi hermana Georgia decidió que las dos nos iríamos

de Estados Unidos para vivir con nuestros abuelos paternos, en

Francia. Seguía todavía demasiada traumatizada como para darle

batalla.

Nos mudamos en el mes de enero. Nadie esperaba que

volviéramos a la escuela tan pronto. Así que acabamos de pasar los días

intentando hacer frente a nuestra propia desesperación. Mi hermana

frenéticamente bloqueaba su dolor saliendo cada noche con los amigos

que había hecho durante nuestras visitas de verano. Mientras yo me

convertía en un desastre agorafóbico.

Algunos días conseguía salir del apartamento y hasta andar por

la calle. Entonces, me encontraba corriendo de nuevo a la protección de

nuestro hogar y alejada del aire opresivo, donde sentía como si el cielo

se cerrara sobre mí. Otros días, me despertaba apenas con la energía

suficiente para caminar a la mesa a desayunar y luego volver a mi

cama, donde pasaba el resto del día en un estupor de pena.

Finalmente, nuestros abuelos decidieron que debíamos pasar

unos meses en su casa de campo. “Para un cambio de aire”, dijo Mamie,

que me hizo recordarle que no hay ninguna diferencia en la calidad del

A

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aire que pueda ser tan dramática como la que existe entre Nueva York y

París.

Pero como de costumbre, Mamie estaba en lo cierto. Pasar la

primavera al aire libre nos hizo mucho bien, y para finales de junio

estábamos mejor, aunque sólo quedaba un mero reflejo de lo que

éramos antes, funcionó lo suficiente para volver a París y a la “vida

real”. Es decir, si la vida podía ser llamada “real” otra vez. Por lo menos

empezaba, de nuevo, en un lugar que me encanta.

No hay ningún lugar mejor que París en junio. Aunque pasé cada

verano allí desde que era un bebé, nunca deja de llegarme ése “zumbido

de París”, cuando camino por las calles de verano. La luz es diferente de

cualquier otro lugar. Como si estuviera sacada de algún cuento de

hadas, la varita-mágica agitándose te hace sentir como si

absolutamente cualquier cosa pudiera suceder en cualquier momento, e

incluso sin sorprenderte.

Pero esta vez era diferente. París era la misma que había sido

siempre, pero yo había cambiado. Incluso la ciudad chispeante, que

brilla intensamente no podía penetrar aquel velo de oscuridad que

sentía tan pegado a mi piel. París es conocida como la Ciudad de la Luz,

bien, para mí se había convertido en la Ciudad de la Noche.

Pase el verano más o menos sola, cayendo rápidamente en una

rutina solitaria: desayunar en el oscuro apartamento lleno de

antigüedades, de Papy y Mamie, pasar la mañana escondida en uno de

los cines parisinos oscuros que proyectaban películas clásicas durante

todo el día, o frecuentar uno de mis museos favoritos. Volver a casa y

leer el resto del día, cenar y acostarme en la cama, mirar fijamente el

techo, esperando mi sueño ocasional; repleto con pesadillas.

Levantarme. Repetir.

Los únicos intrusos en mi soledad eran los correos electrónicos de

mis amigos en casa. “¿Cómo va la vida en Francia?”, decían siempre.

¿Qué podía decir? ¿Deprimente? ¿Vacía? ¿Quiero a mis padres de

regreso? En lugar de eso mentía. Les decía que estaba muy contenta de

estar en París. Que era una buena idea de Georgia y que mi francés era

muy fluido debido a que nos encontrábamos con mucha gente. Que no

podía esperar para empezar en mi nueva escuela.

Mis mentiras no tenían la intención de impresionar. Sabía que

sentían pena por mí y sólo quería asegurarles que estaba bien. Pero

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cada vez que pulsaba enviar y luego volvía a leer por encima mi e-mail,

me daba cuenta de cuán grande era el abismo que estaba entre mi vida

real y la ficción que había creado para ellos. Y eso me hizo deprimirme

aun más.

Finalmente, me di cuenta que en realidad no quería hablar con

nadie. Una noche me senté durante quince minutos con las manos

sobre el teclado, buscando desesperadamente algo levemente positivo

para decirle a mi amiga Claudia. Hice click sobre el mensaje y, después

de tomar una respiración profunda, borré totalmente mí dirección de

correo electrónico de Internet. Gmail me pregunto si estaba segura. “Oh,

sí”, dije mientras hacia click en el botón rojo. Una enorme carga

desapareció de mis hombros. Después de eso empuje mi ordenador

portátil en un cajón, no lo abriría otra vez hasta empezar la escuela.

Mamie y Georgia me animaron a salir y conocer gente. Mi

hermana me invitó a salir con ella y su grupo de amigos para tomar el

sol en la playa artificial creada a orillas del río, o a los bares para

escuchar música en vivo, o en los clubes donde se bailaba las noches de

fin de semana. Después de un rato, se dieron por vencidos de

preguntar.

—¿Cómo puedes bailar, después de lo sucedido?—le pregunté

finalmente a Georgia una noche mientras ella se sentaba en el piso de

su habitación, maquillándose frente al espejo rococó dorado que había

sacado de una pared y lo apoyaba contra una estantería.

Mi hermana era dolorosamente hermosa. Su cabello rubio rojizo

estaba cortado como la forma de un duendecillo que sólo su cara, con

pómulos sorprendentemente altos podría llevarlo. Su piel melocotón-

crema estaba salpicada de pequeñas pecas. Al igual que yo, era alta. A

diferencia de mí, que tenía una figura de octavos de final. Mataría por

sus curvas. Ella parecía de veintiuno en lugar de una tímida chica a

pocas semanas de los dieciocho años.

Se volvió hacia mí.

—Me ayuda a olvidar —dijo aplicando una nueva capa de rímel—,

me ayuda a sentirme viva. Estoy tan triste como tú, Katie-Bean. Pero

esta es la única forma que conozco para tratar con ello.

Sabía que estaba siendo sincera. La oía en su habitación todas

las noches, sollozando, al igual que su corazón, había sido destrozado

en pedazos.

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—No te hace ningún bien estar abatida —continuó en voz baja—.

Debes de pasar más tiempo con la gente. Para distraerte. Mírate —dijo

poniendo su rímel a un lado y tirando de mi hacia ella. Volvió mi cabeza

para hacer reflejar mi rostro al lado suyo.

Al vernos juntas, jamás se imaginarían que éramos hermanas. Mi

largo cabello castaño estaba sin vida, mi piel, que gracias a los genes de

mi madre nunca se bronceaba, era más pálida que de costumbre.

Y mis ojos azul-verdoso eran tan diferentes a los sensuales de mi

hermana, de gruesos párpados, “mirada de dormitorio”. “Ojos de

almendra”, así llamaba mamá a los míos, muy a mi pesar. Preferiría

tener una forma de ojos que evocara encuentros candentes a que se

describan como una nuez.

—Eres hermosa —concluyó Georgia. Mi hermana… mi única

alentadora.

—Sí, dicen que tengo una multitud de chicos haciendo fila fuera

de la puerta —le dije con una mueca, alejándome de ella.

—Bueno, no vas a encontrar novio pasando todo el tiempo sola. Y

si no dejas de ir sólo a museos y salas de cines, vas a parecer como esas

mujeres del siglo diecinueve en sus libros que siempre se estaban

muriendo por tanta hipocresía, o lo que sea —se volvió hacia mí—.

Escucha, no quiero molestarte en lo de salir conmigo, si me concedes

un deseo.

—Sólo llámame hada madrina —dije tratando de sonreír.

—Toma tus malditos libros, sal a la calle y siéntate en un café. A

la luz del sol o a la luz de la luna, no me importa en cual. Sólo sal al

aire libre y respira una buena porción de aire contaminado de esos

perdidos consumistas del siglo diecinueve, llena tus pulmones de ellos.

Rodéate de gente, por el amor de Dios.

—Pero, ya veo gente —comencé.

—Leonardo Da Vinci y Quentin Tarantino no cuentan —

interrumpió.

Me quedé en silencio.

Georgia se levantó y ató la correa de su bolso elegante y pequeño

bolso de mano en el brazo.

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—No eres tú la que estás muerta —dijo—. Mamá y papá sí lo

están. Y quisieran verte vivir.

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Traducido por ro0.

Corregido por Mlle_Janusa.

dónde vas? —Mamie preguntó, sacando su

cabeza de la cocina mientras abría la puerta

delantera.

—Georgia dijo que mis pulmones estaban necesitados de la

contaminación de París —respondí, deslizando mi mochila sobre mi

hombro.

—Tiene razón —dijo, parándose frente a mí. Su frente apenas

alcanzaba mi barbilla, pero su perfecta postura y sus tacones de

regulación de ocho centímetros, la hacían parecer mucho más alta. Sólo

tenía un par de años más de los setenta, el aspecto joven de Mamie le

restaba por lo menos una década.

Cuando era una estudiante de arte, ella había conocido a mi

abuelo, un exitoso vendedor de antigüedades quien la adulaba como si

fuese una de sus invaluables estatuas antiguas. Ahora, ella pasaba sus

días restaurando viejas pinturas en su estudio con techo de vidrio en la

planta superior del edificio de apartamentos.

—¡Allez, file!1 —dijo, parándose frente a mí en toda su compacta

gloria—. Andando. Esta ciudad podría utilizar a la pequeña Katya para

alumbrarla.

Le di a mi abuela un beso en su suave mejilla con esencia de

rosa, y agarrando mi juego de llaves de la mesa del vestíbulo, me

encaminé a través de las puertas de madera, descendí las escaleras

marmoladas de caracol hasta la calle de abajo.

París está dividido en veinte vecindarios o distritos, y cada uno es

llamado por su número. El de nosotros, el séptimo, es un viejo y rico

vecindario. Sí quieres vivir en la parte más moderna de París, no puedes

1 ¡Allez, file!: ¡Vamos, en marcha!

—¿A

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ir al séptimo. Pero desde que mis abuelos viven a poca distancia del

boulevard Saint-Germain, el cual está lleno de cafés y tiendas y queda

sólo a quince minutos de la orilla del río Seine, ciertamente no me

puedo quejar.

Di un paso fuera de la puerta hacia los brillantes rayos del sol y

bordeé el parque frente al edificio de mis abuelos. Estaba lleno de

árboles ancestrales y dispersos, con bancos de madera verde, dando la

impresión, por el par de segundos que toma cruzarlo, de que París es

una pequeña ciudad en vez de la capital de Francia.

Bajé la Rue du Bac2, pasando un puñado de tiendas de ropa

demasiado cara, decoración de interiores y antigüedades. Ni siquiera me

detuve mientras pasaba por la cafetería de Papy, a la cual él nos había

llevado desde que éramos bebés, donde nos sentábamos y tomábamos

agua de menta mientras Papy hablaba con cualquier cosa que se

moviera. Sentarme junto a un grupo de sus amigos, o incluso en la

terraza del mismísimo Papy, era la última cosa que quería. Estaba

forzada a encontrar mi propia cafetería.

Había estado sopesando la idea de otros dos locales. El primero

estaba en una esquina, con un interior oscuro y una ronda de mesas

apretadas alrededor de la acera en las afueras del edificio. Era,

probablemente, más tranquila que mi otra opción. Pero cuando entré, vi

una línea de hombres viejos sentados calladamente en sus asientos a la

orilla de la barra del bar con vasos de vino rojo frente de ellos. Sus

cabezas lentamente volviéndose para ver al nuevo cliente, y cuando

vieron que era yo, se veían tan asombrados como si estuviera usando

un traje gigante de pollo. Deberían tener también un cartel de ―Sólo

hombres viejos‖ en la puerta, pensé, y me apresuré a mi segunda

opción, un bullicioso café unas cuantas cuadras más lejos bajando la

Rue.

Por su fachada de vidrio, el iluminado interior del Café Sainte-

Lucie se sentía espacioso. Su soleada terraza exterior tenía sus buenas

veinticinco mesas, las cuales generalmente estaban ocupadas. Mientras

me dirigía hacia una mesa vacía en una esquina alejada, supe que este

era mi café. Sentí enseguida que pertenecía aquí. Empujé mi bolso bajo

la mesa y me senté de espaldas al edificio, asegurando una vista a la

terraza completa así como también la calle y la acera a su lado.

2 Rue du Bac: Es una calle donde creo que hay una capilla famosa en París.

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Una vez sentada, llamé al mesero y le dije que quería una

limonada, y luego saqué una copia de La edad de la inocencia, la cual

había elegido de mi lista de verano de la escuela que empezaría en

septiembre. Envuelta en el fuerte olor a café filtrándose por todos los

lados, me sumergí en el lejano universo de mi libro.

—¿Otra limonada? —la voz francesa vino flotando a través de las

calles de New York en el siglo diecinueve a mi mente, arrastrándome

groseramente de vuelta al café parisino. Mi mesero se quedó parado a

mi lado, sosteniendo una bandeja redonda encima de su hombro y

luciendo como un saltamontes estreñido.

—Oh, claro. Um… de hecho, creo que tomare un té —dije,

dándome cuenta que su intrusión significaba que había estado leyendo

una hora aproximadamente. Hay una regla silenciosa en los cafés

franceses, una persona puede sentarse en una mesa todo el día si

quiere, mientras ordene algo para beber cada hora. Es como rentar una

mesa.

Brevemente, observé alrededor antes de volver a mirar la página,

pero di una segunda mirada cuando noté a alguien mirándome a través

de la terraza. Y el mundo a mí alrededor se congeló cuando nuestras

miradas se encontraron.

Tuve el más extraño presentimiento sobre este tipo. Me había

sentido así con extraños antes, donde parecía como si hubiera pasado

horas, semanas, incluso años con esa persona. Pero en mi experiencia,

sólo había sido un fenómeno de un solo lado, la otra persona nunca me

notaba.

Ahora, este no era el caso. Podría jurar que él sentía lo mismo.

Por la forma en que aun sostenía su mirada, sabía que me había estado

observando por un tiempo. Me quitaba el aliento; con el cabello negro

un poco largo, ondeando hacia arriba y hacia abajo por su frente. Su

piel olivácea me hacía pensar que o el pasaba mucho tiempo afuera o

venía de algún lugar muy al sur y más soleado que París. Y los ojos que

me miraban directamente eran tan azules como el océano, delineados

con gruesas pestañas negras. Mi corazón saltó de mi pecho y sentí

como si alguien hubiera sacado todo el aire de mis pulmones. Para mi

vergüenza, no pude apartar la mirada.

Unos pocos segundos pasaron, y luego él se volvió a sus dos

amigos, quienes reían ruidosamente. Los tres eran jóvenes y hermosos,

y brillaban con esa especie de carisma que justificaba el hecho de que

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cada mujer en el lugar estaba bajo un hechizo. Si lo notaban, no lo

demostraba

Sentado junto al primer chico, estaba un increíblemente guapo

chico, construido como de piedra, con el cabello corto y piel color

chocolate. Mientras lo miraba, él se dio vuelta con una sonrisa de

conocimiento, como si el entendiera como no podía resistir mirarlo.

Sacudiéndome de mi trance voyerista, mis ojos volvieron a mi libro por

unos segundos, y al tiempo que me arriesgue a echar una mirada, él se

había dado la vuelta. A su lado, mirando lejos de mí, había un chico de

constitución delgada, pero fuerte, con la piel un poco bronceada, con

patillas y pelo ondulado castaño, contando animadamente una historia

que mando a los otros dos a reírse a carcajadas.

Estudié al que había captado mi atención primero. Aunque

probablemente tenía unos años más que yo, adiviné que no tenía aún

los veinte. Se apoyó en su silla en esa suave forma de caballero francés.

Pero había algo un poco frío y duro en su cara que sugería que su

postura relajada era sólo una fachada. No era que él se viera cruel. Era

más como que lucía… peligroso.

Aunque me intrigaba, conscientemente borré la cara del chico de

pelo oscuro de mi cabeza, convencida que las apariencias perfectas de

más peligro probablemente significaban malas noticias. Cogí mi libro y

volqué mi atención a los más confiables encantos de Newland Archer.

Pero no pude evitar mirar otra vez, a hurtadillas, cuando el camarero

volvió con mi té. Molesta, no podía volver al ritmo en mi libro.

Cuando se levantó de su mesa media hora más tarde, llamó mi

atención. Podías sentir la concentrada tensión femenina en el aire

mientras los tres chicos pasaban por la terraza. Como si un grupo de

modelos de ropa interior de Armani hubiese caminado directamente al

café al unísono, sacando toda su ropa.

La mujer mayor a mi lado se inclinó a su compañera de café, y

dijo:

—Repentinamente se sintió un calor que no es propio de esta

estación, ¿no lo crees? —su amiga río en acuerdo, abanicándose con el

menú forrado de plástico mientras se comía con los ojos a los chicos.

Sacudí mi cabeza en disgusto; no había forma de que esos tipos no

pudieran sentir las docenas de miradas lujuriosas que les disparaban a

sus espaldas mientras se alejaban.

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Repentinamente, probando mi teoría, el chico de pelo oscuro me

miró de vuelta, confirmando que lo estaba observando, sonriendo con

aire de suficiencia. Sintiendo como la sangre corría a mis mejillas,

escondí mi cara en mi libro para que no pudiera tener la satisfacción de

verme sonrojar.

Traté de leer las palabras de la página por unos pocos minutos

antes de rendirme. Mi concentración se había roto. Pagué por las

bebidas, y dejando la propina en la mesa, me dirigí de vuelta al Rue du

Bac.

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Traducido por Elizzen

Corregido por Marce Doyle*

a vida sin los padres no resultaba más fácil.

Empecé a sentirme como si estuviera cubierta por

una capa de hielo. Estaba fría por dentro. Pero me aferre a

la frialdad para salvar la vida: ¿quién sabe qué podría

pasar si dejaba que el hielo se derritiera y realmente empezara a sentir

cosas otra vez? Probablemente me convertiría en una idiota llorica y

volvería a ser completamente inútil como lo había sido en los primeros

meses después de que murieran mis padres.

Echaba de menos a mi padre. Su desaparición de mi vida se

sentía insoportable. Ese apuesto hombre francés que le caía bien a todo

el mundo desde el momento en que miraban sus sonrientes ojos verdes.

Cuando me vio y su cara se iluminó con una expresión de pura

adoración, supe que siempre tendría un fan en este mundo,

animándome desde el margen a pesar de cualquier estupidez que podría

cometer en esta vida.

En cuanto a mamá, su muerte arrancó mi corazón, como si fuera

una parte de mí que fue extirpada con un escalpelo. Era mi alma

gemela, un “espíritu afín” como solía decir ella. No es que siempre nos

lleváramos bien. Pero ahora que no está, tuve que aprender a vivir con

este enorme y ardiente agujero que su ausencia dejó en mi interior.

Si pudiera escapar de la realidad aunque sólo fuera por unas

horas durante la noche, puede que mis horas estando despierta fueran

más soportables. Pero dormir era mi pesadilla personal. Podría estar

tumbada en la cama hasta sentir sus aterciopelados dedos recorriendo

mi cara con entumecimiento, y pensaría: ¡Por fin! Media hora después

estaba despierta otra vez.

Una noche no sabía que más hacer, cabeza sobre mi almohada y

ojos abiertos mirando fijamente el techo. Mi despertador marcaba la

una de la madrugada. Pensé en la larga noche que tenía por delante y

me escurrí de la cama pescando la ropa que llevaba el día anterior y

L

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poniéndomela. Saliendo fuera al pasillo, vi la luz saliendo por debajo de

la puerta de Georgia. Le di unos golpecitos y giré el pomo.

—Hola —me susurró Georgia estando boca abajo. Estaba

tumbada completamente vestida en su cama, su cabeza en los pies de

esta—. Acabo de llegar a casa —añadió.

—Tú tampoco puedes dormir —comenté. No era una pregunta.

Nos conocíamos demasiado bien—. ¿Por qué no vienes a dar un paseo

conmigo? —pregunté—. No puedo aguantar estar toda la noche

despierta en mi cuarto. Sólo es julio y ya me he leído todos los libros

que tengo. Dos veces.

—¿Estás loca? —dijo Georgia, girando sobre su estomago—. Es

mitad de la noche.

—De hecho se podría decir que es el principio de la noche. Solo es

la una. La gente sigue en la calle. Y aparte, París es la ciudad…

—… más segura del mundo —Georgia terminó mi frase—. La frase

favorita de Papy. Él debería conseguir un trabajo en la Junta de

turismo. Vale, ¿por qué no? Tampoco me voy a quedar dormida.

Caminamos de puntillas hasta el principio del pasillo y, con un

clic silencioso, abrimos la puerta y la cerramos detrás de nosotras. Una

vez abajo en el vestíbulo, nos paramos para ponernos nuestros zapatos

y entonces salimos entrando en la noche.

La luna llena colgaba sobre París, pintando las calles con un

resplandor plateado. Sin una palabra, Georgia y yo nos dirigimos hacia

el río. Había sido el centro de nuestras actividades desde que

empezamos a venir aquí cuando éramos pequeñas y nuestros pies

conocían el camino.

En la orilla del río, bajamos los escalones de piedra hacia el paseo

que se extendía millas por París a lo largo del agua y desencadenaba en

el este con los vastos adoquines. La presencia masiva del Museo de

Louvre era visible desde la otra orilla. No había nadie más en el lugar,

tampoco abajo en el muelle o arriba al nivel de la calle. La ciudad

estaba en silencio excepto por el murmullo de las olas y el sonido de los

esporádicos coches.

Caminamos durante unos minutos sin hablar, antes de que

Georgia se parara abruptamente y me agarrara del brazo.

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—Mira —susurró, señalando hacia el Puente de Carrousel3 que

cruzaba nuestro paseo por arriba unos 15 metros adelante. Una chica

que parecía tener nuestra edad se balanceaba en el ancho pasamanos

de piedra inclinándose peligrosamente sobre el agua—. ¡Oh, Dios mío!

¡Va a saltar! —exhaló Georgia.

Mi mente corrió mientras calibraba la distancia.

—El puente no es lo suficientemente alto para que se mate.

—Eso depende de lo que esté debajo del agua, cuán profundo es.

Ella está cerca de la orilla —respondió Georgia.

Estábamos demasiado lejos para ver la expresión de la chica, pero

sus brazos se envolvían alrededor de su estomago mientras miraba

abajo la frías y oscuras olas.

Nuestro enfoque se desplazó rápidamente al túnel bajo el puente.

Incluso durante el día era espeluznante. Los vagabundos dormían

debajo cuando hacía frío. De hecho, nunca había visto a nadie ahí

mientras pasaba rápidamente a través de su putrefacta humedad hacia

la luz del sol del otro lado. Pero los viejos y sucios colchones y

separadores hechos de cajas de cartón hacían claro que, para unas

almas desafortunadas, el túnel era un lugar privilegiado de los bienes

inmuebles parisinos. Y ahora, de su poca realista oscuridad venían

sonidos de una refriega.

Hubo un movimiento en el puente. La chica todavía permanecía

inmóvil encima de la barandilla, pero ahora un hombre se aproximó a

ella. Andaba despacio, cuidadosamente, lo suficiente para no asustarla.

Cuando estuvo a un tiro de piedra estiró un brazo, ofreciéndole a la

chica su mano. Pude escuchar una leve voz; él intentaba convencerla

para bajar.

La chica se dio la vuelta para mirarle y el hombre levantó su otra

mano, estirando ambos brazos hacia ella, suplicándole para que se

alejara del borde. Ella sacudió su cabeza. Él dio otro paso más hacia la

chica. Ella envolvió sus brazos herméticamente alrededor de su torso y

saltó.

Realmente no fue un salto. Fue más bien como una caída. Como

si le estuviera ofreciendo su cuerpo como sacrificio a la gravedad y

3 El Puente del Carrousel (en francés: Pont du Carrousel) es un puente parisino sobre

el río Sena que une el I Distrito y el VII Distrito de la ciudad. Su nombre se debe a la

cercanía del Arco de Triunfo del Carrusel.

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dejándole que hiciera lo que quisiese con ella. Se arqueó hacia delante,

su cabeza golpeando el agua segundos después.

Sentí algo tirar de mi brazo y me di cuenta de que Georgia y yo

nos agarrábamos la una a la otra mientras presenciábamos la horrenda

escena.

—Oh, Dios mío, oh, Dios mío, oh, Dios mío —rítmicamente

coreaba Georgia en voz baja.

Un movimiento arriba en el puente separó mis ojos de la

superficie de agua iluminada por la luna donde estaba buscando

cualquier rastro de la chica. El hombre que había intentado convencerla

para bajar estaba ahora en el borde del puente, sus brazos extendidos

transformando su cuerpo en la forma de una cruz mientras se lanzó con

fuerza hacia delante. El tiempo pareció detenerse mientras él se quedó

suspendido en el aire como una gigante ave de rapiña entre el puente y

la negra superficie del agua.

Y durante ese segundo partido, la luz de una farola de la orilla del

rio cruzó por su rostro. El reconocimiento se sacudió a través de mí.

Era el chicho del Café Sainte-Lucie.

¿Qué demonios hacia él aquí intentando disuadir a una chica

adolescente de un intento de suicido? ¿O sólo era un transeúnte que

decidió involucrarse?

Su cuerpo cortó limpiamente la superficie del agua y desapareció

de la vista.

Un grito salió desde debajo del puente y siluetas agachadas

aparecieron en la turbia oscuridad del túnel.

—¿Qué cojo….? —exclamó Georgia. Fue interrumpida por un

destello de luz y un sonido metálico agudo mientras dos figuras

empezaron a surgir en la oscuridad.

Espadas. Estaban luchando con espadas.

Georgia y yo nos acordamos de que teníamos piernas en ese

mismo momento y empezamos a ir rápidamente hacia atrás hacia la

escalera por la que habíamos venido. Antes de que pudiéramos

alcanzarla, la forma de un hombre se materializó en la oscuridad. No

tuve tiempo de gritar antes de que me agarrara por los hombros para

detenerme antes de masacrarle, Georgia se quedó paralizada.

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—Buenas noches, señoritas — salió su suave barítono.

Mis ojos trataron de reenfocar su objetivo, la escalera, hacia la

persona que me impedía llegar allí.

—Suéltame —conseguí balbucear envuelta en mi miedo, y él

inmediatamente soltó su agarre. Dando un paso atrás, me encontré a

pocos centímetros de otro rostro familiar. Su pelo estaba escondido bajo

una gorra negra ajustada en su cabeza, pero podría reconocerle en

cualquier lugar. Era el amigo musculoso del chicho que se había

zambullido en el Sena.

—No deberían estar solas aquí abajo tan tarde en la noche —dijo

él.

—Ahí atrás está pasando algo —jadeó Georgia—. Una pelea.

—Procedimiento policial —dijo, dándose la vuelta e iluminando

detrás de nosotros, dirigiéndonos rápidamente hacia la escalera.

—¿Procedimiento policial con espadas? —pregunté incrédula,

mientras corríamos arriba hacia el nivel de la calle.

—Actividad de bandas —dijo brevemente, girando la cabeza hacia

la escalera—. Yo en vuestro lugar me iría lo más lejos posible de aquí —

dijo sobre su hombro mientras bajaba la escalera al mismo tiempo.

Corrió hacia el túnel al mismo tiempo que dos cabezas aparecieron

sobre la superficie del agua cerca de la orilla. Sentí una oleada de alivio

cuando los vi con vida.

El tipo que nos había dirigido lejos de ahí llegó justo en el

momento en que llegaron a tierra y sacó al saltador arriba hacia la

seguridad.

Un aullido de dolor rompió el aire de la noche, y Georgia agarró

mi brazo.

—Vámonos lejos de aquí.

—Espera —vacilé—. ¿No deberíamos hacer algo?

—¿Cómo qué?

—¿Cómo llamar a la policía?

—Ellos son de la policía —dijo dudando.

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—Sí, claro. Ellos no se parecen en nada a unos policías. Podría

jurar que conozco a esos dos tipos de nuestro vecindario. —Nos

quedamos de pie mirando entre nosotras sin poder hacer nada durante

unos segundos, tratando de encontrarle sentido a lo que acabábamos

de ver.

—Bueno, a lo mejor nuestro vecindario está bajo vigilancia por un

equipo encubierto de SWAT4 —dijo Georgia—. Ya sabes, Catherine

Deneuve vive justo abajo en nuestra calle.

—Sí, claro, como que Catherine Deneuve tiene a su propio tío

bueno del equipo SWAT cazando en el vecindario a los acosadores de

famosos con espadas.

Incapaces de contenernos, de repente nos echamos a reír.

—No deberíamos reírnos. ¡Esto es serio! —Georgia se rió

tontamente, secándose una lagrima perdida de su mejilla.

—Lo sé —me sorbí las lágrimas, serenándome.

Abajo, cerca del rio, la chica y su salvador habían desaparecido y

la pelea sonaba más lejos que antes.

—Ves, de todas formas ya se ha terminado —dijo Georgia—. Es

demasiado tarde para hacer algo, incluso si quisiéramos.

Nos dimos la vuelta hacia el paso de peatones, justo como las dos

figuras que corrieron por las escaleras detrás de nosotras. Fuera de mi

visión periférica, los vi aproximarse a toda velocidad y agarraron a

Georgia del brazo para empujarla fuera de su camino. Pasaron

corriendo tan solo a unos centímetros de nosotras; dos hombres

enormes vestidos con ropas oscuras y gorras bajadas alrededor de sus

caras. Un destello de metal brilló entre uno de sus largos abrigos.

Saltando en el coche, arrancaron con un rugido. Pero antes de alejarse,

se detuvieron a nuestro lado y frenaron yendo a paso de tortuga. Podía

sentir como nos miraban fijamente por las oscuras ventanillas.

—¿Qué estáis mirando? —gritó Georgia, y éstos desaparecieron

calle abajo. Permanecimos ahí un momento, aturdidas. La luz del

semáforo se puso en verde y Georgia enganchó su brazo en el mío

cuando pisamos la calle.

4 El término SWAT hace referencia a las unidades especializadas en intervenciones

especiales de gran peligro de diversos cuerpos policiales de Estados Unidos.

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—Una noche rara —dijo finalmente, rompiendo el silencio.

—La frase del año —repliqué—. ¿Deberíamos decirle a Mamie y a

Papy sobre todo esto?

—¿Qué? —rio Georgia—. ¿Y arruinar la ilusión de Papy de “París

es seguro”? Ellos no nos dejarían salir de casa nunca más.

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Traducido por Sprinkling

Corregido por Marce Doyle*

uando me paré fuera en la reconfortante seguridad de la

luz del día la mañana siguiente, los eventos de la noche

pasada parecían irreales. No había habido nada sobre lo

que habíamos visto en las noticias. Pero Georgia y yo no podíamos

dejarlo tan fácilmente.

Discutimos esto más que algunas veces, aunque no nos

acercamos a entender que estaba sucediendo. Nuestras teorías corrían

en cosas mundanas, como fanáticos de Mazmorras y Dragones jugando

a ser actores para un más dramático y gracioso escenario de viaje en el

tiempo con doncellas y caballeros.

Aunque continué haciendo toda mi lectura en el Café Sainte-

Lucie, no había visto el misterioso grupo de chicos guapos de nuevo.

Después de un par de semanas, conocía todos los mozos tan bien como

los dueños, y varios de los clientes regulares llegaron a ser caras

familiares: pequeña mujeres ancianas con sus Yorkshire terrier de tazas

de té, los que llevaban en un bolso de mano y alimentaban de sus

platos. Hombres de negocios con trajes caros, hablando

interminablemente en sus celulares y comiéndose con los ojos a todas

las chicas bonitas que caminaban allí. Parejas de todas las edades

agarrándose las manos por debajo de la mesa.

Una tarde de sábado estaba sentada en mi mesa regular en la

esquina izquierda de la terraza, leyendo Para matar un Sinsonte5.

Aunque esta era mi tercera vez leyéndolo, algunos pasajes aun traían

lágrimas a mis ojos. Como una lo estaba haciendo ahora.

Usé mi truco de enterrar uñas en la palma, el cual, si lastimaba lo

suficiente, podría salvarme de llorar en público. Desafortunadamente,

hoy no estaba funcionando. Podría decir que mis ojos se estaban

poniendo rojos y vidriosos. Esto es lo que necesito, llorar en frente de la

5 http://www.bedincuba.com/cuba/fotos/fauna_sinsonte.jpg

C

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regular multitud del café solo me haría conocida para ellos, pensé,

mirando hacia arriba para ver si alguien se había dado cuenta de mi.

Y ahí estaba el. Sentado a algunas mesas de distancia,

mirándome tan intensamente como la primera vez. Éste era el chico con

el cabello negro. La escena del río con el saltando de un puente para

salvar la vida de alguien, se sintió como si no hubiese pasado más que

en un surrealista sueño. Aquí estaba, en la abierta luz del día, bebiendo

café con uno de sus amigos.

¿Por qué?, casi digo esto en voz alta. ¿Por qué tenía que agarrar

todo lo lloroso de un libro cuando éste demasiado guapo para ser cierto

chico Francés estaba frente a mí a simplemente diez pies de distancia?

Chasqueé mi libro cerrándolo y dejé algo de dinero en la mesa.

Pero solo cuando empezaba a ir hacia la salida, la anciana mujer en la

mesa junto a la mía se levantó y comenzó a juguetear con su enorme

pila de bolsas de compras. Me removí impaciente hasta que finalmente

uno de ellos se giró.

—Lo siento, querida, pero estaremos otro minuto. Solo ve

alrededor nuestro. —Y ella prácticamente me empujó hacia donde los

chicos estaban sentados.

Yo había duramente dado un paso más allá de su mesa cuando

escuché una fuerte voz llegando de atrás mío.

—¿No estás olvidando algo? —alguien dijo en Francés.

Me giré para ver al chico parado a centímetros de distancia de mí.

El era aún más guapo que lo que había parecido de lejos, cuando su

aspecto estaba agudizado con esa misma pedernal frialdad de la que me

había dado cuenta la primera vez que lo había visto. Ignoré la repentina

sacudida en mi pecho.

—Tu bolso —el dijo, sosteniendo mi bolsa de libros hacia mí,

balanceando la correa entre dos dedos.

—Um —dije, arrojada por su proximidad. Luego, viendo su irónica

expresión, me esforcé. El piensa que soy una completa idiota por dejar

mi bolso detrás—. Que amable de tu parte —dije rígidamente,

alcanzando mi bolso mientras trataba de salvar algún desecho restante

de confianza dejada en mi.

Echó sus brazos hacia atrás, dejándome agarrar aire.

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—¿Qué? —él pregunto, divertido—. ¿Por qué estas enojada

conmigo? No es como si lo hubiese robado.

—No, por supuesto que no —resoplé, esperando.

—Entonces… —el dijo.

—Entonces… si está todo bien contigo, sólo tomare mi bolso de

vuelta —dije, alcanzando mi bolso y agarrando las correas esta vez. No

lo dejo ir.

—¿Qué te parece un intercambio? —ofreció, una sonrisa doblando

las esquinas de su boca—. Te doy tu bolso si me dices tu nombre.

Lo mire, incrédula, y luego le di al bolso un fuerte tirón justo

cuando lo dejo ir. El contenido se derramó en una pila en la acera.

Sacudí mi cabeza con incredulidad.

—¡Genial! ¡Te lo agradezco muchísimo!

Tan graciosamente como pude, me agaché en mis rodillas y

comencé a meter mi labial, máscara, billetera, teléfono, y lo que parecía

como un millón de lapiceras y pequeños trozos de papel, en mi bolso.

Miré de nuevo hacia arriba para verlo inspeccionando mi libro.

—Para Matar un Sinsonte. ¡En ingles! —comentó, su voz teñida

con sorpresa. Y luego, con un ligero acento pero en perfecto inglés,

dijo—: Gran libro, ¿has visto la película… Kate?

Mi boca cayó abierta.

—Pero… ¿cómo sabes mi nombre? —me las arreglé para

pronunciar.

El levantó su otra mano y me mostró mi licencia de conducir, que

incluía una foto de mi cara excepcionalmente mala. Para este punto mi

humillación era tan grande que ya no pude mirarlo a los ojos, aunque

sentí su mirada quemándome.

—Escucha —dijo, acercándose—. Estoy realmente apenado. No

era mi intención hacerte tirar tu bolso.

—Deja de hacer alarde de tus impecables habilidades lingüísticas,

Vincent, ayuda a la chica a pararse, y déjala tomar sus cosas e irse —

llegó otra voz en francés. Me giré para ver a mi atormentador amigo, el

chico con el cabello rizado, sosteniendo mi cepillo para el pelo con una

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expresión de suave diversión con arrugas en su rostro con restos de

barba sin afeitar.

Ignorando la mano que “Vincent” estaba extendiendo para

ayudarme a levantarme, me tambaleé en mis pies y me sacudí.

—Aquí tienes —dijo, tendiéndome mi libro.

Lo tomé con un embarazoso asentimiento.

—Gracias —repliqué secamente, tratando de no correr mientras

hacía la más rápida salida posible fuera del café hacia la calle. Mientras

esperaba para que la luz del semáforo cambiara, cometí el error de

mirar atrás. Ambos chicos estaban mirando en mi camino. El amigo de

Vincent le dijo algo y sacudió la cabeza. No puedo imaginar que estarán

diciendo de mí, pensé y gemí.

Poniéndome más roja que la luz del semáforo, crucé la calle sin

mirar hacia ellos de nuevo.

Por los próximos días vi la cara de Vincent en todos lados. En el

almacén de la esquina, subiendo los escalones del metro, sentado en las

terrazas de todos los cafés por los que paso. Por supuesto, cuando miro

mejor a cada uno de estos chicos, ninguno es realmente él. Para mi

gran molestia, no pude parar de pensar en él, y aún más molesto, mis

sentimientos estaban equitativamente divididos entre auto protectora

cautela y agolpamiento desvergonzado.

Para ser honesta, no era desagradecida por la diversión. Por una

vez, tenía algo más en qué pensar además de accidentes

automovilísticos fatales y en qué demonios iba a hacer por el resto de

mi vida. Pensaba que lo había más o menos resuelto antes del

accidente, pero ahora mi futuro se estiraba ante mí como un signo de

interrogación de una milla de largo. Se me ocurrió que esta fijación por

este “chico misterioso” podría ser solo el modo en que mi mente me

estaba dando un respiro de mi confusión y dolor. Y finalmente decidí,

que si este era el caso, no me importaría.

Casi una semana había pasado desde mi encuentro con Vincent

en el Café Sainte-Lucie, y aunque había hecho mis sesiones de lectura

allí un hábito diario, no había visto ni rastro de él o de sus amigos.

Estaba instalada en lo que ahora consideraba mi mesa privada en una

esquina, terminando otra novela de Wharton del plan de estudios de la

escuela (mi futura profesora de inglés era obviamente una gran

fanática), cuando noté una pareja de adolescentes sentados en la

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terraza en frente mío. La chica tenía el cabello corto y rubio y una

tímida risa, y el modo natural en que estaba inclinada hacia el chico

junto a ella me hizo pensar que eran una pareja. Pero cuando moví mi

escrutinio hacia él, noté cuán parecidos eran sus rasgos, aunque su

cabello era de un rojo dorado. Debían ser hermano y hermana. Y una

vez que esta idea apareció en mi mente, supe que era correcta.

La chica de repente levantó la mano para detener a su hermano

de hablar y comenzó a escanear la terraza como si buscara a alguien.

Sus ojos se situaron en mí. Por un segundo vaciló, y luego me saludó

con urgencia. Me señaló a mi misma con una mirada interrogadora.

Ella sacudió la cabeza y luego hizo un gesto, haciendo señas para que

me acercara.

Preguntándome que podría posiblemente querer, me paré, y

lentamente hice el camino hacia su mesa. Ella se puso de pie,

alarmada, e indicándome que me apurara.

Justo mientras dejé mi pequeño rincón seguro contra el muro y

caminé alrededor de su mesa, un enorme estruendo vino de detrás de

mí, y me encontré derribada de plano sobre el suelo. Pude sentir mi

rodilla punzando y levanté mi cabeza para ver sangre en el suelo debajo

de mi cara.

—¡Mon Dieu6! —gritó uno de los mozos, y pasó por encima de las

mesas y sillas caídas para ayudarme a levantarme. Lagrimas de

conmoción y dolor llenaron mis ojos.

Sacó un paño del delantal que traía en la cintura y me secó la

cara con el.

—Solo tienes un pequeño corte en la ceja. No te preocupes. —Miré

hacia abajo, a mi ardiente pierna, y vi que mis jeans habían sido

rasgados por completo y que mi rodilla estaba completamente raspada.

Mientras me chequeaba a mi misma sobre mis lesiones, me di

cuenta de que la terraza estaba en completo silencio. Pero en vez de

enfocarse en mi, los atónitos rostros de los espectadores del café

estaban mirando detrás de mí.

El mozo paró de limpiar mi ceja para mirar sobre mi hombro y

sus ojos se ampliaron con alarma. Siguiendo su mirada, vi que mi mesa

6 En francés en el original.

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había sido demolida por un enorme pedazo de mampostería tallada que

había caído de la fachada del edificio. Mi cartera estaba tirada a un

lado, pero mi copia de Casa de Alegría sobresalía de donde estaba

clavado debajo de la enorme piedra, exactamente donde yo había estado

sentada.

Si no me hubiese movido, estaría muerta, pensé, y mi corazón

corrió tan rápido que me dolía el pecho. Me giré de nuevo hacia la mesa

donde el hermano y la hermana habían estado sentados. Excepto por

una botella de Terrier y dos vasos llenos apoyados en el medio de un

puñado de cambio, estaba vacía. Mis salvadores se habían ido.

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Traducido SOS por Alexia Cullen

Corregido por rose_vampire

staba tan conmovida que no lo podía dejar por un

momento. Finalmente, después de permitir al personal de

la cafetería utilizar la mitad de su botiquín de primeros

auxilios en mí, insistí en que podía hacerlo en mi casa por mi propia

cuenta y me tambaleé hacia atrás, sintiendo mis piernas como bandas

de goma. Mamie estaba saliendo por la puerta principal cuando llegué.

—¡Oh, mi querida Katya! —chilló, después le expliqué lo que

había sucedido, y dejando caer su querido bolso Hermès7 en el suelo,

echó sus brazos sobre mí. Luego, recogiendo nuestras cosas, me llevó

de vuelta a casa, me metió en la cama e insistió en tratarme como si

fuera una tetrapléjica en lugar de su ligeramente raspada nieta.

—Ahora, Katya, ¿estás segura de que estás cómoda? Puedo

traerte más almohadas si quieres.

—Mamie, estoy bien, de verdad.

—¿Todavía te duele la rodilla? Puedo poner algo más en ella.

Quizás debería estar elevada.

—Mamie, la trataron con un millón de cosas de su botiquín en la

cafetería. Es sólo un rasguño de verdad.

—¡Oh, mi querida niña! Pensar lo que podría haber sucedido —

presionó mi cabeza en su pecho y acarició mi pelo hasta que algo en mí

se rompió y empecé a llorar.

Mamie me arrulló y me abrazó hasta que grité.

—Sólo estoy llorando porque soy débil —protesté por mis

lágrimas, pero la verdad era que me estaba tratando igual como hubiera

hecho mi madre.

7Hermès: marca de moda muy conocida sobre todo por sus bolsos.

E

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Cuando Georgia vino a casa, escuché a Mamie contarle sobre mi

“experiencia cercana a la muerte”. Mi puerta se abrió un minuto

después y mi hermana corrió dentro mirándome tan blanca como un

fantasma. Se sentó silenciosamente en el borde de mi cama mirándome

fijamente con los ojos grandes.

—Está bien, Georgia. Sólo estoy un poco arañada.

—Oh, Dios mío, Katie-Bean, si algo te hubiera sucedido… eres

todo lo que me queda. Recuerda eso.

—Estoy bien. Y nada va a sucederme. Me mantendré lejos de los

edificios cayéndose a pedazos por ahora. Lo prometo.

Forzó una sonrisa y extendió su mano para tocar la mía, pero

mantuvo su mirada fija.

Al día siguiente, Mamie se negó a dejarme salir de casa,

insistiendo en que me relajase y me “recuperase de mis lesiones”.

Obedecí, siguiéndole la corriente, y pasé la mitad de la noche leyendo

en la bañera. No fue hasta que me hube perdido en el agua caliente y

con un libro, que mis nervios se apoderaron de mí, y me senté allí,

temblando como una hoja. No me había dado cuenta de lo tan asustada

que me había dejado el estar cerca del edificio en ruinas hasta que metí

mi cabeza en la bañera durante varias veces con agua caliente para

calmarme. En última instancia, me quedé dormida con pequeñas

plumas de vapor elevándose desde el agua a mí alrededor.

Cuando pasé por la cafetería al día siguiente, estaba cerrada, y la

acera de enfrente del edificio estaba acordonada con una cinta de

policía de plástico amarillo. Los trabajadores en mono azul eléctrico

estaban elevando el andamio para que los constructores empezaran a

estabilizar la fachada. Tendría que encontrar otro lugar para mi lectura

al aire libre. Sentí una punzada de decepción cuando me di cuenta de

que ese era el único lugar en el que tenía la oportunidad para ver a mi

obsesión reciente. ¿Quién sabía cuánto tiempo pasaría antes de que me

encontrara con Vincent otra vez?

Mi madre comenzó a llevarme a museos cuando yo era una niña

pequeña. Cuando fuimos a París, ella, Mamie y yo nos poníamos en

marcha en la mañana para “una pequeña muestra de la belleza” como

mi madre la llamaba. Georgia, que estaba aburrida en el momento en el

que llegábamos a nuestra primera pintura, por lo general optaba por

quedarse atrás con mi padre y mi abuelo, quienes se sentaban en los

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cafés y conversaban con sus amigos, colegas de trabajo y cualquiera

que hubiera deambulado por ahí. Pero juntas, Mamie, mamá y yo

peinábamos los museos y galerías de París.

Así que no fue una gran sorpresa cuando Georgia me dio una

excusa vaga de “planes anteriores” cuando le pregunté si vendría al

museo arrastrándose conmigo unos días más tarde.

—Georgia, te has estado quejando de que nunca hago nada

contigo. ¡Esta es una invitación válida!

—¡Sí! Casi tan válida como invitarte a un rally de camiones

monstruosos. Pregunta de nuevo si planeas hacer algo realmente

interesante.

Para mostrar su buena voluntad, me dio un abrazo amistoso

antes de que cerrara la puerta de su habitación en mi cara. Touché.

Partí en solitario a Le Marais8, un barrio de ciudad de la casa de

mis abuelos. Tejiendo mi camino a través de sus pequeñas calles

medievales finalmente llegué a mi destino: el palacio, la construcción de

la vivienda del Museo de Picasso. Además del universo alternativo

ofrecido por un libro, el espacio reservado de un museo era mi lugar

favorito para ir. Mi madre decía que yo era una escapista del corazón…

que yo prefería mundos imaginarios al real. Es verdad que siempre he

sido capaz de tirar de mí misma fuera de este mundo y sumergirme en

otro. Y me sentía preparada para una sesión de relajante de arte-

hipnosis.

Mientras caminaba a través de las gigantescas puertas del Museo

Picasso, dentro de sus salas de blanco estériles, sentía el ritmo de mi

corazón lento. Dejé que la calidez y la tranquilidad del lugar me

cubrieran como una manta suave. Y como era mi costumbre, caminé

hasta que me encontré la primera pintura que realmente me llamó la

atención, y me senté en un banco para afrontarlo.

Dejé que los colores absorbieran mi piel. Los enrevesados de la

composición, las formas torcidas me recordaban cómo me sentía por

dentro, y mi respiración disminuyó cuando comencé con la división en

zonas. Las otras pinturas de la sala, el guardia de pie cerca de la

puerta, el olor fresco de la pintura en el aire a mí alrededor, incluso el

8 Le Marais: Le Marais ('La Marisma', en francés) es un barrio de París, Francia

situado en el III y IV distrito parisinos, en la margen derecha.

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pasar de los turistas, se desvanecían en un fondo gris que rodeaba esta

esquina de color y luz.

No sé cuánto tiempo me senté allí antes de que mi mente

emergiera lentamente de su auto impuesto trance y escuchara voces

bajas viniendo de detrás de mí.

—Ven aquí. Basta con mirar los colores.

Una pausa larga.

—¿Qué colores?

—Exactamente. Es como te dije. Va desde la paleta audaz y

brillante de algo como Les Demoiselles D´Avignon9 a este rompecabezas

monótono gris y marrón en apenas cuatro años. ¡Qué presumido! Pablo

siempre había tenido que ser el mejor en todo lo que ponía su mano, y

como estaba diciéndole a Gaspar el otro día, lo que realmente me hace

un tictac apagado es…

Me volví a la curiosidad de ver el origen de esta fuente de

conocimiento, y me congelé. Permaneciendo a tan solo quince metros de

mí estaba el amigo de pelo rizado de Vincent.

Ahora que lo vi de frente, quedé impresionada de cómo era de

atractivo. Había algo de una resistencia descuidada en él, el cabello

desaliñado, la cerdosa barba afeitada y las manos grandes y ásperas

que gesticulaban con pasión hacia la pintura. Por el estado de sus

ropas, las cuales estaban manchadas de pintura, supuse que podría ser

un artista.

Eso me ocurrió en una fracción de segundo. Porque después de

eso, todo lo que podía ver era a la persona que estaba de pie con él. El

chico de pelo negro como el azabache. El chico que había establecido su

residencia permanente en los oscuros rincones de mi mente desde el

primer momento en que le vi. Vincent.

¿Por qué tienes que caer en el chico más improbable e inaccesible

de París? Él era demasiado hermoso y demasiado distante, como alguna

vez me diera cuenta de verdad. Rompí mi mirada fija a lo lejos, me

incliné hacia adelante y apoyé la frente en mis manos. No sirvió de

nada. La imagen de Vincent estaba indeleblemente grabada en mi

mente.

9 Les Demoiselles D´Avignon: este es un enlace en el que se puede apreciar el cuadro

al que hace referencia http://www.terra.es/personal/asg00003/picasso/avignon.html

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Me di cuenta de que cualquier cosa que fuera sobre él, le hacía

parecer un poco frío, casi peligroso, de hecho aumentaba mi interés en

vez de asustarme. ¿Qué estaba mal conmigo? Nunca antes había ido a

por los chicos malos, esa era la especialidad de Georgia. Mi estómago se

tensó mientras me preguntaba si tuviera el coraje de levantarme y

hablar con él.

Pero no tuve la oportunidad de ponerme a prueba. Cuando

levanté la cabeza, ellos se habían ido. Me dirigí rápidamente a la

entrada de la sala de al lado y miré dentro. Estaba vacía. Y entonces,

casi salté fuera de mi piel, cuando una voz baja detrás de mí dijo:

—Hola Kate.

Vincent se cernía sobre mí, su rostro a unos buenos seis

centímetros por encima. Mi mano voló hacia mi pecho en estado de

alarma.

—¡Gracias por el ataque de corazón! —di un grito ahogado.

—¿Así que ese es un hábito tuyo dejar tu bolsa detrás para poder

entablar una conversación? —sonrió y asintió con la cabeza al banco

donde había estado sentada. Situado debajo de él, estaba mi bolsa de

libros—. ¿No sería más fácil caminar hacia un chico y decir hola?

El ligero rastro de burla en su voz evaporó mi nerviosismo. Fue

reemplazado por una indignación abrasadora que nos sorprendió a

ambos.

—¡Bien! ¡Hola! —gruñí con mi garganta apretada con furia.

Marchando hacia el banco, cogí mi bolso y caminé fuera de la sala.

—¡Espera! —me llamó, corriendo hacia mí e igualando mi paso—.

¡No quise decirlo así! Lo que quise decir…

Llegué a detenerme y le miré fijamente, esperando.

—Lo siento —dijo, exhalando profundamente—, nunca he sido

conocido por mi conversación chispeante.

—Entonces, ¿porqué siquiera haces el esfuerzo? —le reté.

—Porque. Tú eres… no sé… graciosa.

—¿Graciosa? —pronuncié lentamente cada sílaba y le disparé mi

“eres completamente alguien de aspecto raro”. Mis puños se elevaron de

forma automática para descansar en mis caderas—. Por lo tanto,

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Vincent, ¿viniste con el propósito expreso de ofenderme o hay algo más

que quieras?

Vincent puso la palma de su mano en su frente.

—Escucha. Lo siento. Soy un idiota. ¿Podemos… podemos

empezar de cero?

—¿Empezar qué desde cero? —pregunté sin convicción.

Dudó durante un segundo y luego tendió su mano.

—Hola. Soy Vincent.

Sentí que mis ojos se estrecharon cuando sopesé su sinceridad.

Agarré su mano con la mía, agitándola un poco más duro de lo que

quería.

—Soy Kate.

—Encantado de conocerte, Kate —dijo Vincent desconcertado.

Hubo como cuatro segundos de silencio, durante el cual continué

mirándole fijamente—. Así que, ¿vienes aquí a menudo? —murmuró

inseguro.

No pude evitarlo, pero de repente me eché a reír. Él sonrió

obviamente aliviado.

—Um, sí, en realidad. Tengo ese tipo de cosas por los museos, no

sólo por Picasso.

—¿Una “cosa”?

El inglés de Vincent era tan bueno que era fácil olvidar que no era

su primer idioma.

—Quiero decir que me gustan los museos. Mucho —expliqué.

—Está bien. Lo tengo. Te gustan los museos pero no Picasso en

particular. Por lo tanto… ¿vienes aquí cuando quieres meditar?

Le sonreí, mentalmente dándole unos puntos por intentarlo tan

bien.

—¿A dónde fue tu amigo? —pregunté.

—Despegó. A Jules realmente no le gusta conocer a nuevas

personas.

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—Encantador.

—Así que, ¿eres británica? ¿Americana? —dijo, cambiando de

tema.

—Americana —respondí.

—Y la chica que he visto por tu barrio sería tú…

—Hermana —dije lentamente—. ¿Has estado espiándome?

—Dos chicas lindas se trasladan a la zona. ¿Qué se supone que

debo hacer?

Una oleada de alegría recorrió mi cuerpo por sus palabras. Él

pensaba que yo era linda. Pero también pensó que Georgia era linda, me

recordé a mí misma. La ola desapareció.

—Oye, la cafetería del museo cuenta con una máquina de

expreso10. ¿Quieres tomar un café mientras me cuentas qué otras cosas

tienes por “cosas”? —Me tocó en el brazo. La ola oficialmente estuvo de

vuelta.

Nos sentamos en una pequeña mesa frente a un capuchino

humeante.

—Así que, ahora que he revelado mi nombre y nacionalidad a un

completo desconocido, ¿qué más quieres saber? —pregunté, removiendo

la espuma en mi café.

—Oh, no sé… la medida de tus zapatos, película favorita, destreza

atlética, el momento más embarazoso, golpearme.

Sonreí.

—Um, número de calzado diez11, Breakfast at Tiffany’s,

absolutamente sin habilidades atléticas y demasiados momentos

embarazosos para enumerar antes del cierre del museo.

—¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que obtengo? —bromeó.

10 Espresso: El café expreso es una bebida de origen italiano (también café espresso o

café exprés). Es un tipo de preparación del café. Debe su término a la obtención de

esta bebida a través de una cafetera expreso. Se caracteriza por su rápida preparación

y por su sabor más concentrado.

11 Calzado del diez: Equivale a un 42 europeo, en cm unos 27.

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Sentí a mi defensa derretirse en este lado sorprendentemente

encantador y decididamente no peligroso de él. Con el apoyo de Vincent,

le hablé sobre mi antigua vida en Brooklyn, con Georgia y mis padres.

De los veranos en París, de mis amigos de casa, con los que tenía, por

ahora, perdido todo contacto. De mi amor sin límites por el arte y mi

desesperación al descubrir que no tenía ningún talento para la creación

del mismo. Me empujaba para obtener más información, y llené los

espacios en blanco con las bandas, la comida, las películas, los libros y

todo lo demás bajo el sol. Y a diferencia de la mayoría de los chicos de

mi edad que había conocido en casa, parecía genuinamente interesado

en cada detalle. Lo que no le dije fue que mis padres estaban muertos.

Me refería a ellos en tiempo presente, y dije que mi hermana y yo nos

habíamos trasladado con nuestros abuelos para estudiar en Francia. No

era del todo mentira. No tenía ganas de contarle toda la verdad. No

quería su lástima. Quería parecer como cualquier otra chica normal que

no había pasado los últimos siete meses aislándose en un mundo

interior de pena. Sus preguntas de tiro rápido me hicieron imposible

preguntarle nada a cambio. Así que cuando finalmente lo dejamos, se lo

reproché.

—De acuerdo, ahora me siento completamente expuesta, sabes

muchas más cosas sobre mí y yo no sé nada de ti.

—Ajá, eso es parte de mi nefasto plan.

Sonrió cuando el guardia del museo cerró las puertas detrás de

nosotros.

—¿Cómo podría esperar que digas sí para reunirnos nuevamente

si ponía todo sobre la mesa la primera vez que hablamos?

—No es la primera vez que hablamos —le corregí, tratando de

ignorar tranquilamente el hecho de que parecía estar pidiéndome que

me fuera.

—De acuerdo. Es la primera vez que hablamos sin mi queriendo

insultarte —repasó.

Caminamos a través del jardín del museo hacia las piscinas

reflectantes, donde los gritos de los niños estaban celebrando el hecho

de que todavía estaba el calor y el sol a las seis de la tarde, chapoteando

alrededor del agua en éxtasis.

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Vincent caminaba ligeramente encorvado con las manos en sus

bolsillos. Por primera vez, le sentí una pequeña pizca de vulnerabilidad.

Tomé la ventaja de esto.

—Ni si quiera sé la edad que tienes.

—Diecinueve —dijo.

—¿Qué haces?

—Estudiar.

—¿De verdad? Porque tu amigo dijo algo sobre ti estando en la

fuerza policial. —No podía evitar el rastro de sarcasmo en mi error.

—¿Qué? —exclamó, llegándose a parar completamente.

—Mi hermana y yo vimos que rescataste a una chica.

Vincent me miró fijo sin comprender.

—La chica que saltó del Puente Carrusel12 durante esa pelea de

pandillas. Tu amigo nos acompaño lejos y nos dijo que era un

procedimiento policial.

—¡Oh! ¿Lo hizo? —murmuró Vincent, su expresión asumiendo la

mirada endurecida que había tenido la primera vez que me encontré

con él.

Hundió sus manos en sus bolsillos y continuó caminando. Nos

estábamos acercando a la parada del metro. Reduje mi ritmo para

conseguir un poco más de tiempo.

—Entonces, ¿qué son, chicos, policías encubiertos? —No podía

creerlo por un momento, pero intenté que sonara sincero. Su repentino

cambio en su estado de ánimo me intrigó.

—Algo como eso.

—Qué, ¿algo así como un tipo de equipo de SWAT13?

No respondió.

12

Puente Carrusel: iniciado en 1831 en la prolongación de la rue des Saints-Peres en

la orilla izquierda del Sena, el puente original fue conocido bajo ese nombre hasta su

inauguración, en 1834, cuando el rey Luis Felipe I lo nombró Pont du Carrousel, ya

que abrió en la margen derecha de la orilla del río Palacio del Louvre, cerca del Arco de

Triunfo del Carrusel frente a las Tullerías . 13

SWAT: policía especializada en Estados Unidos.

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—Eso fue muy valiente, por cierto —insistí —Tu inmersión en el

río. ¿Qué tenía que hacer la chica en la lucha de la banda bajo el

puente, de todos modos? —pregunté, cavando más hondo.

—Um, no debería hablar sobre ello —dijo Vincent, estudiando el

hormigón a unos cuantos centímetros delante de sus pies.

—Oh, sí, por supuesto —dije a la ligera—. Realmente pareces

joven para ser un policía.

No podía dejar una sonrisa burlona propagándose a través de mis

labios.

—Te dije… soy estudiante —dijo, dándome una sonrisa incierta.

Él podía decirlo pero no me lo tragaba.

—Sí, de acuerdo. No vi nada, no oí nada —dije dramáticamente.

Vincent se echó a reír, su buen estado de ánimo regresó.

—Así que… Kate, ¿qué haces este fin de semana?

—Um… no hay planes —dije, maldiciendo silenciosamente a mis

mejillas enrojecidas.

—¿Quieres hacer algo? —preguntó, con una sonrisa tan

encantadora que mi corazón se olvidó de golpear.

Asentí, ya que no podía hablar.

Tomando mi silencio como una vacilación, añadió rápidamente:

—No como una cita formal o algo así. Simplemente pasando el

rato. Podemos… dar un paseo. Pasear por el barrio Marais14.

Asentí de nuevo y me las arregle para salir.

—Eso sería genial.

—De acuerdo. ¿Qué hay del sábado por la tarde? A la luz del día.

En público. Una cosa perfectamente segura para hacer con un chico

que apenas conoces.

14

Marais: Le Marais es un distrito de moda con negocios y empresas del ámbito legal y

bancario. En él reside la población judía más importante de Europa. Se lo considera

uno de los barrios más cosmopolitas del viejo continente.

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Tendió sus manos como para mostrar que no estaba escondiendo

nada.

Me eché a reír.

—No te preocupes. Incluso si no eres de un equipo del SWAT, no

te tengo miedo.

Tan pronto como salió de mi boca, me di cuenta de que tenía

miedo. Sólo un poco. Me preguntaba una vez más si eso era lo que me

atraía de él. Quizás la muerte de mis padres me había dejado con una

falta de auto preservación y era la señal de peligro que estaba

buscando. O tal vez estaba atraída por el aura vaga del alejamiento

intocable que emanaba. Quizás todo él era para mí un desafío. Sea cual

fuere la razón, era efectiva. De verdad me gustaba este chico. Y quería

verle de nuevo. Noche, día, no importaba. Yo habría estado allí.

Levantó una ceja y sonrió.

—Sin miedo de mí. Cómo… de divertido.

No podía ayudarme a mí misma a través de la risa.

Asintiendo con la cabeza en otra dirección del bulevar, dijo:

—Probablemente Jules esta esperándome. Nos vemos el sábado.

¿Nos vemos fuera de la Rue du Bac de la estación del metro a las tres?

—El sábado a las tres.

Confirmé mientras él se daba la vuelta y se alejaba. No creo que

pudiera estar exagerando mucho al decir que mis pies no tocaron el

suelo en todo el camino a casa.

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Traducido por: sooi.luuli

Corregido por: rose_vampire

incent me estaba esperando cerca de la entrada del metro.

Mi corazón quedó atrapado en mi garganta cuando me

pregunté —no por primera vez— por qué este chico tan

hermoso para ser verdad tenía algún interés en la simple y anticuada…

está bien, tal vez ligeramente bonita, pero no significa hermosa a su

nivel… yo. Mi inseguridad se desmoronó cuando vi a su rostro

encenderse mientras me acercaba.

—Viniste —dijo mientras se inclinaba para darme los bises, esos

besos al aire lanzados en cada mejilla por lo que los europeos son

famosos. Si bien me estremecí cuando su piel tocó la mía, mis mejillas

estuvieron calientes por unos buenos cinco minutos después.

—Por supuesto —dije, aprovechando de cada gota de mi “fría y

confidente” reserva, ya que, a decir verdad, me estaba sintiendo un

poco nerviosa—. Entonces, ¿a dónde vamos?

Comenzamos a caminar por los escalones hacia las vías del

subterráneo.

—¿Has estado en el Village Saint-Paul? —preguntó.

Sacudí mi cabeza.

—No me suena.

—Perfecto —dijo, pareciendo satisfecho consigo mismo pero sin

dar más explicación.

Apenas hablamos en el tren, pero no fue por la falta de

conversación. No sé si es sólo una cosa cultural o que los mismos

trenes son tan silenciosos, pero tan pronto como la gente entraba al

vagón de la plataforma, se callaba.

Vincent y yo nos quedamos uno al frente del otro, sosteniéndonos

del poste central de acero para mantener el equilibrio, verificando a los

otros pasajeros, quienes estaban ocupados verificándonos. ¿He

V

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mencionado que verificar a la gente es el pasatiempo nacional de

Francia?

Cuando giramos en una esquina y el tren se movió bruscamente

hacia un lado, él puso un brazo alrededor de mis hombros para

estabilizarme.

—¿Ni siquiera hemos llegado allí y ya estás haciendo un

movimiento? —me reí.

—Por supuesto que no. Soy un caballero de la cabeza a los pies —

respondió con voz tranquila—. Lanzaría mi abrigo sobre un charco por

ti cualquier día.

—No soy una damisela en apuros —repliqué mientras el tren se

detenía en una parada.

—¡Uf!... bueno, eso es una cosa buena —dijo, dando un fingido

suspiro de alivio—. ¿Qué hay entonces de abrir la puerta por mí?

Sonreí abiertamente mientras levantaba la palanca de la puerta

de metal y pisábamos la plataforma.

Salimos de la parada de Saint-Paul directamente hacia el frente

de la enorme iglesia clásica llamada Église Saint-Paul.

—Solía venir aquí cuando era chica —le dije a Vincent mientras

me esforzaba por ver hacia la decorativa fachada.

—¿En serio?

—Sí. Cuando venía a visitar a mis abuelos durante el verano,

había una chica con la que solía jugar justo allí. —Señalé a un edificio a

unas pocas puertas lejos—. Su padre nos contaba que esta calle era

usada para las justas en la Edad Media. Sandrine y yo solíamos

sentarnos en los escalones de la iglesia y pretender que estábamos en la

mitad de un torneo medieval. —Cerré mis ojos y estuve de vuelta, hace

diez años, reviviendo los sonidos y los colores de nuestro imaginario

torneo—. Ya sabes, siempre pensé que si los centenares y centenares de

fantasmas de París pudieran materializarse todos de una vez, podrías

encontrarte rodeado de la gente más fascinante. —Me detuve, de

repente avergonzada de que le estuviera soltando tonterías a este chico

que apenas conocía con detalles de uno de mis mundos de ensueño.

Vincent sonrió.

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—Si yo estuviera dirigiéndome a un desafío, ¿me haría el favor de

tomarse de mi brazo, buena dama?

Fingí hurgar en mi mochila.

—Parece que no puedo encontrar mi pañuelo de encaje. ¿Qué hay

de un Kleenex?

Riendo, Vincent lanzó un brazo alrededor de mis hombros y me

apretó con fuerza.

—Eres increíble —dijo él.

—Eso es un definitivo aumento de “divertido” —le recordé,

incapaz de evitar que mis mejillas enrojecieran de placer.

Nos dirigimos a una calle lateral que desciende en el río. Allí, a

mitad de camino, Vincent dio un paso a través de la gran entrada de

madera de un edificio de cuatro pisos, tirándome tras él.

Como muchos bloques de apartamentos parisinos, este había sido

construido en torno a un patio interior refugiado de la calle. Los patios

más modestos son apenas tan grandes como una cama gigante, con

solo el espacio suficiente para albergar contenedores de basura del

edificio. Otros son grandes, algunos incluso tienen árboles y bancos,

formando un tranquilo refugio para los residentes alejados de la

concurrida calle.

Este patio era enorme y tenía pequeñas tiendas, e incluso un café

al aire libre, dispersas entre los apartamentos de la planta baja, algo

que nunca había visto antes.

—¿Qué es este lugar? —pregunté.

Vincent sonrió y tocó mi brazo, señalando a otra entrada abierta

en el lado opuesto del patio.

—Esto es sólo el comienzo —dijo él—. Hay alrededor de cinco de

estos patios todos unidos en la calle, así que puedes perderte tanto

tiempo como quieras sin ver o escuchar el mundo exterior. Son todas

galerías de arte y tiendas anticuadas. Pensé que te gustaría.

—¿Gustarme? ¡Lo amo! ¡Esto es increíble! —dije—. No puedo creer

que no haya estado aquí antes.

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—Es fuera de lo común. —Vincent parecía orgulloso de su

conocimiento de los lugares de París apartados del camino. Y yo estaba

tan feliz de que me quisiera junto a él para explorarlos.

—Cierto que sí —estuve de acuerdo—. Está casi completamente

oculto del exterior. Así que… has estado aquí antes. ¿Dónde

comenzamos?

Dimos un paseo por las tiendas y las galerías llenas de todo,

desde viejos pósteres hasta antiguas cabezas Buda. Para una ciudad

palpitante con turistas de verano, las tiendas tenían sorpresivamente

pocos visitantes, y nosotros paseamos por los lugares como si fueran

nuestros tesoros privados.

Cuando miramos en una tienda de ropas anticuadas, Vincent se

detuvo en frente de una caja de vidrio que contenía joyería.

—Hey, Kate, tal vez puedas ayudarme. Necesito conseguir un

regalo para alguien.

—Seguro —dije, esforzándome por ver en la caja mientras el

comerciante levantaba la tapa para nosotros. Toqué un bonito aro de

plata con un ramo de flores curvándose afuera de su superficie.

—¿Qué le gustaría a alguien de tu edad? —dijo, tocando un

pendiente enjoyado en forma de cruz.

—¿De mi edad? —me reí—. Sólo soy tres años más joven que tú.

Tal vez menos, dependiendo de tu cumpleaños.

—Junio —dijo.

—Está bien, entonces dos años y medio.

Él se rió.

—Está bien, me atrapaste allí. Es sólo que no estoy seguro de lo

que le gustaría. Y su cumpleaños se acerca.

Sentí como si alguien me hubiera golpeado en el estómago. Qué

idiota había sido, había malinterpretado totalmente sus intenciones.

Obviamente él sólo me ve como una amiga… una amiga con el

suficiente buen gusto como para ayudarlo a elegir un regalo para su

novia.

—Hmm —dije, cerrando mis ojos e intentando ocultar mi

consternación. Los forcé a que se volvieran a abrir y miré en la caja—.

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Supongo que depende de su gusto. ¿Usa ropas más femeninas y

floridas, o es más… um… de jeans y camisetas como yo?

—Definitivamente no floridas —dijo, sofocando una risa.

—Bueno, creo que esto es realmente bonito —dije, señalando a

una cuerda de cuero con un pendiente de plata en forma de lágrima

colgando de ella. Mi voz titubeó cuando intenté, sin éxito, tragar el nudo

en mi garganta.

Vincent se inclinó más de cerca a la pieza.

—Creo que tienes razón. Eres una genio, Kate. —Levantó el collar

de la caja y se lo entregó al comerciante.

—Voy a esperarte afuera —dije, y me fui mientras él hurgaba en

sus bolsillos en busca de su billetera.

Contrólate, me reprendí. Había parecido demasiado bueno para

ser verdad y lo había sido. Él era sólo un chico realmente amigable. Que

decía que yo era tierna. Pero a quien le debe solamente gustar llevarse

bien con las chicas lindas mientras compran joyería clásica para su

novia. Me pregunto cómo se ve ella. Mis manos estaban apretadas tan

fuertemente que mis uñas clavaron pequeñas zanjas en las palmas de

mis manos. El dolor se sentía bien. Aliviaba algo del escozor en mi

pecho.

Vincent salió de la tienda, metiendo un pequeño sobre en los

bolsillos de sus jeans mientras cerraba la puerta detrás de él. Al ver mi

rostro, se detuvo abruptamente.

—¿Qué está mal? —preguntó.

—Nada —dije, sacudiendo mi cabeza—. Sólo necesitaba algo de

aire.

—No —insistió—. Algo te está molestando.

Sacudí mi cabeza con firmeza.

—Está bien, Kate —dijo, enlazando su brazo con el mío—. No te

voy a forzar a hablar. —La presión de su brazo contra el mío me llenó de

calidez, pero mentalmente la aparté. A estas alturas estaba tan

acostumbrada a la autoprotección que casi era un reflejo.

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Salimos como si tal cosa de ese patio y entramos a otro,

caminando en silencio por unos minutos cuando nos detuvimos a mirar

en las vidrieras de las tiendas.

—Entonces —dije, finalmente. Sabía que no debería decirlo, pero

no podía evitarlo—. ¿Quién es tu novia?

—¿Disculpa? —preguntó.

—Tu novia. A la que le compraste el collar.

Él se detuvo y me miró.

—Kate, el regalo es para un amiga... que resulta ser una chica.

Una muy buena amiga. —Sonaba incómodo. Me pregunté por un

segundo si era verdad, entonces decidí darle el beneficio de la duda.

Vincent estudió mi rostro.

—¿Pensaste que te estaba pidiendo que me ayudaras a elegir un

regalo para mi novia? Y eso te hizo sentir... —Por la sonrisa

extendiéndose en sus labios, podía decir que estaba a punto de decir

algo que me avergonzaría, así que comencé a alejarme.

—¡Espera, Kate! —dijo, alcanzándome y enlazando su brazo con el

mío nuevamente—. Lo siento.

Decidí jugar a la indiferente al respecto.

—Tú me dijiste que no era una cita normal cuando me invitaste a

venir. ¿Por qué debería importarme si tienes una novia?

—Absolutamente —dijo él, dándome una fingida mirada seria—.

Sí, tú y yo sólo somos amigos... saliendo en un paseo amigable. Nada

más, ni nada menos.

—¡Exactamente! —estuve de acuerdo, mi corazón dando un giro

un poco doloroso.

Esbozó una gran sonrisa, e inclinándose, me besó en la mejilla.

—Kate —susurró—, eres tan crédula.

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Traducido SOS por Alexiacullen y Elizzen

Corregido por Fher_n_n

uve la oportunidad de disfrutar del sentido de sus palabras

exactamente tres segundos antes de que pusiera un brazo

firme sobre mis hombros y comenzara a dirigirme hacia la

salida.

―¿Qué…? ―comencé, pero su férrea expresión me tranquilizó y

seguí su iniciativa caminando constantemente, pero no corriendo del

todo, hacia una entrada.

Una vez en la calle, se dirigió hacia el metro.

—¿A dónde vamos? —pregunté, sin aliento por mi ritmo rápido.

Vi a alguien con quien no quería toparme. Deslizó su teléfono

celular de su bolsillo y marcó velozmente un número. Al no obtener

respuesta, colgó y lo intentó con otro.

—¿Te importaría decirme qué está pasando? —pregunté,

confundida por su cambio de personalidad repentina. En un instante

un Príncipe Encantador se había transformado en un Chico de Agente

Secreto.

—Tenemos que encontrar a Jules —dijo Vincent, hablando más

para sí mismo que para mí—. Su estudio de pintura está a la vuelta de

la esquina.

Me detuve y, puesto que me había sujetado por el brazo, lo

empujé hacia atrás.

—¿De quién estamos huyendo?

Tomó un gran esfuerzo para Vicent recomponerse.

—Kate. Por favor, permíteme explicarme después. Es

verdaderamente importante que encontremos a uno de mis… amigos.

T

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La maravillosa sensación de hace cinco minutos había

desaparecido. Ahora sentía ganas de decirle que siguiera adelante sin

mí. Pero considerando lo que mis días habían consistido últimamente,

decidí lanzar la precaución (y el aburrimiento) al aire y seguirle. Me

llevó a un edificio de apartamentos que prácticamente rezumaban con

el viejo encanto de París cerca de la Iglesia de Sant Paul. Subimos por

una escalera de madera fuertemente enrollada hacia el rellano del

segundo piso. Vincent llamó una vez ante de empujar la puerta abierta.

Las paredes del estudio estaban cubiertas de pinturas por todo el

camino hasta lo alto del techo. Desnudos reclinando colgaban junto a

paisajes de ciudad de aspecto geométricos. La sobrecarga visual de

color y forma era tan abrumadora como el fuerte olor a aguarrás. En la

esquina, alejada de la habitación, una mujer increíblemente hermosa

estaba tendida a través de un sofá verde esmeralda. Vestida con una

bata de baño pequeña que apenas la cubría, bien podría haber estado

desnuda.

—Hola, Vincent —lo llamó a través de la habitación, con una baja

voz ronca que no podría haber ajustado mejor con su belleza seductora

que si la hubiera adquirido en un ya set emparejados.

El amigo de Vincent, Jules, salió de un pequeño cuarto de baño

más allá del sofá. Limpiando algunos pinceles goteando sobre un trapo,

dijo sin levantar la mirada:

—Vincent, hombre. Acababa de empezar aquí con Valerie.

¿Recibiste la llamada de Jean Baptiste?

—Jules, tenemos que hablar —dijo Vincent con un sentido de

urgencia que hizo que Jules sacudiera su cabeza hacia arriba. Me miró

con sorpresa y luego, viendo la cara de Vincent, su propia oscuridad.

—¿Qué está pasando?

Vincent se aclaró la garganta, mirando inexpresivamente a Jules.

Pronunció sus palabras con cuidado.

—Kate y yo estábamos caminando alrededor de la Villa Sant Paul

y vi a “alguien” allí.

La palabra en clave significó algo para Jules. Sus ojos se

estrecharon.

―Fuera ─dijo mirándome de reojo y se dirigió hacia la puerta.

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—Vuelvo enseguida, Kate —dijo Vincent—. ¡Oh! Y esta es Valerie,

una de las modelos de Jules.

Y habiendo hecho esta presentación, siguió a Jules hacia las

escaleras, la puerta cerrándose detrás de él.

Un caballero, incluso durante una crisis, pensé, sorprendida por

la sangre fría de Vincent en asegurarse de que estaba presentando a la

Chica Desnuda antes de dejarnos solas.

—Hola —dije.

—Bonjour —respondió, aburrida. Recogiendo un libro del suelo, se

acomodó para leer. Me quedé cerca de la puerta, mirando a las pinturas

mientras intentaba escuchar qué estaba pasando fuera.

Sus voces eran murmullos pero pude tomar algunas palabras.

—… no puede hacer nada sin copia de seguridad —estaba

diciendo Vincent con un poco más de pesar en su voz.

—Estoy contigo ahora. Ambrose puede ser nuestro tercero —

respondió Jules.

Hubo silencio, y luego Vincent estaba hablando con alguien en el

teléfono. Colgó y le dijo:

—Está en camino.

—¿Por qué demonios la trajiste contigo? —sonó incrédulo Jules.

—No estoy de servicio veinticuatro/siete15. Ella está conmigo

porque teníamos una cita —la voz baja de Vincent viajó a través de la

fina puerta de madera con facilidad.

Lo llamó una cita, pensé con mucho más placer del que podía

derivar bajo las circunstancias.

—Eso es exactamente el porqué no puede estar aquí —continuó

Jules.

—JB sólo dijo que no podía llevar personas a casa… no veo por

qué no puede venir aquí.

Sus voces eran cada vez más bajas.

15

Veinticuatro/siete: veinticuatro horas al día los siete días de la semana.

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Salí pitando de cerca de la puerta, manteniendo un ojo en Valerie,

que me miró y volvió su mirada hacia el libro. Obviamente a ella no

podría importarle menos si yo estuviera escuchando.

—Tío, en cualquier lugar que tenga una dirección permanente

está fuera de mis límites para… “citas”. O lo que sea. Sabes las reglas.

En cualquier caso, ¡la cita ha terminado!

Hubo un embarazoso silencio, en el cual imaginé que era tomado

por un montón de miradas en acción hacia abajo chico a chico, y luego

la puerta se abrió y Vincent entró, buscando una disculpa.

—Kate. Lo siento, tengo que ocuparme de algo. Caminaré contigo

hasta el Metro.

Esperaba de él diera una explicación, pero no llegó ninguna.

―Está bien ─dije, intentando sonar como si no me importara―.

Pero no te preocupes por esperarme en el Metro. Daré algunos paseos

por mi propia cuenta. Caminaré hasta la calle Rosiers para ir de

compras o algo así.

Pareció aliviado, como si fuera el responsable de lo que había

esperado.

—Al menos bajaré las escaleras contigo.

—No, de verdad, está bien —dije, sintiendo como una pequeña

nube de ira se formaba dentro de mí. Obviamente, algo iba en eso de lo

que yo no sabía nada. Pero era todavía el grosero de Jules exigir que yo

lo permitiera. Sin mencionar la cobardía de Vincent cediendo.

―Insisto ─dijo, abriendo la puerta para mí, siguiéndome por el

pasillo. Jules de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho, mirando

ceñudo hacia nosotros.

Vincent me acompaño abajo por las escaleras, llegando hacia el

patio.

—Lo siento —dijo—. Hay algo que está pasando, algo de lo que

tengo que ocuparme.

—¿Te refieres a las cosas de policías? —dije, incapaz de esconder

mi sarcasmo.

—Sí, algo por el estilo —dijo evasivamente.

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—Y no puedes hablar sobre ello.

—No.

—Vale. Bueno, supongo que nos veremos por ahí… —dije,

tratando de ocultar mi desilusión con una sonrisa.

—Nos vemos pronto —dijo y estiro su mano para alcanzar la mía.

A pesar de que no estaba muy contenta con él, su toque me calentó

hasta los dedos de los pies—. Lo prometo —añadió, luciendo como si

quisiera decir algo más. Entonces, dándole un apretón a mi mano, se

giró para volver al edificio. Mi mal humor disminuyó un poco con su

gesto, y me alejé hacia la puerta no sintiéndome plantada del todo, pero

tampoco muy a gusto con como habían cambiado las cosas.

Empecé a caminar hacia el norte, tratando de decidir entre visitar

las tiendas en la Rue des Rosiers o dar un paseo debajo las galerías que

daban sombra cerca de la plaza del siglo diecisiete llamada Place des

Vosges. Ni siquiera estaba a la mitad de la manzana cuando decidí

cambiar de opinión. Quería saber lo que estaba pasando con Vincent.

La curiosidad me estaba matando y si no podía conseguir respuestas,

me iría a casa.

Me paré en el puesto de crepés afuera del café Dome y espere

mientras el vendedor extendía la mantequilla sobre la bien caliente

parrilla circular. No podía dejar de desear que Vincent estuviera aquí,

consiguiendo un crepé conmigo mientras miraba a la gente entrar y

salir de la estación del metro al otro lado de la calle. Como si lo hubiera

provocado con mi deseo, divisé a Vincent acercándose a la entrada con

Jules. Empezaron a bajar la escalera.

Esta es mi oportunidad para descubrir que está pasando con esa

farsa de ser policía, pensé. Vincent había dicho que había algo de lo que

tenía que ocuparse. Basándome en su comportamiento en la Villa

Saint-Paul, parecía más bien que era alguien de quien tenía que

ocuparse. Quería saber lo que era. Pensé que si iba a seguir viéndole, o

lo que sea que estábamos haciendo, debería saber sobre cualquier

actividad misteriosa en la que podría estar involucrado.

—Et voilà, mademoiselle —dijo el vendedor, pasándome un crepé

envuelto en una toalla de papel. Le señale el cambio que había dejado

encima del mostrador y dije:

—Merci —mientras corrí hacia la entrada del metro.

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Una vez pasados los torniquetes, encontré a los chicos yendo

hacia el túnel del tren. Cuando llegue debajo de las escaleras, los vi de

pie a la mitad del andén. Antes de que pudieran darse cuenta de que

estaba ahí, me tire encima de uno de los bancos de plástico que

recubrían la pared.

Fue entonces cuando vi al hombre.

Sólo a unos metros de donde estaban Vincent y Jules, un hombre

bien parecido, de unos treinta y tantos con un traje oscuro, estaba de

pie en el borde del andén sujetando un maletín con una mano y con la

otra en su frente. Parecía como si estuviera llorando.

En todos estos años yendo en el Metro de París había visto

algunas cosas raras. Vagabundos haciendo pis en las esquinas. Un loco

despotricando sobre el acoso del gobierno. Bandas de niños

ofreciéndose a ayudar a los turistas con su equipaje y después

desaparecer con él. Pero nunca había visto llorar en público a un

hombre adulto.

El zumbido del aire precedente al tren vino en una ráfaga por el

túnel, y el hombre alzó la vista. Tranquilamente, dejó su maletín en el

suelo, se agachó, y usando una mano para estabilizarse en el borde del

andén, saltó hacia las vías.

—¡Oh, Dios mío! —Sentí las palabras que salían de mi boca en

forma de un grito, y desesperadamente miré a los lados para ver si

alguien más se había dado cuenta.

Jules y Vincent se giraron hacia mí, ni siquiera mirando al

hombre de las vías a pesar de que le estaba señalando con mis dos

manos como una loca. Sin hablar, ellos asintieron con la cabeza el uno

al otro antes de que cada uno fuera rápidamente en la dirección

contraria. Vincent se acercó a mí y cogiéndome de los hombros, intentó

apartarme de las vías.

Luchando con él, saqué mi cabeza para ver a Jules saltando del

andén a las vías y empujar al ahora sollozante hombre fuera de su

camino. Con el tren acercándose a unos metros de distancia, él toco su

frente con el dedo índice en un despreocupado saludo.

El sonido fue terrible. Se escuchó un ruido ensordecedor de los

frenos del tren, demasiado tarde para evitar el desastre, y entonces un

ruido sordo del metal golpeando la carne y los huesos. Vincent había

prevenido que yo no viera el verdadero choque, pero un instante del

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penúltimo segundo se alojó en mi cabeza: la tranquila cara de Jules

asintiendo hacia Vincent mientras el tren corría detrás de él.

Sentí como mis rodillas cedían y se desplomaban hacia delante

tan solo con los brazos de Vincent evitando que me cayera. Se

escucharon gritos por todas partes, y el alto ruido de un hombre

sollozando que venía desde las vías. Sentí como alguien me levantó y

empezó a correr. Y entonces, todo se volvió tan silencioso y negro como

una tumba.

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Traducido por Isane33

Corregido por Fher_n_n

esperté por el olor a café cargado y levanté la cabeza de

entre mis rodillas dobladas. Estaba afuera, sentada en la

acera, con la espalda contra la pared de un edificio.

Vincent se agachó delante de mí, con una diminuta taza de humeante

café a pocos centímetros de mi cara, agitándolo alrededor como sales

aromáticas.

—Vincent —dije, sin pensar. Su nombre se sintió natural viniendo

de mi boca, como si lo hubiese estado diciendo toda mi vida.

—Así que me seguiste —dijo, con aspecto sombrío.

Mi cabeza empezó a dar vueltas a medida que un punzante dolor

de cabeza se materializaba justo encima de mi nuca.

—Ay —gemí, alcanzándola y masajeándola con mi mano.

—Bebe esto, luego pon la cabeza hacia abajo, entre tus rodillas —

instruyó Vincent. Colocó la taza en mis labios, y lo lancé hacia atrás de

un solo trago.

—Eso está mejor. Voy a llevar esta taza de regreso a la cafetería

de al lado. No te muevas, ya regreso —dijo cuando cerré los ojos.

No hubiera podido moverme si hubiera querido. Ni siquiera podía

sentir mis piernas. ¿Qué pasó? ¿Cómo llegué aquí? Y luego los

recuerdos regresaron a mí, aplastándome con su horror.

—¿Te sientes lo suficientemente fuerte como para tomar un taxi?

―Vincent estaba de vuelta, en cuclillas para poner su rostro al nivel del

mío—. Tuviste una fuerte impresión.

—¡Pero… tu amigo! Jules —dije, incrédula.

—Sí, lo sé —frunció el ceño—. Pero no podemos hacer nada al

respecto ahora. Tenemos que mantenernos lejos de aquí —Se puso de

pie y señaló un taxi. Alanzándome sobre mis pies y apoyándome con un

D

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brazo fuerte sobre mis hombros, cogió mi bolso y me acompañó hasta el

auto esperando.

Vincent me ayudó en el interior y, pasando rápidamente a mi

lado, le dio al conductor la dirección de una calle no muy lejos de la

mía.

—¿A dónde vamos?—le pregunté, de repente interesada. Mi mente

racional me dio un golpecito en el hombro para recordarme que estaba

en un coche con alguien que no había hecho más que ver a su amigo

morir frente a un tren a toda velocidad, pero se veía tan tranquilo como

si esto sucediera todos los días.

—Puedo llevarte a tu casa, pero preferiría mantenerte en la mía

hasta que te calmes. Se se encuentra a sólo unas calles de distancia.

Probablemente podría "calmarme" mejor en mi propia casa que en

la suya. Mi pensamiento se vio interrumpido cuando el significado de

sus palabras hizo clic.

—¿Sabes dónde vivo?—jadeé.

—Ya he confesado seguir a todas partes a las nuevas

importaciones estadounidenses en nuestro barrio. ¿Recuerdas? —Me

dedicó una sonrisa encantadora.

—Además, ¿quién siguió a quién hoy en el Metro16?

Me sonrojé mientras me preguntaba cuántas veces él me había

visto mientras vagaba, ignorando que estaba siendo vigilada.

Y entonces el recuerdo de Jules en el Metro regresó y un

estremecimiento me sacudió.

—Solo no recuerdes. No recuerdes —susurró Vincent. En ese

momento, sentí que mis emociones tiraron en dos direcciones opuestas.

Estaba asustada y confundida por la indiferencia de Vincent hacia la

muerte de Jules, pero quería desesperadamente que él me consolara.

Su mano estaba casualmente en su rodilla, y tuve el fuerte deseo

de agarrarla y presionarla contra mi cara fría. Para aferrarme a él y

evitar caer más profundo bajo la ola de miedo que amenazaba con

hundirme. El destino de Jules era un eco demasiado alto del accidente

16Metro: abreviación de Chemin de Fer Metropolitain (en español: «ferrocarril

metropolitano»).

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de mis padres. Sentí como si la muerte me hubiese seguido a través del

Atlántico. Se arrastraba a lo largo de mi estela, amenazando con

quitarme a todos los que conocía.

Y como si Vincent hubiese oído mis pensamientos, su mano se

deslizó sobre el asiento y tiró de mis dedos desde donde estaban

atrapados entre mis rodillas. Cuando dobló mi mano dentro de la suya

instantáneamente me sentí envuelta en una sensación de seguridad.

Apoyé la cabeza en el reposacabezas y cerré los ojos por el resto del

viaje.

El taxi se detuvo frente a un muro de piedra de diez metros de

altura, fijado con enormes puertas de hierro. Sus barras fueron

ajustadas por detrás con láminas de metal negro que con buen gusto

bloqueaban la vista de lo que había dentro. Gruesas vides de glicinas17

cubrieron los bordes de la pared, y un par de árboles majestuosos eran

visibles detrás de la barrera.

Vincent le pagó al taxista, luego vino a mi lado y abrió la puerta

para mí. Me acercó a una columna con un sistema de seguridad

audiovisual de alta tecnología integrado.

La cerradura hizo clic después de que él escribió el código de

seguridad en un teclado. Presionó la puerta abierta con una mano y tiró

de mí con suavidad detrás de él con la otra. Di un grito ahogado cuando

abarqué nuestro entorno.

Estaba de pie en el patio empedrado de un hôtel particulier18, uno

de esos castillos en la ciudad que los parisinos ricos construyeron como

sus viviendas en la ciudad en los siglos XVII y XVIII. Este fue construido

con enormes piedras de color miel, y alcanzó su punto máximo con un

techo de pizarra color negro, con buhardillas de manera uniforme a lo

largo de su longitud. La única vez que había visto uno de estos edificios

de cerca fue cuando mamá y Mamie me llevaron con ellas en una visita

guiada.

En el centro del patio había una fuente circular tallada en

granito, su cuenca de color gris oscuro era lo suficientemente grande

17Glicinas: son plantas del genero Wisteria. Se cultivan como plantas de decoración

debido a sus racimos de flores primaverales y de su espeso follaje.

18

Hôtel particulier: es un tipo de vivienda se encuentra en Francia y Bélgica, que

consiste en una casa lujosa y extensa construida en una ciudad, en principio, en

varios pisos, diseñados para ser habitada por una sola de la familia (y sus ayudantes

en general).

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como para nadar unos pocos trazos de ancho. Sobre las salpicaduras de

agua había una figura de piedra de tamaño natural de un ángel

llevando a una mujer dormida en sus brazos. Su cuerpo era visible a

través de la tela de su vestido, el cual fue trabajado muy finamente por

el escultor que la pesada piedra se transformó en la más fina gasa. La

frágil belleza de la mujer se vio compensada por la fuerza del ángel que

la llevaba, sus alas enormes doblándose de forma protectora sobre las

dos figuras. Era un símbolo de la combinación de belleza y peligro, y

emitía un aura siniestra a través del patio.

—¿Vives aquí?

—No soy el dueño de la casa, pero sí, vivo aquí ―dijo Vincent,

caminando conmigo a través del patio hasta la puerta principal.

—Vamos a llevarte dentro.

Al recordar la razón por la que estaban allí, el sonido del cuerpo

de Jules al ser aplastado por una tonelada de metal resonó en mis

oídos. Las lágrimas que había estado guardando comenzaron a fluir.

Vincent abrió la puerta tallada y me condujo a un vestíbulo

enorme con una escalera doble acabando cualquiera en un balcón con

vista a la habitación. Una araña de cristal del tamaño de un

Volkswagen Beetle se cernía sobre nuestras cabezas, y alfombras

persas con incrustaciones de flores de piedra y enredaderas cubrían el

suelo de mármol. ¿Qué es este lugar?, pensé.

Lo seguí a través de otra puerta que daba a un pequeño cuarto de

techo alto que parecía que no había sido tocado desde el siglo XVII, y

me senté en un antiguo sofá tieso. Sosteniéndome mi cabeza en mis

manos, me incliné hacia delante y cerré los ojos.

—Ya regreso —dijo Vincent, y oí la puerta cerrarse cuando salía

de la habitación.

Después de unos minutos me sentí más fuerte. Descansando mi

cabeza contra el sofá, estudié el cuarto imponente. Pesadas cortinas en

la ventana bloqueaban la luz del día. Una araña delicada, que parecía

que se había establecido originalmente con velas en lugar de las

bombillas eléctricas con formas de llamas que ahora llevaba, arrojó la

luz suficiente para iluminar las paredes que estaban llenas de pinturas.

Una docena de rostros malhumorados, los antiquísimos aristócratas

franceses me fruncían el ceño.

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Una puerta para los criados oculta en la pared del fondo se abrió

y Vincent caminó a través de ella. Puso una gran tetera de porcelana

con forma de dragón y una taza a juego sobre la mesa frente a mí junto

a un plato de galletas delgadas como papel. La fragancia del té

concentrado y de las almendras flotó por el aire desde la bandeja de

plata.

—Azúcar y cafeína. La mejor medicina del mundo —dijo Vincent

mientras se sentaba en un sillón tapizado a unos pocos pies de

distancia.

Traté de tomar la pesada tetera pero me temblaban las manos con

tanta fuerza, que sólo conseguí hacer un ruido estrepitoso contra la

taza.

—Aquí, permíteme hacer eso —dijo mientras se inclinaba y vertía

el té—. Juana, nuestra ama de llaves, hace el mejor té. O al menos eso

he oído. Yo soy más un hombre de café.

Palidecí por su charla trivial.

—Muy bien, detente. Simplemente detente allí mismo. —Los

dientes me castañeteaban. No podía decir si eran mis nervios

destrozados o el temor incipiente de que algo estaba muy mal.

—Vincent… quienquiera que seas —Estoy en su casa y ni siquiera

sé su apellido, me di cuenta un instante antes de continuar—. Tu amigo

acaba de morir hace un rato, y tú estás hablándome sobre… ―mi voz se

quebró —¿sobre café?

Una expresión defensiva se registró en su rostro, pero permaneció

en silencio.

—Oh, Dios mío —dije en voz baja, y comencé a llorar de nuevo—.

¿Qué te pasa?

La sala quedó en silencio. Podía oír los segundos de un reloj de

pared enorme en la esquina haciendo tic-tac. Mi respiración se calmó y

me sequé los ojos, tratando de serenarme.

—Es cierto. No soy muy bueno para mostrar mis emociones —

admitió Vincent, finalmente.

—No mostrar tus emociones es una cosa. Pero, ¿salir corriendo

después de que tu amigo fue derribado por un tren del metro?

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En voz baja, cuidadosamente medida, dijo:

—Si nos hubiésemos quedado, habríamos tenido que hablar con

la policía. Ellos nos habrían cuestionado, como deben haber hecho con

los testigos que se quedaron. Quería evitar eso —hizo una pausa— a

toda costa.

El frío caparazón de Vincent estaba de vuelta, o apenas había

comenzado a notarlo de nuevo. Un entumecimiento se extendió hasta

mis brazos y en todo mi cuerpo cuando comprendí lo que él estaba

diciendo.

—Así que eres… —me atraganté—. ¿Eres qué? ¿Un criminal?

Sus ojos oscuros y melancólicos estaban atrayéndome hacia él

mientras mi mente me decía que escapara. Muy lejos.

—¿Qué eres? ¿Estas siendo buscado por la policía? ¿Buscado por

qué? ¿Robaste todos los cuadros en esta sala? —Me di cuenta que

estaba gritando y bajé mi voz—. ¿O es algo peor?

Vincent se aclaró la garganta para ganar tiempo.

—Digamos que no soy el tipo de persona que a tu madre le

gustaría que frecuentaras.

—Mi mamá está muerta. Mi papá, también. —Las palabras

escaparon de mis labios antes de que pudiera detenerlas

Vincent cerró los ojos y presionó sus manos en su frente como si

le doliera.

—¿Hace poco?

—Sí.

Él asintió solemnemente, como si todo tuviera sentido.

—Lo siento, Kate.

Sin embargo, para lo mala persona que era, se preocupa por mí. El

pensamiento cruzó por mi mente de manera tan abrupta que no pude

impedir que provocara una reacción.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Tomé la taza de té y la llevé a

mis labios.

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El líquido caliente se deslizó por mi garganta hasta el estómago, y

su efecto calmante fue inmediato. Mis pensamientos se sentían más

claros. Y por extraño que parezca, sentí mayor control sobre la

situación. Él sabe quién soy ahora, aunque no sé absolutamente nada

sobre él.

Mi revelación parecía haberlo conmovido. Vincent estaba ya sea

luchando por mantenerse bajo control, pensé, o para no contar algo.

Decidí aprovechar este momento de debilidad aparente para sacar

conclusiones.

—Vincent, si estás en tal… situación de peligro, ¿por qué rayos

intentarías ser mi amigo?

—Te lo dije, Kate, te había visto por el barrio —sopesó sus

palabras cuidadosamente—, y parecías alguien que me gustaría

conocer. Fue probablemente una mala idea. Pero, obviamente, no

estaba pensando.

Mientras hablaba, su voz pasó de ser cálida a un frío carámbano.

No podría decir si estaba enojado consigo mismo por haberme

involucrado en cualquier lio en el que estaba metido, o conmigo por

sacar el tema. No importaba. El efecto de su frialdad repentina fue el

mismo: me estremecí, sintiendo como si alguien hubiese caminado

sobre mi tumba.

—Estoy lista para irme —le dije, parándome repentinamente.

Se puso de pie y asintió con la cabeza.

—Sí, te llevaré a casa.

—No, eso está bien. Conozco el camino. Yo… preferiría que no me

acompañaras. —Las palabras vinieron de mi parte racional. La parte

que me estaba instando a salir de la casa lo más rápido posible. Pero

otra parte de mí se arrepintió tan pronto como las pronuncié.

—Como quieras —dijo, y me condujo de nuevo a través del gran

vestíbulo, abrió la puerta del patio.

—¿Segura que vas a estar bien? —insistió mientras bloqueaba la

puerta, esperando por una respuesta antes de que me dejara salir. Me

metí debajo de su brazo para escurrirme, pasando a pulgadas de su

piel.

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Mi error fue inhalar como lo hice. Él olía a madera de roble y a

pasto y leña. Olía como los recuerdos. Como años y años de recuerdos.

—Te ves débil otra vez. —Su duro caparazón apenas se abrió lo

suficiente como para mostrar un atisbo de preocupación.

—Estoy bien —le contesté, tratando de sonar segura de mí

misma, y luego viéndolo allí de pie, tranquilo y sereno, reformulé mi

respuesta—. Estoy bien, pero tú no deberías estarlo. Acabas de perder a

un amigo en un horrible accidente y estás allí de pie como si nada. No

me importa quién eres o lo que has hecho para hacerte correr de esa

manera. Pero para que no te afecte… tienes que estar seriamente en

mal estado.

Una oleada de emoción cruzó rostro oscuro de Vincent. Parecía

molesto. Bueno, es bastante.

—No te comprendo. Y no quiero comprenderte. —Mis ojos se

entrecerraron con disgusto. —Espero no volver a verte —dije, y comencé

a caminar hacia la puerta.

Sentí un fuerte apretón en mi brazo, y batí mi cabeza alrededor

para ver que Vincent estaba a pulgadas detrás de mí. Se inclinó hasta

que su boca estuvo al lado de mi oreja.

—Las cosas no son siempre lo que parecen, Kate —susurró, y

cuidadosamente me soltó el brazo.

Corrí hacia la puerta principal, que ya estaba abriéndose para

dejarme pasar. Una vez estuve afuera, comenzó a cerrarse. Un fuerte

estruendo que sonaba como porcelana siendo estrellada contra el

mármol procedía de algún lugar dentro de la casa.

Me quedé inmóvil, mirando hacia atrás a las enormes puertas de

metal. Mi intuición me dijo que había hecho algo malo. Que había

juzgado mal a Vincent. Pero todas las señales apuntaban al hecho de

que él era alguna clase de criminal. Y por los sonidos de destrozo que

todavía emanaban de la casa, tal vez incluso podría ser uno violento.

Negué con la cabeza, preguntándome cómo pude haber perdido mi

capacidad para razonar sólo por una cara bonita.

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Traducido por Dullce

Corregido por amiarivega

urante las semanas que siguieron, no podía dejar de

reproducir los acontecimientos de ese día en mi mente

una y otra vez como un disco rayado. Desde fuera debía

de tener el mismo aspecto. Me levanté, hice mi lectura en un café

alternativo, de vez en cuando miraba la TV, y traté de unirme a Georgia

y a las conversaciones de mis abuelos que estaban sentados en la mesa

de la cena. Aun así, parecían saber que yo estaba preocupada. Pero no

tenían ninguna razón para adivinar mi estado de ánimo oscuro por

nada nuevo.

Cada vez que Vincent se abría paso en mi mente trataba de

empujarlo hacia afuera. ¿Cómo pude haber estado tan equivocada? El

hecho de que él formaba parte de algún tipo de red criminal tenía más

sentido ahora que me acordé de aquella noche en el río. Debe haber

habido algún tipo de guerra de pandillas pasando en los bajos fondos.

Incluso si es un mal tipo, al menos salvó la vida de esa niña, me fastidió

mi conciencia.

Pero sea cual sea su pasado, no podía justificar su

distanciamiento frío después de que Jules fuera golpeado por el tren.

¿Cómo alguien puede dejar a su amigo en un estado de muerte para

asegurar su propia seguridad ante la ley? Todo esto me heló hasta los

huesos. Sobre todo sabiendo que ya había empezado a sentir algo por

él.

La forma coqueta con la que me había ridiculizado en el Museo

Picasso. Su intensa expresión cuando me tomó la mano en el patio de

Jules. El consuelo que me hizo sentir cuando puso su mano sobre la

mía en el taxi. Estos instantes se mantuvieron intermitentes en mi

memoria, recordándome por qué me había gustado. Los empujé a un

lado una y otra vez, disgustada conmigo misma por haber sido tan

ingenua.

Por último, Georgia me arrinconó una noche en mi habitación.

D

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—¿Qué te pasa? —preguntó ella, con su tacto habitual. Se arrojó

sobre mi alfombra y se apoyó más o menos contra un aparador de valor

incalculable que nunca usé porque tenía miedo de romper las manijas.

—¿Qué quieres decir? —le respondí, evitando sus ojos.

—Quiero decir, ¿qué diablos te pasa? Yo soy tu hermana, sé

cuando algo anda mal.

Yo había insistido en hablar con Georgia, pero ni siquiera podía

imaginar por dónde empezar. ¿Cómo iba a decirle que el chico que

vimos saltar desde el puente era en realidad un criminal con el que

había estado saliendo; es decir, hasta que vi cómo se alejaba de la

muerte de su amigo sin derramar aunque sea una sola lágrima?

—Bueno, si no quieres hablar sólo puedo empezar a adivinar,

pero no te vas a salir de ésta. ¿Estás preocupada acerca de cómo

empezar en la nueva escuela?

—No.

—¿Es por los amigos?

—¿Qué amigos?

—¡Exactamente!

—No.

—¿Chicos?

Algo en mi cara demostró que sí, porque enseguida se inclinó

hacia mí, cruzando las piernas en un decir cuéntame más.

—Kate, ¿por qué no me hablas de… quien quiera que sea… antes

de llegar a esto?

—No me hablas de tus novios.

—Eso es porque hay demasiados de ellos. —Ella se echó a reír y,

a continuación, al recordar mi estado de ánimo bajo, agregó: —Además,

a ninguno de ellos vale la pena mencionarlos, todavía —esperó.

No había manera de decir que no le interesaba esto.

—Está bien, hay un chico que vive en el barrio y hablamos un par

de veces hasta que me enteré de que era una mala noticia.

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—¿Cómo de malo es la mala noticia? ¿Casado?

Yo no podía dejar de reír.

—¡No!

—¿Drogadicto?

—No. Quiero decir, yo no lo creo. Es más como… —Veía la

reacción de Georgia—. Es más como alguien que está en problemas con

la ley. Al igual que un criminal o algo así.

—Sí. Yo diría que es una mala noticia —admitió pensativa. —

Suena más como alguien que serviría para eso, en realidad.

—Georgia —le grité, lanzando una almohada hacia ella.

—Lo siento, lo siento. No debería bromear al respecto. Tienes

razón. No suena como material de buen novio, Katie-Bean. Así que,

¿por qué no te das palmaditas en la espalda por no conseguir

profundizar demasiado antes de descubrir y estar en tu alegre camino

de vuelta a la tierra de los chicos?

—Simplemente no puedo creer que me había equivocado con él.

Parecía tan perfecto. Y tan interesante. Y…

—¿Guapo? —interrumpió mi hermana.

Me caí de nuevo en mi cama y me quedé mirando el techo.

—Oh, Georgia. No es guapo. Es maravilloso. Al igual que un

infarto increíble. No es que importe ahora.

Georgia se puso de pie y me miró.

—Siento que no funcionara. Hubiera sido bonito estar fuera de

casa disfrutando un poco de un francés caliente. No voy a seguir

molestándote al respecto, pero tan pronto como estés lista para

comenzar a vivir de nuevo, me lo haces saber. Hay partidos casi todos

los días por la noche.

—Gracias, Georgia —dije, extendiendo la mano para tocar su

mano.

—Cualquier cosa para mi hermanita.

Y luego, sin siquiera notarlo, el verano había terminado

oficialmente y ya era hora de comenzar la escuela.

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Georgia y yo hablamos francés con fluidez. Papá siempre hablaba

con nosotras, y nos habíamos pasado tanto tiempo en París durante las

vacaciones, que el francés viene para nosotras con la misma facilidad

que el inglés. Así que podría haber ido a una escuela secundaria

francesa. Sin embargo, el sistema francés es tan diferente del americano

que hubiésemos tenido que hacer todo tipo de tareas extras para

graduarnos.

El Colegio Americano de París es uno de esos extraños lugares en

las ciudades donde los expatriados extranjeros se apiñan en un círculo

defensivo y tratan de pretender que todavía están de vuelta en casa. Lo

vi como un lugar para las almas perdidas. Mi hermana lo vio como una

oportunidad para hacer amigos internacionales que se pueden visitar

en sus países de origen durante las vacaciones escolares. Georgia trata

a sus amigos como ropa, felizmente comerciando unos por los otros

cuando es conveniente, pero no de una manera cruel.

En cuanto a mí, siendo muy joven, sabía que tenía sólo dos años

con estas personas, algunas de las cuales volverían a su país de origen

antes de que el año escolar acabara.

Así que después de caminar a través de las enormes puertas

delanteras en el primer día de escuela, me dirigí directamente a la

oficina para obtener mi horario y Georgia se dirigió directamente a un

grupo de chicas de aspecto intimidante y empezó a charlar con ellas

como si las hubiera conocido toda su vida. Nuestros aspectos sociales

fueron moldeados dentro de nuestros primeros cinco minutos.

Yo no había ido al museo, ya que había visto a Vincent en el

Museo Picasso, así fue con una sensación de inquietud que me acerqué

al Centro de Pompidou19 una tarde después de la escuela. Mi profesor

de historia nos había asignado en los proyectos del siglo XX los

acontecimientos que suceden en París y tenía elegido los disturbios de

1968.

Diga “Mayo del 68”20 y cualquier persona francesa de inmediato

pensará en la huelga general del todo el país que llevó a la economía de

Francia a un alto. Yo estaba centrándome en la lucha violenta que llevó

semanas de duración entre la policía y los estudiantes universitarios en

19Centro de Pompidou: nombre más común para designar al Centro Nacional de Arte

y Cultura Georges Pompidou de París (Francia). 20Mayo del 68: cadena de protestas que se llevaron a cabo en Francia durante los

meses de mayo y junio de 1968.

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La Sorbona21. Se suponía que íbamos a escribir nuestros documentos

en primera persona, como si hubiésemos vivido los acontecimientos. Así

que en lugar de mirar a través de los libros de historia, me decidí a

buscar periódicos de la época para encontrar los relatos personales.

Los materiales que necesitaba estaban en la gran biblioteca,

ubicados en los pisos segundo y tercero del Centro Pompidou. Pero

desde que las otras plantas alojaban el Museo Nacional de París de Arte

Moderno, pensaba en seguir mis estudios de arte con un poco de

investigación artística bien merecida.

Una vez instalada en una de las cabinas de visualización de la

biblioteca, pasé a través de los estantes de microfilms de los días de los

disturbios de mayor confrontación. Después de haber leído que el 10 de

mayo fue un día de lucha acalorada entre policías y estudiantes,

escaneé la página principal de ese día, tomé algunas notas y luego fui

más allá de los titulares para leer los editoriales. Era difícil imaginar

qué tipo de violencia ocurre justo al otro lado del río, en el Barrio

Latino, un cuarto de hora a pie de donde yo estaba sentada.

Saqué el carrete y lo sustituí por otro. Los disturbios habían

comenzado el 14 de julio, durante el día de la independencia de

Francia. Muchos de los estudiantes, así como los turistas que visitaban

París para las festividades, fueron trasladados a hospitales cercanos.

Tomé notas de las primeras páginas y luego volteé de nuevo a las dos

páginas de obituarios22 y sus acompañantes fotos en blanco y negro. Y

ahí estaba él.

En la mitad de la primera página. Era Vincent. Tenía el pelo más

largo, pero se veía exactamente como hace un mes. Mi cuerpo se

convirtió en hielo como yo al leer el texto.

Bombero Jacques DuPont, diecinueve años de edad, nacido en La

Baulé, Pays de la Loire23, fue asesinado en el turno de la noche pasada

en un incendio en el edificio que se cree que ha sido provocado por una

bomba molotov lanzada por los manifestantes estudiantiles. El edificio

21La Sorbona: término utilizado para referirse a la Universidad de París. 22 Obituarios: Son artículos noticiosos sobre el fallecimiento de alguien donde se da a

conocer un poco de su vida. Además se anuncia a amigos y familiares el lugar y la

hora donde será velado y enterrado.

23 La Baulé, Pays de la Loire: región de Francia ubicada al oeste del país que consta

de cinco departamentos.

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residencial de la 18 rue Champollion24 estaba en llamas cuando DuPont y

su colega, Thierry Simon (obit., sección S) entraron en el edificio y

comenzaron a sacar a sus habitantes, que habían tomado refugio de los

combates en la adyacente Sorbona. Atrapado en las llamas, DuPont

murió antes de que pudiera ser evacuado al hospital y su cuerpo fue

recibido en la morgue. Doce ciudadanos, entre ellos cuatro niños, deben

sus vidas a estos héroes locales.

No puede ser él, pensé. A menos que él sea la viva imagen de su

padre, que pasó de procrear un hijo antes de morir a… (miré hacia

atrás en la necrología) los diecinueve. Lo cual no es imposible…

Como mi razonamiento a pique, me remití a la página siguiente y

escaneando las S, allí estaba “Simon”: Thierry Simon. El musculoso

hombre que nos había alejado a Georgia y a mí de la lucha en el río.

Thierry tenía un voluminoso afro en la foto, pero llevaba la misma

sonrisa confiada que me había atontado ese día en la terraza de la

cafetería. Sin duda era la misma persona. Pero hace más de cuarenta

años.

Cerré los ojos con incredulidad y luego los volví a abrir para leer

el párrafo debajo de la foto de Thierry. Decía lo mismo que Jacques,

excepto que daba a su edad como veintidós y lugar de nacimiento París.

—Yo no lo entiendo —susurré, aturdida, apreté un botón en la

máquina para imprimir las dos páginas. Después de regresar los

carretes de microfilm a la parte delantera del escritorio, me fui de la

biblioteca en un sueño y vacilé antes de subirme a la escalera mecánica

para la siguiente planta. Me senté en el museo hasta que me di cuenta

de qué hacer a continuación.

Mis pensamientos estaban siendo halados en diez direcciones

distintas hasta que me vi en una inmensa galería con bancas en el

centro del salón. Sentada, puse mi cabeza en mis manos tratando de

despejar mi mente.

Por último, levanté la vista. Estaba en la sala dedicada al arte de

Fernand Léger25, uno de mis pintores franceses favoritos de principios y

mediados del siglo XX.

24 Champollion: vía del 5to. Distrito de París situada cerca de La Sorbona, conocida

por albergar numerosos teatros de arte y ensayo.

25 Fernand Léger: pintor cubista francés.

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Estudié las superficies de dos dimensiones llenas de brillantes

colores primarios y formas geométricas con una sensación de regreso a

la normalidad. Miré por encima de la esquina donde estaba mi pintura

favorita de Léger: una con un robot de aspecto de la I Guerra Mundial

con soldados sentados alrededor de una mesa, fumando pipas y

jugando a las cartas.

Un joven se paró frente a ella, dándome la espalda mientras se

inclinaba más a inspeccionar algo en la composición. Era de mediana

estatura, pelo corto marrón y sucio. ¿Dónde lo he visto antes?, pensé,

preguntándome si se trataba de alguien de la escuela.

Y luego se volvió y mi boca se abrió en la incredulidad. El hombre

de pie ante mí en la galería era Jules.

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Traducido por Gio_Rose

Corregido por amiarivega

i cuerpo ya no se sentía conectado con mi mente. Me

levanté y caminé hacia el fantasma. O estoy pasando por

una crisis mental que empezó en la biblioteca, pensé, o el

tipo de pie delante de mí es un fantasma. Ambas explicaciones parecían

más probables que la alternativa: que Jules había, de hecho,

sobrevivido a un choque frontal con un tren de metro, no sólo en una

sola pieza, al parecer ileso.

Cuando estaba a unos metros de distancia me vio, y por una

fracción de segundos, vaciló. Luego se volvió hacia mí con una mirada

completamente en blanco.

—Jules —le dije con urgencia.

—Hola —dijo con calma—. ¿Te conozco?

—Jules, soy yo, Kate. Visité tu estudio con Vincent, ¿recuerdas? Y

te vi en la estación del metro ese día del… accidente.

Su expresión cambió de blanco a divertida.

—Me temo que me has confundido con otra persona. Mi nombre

es Thomas y no conozco a nadie llamado Vincent.

Thomas, mi pie, pensé, con ganas de sacudirlo.

—Jules. Yo sé que eres tú. Estabas en ese accidente horrible

cuando… ¿hace poco más de un mes?

Él meneó la cabeza y se encogió de hombros, como si dijera: Lo

siento.

—Jules, tienes que decirme lo que está pasando.

—Escucha, eh, ¿Kate? No tengo ni idea de qué estás hablando,

pero déjame que te lleve a ese banco. Debes estar sobreexcitada. O

perturbada.

M

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Él me tomó por el codo y comenzó a dirigirme a las butacas.

Tiré de mi brazo y me puse frente a él con los puños cerrados.

—Sé que eres tú. No estoy loca. Y no sé lo que está pasando. Pero

acusé a Vincent de ser cruel por huir de tu muerte. Y ahora resulta que

estás vivo.

Me di cuenta de que mi voz había ido aumentando cuando vi a un

guardia de seguridad alzar la cabeza en nuestra dirección. Le lancé una

mirada furiosa a Jules cuando el hombre uniformado se acercaba a

nosotros y preguntó:

—¿Hay un problema aquí?

Jules miró a los ojos del guardia con calma y dijo:

—No hay problema, señor. Parece que me han confundido con

otra persona.

—¡Claro que no! —le susurré por lo bajo, luego me fui, caminando

rápidamente hacia la salida. Volteando para ver a Jules y al guardia

mirándome, salí a grandes zancadas del museo y bajé corriendo las

escaleras mecánicas.

Sólo había un lugar a donde podía ir.

El viaje en metro de vuelta a mi barrio pareció interminable, pero

finalmente me encontré corriendo por las escaleras del metro con la luz

del sol desapareciendo y dirigiéndome hacia la rue de Grenelle. De pie

ante la enorme enredadera que cubría el muro, toqué el timbre. Se

encendió una luz encima de mi cabeza y miré hacia arriba a una

cámara de video de vigilancia.

—Oui —preguntó una voz después de unos segundos.

—Es Kate. Soy… —hice una pausa momentánea, perdiendo el

valor. Pero recordando la crueldad de mis últimas palabras a Vincent,

hablé con renovada resolución—. Soy una amiga de Vincent.

—Él no está. —La voz masculina crujía metálicamente a través

del pequeño altavoz en la parte inferior del teclado.

—Necesito hablar con él. ¿Puedo dejar un mensaje?

—¿No tienes su número de teléfono?

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—No.

—¿Y usted es una amiga? —la voz sonaba escéptica.

—Sí, quiero decir que no. Pero tengo que hablar con él. Por favor.

Hubo un momento de silencio y luego escuché un clic que

significaba que la puerta había sido abierta. Se abrió lentamente hacia

el interior. Al otro lado del patio, se encontraba un hombre de pie en la

puerta abierta. Mi corazón se redujo un centímetro cuando vi que no

era Vincent.

Me acerqué rápidamente a través de las piedras para hacer frente

al hombre, tratando de llegar a algo que decir que no me hiciera sonar

como una persona loca. Pero cuando llegué, todas las palabras se me

escaparon. A pesar de que parecía ser de unos sesenta años, sus ojos

verdes estaban descoloridos, como de varios siglos de envejecimiento.

Su pelo largo y gris estaba liso con pomada, y su rostro estaba

marcado por una larga y ganchuda nariz de aspecto noble. De

inmediato reconocí en su rostro y en su vestidura la marca de la

aristocracia francesa.

Si no hubiera conocido a los de su tipo en los clientes del negocio

de antigüedades de Papy, hubiera reconocido sus rasgos de los retratos

de la nobleza colgando en cada castillo francés y el museo. Familias

antiguas. Dinero antiguo. Este palacio de casa debe ser el suyo.

Su voz me interrumpió en medio pensamiento.

—¿Estás aquí para ver a Vincent?

—Sí… quiero decir, sí, monsieur.

Él asintió con la cabeza, cuando corregí mis modales de acuerdo a

su edad y rango.

—Bueno, lamento informarle que, como he dicho antes, no está

aquí.

—¿Sabe usted cuándo va a volver?

—En pocos días, creo yo.

No sabía qué decir. Se volteó para irse y, sintiéndome totalmente

incómoda, le dije:

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—Bueno, ¿al menos podría dejarle un mensaje?

—¿Y de qué mensaje se trata? —preguntó secamente, ajustando

el pañuelo de seda anudado al cuello de su impecable camisa de

algodón blanco.

—¿Podría… podría yo escribir? —balbuceé, luchando con la

tentación de salir corriendo—. Lo siento por interponerme con su

tiempo, señor, pero, ¿le importaría si yo le escribo un mensaje?

Levantó las cejas y estudió mi rostro por un momento. Entonces,

abriendo la puerta detrás de él para dejarme pasar, dijo:

—Muy bien.

Entré en el magnífico vestíbulo y esperé mientras cerraba la

puerta detrás de nosotros.

—Sígueme —dijo, me llevó a través de una puerta lateral a la

misma habitación donde Vincent me había traído el té. Hizo un gesto a

un escritorio y una silla, y dijo—: Puedes encontrar papel y bolígrafos

en el cajón.

—Tengo conmigo, gracias —dije, acariciando mi bolsa de libros.

—¿Quieres que te mande un poco de té?

Asentí con la cabeza, pensando que eso me dará unos minutos

para pensar en qué escribir.

—Sí, gracias.

—Entonces, Jeanne le traerá su té y le mostrará la salida. Usted

puede dejar la nota de Vincent con ella. Au revoir, mademoiselle. —Me

dio una seca inclinación de cabeza y luego cerró la puerta detrás de él.

Di un suspiro de alivio.

Tirando de una pluma y un cuaderno de mi bolso, arranqué un

pedazo de papel y lo miré durante un minuto entero antes de empezar a

escribir. Vincent, yo empecé.

Estoy empezando a entender lo que querías decir cuando dijiste

que las cosas no son siempre como parecen. Encontré tu foto, y la de tu

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amigo, en las páginas de los obituarios26 de 1968. Y entonces, justo

después, vi a Jules. Vivo.

No me puedo imaginar qué significa todo esto, pero quiero pedir

disculpas por las cosas malas que he dicho, después que me has tratado

con tanta amabilidad. Te dije que no quería volver a verte de nuevo. Me

retracto.

Por lo menos ayúdame a entender lo que está pasando, así no

terminaré en un manicomio, en alguna parte, parloteando acerca de las

personas muertas por el resto de mis días.

Tu turno.

Kate.

Doblé la nota y esperé. Jeanne nunca llegó. Vi que pasaban los

minutos en el reloj del abuelo, cada vez más nerviosa con cada segundo

que pasaba. Finalmente, comencé a preocuparme de que tal vez se

suponía que debía ir a buscar a Jeanne. Tal vez estaba esperándome en

la cocina con mi té. Entré al vestíbulo. La casa estaba en silencio.

Me di cuenta, sin embargo, que una puerta frente a mí estaba

entreabierta. Caminando lentamente hacia ella, me asomé en el interior.

—¿Jeanne? —dije en voz baja. No hubo respuesta. Abrí la puerta

y entré en una habitación que era casi idéntica de la que había venido.

Tenía la misma puerta pequeña en la esquina por la que Vincent me

había traído el té. La puerta de servicio, pensé.

Al abrirla, vi un pasillo largo y oscuro. Con mi corazón en la

garganta, me dirigí hacia una puerta de vidrio al final, con la luz

iluminando sus paneles. La puerta se abrió en una gran cocina,

cavernosa. No había nadie allí. Di un suspiro de alivio y me di cuenta de

que había tenido miedo de encontrarme con el dueño de la casa una vez

más.

Decidí dejar la nota en el buzón de correo a la salida y corrí de

vuelta por el pasillo. Ahora que la luz de la cocina estaba detrás de mí,

vi varias puertas puntuando en el largo pasillo y noté que una estaba

entreabierta. Una cálida luz brillaba desde el interior. Tal vez esta era la

habitación del ama de llaves.

26 Obituarios: Son artículos noticiosos sobre el fallecimiento de alguien donde se da a

conocer un poco de su vida. Además se anuncia a amigos y familiares el lugar y la

hora donde será velado y enterrado.

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—¿Jeanne? —grité en voz baja. No hubo respuesta.

Me quedé inmóvil un instante antes de sentirme impulsada por

una atracción irresistible. ¿Qué estoy haciendo?, pensé mientras me

acercaba a la puerta. Pesadas cortinas bloqueaban la luz del exterior,

como en las otras habitaciones. La única iluminación provenía de unas

cuantas lámparas pequeñas dispersas alrededor de mesas bajas.

Entré en la habitación y cerré suavemente la puerta detrás de mí.

Sabía que era una locura. Pero la parte racional de mi cerebro había

perdido la batalla y yo ahora estaba en piloto automático al entrar sin

autorización en la casa de alguien para satisfacer mi curiosidad. Mi piel

se sentía como si estuviera siendo pinchada por millones de pequeños

dardos de adrenalina cuando comencé a mirar a mí alrededor.

A mi derecha, rodeada de estanterías, había una chimenea de

mármol gris. Por encima de la repisa de la chimenea, colgaban dos

enormes espadas cruzadas por encima de la empuñadura. Las otras

paredes estaban cubiertas de fotografías enmarcadas, algunas en

blanco y negro, y otras en color. Eran todos retratos.

No parecía haber ningún sentido en la colección. Algunas de las

personas en ella eran ancianos, algunos jóvenes. Unas cuantas fotos

parecían haber sido tomadas hace cincuenta años, y otras lucían

contemporáneas. La única cosa que ataba era que todos ellos eran

francos: los sujetos no sabían que les habían tomado una foto. Una

colección de extraños, pensé, cambiando la mirada hacia el otro lado de

la habitación.

En un rincón había una enorme cama con dosel adornado con

tela blanca translúcida. Me dirigí hacia ella para echar un vistazo más

de cerca. A través de la tela de gasa podía ver la silueta de un hombre

acostado en la cama. Se me heló el corazón.

No me atrevía a respirar, tiré de la cortina a un lado.

Era Vincent. Estaba tumbado encima de las cubiertas,

completamente vestido, sobre su espalda con los brazos a los costados.

Y no parecía que estaba durmiendo. Parecía que estaba muerto.

Levanté una mano y le toqué el brazo. Estaba tan frío y duro

como un maniquí de tienda. Retrocediendo, lloré.

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—¿Vincent? —Él no se movió. —¡Dios mío! —susurré,

horrorizada, a continuación fijé los ojos en una foto enmarcada en la

mesa al lado de su cama. Era mía.

Mi corazón dejó de latir en mi pecho y sostuve la mano en mi

garganta, retrocedí hasta que mis hombros golpearon con la chimenea

de mármol y solté un grito aterrado. Justo en ese momento la puerta se

abrió y una luz del techo se encendió. Jules estaba en la puerta.

—Hola, Kate —dijo ominosamente y luego, volviéndose para

apagar la luz de nuevo, él asintió con la cabeza y dijo—: Parece que el

juego ha comenzado, Vincent.

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Traducido por Mais020291

Corregido por Yolit

as a tener que venir conmigo. —Jules tenía una

expresión severa. Cuando se dio cuenta que no

podía moverme, tomó mi brazo y me llevó hacia

la puerta.

—Pero, Jules —dije, la conmoción disminuyo lo suficiente como

para poder hablar—. ¡Vincent está muerto!

Jules se volteó hacia mí y me miró. Debo de haberme visto como

una víctima traumada. Sé que parecía una, mi voz sonaba

completamente temblorosa.

—No, él no lo está. Él está bien. —Tomó mi mano y me jaló hacia

el pasillo. Yo me eché hacia atrás.

—Escúchame, Jules —dije, empezando a sonar histérica—, yo lo

toqué. Su piel estaba fría y dura. ¡Él está muerto!

—Kate —dijo sonando casi enojado—, no puedo hablar de esto

contigo ahora mismo. Pero tienes que venir conmigo. —Me sostuvo

gentilmente de la cintura y me llevó por el pasillo.

—¿A dónde me estás llevando?

—¿A dónde debería llevarla? —se preguntó a sí mismo. No lo dijo

con un tono reflexivo, como las personas que suelen hacer una

pregunta sabiendo la respuesta. Sonaba como si él no supiera la

respuesta y estuviera esperando a que alguien más le responda.

Mis ojos se abrieron. Jules estaba loco. Tal vez tuvo algún golpe

en la cabeza en el accidente del metro, pensé. Tal vez estaba

criminalmente loco y había asesinado a Vincent y lo había dejado en su

cama y ahora me estaba llevando a algún lugar para matarme también.

Mis pensamientos se estaban saliendo de control: ahora estaba en una

película de suspenso. Aterrorizada, intenté soltar mi mano de su agarre,

pero él aumentó la presión.

—V

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—Te estoy llevando a la habitación de Charlotte —dijo,

respondiendo su propia pregunta.

—¿Quién es Charlotte? —pregunté, con voz temblorosa.

—¡No intento asustarla! —dijo Jules, deteniéndose. Se volteó, con

rostro exasperado—. Escucha, Kate. Sé que tuviste un trauma ahí

dentro, pero el haber estado en esa habitación ha sido completamente

tu culpa. No la mía. Ahora voy a llevarte a un lugar para que te calmes,

y no voy hacerte daño.

—¿Me puedo ir?

—No.

Una lágrima corrió por mi mejilla. No podía impedirlo. Estaba tan

confundida y asustada como para calmarme, y tan aterrorizada que no

podía no llorar mientras él me veía: verme débil o frágil era lo último

que quería. Miré el suelo.

—¿Ahora qué? —dijo, soltando mi mano—. ¿Kate? ¿Kate? —Sus

rudos modales se suavizaron—. Kate.

Me encontré con sus ojos mientras me limpiaba las lágrimas con

mis dedos temblorosos.

—Dios mío, te he aterrorizado —dijo, mirándome de buena

manera por primera vez. Se alejo un paso—. Todo lo he hecho mal. Soy

un idiota. —Ten cuidado, me dije a mí misma, puede que él esté

actuando. Pero, de todas maneras, está haciendo un trabajo increíble con

el remordimiento.

—Está bien, déjame explicar —dudó—, lo más que pueda. No voy

hacerte daño. Te lo juro, Kate. Y te prometo que Vincent está bien. No

es lo que parece. Pero necesito hablar con los demás, las otras personas

que viven aquí, antes de dejarte ir.

Asentí. Jules estaba actuando de una manera más tranquila que

hace unos minutos. Y se veía tan arrepentido que casi (pero no del todo)

sentí pena por él. Incluso, si quiera escapar, pensé, no podría pasar por

la reja de seguridad.

Alcanzó mi mano, esta vez de manera más pacífica, como si

quiera colocarla confortablemente en mi antebrazo, pero yo retrocedí.

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—Está bien —me calmó, alzando sus manos en el aire con gesto

de rendición—. No te volveré a tocar.

Ahora se veía realmente apenado.

—Lo sé —dijo, hablando al aire—, soy un completo idiota —

empezó a caminar por el pasillo hacia el vestíbulo.

—Por favor, sígueme Kate —dijo con voz abatida.

Lo seguí. ¿Qué otra opción tenía?

Me llevó hacia las escaleras en forma de caracol, hacia la segunda

planta y por el pasillo. Abriendo la puesta de la habitación oscura,

encendió las luces y se quedó en el pasillo mientras yo entraba.

—Ponte cómoda. Puede que tome un tiempo —dijo, evadiendo mis

ojos. Cerró la puerta detrás de mí. Sonó el seguro de la puerta.

—¡Oye! —grite agarrando la manilla y moviéndola.

Definitivamente estaba cerrada.

—Tenía que hacerlo. No podemos tenerla rondando por la casa —

Jules estaba hablando otra vez consigo mismo mientras se desvanecían

sus pisadas.

No había nada más que pudiera hacer, además de mirar por la

ventada del segundo piso y observar la reja principal. Eso no va a

suceder, pensé, y me resigné al pensar que no tenía ningún tipo de

poder y no podía hacer nada hasta que alguien le quite el seguro a la

puerta.

Hubiese sido peor que ir a la cárcel, pensé, mirando alrededor. Las

paredes estaban alineadas con un patrón de color rosa de seda, y

cortinas verdes que estaban recogidas a ambos lados de las ventanas,

las cuales tenían paneles superiores en forma de corazón. Muebles de

dormitorio, pintados y delicados, se encontraban alrededor de las

esquinas de la habitación. Me senté en un sofá tapizado de seda.

El temblor de mi cuerpo se calmó, y después de un largo rato, me

permite estirarme y recostar mi cabeza en el almohadón, estirando mis

piernas en el suelo. Cerré mis ojos por un segundo, y los efectos del

estrés y del miedo, salieron al igual que mi cerebro. Me sentía como una

luz.

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Deben de haber pasado horas hasta que me desperté. Podía ver el

cielo de la noche aproximándose a través de la ventana, y por un

momento delirante, pensé que estaba de regreso en mi habitación de

Brooklyn.

Luego mis ojos se enfocaron en un candelabro largo con sus

brazos terminando en un delicado vaso lleno de flores. El techo estaba

pintado de tal forma que parecía un cielo lleno de nubes con ángeles

bebés y gordos con sus brazos llenos de cintas de flores.

Por un segundo no sabía en donde estaba. Luego, recordando, me

incorporé.

—Estás despierta —dijo una voz a través de la habitación. Mire

alrededor en busca del sonido. Era la chica con el cabello rubio y

recortado, la que me había salvado de ser aplastada por una roca. ¿Qué

está haciendo aquí?, pensé.

Se sentó acurrucada en un sillón junto a una chimenea de piedra

ornamentada. Lentamente y vacilante, se puso de pie y caminó

cuidadosamente hacia mí. La luz del candelabro brillaba por su cabello,

haciéndolo resplandecer como bronce. Sus mejillas y labios eran de

color de las rosas rosadas aterciopeladas del jardín de mi Mamie. Sus

altos pómulos partían sus hermosos ojos, su iris de un verde

fascinante.

La chica estaba ahora a mi lado, y tímidamente mostró su mano

para tomar la mía.

—Kate —dijo con una voz tímida, sacudiendo mi mano y

dejándola ir—. Soy Charlotte.

—Tú eres la que salvaste mi vida —murmuré.

Riendo, ella tomó una silla y se sentó frente a mí.

—Esa no fui yo realmente —sonrió—. Quiero decir, fui yo, pero no

fui responsable por salvarte la vida. Es algo complicado —dijo, cruzando

sus piernas con picardía. Alrededor de su cuello, colgaba un cordón de

cuero con una medalla de plata en forma de lágrima.

Así que esta es la chica con la que Vincent era tan cercano, pensé

con consternación, mis ojos viajaron desde la parte de atrás de su collar

hasta su rostro elegante. Ella tenía más o menos mi edad, pero era un

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poco menor. Vincent me había dicho que era solo una amiga. No podía

dejar de preguntarme qué tan cercanos habían sido.

—Bienvenida a mi habitación —dijo.

Mi corazón de encogió. ¿Ella vive en esta casa?

—Es impresionante —logré decir a duras penas.

—Me gusta llenarme de belleza —dijo, lanzándome una sonrisa

avergonzada.

Con su corte de hombre y su figura larga, vestida con unos jeans

ajustados y negros, además de una blusa de rayas, no podían ocultar

su sorprendente belleza femenina. Aunque parecía como si ella quisiera

eso. Ni siquiera tenía que intentarlo, te deja sin respiración, pensé,

introduciéndome en mi mente mientras me daba cuenta que nunca

sería capaz de competir con Charlotte.

No podía hablar, mi garganta estaba tan cerrada, llena de celos al

pensar que ella había visto a Vincent todos los días. En su despertar en

esa hermosa habitación, sabiendo que Vincent estaba ahí, en la misma

casa que ella.

Y luego, recordé como se había visto él en la cama de abajo, e

intente no templar por mi pequeñez. Aunque Jules me había que él no

estaba muerto, él se había visto completamente muerto para mí. Ya no

sabía que pensar. Pero estar celosa de esta chica no iba a ayudar en

nada.

—¿Qué le pasó a Vincent? —pregunté

—Ah. La pregunta del millón de euros —dijo suavemente—. Y la

que he pedido especialmente no responder. Aparentemente los chicos

no confían en mí. La discreción y el tacto no son mis puntos fuertes. Sin

embargo, me pidieron que me quede aquí contigo, en caso de que te

asustaras e intentaras escapar a penas despertaras —vaciló un

momento—. Así que… ¿vas a asustarte y escaparte?

—No —dije frotando mi frente—. Quiero decir, no lo creo —y luego

alarmada exclamé—. ¡Mis abuelos! ¡Seguro han entrado en pánico! ¡He

estado fuera toda la noche!

—No, no lo harán —dijo sonriendo—. Les mandamos un mensaje

de texto desde tu celular diciéndoles que pasarías la noche con una

amiga.

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El alivio fue reemplazado por un pensamiento de alegría.

—¿Así que no me puedo ir? ¿Me estás manteniendo prisionera?

—Eso lo hace sonar un poco melodramático —dijo.

Sus ojos se veían como si estuviera acostumbrada a tomar

muchas cosas, y dejar pocas. Los ojos de una mujer mayor reflejando el

espíritu de una niña pequeña.

—Viste cosas que no debiste. Ahora tenemos que decidir cómo

afrontar la situación. Tú sabes… como control de daños. Tú fuiste quien

mordió la manzana, Kate. Aunque con una serpiente tan guapo, no

puedo culparte.

—¿No vas hacerme daño? —pregunté.

—Respondiste a la pregunta —dijo, y puso sus dedos en mi brazo,

una sensación caliente de paz parecía estar fluyendo por su tacto, y me

sentía llena de tranquilidad.

—¿Qué estás haciendo? —pregunte, mirando hacia el lugar donde

su piel toca la mía. Si no me hubiese sentido tan relajada, estoy segura

de que hubiera soltado por la extrañeza de su gesto. Ella no dijo nada,

pero las esquinas de su boca se curvaron un poco y retiró su mano.

La miré directamente a los ojos y pregunté.

—¿Nadie más me hará daño?

—Me asegurara que no lo hagan.

Hubo un toque en la puerta. Charlotte se levantó.

—Es tiempo.

Me tendió su mano para tomar la mía. No pude evitarlo y mire

hacia el collar de nuevo y vacilé.

—¿Qué anda mal? —preguntó y tocó la lagrima de plata.

Algo en mi rostro debe de haberle dicho, porque si expresión

cambio mientras decía.

—Vincent contó que recogiste mi collar. Estoy contenta que él te

haya tenido en ese momento, nunca sé con lo que pueden venir los

chicos —sonrió y presionó mi mano en un gesto amigable.

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—Vincent es como mi hermano, Kate. No hay absolutamente nada

entro los dos… excepto esta larga historia de presentes de cumpleaños

aburridos. Rompiste mi racha de perdedora. Es la primera vez en años

que él me ha dado algo además de su reciente y favorito CD.

Rió, y los celos que me habían estado punzando como agujas,

cesaron un poco. Ciertamente, ella habló de él como un hermano. Tomé

su brazo.

Mientras caminábamos hacia la puerta, noté que las paredes

tenían los mismos revoltijos de fotografías que había visto en la

habitación de Vincent. Pero esta colección estaba hecha de pintura

bonita de madera y marcos de esmalte, pegados a la pared con lazos.

—¿Quiénes son esas personas? —pregunté.

Sus ojos se movieron casualmente hacia la dirección dónde

estaba mirando, y guiándome hacia la puerta, ella dijo.

—¿Ellos? Bueno. Kate, dado que no puedo tomar crédito por

haberte salvado la vida, a esas personas sí las salvé.

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Traducido por ValentinaW33

Corregido por Yolit

harlotte me guio bajando las escaleras por el pasillo de

sirvientes hasta la habitación de Vincent. Dudé cuando lo

vi descansado sobre las almohadas en su cama. Se veía

muy débil y pálido como una hoja de papel. Pero estaba vivo. Mi

corazón dio un brinco en mi pecho, asó por la emoción de verlo vivo,

como por el miedo. ¿Cómo era posible?

—¿Vincent? —pregunté cautelosamente—. ¿Eres tú? —la

pregunta sonaba un poco estúpida. Se veía como él, pero tal vez él

estaba poseído por… no lo sé, algún tipo de criatura alienígena o algo

así. En este punto, las cosas eran lo suficientemente extrañas como

para creer casi cualquier cosa.

El sonrió y supe que en realidad si era él.

—No puedes ser… ¡Tú estabas muerto! —tuve que forzar las

palabras irracionales de mi boca.

—Tal vez solo tengo el sueño pesado —lo escuché decir con voz

baja y lenta haciendo un gran esfuerzo.

—Vincent, tú estabas muerto. Yo te vi. Te toqué. Lo sé… —mis

ojos se llenaron de lágrimas al recordar la morgue de Brooklyn y los

cuerpos de mis padres sobre las camillas—. Sé como se ve alguien

muerto.

—Ven aquí —dijo. Me moví lentamente hacia él, sin saber que

esperar. Levantó su mano y tocó la mía. No estaba frío como antes, pero

tampoco se sentía totalmente humano.

—¿Ves? —dijo, las esquinas de sus labios se curvaron hacia

arriba—. Estoy vivo.

Me moví hacia atrás, quitando mis manos de las suyas.

—No entiendo —dije, sin confiar en mi voz—. ¿Qué te pasó?

C

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Me miró con resignación

—Siento haberte mezclado en esto. Fui egoísta. Pero no pensé que

fuera a pasar de esta forma. No lo pensé… de ninguna manera.

Obviamente.

El sentimiento de alarma que generalmente siento, fue sustituido

por una escalofriante sensación de miedo por lo que venía. No podía

imaginar con qué tipo de revelación iba a salir. Pero la pequeña voz

dentro de mí dijo, Lo sabías. Y me di cuenta que si lo sabía.

Sabía que había algo diferente en Vincent. Lo sentí, incluso antes

de ver su foto en los obituarios. Era algo, solo un poco fuera de lo

normal, pero muy oscuro para recordarlo. Así que lo ignoré. Pero ahora

lo iba a saber. Sentí un escalofrío de expectativa. Vincent me vio

estremecer y frunció el ceño con arrepentimiento.

Nos interrumpió el sonido de alguien tocando a la puerta.

Charlotte se levantó a abrirla y se movió a un lado mientras, uno por

uno, las personas entraban a la habitación.

Jules caminó hacia mi primero y, tocando gentilmente mi

hombro, preguntó.

—¿Te sientes mejor?

Asentí con la cabeza.

—Estoy muy, muy apenado por la forma en la que manejé las

cosas —dijo con remordimiento—. Fue una reacción, al tratar de

alejarte de Vincent lo más pronto posible. Fui duro contigo. No estaba

pensando.

—De verdad, está bien.

Una figura familiar caminó detrás de él y lo apartó de forma

amistosa. El chico musculoso del río se dirigió a Jules y dijo:

—¿Tratando de acapararla sólo para ti? —Y después,

agachándose para llegar a mi altura, tendió su mano—. Kate,

encantado de conocerte. Soy Ambrose —dijo en una voz barítona espesa

como la melaza. Después, cambiando a un Ingles con perfecto acento

Americano dijo—: Ambrose Bates de Oxford, Mississippi. ¡Es bueno

conocer a un compañero compatriota es esta tierra de Franceses locos!

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Claramente disfrutando el hecho de haberme sorprendido,

Ambrose rió profundamente y me dio una palmadita en el brazo antes

de sentarse en un sofá junto a Jules, dándome un guiño amistoso.

Un hombre que jamás había visto antes, se me acercó e hizo una

pequeña y nerviosa reverencia.

—Gaspard —se presentó el mismo simplemente. Era mayor que

los demás, terminando los treinta, más que cerca a los cuarenta años.

Alto y demacrado, con los ojos hundidos y un mal corte de cabello negro

sobresaliendo en todas direcciones. Dio media vuelta y camino hacia los

otros.

—Éste es mi hermano gemelo, Charles —dijo Charlotte, que se

había quedado a lado mío mientras se hacían las presentaciones. Ella

tiró hacia adelante al pelirrojo copia de ella misma. Haciendo una

reverencia y dándome un beso de burla en la mano, dijo

sarcásticamente—: Es agradable verla de nuevo, ahora que no está

lloviendo mampostería. —Sonreí insegura hacia él.

No sé si fue mi imaginación, o si de verdad todos dieron un paso

hacia atrás, pero repentinamente parecía como si los únicos en la

habitación fuésemos yo y el hombre frente a mí. Era el caballero

aristocrático de ayer, el dueño de la casa. Aunque todos me habían

recibido de una manera amable, mi anfitrión no estaba sonriendo.

De pie delante de mí, hizo una reverencia rígidamente desde la

cintura.

—Jean-Baptiste Grimond de la Reynière —dijo, mirándome

fijamente a los ojos—. A pesar de que el resto de mi parentesco reside

aquí, esta es mi casa y yo, por mi parte, siento que su presencia aquí es

muy imprudente.

—Jean-Baptiste —la voz de Vincent vino desde atrás de mí—.

Nada de esto fue intencional. —Se recostó pesadamente en la almohada

y cerró los ojos, aparentemente había usado toda su energía para decir

esas cinco palabras.

—Tú, joven… tú fuiste el que rompió las reglas al traerla a

nuestra casa, en primer lugar. Nunca les había permitido traer a

ningún de sus amantes humanos aquí, e hicieron alarde de mi mandato

más notorio.

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Sentí mis mejillas arder al oír sus palabras, pero no estaba segura

si era por la parte de “humanas” o “amantes”. Ya nada tenía sentido.

—¿Que se suponía que hiciera? —Vincent argumentó— ¡Ella

acababa de ver a Jules morir! Estaba en shock.

—Ese era un problema que tú debiste de resolver. En primer

lugar, ni siquiera deberías de haberte metido con ella. Y ahora vas a

tener que limpiar el desorden por ti mismo.

—Ah, relájate JB —dijo Ambrose, inclinándose hacia atrás y

dejando caer sus brazos por todo el respaldo del sofá—. No es el fin del

mundo. La hemos investigado y definitivamente no es un espía. De

cualquier modo, ella no es exactamente el primer humano en saber qué

somos.

El hombre mayor le dio una mirada fulminante.

El hombre que se presentó como Gaspard habló con voz

temblorosa.

—Si me es permitido aclarar… la diferencia aquí es que cualquier

otro humano que interactuó con nosotros era… ah… era escogido

individualmente de familias que han servido a Jean-Baptiste por

generaciones.

¿Generaciones?, pensé con consternación. Una sensación de frio

recorrió mi espalda de inicio a fin

—Ahora, usted —Jean-Baptiste continúo con indisimulado

desagrado—, la conozco por menos de un día, y ya se está

entrometiendo en la privacidad de mi linaje. Usted es cada vez más

inoportuna y no bienvenida.

—¡Shh! —exclamó Jules—. No escondas tus verdaderos

sentimientos Grimond. Ustedes los veteranos de verdad necesitan

aprender a abrirse y expresarse. —Jean-Baptiste actuó como si no

hubiese escuchado nada.

—¿Bueno, entonces que se supone que haremos? —dijo

Charlotte, haciendo frente a nuestro anfitrión.

—De acuerdo, deténganse. Todos —dijo Vincent con una

respiración vana—. Ustedes son mi linaje. ¿Quién vota por que le

digamos a Kate?

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Ambrose, Charlotte, Charles y Jules levantaron sus manos.

—¿Y qué les gustaría que hiciéramos? —Vincent dirigió su

pregunta a Jean-Baptiste y Gaspard.

—Ése es su problema —dijo Jean-Baptiste. Se quedo viéndome

unos pocos segundos más y después, dio media vuelta y se dirigió

rápidamente fuera de la habitación, golpeando la puerta fuertemente al

cerrar.

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Traducido por Evelin

Corregido por Samylinda

ntonces —dijo Ambrose con una sonrisa, frotándose

las manos—. La mayoría gana. Qué comience la

fiesta.

—Aquí —dijo Charlotte, tirando un par de cojines del sofá al

suelo. Sentándose de manera hindú en uno, me sonrió y palmeó el otro

tentadoramente.

—Está bien —Vincent me tranquilizó cuando vacilé y soltó mi

mano.

—Kate —dijo Jules—, ¿te das cuenta de que lo que hablamos aquí

no sale de estas paredes?

Las palabras de Vincent fueron lentas y precisas:

—Jules tiene razón. Nuestras vidas están en tus manos una vez

que lo sabes, Kate. Odio forzar ese tipo de responsabilidad en alguien,

pero la situación ha ido demasiado lejos. ¿Prometes mantener nuestro

secreto? Incluso si tú —eso sonó como si él se estuviera quedando sin

aliento— incluso si te vas hoy y decides nunca más regresar.

Asentí con la cabeza. Todo el mundo esperaba.

—Lo prometo —susurré, lo cual fue lo mejor que pude hacer con

un nudo en la garganta del tamaño de un pomelo. Algo extremadamente

raro estaba ocurriendo aquí, y tenía muy pocas pistas para suponer qué

era. Pero con el uso frívolo de Jean-Baptiste de la palabra “humano”, y

Vincent y Jules aparentemente resucitados, sabía que me había metido

en algo profundo, y no sabía que tanto esto podría asustarme.

—Jules… tú comienzas —dijo Vincent, cerrando los ojos y

luciendo más muerto que vivo. Jules midió la situación y decidió tener

compasión—. Tal vez sería mejor si dejamos que Kate nos pregunte lo

que ella quiera.

—E

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¿Por dónde empezar?, pensé, y luego recordé lo que había

establecido todo en un espiral descendente en el primer lugar.

—Vi una foto de ti y Vincent en un periódico de 1968 que decía

que habían muerto en un incendio —dije, girándome hacia Ambrose.

Él asintió con una sonrisa pequeña, instándome.

—Así que, ¿cómo puedes estar aquí ahora?

—Bueno, me alegra que estamos comenzando con las preguntas

fáciles —dijo él, estirando sus brazos poderosos y luego inclinándose

hacia mí—. La respuesta sería… ¡porque somos zombis! —Y él dejó salir

un horrible gruñido, abriendo la boca y mostrando los dientes mientras

cerraba sus manos como si fueran garras.

Viendo mí aterrorizada expresión, Ambrose comenzó a golpearse

la rodilla con la mano.

—Es broma —se rió, y luego, calmándose, me miró

tranquilamente—. Pero no seriamente. Somos zombis.

—No somos zombis —dijo Charlotte, su voz se levantó con

molestia.

—El término correcto, creo que sería, ahh, no-muerto —dijo

Gaspard con voz vacilante.

—Fantasmas —dijo Charles, sonriendo con picardía.

—Dejen de asustarla, chicos —dijo Vincent—. ¿Jules?

—Kate, es mucho más complicado que eso. Nos llamamos a

nosotros mismos revenants27.

Los miré uno por uno.

—Ruh-vuh-nahnt —Jules pronunció lentamente, pensando que

no entendí.

—Conozco la palabra. Significa, “fantasma” en francés. —Mi voz

temblaba. Estoy sentada en una habitación con monstruos, pensé.

Indefensa. Pero no podía permitirme el lujo de desesperarme ahora.

¿Qué me harían si lo hiciera? ¿Qué me harían si no lo hago? A menos

27

Revenant: palabra en Francés. Aparecido. Hace referencia a fantasma.

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que fueran la clase de monstruos que podían borrar los recuerdos de

las personas, ahora estaba inmersa en su secreto.

—Si nos remontamos al inicio de la palabra, en realidad significa

“aquel que regresa” —ofreció Gaspard con un tono pedante.

Aunque la habitación era cálida, temblaba. Todos me miraron

expectantes, como si yo fuera el proyecto de su grupo de ciencia.

¿Estallaría o sólo me desinflaría?

Charles susurró:

—Ella se va a enloquecer y huirá, como dije.

—Ella no va a enloquecer y huir —argumentó Charlotte.

—Bien, todo el mundo afuera. —La voz de Vincent se hizo más

contundente de que lo había sido hasta ahora—. Sin ofender, pero

preferiría hablar con Kate yo mismo. Los chicos están haciendo un

desastre de esto. Gracias por sus votos de confianza, pero por favor…

váyanse.

—Imposible. —La habitación se quedó en silencio mientras todo el

mundo miró a Gaspard. Su voz perdió su autoridad, y el comenzó a

tocarse la uña—. Quiero decir, si me lo permite —balbuceó

tímidamente—. Vincent, no puedes hacerte cargo de la tarea de

informar a la humana, quiero decir Kate, tú. Todos estamos afectados

por esta infracción. Todos necesitamos ser conscientes de la

información que ella tiene… y la que no tiene. Y tendré que darle un

informe a Jean-Baptiste después. Antes de que se le permita salir.

Mi tensión disminuyó sólo una fracción. Me van a dejar salir. Ese

conocimiento se convirtió en mi luz al final de un terrible y oscuro

túnel.

—Yo podría, ah, también señalar que estás demasiado débil

incluso para sentarte derecho —continuó Gaspard—. En tu condición,

¿cómo se puede esperar que manejes la explicación de algo con tanta

importancia para nosotros?

El silencio duró un minuto mientras todos miraban a Vincent.

Finalmente él suspiró.

—Bien. Entiendo. Pero por el amor de Dios, traten de

comportarse. —Él me miró y dijo—: Kate, por favor siéntate conmigo. Al

menos eso me dará una ilusión de tener la situación bajo control.

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Levantándome, caminé hacía la cama y miré cómo Vincent se

esforzaba por levantar su brazo y tomar mi mano en la suya. Al instante

en que nuestras pieles se tocaron, sentí la misma paz que tuve cuando

Charlotte me tocó en su habitación. Estaba inundada por una marea de

calma y seguridad, como si nada malo pudiera suceder mientras

Vincent sostuviera mi mano. Esta vez supe que eso tenía que ser alguna

especie de truco sobrenatural.

Me senté con cautela en un lado de la cama, mirando el rostro de

Vincent mientras lo hacía.

—No tengo dolor —me aseguró, sosteniendo mi mano cuando me

senté a su lado.

—Bien. Kate, primero que todo, me estás tocando —dijo Vincent

para que todos escucharan—. De manera que no soy un fantasma.

—Y no somos zombis reales —dijo Charles con una sonrisa—, o él

ya te hubiera arrancado el rostro.

Vincent lo ignoró.

—No somos vampiros ni hombres lobo ni cualquier cosa de la

cual deberías tener miedo. Somos revenants. No somos humanos —él

hizo una pausa, tomando fuerzas—, pero no vamos a lastimarte.

Traté de serenarme antes de hablar con la voz más constante que

pude reunir.

—Así que ustedes están… muertos. Pero parecen vivos, excepto

por ti —dije, dudando mientras miraba a Vincent—. A pesar de que te

ves mejor que anoche —reconocí.

Vincent estaba grave.

—Jules, ¿podrías contarle a Kate tu historia? Es probablemente la

mejor manera de explicarlo. Gaspard tiene razón, no puedo manejarlo.

Jules atrapó mi mirada y no la dejó ir.

—De acuerdo, Kate. Sé que esto va a sonar increíble, pero nací en

1897 en una pequeña villa no muy lejos de París. Mi papá era doctor y

mi mamá era partera. Mostré talento artístico, así que a la edad de

dieciséis, ellos me enviaron a estudiar pintura a París. Mi educación fue

interrumpida cuando fui reclutado para la guerra en 1914. Luché

contra los Alemanes por dos años, hasta que en septiembre de 1916 fui

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asesinado en acción. Batalla de Verdun. Y ese sería el final de mi

historia… si no hubiera despertado tres días después.

La habitación estaba en silencio, mientras trataba de organizar en

mi mente lo que él había dicho.

—¿Te despertaste? —Finalmente me las arregle para hablar. El

chico que veía no parecía mayor a los veinte, pero estaba proclamando

tener más de cien años.

—Técnicamente, “animado” —ofreció Gaspard, levantando el dedo

para decir su punto—. No “despertado”

—Regresé a la vida —aclaró Jules.

—Pero, ¿cómo? —pregunté con incredulidad. El agarre de Vincent

en mi mano reforzaba mi valor—. ¿Cómo pudiste regresar a la vida? A

menos de que no estuvieras realmente muerto en primer lugar.

—Oh, estaba muerto. No hay duda sobre eso. No puedes estar en

muchas partes y vivir. —La sonrisa de Jules se volvió un gesto de

arrepentimiento cuando me vio palidecer.

—Dale a la dama un descanso —dijo Ambrose—. Estamos

dándole todo a la vez. —Él me miró—. Existe ésta especial… ¿cómo

debería llamarla? Que no suene muy Zona Twilight, sino “Ley del

Universo”, ¿verdad? Se dice que si bajo ciertas circunstancias mueres

en el lugar de alguien más, luego regresarás a la vida. Estás muerto por

tres días. Luego despiertas.

—Animar —corrigió Gaspard.

—Te despiertas —insistió Ambrose—. Y, salvo por estar tan

hambriento como el infierno, eres justo como eras antes.

—Excepto que después de eso no duermes —añadió Charles.

—¿Has escuchado hablar alguna vez de TMI28, Chucky? —

preguntó Ambrose, apretándose las manos con exasperación.

—Kate —dijo Charlotte en voz baja—, morir y ser animado son

cosas realmente duras para el cuerpo humano. En cierto modo nos llevó

a un ciclo de vida diferente. “Ser animado” es una buena manera de

decirlo. Estamos tan animados que cuando despertamos vamos por

28 TMI: abreviatura de la frase en ingles “Too much information” que traduce en

español “Demasiada información”

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más que tres semanas sin parar. Luego nuestro cuerpo se apaga y

“dormimos como los muertos” por tres días. Como Vincent lo acaba de

hacer.

—Te refieres a que estamos muertos por tres… —Charles

comenzó a corregirla.

Charlotte lo interrumpió:

—No estamos muertos. Lo llamamos “estar dormido”. Nuestro

cuerpo está en un tipo de hibernación, pero nuestra mente sigue activa.

Y una vez que nuestro cuerpo despierta, regresamos en pocas semanas

a nuestra absoluta, pero sin sueño, normalidad.

Charles murmuró:

—Sí, claro.

—Bueno, se podría decir que eso es lo elemental de la historia —

dijo Gaspard amablemente.

—¿Estabas… dormido ayer? —le pregunté a Vincent.

Él asintió.

—El fin de los tres días —dijo—. Ahora, estaré bien por lo menos

por un mes.

—No luces muy bien para mí —respondí, mirando la palidez de su

piel.

—Toma varias horas recuperarse de la inactividad —dijo Vincent

con una sonrisa débil—. Para un humano sería como tener una cirugía

de corazón abierto. No te levantas de la cama tan pronto el efecto de la

anestesia pasa.

Eso tenía sentido. Si continuaba con las analogías humanas. Yo

podría ser capaz de soportar todo este raro escenario un poco mejor.

Por la manera en que estaban hablando, claramente no estaban

acostumbrados a explicar la situación. Era mi elección entender las

cosas. Me di vuelta hacia Jules.

—Tienes más de cien años.

—Tengo diecinueve —dijo.

—¿Así que ustedes nunca envejecen? —pregunté.

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—Oh sí, envejecemos. Mira a Jean Baptiste, ¡él murió a los treinta

y seis pero está en sus setenta! —dijo Charles.

—¿Y cuántos años tendría Jean Baptiste si no hubiera… ya

saben? —busqué a tientas algunas palabras.

—Doscientos treinta y cinco —contestó Gaspard sin vacilar y

mirando a los otros continuó—: ¿Puedo?

Charles asintió y el resto permaneció en silencio.

—Después de ser animados, envejecemos a la misma velocidad

que cualquier otra persona. Sin embargo, cada vez que morimos, somos

reanimados a la misma edad que morimos la primera vez. Jules murió

cuando tenía diecinueve, por lo tanto cada vez que muere, comienza de

nuevo a los diecinueve. Vincent tenía dieciocho cuando murió, pero no

ha muerto por, ¿cuánto hace? ¿Un poco más de un año? —él dirigió la

pregunta a Vincent, pero lo interrumpí.

—¿Qué quieres decir con “cada vez que mueres”? —pregunté. La

escalofriante sensación estaba haciendo otra aparición. Vincent apretó

su agarre en mi mano.

—Digamos que hay mucha gente que necesita ser salvada —dijo

Jules, guiñando un ojo.

Lo miré, tratando de entender a lo que se estaba refiriendo. Luego

mis ojos se abrieron violentamente.

—¡El hombre en el metro! —jadeé—. ¡Le salvaste la vida!

Él asintió.

—Pero, ¿cómo?... quiero decir, no… —exclamé al no ser capaz de

formar un solo pensamiento mientras una docena inundaron mi mente

simultáneamente. Recordé a Vincent yendo tras la chica y a Charlotte

salvándome de la muerte por aplastamiento.

—Moriste salvando a alguien y lo sigues haciendo después de la

muerte —dije finalmente. Tal vez fuera algo obvio, pero finalmente la

bombilla se había encendido por encima de mi cabeza.

—Es la única razón de nuestro ser —dijo Vincent—. Estamos

ligados a esa misión por el resto de nuestra existencia.

Lo miré. Ni siquiera sabía cómo reaccionar. Mi mente estaba en

blanco.

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—Creo que es tiempo de terminar esta sesión de preguntas y

respuestas —les dijo Vincent a los otros—. Kate se está sobrecargando

con información. Y estoy muy cansado para continuar.

—No puedes contarle… —comenzó Gaspard.

—¡Gaspard! —gritó Vincent, y luego cerró los ojos por el

esfuerzo—. Juro… que no le diré a Kate nada más… de importancia…

sin consultárselo a ustedes primero. Lo juro. —Vincent dibujó una X en

su pecho y miró al hombre.

—Bien, entonces —dijo Ambrose, levantándose—. Ahora que

hemos terminado asustando a la humana, quiero decir, Kate-Lou —él

se paseaba y me dio una palmada en el hombro cariñosamente—, es

hora de algo de comer. —Y caminó por la puerta.

Charlotte tocó mi brazo suavemente mientras los otros salían.

—Ven a desayudar con nosotros. A ti es probable que no se te

permita… — miró a Vincent— salir de inmediato, de todos modos.

—¿Qué hora es? —pregunté, dándome cuenta que no tenía idea

que cuanto tiempo había dormido.

Charlotte miró su reloj.

—Casi las siete.

—¿Siete de la mañana? —pregunté, sorprendida de que hubiera

dormido en una casa extraña bajo tales circunstancias—. Gracias, pero

creo que me quedaré. Y hablaré con Vincent.

—Deberías comer —dijo Vincent en voz baja—. De todos modos,

Jean Baptiste va a venir furioso por esa puerta en unos cuantos

minutos después de que Gaspard lo actualice.

—Déjame quedarme contigo hasta entonces —le dije—. Iré a

buscarte cuando Jean Baptiste me eche a patadas. —le dije a Charlotte.

—¡Bien! —dijo ella con una sonrisa alentadora y cerró la puerta

detrás de ella.

Me di vuelta hacia Vincent. Pero antes de que pudiera abrir mi

boca para hablar, él robo mis palabras.

—Lo sé —dijo—. Tenemos que hablar.

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Traducido por Akanet

Corregido por Samylinda

stábamos por nuestra cuenta. Finalmente. Y lo que

debería haber sido una situación terrorífica, yo... sola en

un viejo castillo... sentada junto a alguien que acababa de

descubrir que era un monstruo, bueno, no era terrorífico en absoluto.

Increíblemente, parecía más incómodo que cualquier otra cosa.

Me senté frente a él en su cama, a este muchacho que parecía

estar al borde de la muerte. Incluso en su estado de debilidad era

hermoso. Yo tenía todas las razones para tener miedo, pero en lugar de

eso, estaba cautivada por la emoción más extraña. Me sentía protectora

hacia él.

—Así que... —dijo Vincent.

—Así que... ¿eres inmortal?

—Me temo que sí.

Se veía cansado y preocupado, y por primera vez, muy vulnerable.

De repente me sentí como si tuviera todo el poder en mis manos. Lo

cual, con respecto a nosotros, supongo que era cierto.

—¿Cómo te hace sentir eso? —preguntó.

—Um. Es mucho para asimilar de una sola vez. Pero sin duda

explica cosas. —Sentí que sus dedos agarraban los míos—. Es la razón

por la que no tengo miedo en este momento, ¿porque estás sosteniendo

mi mano?

—¿Qué quieres decir? —dijo con una sonrisa desigual.

—Es uno de tus súper poderes, ¿no? ¿Qué es? ¿El toque

tranquilizante o algo así?

—¡Súper poderes! —se rió entre dientes—. Um. Sí, señorita

perceptiva. ¿Cómo te diste cuenta de eso?

E

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—Charlotte lo utilizó en mí antes. Y dudo que pudiera haber

atravesado esta reunión informativa, sin los pocos golpes que me diste.

Las comisuras de la boca ligeramente curvadas. Sus dedos se

aflojaron y luego se volvieron a curvar alrededor de mi mano.

—Ya veo. Y no, a pesar de que te estoy tocando, no estoy

haciendo el “toque tranquilizante” como tú lo llamas. No sucede cada

vez que te toco. Tengo que desearlo. Pero por el momento, pareces estar

manejándolo bien por tu cuenta.

Eché un vistazo a su mesita de noche y vi que mi foto había sido

colocada hacia abajo. Descansando en la parte superior de ella, estaba

la carta que le había escrito el día anterior. Ya parecía como años atrás.

—Recibiste mi nota —le dije.

—Sí. Eso ayudó a explicar por qué te volviste toda acosadora

conmigo —él se rió—. Todavía no puedo creer que Jean Baptiste te

dejara entrar. Es tanto su culpa que me hayas encontrado, como la mía

por haberte traído aquí la primera vez. Definitivamente no voy a dejarlo

que me chantajee con eso. Cómo te las arreglaste para convencerlo de

que te dejara pasar de la puerta delantera, nunca lo entenderé.

La risa de Vincent estaba bordeada con algo que sonaba como

victoria.

—Eres increíble —dijo, sus ojos irradiando calor.

Me senté allí disfrutándolos hasta que los cerró y puso su cabeza

de nuevo contra la almohada.

—¿Estás bien? —le pregunté, preocupada.

—Sí, estoy bien. Sólo estoy sintiéndome muy débil. ¿Te importaría

darme algo de esa mesa? —Él asintió con la cabeza hacia una bandeja

plegable instalada junto al cabezal de su cama, conteniendo una gran

variedad de frutas y nueces.

Cogí un plato de dátiles y luego volví a sentarme junto a él con

ello.

—Gracias —dijo, tocando mi mano de nuevo antes de recoger una

fruta y echarla en su boca.

—Así que el collar era para Charlotte —le dije, observando su

rostro cuidadosamente.

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Él sonrió.

—¿Ves? Amiga mujer. No novia. Sólo alguien a quien he conocido

por cuanto... ¿el último medio siglo?

—No es que importe —le dije rápidamente, avergonzada.

—Por supuesto que no —dijo Vincent, fingiendo una mirada seria

y asintiendo con solemnidad.

Bajé la mirada a mis manos.

—Dijiste que se necesita un tiempo para recuperarse de... lo que

sea. ¿Cuándo estarás de nuevo en pie?

—Depende de en qué condición te encuentras cuando te vuelves

inactivo. No estaba herido ni nada, así que para esta noche estaré como

nuevo. Mejor, en realidad.

Me di cuenta de que estaba tratando de aligerar el ambiente, pero

se veía tan cansado que no podía evitar sentir pena por él.

—Oh, Vincent.

—No es malo, en realidad, Kate. De hecho, es bueno tener un

tiempo de inactividad... para recargar un poco, ya que después de esto

no voy a dormir otra vez en semanas.

Mi ceño fruncido lo hizo detenerse.

—No necesitamos hablar de esto ahora. No te preocupes por mí,

sin embargo. Yo soy el que está preocupado por ti. ¿Cómo… cómo

estás?

Puse los ojos en blanco y reí.

—Bueno, si no estás haciendo la cosa calmante y no he

enloquecido y me he escapado de tu casa rápidamente gritando,

supongo que estoy bastante bien.

—Increíble —dijo otra vez.

—Está bien, basta con la adulación —bromeé—. Guárdalo para la

próxima víctima que traigas sin poder hacer nada hasta tu guarida.

La risa de Vincent se vio interrumpida por el sonido de la puerta

abriéndose. Me volví para ver a Jean-Baptiste entrando a grandes

zancadas en la habitación con Gaspard caminando junto a él.

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—Kate, ve a buscar a Charlotte y a los otros —dijo Vincent en voz

baja—, pero una vez que te digan que te puedes ir, no te vayas sin

volver a verme. Por favor.

Gaspard me acompañó hasta la puerta abierta.

—Están en la cocina —dijo, indicando el lado más lejano del

pasillo. Entonces, dejándome en el pasillo, cerró la puerta detrás de él.

Seguí el delicioso aroma de pan fresco hacia la cocina, pero

titubeé frente a la puerta de vaivén. Tomando una respiración nerviosa,

la abrí de un empujón y entré. Toda la pandilla estaba sentada

alrededor de una mesa enorme de roble. Como uno, levantaron la

mirada y esperaron a que yo hiciera algo.

Ambrose rompió el hielo.

—¡Entra, humana! —dijo con voz como de Star Trek aminorada

un poco por una boca llena.

Charlotte y Charles se echaron a reír, y Jules me hizo señas hacia

una silla vacía a su lado.

—Así que sobreviviste a la ira de Jean-Baptiste —dijo—. Muy

valiente.

—Muy estúpida por venir aquí —añadió Charles, sin levantar la

mirada de su plato.

—Charles —lo regañó Charlotte.

—Bueno, ¡lo fue! —dijo Charles a la defensiva.

—¿Qué te gustaría, querida? —interrumpió una voz maternal por

encima de mi hombro.

Me volví para ver a una mujer regordeta de mediana edad que

llevaba un delantal. Tenía suaves mejillas sonrosadas y el pelo canoso

rubio atado en un moño.

—¿Jeanne? —pregunté.

—Sí, querida Kate —respondió ella—. Esa soy yo. He estado

escuchando todo sobre tu agitada noche de los demás. Siento, no

haberte podido conocer antes, pero a diferencia del resto aquí, necesito

una noche de sueño reparador.

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—Entonces, no eres... —vacilé.

—No, no es uno de nosotros —respondió Jules—. Pero la familia

de Jeanne ha estado al servicio de Jean-Baptiste por...

—Más de doscientos años —dijo Jeanne, terminando la frase

mientras ponía una montaña de huevos revueltos en el plato de

Ambrose. Él le dedicó una sonrisa encantadora, y le dijo—: Cásate

conmigo, Jeanne —inclinándose para besar la mano que sostiene la

cuchara de servir.

—En tus sueños —se rió ella, y le golpeó juguetonamente la mano

con la cuchara.

Poniendo un puño en su cadera, ella alzó la vista hacia el techo

como si tratara de recordar un poema que había aprendido de memoria.

—Mi tátara-tátara-tátara-abuelo, además de unos cuantos, fue el

ayudante del señor Grimod de la Reynière, y fue a la guerra con él

cuando luchó en tiempos de Napoleón. Fue ese antepasado, sólo quince

en el momento, a quien el señor Grimod salvó, apartándolo de un

empujón de la trayectoria de una bala de cañón que le quitó su propia

vida. Es una buena cosa que el chico estaba decidido a traer de vuelta

el cuerpo de señor desde Rusia para el entierro, porque él estaba allí

tres días después cuando el señor se despertó y fue capaz de cuidar de

él. Y mi familia ha estado con el señor desde entonces.

Ella relató esta increíble historia como si describiera su viaje al

mercado esa mañana. Debía parecer natural para ella después de haber

sido criada por una madre y una abuela que le contaron la misma

historia. Pero yo me sentía abrumada mientras mi mente trataba

serpentear alrededor de las repercusiones.

—Gracias, Jeanne. Kate parecía casi normal otra vez hasta que

empezaste a hablar —dijo Jules.

—Estoy bien —le respondí, sonriéndole—. Sólo comeré un poco de

pan y el café, gracias.

Jeanne empujó una cápsula de café en una cafetera de alta

tecnología y la encendió antes ir apresuradamente hacia el horno y

sacar una bandeja de cruasanes.

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—Me voy —dijo Charles, empujando su silla debajo de la mesa, y

después de chocar con frialdad los puños con Jules y Ambrose, salió de

la cocina sin una segunda mirada hacia mí.

Miré a los otros.

—¿Fue algo que dije?

—Kate —dijo Ambrose, riendo entre dientes—, tienes que

recordar, que a pesar de que el cuerpo de Charles, debe ser de ochenta

y dos, su nivel de madurez se ha quedado atascada en los quince años.

—Iré con él —trinó Charlotte, aparentemente avergonzada por la

grosería de su gemelo—. Adiós, Kate. —Ella se inclinó para besarme en

ambas mejillas—. Estoy segura de que vamos a verte pronto.

—Entonces, ¿qué pasa ahora? —pregunté mientras la puerta se

cerraba detrás de ella. Me sentía extrañamente dividida entre el deseo

de volver a la casa de mis abuelos y ver a mi familia real, viva y que

respiraba, y el deseo de permanecer aquí, entre estas personas que,

después de sólo unas pocas horas de conocerme, ya parecían

aceptarme. O por lo menos la mayoría de ellos lo hacía. Sin importar

que no eran humanos.

Antes de que alguien pudiera responder, Gaspard insertó su

cabello de puercoespín por la puerta.

—Te puedes ir, Kate. Pero Vincent pidió verte cuando te vayas a

ir. —Él desapareció de nuevo en el pasillo.

Mientras me ponía de pie, Jules se levantó y dijo:

—¿Quieres que te acompañe a casa?

Ambrose asintió con la cabeza, y con la boca llena dijo:

—Acompáñala a su casa.

—No, está bien, puedo llegar a casa por mi cuenta.

—Te acompaño hasta la puerta, entonces —dijo Jules, empujando

su silla debajo de la mesa.

—Adiós, Jeanne. Gracias por el desayuno. Adiós, Ambrose —dije,

mientras Jules amablemente abría la puerta para que yo pasara

primero y me acompañaba por el largo pasillo hasta la puerta de

Vincent. Entré y él cerró la puerta detrás de mí, esperando en el pasillo.

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—Entonces, ¿qué te han dicho? —le pregunté, acercándome a la

cama. Vincent se veía más blanco y más débil que antes, pero me sonrió

consoladoramente.

—Está bien. He prometido asumir completa responsabilidad por

ti.

Aunque no sabía lo que eso significaba, me sentía dividida entre

pensar que no necesitaba una niñera, por un lado, y más bien gustarme

la idea de ser la protegida de Vincent en el otro lado.

—Puedes ir a casa ahora —continuó—, pero como Jean-Baptiste

dijo antes, no puedes hablar de nosotros a nadie. No es que te vayan a

creer de todos modos, pero tratamos de estar tan debajo del radar como

sea posible.

Lo miré con curiosidad.

—¿Has oído hablar de los vampiros? —preguntó, sonriendo

misteriosamente.

Asentí con la cabeza.

—¿Has oído hablar de los hombres lobo?

—Por supuesto.

—¿Habías oído hablar de nosotros alguna vez?

Negué con la cabeza.

—Eso se llama “mantenerse por debajo del radar”, querida Kate.

Es en lo que somos buenos.

—Lo entiendo. —Tomé su mano extendida.

—¿Puedo verte de nuevo en unos pocos días? —preguntó.

Asentí con la cabeza de repente con incertidumbre al pensar en lo

que el futuro podría traer. Haciendo una pausa en la puerta, dije:

—Ten cuidado —y entonces me sentí estúpida de inmediato. Él

era inmortal. Él no tenía que tener cuidado—. Quiero decir, descansa —

me corregí.

Él sonrió, divertido por mi confusión, y me saludó.

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—Milady —Jules dio un paso adelante, haciendo una reverencia

como un portero en una película de Merchant-Ivory, y puse mi mano

sobre su brazo—. ¿Nos vamos? —No pude evitar reírme. Iba a hacer

todo lo posible para reivindicarse por molestarme.

De vuelta en el gran vestíbulo, cogí mi mochila. Cuando salí

fuera, me tocó el brazo y me dijo:

—Escucha. Lo siento, fui grosero antes hoy, ya sabes... en mi

estudio y en el museo. Te juro que no era nada personal. Sólo estaba

tratando de proteger a Vincent y a ti... y a todos nosotros. Ahora que es

demasiado tarde para eso, bueno, por favor acepta mis disculpas.

—Entiendo totalmente —le dije—. ¿Qué otra cosa podías hacer?

—Menos mal, me perdonó —dijo, con la mano en el corazón, su

alegría obviamente volviendo—. Así que, ¿estás segura de que estarás

bien? —me preguntó, dando un paso más cerca con una mirada que me

llamó la atención como algo más que amistosa preocupación por mi

bienestar. Él me vio leer su rostro y me sonrió con coquetería,

levantando una ceja como si estuviera haciendo una pregunta.

—Estaré bien, de verdad. Gracias —le respondí, ruborizándome, y

crucé el umbral hacia los adoquines.

—Vince irá a verte tan pronto como le sea posible —dijo, metiendo

sus manos en los bolsillos de su pantalón vaquero y asintiendo con la

cabeza a modo de despedida.

Le devolví el saludo y salí lentamente del patio hacia la calle más

allá, sintiendo como si estuviera en un sueño.

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Traducido por Judithld

Corregido por Marce Doyle*

l fin de semana pasó borroso, con mi cuerpo haciendo una

cosa y mi mente de vuelta en la casa de la rue de Grenelle.

No sabía cuándo llegaría el aviso de Vincent. El

lunes por la mañana, cuando Georgia y yo salíamos hacia la escuela, vi

un paquete en la puerta del edificio con mi nombre impreso en una

cursiva hermosa y pasada de moda. Lo abrí, y desde el interior saque

una tarjeta blanca y espesa en la que estaba escrita la frase "Pronto. V.

"

—¿Quién es V? —pidió a Georgia, con las cejas levantadas.

—Oh, sólo un tipo.

—¿Qué tipo? —preguntó mientras se paraba bruscamente y me

agarraba el brazo.

—¿El criminal?

—Sip —me reí, soltándome y arrastrándola hacia el metro—. Sólo

que él no es un criminal. Él es. . .

—Es un revenant, un tipo de no-muerto-ángel de la guarda-

monstruo que va salvando vidas humanas.

—Él sólo se junta con algunas personas raras.

—Hmm... creo que debería reunirme con él.

—De ninguna manera, Georgia. Ni siquiera sé si voy a seguir

viéndolo. No necesito que intervengas y compliques las cosas antes de

que realmente decida si me gusta.

—Oh, pero si a ti te gusta.

—Está bien, me gusta. Quiero decir, voy a seguir viéndome con él.

—Ella me miró con escepticismo.

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—No puedo explicarlo, Georgia. Simplemente no hables de eso.

Me comprometo a decírtelo si pasa algo.

Caminamos en silencio durante unos dos segundos antes de que

ella dijese:

—No te preocupes. No voy a tratar de robártelo.

La golpeé con mi mochila a medida que corría por las escaleras

del metro.

Vincent había dicho que quería verme "pronto," pero estábamos

en el cuarto día, y yo había comenzado a preguntarse si alguna vez

fuese a verlo de nuevo. Tal vez había cambiado de opinión acerca de mí

una vez que se había fortalecido. O tal vez Jean-Baptiste había

cambiado para él. Con solo pensar en su nota ya tenía ganas de verle.

Después de la última campanada de las clases del martes, salí de

la escuela y me dirigí hacia la parada del bus. Me detuve cuando vi a un

figura familiar de pie al cruzando la calle. Era Vincent.

Su pelo negro brillaba bajo el sol de finales de septiembre,

radiando vida y energía. Parecía una especie de criatura mitológica

perfecta. Ahí fue cuando caí en la cuenta que él era en realidad una

especie de criatura mitológica perfecto. Me estaba quedando sin aliento.

Y aunque sus ojos estaban ocultos detrás de unas gafas de sol, vi la

curva de sus labios torcerse en una sonrisa cuando me vio que salía de

las puertas del instituto.

Una vintage Vespa roja estaba estacionada donde estaba

esperándome, y mientras cruzaba la calle hacia él, alzó un casco a

juego. Después de cuatro días esperar, sentí el deseo de lanzar mis

brazos alrededor de él, pero cuando llegué a un paso, dudé, recordando

cómo se veía la última vez que lo había visto.

Había estado a punto de morir. Allí tumbado, casi sin vida, en su

cama, como la escena de una película de terror antigua y de blanco y

negro. Y ahora allí estaba, cuatro días más tarde, con todos los poros de

su cuerpo rezumando salud. ¿Qué es lo que me pasa? debería estar

huyendo de él tan rápido como pudiese, no muriéndome por sus

huesos. Monstruo, no humano, me recordé.

Él me vio vacilar, y aunque él ya se había inclinado para darme la

bienvenida, dio un paso atrás y esperó a que yo diese el primer paso.

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—Hola. Pareces mucho más. . . vivo —le dije, parpadeando, le

dediqué una sonrisa tensa mientras que dentro de mí la batalla entre el

impulso y la cautela continuaba.

Él sonrió y se frotó la nuca con una mano, con una expresión de

un cruce entre avergonzado y pidiendo disculpas.

—Sí. Caminemos y ya de paso hablamos. . . —su voz se

desvaneció al ver mi expresión cuidadosa.

Decídete, pensé, presionándome para moverme. Tendí la mano

tomando el casco de repuesto de su mano.

—Por lo tanto, la parte del truco de regreso-desde-los-muertos…

—le dije cogiendo el casco.

La expresión de Vincent fue uno de un alivio inmediato.

—Sí, voy a tener que mostrarte cómo funciona en algún momento

—se rió y, pasando una pierna sobre la moto, me tendió una mano.

Lo tomé con vacilación. Hacía calor. Dulzón, mortal. Me instalé

detrás de él y empujó todas las persistentes dudas de nuevo a un

rincón de mi mente.

—¿A dónde vamos? —le pregunté finalmente, dejándome sentir la

emoción que había estado luchando para liberarse.

—Sólo a dar un pequeño paseo por la ciudad —dijo, aceleré la

Vespa y comenzó a moverse por la calle.

Agarrarse a Vincent se sentía como estar en el cielo y conducir a

través de París en una vintage Vespa, como la mejor aventura que había

tenido en años. Cruzamos un puente sobre el Sena en París y

callejeamos por la ciudad pasando a lo largo de la orilla del río. El agua

brillaba a la luz en otoño.

Después de un paseo de veinte minutos, llegamos a la Île Saint-

Louis, una de las dos islas naturales en el medio del Sena que están

conectados al continente por puentes y vinculadas entre sí por una

pasarela.

Vincent encadenó la scooter a una puerta y luego, tomándome de

la mano, me condujo por un largo tramo de escalones de piedra hasta la

orilla del agua.

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—Oye, lo siento, no pude verte antes —dijo, caminando por el

muelle conmigo de la mano—. Tenía un trabajo que hacer para Jean-

Baptiste, llegué tan pronto como pude.

—Está bien —le respondí, absteniéndome de hacerle preguntas.

Prefería olvidarme de todas las extrañas cosas de novela de fantasía, los

eventos del fin de semana anterior. Quería fingir que éramos sólo un

niño y una niña pasando una tarde a orillas del río. Pero tenía una

sensación de que la fantasía no duraría por mucho tiempo.

Cuando nos acercamos a la punta de la isla, la estrecha acera se

abría a una terraza de adoquines de gran tamaño.

—Este lugar está siempre lleno de gente durante el verano, pero a

nadie se le ocurre venir aquí el resto del año. Esta vacía para nosotros

—dijo Vincent llevándome al lado norte.

Se apoyó en el borde de la terraza, extendió su mano sobre la

piedra y extendió la otra mano para que yo la tomase. Me sentí como si

fuéramos las dos últimas personas sobre la faz de la tierra. Este

caballero de brillante armadura que me había arrastrado a su pequeña

isla de paz en medio de la ajetreada ciudad y quería se siente conmigo

por unos pocos momentos su cuento de hadas. Esto no podía ser real.

Vimos las ondas del río con su corriente rápida y sus reflejos.

Enormes nubes hinchadas erraban a través de una amplia extensión de

cielo que pocas veces veía al caminar entre los edificios de la ciudad.

Las olas chocaban fuertemente contra la pared, su sonido montándose

en un crescendo al estrellarse contra las embarcaciones de motor. Cerré

los ojos y dejé que la tranquilidad del lugar fluyese a través de mí.

Vincent me tocó la mano, rompiendo el hechizo. Su frente estaba

llena de preocupación, ya que él parecía buscar palabras. Por fin habló.

—Sabes lo que soy, Kate. O por lo menos lo básico.

Asentí con la cabeza, preguntándose qué podría venir después.

—La cosa es. . . Quiero llegar a conocerte. Tengo una sensación

acerca de ti que no he tenido con los demás por mucho, mucho tiempo.

Pero siendo lo que soy hace las cosas… —hizo una pausa— más

complicadas.

Al ver su expresión de dolor, deseé tocarlo, darle seguridad,

gastando hasta la última gota de mi auto-control para permanecer

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quieta y mantener la boca cerrada. Había pensado, obviamente, sobre lo

que quería decir, y yo no quería distraerlo.

—Has sufrido sola una gran pérdida. Y la última cosa que quiero

es hacer las cosas más dolorosas para ti de lo que ya son. Si yo fuera

una persona normal que viviese una vida cotidiana, ni siquiera

estaríamos hablando acerca de esto. Podríamos salir juntos, ver cómo

iba y si las cosas funcionaba de maravilla. Si no, tomaríamos cada uno

nuestro propio camino. Pero no puedo hacer eso con la conciencia

tranquila. No contigo. No puedo permitir que alguien por la que siento

algo profundo inicie esto sin saber todas las consecuencias. Sabiendo

que soy diferente. Que no tengo idea de lo que podría pasar si vamos

más allá... —Parecía abatido por su propias palabras, pero decidido a

soltarlo todo—.Odio tener que hablarte de esta manera. Es demasiado…

demasiado rápido.

Hizo una pausa por un momento y miró donde reposaban

nuestras manos, separadas por escasos centímetros de adoquines.

—Kate, yo no puedo dejar de querer estar contigo. Así que te

explicaré todo para que tú lo pienses. Para que decidas lo que quieres.

Quiero intentarlo. Para ver cómo podemos ser. Pero me iré ahora si me

das tu palabra de que sólo tú sabrás lo que puedes manejar. Lo que

sucederá después con nosotros, depende de ti. No tienes que decidir

ahora mismo, pero sería bueno saber cómo te sientes acerca de lo que

he dicho.

Dibujando con mis pies que colgaban del borde del muelle, pase

mis brazos alrededor de mis piernas. Me mecí hacia atrás y hacia

adelante por unos pocos minutos en silencio e hice algo que rara vez me

permitía hacer. Pensé en mis padres. Acerca de mi madre.

Ella se burlaba de mí por ser impetuosa, pero me dijo que

siempre siguiera mi corazón.

—Tienes un alma vieja —dijo una vez—. Yo no diría esto a

Georgia, y por amor de Dios, no se le digas nunca que te dije esto. Pero

ella no tiene la misma intuición que tu. La misma capacidad de ver las

cosas por lo que son. No quiero que tengas miedo de ir tras las cosas

que realmente quieres en la vida. Porque creo que vas a querer las

cosas correctas.

Si ella sólo pudiera ver lo que yo quería ahora, se comería sus

palabras.

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Pasé los ojos de los barcos que paseaban a Vincent, sentado

inmóvil a mi lado, estudié su perfil mientras miraba hacia el agua,

perdido en sus propios pensamientos. Ni siquiera era una opción. ¿A

quién trataba de engañar? Ya había tomado la decisión desde la

primera vez que lo vi, aunque mi mente racional tratase de decirme lo

contrario.

Me incliné hacia él. Alcanzándole con mi mano, deslicé mis dedos

por su brazo. Volvió la cabeza y me miró con un anhelo que hizo que mi

corazón saltara. Me lavé los labios contra la superficie de bronce de la

mejilla y me preparé tener la fuerza para decir las palabras que yo sabía

que tenía que decir.

—No puedo, Vincent. No puedo decir que sí.

Sus ojos mostraban el dolor, incluso la desesperación, pero no

sorpresa. Mi respuesta fue la que él había esperado.

—No estoy diciendo que no, tampoco —continué, y se relajó

visiblemente—. Voy a necesitar algunas cosas si vamos a empezar a

vernos. —Dejó escapar una risa baja y sexy.

—Así que haciendo demandas, ¿no? Bueno, escuchémoslas.

—Quiero un acceso ilimitado.

—Suena interesante. ¿Para qué, exactamente?

—Para la información. No puedo hacer esto si no lo entiendo.

—¿Necesitas saberlo todo de inmediato?

—No, pero no quiero sentirme como si me estuvieras ocultando

nada.

—Me parece justo. Mientras vaya en ambos sentidos.

Una ligera sonrisa levantó las comisuras de sus labios

perfectamente esculpidos. Aparté la vista, antes de perder valor.

—Necesito saber cuando no te voy a ver por un tiempo. Cuando

hagas la cosa esa de sueño-mortal. Así que no me preocuparía que te

hubiese pasado algo. O mis incesantes preguntas.

—De acuerdo. Eso es bastante fácil, cuando las cosas van bien.

Pero si algo llegara a suceder. . . queda invalidado.

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—¿Algo como qué?

—¿Te acuerdas de que te dije acerca de cómo me mantenía joven?

—Oh. Sip. —Esas palabras devolvieron la terrible imagen de Jules

saltando delante del tren—. ¿Quieres decir que si fueses a “salvar a

alguien”?

—Entonces asegúrate de hablar con uno de mi tribu.

Me acordé de haberle oído usar esa palabra antes.

— ¿Por qué dices “tribu”?

—Es como nos llamamos unos a otros.

—Suena a estereotipo de la edad media, pero vale —le dije con

escepticismo.

—¿Algo más? —me preguntó, mirándome como un niño travieso a

la espera de recibir su castigo.

—Sí. No tiene por qué ser inmediato, pero... tienes que conocer a

mi familia.

Vincent se echó a reír, un sonido rico que me sorprendió con

diversión y alivio. Se inclino hacia mí, me tomó en sus brazos y dijo:

—Kate. Sabía que eras una chica chapada a la antigua. Una niña

a la caza de mi corazón.

Me dejé derretir entre sus brazos durante unos segundos, y luego

me eche hacia atrás y puse la expresión más grave que pude hacer en

estas circunstancias.

—No me comprometo a nada, Vincent. Sólo para la próxima cita.

De repente sentí que el viejo yo, la yo anterior la accidente de

Brooklyn, me estaba mirando desde afuera al nuevo yo, el yo que ni

siquiera hace un año se había visto obligada a crecer instantáneamente.

El yo, que había sido un campo de batalla marcado por la tragedia. Me

quedé sorprendida de presenciarme a mi misma sentada al lado de este

chico impresionante y hablando de esas cosas con él. ¿Cómo diablos me

había transformado tan rápidamente en esta persona sensata? ¿Cómo

podía estar sentada allí, con estoicismo, cuando se estaban

estableciendo las condiciones para algo que yo quería más que

cualquier otra cosa que jamás había deseado?

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El instinto de conservación. Esas cuatro palabras vinieron a mi

mente, yo sabía que lo que estaba haciendo estaba bien. Todo mi ser se

había hecho trizas cuando perdí a mis padres. No quería abrirme por si

Vincent caía. En el fondo sabía que había sobrevivido a duras penas a

la “desaparición” de mis padres. No podía sobrevivir a otra más.

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Traducido por Judithld

Corregido por Marce Doyle*

aminemos —dijo Vincent y, ayudándome a

ponerme de pie, extendió el brazo para

sostenerme. Dimos un paseo mientras veíamos

barcos navegar junto a nosotros a través del agua verde oscura, dejando

tras ellos una estela espumosa y enviando grandes y rizadas olas a

golpear contra las piedras bajo nuestros pies.

—Entonces, ¿cómo... moriste? Me refiero a la primera vez —le

pregunté.

Vincent se aclaró la garganta.

—¿Puedo esperar hasta más tarde para contarte mi historia? —

preguntó, sonando incómodo—. No quiero parecerte completamente

raro cuando te cuente cómo solía ser antes de tener la oportunidad de

enseñarte cómo soy ahora. —Me dirigió una sonrisa incómoda.

—¿Eso significa que tampoco tengo que hablarte sobre mi

pasado? —le repliqué.

—No —se quejó—. Sobre todo porque apenas he empezado a

entenderte. —Hizo una pausa—. Por favor, no me preguntes todavía.

Haz cualquier otra pregunta, sólo que esa no.

—Está bien, qué tal... ¿por qué tienes una foto mía al lado de tu

cama? —inquirí

—¿Te ha acojonado? —dijo, riendo.

—Sí, un poco —admití—. Aunque lo vi alrededor de un segundo

después de haberte encontrado muerto en tu cama, por lo que el

acojonante ya era bastante alto.

—Bueno, Charlotte y yo tuvimos que pelearnos por esa —dijo—.

¿Te diste cuenta de las fotos de mis paredes?

—C

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—Sí. En las de Charlotte también había. Ella dijo que había gente

a la que había salvado.

Él asintió con la cabeza.

—Son nuestros “rescates”. Y después de que te salváramos,

ambos reclamamos tu foto.

—¿Cómo es eso? —pregunté, confundida.

—Bueno, ¿te acuerdas de ese día en la cafetería cuando casi te

convertiste en historia en París?

Asentí con la cabeza.

—Charlotte te hizo una seña, ese es el por qué de que te movieras

a tiempo para evitar la piedra que caía. Pero yo soy el que le dijo lo que

iba a suceder.

—¿Estabas allí? —pregunté, parándome en seco y levantando la

mirada hacia él.

—Sí... en espíritu. No en cuerpo —dijo Vincent mientras me

arrastraba con él.

—¿En espíritu? Pensé que habías dicho que no sois fantasmas.

Vincent puso su mano sobre la mía, y yo empecé a sentirme como

si me hubieran inyectado una mini dosis de tranquilizantes.

—Ya basta con la cosa del “toque relajante”. Sólo explícalo. Puedo

manejarlo.

Vincent dejó su mano sobre la mía, pero la sensación de calidez

desapareció. Él sonrió con aire de culpabilidad, como si le hubieran

pillado copiando en un examen.

Sin darme demasiadas palmaditas en la espalda a mí misma,

sentí que estaba manejando las cosas bastante bien. Aparte de

descubrir que el chico que me gustaba era inmortal, pensé que me

estaba tomando las lecciones de cómo funcionan las cosas

sobrenaturales con calma. No me había asustado. Mucho. Bueno,

excepto cuando vi a Jules morir. Y encontré las fotos de la necrológica.

Y me encontré a Vincent “muerto” en su cama. Todo lo cual era

totalmente comprensible que me asustara en ocasiones, me aseguré.

Vincent estaba hablando, así que intenté concentrarme.

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—Volveré al estado espiritual. Pero lo que te estaba diciendo sobre

mí estando con Charlotte y Charles… es nuestro modus operandi como

revenants. Por lo general, viajamos en grupos de tres, cuando

“andamos”. Eso es lo que lo llamamos estar... uhm... de patrulla. De

esta forma si pasa algo…

—¿Como le pasó a Jules en el metro?

—Exactamente. Entonces los demás alertarán a Jean-Baptiste,

quien se asegurará de que recuperamos el cuerpo.

—¿Y cómo hace eso? ¿Tiene contactos en la morgue de la ciudad?

Lo dije en broma, pero Vincent sonrió y asintió.

—Y en la policía, entre otras organizaciones.

—Qué práctico —dije, intentado no parecer sorprendida.

—Mucho —estuvo de acuerdo—. Probablemente piensan que

Jean-Baptiste es algún tipo de gánster o necrófilo, pero por la cantidad

de dinero que paga por los servicios que necesita parece ser que hace

que la gente se olvide de las preguntas.

Me quedé en silencio, pensando en lo complicado que el negocio

de salvar la vida a los no muertos debe ser. Y aquí estoy yo, colándome

sin darme cuenta en su fiesta cuidadosamente planeada. No me extraña

que no estuviera en la lista VIP de invitados de Jean-Baptiste.

—Charlotte me explicó sobre cómo cuando estamos inactivos

nuestros cuerpos están muertos pero nuestras mentes siguen activas.

Asentí.

—Ella estaba simplificando un poco. En realidad, el primero de

los tres días inactivos estamos muertos en “cuerpo y mente”. Todo está

apagado, como si fuéramos cualquier otro cadáver. Pero el segundo día

cambiamos a otro modo… estamos muertos sólo en cuerpo. Si hemos

sido heridos desde la última hibernación, nuestro cuerpo empieza a

curarse a sí mismo. Y nuestras mentes se despiertan. Durante dos días

nuestra consciencia puede como… desprenderse del cuerpo. Podemos

viajar. Podemos hablar los unos con los otros.

No me lo podía creer. Había más “reglas revenants”. Esto no puede

ponerse más raro, pensé.

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—¿Flotando por ahí fuera de vuestros cuerpos? Ahora entiendo

por qué Charles dijo que erais fantasmas.

Vincent sonrió.

—Cuando nuestras mentes abandonan el cuerpo, lo llamamos

estar volant.

—¿Volant como “volar”?

—Exactamente. Y mientras estamos volant tenemos una especie

de sexto sentido refinado. No es exactamente adivinación, pero sí

podemos intuir cuando algo va a pasar para que los otros puedan

utilizarlo para salvar a alguien. Es como ver el futuro, pero sólo con lo

que está pasando cerca de nuestra inmediata ubicación, y sólo es un

minuto o dos de donde estamos.

Tacha eso... se puede poner más raro.

Vincent debe de haber sentido la vacilación en mi paso y supuso

correctamente que me estaba abrumando. Me llevó a un banco de

piedra a un lado del muelle y se sentó conmigo, dándome tiempo para

procesar toda aquella imposible historia. Ante nosotros, el reflejo de los

edificios a lo largo del río ondulaba sobre la superficie del agua.

—Sé que suena extraño, Kate. Pero es uno de los dones que

poseemos como revenants. Uno de nuestros únicos “súperpoderes”,

como tú dices. Como cuando nos viste a Jules y a mí en el metro, en

realidad había tres de nosotros allí. Ambrose estaba volant, y nos avisó

justo antes de que aquél hombre saltara. Jules dijo que lo agarraría,

mientras que yo te protegía de verlo. —Vincent sonrió con una sonrisa

un poco avergonzado—. Ambrose es también la razón de que nos

topáramos contigo en el Museo Picasso. Él te vio desde fuera y le sugirió

a Jules que apareciera en el interior para «una lección de Cubismo».

—Pero, ¿cómo sabía Ambrose siquiera quién era yo? —pregunté,

incrédula.

—Hacer que me tope contigo es la idea que tiene Ambrose de una

broma. Yo había estado hablando de ti a los demás, incluso antes de

que te salváramos en el café.

Cogió una hoja muerta y empezó a desmenuzarla entre los dedos.

—¿Lo hiciste? —jadeé, estupefacta—. ¿Qué es lo que has estado

diciendo?

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—Eh... ¿no te gustaría saberlo? —Sonrió con picardía—. No puedo

revelar todos mis secretos de un tirón. ¡Permíteme mantener al menos

un ápice de dignidad!

Puse los ojos en blanco y esperé a ver qué era lo que vendría

después. Pero secretamente estaba emocionada por esta revelación.

—En cualquier caso, el día en que casi fuiste aplastada por la

mampostería, estaba volant con Charlotte, y Charles y vio el edificio

cayendo a pedazos un minuto antes de que ocurriera. Le dije a

Charlotte que tenías que moverte, y ella te hizo un gesto para que

vinieras. Es por eso que ambos reclamamos tu foto para nuestro “Muro

de la Fama”. —Él sonrió y desvió la mirada de la hoja ahora hecha

jirones a mis ojos, midiendo mi reacción.

—¿Pero por qué las fotos? ¿Son —me estremecí— trofeos?

—No. No es como si nos regodeáramos. O compitiéramos. Es algo

más profundo —dijo Vincent, su sonrisa fue reemplazada por una

mirada de inquietud—. Es difícil no llegar, en cierto modo, a…

obsesionarnos... con nuestros rescates, especialmente por los que

morimos. Morir repetidamente no es fácil. Y es difícil no querer saber

después qué ha pasado con la persona por la que mueres. Si la

experiencia cercana a la muerte cambió su vida. Si el sacrificio que

hiciste les provocó un efecto mariposa a ellos, a su familia, las personas

que los conocen, y así sucesivamente. —Él se rió incómodamente—. Si

no tuviéramos cuidado, podríamos acabar acechándolos. A veces

ocurre. Es una trampa fácil para aquellos a los que no se les advierte.

Por suerte, Jean-Baptiste tiene un par de cientos de años como no-

muerto en su haber. Él nos mantiene en el Triple-Recon Plan. —Sonrió

Vincent—. Podemos volver y fotografiar nuestro rescatados después

salvarlos. Luego podemos ir en forma de volant dos veces para

comprobarlos, pero no se recomienda otro tipo de comunicación.

Después de eso, tenemos que satisfacernos con buscar en Google el

contenido de nuestro corazón.

—Así que Ambrose casi tiró esa regla por la ventana cuando nos

obligó a estar en la misma sala del museo.

Él sonrió.

—Las reglas ya eran un poco jodidas. Como he dicho, mi

fascinación por ti empezó mucho antes del incidente edificio en ruinas.

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Vincente evitó mis ojos. Tiró los restos de la hoja destrozada al

agua, estiró la mano y cubrió mi mano con la suya. Oí una campana de

alarma sonando en la parte trasera de mi mente mientras escudriñaba

la información que él me había dado. Y entonces algo hizo clic.

—Vincent, ¿estás diciendo que a pesar de que no moriste por mí,

te convertiste en un obseso por mí después de salvarme la vida?

—Más obseso —admitió Vincente, sin dejar de mirar hacia otro

lado.

—Así que, si la obsesión es inevitable, ¿entonces qué me hace

diferente a cualquier otra de tus rescatados? Tal vez la razón por la que

me gustas es que acabo mudarme a tu calle y nuestros caminos se

cruzan con más frecuencia que con la mayoría. Tú me salvaste, pero en

lugar de desaparecer de tu vida como todos los demás, yo seguía

apareciendo y alimentaba tu obsesión. ¿Cómo sabes que no es por eso?

—Se quedó en silencio—. Es eso, ¿no? —Negué con la cabeza con

desaliento. Un nudo de desesperación se apoderó de mi estómago—. Me

pregunto cómo alguien como tú podría enamorarse de alguien como yo.

Cómo has pasado de actuar como si yo fuera una estúpida admiradora

el primer par de veces que te vi, a mirarme como si yo fuera la chica de

sus sueños. Y esa es la respuesta. No tiene nada que ver conmigo. Es

una especie de adicción a antinatural a salvar vidas que va junto con

ser revenant.

Sabía que no podía ser verdad, me dije a mí misma.

Vincent agachó la cabeza poniéndola entre sus manos y se sentó

como por un minuto, masajeándose las sienes antes de hablar.

—Kate, he salvado a cientos de mujeres y nunca he sentido esto

por ninguna de ellas. Yo estaba interesado en ti antes de que te salvara

la vida. Lo admito, la parte de salvarte te hizo más inolvidable. En cierto

modo se selló mi decisión de conocerte. Tal vez me porté como un

imbécil la primera vez que hablamos, pero ha pasado mucho tiempo

desde que me he dejado sentir nada por nadie. Me falta práctica siendo

humano. Tienes que creerme.

Busqué algún indicio de engaño en su rostro. Parecía

completamente sincero.

—Entonces, tienes que ser honesto conmigo, Vincent —dije—. Si

de repente te das cuenta de que eso es todo lo que soy —un rescatado

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del que has logrado ser cercano— entonces me gustaría saberlo

inmediatamente.

—Voy a ser honesto, Kate. Nunca te mentiré.

—O esconderme cosas debería saber.

—Te doy mi palabra.

Asentí con la cabeza. El sol ya se estaba poniendo, y las luces

comenzaron a aparecer en los edificios por encima de nosotros, sus

reflejos rebotaban en el agua como llamas oscilantes.

—Kate, ¿qué estás sintiendo?

—¿Honestamente?

—Honestamente.

—Miedo.

—Deja que te lleve a casa —dijo Vincent, con el lamento llenando

su voz. Él se levantó y me llevó a su lado.

¡No!, pensé. Y en voz alta dije tartamudeando:

—No... todavía no. No vamos a terminar hoy así. Vamos a hacer

otra cosa. Algo normal.

—¿Quieres decir hablar de algo más que de la muerte, los

espíritus que vuelan e inmortales obsesionados?

—Eso estaría bien —dije.

—¿Qué me dices de cenar? —dijo Vincent.

—Está bien. —Asentí con la cabeza—. Sin embargo, déjame

decirle a Georgia que no voy a cenar en casa.

Saqué el teléfono móvil del bolso y escribí un mensaje de texto:

Salgo a cenar. Por favor, dile a M y P que no llegaré muy tarde.

Vincent agarró mi mano y entrelazó los dedos con los míos,

enviando pequeñas ondas de choque a través de mi corazón. Mi teléfono

sonó cuando llegamos a la cima de las escaleras. Era Georgia.

—¿Sí?

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—Así que, ¿con quién vas a cenar?

—Así que, ¿por qué lo quieres saber? —sonreí, mirando de reojo a

Vincent.

—Digamos que me estoy tomando en serio mi papel como tu

tutora legal —ronroneó.

—Tú no eres mi tutora legal.

Georgia se echó a reír.

—¿Con quién estás?

—Un amigo.

—¿V?

—En realidad, sí.

—Oh, Dios mío, ¿adónde vais? Me pasaré y simplemente fingiré

que estaba en la zona así puedo echarle un vistazo.

—De ninguna manera, y además, aún no sé ni dónde vamos a ir.

Vincent me dirigió una sonrisa socarrona.

—¿Georgia? —preguntó. Asentí con la cabeza, y él cogió el

teléfono.

—Hola, ¿eres Georgia? Vincent al habla. ¿Debería haber aclarado

esta cita contigo antes de salir con tu hermana? —Se rió, y podría decir

que Georgia ya estaba usando su irresistible encanto con él. Finalmente

dijo—: No, no creo que conocer a los viejos estuviera en nuestros planes

para esta noche, pero estoy seguro que nos conoceremos pronto. Porque

no, ¿preguntas? —Me guiñó un ojo, y me estremecí. Era increíble cómo

me afectaba. De un modo peligroso.

—Vas a tener que preguntárselo a tu hermana. Ella lleva la voz

cantante.

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Traducido SOS por Alexia Cullen y AleG

Corregido por Marce Doyle*

os sentamos uno frente al otro con una pequeña mesa en

un restaurante cueva en el Marais29. Decenas de velas

encendidas iluminaban el espacio a nuestro alrededor.

Nuestras piernas estaban cruzadas debajo de la mesa, la mía

descansando entre las de él, y la sensación de su cuerpo tocando el mío

dejó a mi sangre en una constante ebullición desde el momento en que

nos sentamos hasta que nos fuimos.

Seguí intentando luchar contra los sentimientos de que Vincent y

yo éramos realmente una pareja. Era nuestra primera cita verdadera,

después de todo, y además de la poca creíble información de Vincent

que me había dado sobre su capa monstruosa, no sabía nada de él. No

era el momento de bajar la guardia. Decidí sacar las cosas a la luz.

—Has estado hablando inglés conmigo toda la tarde y todavía no

has cometido ningún error —le felicité mientras esperábamos a que

nuestra comida llegara.

—Cuando duermes tan poco como lo hacemos nosotros, tienes un

montón de tiempo para cosas como libros y películas. He preferido leer

en el idioma original y ver las películas sin tener que leer los subtítulos.

Así que he logrado aprender mis favoritos: inglés, italiano y algunas

lenguas escandinavas.

—Bueno, estoy empezando a sentirme intimidada.

—Estoy seguro de que si tuvieras décadas suficientes para

trabajarlo, me lo mostrarías completamente ─respondió, con sus ojos

vivos por el parpadeo de las velas.

29

Marais: barrio de París, Francia situado en el III y IV distrito parisinos, en la margen

derecha. Hoy en día está delimitado al oeste por rue du Temple, al este por el

boulevard Beaumarchais, al norte por la rue de Bretagne y al sur por el río Sena. Le

Marais es un distrito de moda con negocios y empresas del ámbito legal y bancario.

En él reside la población judía más importante de Europa. Se lo considera uno de los

barrios más cosmopolitas del viejo continente.

N

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El camarero sirvió nuestros platos delante de nosotros.

—Buen provecho —dijo Vincent, esperando a que yo cogiera mi

cuchillo y tenedor antes de tocar la suya.

—Así que comes comida normal —comenté, mirando a Vincent

cortar un pedazo de su Magret de Pato30.

—¿Qué? ¿Esperabas que me pidiera cerebros crudos? Pensé que

íbamos a mantenernos lejos de los temas de conversación sobrenatural

esta noche —dijo con una sonrisa.

—¡No todas las noches tengo cena con un inmortal! —bromeé—.

Dame un poco de margen.

—Comemos cosas normales. Bebemos cosas normales. No

dormimos, excepto cuando estamos aletargados, que en realidad no

cuenta como dormir. De todos modos todo lo demás trabaja de la

misma… —sus ojos se estrecharon descaradamente y sus labios

formaron una sonrisa sexy —O eso es lo que he oído.

Me sonrojé y me concentré intensamente en mi plato.

—¿Kate?

—¿Mmm?

—¿Cuál es el resto de tu nombre?

Me encontré con sus ojos.

—Kate Beaumont Mercier. Beaumont es el apellido de soltera de

mi madre.

—Es francés.

—Sí, tengo raíces francesas en ambas partes de mi familia. De

todas formas, nombrar a tus hijos después de tu apellido de soltera es

una cosa del Sur. Y en el Sur es donde mi madre creció. En Georgia, en

realidad.

—Ahora todo está cayendo en su lugar —sonrió Vincent.

—¿Y tú?

30 Magret de Pato: filete de carne magra, cortada de la pechuga de un ganso o un

pato cebado.

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—Vincent Pierre Henri Delacroix. En Francia tenemos dos

segundos nombres. Pierre es el nombre de mi padre y mi abuelo era

Henri.

—Suena muy aristocrático.

—Tal vez sí, de toda la vida —se rió Vincent—. Pero mi familia no

era nada como la de Jean─Baptiste. Es fácil decir de qué tipo de origen

es.

—Jean─Baptiste —murmuré—. No parece muy enamorado de mí.

La cara de Vincent se ensombreció.

—Quiero que sepas que aunque Jean─Baptiste es como mi propia

familia, su opinión sobre ti no me importa. Si deseas gustarle entonces

te aseguraré: vendrá. Tienes que ganarte su confianza… no la da con

facilidad. Pero hasta entonces, estás conmigo. Respetará mi elección y

será cortés a partir de ahora.

Vincent vio la duda en mi rostro y se apresuró a decir:

—Esto es, por supuesto, si queremos seguir viéndonos el uno al

otro. Lo cual deseo que hagamos.

Asentí con la cabeza para mostrar que lo entendía, y Vincent, al

parecer aliviado al ver que yo no había hecho una carrera después de

su diatriba demasiado ferviente, cambió de tema.

—¿Así que tú y tu hermana sois muy cercanas?

—Sí, ella ni siquiera es dos años mayor que yo, así que siempre

hemos bromeado acerca de ser gemelas. Pero somos totalmente

diferentes.

—¿Cómo es eso?

Me di un mordisco y pensé en cómo describir a mí hermana, la

mariposa social, sin hacer que sonara superficial.

—Georgia es una extrovertida total. No es como si yo fuera

exactamente una tímida, pero no me importa pasar tiempo conmigo

misma. Mi hermana tiene que estar con gente de veinticuatro y

veintisiete. En Nueva York todo el mundo la conocía. Siempre se las

arreglaba para encontrar las mejores fiestas y estaba rodeada

continuamente de su séquito: miembros de la banda, DJs, artistas del

performance.

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—Y déjame adivinar… tú estabas demasiado ocupada leyendo y

yendo a los museos para unirte a ella.

Me reí cuando vi la sonrisa irónica de Vincent.

—No. Fui con ella a veces. Pero yo no era el centro de atención

como Georgia. Yo sólo era la hermana pequeña de Georgia a lo largo del

paseo. Ella se encargaba de mí. Siempre designaba a alguien de su

grupo para asegurarse de que yo tenía un buen rato.

No expliqué cómo Georgia siempre elegiría una “cita” para mí:

chicos magníficos con pantalones de cintura baja que, para mi

sorpresa, entusiasmadamente asumían el reto de entretener a la

hermana de Georgia. Algunos de estos montajes se habían convertido

en algo más. No mucho más, en realidad, pero si algunos de esos chicos

daban la casualidad de estar en una fiesta con Georgia y yo iba, sabía

que tenía alguien con quien bailar, sentarme cerca, y quizás besar en

alguna esquina oscura de la habitación más tarde en la noche. Georgia

los llamaba mis “chicos fiestas”.

Ahora, con Vincent sentado en la mesa enfrente de mí, más

mayor que la vida, ellos parecían como fantasmas. Sombras, en

comparación con él.

—Me preocupaba cómo podría manejar el tener que renunciar a

su trono de reina de la vida nocturna cuando nos mudamos —

continué—, pero la subestimé. Está bien en su camino para alcanzar el

mismo nivel aquí.

—¿Diferente ciudad, misma escena?

—Ella esta, básicamente, fuera, todas las noches que Papy y

Mamie no la obligan a quedarse en casa. Pero, a diferencia de en Nueva

York, no voy con ella.

—Lo sé —dijo, pinchando una patata con el tenedor, y luego se

detuvo y miró rápidamente para ver si me había dado cuenta de su

desliz.

—¿Qué? —le pregunté, sorprendida, y entonces las palabras de

Ambrose volvieron a mí de repente. Hemos estado comprobando sus

salidas, y no es una espía. —¡Nos has estado siguiendo!

Sintiendo al mismo tiempo alago y horror, puse mis piernas

detrás de él y le mantuve a mi lado de la mesa.

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—Nadie estaba siguiendo a Georgia, sólo siguiéndote a ti. Y era

yo. Por lo menos después del día que hablamos en el Museo Picasso.

Después de eso sentí que te debía un poco de privacidad. Fueron

Ambrose y Jules, una vez que supieron que yo estaba… interesado en

ti, insistieron en asegurarse de que no eras un peligro para nosotros.

Sin embargo, yo nunca dudé de ti. Honestamente.

—¿Un “peligro”? —le pregunté consternada.

Vincent suspiró.

—Tenemos enemigos.

—¿Qué quieres decir?

—Cambiemos de tema —dijo Vincent—. Lo último que quiero es

en envolverte en algo que podría ponerte en riesgo.

—¿Tú estás en riesgo? —pregunté.

—No contactamos con ellos muy a menudo. Pero cuando lo

hacemos, termina en que cada lado quiera destruir al otro. Así que si

me pediste que fuera honesto, tengo que decir que sí. Pero he tenido

décadas de experiencia protegiéndome a mí mismo. No quiero que te

preocupes.

De repente, recordé mi caminata aquella mañana con Georgia a lo

largo del muelle.

—La noche que te vi sumergirte en el Seine después de esa chica.

Personas estaban peleando debajo del puente. Con espadas.

—Bien, entonces realmente los has visto. Esos eran los Numa.

Incluso la palabra sonaba a maldad. Me estremecí.

—¿Qué son?

—Son lo mismo que nosotros, pero al contrario. Son aparecidos,

pero su destino no es salvar vidas. Es destruirlas.

—No entiendo.

—Nos convertimos en inmortales cuando morimos mientras

salvamos la vida de alguien. Ellos ganan su inmortalidad tomando

vidas. Al universo parece que le gusta el equilibrio. —Su sonrisa era

amarga.

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—¿Quieres decir que ellos son asesinos resucitados? —Sentí una

fría hoja de pánico rasgar un camino desde mi estomago hasta mi

corazón.

—No sólo asesinos. Todos ellos traicionaron a alguien para que

muriera.

Inspiré profundamente.

—¿Qué? Espera un minuto. ¿Quieres decir que cualquier persona

que muere después de traicionar a alguien para que muera se convierte

en un inmortal malvado?

—No, no todos. Sólo algunos. Es como nosotros. No todo el

mundo que muere salvando a alguien más es resucitado. Te lo explicaré

en otro momento… es un poco complicado. Todo lo que necesitas saber

es que los Numa son malos. Son peligrosos. Y nunca mueren porque

siguen asesinando. Lo que les facilita esa línea de trabajo es que

básicamente son mafiosos glorificados, se mueven entre la prostitución

y las drogas, y para legalizar sus negocios comerciales, tienen bares y

discotecas. No es sorprendente, que en su mundo, la oportunidad de la

muerte y la traición venga con la suficiente frecuencia.

—¿Y esas eran las… cosas, que peleaban debajo del puente esa

noche?

Vincent asintió.

—La chica que iba a saltar se había involucrado con ellos. La

habían llevado a la decisión de suicidarse, y luego la acompañaron para

asegurarse de que en realidad lo hiciera.

—Pero se veía tan joven. ¿Cuántos años tenía?

—Catorce.

Me estremecí.

—¿Entonces por qué estabas allí? —pregunté.

—Charles y Charlotte estaba paseando con Jules al volante. Jules

lo vio antes de que ocurriera y corrió a casa para avisarnos a mí y a

Ambrose. Cuando llegamos a la escena, los gemelos sostenían a algunos

de los Numa bajo el puente mientras la chica… bueno viste que sucedió.

La agarré justo antes de que saltara.

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—¿Capturaste a… los chicos malos? —No quería decir esa

palabra, había tenido un efecto tan perturbador en mí.

—Dos de ellos, sí. Otro par se escapo.

—Así que tu no sólo salvas gente. También la matas.

—Los Numa no son gente. Si tenemos la oportunidad de destruir

a un aparecido del mal, lo hacemos. Los humanos siempre pueden

cambiar; es por eso que nosotros evitamos matarlos. Siempre hay una

posibilidad de redención en su futuro. Pero no los Numa. Comenzaron

su camino mientras fueron humanos. Una vez que han sido aparecidos,

están más allá de cualquier esperanza de salvación.

Así que Vincent era un asesino, pensé. Un asesino de chicos-

malos, pero al fin y al cabo un asesino. No estaba segura de cómo me

sentía al respecto.

—¿Y la chica que se lanzo desde el puente?

—Está bien.

—¿Estás obsesionado con ella?

Vincent se rio.

—Ahora que se que está bien, no. —Debajo de la mesa, él empujo

mis piernas de nuevo entre las suyas, y parte de la calidez volvió—. Sólo

soy afortunado de que los aparecidos no puedan leerse la mente unos a

otros, porque Jean-Baptiste podría matarme si sabe que te he contado

acerca de los Numa.

—¿Violación de la seguridad? —Me reí.

Vincent sonrió.

—Sí, pero confió en ti, Kate.

—No hay problema —dije— Probablemente ya sabes esto por tu

red de espías, pero no tengo a nadie a quien decírselo así quisiera. No

es como si tuviera una multitud de amigos esperando escuchar mi

chisme inmortal.

Vincent se rió.

—No. Pero me tienes a mí.

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—Seré extra cuidadosa para no parlotear acerca de los monstruos

que te rodean, entonces.

—¿Cómo es que hablamos por dos horas y todavía no sé nada

acerca de ti? —me quejé mientras salíamos del restaurante.

—¿Qué quieres decir? —respondió Vincent, encendiendo la

moto—. Te dije un montón de nosotros.

—Acerca de ti como un grupo, muchísimo, pero de ti como

persona, nada. —Grité por encima del ruido del motor—. No dejaste que

te hiciera ninguna pregunta. Me pones en desventaja.

—Súbete. —dijo, riendo. Me subí detrás de él y envolví mis brazos

a su alrededor, sintiéndome cerca a la felicidad.

Cruzamos el río y empezó a dirigirse hacia nuestra parte de la

ciudad. Con el viento golpeando mi pelo violentamente sobre el borde

del casco, y el cálido cuerpo de mi… potencial novio presionado contra

mí, desee que él siguiera conduciendo hasta que llegáramos al Océano

Atlántico, por más de cuatro horas. Pero cuando el museo de Louvre

apareció a la vista al otro lado del Seine, Vincent aminoró la marcha y

se detuvo junto al río. Apago la motocicleta y la parqueó en un poste

antes de tomar mi mano y llevarme hacia el río.

—Ok, pregunta algo —dijo.

—¿A dónde me llevas?

Vincent se rió.

—¿Tienes una pregunta y vas a usarla en eso? Okey, Kate. Ya que

has sido tan paciente, responderé. —Subimos sobre el Pont des Arts

(Puente de las artes), una pasarela de madera que cruza el rio, y

empezamos a cruzarlo.

La ciudad estaba iluminada como un árbol de navidad, y los

reflejos de las iluminaciones del puente la hacían parecer majestuosa y

de otro mundo. La Torre Eiffel brillaba en la distancia y el reflejo de la

luna resplandecía sobre la superficie del agua arremolinada debajo de

nosotros.

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Alcanzamos el centro del puente, Vincent me llevo gentilmente

hacia la baranda lateral y se puso detrás de mí, me envolvió en sus

brazos y tiró de mí más cerca de él. Cerré mis ojos e inhalé, llenando

mis pulmones con el olor característico del agua del río, que a lo largo

de los años había llegado a comparar con un estado de tranquilidad. Mi

corazón latió lentamente, y mientras los músculos de Vincent se

flexionaban alrededor de mis hombros, latía más rápidamente.

Nos quedamos allí, juntos, mirando la Ciudad Luz por unos

momentos eufóricos antes de que él inclinara su cabeza hacia abajo y

susurrara:

—La respuesta a la pregunta de adonde te estaba llevando seria…

al lugar más hermoso en París. Con la chica más hermosa que he

tenido la suerte de ver, y la cual espero que desesperadamente se

encuentre conmigo otra vez. Tan pronto como sea posible.

Mire por encima de mi hombro y observe su expresión sincera. Él

me giro lentamente hacia él. Me miro durante un minuto entero con sus

grandes ojos oscuros, como si intentara memorizar cada centímetro de

mi cara. Luego levanto su mano para cepillar un mechón de pelo hacia

atrás, metiéndolo suavemente detrás de mi oreja mientras levantaba

mis labios hacia los suyos.

Nuestra piel apenas se tocaba. Él estaba dudando, como si

supiera lo que quería pero tuviera miedo de alejarme. Nuestros labios se

rozaron, y sentí como si una fibra sensible fuera tocada dentro de mí, y

mi cuerpo estuviera tarareando una nota musical pura. Poco a poco

levante mis brazos para colocarlos alrededor de su cuello, con miedo de

que un movimiento brusco pudiera romper el hechizo. Pero cuando sus

labios se encontraron con los míos, una vez más, la magia se intensificó

y la nota creció hacia un clímax que bloqueó cualquier otro sonido.

París desapareció. El vaivén de las olas bajo nosotros, el zumbido

de los carros pasando al otro lado del río, el susurro de las parejas que

caminaban de la mano… todo desapareció, y Vincent y yo éramos las

únicas personas en la tierra.

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Traducción SOS por Alexia Cullen.

Corregido por Mlle_Janusa.

lgo crujió a los pies de mi cama. Obligué a un ojo a abrirse

y, a través de la bruma de un sueño interrumpido, vi a mi

hermana posada en el borde de mi colchón. Parecía

demasiado excitada para este momento de la mañana. ¿O todavía era

de noche? Levantando una ceja, ordenó:

—¡Cuéntame todo! —y luego, arrancando las sábanas que tiré

sobre mi cabeza, trató de sonar grave—. ¡Si no lo haces, no te permitiré

verle de nuevo!

Gimiendo, me limpié los ojos legañosos y me apoyé sobre mis

codos.

—¿Qué hora es? —bostecé, dándome cuenta de que Georgia

estaba completamente vestida.

—Tienes exactamente quince minutos para prepararte para la

escuela. Te dejé dormir hasta tarde.

Miré hacia mi reloj y vi que tenía razón. Presa del pánico, me

quité las mantas y empecé a saltar por la habitación, agarrando un

sujetador y unas bragas del cajón, excavando a través de una pila de

ropa limpia doblada y puesta en una silla.

—Pensé que después de que llegaras tan tarde podrías necesitar

algo de sueño extra —susurró.

—Muchas gracias, Georgia —gemí, resbalando una camiseta

limpia roja sobre mi cabeza y rebuscando en mi armario un par de

vaqueros. Y luego, teniendo un flashback de la noche anterior, me

hundí en mi puesto sobre la cama—. ¡Oh, Dios mío! —dije cuando sentí

que mis labios formaban una sonrisa soñadora que revelaba todo.

—¿Qué sucede? ¿Te besó?

Mi rostro encendido debía haberle dicho todo, porque mi hermana

saltó y dijo:

A

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—¡Eso es todo! ¡Tengo que conocerlo!

—Para, Georgia, me estás avergonzando. Dame un poco de tiempo

para averiguar, incluso, si me gusta el chico —dije, cuando metí los pies

por los pantalones y me puse de pie para subirlos por mis caderas.

—Hemos pasado por esto antes —dijo mi hermana, agarrándome

por el hombro y analizando mi cara por un segundo, buscando —. Y

siento informarte, Katie-Bean, pero por lo que parece, ya es demasiado

tarde para eso.

Y salió brincando de la habitación, sonriendo y aplaudiendo con

sus manos.

—Me alegro de proporcionarte el entretenimiento de la mañana —

me quejé y me incliné para atarme los cordones de los zapatos.

El día pasó rápidamente, caía en un estado de ensueño tan

pronto como me sentaba en cada clase y pasaba las horas meditando

sobre la noche anterior. Parecía demasiado bueno para ser verdad;

Vincent confesando sus sentimientos por mí en el río, la cena con velas

y luego… mi corazón se sacudía cada vez que pensaba en el beso en el

Ponts des Arts. Y de cómo después de que Vincent me llevó a casa y me

dio otro beso, corto pero increíblemente delicado, en frente de mi

edificio.

El aspecto de total devoción que había visto en sus ojos cuando

me tomó en sus brazos me había conmovido. No había sabido si tener

miedo de él o responderle del mismo modo. Pero no podía permitirme

corresponderle. No estaba preparada para bajar la guardia.

A la hora del almuerzo, me volví hacia mi teléfono para checar mis

mensajes. Georgia siempre me enviaba unos cuantos mensajes tontos

durante el día, y efectivamente, había dos mensajes de ella: una queja

sobre su profesor de física, y el segundo, también obviamente, enviados

desde su teléfono.

Te quiero nena, V.

La escribí de vuelta:

Creí haberte dicho que te largarás anoche, asqueroso acosador

francés.

Su respuesta llegó de vuelta inmediatamente:

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¡Que sí! Tus mejillas de remolacha, sonrojadas, de esta

mañana sugieren lo contrario… ¡mentirosa! Estás enganchada por

él.

Gemí y estuve a punto de dar la vuelta a mi teléfono, cuando vi

que había un tercer texto de DESCONOCIDO. Tecleé sobre él y leí:

¿Puedo recogerte en la escuela? ¿Mismo lugar, misma hora?

Le envié un mensaje de vuelta:

¿Cómo conseguiste mi número?

Me llamé a mí mismo desde tu teléfono mientras estabas en el

baño del restaurante anoche. ¡Te advertí que éramos acosadores!

Me reí y di las gracias a mi buena estrella porque los revenants no

pudieran leer los pensamientos, aunque tenía que haber recordado ver

lo que hice en los días en los que él estaba flotando alrededor de la

ciudad como un espíritu que todo lo ve.

Sí, a las 3, nos vemos luego.

Escribí, y durante el resto del día renuncié a toda la pretensión de

estar prestando atención en clase.

Me estaba esperando cuando salí por las puertas. Mi ritmo

cardíaco se aceleró cuando lo vi casualmente apoyado contra un árbol

cerca de la parada de autobús. No pude evitar una enorme sonrisa

propagándose a través de mi cara.

—¡Hey, preciosa! —dijo, dándome un casco cuando me acerqué a

la Vespa. Se subió sus gafas de sol y se inclinó hacia adelante para

besarme en cada mejilla.

Y, ese gesto insignificante que se repetía decena de veces al día en

Francia, cada vez que decías hola o adiós, cada vez que presentabas a

alguien o te topabas con un amigo, esos dos pequeños besitos que

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conforman los bises31, de repente, asumieron un significado totalmente

diferente para mí.

En lo que se sintió como una cámara lenta, las mejillas de

Vincent tocaron las mías, y en ese momento, mis pulmones se olvidaron

de respirar. Se echó un poco hacia atrás y nuestros ojos se encontraron

cuando se inclinó hacia mi otra mejilla y rozó sus labios suavemente

sobre mi piel. Abrí mi boca para respirar intentando enviar un poco de

oxígeno a mi cerebro.

—Mmmmmm —dijo con un brillo en sus ojos —. Eso fue

interesante.

Su sonrisa era contagiosa, y me encontré a mí misma riendo

mientras cogía el casco de sus manos y lo ponía sobre mi cabeza,

agradecida por la oportunidad de esconder mi cara mientras me

serenaba.

—Dado que está inusualmente frío el día de hoy, me preguntaba

si te verías envuelta en algunos de los mejores chocolates calientes de

París —dijo mientras pasaba su pierna sobre la moto.

—¿Así que ahora estás seduciendo a colegialas con la promesa del

chocolate? Eres un hombre malo, Vincent Delacroix —me reí cuando

encendió el motor.

—¿Por lo tanto eso te hace aceptar mi oferta? —gritó por encima

del ruido de la Vespa mientras nos alejábamos.

—Intencionadamente crédulo ─dije, envolviendo mis brazos

alrededor de su cuerpo caliente y cerrando mis ojos de placer.

31 Bises: la palabra bises está mal utilizada, pues basta con decir "bis", que es una

palabra latina, es decir un clasicismo que se usa en los espectáculos, para nombrar la

repetición de una actuación que se hace por petición del público.

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Traducido por Vivian Dark Bloom.

Corregido por Mlle_Janusa.

sa noche, Georgia me arrinconó en mi habitación

después de la cena.

—Entonces, ¿a dónde fuiste después de la escuela?

Te estuve esperando.

—Vincent me recogió después de la escuela y me llevó a Les Deux

Magots.

Los ojos de Georgia se abrieron como platos.

—¿Lo has visto dos días seguidos?

—Bueno, hoy realmente no cuenta, ya que sólo lo vi por quince

minutos. Tuve que apurarme porque tengo un examen mañana y debo

estudiar.

—¡Eso no importa! ¡Santo cielo, esto se está volviendo serio! —Se

puso cómoda en el borde de mi cama—. Cuéntame más sobre este ex

criminal y misterioso hombre.

—Bueno —le dije, escogiendo con cuidado mis palabras—. Es un

estudiante.

—¿Dónde?

—Um, en realidad no lo sé.

Georgia me miró, dubitativa.

—¿Qué estudia?

—Ah… ¿Literatura? Eso creo —aventuré.

—¿Tampoco sabes qué está estudiando? Bueno, ¿y entonces de

qué hablan?

E

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—Oh, de otras cosas. Tú sabes. Arte. Música —Muertos vivientes.

Inmortalidad. Zombies malvados. No había forma de que pudiera

contarle a Georgia algo sobre él.

Georgia me miró por un momento, y luego replicó.

—De acuerdo. Si no quieres contarme nada sobre él, está bien. Tú

tampoco sabes mucho sobre mi vida, pero no es porque yo esté

intentando excluirte. He dejado de invitarte a salir porque sé que dirás

que no.

—Está bien, Georgia. ¿Con quién estás saliendo?

Mi hermana negó con la cabeza.

—No te daré información si tú tampoco me la das.

Me estiré para tomar su mano y le expliqué:

—Georgia, no es que esté intentando excluirte de mi vida

intencionalmente. Sabes que he tenido dificultades con… bueno, con

todo, pero finalmente me estoy recuperando y prometo esforzarme más.

—¿Entonces, saldrás conmigo este fin de semana?

Hice una pausa.

—De acuerdo.

—¿Con Vincent?

—Mm…

Georgia me lanzó una mirada, que decía: ¿Ves?

—Está bien, está bien. Saldremos con Vincent. Pero nada de

discotecas, Georgia, por favor.

El mal humor de Georgia desapareció al instante y dio saltos de

alegría sobre mi cama.

—De acuerdo, nada de discotecas. ¿Qué opinas de un

restaurante?

—Claro. Comprobaré si anda por aquí cerca. —Más bien si está

vivo.

—Llámalo ahora.

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—¿Me darías algo de privacidad, por favor?

—Está bien —concedió Georgia, inclinándose para darme un beso

en la frente. Caminó hacia la puerta y luego volteó—. Gracias, hermana.

De verdad. Será bueno tenerte de vuelta.

Las luces de la calle se prendían conforme íbamos caminando

hacia la estación del metro. Vincent y Ambrose, quienes charlaban

estando apoyados contra el kiosco de revistas, se enderezaron al vernos.

Mi corazón se derritió desastrosamente cuando Vincent caminó hacia

mí y me besó en la mejilla y luego, volteando hacia Georgia, le dedicó su

más atractiva sonrisa.

—Y tú debes ser la guardiana legal de Kate… quiero decir, su

hermana. Georgia, ¿no es así?

Georgia se rió y exclamó con coquetería.

—Bueno, ¡sólo mírate! ¡Katie sí que sabe cómo elegirlos! —parecía

que ella quisiera quedarse ahí toda la noche, mirando fijamente sus

ojos.

—¡Georgia! —exclamé, negando con la cabeza.

Ignorándome, Georgia miró a Ambrose por encima del hombro de

Vincent, dedicándole un guiño coqueto.

—No te preocupes, Katie-Bean. Parece que Vincent trajo a alguien

para mantenerme ocupada. Y tú eres…

—Ambrose. Es un placer conocer a la encantadora hermana de

Kate —dijo en francés, mirándome de reojo. Lo entendí. Si ella sabía

que él era americano, empezaría con sus preguntas. Quizás demasiadas

preguntas, aunque yo estaba segura de que estaba acostumbrado a

inventar historias—. ¿Y a dónde planean llevarnos, señoritas?

—Pensé que podríamos ir a un pequeño restaurante en el

vecindario catorce —dijo.

Vincent y Ambrose se dieron una mirada fugaz cuando el teléfono

de Georgia empezó a sonar.

—Disculpen —dijo, y se volteó para responder la llamada.

—No es nuestro vecindario favorito —dijo Ambrose en voz baja.

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—¿Por qué? —pregunté.

—Es como su territorio. Tú sabes, esa gente de la que te hablé.

Los del otro bando —dijo Vincent, dando un vistazo para asegurarse de

que Georgia no lo hubiera escuchado.

—¿Qué nos pueden hacer estando fuera en un vecindario

ocupado y acompañados por dos humanas? —preguntó Ambrose. Se

quedó mirando fijamente al espacio por un segundo, y luego asintió con

la cabeza y me miró—. Jules me pidió que te dijera: “hola, preciosa”.

—¡Oye, cuidado! —dijo Vincent.

—Él dice: “¿qué harás al respecto?” —dijo Ambrose, empujando a

Vincent.

—¿Jules ha entrado en estado volant… aquí? ¿Ahora? —pregunté

sorprendida.

—Sí —dijo Vincent—. No estamos en servicio esta noche, desde

luego, pero él insistió en venir. Dijo que no quería perderse toda la

diversión.

—¿Puedo hablar con él? —pregunté.

—Cuando entramos en ese estado sólo nos pueden oír otros

revenants, los humanos no. Así que Jules puede oír lo que dices en voz

alta, pero sólo puede responder a través de mí o de Ambrose —dijo

Vincent—. Pero debes tener cuidado —hizo un gesto hacia Georgia,

quien estaba colgando la llamada.

—Qué mal —dijo ella—. Tenía un par de amigos que nos

acompañarían, pero no podrán venir.

—¿Nos vamos? —preguntó Ambrose, ofreciéndole formalmente su

brazo a Georgia para que lo tomara. Ella rió con delicadeza, cogiendo su

brazo y luego bajaron las escaleras.

Cuando estuve segura de que no me oirían, dije:

—¡Hola, Jules!

Vincent rió y dijo:

—Parece que alguien se ha enamorado.

—¿A qué te refieres? —pregunté.

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—Jules quiere que te diga que es una pena que te hayas

enamorado de alguien tan aburrido como yo. Él desearía tomar mi lugar

y mostrarte cuán bien puede tratar un hombre viejo a una señorita —

volvió a hablar con el aire—. Sí, así es, amigo. ¿Acaso tienes como

veintisiete años más que yo? Bueno, por el momento ambos tenemos

diecinueve, así que deja de molestar.

Hice un cálculo mental rápido. Jules me había dicho que nació al

final del siglo diecinueve, lo que quería decir que Vincent debió haber

nacido cerca de 1920. Sonreí mientras guardaba la información para

procesarla más tarde. Si Vincent no me iba a decir nada, quizás podría

tratar de averiguarlo por mi cuenta.

Nos bajamos del metro cerca del descuidado Cementerio de

Montparnasse y caminamos por una calle peatonal repleta de bares y

cafés. Nos detuvimos frente a un restaurante que tenía cerca de veinte

personas paradas afuera.

—¡Este es! —dijo Georgia entusiasmada.

—Georgia, mira cuánta gente está esperando. Nos tomará una

eternidad encontrar una mesa.

—Ten un poco de fe en tu hermana mayor —me dijo—. Una amiga

mía trabaja aquí. Apuesto a que puedo conseguirnos una mesa ahora

mismo.

—Adelante. Te esperaremos aquí afuera —le dije, llevando a

Vincent y Ambrose al otro lado de la calle, lejos de la multitud. Nos

apoyamos contra la puerta de una tienda cerrada y veíamos como

Georgia se esforzaba por pasar entre la gente.

—Tu descripción de ella fue precisa —sonrió Vincent mientras me

rodeaba con su brazo y me apretaba el hombro con afecto.

—Mi hermana, el fenómeno —dije, disfrutando el abrazo.

Ambrose estaba de pie a mi otro costado mirando a la multitud y

asintiendo con la cabeza a una voz en su mente, cuando

repentinamente se detuvo y miró fijamente a Vincent.

—Vin, Jules dice que ve al Hombre en el vecindario. A unas

cuadras de aquí.

—¿Sabe que estamos aquí? —preguntó Vincent.

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Ambrose negó con la cabeza.

—No lo creo.

Vincent me soltó y dijo:

—Kate, tenemos que salir de aquí. Ahora.

—¡Pero, Georgia! —pregunté, mirando hacia la puerta de vidrio.

Podía ver a mi hermana en el interior, charlando con la anfitriona.

—Iré por ella —dijo Vincent, y empezó a empujar a la

muchedumbre para intentar pasar. Justo entonces, dos hombres que

habían pasado caminando, saltaron sobre Ambrose, empujándolo

violentamente contra la pared. Él gruñó e intentó agarrarlos, pero los

hombres lo esquivaron y se alejaron rápidamente, mientras él chocaba

con el suelo.

—¡Oigan, deténganse! —les grité, cuando doblaban en la

esquina—. ¡Que alguien los detenga! —grité a la multitud de personas al

otro lado de la calle. La gente volteó y miró hacia donde yo señalaba,

pero los hombres habían desaparecido. Todo esto había sucedido tan

rápido que nadie lo notó.

—¡Vincent! —grité en dirección a la multitud. Vincent volteó y,

viéndome alarmada, luchó por volver hacia donde yo estaba.

—Ambrose, ¿estás bien? —pregunté, en cuclillas junto a él—.

¿Acaso ese hombre…? —empecé, pero luego me detuve al notar que su

camiseta estaba rota desde el cuello hasta el pecho y toda empapada de

sangre. No se movía.

¡Oh, por favor!, que no esté muerto, pensé.

Había visto mucha más violencia en este último año que en toda

mi vida. Pregunté, aunque no por primera vez, ¿por qué a mí? No se

supone que las adolescentes estén tan familiarizadas con la mortalidad,

razoné con amargura, mientras un sentimiento de pánico brotaba desde

mi estómago. Me arrodillé al lado de su cuerpo inmóvil.

—¿Ambrose, puedes oírme?

Alguien salió de la multitud y caminó hacia nosotros.

—Oye, ¿está bien? —justo entonces, Ambrose se estremeció, e

inclinándose hacia delante con ambas manos, se levantó del suelo.

Mientras lo hacía, cerró su chaqueta, escondiendo eficazmente la

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sangre de su camiseta, aunque ya había un charco bastante grande en

el suelo—. Oh, por Dios, Ambrose, ¿qué sucedió? —pregunté. Le ofrecí

mi brazo y apoyó todo su peso sobre mí.

—No soy Ambrose. Soy Jules —las palabras salieron de los labios

de Ambrose, pero sus ojos miraban ciegamente hacia delante.

—¿Qué? —pregunté confundida.

Finalmente, Vincent nos alcanzó.

—Es Ambrose —dije—. Lo apuñalaron o le dispararon, algo así.

Está delirando. Me acaba de decir que era Jules.

—Debemos sacarlo de aquí antes de que regresen con refuerzos

para llevarse su cuerpo —me dijo Vincent en voz baja. Luego, con una

voz más fuerte le dijo a un grupo pequeño de personas que venían a

ayudarnos—. Está bien, está bien… ¡gracias! —cogió uno de los brazos

de Ambrose y lo colocó sobre su hombro.

—¿Qué hay de Georgia? —pregunté preocupada.

—Quienquiera que haya hecho esto, te vio parada junto a

Ambrose. Es muy peligroso que estés aquí.

—No puedo dejar a mi hermana —dije, volteándome para ir entre

la multitud por ella.

Vincent me cogió del brazo y me jaló hacia él.

—Ella estaba dentro del restaurante cuando atacaron. Está a

salvo. ¡Ven conmigo! —me ordenó y cogí el otro brazo de Ambrose, y lo

coloqué detrás de mi espalda. Estaba caminando, pero se veía muy

débil. Cuando llegamos al final de la cuadra, Vincent llamó un taxi y

nos acomodó dentro, cerrando la puerta con un golpe. Miré hacia la

calle mientras nos alejábamos. No había ninguna señal de Georgia.

—¿Está bien? —preguntó el chofer, mirando a través de su

retrovisor y fijándose en el gran hombre que se había derrumbado en su

asiento trasero.

—Está ebrio —respondió Vincent, sacándose el suéter mientras

hablaba.

—Bueno, asegúrense de que no vomite en mi cabina —dijo el

hombre, moviendo su cabeza en señal de disgusto.

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—¿Qué sucedió? —me preguntó Vincent suavemente en inglés,

mirando de reojo al conductor para ver si podía entender. Le entregó su

suéter a Ambrose, quien abrió el cierre de su chaqueta y lo guardó bajo

su camiseta. Luego apoyó su cabeza contra el asiento que estaba en

frente de sí.

—Sólo estábamos parados allí cuando dos hombres lo empujaron

contra la pared. Se fueron corriendo antes de que supiera qué había

sucedido.

—¿Viste quién lo hizo? —preguntó.

Negué con la cabeza.

Ambrose dijo:

—Fueron dos de ellos. No pude verlo venir antes de tiempo, o te lo

habría advertido.

—Está bien, Jules —dijo Vincent, poniendo su mano sobre la

espalda de Ambrose para mostrarle su apoyo.

—¿Por qué acabas de llamarlo Jules?

—Ambrose no está ahí. Es Jules —dijo Vincent

—¿Qué? ¿Cómo? —pregunté aterrorizada mientras me alejaba

rápidamente de la figura que se hallaba desplomada a mi costado.

—Ambrose está inconsciente o… muerto.

—Muerto —respondió Ambrose.

—¿Va a… volver a la vida? —pregunté horrorizada.

—El ciclo vuelve a empezar cuando nos matan. El primer día de

nuestra inactividad empieza al segundo que morimos. No te preocupes,

Ambrose volverá a la vida en tres días.

—¿Entonces qué está haciendo Jules? ¿Lo ha poseído?

—Sí. Él quería sacar a Ambrose fuera de ese lugar antes de que

nuestros enemigos regresaran y se llevaran el cuerpo.

—¿Tú puedes hacer eso, quiero decir, poseer a alguien?

—A otros revenants, sí, bajo ciertas circunstancias.

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—¿Cómo cuáles?

—Como, por ejemplo, si su cuerpo se encuentra aún en buena

forma y puede moverse —al ver mi asombro, aclaró—. Si están en una

sola pieza y el rigor mortis32 no se ha establecido.

—Eww—hice una mueca.

—¡Tú preguntaste! —miró hacia el conductor, quien, juzgando por

su falta de interés, se encontraba totalmente ajeno a nuestra

conversación.

—¿Y qué hay de los humanos? —pregunté.

—Si están vivos, sí, pero sólo con su permiso y considerando que

es muy peligroso para el estado mental del humano tener dos mentes

activas a la vez —dijo, golpeándose la frente—. Se volverían locos si

durara mucho tiempo.

Me estremecí.

—No pienses en eso, Kate. Casi nunca sucede. Es algo que sólo

hacemos en situaciones extremas, como esta.

—¿Qué… te estoy asustando, mi querida Kates? —las palabras

salían de los labios de Ambrose.

—Sí, Jules —respondí, arrugando mi nariz—. Honestamente,

puedo decir que completamente con los pelos de punta en este

momento.

—Genial —dijo, mientras una sonrisa se formaba en los labios de

Ambrose.

—Jules, es un mal momento para hacer bromas —dijo Vincent.

—Lo siento, hombre. Es que no siempre consigo hacer trucos de

magia para un humano.

—¿No puedes únicamente concentrarte en detener la hemorragia,

si es posible? El conductor se molestará mucho si arruinamos su

asiento trasero —susurró Vincent.

32

Rigor mortis: es un signo reconocible de muerte que es causado por un cambio

químico en los músculos que causa un estado de rigidez e inflexibilidad en las

extremidades y una dificultad para mover o manipular el cadáver.

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—Entonces, si ya lo mataron, ¿por qué querrían regresar por su

cuerpo? ¿Por qué lo matarían en primer lugar si ya saben que va a

revivir en tres días? —pregunté a Vincent, ignorando su conversación

surrealista.

Vincent parecía estar analizando si debería decírmelo o no.

Entonces, mirando que el cuerpo de Ambrose se había desplomado

sobre el mío, susurró:

—Es la única forma en la que pueden destruirnos. Si nos matan y

luego queman nuestro cuerpo, nos vamos por siempre.

Georgia estaba furiosa, y yo no la culpaba.

Para cuando llegamos a la casa de Vincent, ya habíamos peleado

por mensajes de texto.

Georgia: ¿Dónde están, chicos?

Yo: Ambrose enfermó. Debimos llevarlo a casa.

Georgia: ¿Por qué no regresaron a buscarme?

Yo: Lo intentamos. No logramos pasar a través de la multitud.

Georgia: De verdad te odio ahora mismo, Kate Beaumont Mercier.

Yo: Realmente LO SIENTO MUCHO.

Georgia: Encontré a unos amigos aquí que me rescataron de una

completa humillación. Pero aun así te odio.

Yo: Lo siento.

Georgia: NO te he perdonado.

Vincent y yo intentamos ayudar a Ambrose, pero se enderezó

después de salir del taxi y soltó nuestras manos.

—Yo me encargo. Rayos, este chico es pesado. ¿Cómo puede

siquiera moverse con todos estos músculos abultados?

Cuando llegamos a la puerta, Vincent volteó hacia mí, se veía

preocupado.

—Creo que iré a casa —le dije, adelantándome.

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Parecía aliviado.

—Puedo acompañarte si esperas unos minutos hasta que lo

ponga cómodo.

—No, estaré bien. En serio —dije. Y curiosamente, era cierto. A

pesar de todo el horror y rareza de la noche, me sentía extrañamente

bien. Puedo manejarlo, pensé dentro de mí mientras salía a través de las

grandes puertas para ir hacia la casa de mis abuelos.

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3

Traducido por Hariel

Corregido por Micca.F

eorgia enfurruñada no es una vista agradable. Aunque me

había disculpado un millón de veces, ella no me hablaba.

Las cosas eran muy incómodas en casa. Mamie y

Papy trataron de ignorar el hecho de que algo estaba mal, sin embargo

el quinto día después de mi imperdonable crimen, Papy tiró de mí y me

dijo:

—¿Por qué hoy no vienes conmigo y me ves trabajar? —Le dio un

vistazo a la amenazadora silueta de Georgia y me dirigió una mirada

significativa, como si dijera “no podemos hablar aquí”—. Han pasado

meses desde que pasaste por allí, y tengo una gran cantidad de

inventos que no has visto.

Después de la escuela fui directamente a la galería de Papy.

Entrar a su tienda era como ingresar a un museo. Con la luz atenuada,

las antiguas estatuas estaban alineadas una frente a la otra desde

diferentes lugares de la habitación, y las vitrinas mostraban artefactos

hechos de cerámica o piezas de metales preciosos.

—Ma Princesse33 —cantó Papy cuando me vio, rompiendo el

silencio sepulcral de la habitación. Me estremecí. Ese era el apodo que

mi padre usaba para mí, y nadie me había llamado así desde su

muerte—. Viniste. Entonces, ¿qué es lo que te parece nuevo?

—Él, para empezar —dije, señalando a una estatua de tamaño

real de un joven de aspecto atlético avanzando con un pie y

manteniendo un puño cerrado firmemente a su lado. Le faltaba el otro

brazo y su nariz.

—Ah, mi kouros34 —dijo Papy, caminando hacia la estatua de

mármol—. Siglo V a.C. Un verdadero tesoro. El gobierno de Grecia hoy

en día no le habría dejado salir del país, pero lo compré a un

33

Ma Princesse: significa “mi princesa” en francés. 34

Kouros: es una estatua de un varón joven, fechada a partir del Periodo Arcaico del

arte griego (sobre 650 al 500 a. C.).

G

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coleccionista suizo cuya familia lo adquirió en el siglo XIX. —Me

condujo hacia un precioso relicario colocado en una vitrina—. Nunca

sabes lo que puedes conseguir estos días con todas esas dudosas

procedencias.

—¿Cuál es este? —pregunté, deteniéndome frente a un gran

jarrón negro. Su superficie estaba decorada con una docena o más de

figuras humanas coloreadas de rojo en dramáticas poses. Dos grupos

armados se enfrentaban, y en medio había un hombre desnudo de

aspecto feroz de pie al frente de cada ejército. Ellos llevaban lanzas

dirigidas hacia el grupo al que hacían frente—. Soldados desnudos.

Interesante.

—Ah, el Amphora. Es cien años más reciente que el Kouro.

Muestra dos ciudades en batalla, liderados por su numina.

—¿Su qué?

—Numina. Singular de numen. Un tipo de dios romano. Ellos son

parte hombre, parte deidad. Pueden ser heridos, pero no asesinados.

—Entonces puesto que son dioses, ¿pelean desnudos? —

pregunté—. ¿No es necesaria una armadura? Suenan como fanfarrones

para mí.

Papy se rió entre dientes.

Numina, pensé, y murmuré:

—Suena como Numa.

—¿Qué dijiste? —exclamó Papy, su cabeza se movió de un tirón

del jarrón para mirarme fijamente. Parecía como si alguien lo hubiera

abofeteado.

—Dije que sonaba parecido a Numa.

—¿Dónde escuchaste esa palabra? —preguntó.

—No lo sé… ¿TV?

—Lo dudo seriamente.

—No lo sé, Papy —dije, rompiendo su mirada como láser y

buscando algo más en la galería que pudiera sacarme de aquella

situación—. Probablemente lo leí en un libro viejo.

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—Hmm. —Asintió con vacilación aceptando mi explicación pero

manteniendo su mirada de preocupación.

Confiaba en Papy para escuchar de cada dios arcaico y monstruo

que ha existido. Le había dicho a Vincent que aquellos revenants, o al

menos la rama maldita de revenants, no estaban tan “bajo el radar”

como ellos pensaban.

—Así que gracias por la invitación, Papy —dije, aliviada de

cambiar de tema—. ¿Hay algo más de lo que quieras hablarme? Además

de estatuas y jarrones…

Papy sonrió débilmente.

—Te pedí que vinieras aquí para saber qué es lo que pasa entre tú

y Georgia. ¿Esto es sólo una pelea? —dijo, mirando al jarrón—. ¿O toda

una guerra? No es que sea mi problema. Sólo me pregunto si ustedes

están planeando acordar una tregua y restaurar la paz en la casa. Si

esto continúa por más tiempo, tendré que dejar un importante e

imprevisto viaje de negocios.

—Lo siento, Papy —dije—. Todo es mi culpa.

—Lo sé. Georgia dijo que tú y algunos jóvenes la dejaron tirada en

el restaurante.

—Sí. Hubo una especie de emergencia y tuvimos que irnos.

—¿Y no tuviste suficiente tiempo para traer a Georgia contigo? —

preguntó con escepticismo.

—No.

Papy tomó mi brazo y suavemente me condujo de vuelta al frente

de la tienda.

—No suena como una cosa que tú harías, princesse. Y no suena

muy caballeroso por parte de tus acompañantes.

Negué con la cabeza en acuerdo con ello, pero no había nada que

pudiera decir para defenderme.

Cuando llegamos a la puerta delantera, dijo:

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—Ten cuidado con quien escoges pasar el tiempo, chérie35. No

todos tienen un corazón tan bueno como el tuyo.

—Lo siento, Papy. Lo resolveré enseguida con Georgia. —Le di un

abrazo y salí de la oscura habitación, parpadeando por la luz del sol. Y

después de escoger un bouquet de margaritas Gerbera de un florista del

vecindario, fui a casa para un último esfuerzo para hacer las paces con

mi hermana. No sé si fueron las flores, o si ella estaba lista para

perdonarme y olvidarlo. Pero esta vez, mis disculpas funcionaron.

En lugar de disuadirme de ver a Vincent, el discurso de Papy me

hizo ansiar verlo incluso más. Habían sido unos cinco días largos, y

aunque planeamos vernos durante el fin de semana y hablar por textos

y teléfono cada día, parecía una eternidad. Después de mi misión de

reconciliación con Georgia, tomé el teléfono para llamarlo. Pero antes de

terminar de marcar, vi su nombre aparecer en la pantalla de mi celular

empezando a sonar.

—Justo estaba llamándote —dije, riéndome.

—Sí, bueno. —Su aterciopelada voz vino desde el otro extremo de

la línea.

—¿Está Ambrose levantado y por allí? —pregunté. A mi petición,

me había estado poniendo al corriente de la recuperación de su

pariente. El día después de haber sido apuñalado, la herida comenzó a

cerrar, y Vincent me aseguró que, como de costumbre, Ambrose estaría

como nuevo una vez que él despertara.

—Sí, Kate. Te dije que está bien.

—Sí, lo sé. Aún me cuesta creerlo, eso es todo.

—Bueno, puedes verlo por ti misma si quieres venir. Pero,

¿quieres salir primero? Ya hemos logrado conducir a Les Deux Magots

sin que nadie muera o sea mutilado, pienso que podría llevarte allí de

nuevo.

—Claro. Tengo algunas horas hasta la cena.

—¿Te recojo en cinco minutos?

—Perfecto.

35

Chérie: significa “querida” en francés.

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Vincent estaba esperándome fuera en su Vespa cuando bajaba

las escaleras.

—Eres rápido —dije, tomando su casco.

—Lo tomaré como un cumplido —respondió.

Era el primer día frío de octubre. Estábamos sentados fuera del

café en el boulevard Saint-Germain, bajo una especie de lámpara alta

que nos proveía de un espacio caliente y se encontraban por toda la

terraza del café una vez que comenzó a hacer frío.

El calor que irradiaba calentaba mis hombros mientras el

chocolate caliente lo hacía por dentro.

—Esto es chocolate —dijo Vincent mientras vertía una espesa lava

de chocolate derretido en su taza y agregaba leche humeante de una

segunda jarra. Nos sentamos y observamos a la gente caminar con

abrigos deportivos, sombreros y guantes por primera vez en el año.

Vincent se inclinó hacia atrás en su asiento.

—Entonces, Kate, mi cielo —empezó. Levanté las cejas y se rió—.

Bien, simplemente Kate. En nuestro acuerdo de revelación, pensé

ofrecerte responder a una pregunta.

—¿Qué pregunta?

—Cualquier pregunta, mientras pertenezca al siglo veintiuno y no

al siglo veinte.

Lo pensé por un momento. Lo que realmente quería saber era

quién fue antes de morir. La primera vez. Pero obviamente no estaba

listo para decírmelo.

—Bien. ¿Cuándo fue la última vez que moriste?

—Hace un año.

—¿Cómo?

—Un rescate de incendio.

Hice una pausa, preocupada por cuán lejos me dejaría llegar.

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—¿Duele?

—¿Qué duele?

—Morir. Quiero decir, supongo que la primera vez es lo mismo

que cualquier otra muerte. Pero después de eso, cuando mueres por

salvar a alguien… ¿duele?

Vincent estudió mi expresión cuidadosamente antes de

responder.

—Tanto como si tú, como un humano, son golpeados por un tren.

O asfixiados bajo una pila de madera en llamas.

Mi piel hormigueó mientras trataba de pensar en el hecho que

algunas personas… o revenants… lo que sea… experimentaran el dolor

de la muerte no sólo una vez sino repetidamente. Por elección. Vincent

vio mi inquietud y tomó mis manos. Su toque me calmó, pero no en una

manera sobrenatural.

—Entonces, ¿por qué lo haces? ¿Es esto sólo un exagerado

sentido de servicio a la comunidad? ¿O el pago de tu deuda con el

universo por ser inmortal? Quiero decir, respeto el hecho que salves la

vida de las personas, pero después de unos pocos rescates, ¿por qué no

sólo te permites envejecer, como Jean-Baptiste, hasta finalmente morir

de viejo? —Hice una pausa—. ¿Has muerto de viejo?

Ignorando mi última pregunta, Vincent se inclinó hacia mí y me

habló muy serio, como si me estuviera haciendo una confesión.

—Debido a que, Kate, es como una compulsión. Es como presión

que aumenta dentro tuyo hasta que tienes que hacer algo para

liberarlo. El motivo “filantrópico” o “inmortal” no haría que el dolor y

trauma lo valgan. Va contra nuestra naturaleza no hacerlo.

—Entonces, ¿Jean-Baptiste lo ha resistido por cuánto…? ¿Treinta

años seguidos?

—Cuanto más tiempo eres un revenant, más fácil es lograr

resistirse. Incluso con un par de siglos a cuestas, le toma una

gigantesca cantidad de autocontrol. Creo que él tiene una muy buena

razón. Él no sólo protege nuestro pequeño clan, sino que apoya otros

grupos de revenants alrededor de la ciudad. No puede estar muriendo a

diestra y siniestra y seguir manejando aquella responsabilidad.

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—Bien —reconocí—. Entiendo que sientas una compulsión a

morir. Pero eso no explica el por qué, de entre todas las muertes, haz

hecho cosas como saltar al río Sena en un intento de suicidio.

Obviamente no ibas a morir de eso.

—Correcto —dijo Vincent—. Las ocasiones donde en realidad

morimos salvando a alguien son raras. Una vez… dos veces por año

como máximo. Usualmente sólo estamos haciendo cosas como prevenir

que chicas lindas sean aplastadas por el derrumbe de algún edificio.

—Muy cortés —dije, dándole un toque con el codo—. Pero eso es

exactamente lo que quiero decir. ¿Dónde está la recompensa en eso?

¿Es esa también una compulsión?

Vincent me miró incómodo.

—¿Qué? Es una pregunta válida. Seguimos hablando del siglo

veintiuno —dije a la defensiva.

—Sí, pero estamos yendo un poco más allá de la pregunta

original. —Mientras estudiaba mi expresión obstinada, su celular sonó.

—Vaya, salvado por la campana —dijo, guiñándome un ojo

mientras contestaba. Escuché una voz aguda llena de pánico viniendo a

través de la línea—. ¿Está Jean-Baptiste contigo? Bien. Trata de

calmarte, Charlotte —dijo tratando de tranquilizarla—. Estaré allí.

Vincent sacó su billetera y puso algo de cambio en la mesa.

—Es una emergencia familiar. Tengo que ir a ayudar.

—¿Puedo ir contigo?

Negó con la cabeza mientras nos poníamos de pie para salir.

—No. Ha habido un accidente. Podría ser un poco… —hizo una

pausa, sopesando sus palabras— desagradable.

—¿Quién?

—Charles.

—¿Y Charlotte está con él?

Vincent asintió.

—Entonces quiero ir. Ella sonaba alterada. Puedo ayudarla

mientras tú cuidas de… lo que sea que necesites hacer.

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Levantó la vista hacia el cielo, como si esperara por alguna

inspiración divina sobre cómo explicarme las cosas.

—Esto no es como normalmente sucede. Como te decía:

generalmente morimos por alguien una vez o quizás dos veces al año.

Es una casualidad que tanto Jules y Ambrose murieran justo cuando

tú y yo empezamos a salir.

Llegamos a la moto. Vincent le quitó el seguro y se puso el casco.

—Esta es tu vida, ¿no? Y me prometiste no ocultarme cosas.

Entonces quizás esto es algo que debería ver si quiero saber qué

significa realmente salir con un revenant. —Una vocecita dentro de mí

me decía que me diera por vencida, que fuera a casa y me alejara de los

problemas de la familia de Vincent. La ignoré.

Él tocó mi rígida mandíbula con un dedo.

—Kate, realmente no quiero que vengas. Pero si insistes, no te

detendré. Esperaba que tuviésemos más tiempo antes de que tuvieras

que ver la peor parte de esto, pero estás en lo correcto, no debería

protegerte de nuestra realidad.

Colocándome mi casco, me metí detrás de él en la moto. Vincent

arrancó el motor y se dirigió hacia el río. Fuimos pasando por la torre

Eiffel y se detuvo en un pequeño parque en frente del puente Grenelle.

Conocía el sitio porque es el final de la ruta de los botes de turismo

antes de dirigirse de vuelta al centro de París.

Uno de esos botes turísticos se detuvo a la orilla del río, y frente a

él había una ansiosa multitud que observaba desde fuera de la cerca

protectora de las barreras policiacas. Dos ambulancias y un camión de

bomberos estaban aparcados en el césped al lado del río con sus luces

intermitentes.

Vincent apoyó la moto contra un árbol sin preocuparse por

ponerle seguro y me llevó de la mano caminando hacia el cerco para

hablar con un policía que estaba de pie detrás de él.

—Soy su familia —le dijo al hombre, quien no se movió, pero le

dirigió una mirada inquisitiva a su superior.

—Déjelo pasar. Es mi sobrino —dijo una voz familiar, y Jean-

Baptiste caminó a zancadas a través de la cuadrilla de paramédicos y

apartó la barrera a un lado para dejarnos pasar. Vincent mantuvo su

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mano envuelta fuertemente alrededor de mi muñeca, haciendo evidente

que yo iba con él.

Ahora que teníamos una vista despejada y completa, vi tres

cuerpos en la orilla del río. Uno estaba a gran distancia de los otros.

Era un niño pequeño, probablemente de cinco o seis años de edad, y

estaba recostado en una camilla, envuelto en una manta. Una mujer

estaba sentada junto a su cabeza, llorando silenciosamente mientras

frotaba su cabello mojado con una toalla. Después de un momento, los

dos paramédicos flanquearon al tembloroso pequeño para ayudarlo a

sentarse dando la espalda a los otros dos cuerpos, mientras ellos

hacían algunas preguntas al niño y a la mujer. Él obviamente estaba

bien.

A diferencia del cuerpo que se encontraba a pocos metros de allí.

Era una niña pequeña, probablemente de la misma edad del muchacho,

con la cabeza tendida en un charco de sangre. Una angustiada mujer

estaba sentada a su lado, gritando ininteligiblemente.

Oh no, pensé, no sé si seré capaz de manejar esto. Necesité todas

mis fuerzas para permanecer calmada y no romper a llorar. Sabía que

no sería de ninguna ayuda si empezaba a perderla.

Y por último, a otros tres metros más allá, estaba el tercer cuerpo,

este era un adulto. No podía decir si era un hombre o una mujer porque

la cara estaba cubierta de sangre. Una manta de emergencia estaba

cubriendo el cuerpo, el cual estaba lejos de necesitarlo en busca de

calor. Ellos deben estar ocultando algo sangriento, pensé, y entonces mis

ojos se fijaron en la chica arrodillada a su lado.

A diferencia de los otros sobrevivientes, Charlotte no estaba

histérica. Estaba llorando amargamente, pero el lenguaje de su cuerpo

comunicaba derrota en lugar de shock.

Sus manos estaban en el extremo de la manta, haciendo presión

hacia abajo al cuerpo de su hermano, como si estuviera tratando de

impedir que volara en el aire. Miró alrededor cuando Vincent la llamó

por su nombre, y al vernos, se puso de pie.

—Todo estará bien, Charlotte —susurró Vincent a la vez que sus

brazos la rodeaban—. Lo sabes.

—Lo sé —sollozó—. Pero eso no lo hace más fácil…

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—Shh. —Vincent la interrumpió, sosteniéndola contra él en un

fuerte abrazo, antes de permitirle ir y conducirla hacia mí—. Kate vino

para acompañarte. Puede llevarte a casa en un taxi si quieres.

— No. —Charlotte negó con la cabeza, al mismo tiempo que

agarraba mi mano como si fuera una red de seguridad—. Esperaré

hasta que ustedes lo lleven en la ambulancia.

Vincent volteó hacia mí.

—¿Estarás bien? —pronunció. Asentí, y nos dejó para caminar

hacia Jean-Baptiste. Los dos hombres se aproximaron a una tercera

ambulancia que acababa de llegar. Ambrose bajaba de la cabina del

lado del pasajero viéndose tan fuerte y sano como un modelo de folleto

de gimnasio.

Charlotte se derrumbó en el suelo y pasaba su mano sobre la

manta que cubría a Charles como si intentara calentarlo con la fricción.

—Entonces —dije amablemente—, si no quieres hablar de ello,

sólo dilo. Pero, ¿qué pasó?

Ella exhaló profundamente, su rostro cansado me dio una idea de

cómo se vería si tuviera su verdadera edad. Levantó su temblorosa

mano y señaló hacia el desértico bote turista.

—El bote. Estaba rentado para una fiesta de cumpleaños infantil.

Charles y yo estábamos paseando cerca, con el volant Gaspard, y él nos

hizo saber de los dos niños antes de que cayeran. Charles saltó y llegó

al niño antes de que se hundiera. Nadó hacia la orilla y me lo dejó,

donde le di al niño respiración boca a boca. Luego cuando regresó por la

niña, el motor estaba arrastrándola debajo. Él trató de alcanzarla, pero

la hélice del bote la golpeó primero. Y entonces lo alcanzó a él.

Su voz era fría mientras relataba la historia, pero tan pronto como

terminó, empezó a llorar silenciosamente de nuevo, sus hombros se

agitaban contra mi brazo. Sentí lágrimas en mis ojos y me pellizqué

fuerte. Contrólate, pensé. Charlotte no necesita que llores junto a ella.

Miré a la orilla hacia el agua mientras dos policías buceadores

emergían. El paramédico que estaba de pie junto a Ambrose los notó

también y caminó enérgicamente en su dirección. No fue hasta que

estuvo a unos pocos metros que noté que ellos llevaban un objeto hacia

él, y comencé a entender qué es lo que sucedía. Charlotte sintió la

tensión de mi cuerpo y miró hacia los buceadores.

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—Oh, Dios. Ellos lo encontraron —dijo monótonamente mientras

el paramédico alargaba la mano para alcanzar una bolsa de plástico,

medio llena de agua sangrienta.

No podía detener las lágrimas esta vez, y a través de mi visión

borrosa observé lo que sostenía. Mi cuerpo se entumeció y el aire dejó

mis pulmones tan violentamente como si hubiera sido golpeada en el

estómago. En la bolsa había un brazo humano.

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Traducido por Dullce

Corregido por Micca.F

ue cuando los Paramédicos metieron en una bolsa el

cuerpo que lo perdí. Mientras miraba, la bolsa de plástico

se replicó y entonces había dos. Y ahora era a mis padres a

quienes estaba viendo en las bolsas, mi cuerpo después de haber volado

a través del Atlántico y hacia atrás en el tiempo a la morgue de la

Ciudad de Nueva York, ni siquiera hace un año.

Ni siquiera me mostraban a mi papá. Pero yo había insistido en

ver a mi mamá, quien, con "sólo" una fractura en el cuello, se consideró

más presentable que mi padre mutilado. Y ahora estaba de regreso en

esa habitación, mirando el pulimento de uña de coral en los dedos

desnudos de mi madre. Georgia se puso a mi lado llorando mientras me

arrancaba mechones de cabello y trenzaba con ellos los de mi madre. Yo

sabía que iba a ser incinerada, y quería una parte de mí que la

acompañara. En ese pensamiento, mis recuerdos llegaron a su fin, pero

me quedé en la escena, dispuesta a dejar a mi madre en la

deslumbrante habitación blanca.

—Kate, ¿Kate? —Manos fuertes me dieron vuelta hasta que la

cara de Vincent estaba a centímetros de la mía—. ¿Estás bien? —

preguntó.

Asentí con la cabeza, con aturdimiento.

—¿Por qué no vas en la ambulancia mientras yo voy a buscar la

moto para luego encontrarnos allí?

Asentí con la cabeza de nuevo y traté de mantenerme unida

mientras me ubicaba entre Charlotte y el conductor en la cabina del

vehículo.

Cuando llegamos a la casa de Jean-Baptiste, Jeanne nos recibió

en la puerta principal. Tomó a Charlotte lejos de mí y la llevó al piso de

arriba hacia su habitación de una manera familiar que dejaron en claro

que habían pasado por esto antes. A través de la ventana del pasillo, vi

a Jean-Baptiste dándole un fajo de billetes al conductor de la

F

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ambulancia mientras Jules llevaba la bolsa del cuerpo difícil de manejar

por la puerta grande, y con cuidado la colocó en el suelo. Logré

tambalearme por el pasillo a la habitación de Vincent, donde me tiré

boca abajo en su cama y me permití llorar.

Yo sabía que no estaba llorando por la muerte de Charles. Me

acababa de estallar todo junto. Y me sentí en el mismo borde del

abismo que finalmente había logrado arrastrarse fuera unos pocos

meses atrás. Sentí la tentación abrumadora de inclinarme hacia

adelante, tan sólo una pulgada, y dejarme caer de cabeza en la

reconfortante oscuridad.

La idea de dejar que mi mente dejara mi cuerpo atrás era

tentadora. Ni siquiera tendría que limpiar el desorden.

Alguien se sentó en la cama, pero yo seguí con mi cara hundida

en la almohada. La cálida voz de Vincent vino encima de mí.

—Está bien, Kate. Sé que es muy difícil ver algo así, y me gustaría

que no lo hubieses hecho. Sólo tienes que recordar que no es un mortal

real frente a la muerte. Y que todo es por una razón. Charles salvó la

vida de un niño pequeño, renunciando a la suya. Temporalmente.

Sus palabras fueron a través de mis oídos, pero se detuvieron en

mi cerebro. No podía procesar lo que estaba diciendo. Simplemente no

tenía ningún sentido de acuerdo a todo lo que había aprendido o

experimentado en la vida. No podía cortar mis sentimientos, sabiendo

que alguien estaba destrozado por la hélice de un barco, incluso si fuera

un muerto sólo "temporalmente".

—¿Es Charles...? —comencé.

—Todo el mundo está bien. El cuerpo de Charles está de regreso

en su habitación. Él va a estar en perfecto estado en unos cuantos días.

Charlotte está muy bien ahora que lo tiene de nuevo aquí en casa y

puede ver como se cura. —Hizo una pausa—. Tú eres la única que me

preocupa.

Traté de tamizar lo que había visto, lo que me había dicho y

pensar racionalmente, pero todo dentro de mí lo rechazó. Me deslice

lejos de Vincent y él tiró de mi mano hacia la suya. No podía mirarlo.

—¿Cómo puedes vivir así? —le pregunté por último, me temblaba

la voz.

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—Bueno, he tenido mucho tiempo para acostumbrarme a ello —

dijo, mordiéndose el labio inferior.

—¿Exactamente cuánto tiempo? —Mi voz sonaba vacía. Sabía que

Vincent había estado guardando cosas de mí por una razón, pero me

molestaba el hecho de que todavía sabía tan poco de él.

—¿Quieres oír esto ahora? —preguntó, y suspiró.

—Tengo que oír esto ahora —respondí en voz baja.

—Nací en 1924.

Hice los cálculos.

—Tienes ochenta y siete años.

—No, tengo diecinueve. Morí en 1942, cuando tenía dieciocho

años. Ha pasado un año desde que morí por rescatar a alguien, así que

tengo diecinueve. Nunca he estado casado. Nunca he tenido hijos.

Nunca he experimentado nada de lo que me haría sentir mucho más

viejo de lo que soy ahora.

—Pero has visto cómo pasan los años. Has tenido ochenta y siete

años de vida.

—Si esto es lo que llamamos vida —dijo, sacudiendo la cabeza—.

Pero es un comercio cerrado. Puedo llegar a actuar como un ángel de la

guardia con un deseo de muerte, y a cambio tengo una cierta versión de

la inmortalidad. —Su voz estaba teñida con algo justo antes de la

amargura. Lamento, tal vez.

Él trató de sonreír, y luego me miró suplicante.

—Por favor, Kate. ¿Puedes ser lo suficiente honesta como para

decir algo? Este ha sido un día lo suficientemente duro para ti sin que

yo te moleste con la ciencia ficción.

Asentí con la cabeza. Pasó los dedos por mi pelo y tiró de un

mechón suelto metiéndolo detrás de mi oreja. Me estremecí con su

contacto.

—¿Qué pasa, Kate? Por favor habla conmigo —suplicó.

Mis pensamientos volaron en una docena de direcciones

diferentes. Por último, me miró de frente, preparándose a sí mismo para

oír las palabras difíciles.

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—Tengo que ser honesta. Nunca me he sentido así antes. Yo

nunca he... —Mis ojos buscaron el límite máximo de algo que me diera

valor para continuar, pero no encontraron nada. Suspiré

profundamente antes de encontrarme con su mirada—. Nunca he

sentido esta atracción por alguien…

La cara de Vincent era de concentración, pero sus ojos estaban

llenos de tormento mientras esperaba el veredicto que sabía que se

avecinaba.

Me esforcé para continuar.

—No me puedo imaginar tener que vivir lo que ha ocurrido hoy de

manera regular. Y cuando te toque a ti, será aún peor. No puedo

soportar la idea de verte morir una y otra vez. Me recuerda a la muerte

de mis padres.

Me atraganté con mis palabras y empecé a llorar, y Vincent se

acercó a mí, pero puse una mano para detenerlo.

—Si yo terminara amándote, no podría vivir así. En constante

agonía. Sabiendo que vas a resucitar, o lo que sea que pase después.

Eso no sería suficiente para compensar el tener que vivir tu muerte una

y otra vez. No puedes pedirme que lo haga. No puedo hacerlo.

Me levanté bruscamente, secándome las lágrimas, y me tambaleé

hacia la puerta. Él me siguió en silencio por el pasillo hasta el vestíbulo

y se quedó inmóvil, tomé mi abrigo de la banca y comencé a luchar con

la manija de la puerta. Vincent la abrió para mí, me puso una mano en

el hombro y suavemente me volvió hacia él.

—Kate, por favor, mírame. —Yo no podía levantar los ojos a su

cara—. Entiendo —dijo.

Por fin levanté la mirada y él la sostuvo. Sus ojos hundidos.

Vacíos.

—Siento mucho el dolor que te he causado —susurró, y dejó caer

la mano de mi hombro.

Me di la vuelta para irme mientras todavía tenía fuerzas para

dejarlo, y cuando la puerta se cerró detrás de mí, empecé a correr.

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Traducido por Omakehell, AlexiaCullen y Yolit

Corregido por rose_vampire.

legué a mi habitación y me encerré en ella sin ver a mis

abuelos o a Georgia. Me acurruqué en un rincón de mi

cama, el tiempo pareció detenerse y quedarse quieto. Me

sentía desgarrada entre la certeza de que había hecho lo correcto y la

duda persistente de que en el espacio de diez minutos había arruinado

cualquier posibilidad que pudiera haber tenido para un futuro brillante

y esperanzador. Por amor.

Aunque no le había conocido durante mucho tiempo, sentí que, si

las cosas continuaban de la forma en la que habían sido, me podría

enamorar de Vincent. No había ninguna duda al respecto. Y si esto

fuera sólo un punto de partida, sabía que no podría ser solo un poco de

romance desenfadado. Mi corazón sería arrebatado. Estaba segura de

eso.

Y sintiendo todo esto sobre él, no podía arriesgar el dolor de verlo

repentinamente herido, muerto o incluso destruido. Había dicho que

eso era posible: su inmortalidad tenía estos límites. Después de perder

a papá y mamá, me negaba a perder a alguien a quien amaba. Y el viejo

dicho estaba de regreso. Debe ser “mejor no haber amado, que amar y

haberlo perdido”. Había hecho lo correcto, me recordaba. ¿Entonces por

qué se siente como si hubiera cometido el mayor error de mi vida?

Me envolví arropada en una manta y me moví lentamente en la

más profunda miseria. Dejé que el dolor me consumiera. Me lo merecía.

Nunca debí haberme abierto.

Unas horas después, Mamie golpeó para decirme que era la hora

de cenar. Me tomó un segundo componer mi voz y luego grité:

—No estoy hambrienta, Mamie. ¡Gracias!

Unos minutos más tarde oí un suave golpeteo en la puerta.

—¿Puedo entrar? —la voz de Georgia llegó desde el otro lado y, sin

esperar una respuesta, mi hermana y mi abuela se escurrieron con

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cautela en la habitación. Sentadas a ambos lados de mí, pusieron sus

brazos a mí alrededor y esperaron.

—¿Es por papá y mamá? ―preguntó finalmente Georgia.

—No, por una vez no se trata de papá y mamá ―chisporroteé,

medio riendo—. Al menos, no es sólo acerca de papá y mamá.

—¿Es Vincent? —preguntó.

Asentí con la cabeza entre lágrimas.

—¿Ese Vincent… ─sentí a Mamie y Georgia mirarse por encima de

mi cabeza— ha hecho algo para herirte?

—No, fui yo. Es que no puedo… —¿Cómo podía posiblemente

explicarles esto a ellas?—. No podía permitirme acercarme a él. Se

siente como demasiado riesgo.

—Sé lo que quieres decir —dijo Georgia—. Tienes miedo de amar a

alguien de nuevo. En el caso de que desaparezcan también.

Puse la cabeza sobre el hombro de Mamie y suspiré.

—Es demasiado complicado.

Alisando mi cabello hacia atrás con su mano y plantándome un

beso en la parte superior de mi cabeza, respondió en voz baja:

—Siempre lo es.

Compré una bolsa llena de novelas en una tienda inglesa y luego

me retiré a la oscura cueva de mi habitación, diciendo a Mamie que

estaba “hibernando” por el fin de semana. Ella lo entendió, y después de

dejar un plato con agua, té, fruta y un surtido de queso y galletas

saladas en mi tocador, me dejó sola. Pasé el resto de mi día en la

historia de otro. En los escasos momentos que dejé el libro, mi propio

dolor regresaba en puñaladas ardientes. Me sentía como el objetivo de

un lanzador de cuchillos del circo. Si tuviera mi mente inmovilizada,

podría evitar ser golpeada por las palas zumbando en mi cabeza. Al

final conseguí quedarme dormida, pero al momento me desperté al

tener unos sueños oscuros y tortuosos de los que me olvidé una vez

abrí los ojos.

No podía hacer otra cosa que mirar de reojo, a ver si me

encontraba con Vincent apareciendo de entre las sombras. ¿Vendrá a

verme cuando se convierta en un volant?, me planteaba. De hecho,

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ahora mismo podría estar flotando alrededor de la habitación, o puede

que no, puede que fuese un caso de aquí te pillo, aquí te mato y que eso

no fuese suficiente como para que el intentase verme de nuevo. ¿Eso es

lo que quería, no?, me dije a mí misma. ¿No es así?

Si me iba a permitir que mis pensamientos vagasen de esa

manera, eso sería mi fin, así que me desconecté para el mundo y dejé a

mi cuerpo llevarme sin que mi mente participase. De todas maneras,

parecía como si me estuviese derrumbando. Como si no pudiese vivir

sin él. Era autosuficiente, independiente. Puede que no feliz, pero no

estaba triste tampoco, solo… estaba ahí.

Llegar al instituto era un alivio, me ayudaba a pasar esos días,

tan estúpidamente monótonos. Al volver a casa un día, sentí una leve

descarga de claridad. Solo habían pasado dos semanas desde que

dejase a Vincent, cuando para mí se habían hecho meses. Me había

felicitado a mí misma por completar la maratón, cuando apenas había

tocado la línea de salida.

Cuando entre en el metro de camino a casa me encontré una

figura sorprendentemente familiar en una cabina de teléfono cercana.

Cuando me miro, gritó:

—¡Kate! —mientras me miraba fijamente. Se acercó para darme

dos besos.

—¡Charlotte, menuda sorpresa! —dije sonriendo, mirando

alrededor para ver si había alguien más con ella.

—Estoy esperando a Charles, que viene por ahí —dijo, mirando el

metro que estaba detrás de mí.

Charles subió las escaleras, con todos los miembros intactos,

viéndose más sano de lo que se había visto nunca, pero más enfadado.

—¿Qué hace la humana aquí? —preguntó, con el ceño fruncido.

—Erm, tengo un nombre y, respondiendo a tu pregunta, vivo aquí

—le contesté—. No eres la única persona que vive en París y que usa “la

Rue du Bac Metro”.

—No, quiero decir, ¿qué haces aquí con Charlotte?

—Sencillamente me encontré con ella, accidentalmente. — ¿Por

qué me estoy excusando con él, como si fuese una adolescente?, me

pregunté sorprendida.

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—Pensé que una vez dejaste a Vincent, no te volvería a ver.

—Bueno —le dije, poniendo una sonrisa falsa—. Ya esta,

Charlotte, me encanto verte, pero me tengo que ir.

Me giré para irme, pero Charles gritó a mi espalda

—¿Sencillamente no tienes suficiente de nosotros, los chicos

muertos, eh? ¿Qué quieres ahora de nosotros? ¿Qué salvemos tu vida

de nuevo? ¿O nos vas a dirigir de nuevo a una trampa mortal, como

hiciste con Ambrose?

—¿De qué estás hablando? —le grité, volviéndome para hacerle

frente.

—De nada, sencillamente olvida lo que te dije —me dijo, metiendo

sus manos en los bolsillos, se giró de espaldas a mí.

Charlotte me miró como disculpándose.

—¿Qué? ¿Qué he hecho ahora? —di un grito ahogado.

—Nada, Kate. No hiciste nada. No te preocupes, es un problema

de Charles.

—Bueno, entonces, ¿por qué me atacan de esa manera? —Yo

todavía estaba inmóvil, en shock.

—Oye, ¿quieres ir caminando hasta el río? —preguntó, haciendo

caso omiso a mi pregunta—. Tenía esperanza de encontrarnos por la

calle algún día, ya que somos vecinas, pero no se dio el caso. Al ver que

no sucedía y verte yendo hacia el metro, decidí ir hacia allá también.

—No me digas que me seguías —le dije, medio en broma.

Charlotte no respondió, pero me sonrió como una gata.

—¿Qué? ¿Has sido tú la que me estaba siguiendo?

—No te preocupes, Vincent no me lo pidió. Es sólo que es lo que

solía hacer y cuando lo estamos haciendo sin parar, es difícil no seguir

a las personas que nos interesan.

—¿Te intereso?

—Sí.

—¿Por qué?

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—Vamos a ver. Tú eres la primera chica que a Vincent le ha

interesado desde que se convirtió en revenant. Lo que ya te califica

como fascinante.

—No puedo hablar… de él —empecé a protestar.

—Está bien. Vamos a evitar el tema de Vincent por completo. Lo

prometo.

—Gracias.

—También me interesas porque… —Por primera vez se veía

mucho más joven, como la quinceañera que era—. Tenía la esperanza

de que llegáramos a ser amigas, antes de que lo dejaras, creo. Es un

poco aburrido salir con chicos todo el tiempo. Afortunadamente Jeanne

está ahí, o si no, ya me habría vuelto loca.

Mi expresión debió de ser rara, porque se apresuró a explicar.

—No es que pueda salir y hacer amistad con cualquier ser

humano. Ellos no entenderían. Pero como tú ya sabes lo que somos…

La interrumpí gentilmente.

—Charlotte, estoy muy halagada de que quieras ser mi amiga. Me

agradas mucho, también. Pero todavía estoy muy molesta porque

Vincent quisiera salir contigo y no encontrarse conmigo, eso es

demasiado duro para mí.

Ella apartó la mirada y asintió con la cabeza con indiferencia,

como si debiera distanciarse de mí.

—Pensé que salías con Charles la mayor parte del tiempo —dije.

—Oh, eso últimamente no se puede —dijo tratando de sonar fría,

pero no lo hacía muy bien. Su voz temblaba mientras ella continuaba—.

Así recientemente he salido sin él, por mi propia cuenta a lo que estoy

acostumbrada —su intento de parecer valiente se fue arruinando por

las lágrimas que corrían por sus mejillas mientras se alejaba.

—¡Espera! —dije, agarrando su mano y tirando de ella hacia mí.

Mirando al suelo, se limpió una lágrima.

—Lo siento. Las cosas han sido en cierto modo… difíciles

últimamente.

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Supongo que no soy la única con problemas, me dije, mientas mi

decisión se iba desmoronando a medida que vi la tristeza en su rostro.

—Bueno sí. Vamos a caminar al río —sus ojos vacíos los reconocí

como los míos, y logré esbozar una sonrisa cuando ella me tomó del

brazo y caminamos por la calle juntas.

Cuando nos acercamos al agua, me señaló un taller de

taxidermia36 de antigüedades.

—Mi madre y yo solíamos ir siempre ahí —dije—. Es como un

zoológico, con la excepción de que todos los animales están muertos.

Ahora ni siquiera puedo pasar sin pensar en mi mamá. No me he

atrevido a entrar, por si acaso tengo un colapso allí mismo en el centro

de todas las ardillas de peluche.

Charlotte se río. Esa era la respuesta que buscaba.

—Así es como me sentía mucho después de que mis padres

murieran. Todo me recuerda a ellos. París se sentía como un pueblo

fantasma para mí durante muchos años después —dijo mientras

caminábamos por las escaleras del muelle.

—¿Tus padres murieron? Quiero decir, ¿antes que tú? —le

pregunté. El agujero en mi corazón comenzaba a doler otra vez.

Empezamos a dar un paseo mas allá de la línea de casas flotantes37 que

fueron amarradas a la orilla del río.

Charlotte asintió con la cabeza.

—Fue en la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación. Mis

padres tenían una imprenta clandestina en nuestro apartamento cerca

de Sobornne, donde mi padre enseñaba. Los alemanes los encontraron

y les dispararon. Charles y yo estábamos en casa de mi tía esa noche,

probablemente nos habrían matado también. Nos sentimos orgullosos

de nuestros padres y de seguir sus pasos. Así que cuando empezamos a

oír hablar de las redadas… —ella hizo una pausa, y luego explico—,

cuando la policía detuvo a los Judíos para enviarlos a los campos de

concentración —asentí para demostrarle que entendía y continuó— nos

escondimos con algunos amigos de la escuela y sus padres en nuestro

36 Taxidermia: Del griego "taxi" (arreglo o colocación) y el griego "dermis" (piel), se

define como el arte de disecar animales para conservarlos con apariencia de vivos y

facilitar así su exposición estudio y conservación 37 Casas Flotantes: http://st-listas.20minutos.es/images/2011-04/286714/3192497

640px.jpg

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apartamento, en una habitación con una pared falsa donde se había

ocultado la imprenta. Nos aseguramos de tener lo suficiente para

alimentar y vestir a los seis durante más de un año antes de que un

vecino se diera cuenta y nos reportara a todos.

Me detuve en el lugar.

—¿Quién podía hacer tal cosa? —dije, horrorizada.

Ella se encogió de hombros y continúo, tomando mi brazo

obligándome a moverme otra vez.

—Hemos sido capaces de conseguir que la familia de alguna

manera estuviera segura en otro lugar donde esconderse, pero Charles

y yo fuimos capturados al día siguiente y nos dispararon.

—Apenas puedo creer lo que sucedía justo aquí en París.

Charlotte asintió con la cabeza.

—Ellos dicen que treinta mil de nuestros “residentes” fueron

fusilados en el transcurso de la Ocupación. Al menos, ese era la cifra

oficial. Algunos en realidad eran los infractores. Sin embargo, otros eran

transeúntes inocentes que fueron tomados como rehenes y asesinados

para vengar a sus compatriotas de resistencia.

—Eso fue muy valiente por tu parte y la de Charles, ayudar a esas

familias.

—Bueno, ¿no habrías hecho tú lo mismo? ¿Cómo podríamos

haber actuado de otra manera?

Nos acercamos a un banco de piedra y se sentó.

—No sé —respondí finalmente—. Quiero creer que yo habría

actuado como lo hicieron ustedes. Pero debe de haber muy pocas

personas que en realidad sean tan valientes. Tal vez por eso se

convirtieron en uno de ellos. Quiero decir, en un revenant.

—Eso es lo que piensa Jean-Baptiste. Que salvar vidas estaba

programado en nosotros. Que fue algo natural. ¿Quién sabe? —Hizo

una pausa, pensativa—. Lo que sí sé, es que ahora puedo ahorrar a

otros el dolor que pasé cuando mis padres murieron por salvar vidas, el

evitarlo hace que nuestra existencia sea más fácil de soportar.

Asentí con la cabeza y la miré mientras ella mordía sus uñas

pensativa.

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—Entonces, ¿qué pasa con Charles? —pregunté por fin.

—Todo esto es parte de la misma historia —dijo—. Ha tenido

dificultades para hacer frente a su incapacidad de salvar la vida de esa

niña en el accidente del barco. En el último par de semanas ha estado…

—parecía que estaba pensando en cuando decirme— obsesionado con

ella.

—¿Va a superarlo con el tiempo? —pregunté.

Ella se encogió de hombros.

—Finalmente le dije a Jean-Baptiste sobre él esta mañana. Él

hablara con Charles.

—Tal vez eso ayude —le ofrecí.

Ella sacudió la cabeza, como si no estuviera convencida.

—Vamos a cambiar de tema.

—Bueno —dije tomando un nuevo tema de conversación—.

Entonces, ¿qué hay de malo en vivir en una casa llena de hombres

calientes? Excluyendo a Gaspard y Jean-Baptiste, es decir, quienes

supongo que pueden ser “calientes” a su manera —fui bajando la voz.

Ella se echó a reír.

—Definitivamente no es caliente —estuvo de acuerdo—. Hay tanta

testosterona embalada en el aire, me sorprende que no me creciera el

bigote solo por respirar allá.

Ahora fue mi turno de reír. Se sentía extraño en mí, como si

repentinamente hablara en chino. No se sentía natural, pero tampoco

se sentía mal.

Charlotte me lanzó una sonrisa irónica, orgullosa de haber

atravesado mi armadura.

—Honestamente —reconoció—, todos son como una familia para

mí. Hemos vivido juntos durante décadas.

—Los revenants que viven fuera tienen que trasladarse

continuamente de forma que los lugareños no los reconozcan una vez

que han muerto por salvar a alguien. Siempre están en movimiento,

como Jean-Baptiste, de un hogar a otro en el país. La mayoría de ellos

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se adaptan muy bien. Pero yo no puedo hacerlo. Esos hombres son toda

la familia que tengo, y nunca podría dejarlos.

—¿Alguna vez has…? —hice una pausa, insegura de cómo podría

sonar mi pregunta.

—¿Qué? —preguntó Charlotte intrigada.

—¿Tenido novio?

Charlotte suspiró.

—Es tan difícil para mí tener novio como tener una miga.

Supongo que al principio podría inventar alguna excusa para

desaparecer 3 días cada mes, pero no funcionaría por mucho tiempo. Y

después desaparecer por unos días cada vez que muero. No,

simplemente no podría funcionar. Y no puedo tener relaciones

ocasionarles como Jules y Ambrose las tienen. Cuando me enamoro, me

apego.

—¿Así que has estado enamorada antes?

Ella se sonrojó y bajó la mirada hacia sus manos.

—Sí, pero eso no hace… no se sentiría del mismo modo —sus

palabras fueron casi inaudibles.

—Entonces, ¿por qué no sales con un revenant?

Se inclinó hacia adelante dibujando una sonrisa triste en sus

labios, se abrazó a ella misma y miró hacia el agua.

—No hay muchos de nosotros, por lo que las opciones son

bastante escasas.

Yo no sabía que responder, así que tomé su mano y le di un

apretón alentador. Ella sonrió y luego dijo:

—Será mejor que vuelva a casa. Por Charles. Gracias por la

charla. Ni siquiera puedo decirte lo bueno que es para mí para el rato

con una chica.

Me sentí de la misma manera. Yo no había hecho amigos aquí en

París. Y aunque eso significara pasar el tiempo con alguien que era

prácticamente un miembro de la familia de Vincent, tenía que admitir

que me gustaba estar con Charlotte.

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—Lo volveremos a repetir —le prometí.

Si soy amiga de Charlotte, estaré obligada a enfrentar a Vincent de

un momento a otro, una pequeña voz en mi mente me dio un codazo. Oh

cállate, le dije, preguntándome si el dolor de mi corazón no se iría

nunca. Tenía que, decidí. Cuando más tiempo pasaba lejos de Vincent,

mejor me sentiría. De eso estaba segura.

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Traducido por Vafitv

Corregido por rose_vampire

n lugar de mejorar, la siguiente semana me sentí peor, y

para el viernes, una sigilosa desesperación comenzó a

engullirme cuando me di cuenta que el fin de semana se

extendía por delante sin una sola actividad planeada como distracción.

En el almuerzo, giré mi teléfono para ver mis mensajes de texto

diarios de Georgia.

¿Has visto a tu–sabes-quien vestida como mujerzuela?

El cálculo apesta.

Saldré ésta noche, ¿quieres venir?

Vacile, y luego me obligué a responder al último texto: ¿Dónde?

Ella me escribió de inmediato

Nos vemos después de la escuela.

A las cuatro, Georgia estaba esperándome en la puerta con una

expresión de puro asombro.

―De ninguna manera, Katie-Bean… ¿estás realmente saliendo

conmigo esta noche?

―Depende ―dije alegremente, intentando no sonar tan

desesperada como me sentía―. ¿A dónde vas?

―Hay una fiesta de baile en un club subterráneo. El dueño es un

muy buen amigo mío ―ella me dedicó una sonrisa traviesa. Mi hermana

es incorregiblemente coqueta―. En serio, es un lugar realmente genial,

está en un laberinto de antiguas bodegas de vinos que funciona bajo un

par de edificios cerca de Oberkampf38.Está siempre lleno de músicos y

artistas, te va a encantar. ―Aunque mi corazón no estaba en la

38

Oberkampf: es un barrio de París muy de moda y con muchos establecimientos de

diversión.

E

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discoteca, esta era mi única oferta para el fin de semana. En realidad,

durante el mes, si estaba siendo realista―. Estoy dentro ―dije―. ¿A qué

hora te vas?

―Alrededor de las nueve.

Cogimos el autobús a la ciudad y después cambiamos al metro.

Una vez en nuestra calle, le dije a Georgia:

―No tengo ganas de ir a casa todavía. Creo que voy a pasear. No

te vayas sin mí.

―Voy a elegir tu atuendo ―dijo ella, sonriendo, y nos dirigimos

hacia nuestra calle. Me dirigí en otra dirección y caminé más allá

pasando el concurrido boulevard Saint-Germain a la deriva, a través de

las pequeñas calles sinuosas que cruzan la zona junto al río.

En una esquina muy transitada, había un café con una amplia

terraza donde mi abuela me llevaba de niña por la deliciosa tarta tatin,

una tarta de manzana horneada servida al revés con un glaseado de

caramelo. El café se llamaba La Palette, al igual como en la paleta de un

artista. Su nombre se remonta a cuando era un lugar de reunión para

los pintores y escultores locales. Estaba demasiado lejos de casa para

haberlo elegido mi café local, pero sin duda digno de las visitas

ocasionales. El gélido viento invernal soplaba por las calles y la terraza,

normalmente llena, estaba prácticamente desierta. Me abrí camino a

través de la puerta de entrada hacia el cálido, delicioso olor a café. Un

camarero llamo mi atención e hizo un gesto hacia una mesa vacía en

una posición casi escondida detrás de la puerta de entrada. Perfecto. El

anonimato era exactamente lo que quería hoy.

Me senté, guardando mi bolso debajo de la mesa, y comencé a

echarle un vistazo a la clientela del café mientras esperaba que el

camarero volviera. Un grupo de estudiantes de rowdily charlaba en una

esquina. Varias mesas con empresarios con bebidas ubicadas encima

de sus documentos. Una mujer de apariencia sorprendente en sus

treinta, sentada sola.

Me concentré en la última de ellos. Espeso cabello rubio, casi

blanco, su cabello bajaba por sus hombros, sus pómulos altos y ojos

azules claros, su aspecto era vagamente escandinavo.

Un hombre dándome la espalda se acercó a ella desde la barra del

café. Se sentó frente a ella, cogió la taza de y agotó los residuos con un

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rápido movimiento. Luego, llegó a cogerle la mano que yacía con

delicadeza sobre la mesa.

Él le dijo algo a ella y su mirada descendió de él a la mesa. Vi una

lágrima correr por su hermosa mejilla, y se levantó sacudiendo

automáticamente la mano del hombre. Él aliso un mechón suelto de su

cabello platinado detrás de la oreja en un movimiento que reconocí.

Y con una repentina comprensión, mi corazón se detuvo. Un

helado escalofrío se apodero de mí, agarré mi bolso y tiré el salero de

cristal al piso, donde se destrozó ruidosamente. Los ojos de la mujer

volaron hacia mí mientras ella dijo algo a su compañero.

Él se volvió en mi dirección y se congeló con una mirada de

devastación que estropeaba su hermoso rostro. Mi instinto no se había

equivocado.

Era Vincent.

Justo en ese momento, el camarero se materializó frente a mí,

sosteniendo una escoba y un recogedor.

―Lo siento ―me las arreglé para decir, abruptamente agarré mi

abrigo de la silla y empujé tropezando fuera del café.

Corrí todo el camino a casa, mi rostro tan entumecido que se

sentía como si hubiese recibido un disparo lleno de Novocaína39. Lo

dejé, me recordé a mí misma, no al revés, ¿Por qué no debería él haber

encontrado alguien más?

La idea vino a mí, podría haber mentido sobre no estar

enamorado de alguien desde su romance de niñez. Podría haber estado

con la hermosa rubia todo el tiempo. Mi corazón destrozado me dijo que

estaba equivocada, sin embargo. Vincent no me mentiría. Y tampoco lo

haría Charlotte cuando dijo que yo fui la primera chica de la que

Vincent se había enamorado desde que se convirtió en un revenant.

Desafortunadamente, admitir que él estaba libre de culpa, y que yo era

la que se había alejado, no hizo que el dolor en el pecho doliera menos.

Cuando llegué a casa, fui directamente a la habitación de Georgia

y abrí la puerta sin llamar.

39 Novocaína: Es un fármaco que bloquea la conducción nerviosa, previniendo el

inicio y la propagación del impulso nervioso.

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―Vamos a ir ―dije sin aliento. Ella sonrió y levantó un vestido

corto de encaje.

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Traducido SOS por Alexiacullen

Corregido por Fher_n_n

lrededor de las nueve salimos de la casa y nos subimos a

un coche que esperaba fuera. Me apreté en el asiento

trasero con dos chicas que reconocí de la escuela mientras

que Georgia saltó hacia el asiento del acompañante y le dio a un chico

guapetón, que yo nunca había visto, un beso en los labios.

Sabía que esa era la forma de Georgia de decir hola a los chicos

que le gustaban, así que decidí preguntarle por los detalles más tarde.

Hizo las presentaciones.

—Lawrence, británica; Mags, irlandesa; Ida, sueca; esta es mi

hermana, Kate, que está en la desesperada necesidad de una buena

salida nocturna. Si se va a casa aburrida, os tendré a todos

personalmente como responsables.

Puso en marcha la radio, Lawrence dirigió el coche hacia el río y

nos fuimos.

El bar estaba en un barrio un poco agreste en el lado este de

París, una zona popular entre los artistas, modelos y músicos que

todavía no lo habían hecho a lo grande. Varios bares de moda habían

aparecido allí en los últimos años, y las aceras estaban llenas de

pequeños grupos de personas con pantalones en las caderas,

temblando de frío cuando fumaban fuera.

Nos detuvimos frente a un edificio en un callejón que parecía

temblar por el ritmo palpitante de la música de adentro. Un gran

portero estaba de pie en la puerta, vestido solo con unos vaqueros y

una camiseta blanca que se estiraba ajustadamente a través de los

músculos de sus impresionantes pectorales. Lawrence gritó algo sobre

la música a todo volumen, y el hombre entreabrió la puerta abierta para

dejarnos entrar.

El espacio era tan grande como un salón de baile, pero con una

altura de solo unos dos metros y medio. Una cabina de DJ estaba

situada en uno de los lados, con una larga barra fluorescente encendida

A

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recorriendo el largo de la pared de enfrente. La sala estaba tallada en

piedra en bruto, con columnas de hormigón sosteniendo el techo. Focos

blancos instalados en las esquinas de las paredes la hacían una cueva

desigual inquietantemente teatral.

—¡Bebidas! —gritó Georgia, y nos dirigimos hacia el bar. En un

acento británico empalagoso, Lawrence me preguntó qué quería y cogió

para ambos una Cocal-cola.

—Conductor asignado —dijo, guiñándome un ojo y sonriendo.

Chocamos nuestros vasos en un brindis y luego volvió a inclinarse

hacia atrás en la barra.

—¿Así que tú y Georgia... ? —le pregunté a Lawrence, dejando

que llenara el espacio en blanco.

—No —respondió, sonrió formándose hoyuelos en sus mejillas—.

Me gustan los chicos.

—Entiendo —le dije, bebiendo de mi pajita, y nos giramos para

evaluar el alcance de la sala.

Nunca dejé de admirar el talento impecable de Georgia para

encontrar los lugares más nuevos y populares para pasar el rato. Gente

guapa bailando en el medio de la pista, mientras que otros se

mezclaban en los bordes, con los hombros caídos y flacuchos, con

caderas fuera de onda alzándose. Me di cuenta de una famosa actriz

joven que se sentaba en un rincón, con una pandilla de admiradores

fingiendo no adularla y que se extendían a través de un montón de

cojines en un nicho escavado en la pared, vi a un cantante de una

banda británica de moda.

Mi hermana estaba a pocos metros de mí, besando a un chico,

futuro modelo, en las mejillas, cuando vi una figura de facciones duras

caminando lentamente pero sin pausa a través de la habitación hacia

nuestra dirección. La gente le daba una palmada en la espalda mientras

se abría paso entre la multitud.

Cuando estuvo a pocos metros, Georgia dejó la copa en la barra y

echó los brazos al aire mientras él la cogió por la cintura.

—Georgia, mi sensual belleza sureña —dijo, bajándola al suelo.

Yo sonreí.

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El hecho de que nunca había vivido en el sur era un punto

discutible. Georgia había utilizado la docena de días de fiestas o así que

pasamos en el estado natal de mi madre en cultivar un acento de

melaza espesa que Scarlett O´Hara hubiera cambiado su enagua.

Cuando estaba con humor, utilizaba su voz cansina, junto con su

nombre, dando a entender que veníamos de un lugar más “exótico” que

Brooklyn. Los extranjeros, por lo menos los que no hablaban inglés lo

suficientemente bien como para notar los acentos, se la comían.

El hombre se inclinó para darla un beso en los labios. El hecho de

que este duró unos segundos más que los otros que había estado

otorgando a la derecha y la izquierda, me hizo sospechar que debía de

ser alguien especial. Y tomándole de la mano, lo arrastró delante de mí.

Finalmente obtuve una visión sin obstáculos de la multitud, vi que era

todo lo que Georgia prefería, todo combinado en un solo hombre. Al

menos seis-cinco, parecía una mezcla entre un surfista y un jugador de

fútbol: azotado por el viento el cabello rubio y la piel bronceada, pero lo

suficientemente sólido para levantárselo con una sola mano a través de

una línea defensiva completa. Sus ojos castaños eran tan claros y

cristalinos que parecían mantequilla congelada. Y la forma en que

sostenían a Georgia con una forma de propiedad confirmaba que ellos

eran un solo elemento.

—¡Nos encontramos finalmente! La hermana pequeña de Georgia,

Kate. He oído hablar de ti. No me dijiste que era tan guapa, Georgia.

Mi hermana arrastró sus palabras.

—Ahora, ¿por qué iba a hacer una cosa así? —Girándose hacia mi

dijo—: Kate, este el Lucien. Es el dueño del bar.

—Encantada de conocerte —le dije.

Apretó los hombros de Georgia y se inclinó para susurrarle algo al

oído. Entonces, extendiéndose en su altura completa, hizo una señal

hacia el camarero indicando nuestro grupo.

—Dulce Georgia Brown —silbó Lawrence a mi lado— bebidas

gratis toda la noche. Tu hermana tiene el toque mágico.

—Lo sé —admití cuando vi a Lucien besar la mano de mi

hermana antes de permitir que él mismo se tirara a lo lejos como un

encargado de aspecto desesperado. Cuando desapareció entre la

multitud, sonrió y me guiñó un ojo.

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Un grupo de chicos de aspecto desaliñado entró en la sala y se

dirigieron hacia nosotros. Lawrence se inclinó y dijo:

—Alerta de banda. Estos chicos son el grupo nuevo más caliente

en la ciudad.

—Entonces tienen que ser amigos de Georgia. —Suspiré.

Sonrió y asintió con la cabeza mientras se acercaban. Uno caminó

hasta Georgia, y sin mediar palabra, la sacó a la pista de baile. Se

inclinó más y le gritó algo al oído, y luego me sonrió cuando uno de sus

amigos se acercó y me cogió de la mano.

—¡Alex! —gritó el hombre, peinándose el pelo largo de los ojos.

Bailamos al lado de Georgia y su amigo durante

aproximadamente un par de canciones. Los destellantes ojos azules y

una sonrisa coqueta de Alex definitivamente bombearon de nuevo mi

corazón. La forma en la que me sonrió agradecido me mostró que no le

importaba que le asignara como mi “chico fiesta”. Era guapo. Era

humana. ¿Por qué no fui capaz de relajarme y disfrutar por mí misma?

Finalmente, me incliné para decirle a Alex que me iba a tomar un

trago. Me miró con pesar y con la mímica de un beso sensual mientras

me alejaba. Mentalmente me di una patada por mi estupidez, pero sabía

que no podía hacer otra cosa. No esta noche. No por un tiempo. No fue

sino hasta que la cara de Vincent dejó el dolor de mi cerebro en paz.

Lawrence se había ido por un momento cuando regresé a la

barra, pero al verme, el camarero de forma automática me sirvió otro

vaso de cola. Lo cogí y me fui a sentar a un cojín de cuero gigante

contra la pared.

Recostada contra la fría piedra, entrecerré los ojos mientras

observaba los movimientos ondulatorios de las grandes masas unos

pocos minutos antes de cerrar los ojos. Dejé que el trabajo de la música

con su trance golpeara en mi cerebro. Unos segundos después oí una

voz suave y baja decir:

—¿Cansada?

Al abrir los ojos vi que Lucien había agarrado un cojín y estaba

sentado a mi lado. Le sonreí. No parecía precisamente tan severo ahora

que no estaba luchando contra una multitud de parásitos, pero había

un aura ligera de capa subterránea de hielo cerniéndose sobre él. Ser

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dueño de uno de los bares más de moda en la ciudad tenía que tener un

efecto sobre el ego, me dije.

—No estoy muy cansada, sólo que no tengo ánimo de bailar.

—Así que, ¿tiene la hermana de Georgia novio?

Bueno, este chico es realmente directo.

—¡Ah, no! —le dije—. No por el momento.

—Bien —dijo, frotándose las manos para el efecto—. ¡Esa es una

buena noticia para mis amigos!

—Um. Yo… no estoy realmente en el mercado.

—Pero no te opondrías a conocer gente. —Levantó una ceja rubia

peluda.

—Actualmente…

No dispuesto a escuchar mi respuesta, se levantó y cogió mi vaso

vacío volviendo a la barra y regresó con uno lleno.

—Tendrás que venir con Georgia a una fiesta que voy a tener en

un par de semanas. Todo el mundo que sea alguien estará allí. —Se

puso en cuclillas y me entregó la copa—. Y por supuesto estarás.

Su palmada juguetona en mi hombro me dio una reacción

visceral inesperada; retrocedí. Por el modo en que su cuerpo se tensó

mientras permanecía de pie, me di cuenta de que él lo había notado.

¿Qué pasa contigo?, me regañé, sorprendida por mi reacción. Él sólo

estaba tratando de ser amable, pero tengo que estar muy fuera de la

práctica de la interacción social. Antes de que pudiera decir algo para

compensar el hombro frío no intencionado, se giró para hablar con

alguien que había estado esperando impacientemente por su atención.

Tomé un sorbo de mi cola y comprobé mi teléfono: ni si quiera era

medianoche.

Levantándome sobre mis pies, me abrí camino entre los bailarines

hasta que llegué a Georgia. Me dio una sonrisa interesada y negué con

mi cabeza.

—Lo siento, Georgia. No puedo engancharme en esto. Regreso a

casa —grité por encima de la música, haciendo un gesto hacia la puerta

en el caso de que no pudiera oírme.

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Ella asintió con la cabeza.

—¿Vas a estar bien regresando sola?

—Voy a tomar un taxi.

Georgia me dio un abrazo y luego le dijo algo al chico con el que

estaba bailando. Sonriendo, él cogió mi mano y me condujo a través de

la pista hacia la entrada. Mientras cogía mi abrigo, sacó un teléfono

móvil y pidió un taxi para mí, llevándome fuera a la calle y esperando

conmigo hasta que se detuvo en la acera.

—Gracias —le dije después. Él hizo un gesto caminando ya de

regreso al bar.

Cuando abrí la puerta del taxi, miré hacia atrás al callejón y vi a

Lucien fuera, hablando por su teléfono celular. Cuando alzó la vista y

captó mi mirada levanté la mano para decirle adiós. Me lanzó una

sonrisa confidente y me saludó. Un chico pelirrojo que estaba con él

volvió la cabeza para ver quién estaba saludando a Lucien, pero

rápidamente desvió la mirada.

Respiré profundamente y seguí mirando mientras el coche se

alejaba. Un segundo fue suficiente para que yo reconociera al chico con

la amargura en su rostro. Era Charles.

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Traducido por Isane33✰

Corregido por Fher_n_n

o escuché a Georgia llegar a casa esa noche, y dormí

hasta altas horas de la mañana. Cuando desperté, fue por

una sensación de expectativa.

Medio dormida, el rostro de Vincent del día anterior, flotaba en mi

mente. Cuando él escaneaba el café con una expresión melancólica, me

sentí abrumada con una mezcla de nostalgia y orgullo. El guapo

muchacho moreno, era mío. Con este pensamiento una deliciosa

sensación me envolvió, y poco a poco abrí los ojos.

Y entonces mi consciente le lanzó una patada a mi corazón.

Vincent no era mío. Era de otra persona. Y yo estaba de nuevo dentro

del agujero negro de tristeza y pesar que había sido mi prisión por las

últimas tres semanas.

Tomé la decisión de salir de la casa, decidí desayunar en el Café

Sainte-Lucie, el cual me di cuenta había vuelto a abrir el día anterior.

En el camino más allá de la sala, vi a Papy en su sillón, leyendo

un periódico y luciendo completamente como una versión mayor de mi

padre. A sus setenta y un años, todavía lucía una cabeza llena de

cabello. Su apariencia aristócrata, la cual había sido heredada por

Georgia, por desgracia había saltado justo por encima de mí.

Miró por encima de su periódico.

—¿Cómo está mi princesa? —preguntó, empujando sus gafas de

lectura hacia su frente.

—Estoy bien Papy. Sólo voy a desayunar con J.D. —Retuve mi

ejemplar de El Guardián entre el Centeno antes de meterlo en mi bolso.

Cogió mi mano en la suya y la colocó en el brazo de la silla al lado de él,

utilizando el lenguaje de señas de los abuelos para, Quédate un minuto.

Papy dijo en voz baja:

—Mamie dice que está preocupada por ti. ¿Quieres hablar?

N

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Negué con la cabeza y le di una sonrisa de agradecimiento.

—Sabes que estoy aquí siempre que me necesites —dijo, tirando

sus gafas de regreso a su nariz.

—Gracias, Papy —susurré, apretando su mano antes de volver a

salir.

Nunca podría hablarle de mis problemas. Incluso si solo acabara

de romper con un regular novio humano, Papy realmente no podría

entender. Él y Mamie vivían en un mundo de sueños en perfecto

funcionamiento. Todavía estaban locamente enamorados y se pasaban

el tiempo haciendo cosas que ambos disfrutaban. Tenían una vida

normal. Una vida estable. Tenían todo lo que quería.

El dueño del café me dio la bienvenida personalmente, me sentó

en la parte delantera de la sala, donde tendría algo de intimidad. Tomé

un sorbo de mi café crème y comí un croissant a medida que me perdía

en mi libro. Debió haber sido media hora después, cuando me di cuenta

que la silla frente a mí estaba ocupada. Jules se sentó frente a mí con

una sonrisa maliciosa en su rostro, sus ojos castaños brillando con

humor.

—Así que, Miss Estados Unidos, pensaste que podrías hacer un

acto de desaparición y simplemente abandonarnos a todos. No tienes tal

suerte.

Casi reí de alegría al verlo de nuevo, pero hice como que no me

importara, preguntando:

—¿Qué pasa con ustedes chicos muertos? ¿Están siguiéndome, o

qué? ¡Anoche, Charles, y ahora tú!

—¿Vistes a Charles?

—Sí, él estaba en este club al que fui muy cerca de Oberkampf. —

Mi voz se desaceleró cuando vi el asombro de Jules.

—¿Qué club?

—Honestamente, no sé ni cómo se llamaba. No había ni un cartel

ni nada.

—¿Te dijo algo?

—No, justo estaba saliendo cuando lo vi parado afuera. ¿Por qué?

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Jules consideró lo que le había dicho, luego cambió la

conversación a una dirección diferente.

—Así que… ¿cuándo vas a volver?

Mi sonrisa se desvaneció.

—No puedo, Jules.

—No puedes, ¿qué?

—No puedo volver. No puedo permitirme estar con Vincent.

—¿Qué hay de estar conmigo, entonces? —Viéndolo hacer un

guiño en forma insinuante, me reí—. No me puedes culpar por

intentarlo —dijo, agarrando mi mano a través de la mesa y entrelazando

sus dedos con los míos.

Le lancé una sonrisa avergonzada y dije:

—Eres incorregible.

—Y tú estás ruborizada.

Puse mis ojos en blanco en dirección al techo y dije:

—Siendo el joven, artista apuesto, Jules, estoy segura que tienes

un montón de chicas solamente derribando tu puerta.

—Sí, nosotros, los chicos muertos realmente ligamos a las chicas.

—Soltó mi mano y se sentó en su silla, con una expresión arrogante—.

En realidad, desde que has negado rotundamente mis atenciones, me

siento libre de decir que tengo varias novias que veo rotativamente, sólo

para asegurarme de que nada sea demasiado serio.

—¿Es una de ellas la modelo con poca ropa que vi en tu estudio

aquel día?

—“Aquella” es una mera relación profesional. A diferencia de lo

que sería lo nuestro si solamente me das una oportunidad. —Él frunció

sus labios en un beso sensual.

—Oh, Jules. ¡Detente!— Gemí y le di un puñetazo fingido el brazo.

—¡Ay! —Dijo, frotando el lugar con su mano—. Maldita sea, no

eres solamente bonita, sino que también eres capaz de dar un golpetazo

tremendo.

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—Si vas sentarte aquí y torturarme, entonces puedes levantarte y

volver a aquella lujosa morgue en la que viven —dije.

—¡Ooooh! ¡Ella se atreve a enviar lejos al pobre chico zombi con

vergüenza! ¿Qué pasa si traigo noticias?

Levanté la vista hacia él.

—¿Noticias de qué?

—La noticia de que Vincet está languideciendo por ti. Que está

inconsolable. —El tono de Jules era serio ahora—. Que no solo es

técnicamente un “muerto viviente”… ahora también es emocionalmente

uno.

Mi estómago se apretó y luché por mantener mi voz firme.

—Mira, Jules, lo siento mucho. Quería darle una oportunidad,

pero después de ver a Charles ser llevado a casa en una bolsa para

cadáveres… —Hice una pausa. Jules me miraba con desafío en sus

ojos. Eso me dio fuerzas.

—No puedo permitirme enamorarme de Vincent si eso significa

tener un recordatorio constante de la muerte. He tenido suficiente de

eso para hacer frente en el último año.

Él asintió con la cabeza.

—Sé acerca de eso. Siento lo de tus padres.

Tomé una respiración profunda, y mi dolorido corazón se

endureció mientras hablaba.

—Además, no creo que estés siendo honesto conmigo. Ayer vi a

Vincent compartiendo un momento muy tierno con una rubia. —Jules

actuó como si no me hubiera oído. Volteando su mantel individual, llevó

un lápiz de artista de carboncillo fuera del bolsillo de su camisa y

comenzó a garabatear sobre el mismo. Hablaba mientras dibujaba.

—Vincet quería que te echara un vistazo. No se atreve a acercarse

a ti. Dice que no quiere causarte más sufrimiento. Después de verte

correr fuera de La Palette ayer, él tenía miedo de que pudieras haber

llegado a la conclusión equivocada. Lo cual es obvio que hiciste.

Sentí mi temperamento estallar.

—Jules, vi lo que vi. ¿Cuánto más obvio podría haber sido?

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Jules atrapó mi mirada.

—Kate, obviamente no eres tonta, así que estoy dando por hecho

que debes ser increíblemente ciega. Geneviève es una de nosotros. Es

una vieja amiga la cual es como una hermana para nosotros. Vincent

está enamorado, pero no de ella.

Mi respiración se cortó en mi garganta.

Satisfecho de que él había conseguido mi atención, miró con

calma de regreso a su papel, concentrándose intensamente en hacer

sus garabatos a medida que él continuaba.

—Él está tratando de resolver las cosas. De encontrar una

solución a la situación. Me pidió que te dijera eso.

La mirada de Jules parpadeó hacia mí y luego regresó a su

mantel individual.

—No está mal —dijo. Arrancó un trozo cuadrado y, a

continuación, de pie, me lo entregó.

Era un bosquejo de mí, sentada en la cafetería. Me parecía Venus

de Botticelli, irradiando serenidad y encanto natural.

—Parezco hermosa —dije con asombro, levantando la vista del

dibujo a su rostro serio.

—Eres hermosa —dijo, agachándose y besándome suavemente en

la frente, antes de girar y caminar a grandes pasos fuera de la cafetería.

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Traducido por Mais020291

Corregido por amiarivega

uando llegué a casa la tarde siguiente, luego de otra

sesión de lectura de libros en el Café Sainte-Lucie, Mamie

estaba saliendo del apartamento con un visitante. La

mayoría de sus clientes, distribuidores de pinturas y conservadores de

museos, venían los días de semana durante las horas de trabajo. Así

que si alguien venía el fin de semana podías estar seguro que era un

coleccionista privado.

El hombre bien vestido estaba de pie en el pasillo, dándome la

espalda, sosteniendo un paquete grande, delgado y marrón, esperando

a que mi Mamie cerrara con llave la puerta principal detrás de ellos.

—Puedes tomar el elevador y yo llevaré las pinturas por las

escaleras —estaba diciendo ella cuando el hombre se volteó. Era Jean-

Baptiste.

—¡Oh! —exclamé. Mi cuerpo se congeló mientras mi mente

luchaba por encima de esta colisión frontal entre dos mundos: el clan

de los muertos vivientes con el que casi me mezclé y mi propia familia

mortal.

—Mi querida niña, te he asustado. ¡Mis disculpas! —Su voz sonó

suave y monótona, como si estuviera leyendo un guión. Estaba vestido

como si fuese la primera vez que lo veía, utilizando un traje costoso con

un pañuelo de seda con estampado en su cuello, y el cabello gris

cuidadosamente aceitado y peinado hacia atrás de su rostro

aristocrático.

—Katya, querida, este es un nuevo cliente: monsieur Grimod de

La Reyniere. Monsieur Grimod, mi nieta, Kate. Llegaste a casa en el

momento preciso, querida. ¿Podrías cargar esta pintura por las

escaleras hacia mi estudio? Creo que va a ser muy grande para

colocarlo en el elevador.

Jean-Baptiste continuó mirándome con asombro mientras Mamie

abría la puerta hacia el pequeño elevador. Podía sentir mi enojo

C

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aumentar mientras él levantaba su presumida ceja. Su transgresión

hacia mi mundo se sentía como una violación.

Como en muchos apartamentos parisinos, nuestro elevador era

pequeño. Apenas entraban dos personas, una junta a la otra; pero una

tercera, o una pintura grande en este caso, era imposible.

Alcé la pintura cuidadosamente por las esquinas y empecé a

caminar hacia arriba los tres tramos de escaleras restantes. La pintura

era casi la mitad de mi tamaño en altura, pero el marco había sido

retirado, así que no pesaba.

Llegué al final de las escaleras al mismo tiempo que Mamie

desbloqueaba la puerta del estudio y conversaba animadamente con

Jean-Baptiste mientras ingresaban. Observé la parte de atrás de su

forma rígida y me pregunté lo que el “tío” de Vincent estaba haciendo

aquí en mi casa. Primero Jules, ahora ¡Jean-Baptiste!, pensé. ¿Cómo

podía seguir adelante si la “familia” de Vincent seguía apareciendo en

mi vida? Mis emociones habían estado en un modo de montaña rusa

desde que había hablado con Jules, pero estaba determinada a

continuar con mi decisión original, estaba poniendo mi corazón en

peligro si continuaba viendo a Vincent.

Al tiempo que ingresaba por la puerta, respiré el olor confortante

de las pinturas de óleo y se insertaron profundamente en mis

pulmones. El estudio de Mamie siempre había sido uno de mis lugares

favoritos para pasar el rato.

Seis habitaciones de criadas que ocupaban el piso completo de

arriba habían sido combinadas para lograr un lugar grande de trabajo,

y la mayor parte del techo había sido eliminado para instalar claraboyas

de vidrio esmerilado que inundaban la sala con la difusa luz solar.

Los proyectos actuales de restauración de Mamie estaban

esparcidos por la sala sobre caballetes. Una pintura antigua y oscura de

un rebaño de vacas en un prado se situaba al frente de una pintura

colorida y brillante del post impresionismo de unas niñas bailando

cancán alzando sus piernas y levantado sus enaguas en una baile. Esta

última parecía asustar a una mujer española vestida de negro, que

pudorosamente sostenía un ventilador delante de sus labios en un

lienzo cercano.

—Echémosle un vistazo a este —dijo Mamie, tomando el paquete

de mis manos y recostándolo en una mesa de trabajo grande en el

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centro de la habitación. Cuidadosamente removió el papel y luego volteó

la pintura y la sostuvo para inspeccionarla. Era un retrato de tamaño

natural de un joven de la cintura para arriba, utilizando un uniforme de

soldado azul oscuro que parecía de la edad de Napoleón y un sombrero

alto de plumas. El modelo era obviamente el mismo Jean-Baptiste.

—Sin duda se puede ver la semejanza familiar —dijo Mamie con

admiración, mirando hacia la pintura y a su cliente una y otra vez.

Inclinándose, él tocó un pequeño corte en el lienzo, al nivel de la

frente del señor.

—La lágrima está aquí —dijo él.

—Bueno, es un corte limpio, así que será fácil de reparar. Sólo un

parche en la parte de atrás y no tendremos que tocarlo. ¿Con qué me

dijiste que se hizo la incisión?

—No dije nada, pero fue un cuchillo.

—Oh —exclamó Mamie con sorpresa

—Nada de qué preocuparse. Los nietos juegan brusco, sabe.

Tienen prohibidos jugar en el estudio desde ahora —dijo él, mirándome

calmadamente mientras hablaba.

—Bueno, si pudiera esperar aquí, he dejado mi cuaderno de

recibos en el apartamento. Kate, ¿podrías hacerle un buen café a

monsieur Grimod? —Asintió hacia una cafetera que estaba situada en la

esquina de la mesa y desapareció por la puerta, dejándola abierta

detrás de ella.

El viejo y yo nos quedamos de pie, sin ningún tipo de emoción,

hasta que escuchamos el sonido del antiguo elevador prenderse. Luego

tomó un paso hacia mí.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Tenemos que hablar —dijo con su voz autoritaria, aumentando

mis nervios—. Jules me dice que viste a Charles. Por favor, dime dónde.

Decidí que mientras más rápido le dijera a Jean-Baptiste lo que

quería escuchar, más rápido se iría.

—Él estaba de pie fuera del club al que fui cerca a Obrkampf. Era

un día viernes, alrededor de la medianoche.

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—¿Con quién estaba? —Aunque parecía que nada pasaba, podía

decir por el palpitar de la esquina de su boca que las cosas no andaban

bien.

—Parecía como si hubiese ido solo. ¿Por qué?

Miró hacia la puerta, como si calculara el tiempo que tenía para

hablar.

—Vine aquí por dos razones. —Habló rápido y suave. —La

primera era para preguntarte por Charles. Él desapareció unos días

después —miró hacia el retrato con disgusto —de jugar con su cuchillo

con sus habilidades de lanzamiento.

—Y la segunda era para dar una visita insospechada a tu familia.

Necesitaba saber de dónde eras.

Mi enojo regresó en un segundo.

—¿Qué? ¿Me estás espiando? ¿A qué te refieres con de dónde

vengo? ¿Si mis abuelos tienen dinero? —Sacudí mi cabeza con

disgusto—. Bueno, sí lo tienen, pero no tanto como tú. No entiendo por

qué importa de todas maneras.

Empecé a caminar lejos de él, hacia la puerta.

—¡Detente! —ordenó, y lo hice. —El dinero no me importa. El

carácter sí. Tus abuelos son honorables. Y seguros.

—¿Suficientemente honorables para arreglar tu pintura?

—No. Suficientemente honorables para tomar mi confianza. Si es

que se da la necesidad del caso.

Mientras el sentido de sus palabras me llenó, mi espalda empezó

a temblar. Él estaba espiando a mi familia para ver si era lo

suficientemente buena para Vincent. No debe de haber recibido el aviso

de que todo estaba definitivamente terminado.

—Nunca habrá la necesidad. No se preocupe, monsieur Grimod,

no volveré a entrometerme en su preciosa vida y hogar de nuevo.

Horrorosamente, sentí una lágrima correr por mi mejilla y la quité

enojada.

Las líneas afiladas de su rostro se suavizaron. Tocando mi brazo

suavemente con sus dedos, dijo:

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—Pero querida chica, tú debes volver. Vincent te necesita. Está

inconsolable.

Miré hacia el suelo y sacudí mi cabeza.

Jean-Baptiste colocó sus perfectos dedos con manicure debajo de

mi barbilla y la levantó hasta que mis ojos se encontraron con los

suyos.

—Él desea realizar sacrificios extremos para estar contigo. Tú no

nos debes, a él, nada, pero te rogaré que por favor vengas para

escucharlo.

Mi solución se empezó a deshacer.

—Lo pensaré —susurré.

Asintió, satisfecho.

—Gracias —Su voz crujió mientras sus labios decían palabras que

él raramente hablaba. Caminó rápidamente hacia la puerta y empezó a

descender por las escaleras mientras yo escuchaba ascender el

elevador.

Mamie salió, mirando hacia su cuaderno, y luego hacia mí

cuando pasó la puerta. Observando alrededor del estudio vacío,

confundida, preguntó:

—¿Bueno, a dónde se fue?

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Traducido por Sprinkling

Corregido por amiarivega

staba Lloviendo. Fuerte. Vi las gotas de lluvia golpeando

mis ventanas desde el piso hasta el techo con una fuerza

que las hacía rebotar en un charco que se estaba

formando en mi balcón.

Había estado pensando en Vincent desde que Jean-Baptiste me

había hablado unas horas antes, comparando lo que el había dicho con

lo que Jules me había contado en el café. Vincent estaba tratando de

resolver las cosas. De encontrar una solución, ¿tendría que darle una

oportunidad para hablar o sólo me estaría abriendo a mí misma al

riesgo de más dolor?

¿Qué es mejor, pensé, ser salvada y sufrir sola, o correr el riesgo

del dolor y realmente vivir? Aunque mi cabeza y corazón estaban

dirigiéndome en dos direcciones diferentes, estaba segura que no quería

que mi vida se pareciese a lo que había sido por las últimas tres

semanas: una monótona existencia vacía de color, calor y vida.

Caminé hacia la ventana y miré el oscuro cielo, deseando que la

respuesta a mi pregunta pudiera estar impresa en simples letras a

través de las nubes de lluvia. Mi mirada descendió hacia el parque que

estaba debajo y vi la forma de un hombre apoyado contra la entrada del

parque. Estaba parado en la torrencial lluvia, sin paraguas, mirando

hacia mi ventana. Salí hacia el balcón.

Una ráfaga de aire frío me atrapó y estuve inmediatamente

empapada por la lluvia que golpeaba, pero era capaz de ver el rostro

vuelto hacia arriba, tres historias a continuación. Era Vincent. Nuestros

ojos se encontraron.

Vacilé por un segundo. ¿Debería?, me pregunté, antes de notar

que ya había tomado mi decisión. Esquivando de nuevo mi habitación,

agarré una toalla de una silla y me sequé la cara y el cabello mientras

buscaba mis botas de lluvia. Sacándolas de debajo de mi cama, corrí

por el pasillo, choqué con Mamie fuera de la cocina.

E

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—Katya, ¿a dónde vas? —preguntó.

—Tengo que salir. Te llamaré si se me hace tarde —dije mientras

me ponía mi abrigo y agarraba mi paraguas.

—Está bien, cariño. Sólo cuídate. Está lloviendo torrencialmente

afuera.

—Lo sé, Mamie —dije, agarrándola y abrazándola violentamente

antes de correr fuera por la puerta.

—¿Qué te sucede? —escuché su llamado mientras la puerta

golpeó detrás de mí y corrí por las escaleras.

Una vez fuera de la puerta de entrada doblé en la esquina del

edificio hacia el parque y luego llegué a una parada abrupta. Aquí

estaba él. Parado en la azotante lluvia, mirándome con una expresión

que me hizo parar en seco. Era una expresión de mareante alivio. Como

si él hubiese venido a través de una laguna de clara agua cristalina en

el medio del desierto. Reconocí esto porque sentía exactamente lo

mismo.

Bajé mi paraguas y me lancé sobre él. Sus fuertes brazos se

envolvieron alrededor mío, levantándome del suelo en un desesperado

abrazo.

—Oh, Kate —respiró, acariciando su cabeza contra la mía.

—¿Qué estás haciendo aquí afuera? —pregunté.

—Tratando de estar tan cerca tuyo como sea posible —dijo,

besando las gotas de lluvia de mi mejilla.

—¿Cuánto tiempo…? —empecé a preguntar.

—Se ha convertido en una especie de hábito. Sólo estaba mirando

hasta que vi tu luz encendida. Nunca pensé que me verías —respondió,

dejándome abajo. —Pero vamos a sacarte de la lluvia. ¿Quieres ir

conmigo? ¿A casa? ¿Así podemos hablar?

Asentí. Recogió mi paraguas y, sosteniéndolo sobre nuestras

cabezas, envolviendo un brazo alrededor de mis hombros, me abrazó

todo el camino.

Mientras caminábamos en la moteada luz del vestíbulo, miré a

Vincent y jadeé. Estaba demacrado. Había perdido peso y sus huecos

ojos tenían negros círculos debajo de ellos. No había notado esto en La

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Palette, teniendo otras cosas, como un guapo revenant rubio, en mi

mente. Pero parados aquí, a un par de pies de distancia de él, su

deteriorado estado era inequívoco.

—¡Oh, Vincent! —dije, llegando hacia su rostro.

—No he estado bien —explicó, agarrando mi mano antes de

tocarlo y doblándola en la suya. Tan pronto como tocó la mía mis

adentros se volvieron en un pegajoso embrollo caliente. —Vamos a mi

habitación —dijo, y me condujo por el pasillo de los criados a través de

su puerta abierta.

Las cortinas habían sido abiertas. Rescoldos esparcidos brillaban

en la chimenea y la habitación olía a una hoguera. Me paré y miré a

Vincent adhiriendo algo de leña para encender el fuego de nuevo. Apiló

unos troncos antes de volverse hacia mí.

—¿Tienes frío? —preguntó.

—No sé si es frío o nervios —admití, y tendí mi mano para

mostrarle como estaba temblando. Inmediatamente se acercó para

tomarme en sus brazos.

—Oh, Kate —respiró, besando la parte superior de mi cabeza. Lo

sentí temblar cuando sus labios cepillaban mi cabello.

Tomó mi cabeza en sus manos y sus palabras salieron

precipitadamente en un torrente.

—No puedo decirte cuánto he luchado durante las últimas

semanas. Traté de desaparecer de tu vida. De dejarte ir. Quería que

fueses capaz de vivir una vida normal, una vida segura. Y estaba casi

convencido de que había hecho lo correcto hasta que vine a verte.

—¿Viniste a verme? ¿Cuándo? —pregunté.

—Hace una semana. Tenía que ver si estabas bien. Te vi ir y venir

por días. No te veas como si lo estuvieras haciendo mejor. Actualmente

parecías peor. Y luego cuando Charlotte escuchó a tu hermana y a tu

abuela hablando en el café, supe que había estado mal dejarte ir.

—¿Qué escuchó? —pregunté, con un mal sentimiento

formándose en hueco en mi estómago.

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—Estaban preocupadas por ti. Hablaban sobre depresión. Sobre

qué deberían hacer por ti. Sobre si Georgia podría devolverte a Nueva

York.

Viendo mi conmoción, Vincent me sentó en el sofá y se sentó a mi

lado. Sus dedos amasaban los míos distraídamente mientras hablaba, y

el movimiento y la presión me hacían sentir más conectada a la tierra.

—Estuve hablando con Gaspard sobre esto. Él sabe tanto, o tal

vez más que Jean-Baptiste sobre nosotros. Sobre nuestra situación

como revenant. Sentía que había encontrado una solución con la que

podíamos vivir. Que no demandara mucho de ti. Una existencia casi

normal. ¿Puedes oír?

Asentí y traté de contener mi sentimiento de esperanza. No tenía

idea de sobre qué estaba hablando.

—Me arrepiento de no decirte más sobre mí desde el principio.

Sólo no quería asustarte. Pensé en colocar una barrera entre nosotros

dos. Por lo que quiero empezar desde el principio.

Primero: mi historia. Nací en 1924, como te dije, en un pequeño

pueblo en Bretaña. Nuestro pueblo estaba ocupado poco después de

que los alemanes invadieran en 1940. Ni siquiera tratamos de luchar

contra ellos. No teníamos las armas y todo pasó demasiado rápido para

preparar una defensa.

Estaba enamorado de una chica llamada Hélène. Habíamos

crecido juntos y nuestros padres eran mejores amigos. Un año antes de

que la Ocupación empezara, le pedí que se casara conmigo. Teníamos

sólo diecisiete años, pero la edad no parecía tener importancia en la

impredecible atmósfera de guerra en la que vivíamos. Mi madre nos

instó a esperar hasta que tuviéramos dieciocho, y lo hicimos.

Nuestro pueblo estaba a merced de la guarnición alemana

estacionada cerca y se esperaba que les proporcionáramos comida,

bebida y municiones. Así como… otros servicios extraoficiales. —Podía

oír la furia ascendiendo en la voz de Vincent mientras continuaba, pero

me mantuve en silencio, sabiendo que volver a visitar esos recuerdos

debía ser duro para él.

—Mis padres y yo estábamos comiendo la cena en la casa de

Hélène la noche en que dos oficiales alemanes, borrachos, se

aparecieron en la puerta de su familia, demandando vino. El padre de

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Hélène les explicó que ellos recién habían entregado todo el contenido

de su bodega a la armada y no tenía nada para ofrecerles.

—¡Vamos a verlo! —dijo uno de ellos y, sacando sus pistolas,

ordenaron a Hélène y a su hermana menor desnudarse. Su madre se

precipitó hacia los oficiales, gritando su protesta. Ellos le dispararon,

luego se volvieron y dispararon a mi madre, quien había saltado para

defender a su amiga. Mi padre fue el próximo en ser asesinado.

El padre de Hélène se lanzó detrás de la puerta por el rifle de caza

que guardaba escondido allí, pero antes de poder apuntar, uno de los

alemanes lo sacó y le disparó en una pierna, el otro me apuntaba con la

pistola mientras trataba de saltarle. Ellos… atacaron… a Hélène y a su

hermana. Hélène armó una pelea. Le dispararon, también. —La voz de

Vincent se agrietó, pero sus ojos se habían vuelto tan duros como

piedras.

—Tres de nosotros fuimos dejados para enterrar a nuestros

muertos. Me ofrecí a quedarme y cuidar al padre de Hélène y a su

hermana, pero me pidieron que fuese a luchar contra nuestros

atacantes en su lugar. Me fui esa misma noche para enlistarme en la

Maquis.

—La Resistencia —dije.

Asintió.

—El brazo rural de la Resistencia. Nos escondimos en el bosque

durante el día y descendíamos a los campos alemanes en la noche,

robando armas, comida y asesinando cuando podíamos.

Un día, dos de nosotros fuimos arrestados a la luz del día por

sospechas de asalto a un cobertizo de armas la noche anterior. Aunque

yo no había tenido parte en el asalto, el amigo con el que estaba había

organizado todo. Ellos no tenían nada de nosotros. Pero estaban

determinados a hacer pagar a alguien por el escándalo.

Mi amigo tenía esposa y un chico en su pueblo natal. Yo no tenía

nada. Les dije que había sido yo, y me dispararon en la plaza de la

ciudad como un ejemplo para el resto de los habitantes.

—Oh, Vincent —dije, horrorizada, y mis manos se levantaron

hacia mi boca.

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—Está bien —dijo suavemente, bajando mis brazos y mirándome

firmemente a los ojos—. Estoy aquí ahora, ¿no?

Continuó.

—La historia estaba en los diarios al día siguiente, y Jean-

Baptiste, quien se estaba quedando en la casa de una familia del área,

fue al hospital local donde me habían dejado. Afirmando ser un

familiar, se llevó mi cuerpo con él y cuidó por mí hasta que me levanté

dos días después.

—¿Cómo supo que tu eras… como él?

—Jean-Baptiste tiene la visión, es como una especie de radar

para la transformación de los muertos vivientes. Ve auras.

—¿Cómo el tipo de las auras New Age? —pregunté

dubitativamente.

Vincent rió.

—Sí, de ese tipo. Trató de explicármelo una vez. Las auras de los

revenants tienen su propio color y vibración. Después de su primera

muerte, Jean-Baptiste podía ver revenants a millas de distancia. Dijo

que es como un reflector apuntando hacia el cielo.

Así es como encontró a Ambrose un par de años atrás, después

de que su batallón americano fuese sacrificado en un campo de batalla

de Lorraine. Jules murió en la Primera Guerra Mundial, los gemelos en

la Segunda Guerra Mundial y Gaspard en una guerra de mediados del

siglo XIX entre Francia y Australia.

—¿Gaspard era un soldado?

Vincent rió.

—¿Te sorprende esto?

—¿No sería un poco demasiado nervioso para la batalla?

—Fue un poeta forzado a ser un soldado. Un alma demasiado

sensible para haber visto lo que hizo en los campos de batalla.

Asentí pensativamente.

—¿Entonces la mayoría de ustedes murieron durante tiempos de

guerra?

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—Los tiempos de guerra son sólo el tiempo más fácil para

encontrar gente que está muriendo en lugar de otros. Esto debería

pasar todo el tiempo, pero usualmente pasa desapercibido.

—Entonces, lo que estás diciendo es que hay gente muriendo por

toda Francia que podría volver a la vida… bajo las circunstancias

adecuadas.

Mi cabeza dolía. Todo esto era un poco abrumador, aun después

de haber tenido más de un mes para acostumbrarme a la idea de que el

mundo en el que vivía no era sólo como uno siempre lo había conocido.

Vincent rió.

—Kate, no es sólo algo francés. Te apostaría que caminando te

cruzaste con un gran número de revenants en Nueva York sin saber que

estabas cruzando caminos con un zombi.

—¿Entonces por qué tú? Quiero decir, en particular. Podría

adivinar que la mayoría de los bomberos que salvan vidas o soldados no

se despiertan tres días después.

Vincent dijo:

—Aún no entendemos por qué algunas personas están

predispuestas a ser revenants. Jean-Baptiste piensa que es algo

genético. Gaspard cree que sólo es el destino, que algunos humanos

sólo han sido escogidos. Nadie encontró pruebas de que hay algo más

que eso.

Me pregunté si era magia o naturaleza lo que había creado a

Vincent y a los otros. Se estaba haciendo difícil para mí distinguir entre

ambos, ahora que las reglas que me habían enseñado se estaban

volviendo al revés.

Vincent se acercó a la mesa y me sirvió un vaso de agua. Lo tomé

agradecida y di un sorbo mientras lo veía apilar algunos troncos más en

el ahora disminuido fuego.

Se puso en el piso delante de mí. El sofá era tan bajo y Vincent

tan alto que sus ojos estaban justo debajo de los míos mientras hablaba

cautelosamente ahora, cuidadosamente, pensando cada palabra.

—Kate, estuve tratando de adivinar cómo trabajar con esto. Te

dije que una vez viví hasta los veintitrés. Esto fue cinco años evadiendo

la compulsión de morir. Jean-Baptiste me había pedido que aguantara,

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así yo podía conseguir un título de abogado para poner en orden los

papeles de mi familia. Esto fue duro, pero era capaz de hacerlo. Me dio

esta tarea porque él sabía que yo era más fuerte que los otros. Y yo lo

había visto resistiendo sus propios impulsos durante un máximo de

treinta y cinco años en una época. Por lo que sé que es posible. La

mujer con la que me viste el otro día, rn La Palette… —Vincent llevaba

una mirada de dolor.

—Sí, Geneviève. Jules me dijo que era sólo una amiga.

—Esperé que le creyeras. Sabía que esto se vería…

comprometedor. Pero le pedí a Geneviève que se reuniera conmigo ese

día, así podía preguntarle sobre su situación. Ella está casada. Con un

humano.

Mi mandíbula se abrió.

—Pero… ¿cómo?

—Su muerte original fue más o menos al mismo tiempo que la

mía. Ella acababa de casarse. Y su esposo vivía. Así que cuando ella

vivió, volvió con él, y ha vivido con él desde entonces.

—Pero él debe tener…

—Está en sus ochentas. —Vincent terminó mi pensamiento.

Mi mente trató de envolverse a sí misma alrededor del

pensamiento de la hermosa mujer rubia casada con un hombre lo

suficientemente mayor para ser su abuelo. No podía imaginar cómo

sería su vida.

—Ellos están locamente enamorados, pero es una vida dura —

Vincent continuó—. Ella no es capaz de controlar sus impulsos de

morir, y su esposo la alentaba a seguir el destino que estaba tratando

como un revenant. Está orgulloso de ella, y ella lo adora. Pero pronto

será su turno de morir y ella estará sola. Esta es una opción, pero no

una que le pediría a alguien más que soporte.

Vincent se inclinó hacia delante y tomó mis manos junto a las

suyas. Sus manos eran calientes y fuertes, y su toque envió una oleada

de emoción a través de mi cuerpo que se presentó en mi corazón.

—Kate —dijo—, puedo mantenerme lejos de ti. Esta podría ser

una existencia miserable, pero lo puedo hacer si sé que eres feliz. Pero

si quieres estar conmigo, también, puedo ofrecerte esta solución: puedo

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resistir agonizando por tanto tiempo como esté contigo. He hablado con

Jean-Baptiste y encontramos un modo para mí de manejarlo. No te

pondré entre el repetitivo trauma de vivir entre mis muertes. No puedo

hacer nada sobre el hecho de que estarás sin mi presencia física por

tres días al mes. Pero puedo controlar el resto. Y lo haré. Si decides

darme la oportunidad.

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7

Traducido por Yolit

Corregido por Micca.F

Bien… ¿qué podía decir?

Dije:

—Sí.

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Traducido por Beatriix Extrange

Corregido por Yolit

os sentamos en el suelo, acurrucados uno al lado del otro

de cara al fuego.

—¿Tienes hambre? —preguntó Vincent

—La verdad es que sí —confesé, sorprendiéndome. No había

tenido mucho apetito durante más o menos… tres semanas.

Mientras él iba a la cocina, telefoneé a mi abuela.

—Mamie, ¿te importaría si me saltara la cena? Voy a comer fuera.

—Por el tono de tu voz, ¿acertaría al adivinar que esto es sobre un

chico, cierto?

—Sí, estoy en la casa de Vincent.

—Bueno, bien por ti. Espero que puedas aclarar todo esto y unirte

a nosotros otra vez en la tierra de los vivos —me estremecí. Si ella

supiera.

—Tenemos un mucho sobre lo de que hablar —dije—. Igual estaré

fuera hasta la tarde.

—No te preocupes, querida Katya. Pero recuerda que tienes

colegio mañana.

—No hay problema, Mamie.

Mi abuela estuvo en silencio durante tanto tiempo que me

pregunté si habría colgado.

—¿Mamie? —pregunté después de unos segundos.

—Katya —dijo lentamente, como si estuviera reflexionando algo.

Entonces, con voz decidida, continuó: —Cariño, olvida lo que acabo de

decir. Creo que es mejor conseguir arreglar las cosas que ser sensatos

sobre tener una buena noche de sueño. ¿Vive Vincent con sus padres?

N

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—Con su familia.

—Eso es bueno. Bien, si decides pasar la noche, llámame para

que no me preocupe.

—¿Qué? —exclamé.

—Sí, significa que si tienes que tomarte un día enferma, entonces

está bien. Tienes mi permiso para quedarte en casa de su familia… en

tu propia cama por supuesto.

—¡No va a pasar nada entre nosotros! —empecé a protestar.

—Lo sé —podía escuchar su sonrisa a través del auricular—.

Tienes casi diecisiete años, pero eres mayor que eso en tu mente. Confió

en ti, Kate. Solo ten cuidado con las cosas y no te preocupes por venir a

casa por mí.

—Eso es muy… progresista para ti, Mamie —dije, paralizada por

la sorpresa.

—Me gusta pensar que soy moderna —bromeó, y después dijo

ardientemente—: Vive, Katya. Sé feliz. Corre riesgos. Diviértete —y colgó

el teléfono.

Mi abuela me acababa de dar permiso para quedarme a dormir

con mi novio. Eso se lleva el premio de la rareza del día, decidí.

Incluso más que la promesa de Vincent de no morir por mí.

Volvió con una bandeja inmensa de comida.

—Jeanne nos ayuda otra vez —dijo Vincent, dejando la bandeja

en la mesa. Tenía pilas de embutidos cortados en rodajas finas,

salchichón, quesos, barras de pan y cinco o seis tipos diferentes de

aceitunas. Había una botella de agua, zumo y una tetera de té. Frutas

exóticas estaban apiladas en un bol y diminutos macarrones de colores

diferentes estaban amontonados en una pirámide en un plato de tarta

de pie alto.

Me metí una pequeña bola de queso de cabra fresco en mi boca y

le siguió una rodaja de tomate secado al sol empapado de aceite.

—Me siento malcriada —dijes soñadoramente, inclinando mi

cabeza en el hombro de Vincent. Se sentía tan bien tocarle después de

tres semanas con solo mi almohada para abrazar.

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—Bien. Así es exactamente como quiero que te sientas. La única

manera en la que puedo compensar esta situación extraordinaria es con

algo extraordinario.

—Vincent, es genial solo estar aquí contigo. No necesito nada

más.

Él sonrió y dijo:

—Eso ya lo veremos.

Mientras comíamos, algo que Jean-Baptiste había dicho antes ese

día saltó a mi mente.

—Vincent, ¿qué le pasó a Charles?

Estuvo en silencio por un momento.

—¿Qué te ha contado Jean-Baptiste?

—Que Charles lanzó un cuchillo a su retrato y huyó.

—Sip. Bueno, eso es el final de la historia. Empezó con el

naufragio del barco y se volvió más lioso.

—¿Qué pasó?

—Bien, el día después del rescate, cuando su mente despertó de

nuevo, Charles tuvo a Charlotte ayudándole a localizar a la madre de la

niña que había muerto. La empezó a seguir en su forma fantasma,

regodeándose en la culpa de no haber salvado a la niña. Después de

resucitar un par de días más tarde, comenzó a acosar a la mujer.

Dejando regalos en su puerta. Llevando flores a la funeraria. Incluso

asistió al funeral de la niña.

—Escalofriante.

Vincent asintió

—Charlotte estaba preocupada y le contó a Jean-Baptiste toda la

historia. Él hizo sentar a Charles y le prohibió ver a la mujer. Incluso

menciono el enviarlo con las gemelas a una de sus casas en el sur para

distanciar a Charles de la situación hasta que regresare a la

normalidad. Y ahí es cuando Charles perdió la cabeza. Estaba fuera

control, maldiciendo sobre cuán injusto era todo eso. Como no quería

ser un revenant por toda la eternidad, forzado a sacrificarse por gente a

la que ni siquiera conocía, y exiliado si intentaba involucrarse en sus

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vidas. Culpo a Jean-Baptiste por alimentarlo y cuidar de él después de

despertar, y por no dejarlo morir “como la naturaleza quería” después

de ser disparado. Y ahí es cuando lanzó el cuchillo.

—¡Al menos no se lo lanzó a Jean-Baptiste!

—Podría haberlo hecho, por la forma en que hirió a JB. Entonces

salió de la casa y Charlotte tuvo una especie de crisis nerviosa —

Vincent hizo una pausa—. Estamos seguros de que volverá una vez que

lo haya sacado de su sistema.

—Parece que estuviera resentido incluso antes del accidente del

barco —dije.

—Sip. Siempre ha sido el que tiene la mente más existencialista

de todos nosotros. No que no haya pensado durante mucho tiempo y

duramente sobre nuestro propósito aquí. El solo tuvo el tiempo más

difícil de aceptándolo.

Eso explicaría mucho, pensé, sintiéndolo un poco por Charles.

—¿Cuándo se fue?

—Hace dos días.

—Eso es cuando lo vi —dije—. El viernes por la noche, un poco

después de la medianoche.

—Eso es lo que Jean-Baptiste dijo. Así que… ¿estabas yendo a

discotecas sin mí? —me dio una sonrisa burlona. Podía decir que

estaba intentando aligerar el ambiente cambiado de tema.

—Estaba intentado quitarme las penas bailando.

—¿Funcionó?

—No.

—Quizá funcionaría si yo estuviese allí —dijo con aire de

suficiencia—. ¿Deberíamos de ir a bailar alguna noche?

—No lo sé. Nunca he visto un chico muerto bailar. ¿Crees que

puedas mantener mi ritmo? —bromeé, y como respuesta, Vincent

agarró mis hombros y se inclinó hacia delante para presionar sus labios

firmemente contras los míos.

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Mis sentidos estuvieron concentrados al instante en esos pocos

diminutos milímetros en los que nuestra piel se tocaba. Y entonces

rompió la conexión, dejando mi corazón martilleando en mi garganta,

como si el beso hubiese tirado de él hacia arriba fuera de mí pecho.

—¿Lo tomo como un sí? —jadeé.

—Te he echado de menos —dijo, y se inclinó por más.

—Es tarde. Deberías volver —dijo Vincent después de un par de

horas de estar tumbados en el sofá, acurrucados poniéndonos al día

con todos mis fracasos.

—La verdad, tengo permiso especial de Mamie para quedarme en

la casa de tu familia esta noche, por si necesito tiempo para arreglar las

cosas contigo —sentí una sonrisa malvada extenderse por mi rostro.

—¿Qué? —por su cara de sorpresa, parecía que finalmente le

había contado algo impáctate en vez de usual—. ¿Tengo a tu abuela de

mi parte? ¿Nunca pararán los milagros?

—No estoy segura de que esté exactamente de tu parte, es más de

la mía. O incluso de la suya. No quiere que me consuma en la miseria

bajo su propio techo.

Vincent rió.

—Bueno, no querríamos usar mal la confianza de Mamie. Puedes

coger mi cama. No la necesito de todos modos —me guiñó el ojo—.

Cualquier cosa para pasar más tiempo con ma belle Kate.

Me derretí por dentro.

Mientras él se concentraba en conseguir reavivar el fuego, me

levanté y vagué alrededor de su habitación, mirando sus cosas en busca

de más pistas para saber quién era realmente este chico misterioso.

Cuando alcancé su mesilla de noche, me paralicé. Donde mi foto había

estado había un pequeño jarrón de flores.

—Le di tu foto a Charlotte —dijo Vincent, acercándose a mí por

detrás—. Era demasiado duro para mí ver tu foto cada día cuando sabía

que no te podía ver en persona.

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Le toque el brazo para demostrarle que no estaba decepcionada.

—Te daré otra. Ese no era el más halagador de los retratos, debo

decir.

—Buena idea —dijo Vincent, sacando una cámara de la mesilla de

al lado de su cama, la sostuvo como un trofeo.

—¿Ahora mismo? —hice una mueca, preguntándome si lucia tan

cansada como me sentía.

—¿Por qué no? —preguntó de pie a mi lado, puso su brazo

alrededor de mi hombro y sostuvo la cámara delante nuestro—. Estate

quieta. Es mejor sin flash —dijo, y presiono el botón de disparo. Dio la

vuelta a la cámara para que pudiéramos ver la foto.

Mi corazón estaba en mi boca mientras miraba la imagen de mi

misma de pie al lado de este chico parecido a un dios. Sus ojos estaban

medios cerrados, y en la tenue luz de la habitación, los círculos debajo

de ellos le hacían realmente parecer más atractivo que nunca, pero con

una insinuación de oscuridad.

Y yo… bien, estaba brillando. A su lado, lucía como si estuviera

donde se suponía que tenía que estar. Y también lo sentía.

Nos sentamos en la cama de Vincent y hablamos hasta tarde en

la noche. Finalmente mis ojos empezaron a cerrarse por sí solos, y él me

pregunto si quería dormir.

—Querer, no. Necesitar, puede. Lástima que tu insomnio revenant

no se me pueda pegar —sonreí, sofocando un bostezo.

Sacó una camiseta azul-verdosa clara de un armario y me la

lanzó a través del cuarto.

—Para que haga juego con tus ojos —dijo.

Puse los ojos en blanco ante el cursi comentario, pero estaba

secretamente satisfecha de que supiera mi color exacto de ojos. La

camiseta era suficientemente grande como para que me llegara hasta la

mitad de los muslos.

—Perfecto —dije, y alcé la mirada para darme cuenta de que

Vincent se había dado la vuelta para dar la cara a la pared.

—Continúa —dijo con una pícara voz.

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—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, riendo.

—Si estoy forzado a ver a Kate Mercier desvestirse hasta quedarse

en ropa interior en mi propia habitación, me temo que no podré ser

capaz de responder ante Mamie por lo que pueda ocurrir —la ronquera

de su voz me hizo desear, durante un segundo, que siguiera con su

amenaza.

Empujando la camiseta a través de mi cabeza dije:

—Vale, estoy decente.

Se dio la vuelta y me miró, silbando entre dientes.

—¡Eres más que decente! Luces prácticamente comestible.

—Pensaba que los revenants no comían carne humana —me

burlé, ruborizándome a mi pesar.

—Nunca reivindiqué que jamás decayésemos si nos empujaban

más allá de nuestros límites —replicó Vincent.

Preguntándome si todas nuestras conversaciones iban a ser así

de extrañas, sacudí la cabeza con una sonrisa y saqué mi teléfono de mi

bolsa. Envié un mensaje de texto a Georgia, pidiéndole que dijera en el

colegio que estaba quedándome en casa “por motivos personales” y que

llevaría una nota de mi abuela el martes.

Y poco después, sentada en la cama con mi espalda contra la

pared y mi cabeza en el hombro de Vincent, me dormí.

Cuando me levanté por la mañana, estaba cubierta con sábanas y

descansaba en una almohada de plumas suave como un susurro.

Vincent se había ido, pero había una nota en la mesa.

¿Alguna vez alguien te ha dicho lo linda que eres cuando duermes?

El impulso de despertarte y decírtelo era demasiado tentador, por lo que

me fui en vez de arriesgarme con tu ira privada de sueño. Jeanne tiene

desayuno para ti en la cocina.

Poniéndome la ropa de los días anteriores con prisa, caminé

atontada a través del pasillo hacia la cocina. Cuando Jeanne me vio

entrar, dio un grito y, corriendo hacia mí, agarró mi cabeza entre sus

regordetas manos y plantó un enorme beso en mis mejillas.

—Oh, mi pequeña Kate. Es bueno tenerte de vuelta. Estaba tan

contenta cuando Vincent me contó que nos ibas a visitar anoche. ¡Y

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realmente comió esta mañana, para variar! Pensé que estaba en huelga

de hambre, pero solamente estaba tan enfermo por perderte… —Se paró

a sí misma, poniendo una mano sobre su boca—. Escuchándome

alargarme, y te acabas de levantar. Siéntate, siéntate. Te conseguiré

algo de desayunar. ¿Café o té?

—Café —dije, halagada por toda la atención.

Jeanne y yo charlamos mientras comía. Quería saber todo sobre

mi familia, de dónde era, y cómo era vivir en Nueva York. Me quedé un

poco después de terminar de comer, pero no podía esperar para ver a

Vincent.

Jeanne lo podía ver. Levantando mi taza vacía y el plato, me echó

fuera de la cocina.

—Estoy segura de que no quieres gastar aquí el día conmigo. Vete

a buscar a Vincent. Está trabajando en el gimnasio.

—¿Dónde está el gimnasio? —pregunté, curiosa por un lado de la

vida de Vincent que no conocía todavía.

—Tonta de mí, sigo pensando que conoces el camino, cuando solo

has estado aquí un par de veces. Está en el sótano. La puerta de la

izquierda nada más dejar la cocina.

Los oí antes de verlos. El repiqueteo de acero contra acero. La

respiración pesada, los gruñidos y exclamaciones. Sonaba como si la

banda sonora de los efectos especiales de una película de artes

marciales estuviera siendo puesta a todo volumen en una habitación del

eco. Llegué al pie de las escaleras y di un grito ahogado mientras

miraba alrededor.

El cuarto se extendía por toda la longitud de la casa. El techo de

piedra estaba curvado en un arco de barril. Pequeñas ventanas estaban

talladas en la parte de arriba de la pared a través de su longitud, a lo

que debería ser nivel del suelo fuera. Rayos de sol se dirigían hacia la

habitación, transformando las motas de polvo que se movían en

remolinos en espeluznantes columnas de humo.

Las paredes estaban cubiertas con armas y armaduras, de todo

desde ballestas, escudos y espadas medievales hasta hachas de guerra

y picas. Mezcladas había espadas más contemporáneas y una colección

de rifles y viejas armas de la marina.

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En medio de la sala, Vincent estaba balanceando una enorme

espada de dos manos hacia otro hombre, cuyo pelo negro estaba echado

hacia atrás en una corta cola de caballo. Él rechazó el golpe,

sosteniendo su propia hoja de aspecto peligroso para desviar el golpe.

Su velocidad y fuerza eran asombrosas.

Vincent llevaba puesto pantalones negros de karate, pero estaba

descalzo y sin camiseta. Cuando giró con la espada, sus abdominales

duros como una roca y su ancho pecho se tensaron a la vez que

levantaba y bajaba el arma. Tenía los rasgos cincelados, pero no

hinchados como Ambrose. Su cuerpo era perfecto.

Tras unos minutos de descarado espionaje, di un paso hacia la

habitación, y el otro hombre me miró y asintió.

—¡Kate! —llamó Vincent, corriendo hacia mí. Cogió mi cara entre

sus manos y me dio un sudoroso beso en los labios—. Buenos días,

mon ange —dijo—. Gaspard y yo estábamos justo haciendo ejercicio.

Habremos acabado en unos minutos.

—¡Gaspard! —exclamé—. ¡No te había reconocido!

Con su salvaje pelo echado hacia atrás, casi parecía… normal. Y

en la intensidad de la pelea, había perdido toda su torpeza y vacilación.

—No dejes que la usual apariencia del poeta loco de Gaspard te

engañe —indicó Vincent, leyendo mi mente—. Ha dedicado los últimos

ciento cincuenta y pico años a estudiar armamento, y se digna a

servirnos como instructor de artes marciales a nosotros los más

jóvenes.

Gaspard metió la espada en su vaina. Se acercó y, haciendo una

media reverencia, dijo:

—Madeimoselle Kate. Debo decir que es un placer verla aquí de

nuevo —sin su espada en la mano, rápidamente perdió sus suaves

maneras y se transformó en el hombre nervioso que había conocido una

vez antes.

—Quiero decir… bajo las circunstancias… esto es, con Vincent

siendo tan inconsolable…

—Si paras ahí —reí—, todavía seré capaz de tomarlo como un

cumplido.

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—Sí, sí. Por supuesto —sonrió nerviosamente y asintió hacia la

espada de Vincent, en el suelo—. ¿Te gustaría probarlo, Kate?

—¿Tienes seguro de vida? —reí—. Por que muy posiblemente

podría matarnos a los tres si me dejas sostener una hoja mortal.

—Quizá quieras quitarte ese jersey —dijo Vincent. Tímidamente

me lo quité para revelar solo una camiseta sin mangas debajo. Él silbó

apreciativamente.

—¡Páralo! —susurré, ruborizándome.

Gaspard levantó su espada, y su rostro se volvió calmado.

Suavemente me instó a ir hacia delante con su barbilla. Vincent se

posicionó detrás de mí, sosteniendo la empuñadura en mis manos entre

las suyas.

La espada parecía que hubiese sido robada del set de Excalibur, el

tipo con el que veías caballeros en armaduras tambaleándose por ahí

bajo su inmenso peso. La empuñadura tenía la forma de una cruz, lo

suficientemente larga como para que encajara una mano tras la otra y

aun así dejando un montón de espacio.

Juntos, Vincent y yo levantamos la espada del suelo. Después

Vincent la soltó, y cayó al suelo.

—Vaca sagrada, ¿cuánto pesa esa cosa? —pregunté.

Vincent rió.

—Ejercitamos con las espadas más pesadas para que cuando

usemos algo más pequeño y manejable, sea como sujetar una pluma.

Prueba ésta —dijo, y agarró un florete más pequeño de la pared.

—Vale, puedo manejar esta —reí, probando su peso en mi mano.

Gaspard estaba de pie preparado, avancé con Vincent de pie

detrás de mí, con sus brazos alrededor de los míos. Sintiendo su torso

desnudo presionado firmemente contra mi espalda y su piel cálida

rozando mis brazos desnudos, olvidé qué estaba haciendo durante un

momento y la espada se cayó al suelo.

Forzándome a concentrarme, la levanté verticalmente.

Concéntrate, pensé. Quería al menos tener una oportunidad pasajera

para evitar la completa humillación.

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Me enseñaron unos movimientos tradicionales de esgrima a

cámara lenta, y después cambiaron a movimientos más dinámicos, más

estilo artes marciales, desciende y gira. Pasados cinco minutos, ya

estaba sin aliento. Con vergüenza, se lo agradecí a Gaspard, diciendo

que mejor no participaba durante el resto de la sesión y empezaba de

cero en otra ocasión.

Tomando la espada de mi mano, Vincent apretó mi muñeca de

forma pícara y me dejó ir. Vi desde el margen durante la siguiente

media hora mientras ellos cambiaban de un arma a otra, los dos

exponiendo una impresionante maestría con cada una.

Finalmente oí pasos en la escalera, y Ambrose entró en la

habitación.

—Así que, Gaspard, ¿has acabado de jugar con el enclenque y

estás preparado para un hombre de verdad? —se mofó, y entonces,

notándome, me sonrió anchamente.

—Katie-Lou, estaré bien. ¿Así que no conseguimos asustarte para

siempre?

Sonreí y sacudí la cabeza.

—No correrán con esa suerte. Parece que tendrán que seguir

conmigo.

Me abrazó, y después se inclinó hacia atrás para mirarme

cariñosamente.

—Por mí genial. Podríamos usar algo de bombón por aquí.

Pasar el tiempo en una casa llena de hombres, iba a ser bueno

para mi autoestima, pensé, si esos hombres estaban o no técnicamente

vivos.

—Vale, retrocede, Ambrose. Puedes ser mayor que yo, pero tengo

una espada —dijo Vincent.

—¿Oh, de verdad? —rió Ambrose y, alzando la mano, agarró un

hacha de guerra tan alta como él de la pared—. ¡Veamos qué tienes,

Romeo!

Y con eso, los hombres empezaron una lucha a tres bandas que

superaba cualquier cosa que hubiera visto en las películas, y sin efectos

especiales de Hollywood.

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Finalmente Vincent pidió un tiempo muerto.

—No es que no pudiera luchar contra ti durante todo el día,

Ambrose, pero tengo una cita, y es de mala educación tener a una dama

esperando.

—Conveniente eso, justo cuando te estabas empezando a cansar

—se rió Ambrose. Volviéndose a su maestro, frenó hasta un ritmo más

sostenible.

Vincent levantó una toalla de una silla y se secó el sudor de la

cara.

—Ducha —dijo—. Solo será un minuto.

Caminó hasta una esquina del cuarto y dio un paso adelante

entrando en una caja de pino del tamaño de un sauna, con una larga

alcachofa de ducha sobresaliendo de la abierta parte de arriba.

Ambrose y Gaspard continuaron su ejercicio, el hombre mayor

luciendo como si pudiera seguir durante horas sin una pausa. Observé,

asombrada, mientras paraban y cambiaban de armas, y empezaban

una especie de juego de pies estilo esgrima mientras gritaba

instrucciones.

Hasta que había levantado ese mandoble, nunca imaginé qué tan

difícil podían ser las artes marciales. Las películas las hacen parecer

tan fáciles, con todo el volar pared arriba y el acrobático juego de

espadas. Pero aquí, con el sudor y los gruñidos y la fuerza gastada en

cada movimiento, comprendí que estaba presenciando una habilidad

verdaderamente imponente. Estos hombres eran letales.

El siseo de la ducha paró, y Vincent salió con solo una toalla

alrededor de su cintura. Parecía un dios salido directamente de un

cuadro del Renacimiento, su piel marrón, estirada fuertemente sobre su

torso musculoso y su pelo negro cayendo en su cara en ondas. Me

sentía como si estuviera en un sueño. Y entonces ese sueño caminó

directo hacia mí y me tomó de la mano.

—¿Vamos arriba? —preguntó.

Asentí, muda.

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Traducido por sooi.luuli

Corregido por Samylinda

na vez que estuvimos en su habitación, Vincent sacó

algunas ropas limpias de su armario con paneles colocado

en la pared. Sonrió ampliamente hacia mí.

—¿Pensabas mirar? —Me ruboricé y me di vuelta.

—Entonces, Vincent —dije, pretendiendo inspeccionar su

colección de fotografías mientras lo escuchaba vestirse detrás de mí—.

¿Puedes venir a cenar este fin de semana para conocer a mis abuelos?

—Finalmente, ella lo pide. Y desafortunadamente, debo declinar.

—¿Por qué? —pregunté, sorprendida. Me volví para verlo

acercándose hacia mí con una expresión divertida.

—Porque no estaré en ninguna condición para conocer a tu

familia este fin de semana, mucho menos para conversar o incluso

sentarme apoyado en una mesa de comedor.

—Oh —dije—. ¿Cuándo estás inactivo? —Mi voz se apagó cuando

la extraña palabra se escapó de mi garganta.

Él agarró su celular de una mesa y verificó el calendario.

—Jueves veintisiete.

—Eso es Acción de Gracias —dije—. No tenemos escuela el jueves

y viernes.

—El reloj no se detiene por ningún hombre, especialmente de mi

tipo. Lo siento.

—Bueno, ¿qué hay de antes entonces? —pregunté—. Hoy es

lunes. ¿Qué hay de mañana a la noche?

Él asintió.

U

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—Eso funcionaría. Es una cita. Entonces… ¿conocer a tus

abuelos? ¿Qué debería usar? —Me tomó el pelo.

—Mientras no uses una bolsa para transportar cadáveres, debería

creer que lo harás sólo bien —me reí, volteándome nuevamente a su

colección de portarretratos.

Entre los brotes de cabeza de pollos angelicales, soldados de

batallas gastados y fuertes matones adolescentes, estaba una vieja foto

en blanco y negro de una adolescente. Su oscuro cabello se ajustaba al

estilo del cabello de 1940, usaba un vestido floreado con hombros

cuadrados. Sus dos manos estaban elevadas a un costado de su cabeza,

donde aseguraba una margarita detrás de su oreja. Sus oscuros labios

estaban abiertos en una sonrisa traviesa. Estaba impresionante.

—¿Quién es esta? —pregunté, sabiendo la respuesta antes de que

las palabras hubieran dejando mi boca.

Vincent se acercó por detrás de mí y colocó sus manos en mis

brazos. Olía frescamente a limpio, como jabón de lavanda y alguna

especie de champú almizclado. Me hundí de vuelta en él, y envolvió sus

brazos a mí alrededor.

—Esa es Hélène —dijo suavemente.

—Era hermosa —murmuré.

Dejó caer su cabeza para apoyar su mentón sobre mi hombro,

besándolo suavemente antes de que lo hiciera.

—Hasta que te vi, no me permití pensar en ninguna otra mujer

además de ella. Mi vida desde su muerte la he gastado vengándola.

Al escuchar el dolor en su voz, pregunté:

—¿Nunca encontraste a los soldados que lo hicieron?

—Sí.

—¿Y tú…?

—Sí —contestó antes de que pudiera decir las palabras—. Pero no

fue suficiente. Tuve que irme tras todos los otros villanos asesinos que

podía encontrar, e incluso cuando los peores ocupantes y colaboradores

se hubieron ido, no fue suficiente.

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Era duro pensar en Vincent destruyendo a las personas, ya sean

humanos o fantasmas. Aunque, ahora que había visto cuán bien

luchaba, sabía que él y sus semejantes eran capaces de sacar un arma.

¿Pero qué tipo de persona podía pasar más de medio siglo pensando

sólo en venganza?

El frío y peligroso filo que nos había atraído y me había alarmado

cuando nos conocimos… tenía una base. Ahora sabía lo que era. Me

imaginé a su rostro contraído con furia, y me encogí ante el

pensamiento.

—¿Qué pasa, Kate? —dijo Vincent—. ¿Preferirías que descolgara

la foto? —Me di cuenta de que aún estaba mirando la fotografía de

Héléne.

—¡No! —dije, volviéndome para mirarlo—. No, Vincent. Es una

parte de tu pasado. No me siento intimidada por el hecho de que aún

piensas en ella.

Mientras las palabras salían de mis labios, me di cuenta de que

estaba mintiendo. Me sentía intimidada por esta hermosa mujer. El

único amor de Vincent. Incluso aunque el estilo de pelo y las ropas la

colocaban seguramente hace setenta años, él había guardado su

recuerdo tan cerca que había influenciado todo lo que había hecho, y no

hecho, desde que murió.

—Fue hace mucho tiempo, Kate. A veces se siente como si fuera

ayer, pero usualmente se siente como toda una vida. Fue hace una

vida. Hélene se ha ido, y espero que me creas cuando te digo que no

tienes competencia, de ella ni de nadie más.

Se veía como que tenía más para decir pero no podía decidirse

cómo hacerlo. No lo presioné. Salir del tema de las ex novias estaba

bien para mí. Lo agarré de la mano y lo conduje a otra parte. Y aunque

dejamos las fotos detrás, mi sensación de descontento continuó.

—Ponte cómoda. Ya vuelvo —dijo él, y dejó la habitación. Volví mi

atención a los estantes, los cuales estaban alineados con libros de

varios idiomas, todos mezclados. La mayoría de los de habla inglesa los

reconocí. Teníamos un gusto similar en material de lectura, pensé,

sonriendo.

Al ver una fila de álbumes gruesos de fotos en un estante más

bajo, lo saqué y lo abrí. 1974-78 estaba escrito a mano en la cubierta

interior, y me reí tontamente mientras comenzaba a hojear, viendo fotos

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de Vincent usando ropas hippie y cabello largo con patillas. Incluso

aunque había algo ridículo sobre los estilos, él era igual de atractivo

entonces como lo era hoy en día. Nada había cambiado excepto sus

accesorios.

Volteé una página y vi a Ambrose y a Jules de pie juntos en una

competencia enorme de afros. En otra página, Charlotte estaba usando

maquillaje estilo Twiggy40 y un mini vestido, y posaba al lado de un

Charles que se veía como un Jim Morrison adolescente, pelo

desaliñado, sin camisa, con filas de collares con mostacillas. No pude

dejar de reírme en voz alta ante eso.

—¿Qué es tan divertido? —preguntó Vincent, cerrando la puerta

tras él. Colocó una botella de agua y un par de vasos en la mesa y se

giró hacia mí—. Ah, has encontrado mi alijo secreto de fotografías de

chantaje.

—Muéstrame algunas más, esas son divertidísimas —dije,

inclinándome para encajar el álbum de vuelta en su sitio.

Me puse nuevamente de pie para encontrarlo parado a pulgadas

de mí.

—No lo sé, Kate. Tragar lo suficiente mi orgullo para mostrarte

fotos de mí viéndome como un payaso por la mayoría del siglo veinte

podría costarte algo.

—¿Cuánto? —respiré, paralizada por su cercanía repentina.

Inconscientemente humedecí mis labios.

—Umm. Veamos —susurró, mientras levantaba sus manos hasta

mi cintura y me sostenía firmemente. Sus dedos masajearon la parte

baja de mi espalda, haciendo que mis rodillas se deshicieran.

—Podría costarte unos cuantos besos aquí…

Inclinó su cabeza hacia el costado de mi cuello y mantuvo su boca

a una pulgada de mi oído, exhalando cálido aliento sobre mi piel. Sentí

que la piel de gallina aumentaba por todo mi cuerpo mientras

lentamente él se inclinaba hacia delante y presionaba sus labios en el

costado de mi cuello.

40 Twiggy: es una forma de maquillar los ojos que estuvo de moda en los años 60.

Este estilo da la impresión de unos ojos grandes y tristes.

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Me estremecí y suspiré instintivamente cuando comenzó a abrirse

camino cuesta abajo con besos suaves. Entonces se movió lentamente

hacia mi garganta. Cuando llegó al lugar entre mis clavículas, se detuvo

y dijo:

—O tal vez aquí… —y lo sentí tocar cuidadosamente con la punta

de su lengua mi suave piel en su hueco.

Gemí y extendí los brazos alrededor de su cuello. Me atrajo más

cerca y, manteniendo su ritmo tortuosamente lento, comenzó a besar

mi garganta en pequeños pasos hasta que alcanzó mi barbilla. Mi

cabeza cayó, y él la ahuecó con una mano, sosteniéndome mientras sus

labios hacían el corto camino de mi barbilla a mi boca.

—O aquí —dijo, deteniéndose antes de rozar sus labios contra los

míos tan ligeramente que mi cuerpo se lanzaba en anticipación. Esperé,

pero nada más vino. Forzando a abrir mis ojos, vi que los suyos estaban

cerca, una mirada de concentración y fuerza de voluntad arrugando su

frente. Comenzó a retroceder y su agarre en mí se aflojó.

Dejé pasar un segundo. Y entonces, en desesperación, agarré su

rostro y lo atraje de vuelta hacia mí. Nuestros labios se encontraron, me

aplasté contra él y arrojé mis brazos alrededor de su cuello. Él se

tambaleó ligeramente hacia delante y levantó su mano hacia la pared

para sostenerse. Sentí la presión de la estantería detrás de mis hombros

y me eché contra ella, atrayéndolo a él hacia mí.

—¡Whoa! —dijo finalmente, arreglándoselas para librarse de mi

agarre. Dio un paso hacia atrás, jadeando y manteniéndome lejos de

él—. Kate, no voy a ir a ningún lado —dijo con una fingida mirada de

reproche en su rostro—. Tengo que advertirte que mi habitación no es el

mejor lugar para organizar un asalto sobre mí. Es donde estoy en lo

más débil, y con mi cama a tan sólo veinte pies de distancia.

Intenté concentrarme en sus palabras, pero no podía regresar de

nuevo al mundo real.

—Y tú te ves tan tentadora —dijo, su respiración entrecortada

desacelerando—, que encuentro muy difícil resistirme llevarte a la cama

aquí y ahora.

Él se giró y rápidamente se alejó de mí, lanzando sus cortinas a

un lado y abriendo la ventana para dejar entrar el aire frío de

noviembre. Sentí a sus dedos helados despejar la bruma en mi cabeza,

y deslizándome por la estantería hasta quedar sentada.

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—Podrías estar más cómoda por aquí —dijo Vincent,

recogiéndome en sus brazos fuertes y depositándome sobre el sofá.

Colocó un vaso de agua en frente de mí—. Algo para enfriar su pasión,

¿mademoiselle? —murmuró, con una sonrisa divertida.

Asentí agradecida y bebí del vaso hasta el fondo. Entonces,

entregándoselo de vuelta, rodé hacia el respaldo del sofá en un intento

de enterrar mi rostro. Oh mi Dios. ¿Qué he hecho?, pensé, encogiéndome

ante el recuerdo de saltar sobre él y prácticamente devorar su rostro,

justo en el momento en que había dejado claro que estaba rendido.

—¿Qué, Kate? —se rió Vincent, apartando mis manos de mi

rostro enrojecido.

—Lo siento —dije, con una voz quebrada. Me aclaré la garganta—.

Perdón por… um… saltar sobre ti en tu propia habitación. Usualmente

no…

—Está bien —dijo Vincent, silenciándome con una mirada en su

rostro como si estuviera a punto de partirse de la risa.

—No, no lo está. Usualmente no me lanzo sobre las personas.

Quiero decir, sólo he besado a unos tres chicos en mi vida, y es la

primera vez que me he ensimismado así. Estoy un poco… avergonzada.

Y sorprendida.

Vincent dejó de intentar controlarse y se echó a reír. Entonces,

inclinándose y besándome en la frente, dijo:

—Bueno, es una buena sorpresa, entonces, Kate. No puedo

esperar a tener otra oportunidad. Pero no aquí. En algún lugar muy

seguro. Como en la Torre Eiffel con unos cientos de turistas japoneses

de pie a nuestro alrededor.

Asentí, secretamente aliviada de que quisiera ir despacio, pero al

mismo tiempo preguntándome el por qué.

Vincent leyó mis pensamientos.

—No es que no quiera llevar las cosas… más lejos. Créeme.

Quiero. —Sus ojos estaban ardiendo. El latido de mi corazón se aceleró

en consecuencia—. Pero absolutamente no aún. Quiero disfrutar el

conocerte sin acelerar… el evento principal. —Pasó su dedo por la línea

de mi mandíbula y bajó por mi cuello—. La espera será divertida, pero

no va a ser fácil.

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Mientras se inclinaba para rozar sus labios ligeramente contra los

míos, sentí como si hubiera ganado oficialmente el Concurso del Novio

Perfecto. Manos abajo. Aunque por el momento no puedo evitar desear

que no fuera tan perfecto, pensé, mi temperatura aumentando ante su

toque mientras terminaba besándome, y me aparté. Intentando

distraerme y evitar la combustión espontánea, enderecé mis ropas y

suavicé mi cabello desordenado.

—Mejor salimos de aquí antes de ignorar todo lo que dije. Te

llevaré a casa —dijo, agarrando nuestros abrigos y mi mochila. Abrió la

puerta y me esperó.

—Debo decir, tenía mis sospechas —dijo misteriosamente.

—¿Sospechas de qué? —pregunté.

—Que había una bestia salvaje escondiéndose tras esa conducta

a la antigua.

Mordiéndome el labio, caminé más allá de él y fui a la entrada.

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Traducido por Roo Andresen y SOS por Alexiacullen

Corregido por Samylinda

rse a casa esa noche fue como despertar de un largo sueño.

Cuando estaba con Vincent ocasionalmente me olvidaba de

toda esa cosa de revenant, pero seguía sintiendo que vagaba

por un escenario surreal de Salvador Dalí41. El mundo de Mamie y Papy

se sentía maravillosamente confortante después de veinticuatro horas

en una pintura surrealista.

—¿Entonces? —dijo Georgia mientras nos sentábamos a la

mesa—. ¿Cuál es el status de ésta “cosa” con Vincent? ¿Tu fiesta de

pijama les dio suficiente tiempo a ustedes dos para resolver sus

problemas? —me sonrió con malicia y metió un trozo de pan en su

boca.

Mamie le dio toquecitos en el brazo con desaprobación y dijo:

—Katya nos dirá lo que quiera que sepamos cuando ella quiera.

—Está bien, Mamie —ofrecí—. Georgia no puede evitar vivir

vicariamente a través de mí, ¡puesto que no tiene vida de la cual hablar!

—¡Ja! —dijo Georgia.

Papy rodó los ojos, obviamente preguntándose cuándo su pacífico

hogar se había convertido en una casa de hermandades.

—¿Entonces? —preguntó Georgia, persuasiva.

—Parece que hemos resuelto las cosas —dije, y turnándome hacia

Mamie, pregunté—: ¿Está bien si viene a cenar mañana en la noche?

—Por supuesto —respondió con una gran sonrisa.

—¡Wuu-huu! —alentó Georgia—. No más Kate atascada en su

habitación. Debería ir a su casa y darle las gracias yo misma.

41 Salvador Dali: Marqués de Dalí de Púbol, fue un pintor español considerado uno de

los máximos representantes del surrealismo.

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—Es suficiente, Georgia —dijo Papy.

—Puedes agradecerle mañana por la noche —dije, y rápidamente

cambié el tema de conversación.

A las siete y media de la siguiente noche recibí un mensaje de

Vincent:

Buenas noche, ma belle. ¿Podrías darme tu código?

Le envié el código de cuatro números y dos letras, y un minuto

después, nuestro timbre sonó. Presioné el intercomunicador para que

pudiera abrir la puerta hacia las escaleras.

—Tercer piso a la izquierda —dije a través del comunicador.

Mi pulso se aceleró mientras abría la puerta principal y esperaba

por él en el pasillo. Subió las escaleras en poco tiempo, cargando un

gran ramo de flores en una mano y una bolsa en la otra.

—Estas son para tu Mamie —dijo, inclinándose para darme un

rápido y suave beso en los labios.

Mi pulso se aceleró tanto que se saturó. Vincent levantó sus cejas

sugestivamente.

—¿Vas a pedirme que entre o estabas probando si podía cruzar la

entrada sin invitación? —Luego susurró—: Soy un revenant, no un

vampiro, chérie. —Su expresión de burla me hizo olvidar mis nervios, y

tomando un respiro para componerme, tomé su mano y lo conduje

hacia la entrada.

—Mamie está aquí —dije, mientras ella salía de la cocina hacia

nosotros. Había ido a la peluquería en la mañana y lucía

espléndidamente elegante en un vestido blanco y negro y tacones de

cuatro pulgadas.

—Tú debes ser Vincent —dijo ella, inclinándose para besar sus

mejillas, su perfume de gardenias nos rodeaba como un abrazo de

abuela. Se separó un paso para verlo bien. Parecía estar calificándolo, y

por su expresión, había sacado un diez.

—Para usted —dijo él, extendiendo el gran arreglo de flores.

—Oh, son de Christian Tortu —dijo, mirando la tarjeta de la

florería—. Que tierno.

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—Tomaré tu abrigo —dijo, y Vincent se sacó su campera,

revelando una ramera de algodón azul incrustada en unos pantalones

de pana oscura.

Yo apenas podía creer que este chico increíblemente apuesto se

había arreglado y había traído flores para impresionar a mí familia. Lo

había hecho todo por mí.

—Papy, me gustaría presentarte a Vincent Delacroix —dije

mientras mi abuelo se acercaba desde su estudio.

—Encantado de conocerlo, señor —dijo Vincent formalmente

mientras estrechaban sus manos. Luego levantó la bolsa y dijo—: Para

usted.

Tomándolo, Papy extrajo una botella, y pareció sorprendido al

inspeccionar la etiqueta.

—¿Château Margaux, 1947? ¿Dónde lo has encontrado?

—Es un regalo de mi tío, quien dice que ya ha tenido el placer de

conocerla, madame —dijo Vincent mirando a Mamie.

—¿Uh? —dijo ella, con cierto interés.

—Recientemente le llevó una pintura para reparar. Monsieur

Grimod de La Reynière. —Los ojos de Mamie se abrieron de par en par.

—¿Jean-Baptiste Grimod de La Reynière es tu tío?

Vincent asintió.

—He vivido con él desde que mis padres murieron.

—Oh —dijo Mamie, suavizando su mirada—. Lamento escuchar

que tienen eso en común con nuestra Katya.

Temiendo que hubiera más preguntas personales, tomé a Vincent

de la mano y rápidamente lo conduje hacia el living.

—¿Te gustaría beber algo? ¿Quizás un poco de gaseosa? —

preguntó Papy mientras nos sentábamos junto al fuego.

—Sería genial. Gracias —dijo Vincent.

—Sí, por favor —dije, asintiendo a Papy, y él dejó la habitación

justo cuando Georgia entraba.

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Lucía radiante en un vestido verde de seda que hacía que mi

propio vestido negro pareciera monótono. Vincent se levantó con

cortesía.

—Georgia —comenzó—, sé que Kate te disculpó por mí luego de

haberte dejado en aquel restaurante. Pero te lo quería decir

personalmente. Lo lamento mucho. Nunca lo hubiera hecho si Ambrose

no hubiera estado en tan mal estado. Aun así, fue imperdonable.

—Me considero una persona muy comprensiva —dijo ella, con

sólo un tinte de su falso acento sureño—. Si no fueras tan lindo, no

estoy segura de dejarte pasar esta. Aunque, bajo las circunstancias… —

dijo con suspenso, mientras besaba lentamente sus mejillas.

—¡Por el amor de Dios, Georgia! ¿Podrías tratar de dejar algo de él

para mí? —exclamé, sacudiendo la cabeza sin poder creerlo.

—Voy a tomar eso como que estoy perdonando —dijo Vincent,

riendo.

Las comidas en Francia pueden durar horas. Y cuando hay

invitados, usualmente ocurre. Por fortuna, puesto que esta noche era

noche de escuela, sólo pasamos media hora sobre cada curso. No quería

que mis abuelos tuvieran suficiente tiempo para pasar de las

conversaciones corteses a preguntas personales con mi invitado

misterioso.

—Así que, Vincent, ¿adivino que eres un estudiante? —preguntó

Papy cerca de la mitad del hors d’oeuvres42. Vincent contestó que

estaba estudiando leyes—. ¿A tan temprana edad? No quiero

entrometerme, ¿pero cuántos…? —Mi abuelo dejó la pregunta al aire

para no tener que preguntar directamente.

—Tengo diecinueve. Pero mi tío me puso tutores privados, así que

estoy un poco más adelantado.

—¡Chico con suerte! —Papy asintió con aprobación.

Después de eso, Vincent contrarrestó más preguntas personales

hacia él. Papy estaba encantado de contarle en detalle sobre sus

negocios y los viajes que había hecho para recolectar los objetos

especiales que comerciaba, los cuales lo habían llevado por todo el

Oriente Medio y el Norte de África.

42 Hors d’oeuvres: aperitivos.

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Vincent mencionó su interés en armas antiguas, y esa

conversación sola nos condujo hacia el plato principal, un bife tierno

como manteca. Mamie le preguntó sobre la colección de pintura de su

tío, y parecía impresionada por su conocimiento sobre artistas y

períodos de estilísticos.

Para el momento que llegamos al postre, Vincent y mi familia

hablaban y reían juntos como si se hubieran conocido por años.

Él y Georgia bromeaban juntos y se burlaban de mí, y podía ver a

Mamie echar un vistazo entre Vincent y yo, viéndose complacida con lo

que veía.

Finalmente, después de acomodarnos en la sala con café expreso

y un plato de trufas de chocolate, Mamie le preguntó a Vincent si le

gustaría acompañarnos a cenar nuevamente en dos semanas.

—El nueve de diciembre es el cumpleaños número diecisiete de

Kate, y puesto que se negó a que le hiciéramos una fiesta, pensamos

que podríamos hacer una cena informal aquí en casa.

—Ahora, eso sí que es información interesante —dijo Vincent,

sonriéndome ampliamente.

Puse la cabeza en mis manos y sacudí la cabeza.

—No me gusta hacer gran cosa acerca de los cumpleaños —me

quejé.

Vincent hizo un gesto hacia los demás y dijo:

—Bueno, ¡lástima que al resto de nosotros sí!

—¿Está todo arreglado, entonces? —preguntó Mamie, mirándome

por aprobación.

Hice una mueca, pero aun así asentí.

—Ahora que estamos mandando invitaciones de izquierda a

derecha, ¿qué tal si vienes conmigo y Kate el viernes por la noche,

Vincent? —preguntó Georgia.

—Me encantaría, pero ya tengo planes para esa noche —dijo

guiñándome un ojo.

—¡No, con Kate no! —dijo Georgia a la defensiva—. Le prometió a

mi amigo Lucien que iría a su club. Y por lo que escuché, vas a querer

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acompañarla, puesto que él prometió un suministro de amigos para

todas las chicas solteras que…

Georgia se detuvo a media oración, viendo la mirada oscura que

se expandía en el rostro de Vincent.

—¿Estás hablando de Lucien Poitevin? —preguntó él.

Georgia asintió.

—¿Lo conoces?

El rostro de Vincent se volvió de un rojo encendido en segundos.

Parecía una olla a presión a punto de estallar.

—Se de él. Y sinceramente, incluso si no tuviera planes, me

negaría. —Podía decir que estaba reprimiéndose para permanecer en

calma.

—¡Vincent! —susurré—. ¿Qué…? —Él me detuvo al tomarme de la

mano y sin intención, esperaba, apretándome tan fuerte que dolía. Esto

oficialmente no es nada bueno, pensé.

—¿Quién este tal Lucien Poitevin? —preguntó Papy preocupado,

frunciendo el ceño a Georgia.

—¡Es un muy buen amigo! —se defendió, dándole una mirada a

Vincent.

La habitación se quedó en silencio. Vincent finalmente se inclinó

hacia ella y dijo en una voz diplomática:

—No diría esto si no estuviera cien por ciento seguro, pero Lucien

Poitevin no merece ni siquiera estar en la misma habitación que tú,

Georgia, mucho menos ser contado entre tus amigos.

Todos se quedaron con la boca abierta. Georgia, por una vez,

parecía haberse quedado sin palabras. Lucía como si la hubieran

abofeteado. Y luego le hubieran vaciado un balde de hielo por la

espalda.

Mamie y Papy se miraron de una manera que quedaba claro que

ya habían estado preocupándose por las actividades nocturnas de

Georgia.

Georgia nos dio a Vincent y a mí, una mirada maligna y luego se

levantó abruptamente y se marchó.

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Mamie rompió el silencio.

—Vincent, ¿podrías clarificar por qué piensas que Georgia no

debería asociarse con este hombre?

Vincent miraba la mesa de café.

—Disculpen por causar que esta adorable cena terminara de mala

forma. Es sólo que sé acerca de esta persona, y no me gustaría que

nadie que estimo tenga algo que ver con él. Pero dije demasiado.

Nuevamente, mis disculpas por alterar a su nieta en su propia casa.

Papy sacudió la cabeza y levantó una mano, como si hiciera un

gesto de que no había problema, y Mamie se levantó para recoger las

tazas. Mientras me levantaba para ayudarla, dijo:

—No te preocupes, Vincent. Tratamos de mantener una medida

de sinceridad y honestidad en esta casa, así que tus comentarios no son

mal acogidos. Estoy segura de que Georgia se disculpará por su

comportamiento la próxima vez que te vea.

—No lo apuestes —dije en voz baja.

Escuchándome, Vincent asintió.

—Debería irme —dijo—. Estoy seguro que tendrán un día

ocupado mañana.

—Te acompañaré —dije, con la intención de interrogarlo una vez

fuera.

Papy se levantó para tomar el abrigo de Vincent. Luego de

agradecerles a mis abuelos por la velada, Vincent salió al pasillo. Yo lo

seguí, tomando mi abrigo y cerrando la puerta detrás de nosotros.

—¿Qué…? —empecé.

Vincent puso un dedo sobre mis labios, y mantuvimos un silencio

tenso hasta que salimos a la calle. Tan pronto como la puerta se cerró

detrás de nosotros, me tomó de los hombros y me miró intensamente.

—Tu hermana está en grave peligro.

Mi confusión se transformó en alarma.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué pasa con Lucien?

—Es mi enemigo jurado. El líder de la París Numa.

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Me sentía como si alguien me hubiera levantado y me hubiera

tirado contra una pared de ladrillos.

—¿Estás seguro que hablamos de la misma persona? —pregunté,

no queriendo creerlo—. Porque cuando lo conocí…

—¿Lo conociste? —dijo Vincent ahogado—. ¿Dónde?

—En el club donde fui a bailar con Georgia.

—¿El mismo lugar en el cual viste a Charles?

—Si… de hecho, Charles estaba hablando con él afuera cuando

me fui. No veo…

—No. Esto es terrible —dijo Vincent cerrando los ojos.

—Vincent, dime qué está ocurriendo —dije, con un sentimiento de

nauseas subiendo por mi garganta. Si Lucien era un monstruo, ¿qué

significaba eso para mi hermana? Me dio escalofríos pensar en el beso

que mi hermana y Lucien habían compartido esa noche en el club. Ella

obviamente no sabía de su lado oscuro. Georgia no podía ver más allá

de su nariz cuando se trataba de perspicacia. Como cuando mi madre

se había lamentado cuando un novio de Georgia fue arrestado por robo:

“No puede ver el mal en las personas. Tu hermana no es estúpida, sólo

que no posee ni un gramo de intuición.” Esta vez este error, podría ser

fatal, pensé.

Vincent sacó su celular del bolsillo.

—¿Jean-Baptiste? Lucien tiene a Charles. Estoy seguro. Sí…

estaré ahí en un minuto.

—¡Por favor! ¡Dime algo! —supliqué.

—Tengo que ir a casa. ¿Puedes venir conmigo?

—No —dije sacudiendo la cabeza. Tenía que volver a subir y

limpiar el desastre que el huracán Vincent había dejado para mi familia.

—Tengo que irme —dijo.

—Entonces te acompañaré a tu casa —insistí—. Puedes contarme

en el camino.

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—Bien —dijo, tomando mi mano y comenzando a caminar por las

calles tenuemente iluminadas hacia su casa—. Así que, Kate. ¿Sabes

cómo en cada historia hay un chico malo?

—Supongo.

—Bueno, Lucien es el chico malo en mi historia.

—¿Cómo que tu historia? —me aventuré algo intranquila—. Es

decir, ¿es sólo el hecho de ustedes dos estando en lados opuestos de lo

malo y lo bueno?

Vincent negó con la cabeza.

—No. Soy yo contra él. Tenemos una larga historia.

—Espera —dije, juntando las piezas en mi cabeza—. ¿Es el chico

del cual ustedes siempre se están refiriendo? ¿“El Hombre”, o lo que

sea? —Me detuve, pensando—. ¿Fue Lucien el que viste en la Villa

Saint-Paul… y el cual Jules descubrió cerca cuando apuñalaron a

Ambrose?

Vincent asintió.

—¿Quién es él? —pregunté.

—Como humano, durante la Segunda Guerra Mundial, él era

parte de la milicia Francesa, o la Milice, una fuerza paramilitar formado

por el gobierno Francés controlados por Alemanes para luchar contra la

resistencia.

—¿El régimen Vichy43?

Vincent asintió.

—Además de ejecutar y asesinar miembros de la Resistencia, la

Milicia ayudó a la deportación de judíos. Eran famosos por sus métodos

de tortura, podían extraer información y confesiones de cualquiera de

sus capturados. Para ser sincero, eran más peligrosos que la Gestapo o

la SS, puesto que eran de los nuestros, hablaban el idioma, sabían la

topografía de los pueblos y eran vecinos y amigos de la gente que

43 Régimen Vichy: conocido formalmente como Estado Francés (État Français), se

denomina así al estado dirigido por el Mariscal Philippe Pétain que surgió tras la

derrota francesa en 1940 y que estableció su capital en la pequeña ciudad de Vichy.

http://www.historiasiglo20.org/GLOS/franciavichy.htm

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traicionaban. —Vincent me miró a los ojos—. Fue una época oscura

para mi país.

Asentí y permanecí callada. Cruzamos una avenida de tres

carriles y continuamos hacia su casa.

—Lucien traicionó a cientos, o directamente, miles, de sus

compatriotas hacia sus muertes, torturando y asesinando para llegar a

la jerarquía de la organización. Rápidamente se convirtió en un líder en

el régimen Vichy y el ministerio de propaganda.

—En Junio de 1944, un grupo de combatientes de la Resistencia,

vestidos como miembros de la Milicia, irrumpieron en el edificio del

Ministerio de Información donde Lucien y su esposa habían sido

trasladados por su seguridad. Era tarde en la noche. Encontraron a la

pareja en la cama y la mataron.

Me quedé boquiabierta. Parecía como si estuviera contando la

historia desde su experiencia personal.

—¿Fuiste uno de ellos? —me aventuré a decir.

Vincent asintió con la cabeza.

—Junto con un par de los otros revenants. El resto eran humanos

que no sabían lo que éramos nosotros.

—Pero Lucien entones era todavía humano. Me dijiste que los

revenants intentan no matar a humanos.

—Nuestro fin era capturar y encarcelar a Lucien hasta que

pudiera ser juzgado por las autoridades por sus crímenes. Pero la

familia de un humano en nuestro había sido asesinada por el mismo

Lucien, y no pudo contenerse. Les disparó a ambos.

Me estremecí ante la escena sangrienta recreada en mi mente. En

historias como estas, uno siempre quiere que los chicos malvados sean

liquidados. Pero pensar en el acto en sí, ser fusilado junto a tu esposa…

en su cama. Era demasiado terrible para tenerlo en cuenta.

—Lucien recordó nuestras caras a partir de aquella noche, y

cuando regresó como revenant, nos persiguió. Tuvo éxito en matar a la

mayoría de los humanos que habían tomado partido en el asesinato, y

finalmente fue capaz de de destruir a los otros dos revenant

involucrados. Soy el único que queda. Hemos llegado el uno hasta el

otro en varias ocasiones, pero nunca ha podido matarme. Ni yo a él.

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—Entonces ¿por qué rayos habría estado Charles hablando con

él? —pregunté.

—Eso es lo que tienes que entender acerca Charles. No es un mal

chico. Sólo está estropeado. Te dije que había tenido dificultades para

aceptar nuestro destino. Es una existencia difícil, continuamente

viviendo y muriendo. Cuando salvas a alguien y los ve continuar a tener

una buena vida, esto hace que se sienta que todo vale la pena. Pero a

veces las cosas no salen así.

—La persona que rescataste de un intento de suicidio vuelve a

intentarlo y lo consigue. El chico que salvaste de un negocio de drogas

que salió mal, no ve eso como una razón para enmendar su camino y

vuelve al desorden en el que se encontraba antes. Esa es una razón por

la que Jean Baptiste no quiere que sigamos la vida de nuestros

rescatados demasiado cerca.

—Pero uno de los peores sentimientos es cuando lo intentas y

fallas. Charles no pudo salvar a la niña. Salvó al otro chico, pero no

puede centrarse en ese éxito. Está obsesionado con su fallo. Y las

consecuencias en la madre del chico.

—Tiene un buen corazón —continuó en voz baja—. Quizás

demasiado bueno para un corazón. Pero esto fue el colmo para él. La

única razón que puedo pensar de esto es que Charles pudo ir a Lucien

es porque no puede hacer frente a nuestro estilo de vida durante más

tiempo. Quiere morir. Si se pone en sus manos, todo lo que tiene que

hacer es pedirle que le mate y queme su cuerpo. Y todos ellos estarán

muy felices de complacerlo.

—¿Está cometiendo suicidio? —Paré de caminar, horrorizada por

el pensamiento de que Charles se entregara a su muerte.

—Eso es lo que parece —Vincent cogió mi brazo y tiró de mí hacia

adelante. Casi estábamos ahí.

—Si Lucien es un asesino despiadado, entonces… ¿qué pasa con

Georgia?

La historia de Charles era desgarradora, pero en lo único que

podía pensar en este momento era que mi hermana podía estar en

peligro.

—¿Cuál es su relación? —preguntó Vincent.

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—Parece que están en una especie de noviazgo.

—¿Crees que es serio?

—Georgia no lo hace serio.

Vincent pensó sobre ello.

—Lucien siempre está rodeado de mujeres, no tendría ninguna

razón para matar a alguien como Georgia. Si ella no se deja atrapar por

su clan y sus actividades, entonces probablemente lo peor es que corre

el riesgo de estar acostumbrándose a estar con él y él la abandone.

Bueno, eso es reconfortante, pensé, no del todo consolada. Estaba

enrollándose con un maniaco homicida, pero si no se involucra

demasiado, debe estar bien. A pesar de que todavía estaba asustada, las

palabras de Vincent me habían hecho sentir menos pánico. Era cierto:

Georgia nunca se involucraba demasiado en alguien excepto en sí

misma.

Llegamos a la puerta de Jean-Baptiste. Vincent tomó mi mano en

la suya.

—Escucha. Siento si he estropeado las cosas entre tu hermana y

tus abuelos esta noche. Pero no podía estar sentado allí y no decir nada

después de oír su mención de ese… monstruo.

—No, tenías razón. Y no importa dónde lo dijiste, delante de todos

o uno a uno, Georgia hubiera tenido la misma reacción.

—Tienes que hablar con ella —alentó—. Incluso si las cosas no

van demasiado lejos con Lucien, está saliendo con algunas personas

peligrosas.

Asentí con la cabeza.

—Haré mi mejor esfuerzo.

El peligro estaba constantemente al acecho en la sombra de

Vincent y sus parientes. Pero ahora que uno de los miembros de mi

familia estaba en peligro, parecía mucho más real. Me hacía sentir más

cercana a él. Ahora teníamos un enemigo común. Pero esperaba que

Georgia pudiera escucharme y eliminarse ella misma de ese peligro.

—¿Qué vas a hacer ahora? —le pregunté.

—Voy a traer a los demás y empezar a buscar a Lucien abajo.

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La voz de Vincent cedió una octava más baja y sus ojos brillaban

con furia. Parecía letal.

—Vas a tener cuidado, ¿verdad? —pregunté, con el miedo

agarrándome cuando me di cuenta de lo que eso podría significar.

—Lo haría ésta noche si pudiera. Pero hay una razón por la que

no han sido capaces de acabar con él todavía. Si no quiere ser

encontrado, no vamos a encontrarle. Las cartas están en sus manos.

Luego, viendo mi expresión, algunos de las líneas de su mirada

suave salieron de sus rasgos.

—No te preocupes, Kate. Intenta venir mañana después de la

escuela, si es posible.

—¿Estarás todavía vivo mañana después del colegio?

—Sí —dijo con sus labios. Pero sus ojos estaban contando una

historia diferente. Haría cualquier cosa para destruir a este enemigo.

Estaba claro que su propia seguridad no era su prioridad.

—Siento tener que dejarte así —dijo Vincent, atrayéndome hacia

él y rozando sus labios contra los míos. Cada punto de contacto con su

cuerpo parecía disparar una lluvia de chispas de fuego dentro de mí.

¿Es un afrodisíaco peligroso?, me pregunté. Preferiría que él esté a salvo

que tener una celebración del 4 de Julio con los nervios de punta. Pero

desde que no tengo opinión, le agarré más fuerte y le respondí con un

beso.

Demasiado pronto se apartó.

—Me tengo que ir.

—Lo sé. Buenas noches, Vincent. Por favor, permanece a salvo.

—Buenas noches, mon ange44.

Llamé suavemente en la puerta del dormitorio de Georgia.

Violentamente se abrió un segundo después, y mi hermana se

encontraba allí mirando como una Furia45.

44 Mon ange: expresión en francés que traduce en español “mi ángel”.

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—¿Qué demonios fue eso? —rugió, cerrando la puerta con un

golpe detrás de mí.

Me senté en el borde de su cama mientras ella se tiró boca abajo

sobre una alfombra blanca y suave en el centro del suelo y me miró

fijamente.

—Siento que Vincent te avergonzara delante de Papy y Mamie.

Pero por lo que él me dijo, Lucien suena verdaderamente como malas

noticias.

Georgia casi escupe su respuesta.

—¿Oh, sí? Exactamente, ¿qué dice?

—Dice que Lucien es un tipo… una clase de organización mafiosa.

—Intenté recordar cómo había descrito Vincent a los Numas esa noche

en el restaurante Marais—. Y que sus colegas están involucrados en

todo tipo de negocios ilegales.

—¿Cómo qué?

—Prostitución, drogas…

—¡Oh, dame un descanso! —Georgia puso en blanco sus ojos—.

Has visto a Lucien. Es un empresario. Tiene bares y clubes por toda

Francia. ¿Por qué en el mundo tendría que participar en cosas como

esas? —Me miró con disgusto.

—De verdad, no creo que Vincent hiciera eso —contesté.

—¿Sí? —preguntó amargamente —¿Cómo es que le conoce?

—No le conoce —mentí. La última cosa que quería hacer era una

especie de enlace entre Vincent y Lucien con Georgia y conmigo en

medio—. Sólo conoce su reputación.

Hice una pausa, sopesando como de lejos debía ir.

—Dice que incluso hay socios de Lucien que están involucrados

en asesinatos.

Georgia parecía conmocionada por un momento, y luego negó con

la cabeza.

45 Furia: son las tres deidades vengadoras de la mitología romana.

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—Estoy segura de que en el mundo en el que Lucien se mueve

tiene que haber algunos negocios turbios. Debe ajustarse al territorio.

Pero sugerir que podría trabajar con asesinos… lo siento, no me lo creo.

—De acuerdo —dije—, no tienes que creerlo. Pero, ¿lo has visto de

nuevo?

—Kate, si incluso apenas nos estamos viendo. No es serio. Sólo

nos vemos en público. Estoy segura de que tiene citas con otras

personas. ¡No es gran cosa!

—Bueno, si no es gran cosa, y aún existe la más mínima

posibilidad de que él sea una mala noticia, entonces, ¿por qué no te

limitas… ya sabes… a deshacerte de él? Por favor, Georgia. No quiero

preocuparme por ti.

Por una fracción de segundo después de escuchar mi voz

suplicante, ella parecía desconcertada, y luego, una mirada terca se

apoderó de su bonito rostro.

—No tengo que verle de nuevo. Pero voy a verlo de nuevo. No creo

una palabra de lo que tú o Vincent han dicho sobre él. ¿Y por qué tú y

tu nuevo novio se entrometen en mi vida privada de todos modos?

Sabía que no podía decir una cosa que cambiara su pensamiento.

Y, ¿cómo podría decirlo de cualquier manera? ¿La razón por la que mi

novio odia al tuyo es porque Vincent es un zombi bueno y Lucien un

zombi malo?

Sólo podía esperar que ella perdiera el interés por Lucien antes de

que algo malo sucediera. Ahora estaba realmente enojada. Su fina capa

de pecas estaba convirtiéndose en manchas rojas por su ira. Conocía a

mi hermana, y cuando ella llegaba a este punto, no había más

razonamiento con ella. Comencé a ponerme de pie, pero ella se levantó y

se me adelantó a la puerta. Abriéndola, me señaló al pasillo.

—Vete.

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Traducido por Akanet

Corregido por *Prisper*

l día siguiente, Georgia se fue de la escuela antes incluso

de que yo llegara a la mesa del desayuno. Desde detrás de

su periódico, Papy preguntó con voz cansada

—Chicas, ¿están ustedes en la Cuarta Guerra Mundial, o es la

quinta?

No la vi entre las clases, y desapareció después. Mi hermana

estaba evitándome, y eso dolía. Pero yo sabía que había hecho lo

correcto al advertirle acerca de Lucien. Vincent había dicho que nada le

podría suceder. Pero en estas circunstancias, “podría”, para mí, era una

palabra demasiado grande.

Me dirigí hacia lo de Jean-Baptiste de camino a casa, enviándole

mensajes de texto a Vincent desde la calle, y las puertas se estaban

abriendo en el momento en que llegué. Él estaba esperándome, la

misma mirada de preocupación en su rostro que había tenido cuando

me dejó la noche anterior.

—¿Alguna novedad? —le pregunté mientras caminábamos a su

habitación.

—No. —Se inclinó hacia delante y abrió su puerta, haciéndose a

un lado con cortesía para dejarme pasar antes de seguirme adentro.

Hay algunas ventajas al salir con un hombre de otra época, pensé.

Aunque soy una gran creyente de la igualdad de género, la caballería

tenía altas puntuaciones en mi libro.

—Estuvimos afuera toda la noche buscando. Es como si todo el

Numa en la ciudad sólo se hubiera levantado y desaparecido. Fuimos a

cada bar y restaurante en el que sabemos tienen algo que ver, y sólo

vimos trabajadores humanos, ni rastro de ellos.

—Eso podría haber sido realmente peligroso, ¿no? —Traté de

imaginar lo que sucedería en un enfrentamiento entre los revenants

A

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buenos y malos. Los no muertos saltando por ahí con espadas entre la

clientela asustada de la barra.

—Si ellos hubieran estado allí, entonces podría haber sido

peligroso. Pero con humanos alrededor, no se atreverían a atacarnos.

Pensé en Ambrose siendo apuñalado a sólo unos pocos metros de

distancia de una multitud de humanos, y sospeché que Vincent le

estaba restando importancia al peligro para mi beneficio.

—Pero nadie estaba a la vista para que pudiéramos interrogarlos.

Ellos no tienen una residencia fija como nosotros. Por lo tanto, es

imposible saber el lugar donde residen.

—¿Cómo se lo está tomando Charlotte? —pregunté.

—Nada bien —dijo Vincent—. Ella está fuera con los demás en

este momento, buscando.

—¿Por qué no estás con ellos?

—Esta noche es la “gran noche”. Y ya me estoy sintiendo débil. No

sería de mucha ayuda si en realidad encontramos algo.

—¿Así que cuando empieza... lo de la inactividad? —pregunté.

—Durante la noche —respondió—. La noche en que comienzo la

inactividad, por lo general termino viendo películas y cargando algunas

calorías, ya que no soy bueno para nada más. —Hizo un gesto con su

mano hacia la mesa de café, que estaba preparada con el té y un

surtido de mini pasteles.

Lo miré con expresión divertida.

—¿Jeanne?

—¿Quién más? —respondió con una sonrisa—. Cada vez que

pasas por aquí, ella actúa como si estuviéramos recibiendo visitas de la

realeza.

—Oh, ella debería hacerlo —dije, sosteniendo mi barbilla un poco

más alta antes de tirarme en el sofá con el fin de atacar a un mini

pastel de chocolate—. Así que, ¿dónde está la televisión? —pregunté.

—Oh, las veo en nuestra sala de proyecciones. Ambrose es un

aficionado al cine, y convenció a Jean-Baptiste de construir nuestro

propio cine aquí. Está en el sótano, junto al gimnasio.

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—Ahora, eso es algo que me encantaría ver —le dije.

—Puedo tener justo una o dos de tus películas favoritas

esperando abajo por ti. Incluso podríamos ordenar una pizza y cenar

con estilo. ¿Es una cita?

—¡Una cita real! ¡Acepto! —Estuve a punto de chillar, y entonces,

tratando de atenuar mi entusiasmo, continué—. Sólo porque afirmas

que serás una compañía muy aburrida, por supuesto. De lo contrario,

estaría bien aquí sentada, mirando fijamente a tus ojos toda la noche.

Vincent hizo una pausa, mirándome con recelo por un segundo, y

luego, sonriendo, preguntó.

—¿Sarcasmo?

—Sí —me reí—. Eres bastante rápido para un viejo.

—Maldita sea, y yo pensé que había encontrado por fin una

verdadera romántica —bromeó, y entonces vaciló mientras una mirada

seria se apoderaba de su rostro—. Hablando de compañía aburrida, ¿te

importaría hablar de lo que haremos mientras estoy dormido?

—Claro —dije, preguntándome qué podría venir después.

—Mañana estaré muerto en cuerpo y mente. Preferiría que no me

veas cuando soy incapaz de comunicarme. Pero a partir del viernes por

la mañana, mi mente estará despierta. Por lo que, para que no vayas a

sentir como que te estoy acosando, ¿tengo tu autorización para venir a

verte...en forma de volant?

—Hmm. Esta tiene que ser la oferta más extraña que he recibido

—Me reí—. No lo sé... ¿puedes hacer algo para hacerme saber que estás

ahí? ¿Cómo escribirme un mensaje de texto fantasmal? ¿O hacer que

mi pluma se mueva?

Él negó con su cabeza.

—Sólo si aparece alguien que puede escucharme, como Charlotte

o Jules.

Pensando en mi habitación desordenada, la que esperaba que él

no hubiera visto ya en secreto mientras flotaba por ahí, repliqué.

—¿No vas a estar en “recorridos del deber” con alguien?

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Vincent sonrió, pequeñas líneas de fatiga plegándose en las

esquinas de sus ojos.

—Bueno, sí, si alguien está de recorrido caminando estaré

acompañándolo. Pero me gustaría venir a verte en mi tiempo de

inactividad.

—Entonces, ¿por qué no vengo aquí? —pregunté—. De esa

manera el que este en casa puede “interpretar” para mí.

—Si no te importa, eso estaría bien —dijo Vincent. Me di cuenta

de que estaba sosteniéndose en el sofá con una mano.

—¿Estás bien, Vincent? —pregunté.

—Sí. A pesar de que estoy empezando a sentirme débil. No hay

problema. —Él exhaló profundamente y se sentó en el sofá junto a mí—.

Así que mañana no hay caso, pero me encantaría verte el viernes.

—Trato. Vendré en la mañana. Dado que mañana es Acción de

Gracias en Estados Unidos, no hay escuela ni mañana ni el viernes.

Simplemente traeré mis deberes y los haré aquí.

Pedimos pizza y nos acurrucamos en el sofá a esperar a que

llegara.

—¿Cómo te fue anoche con Georgia? —preguntó.

Yo había estado evitando escrupulosamente el tema, con la

esperanza de que no tendría que decirle a Vincent que había fracasado.

—No nos estamos hablando —admití.

—¿Qué pasó?

—No le dije que conocías a Lucien. Tenía miedo de que le pudiera

decir algo. Sólo le dije que conocías su reputación, y el tipo de negocios

criminales por los que él y sus compañeros eran conocidos. Ella no se lo

tragó. Quiere que tú y yo permanezcamos apartados de sus cosas.

—Estás molesta —dijo, envolviendo sus brazos a mí alrededor.

—Sí. Estoy molesta...no debido a que Georgia y yo estamos

peleando. Eso no es nada fuera de lo normal. Estoy molesta porque

tengo miedo por ella. Ella me dijo que sólo se están viendo el uno al otro

casualmente. Pero no puedo evitar preocuparme.

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—Has hecho todo lo posible —dijo Vincent—. No puedes controlar

a tu hermana. Simplemente tratar de sacarlo de tu mente.

Es más fácil decirlo que hacerlo.

Después de que nuestras pizzas fueron entregadas, nos

trasladamos a la planta baja, a la sala de proyección, y nos dejamos

caer en un gran viejo y gastado sofá de cuero para ver Breakfast at

Tiffany`s, la cual Vincent había sacado de su vasta colección de

películas. Sentados allí, en el cuarto oscuro y comiendo rebanadas de

champiñones y queso parmesano, por una vez, en realidad sentí como

que Vincent y yo estábamos haciendo algo que una pareja real y normal

haría...es decir, si no pensaba en lo que iba a pasar con él después de

la medianoche.

Me fui alrededor de las nueve. El insistió en acompañarme a casa,

y dimos un paseo a lo largo de las oscuras calles de París a paso de

tortuga. Parecía tan débil como si en realidad tuviera ochenta y siete

años de edad. Era difícil creer que este mismo hombre había estado

blandiendo una espada con el peso de un sofá sólo unos pocos días

antes. Cuando llegamos a mi puerta, me dio un beso lento, tierno y giró

para irse.

—Ten cuidado —le dije, sin saber las reglas de etiqueta al decir

adiós a alguien que iba a pasar los próximos tres días muerto. Vincent

me guiñó un ojo y me mandó un beso, y al doblar la esquina, se había

ido.

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7

Traducido por Vafitv

Corregido por *Prisper*

amie había preguntado si queríamos tener la tradicional

cena de Acción de Gracias como en EE.UU, pero ni a

Georgia ni a mí nos daba la gana. Cualquier cosa de

América me recordaba a casa. Y la casa me recordaba a mis padres.

Pregunté a Mamie si podíamos tratarlo como cualquier otro día, y ella

estuvo de acuerdo.

Así que me pase el día de Acción de Gracias en mi cama leyendo,

tratando de no pensar en mi novio muerto sobre su cama a pocas

cuadras de distancia.

El viernes por la mañana, caminé los cinco minutos de mi casa a

Jean-Baptiste. De pie frente a las enormes puertas, escribí el código

digital que Vincent me envió por mensaje en la caja de seguridad, y

miré las puertas abrirse de golpe.

Una vez en la puerta de entrada, no estaba segura si debía tocar o

simplemente caminar. Cuando levanté la mano, la puerta se abrió y

Gaspard se paro frente a mí, retorciéndose las manos nerviosamente.

—Mademoiselle Kate —dijo, y me dio una torpe reverencia.

—Vincent me dijo que estabas aquí. Entra, entra. —Él ni siquiera

intento darme los bises y, con miedo que mi sola presencia le diera un

ataque al corazón, no insistí—. ¿Alguna noticia? —pregunté.

—Lamentablemente, no —dijo Gaspard—. Vuelvo a la cocina.

Vincent me dice que te pregunte si quieres tomar un café.

—No, no, acabo de desayunar. Estoy bien.

—Ah, está bien entonces. Vincent dice que si quieres volver a su

habitación, que está listo para ayudarte con… ¿trig? —Gaspard parecía

confundido.

—Trigonometría —le dije riendo—. Y luego, al aire, dije—: Gracias,

Vincent, pero lo deje en casa. Tienes la oportunidad de mirar por

M

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encima de mi hombro e iluminarme en ingles de la historia de Europa

hasta hoy en día.

Gaspar rio con una carcajada nerviosa.

—Vincent dice que yo debería ser el único que te ayudara con eso.

¡Oh! ¡Oh! Es verdad, he estado alrededor para ver un poco de la

historia. Pero yo no quiero aburrirlos con mis cuentos.

Presintiendo que ayudar a una adolescente con su tarea de

historia sería la última forma que le gustaría gastar su mañana,

amablemente lo rechacé. Su alivio era evidente.

—Charlotte esta fuera, pero voy hacerle saber que estas aquí

cuando regrese.

—Gracias —respondí.

La habitación de Vincent era como yo la había visto la primera

vez. Las ventanas y cortinas cerradas. El hogar despedía frío. Y Vincent

frío sobre la cama. Sentí un escalofrió cuando vi su figura inmóvil

detrás de las cortinas de gasa de la cama.

Cerrando la puerta detrás de mí, coloqué mi bolso sobre el sofá y

me acerqué a la cama. Él estaba allí, completamente inmóvil.

Desprovisto de vida. Me sorprendió lo diferente que parecía de alguien

que simplemente estaba durmiendo, con su pecho en perpetuo

movimiento, el aliento que entra y sale de su boca. Tirando las cortinas

hacia atrás, con cuidado me senté sobre la cama y lo miré fijamente.

Magnífico, incluso en la muerte.

—Bien, me siento un poco tonta hablando contigo de esta manera

—le dije a la habitación vacía—. Como si en un minuto fueras a saltar

fuera del armario y saldrías riendo.

La habitación estaba silenciosa.

Dudando, pasé mis dedos suavemente hacia abajo por su brazo

frío, tratando de no retroceder ante la sensación inhumana de su piel.

Entonces, incluso más lentamente, me incliné para tocar su boca con

mi pulgar. La piel estaba fría pero suave, me emocioné ante la

sensación de mis dedos sobre las curvas de sus labios, perfectos.

Le acaricié el cabello grueso, ondulado, con mi mano antes de que

mis labios tocaran ligeramente los suyos. No sentí nada. Vincent no

estaba allí.

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—Estoy tomando ventaja de la situación —susurré,

preguntándome si estaba allí para oírme—. Ya que no puedes decir que

no incluso si quieres. —Aunque la habitación quedó en silencio, fui

poseída por un extraño sentimiento, como si alguien estuviese

escribiendo en una tablilla en mi mente. Se sentía como si un gran

esfuerzo se estuviera gastando. Como si un enorme peso estuviera

siendo desplazado. Y luego, estas dos palabras poco a poco se

materializaron en mi cabeza:

Soy tuyo.

—Vincent, ¿fuiste tú? —respondí, asustada. Mi cuerpo se sentía

como un árbol ensartado con un millón de luces de navidad que habían

sido encendidas a la vez.

—Bueno, sí es que eras tú, de alguna manera me estoy

asustando. Pero eso está bien. Y si no eras tú, entonces debo estar

completamente perdida por salir con un chico muerto. Muchas gracias

por poner en peligro mi salud mental —dije fingiendo sarcasmo, pero

malamente, ya que estaba temblando.

Casi podía sentir una sensación de diversión flotando a través de

la sala, pero era tan débil, que asumí que lo estaba inventando.

—Ahora me estás haciendo paranoica —dije—. Antes de empezar

a hacer una personificación de Juana de Arco a la audiencia de voces,

creo que pienso trabajar en mi tarea de historia.

Silencio.

Dejé las cortinas de la cama abiertas, de modo que yo pudiera

verlo. Fui a sentarme en el sofá, sacando mis libros de mi bolsa y las

extendí sobre la mesa de café.

Fue entonces cuando me di cuenta de un sobre sentado sobre su

mesita de noche. Vi mi nombre escrito en la hermosa escritura de

Vincent, y saqué una hoja de papel grueso desde el interior. Fue

grabada con las iniciales VPHD centrada en el borde inferior, y rodeado

con un borde de lianas y hojas.

Kate, así empezó.

No siempre soy el mejor en expresarme a ti, así

que estoy aprovechando el hecho de que seré

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completamente insensible cuando leas esto, y por lo

tanto, incapaz de ensuciar las cosas.

Quiero darte las gracias por darme una

oportunidad. La primera vez que te vi, yo sabía que

había encontrado algo increíble. Y desde entonces,

todo lo que quería era estar contigo tanto como sea

posible.

Cuando pensé que te había perdido, me debatía

entre el deseo de que ir detrás de ti y querer lo mejor

para ti, quiero que seas feliz. Viéndote a ti tan

miserable durante las semanas que estuvimos

separados, me dio valor para luchar por

nosotros…para encontrar una forma para que las

cosas funcionen. Y verte feliz nuevamente en los días

que hemos estado de nuevo juntos, me hace pensar

que hice lo correcto.

No puedo prometerte una experiencia común,

Kate. Me gustaría poder transformarme en un

hombre normal y estar allí para ti siempre, sin el

trauma que define mi vida como The Walking Dead.

Puesto que no es posible, sólo puedo asegurarte que

haré todo lo que esté en mi poder para compensarlo.

Para darte un novio lo más normal posible. No tengo

ni idea lo que esto significara exactamente, pero

estoy deseando averiguarlo. Contigo.

Gracias por estar aquí, mi bella. Mon Ange. Mi

Kate.

Tuyo completamente,

Vincent.

¿Qué hacer después de leer la carta de amor más romántica, la

única carta de amor, para el caso, que alguna vez hayas recibido?

Caminé hacia la cama, y subiendo en su alto colchón, me senté

junto al cuerpo de Vincent. Tome su rostro frío con mi mano cálida, y

luego acaricie su cabello con mis dedos. Comencé a llorar.

Lloré por la pérdida de mi vida anterior. Por los días cuando me

despertaba en mi antigua habitación, bajaba las escaleras y veía a mi

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madre y padre sentados en la mesa del desayuno esperándome. Lloré

porque jamás los volvería a ver, y mi vida nunca sería la misma.

Pensé en cómo, después de todas aquellas perdidas, había

encontrado a alguien que me amaba. Él no lo había dicho, pero yo lo

había visto en sus ojos, y leído en las palabras que él había escrito. Mi

mundo normal se había ido, en más de un sentido. Pero tengo la

oportunidad para la felicidad completamente de nuevo. Un mundo

mejor a la ciencia ficción y las películas de terror, quizás, pero también

uno donde podía encontrar la ternura, la amistad y el amor.

A pesar de que anhelaba a mi antigua vida, yo sabía que me

habían dado una segunda oportunidad. Fue aquí mismo, suspendido

como un fruta madura delante de mis ojos.

Todo lo que tenía que hacer, era extender mi mano y tomarla.

Pero primero tenía que dejar de lado lo que estaba agarrando con los

nudillos blancos de miedo: el pasado.

Me ofrecían una nueva vida a cambio de la antigua. Se sentía

como un regalo. Me sentía como si estuviera en casa. Abrí mi mano y lo

deje ir. Y entonces, lloré hasta que mis ojos hinchados iban a la deriva

cerrándose, y me quedé dormida.

Cuando me desperté una hora más tarde, yo no sabía dónde

estaba durante unos segundos. Y entonces, sentí el frío cuerpo de

Vincent a mi lado, y estaba impregnada de una inmensa sensación de

paz que me hizo sentir más fuerte que yo haya tenido antes.

Oí un ruido y me di vuelta para ver que Charlotte asomando su

cabeza por la puerta.

—Pasé antes, pero estabas dormida. ¿Estás levantada ahora?

—Si —dije, sentándome y saliendo de la cama.

—Ah, bueno —Ella se deslizó dentro y cerró la puerta—. Has

estado llorando —dijo, después de besar mis mejillas.

Asentí con la cabeza.

—Estoy bien ahora. Pero no te ves tan enérgica tú misma.

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El brillo normalmente radiante de Charlotte se había vuelto

pálido, y toda la vida que parecía estar surgiendo y chispeando

alrededor de ella antes, había desaparecido. Parecía triste y agotada.

—Es Charles—dijo ella.

—¿Todavía no hay ninguna noticia? —le pregunté, tirando de ella

hacia abajo para sentarse a mi lado en el sofá.

Ella movió la cabeza, desconsolada.

—He tratado de llamarle un millón de veces. He dejado docenas

de mensajes. Hemos puesto todos los lugares controlados por Numa

bajo vigilancia, han pagado nuestros informantes, e incluso asaltaron

un antiguo almacén donde pensábamos que podría ser que lo

mantienen. Y no hemos encontrado nada.

—Lo siento —Sin saber que más decir, le froté el hombro para

reconfortarla.

—Él es mi hermano gemelo, Kate. Nunca hemos estado separados

a excepción de cuando estamos inactivos. Me siento como si hubiera

perdido la mitad de mi misma. Y me da mucho miedo por él.

Asentí con la cabeza.

—Vincent me dijo que lo sospechaba.

—Simplemente no lo entiendo —susurró ella, sacudiendo la

cabeza.

Se inclinó hacia mí y yo abracé su esbelta figura contra la mía

propia.

—Vincent nos ha dejado solas los últimos minutos, pero él dice

que quiere ser parte de la conversación ahora.

—Está bien —le dije.

Ella asintió, escuchándolo a él, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Qué dijo él? —pregunté.

—Él dijo: “todos somos almas perdidas aquí. Es bueno que nos

tengamos el uno al otro”.

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Vincent tiene razón, pensé, a pesar de que no soy un revenant, yo

encajo bien adentro. Tomé un paquete de Kleenex de mi bolso y le

entregué uno a ella.

Ella se secó los ojos y luego me miró, sorprendida.

—¡Vincent dice que él habló contigo esta mañana, y que has oído!

—Así que no lo estaba imaginando —le dije, sorprendida.

—Pregúntale lo que dijo.

—Él dice que dijo: “soy tuyo”.

—¡Eso es! —dije, saltando del sofá y mirando por encima de su

cuerpo antes de darme cuenta por enésima vez que él no estaba allí—.

Pero, ¿cómo es posible? —le pregunté—. Él me dijo una vez que los

revenants solo se pueden comunicarse con otros revenants cuando

están en volant.

Charlotte escuchó y luego dijo:

—Vincent dice que ha estado estudiando desde entonces. Es raro,

pero han sido reportado casos donde un humano y un revenant han

estado juntos durante años y años. Genevieve es la única revenant que

conoce de eso. Y su esposo puede obtener impresiones de lo que ella

quiere, pero él no puede oír las palabras.

—Pero hemos estado juntos durante semanas, no años —dije

dudosamente—. ¿Cómo puede funcionar para nosotros?

—Él dice que no tiene ni idea, pero quiere intentarlo de nuevo —

dijo Charlotte animadamente.

—Bien —dije, caminando hacia la cama.

—No, ven aquí —dijo Charlotte—. Simplemente te distraerá mirar

su cuerpo. Él dice: “cierra tus ojos y bloquea todo lo demás fuera. Como

lo harías en los museos”. —Sonreí al recordar el trance inducido por el

arte que él había visto en mí en el Museo Picasso. Cerré mis ojos y

respiré lentamente, dejando que la tranquilidad de la habitación

impregnara mi cuerpo. Lentamente, comencé a sentir la misma

sensación que tenía antes. De alguien tratando de escribir letras en mi

mente.

—¿Qué estás escuchando? —me preguntó ella.

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—No oigo nada. Soy un poco de ver cosas…… como si alguien

estuviera escribiendo las palabras.

—Él dice que tú estás tratando de visualizar. Deja de usar tu ojo

interior y utiliza el oído interno. Como si estuvieras escuchando música

que se escucha desde lejos. Trata de afinar y sintonizar.

Me concentré, y empecé a oír una especie de ruido silbante, como

el viento a través de las hojas o una especie de estática.

—Él dice que dejes de intentar tan fuerte y sé justa —dijo

Charlotte.

Me relajé, y la estática se convirtió en un ruido que cruje, como

una bolsa de plástico siendo soplada alrededor en una brisa. Y

entonces, lo oí. Ponts des Arts.

—¿Pont des Arts? —dije en voz alta.

—¿Quieres decir, el puente que cruza el Sena? —preguntó

Charlotte, confundida, y luego asintió con la cabeza—.Vincent dice que

fue el sitio de un importante evento.

Me eche a reír.

—Um, si esa podría ser la primera vez que nos besamos.

La cara triste de Charlotte se iluminó.

—Oh, Dios mío. Yo siempre supe que Vincent sería terriblemente

romántico una vez que el encontrara la persona correcta. —Ella se

apoyó en el sofá, entrelazando las manos sobre su corazón—. Qué

suerte tienes, Kate.

Practicamos nuestras habilidades de comunicación muertos

vivientes- a-humano por la siguiente media hora, con Charlotte que se

doblaba de la risa por mis respuestas de las señales y los ejercicios

tontos de Vincent.

—¿Luchar contra la……..pelusa en la cama? —le pregunté,

confundida.

—¡No, la noche de los muertos vivientes! —Charlotte se río a

carcajadas.

Finalmente yo acertaba en la mayor parte de las frases correctas,

aunque todavía no podía oír una voz que sonara como Vincent

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pronunciándose. Era más bien como las palabras que salían de la nada.

Y solo unas pocas a la vez.

—¿Ve a buscar el almuerzo? —pregunté finalmente.

—¡Muy bien! ¡Eso es bueno! Vincent dice que es hora de un

descanso para almorzar, y que Jeanne está esperando por nosotros.

Cuando llegamos a la cocina, Jules y Ambrose estaban

saboreando un almuerzo de pollo asado y papas fritas, y Jeanne estaba

sentada junto a ellos, absortos en su recapitulación de la misión de

exploración de la mañana.

Ella se levanto de un salto cuando vio a Charlotte y a mí entrar en

la sala y gesticuló, los lugares ya establecidos para nosotros.

—Hey, chicos, Vincent puede hablar con Kate. Ya

saben….mientras que el esta volant —dijo Charlotte con una mirada de

suficiencia en el rostro.

Todo el mundo se congeló y se quedaron mirándome, pero

después de un segundo, Jeanne se despegó y anunció:

—No estoy completamente sorprendida. Siempre he dicho que yo

podría sentir a todos flotando alrededor cuando están volant. Incluso

puedo decir que uno de ustedes está ahí. Pero nadie me creyó.

—¡Eso es imposible! —exclamó Ambrose de asombro, y al aire

dijo—: ¡De ninguna manera , Vincent!

—No es exactamente imposible —respondió Jules—. Vincent me

dijo que él había estado estudiando los registros de Gaspard por los

ejemplos de relaciones de revenant-humanas, y había encontrado unos

relatos sin fundamentos de la comunicación.

—Lo sé —respondió Ambrose—. Él me dijo eso, también. Pero

aquellos eran solo rumores de historias anormales. Vincent confía en

ampliar los limites y probarlo por sí mismo.

Curiosa, le pregunté.

—¿Qué tipo de rumores sin fundamento están ahí afuera? ¿Algo

que yo debería saber?

Ambrose hizo reventar una patata frita en la boca y masticó con

una sonrisa traviesa.

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—Tú piensas en todas las historias de miedo de fantasmas, Katie

Lou, todos los cuentos de viejas mujeres, los cuentos de hadas que

alguna vez has oído, y luego recuerda… que todo comenzó con un

núcleo, o tal vez sólo una parte de algo verdadero. Solamente alégrate

de que no te enamoraste de un vampiro.

El empujó otra patata frita en su boca, y luego se puso de pie,

estirando sus impresionantes pectorales y bíceps, y dijo:

—Jules…. ¿quieres dar un paseo por el lado salvaje?

Jules se limpio la boca con la servilleta y se puso de pie, llevando

su plato al fregadero.

—Gracias, Jeanne. Delicioso, como siempre. —Jeanne sonrió.

—¿Vincent, tu vienes con nosotros?

¿Vas a estar sola? Las palabras me vinieron a la cabeza. Sonreí.

—No, tú sigue con los muchachos. Parece que ellos podrían

utilizar a una niñera —le contesté con una sonrisa.

—De ninguna manera… ¿el acaba de hablar contigo en este

momento? —dijo Ambrose, con la boca abierta.

Asentí con la cabeza y sonreí.

—Hombre afortunado —me dijo Jules, se inclinó para besar mis

mejillas—. Lo que yo no daría por estar en tu cabeza. —En vez de los

habituales besos rápidos con aire, el tomo su tiempo besando mis dos

mejillas con ternura.

—Jules —jadeé, sintiendo ruborizarme.

Él se puso de pie, mirando hacia arriba en el espacio, y levantó

ambos brazos como señal de rendición.

—¡Está bien, está bien, hombre! ¡Manos fuera, ya lo tengo! Pero

no muy a menudo tenemos una humana joven y bonita en la casa. De

hecho, nunca. —Él se dio vuelta para irse, y luego me miró por encima

del hombro—. Adiós, Kate, y solo recuerda… yo estoy completamente

disponible para el siguiente par de días mientras que Vincent estará de

otra manera indispuesto. —Me guiñó un ojo. Mi rostro ardía, me di la

vuelta, ignorándolo con esmero cuando salía de la sala.

—¿Qué fue eso? —preguntó Charlotte con curiosidad.

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—Honestamente, no tengo ni idea —gruñí.

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Traducido por ro0

Corregido por Marce Doyle*

e quedas a cenar? —preguntó Jeanne mientras

Charlotte y yo dejábamos la cocina.

—De hecho, no había pensado en eso,

pero sería lindo ver a Vincent… quiero decir, escuchar a Vincent —me

detuve, sacudiendo mi cabeza a la incomodidad de lo que había dicho—

cuando los chicos vuelvan. Sí, me quedaré. ¡Gracias!

Ella asintió, satisfecha, y volvió a animarse. Dejamos la cocina y

nos dirigimos hacia el vestíbulo.

—Voy a estudiar, Charlotte —dije, abriendo la puerta de la

habitación de Vincent.

—Está bien —dijo suavemente—. Pero si estar alrededor de un

chico muerto resulta ser demasiada distracción, siéntete libre de usar la

librería en el piso de arriba. O mi habitación, estaré abajo

ejercitándome.

—¿También haces esa cosa de las armas? —pregunté.

Ella asintió orgullosamente y dijo:

—Los chicos tienen más fuerza que yo, pero soy más rápida y

pequeña, por eso, y aunque puedo manejar una espada tan bien como

ellos, me concentro más en el karate.

—Wow. ¡Respeto! —dije.

—¿Quieres venir? —preguntó.

—No, no. Estudiaré en la habitación de Vincent. Casi se siente

tranquilizante tenerlo cerca —dije—. Aún cuando él no está… cerca. Lo

que me recuerda, él no puede estar en dos lugares al mismo tiempo, ¿o

sí?

—¿T

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—Nop, él no va a espiarte mientras esté fuera con los chicos. A

menos que los deje para volver a casa. Lo que no hará —ella apretó mis

manos con las suyas antes de bajar por el pasillo y desaparecer en las

escaleras. Llamé a Mamie para hacerle saber que no cenaría en casa.

—Georgia está ocupada también —dijo—, así que quizás Papy y

yo tomemos esta oportunidad para salir. Si no estamos cuando llegues

a casa, ¡no nos esperes! —me reí por su voz aniñada.

Pase toda la tarde estudiando la Primera Guerra Mundial, la cual

parecía más interesante ahora que conocía a alguien que había peleado

en ella. Las horas pasaron rápidamente y cambié a literatura inglesa, la

que, tengo que admitir, era más placer que trabajo.

En cuanto al comentario de Charlotte, el cuerpo de Vincent

tendido a unos cuantos pies de mi no me distraía. Era tranquilizante.

Me golpeó nuevamente que el orfanato despojado de sus raíces y

desplazado a una nueva tierra. Me sentía centrada. Completamente.

Al tiempo que terminaba un Capitulo de escritores Victorianos,

escuché el tono del teléfono de Vincent viniendo de la cama. Extraño,

pensé. Todos los que conocían a Vincent lo suficiente para llamarlo

deberían saber que estaba dormido. Seguí el sonido hasta su mesa de

noche y abrí el pequeño cajón, sacando el teléfono. CHARLES, decía el

identificador de llamadas. Mi corazón se aceleró mientras apretaba el

botón de aceptar.

—¿Charles? Es Kate. ¿Estás bien? ¡Todos te están buscando!

Un sollozo vino del otro lado de la línea.

—¿Está Vincent?

—No, el está dormido. ¿Dónde estás?

—Está dormido —repitió Charles en voz alta, y entonces sus

sollozos se convirtieron en un áspero, jadeante llanto. En voz baja, dijo:

—Escucha. Dile a mi familia que lo siento, que no pretendía que

esto pasara de esta manera… —su voz fue cortada por el sonido

metálico de una espada dejando su vaina.

Hubo un traqueteo al tiempo que es teléfono chocaba contra el

piso, y luego hubo silencio.

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— ¡Oh, por Dios, Charles! ¡Charles! —grité en el teléfono, y luego

una voz baja, suave y fría como el hielo comenzó a hablar.

—Dile a Jean-Baptiste que si quiere el cuerpo de Charles, tendrá

que venir y conseguirlo.

—¿Qué es lo que quieres de él? —grité, mi voz entrecortada llena

de pánico.

—Estaremos esperando en las Catacumbas. A medianoche, el

joven Charles convirtiéndose en humo. —Y la línea murió.

La puerta se abrió y una Charlotte con la mirada salvaje irrumpió

en la habitación. Miró al teléfono en mi mano y lloró.

—¿Qué? ¿Qué pasó?

—Oh, Charlotte —sentí como la sangre se iba de mi rostro

mientras le pasaba el teléfono. —Llama a los chicos. Diles que vengan a

casa de inmediato.

—¿Es sobre Charles? —preguntó, empezando a temblar.

Asentí.

Ella pasó por los contactos de Vincent y marcó.

—Jules, ven ahora mismo. Es Charles —colgó el teléfono y dijo—:

Están casi en casa. Estarán aquí. Kate… —ella buscó en mi cara por

alguna razón de esperanza. No se la pude dar—. Está muerto —dijo.

Era una afirmación, no una pregunta.

—Sí.

—¿Y lo tienen los Numa?

—Sí.

Charlotte se hundió en el piso y abrazó sus rodillas contra su

cuerpo. Lágrimas bajaron por sus pálidas mejillas. Me arrodillé y puse

mis brazos a su alrededor, justo cuando la puerta se abrió

violentamente y Jules y Ambrose se apresuraron a entrar.

—¿Qué pasó? —dijo Jules, lanzándose en frente de Charlotte.

—Pregúntale a Kate —sollozó—. Oh, Ambrose —dijo, lanzando

sus brazos al hombre agachado junto a ella. Él se sentó y enredo sus

brazos fuertes alrededor de ella, abrazándola cerca.

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Era la primera vez que veía a esos dos interactuando, e incluso en

la mitad de este trauma, algo hizo clic en mi cabeza. Había algo ahí

entre Charlotte y Ambrose. Él la tocaba con cuidado, como si se fuera a

quebrar. Ella se sumergía en su consuelo como si fuera una esponja.

Él era el amor no correspondido que ella había mencionado aquel

día en el río. El que “no sentía lo mismo”. Ella no había estado

hablando de un humano. Había estado hablando de Ambrose. Tan

pronto ese pensamiento cruzó mi mente, supe que era verdad.

—¿Kate? —preguntó Jules, sacándome de mis pensamientos.

—Charles llamó al teléfono de Vincent —dije—. Él quería a

Vincent, y cuando le dije que estaba dormido, me dijo que les dijera que

lo sentía. Que no quería que las cosas pasaran así. Y luego… sonó como

una espada.

Charlotte dejo salir un gemido y Ambrose apretó su agarre.

—Alguien más agarró el teléfono y dijo que si querían el cuerpo de

Charles, tenía hasta medianoche para ir a la Catacumbas.

— ¡Las Catacumbas! —le dijo Jules a Ambrose, incrédulo.

—Figuras. Hemos buscado por todas partes —la voz de Ambrose

teñida de veneno.

Charlotte empezó a llorar más fuerte.

—Shhh —susurró Ambrose, bajando su cabeza hasta que su cara

tocó su mejilla—. Todo estará bien.

—Vincent dijo que teníamos que ir, diles a Jean-Baptiste y a

Gaspard —dijo Jules.

En el mismo segundo que me di cuenta que Vincent estaba en la

habitación, escuché las palabras, Estoy aquí, está bien. Di un suspiro

de alivio sabiendo que él estaba cerca.

Mientras caminábamos hacia las escaleras del pasillo, vi a

Gaspard salir de la habitación diciendo:

—Está bien, está bien, me estoy apurando, Vincent. ¿Cuál es el

escándalo? —Y luego, viendo la cara torcida de Charlotte, susurró—:

Oh, Dios. Sí. Ya veo —y abrió la puerta cruzando la de él, guiándonos a

todos adentro.

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El grupo llenó la habitación, y ésta lucía como si hubiera salido

de un castillo de Versalles. En un extremo de la habitación, cortinas de

terciopelo caían como cascadas desde el techo hasta los pies de la

cama. Espejos y pinturas alineadas en las paredes, y un enorme y

laborioso tapiz con una escena de caza ocupaba la mayor parte de la

pared frente a la cama.

Jean-Baptiste estaba en la mitad de la habitación, sentado frente

a un delicado escritorio caoba, escribiendo con una pluma.

—¿Sí? —dijo calmadamente, terminando de escribir su oración

para mirarnos.

Repetí literalmente lo que le había dicho a los otros minutos

antes.

—¿Y la segundo persona en el teléfono se identificó? —preguntó

Jean-Baptiste.

—No —respondí.

Vi a los otros mirarse con recelo.

—¿Pudo haber sido Lucien? —preguntó.

—Solo hablé con él una vez, en un club ruidoso. No podría saber

en realidad.

—Tiene que ser una trampa —dijo Gaspard, retorciendo sus

manos.

—Por supuesto que es una trampa —dijo Jean-Baptiste. Y

después de un segundo de silencio, lo vi asentir y dijo:

—Ya veo. —Levantándose de su escritorio y caminando a través

de la habitación para enfrentarme, dijo—: Vincent dijo que tu hermana

planeaba asistir al evento que Lucien organizaba esta noche.

Había olvidado completamente la fiesta.

—Por Dios, es verdad —jadeé, palideciendo al pensar en el peligro

en el que ella podría estar—. Es una gran fiesta que se celebra cerca del

Plaza Denfert-Rochereau. Un lugar llamado Judas.

—¿Denfert? —soltó con una risa maliciosa Ambrose—. Así es

como lo llaman ahora. Solía ser el d’Enfer, “la Plaza del Infierno”. Justo

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encima de las Catacumbas. El lugar perfecto para que se instale una

banda de demonios.

—Tiene sentido para Lucien y su clan acampar con los muertos —

añadió Jules—. Probablemente ellos son proveedores de la mitad de

esos huesos.

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Traducido por Auroo_J y Alexia Cullen

Corregido por Mlle_Janusa

abía estado en la Catacumbas antes en un recorrido

guiado para el público en general. Hechas de unas series

de minas medievales debajo de la ciudad, están llenas

con los huesos de siglos de muertos de París.

París ha estado habitado desde hace milenios, entonces es

comprensible que para el siglo diecisiete todos los pequeños

cementerios de las iglesias estaban sobrepoblados. Algunos archivos

hablan de cuerpos flotando por la ciudad cada vez que el río Siena se

desbordaba. Finalmente, el gobierno ordenó a los pequeños cementerios

de la ciudad que sacaran los cadáveres de las tumbas existentes y

movieran los huesos a las cavernas debajo de las calles de París.

Las paredes de las catacumbas estaban forradas con los huesos

de los antiguos residentes, ordenadas en figuras decorativas como

corazones, cruces y otros patrones. Era el más espantoso espectáculo

que jamás haya visto. Y pensar que alguien realmente pasaba tiempo

allí… me estremecí, sin poder imaginar la clase de monstruo que se

sentiría atraído por ese lugar.

—¿Dijo a qué Catacumbas tenemos que ir? —preguntó Jean-

Baptiste—. Los túneles siguen por millas alrededor del área.

Sacudí mi cabeza.

Gaspard dejó el cuarto y regresó con un gran rollo de pergamino.

—Aquí está el mapa de las alcantarillas y las catacumbas —dijo

él.

—Está bien —dijo Jules—. Si Lucien quiere que nos unamos a él

en las catacumbas mientras está dando una gran fiesta, supongo que

hay una entrada a través del club del que es dueño. Casi cada sótano

en el vecindario tiene escaleras que llegan a las catacumbas. Uno de

nosotros debe vigilar esos puntos de acceso.

H

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—Quiero ir también.

El grupo se quedó en silencio y todos me miraron atónitos.

—¿Para qué? —preguntó Jean-Baptiste.

—Mi hermana está en peligro —mi voz se quebró por la emoción.

Jules puso su brazo alrededor de mí con ternura.

—Kate, tu hermana no está en peligro. Lucien y su pandilla

tienen un pez más gordo que atrapar esta noche. Estarán pensando en

cómo destruirnos. Una humana será la última cosa en sus mentes.

Ambrose asintió.

—Sin ofender, Katie-Lou, pero con tus habilidades de pelea eres

más una carga que un activo —echó un vistazo a Jean-Baptiste.

—Como sea, no deberíamos dejar el cuerpo de Vincent solo si el

Numa sabe que está aquí —Jean-Baptiste miró a Gaspard y asintió.

—Me quedaré —aceptó Gaspard, y luego extendió el mapa en la

mesa. El grupo se amontonó para verlo sobre su hombro, todos

contribuyendo con sus conocimientos para desarrollar el plan.

—Jeanne tiene la cena lista en la cocina —dijo finalmente Jean-

Baptiste—. Todos ustedes tienen que comer algo, o al menos tomar

algo. Necesitaran su fuerza para pelear.

Sobriamente, el grupo salió de la habitación. Toda la junta había

tomado menos de una hora. Pero casi eran las nueve, y la hora límite se

acercaba pronto.

Jules se quedo atrás y caminó conmigo fuera de la habitación.

—Vincent me está pidiendo que hable contigo por él, desde que su

comunicación aun está limitada.

Asentí.

—Dice que tiene que ir con nosotros. Necesitaremos su ayuda

para localizar a Charles. Dice que quiere que regreses a la casa de tus

abuelos a esperar.

—No —dije obstinadamente, y luego lo repetí al aire—. No,

Vincent. Estoy muy preocupada por todos ustedes y Georgia, y quiero

estar aquí cuando regresen.

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Jules escuchó y luego dijo:

—Concuerda en que estarás igual de segura aquí con Gaspard de

los que estarías en casa. Pero no quiere que te preocupes por Georgia.

Al menos no esta noche. Mientras ella se quede en la fiesta, estará

segura. Ellos nunca pelearían contra nosotros en frente de cientos de

personas.

Créeme, las palabras llegaron a mi mente.

—Lo hago —dije.

La siguiente media hora fue un caos controlado. Jeanne puso un

banquete de comida en la mesa y luego desapareció por las escaleras

hacia el sótano. La seguí por el gimnasio-diagonal-armería, y vi

mientras abría y cerraba las puertas de los armarios. Sacó pesadas

cajas de herramientas de los armarios y los regó en el suelo con la

misma eficiencia con la que sacaba croissants del horno.

—¿Qué puedo hacer para ayudar? —pregunté.

—Nada. Ya he terminado —dijo, mientras sacaba un enorme

estuche para contrabajo. Este se abrió para mostrar un cascaron vacío

con compartimientos incluidos dividendo su interior de terciopelo en

una docena de diferentes secciones. Viendo el tamaño y la forma de las

armas colgando de las paredes, no era difícil saber cuál era el propósito

del estuche.

Charlotte fue la primera en bajar las escaleras y empezó a tomar

armas de las paredes. Escogiendo un par de espadas, una daga,

algunos objetos raros con forma de estrellas ninjas y otras cosas que no

podría nombrar si tuviera que hacerlo; los ubicó en sus

compartimentos, en el estuche de una guitarra eléctrica.

Desvistiéndose en su sujetador y bragas, comenzó a capas:

primero una camisa negra de manga larga, luego pantalones de cuero

negro metidos en botas de cuero altas. Jeanne ayudó a su correa en lo

que parecía un chaleco antibalas y luego arrojó una sudadera oscura de

cremallera sobre el conjunto. Un chaleco negro de piel falsa con un

pasamontañas metido en un bolsillo, terminó su uniforme. Parecía la

mujer de la mano derecha de Atila el Huno. Parecía mortal.

Su rutina completa de embalaje y cambio le tomó menos de cinco

minutos, y a la vez que ella lo hizo, Ambrose y Jules estaban abajo,

empaquetando sus propias maletas con armas.

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Ambrose tenía la maleta del contrabajo y estaba llena con un

auténtico arsenal de hachas, mazas, espadas, navajas y otros de

aspecto peligroso. Jeanne puso fuera la ropa de los chicos y luego se

frotó las manos y miró alrededor con orgullo, mirando cada poco como

una abuela cariñosa enviando a sus nietos a la escuela.

—¿Así que todo este sistema militar sólo para ir a luchar contra

los numas? —pregunté a Charlotte, que había venido de pie a mi lado.

El miedo había comenzado a tomar terreno en mi estómago como

una anaconda en miniatura exprimiendo mis entrañas. No tenía miedo

por Vincent, dudando de que en su forma volant pudiera ser herido por

Lucien y su banda. Pero viendo los chalecos de kevlar y capas de ropa

de protección, reiteraban la idea de que mis nuevos amigos se estaban

poniendo en un peligro mortal.

—Mira quién está listo en primer lugar. Como es habitual —dijo

Charlotte burlonamente a Ambrose y Jules, y luego volvió a responder a

mi pregunta— No, Kate. Esto no es todo sobre los Numa. Salvar vidas

no significa simplemente saltar delante de las balas o empujar a

suicidas del camino de los trenes. Hemos estado en los equipos de

SWAT, actuado como guardaespaldas, servido en escuadrones

antiterroristas… — se rió de mi expresión dudosa—. Sí. Incluso yo. Lo

he hecho a los diecisiete años antes, y el maquillaje y corte de pelo

correctos añadidos a mi edad.

Jules tenía una ballesta y flechas atadas en una maleta amplia,

estaba superponiéndolas con dagas y espadas. Levantó la vista de su

embalaje y dándose cuenta de mi mirada, me dio un guiño coqueto.

—¿Por qué no utilizas armas de fuego? —pregunté, sorprendida

por su actitud despreocupada.

—Utilizamos armas cuando nos vemos obligados a hacerlo —

respondió Charlotte—. Si estuviéramos luchando junto a los humanos,

como en los casos que mencioné… guardaespaldas y similares. Pero las

balas no matan a los revenant —se detuvo— o a otros como nosotros.

Antes de que pudiera preguntarle para aclarar a que se refería

con los “otros”, Ambrose, atando algunas botas enormes con puntas de

acero gritó:

—Además, Katie-Lou, tienes que estar de acuerdo… el combate

mano a mano es una forma más fría.

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A mi pesar, me reí. Obviamente le gustaba la pelea.

—¿Cuántas veces has ido contra Lucien y su banda? —pregunté.

—Incontables veces. Todo forma parte de la batalla de nunca

acabar—respondió Charlotte.

—Bueno, eso quiere decir que vas ganando si todos están todavía

alrededor.

Nadie respondió. Y luego Jules rompió el silencio.

—Digamos que solía haber muchos más de nosotros.

La serpiente dentro de mí se contrajo con tanta fuerza que no

podía respirar.

—También solían ser ellos muchos más —exclamó Jean-Baptiste,

quien, con Gaspard, caminaba hacia la habitación.

Charlotte, Ambrose y Jules se pusieron de pie, como si se

pusieran firmes, cuando Jean-Baptiste caminaba entre ellos llevando a

cabo una inspección de sus armaduras y armas en las maletas.

—Lo tenemos todo —dijo finalmente, asintiendo hacia los tres con

aprobación. Sacó dos bastones de apariencia normal de un paraguas y

lanzó una hacia Gaspard. Con un movimiento rápido como el rayo,

Gaspard descorrió la espada del bastón e inspeccionó la hoja.

Ciertamente parecía un pequeño ejército, dirigido por un general

feroz. Pero individualmente, podrían pasar por músicos para una

actuación, es decir, si su banda hubiera tenido una inclinación por el

cuero.

Se dirigieron hacia el camino a través de las puertas dobles en el

final del gimnasio y hacia el patio de atrás, donde varios coches,

motocicletas y Vespas estaban aparcados. Jean-Baptiste se metió en un

sedán azul oscuro mientras que Jules y Charlotte tomaron un 4x4 de

tonos oscuros. Ambrose amarró su maleta en una Ducati enorme y puso

en marcha el motor de la moto con un rugido. Cuando los otros

vehículos arrancaron sus motores, agarré mis brazos sobre mi pecho y

apreté mis dientes. Esta no es mi lucha, pensé, es la de ellos. Pero no

podía dejar de sentirme indefensa, como la damisela en apuros que

nunca quise ser.

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Escuché a Vincent decir: cuando hayamos terminado, volveré

contigo.

—Ten cuidado —murmuré.

Nada puede pasarme, salieron las palabras. Mi cuerpo está aquí,

contigo.

—Cuida del resto de ellos, entonces —dije.

Adiós Kate, mon ange.

Los coches comenzaron a ir marcha atrás y salieron sin

problemas uno a uno a través de la puerta en la oscuridad de la noche,

más allá, se habían ido.

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0

Traducido por Bixillo

Corregido por Micca.F

aspard se disculpó y dijo que estaría en la biblioteca

mientras que Jeanne y yo caminábamos en silencio de

regreso por la escalera hasta la cocina. La miraba

mientras limpiaba la comida. Debe haber visto mucho en los últimos

años, y yo necesitaba una distracción.

—Cuéntame sobre Vincent.

Jeanne metió el repasador en su delantal.

—Déjame hacerte un café primero —dijo—. Si vas a estar

esperando hasta que regresen necesitas resistencia.

—Eso sería genial, Jeanne. Gracias. ¿Te tomarás uno conmigo?

—No, querida, tengo que ir a casa. Mi familia me está esperando.

Ella tiene familia, pensé, preguntándome por qué me había

sorprendido. También dividía su tiempo entre los vivos y los no

muertos. Por primera vez, sentí un vínculo con ella.

Dejó el café en la mesa con una jarra de leche y se sentó a mi

lado.

—Entonces, ¿qué puedo decirte sobre Vincent? —dijo—. Bueno…

yo tenía 16 años cuando empecé a ayudar a mi madre aquí, lavando la

ropa y planchando. Eso hace unos… —Hizo unos cálculos mentales—.

Unos 39 años. —Se recostó en su silla como si tratase de ver algo a lo

lejos—. Vincent era el mismo que el que es hoy. Más o menos un año. Y,

por supuesto, todos siguen la moda de la época para no llamar la

atención. Tenía el pelo un poco más largo la primera vez que lo vi. Oh,

pensé que él era tan guapo.

Se inclinó hacia mí con un brillo en los ojos.

—Todavía lo es. A pesar de que es todavía un adolescente y ahora

yo soy una abuela. —Se recostó sonriendo hacia sus adentros.

G

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—De todos modos, aquí aparecieron más. Ellos fueron

dispersados por todo París en los edificios que la familia de Jean

Baptiste poseía. Ahora, ya que no hay muchos revenants aquí en París,

alquila los edificios. Hace una fortuna de sus bienes inmuebles. —

Suspiró y paró por un momento—. Conozco a Vincent desde 1970 y él

siempre ha sido… un niño torturado. ¿Supongo que ya te ha dicho

sobre Hèlene?

Asentí con la cabeza, y ella continuo:

—Bueno, después de la muerte de ella, y su propia muerte, por

supuesto... se cerró emocionalmente. Después de que Jean Baptiste lo

encontró, tomó el papel de un soldado raso. De acuerdo con lo que he

escuchado, nada era demasiado peligroso para Vincent. Literalmente se

lanzaba al peligro. Como si salvando a cientos de forasteros

compensaría a la persona a la que no fue capaz de salvar. Y ha seguido

así. Ha sido como ese robot vengador. Un hermoso robot, sabes, pero

todavía…

Parpadeó y me miro fijamente.

—Hace unos meses llegó a casa con una chispa de vida en sus

ojos. No podía ni imaginar qué ocurría. Y esto eras tú. —Jeanne se

inclinó hacia adelante y me rozó la mejilla con el borde de su mano,

sonriendo.

—Eres una niña hermosa. Le has dado una nueva vida a Vincent.

Él podrá ser fuerte de espíritu, pero es un alma tierna. Y tú lo has

tocado. Por el largo tiempo que lo conozco, su única motivación ha sido

la venganza y la lealtad, que puede ser porque es uno de los pocos

supervivientes. Pero ahora te tiene… —hizo una pausa, pensándose dos

veces lo que iba a decir, y se conformó con—: a ti.

Su sonrisa era compasiva.

—Para ti esta no será una relación fácil, querida Kate. Pero

insiste. Él vale la pena.

Jeanne colgó el delantal en la puerta del horno, me besó y empezó

a recoger sus cosas.

—Caminaré contigo a fuera —le dije, comprendiendo de repente

que iba a estar en aquella enorme casa, con nadie más que un revenant

de 150 años y el cuerpo de mi novio muerto que me haga compañía.

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—¿Estarás bien? —preguntó Jeanne.

—Sí —mentí—. Ningún problema. —Nos acercamos a la fuente de

granito que se encuentra en medio del patio, y me senté en el borde,

despidiéndome de Jeanne que salía por la puerta delantera. La cerré en

silencio detrás de ella. Miré hacia la estatua de la fuente del ángel que

sostiene a la mujer.

La primera vez que lo vi, no había tenido ni idea de qué era

Vincent. Nunca había oído hablar de un revenant... ya sea de la clase

asesino o de la clase de los que pasan su existencia salvando a la

humanidad. Incluso entonces, para mí la fuente se veía espeluznante.

Ahora, cuando miré la belleza de las dos figuras unidas… el

hermoso ángel, con sus duros y oscuros rasgos se centraban en la

mujer que estaba acunando en sus brazos, quien era toda dulzura y

luz… no podía omitir el simbolismo ¿El ángel era un revenant? ¿Bueno

o malo? ¿Y la mujer dormía en sus manos o estaba muerta? Di un paso

más cerca.

La expresión del ángel parecía desesperada. Obsesionada,

incluso. Pero también tierna. Como si estuviese mirando a la mujer

para salvarse y no al revés. Y de repente, el nombre de Vincent vino a

mi mente. Mi ángel. Me estremecí, pero no de frío.

Jeanne me había dicho que mi encuentro había transformado a

Vincent. Yo le había dado “nueva vida”. ¿Pero él estaba mirándome para

salvar su alma? Miré a la mujer. Una enorme fuerza irradiaba de sus

características, y la luz de la luna reflejaba en su piel el rostro del ángel.

Él parecía cegado por la luz. Había visto la expresión del ángel antes: en

el rostro de Vincent cuando me miraba.

Estaba abrumada por el torrente de emociones: la sorpresa de

que Vincent había encontrado en mi lo que estaba buscando, el miedo

de sus expectativas, la preocupación de que no fuera lo suficientemente

fuerte para llevar esa carga. Pero aun más fuerte era el deseo de darle

todo lo que quería. Estar allí para él. Mi destino podría incluir ayudarlo

para ver que su existencia sea más que venganza. Que puede haber

amor.

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Casi corrí a la habitación de Vincent, tirando de mi misma a su

cama hasta que estuve tumbada a su lado. Sus características frías no

mostraban ninguna expresión, y su exquisito cuerpo no era más que

una cascara fría.

Traté de imaginarlo como Jeanne lo había descrito... un soldado

violento, vengativo. Y aunque la imagen que instintivamente llegó a mi

mente fue sus ojos medios cerrados con la sonrisa sexy que siempre me

daba, era capaz de imaginarlo como un vengador furioso. Había algo

peligroso en él, como lo había en todos los revenants.

El hecho de saber que un fatal accidente podría estar a la vuelta

de la esquina, tiene que hacer a los seres humanos más cautelosos, un

rasgo que Vincent y sus compañeros revenants no poseían. Su falta de

temor a las lesiones, o incluso a la muerte, les daba una confianza

imprudente que era a la vez emocionante y aterradora.

Seguí sus rasgos con el dedo y pensé en la primera vez que lo

había visto. Su cuerpo muerto me repelía, pero ahora sentí una

creciente certeza de que podía manejar cualquier cosa que me diera.

Para estar con Vincent tendría que ser fuerte. Valiente.

Escuché el sonido de mi teléfono con un mensaje de texto y salté

de la cama para cogerlo. Era de Georgia:

Deja la fiesta. Necesito hablar contigo lo antes posible.

Yo: ¿Estás bien?

Georgia: No.

Yo: ¿Dónde estás?

Georgia: Fuera de la casa de Vincent.

Yo: ¿¿¿Qué??? ¿Cómo supiste que estaba aquí?

Georgia: Tú me lo dijiste.

Yo: No, no lo hice.

Georgia: Necesito verte. ¿Cuál es el código de acceso?

¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Qué podía hacer yo? Era obvio

que me necesitaba, pero no podía darle el código.

Yo: No puedo dártelo. Iré fuera para hablar.

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El timbre sonó. Corrí por el pasillo hacia la puerta principal y

pulsé el botón de la cámara de video. La luz de la cámara se encendió y

mirando hacia el objetivo estaba mi hermana.

—¡Georgia! —grité en el micrófono—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Cuando escucho mi voz, ella gritó:

—¡Oh, Dios mío, Kate, lo siento tanto!

—¿Qué ha ocurrido? —le pregunté, el pánico se notaba en mi voz

y vi el miedo y la angustia en su rostro.

—Lo siento, lo siento. —Se lamentaba, levantando sus manos

temblorosas a su boca llena de terror.

—¿Por qué, Georgia? ¡Dime! —grité.

—Por venir aquí —dijo en voz baja, y Lucien entró en la imagen y

puso un cuchillo en la garganta de Georgia.

—Abre la puerta o la mato. —Las duras palabras me afectaron

tanto como si Lucien estuviese de pie junto a mí en vez de a través de

un patio con la puerta cerrada.

—Lo siento, Katie —exclamó Georgia en voz baja.

Levanté mi dedo hacia el botón con el símbolo de una llave.

Gaspard comenzó a correr por las escaleras detrás de mí.

—¡No lo hagas! —gritó.

—¡Pero va a matar a mi hermana!

—Te doy tres segundo antes de que corte su garganta —dijo la voz

de Lucien sobre el altavoz—. Tres…

—Solo tengo mi bastón… espera hasta que llegue a la sala de

armas —gritó Gaspard, llegando a la parte inferior de la escalera y

precipitándose hacia mí.

—Dos…

Miré de nuevo a Gaspard con desesperación y presioné el botón.

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—Cierra la puerta detrás de mi Gaspard, y no lo dejes entrar.

Tienes que proteger a Vincent —le dije. Y entonces salté fuera, dando

un portazo detrás de mí y me volví para enfrentarme al demonio.

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6

Traducido por Anelisse

Corregido por rose_vampire

ucien se plantó en el patio delante de mí sosteniendo el

cuchillo en la espalda de Georgia.

—Buenas noches, Kate —dijo fríamente, incluso su

voz. Su expresión era asesina, y su cuerpo parecía dos veces más

grande ahora que se cernía sobre mí. ¿Cómo podría haber visto Georgia

seductor en este monstruo aterrador que estaba más allá de mí?

—Ahora serás una buena chica y me llevarás al interior.

—No puedo —le dije—. Está cerrado. No puedo hacer nada por

ahora, pero tú puedes soltar a Georgia. —Sentía como si hubiera

ganado esta ronda, pero yo no tenía ni idea de lo que vendría después.

—Gaspard, sé que estás ahí —gritó Lucien—. Ahora, sal o tendrás

la sangre de dos seres humanos en tus manos.

Antes de que pudiera terminar, la puerta se abrió y Gaspard salió,

sosteniendo su bastón-espada delante de él.

—¡No, no lo hagas, Gaspard! —grité. ¿Qué está haciendo?, pensé

salvajemente. Él tenía que permanecer encerrado en la casa protegiendo

a Vincent. Mi hermana era solo mi responsabilidad.

Gaspard no me hizo caso. Avanzando, le dijo de manera uniforme:

—Lucien, vil sanguijuela. ¿Que trae a tu putrefacto cadáver esta

noche delante de nuestra humilde puerta? —Él había recuperado el aire

noble que había usado el día que lo vi combatiendo con Vincent. El

poeta con tics y tartamudeos se había transformado en un formidable

luchador.

Lucien se acercó a él y cogí el brazo de Georgia y la aparté.

—Vamos a correr de aquí —le susurré, manteniendo un ojo en los

hombres.

L

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—Parece ser que no existas en esta noche, las armas, que triste

excusa para un inmortal —gruñó Lucien.

—Y a mí me parece que blandes igual que llevas el cuchillo del

pan, asqueroso gusano —dijo Gaspard, y se lanzó a Lucien con la

espada, haciendo un corte limpio en la mejilla del gigante.

A pesar de que un hilillo de sangre corría de ella, Lucien no se

inmutó.

—Igual, tal vez, que tú farsa como salvaguarda... Lázaro, pero por

eso me he traído una copia de seguridad —Él sacó una pistola de

debajo de su abrigo y le disparó entre los ojos a quemarropa a Gaspard.

El mayor reverberó y se tambaleó hacia atrás un par de pasos,

como si su frente absorbiera la bala. Luego, a cámara lenta, escupió y

tiró la bala, que chocó al rebotar contra el pavimento. Lucien utilizó el

par de segundos en los que Gaspard estuvo sorprendido para saltar

sobre él y empujarlo al suelo.

Tomé la mano de Georgia y comencé a correr con ella hacia la

puerta.

—Alto ahí o voy a dispararos a ambas —dijo Lucien, apuntando

con el arma en nuestra dirección mientras estaba a horcajadas encima

del cuerpo de Gaspard luchando. Nos quedamos heladas—. Ahora

caminad de regreso aquí. Vais a venir conmigo. —Él observaba, inmóvil,

mientras nos acercábamos—. Más cerca —ordenó. Una vez que

estuvimos dentro de alcance de su mano, él volvió a colocar la pistola

en su funda.

Luego, tomando un cuchillo enorme, lo hizo girar en el aire antes

de bajarlo como un machete al cuello de Gaspard. Georgia y yo gritamos

como una sola, un grito ensordecedor, y nos agarramos la una a la otra,

con lágrimas en los ojos escondidos en los brazos de la otra,

horrorizadas.

—¿Son un poco aprensivas, señoritas? Bueno, no hay más por

venir. Ahora al interior, ambas —dijo, sacando un pañuelo de su

bolsillo y limpiando la cuchilla antes de levantarla hacia nosotras.

No podía soportar mirar hacia atrás y a Gaspard mientras

caminaba obediente hacia el vestíbulo. Lucien echó una rápida mirada

alrededor.

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—Bonita plataforma tenéis aquí. —Sus ojos brillaron de nuevo

hacia mí con una mirada penetrante—. Ahora muéstrame dónde está.

—¿Quién? —le pregunté con mi voz temblorosa.

—¿Quién te crees? Tu amado muchacho —se burló, dando un

paso más cerca de mí y empujando Georgia entre nosotros.

—Él... él no está aquí —balbuceé.

—Ahh, eso es dulce. Tratar de proteger a tu novio zombie. Pero yo

sé que estás mintiendo, Kate. Charles me dijo que estaba dormido. Y mi

colega me acaba de decir que Jean-Baptiste y la empresa, incluyendo el

fantasma de Vincent, todo se presentaron en mi pequeña reunión en las

catacumbas. Así que vamos a dejar los juegos y llegar a los negocios.

—Yo no te llevaré a él —dije, dando un paso hacia atrás para

evitar a Georgia, quién él había empujado contra mí.

—Oh, sí, tu quieres —dijo Lucien con calma, sosteniendo el

cuchillo. Su hoja brillaba a la luz de la lámpara.

Georgia, gritó:

—¡No le digas, Kate! Dijo que lo iba a matar.

—Perra —gruñó Lucien y, agarrando a Georgia por el pelo, le echó

la cabeza hacia atrás y puso el cuchillo en la garganta.

Negué con la cabeza y le susurré:

—Prefiero morir que llevarte a Vincent —Pero al ver el pánico en

los ojos de Georgia, sentí como algo se deslizaba dentro de mí.

—Está bien —dijo Lucien—. Tenía la esperanza de que teniendo a

Georgia a salvo lejos de mí después de hacerte una visita, pero estoy

perfectamente dispuesto a dar cabida a un cambio de planes. —El

cuchillo brilló cuándo él lo pasó a través del blanco cuello de Georgia.

Ella gritó, pero él no soltó su pelo.

—¡Georgia! —grité, horrorizada, cuando vi cómo las gotas de

sangre se escurrían del corte que había hecho.

—Cuanto más tiempo esperes, más la voy a cortar —dijo—. Eso

no duele, cariño, ¿verdad? —le preguntó, mirando de reojo a Georgia y

dándole un beso en la mejilla.

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9

Sus ojos se giraron violentamente hacia mí, y le grité:

—¡Vale, vale! Solo para y te llevaré a él —Lucien asintió con la

cabeza, esperando, pero colocó el cuchillo con firmeza junto al cuello

tirante de Georgia.

Mi mente se aceleró en una docena de direcciones diferentes, la

manera de captar como llevarlo por mal camino. Yo lo podría llevarlo a

arriba o a una de las otras habitaciones pero, ¿esto no lo haría

enfurecer aún más?

—¡Muévete! —exigió Lucien, y fui por la puerta al pasillo de los

criados, mi mente seguía buscando una manera de ganar tiempo. Yo

caminaba tan lentamente cómo podía, pero no podía llegar a un plan en

el que la garganta de mi hermana no terminaría con una hendidura, o

más probablemente, con las dos asesinadas.

No había nada que pudiera hacer, salvo implorar en silencio que

Vincent volviera, sabiendo que eso era imposible: él estaba a medio

camino por la ciudad para ayudar a sus parientes.

Yo les conduje a través de la puerta de la habitación de Vincent, y

me aparté para dejar pasar a Lucien. Él lanzó Georgia y se paseó con

rapidez hacia la cama, riendo mientras se acercaba.

—Ah, Vincent. Te ves mejor que nunca —dijo—. El amor parece

estar a tu medida. Lástima que no pueda durar.

Echando un vistazo por la habitación, él fijó sus ojos en la

chimenea.

—Sentaos —nos dijo, señalando el sofá con el cuchillo. Él

comenzó a apilar madera y leña en el fogón y hacer una hoguera.

Con el rostro entre las manos, mi hermana comenzó a llorar y

apoyó la cabeza en mi hombro.

—Kate, lo siento, yo no te creí.

—Shh. Ahora no importa. ¿Estás bien? —susurré—. Déjame ver

tu cuello.

Ella levantó la cabeza y le toqué la herida de cuchillo. No era

mucho más que un rasguño.

—No es tan malo —le dije, secándole una gota de sangre con el

dedo.

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—¿Quién se preocupa por mi corte? —susurró—. Nunca vamos a

salir de aquí con vida. Sólo lo vimos asesinar a alguien. ¿Qué pasa con

Vincent, de todas maneras? ¿Por qué no se mueve?

—Está en una especie de... estado de coma —le respondí.

—¿Qué pasó? —preguntó, horrorizada.

—Georgia —le dije, mirándola fijamente—, ¿Lucien no dijo nada

cuando él te trajo aquí? No lo sé... ¿qué son?

Ella sacudió la cabeza, confundida.

No había manera de que pudiera evitar decírselo. Ya que nosotras

no vivamos por medio de la noche, no veía el sentido de ocultar lo que

debería haber sido obvio a estas alturas.

—Georgia, no son humanos... Vincent y Lucien.

—¿Qué son, entonces?

—Es complicado —comencé, y luego, al ver las lágrimas de

confusión comenzaban a brotar de sus ojos, tomé un respiro y dije—: Se

llaman aparecidos. Son no-muertos.

—Yo no lo hacen... No lo entiendo.

—No importa, Georgia —insistí, tomando sus manos más o menos

y obligándola a mirarme a los ojos. Dije las palabras lentamente, tanto

para mi beneficio como para el suyo—: No me importa lo que es

Vincent. No podemos dejar que Lucien le destruya.

Sus ojos escudriñaron mi rostro. Por una vez no me arrepentí de

ser un libro abierto. El desconcierto y el miedo dejaron la frente a

Georgia y fueron reemplazados por un aspecto de pura determinación.

Mi hermana siempre había estado allí para mí, y ella estaba allí para mí

ahora. Sin embargo, a pesar que las palabras que salían de mi boca,

sonaban como una locura, ella no duda de mí por un segundo.

—¿Qué podemos hacer? —susurró. Negué con la cabeza y observé

a Lucien utilizar un póker para mover los registros de alrededor. Las

llamas apresando y eliminando los de arriba, explotando en un incendio

importante mientras el olor de la leña ardiendo inundó la habitación.

—Él va a tratar de quemar el cuerpo de Vincent —susurré—. No

podemos dejarlo.

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Como si validara de todo lo que yo le había dicho, Lucien se

volvió.

—Es una pena tener que deshacerme del cuerpo de mi viejo

enemigo antes de darle la oportunidad de que vea con sus propios ojos

como mato a su novia. Sería la venganza apropiada para el rodaje de mi

esposa mientras yo miraba.

—¿Que salieras con Georgia no fue una coincidencia, verdad? —le

pregunté cuando de repente me sacudió la realización.

—¡Por supuesto que no! No hay coincidencias —él sonrió, cuándo

Georgia respiró fuertemente a mi lado—. Os vi, chicas, junto al río hace

unos pocos meses después de que Vincent salvara a ese triste

adolescente que saltó desde el puente.

—¡Tú fuiste el que salió a toda velocidad con un coche después de

que casi nos arrojara! —jadeé.

—Atentamente —miré de reojo y Lucien hizo una reverencia—. Así

que cuando vi a Vincent regresar del metro contigo en sus brazos

después del segundo suicidio seguido que me arruinó, me di cuenta de

que debías de ser alguien especial para él. Y después fue tan fácil de

averiguar todo sobre ti, como el hecho de que tu fiestera hermana era

un cliente habitual en varios de mis clubes nocturnos. Lo cual no es

mucha coincidencia o bien, ya que ella no es muy exigente acerca de los

lugares que frecuenta y de que las multitudes que se mueven juntas.

Sentí como Georgia se desinflaba al oír estas palabras, y Lucien

se rió entre dientes, disfrutando de su reacción.

—Me usaste para llegar a Kate —murmuró, sorprendida por la

revelación.

Lucien sonrió y se encogió de hombros.

—Sin ánimo de ofender, cariño.

—Pero, ¿cómo sabías que estaba aquí esta noche? ¿Cómo supiste

que incluir a Georgia sería tu pase humano?

—Me di cuenta de que Charles estaba hablando con un ser

humano en el teléfono. ¿Qué otro ser humano contestaría al teléfono de

Vincent? Entonces me di cuenta de su voz. ¡Y eso me dio esta

maravillosa idea! —Hizo un gesto para incluir a la habitación y el

cuerpo de Vincent—. ¿Cómo crees que me convertí en un exitoso

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hombre de negocios si no supiera cómo aprovechar una oportunidad

cuando ésta se sitúa justo en frente de mí?

—Oh, yo no lo sé —dije yo, disgustada por su irresponsabilidad—.

Mintiendo, engañando, matando... esa hubiera sido mi conjetura.

—¡Ah, aduladora! Es como música para mis oídos. — Apretó sus

nudillos con fuerza cuándo se dirigió a la cama, y luego, inclinándose,

recogió el cuerpo rígido de Vincent en sus brazos y le habló como si

estuviera allí.

—Es una pena que tengas que perderte el baño de sangre en tu

propio dormitorio. Me recuerda a mi propia muerte. Pero como tu

espíritu pasará a estar en otros lugares, cuando destruya tu cuerpo

tendrás el resto de la eternidad para flotar alrededor y reflexionar sobre

ello. —Luchando un poco con el peso muerto del cuerpo, comenzó a

caminar hacia la chimenea.

—¡No! —grité, saltando y corriendo a situarme entre Lucien y el

fuego.

—¿Qué vas a hacer, niña?¿Patearme en la espinilla?

Georgia saltó del sofá y corrió detrás de él, aferrándose a los

brazos. Dejó escapar un grito de rabia pura cuando lo agarró, con la

sola finalidad de detenerlo. Corrí hacia él y traté de empujarlo hacia

atrás lejos de las llamas. Pero incluso usando todas mis fuerzas, no

conseguí moverle.

—¡Bueno, escupir en mi tumba vacía... eso sí que no es el ataque

de las princesas de Disney! —gruñó, molesto, y agachándose para

colocar el cuerpo de Vincent sobre la alfombra, se dio media vuelta y

envió a Georgia volando hacia atrás con un movimiento de su poderoso

brazo.

Ella aterrizó en el lado de la cama, golpeando con fuerza con la

cabeza contra el marco de madera de la cama formando grietas. Se

acercó a ella y, haciendo una pausa hasta que se encontró con su

mirada, dijo: —Lamento tener que hacer esto —alargó su mano.

Escuché el asqueroso crujido los huesos justo antes de que ella gritara.

—En realidad, no es que lo sienta —dijo, inclinando la cabeza

hacia un lado mientras la veía retorcerse. El dolor debía haber sido

terrible: sus ojos en blanco hacia arriba y se dejó caer otra vez,

inconsciente.

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Recogiendo el pesado atizador de hierro de al lado del hogar

encendido, corrí hacia donde estaba y lo dejé caer con toda mi fuerza en

la espalda.

—¡Maldita seas, chica, dame eso! —gritó, y tiró el arma en mis

manos, tirándola como una cerilla en un rincón—. Si quieres golpear a

algo, puedes ayudar a cortar la cabeza de tu amado.

Levantándose, sacó una de las espadas que colgaban sobre la

repisa de la chimenea. La segunda espada cayó al suelo. Me precipité

hacia ella y la cogí por la empuñadura, tambaleándome hacia atrás bajo

su peso.

Lucien se puso de pie, sosteniendo su espada en una mano sobre

el cuerpo de Vincent, y me miró con una sonrisa divertida. Me esforcé

para levantar mi espada y con voz temblorosa le señalé.

—Aléjate de él —le dije.

—¿O qué? —escupió—. Si quieres morir antes de ver a tu novio

decapitado, todo lo que tenías que hacer era pedirlo. Pero espero que

me permitas un poco de calentamiento antes. Hace siglos que no he

matado a una mujer con mis propias manos.

Él se abalanzó sobre mí, rozando el hombro derecho con su

espada. Un pequeño chorro de sangre se derramó a través del corte en

mi camisa y corrió por mi brazo. Yo le miré por un segundo, sintiendo

náuseas, y luego volví a mirar el cuerpo de Vincent, yaciendo sin vida

en el suelo, y esto me devolvió la fuerza.

Con toda mi fuerza, levanté mi espada.

—Eso es todo —dijo con sarcasmo—. Tienes que poner un poco

más de músculo detrás de ello. —Él estaba jugando conmigo. Le

agradecería... si es que hacía un poco de esfuerzo, yo estaría muerta.

Pero en lugar de sentirme intimidada, su condescendencia me

enfureció.

Impulsada por mi enojo, volví el arma masiva hacia él, y él salió a

un lado con agilidad cuando la hoja se estrelló contra el suelo con

azulejos de terracota, rompiendo una pareja por la mitad y enviando

una gran parte de barro volando por el aire. Su espada brilló la luz del

fuego, y sentí una punzada ardiente en mi pierna. Miré hacia abajo y vi

que mis jeans se habían rajado y un chorro de sangre manaba de una

herida en la cara externa del muslo, justo debajo de mi cadera.

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—¡Ahora esto se está poniendo divertido! —Dijo Lucien, con un

destello en sus ojos—. Tú tienes aún mas agallas que tu hermana.

Nunca lo hubiera imaginado. Sería vergonzoso matarte antes de saber

exactamente cómo puedes llegar a ser valiente. Quizás tendrías que

acompañarnos a mí y, desde luego, a la cabeza de Vincent, de vuelta a

mi casa para que podamos tener un poco de diversión.

Intenté de levantar la espada, pero fallé. Mis brazos no estaban

funcionando bien. Yo había usado toda mi energía en ese golpe, y sentí

a mis músculos como si fueran bandas de goma.

—Todo esto se acabará en apenas un segundo. Si te mueves una

pulgada, voy a pasar la espada a través de su hermosa cabeza —

advirtió, y luego se volvió y comenzó a

moverse alrededor del cuerpo de Vincent. Georgia comenzó a

gemir desde el otro lado de la habitación. Ahora tenía los ojos medio

abiertos, pero se quedó inmóvil en el suelo.

Luché contra una ola de desesperación y de repente me di cuenta

de que no le importaba si él me mataba. Lucharía contra él, incluso si

eso significaba mi propia muerte, incluso si finalmente no tenía una

pequeña diferencia. Debido a que sería mejor morir luchando que de

sobrevivir a esta pesadilla y vivir una larga vida, una vida lamentable,

con solo el recuerdo de Vincent al que aferrarme. Pidiendo hasta la

última gota de mi fuerza, levanté mi espada.

De repente escuché los crujidos, las estáticas palabras: «estoy de

vuelta». Mis ojos se abrieron cuando miré alrededor de la sala y me

aseguré a mi misma que la voz venía de mi interior. —Vincent —le

susurré.

«Rápido, Kate. ¿Me dejas entrar?»

—¿Entrar? —Frenéticamente me desconcerté por una fracción de

segundo y luego, dándome cuenta de lo que estaba pidiendo, dije— Sí.

De repente, mi cuerpo ya no era mío. Me sentía como si una

puerta se hubiese abierto en la parte posterior de mi cabeza, derramado

un poderoso aumento de energía a través de ella rebotando a través de

mí, llenándome hasta que sentí que iba a estallar.

A pesar de que todavía estaba consciente, mis piernas empezaron

a moverse sin mi voluntad para ello, y yo levanté la enorme espada con

facilidad, moviéndola hacia arriba con ambas manos en una curva

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elíptica. Se quedó preparada e inmóvil por un segundo, en el aire, hasta

que descendió con un barrido de gran alcance, cortando limpiamente el

brazo izquierdo de Lucien.

Él rugió de ira y dejó caer su espada, sujetándose la herida con la

mano. Girando sobre sus talones, me miró y luego, en estado de shock,

se abalanzó sobre mí con su brazo herido colgando a su lado y

chorreando la oscura sangre por el suelo de baldosas.

Salté a un lado como un gato, tirando de la espada hacia arriba

en posición vertical, y me agaché durante un segundo antes de correr

hacia Lucien, que se tambaleó de nuevo cerca de la espada cayendo en

el suelo. Llevando mi arma, la oscilé de nuevo hacia su lado derecho,

debajo de su brazo extendido. Él dejó escapar un aullido y se dio la

vuelta con la espada en la mano.

Se puso de pie por un segundo y me miró fijamente, sin

comprender, como la sangre brotaba de la herida en su costado. Luego,

con un paso tambaleante cargó contra mí, pero flaqueó en el último

segundo, perdiendo el equilibrio cuando tropezó con el cuerpo de

Vincent.

Salté a mi derecha, lejos de él, y luego, lanzándome de nuevo,

oscilando hacia su cabeza, faltando que se agachara para evitarlo. Saltó

fuera de su posición de cuclillas, entrecerrando los ojos mientras me

miraba, y luego, de repente, sus ojos se abrieron por la sorpresa.

—Vincent. ¿Estás ahí? —me preguntó con incredulidad.

Me sentí reír, y las palabras de Vincent salieron de mi boca, con

mi propia voz.

—Lucien. Mi viejo enemigo.

—No —dijo Lucien, moviendo la cabeza y empuñando la espada a

la defensiva con el brazo sano—. No es posible. Tú estás en las

catacumbas.

—Parece que estás equivocado —dijo Vincent a través de mí—.

Nunca fuiste uno de los zombies más brillantes del cementerio.

Lucien rugió y cargó contra mí, pero salté con agilidad a un lado

cuando él tropezó consigo mismo al aprisionarse en la cama.

—Entonces, ¿qué estás tratando de lograr aquí? —dijo mi voz sin

problemas—. ¿Viniste a coger mi cabeza y llevársela a Jean-Baptiste

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para a continuación ponerte a trabajar matando al resto de mis

parientes?

—Estoy terminando un viejo asunto —susurró Lucien—. Tus

parientes me importan un bledo, aunque ahora que lo mencionas,

podría ser divertido para celebrar una barbacoa revenant una vez que

haya matado a Kate y llevado tu cabeza para usarla como leña.

—Creo que encontrarás dificultad en la parte de “matar a Kate” —

me oí decir, mientras corría hacia él, sintiendo una fuerza correr por mi

cuerpo siendo varias veces la mía. Lucien levantó su espada a mi

encuentro, pero yo llegué más rápido de lo que él pudiera reaccionar.

—Esto es por todos los inocentes que traicionaste a su muerte —

dije, y la clavé profundamente en su lado derecho, ya herido.

Su espada cayó estrepitosamente al suelo, y él gritó, dando

bandazos hacia el fuego. La sangre goteaba en el fuego mientras se

inclinó sobre él, cayendo sobre sus rodillas para coger la daga que

había puesto al lado de la chimenea. Luego, con una velocidad

increíble, él se puso de pie y arrojó el cuchillo hacia mi cabeza. Salté

fuera del camino, pero no lo suficientemente rápido, por lo que la hoja

cortó limpiamente mi hombro derecho.

No grité. Yo no tengo tiempo para ello. Pasando la espada de mi

mano derecha a la izquierda, saqué el cuchillo de mi hombro. Entonces,

sin vacilar, lo tiré hacia él con una fuerza sobrehumana, haciéndole

retroceder un paso con la hoja clavada profundamente a través de su

ojo izquierdo hasta su cerebro.

—Y eso es por todos mis parientes que destruiste —me oí decir. El

ojo que le quedaba a Lucien rodó hacia arriba, y con la boca abierta,

tropezó hacia mí, como si fuera a cámara lenta.

Me di vuelta y salté sobre la mesa de café. Sosteniendo la espada

con ambas manos, giré en el aire y la llevé hacia abajo, hacia su cuello

con un barrido horizontal de gran alcance. Sentí como la hoja lo

rebanaba limpiamente, enviando su cabeza volando en un arco

ensangrentado.

El cuerpo sin cabeza se mantuvo en su posición durante un par

de segundos, antes de caer al suelo en una pila.

—Arde en el infierno —dijo Vincent mientras recogía la cabeza por

el pelo y se dirigió con ella a la chimenea.

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Justo en ese momento la puerta se abrió, y Ambrose irrumpió a

través de ella, gritando como un loco y moviendo un hacha de combate

en una mano. Su otro brazo había sido arrancado por una incisión

media, y sus ropas trituradas estaban manchadas de carmesí. Un

reguero de sangre corría por su cara desde una herida en el cuero

cabelludo.

Sus ojos enloquecidos se fijaron en el cuerpo decapitado de

Lucien y luego giró hacia el cuerpo de Vincent, acostado en una pila

junto a la chimenea. Me miró, de pie a unos pocos metros, sosteniendo

una enorme espada sin esfuerzo en una mano y la cabeza de Lucien en

la otro. Él asintió con la cabeza en silencio, y yo asentí con la cabeza

hacia atrás. Volviendo a la chimenea encendida, arrojé la grotesca

cabeza a las llamas.

—El cuerpo —le dije, y agarrando el cadáver de Lucian por los

brazos y las piernas, Ambrose y yo lo llevamos al fuego, moviéndolo

ligeramente hacia atrás antes de tirarlo a la parte superior de los

troncos ardiendo.

—Vincent, ¿estás ahí dentro? —dijo Ambrose, apartándose y

mirándome. Mi cabeza asintió—. Bueno, mejor que sea así, porque si es

solo, Katie-Lou, estoy oficialmente asustado —le sonreí, y él movió la

cabeza con incredulidad.

—Sal de ahí, Vin, me estás volviendo loco —dijo.

¿Lista?, me pidió Vincent.

—Sí —le contesté, y de inmediato sentí el silbido de la energía

saliendo por la parte posterior de mi cabeza. Mi cuerpo se sintió como

un globo que se desinfla, y Ambrose se acercó para cogerme mientras

caía. Él me puso con cuidado sobre el suelo.

¡Kate! ¿Estás bien? Las palabras de Vincent vinieron de

inmediato.

Asentí con la cabeza.

—Estoy bien.

Tu mente. ¿Ninguna confusión? ¿Pánico?

—Vincent, yo no estoy diferente a antes, excepto que no creo ser

capaz de moverme por una semana, estoy tan cansada...

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Increíble.

—El cuerpo de Gaspard está afuera —le dije, volviendo a

Ambrose.

—Lo hemos visto. Jean-Baptiste lo tendrá. Él va a estar bien.

—¿Qué pasa con todos los demás? —le pregunté, mirando la

sangre en su camisa.

Él asintió con la cabeza.

—Todos lo hicieron de nuevo.

Di un suspiro de alivio.

—¿Y Charles?

—Tenemos el cuerpo —respondió Ambrose, y luego, haciendo un

gesto hacia la cama, me preguntó—: ¿Qué está haciendo aquí tu

hermana?

—Oh, Dios mío, ¡Georgia! —grité y miré a mi hermana. Utilicé la

última gota de mi fuerza para arrastrarme hacia ella y tocarla sin

derramar sangre en su cara.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Yo creo que sí. Sólo me duele al moverlo —respondió ella con

voz débil.

—Ella necesita ayuda —dijo con urgencia a Ambrose—. Puede

tener una conmoción cerebral... realmente golpeó su cabeza con fuerza

y perdió el conocimiento por un tiempo. Y estoy bastante seguro de que

su mano también está rota.

Ambrose se inclinó sobre ella y, con cuidado de no mover su

cuello, la sacó de su posición y la puso acurrucada en el suelo.

—Tenemos que llevarla al hospital —le dije.

—Ella no es la única que necesita atención médica —dijo

Ambrosio, señalando mi hombro.

Miré hacia abajo para ver mi camisa empapada en sangre.

Aunque yo no lo había sentido antes, un ardiente dolor se agolpaba en

mi brazo, explotando, ya que llegaba a la herida abierta. Agarré a mi

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hombro, y luego, con la misma rapidez y haciendo una mueca de dolor,

solté la mano.

Al oír pasos resonando en el pasillo, miré a la puerta justo cuando

Jules irrumpió a través de ella.

—¿Kate? —preguntó con el pánico en su voz.

—Ella está bien —llamó Ambrose—. Cortes en el hombro y un

poco en la pierna, pero está viva.

Jules miró a su alrededor violentamente y vio la forma de Vincent,

cerca de la chimenea, cayendo de rodillas aliviado. Manteniendo las

manos en la cabeza, dijo en voz baja al aire:

—Vince, oh hombre, me alegro de que todavía estés aquí.

Un humo acre y penetrante empezó a salir de la chimenea cuándo

el cuerpo de Lucien se incendió. Buscando en esa dirección, Ambrose

dijo:

—Debemos salir de aquí si no queremos que el humo nos ahogue.

Jules se puso en pie, abrió las ventanas, y luego se puso en

cuclillas a nuestro lado.

—¿Cómo está? —me preguntó, asintiendo con la cabeza en la

dirección de Georgia.

—Viva —le dije.

—¿Y tú? —dijo, sujetando mi rostro en su mano.

Las lágrimas me nublaron los ojos.

—Estoy bien —le dije, y rápidamente me limpié.

—Oh, Kate —dijo, e inclinándose hacia mí, me envolvió en sus

brazos. Esto era exactamente lo que necesitaba: un toque humano.

Bueno, no humano, lo que sea.

Desde que Vincent no estaba ahí para abrazarme, Jules fue el

sustituto más adecuado.

—Gracias —le susurré.

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—Hospital —dijo simplemente Ambrose, y se puso a tirar de

teléfono en bolsillo, caminó hacia el otro lado de la habitación para

hacer la llamada, y Jules me soltó para que lo siguiera.

Miré a mi hermana. Parecía aturdida.

—Vamos a un hospital. Todo va a estar bien.

—¿Dónde está él?¿Lucien? —preguntó, aturdida.

—Muerto —dije simplemente.

Ella me miró y preguntó:

—¿Qué pasó?

—¿Cuánto has visto? —le pregunté.

Ella me dirigió una débil sonrisa y dijo:

—Lo suficiente para saber que mi hermana es una ruda

espadachina.

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1

Traducido por Valentinaw33 y Alexiacullen

Corregido por Fher_n_n

os demás llegaron a casa justo cuando la ambulancia se

detuvo. Ambrose había llamado a su contacto de siempre,

que accedió a llevarnos a la clínica médica privada sin

llenar un reporte policiaco. Los paramédicos no querían mover la cabeza

de Georgia, así que le pusieron un collarín y la estaban llevando a la

ambulancia en una camilla. Después de que pusieron vendajes

temporales en mis heridas, Jules y yo nos subimos en la parte trasera

de la ambulancia, sentándonos junto a ella.

Tuve que preguntarme qué pensaban los paramédicos de

nosotros: dos chicas aparentemente demasiado frágiles que parecían

haber estado en una pelea de pandillas, y Jules vestido como alguien de

Matrix46. Estaba 100% segura de que si no hubiesen sido pagados,

estaríamos en camino hacia la estación de policía para ser interrogados.

Aún así, yo estaba muriendo por saber que pasó en las

Catacumbas, no hablamos, pues uno de los paramédicos se sentó junto

a nosotros. Él hacía preguntas obviamente discretas, y después de

echar un vistazo rápido a Jules para saber su aprobación, contesté

simplemente que Georgia se golpeó la cabeza muy fuerte en el poste de

la cama y que alguien le pisó la mano. Le dije que los cortes en mi

hombro y pierna eran heridas de cuchillo. Esperaba que dándole

información básica, sin adornos, sería suficiente, y a juzgar por su

inclinación de cabeza satisfecha, lo estaba.

Una vez en la clínica, examinaron a Georgia y afirmaron, estaba

bien, excepto por unos pocos huesos rotos en su mano. Mi herida en la

pierna no era profunda, pero la de mi hombro requirió una docena de

puntos de sutura. Después de probar la movilidad de mi mano, el

doctor dijo que tenía suerte, pues la cuchilla no tocó ningún nervio.

Él siguió con un chequeo regular: luz en los ojos, presión

sanguínea y el gusto. Finalmente, suspiro y dijo:

46

The Matrix: Es una película de ciencia ficción.

L

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―Madmoiselle, parece que usted sufre de agotamiento exhaustivo.

Su presión sanguínea está peligrosamente baja. Tiene una fiebre leve,

su piel esta pálida, y sus pupilas dilatadas. ¿Está tomando cualquier

otro medicamento o alguna droga?

Negué con la cabeza

―Cuando fue herida, ¿estaba usted haciendo… ejercicio físico

intensivo?

―Si ―dije, preguntándome que hubiese pensado si supiera

exactamente el tipo de ejercicio físico que hice.

―¿Siente debilidad, fatiga o náuseas?

Asentí con la cabeza

En realidad, desde que Vincent dejó mi cuerpo, me sentía como

una muñeca de trapo con apenas energías para caminar.

Sabiendo que el bienestar de ambas, el de mi hermana y el mío,

dependían de que yo fuera capaz de dar un paso delante de otro, era la

única cosa que me mantenía en marcha.

—Necesitas descansar. Tu cuerpo necesita recuperarse de lo que

sea que has estado haciendo. Tú y tu amiga. —Asintió con la cabeza a

la camilla en la que Georgia estaba tendida—. Han tenido bastante por

noche. Descansa y recupérate, o terminarás perjudicándote a ti misma,

lo que es peor.

Hizo un gesto hacia Jules y bajó la voz.

—Puedes contestarme asintiendo o negando con la cabeza. ¿Debo

permitirte salir de la clínica con este hombre?

Me di cuenta de lo peligroso que Jules parecía con sus botas de

puntas de acero, pantalones de cuero y capas de ropa protectora negra.

Susurré:

—No fue él. Él es un amigo.

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3

El médico me miró a los ojos durante un segundo más y

finalmente se convenció, asintió con la cabeza y me permitió bajarme de

la mesa.

Mientras Jules estaba hablando con el médico y entregándole

dinero en efectivo a cambio del tratamiento, susurré:

—¿Vincent?

Sí, vino la respuesta inmediata.

—¿Has estado aquí todo el tiempo?

¿Cómo podría dejarte en un momento como este?

Cerré mis ojos e intenté imaginarme sus brazos a mí alrededor.

Regresamos hacia la casa que se sentía como el cuartel general

después de la batalla. Hubo un movimiento sordo de una habitación a

otra mientras la gente se visitaba a uno y otro y ayudaban a atender las

demás heridas. Le había explicado a Georgia que teníamos que pasar la

noche en la casa de Vincent. No podíamos ir a casa de esta forma. La

llevé por las escaleras y la ayudé a entrar en la cama de Charlotte,

adivinando que el cuerpo de Lucien estaba todavía ardiendo en la

habitación de Vincent. Incluso si no estuviera, no podía imaginar volver

a la escena de ese sangriento baño de sangre. Aún muda por el shock,

Georgia estuvo dormida en el momento en que su cabeza se apoyó en la

almohada. Mi hombro estaba empezando a arder de nuevo ahora que el

anestésico utilizado para suturar la herida se estaba disipando. Me

dirigí abajo a la cocina por algo de agua, para tragar las pastillas para el

dolor que me habían dado.

¿Te duele?, llegó la voz de Vincent a mi cabeza.

—No mucho —mentí.

Jules caminó hacia mí por la puerta, pareciéndose mucho más a

sí mismo con pantalones vaqueros rasgados y una camiseta pegada al

cuerpo. Me dirigió una sonrisa que transmitía tanto ternura como

respeto.

—Reunión en casa —dijo— Jean-Baptiste quiere que estés allí.

—¿Eso quiere? —dije con sorpresa. Jules asintió con la cabeza y

me entregó una camiseta limpia.

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—Pensé que tal vez quisieras estar un poco más respetable —dijo,

señalando mis ropas empapadas de sangre.

Se puso de espaldas mientras yo me cambiaba rápidamente y

arrojaba la prenda arruinada al cubo de basura. Caminamos juntos por

el pasillo y pasamos el vestíbulo más allá de una habitación enorme con

techos altos y ventanas de dos pisos. Una atmósfera viciada de cuero

negro y rosas marchitas flotaban densamente en el aire. Una colonia de

sofás y sillones de cuero estaban organizados en el otro extremo

alrededor de una chimenea monumental. Cerca del gran fuego ardiendo

en la chimenea, vi a Charlotte tumbada en un sofá y a Ambrose estirado

sobre la alfombra persa en frente de la chimenea. Se había cambiado a

una camiseta limpia y unos vaqueros y, aunque sus heridas habían

sido limpiadas y no había sangre a la vista, tenía vendas suficientes

para calificarlo como una momia. Me vio mirándole y dijo:

―No te preocupes Katie-Lou, solo un par de semanas más de

descanso y estaré como nuevo.

Asentí con la cabeza, intentando cambiar mi expresión de susto a

tranquila.

―Aquí están ―dijo Jean-Baptiste, que se paseaba arriba y abajo

enfrente del fuego, sosteniendo un atizador en una mano como un

bastón―. Esperábamos a que Vincent y tú regresaran antes de empezar

─dijo, indicándome una silla con los ojos. Me senté.

—Hay algunas decisiones que tienen que tomarse, y necesito

escuchar qué sucedió, con detalles, de cada uno de sus puntos de vista.

Empezaré.

Dejó el atizador contra la chimenea y se quedó de pie con sus

manos detrás de su espalda, mirando cada poco, como un general

dando información a sus tropas.

Charlotte, Ambrose y Jules comenzaron a relatar partes de la

historia, con Jean-Baptiste “traduciendo”a Vincent. El grupo, con la

ayuda de Vincent, había recuperado el cuerpo de Charles antes de

encontrarse atrapados en el interior de las Catacumbas por un pequeño

ejército de Numas47. Un ejército sin un líder. Tomó un comentario de

uno de sus captores para alertarles de lo que estaba sucediendo. Lucien

había prohibido a los Numas matar a cualquier revenant hasta que él

47

Numa: nombre Masculino de origen Griego. El que establece las normas.

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regresara con “la cabeza”. Sospechando que “la cabeza” en cuestión era

la suya, Vincent fue desactivado en un momento.

Los revenant se aprovecharon de la vacilación de los Numa para

matarlos y lucharon a su manera, entonces se apresuraron a regresar

para ayudar a Vincent.

―No parece que fueran seguidos ─concluyó Jean-Baptiste―. Kate

―se volvió hacia mí con excesiva rapidez―. ¿Serías tan amable de

hacerte cargo de la narración aquí?

Le dije al grupo lo que había sucedido, empezando con los

mensajes de texto de mi hermana, hasta el momento donde Vincent

llegaba y se apoderaba de mi cuerpo.

―¡Imposible! ─exclamó Jean-Baptiste.

Le miré irónicamente.

—¡Bueno, seguro que no fui yo quien le cortó a un Numa gigante

la cabeza con una espada de un metro!

—No. No es posible que él te poseyera. Imposible que

sobrevivieras con tu cordura intacta —Jean-Baptiste estuvo en silencio

durante un momento y luego asintió—. Si tú lo dices, Vincent, pero sólo

que no veo cómo es posible para un humano experimentar eso y volver

en ella tan intacta como Kate parece estar. Además de unos cuantos

rumores antiguos y sin fundamentos, no hay absolutamente ningún

precedente. —Hizo otra pausa, escuchando—. Sólo porque puedas

comunicarte con su volant, no significa que todo lo demás sea posible.

O a salvo… —el viejo revenant regañó—. Sí, sí, lo sé… no tuviste otra

elección. Es cierto, si no lo hubieras hecho ambos os habríais ido.

─Suspiró y se volvió hacia mí―. ¿Así que mataste a Lucien?

—Sí. Quiero decir Vincent… um, el cuchillo que lanzamos

depositándolo en el camino hacia su ojo, se introdujo en su cabeza. Ese

es el golpe que debió haberle matado. Al final su cara parecía muerta.

Luego cortamos su cabeza con la espada.

—¿Y su cuerpo?

—Lo quemamos en el fuego.

Ambrose tomó la palabra.

—Lo vi después de salir de la clínica. No queda nada.

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Jean-Baptiste se relajó visiblemente y se quedó inmóvil durante

un segundo, sujetando su frente antes de mirar de regreso al grupo.

—Está claro, entonces, que el plan consistía en atraer al resto de

nosotros, con Vincent volant lejos de casa, despejando el camino para

que Lucien viniera aquí y dispusiera de su cuerpo. Conociendo a

nuestro viejo enemigo, probablemente planeó regresar con la cabeza y

quemarla delante de nosotros antes de destruirnos a nosotros también.

Esa es la única razón que puedo pensar de que no fuéramos

sacrificados tan pronto como llegamos a las Catacumbas.

La habitación se quedó en silencio.

—Hubiera preferido que Charles estuviera aquí para unirse con

nosotros a la conversación —se detuvo, exhalando profundamente—

pero debido a las circunstancias, te lo dejo a ti, Charlotte, darle la

noticia a tu hermano de que les he pedido marchar.

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Capitulo 39Traducido por Auroo_J

Corregido por amiarivega

odo mundo vio a los demás impactados.

—¿Qué? —murmuró Charlotte, sacudiendo su

cabeza como si no entendiera.

—Este no es un castigo —aclaró Jean-Baptiste. —Charles

necesita salir de aquí. Salir de París. Salir de esta casa. Lejos de mí. Él

necesita algo de tiempo para poner sus pensamientos en orden. Y París,

como consecuencia de esta batalla, esta… —buscó el termino

adecuado— declaración de guerra, si eso es lo que resulta ser, no es un

lugar seguro para alguien que aún no conoce su mente.

—Pero… ¿por qué yo? —dijo Charlotte, disparando una rápida,

mirada de alarma en dirección de Ambrose—. ¿Puedes vivir separada de

tu gemelo?

Ella bajó la cabeza.

—No.

—Creí que no. —Su cara se suavizó mientras Charlotte

comenzaba a llorar. Él se acercó y se sentó junto a ella en el sofá,

mostrando una dulzura que, en mi limitada experiencia de Jean-

Baptiste, parecía completamente fuera de personaje.

Tomando sus manos entre las suyas, dijo:

—Querida chica. Es sólo por unos cuantos meses mientras

averiguamos qué hará el clan de Lucien sin él. ¿Nos atacarán? ¿Su falta

de líder los forzará a pasar a la clandestinidad por un tiempo? No lo

sabemos. Y tener a Charles alrededor, confundido e indeciso, nos

debilitará cuando necesitamos ser fuertes. He obtenido casas por todos

lados, sabes. Los dejaré elegir a dónde irán. Y regresarán. Lo prometo.

Charlotte se inclinó hacia adelante y tiró sus brazos alrededor del

cuello de Jean-Baptiste, sollozando.

T

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—Shhh —dijo él, dándole palmaditas en la espalda.

Una vez que ella se calmó, él se paró de nuevo y, direccionando a

Ambrose y Jules, dijo:

—Cuando Gaspard se pueda comunicar, voy a conversar con él

sobre nuestros planes. Debemos invitar a otros para reemplazar a

Charlotte y Charles durante este peligroso momento. Son bienvenidos a

hacer sugerencias.

—En cuanto a ti, Kate —dijo Jean-Baptiste, volteándose hacia mí.

Me senté rígidamente en mi silla, no sabiendo qué vendría después,

pero preparándome para lo peor. No podía alejarme; no vivía bajo su

techo. Y no podía evitarme ver a Vincent; me negaría. Aunque jamás me

había sentido tan débil físicamente en mi vida, mi voluntad nunca

había sido tan fuerte.

—Te debemos nuestra gratitud. Protegiste a uno de los nuestros

arriesgando tu propia vida.

Me senté allí, aturdida, y finalmente dije:

—Pero… ¿qué otra cosa podría haber hecho?

—Pudiste haber tomado a tu hermana y correr. Vincent era a

quien Lucien perseguía.

Sacudí mi cabeza. No, no hubiese podido. Hubiese preferido morir

que abandonar a Vincent a su destrucción.

—Te has ganado mi confianza —concluyó formalmente Jean-

Baptiste—. Henceforth, eres bienvenida aquí.

Jules tomó la palabra.

—Ella ya era bienvenida aquí.

Ambrose asintió con la cabeza.

Jean-Baptiste los vio levemente.

—Ustedes dos saben cómo me esfuerzo por proteger nuestro

grupo. Y aunque confío en todos ustedes, no siempre confío en sus

decisiones. ¿A alguien más le ha sido permitido traer un amante

humano a esta casa?

El cuarto estaba en silencio.

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—Bueno, ahora con esto está dada mi bienvenida oficial.

—Y sólo necesitaste cercenar la cabeza de un zombie para

ganártelo —masculló sarcásticamente Ambrose.

Jean-Baptiste lo ignoró y continúo.

—Como sea, apreciaría si pudieras encontrar una manera de

explicarle a tu hermana que le impida tener acceso a todos nuestros

secretos. Y si tienes la más mínima sospecha de que ella está en

contacto con algún socio de Lucien, te pido que me digas

inmediatamente. En cualquier caso, no se le permitirá entrar a la casa

otra vez, por la seguridad de todos nosotros. Me doy cuenta de que era

en contra de su voluntad, pero su presencia permitió la única violación

de seguridad que hemos experimentado en nuestras puertas.

Asentí, pensando acerca de cómo Georgia había casi sido el final

de la historia para Vincent y para mí… para todos nosotros.

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0

Traducido por Elizzen

Corregido por Marce Doyle*

lé! —gritó Papy mientras el corcho salía disparado

de la botella como de una pistola haciendo que

todos saltáramos y brindáramos mientras él

vertía el champán en las altas y estiradas copas. Mantuvo su copa en

alto para poder brindar y el resto de nosotros copiamos su gesto.

—Me gustaría desearle un feliz decimoséptimo cumpleaños a mi

princesa Kate. ¡Espero que estos diecisiete sean un mágico año para ti!

—¡Eso, eso! —empezó a hablar Mamie chocando su copa con la

mía—. Por tener diecisiete otra vez —suspiró—. Esa fue la edad que

tuve cuando conocí a su abuelo. No es que él me prestará mucha

atención ese año o el siguiente —lo dijo flirteando.

—Todo eso era parte de mi plan —replicó él guiñándome un ojo—.

Y de todas formas, te lo he compensado por el tiempo perdido desde

entonces, ¿no es así?

Mamie asintió con la cabeza y se inclinó para darle un cariñoso

beso antes de chocar su copa. Me incliné para chocar mi copa con Papy

y me giré hacia Georgia, quien sostenía su bebida en su mano

izquierda, ya que la derecha todavía estaba escayolada.

—Feliz cumpleaños Katie-Bean —dijo sonriéndome cálidamente, y

entonces miró abajo hacia la mesa, como si estuviera avergonzada.

Georgia no había vuelto a ser la misma desde “el accidente”, como lo

llamaban mis abuelos. A pesar de que mis heridas se podían esconder

fácilmente debajo de la ropa de invierno, Georgia tenía que explicar por

qué llevaba escayolada la mano.

Como decía ella, estuvo en medio de una pelea en una discoteca y

fue arrollada y aplastada. Papy y Mamie estaban tan horrorizados que

la habían prohibido salir a cualquier bar o club. Curiosamente, parecía

que no le importaba, y pasaba sus noches relativamente tranquila

saliendo a cenar a casa de alguien o al cine con un pequeño grupo de

amigos. Desde esa noche, Georgia había pasado totalmente de los

—¡O

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hombres, jurando apasionadamente no volver a confiar en sus

instintos, pero yo sabía que eso no duraría mucho.

Ella había venido a mi habitación algunas veces muy tarde en la

noche, despertándome, ya sea para llorar o para distraerla de sus

frecuentes pesadillas. Quería saber todo acerca de los revenants. Y yo

se lo dije. No me importaban las órdenes de Jean-Baptiste, sabía que

podía confiar en ella. Ahora que ya no había secreto entre nosotras,

Georgia me trataba con un recién descubierto respeto y actuaba como

si Vincent le hubiera regalado la luna.

—Este será un feliz año para las dos —le sonreí y me volví hacia

Vincent, quien estaba esperando su turno. Esta noche había aparecido

llevando un esmoquin negro estilo vintage, y yo casi me desmaye

cuando le abrí la puerta.

—Hum, ¿será que me he olvidado decirte que esta vez mi familia

no irá vestida de etiqueta para cenar? —Mi sarcasmo cayendo en plano,

ya que estaba deslumbrada por su apariencia. Parecía una estrella del

cine antiguo, su pelo negro flotando hacia atrás en ondas de su

cincelada cara. Él solo sonreía misteriosamente negándose a

contestarme.

Ahora nuestras copas chocaban. Vincent se inclinó para darme

un casto besito en los labios antes de decir:

—Feliz cumpleaños, Kate. —Sus ojos brillaron con picardía

mientras me miraba con esa mirada que siempre me derretía: como si

fuera comestible y él apenas podría resistirse de darme un mordisco.

—Ustedes chicos deberíais irse —dijo Mamie

—¿Ir a dónde? —pregunté confusa.

—Gracias por mantener mis planes de cumpleaños en secreto —

dijo Vincent dirigiéndose a mi familia. Entonces, volviendo a hacerme

frente, dijo—: Vas a necesitar esto primero —y sacó un paquete grande

y blanco de debajo de la mesa. Poniéndome roja, deshice el lazo y abrí la

caja para ver. Cuidadosamente, reposando entre capas de papel, seda

de color azul medianoche, bordada con un patrón asiático con

diminutas flores plateadas y rojas y también enredaderas. Me quede

boquiabierta—. ¿Qué es esto?

—Bueno, ¡sácalo de ahí! —dijo Mamie

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Saqué la tela para levantarla. Era un impresionante vestido de

fiesta sin mangas, largo hasta el suelo, con talle alto y tirantes que se

ataban detrás en la nuca. Casi se me cae, era tan exquisito.

—Oh, Vincent. Nunca había tenido algo tan precioso. ¡Gracias! —

le di un beso en la mejilla—. ¿Pero cuándo se supone que podre

llevarlo? — dije poniendo de vuelta el vestido dentro de la caja.

Él sonrió radiante.

—Bueno, esta noche, para empezar. Ve y cámbiate. Georgia me

dijo tu talla, así que debería quedarte bien.

Georgia tuvo su amplia sonrisa de engreída de nuevo. Era bueno

volver a verla como había sido antes, aunque solo fuera por unos

segundos.

—Iré contigo —me dijo, y las dos salimos hacia mi cuarto.

—¿Cuándo te preguntó Vincent acerca de esto? —le pregunte

mientras me sacaba la ropa y me deslizaba el vestido por la cabeza.

Georgia me abrochó el corpiño por detrás y ató los tirantes en mi

nuca haciendo un nudo detrás de mi pelo.

—Arriba, pienso yo —dijo, retorciendo mi largo pelo y sujetándolo

con horquillas detrás en un simple pero elegante recogido.

—Hace una semana. Él me llamó de este nuevo estudio de un

diseñador de moda y me preguntó por tu talla. Parece que se lo dije bien

—dijo, evaluando el vestido con evidente envidia. Tocó la cicatriz en mi

brazo y desapareció en su habitación volviendo con una fina torera—.

Esto lo esconderá —asintió dando su aprobación—. Santa vaca, esta

cosa es divina. —Pasó sus dedos por la seda mientras mirábamos mi

reflejo en el espejo.

—Vaya, viéndote así no puedo creer que seas la misma chica

quien hizo una convincente imitación de Uma Thurman-Kill Bill hace

menos de dos semanas. —La abracé cuando salimos de la habitación.

Vincent me estaba esperando en la entrada. El fuego de sus ojos

reveló exactamente lo que veía en mí.

—Oh, cariño, ¡estás despampanante! —exclamó Mamie, sonriendo

mientras me pasaba un largo abrigo negro con capucha—. Lo

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necesitarás para mantenerte calentita. Siempre fue demasiado grande

para mí, pero debería quedarte perfecto —murmuró.

—Eres preciosa, igual que tu madre —susurró Papy con afecto,

besando mis mejillas y diciéndonos que lo pasásemos bien. Georgia nos

dijo adiós con la mano y, cerrando la puerta, bajamos las escaleras.

Una vez fuera en el frio aire, estuve contenta por el abrigo de

Mamie, que estaba tan bien aislado que podía dejarlo abierto,

enseñando el vestido. A mitad de la manzana, Vincent se paró, se volvió

hacia mí y murmuró:

—Kate, me siento tan —se paró, como si le faltaran palabras—

tan horado por estar contigo. Tan afortunado, gracias.

—¿Qué? —dije sin creérmelo. Él se inclinó para besarme y yo me

acerqué para encontrarme con sus labios.

Mi cuerpo se amoldó al suyo cuando nuestros labios se tocaron.

Sentí el latido de su corazón cerca del mío, y un delicioso calor creció en

mi interior mientras le devolvía el beso. Vincent sostuvo mi rostro con

cuidado a la vez que sus labios presionaban contra los míos con más

insistencia. El calor en mi interior se transformó en un rio de lava.

Finalmente rompiendo nuestra conexión, me cogió entre sus

brazos.

—Más. Después —prometió—. Cuando no estemos en medio de la

calle. —Me miró como si fuera su propio milagro personal, y pasando su

brazo alrededor de mis hombros, me estrecho más cerca mientras

caminábamos hacia el rio.

Una vez allí, nos dirigimos por un largo tramo de escaleras hacia

el muelle. Me reí cuando reconocí una figura familiar de pie a unos

metros de nosotros—. ¿Qué estás haciendo aquí Ambrose, en mi

cumpleaños?

—Sólo soy parte del plan Katie-Lou. Sólo parte del plan —dijo

agachándose para besar mis mejillas—. Ahora, vamos a verte. —Dio un

paso atrás y silbó cuando dejé caer el abrigo hacia la mitad de mis

brazos para enseñar el vestido.

—Vin eres un hombre con suerte —dijo, dándole un travieso pero

doloroso puñetazo en el hombro a Vincent. Éste masajeo el sitio riendo,

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y dijo—: Gracias. Justo lo que necesitaba, una lesión corporal cuando

intento impresionar a mi novia.

—Oh, vas a estar impresionada —Ambrose sonrió—. ¡Más te vale!

— señaló el agua con una mano—. Mira de lo que he estado cuidando

para ti durante la ultima hora y media.

Un pequeño bote de remos, pintado de un rojo brillante,

balanceándose suavemente en las olas del río.

—¿Qué es esto? —me quedé boquiabierta.

Vincent sonrió y dijo:

—Normalmente habría dicho “las damas primero”, pero en este

caso…

Bajó los empinados escalones de piedra en el costado del muelle y

saltó ágilmente dentro del bote. Ambrose me ayudó a bajar la mitad del

camino, y en ese momento Vincent agarró mi mano y cuidadosamente

di un paso en la balanceada embarcación.

Ambrose nos saludo antes de irse.

—Mándame un mensaje si me necesitas, tío —gritó mientras se

hacía camino por los escalones hacia el nivel de la calle.

Vincent destrabó los remos y remó al oeste hacia las tenues luces

del Museo d’Orsay.

—Coge una manta —dijo, señalando una pila de cubrecamas y

colchas afelpadas esparcidas en el fondo de la barca. Él había pensado

en todo.

—¿Cómo… cómo has conseguido esta barca? ¿Ha sido algo legal?

— tartamudee.

Vincent asintió.

—Tan legal como cualquiera de los negocios de Jean-Baptiste.

Pero para responder a tu pregunta, si, el barco está censado en los

registro de París. No vamos a ser detenidos por ningún policía fluvial —

rió, y entonces dijo—: ¿Entonces cuando quieres abrir tur regalos?

—Estás bromeando. ¿Vincent? No necesito más regalos. Este es el

regalo más increíble que haya recibido jamás. ¿Un paseo en barco por el

Sena? ¿En un increíble vestido de fiesta hecho de seda? ¡Tengo que

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estar soñando! —Miré las luces brillando en los Jardines de Tullieries

mientras pasábamos un monumental edificio con columnas griegas,

dominando la orilla izquierda. Enormes estatuas de dioses y diosas

flanqueando el edificio. Sentí como si esta noche, con Vincent a mi lado,

perteneciera ahí arriba justo en el medio de ellos.

—Abre tus regalos —me urgió con una sonrisa sexy—. Están

debajo de las mantas. —Se quitó su pesado abrigo y siguió remando.

Busqué debajo de las colchas y saqué dos paquetes envueltos con un

papel plateado.

—Primero abre el grande —contestó suavemente. Él ni siquiera se

estaba quedando sin aliento por remar.

Lo abrí con cuidado y lo vi, acurrucado entre capas de papel de

seda, un diminuto bolso hecho de seda con un patrón asiático a juego

con mi vestido, atado en cada lado a una larga cadena. El cierre estaba

hecho con dos flores metálicas esmaltadas en rojo y plateado, haciendo

juego con los de la tela.

—Oh, Dios mío, Vincent, es precioso —susurré, pasando mi dedos

por el bolso.

—Ábrelo. — El brillo en sus ojos me dijo que lo estaba disfrutando

tanto como yo. Puede que incluso más.

Con cuidado, separé las dos flores para abrir el bolso y saqué

fuera un pequeño montón de entradas. Sosteniéndolas a la luz arrojada

por las farolas en el borde del río, vi el logo de la Opera Garnier.

Miré a Vincent de manera inquisitiva, y él dijo:

—Me dijiste que te gustaba la danza. Son entradas para la

temporada en la Opera Garnier, donde tienen lugar espectáculos de

ballet y danza contemporánea. Reservé un palco privado, será nuestro

para esta temporada. Para eso te regale el vestido, pero como el primer

ballet no es hasta dentro de unas semanas, no quería que tuvieras que

esperar para llevarlo.

No sabía que decir. Mis ojos se llenaron con lágrimas.

Vincent dejó de remar.

—¿Qué pasa Kate? ¿Estás tristes? Dijiste que querías salir en

alguna cita normal, humana, y pensé que esto sería una buena idea.

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Encontrando mi lengua al final, dije:

—No hay nada normal en unas entradas de temporada y un palco

privado en la Opera Garnier. Ni siquiera en un vestido hecho a medida

para que pueda ponérmelo para ir ahí. Vincent, no —negué con la

cabeza—. “Normal” no es la palabra.

Sus facciones se suavizaron al darse cuenta de que no estaba

triste, sólo abrumada.

—¿Así que cual sería la palabra? ¿Anormal?

—Excepcional. Extraordinario. El polo opuesto de normal.

—Bueno, querida Kate, como ya te expliqué una vez, te estoy

pidiendo que intercambies una vida normal por algo extraordinario. Así

que quiero compensarte por eso de una manera extraordinaria.

—Estás haciendo un buen trabajo.

—Todavía tienes uno más —dijo señalando la caja restante.

Abrí el papel y saqué una abisagrada caja de joyería, por el

tamaño podría ser un collar o una pulsera. Le miré alarmada.

—Vincent, es demasiado pronto para algo así —dije incómoda.

—Me gustaría pensar que te conozco lo suficiente —obviamente

estaba disfrutando de mi incomodidad—. ¿Crees que te asustaría

regalándote joyas demasiado pronto? Confía en mí, no es lo que

piensas.

Lentamente abrí la caja. Había una tarjeta en el interior. En una

letra diminuta y de aspecto antiguo estaba escrito:

Para Kate Beaumont Mercier, clases de esgrima

dadas por mí mismo, Gaspard Louis-Marie Tabard.

Numero de clases especificado por V. Delacroix:

tantas como puedas manejar.

—¡Oh, Vincent! —grité lanzándome para abrazarlo, casi volcando

el bote en el intento—. Esto es perfecto. —Me senté otra vez y sacudí mi

cabeza con asombro, mirándole reír y enderezar el barco—. Tú eres

perfecto — murmuré, y él me contestó con una de sus increíbles

sonrisas, casi haciéndome caer al río por la borda.

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—Ese regalo es mas como un agradecimiento por salvarme de

flotar alrededor como un fantasma incorpóreo por el resto de la

eternidad.

—Pero eres tú el que hizo todo el trabajo —protesté.

—No podríamos haberlo hecho juntos si no hubiese sido porque

tienes una voluntad fuerte. Ahora tendrás la habilidad para

acompañarlo. Espero que no tengas que usarlas en una situación real,

pero desde que aceptaste compartir una pequeña parte de mi vida —me

mostró una sonrisa cautelosa— me sentiría mejor si estuvieras

preparada para poder sobrellevar cualquier cosa que puede ponerse en

tu camino.

Las lágrimas que intentaba contener empezaron a correr por mis

mejillas.

—¡Kate! Se supone que no ibas a llorar —bloqueó los remos en

sus anillas. Se deslizó de su banco para sentarse en el suelo del barco,

enfrente de mí.

Flotamos debajo del Puente de Alexander III, el puente más bonito

de todo París, con guirlandas de piedra cubriendo alrededor sus arcos y

farolas de bronce y cristal brillando en su parte superior. Pero apenas

podía ver su opulenta belleza cuando nos envolvió y después no liberó

de su refugio en el otro lado. Porque el chico sentando en frente de mi

era lo único en lo que podría centrarme. Cerré mis ojos por miedo a ser

barrida por mis emociones.

Él quería estar conmigo. Lo suficientemente para cambiar su vida

por mí. Lo suficiente para lanzarse hacia un desconocido, inexplorado

futuro. Por mí.

Lo quiero. Había estado guardando estas dos palabras en mi

interior para protegerme a mí misma. Pero había terminado con eso de

la supervivencia, ahora mi corazón estaba abierto. Tenía miedo de que

ese amor pudiera hacerme vulnerable. En su lugar me sentía poderosa.

—Kate, ¿estás bien? —él quito las lágrimas de mi cara.

Subiendo mi vestido cuidadosamente hasta mis rodillas, me

deslicé sentándome en frente en él. Cogió mis tobillos en sus manos y

envolvió mis piernas alrededor de sus caderas, hasta que estuve

sentada cómodamente entre sus piernas. Nuestras caras a pocos

centímetro la una de la otra.

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Cuando me abrazó, descanse mi cabeza en su hombro y cerré mis

ojos. Dejé que el conocimiento de que lo amaba creciera hasta que me

envolvió con un calor que hizo que toda mi piel se sintiera en llamas.

Nuestro bote se balanceó en el agua cerca de una esquina del

muelle, y abrí mis ojos para ver la Torre Eiffel, río abajo de donde

estábamos nosotros, adornada con un millón de diminutas luces,

brillando como un árbol de Navidad. Su reflejo en la superficie del agua

brillaba como un universo de pequeños cristales.

—Oh, Vincent, ¡mira! —exclamé.

Él sonrió y asintió, sin tener que volverse viendo su reflejo en mis

ojos.

—Tu último regalo. Es lo que hemos venido a ver. Feliz

cumpleaños, Kate. Mon ange. — Y con un susurro tan leve que no me

podía imaginar dijo—: Mi amor.

A pesar de estar sentada en una barca sobre el Sena, flotando en

medio de un millón de puntos de luz, abrazada al primer chico al que

jamás amé, no podía evitar pensar en nuestras posibilidades.

Suerte, normalidad, destino… ninguno de esos parecía estar de

nuestro lado. Nosotros estando juntos, se salía de todos los pronósticos.

Lo único que sabía era que algo bueno había comenzado. Una llama

había sido prendida. Y el universo entero nos estaba observando,

mirando si la llama sería apagada.

Todo lo que podía hacer era aguantar la respiración. Y esperar.

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Kate y Vincent han superado todos los pronósticos y, por fin

están juntos en París, la ciudad de las luces y el amor.

Mientras su romance se profundiza hay una pregunta que no

puede pasar por alto: ¿cómo se supone que deben estar juntos si

Vicente no puede resistirse a sacrificarse para salvar a otros? Aunque

Vicente promete que él hará todo lo necesario para llevar una vida

normal con Kate, que significa: ¿dejar que personas inocentes mueran?

Cuando un enemigo nuevo y sorprendente se revela, Kate se da cuenta

de que más puede estar en juego y que la inmortalidad de Vincent está

en peligro.

En Die For Me, Amy Plum creó una mitología fascinante

paranormal con aparecidos inmortales y un exuberante establecimiento

de París. Hasta que muera, está a punto de emocionar a los lectores con

más suspenso trepidante, el romance fascinante, y un final de suspense

que les dejará desesperado por la tercera novela y el final de la serie.

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Amy Plum, pasó su infancia en

Birmingham, Alabama, veinte años en

Chicago y París, donde vestía de negro y

bailaba todo lo que quería, y varios años más

en Londres y Nueva York. Se licenció en

Londres en Historia de Arte Medieval,

especializada en la pintura Sienesa Temprano

(1260─1348).

Harta de traslados, se estableció en el

Valle de Loira con su apuesto marido francés,

dos niños pequeños encantadores y su perro

rojo Ella.

Die for me es su primera novela.