Monseñor Romero (Hno. Gabriel)

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Introducción BREVE SÍNTESIS DE LA VIDA DE ROMERO Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació un 15 de agosto de 1917, en la Ciudad de Barrios, Departamento de San Miguel, en el oriente de la República de El Salvador. Su Padre, telegrafista, y su madre, de oficios domésticos, eran de orígenes muy humildes y católicos muy devotos. Con su padre Mons. Romero se dedicó, desde pequeño, al aprendizaje de la carpintería y la música. En 1930, con apenas trece años de edad, ingresó al seminario menor en San Miguel y luego, en 1937, se mudó a Roma donde terminó sus estudios teológicos en la Universidad Gregoriana, el 4 de abril de 1942. Los fines de semana enseñaba catecismo en las parroquias populares de Roma Regresó a El Salvador en 1943, con una breve pausa en la isla de Cuba, ya que el presidente de entonces, Fulgencio Batista, lo detuvo y lo internó en un campo de concentración organizado por el gobierno cubano. Regresó a San Miguel y el Obispo le confió la parroquia de Anamorós, un pueblo cercano a San Miguel donde se venera la patrona de El Salvador, Nuestra Señora de la Paz. En 1966, fue nombrado Secretario de la Conferencia de Obispos de El Salvador. Durante este tiempo, difundió centenares de sermones emotivos y espirituales a través de la radio, a lo largo y ancho del país, ganándose así el respeto de la comunidad católica. En 1970, fue nombrado Obispo y ejerció junto al Arzobispo Mons. Chávez y González. El 3 de febrero de 1977, el Papa Pablo VI, le concedió el título de Arzobispo de San Salvador. 1.1 SU NIÑEZ

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Introducción

BREVE SÍNTESIS DE LA VIDA DE ROMERO

Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació un 15 de agosto

de 1917, en la Ciudad de Barrios, Departamento de San

Miguel, en el oriente de la República de El Salvador. Su

Padre, telegrafista, y su madre, de oficios domésticos, eran de

orígenes muy humildes y católicos muy devotos. Con su padre

Mons. Romero se dedicó, desde pequeño, al aprendizaje de la

carpintería y la música.

En 1930, con apenas trece años de edad, ingresó al

seminario menor en San Miguel y luego, en 1937, se mudó a

Roma donde terminó sus estudios teológicos en la

Universidad Gregoriana, el 4 de abril de 1942. Los fines de

semana enseñaba catecismo en las parroquias populares de

Roma

Regresó a El Salvador en 1943, con una breve pausa en la

isla de Cuba, ya que el presidente de entonces, Fulgencio

Batista, lo detuvo y lo internó en un campo de concentración

organizado por el gobierno cubano. Regresó a San Miguel y el

Obispo le confió la parroquia de Anamorós, un pueblo cercano

a San Miguel donde se venera la patrona de El Salvador,

Nuestra Señora de la Paz.

En 1966, fue nombrado Secretario de la Conferencia de

Obispos de El Salvador. Durante este tiempo, difundió

centenares de sermones emotivos y espirituales a través de la

radio, a lo largo y ancho del país, ganándose así el respeto de

la comunidad católica. En 1970, fue nombrado Obispo y

ejerció junto al Arzobispo Mons. Chávez y González. El 3 de

febrero de 1977, el Papa Pablo VI, le concedió el título de

Arzobispo de San Salvador.

1.1 SU NIÑEZ

Hay algo grande en Mons. Romero, y es su generosidad.

Por eso, lo que hemos escuchado siempre "Dios no se deja

ganar en generosidad", se hace realidad en él: en los

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momentos más conflictivos de los pueblos, Dios suscita

hombres que puedan responder a las necesidades del

momento. Ni Romero ni sus propios padres conocían el papel

histórico que le tocaría representar en el pueblo salvadoreño.

Me gustaría decir que esto solo lo iría descubriendo con el

tiempo. Pero si vemos el recorrido de la vida de Romero, no

podemos sostener tal idea y solo podemos afirmar que la

historia le hizo un llamado en un momento determinado y él

tuvo que responder. Claro está que su propia vida sería un

acontecimiento que lo impulsaba a responder a ese

llamamiento.

El caminar de Romero como pastor y profeta empezó a

gestarse en Ciudad Barrios, pequeña población donde vivía la

familia Romero. Santo Romero, padre del niño Romero, era

telegrafista y compartía con su esposa, Guadalupe, una

humilde casa, donde el matrimonio acompañaba a su hijo

Óscar y a su pequeña Zaida que crecían a sus anchas en el

campo, participando en las tareas propias de dicha vida, como

el ordeño de vacas. En los momentos libres del colegio, Óscar

ayudaba a su padre en el trabajo, aprendiendo el oficio que

consistía en el manejo de la máquina telegráfica, labor que le

iba a servir más adelante en el apostolado, donde se destacó

por los programas de radio y la dirección del periódico

comunitario de su diócesis.

El nacimiento de Óscar Arnulfo Romero fue el 15 de

Agosto de 1917, día de la Asunción de la Virgen María, en un

pequeño pueblo de Ciudad Barrios, del Departamento de San

Miguel (El Salvador). Al igual que su padre, fue un aficionado

a la música llegando a tocar la flauta que heredó de su padre,

lo que le hizo ganar el apodo de "niño de la flauta". En cuanto

a la habilidad de escribir música, comentaba con nostalgia a

sus compañeros de estudio, que "había aprendido también de

su padre". Les refería cómo solucionaba la escasez de papel

pautado escribiendo las lecciones sobre el suelo polvoriento.

Solamente cuando su padre las aprobaba, las pasaba al papel

en limpio" (Delgado, pág. 11).

Conservó su amor por la música tanto en el seminario

mayor como, más tarde, en Roma donde aprendió a tocar

piano y armonio, juntando a ello el gusto por el canto. Se

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caracterizó por ser una persona abstraída; era reservado, se

le consideraba tímido; no le era fácil relacionarse con los

demás y esta dificultad era producto de una enfermedad que

padeció cuando pequeño y que le obligó a seleccionar y

restringir su círculo de amistades. No tuvo la suerte de

participar en su niñez en los juegos con amigos de la cuadra.

El hecho de tener que ir al colegio le sacó de la actitud

enfermiza. Esto fue posible los primeros tres años de la

primaria pero, los tres restantes, tuvo que continuarlos con la

señorita Anita Iglesia, quien le acompañó para terminara la

escuela primaria. Esta situación era debida también a que la

población no podía costear la escolaridad de sus niños.

1.2 VOCACIÓN SACERDOTAL: LA TIENE EL

ALCALDE

Cuando se habla de la vocación de un personaje religioso

se descubre que el despertar de dicha vocación tiene que ver

generalmente con la madre, el padre o un sacerdote. Pero, en

el caso de Romero, vemos que el llamado a la vocación

sacerdotal la hace el alcalde del pueblo. Citamos esta

experiencia señalada por otro autor: "Su vocación no la

descubrió Óscar por medio de su madre o de su padre, sino a

través del alcalde del pueblo. Efectivamente, don Alfonso

Leiva habló de ello primero con el pequeño y luego se lo

manifestó al padre de Romero. Poco tiempo después el padre

misionero Benito Calvo animaba a Romero a que se fuera al

seminario. Este sacerdote solía visitar el poblado para llevar

la palabra de Dios y los sacramentos" (Delgado pág. 13).

El alcalde del pueblo despertó en Oscar la inquietud por

la vida sacerdotal al ver que no había sacerdote en el pueblo.

Dios se manifiesta y se presenta donde quiere y como quiere;

Él sabía cómo despertar esa semilla en este hijo suyo. Los

padres de Óscar, viendo la necesidad material de la familia, se

conformaban con "un San José" ejerciendo el oficio de

carpintero. Pero el Señor le tenía predestinado el trabajo de

apóstol, profeta y mártir. El padre Benito Calvo, sacerdote

misionero, que iba esporádicamente al pueblo a llevar la

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palabra y los sacramentos, sería el que terminaría de

esclarecerle a Óscar el llamado de Dios al sacerdocio.

Confirmado este llamado, Óscar tendría que viajar a San

Miguel, la principal ciudad de El Salvador, donde completaría

sus estudios de filosofía para luego estudiar la teología en

Roma. Pero, la dificultad no eran los estudios en sí, sino la

situación de la familia Romero para cubrir las necesidades del

seminario, ya que la señora Guadalupe estaba enferma y todo

el dinero estaba destinado a cubrirlos gastos de su salud, que

iba empeorando.

Esta necesidad, a la que se enfrentaba su familia y que

sentía como propia, llevó a Óscar a familiarizarse más con el

trabajo pastoral ayudando algunos párrocos que lo invitaban a

colaborar en el apostolado. Así, iba acompañando la pastoral

de su comunidad y, a la vez, con los beneficios que le

proporcionaban los sacerdotes, ayudaba a su familia.

1.3 FORMACIÓN HUMANA, CRISTIANA Y

TEOLÓGICA DE LA ÉPOCA DE ROMERO

Romero, se benefició mucho de la formación recibida en

el seminario; que completo la formación recibida en su

familia. El contacto con el campo, el frescor de las tierras y la

tranquilidad le permitieron adaptarse a una vida

contemplativa y a la oración. Para él no fue difícil la vida del

seminario, más bien logró profundizar su oración. El ejemplo

de su padre, quien era un hombre muy religioso, amigo de los

vecinos y del párroco, le ayudó a vivir su fe cristiana. Era

costumbre en la familia Romero la práctica de los valores

humanos y cristianos, destacándose la justicia, el amor y la

solidaridad-estos valores le ayudaron a una sana convivencia

en la comunidad, en su pueblo, Ciudad Barrios.

La manera tan particular de ser de Romero fue lo que

llamó la atención al alcalde Alfonso Leiva y le llevó a

proponerle ir al seminario, propuesta que, posteriormente,

fue reforzada por el padre misionero Benito Calvo, quien

concretó dicha propuesta ofreciendo llevarlo al seminario de

la Diócesis de San Miguel. Esta ciudad, considerada la ciudad

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más importante de todo el oriente del país, quedaba a ocho

horas del pueblo donde vivía la familia Romero y el viaje se

realizaba a caballo.

Romero, siendo apenas un adolescente de escasamente

catorce años, se incorpora al seminario a cargo de los padres

claretianos, que concebían la formación sacerdotal desde un

estilo familiar, permitiendo al joven una adaptación

progresiva sin extrañar a la familia que había dejado. Este

régimen del seminario favorecía el clima familiar. Dentro de

la institución se organizaban tertulias, juegos, deportes,

ayudando a consolidar un ambiente de amistad donde los

jóvenes podían corregirse mutuamente favoreciendo la

fraternidad.

En el seminario diocesano el reglamento no era ni duro, ni

austero, era un sistema que se podía seguir con disponibilidad

y sencillez. A la hora de cumplir con las exigencias y las

normas, Romero se sentía cómodo, ya que tenía hábitos de

disciplina desde su familia por lo que no le fue extraño ese

estilo y pudo amoldarse a él con naturalidad.

Mons. Dueñas, Obispo titular del lugar, preocupado por la

formación de sus estudiantes y viendo las cualidades e

inteligencia del seminarista Romero, lo envió a estudiar a

Roma, junto con su compañero Valladares, que era el alumno

más brillante y con una gran inquietud intelectual.

LA EUROPA DE LA GUERRA

En los años 1936-1945 Europa se encontraba a las

puertas de una guerra. En consecuencia, vivía los conflictos

propios de una realidad como la que se avecinaba. Italia no

estaba ajena a esa realidad y le tocaría a Romero vivir de

cerca ese acontecimiento, sin saber que estos episodios de

guerra, muerte y odio se repetirían, años más tarde, en El

Salvador - aunque en menor escala-. Pero una guerra nunca

es de menor escala que otra: la realidad que se vive es de

muerte, sufrimiento y desaliento para aquellos que lo están

experimentando de cerca.

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Este fenómeno de la guerra era padecido por la sociedad,

la Iglesia, la familia, la educación; de una manera más directa

en el pueblo Italiano y, con mayor responsabilidad, por el

Papa y los representantes de la Iglesia que tenían la misión de

animar la comunidad y afrontar los acontecimientos, para dar

una respuesta a los fieles.

DESEMPEÑO SACERDOTAL

El padre Romero, a pesar de todo su impulso y

entusiasmo, no podría ser catalogado como un sacerdote

progresista; más bien lo vemos como un sacerdote tradicional.

Sus prácticas y sus retiros eran muy apegados a la doctrina

del magisterio de la Iglesia católica; en todo momento

manifestó un gran amor a la Iglesia y el Papa y cuando viajaba

a Roma regresaba reconfortado por el encuentro con el Santo

Padre.

Era un hombre de mucha oración, sencillo y humilde;

nunca le gustó mostrarse en público como un gran personaje.

La historia le jugaría una mala pasada ya que llegaría a ser un

personaje muy significativo para el pueblo salvadoreño e,

incluso, para los pueblos de América. Su actuación en la

sociedad salvadoreña fue muy relevante y cuestionada por las

autoridades. Se presentaba como un sacerdote de derecha. Al

emplear este calificativo para referirnos al padre Romero, no

lo estamos descalificando, ya que él se presentaba cercano al

pueblo, la gente sencilla. Sus amigos eran los pobres, los que

no tenían nada que comer pero que estaban seguros de tener

un amigo que sonreía con ellos y los acompañaba en su dolor.

No perdió la humildad que lo caracterizaba desde el seno

familiar; se identificaba con aquellos campesinos que estaban

desposeídos, abandonados, que no tenían nada. Él recordaba

muy bien que su origen era de una familia humilde.

El padre Romero no entraba en debates públicos,

sociológicos o políticos; su preocupación era llevar a Dios a la

gente. Parecía estar alejado de los fenómenos sociales y

políticos del momento, estaba más bien entregado a la

pastoral. Se mostraba muy conservador en su apariencia, en

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sus atuendos. Nunca se veía al padre Romero en traje de

calle, andaba con sotana siempre y, cuando no, llevaba un

traje negro y cuello romano. Nunca se le vio sin atuendo de

sacerdote.

Era un hombre muy cuidadoso de su ser sacerdotal;

nunca se le vio fumar, tomar bebidas alcohólicas, salvo en la

misa cuando tomaba vino de consagrar o, quizás, tomaría una

copita de vino "social" en una reunión o una cena. Era un

hombre de una rectitud intachable. A él no le gustaban los

sacerdotes que se salieran de esos parámetros; por eso se

ganó el disgusto de algunos que llegaron a pedir al Obispo

que lo destituyera de los cargos confiados a él, moción que el

obispo no aceptó.

A pesar de las críticas que le hacían, el padre Romero, se

mantenía fiel a la Iglesia Institucional, al Vaticano y a los

obispos. Si tenía una diferencia con un Obispo, prefería

esclarecer esta duda en privado, antes de que el problema

saliera a la luz pública. Era catalogado como un sacerdote

correcto, para muchos compañeros sacerdotes esto era

sinónimo de derecha, pero el más bien estaba pendiente de

las normas.

Este inconveniente es producto de la división que se vivía

en El Salvador entre los sacerdotes a causa de los

movimientos políticos, sociales de la época. Muchos

sacerdotes jóvenes, asociados a las comunidades de bases,

tenían otro estilo totalmente distinto. Algunos de ellos dejaron

el ministerio y se unieron a la guerrilla y esto al padre

Romero le inquietaba; hasta tuvo que enfrentar más delante

este mismo problema con sus propios sacerdotes.

ROMERO, OBISPO

El padre Romero no sabía decir no a ninguna de las

propuestas pastorales que se le hacían, a pesar de su salud

débil. La curia, aun conociendo esa condición, pero también

sus cualidades humanas y cristianas, decidió elevarlo al

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servicio del episcopado. El día 21 de abril de 1970, el nuncio

apostólico lo convocó para comunicarle la voluntad del Papa.

Reconociendo su condición enfermiza, el padre Romero

tuvo miedo de la responsabilidad que estaba por asumir y con

estas dudas acudió a sus sacerdotes de confianza, un

sacerdote Jesuita y un padre del Opus Dei, para consultar

acerca de la solicitud del Santo Padre. Estos lo animaron a

tomar la decisión, en vista de lo cual acude a su médico de

confianza para ver hasta dónde podía responder por la

condición de su salud. Tanto los sacerdotes como el médico

no veían ningún impedimento a tan alto cargo encomendado

por la Iglesia. Ante estas afirmaciones no le quedó sino

responder con generosidad al llamado que la Iglesia le hacía.

El padre Romero ya había sido cuestionado por los

sacerdotes de la Diócesis y ahora le tocaba trabajar,

acompañándolos como padre y pastor. Seguro que quedaba el

fantasma de aquellos que no lo vieron con buena fe. Durante

los cuatro años que estuvo de obispo auxiliar del arzobispo

Chávez, casi nunca quiso asistir a las reuniones del clero. De

igual manera la relación que mantenía con los dos otros

obispos no eran muy cordiales. Quizás Mons. Romero veía que

estas reuniones no eran nada pastorales sino más bien se

prestaban para criticar al Papa, a la Iglesia y a los superiores

religiosos.

Mons. Romero supo apreciar las buenas costumbres y el

gusto por las cosas finas, aunque en su vida personal practicó

siempre la pobreza con su vida sencilla. En la doctrinal

siempre se apegó a los principios fundamentales de la fe y era

celoso de que se cuidaran. Una vez, estando en una parroquia

de visita, escuchó la homilía de un sacerdote, quien dijo algo

fuera de la doctrina; lo llamó luego a solas y lo corrigió

invitándolo a tener más cuidado con los fundamentos de la fe.

Cuando sabía que una ley venía del Papa, para él era

norma de vida y se debía cumplir. En cambio, cualquier idea

que naciera fuera del Vaticano, no era aceptaba por él con

facilidad y le costaba ponerla en práctica. De ahí su dificultad

para asumir las ideas emanadas del Documento de Medellín,

lo cual causó una pugna entre él y los sacerdotes llamados

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"Medellinistas" como se denominaban a los que enseñaban

estos principios.

Una de las tareas pastorales, que Mons. Romero realizó al

llegar a su diócesis, fue dirigir el semanario llamado

Orientación que estaba en manos de un sacerdote con ideas

avanzadas y sus escritos eran guiados hacia reflexiones que

no favorecían el espíritu de la Iglesia y la comunión entre los

fieles. La función del sacerdote llegó a su fin cuando publicó

en el semanario un artículo de Camilo Torres, sacerdote

guerrillero, alabando sus virtudes y la opción que había

tomado éste.

Al tomar Mons. Romero la dirección del semanario,

cambió su rumbo qué se reflejó en otra manera de presentar

las noticias y de hacer la propuesta de evangelización. Su

orientación estaba en conformidad con el pensamiento del

Papa y se publicaban artículos tomadas de l'Osservatore

Romano dándole así cabida entre los feligreses de El

Salvador. La preocupación de Mons. era que el semanario

pudiera presentar los principios fundamentales de la fe y, al

lograrlo, se sintió satisfecho de haber cumplido su labor.

Cuando le dieron la titularidad de la Diócesis de Santiago

María, los sacerdotes que lo conocieron como vicario y obispo

auxiliar se sorprendieron. A pesar de su rango, Mons. Romero

se dedicó a la labor pastoral sacramental y a la predicación.

Para los que lo conocieron no era un buen orador, pero fue

ganando seguridad y confianza a medida que se adentraba en

su tarea pastoral, manifestando su espíritu de servicio y de

trabajo en la radio y los medios de comunicación, en los

cuales cumplió su misión con mucho esmero.

Al ver que en Santiago María no existía una radio

disponible, utilizó un jeep con altavoces para predicar por las

comunidades y anunciar sus avisos pastorales. Su manera de

llegar a la gente fue totalmente novedosa: alcanzaba a los

enfermos, catequizaba, casaba á los novios y aprovechaba

para prepararlos a santificar sus hogares. Todo esto causaba

gran impresión en los sacerdotes que veían al Obispo asistir a

sus feligreses y promover una pastoral sin gran organización.

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Esa manera de evangelizar les llamaba mucho la atención

a los sacerdotes; para ellos este obispo se apartaba

totalmente de todos los demás obispos anteriores, sobre todo

porque Mons. Romero mostraba una gran sensibilidad por los

pobres a quienes visitaba y acompañaba en sus necesidades.

La situación política de el Salvador era muy tensa.

Muchos sacerdotes jóvenes buscaban la manera de llegar a

los más pobres, los perseguidos y los que estaban padeciendo

por una política mal encausada por el régimen dictatorial que

imperaba en la sociedad. Ante esa situación pastoral, Mons.

Romero determinó que "los Naranjos era una experiencia

pastoral de catequización y evangelización inspirada

totalmente en Medellín" (Delgado, pág. 63).

Era una pastoral que buscaba llevar la palabra y la

doctrina al campesinado. Esta experiencia incomodaba tanto

al gobierno como a parte de la jerarquía eclesiástica, ya que

tenía ciertas actitudes antigubernamentales y anti-

oligárquicas que buscaban la liberación de un pueblo que

vivía en la opresión. El nuncio estaba inquieto por esta

práctica pastoral y buscaba la forma de llegar a disuadir a

esos sacerdotes a dejar de lado esa propuesta, pero no tenía

entrada en esa realidad. Al nombrar a Mons. Romero obispo

titular, le encomendó tomar carta en el asunto, tarea que

supo éste abordar con mucha diplomacia y tino, para que la

experiencia que se estaba llevando en esa comunidad no fuera

disuelta pero si canalizada desde la diócesis y aplicada desde

una sana doctrina pastoral.

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MUERTE Y PROYECCIÓN DE ROMERO EN SUS

SACERDOTES

Durante tres años de servicio arzobispal Monseñor había

entregó toda su vida a su pueblo; solo le quedaba completar

dicha entrega con un ofrecimiento pleno, una inmolación y

este sacrificio no estaba muy lejos, pues ya había recibido

amenazas de muerte. San Salvador estaba llena de graffitis

con amenazas de muerte contra varias personas y, de una

manera más clara, estaba la figura de Mons. Oscar Romero a

quien llamaban revolucionario; decían: ¡Muerte a Mons.

Romero! Era una guerra frontal contra el obispo.

En aquellos tiempos se hablaba mucho del arzobispo.

Parecía una verdadera conspiración contra su vida. Lo peor

era que había gente de la Iglesia metida en esta conspiración,

ya que muchas personas que no lo soportaban, lo veían como

un subversivo, de extrema izquierda. Empezaron a sentir

cierto rechazo por el arzobispo; decían que la Santa Sede se

había equivocado al nombrarlo como arzobispo de la capital.

Otros, en cambio, lo veían como una persona pacifica,

tranquila. Sus predicaciones lo comprometían; tenían

sentido pues no eran palabras desencarnadas sino fiel

reflejo de la realidad que estaba viviendo el pueblo

salvadoreño. Él defendía a los pobres, los perseguidos, los que

caían víctima de las injusticias.

Ya para ese momento la situación de El Salvador no era

nada fácil. La revolución, aunque no declarada, había

estallado en toda la nación; las calles y la catedral estaban

llenas de pinturas instigando a la violencia. A pesar de estos

signos de muerte, Mons. siguió cumpliendo su misión;

llamaba a sus ovejas a no endurecer su corazón con el odio y

los invitaba a la conversión: "Compartan lo que son: un pueblo

de hermanos., ¡Somos hermanos! ¡Somos hijos de un mismo

suelo, de una misma patria!".

"No sigan callando a la violencia y, todos aquellos que se

sientan interpelados por este llamado, no se hagan los sordos,

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ni mucho menos continúen matando a los que estamos

tratando de lograr que haya paz y una justa distribución del

poder y de la riquezas de nuestro país. Les hablo en primera

persona porque esta semana me llegó un aviso de que estoy

en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana.

Pero que quede constancia de que la voz de la justicia ¡nadie

la puede matar ya!" (Mons. Romero).

Ante todas estas amenazas de muerte Mons. Romero

pedía a su pueblo que lo acompañara con las oraciones para

permanecer fiel al ministerio que Dios le había encomendado

y le prometió a su pueblo que no lo abandonaría; estaba

dispuesto a correr el riesgo que el ministerio de pastor le

exigía.

El ministerio de Jesús estuvo marcado por amenazas de

muerte y, a pesar de todo, Él siguió haciendo el bien; esta era

su misión, para esto lo había enviado el Padre. Hoy vemos que

la historia señala el mismo camino para algunos que Él elige;

es un regalo que se les concede a unos pocos, no a todo el

mundo: Jesús los llama a vivir el cáliz del martirio; solo unos

pocos corren con esta suerte.

Generalmente, solo aquellos que han querido hacer la

voluntad de Dios han sido amenazados a muerte y asesinados.

Mons. Romero no fue la excepción; en el seguimiento a Jesús;

tuvo el regalo de morir en el momento más sublime de la

Eucaristía; en el momento de ofrecer el pan y el vino; y no

solo ofreció este sacrificio recibido de Dios sino que brindó su

propia vida al pueblo salvadoreño. ¿Fue avisado de esto? Sí, y

de muchas maneras. Quizás fue una de las personas que más

amenazas recibió en su vida ministerial: por teléfono, cartas,

hasta por televisión. Pero él no se espantó; ofreció su vida a

los que lo perseguían; no se escondió. Él sabía todo esto, pero

no dejó su compromiso, siguió denunciando las injusticias y

siguió estando a la par de los pobres. El tenía la manera de

salvar su vida, podía a haberse callado pero siguió

cumpliendo su misión, él sabía que si se callaba traicionaría a

Dios y a su pueblo.

Mons. Romero fue amenazado por estar con los pobres,

con los más necesitados, con los perseguidos. No perdió

nunca este horizonte; fue consecuente con sus ovejas en un

momento histórico como el que estaba viviendo el Salvador.

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Él fue fiel a Jesús que le había encomendado esta tarea: Jesús

amó a los más desprotegidos y Monseñor se regocijaba en

ellos y allí estaba su complacencia como Padre y Pastor.

"Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad..."

(Lc 22,42)

Uno de los entrevistados nos dice: "Mons. estuvo en todo

momento amenazado de muerte; no hacía drama de eso pero

si hacía alusión, 'si me matan, no soy digno de la muerte,

como los grandes mártires de la historia, pero: si me matan es

un martirio que no merezco'. En ese momento acuñó la

famosa frase que se ha escrito en muchos libros,

pensamientos y posters: 'si me matan mi sangre será semilla

de cristianos'. Cuando asumió el papel de ser la voz de los

pobres, allí mismo firmó su decreto de muerte".

"Cuando yo digo que el firmó su sentencia de muerte, me

refiero a una homilía del 24 de marzo en la que se dirigió a los

soldados y les dijo: 'en nombre de Dios les pido, yo les ruego,

les ordeno; esas palabras fueron las que le dieron la sentencia

de muerte. Les decía a los soldados que desobedecieran una

orden superior de los militares, quebrando lo que para ellos

era el orden y la disciplina militar".

"Mons. había renunciado a todos los privilegios que se le

concedían por su dignidad arzobispal; ya había dejado el

palacio y vivía en la sacristía de la capilla del hospitalito de

los enfermos de cáncer. Él sabía que su pueblo estaba

sufriendo necesidades y no quiso ser distinto a ellos; él fue

consecuente con lo que predicaba. Como fiel seguidor de

Jesús, Mons. Romero resistió la tentación; cuando le

ofrecieron seguridad personal, la rechazó porque él pedía

seguridad para su pueblo. Consideraba como chantaje recibir

ventajas para sí apartándose así del pueblo".

"Romero decía en una homilía 'Cristo nos invita a no tener

miedo a la persecución porque, créanlo hermanos, él que se

compromete con los pobres tiene que correr el mismo destino

de los pobres. Y en el Salvador ya sabemos qué significa el

destino de los pobres: ser desaparecidos, ser torturados, ser

capturados, aparecer cadáveres. Y por eso la Iglesia sufre el

destino de los pobres: la persecución. Se gloría nuestra

Iglesia de haber mezclado su sangre de sacerdotes, de

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catequistas y de comunidades con la masacre del pueblo y

haber llevado siempre la marca de la persecución.

Precisamente porque estorba se le calumnia y no se quiere

escuchar en ella la voz que reclama contra la injusticia'." (17

de febrero 1980).

"Jesús no ha dejado de anunciar a sus discípulos y

discípulas el tiempo de la persecución. A lo largo de toda la

Sagrada Escritura, la historia de la salvación, la historia de

los pueblos, nos alerta de la persecución. En todos los pasajes

nos hace saber que él discípulo tendrá la misma suerte que el

maestro. Jesús no ha pintado un panorama fácil, alegre,

sencillo. Los ataques nos vienen desde donde uno menos se

los espera e incluso del sector religioso. Jesús estaba

consciente de que como iba el mundo no estaba de acuerdo

con el plan de Dios, sino con el plan y los intereses de los

poderosos. Estos intereses se oponen al mensaje de Jesús.

¡Qué diferencia cuando hoy día se presenta el mensaje de

Jesús como tan dulce, tan suave, tan sin problemas, como si

fuera una terapia individual!".

"Como Jesús, Mons. Romero también se enfrentó a la dura

realidad de la represión, de cadáveres, de pobreza extrema.

Para él, como para Jesús, el centro de todo es la vida humana

porque es esta vida que le preocupa a Dios".

"La verdadera persecución se ha dirigido al pueblo pobre,

que es hoy el cuerpo de Cristo en la historia. Ellos son el

pueblo crucificado como Jesús, el pueblo perseguido como el

Siervo de Yahveh y por esa razón, cuando la Iglesia se ha

organizado y unificado recogiendo las esperanzas y las

angustias de los pobres, ha corrido la misma suerte de Jesús y

de los pobres; la persecución" (2 de febrero de 1980).

Los grandes le tenían miedo a Jesús porque tenían miedo

a los pobres. Por esta misma razón tenían miedo de Mons.

Romero tienen miedo de todos los discípulos y discípulas en

todos los tiempos, cuando éstos y éstas defienden y se

solidarizan con el pueblo reprimido.

Mons. Romero se sentía obligado, desde el mismo hecho

de ser pastor, de dar su vida por los suyos a quienes amaba.

Para él tenía un rostro especifico "todo el pueblo

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salvadoreño", aun aquellos que le calumniaban e, incluso, le

deseaban la muerte. Su fe en Dios le hizo decir con fuerza "si

llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi

sangre por la redención y resurrección del Salvador. El

martirio es una gracia que no creo merecer, pero si Dios

acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de

libertad y la señal de que la esperanza será pronto una

realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la

liberación de mi pueblo y como testimonio de esperanza en el

futuro. Y si llegan a matarme, perdono y bendigo a quienes lo

hagan. Ojalá se convenzan de que perderán su tiempo. Un

obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no

perecerá jamás" (Marzo de 1980).

5 .2 CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

Fue aquel trágico lunes 24 de marzo, a la 5.30 pm,

cuando sonó el disparo criminal del sicario contratado por

Roberto D'Aubuison, un miembro de la derecha católica de El

Salvador. Monseñor estaba en la capilla del hospitalito

celebrando misa de aniversario en sufragio de doña Sarita de

Pinto. Mientras se celebraba aquella misa, que para Mons.

Romero sería la última, ya se había tramado su muerte; los

encargados de darle cumplimiento a esta orden ya estaban

llegando en sus vehículos donde iba un franco tirador con su

rifle mira-telescópica, que le disparó desde una ventana no

muy lejana de la pequeña capilla.

La madre María (María del Socorro Iraheta), que lo

asistió, comenta: "cuando escuché el disparo desde la cocina,

no me vino a la mente otra idea sino fue que habían matado a

Monseñor. Volé desde el comedor a la capilla, Monseñor

sangraba boca abajo en el suelo. Me le tiré encima:

'¡Monseñor!' Nada. Le tomé el pulso, nada. 'Démosle la

vuelta', le dije a la hermana Teresa. Cuando lo hicimos, un río

de sangre le salió por la boca. La madre Luz estaba llamando

al doctor, corrí donde ella: Ya no, Monseñor ya murió (Vigil,

2001, pág. 380).

EL SENTIDO DE LA MUERTE DE ROMERO

Page 16: Monseñor Romero (Hno. Gabriel)

Hasta aquí llegó el odio y la rabia que se le tenía a Mons.

Romero. Pero él cumplió lo que dice el evangelio: 'no hay

mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos'. Para

que haya resurrección tiene que haber habido vida. Para que

haya vida tiene que haber habido entrega. Para que haya

entrega tiene que haber habido ideal. Jesús había venido con

la misión de instaurar el Reino; este Reino es un Reino de

justica, verdad, vida, amor, solidaridad y libertad. Esta fue su

entrega, su vida y su muerte: la entrega de su vida resucitó.

No hay que buscarlo en la tumba, entre los muertos; él está

vivo, él vive y aparece entre los discípulos ' y discípulas, en

ellos y ellas (Valente, 2004).

Aludiendo a estas palabras, podemos citar a Ignacio

Ellacuría, mártir por la causa del evangelio cuando dijo: "con

Mons. Romero Dios pasó por el Salvador". Esta presencia de

Dios en el Salvador no fue reconocida por muchos, quienes se

burlaban de Mons. Romero e, incluso, le ocasionaron la

muerte. Pero, como en aquel tiempo, hoy no lo pueden callar

porque aparece también ante los fieles cristianos y en todo el

mundo como un profeta, un pastor que vivió la Fe entre su

pueblo y la extendió a todo el mundo. Nadie pudo ni puede

callar esa voz, ni siquiera la bala que le dispararon aquel

fatídico 24 de Marzo a las seis de la tarde.

De la realidad vivida por el pueblo y plasmada en la

misma figura de Mons. Romero podemos extraer dos párrafos

de los textos enunciados por Mons. Romero, que le dan

sentido a este sufrimiento del pueblo Salvadoreño y a la

entrega de su propia vida por la extensión del Reino de Dios

en este mundo:

"Estoy seguro de que tanta sangre derramada y tanto

dolor causado a los familiares de tantas víctimas no será en

vano. Es sangre y dolor que regarán y fecundarán nuevas y

cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que

tomarán conciencia de la responsabilidad que tienen de

construir una sociedad más justa y humana, que fructificará

en la realización de reformas estructurales audaces, urgentes

y radicales que necesita nuestra patria" (27 de enero de

1980).

Page 17: Monseñor Romero (Hno. Gabriel)

"Y verán, queridos pobres, queridos marginados, queridos

hambrientos, queridos enfermos, que ya está fulgurando la

aurora de la resurrección. Para nuestro propio pueblo,

también ha de llegar esa hora, hermanos. Y hemos de

esperarla, no sólo en dimensiones política coyunturales, sino

en dimensiones de Fe y Esperanza. Esta es la misión que yo

estoy cumpliendo y, por eso, mi palabra quiere ser una

palabra de Esperanza y Fe en Jesucristo" (11 de noviembre de

1979)

De esta manera Mons. Romero da cumplimiento a sus

palabras: una vida entregada sin miedo a darlo todo por la

causa del Evangelio. Ya él ha cumplido no solo en el

acompañar al pueblo que le encomendó Dios, sino que dio

todo para la construcción del Reino en el Salvador y, desde

allí, extenderlo a todo el mundo.