Mensuario, Noviembre de 2010

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__________________________________________________________________________________________________ Sociedad Julio Garavito Página Nº 1 de 4 MENSUARIO NOVIEMBRE 2010 VOL. 2 Nº 29 ECLIPSE DE SOL OBSERVADO EN LA ISLA DE PASCUA (CHILE) EL 11 DE JULIO DE 2010 Fotografías de Juan Alberto Vélez 1 Anillo de diamante al inicio de la totalidad Totalidad Anillo de diamante al final del Eclipse 1 Miembro de Número de la SOCIEDAD JULIO GARAVITO

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Mensuario de la Sociedad Julio Garavito para el Estudio de la Astronomía, edición de noviembre de 2010.

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MENSUARIO NOVIEMBRE 2010 VOL. 2 Nº 29

ECLIPSE DE SOL OBSERVADO EN LA ISLA DE PASCUA (CHILE) EL 11 DE JULIO DE 2010

Fotografías de Juan Alberto Vélez1

Anillo de diamante al inicio

de la totalidad

Totalidad

Anillo de diamante al final

del Eclipse

1 Miembro de Número de la SOCIEDAD JULIO GARAVITO

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JOSÉ ORTEGA Y GASSET:

IMPLICACIONES PARA LA FORMACIÓN DE CIENTÍFICOS E INGENIEROS2

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas 3

Durante la semana del 20 al 24 de sep-tiembre de 2010, se llevó a cabo un curso in-ternacional de doctorado consagrado al Euti-frón, uno de los textos componentes de los Diálogos de Platón. Tal Curso fue fruto de la colaboración entre la Universidad de Antio-quia y la Universidad Pontificia Bolivariana. Uno de los conferenciantes fue Ignacio Vento Villate, de la Universidad Autónoma de Ma-drid. Al concluir el Curso, el profesor Vento destacó el mayor interés por la filosofía y la actividad pensante en tierras hispanoame-ricanas en marcado contraste con la situa-ción de decadencia en España y la vieja Eu-ropa. Empero, ¿hay fundamento para tanto optimismo, máxime ante el ambiente hostil en extremo que existe para el cultivo de las humanidades en la academia de hoy, orienta-da hacia lo tecnocrático a ultranza? En fin, to-memos con cautela el optimismo del profesor Vento, en especial cuando es frecuente en-contrar publicaciones acerca del declive ac-tual de la ciencia en las que aparece oportu-namente el pensamiento de José Ortega y Gasset, habida cuenta de su vigencia y fres-cura. Así mismo, una novela de Luis Martín San-tos, Tiempo de silencio, es un testimonio elo-cuente de la precaria cultura científica en Es-paña, imagen que poco difiere de la de esta orilla del Atlántico. Como quiera que sea, co-mo dice Octavio Paz, la situación de Latino-américa es de ayuno científico; o, en pala-bras de Heinz Dieterich, de feudalismo de al-ta tecnología; o, según Marcelino Cereijido, de países con investigación, pero sin ciencia. Para colmo de males, se desconoce en gra-do sumo el pensamiento de José Ortega y Gasset en lo atinente a la filosofía de la tec-nología, legado que vale un Potosí como fuente de inspiración a fin de mejorar en for-ma

2 Texto de la conferencia dictada por el autor en la

Sociedad Julio Garavito el 19 de junio de 2010. 3 Profesor Asociado, Universidad Nacional de

Colombia.

significativa la formación de científicos e ingenieros. Entretanto, los extravíos intelec-tuales del grueso de los pedagogos, docen-tes y administradores educativos no se salen del callejón sin salida de la formación por competencias y otras muestras de ciencia vudú de similar jaez. Y, si observamos lo que sucede en facultades de ingeniería, la cerra-zón mental llega a tal punto que no se per-cibe por qué las humanidades son necesa-rias para lograr que un científico o un inge-niero sea un ser humano integral, lo cual in-cluye la dimensión intelectual per se. Por tan-to, ¿qué estamos esperando para rescatar le-gados como el de Ortega? He aquí un com-promiso ético ineludible para los académicos que se precien de ser tales. En cambio, Carl Mitcham, filósofo de la tec-nología estadounidense, incluye a Ortega co-mo figura importante en la historia del campo. Más aún, casi puede decirse que el filósofo español es el único filósofo de la tecnología surgido en tierras hispanas. De facto, el mis-mo Ortega decía que es más fácil encontrar un torero en Alemania que un filósofo en Es-paña. En todo caso, aquí en Antioquia, en medio del ruido, hubo una mente lúcida que supo escuchar la voz lúcida y clara de José Ortega y Gasset. Estamos hablando de Ca-yetano Betancur Campuzano, nacido en el vecino municipio de Copacabana, otra figura intelectual injustamente olvidada en nuestro medio, a despecho de ceremonias de home-naje hechas por aquí y por allá durante este año 2010 en el seno de minorías intelec-tuales. Pero, ¿de qué sirven tales homenajes si no trascienden al resto de la sociedad? La obra de Cayetano Betancur refleja bien la influencia de su maestro Ortega. Es llamativa porque tales ideas son anteriores en un buen número de años al surgimiento de la Bioética al finalizar la década de 1960 gracias a la ini-ciativa de Van Rensselaer Potter, oncólogo y humanista estadounidense. Para muestra un botón, he aquí estas palabras de Cayetano a propósito de la Universidad y la responsaba-lidad intelectual: “Hasta este punto está pues vinculada la Universidad con la inteligencia y los menesteres de este orden, que suena a contradicción el que hoy hablemos de univer-sidades industriales, obreras, artesanales, etc., pues el que concurre a una universidad no puede hacerlo en otro papel que en el de intelectual, así su labor cotidiana y su sub-

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sistencia se radiquen en humildes quehace-res extraños a la contemplación desinteresa-da. El “Kalos sjolazein”, el entretener bella-mente los ocios, tiene que seguir siendo la actitud interior del que concurre a las aulas, pues sin ella se frustra el propósito, fracasa la intención”. Desde luego, observará el lec-tor que las universidades de hoy, orientadas al mercado, distan en mucho de esta imagen de semblante orteguiano, esto es, la inteli-gencia como institución. Así, no sorprende que, en fecha reciente, Boaventura de Sousa Santos, intelectual portugués conspicuo, ha-ya acuñado el vocablo desuniversidad. Esto es parte de la crisis presente de civilización sin ir más lejos. En concreto, destaquemos tres de los libros de Ortega pertinentes a este respecto: Misión de la Universidad, Meditación de la técnica y La rebelión de las masas. Como ideas fuerza claves, resaltemos éstas: la necesidad de no perder de vista la misión formadora de la Universidad, manifiesta en su labor docente, lo cual significa que la investigación y la extensión deben ser un además de, no un en vez de, cuyo desconocimiento es un error craso cometido con frecuencia en la actuali-dad por las burocracias educativas; la dege-neración del científico y el ingeniero, entre otras profesiones, al nivel terrible de lo que Ortega denomina “bárbaros modernos”, esto es, seres que apenas viven para su especia-lidad técnica en detrimento de su formación humanista, por lo cual no pasan de ser “sa-bios ignorantes”, petulantes y engreídos co-mo los que más; y la necesidad perentoria de que la sociedad esté liderada por aristócra-tas, en el sentido estricto del gobierno de los mejores, lo cual incluye la alta estatura moral. Creo que conviene no confundir esta última idea con una mera república de hombres de letras o de científicos, ni, mucho menos, con el sonsonete de estos últimos años: la meri-tocracia, otro sinónimo del clientelismo. No, nada de eso. En la investigación actual sobre temas como la crisis de la educación y el declive de la ciencia, no es raro encontrar la consideración directa del pensamiento del filósofo español. Por ejemplo, es el caso de un científico y pe-riodista español, Carlos Elías, quien profesa en la Universidad Carlos III de Madrid. Con motivo de una estancia de un año como vis-iting fellow en la London School of Econo-mics, durante el curso 2005-2006, consagra-

da a la investigación del fenómeno del decli-ve de la ciencia, Elías publicó un libro llamati-vo, titulado La razón estrangulada, en el cual hallamos citas representativas del pensa-miento orteguiano en la óptica que aquí nos ocupa. Esto obedece al hecho que Carlos Elías llevó a cabo un contraste entre Gran Bretaña y España desde el punto de vista de la cultura científica. Desde luego, Ortega le ha servido a Elías a fin de procurar una expli-cación del gran desmedro del modo científico de ver el mundo en la cultura hispanoparlan-te. Entre otros hechos, señala la fuerte in-fluencia de la cultura mediática en el seno de las revistas científicas, factor que estima ne-fasto para la ciencia actual. En todo caso, se trata de un tipo de investigación poco fre-cuente en nuestros países, mucho más en el mundo anglosajón, habida cuenta que hay mucho tabú acerca del cuestionamiento del mundo académico, todavía visto como si de una Arcadia se tratase. Nada más lejos de la realidad. Por el estilo, el argentino Roberto A. Follari es el autor de un libro que lleva por título La selva académica: Los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad. Como él mismo dice: “Este libro se propone una ta-rea que es ardua: romper el velo que, mayori-tariamente, se cierne sobre las efectivas prácticas que realizan los docentes e investi-gadores universitarios ligados a ciencias so-ciales y humanidades”. Y prosigue así: “Ta-rea difícil, porque es común la idea de que “los trapos sucios se lavan en casa” y que conviene mantener un comportamiento cor-porativo, donde no discutamos públicamente sobre aquellos aspectos que pudieran des-prestigiarnos ante el resto de los estamentos sociales”. Por fortuna, Elías y Follari han pre-ferido el rigor científico y el compromiso inte-lectual, tan evanescentes en la actualidad. Volvamos con Ortega. Como parte de su le-gado, contamos con una espléndida revista que aún existe: la Revista de Occidente, fun-dada por el filósofo en 1923 y a cargo de su familia hoy día. Con tal iniciativa, Ortega se propuso llevar el pensamiento filosófico de avanzada a España y el mundo hispano. Si nos fijamos con cuidado en los escritos de fi-guras colombianas del ámbito filosófico, co-mo el mencionado Cayetano Betancur, apre-ciaremos la frecuente alusión a dicha revista como fuente clave. En general, estamos ha-

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blando de una revista de consulta obligada en todo lo concerniente a las humanidades. Por ejemplo, es de suma utilidad para cues-tiones relativas a la Bioética y la historia de la ciencia, incluido lo tocante a la crisis de las ciencias y los males de la tecnocracia. Así mismo, la Revista de Occidente cuenta con un sello editorial afamado. En todo caso, cada vez que topamos con al-guna investigación que se ocupa del proble-ma de la crisis de las ciencias y de la edu-cación científica y tecnológica, resulta raro que no se haga mención de Ortega y Gasset y su obra. Además, cuando se pasa del diag-nóstico a las propuestas de solución de pro-blemas, no se aprecia nada que Ortega no haya dicho en su momento, pues, tal fue la capacidad de anticipación que él tuvo. En ge-neral, los atisbos de solución apuntan a lo mismo, esto es, que los científicos e ingenie-ros reciban formación humanista y que los de las áreas de letras y humanidades reciban formación científica y tecnológica. Como se ve, es una solución en extremo obvia. Con todo, desde los días de Ortega, no se ha pa-sado a la práctica al respecto, situación dolo-rosa que quienquiera que se desenvuelva en el ámbito universitario puede apreciar con es-tupor constante, síntoma evidente de que la Universidad ha dejado de ser la inteligencia como institución. Carlos Elías refleja lo ante-rior como sigue: “Esta superespecialización sólo sirve para que una refinería no tenga que impartir muchos cursos de reciclaje a un joven químico o para que produzca muchas publicaciones en poco tiempo, aunque tengo mis dudas de que ayude al avance real de la ciencia. Y, lo que aún es peor, puede reducir el campo de miras del joven científico”. Por así decirlo, la civilización actual olvidó dirigir sus ojos al firmamento, lo cual ha repercutido en una emasculación escandalosa de la ima-ginación. Por ahora, mientras persista la situación ac-tual de estulticia, no queda más remedio que no perder de vista las sabias palabras de Francisco de Quevedo contenidas en El capi-tán Alatriste: –No queda sino batirnos –añadió el poeta al cabo de unos instantes. Había hablado pensativo, para sí mismo, ya con un ojo nadando en vino y el otro aho-gado. Aún con la

mano en su brazo, inclinado sobre la mesa, Alatriste sonrió con afectuosa tristeza. – ¿Batirnos contra quién, Don Francisco? Tenía el gesto ausente, cual si de antemano no esperase respuesta. El otro alzó un dedo en el aire. Sus anteojos le habían resbalado de la nariz y colgaban al extremo del cordón, dos dedos encima de la jarra. –Contra la estupidez, la maldad, la superstición, la envidia y la ignorancia –dijo lentamente, y al hacerlo parecía mirar su reflejo en la superficie del vino–. Que es como decir contra España, y contra todo.

FUENTES

Betancur, Cayetano. (1988). Sociología de la autenticidad y la simulación. Medellín: Autores Antioqueños. De Sousa S., Boaventura. (2010). La “desuniversidad”. (Artículo de Internet). http://www.rebelion.org (consulta: 11 de septiembre de 2010). Elías, Carlos. (2008). La razón estrangulada: La crisis de la ciencia en la sociedad contemporánea. Barcelona: Debate. Follari, Roberto A. (2008). La selva académica: Los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad. Santa Fe: Homo Sapiens. Martín-Santos, Luis. (2000). Tiempo de silencio. Barcelona: Crítica. Mitcham, Carl. (1989). ¿Qué es la filosofía de la tecnología? Barcelona: Anthropos. Ortega y Gasset, José. (1957). Meditación de la técnica. Madrid: Revista de Occidente. Ortega y Gasset, José. (1960). Misión de la Universidad. Madrid: Revista de Occidente. Ortega y Gasset, José. (1961). La rebelión de las masas. Madrid: Revista de Occidente. Pérez-Reverte, Arturo y Pérez-Reverte, Carlota. (1996). El capitán Alatriste. Madrid: Alfaguara.

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