Mensaje a La Humanidad Vitko Novi

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Mensaje a la humanidad de Vitko Novi es el libro que descubre los crímenes hasta hoy ignorados, cometidos en el territorio yugoslavo por las unidades nazis, durante la Segunda Guerra Mundial.Ha sido escrito a base del diario "encontrado entre las alambradas de las trincheras", perteneciente a un guerrero llamado Mile Maskovich .Describe la vida en el campo de concentración de Jadovno y reseña el trabajo en aquella misteriosa fábrica en la cual la Gestapo elaboró manteca de la carne humana: manteca que fue utilizada "como alimento para los militares y para el pueblo de toda Europa".Relata, después, la fuga de Mile Maskovich y de jakov Stelzer, quien, en el doloroso trance de su agonía, dictó un patético mensaje al mundo; mensaje que ha sido textualmente reproducido casi al final del libro y que es, en el fondo, uno de los motivos fundamentales de la obra de Vitko Novi.

Transcript of Mensaje a La Humanidad Vitko Novi

  • VITKO NOVI

    MENSAJE A LA HUMANIDAD

    Dirigido por un judo agnico, desde un campo de concentracin.

  • A la memoria del gran humanista Jakov Stelzer

  • NDICE

    Prlogo

    Introduccin

    PRIMERA PARTE

    Cap. I Servicio militar

    Cap. II En el cuartel

    Cap. III El comandante Blajvajz

    Cap. IV Entrada en Gracac

    Cap. V Ataque a Gospich

    Cap. VI En la casa de Nikola

    Cap. VII Fuga de Stikada

    Cap. VIII Rosa Kovach

    Cap. IX Pocitelj

    Cap. X El mdico

    Cap. XI Traidores en Pocitelj

    Cap. XII Hacia Jadovno

    SEGUNDA PARTE

    Cap. I En el Campo de Concentracin de Jadovno

    Cap. II Encuentro con Jakov Stelzer

    Cap. III La fosa comn

    Cap. IV Las torturas

    Cap. V Maritza

    Cap. VI Comida con sangre

  • Cap. VII Carga humana con destino desconocido

    Cap. VIII El delito de ser hombre

    Cap. IX Abandono de Jadovno

    TERCERA PARTE

    Cap. I La fbrica

    Cap. II Las maquinarias

    Cap. III Manteca de carne humana

    Cap. IV El gestapo

    Cap. V Otro gestapo

    Cap. VI Ernest

    Cap. VII Embriaguez de Ernest

    Cap. VIII Sadismo de Ernest

    CUARTA PARTE

    Cap. I El incendio

    Cap. II La fuga

    Cap. III Jakov herido

    Cap. IV El fusilamiento

    Cap. V Mensaje a la humanidad

    Cap. VI Muerte de Jakov

    Cap. VII Destruccin de la fbrica

    Cap. VIII La explosin!

    Anexo

  • PROLOGO

    I

    Mensaje a la humanidad de Vitko Novi es el libro que descubre los crmenes hasta hoy ignorados, cometidos en el territorio yugoslavo por las unidades nazis, durante la Segunda Guerra Mundial.

    Ha sido escrito a base del diario "encontrado entre las alambradas de las trincheras", perteneciente a un guerrero llamado Mile Maskovich .

    Describe la vida en el campo de concentracin de Jadovno y resea el trabajo en aquella misteriosa fbrica en la cual la Gestapo elabor manteca de la carne humana: manteca que fue utilizada "como alimento para los militares y para el pueblo de toda Europa".

    Relata, despus, la fuga de Mile Maskovich y de jakov Stelzer, quien, en el doloroso trance de su agona, dict un pattico mensaje al mundo; mensaje que ha sido textualmente reproducido casi al final del libro y que es, en el fondo, uno de los motivos fundamentales de la obra de Vitko Novi.

    II

    Vitko Novi, el autor, naci en el pintoresco pas de Yugoslavia. La Primera Guerra Mundial le sorprende muy nio an y, al terminar esta, se enfrenta a la vida trabajando como ayudante de mecnico, labrador y contratista de caminos.

    La Segunda Guerra Mundial le encuentra ya hombre y enrolado en las primeras filas de la Defensa Nacional de su pas, en las que permaneci durante todo el conflicto luchando contra los invasores nazi-fascistas.

    La cruel y dolorosa experiencia adquirida en el fragor de los combates le han permitido a Vitko Novi escribir obras como Mensaje a la humanidad, Sangre y amor y Mi primer crimen (ya en prensa).

    III

    Entre los dedicados a la literatura blica, Vitko Novi, con Mensaje a la Humanidad, se perfila como un escritor de nota.

    La expresin sencilla y la construccin gil "para llegar a la mayora", como l lo desea, caracterizan su libro escrito en castellano.

  • IV

    Su estilo logra, con tcnica sutil, imprimir a sus producciones emocin al par que crudeza y hasta a veces exquisita ingenuidad.

    Novi es dueo de ideas lcidas y de pensamientos profundos. Su probidad brilla en todas sus obras y ellas revelan su ejemplar espritu humanitarista.

    V

    Si los relatos de Barbusse, Erich Mara Remarque (Kramer) y otros modernos como Russel impresionaron con sus descripciones de guerra, Novi muestra una fase ms cruel, ms despiadada, feroz y brutal que no slo horroriza sino que sorprende por su magnitud; indigna por lo injusto y "no permite" como dijo Sir Winston Churchill, refirindose a los crmenes de guerra, sin l saber lo de Jadovno "encontrar un nombre para definirlo".

    X

    En la actualidad, "hay tantas bombas atmicas que pueden destruir al mundo en segundos" dicen los entendidos; las potencias mundiales poseen armas suficientes para una autodestruccin total, apocalptica; a pesar de todo, peligrosamente se pierde el tiempo, desoyendo sabias advertencias, como aquella hecha por el Mrtir de la Humanidad, John F. Kennedy que dice: "Las armas de la guerra deben ser suprimidas antes de que ellas nos supriman a nosotros1."

    XI

    Aunque los constantes fracasos en pro del desarme, hacen presagiar una Tercera Guerra Mundial, la aparicin de Mensaje a la Humanidad en esta poca de tensin y de crisis es oportuna y, ojal, pueda cumplir la finalidad impuesta por el autor, quien ha vertido en este libro que sale a luz, su gran mundo espiritual, abogando por el entendimiento universal a base de fraternal confianza y buena voluntad.

    XII

    Jakov Stelzer, el hasta hoy ignorado defensor de la fraternidad y de la concordia universal, muerto hace ms de veinte aos, ha conseguido gracias a Maskovich, que su mensaje se d a conocer al mundo, y Novi, sin decirlo, plantea este "singular testamento", como una oracin de fe:

  • "Deseo que esas palabras vivan en los corazones de las personas, de los pueblos y en el aire, que llenen con la fuerza de la fraternidad la mente de los hombres para que cultiven y conserven la paz".

    Vitko Novi plenamente identificado en sentimiento e ideales con el hroe por l descubierto, agrega:

    "Enterremos las condecoraciones guerreras y cambiemos para siempre, el herosmo de la guerra por la PAZ!"

    Mientras otro gran pensador de nuestro siglo afirma que "Cuando las fronteras sean puentes y no barreras, y a los hombres se les diga HERMANOS: habr paz en la Tierra".

    A lo que, como eplogo, solamente cabe aadir:

    Valerosa humanidad despierta!

    Que si el egosmo te esclaviz hacindote inmoral; que el fraterno sentimiento te redima, para entregarte como premio: un ser-hombre capaz de edificar y mantener la felicidad en la vida terrestre.

  • INTRODUCCIN

    Cierto da del ao 1945 recibimos orden para desarmar y enviar a la fundicin de Rijeka, todas las bateras de artillera que los nazis, al capitular, haban abandonado a lo largo de la orilla norte del Mar Adritico.

    Cuando nos abramos camino cortando las alambradas de las trincheras, mi compaero Jbro Kicara, descubri una mochila que estaba llena de cosas y casi descompuesta por la humedad. Comprend que sta haba pertenecido a un soldado que fue muerto o herido durante los ataques y asaltos que efectuaban las unidades del Ejrcito de Liberacin de Yugoslavia.

    Hallamos en ella varios paquetes de cigarrillos, una camisa de uniforme militar ingls, balas para fusil, una gramtica del idioma ruso, dos pares de medias y un pequeo bulto envuelto en un montn de papeles, trapos y peridicos.

    Aquel paquete extrao me llam la atencin; al desenvolverlo, encontr en l un cuaderno de pocas hojas que estaba escrito y en buen estado. Mientras mi compaero se preocupaba en examinar las otras cosas, yo empec a leerlo.

    Descubr con sorpresa que los apuntes estaban escritos en forma de diario por un hombre llamado Mile Maskovich, quien haba logrado sobrevivir en un campo de concentracin, durante la Segunda Guerra Mundial.

    El contenido de las anotaciones, algunas de las cuales el lector puede apreciar al final de este libro, revelan el ms cruel y horrible crimen cometido por los hombres a travs de todos los tiempos.

    Es difcil creer que en el siglo XX el hombre haya podido conscientemente utilizar el cuerpo de su prjimo en la industria, a pesar de que el grfico de la civilizacin -se dice- ha llegado a un grado muy elevado.

    Releyendo aquel diario, encontr una pgina en la cual Mile Maskovich escribi el ltimo deseo de su compaero Jakov Stelzer, judo de Hungra, quien, antes de morir, le dict un Mensaje de Paz dirigido a la humanidad y suplic se diera a conocer al mundo.

    Aquellos pensamientos de los cuales muy pocos hombres se ocupan cuando estn en agona, conmovieron profundamente mi alma. Promet entonces hacer todo lo posible para cumplir con el deseo de aquel gran amigo del hombre.

    Desde ese da, pasaron dos dcadas; los remolinos de la vida jugaron su ronda conmigo llenando mi ser muchas veces de tristeza y pocas de alegra. Aquellas tan largas y pesadas circunstancias me impedan cumplir lo prometido.

  • Por fin, gracias a la colaboracin de mis amigos Dora Amelia y Milton C. Tabar logr dar al mundo esta modesta obra que contiene el incomparable impulso humanista de Jakov Stelzer.

    No tengo la intencin de acusar con mis relatos a un rgimen o partido poltico, mucho menos deseo recargar la culpa sobre aquellos que perdieron en el juego de la guerra, puesto que cualquiera de los que lucharon pudo, ser vencido o vencedor.

    Mi nico propsito es entregar a la humanidad un documento que demuestra los horrores de la guerra y el salvajismo del hombre como hijo de Dios, que se considera gua de la sociedad, instructor de la justicia y que, sin embargo, es el nico guerrero de la Tierra.

    Respetable lector: es posible que esta desagradable historia te conmueva o, tal vez, te haga desconfiar de su realidad; opino que igual hubiera sucedido conmigo si no llegaba a mis manos el documento escrito por los que sobrevivieron a esas increbles torturas.

    Sea cual fuere tu opinin, mi deseo es que este relato haga de ti un enemigo de la guerra y un fiel trabajador por la paz entre los hombres.

    Nadie podr sentirse tranquilo, mientras las bombas atmicas e hidrogenas amenacen a la humanidad!

    La Divina Providencia o la Ley de la Naturaleza, nos trae a la vida terrestre con el fin de que cada uno de nosotros efecte una labor honorable y til para los dems; nos gusta lo bueno, admiramos lo bello, tal como son la vida y el amor, entonces: por qu no eliminamos el odio?, por qu no proscribimos la guerra?, por qu no seguimos las leyes divinas?

    Cumplamos, pues, con la ms digna labor Cultivemos la fraternidad que custodia lo bello!

    Cambiemos las armas que destruyen la vida, por las mquinas que facilitan el desarrollo! Unmonos en la edificacin de la felicidad humana!

    Enterremos las condecoraciones guerreras y cambiemos para siempre el herosmo de la guerra por la PAZ!

    Abril de 1965

    Vitko Novi

  • Primera parte

  • CAPTULO I

    SERVICIO MILITAR

    Es difcil expresar exactamente, lo que se siente o se ve. V. N.

    Nac en una aldea serbia, situada cerca de la ciudad de Prizren, en Yugoslavia.

    Mis padres posean un terreno pequeo, cuyos productos apenas alcanzaban a cubrir las necesidades de nuestro hogar.

    Mi padre era un hombre instruido y trabajador. Admiraba la cultura y haca todo sacrificio por pagar mi educacin que, en aquellos tiempos, costaba demasiado dinero.

    La muerte le sorprendi en el camino cuando yo cursaba el cuarto ao de media. El vena trayndome el dinero. All terminaron mis estudios.

    Mi madre no pudo afrontar los gastos para que yo siguiera estudiando; entonces comenc a trabajar en el campo, enfrentndome con la dura lucha de la vida campesina.

    Cuando cumpl veintin aos, fui llamado al Servicio Militar. As, un da, en el otoo de 1939, mi madre, en compaa de mi hermana y otros amigos, me acompaaron hasta la ciudad. Nos despedimos llorando como si hubiramos presentido que nunca ms nos volveramos a ver.

    As sucedi; cuando comenz la guerra, ellos murieron a causa de los bombardeos, atrapados entre las ruinas. Yo no logr saber si fueron o no sepultados.

    CAPTULO II

    EN EL CUARTEL

    Cinco das despus de la despedida, yo estaba vestido de marinero. Bajo el plido sol otoal de aquel da, empec a sentir el amargo sabor de las injusticias del hombre.

    Los insultos y las amenazas del cabo martirizaban a diario mis odos y comenzaron a envenenar mi mente.

    Me inici aprendiendo el manejo de las armas, para matar con seguridad.

    En ese ejrcito nos enseaban de todo. La mayor parte de la preparacin era para destruir y odiar al enemigo: nuestro semejante.

    En los cuarteles, agrupaban a los jvenes convirtindolos en guerreros en lugar de orientarlos hacia la paz, el amor y el entendimiento entre la familia humana.

  • En aquella fbrica de soldados aprend el arte de la guerra; a ser cruel y salvaje; a ser enemigo del hombre.

    Mi cuartel estaba en la ciudad de Crkvenica, situada en la orilla norte del Mar Adritico.

    Al principio me destinaron como tripulante del buque "Pedro II". Cuando navegu por primera vez tuve dificultades; sufra mareos, fiebre y dolor de cabeza. Mi salud estaba en peligro y por ese motivo me cambiaron de colocacin. Prest mis servicios en los almacenes de Armamento y Material de Guerra en la misma ciudad.

    No poda adaptarme en aquel nuevo y comn hogar, all nada me agradaba.

    Los oficiales, los suboficiales y soldados, parecan gente rara y extraa. No hablaban mucho, desconfiaban el uno del otro; tenan la frente arrugada y la cara seria. Daban miedo!

    Nuestra libertad estaba limitada por las rgidas rdenes de los maestros de guerra, que se alejaban cada da ms de la razn, maltratando nuestro ser.

    Nunca olvidar lo que me sucedi aquel da, durante el reparto del almuerzo!

    Estbamos formados, listos para desfilar delante de la paila llena de sopa, con el objeto de recibir nuestra racin.

    Yo estaba en la firme posicin de atencin; en eso un sargento, mirndome con fiereza, se me acerc diciendo:

    Contsteme Maskovich! Desde que eres hombre, alguien te ha pegado?

    No, mi sargento!

    Da un paso adelante, animal! orden

    Antes que diera el paso, el sargento me atac a bofetadas. Los golpes fueron tan fuertes y sorpresivos que me hicieron dar media vuelta y por poco ca al suelo.

    Vete idiota! grit. Ahora ya no podrs decir que nunca nadie te ha pegado!

    La ofensa de aquella bestia me hiri tanto que no pude alejarme sin contestar.

    S, mi sargento! dije. Nadie me ha pegado, porque usted... es un NADIE!

    El sargento apret los dientes con ira, su cara enrojeci, pareca que se iba a abalanzar sobre m, pero al ver mi decisin se qued quieto, insultndome.

    Yo regres a mi sitio.

  • CAPTULO III

    EL COMANDANTE BLAJVAJZ

    La mayor parte del ejrcito yugoslavo no estaba preparado para entrar en accin de guerra.

    Los nazi-fascistas invadieron Yugoslavia a traicin. Eso de-termin la casi inmediata capitulacin del pas. El frente de lucha se abandon, los comandos de las tropas desaparecieron y los soldados se encontraron solos, desorientados y desorganizados.

    Cada uno tena que ver la manera de huir de los invasores y reunirse con sus familiares.

    El pnico de la guerra se haba apoderado de todos!

    En Crkvenica se concentraron soldados de todas partes. La mayora de ellos proceda de los lugares cercanos y podan viajar a sus casas sin vehculos. Los que procedan de lejanas regiones, no podan irse porque el enemigo se haba apoderado de las vas principales. Adems, era peligroso caminar (vestido de militar) por el territorio de Croacia. Toda la poblacin odiaba a los militares.

    Las tropas italianas por un lado y las alemanas por otro, rebuscaban las ciudades, aldeas y campos, con el propsito de liquidar al ltimo soldado del ejrcito yugoslavo.

    Para m era imposible viajar. Entre Croacia y Servia hay varios cientos de kilmetros; todas las vas principales estaban en manos del enemigo.

    Cientos de soldados se encontraban desamparados igual que yo. Entonces acordamos formar una Unidad y como jefe nombramos a un ex capitn de corbeta, apellidado Blajvajz quien se haba desempeado como Comandante de un destryer. Cuando se firm la capitulacin, Blajvajz hundi su nave para que el invasor no se apoderase de ella.

    Yo no le conoca antes, pero demostraba ser un hombre justo y patriota.

    De inmediato decidimos internamos en las regiones montaosas para continuar la lucha.

    Utilizamos varios camiones del ejrcito que estaban abandonados. En unos cargamos armamentos, vveres y ropa y los otros, los empleamos para nuestro transporte.

    Entramos a Gracac, ms o menos a las dos de la tarde. La pequea ciudad permaneca aparentemente tranquila, se notaba poca circulacin y la gente pareca estar preocupada.

    Era un da domingo del mes de abril de 1941. El brillante sol primaveral diriga sus clidos rayos sobre nosotros. Esperbamos entrar al pueblo y descansar en la sombra.

  • Tenamos sed y estbamos muy cansados!

    Un par de gendarmes de la Fuerza Real todava se mantenan en su puesto frente a la Comandancia de Polica. All se haba congregado un grupo de ciudadanos que comentaban los acontecimientos. Se aliviaron con nuestra llegada.

    El sargento orden al chofer detener el camin; bajamos en seguida y nos pusimos a conversar con los lugareos.

    De pronto, un joven se nos acerc. Me dio la mano y luego salud al sargento. Era alto, de contextura regular y demostraba ser un hombre muy responsable de sus actos. Segn me dijeron se apellidaba Rapajich.

    En este pueblo no todos somos patriotas! comenz diciendo Rapajich. Aqu hay hombres de distintas ideas, que fcilmente pueden atacarlos. Es preferible que ocupen inmediatamente el Correo, el colegio, la Prefectura y se hagan ustedes cargo de restablecer el orden en la ciudad.

    Todos los dems apoyaron la sugerencia de Rapajich y el sargento de inmediato dict rdenes.

    Dos horas despus Blajvajz lleg con los dems marineros. Se nombraron a las autoridades de mutuo acuerdo con la poblacin de Gracac y como comandante del lugar fue designado Dusan Draculich.

    El nuevo comandante nos prest su colaboracin para repartir nuestra pequea reserva de armas entre los ciudadanos de mayor confianza.

    CAPTULO V

    ATAQUE A GOSPICH

    Gracac ya tena sus autoridades, los traidores huan hacia las aldeas cercanas y el pueblo se encontraba ms tranquilo y con algunas armas. Cuando todo estuvo listo, el comandante Blajvajz escogi entre los marineros un grupo de hombres a quienes les dio orden de ocupar Gospich y sus alrededores.

    A esta accin se unieron algunos jvenes del lugar. Blajvajz crea que Gospich estaba libre y planeaba aventajar a los fascistas.

    Nos dirigimos a toda prisa a Gospich, pero en el camino fuimos sorprendidos por los italianos. Horas antes, ellos haban ocupado la ciudad.

    La batalla que libramos fue dura; al final tuvimos que retirarnos debido a la fuerte presin y superioridad del enemigo.

  • Murieron dos de nuestros compaeros y tres quedaron heridos (entre ellos estaba yo). La bala atraves mi pierna derecha sin comprometer el hueso.

    Cuando regresamos derrotados, el miedo y la desesperacin se apoderaron de todo el pueblo de Gracac.

    No temamos la lucha, pero se saba que los fascistas tomaran despus, toda clase de represalias contra la indefensa poblacin.

    Por esta razn el Consejo de Comando, decidi que abandonsemos la regin. El comandante Blajvajz orden la evacuacin hacia las montaas de Bosnia.

    No se contaba con ningn medio para llevar a los heridos; y para no ser una carga pesada para nuestros compaeros en aquella difcil situacin, decidimos quedarnos.

    Los habitantes de Gracac y sus alrededores, demostraron su caracterstico herosmo y amabilidad ofrecindonos toda clase de proteccin.

    Al despedirme de la unidad, me sent por primera vez triste y desesperado. Me sent solo a pesar de encontrarme entre gentes llenas de bondad.

    No obstante a la situacin alarmante que predominaba, los ciudadanos en ningn momento se descuidaron de nosotros. Construyeron camillas de palo y tela y nos llevaron hacia la pequea aldea de Glogovo.

    En el camino nos detuvimos. All, los lugareos se reunieron para conocernos. Cada uno de ellos nos ofreci su casa. Las autoridades del lugar designaron los hogares en los cuales deberamos permanecer hasta recuperar nuestra salud.

    Nunca antes haba visto gente que sintiera tanto orgullo y deseos de cumplir con un deber humano. Me pareca que eran los nicos seres en el mundo que conocan las crueldades de la guerra. Su amor a la paz, su sincera comprensin y su odio contra la guerra, me daba la seguridad de poder confiar en sus actos. Me entregu a ellos sin vacilacin.

    CAPTULO VI

    EN LA CASA DE NIKOLA

    Mientras a nuestro alrededor se confundan en amable discusin, un joven se me acerc.

    Era de mediana estatura, espaldas anchas, cara redonda, cabellos rubios y ojos verdes. Aparentaba tener ms o menos veinte aos y daba la impresin de ser un hombre serio y culto.

  • Me llamo Nikola dijo despus de saludarme, vivo en Stikada; le ruego que acepte mi casa para descansar hasta que se recupere. No dista mucho! All hay buenos lugares para ocultarnos de los enemigos!

    Varios hombres y mujeres estaban mirndome y pensaban igual que Nikola, pero como l se haba adelantado en ofrecerme su casa, yo acept la invitacin.

    Nunca vi un rostro tan contento como el de Nikola cuando decid ir a su casa!, corri hacia fuera igual que un nio, como si quisiera compartir su alegra con todos.

    A los dems heridos los llevaron a otra casa. Estaban graves y necesitaban un cuidado especial.

    Yo poda andar apoyndome en un palo; por eso, no tena necesidad de quedarme con ellos.

    Un rato despus, Nikola apareci con un burro. El animal era pequeo, pareca ser fuerte y bien cuidado. Estaba aparejado con una montura de cuero y madera. El cabestro que sujetaba Nikola era de soga e incomodaba la vista del asno.

    Por primera vez tuve que montar un burro!

    Yo tem que el animal por pequeo se rindiera bajo mi peso. Me daba lstima montarlo y prefera caminar soportando mis dolores.

    Aguantar? le pregunt a Nikola.

    S! contest el muchacho, sonrindose al descubrir que yo no tena experiencia. Me asegur que el burro soportara mi peso sin mucha molestia.

    As, con pena y miedo mont y partimos.

    Cuando llegamos al ro Otusa tuvimos una pequea dificultad. El puente estaba malogrado y haba que arreglarlo para pasar.

    Una hora despus nos encontramos frente a la casa de Nikola. Era una casita de paredes blancas, construida con piedras labradas y techada con tejas.

    Delante de la puerta estaba sentada una mujer de avanzada edad. Vesta el traje tpico, y su rostro retrataba honda preocupacin.

    Al vernos se levant sorpresivamente y corri a nuestro encuentro.

    Hijo mo! exclam. Extendi sus brazos, abraz a Nikola y empez a besar su cara. Comprend entonces que la viejecita era su madre; me di cuenta por el afecto del encuentro, que no se haban visto desde haca mucho tiempo.

  • Nikola no me haba contado nada sobre su familia. Durante el viaje hablamos de la situacin poltica, de la guerra y la mayor parte de nuestra conversacin la dedicamos a pronosticar el futuro.

    Cuando la anciana se tranquiliz un poco, Nikola le explic el motivo de mi visita. Ella se compadeci por mis heridas y cariosamente me dijo:

    Ten confianza en nosotros, hijo. Aqu con Nikola podrs estar seguro de que nadie te descubrir. Dar mi vida si es necesario para protegerlos! Cuando ya ests sano se irn a las montaas de Velebit. Ellas siempre han protegido a los hroes de nuestra Lika!

    La madre de Nikola se alegr por la llegada de su hijo, pero yo not que an tena preocupacin. Su otro hijo no haba llegado del frente todava.

    Un instante despus aparecieron dos muchachos; tenan ms o menos diez aos y eran corpulentos.

    Son mis nietos! dijo la anciana, mientras acariciaba a los chicos. Son los hijos de mi hijo mayor, son mellizos! Su madre muri de parto cuando ellos nacieron; entonces yo los recog, los cri y aqu los tiene. Son palomillas, pero me ayudan mucho.... son buenos!

    Cuando entramos en la casa, Nikola se puso a trabajar con mucho entusiasmo. En la noche despus de comer, curamos mi herida, luego nos preparamos para descansar.

    Uno de los cuartos ocup la madre de mi amigo con los muchachos; el otro, Nikola y yo. No haban camas, entonces juntamos un poco de paja de trigo y nos acostamos sobre ella.

    Aquella noche no pude dormir: el miedo y la desesperacin me atormentaban. Muchas ideas pasaron por mi mente; lo que ms me preocupaba era: Qu suceder maana?

    Por fin amaneci!... Una pequea neblina extendase a lo largo del ro Otusa acumulndose un poco ms all de Gracac, en el lugar donde el ro desaparece entre las rocosas montaas de Velebit. Las pequeas colinas estaban vestidas con hierbas floridas. Es un bonito lugar para descansar!, pens.

    Nikola, su mam y los muchachos trataban de atenderme lo mejor posible, pero todo eso me pareca una fruta de sabor amargo. Yo crea que no me podra familiarizar con aquel desconocido lugar... Dos das despus, las tropas italianas ocuparon Gracac. Los tanques y vehculos blindados, destruan las casas y cercos por donde pasaban. Cuando los fascistas ocuparon la ciudad, adoptaron una poltica traidora contra el pueblo. Mantuvieron la calma en la regin ms o menos una semana.

  • Mientras tanto, los traidores se organizaron y nombraron sus autoridades de acuerdo con el Comando fascista. Luego empezaron las represalias; tomaron presos y rehenes; despoblaron aldeas enteras y las gentes fueron repartidas a los campos de concentracin.

    Soldados de la Gestapo de Hitler, vestidos como campesinos se confundan entre el pueblo de Lika con el objeto de dirigir a los traidores y destruir a todos aquellos que los rechazaban.

    Judos, serbios, gitanos y todos los que amaban la paz y la libertad terminaron en las prisiones. Los invasores y traidores empezaron a matar, torturar y sacrificar con brbaros procedimientos a la poblacin inocente.

    Previniendo el peligro, Nikola y yo nos alejamos de la casa. Permanecimos entre los maizales, trigales y montes, esperando que sane mi pierna para poder caminar bien.

    Das antes haban llegado varios jvenes de Divoselo. Por ellos nos informamos que en aquellas aldeas el pueblo se estaba agrupando para reiniciar la lucha abierta contra el enemigo. Nos hicimos amigos de varios de ellos y planeamos viajar apenas yo sanara.

    Diez das se haban cumplido desde mi llegada a Stikada. Era de maana y el sol primaveral brillaba sobre la pedregosa regin de Lika.

    Nikola haba decidido visitar a un amigo que viva cerca de Gracki Dolovi; yo me qued entre los maizales esperando su regreso, que deba ser en la tarde del mismo da.

    De pronto, la bulla ensordecedora de los motores irrumpi en el valle. Varios tanques ocupaban la carretera que una Gracac con Gospich, mientras otros destruan los muros y las casas del lugar.

    Los traidores, protegidos por el invasor, penetraban an ms all y perseguan a las gentes que trataban de salvar sus vidas. Las casas ardan por todas partes, entre ellas la de Nikola. Yo estuve oculto entre las hierbas pensando que no me descubriran, no poda andar bien todava, pero, cuando me di cuenta que la casa de mi amigo se quemaba, hice todo el esfuerzo posible y corr para auxiliar y salvar del fuego a su madre. El intento result intil: apenas empec a caminar, los traidores descargaron una lluvia de balas sobre m.

    La lucha por llegar hasta la casa dur varios minutos; mientras tanto, sta ya estaba convertida en cenizas.

    Entonces decid alejarme de aquel lugar, pero, descubr que una patrulla enemiga se encontraba muy cerca de m; sent miedo y cre que no saldra con vida. La nica arma que yo tena era una granada de mano. Pens suicidarme!, pero cambi de opinin y antes de que me vieran desentornill la bomba y la lanc sobre ellos. El artefacto explosion levantando una nube de polvo. Aprovech la confusin y escap.

  • No pude correr mucho porque la herida me dola; entonces me tend en una acequia destruida, me cubr con la hierba y permanec pegado a la tierra durante todo el resto del da.

    Cuando anocheci, aprovechando la oscuridad, volv a la casa de Nikola; slo encontr de ella restos que todava ardan entre las paredes. Tal vez all muri la madre de mi amigo; yo no pude confirmarlo.

    Toda la noche esper a Nikola, pero l no regres. Al amanecer descubr que el campo estaba vigilado por todas partes. Era peligroso permanecer ms tiempo en aquel lugar; por eso decid abandonarlo.

    CAPTULO VII

    FUGA DE STIKADA

    La regin era desconocida para m. No saba adnde ir. Medit un poco y resolv dirigirme a Divoselo.

    Uno de los amigos que visitaba Nikola se llamaba Tomo, viva en Divoselo; yo determin buscarlo.

    Cuando lleg la noche, part sin conocer el camino. Por la conversacin con Nikola, saba que Divoselo se encontraba en la regin de Gospich, saba tambin que para mi viaje no poda utilizar ni la lnea de ferrocarril ni la carretera. Las dos vas estaban vigiladas por los fascistas y traidores. Entonces escog la ruta que va por la montaosa regin de Velebit.

    Das antes, con ayuda de Nikola, haba conseguido un vestido de civil. Esto me favoreca para viajar por las regiones pobladas y pedir ayuda a los campesinos.

    Aquella noche atraves las dos vas y llegu a la regin de Crnopac. Al amanecer me encontr muy cerca de la carretera que une Obrovac con Gracac. Como no conoca el lugar era preciso hablar con alguna persona.

    Me puse a esperar que pase alguien.

    Haba transcurrido ya medio da y nadie circulaba por aquel lugar. Mi esperanza se agotaba y cuando estuve a punto de partir, not a poca distancia una mujer que cruzaba la carretera en compaa de un muchacho. Los dos llevaban bultos en la espalda.

  • Cuando me acerqu, ellos se asustaron y por poco se pusieron a gritar. Yo procur conversarles rpido y les ped suplicando, que me orienten para tomar un camino seguro a Divoselo. Ellos no contestaron.

    Entonces... comenc a contarles mi historia para conmoverlos, luego les pregunt de nuevo sobre la ruta a seguir. La mujer no quiso responder ninguna de mis preguntas, pero al chico de vez en cuando se le escapaban algunas palabras.

    Aquel fracaso me entristeci mucho y decid esperar en el mismo lugar a que pasara otra persona. A los pocos minutos el muchacho regres corriendo.

    Escuche seor!, me dijo con apuro, mi mam tiene miedo de hablar contigo, pero me mand para decirte que debes seguir la ruta hacia all continu, sealando con la mano hacia una colina.

    "Las aldeas no distan mucho una de otra, pero el camino es muy dificultoso" insisti, luego comenz a contar con los dedos. "Debes pasar primero por Doline, luego por Silovich, ms all est Raduc, Breznik y Pocitelj".

    Me alegr tanto de or los nombres de aquellas aldeas que abrac al chico y le bes varias veces. Quise preguntarle algo ms, pero el muchacho corri en busca de su madre. No logr saber su nombre; anot los datos y part en direccin de Doline.

    Estaba muy cansado y no pude caminar. La noche me encontr en la montaa de Cetinarnica cerca del ro Ricica.

    La preocupacin por no saber la suerte de la madre de Nikola me segua por todas partes, ocasionndome mucha pena. La situacin tormentosa y la inseguridad no me permitieron dormir en ningn momento.

    Cuando amaneci segu por los valles y colinas de Velebit. Aquel da camin sin descanso y llegu cerca de una aldea que segn la explicacin del muchacho, deba llamarse Doline.

    No entr al pueblo para no llamar la atencin y esper la noche en el campo.

    Al siguiente amanecer prosegu el viaje. Senta mucha hambre. Me preocupaba. Cmo conseguir alimentos?

    Eran como las diez de la maana del tercer da de viaje cuando descubr que me encontraba cerca de Silovich y a poca distancia de la carretera que une Obrovac con Udbine. Mientras descansaba sentado sobre una piedra, escuch ruido de motores. Mir de dnde venan y not varios tanques, vehculos blindados y camiones cargados con soldados que se acercaban a regular velocidad. Me levant lo ms pronto que pude y corr para alejarme del camino.

  • Despus de algunos saltos tropec, ca y no tuve tiempo de levantarme; me cubr con las yerbas y permanec pegado al suelo. En eso, los tanques comenzaron a pasar como a cien metros de m.

    Eran fascistas y cantaban a toda voz.

    Cuando se alejaron escuch un disparo, luego otro seguido por rfagas de ametralladoras. Dos minutos dur la refriega mientras yo permanec tendido en el suelo con mucho miedo. Al terminar el tiroteo me levant, observ un rato y segu caminando.

    Haba avanzado como un kilmetro cuando o quejidos a poca distancia. Me dirig hacia el lugar y me encontr con una sorpresa.

    Intent con todo afecto y urgencia descubrir su herida, pero ella me rechaz. Puso su mano derecha sobre el hombro izquierdo, apret los dientes sin decir palabra, su cara palideci y se desplom. Not que respiraba dbilmente. Rpido romp la manga de su blusa y encontr sangre coagulada. Eso confirm mi sospecha de que la herida tena ya varias horas; que la muchacha haba permanecido escondida en aquel sitio desde antes que pasaran los fascistas.

    Era imposible creer cmo una joven soportando tantos dolores y con tan horrible herida, pudiera mantenerse de pie tratando de huir.

    La bala haba destruido gran parte de su antebrazo. Necesitaba una intervencin quirrgica que en el momento era imposible hacerle. Romp una parte de mi camisa y comenc a reunir y vendar carne destrozada.

    Perd toda esperanza de salvarla.

    No haba terminado de vendar su herida, cuando un joven de aspecto silvestre, con frente arrugada y mirada de odio apareci al frente encaonndome con su fusil.

    Sultala traidor! No la ensucies bestia nazi! Levntate! grit el joven. El sonido del cerrojo acompa a la brusca expresin del muchacho. Yo comprend que disparara sobre m. Aquel joven de aspecto raro era uno de los hermanos de Rosa. Por milagro, la joven reaccion, abri los ojos y tartamude:

    No... No... No Risto, l... no fue... l no es un traidor. No dispares!

    La rpida reaccin de Rosa me sorprendi, un sudor fro invadi mi frente; me pareci que aquel joven disparara sin esperar explicaciones. Pens que haba llegado mi fin! No me asustaba la muerte, pero morir intilmente me daba pena.

    Hermana, ests herida! exclam Risto; tir el fusil y abraz a Rosa.

    En ese momento, comprend que el peligro haba pasado. El encuentro entre Rosa y Risto fue conmovedor! Los dos jvenes lloraban y se ahogaban con sus lgrimas...

  • Sin pensar fui testigo de una gran casualidad. Los hermanos no se haban visto por mucho tiempo. Huan sin saber el uno del otro y se encontraron por azar.

    Perdneme amigo... por poco le mato! dijo el joven mirndome amistosamente.

    En eso Rosa interrumpi. Mirando a Risto, dijo con, dificultad:

    Todos murieron, nadie se salv, quemaron la casa. Yo estaba en el campo cuando los traidores llegaron; tuve mala suerte de no morir con nuestros padres!

    El fuerte dolor de la herida cort la conversacin. Rosa apret los dientes, arrug la frente y palideci.

    Risto y yo nos miramos asustados, tocamos su cara, ella abri los ojos, mir, pero no habl ms.

    Confiando en que mejorara para seguir viaje, la acomodamos sobre las hierbas; mientras nosotros esperbamos que Rosa se recuperara un poco, Risto empez a contarme su historia.

    "Hace muchos aos dijo me alej de mi familia, quera estudiar y en mi pueblo no haban colegios superiores. Por eso abandon mi casa y me fui a Split. A pesar de que haba mucha desocupacin, encontr empleo en el hogar de una familia juda apellidada Kraler. All he recibido mucho cario. Los seores eran buenos y se hicieron cargo de todos los gastos necesarios para mi instruccin. Sus hijos me queran de tal manera que nos hicimos hermanos espirituales, segn sus costumbres".

    "Cuando los fascistas invadieron la ciudad, los espas de la Gestapo, arrestaron a toda la familia".

    "Yo y uno de los hijos del seor Kraler logramos escapar. Nada supe despus de mis protectores. Luego de Split me dirig a mi casa. All slo encontr cenizas, mi hogar haba sido destruido como todos los dems".

    "Alguien me dijo que cuando llegaron los fascistas, Rosa no estuvo con mi familia. Entonces me dirig a Licki Citluk en busca de unos amigos".

    "Esta maana cerca de la carretera, escuch varios tiros, me dirig hacia all y vi que los traidores disparaban de los vehculos en marcha. En eso not que una muchacha hua hacia los bosques. Trat de alcanzarla porque me urga hablar con alguien para que me oriente, pero no lo logr. Ella se escondi en el monte. Cuando estaban pasando los fascistas interrump la bsqueda y perd la esperanza de encontrarla".

    "De pronto descubr que un hombre la tena entre sus brazos. Me pareca que estaba luchando con ella y fue as que... por poco le mato, amigo..."

  • Risto cambi la expresin salvaje que antes tena. Ahora me hablaba en tono suave y amigable.

    As, en una hora tan amarga, nos hicimos ntimos amigos como si hubiramos vivido toda la vida juntos.

    Acordamos marcharnos de aquel lugar expuesto lo ms pronto posible. Rosa no poda caminar. Con palos y hierbas hicimos una camilla, la acomodamos sobre ella, la cargamos y partimos.

    Nos dirigimos hacia Licky Citluk, lugar en el cual Risto y Rosa me aseguraban tener amigos que podan ayudarnos.

    La regin montaosa, las colinas altas y abruptas, nos dificultaban la marcha. La camilla se malograba a cada momento, entonces decidimos cargar a Rosa por turnos. Muchas veces para pasar un riachuelo tenamos que dar vueltas alrededor de enormes cerros y caminbamos hasta un da entero para ganar slo algunos cientos de metros.

    Ninguno de nosotros conoca aquel territorio. Tratamos de encontrar algn aldeano para preguntar por el camino, pero todo era en vano. No vimos a nadie durante cuatro das.

    Los traidores haban entrado a todos los lugares y se haban llevado poblaciones enteras a los campos de concentracin.

    CAPTULO IX

    POCITELJ

    Cuatro das caminbamos ya por las montaas de Velebit; el quinto amaneci con cielo despejado y bastante sol. Entre los rboles que nos ocultaban, vimos una aldea que segn dijo Risto era Pocitelj; no conocamos a nadie, pero nos vimos obligados a entrar y pedir ayuda. El hambre, la sed y el cansancio agotaban nuestro organismo. La salud de Rosa empeoraba y esperbamos lo peor. Risto y yo nos preocupbamos por igual, pero tenamos miedo de decir algo, nos pareca que la muerte podra ornos y apresurarse a apagar la vida de Rosa.

    La aldea que encontramos a la salida del bosque estaba tranquila; el campo sembrado y las casas que distaban una de otra estaban intactas. Las aves de corral corran por las huertas de uno a otro lado y de vez en cuando el canto del gallo se impona. De las colinas llegaban sonidos de flautas que algunos pastores tocaban mientras llevaban su rebao a los bosques para ocultarlos en la sombra de los clidos rayos solares.

    La normal apariencia del lugar nos aseguraba que el enemigo destructor no haba llegado todava a la regin.

  • Vamos a esa casa! dijo Risto, sealando a una de ellas.

    Vamos rpido! contest.

    Cargu a Rosa sobre mis hombros y empezamos a caminar. Cuando llegamos a la huerta, varios perros salieron ladrando a nuestro encuentro. Al otro lado una docena de chanchitos removan la tierra con el hocico. Haca mucho tiempo que no veamos algo as. La cantidad de cerdos nos sorprendi.

    La casa era de construccin antigua, el primer piso era construido con piedras labradas, el segundo con maderas y el techo con pajas de trigo.

    A los ladridos de los perros, la puerta se abri bruscamente y sali una mujer. Era de estatura baja, cara larga, cabellos largos y negros, era tuerta del ojo derecho. Tena ms o menos cuarenta aos de edad y demostraba un genio rebelde. De mala gana dio algunos pasos hacia nosotros.

    Risto la salud y trat de pedirle ayuda, mientras yo sostena el cuerpo inconsciente de Rosa.

    Quines son ustedes? grit la mujer, arrugando el ceo.

    No se alarme por favor seora, necesitamos ayuda. Nuestra hermana est herida. No hemos comido hace tres das, somos prfugos, venimos de Gracki Dolovi. Los traidores han destruido nuestra aldea, nuestras familias fueron asesinadas, no sabemos adnde ir. Aydenos por favor! dijo rpidamente Risto, antes que la mujer nos rechazara.

    Mmmmmm!... Mmmmmm! ... gru por las narices. Yo no s...! Yo no puedo ayudar a nadie! grit la mujer con furia, moviendo sus manos, con intencin de botarnos.

    En aquella reaccin yo no vi el rechazo definitivo. Present que aquella mujer haba sufrido mucho. Su negacin era mecnica y lo que deca no demostraba su verdadera opinin.

    Ten piedad seora, djanos entrar para socorrer a mi hermana que se est muriendo! suplic Risto.

    Yo no s... yo no tengo nada que ver! dijo la mujer alejndose de nosotros.

    De pronto regres, como si alguien la obligara a hacerlo. Se acerc, mir la cara de Rosa y despus de dar un suspiro exclam:

    Pobrecita!.... Dnde est su herida?

    Tiene la mano destrozada! contest con dificultad. Tenamos hambre y estbamos agotados por la sed y el cansancio.

  • Pasen adelante! dijo la mujer mientras me ayudaba a cargar a Rosa; cuando entramos, nos orden cerrar la puerta.

    No me agrada que los vean... Aqu hay gente buena y mala! explic.

    Acomodamos a Rosa sobre una cama de madera y la mujer se apresur para vendar la herida. En ese momento comprend que mi opinin anterior sobre ella, no estaba equivocada; tena mucho sufrimiento espiritual.

    De nuestra habitacin se prolongaba un pasadizo angosto y sucio. Al final se vea una puerta cerrada.

    Maritza! grit la mujer, con voz ronca que ms bien pareca la de un borracho.

    Ya voy ta! contest una voz femenina.

    Se abri la puerta y entr una joven de aspecto campesino. Vesta de negro y tena la cara triste; era de suponer que haba perdido algn familiar.

    Cuando me salud la muchacha, trat de expresarle mi sentir por su duelo. Pero la ta me interrumpi.

    Ni una palabra joven! me dijo la vieja haciendo una seal con la mano para detener mi expresin, como si quisiera evitar que yo remueva una pena.

    Escucha Maritza! dijo la ta. Ten mucho cuidado... que no te vean... corre, avsale a Miro y dile que venga. Es de suma urgencia, tiene que salvar una vida!

    CAPTULO X

    EL MDICO

    La joven y yo cruzamos nuestras miradas, quise agregar algo sobre la urgencia, pero Maritza se fue corriendo sin darme tiempo.

    La ta sali tras la joven, casi con igual apuro, demor algunos minutos y regres trayndome una cantimplora con aguardiente.

    Tome un trago! dijo alcanzndome el recipiente.

    Tengo hambre, eso es alcohol, me har dao! respond.

    No hables mucho, no te vas a morir de eso! dijo la mujer. Acerqu la cantimplora a mis labios y slo moj la lengua sin pasar ni una gota. Tena miedo de marearme entre desconocidos. En seguida alcanc el aguardiente a Risto y l sin pensar, tom varios tragos.

  • Luego intentamos darle a Rosa. En principio ella abri los ojos, nos mir con tristeza y cerr sus prpados como despidindose de nosotros para siempre. No pudimos hacerle tomar el aguardiente.

    Media hora despus lleg Maritza. Con ella vino un hombre alto, delgado y bastante serio. Tal vez tendra treinta y cinco aos.

    Es mi hermano, se llama Miro dijo Maritza en voz baja; pareca tener rdenes de su ta para guardar en secreto la profesin de su hermano.

    Gracias amiga! contest con alegra. Pens que la llegada del mdico salvara la vida de Rosa.

    Miro se acerc, tom la mano derecha de Rosa, observ el pulso y arrug la frente con expresin desagradable; yo sent miedo, la alegra que tuve fue reemplazada por la tristeza que hizo temblar todo mi ser.

    Risto se senta igual que yo.

    El mdico aplic una inyeccin a Rosa, luego vend su herida y sali de la habitacin sin decir palabra. Aquel silencio era suficiente para que nosotros pudiramos comprender la gravedad de la joven. Sal rpido tras del mdico con el propsito de interrogarle; pero aquel hombre que pareca de carcter suave me neg bruscamente la explicacin.

    Qu quiere saber? Vaya a su sitio y descanse hasta que llegue su turno! me dijo.

    Qu quiere decir con eso doctor? pregunt con miedo y curiosidad. l se volte, sac tabaco, cort un pedazo de papel y prepar un cigarrillo.

    Por favor joven, vaya, sintese y descanse! Djeme pensar un poco... la situacin es sumamente peligrosa para ella y para todos nosotros! repiti el doctor, mientras encenda su cigarrillo.

    Oyendo aquellas palabras de tono suplicante, tuve que obedecerle; me encamin a la habitacin y me puse a pensar. Por qu el mdico procedi as conmigo? Qu tiene que ver la salud de Rosa con la salud de los dems? Me interrogu varias veces en silencio.

    La debilidad y el cansancio haban neutralizado mi mente; era difcil poder concentrarme. Ante mis ojos pasaban miles de escenas como una pelcula en la pantalla de un cine. Lo nico que poda hacer en ese momento era echarme a tierra y permanecer con los ojos cerrados.

    Risto me pregunt:

    Qu te dijo el doctor?

  • Yo le contest lo que me haba dicho el mdico:

    Descansa hijo mientras te llegue el turno!

    Qu dices? pregunt Risto sorprendido.

    Eso, lo que oyes, as dice el doctor!

    Entonces es "tifoidea" dijo Risto con tristeza.

    En ese momento me di cuenta que el mdico tena razn.

    Me levant y corr en busca de Miro para confirmar la sospecha de Risto. No encontr al doctor porque haba salido. Regres rpido y comuniqu a Risto la desaparicin del mdico; luego llam a Maritza, pero tampoco la encontr. Ella tambin haba salido sin avisar.

    En eso apareci la ta trayendo una olla llena de leche. A cada uno entreg una taza de cobre estaado.

    Tomen rpido! dijo la mujer. Es leche de oveja, es muy buena, la he ordeado esta maana!

    Lo primero que hicimos fue acercarnos a Rosa; le abrimos la boca y le dimos un poco. Ella no pudo pasar y la leche se derram. Eso nos apen tanto que tampoco nosotros la tomamos.

    De pronto entr la ta preguntando:

    Qu les pasa muchachos, por qu no toman?

    En eso vio que el lquido sala sin control de los labios de Rosa. Se puso nerviosa y limpi la boca entreabierta de la joven.

    Pasaron tal vez tres o cuatro horas (no estbamos en condiciones de poder calcular el tiempo), en el rostro de nuestra amiga no se notaba mejora alguna. La desesperacin agobiaba nuestros corazones y cada minuto nos aplastaba con mayor crueldad.

    Estoy seguro de que cualquiera de nosotros hubiera aceptado con toda alegra cambiar su vida por la de Rosa, pero como eso era imposible, slo nos qued el consumirnos de angustia.

    De pronto, un rumor se escuch en el patio. La puerta se abri y entr el mdico; tena la cara roja, respiraba agitadamente; se notaba que haba caminado con prisa. Sin decir palabra puso sobre la mesa varias cajitas que contenan medicamentos. Prepar la jeringa de aplicar inyecciones y con voz alarmante dijo:

    Desnuden sus brazos pronto!

  • En ese momento entr Maritza. Comprend que ella lo mismo que el doctor, haban corrido en busca de medicamentos. Tambin me di cuenta que la tifoidea se haba apoderado de Rosa y el peligro amenazaba a todos.

    Lo que ms deseaba yo en aquel momento era la muerte. Quera desaparecer de este mundo cruel, alejarme de los habitantes de la tierra, entre los cuales predomina la envidia, el egosmo, la barbarie y la mentira. Quera huir del hombre, del guerrero, del hijo de Dios, que mata, que destruye, que odia.

    Me levant de clera y sal. Maritza corri tras de m.

    Espera, no te vayas; debes vacunarte contra la tifoidea! dijo la muchacha suplicndome.

    Aquello aument mi rabia, me pareca que cada palabra de la joven abra una nueva herida en mi corazn.

    No! Yo no necesito ninguna inyeccin; ayuden a Rosa. Djenme en paz grit con ira salvaje.

    Maritza se sorprendi de mi comportamiento. Se dio cuenta de que yo estaba atacado por la fiebre y corri en busca del doctor.

    En ese mismo instante una idea atraves mi mente; recapacit, me di cuenta, que mi comportamiento era anormal, que no eran solamente el cansancio y el hambre los que maltrataban mi cuerpo, tambin la enfermedad se haba apoderado de m.

    En aquella crisis de fiebre, mi mente estaba alterada, me pareca que lo mejor era escapar y alejarme de todos.

    Mientras el doctor pona la inyeccin a Risto, yo aprovech para correr hacia el bosque. En ese momento nadie se dio cuenta; yo segu corriendo con una furia inexplicable; nada me detena, todo lo vea plano; me pareca que varios miles de nazis corran detrs de m.

    De pronto mis pies flaquearon y comenc a agarrarme de los rboles. Les ordenaba que me protegieran, luego me desped de ellos y segua andando.

    Lo ltimo que recuerdo es el tropezn que di con un rbol cado. Por un instante todo a mi alrededor comenz a girar, el crculo se reduca ms y ms hasta que termin en un punto. Desde ese momento no recuerdo nada.

    Das despus, mi mente conservaba an el recuerdo de aquel crculo giratorio, pero mis ojos captaron nuevas imgenes a m alrededor. Lo primero que vi fue una ventana larga y angosta por la cual penetraban los rayos solares alumbrando el cuarto estrecho y sucio. Se encontraban a mi lado el doctor, Maritza y Risto. Un instante despus entr la

  • ta. Mientras los tres me miraban con pena, la vieja corri hacia m y besndome en la frente dijo:

    Gracias a Dios; me has asustado hijo, ya ests mejor. Miro es un buen mdico y te ha salvado!... Ah..., qu bueno que has mejorado! repeta constantemente la ta.

    Cmo est Rosa? pregunt. Todos se quedaron callados; el silencio me dio una horrible impresin. Maritza y Miro volvieron sus caras al otro lado para que nuestras miradas no se encontraran.

    Dios se la ha llevado hijo mo! Est descansando entre los ngeles me dijo la vieja acaricindome. Supe entonces que Rosa haba muerto mientras yo estaba huyendo por los bosques. Me sent culpable y quise gritar; pero mi garganta se ahogaba, mis labios temblaron histricamente y las lgrimas llenaron mis ojos.

    Hice esfuerzos para levantarme, quera correr para abrazar el nicho de aquella heroica muchacha que sacrific su juventud por la libertad, quera pedirle perdn. Las fuerzas no me ayudaban, no pude levantarme, slo cubr mis ojos con las manos y de nuevo me pregunt por qu no he muerto yo?, por qu no mor antes de ver tantos horrores?

    La ta me acarici otra vez; Maritza y Miro salieron de la habitacin.

    Cuando recuper el sentido, ellos me contaron que les haba costado mucho trabajo encontrarme. Me dijeron que cuando regresaron trayndome, Rosa haba muerto. Entonces confirm mi sospecha anterior.

    En aquella habitacin permanec siete das.

    Al cumplirse el octavo, Maritza me ayud a salir de la habitacin. El csped cubierto de roco brillaba con los rayos del sol, pareca sembrado de cristales.

    Entre aquel esplendor, ms all, cerca del bosque, haba una mancha de tierra negra. En ella se estrellaba la vista del observador!

    Debajo de aquella tierra removida, estaba el nuevo hogar de Rosa. All descansaba enterrada con todos sus sueos e ilusiones de felicidad.

    Maritza no me dijo nada, pero yo comprend su silencio y me encamin hacia all. Luego llegaron Risto y la ta, todos nos reunimos alrededor de la tumba y depositamos en su cabecera un ramo de flores silvestres. Luego regresamos.

    En el camino, la ta de Maritza cont su historia. Sus dos hijos haban sido asesinados por los traidores. Su esposo muri en la guerra y su pequea hija, apenada por sus hermanos, falleci al final. Desde entonces la ta viva sola. Maritza y Miro se haban refugiado en su casa, pocos das antes.

    Si ellos no llegan, tal vez me hubiera vuelto loca! dijo la buena mujer.

  • All permanecimos varias semanas. Yo, pronto mejor: despus... san por completo.

    Cada maana visitbamos la tumba de Rosa y el resto del da lo pasbamos ayudando a la ta en el trabajo del campo. Discutamos sobre la situacin mundial y preparbamos planes para organizar la accin contra el enemigo.

    No tenamos contacto con nadie e ignorbamos los movimientos de los fascistas y traidores. Por el momento, eso nos impeda actuar.

    Un da, nuestro despertar fue distinto. La maana veraniega estaba fresca y perfumada, el sol invada con sus luminosos rayos la pequea aldea Pocitelj.

    Entre aquella belleza natural, los hombres, ellos, los miembros de la familia terrestre, conscientes y humanos, ahogbanse en sangre y se destruan entre s.

    El venenoso animal que cada uno de nosotros esconde en su interior, actuaba sin control; morda todo lo que estaba a su alcance. As, pues, aquella maana que confunda las crueldades de la guerra y la belleza natural, nos dej un recuerdo especial que no se borrar de mi mente jams.

    CAPTULO XI

    TRAIDORES EN POCITELJ

    Durante la noche, los traidores entraron a la aldea; estuvieron ocultos hasta las primeras horas del da con el propsito de sorprender y evitar que los pobladores escaparan. Eran las ocho de la maana cuando la ta alarmada entr a nuestra habitacin.

    Su rostro, palidecido por el espanto, anunciaba peligro y nos asustamos todos.

    Hijos mos!... Dios mo!... Qu ser de nosotros!... Los fascistas y los traidores estn en la aldea! Estamos perdidos!

    En aquel momento, un golpe violento abri la puerta. En seguida una rfaga de ametralladora irrumpi en nuestra miedosa quietud: los disparos proseguan uno tras otro y las balas perforaban las paredes del cuarto. Miro, Risto y yo nos pegamos al suelo. La ta agarr a Maritza, para protegerla cubrindola con su cuerpo.

    Cudate hija! Agchate!... Ay Dios, aydanos! grit la buena mujer. Esas ltimas palabras las pronunci con dificultad y dando un grito de dolor se desplom.

    Nos mir, pero no pudo decirnos nada. Una bala asesina le haba atravesado el pecho. La sangre brotaba de su boca.

    Por la ventana del cuarto, asom el can de una ametralladora. Las balas pasaron por encima de nosotros. Ninguna nos alcanz.

  • En un instante la casa se llen con los soldados. Un traidor con rango de oficial entr en el cuarto disparando con su revlver.

    Aqu estn, stos son los patriotas... son serbios y judos! Amrrenlos! grit.

    Luego entraron varios traidores y arrastraron a Maritza con el propsito de ultrajarla.

    Ella, desesperada comenz a defenderse, a rogar y a gritar. A los gritos de la joven entr un oficial fascista.

    Fuera de aqu! Dejen a esa mujer! grit colrico.

    Los traidores la tiraron al suelo y se alejaron con la pena de no haber podido satisfacer el monstruoso deseo.

    Entretanto, tres soldados fascistas despus de atarnos las manos, nos sacaron a golpes. Cuando salimos de la casa, a cien metros de distancia, ms o menos, se encontraba un grupo de aldeanos. Eran gentes de distintos lugares, algunos tenan las manos atadas. Los hombres protestaban por los brbaros tratos, mientras las mujeres sollozaban pidiendo libertad.

    A nuestro alrededor soldados italianos y traidores encaonaban con sus armas a cada uno de nosotros; despus nos ordenaron caminar hacia un pueblecito llamado Ribnik, ubicado al lado derecho del ro Lika.

    Durante el viaje procur acercarme a Miro, Risto y Maritza, pero los traidores no lo permitieron. Me golpearon con la culata del fusil y muchas veces ca al suelo.

    Cuando estbamos alejndonos de la aldea vi arder nuestra casa;-.saba que el cadver de la ta se encontraba entre aquellas llamas quemndose, eso agobi ms an mi corazn.

    En el transcurso del camino el nmero de presos aumentaba. Aprovechando la multitud, me acerqu a Maritza y le pregunt si poda soportar el dolor de sus heridas, ella, muy valiente me contest:

    No me duele, lo que me importa es que te cuides t.

    A Miro y Risto no logr verles, eso me entristeci.

    Nuestra llegada a Ribnik fue durante la tarde, el sol abandonaba la regin y nos entregaba a la triste oscuridad de la noche que se acercaba poco a poco.

    El pueblecito estaba lleno con los detenidos que procedan de los alrededores de Gospich.

    El pesar y la preocupacin se manifestaban en el rostro de cada ser. Los nios estaban alarmados. Pero entre ellos, tal vez se poda encontrar algunas caritas que sonrean de

  • vez en cuando. Las criaturas no comprendan aquel tormento, ni por qu los amontonaban en aquel lugar. Ellos conocan la bondad de sus padres, crean que todos los hombres les brindaran igual ternura. No tenan miedo de aquellos que les apuntaban con sus armas y les trataban como animales.

    Esa misma noche los traidores nos obligaron a emprender la marcha hacia Gospich. Empezamos a caminar en desorden. Por los lados de aquel camino, medio destruido, marchaban los traidores controlando nuestros menores movimientos. Estaban en fila ms o menos a cinco metros uno del otro. Yo decid por todos los medios encontrar a mis amigos. Me met entre la gente mirando las caras de todos; la luna brillaba como de costumbre, pareca no sentir molestia alguna por aquel vergonzoso y destructor acto del hombre. Su plida luz me ayudaba en la bsqueda. Durante el camino recorr varias veces la fila de prisioneros, pero mi esfuerzo fue intil, no encontr a ninguno de mis amigos.

    Cuando llegamos a Gospich, el cielo estaba cubrindose con pequeas nubes que poco a poco se volvieron ms densas y oscuras. Una hora despus comenz a llover fuerte. En pocos minutos el suelo se convirti en barro. Los traidores ordenaron detener la marcha.

    Nos amontonaron en un campo que estuvo arado unos diez das antes. All en el fango y bajo la lluvia permanecimos toda la noche. Al da siguiente amaneci lloviendo igual, la gente amontonada en grupos esperaba el designio de su suerte.

    De rato en rato se escuchaban gritos y quejas de los enfermos y ancianos. Exclamaban pidiendo auxilio; los lamentos se perdan en el campo; nadie les haca caso.

    En aquel desdichado momento, me acord de la manada de caballos que vi muchos aos antes en un potrero militar. Ellos igual que nosotros estaban encerrados bajo la lluvia y en el lodo, con la diferencia de que aquellos animales reciban su porcin de pasto tres veces al da mientras que por nuestra alimentacin nadie se preocupaba.

    Las rfagas de ametralladoras interrumpieron muchas veces nuestros pensamientos. Los jvenes aprovechaban el descuido de los soldados para escapar, pero ni bien daban un paso fuera del lmite, cientos de balas les atravesaban.

    Pens varias veces que tal vez sera mejor morir sin tanto sacrificio, pero, por desgracia, no me atrev a intentarlo. Despus lo lament mucho!

    En aquel campo cubierto de lodo amasado por nuestras pisadas permanecimos dos das y una noche.

    La lluvia no cesaba. Nuestros pies comenzaban a flaquear, varias personas cadas en el barro esperaban su final.

  • En la tarde del segundo da lleg un grupo de doscientos traidores. Nos dimos cuenta de que esos verdugos haban venido para efectuar alguna ejecucin salvaje. En sus miradas de odio pudimos leer con mucha facilidad nuestro destino.

    Formados en dos filas nos ordenaron caminar por aquel pasadizo cercado por los caones de sus armas.

    La densa lluvia formaba una neblina que nos impeda ver a la distancia. De pronto nos encontramos ante una hilera de camiones.

    CAPTULO XII

    HACIA JADOVNO

    Los vehculos estaban cubiertos con lona de color tierra. El objeto era impedir que durante el da los descubrieran los bombarderos aliados.

    Dos traidores abrieron la puerta del primer camin y con las metralletas nos dieron la seal de subir. Muchos no pudieron hacerlo. La lluvia, la debilidad, el hambre y las enfermedades se haban apoderado de ellos. No podan ni alzar sus pies y se desplomaban cuando queran subir. Quisimos ayudarlos, pero los traidores nos impidieron con golpes e insultos. Tuvimos que pasar sobre los cuerpos tendidos sin hacer caso a los gritos y lamentos. As, muchos murieron aplastados bajo nuestros pies. Cundo terminar esta accin criminal del hombre?, pens, mientras los golpes y torturas segaban vidas a mi alrededor.

    Nadie saba adnde bamos. La gente proceda de todas partes de Croacia; pero la mayora era de las regiones cercanas a Gospich. Yo no los conoca y nadie hablaba conmigo.

    Cuando un camin se terminaba de llenar cerraban las puertas y cinco traidores entraban entre nosotros. Nos ataban las manos con sogas y alambres mientras otros vigilaban nuestro comportamiento. Bastaba una pequea resistencia o murmuracin para que descargasen rfagas sobre nosotros.

    En el primer camin, un prisionero escupi a los traidores que trataban de atarle las manos. Uno de los verdugos sac su cuchillo y lo degoll en presencia de todos, luego descarg varias rfagas de metralleta sobre los dems. Los cadveres fueron arrojados a la carretera.

    Aquella monstruosa demostracin era suficiente para hacer callar al ms valiente corazn.

  • Los vehculos llenos de carga humana partieron hacia la muerte, llevaron a los que protestaban por las barbaridades e injusticias cometidas y devolvieron as el temeroso silencio a la ciudad de Gospich.

    No se poda calcular el nmero de personas que haban embarcado en cada camin. Los verdugos obligaron, a amontonarse tanto, que muchos murieron aplastados.

    Nuestras manos estaban atadas individualmente y luego unidas a una larga cadena. Cualquier hombre que por debilidad caa al suelo, arrastraba a los dems ocasionando dificultades a los que podamos soportar todava. El movimiento del vehculo nos empujaba de uno a otro lado y el desdichado que caa al suelo, en pocos minutos mora pisoteado.

    Viajamos varias horas sin parar... el viaje se haca angustioso e interminable. Pero, a quin quejarse? Sabamos que a nuestras quejas, los traidores respondan con disparos. Por eso, soportbamos todo sacrificio, sin protestar. De pronto, los camiones se detuvieron. Era ya de noche!

    Varios soldados sealaban con linternas un estrecho caminito por el cual deban pasar los vehculos. Ms all, a unos doscientos metros, las luces de los carros nos ayudaron a ver una gran parte del cerco de alambre. Una puerta de dos hojas estaba abierta y los camiones entraron uno tras otro.

    Desde un camin lleno de soldados una voz amenazadora orden:

    Que bajen esos perros!

    Los traidores que nos custodiaban bajaron primero, luego nosotros; los golpes de culata que nos aplicaban se escuchaban por todos lados.

    Cuando nos descargaron, los camiones se alejaron dejndonos en el campo abierto.

    Esto es Jadovno! dijo con sorpresa alguien que conoca el lugar.

    Nadie contest, todos estbamos asustados. Slo queramos saber qu haba a nuestro alrededor.

  • Segunda parte

  • CAPTULO I

    EN EL CAMPO DE CONCENTRACIN DE JADOVNO

    En el colegio aprend que en aquel lugar, pocos das del ao se poda disfrutar el sol, que las lluvias duran semanas y meses sin parar y que la mayor parte de la regin estaba despoblada.

    All la densidad higroscpica es la ms elevada de la orilla del Mar Adritico.

    Mientras los traidores nos atemorizaban con sus golpes e insultos, por mi mente cruz una idea que espant mi ser. Pens que los enemigos haban escogido aquel lugar desierto, escabroso y hmedo para consumar sacrificios humanos. Rpidamente reaccion procurando olvidar el terrible pensamiento.

    No creo que as sea, tal vez estaremos aqu hasta el amanecer, me dije, prestando atencin a los gritos de los presos.

    Una rfaga de ametralladora irrumpi aquella confusin. Los gritos de protesta disminuyeron, pero los lamentos de dolor y agona aumentaron.

    Algunos presos intentaron escaparse aprovechando la oscuridad de la noche, pero al chocar con los cercos de alambre, fueron ametrallados sin piedad por los traidores.

    El tiroteo se repeta y los verdugos para atemorizar a la muchedumbre, disparaban contra ella sin compasin. Las vctimas caan al suelo cubierto de agua; por suerte, muchas de ellas ya sin vida.

    Digo por suerte, porque considero que la vida en esas condiciones era peor que la muerte.

    Si en aquel momento hubisemos sabido la clase de martirios que los verdugos nos preparaban, sin lugar a dudas, hubiramos preferido atacarlos con el propsito de que en esa misma noche, nos liquidaran a tiros.

    Una hora despus cesaron los disparos y otra vez prorrumpieron los lamentos de los heridos en aquella noche lluviosa, hacindola ms insoportable an.

    Varios reflectores giratorios, y de mediana potencia, iluminaron el campamento. El lugar pareca un gran rancho lleno de ganado desbocado y asustado por las fieras.

    En el lado norte se vean esparcidos muchos cadveres. No era posible precisar su nmero exacto. Algunos heridos procuraban levantarse, pero en lugar de ayuda reciban descargas de ametralladoras. Sus hermanos espirituales, hijos de Dios, les quitaban el derecho de vivir.

  • Las personas ilesas o con ligeras heridas se amontonaban en la parte sur de aquel campamento, se pegaban ms y ms sobre aquella reja metlica; entonces los traidores se dieron cuenta de que la muchedumbre podra destruir el alambrado y escapar aprovechando la oscuridad.

    Pronto empezaron a disparar sobre los presos.

    Los encadenados tiraban para uno y otro lado, se caan y se levantaban; muchos de aquellos desdichados murieron aplastados por la turba. En esa confusin, alguien grit:

    Qudense en el centro!

    Al principio no hicimos caso, pero cuando comenzamos a recibir disparos de todas partes, obedecimos. Los muertos aumentaron a nuestro alrededor.

    Una bulla angustiosa estremeca la oscuridad. En aquel valle, como en otros lugares del continente europeo, los hombres, civilizados del siglo XX, se destruan entre s sometindose a los ms severos calvarios.

    Me pareca que Dios se haba alejado de nosotros, que los profetas haban fracasado en sus enseanzas (sin lograr efecto alguno durante siglos) o que tal vez el hombre haba traicionado a su doctrina.

    Mientras tanto, bajo aquellas nubes negras que se precipitaban en lluvia, la sangre de los hombres, mujeres y nios se confundan con aquel fango cubierto de cadveres.

    Algunos procuraban auxiliar a sus familiares y amigos heridos, pero apenas daban un paso las rfagas de las ametralladoras los detenan. Un pelotn de traidores lleg cerca de las alambradas con el propsito de rematar a los heridos que se retorcan en aquel barro; dispararon docenas de balas sobre cada uno de ellos.

    Es lo mejor que hacen! pens en aquel momento, mientras la angustia agobiaba mi ser.

    Era pues preferible rematarlos que dejarlos sufrir.

    La lluvia aumentaba su furia y daba la sensacin de que la naturaleza se haba confabulado con aquellos monstruos humanos, para acabar con nosotros de la manera ms cruel y sanguinaria.

    Las caravanas de camiones llegaban una tras otra trayendo gentes de todas partes. El nmero de los presos creca excesivamente. El fro, el hambre, el cansancio y el miedo consuman mi ser, pero nada me angustiaba tanto como la separacin de Maritza, Risto y Miro.

    Desde que sal de mi casa y me alej de la familia, aquellos muchachos fueron los ms nobles compaeros que conoc. Ellos comprendieron mi tristeza y se empeaban sinceramente en darme todo lo bueno que tenan a su alcance.

  • La idea de que ellos estuvieran entreverados entre aquellos cadveres me atormentaba. Quera acercarme a cada uno de los muertos para asegurarme de que no era as, pero comprend que cualquier intento de alejarme del centro ocasionara la muerte de muchas personas que an tenan la esperanza de sobrevivir a aquel infierno. Entonces decid no moverme.

    Toda la gente permaneca callada. Slo cuando llegaban nuevos presos se oan gritos de protesta. Al desembarcar reciban golpes, balas y pualadas que los hacan enmudecer igual que a nosotros.

    Por fin amaneci.

    El cerco en el cual nos encontrbamos amontonados, ocupaba gran parte del valle. ste haba sido construido provisionalmente con gruesos y cortos palos que sostenan una red de pas formando una alambrada de cinco metros de espesor.

    Ms all estaban los puestos de los centinelas, separados ms o menos cincuenta metros uno de otro. Al fondo, cerca de las lomadas, haban tres grandes barracas; delante de ellas estaban estacionados cuatro tanques livianos, varios camiones con carga y dos automviles. Todos estaban pintados color tierra.

    Las densas nubes cubran las cumbres de los cerros y no permitan calcular su altura.

    La lluvia segua cayendo, las finas gotas formaban neblina que impeda ver ms all. Gran cantidad de gente permaneca acurrucada en el centro del campamento. All haba presos de todas partes de Europa; la mayora eran yugoslavos.

    Mujeres, hombres y nios estaban entreverados en aquel matadero. Los heridos sangraban sin auxilio.

    Por rumores de los lugareos, confirm que ese sitio era Jadovno.

    Los traidores y fascistas haban escogido aquel lugar hmedo y solitario con el propsito de martirizar an ms a los prisioneros.

    Los centinelas entraban y salan de sus garitas, renegando de aquellos cerros con nubes y lluvia permanente.

    En las barracas todo estaba tranquilo. Los tanques apuntaban sus caones hacia nosotros.

    No se escuchaba ninguna conversacin, pareca un valle sin vida, a pesar de que all existan miles de personas.

  • De pronto, los disparos interrumpieron aquel mortal silencio. Uno de los heridos que estaba tendido en el suelo hizo un movimiento y los traidores remataron al infeliz.

    Cientos de muertos se encontraban en aquel fango sin que nadie se preocupara de enterrarlos. Muchos tenan el crneo destrozado y los sesos desparramados se confundan con el barro.

    Aquel cuadro horrible y conmovedor nos haca la vida cada da ms insoportable.

    Pero, qu podamos hacer con las manos atadas y encerrados en aquel alambrado rodeado por cientos de verdugos?

    Haban ya pasado varias horas desde el amanecer cuando vimos que detrs de las lomas vena una columna de camiones. Se dirigan hacia el campamento!

    Eran como treinta vehculos y cada uno estaba repleto de presos. Los traidores reunan en Gospich prisioneros de todas partes; de all los trasladaban al "matadero humano" de Jadovno.

    Los nuevos compaeros eran tratados mejor que nosotros. No estaban atados y algunos traan maletines. Ese grupo estaba formado por gentes de varias nacionalidades... en las conversaciones podas escuchar todos los idiomas europeos, nadie divulgaba su verdadera nacionalidad; todos decan ser yugoslavos.

    Me acord que antes de caer prisionero, el Gobierno de Hitler haba promulgado un decreto para destruir a todas las personas de origen judo. sta fue la primera voz salvaje del enemigo del hombre en el siglo XX. Sentenciaron a aquel pueblo inocente acusndolo de "culpable" slo por el hecho de ser "hijo de Dios".

    El pueblo judo fue obligado a abandonar sus hogares y a refugiarse en los pases vecinos donde podan ocultar su verdadero origen.

    De Hungra, Austria y Rumania miles de judos se haban refugiado en Yugoslavia. Los "gestapos" con la colaboracin de los "traidores" perseguan a todos los refugiados, los juntaban en los campos de concentracin y les quitaban la vida en la forma ms cruel.

    Medit un poco y comprend que aquel nuevo grupo que lleg al campamento se compona mayormente de judos y gitanos refugiados. Me apenaba la suerte de aquellos seres. Yo estaba dispuesto a cualquier sacrificio por ayudarlos, pero mis deseos eran intiles. El hombre se haba convertido en monstruo. Nos tena en aquel infierno, enjaulados entre alambres. All anul todos los derechos humanos.

    En ese lugar nuestro nico consuelo era generar un odio comn contra aquel destructor y criminal "guerrero".

    Cuando los nuevos prisioneros llegaron al campamento se sorprendieron de vernos atados. Les apen nuestro estado y acudieron en nuestro auxilio. La lluvia segua

  • cayendo como de costumbre y de pronto una densa nube invadi el campamento. Aquel fenmeno natural nos dej casi en la oscuridad, favoreciendo el trabajo de nuestros compaeros; en corto tiempo nos desataron a todos.

    Mis manos sangraban, pero a mi alrededor haban casos peores. Un anciano se retorca por el dolor terrible ocasionado por los alambres que amarraban sus manos. Los traidores al atarlo haban ajustado tanto los alambres que le llegaron hasta los huesos. Al lado, una mujer yaca inconsciente, con el brazo derecho destrozado. Un muchacho tena las manos atadas a la espalda y de tantos empujones y movimientos, los alambres haban desgarrado la piel de sus muecas, los huesos de sus manos estaban descubiertos, sin carne. Verlos daba horror.

    Aquel primer da en el campamento no hubo cambio. La lluvia no ces un instante y los que murieron permanecan en el mismo sitio donde haban cado.

    Los traidores no se nos acercaron durante el da. La puerta grande permaneci cerrada y los centinelas seguan en sus garitas.

    En las ltimas horas de la tarde, los verdugos instalaron un generador elctrico con la finalidad de aumentar la luz y electrizar el alambrado.

    Cuando anocheci prendieron los reflectores, cada aparato giraba medio crculo e iluminaba el campamento facilitando a los centinelas el control de nuestros movimientos.

    Al amanecer, mis pies estaban adormecidos. Procur caminar, pero mis rodillas flaqueaban, perd el equilibrio y ca sobre mis compaeros. Empec a golpear mis msculos para desentumecerlos y seguir en busca de Miro, Risto y Maritza.

    Despus de algunas horas de ejercicios logr caminar entre aquella gente acurrucada por el fro y los maltratos. La multitud presentaba un aspecto estremecedor, poda verse all los cuadros ms desagradables; la mayora estaba tendida por el hambre y el cansancio. Las mujeres cubran con sus cuerpos a las criaturas protegindolas de la lluvia y del fro. Los heridos agonizaban.

    CAPTULO II

    ENCUENTRO CON JAKOV STELZER

    A pesar de toda la angustia que sent por aquellos desdichados procur acallar mis sentimientos y proseguir la bsqueda.

  • De pronto tropec con los pies entrecruzados de la gente y ca bruscamente sobre ella. Al caer escuch varias voces que protestaban contra m. Quise excusarme, pero me interrumpieron. Un hombre de edad madura me insult sin medida; comprend que haba cometido una falta, pero me pareca que trato tan brusco era demasiado castigo.

    Al lado del hombre que protestaba, se encontraba de pie un joven de mediana estatura, robusto, de cara redonda y nariz aguilea. Tena sobre la cabeza un costal para protegerse de la lluvia. Apenas escuch los insultos, el muchacho descubri su cabeza y al ver mi rostro enrojecido, me dijo:

    No le hagas caso, est enfermo de los nervios!

    Sent alegra al ver que alguien comprendi mi falta casual. Me detuve un poco con la intencin de agradecerle pero l me adelant.

    Me llam Jakov Stelzer dijo extendindome su mano mojada y fra.

    Yo soy Mile Maskovich contest, mientras en mi interior se generaba la satisfaccin por el encuentro de un nuevo amigo.

    Es mi padre! agreg Jakov, ensendome con su mirada a aquel hombre que minutos antes haba descargado todos sus insultos sobre m.

    Fue torturado en una prisin por la Gestapo continu y desde entonces est demente. Sufro mucho con l, pero he decidido cuidarlo hasta el final. No tengo ms familia!, mi madre fue asesinada con mi hermano en Novi Sad. Mi padre se encontraba en la crcel cuando muri mi madre.

    "Antes que los nazis penetraran en mi hogar yo haba salido a visitar a mi padre en la prisin. Cuando llegu a la crcel, el jefe me dio un papelito; yo lo entregu sin leerlo a un centinela nazi que estaba parado en la puerta. Este mir el escrito y me encerr en la crcel aplicndome un fuerte puntapi. Ca al suelo y cuando me levant recib varios golpes ms. No me acuerdo lo que ocurri despus. Al despertar me encontr con varios presos a mi alrededor, mi padre era uno de ellos... l no me reconoci... haba sido cruelmente torturado y sufra alteraciones mentales. Dos horas despus, aviones desconocidos arrojaron varias bombas sobre la ciudad, una de ellas cay cerca de la prisin, las paredes se rajaron, cayeron al suelo y se abrieron varias salidas... yo jal a mi padre y escap entre las ruinas y humos. Muchos prisioneros hicieron lo mismo, algunos fueron alcanzados por los traidores, pero la mayora se salv".

    "Dej a mi padre en la casa de unos campesinos; me dirig hacia mi hogar, pero en l no encontr a nadie. En la huerta estaba el cadver de mi hermano, tena varias perforaciones de bala en el pecho... algunos pasos ms all encontr el cadver de mi madre. Toda su cara estaba destrozada por los golpes. Aquella impresin fue horrible.

  • Cuando regres donde mi padre, no le cont nada de lo ocurrido. Saba que la noticia lo agravara ms an".

    "Los aldeanos del lugar donde haba dejado a mi padre, ignoraban tambin mi desgracia... Dos meses antes, yo con mi familia habamos llegado de Hungra. All, en nuestra aldea, los nazis llevaban a todos los judos a los campos de concentracin. Tuvimos que escapar!".

    "Un amigo que vive cerca de Novi Sad, en cuya casa yo viv cuando cursaba mis estudios, nos ofreci una choza y toda clase de ayuda. As, los aldeanos del lugar donde se encontraba mi padre no conocan la suerte que haba sufrido nuestra aldea, ni tampoco de nuestra fuga, ellos crean que ramos de la regin; les dije que mis familiares se haban refugiado y que mi casa estaba quemada... todos se apenaron por la noticia y me ofrecieron proteccin".

    "Cinco das despus, los nazis llegaron a la casa donde estbamos escondidos, quemaron la aldea y apresaron a la gente... yo no quise escapar, no poda abandonar a mi padre... mis amigos y sus familiares fugaron, pero los traidores lograron matarlos".

    "Cargu sobre mis hombros a mi padre y me entregu a los soldados... Me metieron en un carro grande y cerrado donde haba bastante gente amontonada... All pap empez a razonar, me llam, y cuando le contest, me mir y comenz a llorar, estrechndome contra su pecho, luego me pregunt: 'Qu ha sucedido con nuestra familia?...' Yo no le contest; l continu llorando...".

    "Durante varios das nos llevaron de un sitio a otro, los nazis se trasladaban en cacera de judos de una a otra aldea y apresaban a los que estaban a su alcance. Por fin nos descargaron en el campo de Banjica, cerca de Belgrado... All la "Gestapo" amontonaba presos de todas partes, la mayora eran judos y gitanos... En Banjica nos sometieron a torturas. Los verdugos obligaban a cada preso, antes de matarlo, a delatar a los judos que se ocultaban".

    "En pocos das los nazis acumularon en Banjica miles de presos... el campo de concentracin se encontraba repleto y las autoridades se vieron obligadas a transportar presos a otros lugares... Un da, los "gestapos" separaron un grupo entre los que estaban incluidos mi padre y yo... nos llevaron a la estacin del ferrocarril y nos embarcaron en los vagones de carga. All permanecimos hasta que oscureci... luego partimos sin saber adnde nos llevaban. Estbamos seguros de que viajbamos hacia la muerte. En qu lugar? Lo ignorbamos".

    "Cuando amaneci, nos encontramos en un sitio que segn versiones de los que conocan se llamaba Jasenovac; all nos detuvieron, descargaron una parte de presos y nosotros permanecimos todo el da encerrados en los vagones... Al anochecer, el tren reinici su marcha y toda la noche viajamos sin parar. Apenas nos detuvimos, una caravana de camiones se present en el lugar... nos metieron en ellos como animales y nos trasladaron a las crceles de Gospich, all los traidores mataron una gran cantidad de

  • gente y el resto fue trasladado a Jadovno..., la mala suerte me acompa, no he muerto en ninguno de esos sitios y sigo soportando torturas todava".

    De la conversacin con Jakov comprend que l y su padre eran judos. Sent pena por ellos y agrado a la vez por ser su amigo. Le cont mi historia, tambin le dije de Miro, Risto, Rosa y Maritza. Jakov me pidi que no nos separsemos..., yo no le acept. Mi intencin era seguir buscando a mis amigos, pero le ofrec regresar. Agradecindole, me desped y continu la bsqueda entre aquella atemorizada y agotada multitud. Toda la noche me la pas buscndolos, pero no encontr a ninguno de ellos.

    Al da siguiente amanec cerca de la puerta del campamento. Estaba triste y muy cansado.

    A las nueve de la maana, los traidores comenzaron a construir un nuevo cerco. Veinte soldados se acercaron a la puerta principal, la abrieron y se metieron entre nosotros. Nos encaonaron con las armas y ordenaron que nos alejsemos de la alambrada. La gente estaba atontada por el hambre, la sed y el cansancio. No podamos correr, entonces los traidores dispararon sobre la masa... murieron muchos presos, pero de todas maneras no podamos alejarnos tan de prisa como nos exigan.

    De pronto entraron otros soldados armados con pistolas y cada uno llevaba un garrote como de un metro.

    Mientras unos encaonaban con las armas, los otros se con-fundieron entre nosotros gritando e insultando en idioma yugoslavo y alemn. Nos golpeaban como si furamos fieras salvajes.

    En principio no entend la razn de la llegada de los soldados, pero cuando empezaron a separar hombres y mujeres de contextura fuerte, comprend que nos haran trabajar.

    Un traidor lleg a m, me dio un golpe en la cabeza y me seal el camino para salir. El golpe fue tan fuerte que me hizo una herida. Me encamin hacia la puerta mientras la sangre me chorreaba por la cara; afuera nos entregaron herramientas para hacer perforaciones en la tierra, fijar palos y hacer nuevos alambrados. La mayora de nosotros no estaba en condiciones de andar ni mucho menos de levantar objetos pesados. Caan bajo el peso de las herramientas, luego... un tiro, un grito, una pena, y un hombre menos en la tierra.

    Aquellos verdugos daban la impresin de que no haban sido creados por Dios. Por eso odiaban tanto al hombre y queran destruirlo!

    Varios das trabajamos; sin probar alimentos. El quinto da trajeron en una motocicletatriciclo, un pequeo depsito de aluminio que contena aguarina de maz ("aguarina" es un neologismo creado por el autor para designar el alimento que se daba a los prisioneros en los campos de concentracin.

    La "aguarina" puede ser de harina de trigo, de cebada o de maz.

  • Para su preparacin, se echa uno o dos puados de cualquiera de estas harinas, en una paila grande llena de agua hirviente, sin sal y sin grasa..)

    A cada uno de los presos que trabajbamos nos entregaron una gamela llena de aguarina. Los dems presos no recibieron nada.

    El trabajo dur una semana: cuando terminamos de construir el nuevo cerco los soldados separaron en l a las mujeres y nios.

    CAPTULO III

    LA FOSA COMN

    Se cumplan diez das de estar en el campamento... aquella maana, las autoridades del campo ordenaron recoger los cadveres que se encontraban con nosotros desde que llegamos.

    Dos camiones se acercaron hasta la puerta principal... los soldados nos llamaron (a los que habamos trabajado durante los das anteriores) y nos ordenaron cargar los cadveres.

    Trabajamos toda la maana, muchos de los muertos se encontraban en estado de descomposicin y los olores nauseabundos nos asfixiaban. Cuando llenamos los camiones con cadveres, un oficial traidor, seal a diez de nosotros y orden subir a cinco en cada camin.

    Los vehculos partieron. No sabamos adonde se dirigan, pero vi que el camino era recin construido y no era el que conduca a Gospich.

    De pronto llegamos a un lugar entre unas pequeas colinas, cuyas faldas eran casi pura roca. Los camiones se detuvieron all, la lluvia segua cayendo y me imposibilitaba ver ms all. A poca distancia not en el suelo una enorme abertura natural. Era una circunferencia irregular y su dimetro alcanzaba tal vez a cien metros. Pareca ser un crter volcnico cuya erupcin haba cesado docenas de siglos antes. La profundidad era incalculable, no se vea el fondo. Las paredes se componan de rocas que estaban pobladas con hierbas y rboles de mediana altura. Desde adentro salan miles de palomas, cuervos y cuclillos. Los pjaros entraban y salan de aquel hueco como las abejas de su colmena.

    Cuando llegamos al lugar, los primeros que nos recibieron fueron los cuervos con sus graznidos... Aquellos pjaros carnvoros que tienen maestra especial para descubrir cadveres, se sorprendieron con la visita que les traa carne humana. Nos atacaron con toda violencia. Los traidores que nos acompaaban se vieron obligados a hacer varios disparos para espantarlos.

  • El jefe de convoy orden que avanzara un vehculo cerca del hueco. El camin en el que estaba yo fue el primero. Los verdugos salieron de la cabina y nos ordenaron bajar a nosotros tambin. Uno de ellos grit:

    Abran las barandas!

    Empujamos un cerrojo de acero, las puertas se abrieron y varios cadveres cayeron al suelo.

    El mismo verdugo se acerc, me dio un golpe salvaje:

    T y l! dijo sealando a otro compaero, arrojen esa basura al hueco!

    Yo me estremec, mir a mi alrededor como queriendo pedir ayuda a una fuerza invisible, pero comprend que Dios y el hombre haban dado el visto bueno a todas esas barbaridades.

    Me detuve un momento, un golpe de culata me hizo reaccionar. Mi compaero tena ya un cadver medio alzado, yo cog la otra parte del muerto, lo llevamos hasta la fosa y lo aventamos adentro... Varios cuervos se fueron a pique tras del cadver... una enorme cantidad de palomas salieron despavoridas. As terminamos de arrojar todos los cadveres; cerramos la baranda y subimos al camin. El vehculo se retir para dar paso al otro.

    Cuando los presos comenzaron a arrojar los muertos del otro camin, dos compaeros pasaron muy cerca mo con un cadver..., mir con atencin, y descubr que era Risto.

    Sent dolor y desilusin. Dejen a ese hombre!, grit con desesperacin; quise bajar y luchar con los verdugos para sepultarlo como a un ser humano, pero en eso el vehculo parti. Yo recib muchos golpes pero segu gritando... Cobardes!... Vendidos!... y muchas palabras groseras ms.

    En eso recib otro severo golpe en la nuca. Vi muchas estrellas rojas y verdes... todas giraban a mi alrededor, sent un sonido agudo y fino... no me acuerdo ms.

    Cuando despert estaba en el campamento, era de noche y a mis lados haba una gran ruma de cadveres. Todo el cuerpo me dola, no poda levantarme.

    Los soldados, creyndome muerto me haban aventado entre los cadveres destinados al foso. Sufr mucho para levantarme, cuando me par, escap hacia la multitud.

    La lluvia segua cayendo y los males de mi cuerpo aumentaban. De pronto sufr un fuerte mareo, me desplom sin sentido en aquel fango.

    Cuando recuper el conocimiento, Jakov estaba a mi lado, me sorprend y al verlo me alegr. Le cont todo lo que haba visto anteriormente, tambin le dije de Risto.

    El enemigo tiene el propsito de convertir aquel hueco infernal en panten... piensan llenarlo con huesos humanos advert a Jakov. El confirm mi idea y aadi:

  • Sera mejor que nos llevaran para aventarnos de una vez..., los sacrificios son ms dolorosos que la muerte!

    Qu torturas peores que las que estamos sufriendo nos pueden aplicar?pregunt colrico a Jakov. l se qued pensativo un rato, y luego dijo:

    Todava no sabes lo que es el martirio, amigo, y ojal que no lo conozcas!

    Comprend (en ese momento) que mi compaero haba sufrido mucho y que conoca torturas ms horribles que yo.

    Durante aquel da los traidores nos ordenaron juntar cadveres y arrumarlos cerca de la puerta. Cuando reunimos cierta cantidad, los transportaron y arrojaron en el mismo hueco o caverna.

    Jakov y yo no fuimos designados para acompaar la carga esta vez. En aquel viaje los traidores aventaron al hueco cadveres y prisioneros (que descargaron los vehculos). Slo dos volvieron al campamento; ellos nos contaron lo sucedido.

    Varios das habamos pasado sin probar alimentos; el hambre se haba apoderado de toda la gente. Casi nadie se poda mantener de pie y una gran cantidad agonizaba. El pap de Jakov estaba moribundo. Eso nos afliga mucho!

    En la maana del da siguiente dos camiones se acercaron a la puerta. Estaban cargados con dos cilindros cada uno. Comprendimos entonces que por fin se haban acordado de darnos alimentos.

    Los vigilantes abrieron la puerta, dejaron entrar los vehculos y ordenaron que nos pusiramos en fila.

    Cada uno de nosotros tenamos que pasar delante del camin para recibir un cucharn de aguarina de maz.

    Jakov y yo pasamos delante del repartidor sin tener vasija, entonces mi amigo