Memoria

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memoria Está internado en la capital austriaca, recorriendo los jardines del Palacio Schönbrunn y no puede creer que aquella imagen sea el vivo recuerdo del patio de la casa de su infancia. Las rosas fucsias, las margaritas, las hortensias violetas y esas amarillas, que nunca supo el nombre. Todas están allí, perfectamente cuidadas con el pasto verde brillando debajo de ellas. Recuerda a su madre retándolos a él y a Agustín cuando eran chicos y arrancaban las flores que tanto ella cuidaba. Tenía que ver con un juego que habían creado pero su mente está ya un poco oxidada. Y ahora que lo rodean las mismas flores, las ve como la resurrección de aquellas que había arruinado. Le gustaría llevar algunas semillas y plantarlas de nuevo en el jardín de su casa como una disculpa. A su madre le gustaría. El día anterior ha llovido por lo que ahora hay una humedad inaguantable. Está nublado y la escasa luz triste que logra filtrarse a través de las nubes le da a todo una pizca de aire inglés. Pero está en Viena y sólo por eso se siente feliz. En un charco que no se ha secado todavía, ve a una pareja de benteveos acalorados tomando agua. También en el patio de su casa estaba lleno de esos pájaros de panza amarilla con una línea blanca en la cara. Escucha como cantan y algo en su melodía, como si fuera un niño, le hace contestarles “Bicho feo”. Se ríe por unos momentos y decide salir del palacio, se está muriendo de calor. La camisa se le pega a la piel con el sudor y recorre las calles en busca de un aire acondicionado. Justo encuentra un café con un cartel rojo inaugurando su entrada. Ingresa casi sin pensarlo y el frío artificial lo alivia al instante. En su mejor alemán, pide un submarino. La joven empleada, muy simpática, le pregunta hace cuánto visita la ciudad a lo que él desea decirle que él es austriaco como ella pero que se mudó cuando era muy chico a la Argentina, sus padres escapaban de la guerra. Su alemán, como hace años que no lo habla, está un poco estropeado así que le contesta la pregunta a la señorita, obviando todo lo demás. Se queda levemente angustiado que el idioma sea algunas veces el límite entre dos personas. Siente como la temperatura de su cuerpo se va pareciendo cada vez a la normal y decide quedarse, a pesar que está un poco avergonzado. No sabe por qué no eligió un cortado. No toma un submarino desde que tenía doce años pero, instintivamente, al entrar le vinieron unas ganas tremendas de uno.

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Es increble

memoriaEst internado en la capital austriaca, recorriendo los jardines del Palacio Schnbrunn y no puede creer que aquella imagen sea el vivo recuerdo del patio de la casa de su infancia. Las rosas fucsias, las margaritas, las hortensias violetas y esas amarillas, que nunca supo el nombre. Todas estn all, perfectamente cuidadas con el pasto verde brillando debajo de ellas. Recuerda a su madre retndolos a l y a Agustn cuando eran chicos y arrancaban las flores que tanto ella cuidaba. Tena que ver con un juego que haban creado pero su mente est ya un poco oxidada. Y ahora que lo rodean las mismas flores, las ve como la resurreccin de aquellas que haba arruinado. Le gustara llevar algunas semillas y plantarlas de nuevo en el jardn de su casa como una disculpa. A su madre le gustara. El da anterior ha llovido por lo que ahora hay una humedad inaguantable. Est nublado y la escasa luz triste que logra filtrarse a travs de las nubes le da a todo una pizca de aire ingls. Pero est en Viena y slo por eso se siente feliz. En un charco que no se ha secado todava, ve a una pareja de benteveos acalorados tomando agua. Tambin en el patio de su casa estaba lleno de esos pjaros de panza amarilla con una lnea blanca en la cara. Escucha como cantan y algo en su meloda, como si fuera un nio, le hace contestarles Bicho feo. Se re por unos momentos y decide salir del palacio, se est muriendo de calor. La camisa se le pega a la piel con el sudor y recorre las calles en busca de un aire acondicionado. Justo encuentra un caf con un cartel rojo inaugurando su entrada. Ingresa casi sin pensarlo y el fro artificial lo alivia al instante. En su mejor alemn, pide un submarino. La joven empleada, muy simptica, le pregunta hace cunto visita la ciudad a lo que l desea decirle que l es austriaco como ella pero que se mud cuando era muy chico a la Argentina, sus padres escapaban de la guerra. Su alemn, como hace aos que no lo habla, est un poco estropeado as que le contesta la pregunta a la seorita, obviando todo lo dems. Se queda levemente angustiado que el idioma sea algunas veces el lmite entre dos personas. Siente como la temperatura de su cuerpo se va pareciendo cada vez a la normal y decide quedarse, a pesar que est un poco avergonzado. No sabe por qu no eligi un cortado. No toma un submarino desde que tena doce aos pero, instintivamente, al entrar le vinieron unas ganas tremendas de uno.

Mientras espera piensa en su padre. Est haciendo este viaje, en cierta manera, para comprender un poco mejor al hombre que fue antes de la segunda guerra. Su madre le contaba que no sola ser tan amargado pero que una guerra es capaz de destruirle a uno todo, incluso hasta el alma. Su padre no hablaba mucho de su experiencia y los pocos recuerdos que tena de l eran insuficientes para poder armar una descripcin. Y, an ms difcil, era imaginrselo como a un hombre amable y carioso. Pero su madre aseguraba que lo era, slo que se distraa un poco al pensar en la guerra La seorita le trae el submarino y l lo toma con ansias. Esta dulce y chocolatoso pero siente que en un rato va a decantar como un peso en su estmago. Ya no es ms un nio. Se levanta y deja la plata sobre la mesa. Irnicamente le ha agarrado un poco de fro adentro, as que huye despavorido de nuevo hacia el calor.

Est en el tranva, ha decidido descansar un poco de tanta caminata. Mira por la ventana las calles anchas y las personas que pasan en la vereda. Se imagina a Viena en su esplendor y a su padre con un traje impecable caminando por la Ringstrasse. Qu lstima que no conoci a aquel hombre sino al siguiente. Y pensando en su padre post-guerra, se le vino a la mente un mismo escenario que siempre se repeta en su casa: l tumbado en el silln con un vaso de whisky en la mano y balbuceando cosas inentendibles. Su pap, agarrando el vaso fuertemente, pareca aferrarse al clich de aquella imagen depresivaEl tranva pasa enfrente del parlamento y ve como la marea de gente pega a las ventanas sus cmaras. l, en cambio, no necesita fotografas, no est haciendo turismo. An as, se sorprende como brilla el casco dorado de la estatua de Palas Atenea en la entrada. Se desinteresa rpidamente ya que ahora la gente amontonada no le deja verla. La imagen de su padre en el silln vuelve otra vez, en esta ocasin le trae una certeza: lo recuerda hablando al aire e hilando una historia con su moraleja alguna noche de ao nuevo. Aquella vez, nica en sus encuentros, le cont como un montn de personas haban muerto a causa de la ambicin del hombre y como esta llega a un punto en la que explota y el mundo se mancha no con la sangre del arschloch sino con la de los inocentes. Pareca el fin del mundo le haba dicho y cuando los hombres creen que se acaba la tierra son capaces de hacer cualquier cosa. Hay algunos que hacen aberraciones mientras que otros slo se animan a desear cosas imposibles.Es justo la tardecita, ese momento definido cuando las luces de la ciudad empiezan a brotar como estrellas, el cielo va apagndose y tie las casas de rosado. Le parece a l que en aquel instante el tiempo se detiene y con este se van todas las preocupaciones. Cree que es aqu cuando empieza a disfrutar realmente la ciudad. Se ha pasado el final de la tarde sentado en un banco en Karlskirche. Al lado se sienta una persona pero no le presta mucha atencin, est hipnotizado con el ambiente. Observa a los jvenes sentados en la fuente, mojando sus pies y charlando; algunos incluso toman una copa de vino. Le parece una imagen maravillosa, detrs slo queda la Iglesia de San Carlos de Borromeo y aquella dualidad entre lo antiguo y lo nuevo le produce una satisfaccin desmesurada. Curioso, mira disimuladamente al que se sent antes a su costado. Se da cuenta que es un hombre y no slo eso, cree que es Agustn. Ms viejo, con ms arrugas, su pelo ahora blanco pero es l. No tiene tiempo de pensar banalidades como que chico es el mundo. Le gana la prepotencia, se levanta y, an nervioso, se va sin decir nada.Mientras camina en su repentina huida, no sabe adnde se dirige. Agustn haba sido no slo su vecino sino tambin el mejor amigo de su infancia. En las vacaciones tenan por costumbre pasar todos los das juntos. Deba de leer de nuevo El llamado de lo salvaje de Jack London, slo permanecan pocos fragmentos en su memoria y eran demasiado ambiguos. Sola ser el libro favorito de ambos. Un verano, los dos inventaron un juego en el que pretendan ser perros salvajes o lobos, no recordaba muy bien. Corran en el jardn de atrs de su casa, persiguindose mientras aullaban. A veces, hasta imaginaban que las flores del jardn eran pequeos ratones y se peleaban para ver quin era el que ms consegua. Se pone contento al rememorar por fin qu juego era. Quizs la imagen de aquel Agustn avejentado en medio de Viena, lo hubiese avispado. Sonre: cuando su madre los retaba ellos le echaban la culpa a las zarigeyas. Pasa por enfrente del Palacio de Belvedere que, al parecer segn le informa un ayudante, se encuentra abierto a esa hora gracias a una entrada nocturna que inauguraron slo por esa semana. Los jardines estas oscuros y no puede apreciarlos con exactitud. Decide no entrar, no le emociona ver pinturas. Sigue caminando, queda slo una cuadra hasta su hotel.

Cuando llega, se da cuenta que no tiene mucha hambre. Agradece que el submarino no le haya cado pesado porque ya imagina las palabras del doctor incitndole a comer ms sano. Adems, se siente cansado y as puede aprovechar para irse a dormir temprano. Ya en su cuarto, se baa para quitarse la transpiracin acumulada y luego, se lava los dientes. Una vez que se pone el pijama, se acuesta y puede escuchar afuera el zumbido de los autos, las charlas de la gente, un pjaro que canta. Cree que es un benteveo. Cierra los ojos y, sin poder evitarlo, comienza a repensar su da. Se acuerda del hombre que vio y en cmo sus ojos eran del mismo color azul que los de Agustn. Se dice a s mismo que, tal vez, ni siquiera fuese l. Quizs el ambiente austraco, patria ms de sus padres que suya, lo haya confundido. Igualmente se arrepiente de no haberle dicho nada y de haberse marchado as. Quin dijese que, a su edad, uno pudiera seguir encontrando razones para volver atrs. Si tan slo consiguiera cambiar algunas cosas El deseo de regresar en el tiempo suena fuerte en su cabeza y no le deja dormir. Sbitamente, se acuerda de su padre en aquella noche de ao nuevo hace muchos aos y piensa que debe ser el fin del mundo.