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Pueblos e imperios ANTHONY PAGDEN Traducción de Enrique Benito MONDADORI

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Pueblos e imperios

ANTHONY PAGDEN

Traducción de Enrique Benito

MONDADORI

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12 P R O L O G O

les proporciones, he tenido que recurrir a la buena volun-tad de colegas y amigos que me han proporcionado infor-mación y consejo. Bill Rowe y Mathew Roller respondie-ron con paciencia a mis preguntas sobre los mundos chinoy romano, respectivamente. De Sanjay Subrahmanyarn ySerge Grunzinski he aprendido a pensar globalmente,al mismo tiempo que sobre las historias particulares deIndia o Irán o de la América hispánica. Me siento espe-cialmente en deuda con los estudiantes de mi clase deimperios e imperialismo de la Escuela de Estudios Inter-nacionales Avanzados de Washington, quienes me pro-porcionaron información, cuestionaron mis aseveracionesmás dudosas y, en sus políglotas y cosmopolitas manifes-taciones de entusiasmo, tanto me enseñaron sobre las raícesdel vagar sin asiento. Toby Mundy, de Weidenfeld & Ni-colson, y Scott Moyers, de Random House, leyeron congran esmero una primera versión del texto, y sus obser-vaciones, minuciosas y detalladas, han mejorado enor-memente la versión final. Les agradezco sinceramente supaciencia y su sagacidad. También quiero mostrar migratitud a Rebecca Wilson y AJice Hunt por su guía enlas fases finales del proyecto.

Giulia Sissa me habló largamente de la antigua Gre-cia, y de la vida. A ella le dedico todo este trabajo con elmayor agradecimiento.

1

París, agosto de 2000

Introducción

En la «Historia del guerrero y de la cautiva», el escritorargentino Jorge Luis Borges cuenta dos relatos. En el pri-mero, un «bárbaro» lombardo llamado Droctulft llega alas puertas de la ciudad bizantina de Ravena, último ba-luarte del imperio de Constantino el Grande ya desmo-ronándose. Ha acudido allí como conquistador. Hasta esemomento, que cambiará su vida y la dirigirá por derrote-ros sobre los cuales dejará de tener todo control, su únicapreocupación ha sido la guerra y sus botines. El suyo esun mundo de movimiento, de caballos y tiendas de cam-paña, de trashumancia y conflicto. Nada sabe de ciuda-des, ni de artes o ciencias, ni tampoco de la medida deltiempo. Su mundo es su pueblo. Debe lealtad, como diceBorges, a su capitán y a su tribu, «no al universo». El es-pacio para él es infinito solo porque no le conoce límites.Pelea contra hombres cuyas lenguas no comprende,como tampoco su forma de vivir. Siente que esos otrosque moran en ciudades tienen bienes que él ansia y quesu pueblo no sabe fabricar por sí mismo.

Pero el día en que entra en la ciudad se transfigura, sevuelve otro, extraño a lo que era. Le asaltan deseos des-conocidos, se maravilla con los palacios y las plazas, losdomos y las cúpulas de la gran ciudad. Era esto lo quehabía venido a saquear. Sobrecogido, comprende que notiene otra opción que traicionar sus lealtades y luchar

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COL¿CCIÓN BIBLIOTECA DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES

DIRECCIÓN DE MEDIOS Y PUBLICACIONESDepartamento de Producción Editorial

Hilarión Vegas Meléndez

POLÍTICAS PÚBLICASen la Venezuela del Siglo XXI

Universidad de CarabobcValencia, 2008

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HILARIÓN VEGAS MELÉNDEZ POLÍTICAS PÚBLICAS FN LA VENEZUELA DEL SIGLO XX!

13-

L

Caraclacumi

funcionesmisn

disgrecenpeq

Origen y Surgimiento del Estado (1)

Estado ^_

Feudal

rizado por el ejercicioativo de las diversas

directivas de parte de lasas personas y por laación del poder centraleños núcleos sociales

• •

EstadoEstamental

1f Órganos >/ colegiados que

reúnen a losindividuos que

y tienen la misma\ posición social

>• ^Absoluto

\

Concentración (1) y centradón (2)\ del poder sobre un determinado territorio\ 1 - los poderes ejercen soberanía.

1 2 - eliminación o desautorización1 de ordenamientos jurídicos inferiores.

nacen valer frente 1

EstadoRepresentativo

1 .

t

Representación delos individuos,

a los que seles reconocen

derechos políticos

Derechos naturalesy por ley que son

originarios y no adquiridos

a quienes tienen en sus manos el Pasambleas deliberantes como parlamen' Prof. Hilarión Vegas Meléndez

Evolución del Estado (1)

Origen y Surgimiento del Estado (2)

Institución Estamental

Siglo XIV

Estado Democrático de Derecho

I Siglo XVIII Sig|0 xx

Estado

Liberal

EstadoSocial

Montesquieu: La División del Poder

Prof. Hilarión Vegas Meléndez

El Estado es considerado como "una sociedad humana, asentada de manerapermanente en el territorio que le corresponde, sujeta a un poder soberano quecrea, define y aplica un orden jurídico que estructura la sociedad estatal para obte-ner el bien público temporal de sus componentes".

Muchos aseguran que el poder y el gobierno son sinónimos, sin embargo nosdamos cuenta que no es así, para muchos el Poder significa ser ley ser total, y elgobierno no lo es así, el gobierno es regido por el pueblo y para el pueblo; por ello,tomaremos al poder como un elemento del Estado.

1.1.2. Elementos del Estado.

Los elemento., del Estado son: Pueblo, Territorio y Poder.

Población. Es el compuesto social de los procesos de asociación en el empla-zamiento cultural y se caracteriza por las variables históricas. El principal valordel pueblo está en su universalidad. No habrá Estado si no existe el pueblo yviceversa.

Poder. Tiene como objeto limitar la libertad y reglamentar la actividad ciuda-dana. Este poder puede ser por uso de la fuerza, la coerción, voluntaria, o pordiversas causas, pero en toda relación social.Territorio. Se le considera como el elemento físico de primer orden para que sur-ja y se conserve el Estado. Sin la existencia de éste no podría haber Estado.

Podemos agregar dos elementos más, que no son tomados muy en cuenta a lahora de enumerar los elementos del Estado, como lo son:

Nación. Implica la integración de una serie de elementos que en algún mo-mento dado la conjugación de esos elementos genera un fuerte espíritu deunidad (Idioma o Lengua; Religión; Historia Común; Etnia).Gobierno. Es la conducción del Estado, es la dirección política que establecelos objetivos, las estrategias hacia las cuales debe dirigir su acción el Estado.Entonces el Gobierno se identifica con la dirección política del Estado.

1.1.3. Objeto del Estado.

La principal razón de ser del Estado está motivada por el hecho de que ha sidocreado como una forma de organización política. El objeto del Estado será sin dudael de mantener el orden social a base de distintos medios u órganos con los quecuenta, es decir, mantener el orden social a través del Derecho.

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r

PENSAMIENTO POLÍTICODE LA EMANCIPACIÓN

VENEZOLANA

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COMPILACIÓN, PRÓLOGO Y CRONOLOGÍA

Pedro Grases

BIBLIOGRAFÍA

Horacio Jorge Becco

República Solivariana de Venezuela

F u n d a c i ó n

Biblioteca Ayacucho

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a) 17S7. PROCLAMA A LOS HA85TANTES LIBRES DE LAAMERICA ESPAÑOLA *•

¿Hasta cuándo vuestra paciencia aguantará el peso de la opresión quecrece todos los días? ¿Hasta cuándo besaréis servilmente el látigo conque os azotan? ¿Y hasta cuándo la esclavitud en que vivís os pareceráhonor y gloria? ¿Tenéis gusto en vuestra miseria? Y cuando algunosPatriotas os muestran el camino de la libertad en que tan valerosamentese han metido, ¿os faltará el ánimo y valor para seguirlos y tomar plaza enel partido que os ofrecen? ¿Dejaréis el ejemplo que os dan en la causacomún para entregarlos a las manos de un Gobierno vengativo?

¿Pensáis sin duda que éste se habrá hecho cargo de sus yerros y quetomará en adelante un sistema más humano y razonable? ¡Idea men-tirosa! Las apariencias del momento aunadas (?) con el engaño son úni-camente resultivas del terror y aprehensión de su propia flaqueza, con elmiedo que les causa la fuerza de vuestros brazos puestos en movi-

El documento a), "Proclama a los habitantes libres de la América Española", 1797, ha sidoreproducido, de una copia existente en el Archivo de Indias de Sevilla (Estado-Caracas-Legajo 14/2), por Pedro Grases en su obra La Conspiración de Gual y España y e!Ideario de la Independencia, Caracas, 1949. Los documentos b) "Derechos del Hombrey del Ciudadano y Máximas Republicanas", y c) "Discurso preliminar a los Derechos delHombre y del Ciudadano", constituían el folleto titulado Derechos del Hombre y del Ciu-dadano, con varias Máximas Republicanas y un Discurso Preliminar dirigido a iosAmericanos, que llevaba el siguiente pie de imprenta: "Madrid, en la Imprenta de la Ver-dad, 1797". Este pie de imprenta es apócrifo respecto al lugar, pues el folleto hubo de serimpreso en las Antillas, posiblemente en Guadalupe, eso sí, en 1797. Ambos textos losreproduce Grases, op. cit. Como es obvio, ninguno de esos tres textos lleva el nombre delautor, pero es de presumir que Juan B. Picornell tuviera parle destacada en su redacción otraducción (caso de los Derechos del Hombre) aunque es de creer que otros conjurados,especialmente José María España y Manuel Gual, hubieron igualmente de intervenir enello, sin que sea posible precisar la parte que tomó cada uno en la empresa. Otro textoimportante de la Revolución de Gual y España —que no reproducimos en la presentecompilación— son las llamadas "Ordenanzas", también de 1797, que pueden consultarseen la obra de Grases citada.Respetamos algunas particularidades de lenguaje. (Nota

de P. G.)

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II14 INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN 15

;para conservar lo que antes solo pensaba en destruir. Alj actuar así adquiere algo que jamás quiso antes: un lugar'propio. Allí siempre será un extranjero, un «bárbaro». Porello se verá impelido a convertirse, como dice Borges, enpoco más que un niño o un perro. Pero él y sus descen-dientes habrán iniciado el largo camino hacia ese estadoque durante siglos los europeos han llamado «civiliza-ción».

Droctulft emprendió una clase de viaje. El segundorelato de Borges trata de otra. Cuando era joven, la abue-la inglesa de Borges se desplazó con su esposo a la Pam-pa, esos diríase que interminables pastizales argentinos delos que Charles Darwin dijo un día, observándolos con lamirada fija, que le hacían sentir «vértigo horizontal». Allíconoció a una inglesa de Yorkshire que, raptada en unmalón siendo niña, se había criado como india y era mu-jer de un guerrero del que había tenido dos hijos. Laabuela de Borges, conmovida por lo que podía vislum-brarse «detrás de la historia», los «festines de carne cha-muscada o de visceras crudas ... la poligamia, la hedion-dez y la magia», la exhortó a huir, a regresar al mundoque antaño conociera. Pero «la otra le contestó que erafeliz y volvió, esa noche, al desierto».

Droctulft y la cautiva de los indios marchaban en direc-ciones opuestas. Este libro habla de las^implicaciones deestos dos relatos, de los puntos en que se encuentran, seentrecruzan y, a veces, se confunden. De aquello que lle-va a los pueblos al contacto —y al conflicto— de unos conotros. Habla del vagar sin descanso. También, inevitable-mente, de la crueldad y de la ira, la indiferencia y el po-

der, la pérdida y el devenir del tiempo. Habla de los im-perios y de los pueblos que los crearon y que fueron, a su

vez, modelados por ellos.Los imperios, como quiera que queramos definir el

término, y allí donde aparezcan, han servido siemprepara imponer una cierta estabilidad sobre grupos vario-pintos que a menudo no sentían demasiado afecto mu-tuo. En su mayoría, estos imperios han ofrecido a lospueblos subyugados una mezcla de oportunidades y derepresión. Muchos optaron por aceptar las primeras, re-signándose a la segunda. Otros, inevitablemente, toma-ron opciones distintas. Pero todos sabían que la magnitudy el poder de Roma representaban lo que, en su deca-dente y postrera gloria, pudo ver Droctulft en Ravena.Riqueza acumulada, las comodidades que una sociedadestratificada y tecnológicamente avanzada es capaz de dar...al menos a quienes pueden permitírselo. También —y enlos relatos en los que Borges inspiró su cuento tal pareceser lo que más convenció a Droctulft para dedicar su vidaa conservarlo— la diáfana suntuosidad de lo creativo: pin-turas, edificios, los vestidos de las gentes. Era también,aunque hacia el siglo vm de la época cristiana se habíaconvertido ya en cosa pasada, la promesa de la seguridad,al menos ante amenazas exteriores, de la calma y la vida

reflexiva.Al contrario, lo que la abuela de Borges pudo ver en

la vida de la joven inglesa cautiva evocaba solo imágenesde una vida de movimiento constante, una vida vivida acielo abierto, sin forma o finalidad definitiva. Para ella,como para cualquier europeo, la única vida posible paraun ser plenamente humano era, como habría dicho sinduda, la «civilizada», la de las ciudades. Todo nuestro vo-

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cjabulario político y social emana de esta convicción.«¡Política» es una palabra de raíz griega, del término polis.Análogamente, «civil», «civilidad» y «civilización» proce-den de la latina civitas. Con el tiempo, estos dos vocabloscevinieron en sustantivos abstractos traducibles como «elestado» o «la república». Pero en sus orígenes describíanl(j)s espacios urbanos autosuficientes del mundo antiguo.Roma era la «Ciudad Eterna», la «Reina de las Ciudades»que, en palabras del poeta Claudio, del siglo iv, queríadecir «madre de armas, que proyecta el imperio [impe-num\ sobre todos».1 La fundación de los imperios estuvosiempre, por tanto, estrechamente ligada a la creación deciudades. Alejandro Magno —al que volveremos a encon-trar— fundó literalmente docenas de ellas con su nombre:en Egipto (la mayor de todas, y la única que sigue lla-mándose Alejandría), Herat en el centro de Irán, Araco-si (probablemente, la moderna Kandahar), Bagram en elFindu Kush, Escate (moderna Leninabad). En un soloaño, el 328 a.C., creó seis nuevas ciudades al norte del ríoC xus. Según el filósofo e historiador romano Plutarco(cue, sin duda, exageraba), en el curso de su reinado fun-do Alejandro no menos de setenta nuevos asentamientosurbanos. Siglos más tarde, cuando el conquistador espa-ñol Hernán Cortés marchaba por territorio mexicano en1ÍÍ19-1520, también levantó ciudaaes allí por donde pa-sara, primero en la costa en Veracruz, después en Cholu-la y Tlaxcala. Al fin, tras la caída en 1522 de la magníficacapital azteca de Tenochtitlán, la reconstruyó y la hizollamar Ciudad de México. »

Las ciudades no fueron, de ningún modo, patrimonioexclusivo de Europa. Por mucho que sea elemento defi-nidor de la cultura europea, el espacio urbano amuralla-

do y de gobierno en gran medida independiente tuvo suorigen en Asia. Pero solo con el auge de Atenas despuésdel siglo vi a.C. empezó a fraguarse en la imaginaciónpolítica europea una asociación entre el entorno urbanoy una cierta forma de vida. El hombre, afirmaba el filó-sofo griego Aristóteles, es un zoon politikon, término quesignifica, con bastante literalidad, un animal «hecho paravivir en la polis». En el mundo griego, vivir en la polis noera solo la mejor de las existencias a que podía aspirarse,sino la única vida posible para que la humanidad alcanza-ra las metas que la naturaleza, o los dioses, le habían fija-do. Poco extraña, así, que para Aristóteles fuera de los lí-mites de la ciudad no existiera vida alguna salvo la de «lasbestias y los dioses». Durante siglos, quienes elegíanabandonar sus ciudades de origen, por voluntad o por lafuerza, eran vistos como seres degenerados y potencial-mente peligrosos. El exilio en el mundo antiguo era uncastigo comparable a la muerte, y en la Europa del Rena-cimiento a menudo se describía, con bastante elocuen-cia, como una «muerte civil».

En el curso de la historia de Europa, aquellos que op-taron por vivir fuera del límite de las ciudades, viajeros ovagabundos, incluso peregrinos, fueron generalmenteobjeto de persecución y ultraje. El caso más extremo esel de los gitanos europeos, cuya historia pasa del asombroy la simpatía iniciales por quienes se creía víctimas de laconquista otomana del imperio bizantino al recelo y, fi-nalmente, las cámaras de gas del Reich hitleriano quebuscaba su aniquilamiento.

Y aun así, a pesar de la desconfianza que infundenlos viajeros, de ese terror a la ausencia de raíces o de unhogar estable, la mayoría de los seres humanos son, como

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INTRODUCCIÓN

una vez dijera san Francisco, homines viatores, personas enperpetuo movimiento. Cuando se encontró con la joveninglesa, la abuela de Borges vivía en la frontera, que en

| la Argentina del siglo xix apenas distaba un paso de laj condición de los indios que tanto detestaba. La mayoría

de nosotros, simplemente, no podemos evitar el movi-miento. De igual modo que las sociedades endogámicasmás acérrimas deben, en ocasiones, dejar a sus miembros«casarse con extraños» cuando se trata de sobrevivir, to-das las culturas, por muy convencidas que puedan estarde las virtudes de la inmovilidad, han de moverse siquieren progresar. Pocos pueblos han existido en losque la norma fuera la quietud permanente. Los felicespolinesios —«nobles salvajes»— cuya figura tanto alentó laimaginación literaria del siglo xvm francés, que no fue-ron a ninguna parte y que ordenaban a los europeos quelos visitaban que volvieran a casa de inmediato, nuncapudieron, como dijo de ellos el filósofo alemán Imma-nuel Kant, «dar una respuesta satisfactoria a la pregun-ta de por qué existen». Kant mostraba por ellos unaabierta hostilidad, no tanto porque los tahitianos no tu-vieran deseo alguno de viajar, sino por su desconfianzahacia lo que entendía como la descripción de una vidade «mero» placer.2 Pero era correcta su apreciación de queen esta idealización de la sociedá'H tahitiana latía algo in-humano.

La del hombre termina por ser, como insistía Kant,una historia de colonización, de orden, de paz y leyes.Pero nació del movimiento, de la falta de asiento, de lademanda de nuevos recursos, de la búsqueda de climasmás acogedores y del insaciable deseo de posesión. Estosimpulsos sacaron al primer hombre de África y le lleva-

•5INTRODUCCIÓN 19

ron a cruzar el mundo, y así fueron conduciendo a susancestros hasta el día de hoy. Probablemente, las culturasde todas las razas del mundo han sido creadas a través delargos periodos de migraciones. La mayoría de los relatosque contamos acerca del pasado, y muchos sobre el futu-ro, son, por tanto, historias de peregrinación.

Encontramos una de tales narraciones, típica de mu-chos cuentos europeos antiguos sobre los orígenes de lahumanidad, en una curiosa colección de textos del si-glo ni d.C. conocida como Corpus Hertneticum, supuesta-mente obra del mago Hermes Trismegisto, cuya sabidu-ría se creía incluso anterior a la de Moisés. Aquí, el diosgriego Hermes aparece aprisionando en cuerpos huma-nos a los demiurgos —seres que habían colaborado en lacreación del universo— como castigo por haber intentadorivalizar con el poder creador de los dioses. En plena ac-ción, la figura del Sarcasmo (Momos) se le aparece parafelicitarle. «¡Qué acción tan valerosa haber creado alhombre! [se burla] ese ser de ojos curiosos y lengua jac-tanciosa ...'Porque llevará sus pensamientos intriganteshasta los confines de la tierra. [Estos hombres] extende-rán sus manos audaces y siempre atareadas a orillas de losmares. Cortarán los bosques y los guiarán [como barcos]por los océanos, de costa en costa, hasta las tierras más le-janas.»3 En sus viajes, estos nuevos y aún más fastidiososdemiurgos se agruparon en familias y en tribus, hablaronlenguas diferentes y buscaron formas de vida separadas.Tal es el origen de los pueblos. Después de dividirse, losmás fuertes empezaron a adueñarse de los débiles. Allíempezaron los imperios.

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20I

INTRODUCCIÓN

Pero ¿qué es exactamente un imperio? Macedonia, Roma,Bizancio, la Turquía otomana, China, Perú y México, laUnión Soviética, Estados Unidos e incluso, con sus crí-ticos, la Unión Europea han sido descritos como «impe-rios». Hablamos de imperios «informales» y «económi-cos», de imperios de «negocios» e incluso del imperiodel alma o de la razón. La palabra «imperio» se ha con-vertido tanto en metáfora como en la descripción deuna clase concreta de sociedad. Hoy se usa en generalcomo sinónimo de abuso, aunque a menudo se tiñe deun tono de nostalgia. «Imperio» sugiere explotación des-piadada de pueblos en gran medida indefensos, menoscomplejos tecnológicamente, por la fuerza de los avan-ces técnicos de otros; esas formas de imperio construidasprimero en América, luego en Asia y, finalmente, enAustralia y las islas del Pacífico por las sucesivas poten-cias europeas. O evoca imágenes del Tercer Reich o dela Rusia estalinista, donde opresores y oprimidos perte-necían en buena parte a la misma clase de culturas ycontaban con las mismas tecnologías. En ambos casos, el«imperio» se presenta como un modo de opresión polí-tica, de negación por un pueblo de los derechos —porencima de todos, el de autodeterminación- de muchísi-mos otros.

Los imperios, se supone, son en cierta forma creacio-nes artificiales. Se alumbraron mediante conquista, y losconquistadores siempre pretenden mantener a los con-quistados en una situación de servilismo. Para ello hanusado una mezcla de fuerza bruta y una cierta base ideo-lógica: en el caso del imperio romano, tal ideología era lade «civilización», señuelo de un modo de vida más desea-ble, más cómodo e infinitamente más rico. En los impe-

INTRODUCCIÓN 21

rios español, francés y británico se hablaba también decivilización, reforzada esta vez por las diferentes formasde cristianismo. Entre los otomanos era el islam, y para laUnión Soviética, el marxismo. También se asume queprácticamente todos los que viven bajo el dominio impe-rial lo hacen a disgusto, y antes o después terminan porsublevarse y deponer a sus conquistadores. Mucho de loanterior, como veremos, es irrebatible, pero no todo. Elimperio ha sido un modo de vivir para la mayoría de lospueblos del mundo, conquistadores o conquistados, y loque hemos dado en llamar «imperios» no solo ha mostra-do variaciones enormes en los distintos lugares y mo-mentos, sino que también ha marcado la existencia deaquellos a quienes afectó de maneras a veces radicalmen-te diferentes.4

El moderno vocablo «imperio», al igual que los tér-minos derivados de «emperador», «imperialismo», etc.,procede, significativamente, de la raíz latina imperium,que en la antigua Roma denotaba el poder supremo tan-to del mando en la guerra como del magistrado en lasanción de las leyes. El término, por tanto, ha unido muyestrechamente la historia del imperialismo europeo conel legado del imperio romano. En su origen significabapoco más que «soberanía», un sentido que aún conserva-ba, al menos, hasta el siglo xvm. Pero ya desde los días dela república romana, «imperio» era una palabra usada parareferirse al gobierno sobre vastos territorios. Cuando,por ejemplo, en los inicios del primer siglo de la era cris-tiana, el historiador Tácito hablaba del mundo romanocomo un «inmenso cuerpo de imperio», estaba aludien-do tanto a su tamaño como a su soberanía, y en últimainstancia, sirvió para distinguir los imperios de los sim-

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22 INTRODUCCIÓN INTRODUCCIÓN 23

pies reinos y principados.5 En 1914, el gran exploradorpolar noruego Fridtjof Nansen calculó que el imperioruso se había expandido a un ritmo medio diario deciento cuarenta kilómetros cuadrados durante cuatro si-glos, más de cincuenta mil kilómetros cuadrados al año,una superficie que equivale aproximadamente al tamañode la moderna Bélgica. En territorio, el imperio ruso erael mayor que jamás ha conocido el mundo, aunque en sumayor parte estaba deshabitado. Pero sería posible evocarcifras semejantes para casi todos los demás pueblos impe-riales. Bajo el reinado de Filipo II, padre de AlejandroMagno, la monarquía macedonia se extendía hasta elEgeo y el mar Negro. Hacia la muerte de Alejandro, en323 a.C., llegaba del Adriático al Indo, del Punjab al Su-dán. En 1400, el imperio de Timur —el Tamerlán deChristopher Marlowe— corría desde el mar Negro hastalas puertas de Kashgar. El sultanato otomano, que en elsiglo xiu había sido una pequeña provincia anatolia deguerreros ghazi («santos»), encerrada entre el imperio bi-zantino y los turcos selyúcidas, en los inicios del siglo xvise extendió más de nueve mil kilómetros desde Hungríahasta el Asia central. Cuando las huestes de Francisco Pi-zarro llegaron a Perú en 1532, el dominio de los incas,que en los últimos años del siglo xv se había limitado auna región circundante a Cuzco'* se había estirado haciael norte ocupando todo lo que hoy es Perú, Ecuador yColombia, y hacia el sur hasta Bolivia, el norte de Chiley el noroeste de Argentina.

Por su magnitud y su carácter infatigablemente ex-pansivo, los imperios han sojuzgado pueblos que cultiva-ban una amplia variedad de creencias y costumbres, yque, a menudo, hablaban una diversidad de lenguas igual-

mente extensa. Ha sido en esta: ingente multiplicidad,tanto como en su enorme tamaño, donde han basado suidentidad y su gloria. La grandeza de los romanos, decíael historiador griego Polibio, del siglo n a.C., reside enque gobernaron sobre pueblos de los que Alejandro Mag-no no había siquiera oído hablar. Dieciséis siglos más tar-de, los historiadores españoles del imperio de Carlos Vharían la misma observación sobre su emperador.

En virtud de esta mayúscula diversidad y de sus enor-mes dimensiones, la mayoría de los imperios se han con-vertido con el tiempo en sociedades cosmopolitas y uni-versales. Para regir sobre dominios tan vastos y alejadosentre sí, los gobiernos imperiales se han visto por lo ge-neral abocados a promover una amplia tolerancia ante ladiversidad de culturas y, en ocasiones, incluso de credos,siempre y cuando no supusieran ninguna amenaza parasu autoridad. En sociedades tan extensas a muchos les re-sultaba indiferente que el señor supremo fuera un rey deLondres o un emperador de Delhi. En muchos casosveían preferible ser gobernados por un soberano distanteen vez de uno más cercano. Mejor, decían los milanesesen el siglo xvi, atrapados entre contendientes tan pode-rosos como España y Francia, un rey en Madrid que unoen París. Madrid, al menos, está más lejos.

Pero aun tolerando la diversidad, los imperios hantransformado inevitablemente a los pueblos que han reu-nido. «Imperio —afirmó en 1797 Charles Maurice de Ta-lleyrand, ministro de exteriores de Napoleón—, es el artede poner a cada hombre «en su lugar.» Y poner a cadahombre en su lugar conduce irremediablemente a migra-ciones prolongadas y multitudinarias. Algunas de estasmigraciones fueron voluntarias, el movimiento de los

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24 INTRODUCCIÓN

ñas decididos o, como sucedió en América y Asia, y mási:arde en África, de los marginados que buscaban una vidamejor y más próspera. Otras, sin embargo, se hicieron sin(fl menor consentimiento de los afectados, como el co-linercio de esclavos por el Atlántico, la mayor y más ini-qua de todas, o el transporte de sirvientes indios en la dé-cada de 1840 hacia las que lord Salisbury calificara de

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INTRODUCCIÓN. 25

Mauricio, Trini-i

f osesiones británicas «más acogedorascad, Fiji y Natal.

En el trayecto de Europa al continente americano es-tas migraciones destruyeron inevitablemente sociedadesque un día florecieron allí. También dieron origen a otrasque hasta entonces no existían. Y en el transcurso alum-braron nuevos pueblos. Los habitantes de la Grecia mo-derna y los Balcanes no son los mismos que vivían enti;mpos de Alejandro, tampoco los italianos de hoy sonle s antiguos romanos, ni las poblaciones negras de Amé-ri:a se asemejan a los pueblos del oeste africano de losque descienden. La mayoría de los pobladores de laAmérica hispana no son totalmente europeos pero tam-poco indígenas, sino más bien, como «el Libertador» Si-mión Bolívar dijera en 1810, «una especie intermedia en-tre los legítimos propietarios del país y los usurpadoreses cañóles».

Los imperios han limitado seriamente las libertades -de algunos pueblos, pero han dado a otros oportunidadesque en modo alguno habrían imaginado. Como una vezobservara el «padre» de la India moderna, JawaharlalNehru, «una conquista extranjera, con todos sus males,tiene una ventaja: ensancha el horizonte mental de lagente y la obliga a mirar fuera de su caparazón. Así se dacuenta de que el mundo es mucho más grande y variado

de lo que nunca había podido pensar».7 De este modo, losimperios han formado parte inseparable, real pero tam-bién metafórica, del desarrollo y la difusión del saber hu-mano. La «completa travesía del mundo», decía FrancisBacon en 1620, queriendo significar con ello tanto su tra-bajo como sus reflexiones sobre la navegación, estaba cla-ramente «destinada por la providencia de Dios» a lograrseal mismo tiempo que el «avance del conocimiento».8

Evidentemente, cabe atribuir a los imperios una grancarga de sufrimiento humano. Han sido responsables, enAmérica y en el Pacífico, de la aniquilación de pueblosenteros y han provocado un daño tal vez irreversible envastas extensiones de la superficie del planeta. Hoy ya noexisten, al menos en su forma tradicional. Pero, durantesiglos, han trazado la historia de la especie humana.