Mar adentro de una corazón seducido

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MAR ADENTRO DE UN CORAZÓN SEDUCIDO (Extraído del libro Una barca mar adentro de Emilio L. Mazariegos) Jesús es el HOMBRE DE AMOR HERIDO. El hombre que ha asumido el pecado, la muerte de la humanidad, para darle Vida nueva. El hombre que ha dejado manar de su costado la sangre y el agua como prueba de amor y misericordia. Y este es el reto: amar y darse hasta el extremo como Jesús.

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MAR ADENTRO DE UN CORAZÓN SEDUCIDO

(Extraído del libro Una barca mar adentro de Emilio L. Mazariegos)

Jesús es el HOMBRE DE AMOR HERIDO. El hombre que ha asumido el pecado, la muerte de la humanidad, para darle Vida nueva. El hombre que ha dejado manar de su costado la sangre y el agua como prueba de amor y misericordia. Y este es el reto: amar y darse hasta el extremo como Jesús.

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Tú me sedujiste, Jesús, y yo me dejé seducir: Tú fuiste más fuerte que yo, y me venciste. Me forzaste, me poseíste; me hiciste tuyo. Tú me invadiste, me llevaste, como pura arenita, en las olas recias de tu amor.

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Tú me deslumbraste, me cegaste; Tú me fascinante, me desbordaste; me apasionaste; tu, Jesús, te adueñaste de mi corazón como las olas se adentran en la playa virgen y juegan con la arena.

Tú, Jesús, me arrancaste de mi casa, de mi tierra, de mis cosas; Tú, Jesús, me llevaste en alas de tu Espíritu y me hiciste subir a la cumbre, donde la nieve es virgen y sólo el viento la besa a su paso. Tú, Jesús, me has puesto en camino siguiendo tus huellas, me has hecho peregrino en busca de otros mundos; me has hecho romero que nunca pone su tienda de campaña dos veces en el mismo sitio.

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Tú, Jesús, eres el único –EL ÚNICO- que ha hecho posible el que yo haya dejado atrás un mundo de proyectos, de utopías, de cosas bellas por las que ya no lucho.

Ahora tu ritmo es mi ritmo; ahora, tu canto es mi canto; ahora, el aroma de tus vestidos es mi aroma; ahora, SÓLO ME QUEDAS TÚ.

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Me seduce de ti, Jesús, tu túnica de lino puro y tus sandalias de caminante; me seduce tu rostro curtido por el sol y el viento; me seduce tu mirada limpia como el agua de manantial; me seduce tu palabra calmada y encendida; me seduce el calor de tus manos cuando pongo las mías vacías en las tuyas; me seduce la paz de tus brazos y la serenidad de tu rostro.

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Me seduce tu corazón manso y dulce; tu corazón humilde y misericordioso; tu corazón compasivo y tierno; me seduce tu corazón limpio, lleno de alegría y fuerza. Me seduce tu corazón lleno de fe, abierto a tu Padre Dios, me seduce tu silencio y soledad, tu misterio y humanidad. Me seduce tu ser humano y divino; tan humano que se desborda en divino; tan divino que se traduce en humano. Me seduce la luz de Dios que tú irradias; me seduce ese clima eterno e infinito que te rodea. Me seduce tu ser de hombre como Epifanía de tu ser de Dios. Me seduces por ti mismo, por lo que ERES, por el fuego, la pasión, el poder y la gracia que manan de ti. Una vez que te encontré, ya no se andar otros caminos, sino el tuyo: Eres mi camino.

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Me seduce verte escondido en Nazaret; verte aldeano, campesino, un sencillo Carpintero. Me seduce verte agarrado a la garlopa y trabajar la madera hasta sudar, ganando el pan de cada día. Me seduce verte cargando al hombro la leña que has buscado en el monte, y que

tu madre necesita para cocer el pan en el horno.

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Me seduce verte con el cántaro de barro yendo a la fuente en busca del agua fresca para que cuando regrese del trabajo tu padre José, se refresque y se sienta bien. Me seduce verte en la sinagoga, sentado en los bancos con otros jóvenes, y recitando los salmos de tu pueblo y escuchando la Palabra de Dios, de los profetas.

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Me seduce el misterio de tus 30 años de vida oculta en Nazaret, siendo uno de tantos. Tan hombre, tan como nosotros, tan humano, sólo podías ser Tú, Hijo del Dios vivo.

Me seduce verte caminando solo por los caminos de tu tierra, a paso ligero y pobre de equipaje. Me seduce verte llamar en el lago a Pedro o a Andrés, a Santiago o a Juan, mientras remiendan las redes. Llamarles con poder y arrancarles de sus barcas y sus casas. Me seduce verte caminando de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, anunciando la Buena Nueva del Reino, el Evangelio de la Gracia de Dios.

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Me seduce tu lenguaje directo, claro, cargado de fuerza y tocando el corazón de los que te seguían.

Me seduce verte en la noche durmiendo a la intemperie en el bosque o comiendo granos de trigo con los tuyos. Me seduce oírte decir que el perdón tiene más fuerza que el odio, que hay más alegría en dar que en recibir, que prefieres la misericordia al sacrificio; que los pobres, los que lloran, los perseguidos, los marginados tendrán el Reino de Dios. Me seduce oírte hablar de corazón limpio, de palabra cumplida, de verdad transparente, de no llevar caretas, de dar la cara.

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Me seduce verte libre, tan libre como el viento, enfrentando a los sucios, a los corruptos, a los hipócritas, a los cínicos. Me seduce verte hablar con ternura y firmeza, sin rabias, sin enojos. Eres único; vale la pena dejarlo todo por ti.

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Me seduce verte junto al ciego del camino y untar sus ojos con lodo y abrírselos al roce de las aguas; me seduce verte tocar al leproso o al paralítico y curarles y mandarles a casa libres.

Me seduce verte llorar sobre tu ciudad sagrada de Jerusalén, o junto a la tumba de tu amigo Lázaro. Me seduce verte rodeado de pecadores, marginados, prostitutas, el desecho de la sociedad y sentarte a la mesa con ellos. Me seduce verte abrazado por una mujer de mala vida que llora a tus pies, y los besa, y los limpia con sus hermosos cabellos. Me seduce respirar el perfume de nardo que una mujer ha derramado sobre tu cabeza y que ha llenado la casa de fragancia.

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Me seduce oírte decir: “perdonados son tus pecados; no peques más y vete en paz”. Me seduce verte llamar a la vida a la joven de Naín y a la muchacha de Jairo y ellos renacer a una vida joven que habían perdido.

Me seduce verte dar de comer a tanta gente, y de sentir pena porque no tienen pastores que los guíen. Me seduce tu misericordia, ternura y bondad infinitas.

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Y mucho más me seduce verte colgado del madero de la Cruz; colgado como un maldito. Solo y abandonado, rasgado y roto; abiertos tus brazos de par en par, traspasado el costado por la lanza, tus llagas chorreando sangre; jadeando sin apenas poder respirar.

Me seduce verte cumpliendo en la cruz la voluntad del Padre, esa Voluntad que era dar tu vida por nosotros. Me seduce oírte clamar al Padre que te había abandonado; perdonarnos con ternura; pedir ayuda, agua para tu sed; darnos lo mejor de lo que tenías: tu Madre.

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Me seduce oírte gritar con gran voz: “Padre, en tus manos entrego mi vida”. Me seduce verte morir como hombre, como grano de trigo molido, como racimo pisado en el lagar. Me seduce verte que nos reconcilias con Dios de nuevo y nos das la dignidad primera de hijos de Dios. Tú el consagrado.

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Me seduce verte dormido en el seno de la tierra; descansando en el “sabbath” de Dios; dormido en el sueño de la muerte; me seduce verte romper al alba, la piedra de la tumba y ponerte en pie como el

primer nacido de entre los muertos.Me seduce verte glorioso, exaltado, resucitado de entre los muertos.

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Señor del hombre y de la Historia. Me seduce verte resplandeciente, con el resplandor de la gloria del Padre. Me seduce verte subir a los cielos y sentarte a la derecha del Padre.

Me seduce verte tan bueno que a petición tuya, el Padre envió sobre los hombres y mujeres tu Espíritu de Amor. Me seduce verte vivo en tu Iglesia; verte, Jesús pobre, virgen y obediente. ¡CONSAGRADO!.

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El que quiera salvar su vida, la perderá; pero EL QUE PIERDA SU VIDA POR MÍ LA

ENCONTRARÁ”