La Mojana. Medio ambiente y vida material en perspectiva histórica

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© Orián Jiménez Meneses, Edgardo Pérez Morales Medellín, junio de 2007. Imprenta Universidad de Antioquia.

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histórica

Orián Jiménez MenesesEdgardo Pérez Morales

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© Orián Jiménez Meneses, Edgardo Pérez Morales

ISBN:Primera edición: junio de 2007Ciudad de publicación: Medellín

Diseño de cubierta: Marcela Mejía EscobarMotivo de cubierta: “Orillas del Magdalena. Mercado en Mompox”. Colección de arte Banco de la República, en: François Désiré Roulin, De La Guaira a Bogotá, Bogotá, Banco de la República, 2003, p. 17Diagramación: Marcela Mejía EscobarEditor de texto e indización: Juan Fernando Saldarriaga RestrepoDibujos mapas a mano alzada: Katerine Bolívar AcevedoIlustrador mapas: John Mario Cárdenas Zuluaga

Impresión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in ColombiaProhibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización de los autores.

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Contenido

Los autores ................................................................. 9

Presentación .............................................................. 11

1. Hacia una etnografía de La Mojana: relato de una experiencia ................................... 15

La partida(Viernes 21 de marzo de 2003) ....................... 17La estadía(Sábado 22 de marzo de 2003) ......................... 27

2. Tierra de promisión: medio ambiente y vida material en perspectiva histórica ......... 37

Hábitat y poblamiento ..................................... 40Circuitos comerciales y vida material ............ 70La explotación estacional de los recursos .......... 79Explotación minera, sedimentación e impacto ambiental ......................................... 89

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Colonización y dinámica poblacional durante el siglo XX ............................................ 103

Glosario ..................................................................... 109

Bibliografía .............................................................. 115

Archivos ............................................................ 115Fuentes de época .............................................. 116Bibliografía consultada ................................... 118

Anexos ....................................................................... 123

Índice toponímico ................................................... 133

Índice analítico ........................................................ 139

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Los autores

Orián Jiménez Menéses. Historiador de la Uni-versidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, y magíster en Historia, de la misma Universi-dad, donde trabaja como profesor asociado de la Escuela de Historia. Su trabajo investigati-vo se ha centrado en la historia de los pueblos afrocolombianos, y en tal perspectiva ha publi-cado numerosos artículos al igual que el libro El Chocó: un paraíso del demonio. Nóvita, Citará y El Baudó, siglo XVIII (2004). Es coautor del li-bro Tumaco. Historia, memoria e imagen (2005). Igualmente ha investigado el problema de las rutas y las comunicaciones durante el período colonial, tema en el cual es coeditor de la obra colectiva Caminos, rutas y técnicas: huellas espa-ciales y estructuras sociales en Antioquia (2005). E-mail: [email protected]

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Edgardo Pérez Morales. Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Me-dellín, donde se desempeña como docente ocasional de la Escuela de Historia. Magíster en Estudios de la Cultura de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador (Quito). Ha presentado ponencias en diversos eventos de Historia, entre los cuales se destacan el II Simposio Internacional Interdisciplinario de Colonialistas de las Américas (Bogotá, 2005), el XIII Congreso Colombiano de Historia (Buca-ramanga, 2006) y el Congreso Ecuatoriano de Historia (Ibarra, 2006). Es coautor del libro Tu-maco. Historia, memoria e imagen (2005), y coedi-tor de la obra colectiva Caminos, rutas y técnicas: huellas espaciales y estructuras sociales en Antio-quia (2005). E-mail: [email protected]

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Presentación

Este libro trata sobre la subregión de La Moja-na, situada en la macrorregión de las costas y sabanas del Caribe colombiano, área geográfica inundable en la que se han desarrollado tanto interesantes fenómenos humanos de adapta-ción y cultura, como serios problemas sociales, ambientales y de infraestructura, pues carece de sistemas de comunicación carreteables, y la que se establece por ríos y caños está cada vez más deteriorada, debido a la alta sedimentación de los ríos y a la obstrucción de los caños por parte de ganaderos y pequeños parceleros.

Este acercamiento a La Mojana se hace des-de la perspectiva de la investigación histórica del medio ambiente y de la vida material, con

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el objetivo de captar la apropiación poblacio-nal, productiva y cultural de una zona domi-nada por una red de caños y ciénagas que, a su vez, varían de a cuerdo con los cíclicos cli-máticos y los cambios ambientales producidos por efecto de las relaciones entre el hombre y el medio ambiente en el último medio siglo.

El libro está dividido en dos partes. La primera, compuesta por un relato etnográfico de una de las tantas experiencias de viaje en trabajo de campo a la región, sirve de obertu-ra, invitación y complemento a la segunda, la que a la vez es el corazón de la obra, pues en ella se expone con detalle el proceso histórico de la región entre tiempos prehispánicos, colo-niales y republicanos. Dicha exposición, basa-da en fuentes primarias manuscritas, impresas y publicadas, se interesa por la interrelación y mutua influencia entre el medio ambiente y las sociedades. De ahí que se muestre cómo, a tra-vés de los años, las condiciones geoecológicas y climáticas, y los patrones de poblamiento, explotación de los recursos, circuitos económi-cos y pautas de vida material, han cambiado la morfología del paisaje y los hábitos humanos.

Estas indagaciones coinciden con nuestras inquietudes investigativas sobre geografía, his-toria ambiental e historia de la vida material, y surgieron de nuestra participación en el componente sociohistórico de una investiga-

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ción adelantada en la Escuela de Geociencias y Medio Ambiente de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, y dirigida por la doctora Liliam Posada. Tal investigación tenía por objeto el diseño de un proyecto de adecua-ción y rehabilitación del sistema de drenaje del río Cauca entre los municipios de Nechí (An-tioquia) y Guaranda (Sucre), en La Mojana. Agradecemos a la profesora Posada por haber-nos invitado a participar en dicho proyecto.

Aunque esta publicación es de nuestra en-tera responsabilidad en sus aciertos y falencias, debemos agradecer también al profesor Felipe Gutiérrez Flórez, de la Escuela de Historia, a José Guillermo Londoño, historiador y estu-diante de la Maestría en Historia, de la Univer-sidad Nacional de Colombia, y a Diego Andrés Ramírez, historiador y estudiante de la Maestría en Estudios Latinoamericanos, de la Universi-dad Nacional Autónoma de México, quienes hicieron parte del equipo de investigación.

Por último, esperamos contribuir, con este trabajo, tanto al conocimiento de nuestro pasa-do como a la forma de captarlo y asumirlo.

Orián Jiménez MenesesEdgardo Pérez Morales

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* Escrito producido en virtud de una de las experiencias de via-je realizadas a lo largo de un proyecto de investigación, y su correspondientes salidas de campo, dentro del cual el autor, Orián Jiménez Meneses, dirigió un equipo de investigación en el área de lo ambiental y cultural en perspectiva histórica y etnográfica. El proyecto se desarrolló entre junio del 2002 y junio del 2004, y en ese proceso, Orián Jiménez Meneses y Ed-gardo Pérez Morales viajaron varias veces a la zona de estu-dio para realizar trabajos de campo.

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Hacia una etnografía de La Mojana:

relato de una experiencia*

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La partida(Viernes 21 de marzo de 2003) De Medellín a San Marcos

A las 5: 35 minutos de la mañana, dos mos-queteros del equipo variopinto, que se dirigía hacia La Mojana, llegaron al bloque M2 de la Universidad Nacional de Colombia, en Me-dellín, sin más herramientas que sus ilusiones aferradas a sus espíritus, además del equipaje necesario para emprender el viaje a la región de los grandes contrastes. El comienzo de un día fresco anunciaba las condiciones sofocantes des-prendidas del calor que haría en la tarde. Aún no desplegaba el alba y ya se veía el resplan-dor de la luna, pegada al techo celeste, que nos acompañaría durante varias noches. Uno a uno fueron llegando los tripulantes de la nave.

La partida transcurrió sin trastornos, aunque hubo que hacer algunas rectificaciones, como

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pasar por la Universidad de Antioquia, con el fin de recoger los plásticos, aguas, frascos y cajas en que los biólogos mantendrían prisioneros a sus bichos. Entre la estación del Metro de Mede-llín, en Niquía, y el arribo al Cañón del Cauca, no hubo mayores inconvenientes, a excepción de un frío extremo que congelaba nuestros hue-sos cuando paramos a tomar un ligero desayuno en Santa Rosa de Osos. La parada en el alto de Ventanas fue suficiente para reflexionar acerca del deterioro de la carretera, que allí suele po-nerse infranqueable, sobre todo en épocas de invierno. Según oímos, la solución a este último problema consistía en construir un viaducto por el corazón de la tierra y, con ello, evitarle gastos prolongados al erario público y promesas polí-ticas cuyas falsas ilusiones llegan con facilidad a quienes por un momento confían en ellas.

Descendimos con rapidez hasta que el río Cauca se convirtió en nuestro vecino inmedia-to, pues la carretera está construida sobre su margen izquierda. Pobladores de otra subcultu-ra, distinta a la antioqueña, iban apareciendo a ambos lados de la vía. Un cambio drástico en la unidad del paisaje, ocasionado por la influen-cia del clima y la técnica de encuadramiento que genera el río desde Valdivia hasta Caucasia, me indicaron que había dejado atrás a la Antioquia de la colonización programada, teniendo ante mis ojos una región tan problemática como la misma existencia. Es claro que ante el viajero ya no está presente el minifundio y el paisaje

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misceláneo, como se había presentado un poco atrás, entre Santa Rosa de Osos y Valdivia. Por el contrario, nos encontrábamos ante un la-tifundio extensivo que tiene como objetivo la producción ganadera.

A las dos de la tarde, los hambrientos via-jeros nos detuvimos para abastecer nuestros estómagos. El guía, Juan Guillermo Garcés, anunció, sin pena ni gloria, al resto de los tri-pulantes algo que interpreté como una hipér-bole: según él, en dos horas estaríamos en San Marcos, donde los funcionarios de Corpomoja-na esperaban atentos nuestro arribo. Hubo que esperar hasta las cinco de la tarde de ese mis-mo día para corroborar si tenía la razón.

Tras el almuerzo, seguimos nuestro camino, en cuya trayectoria tuvimos una parada, debida a un peaje, donde un hombre de escasos veinte años aprovechó la situación para ofrecernos sus mangos, que, ante el inminente sofoco, se torna-ban jugosos a los ojos de todos. Sus característi-cas físicas y la expresión abierta en su lenguaje dejaban ver otro cambio importante: habíamos llegado al departamento de Córdoba:

— ¿A cómo los mangos? —gritó Elizabeth, una compañera de viaje.

La respuesta del joven no se hizo esperar:— A cuato mil el saquito de azuquita.1

1 En este texto, algunos de los términos regionales y propios de la disciplina que están en cursiva, se encuentran definidos en el glosario.

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Nuestros paladares se encargarían de veri-ficar la apreciación del joven, porque por él me refresqué, como mis compañeros de viaje, con esa ambrosía llegada hasta mí.

— ¿Y cómo se llama este lugar? —le pre-gunté.

— Agua mueta —respondió él.Según observé en su respuesta, había una

relación directa entre la toponimia del lugar y sus características físicas, con lo que constaté que aquel descendiente de africanos deporta-dos durante la trata de esclavos, aunque no te-nía idea de lo que los geógrafos llaman el espa-cio geográfico, hacía uso correcto de la relación entre toponimia y paisaje.

Minutos más adelante vi unos pocos zapales, que tenían características definidas: unos estaban completamente secos, en tanto que los otros, los más profundos, conservaban niveles bajos de agua, y a su alrededor se posaban aves en busca de insectos y ganado que requería saciar la sed.

En “Agua mueta”, la explotación del espa-cio continuaba orientada hacia la ganadería, y a ambos lados de la vía se observaban unos pe-queños ranchos fabricados con hojas de palma. “¡Ganadería y miseria!”, insinuó mi conciencia. El contraste entre las mayorías y campamentos de los ganaderos, y el resto de las viviendas, era evidente. En el primer caso, tenían a su dispo-sición cierta tecnología para enfrentar el calor y la humedad, mientras que, en el segundo, el

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resto de las viviendas conservaba aún la arqui-tectura indígena de tiempos antiguos: simples ranchos de paja parados sobre horcones.

A las 3:30 p.m. nos detuvimos en El Viaja-no, un cruce entre la vía principal y la carrete-ra que conduce hacia San Marcos. Tras tomar agua, entablé conversación con dos hombres entrados en años que se hallaban sentados en unos bancos desde los cuales veían pasar la vida. La preocupación nuestra por llegar a Corpomojana contrastaba con la tranquilidad de mis interlocutores, los cuales, reclinados sobre sus sillas mecedoras, veían el paso de la tarde, sin que nada los preocupara ni nadie los perturbara.

Uno de ellos, más dispuesto a la conver-sación, me dijo que allí se apostaban los pes-cadores con las canecas repletas de bocachicos para distribuirlos hacia Montería, Sincelejo, Cau- casia y otras poblaciones de la llanura y fue-ra de ella. En la improvisada conversación me habló de dos tiempos: el de la pesca y el de la cosecha. Para el saber local, el primer tiempo, el de verano, empieza en noviembre y termi-na en marzo. Durante esa temporada, los ga-naderos le sacan ventaja a los precios de la carne, y preparan las tierras para el período de las cosechas —queman y aran los suelos para que el primer período de lluvias fertilice la tierra. Por su parte, los campesinos pobres utilizan el verano para incorporarse a la eco-nomía pesquera en los ríos San Jorge y Cauca.

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Otros, a quienes no podría clasificar, pero que bien podrían ser trashumantes intermedios en-tre los sectores antes mencionados, se aferran a la vida mediante la cultura del rebusque, in-ventando prótesis sociales para salirle al paso a la miseria: venden frutas, agua, refrescos, ar-tesanías, y trabajan como jornaleros para con-seguir la liga. De esta manera sobreviven, sin más patrimonio que su capacidad de adaptar-se a las condiciones de la economía regional, que oscila entre los dos tiempos mencionados (verano/invierno). Tristemente, mi interlocu-tor definió la vida de esta gente, a la que se-guro él pertenece, con una frase lapidaria: “en el verano todo el mundo sufe”, me dijo. Noté que cuando se refería a “todo el mundo”, hacía hincapié también en el suyo; usaba ropa ligera, tenía puesto un sombrero sencillo y su lenguaje correspondía al de un campesino sabanero. Al despedirme le dije: “¡Adiós, señó come yuca!”. Su respuesta fue una sonrisa que constató la certeza de mi atrevimiento.

Para los pescadores, el desove de los peces en las tierras bajas —ciénagas y humedales— les augura un tiempo de promisión. La migra-ción de los peces, conocida localmente como subienda, trae consigo, para unos, la subsisten-cia, y para otros, la reactivación de los circuitos económicos. Del río a las atarrayas y chincho-rros, los cardúmenes de peces van a parar a los estómagos de pobladores de diversas regiones y condiciones. Sin embargo, como reza un re-

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frán antiguo, en casa de herrero, azadón de palo. De esta forma pueden describirse las ambigüe-dades existentes entre la economía pesquera y la alimentación de la zona, pues no es allí en donde se consuma el mejor pescado.

Para constatarlo, basta un ejemplo: una de aquellas mañanas en que el hambre irrumpía los sentidos, vi cómo al profesor César Julio Rodríguez, geólogo de nuestro grupo de traba-jo, le metieron chucha por liebre, pues pagó por consumir bagre y a su estómago no fue a parar otra cosa diferente a bocachico. No obstante, el profesor asumió el engaño, con la gracia que lo caracteriza. En vez de reclamar por su anhelado bagre, solicitó la presencia de los biólogos del equipo quienes, inmediatamente, comenzaron el proceso de clasificación de aquel filete. Pese al esfuerzo científico, no supimos cuál fue el resultado del riguroso estudio practicado por los biólogos. No obstante, en los restaurantes cercanos a las ciénagas de San Marcos, Ayapel y los puertos fluviales del Cauca y el San Jorge, es posible consumir buen pescado, sobre todo si el viajero llega en temporada de subienda.

A las cinco de la tarde llegamos a Corpo-mojana, y de inmediato nos recibieron los funcionarios. El director encargado y otros fun-cionarios hicieron las debidas presentaciones, sin que faltara el protocolo propio de la poli-tiquería. Todos los allí presentes se mostraron dispuestos a colaborar, aunque dos de ellos eran reticentes a atendernos. Mientras que uno

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se manifestó escéptico, el otro, Juan Ospino, director de la Umata de Sucre, fue directo al grano.

Ahorrándose presentaciones coloniales, ex-puso cuál era la asimetría entre el mundo de los sueños y la realidad. En palabras de Ospino, de origen momposino, la situación de La Mojana empeora día a día. Factores ambientales, de or-den público y ausencia de capital para fortale-cer la agricultura y satisfacer las necesidades más apremiantes de la gente, han hecho de La Mojana un problema social. Como nos lo men-cionó, en los últimos años se ha ejercido una presión constante sobre los recursos naturales, lo que ha derivado en disminución de las espe-cies de peces, chigüiros, aves —picingo y barra-quete—; desaparición de los anfibios mayores —babilla, caimán, manatí e hicotea—, y otros problemas que han afectado la naturaleza y la cultura. Esta problemática ha obligado a que muchos pobladores puyaran el burro, es decir, a abandonar sus pueblos de origen y despla-zarse hacia otras regiones en busca de mejores oportunidades. Sumado a este problema está la explotación que medianos y grandes arroceros y ganaderos hacen sobre los pequeños cultiva-dores de arroz, y el resto de los campesinos sin tierra.

Pero las cosas no paran ahí. Con la reforma agraria de la década del noventa, buena parte de la propiedad sobre la tierra quedó en ma-nos de campesinos sin recursos para hacerla

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productiva, una oportunidad más para que los potentados y sus abogados la compren a ba-jos precios —utilicen a sus antiguos propieta-rios como colonos—, y cuando esté civilizada, se convierta en tierra para pastoreo y engorde de ganado. Como me decía uno de ellos, en-tre la Sierpita y Majagual, “la única riqueza que poseen es la tierra que pisan y las deudas de las que huyen”. Y si al problema de la tierra le sumamos el de la creciente confrontación militar originada entre grupos de extrema de-recha y de insurgencia, el cuadro es aún más desolador. Por un lado, la violencia sepultó las posibilidades de inversión de pobladores que antes venían desde centros urbanos con el fin de comprar tierras, montar negocios y generar empleo. Por otro, los beneficiarios de las par-celaciones del Instituto Colombiano de Refor-ma Agraria (Incora) entraron en quiebra y hoy trabajan, como suelen decir, para el demonio: para los prestamistas, que les cobran un interés del 10%, siempre y cuando les den las escritu-ras de sus parcelas, en caso de que no alcancen a pagar. Esta situación ha servido para que, soterradamente, pierdan la posesión sobre sus tierras.

De Corpomojana nos desplazamos hacia la Ciénaga de San Marcos. A las 6:30 p.m., mis observaciones se concentraron sobre las con-diciones ambientales de la Ciénaga y, vale de-cir, sobre una pequeña cantina que acogía por igual a turistas, pescadores, ociosos y a dos o

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tres borrachos de pueblo, que nunca faltan. La plazoleta frente a la Ciénaga es emblemática. Dentro de la plaza, una estatua de la “mujer tortuga” representaba la posición de reveren-cia que la mujer tiene hacia el nacimiento del sol, según lo mencionan algunos pobladores, aunque otros habitantes de San Marcos indi-can que, en esa posición, ella le implora al sol que favorezca a los seres vivos con la lluvia. De inmediato recordé al campesino de El Via-jano, cuando me decía que en ese tiempo todo el mundo sufre. No obstante, me pregunté por la relación existente entre la mujer y la tortuga, aunque no encontré respuesta alguna, y nadie me supo dar cuenta de ello.

Minutos más tarde salimos a buscar la co-mida y el hotel donde nos hospedaríamos. En éste, un hombre, que podía contar con algo más de cincuenta años de edad, vestido de blanco, como buen sabanero, nos recibió amablemen-te. Una sencilla razón me llevó a asociarlo con las novelas de García Márquez. Al día siguien-te, cuando supe su origen, até los cabos sueltos de una pequeña intuición: este vecino vestido de blanco había llegado allí hacía cuarenta y tres años, procedente del oriente antioqueño. En San Marcos, corroborando mi apreciación, la mayoría de los negocios —restaurantes, hote-les, tiendas y almacenes— pertenecen a gentes de origen antioqueño. Aunque parezca extraño, los antioqueños participaron, desde la tercera década del siglo XX, en la colonización de estas

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tierras: socolaron y tumbaron monte, aserraron las mejores maderas y en los claros sembraron arroz, maíz y fríjol, para después darle paso a la cría de ganado. Ésta es la razón por la que buena parte de la propiedad sobre la tierra está en manos de antioqueños.

Así terminó el día de la partida. Al caer la noche me debatía entre una doble lucha: la de irme a la cama con una hoja en blanco o ven-cer el sueño y verter algunas líneas sobre aquel papel. La contienda tuvo un ganador: en el am-biente, el ruido de un ventilador, que allí tiene su costo, no fue ningún obstáculo para que me desconectara y entrara al incomprensible mun-do de lo onírico. Durante el 2003 y el 2004 mu-chas veces viajé a La Mojana para calibrar mis observaciones.

La estadía(Sábado 22 de marzo de 2003)De San Marcos a Majagual

Al abrir los ojos, mis sentidos percibieron una sinfonía de fondo: el canto pausado de algu-nas aves me indicó que despuntaba el día. A diferencia de la anterior, esta mañana estaba menos ansioso. Viajar me cura de toda clase de males del espíritu. Después de lo habitual (un baño y otros asuntos de carácter cultural), bajé

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al primer piso y allí estaba el señor de blanco, que esta vez aprovechó su origen antioqueño, pues el cuarto que el día anterior costaba ape-nas 15 mil pesos, se había incrementado a 30 mil, ya que, según él, tenía ventilador y aire acondicionado. Le cancelé su plata, pese a que sus explicaciones me parecieron tan ambiguas como mis dudas sobre la verdadera identidad del filete del profesor César.

Iniciamos el recorrido con el reconocimien-to del río San Jorge y algunos caños cercanos —el Viloria y el Rabón— a la vía que comunica a San Marcos con Majagual. Una vez quedó atrás el San Jorge, percibí en las geoformas del paisaje los canales de drenaje de los que tanto se especu-la en libros y conversaciones. Aunque un poco deteriorados, los canales tienen la misma direc-ción que mantienen los caños (el Viloria y el Rabón) con respecto al río San Jorge. Además, en puntos intermedios entre los caños y los ca-nales, se aprecian pequeñas terrazas con suaves ondulaciones, las cuales suelen usarse para la construcción de las viviendas, pues están me-nos expuestas a las inundaciones cuando inicia el período de las lluvias. Esas mismas terrazas han sido, varias veces, objeto de excavaciones por parte de arqueólogos que buscan artefactos y ecofactos, y cuyos resultados han ayudado a explicar las dinámicas del poblamiento preco-lombino.

Las tierras que el viajero recorre una vez cruzado el río San Jorge, hasta que llega a la

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Sierpita —corregimiento de Majagual—, están dedicadas a la ganadería. De la Sierpita a la cabecera municipal, la unidad del paisaje cam-bia completamente. Por tanto, el observador se encuentra frente a un relieve llano, con peque- ños caños artificiales que sirven para drenar las parcelas; a ambos lados de la vía hay cultivos de arroz y fincas dedicadas a la cría de ganado. A medida que la vista se aleja de la carretera, aparecen lentamente los rastrojos y los montes que todavía están en proceso de civilización.

En las tardes, los trabajadores de las parcelas recogen el ganado en corrales para evitar que el jaguar —tigre, como dicen en la zona— se coma algunos semovientes y, además, para tener listas a las vacas que en la madrugada siguiente orde-ñarán, y de las cuales obtendrán la leche que colo-carán en canecas para que los camiones la lleven hasta San Marcos y Majagual, donde la distribu-yen como líquido o procesada como quesos.

De Majagual a La Boca del Cura la comu-nicación se realiza en mototaxis que, por carre-tera destapada, conducen a los viajeros hasta el lugar de embarque, donde toman las chalupas y canoas. El corregimiento La Boca del Cura tiene amplia comunicación, por agua, con Achí y Mangangué, y por tierra, con Guaranda, a través de un pequeño dique artificial que han ido construyendo quienes viven sobre la mar-gen izquierda del río Cauca.

Los pobladores del corregimiento La Boca del Cura están debidamente organizados al-

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rededor de una cooperativa pesquera que sir-ve de sustento a sus campesinos. De Donaldo Mendoza quedan en la memoria gratos recuer-dos, tanto por su amabilidad y sentido del li-derazgo, como por sus historias de colonos sa-baneros que en su búsqueda por un pedazo de tierra fueron contenidos por el río, las laderas y vertientes de la Serranía de San Lucas. Como presidente de la Acción Comunal, recibe en su casa a todo tipo de personas, que acuden a él para que sirva de mediador entre las necesida-des de la gente y las posibilidades de solución que pueda ofrecer la Alcaldía de Majagual. Él es el puente de comunicación entre campesi-nos y funcionarios del Estado. En los ratos en que no se dedica a los trabajos comunitarios, se ocupa de su parcela de arroz y del cuidado de unas cuantas cabezas de ganado.

Los amaneceres en Majagual son como en tantas otras poblaciones de las llanuras del Ca-ribe, pero con clima de selva: fresco en las dos primera horas del día y sofocante el resto de la jornada. Con el amanecer, las calles empiezan a ser recorridas por vendedores al por menor quienes, empujando unas carretillas y gritan-do pausadamente, ofrecen yuca, sombreros, leche y toda clase de productos alimenticios y de uso doméstico. Esta característica es ex-tensiva a todos los poblados de La Mojana. En Guaranda (Sucre), por ejemplo, una mujer de escasos cuarenta años recorría las calles gri-tando: “¡Tamarindo, el que cura los riñones y

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los pulmones!”, en tanto que un anciano con rostro de Matusalén enmohecido, montado so-bre los huesos de un caballo, sólo decía: “Maíz biche, lleve el maíz biche”.

Y tales anuncios contrastaban con los pa-sos lentos de quienes asistían a un cortejo fú-nebre de un niño de siete años, muerto aguas arriba de Guaranda, al cual bajaron por el río en una canoa. El cofre era apenas una impro-visada caja de cuatro tablas sin pintar, pegadas con clavos. El cementerio queda en la mitad del pueblo, en una cuadra dispuesta para recibir el catálogo de los muertos.

Entre Guaranda y San Jacinto aumentó la tensión de ese día triste, con los rumores de un posible secuestro por parte del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que, en esos días, había colocado un retén sobre la vía, en inmediaciones a la Serranía de Mamaraya. La inminencia de ese encuentro hizo que dos pe-sos pesados, el vicegobernador y un ganade-ro de la región —quienes nos acompañaban y aprovechaban el recorrido para hacer políti-ca barata—, se devolvieran del camino. Ante la reticencia de los políticos para continuar el viaje, me dije a mí mismo: “¡Como me hubiera gustado ver el rostro y compartir el monte con aquellos hombres duros de lengua, pero frági-les de espíritu!”.

El resto de la jornada no hicimos otra cosa que darle vueltas al jarillón inmediato al río Cauca, con el objetivo de hacer un recorrido de

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cubrimiento total. Al otro lado del río, sobre la margen derecha, se podía observar claramente la Serranía de San Lucas, territorio de guerra y lucha que hace las veces de encuadrador geo-gráfico y político. Basta con preguntarle a un habitante de los que ocupan la margen iz-quierda qué piensa sobre ese emplazamiento y su respuesta es contundente: “eso allá es otro país”.

Ya en la tarde llegamos a Nechí, población antioqueña que surgió en las juntas del río Ne-chí con el Cauca. Allí tomé el chaleco salvavidas y me subí a una lancha vieja que, horas antes, se había regresado de la “mitad del camino”, debido a una falla en el motor. Tras llamar por su nombre a cada uno de los pasajeros, el ope-rador del aparato jaló varias veces la cuerda del motor hasta que al fin encendió. El pánico inicial, por tener tanta agua bajo mis pies, lo su-peré unos minutos más arriba cuando el piloto de la chatarra se detuvo en medio del río para observar a un anciano que estaba inmóvil en la mitad del caudaloso Cauca con su canoa de remo. Nuestro piloto pensó que el viejo nece-sitaba ayuda, pero después de unos segundos de reconocimiento de ambos, y sin que media-ra palabra, se dijeron lo propio. Se miraron el uno al otro entre asombrados y disgustados. El mensaje, aunque gestual, era claro: el anciano no necesitaba ayuda, pues parecía disfrutar del vaivén que producía el agua sobre su rudimen-taria canoa. En ese momento asocié al anciano

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con Fernando Torres, un estudiante de la Uni-versidad Nacional que adelanta una tesis sobre los bogas del río Magdalena.

Al fondo, en la inmensidad de la llanura, la puesta del sol le daba a la autopista de agua un color amarillo, con una naranja encima. En estos atardeceres, el sol de los venados, como le llaman los campesinos, tiene una magia indes-criptible. A ambos lados del río, la presencia de mineros con sus dragas es alta, y las huellas que han dejado en el paisaje son indelebles. Es-tos hombres, con sus mujeres y sus hijos, cons-truyen improvisados ranchos de plástico que les sirven de guarida. Atrás del aparato que-daba un listón blanco, por el movimiento de la elipse del motor al chocar contra la corriente. A mi siniestra permanecía impávido el rey del firmamento, compañero de viaje de estas y to-das las andanzas.

Mientras hacía mis inscripciones en la libre-ta de campo, una mujer que viajaba a mi lado aprovechaba el tiempo para dormir. Con ello me daba un indicio de lo poco que le importaba, seguramente por la costumbre, qué pasara con la lancha. Minutos antes de arribar a Caucasia (5:45 p.m.), el curaca celeste tomó forma y color de yema de huevo frito. La chalupa daba saltos como de caballo galopero, y los recuerdos de la cultura ribereña quedaron grabados en mi mente para siempre.

En la tierra prometida, La Mojana, queda-ron mis compañeros de viaje construyendo un

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mundo de utopías que, pese a lo efímero, son hijas de las desventuras de este río misterio-so. Se apagó la ostia del firmamento en medio de una tarde fresca y lúgubre. Por encima de nuestra nave, cuatro garzas partían hacía rum-bo desconocido.

Al otro día, a esa misma hora, volaba ya en la nave del firmamento entre Chicago y Filadelfia, en Estados Unidos, y las notas que registraba en mi libreta estaban cargadas de impresiones sobre el país de los bárbaros y las hamburguesas. Llegó la noche y en el aero-puerto me recogió un taxista haitiano, con el que me comuniqué por espacio de media hora con señales y gesticulaciones, pues el español de él era tan malo para mí, como incompresible mi inglés para él.

He vuelto a La Mojana unas diez veces más, y pese a los recorridos y la estadía en distintas zonas, todavía guarda para mí un secreto in-descriptible. El aprendiz de etnógrafo y el geó-grafo encontrarán en este espacio atravesado por caños, ríos y ciénagas, un mundo que es-capa a las descripciones y los análisis literarios y científicos.

La decisión de publicar esta sencilla inves-tigación la tomamos debido a que es poco o nada lo que las gentes del interior andino y de otras regiones del país saben sobre esta zona de contrastes en medio de dos ríos, el San Jorge y el Cauca.

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Balsa en el río CaucaFuente: tomada de Edouard André Charles Saffray, Fabulous

Colombia’s Geography. The New Granade as seen by two French Travelers of the XIX Century, Eduardo Acevedo Latorre, comp. y ed., Bogotá, Litografía Arco, 1980, grabado núm. 17.

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Tierra de promisión: medio ambiente y vida

material en perspectiva histórica

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En la región que actualmente reconocemos con el nombre de La Mojana confluyeron, en la época colonial, dos jurisdicciones provinciales, la de Antioquia y la de Cartagena. Al gobier-no de Antioquia pertenecieron la villa de Aya-pel, hasta mediados del siglo XVIII, y el sitio de Nechí, surgido durante la segunda mitad del mismo siglo. Otra parte de la región, entre los ríos San Jorge y Cauca, y el Brazo de Loba por la parte septentrional, perteneció al gobierno de la provincia de Cartagena. Estas tierras más tarde pasarían a ser parte de Bolívar, y luego estarían bajo la jurisdicción de los departamen-tos de Bolívar, Sucre y Córdoba, creado este úl-timo sólo hasta mediados del siglo XX.

En la actualidad, esta zona comparte carac-terísticas geomorfológicas y ambientales con el resto de las llanuras del Caribe colombiano, cuyo territorio abarca desde el valle del río Ce-sar hasta las serranías de San Lucas, Ayapel, San Jerónimo y Abibe. A lo largo de la historia de La Mojana, los ciclos climáticos estaciona-

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les han ejercido una fuerte influencia sobre el paisaje, lo cual, combinado con los tipos de so-ciedad que la han habitado y sus estrategias de adaptación, ha condicionado, en gran medida, las formas de vida, producción y poblamiento humanos allí generados.

La Mojana es un área fisiográfica de cinco millones de hectáreas, ubicada en la subregión de la depresión momposina, en la región Ca-ribe, y que incluye los sistemas ambientales y de hábitat de la planicie que delimitan los ríos Cauca y San Jorge, básicamente entre el caño Barro y el Brazo de Loba. Allí, una red de cié-nagas y caños interconectados han cumplido el papel de drenajes naturales de las aguas del Cauca y el Magdalena, en las dinámicas hidro-lógicas asociadas a las fluctuaciones climáticas y a las condiciones topográficas, y en la actuali-dad presentan serios problemas de inundacio-nes excesivas y súbitas, debido principalmente a la sedimentación de los cauces.

Hábitat y poblamiento

En el área que comprende La Mojana, du-rante el año se experimentan dos ciclos climáti-cos de verano e invierno, característicos de una zona intertropical. En el mes de diciembre de cada año, y los primeros tres meses del año si-guiente, se presenta una estación seca, que da

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paso a una estación de lluvias, a mediados de marzo. Ésta es interrumpida por un breve vera-no, hacia mediados de junio, el cual finaliza en agosto, y luego nuevamente inicia la estación de las lluvias, que dura hasta finales de año.

Estas variaciones en el clima impactan sui géneris las condiciones de la región. Debido a su poca altura sobre el nivel del mar, y a estar atravesada a lo largo y ancho por ríos, quebra-das, caños y ciénagas, en época de lluvias la zona en cuestión se inunda de manera tal que sólo terrenos muy altos quedan a disposición para la construcción de viviendas, el pastoreo del ganado y diferentes cultivos de yuca, maíz arroz y sorgo. No obstante, las épocas de llu-vias traen consigo inmensos beneficios, pues los ya mencionados ríos y ciénagas logran in-tegrarse a través de caños, lo que facilita las comunicaciones y la puesta en marcha de dife-rentes procesos dinámicos. Además, las aguas estancadas irrigan la tierra, quedando así gran cantidad de zonas inundables listas para co-menzar allí la agricultura y el pastoreo.1

Estas características han dejado impron-tas en los diferentes grupos humanos que han habitado la zona, ya que éstos han tenido que

1 Marta Herrera Ángel, Ordenar para controlar. Ordenamiento es-pacial y control político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales neogranadinos. Siglo XVIII, Bogotá, Academia Colom-biana de Historia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2002, pp. 41-74.

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adaptarse a sus condiciones, sin tener muchas posibilidades de alterarlas, o tratar de modifi-carlas. En esta región, al igual que en el resto del globo, diferentes sociedades se han visto enfrentadas al dilema civilizatorio del ser hu-mano: modificar el entorno o adaptarse al mis-mo. A través de la historia de La Mojana, la presencia indómita del agua o su ausencia por temporadas, han retado al hombre de manera frontal, como ha sucedido en las tierras bajas y selváticas tropicales, y en otras latitudes, como los grandes valles fluviales y llanuras aluviales de Asia, las tierras afectadas por las lluvias del Monzón o las áreas litorales de Europa.2

Los relatos acerca del brillo del oro, que lle-garon a oídos de los conquistadores, fueron lo bastante atractivos como para que centraran su interés en ellos, ya que los impulsaron a des-cribir parcialmente las obras de ingeniería pre-hispánicas sobre las que estaban parados. Por su parte, investigaciones arqueológicas pione-ras como las de Gerardo Reichel-Dolmatoff, y observaciones geográficas como las de James J. Parsons, centraron su atención sobre los pa-trones regulares en las sabanas del río San Jor-ge, los cuales no se asociaban hasta entonces como antropogénicos. Apreciaciones como las del primer autor constituyen una sugerencia primaria acerca de una posible alta densidad

2 Felipe Fernández-Armesto, Civilizaciones. La lucha del hombre por controlar la naturaleza, Madrid, Taurus, 2002.

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poblacional en tiempos prehispánicos. Las ex-cavaciones de éste se desarrollaron en el área de Momil, sobre la cuenca del río Sinú, un sistema fluvial que, sin embargo, estaba vinculado al del río San Jorge.3 Por su parte, Parsons comenzó su estudio por la observación aérea directa de la cuenca del San Jorge, durante sus viajes en-tre Cartagena y Medellín, y después mediante el estudio de aerofotografías de las cuencas del Cauca y el San Jorge.4

El interés académico por la zona del bajo río San Jorge se renovó gracias al abundante mate-rial de orfebrería prehispánica presente en la co-lección del Museo del Oro en Bogotá, y que en su gran mayoría proviene de la llanura pluvial comprendida entre la margen occidental del río Cauca, la margen derecha del río San Jorge y los caños que comunican estos dos ríos. Así, muchos trabajos arqueológicos han determi-nado que la zona en cuestión fue ocupada por dos grupos humanos diferentes no contempo-ráneos. Al primero, que ocupó el valle del río San Jorge en sus dos márgenes, desde el siglo I hasta el siglo X d. C., se le atribuyen los ca-nales distributivos de las aguas de inundación, las plataformas para vivienda y los montícu-los funerarios con abundante material orfebre

3 Gerardo Reichel-Dolmatoff, “Momil, excavaciones en el Sinú”, Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, vol. 2, núm. 2, 1956.

4 James J. Parsons, “Exploración y descubrimiento”, en: Joaquín Molano, ed., Las regiones tropicales americanas: visión geográfica de James J. Parsons, Bogotá, Fondo FEN, 1992, pp. 29-31.

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y fragmentos de la tradición cerámica modelada pintada. Los vestigios arqueológicos muestran una disminución de la población a partir del siglo X y sólo pequeños remanentes hasta el siglo XVI en zonas como Ayapel. A partir del siglo XIV se inició el movimiento del segundo grupo ét-nico, que provenía del río Magdalena y se le identifica con la tradición cerámica incisa alisada. Al contrario del primero, los asentamientos de éste fueron aislados y habitaron los espacios elevados disponibles y las orillas de los caños; por ejemplo, el caño San Matías, desde Jegua hasta San Marcos.5 Los primeros se impusieron al entorno tratando de modificarlo, y los segun-dos se adaptaron al mismo, sin intervenirlo de manera radical.

El primer grupo, entonces, es responsa-ble de haber emprendido una inmensa red de control hidráulico de cerca de doscientas mil hectáreas, formada por camellones y drenajes en diferentes estados de conservación, corres-pondientes al área inundable de la depresión momposina, en la hoya del río San Jorge. Al-gunos son apenas distinguibles desde tierra y muy bien conservados, de dos metros de altura, que presentan diferentes patrones de trazado: patrón “caño”, en el que las lomillas y surcos se

5 Clemencia Plazas y Ana María Falchetti de Sáenz, Asenta-mientos prehispánicos en el bajo río San Jorge, Bogotá, Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Banco de la Re-pública, 1981, pp. 9-10.

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trazan en patrones rectos u oblicuos desde un terreno más elevado (diques naturales a lado y lado de los caños abandonados); “ajedrezado”, en que se marcan bloques de eras cortas y pa-ralelas de 20 a 30 m de lado; otros son un gru-po de camellones paralelos de gran extensión, que no están necesariamente orientados hacia los diques naturales.6 Un cuarto tipo, interca-lado y curvo, obedecería más a una continua experimentación o a la corrección de trabajos anteriores de acuerdo con el curso de las aguas. Estos trabajos hidráulicos permitieron el esta-blecimiento de sociedades con agricultura se-dentaria, que aprovechaban la distribución de las aguas en época de inundaciones, los exce-sos represados en la época de sequía y los sedi-mentos de las corrientes y reflujos.

En el bajo río San Jorge se han encontrado numerosos asentamientos para vivienda, que consisten en plataformas cercanas a los came-llones,7 los cuales permitían cierta concentra-ción de población. Esto señala la presencia de pequeños núcleos urbanos que actuaban como centros de intercambio y abastecimiento. Entre

6 James J. Parsons, “Los campos de cultivos prehispánicos del bajo San Jorge”, en: Joaquín Molano, ed., Las regiones tropicales americanas: visión geográfica de James J. Parsons, Bogotá, Fondo FEN, 1992, p. 259.

7 Clemencia Plazas de Nieto, Ana María Falchetti de Sáenz y Juanita Sáenz, “Investigaciones arqueológicas en el río San Jorge”, Boletín Museo del Oro, Bogotá, Banco de la República, año 2, sep.-dic., 1979.

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los caños Barrancuda y Maruja,8 se ha halla-do evidencia de aquéllos, aunque algunos de los canales más importantes excavados has-ta ahora, fueron construidos sobre la margen occidental de la Ciénaga de La Hormiga, que controla las aguas de los caños Maruja, Barran-cuda y Tremantino. La evidencia arqueológica y los testimonios de los cronistas del siglo XVI expresan que la alimentación estaba basada en tubérculos —especialmente yuca— y un impor-tante aporte proteínico proveniente de la fauna ribereña. Fray Pedro Simón mencionaba:

[...] mucho maíz que había en las casas y algunos ve-nados que cogían los soldados a uña de caballo, por ser innumerables los que crían aquellas sabanas, con muchos conejos, perdicillas, tórtolas y otras cazas.9

La necesaria producción de estudios ar-queológicos refuerza cada día más la tesis de alta densidad de presencia humana en las tie-rras bajas y cálidas de Suramérica, superando, según algunos cálculos, los niveles de ocupa-ción actuales.10 La variación en el número de habitantes se acentuó con el inicio de la con-quista española en el siglo XVI.

8 C. Plazas y A. M. Falchetti de Sáenz, Asentamientos prehispáni-cos en el bajo río San Jorge, Op. cit., p. 40.

9 Fray Pedro Simón, Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias occidentales, Bogotá, Biblioteca Banco Popu-lar, 1981, tomo 5, p. 65.

10 J. J. Parsons, “Los campos de cultivos prehispánicos del bajo San Jorge”, en: J. Molano, ed., Las regiones tropicales america-nas: visión geográfica de James J. Parsons, Op. cit., p. 249.

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En 1571 se describía esta zona, pertenecien-te a la gobernación de Cartagena, como:

[…] de ordinario llovediza ecepto enero, hebrero y março calurosa más por falta de ayres porque es tie-rra de grandes montañas y muy cerradas y debaxo todo lo más empantanado que de suyo de muchas ciénagas y pantanos y de grandes nieblas y así es poco habitada, si no sea por las riberas del Rio que ay algunas çavanas […].11

Muchos de los primeros escritos y crónicas ya se referían a la región que hoy corresponde a la cuenca del río San Jorge como Panzenú, fa-mosa por las riquezas en oro que saqueaban de las tumbas indígenas, en su mayoría llevadas a cabo por expediciones que salían desde la ciu-dad de Cartagena de Indias. Para la época del contacto, la zona era delimitada por diferentes cronistas:

Tres provincias a la parte del sur de la ciudad de Car-tagena les llamaban el Zenú, auque con variedad de nombres, porque a la primera, que es la que hemos dicho, está treinta leguas de la ciudad [la] llamaban Finzenú. A otra más adelante al mismo rumbo, pa-sada una valiente cordillera que las divide y está ya aguas vertientes al gran río Cauca, llamaban Panze-nú. Y pasado el río de Cauca, llamaban a otra gran provincia Zenufaná […].12

11 Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes. Siglo XVI, Bogotá, Colcultura, Instituto Colombiano de Cultura Hispáni-ca, Biblioteca Nacional, tomo 2, Región del Caribe, p. 428.

12 F. P. Simón, Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias occidentales, Op. cit., p. 97.

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Según fray Pedro Simón, estas provincias del Zenú eran ricas en oro por su comercio con áreas de explotación, como las de Zenufaná, donde no mucho tiempo después se establece-rían importantes explotaciones españolas en las ciudades de Guamocó y Zaragoza. Los nom-bres de las tres provincias se originaron en los de los tres señores Zenú, de los cuales Zenufa-ná era el principal. Este cronista agrega que la razón de encontrarse tanto oro en las tumbas de esta provincia se debe a una orden dada por el mismo Zenufaná, en la que se indicaba que los principales señores se enterraran con tan-to oro posible como pudieran hallar, con el fin de rendir culto a sus antepasados. La riqueza encontrada en las sepulturas hacía pensar, in-cluso, en otros tesoros mayores, como los que se hallaron en Perú y México, en las primeras décadas del siglo XVI. Así, muchas posibilida-des se insinuaban como prometedoras para los apenas llegados a un puerto como Cartagena, recién fundado, y donde se rumoraba, entre los baquianos, sobre las tierras del “Cenú donde se ha tenido por otro Perú”.13 Algunos llegaban a ver otras evidencias, además de las riquezas, que conectaban estas calurosas sabanas caribe-ñas con los altiplanos andinos: “[el capitán Cé-sar, bajo órdenes del licenciado Vadillo] llegó a tierras donde halló gente vestida de la misma

13 Juan Friede, Documentos inéditos para la historia de Colombia, Bo-gotá, Academia Colombiana de Historia, 1956, tomo 4, p. 34.

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ropa del Perú y ovejas y muchas otras cosas de aquellas partes”.14 Por tanto, dentro del flujo comercial allí establecido, se destacaban tam-bién productos como la carne de manatí, las hamacas y chinchorros tan necesarios, según Simón, para todos los indios de las tierras ca-lientes.

La primera expedición a tierras mojaneras arribó por las sierras de Abibe, al mando del gobernador Pedro de Heredia, desde donde sus hombres divisaron sabanas llanas y rasas, de más de quince leguas de contorno, donde lo único que se destacaba eran algunos montícu-los funerarios:

[...] estos eran tan altos de montones empinados sobre la tierra hechos a manos que se divisaban desde muy lejos y una era tan alta dedicada a su mayor ídolo […] que se divisaba a una gran legua de distancia […].15

Sin embargo, los montículos no eran la única señal que alentaba el saqueo; por infor-maciones de un guía, los hombres de Heredia descubrieron que sobre las tumbas de algunos señores principales se habían sembrado árbo-les: “hobos y ceibas, algunas tan gruesas como dos novillos”.16

Esta zona, difícilmente explorada por los europeos a lo largo del siglo XVI, estuvo en el

14 Ibíd.15 F. P. Simón, Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en

las Indias occidentales, Op. cit., p. 105.16 Ibíd.

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límite de las disputas territoriales entre las ju-risdicciones de la gobernación de Cartagena y la de Antioquia en los siglos XVII y XVIII. Así, la fundación de ciudades, forma primordial de asegurar, al menos ante la Corona, el dominio político de algunas zonas, fue escasa y provi-sional. Como ejemplo de ello tenemos a San Je-rónimo del Monte, fundada sobre jurisdicción antioqueña en la cabecera del río San Jorge para expandir su área de influencia; al cabo de una década, fue despoblada y la mayoría de sus ve-cinos terminaron probablemente en la villa de Ayapel, hacia 1582, esta última claramente vin-culada a la gobernación de Cartagena.

La población nativa de entonces lograba adaptarse a las condiciones que imponía el medio, a través de la movilidad constante, se-gún lo exigían las condiciones climáticas. Por su parte, la ocupación extranjera promovió la congregación efectiva de los “naturales”, rea-lizándose, en 1541, los primeros repartimien-tos de la provincia de Cartagena.17 Aunque apenas treinta años después ya se denunciaba la disminución de la población nativa,18 los

17 H. Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes. Siglo XVI, Op. cit., tomo 2, Región del Caribe, pp. 377 y 338.

18 Ibíd., p. 419. Sobre la debacle demográfica de las sociedades originarias de la actual Colombia, los debates historiográfi-cos, pese a que todavía existen diversas perspectivas sobre las magnitudes demográficas antes de la conquista, señalan el fuerte impacto de las enfermedades, los trabajos forzosos, la guerra y la desestabilización de las estructuras familiares y

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sobrevivientes y los nuevos pobladores conti-nuaban adaptándose, astutamente, a las cam-biantes condiciones, desarrollando un gran conocimiento del medio natural e ingeniándo-selas para explotarlo y para que sus formas de vida favorecieran dicha explotación. Tal como se deduce de los testimonios escritos de la épo-ca colonial y del siglo XIX, especialmente de viajeros y misioneros que anduvieron por allí, además de algunas fuentes conservadas en ar-chivos históricos, las principales adaptaciones al medio por parte de los diferentes habitantes fueron el desarrollo de la movilidad —la tras-humancia— y la práctica de la agricultura, la ga-nadería y la caza —incluida la pesca—, según las posibilidades que ofrecían las condiciones climáticas. Por estas razones es que el pobla-miento de la región estuvo marcado por varios y disímiles modelos o patrones, los cuales es ne-cesario explicar, pues ellos, junto con las activi-dades económicas y la realidad geoecológica,

sociales de producción y reproducción. Jaime Jaramillo Uri-be, “La población indígena de Colombia en el momento de la Conquista y sus trasformaciones posteriores”, en: Ensayos de Historia social. (Obras completas de Jaime Jaramillo Uribe), Bogo-tá, CESO, Universidad de los Andes, Banco de la República, ICANH, Colciencias, Alfaomega, 2001, pp. 63-110; Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia, Bogotá, Tercer Mundo, 1997, vol. 1, 1537-1719, pp. 29-108. Sobre la importancia de las variables producción-reproducción, véa-se Marvin Harris y Eric B. Ross, Muerte, sexo y fecundidad. La regulación demográfica en las sociedades preindustriales y en desa-rrollo, Madrid, Alianza, 1999.

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han dado forma al paisaje de La Mojana a lo largo del tiempo.19

Existían los asentamientos nucleados, es de-cir, centros semiurbanos que concentraban a un grupo de personas sedentarias que se aco-gían a la normatividad colonial, y contaban, en mayor o menor medida, con autoridades civi-les y eclesiásticas: las villas, las parroquias, las viceparroquias, los pueblos y los sitios, aunque estos últimos podían no estar bajo el control ci-vil y eclesiástico, siendo conocidos, en tal caso, como rochelas. El poblamiento nucleado bajo el control de las autoridades civiles y eclesiásti-cas constituía parte fundamental del proyecto de dominación colonial, que orientaba la con-gregación de la población en ciudades y villas, para el caso de los españoles y sus descendien-tes blancos, y en pueblos, para el caso de los indios.

Ahora bien, dicho modelo segregacionista perdió vigencia ante las realidades económicas y del mestizaje y, además, estos asentamientos no eran los favoritos de los pobladores de la zona de La Mojana, debido a los ciclos estacio-nales ya descritos y a las estrategias desarro-lladas en cuanto a las actividades necesarias

19 Sobre el concepto paisaje, véanse el glosario y Carl O. Sauer, “La morfología del paisaje”, University of California publicatio-ns in Geography, traducción de Guillermo Castro H., vol. 2, núm. 2, 1925, disponible en: http://www.colorado.edu/geo-graphy/giw/sauer-co/LaMorforlogiaDelPaisaje.doc.

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para la supervivencia. Por tanto, este tipo de asentamientos permanentes contrariaban las ne-cesidades de la mayoría de la gente, siendo así que las zonas altas eran pobladas sólo en in-vierno, y las tierras bajas, en verano. Este tipo de aprovechamiento de la zona llevó a que Luis Striffler, un europeo que recorrió la zona en el siglo XIX, manifestara que la gente llevaba “una especie de vida errante, que recuerda al modo de vivir de los pueblos nómadas del desierto”.

También se presentó un patrón de pobla-miento ribereño, es decir, aquel donde el asen-tamiento de la gente sobre las orillas de los ríos se efectuaba en ranchos separados entre sí y rodeados de pequeños cultivos.

Por otro lado, en los sitios más escondidos, y entre los montes, se podían hallar palenques, o pequeños asentamientos, no sólo de esclavos cimarrones, sino también de indios y otras gen-tes de diversas etnias que en ocasiones salían de los ríos para robar a los pasajeros que tran-sitaban en las embarcaciones.

A comienzos del siglo XVII, en las riberas del río Cauca y en otros caños y sitios, varios pueblos pretendían concentrar a la población nativa y sus encomenderos (véase tabla 2.1).

En las cercanías de Ayapel estaba asentado el pueblo de San Diego de Sejebe. Por tanto, los indios sejebes eran los que tenían más presen-cia sobre esta región, en especial entre los ríos San Jorge y Cauca. Para el siglo XVII, este pue-blo adquirió existencia oficial con dependencia

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de la villa de San Jerónimo del Monte y saba-nas de Ayapel, perteneciente a la provincia de Antioquia. Sus indios tenían su resguardo en la montaña de la Serranía de San Jerónimo, pero al trasladarse esta villa, también ellos fueron trasla-dados. En 1678, el capitán Juan de Porras y Santa María buscó empadronar estos indios, según su edad, filiación y género; registró cincuenta y tres indios, entre hombres y mujeres.20 En la misma época se hallaban allí los forasteros Agustín Juan

20 Archivo Histórico de Antioquia (en adelante, AHA), Mede-llín, Erección de Curatos, tomo 430, doc. 8254.

Pueblo Encomendero

Tacaloa Capitán don Álbaro de Legua

Zimacoa Capitán don Álbaro de Legua

Yatí Pedro Ayllon

Maguanguey Alonso Morales

San Francisco (Loba) Pedro Beleña

Otro Loba Alonso Munguia

Talaigua Capitán Luis Gonzales de Bargas

Pancegua Doña Beatriz de Cogollos

Guazo Don Fernando de Alfaro

Jagua Doña Luisa de Cogollos

Seranos Marcos Gomes

Jegua Martín de Savaleta

Tabla 2.1 Pueblos principales sobre el río Cauca, en el siglo XVII

Fuente: Archivo General de la Nación, Visitas Bolívar, tomo 4, f. 260r; tomo 8, f. 631r.

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Días, de la provincia de Cartagena, Alonso Bel-trán, de la ciudad de Cali, Francisco Barrientos y Joseph Jormiga, los cuales estaban casados o tenían hijos con alguna de las indias.21

La dispersión de los indios era constante, y llevó a que, en 1715, Juan Xil Villanueba le respondiera al juez de residencia que

[...] ay algunos yndios en esta jurisdicción que son del Pueblo de Sejebe sin formalidad de Pueblo, sino es vi-viendo cada uno en el sitio que le parece agregados al curato de esta Villa [de Ayapel] por andar todos los demas fuxitivos, assi hombres como mugeres, por la mayor parte de la provincia de Cartexena [...].22

Cuando en 1725 se le volvió a interrogar por juicio de residencia, contestó que

[...] en la jurisdiccion desta Villa viven disperzos dies u onze yndios viejos y mosos, sin congregacion; y que estos no se tienen por yndios, y corren como libres y personas blancas [...].23

Durante el siglo XVIII, los asentamientos nu-cleados con poca población y decadentes eran: la parroquia de Majagual, con una sola calle y mucho monte a su alrededor;24 la parroquia de

21 Ibíd., ff. 131r-132r.22 Ibíd., f. 83v.23 Ibíd., f. 29v. 24 Gerardo Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph

Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Car-tagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Bogotá, ABC, 1955, p. 77; Eduardo Gutiérrez de Piñeres, Documentos para la historia del departamento de Bolívar, s.c., Imprenta Departamen-tal, 1924, p. 140.

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San José de Ojo Largo o Achí, con sólo trece ranchos, una iglesia vieja, otra en construcción y una casa para el cura;25 el sitio de Nechí, un poco más prospero, con jurisdicción parroquial, 45 casas y 272 habitantes;26 y San Marcos, con 261 vecinos y 41 esclavos. Otros asentamientos más estables eran: la villa de Ayapel, con una población total de 1.585 personas, según el pa-drón de 1780; el pueblo de Cegua y el sitio de Palmarito, que contaba con buenas tierras para cultivos de maíz y arroz, y abastecía muchos pobladores del río Cauca.27

Legalmente, a tales jurisdicciones pertene-cían las gentes que, dispersas, habitaban sobre las sabanas, los montes y las riberas. A San José de Ojo Largo o Achí, por ejemplo, pertenecían los pobladores de los sitios o rochelas de Peri-co, Corrales, Pancegüita y Musanga.28 En la ju-

25 G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., p. 90; E. Gutié-rrez de Piñeres, Documentos para la historia del departamento de Bolívar, Op. cit., p. 140.

26 s.a., “Testimonio de expediente formado por orden del Exc-mo. Señor Virrey del Reino sobre las producciones del cantón de Antioquia y su jurisdicción, en el año de 1808”, en: AHA, Estadística y Censo, tomo 343, doc. 6538, f. 49v.

27 E. Gutiérrez de Piñeres, Documentos para la historia del depar-tamento de Bolívar, Op. cit., pp. 140-141; G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los in-dios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., p. 69.

28 G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., p. 90.

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risdicción de Nechí había otros 227 pobladores dispersos por montes y ríos.29 Los indios que habían migrado de El Chocó, cruzando el río San Jorge a mediados del siglo XVIII, y que se habían dispersado por Cáceres, Man, las ribe-ras del San Jorge y Uré, la quebrada La Llana y las riberas del Cauca, pertenecían al pueblo de San Cipriano, en jurisdicción de Ayapel, donde se les había congregado.30 En La Victoria, dis-persos en sitios y estancias, habitaban 1.055 li-bres y 37 esclavos, y en Algarrobo, 548 vecinos y 49 esclavos.31 Otro tanto sucedía con los pa-lenques y rochelas más alejados de los centros de control colonial. Por la quebrada Betansí, tributaria del San Jorge, por ejemplo, se llega-ba hasta una ciénaga que se comunicaba con el Sinú, en donde había varias islas habitadas por esclavos fugitivos.32 Situación similar sucedía

29 s.a., “Testimonio de expediente formado por orden del Exc-mo. Señor Virrey del Reino sobre las producciones del cantón de Antioquia y su jurisdicción, en el año de 1808”, en: AHA, Estadística y Censo, Op. cit., f. 49v.

30 Vicente González Balandres, “Informes sobre los indígenas de San Cipriano, jurisdicción de Ayapel (Antioquia) hacia 1782-1792”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultu-ra, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, núm. 4, 1969, pp. 159-171.

31 Diego de Peredo, “Noticia historial de la provincia de Carta-gena de Indias. Año de 1772”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Bogotá, Universidad Nacional de Co-lombia, núm. 6-7, 1971-1972.

32 G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., p. 34.

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con el palenque de Guamal, en donde habita-ban varios esclavos huidos y forajidos que vi-vían de la pesca y el saqueo de embarcaciones en los ríos Cauca y Magdalena; estos hombres mantenían consigo mujeres raptadas.33 A fina-les del siglo XIX, sobre la jurisdicción de Aya-pel existía un poblado conocido como Cintura, conformado por criminales forajidos.34

El poblamiento disperso ribereño era bas-tante común, por lo que desde las embarcacio-nes era fácil divisar ranchos, cultivos y trapi-ches pertenecientes a indios, negros, mestizos y mulatos, especialmente en los ríos más gran-des como San Jorge, Cauca y Magdalena,35 o en caños como La Mojana, en cuyas orillas se asentaba gran cantidad de gentes y significa-tivas unidades de producción, especialmente trapiches.36 La importancia que cobraba la vida sobre las riberas de los ríos y caños se cons-tataba sobre todo en época de verano. Las bo-cas de los caños eran puntos estratégicos que podían concentrar población nucleada, aunque de asentamiento y origen espontáneo. Así, por ejemplo, al frente de la boca de San Antonio, desembocadura del caño La Mojana en el río

33 Ibíd., p. 104.34 Luis Striffler, El río San Jorge, Barranquilla, Gobernación del

Atlántico, s.f., p. 106.35 Fray Juan de Santa Gertrudis OFM, Maravillas de la naturaleza,

Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1970, tomo 1, pp. 92 y 105; L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., p. 15.

36 L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., p. 21.

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San Jorge, en la segunda mitad del siglo XIX ha-bían más de cien casas paralelas al río y habita-das por familias de pescadores.37

Una de las principales razones de este comportamiento era que los caños y ríos cons-tituían las arterias y venas que comunicaban toda la zona. La gente prefería trasladarse por agua que por tierra,38 y para ello era necesario un buen conocimiento del área, el nivel ade-cuado de las aguas y la ausencia de vegetación acuática, factores que se combinaban para lo-grar que se efectuaran recorridos en todas las direcciones, lo que facilitó la creación de varias rutas y circuitos comerciales. El Sinú, el San Jorge y el Cauca, por ejemplo, quedaban, por entonces, comunicados de manera que se po-día pasar de uno a otro en barquetas que co-mandaban pobladores baquianos; de la misma manera, el sitio de Nechí quedaba comunicado con la villa de Ayapel a través del caño Barro, que salía de la Ciénaga de San Lorenzo.39 Este caño facilitaba la comunicación entre esta zona mojanera y las ciudades de Cáceres y Zaragoza, en la provincia de Antioquia. Según las actas del juicio de residencia realizado al gobernador de Antioquia, Gaspar de Guiral, elaboradas en

37 Ibíd., p. 10.38 Ibíd., p. 28.39 s.a., “Testimonio de expediente formado por orden del Exc-

mo. Señor Virrey del Reino sobre las producciones del cantón de Antioquia y su jurisdicción, en el año de 1808”, en: AHA, Estadística y Censo, Op. cit., ff. 48v y 49r.

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1718, fue este mismo funcionario quien realizó el descubrimiento de la ruta:

[...] dicho Governador a visitado ziudades y Villas de su gobierno y puesto todos los raperos que se an ofrezido para que los juezes y demas ministros no tropiesen y agan justicia con ygualdad ynquiriendo sus prozedimientos y que para ello no llevo salarios ni derechos ningunos en esta dicha Villa y que antes vien hizo un descubrimiento de Camino por aguas en el Caño de barros de esta jurisdizion que facilita la navegazion de los rios cauca y Nechi para el trato y comercio de las ciudades [...] de Zaragoza y Cazeres una jornada arriva de la voca de nechi en donde se nomino el puerto de Jarza en al rivera de Cauca y assi mismo hizo rexistrar la tierra y que se reconoziese si en los contornos contiguos a esta savanas se recono-zian yndios enemigos o palenques de negros [...].40

En la zona objeto de estudio, la comunica-ción por vía acuática era, sin duda, la más ex-pedita e importante. Por esto, muchos de los pobladores, especialmente indios y zambos, se dedicaban a las actividades de la boga. Así que-da manifestado por el corregidor de Magangué quien, en 1793, sella dicha actividad como vital y como elemento indicador de la trashumancia de los pobladores:

[...] para qualquiera de los Pueblos de la jurisdiccion es necesario la prevencion de Barquetas, costo de bogas (las que no en todas las ocasiones se suelen hallar) y aver de mantenerlas todo el tiempo que las haiga de tener ocupadas ; y como ordinariamente es-

40 AHA, Tierras, tomo 87, ff. 489v- 490r.

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tos naturales suelen estar fuera de sus Pueblos ocu-pados en la boga, en sus pesquerias, o en otros exercicios que no buelben a sus casas por algunos dias, se ba a la contingencia de no hallar gente en el pueblo, a lo menos, aquellos principales que se ne-cesitan [...].41

Así, las labores de los bogas eran indispen-sables para la comunicación, a través de ciéna-gas, caños y ríos, entre los diferentes poblados. Por ejemplo, los indios del pueblo de Pansegua bogaban constantemente a los montes del Ca-ribona, Cáceres y Zaragoza.42 También, en el pueblo de Loba, según testigos que declararon en las visitas de 1609, “bogaron muchos biajes a Onda [...]”, junto con los de Pansegua.43

La mencionada trashumancia iba en franca contraposición al orden colonial establecido, que pregonaba la vida en policía y al son de cam-pana, es decir, la congregación sedentaria de la gente, que debía acogerse a las tradiciones his-pánicas dominantes y a las normas que impo-nía la Iglesia católica.

Debido a esta regulación, en la segunda mitad del siglo XVIII el oficial Antonio de la To-rre y Miranda tuvo a su cargo la tarea de fun-dar y refundar las poblaciones que estuvieran dispersas y sin pasto espiritual para

41 Archivo General de la Nación (en adelante, AGN), Poblaciones varias, tomo 10, f. 26v.

42 AGN, Visitas Bolívar, tomo 4, f. 728r. 43 Ibíd., tomo 8, f. 941r.

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[...] reducir en poblaciones formales las infinitas al-mas que vivían dispersas en la provincia [de Car-tagena] internadas en los montes, faltas de religión, policía y racionalidad, siendo perjudiciales al Estado.44

En una de sus expediciones, en 1776, fun-dó —o refundó—, en barrancos y laderas, ocho poblados, comprendidos entre los ríos Magda-lena y San Jorge: refundó el Partido del Retiro, que comprendía los pueblos de Loba y Jagua, sobre la margen izquierda del Cauca; Pance-gua, cuyo nombre cambió por el de Pancegüita, al trasladarlo a un caño del río Cauca; Guazo, Tacaloa, Yatí y Magangué.45 Igualmente, reor-ganizó San Benito Abad, trasladándola en 1775 al paraje de Tacasuán, en la margen septentrio-nal de la Ciénaga de Machado, repartiendo so-lares a 299 familias que sumaron un total de 1.368 habitantes.

Esta última villa había sido fundada en 1667 por el maestre de campo Benito de Figue-roa y Barrantes, gobernador y capitán general de la provincia de Cartagena, en el sitio conoci-do como el Partido de las sabanas de Tolú. Esta fundación se había llevado a cabo en el punto de Carbonero, vereda situada a seis leguas de la actual localización, y a ella se opusieron los vecinos de las villas de Tolú y Mompox, duran-te un pleito que duró ocho años, y cuya resolu-

44 Pilar Moreno de Ángel, Antonio de la Torre y Miranda. Viajero y poblador, Bogotá, Planeta, 1993, p. 24.

45 Ibíd., p. 113.

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ción culminó con la fundación, el 23 de junio de 1667. Ya para 1772, Diego de Peredo informa-ba que esta villa contaba con “treinta despre-ciables casas [...]”, una ermita con un párroco, cuyas labores como cura debían albergar a 244 familias: 836 almas de confesión y 97 esclavos.

Peredo también describió las poblaciones de La Victoria, Algarrobo, San Marcos y la ciudad de Cáceres, ubicadas cerca del río Cauca, desde la boca del Atajo Mojana, o de Doña Ana, has-ta Cáceres. Según su informe, esa tierra se co-nocía como el Pantano.46 En su paso por el río San Jorge, constató la existencia del pueblo de indios de Jegua, el cual se ubicaba sobre las ori-llas del río, “ocho leguas antes de su desembo-cadura en Cauca [...]”, perjudicado constante-mente por las inundaciones. Poco después, en las orillas de un brazo del río San Jorge, arriba de las bocas de Sejebe, cerca de tres jornadas río arriba de Jegua, visitó la villa de Ayapel, cuya jurisdicción albergaba 225 familias: 701 almas de confesión y varios indios del pueblo de Sejebe.

Dentro de la dinámica étnica y social de la región, a finales de la colonia predominaban los llamados libres de todos los colores, es decir, mesti-zos, mulatos, zambos y demás denominaciones de mezclas raciales. En segundo lugar estaban

46 F. P. Simón, Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias occidentales, Op. cit., p. 152.

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los indios, con un peso de poco más del 20% con respecto a la población total, mientras que los esclavos superaban la cantidad de blancos, que no alcanzaba el 6% (véase tabla 2.2).

Durante el siglo XIX, los asentamientos nu-cleados adquirieron mayor estabilidad, convir-tiéndose en centros de distribución de bienes, cuya importancia alcanzaba gran vitalidad en época de ferias, y también porque después de la coyuntura de la independencia, la lucha por prerrogativas jurídicas de cada jurisdicción, y especialmente de sus cabeceras, se acentuó de-bido a que las conmociones políticas pusieron en tela de juicio el viejo orden colonial, que se ba-saba en “privilegios de orden local acordados a ciudades y villas”.47 Fue éste el caso de Magangué, que entró a competir con la villa de Mompox por los privilegios coloniales, consolidándose como centro de influencia durante la segunda mitad del siglo XIX; esto lo alcanzó debido a su dinamismo demográfico y a su ubicación estra-tégica después de las transformaciones hidro-lógicas del Brazo de Loba.48

A finales del siglo XVIII y durante las pri-meras décadas del siglo XIX, el cauce del Mag-

47 Jorge Conde Calderón, Espacio, sociedad y conflictos en la pro-vincia de Cartagena. 1740-1815, Barranquilla, Universidad del Atlántico, 1999, p. 112.

48 Carlos Alberto Uribe Uribe, “Poblamiento y relaciones subre-gionales en el bajo Magdalena: Brazo de Loba, 1770-1900”, tra-bajo presentado como tesis de grado, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Escuela de Historia, Medellín, 2002.

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dalena se desvió a través del Brazo de Loba, beneficiando así una nueva zona y poniendo en aprietos la villa de Mompox, puesto que el nuevo curso de las aguas se llevó consigo las rutas de navegación. Igualmente, este fenóme-no formó grandes cuerpos de agua que cambia-ron el hábitat y los hábitos de muchos poblado-res, como también lo haría después el hecho de que los caseríos del Brazo de Loba pasarían a convertirse en centros de aprovisionamiento para los vapores, integrándose su economía re-gional a la red nacional e incentivándose el co-mercio de productos locales y la adquisición de bienes que proveían de sitios alejados. Como queda expresado, Magangué se convirtió en el nuevo centro de influencia de la región, y su labor como “articulador regional” fue paradó-jica, puesto que concentró en torno a sí sus lo-gros, volviendo dependientes a centros urbanos como El Retiro, Yatí y Cascajal, y restándoles capacidad como centros de desarrollo.49

Pese a la estabilidad alcanzada por algu-nas cabeceras urbanas, las tendencias de pobla-miento ribereño y de sabana superaban al ur-bano. A inicios del siglo XX, la población seguía concentrándose en áreas rurales, en pequeños caseríos ubicados en estancias ribereñas: por fue-ra de las cabeceras urbanas de los distritos ha-bía entre el 64% y el 93% de la población de los mismos (véase tabla 2.3). Según el censo de 1912,

49 Ibíd., pp. 70-74.

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la región alcanzaba los 267.609 habitantes, y los municipios con más población eran Sincé, Mompox, Sincelejo y Magangué, que concen-traban el 50,55% de la población, mientras que el resto se repartía en otros diez municipios (véase tabla 2.4).

Municipio Población Peso porcentual (%)

Sincé 16.265 14,08

Mompox 14.703 12,73

Sincelejo 14.021 12,14

Magangué 13.406 11,60

Majagual 9.723 8,42

Sucre 8.058 6,97

Caimito (San Marcos) 7.798 6,75

Ayapel 7.206 6,24

San Benito Abad 6.331 5,48

Pinillos 4.689 4,06

Margarita 4.315 3,73

Morales 3.979 3,44

Barranca de Loba 2.521 2,18

San Fernando 2.521 2,18

Total 115.536 100

Tabla 2.4 Población de La Mojana según el censo de 1912Fuente: s.a., Censo general de la República de Colombia, levantado el 5 de marzo de 1912, Bogotá, Imprenta Nacional, 1912, pp. 33-34.

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En relación con la población del depar-tamento de Bolívar, el área representaba el 63,6%, 420.730 habitantes, lo que le concedía una importancia considerable, ya que aquella gobernación ocupaba el cuarto lugar en peso demográfico después de Antioquia, Cundina-marca y Boyacá.50 Dicho peso adquiriría ma-yor categoría apenas veintiséis años después, cuando Bolívar alcanzó los 765.194 habitantes, convirtiéndose en el tercer departamento más poblado, después de Antioquia y Cundina-marca.51

Circuitos comerciales y vida material

Las rutas y los caminos sustentan por lo gene-ral actividades comerciales que vinculan espa-cios y sociedades. Los hábitats mencionados en las páginas anteriores, además, eran escenario de prácticas sociales y económicas (hábitos) de tipo comercial cuyas bases han sido las mismas por siglos, la ganadería y la agricultura, pero cuyas técnicas, circuitos, intensidad e impor-

50 s.a., Censo general de la República de Colombia, levantado el 5 de marzo de 1912, Bogotá, Imprenta Nacional, 1912; véase cuadro entre las páginas 30 y 31.

51 Antioquia con 1.188.587 habitantes, y Cundinamarca con 1.174.607. Contraloría General de la República, Geografía eco-nómica de Colombia, Bogotá, El Gráfico, 1942, tomo 5, Bolívar, pp. xxx-xxxi.

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tancia han variado.52 El arroz, por ejemplo, de ser un cultivo de subsistencia, pasó a ser objeto de grandes inversiones agrícolas e industriales, y la ganadería, de ser una práctica trashumante en todos los casos, se convirtió en una activi-dad semisedentaria, delimitada por cercados y apoyada en la siembra de pastos mejorados. La exploración propuesta en esta sección nos acer-cará, además, con más detalle, al amplio tema de la vida material, eje temático del presente libro y noción bajo la cual agrupamos las es-trategias para la satisfacción de las necesidades básicas corporales y sociales, como lo son la vivienda, la alimentación, el vestido, las prác-ticas y técnicas agropecuarias, y las relaciones sociales y económicas en las cuales se insertan estos aspectos de la realidad.53

52 Rutas y caminos, hábitat y hábitos, son temas y enfoques que hemos trabajado en nuestra práctica educativa e investigativa tanto en la Universidad Nacional de Colombia, Sede Mede-llín, como en otros contextos, y que han generado problemas y temáticas fructíferas para abordar diversas regiones y pe-ríodos históricos. Véanse Orián Jiménez Meneses, Edgardo Pérez Morales y Felipe Gutiérrez Flórez, eds., Caminos, rutas y técnicas: huellas espaciales y estructuras sociales en Antioquia, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 2005; Orián Jiménez Meneses, David Hernández López y Edgardo Pérez Morales, Tumaco. Historia, memoria e imagen, Medellín, Im-prenta Universidad de Antioquia, 2005.

53 Retomamos esta noción amplia e incluyente de vida material de importantes trabajos como los de Arnold J. Bauer, Somos lo que compramos. Historia de la cultura material en América Latina, México, Taurus, 2002; Fernand Braudel, Civilización material, economía y capitalismo, siglos XV-XVIII, tomo 1, Las estructuras de lo cotidiano: lo posible y lo imposible, Madrid, Alianza, 1984, y

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Los circuitos comerciales más importantes en tiempos coloniales y durante el siglo XIX, eran los siguientes: por los ríos Cauca y Nechí, hasta el sitio de este mismo nombre, y desde allí has-ta Cáceres y Zaragoza, se establecía un comercio de productos provenientes de Mompox, como carnes de res y cerdo, pan, sal, azúcar, tabaco, botijas con aguardiente y vino, ropas y géneros de España, entre otros.54 Entre Ayapel y Zarago-za existía un comercio de carnes, pescado seco y quesos, el mismo que acontecía entre Ayapel y Magangué.55 Había otro circuito entre Ocaña y va-rios puntos de la provincia de Cartagena, como la villa de Mompox, por el cual entraba, a las llanuras del Caribe, una pequeña variedad de dulces producidos en las haciendas de trapiches de aquella zona.56 Los pobladores de las ribe-ras de los ríos, quebradas y caños eran testigos de un movimiento constante de champanes,

Eric Van Young, “Material life”, en: Louisa Schell Hoberman y Susan Migden Socolow, eds., The Countryside in Colonial La-tin America, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1997, pp. 49-74.

54 G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., pp. 57 y 59; F. J. de Santa Gertrudis OFM, Maravillas de la naturaleza, Op. cit., tomo 1, p. 102.

55 G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., p. 38; L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., p. 121.

56 Antonio Julián, La perla de América. Provincia de Santa Marta, Bo-gotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, s.f., p. 118.

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barquetas y canoas,57 en las cuales se desplaza-ban hombres dedicados al intercambio de ga-llinas, huevos, tasajos, tocino, plátano y demás víveres comunes. Por otro lado, los pescadores solían sembrar plátano cerca de sus casas, para integrar los excedentes del producto a esta clase de intercambios ribereños, en los que la yuca se convertía en favorita en el momento de llevar a cabo la transacción.58

Durante el siglo XIX, la mayoría de productos agrícolas de la zona se sacaban por vía acuática, de Majagual a Sucre,59 aunque también comenza-ron a utilizarse, con más insistencia, ciertas rutas por tierra firme, siguiendo los trazos que dejaban las rutas del ganado trashumante, tal como suce-día con la ruta entre San Marcos y Ayapel.60 Entre esta última población y Cáceres, en Antioquia, se construyó un camino entre 1834 y 1840, con el fin de reemplazar la ruta acuática que existía entre el caño Barro y el río Cauca, y facilitar el comercio de ganado y la movilidad de los habitantes.61

57 Sobre la variedad de embarcaciones, véase David J. Robinson, Mil leguas por América. De Lima a Caracas 1740-1741. Diario de viaje de don Miguel de Santisteban, Bogotá, Banco de la Repúbli-ca, 1992, p. 172.

58 F. J. de Santa Gertrudis OFM, Maravillas de la naturaleza, Op. cit., tomo 1, p. 106; L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., p. 22.

59 L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., p. 11.60 Atravesando el río San Jorge por el puerto de los Chiqueros.

Ibíd., p. 99. 61 Dimas Badel, Diccionario histórico-geográfico de Bolívar, Bogotá,

Gobernación de Bolívar, Instituto Internacional de Estudios del Caribe, Carlos Valencia Editores, 1999, p. 53.

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Estos circuitos comerciales conservaron su importancia a lo largo del siglo XIX; entre és-tos y las ferias realizadas en diversas locali-dades, se desarrolló una influencia recíproca. En San Benito Abad, por ejemplo, hasta 1854, se efectuaron las ferias de Tacasuán, todos los septiembres de cada año. En éstas se llevaban a cabo actividades propias de las ferias, como bailes, juegos y borracheras.

No obstante, su verdadera importancia co-braba significado en virtud de que, durante las fe-rias, se hacían transacciones comerciales, en las que se integraban los hombres de la localidad con los vecinos sabaneros y los comerciantes de Cartagena, Barraquilla y Santa Marta, quienes introducían manufacturas europeas. Además, allí concurrían comerciantes de Honda y Oca-ña, que llevaban café, tabaco, hierbas medici-nales, azucares, dulces y hortalizas. Asimismo, llegaban otras gentes del interior andino del país, quienes se integraban al movimiento co-mercial aportando alpargatas, lanas y cueros; o arribaban comerciantes desde Cáceres y Zara-goza, en un viaje ya de tradición colonial, en el que desembarcaban hombres cargados con oro en polvo. A partir de 1854, esta feria fue trasla-dada a Magangué.62

Así pues, durante el siglo XIX, las ferias eran muy comunes, y sus dimensiones eran de

62 L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., pp. 23, 24 y 41.

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orden local y de carácter regional. Las ferias de Mamón se realizaban en mayo, en las cuales se distribuían mercancías traídas desde Magan-gué; en Caimito sucedía algo similar en agosto; en San Marcos, aprovechando la fiesta religiosa de santa Bárbara, se reunían comerciantes de Magangué, Mompox y Barranquilla, quienes lle-gaban por vía acuática; otro tanto sucedía en la boca de Carete, que comunica al San Jorge con la Ciénaga de San Marcos, en donde en época de verano se comerciaba pescado, especialmen-te bagre, a un nivel importante, puesto que allí acudían en su búsqueda habitantes del Sinú, Ba-rranquilla, Mompox, Magangué y Zaragoza.63

En el siglo XVIII la actividad pecuaria, cu-yas prácticas se describirán más adelante, fue bas- tante floreciente en la costa Atlántica. En efecto, en las sabanas de Tolú y el Partido de Tierra Adentro, pertenecientes a la provincia de Car-tagena, existían grandes cantidades de gana-dos, y su posesión se concentraba en doce gran-des hatos donde existían más de mil cabezas, lo que representaba un 51% del total. En la región de La Mojana, las principales haciendas eran La Candelaria, Mojarras, Remolino y San Mar-cos. Las dos primeras, ubicadas cerca de San Benito Abad, pertenecían al marquesado de Santa Coa, que contaban, a finales de la déca-da del sesenta del siglo XVIII, con 3.310 cabezas

63 Ibíd., pp. 66, 67, 88 y 100.

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de ganado vacuno y 407 de ganado caballar.64 Estos datos corroboran el planteamiento según el cual, a lo largo del siglo XVIII había grandes propiedades ganaderas que seguirían crecien-do durante el siglo XIX, y darían origen a otras, estimuladas por la demanda de carne y de pie-les a nivel nacional y extranjero. Antioquia y Santander, por ejemplo, que se abastecían de reses en las llanuras del Caribe, crearon un cir-cuito ganadero que unía estos departamentos con Magangué, Sincelejo, Corozal y Sahagún.

A partir de 1846, se comenzó a celebrar dos ferias anuales de ganado en Magangué, pobla-ción que, como hemos visto, se consolidó como centro de influencia regional. A estas ferias, de la Candelaria en febrero y de San Antonio en ju-nio, asistían comerciantes de Antioquia, Santan-der, Tolima, Boyacá y Cundinamarca, quienes participaban haciendo trueques de sus productos por ganado en pie, cueros curtidos, produc-tos lácteos, madera tolú y manufacturas.65

Hacia 1934, el departamento de Bolívar ocupaba el primer puesto en producción pecua-ria, con 1.768.961 cabezas de ganado vacuno, seguido de Antioquia con 822.126.66 Según una estadística ganadera de 1942, La Mojana conta-

64 Hermes Tovar Pinzón, Grandes empresas agrícolas y ganaderas. Su desarrollo en el siglo XVIII, Bogotá, CIEC, 1980, pp. 98-102 y 121.

65 C. A. Uribe Uribe, “Poblamiento y relaciones subregionales en el bajo Magdalena: Brazo de Loba, 1770-1900”, Op. cit., p. 88.

66 Contraloría General de la República, Geografía económica de Colombia, Op. cit., p. 301.

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ba con 267.609 reses, siendo los municipios de Mompox, Sincé, Majagual y Caimito los princi-pales productores (véase tabla 2.5). A mediados del siglo XX, el ganado que se introducía en An-tioquia desde la región Caribe seguía las rutas La trocha y Puerto Berrío. La primera conectaba a Montería con Medellín, a través de Cáceres, Valdivia y Yarumal; la segunda unía el Sinú con el Magdalena, en Yatí, donde el ganado se conducía por vía acuática hasta Puerto Berrío, y de allí hasta Medellín por vía férrea. Igualmen-te, esta ruta podía extenderse hasta La Dorada, para la introducción de ganado a Manizales.67

Por otro lado, la agricultura también ganó importancia considerable. En la segunda mitad del siglo XIX se duplicó la producción de taba-co en Magangué, y luego en otros municipios que encontraron en este cultivo la base de su economía hasta la Primera Guerra Mundial, ya que Alemania era su principal importador. Ha-cia 1942, Bolívar poseía 8.278 ha cultivadas y se producían 32.126.000 libras, siendo El Carmen el municipio de mayor producción.68 Las mi-graciones y posterior poblamiento que originó el auge del tabaco en toda el área de influen-cia de Magangué, especialmente en el distrito

67 James J. Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia, Medellín, Imprenta Departamental de Antioquia, 1950, p. 137.

68 Contraloría General de la República, Geografía económica de Colombia, Op. cit., p. 351.

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de Majagual, trajo consigo, de manera fortuita, mano de obra para dedicarse a otra actividad importante: el cultivo de arroz, que cada vez se efectuaba en mayor escala, y cuya producción se industrializó en la primera mitad del siglo XX. Esta situación originó, a su vez, una problemá-tica entre pequeños y medianos cultivadores, y los cosecheros a gran escala, que se ubicaron principalmente en Majagual, donde estaban es-tablecidas 8 de las 14 trilladoras de arroz de la región de La Mojana (véase tabla 2.6).

Por su parte, el departamento de Bolívar contaba con 29 piladoras y trilladoras, y pro-ducía un aproximado de 110 millones de libras

Municipio Cabezas de ganado vacuno

MompoxSincé Majagual CaimitoSan MarcosAyapelMargaritaAchíSan FernandoBarranca de LobaMaganguéPinillosSan Benito Abad

63.38556.00035.82533.03715.22814.30110.10510.25010.00010.0004.9863.3491.143

Total 267.609

Tabla 2.5 Estadística ganadera de la región de La Mojana, 1942Fuente: Contraloría General de la República, Geografía económica de Colombia, Bogotá, El Gráfico, 1942, tomo 5, Bolívar, pp. 323-324.

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de arroz anuales.69 Por aquel entonces, también se comenzaba a cultivar algodón, y la produc-ción de caña de azúcar ya ostentaba el segundo puesto en el país, puesto que Bolívar contaba con los ingenios Central Colombia, Berástegui y Santa Cruz, y su producción sólo era supera-da por la del Valle del Cauca.70

La explotación estacional de los recursos

El hábitat y las condiciones climáticas induje-ron a que los ganaderos de la región practica-ran la trashumancia desde el siglo XVI. Aun las gentes que tenían pocas reses las movilizaban

69 Ibíd., p. 367; C. A. Uribe Uribe, “Poblamiento y relaciones su-bregionales en el bajo Magdalena: Brazo de Loba, 1770-1900”, Op. cit., p. 81.

70 Contraloría General de la República, Geografía económica de Colombia, Op. cit., pp. 331-332.

Municipio Cantidad de trilladoras

Majagual 8

Sucre 3

Mompox 1

Caimito 1

Magangué 1

Total 14

Tabla 2.6 Trilladoras de arroz en la región de La Mojana, 1942Fuente: Contraloría General de la República, Geografía económica de Colombia, Bogotá, El Gráfico, 1942, tomo 5, Bolívar, pp. 376-377.

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hasta las tierras más altas y secas durante el invierno, y en verano hacían pastar su gana-do en los playones, es decir, en ciénagas que, cuando terminaba la inundación, se convertían en fértiles pastizales.71 Aunque algunas reses de grandes hatos pastaban libres y se reunían instintivamente en ciertos abrevaderos y pasti-zales que eran fortalecidos por las lluvias,72 lo común era que los semovientes fueran trasla-dados por vaqueros y gañanes, y que con ellos se desplazaran sus dueños con sus familias. Este escenario transcurría en la época de tran-sición al año nuevo, entre diciembre y enero. Así, una vez ocupados los pastizales de las cié-nagas, tomaba lugar el destete de los terneros, con lo que quedaba, para disposición del hom-bre, abundante leche necesaria para la elabora-ción de quesos, suero salado y mantequilla.73 La vida del verano en la ciénaga era, entonces, de abundancia, lo cual la convertía en favorita para los pobladores sabaneros.74

El sentido que tenían estas rutas de trashu-mancia era occidente-oriente, pues los ganados introducidos a los pastizales de las ciénagas de La Mojana eran trasladados desde las sabanas

71 L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., p. 16.72 A. Julián, La perla de América. Provincia de Santa Marta, Op.cit.,

p. 102; M. Herrera Ángel, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales neogranadinos. Siglo XVIII, Op. cit., p. 64.

73 L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., p. 73.74 Ibíd., p. 74.

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de la banda occidental del río San Jorge, y desde el Sinú, Sahagún y el litoral Caribe. Dichas mi-graciones se hacían a través de varias rutas so-bre el río San Jorge, que era cruzado por pun-tos de paso como Jegua, Mamón o el puerto de Chiqueros, cerca de San Marcos.75 Estos ciclos sólo empezarían a cambiar, levemente, a me-diados del siglo XIX, cuando algunos ganaderos de las sabanas realizaron los primeros intentos de formación de potreros con pastos sembrados, con el fin de no tener que trasladar sus reses. Igualmente, en la primera mitad del siglo XX, el establecimiento de nuevos colonos y la delimi-tación de sus tierras con cercados alteraría los tradicionales ciclos de trashumancia.76

No sólo el ganado seguía la dinámica im-puesta por los ciclos estacionales del clima. La explotación agrícola también estaba sujeta a sus variaciones. Una siembra se hacía inician-do el primer invierno, en abril, para cosechar en agosto, y la otra al comenzar el segundo y más fuerte invierno, en septiembre, con el fin de recolectar sus frutos a finales de diciembre y principios de enero. Este proceso ya se presen-taba en el siglo XVI, y seguramente tenía sus raí-ces en la tradición prehispánica.77 Los cultivos

75 Ibíd., pp. 25, 61 y 79.76 Ibíd., pp. 102 y 103; M. Herrera Ángel, Ordenar para controlar.

Ordenamiento espacial y control político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales neogranadinos. Siglo XVIII, Op. cit., p. 62.

77 H. Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes. Siglo XVI, Op. cit., tomo 2, Región del Caribe, pp. 313-314.

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principales eran maíz, yuca, ñame, batata, fríjo-les, bledos, plátano, arroz (a partir del siglo XVIII), caña de azúcar, cacao y tabaco.78 Durante el ve-rano, la gente retornaba a las ciénagas, enton-ces convertidas en playones, desde su refugio en las sabanas o tierras altas, asegurando así sus abundantes cosechas. Sin embargo, si el clima se alteraba, excediéndose en verano o invierno, estos ciclos se veían enormemente afectados, y junto con ellos la población, escenario que se presentaba no pocas veces. Por su parte, los campesinos que ocuparon tierras baldías du-rante la segunda mitad del siglo XIX, adoptaron la misma estrategia estacional de cultivo; pero al no poder titular sus posesiones, poco tiempo después muchos fueron expulsados por gran-des ganaderos y agricultores que tenían de su lado las leyes y los beneficios del gobierno.79

La caza y la pesca también se erigían como reglones importantes dentro de la subsisten-cia de los pobladores. Los montes eran abun-dantes en animales, y los hombres, prodigio-sos para cazar: armados de escopetas, lanzas,

78 Ibíd., p. 418; G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., pp. 25, 37, 42, 70 y 71; s.a., “Testimonio de expediente for-mado por orden del Excmo. Señor Virrey del Reino sobre las producciones del cantón de Antioquia y su jurisdicción, en el año de 1808”, en: AHA, Estadística y Censo, Op. cit., f. 50v.

79 C. A. Uribe Uribe, “Poblamiento y relaciones subregionales en el bajo Magdalena: Brazo de Loba, 1770-1900”, Op. cit., p. 91.

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machetes, arcos y flechas de corteza de palma de chonta o flechas de cañabrava y cerbatanas, daban muerte a manaos, saxinos, dantas, igua-nas, morrocoyes, marimondas, culebras y gran cantidad de aves.80 Estos espacios naturales eran percibidos culturalmente como despen-sas colectivas, en las cuales poco importaba la propiedad y mucho el uso, pues aquella no era necesaria para ejercer éste. El monte, las ciéna-gas, los ríos y los caños eran la dádiva de Dios a los hombres que, con su ingenio, debían ex-plotarlo según sus necesidades.81 La pesca era muy común, pero sus productos abundaban principalmente durante el primer verano del año, una vez que los peces dejaban las ciénagas

80 G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., pp. 25, 26, 42, 53; F. J. de Santa Gertrudis OFM, Maravillas de la naturaleza, Op. cit., tomo 1, pp. 88-89 y 104.

81 La percepción colectiva de propiedad de ciertos entornos na-turales y la explotación de sus recursos, particularmente en la época colonial y durante el siglo XIX, es un tema importante que apenas empieza a ser explorado en otros países latinoa-mericanos. Véanse, por ejemplo, María de Luz Ayala, “La pugna por el uso y la propiedad de los montes y bosques no-vohispanos”, en: Bernardo García Martínez y Alba González Jácome, comps., Estudios sobre historia y ambiente en América, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, El Colegio de México, 1999, vol. 1, Argentina, Bolivia, México, Paraguay, pp. 75-92, y Alba González Jácome, “El paisaje la-custre y los procesos de desecación en Tlaxcala, México”, en: Bernardo García Martínez y Alba González Jácome, comps., Estudios sobre historia y ambiente en América, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, El Colegio de México, 1999, vol. 1, Argentina, Bolivia, México, Paraguay, pp. 191-218.

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y remontaban los ríos, lo que se conoce como subienda. Las especies más comunes eran el bocachico, doncella, bagre, los sábalos y aun el manatí, todavía a finales del siglo XIX.82 Otros frutos de la naturaleza eran cuidadosamente conocidos y explotados. Así, se usaban, por ejemplo, el guayacán para encender fuego, y la latta, las majaguas, el mangle y el jadjaco para embarcaciones.83

En la vida doméstica se aprovechaban di-versos elementos, aunque el menaje de las ca-sas era escaso y su estructura simple, lo que facilitaba la movilidad. Las casuchas o ranchos eran, por lo general, de una sola habitación, con paredes de empalados, techos de hojas de pal-mas, iracas, plataneras o bijaos y pisos de tie-rra,84 muy similares a como continúan siendo en diversos parajes de la región. Su construc-ción era sencilla y rápida, tal como lo presenció un misionero del siglo XVIII cuando ordenó a unos habitantes dispersos congregarse en Ma-jagual y construir allí sus casas de habitación,

82 F. P. Simón, Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias occidentales, Op. cit., p. 154; L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., p. 12.

83 G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., p. 20; F. J. de Santa Gertrudis OFM, Maravillas de la naturaleza, Op. cit., tomo 1, p. 80.

84 L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., pp. 47 y 52; P. Moreno de Ángel, Antonio de la Torre y Miranda. Viajero y poblador, Op. cit., p. 44.

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las cuales estuvieron listas en menos de quince días.85 Los utensilios de las familias se reducían a unos cuantos y rústicos trastos, totumos para tomar bebidas o guardar alimentos, esteras, machetes, costales de cuero, velas de cebo y mechas con aceite de caimán.86 En algunos ca-sos, la gente se sentaba y dormía sobre hojas de plataneras o pedazos de cueros, a diferencia de la vida en las ciudades del litoral o del inte-rior andino, donde las personas pudientes no concebían la vida al ras del suelo, pues entre el cuerpo y éste mediaban mobiliarios altos, como las camas, las sillas, los escaños y las mesas.

Algunos de los ranchos de La Mojana, al igual que las grandes haciendas, poseían trapi-ches para procesar la caña y obtener el guara-po, siendo así que, en algunas partes, la miel se convertía en panela, raspadillos y azúcar.87 Bien fuera dentro de sus ranchos, en los campos o en los ríos, la gente se alimentaba básicamen-te con los mismo productos. De lo cultivado, criado, pescado o cazado, ya mencionados, ve-nían a sus paladares —en diversas presentacio-nes— el maíz, en bollos y arepas; la yuca, seca y en carimañolas; los plátanos; la caña; gran

85 G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., p. 90.

86 Ibíd., pp. 38, 39, 67, 73, 90 y 103; L. Striffler, El río San Jorge, Op. cit., p. 72.

87 F. J. de Santa Gertrudis OFM, Maravillas de la naturaleza, Op. cit., tomo 1, pp. 75 y 105.

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variedad de pescados y, en menor medida, car-nes de res y cerdo, que también se exportaban desde la zona hacia otras ciudades, como se ha señalado. Igualmente, se consumían pan, sal, dulces, aguardiente y vino, entre otros produc-tos, que se comerciaban por vía acuática.88

88 G. Reichel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega, entre los indios y negros de la provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Op. cit., p. 59; A. Julián, La perla de América. Provincia de Santa Marta, Op.cit., p. 117.

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Orillas del Magdalena. Hogar de una familia de pescadoresFuente: tomada de François Désiré Roulin: de La Guaira a Bogotá,

Bogotá, Banco de la República, 2003, p. 16.

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Explotación minera, sedimentación e impacto ambiental

En lo que se refiere a expoliación de riquezas y producción minera por parte de los europeos, en los territorios del Nuevo Reino de Granada se presentaron varias etapas. Efectivamente, a partir de 1510 predominó el pillaje por medio de cabalgadas, estrategia europea que se llevó a cabo, en la costa Caribe, para el saqueo de los objetos de oro que poseían las sociedades in-dígenas. A este comportamiento siguió la pri-mera explotación económica, cuyas bases no contemplaban los combates y la rapiña, sino el hallazgo de sepulturas de indios y la extracción de sus tesoros. Después de esto, la certeza de que dichas riquezas eran extraídas en otras zo-nas ricas en mineral aurífero, ubicadas hacia el sur, y las noticias de la conquista del Perú, sir-vieron para que muchas huestes se internaran en busca de oro, ampliando su radio de acción hasta el punto de encontrarse, por la vía del Cauca, con huestes peruleras y, por la del Mag-dalena, con los conquistadores de Venezuela.89

Tras las escaramuzas originadas en las primeras conquistas, la ocupación permanen-te de los territorios descubiertos y la sujeción de gran parte de la población nativa, los pri-meros centros de explotación aurífera termina-

89 Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia, Op. cit., vol. 1, 1537-1719, pp. 1-11.

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ron por agotarse y, junto con ellos, la mano de obra nativa. Ante tal situación, en la provincia de Antioquia el gobernador Gaspar de Rodas emprendió una campaña de conquista y ge-neró nuevas esperanzas para los europeos, al descubrir los yacimientos de Cáceres y Zara-goza. En estas zonas, las riquezas aluviales que poseía el río Nechí atrajeron también a vecinos de Remedios, cuyos habitantes la trasladaron en 1590 para iniciar nuevas explotaciones. Esta ciudad pertenecía a la jurisdicción de Mariqui-ta. Algo similar ocurrió con Guamocó, en 1611, cuando se abrió un nuevo centro de explota-ción que tenía como objetivo detener la huida de los indios de Zaragoza.90

Por aquella época, en lo que se conoce como el primer ciclo del oro (1550-1640), la explotación aurífera utilizaba mano de obra esclava e indíge-na, y se concentraba en el occidente de la Audien-cia, especialmente sobre las riberas del río Cauca y sus afluentes, pues allí se ubicaban las explota-ciones de Anserma, Marmato, Supía, Quiebralo-mo, y más al norte, Buriticá, Cáceres, Zaragoza y Remedios. Esta época daría paso, años más tar-de, al segundo ciclo del oro (1680-1800), concentra-do sobre todo en las explotaciones de El Chocó y nuevas fronteras antioqueñas.91

90 Ibíd., pp. 272-274.91 Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia,

vol. 2, Popayán, una sociedad esclavista, 1680-1800, Bogotá, Ter-cer Mundo, 1997.

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Los distritos mineros del actual nordeste antioqueño, de vieja data, como se ha seña-lado, son los que más han ejercido influencia sobre el río Cauca y, por ende, los que han oca-sionado la mayoría de fenómenos hidrológicos sobre la región de La Mojana. A éstos hay que añadir la problemática que se origina en vir-tud de los efectos de las explotaciones mineras en los distritos de Anserma, Marmato, Supía y Quiebralomo, y los de las explotaciones aluviales del altiplano norte-antioqueño, pues sus ríos y quebradas son, finalmente, tributarios de los ríos Porce, Nechí y San Andrés.

Para el caso de Nechí, los sedimentos que este río arrojó al Cauca como consecuencia de las actividades auríferas nunca se detuvieron por completo. Por tanto, es necesario mencio-nar que, tras el primer ciclo del oro, sus yaci-mientos nunca se dejaron de explotar, aunque a veces se realizaron en baja intensidad, y años después, en el siglo XIX, su producción repun-tó, en lo que se insinúa, según las propuestas de un joven investigador, como un tercer ciclo del oro.92 Aunque en ocasiones la zona del nordeste antioqueño no hacía parte del gran ciclo de ex-tracción aurífera propio del siglo XVIII, las fuen-tes manuscritas que se conservan, originadas

92 César Augusto Lenis Ballesteros, “Trabajadores de la oscuridad: mineros y minería en el Nordeste de Antioquia, 1852-1899”, en: Memorias II Foro de Estudiantes de Historia, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, 2003, pp. 67-83.

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en torno a visitas realizadas por funcionarios coloniales, son explícitas al confirmar que la escasa población que allí se asentaba se dedica-ba al mazamorreo, especialmente durante los veranos, y que también subsistían algunas mi-nas trabajadas por cuadrillas de esclavos en las jurisdicciones de Zaragoza y Cáceres93 (véase tabla 2.7).

Nombre de la mina

San Antonio

Santa Bárbara

Santa Marta

La Ralla

Saltillo

Machuca

San Francisco

San Pedro

Tabla 2.7 Listado de minas de oro trabajadas por cuadrillas de esclavos en Zaragoza y Cáceres, segunda mitad del siglo XVIII

Fuente: Archivo Histórico de Antioquia, Visitas, tomo 76, doc. 2103, ff. 28v. y 29r.

En lo que concierne al siglo XIX, después de las conmociones de la independencia, la joven patria abrió sus brazos para acoger gente, tecno-logía e inversiones extranjeras en el campo de la minería, por lo que el nordeste antioqueño fue

93 AHA, Visitas, tomo 76, doc. 2103, ff. 22r. y 22v., 28v. y 29r; doc. 2107, f. 11r.

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un área excepcional para realizar ensayos.94 A los europeos que titularon y explotaron minas en esta región, se sumaron los antioqueños que se trasladaban allí en busca del preciado metal —cuya explotación se daba en minas de veta y aluvión—. Así, la zona inició una nueva dinámica en torno a su situación demográfica, por lo que en 1835 alcanzó a contabilizar cerca de cinco mil habitantes, distribuidos en los distritos parro-quiales de Remedios, Yolombó, Cancán, Zarago-za, Nechí, San Bartolomé y San José de la Paz.95

Las nuevas técnicas mineras y la organi-zación laboral en torno a éstas permitieron un modo de explotación distinto al que se realiza-ba durante la colonia, además de un incremen-to constante de la exportación aurífera, resulta-dos que obtenían las grandes compañías como la Nueva Granada, la Nueva Granada Ltda., la The Colombian Corporation o la The Frontino and Bolivian Mining Company, siendo esta úl-tima una de las más productivas.96 Aquellos in-

94 La tendencia de apertura a migrantes, costumbres y tecnolo-gía de origen europeo no es exclusiva de Colombia, pues fue un proceso que se presentó en todas las nacientes repúblicas latinoamericanas. Nicolás Sánchez-Albornoz, “La población de la América Latina, 1850-1930”, en: Leslie Bethell, ed., His-toria de América Latina, Barcelona, Crítica, 1991, vol. 7: América Latina: economía y sociedad, c. 1870-1930, pp. 106-132.

95 Constitucional de Antioquia, Medellín, núm. 126, domingo 31 de mayo de 1835, en: AHA, Sala de Publicaciones Oficiales, GD1.

96 C. A. Lenis Ballesteros, “Trabajadores de la oscuridad: mine-ros y minería en el Nordeste de Antioquia, 1852-1899”, en: Memorias II Foro de Estudiantes de Historia, Op. cit., p. 75.

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crementos revelan que los efectos ambientales negativos de la actividad minera y su impacto sobre el medio ambiente, y especialmente sobre las cuencas hidrográficas, también aumenta-ron. El efecto negativo de las explotaciones no disminuyó puesto que en todo el país, a finales del siglo XIX, iniciaron operaciones veintitrés empresas inglesas dedicadas a la producción de metales preciosos, una de ellas en la déca-da del sesenta, cuatro en la del setenta, doce en la del ochenta y seis en la última década del siglo.97

Los efectos ambientales negativos que se desprenden de la producción minera tienen que ver con las técnicas de explotación. En un principio, los europeos usaban mano de obra y técnicas indígenas para la explotación de ve-tas y, en mayor cantidad, de placeres aluviales. Para estos últimos, la explotación por medio del arte del canalón, técnica prehispánica, fue la más utilizada. Dicha práctica consistía en la elaboración de un canal sobre el que se ver-tían arenas y gravas auríferas, y en los que se utilizaban barras para remover la tierra, agua para separar el oro de las arenas y bateas para su lavado. Esta operación dejaba su impronta

97 John Jairo Patiño Suárez, Compañías mineras y fiebre de oro en Zaragoza. 1880-1952, Medellín, IDEA, 1998, p. 23. Algunas de las compañías que tuvieron más éxito económico fueron: The Frontino and Bolivian Mining Company, en Segovia; The Western and Mining, en Marmato y The Colombia Corpora-tion, en Anorí.

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gracias a los impactos significativos sobre las unidades del paisaje, pues las áreas mineras que-daban críticamente erosionadas, no sólo por el derrumbe de tierra con barras o por agua, sino porque para practicar tales procesos mineros era necesario talar el monte de los alrededores de la mina, para efectos de la construcción de tupias que concentraran el agua, canales que la guiaran, muros que contuvieran los desechos y su uso como combustible.98 Así, las cuencas hidrográficas quedaban erosionadas debido a tales procesos, por lo que resultaba inevitable la deforestación y sedimentación de aquella. Por su parte, la minería de veta requería de la explotación de recursos maderables, tanto para su uso como combustible, así como para la ela-boración de las herramientas necesarias para la producción.

A comienzos del siglo XX, los empresarios antioqueños fueron quienes crearon, maneja-ron y desarrollaron las empresas mineras. En-tre ellas figuraban la Compañía Minera de Antioquia y sociedades como El Zancudo, La Trinidad y La Clara. Con el arribo de compa-ñías mineras al nordeste antioqueño, la élite empresarial antioqueña hizo presencia con la Casa Comercial Ospina Hermanos, fundada en

98 Robert West, La minería de aluvión en Colombia durante el perío-do colonial, Bogotá, Imprenta Nacional, 1972, pp. 54-57; Orián Jiménez Meneses, El Chocó: un paraíso del demonio. Nóvita, Ci-tará y El Baudó, siglo XVIII, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2004, pp. 57-62.

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1881, tiempo en que comenzó a promocionar-se el arrendamiento de minas de su propiedad a compañías extranjeras, controlando así gran parte el negocio de la concesión de minas en el nordeste antioqueño para los diferentes intere-sados.99

Después de la Segunda Guerra Mundial, la inversión de capital norteamericano consolidó la presencia de compañías extranjeras para la explotación de oro en el nordeste antioqueño, verbigracia, The Frontino Gold Mines, en Se-govia, y The Pato Gold Mines, en Zaragoza, compañías determinantes en la gran alza de producción de oro que tuvo Antioquia a partir de la década del cuarenta en el siglo XX, cuando la “fiebre del oro” provocó un incremento en el precio, además de estimular la utilización de tecnología más efectiva para la gran explota-ción minera.100

No mucho tiempo después, The Pato Gold Mines vendió sus derechos, maquinaria e in-fraestructura a una nueva sociedad británica, llamada The Pato Consolidated Gold Dredging Limited, la cual implementó una nueva y más avanzada tecnología en la explotación aurífera, sobresaliendo generalmente en el volumen, en relación con otras compañías. Esta empresa ex-tendió sus lugares de explotación, sobre minas

99 J. J. Patiño Suárez, Compañías mineras y fiebre de oro en Zarago-za. 1880-1952, Op. cit., p. 28.

100 Ibíd., p. 32.

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del río Nechí y sus afluentes, transformando la vida cultural y social de estas zonas, debido a la constante innovación, en cuanto a tecnolo-gías de explotación y domésticas se refería.101 Igualmente, generó la llegada de emigrantes de pueblos vecinos a Zaragoza, que se despla-zaban a ésta en busca de nuevas oportunidades económicas. Las relaciones comerciales de este municipio a través de los ríos Nechí, Cauca y Magdalena, se convirtieron en el tejido fluvial por donde llegaban los inmigrantes, convir-tiendo así esta localidad en foco de atracción de toda clase de gentes. Por tanto, los emigrantes que allí arribaban, lo hacían no sólo desde pue-blos ubicados en las sabanas del sur del Cari-be colombiano, como Corozal, Sincé, Sahagún, Planeta Rica, Ayapel, Majagual y Magangué, sino también desde algunos pueblos de Antio-quia, como Caucasia, Cáceres, Anorí, Yarumal, Amalfi, Angostura, Remedios y Segovia.102

En la tabla 2.8 se presentan las explotacio-nes mineras del departamento de Bolívar en la segunda mitad del siglo XX.

101 Ibíd., p. 54.102 Ibíd., p. 90.

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Lavanderas de oro. Río Guadalupe. Fuente: tomada de Guillermo Hernández de Alba, nota liminar y descripciones de las acuarelas, Acuarelas de la Comisión Coro-gráfica. Colombia 1850-1859, Bogotá, Litografía Arco, 1986.

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Colonización y dinámica poblacional durante el siglo XX

La existencia de tierras baldías, el crecimiento poblacional de finales del período colonial, los cambios introducidos por las reformas borbó-nicas y la independencia, y la gran cantidad de gente con necesidad de hacerse a un pedazo de tierra propio, produjeron los fenómenos de movimiento poblacional, apertura de fronteras y nacimiento de nuevas poblaciones conocido como colonización. La antioqueña, la de mayor alcance, ocurrió en tres períodos, en dirección preferente hacia el sur, aunque también se ocu-paron desde el período borbónico las tierras más septentrionales del altiplano norte antio-queño. Tales períodos, según la caracterización de Roberto Luis Jaramillo, fueron: el temprano, de inicios a finales del siglo XVIII; el medio, de fina-les del siglo XVIII a finales del XIX, y el moderno, durante el siglo XX.103

Iniciando el período medio, y en plenas conmociones independentistas, algunos habi-tantes de Yarumal abrieron su frontera hacia

103 Roberto Luis Jaramillo, “La colonización antioqueña”, en: Jorge Orlando Melo, dir., Historia de Antioquia, Medellín, Su-ramericana de Seguros, 1988, p. 179. Sobre los fenómenos de colonización pueden consultarse el trabajo pionero de Parsons y la investigación de Tovar Pinzón. Véanse: J. J. Parsons, La co-lonización antioqueña en el occidente de Colombia, Op. cit.; Hermes Tovar Pinzón, Que nos tengan en cuenta. Colonos, empresarios y aldeas: Colombia, 1800-1900, Bogotá, Colcultura, 1995.

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Anorí y Valdivia. A partir de entonces, las gen-tes de Yarumal entraron en conflicto con los habitantes de Santa Rosa, pues ambas pobla-ciones buscaban salidas fluviales para el esta-blecimiento de una conexión fácil con la costa; así, los primeros se aseguraron un camino has-ta Cáceres, y los segundos hasta el puerto del Espíritu Santo. Por estas rutas comenzó la in-cursión permanente de antioqueños en la zona sur de la región Caribe, con preferencia sobre las áreas bañadas por los ríos Sinú y San Jorge, en los cuales la obtención de baldíos estimuló a los empresarios andinos dedicados a la mine-ría, el cultivo del cacao, la ganadería y la explo-tación de maderas.104

Los procesos colonizadores de los antioque-ños estuvieron acompañados de prácticas como la agricultura y la ganadería, tanto a pequeña como a gran escala. En Antioquia, la producción pecuaria había aumentando ostensiblemente a lo largo del siglo XIX, y para finales de siglo los terratenientes comenzaron a ocupar tierras del estado de Bolívar, estableciendo allí sus grandes haciendas, donde introdujeron nuevos pastos y utilizaron cercados, lo que les permitió dismi-nuir la antigua trashumancia del ganado y las gentes que debían acompañarlo. De esta forma comenzó el período moderno de colonización, que también impactó la región de La Mojana.

104 R. L. Jaramillo, “La colonización antioqueña”, en: Jorge Or-lando Melo, dir., Historia de Antioquia, Op. cit., pp. 204-206.

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A principios del siglo XX, las rutas colonia-les y del siglo XIX que comunicaban el centro de Antioquia con Cáceres y Zaragoza, eran co-nocidas como camino número 1 —que salía de Medellín y cruzaba el altiplano norte desde San Pedro hasta Yarumal, bajaba a Valdivia, Puerto Valdivia, y de allí a Cáceres—, y camino número 8 —que salía de Medellín, pasaba por Copaca-bana, Yolombó y Remedios, hasta Zaragoza—. Por otro lado, algunas rutas más nuevas eran usadas con mayor frecuencia, y para entonces existía una conexión más directa con la región del Sinú por el camino número 7, ramificación F, que conducía desde el altiplano de Los Osos hasta Uré, y de allí empalmaba con el camino a Montería.105 Por entonces, al puerto de Zara-goza llegaban, cinco o seis veces al mes, varios buques cargados con mercancías nacionales, extranjeras y ganados provenientes de Bolívar, siguiendo una ruta colonial que comenzaba a dinamizarse cada vez más, sobre todo tenien-do en cuenta la solicitud de construcción de un puente sobre el río Porce, lo cual evidenciaba las conexiones entre Yarumal, Campamento y Anorí con el nordeste antioqueño.106 Como esta ruta pretendía dinamizarse, según el Decreto

105 Boletín de Caminos, Medellín, año I, núm. 2, 8 de agosto de 1911, p. 9, en: Biblioteca Central Universidad de Antioquia, Sala Antioquia.

106 Boletín de Caminos, Medellín, año I, núm. 14, 22 de marzo de 1912, pp. 106-107, en: Biblioteca Central Universidad de An-tioquia, Sala Antioquia.

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353 del 24 de enero de 1917, se ordenaron los trabajos para el camino que de Yarumal con-ducía a Montería, pasando por Cáceres, traba-jo para el cual se designó al ingeniero Rafael Uribe Piedrahita.107 Éste consideró como la vía más expedita la que unía a Yarumal con Puer-to Raudal, pasando unos 5 km por encima de Campamento. 108

Como se detalló en la sección anterior, uno de los principales motores del movimiento po-blacional y la colonización a lo largo del siglo XX fue la minería, y ésta provocó flujos migrato-rios en ambas direcciones, tanto de Antioquia hacia el área sur de La Mojana, como desde ésta, incluida su parte septentrional, hacia las poblaciones mineras de Antioquia. El otro eje que motivó la migración de antioqueños y sa-baneros de Sucre y Córdoba a La Monaja, fue el interés por la propiedad sobre la tierra, una historia que aún queda por escribir. Pocos años después—en la década del noventa— vendría la ola colonizadora y migratoria de los cultivos de coca, que generó una nueva relación entre las dos márgenes del río Cauca y las cabece-ras del San Jorge. La presencia de estos culti-vos trajo consigo la confrontación entre grupos

107 Boletín de Caminos, Medellín, año VI, núm. 99, 23 de marzo de 1917, pp. 782- 783, en: Biblioteca Central Universidad de Antioquia, Sala Antioquia.

108 Boletín de Caminos, Medellín, año VII, núm. 112, 5 de noviem-bre de 1917, pp. 885-886, en: Biblioteca Central Universidad de Antioquia, Sala Antioquia.

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subversivos y de autodefensas por el control de La Mojana. Esa es otra triste historia que aún está por contarse y la cual ha dejado huellas in-delebles en el paisaje natural y cultural.

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Glosario

Azuquita. Nombre local que algunos poblado-res de la zona le dan a una especie de man-go más dulce de lo normal. Según un po-blador de El Viajano, el sabor dulce de los mangos se debe a la ausencia de la lluvia.

Babilla. Reptil del orden de los cocodrilos, que alcanza una talla media de entre uno y dos metros, y que habita en fuentes de agua donde se alimenta de peces. La comercia-lización de su piel ha hecho que sean ca-zados con vehemencia. La especie se de-nomina científicamente caiman cocodrylus fuscus.

Barraquete. Especie de pato migratorio cuya carne es muy consumida y, por ende, ca-

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zado extensivamente. Su nombre científico es anas discors.

Bocas (de un río o caño). Desembocaduras de los causes, en torno a las cuales, por cues-tiones de comunicación fluvial y circuitos y rutas económicas y de movilidad, se con-gregaban ranchos y cultivos, como espacios de venta y compra de alimentos y mercan-cías.

Caño. Cauce natural de agua cuya corriente se forma del drenado de un río o de otro caño, y que desemboca en otro cuerpo de agua, generalmente una ciénaga o laguna. Los caños, al no tener agua propia, se secan con las temporadas de verano. En algunos caños de La Mojana, como el Barro, la em-bocadura inicial en el río Cauca ha desapa-recido, por la sedimentación y la interven-ción antrópica con diversos intereses.

Chigüiro. Roedor grande de pelo grueso, simi-lar al cerdo, que habita pastizales abiertos, pero siempre cerca de lagos o ríos donde se alimenta de plantas acuáticas. Es caza-do para el consumo de su carne. La especie se denomina científicamente hydrochaeris hydrochaeris.

Ciénaga. Terreno al cual, por efecto de su baja altitud, convergen las aguas de caños y ríos en época de lluvias para conformar cuerpos de agua que permanecen hasta que regrese

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la estación seca. Una vez desaparecida el agua, quedan sobre la superficie cienos, y de ahí este nombre.

Hábitat. Conjunto de elementos concretos na-turales (accidentes geográficos, coberturas vegetales, recursos minerales, masa biótica y variaciones climáticas) y culturales (cul-tivos, pasturas, caminos, infraestructuras de producción, centros urbanos) que cons-tituyen el entorno inmediato de una comu-nidad humana o de un sistema regional de comunidades humanas.

Hábitos. Actitudes y preferencias culturalmente creadas, cambiadas, adquiridas y motiva-das, que constituyen los patrones funda-mentales de comportamiento de una co-munidad humana, en particular en lo que tiene que ver con su forma de dominar su propio cuerpo, vincularse con el cuerpo de los demás, y relacionarse, corporal, mental, colectiva e individualmente, con el entorno natural o hábitat.

Jarillón. Nombre dado por los pobladores ri-bereños al muro o dique de contención di-señado y construido con procesos técnicos profesionales, y que por ocupar una lon-gitud amplia controla la dinámica del río en un área considerable y por períodos de tiempo duraderos. Los pequeños e impro-visados muros de contención, construidos sin diseño ni intervención profesional, y

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que controlan las aguas en situaciones de emergencia y de manera localizada, se co-nocen como terraplenes.

Liga. En la zona, así llaman al dinero que la gente consigue, día a día, para mantener su subsistencia.

Paisaje. El ámbito de la realidad geográfica y social que puede ser abarcado por la mirada en un momento determinado y en el cual, a manera de “unidad bilateral”, se conjugan formas que son integrantes y dependientes, y que son registros de lo físico o geoecoló-gico y de lo cultural o social. Esta noción, ante todo, es una herramienta heurística o categoría de análisis para estudiar unidades espaciales en las cuales la interacción socie-dad-naturaleza es definitoria.

Pisingo. Especie de pato que anida en las ramas bajas de los árboles, a menudo denomina-do pato silbador por su particular sonido. El nombre científico de la especie es dendro-cygna autumnales, y también es conocido como pisingo pico rojo.

Playón. Terreno firme sobre el cual se forman las ciénagas que, una vez culminada la inundación, se convierten en fértiles pasti-zales abonados por el cieno.

Poblamiento nucleado. Patrón de asentamien-to humano congregado en un núcleo defi-nible por la presencia estable de viviendas

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Glosario )

y cultivos básicos. En La Mojana podía presentarse dentro de los límites de la lega-lidad, es decir, pueblos, villas, ciudades o cabeceras municipales, o al margen del or-den establecido, en lo concerniente a la épo-ca colonial, o sea, palenques y rochelas.

Primer ciclo del oro. Período de la historia co-lonial del Nuevo Reino de Granada (hoy Colombia) que delimita la primera gran oleada de explotaciones auríferas coordina-das por los españoles (peninsulares y crio-llos), fundamentadas en el uso de mano de obra indígena y esclavizada. Comprende entre 1580 y 1640, época en la que se incor-poraron, con ritmos distintos y variables de producción aurífera, diferentes distritos como Pamplona, Tocaima, Los Remedios, Cáceres, Zaragoza y Guamocó.

Sabanas. Tierras generalmente no inundables sobre las cuales se cultivan diversas plan-tas y se pastorea el ganado; hacia ellas se moviliza la gente en época de lluvias para establecer allí sus casas y desarrollar sus actividades agropecuarias.

Saquito. Costalito en forma de chorizo, el cual se lle-na de algún producto, por ejemplo, mangos.

Segundo ciclo del oro. Período de la historia colonial del Nuevo Reino de Granada (hoy Colombia), que delimita la segunda gran oleada de explotaciones auríferas coordi-

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nadas por los españoles (peninsulares y criollos), fundamentada en el uso de mano de obra esclavizada. Comprende entre 1680 y 1800, época en la cual la producción aurí-fera proliferó particularmente en los distri-tos mineros de la Gobernación de Popayán, sobre la costa Pacífica, Barbacoas, Iscuan-dé, Micay, El Raposo, y en los de la provin-cia de El Chocó, Nóvita y Citará.

Sitio. Asentamiento nucleado de población, típico de las llanuras del Caribe, de predo-minante población mestiza, samba y mula-ta, y sin sujeción a un cura párroco ni pre-sencia de templo parroquial o capilla.

Técnica de encuadramiento. Noción de aná-lisis de la geografía humana, introducida por el geógrafo Francés Pierre Gourou. Hace referencia a la magnitud o intensidad tem-poral o espacial que pueda alcanzar una determinada intervención humana sobre el entorno geoecológico, en función de su uso, control y transformación.

Zapal. Capa de materia orgánica que se forma encima del agua y que es de gran interés. Según el Director de la Umata de Sucre, Juan Ospino, “los zapales son como alfom-bras con vida abajo y arriba”.

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Bibliografía

Archivos

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Anexos

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Anexos )

125

Anexo 1. Ubicación general de La Mojana

Los mapas que se presentan en los anexos han sido elabora-dos para el presente volumen utilizando la información de las fuentes y la bibliografía consultada.

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Anexos )

127

Anexo 2. Terrenos aluviales y orientación general de la trashu-mancia ganadera en La Mojana

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Anexos )

129

Anexo 3. Hidrografía general y asentamientos nucleados de La Mojana

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Anexos )

131

Anexo 4. Conexiones comerciales en La Mojana, siglos XVIII y XIX

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Índice toponímico

A

Achí, 29, 56, 68, 78, 98Algarrobo, 57, 63, 66Amalfi, 97Angostura, 97Anorí, 97, 104, 105Anserma, 90, 91Antioquia, 18, 39, 50, 59, 70, 77, 90, 104-106Atajo Mojana, 63Ayapel, 23, 39, 44, 50, 53-59, 63, 66, 68, 69, 72, 73, 78, 97

B

Barranca de Loba, 69, 78, 98Barrancuda (caño), 46Barranquilla, 74, 75Barro (caño), 40, 59, 60, 73Betansí (quebrada), 57Boca del Cura, La, 29Bolívar (departamento), 39, 70, 76-79, 97, 99, 104, 105

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134

( La Mojana

Brazo de Loba, 39, 40, 64, 66Buriticá, 90

C

Cáceres, 57, 59-61, 63, 72-74, 77, 90, 92, 97, 104-106Caimito, 65, 69, 75, 77, 78Campamento, 105, 106Cancán, 93Carbonero, 62Carete, 75Caribona, 61Carmen, El, 77Cartagena, 39, 47, 48, 50, 55, 72, 74, 75Cascajal, 67Cauca (río), 21, 23, 29, 31, 32, 34, 39, 40, 43, 47, 53, 57-60,

62, 72, 73, 89-91, 97, 106Caucasia, 21, 97Cegua, 56Cesar (río), 39Chiqueros, 81Chocó, El, 57, 90Ciénaga Hormiga, de La, 46 Machado, de, 62 San Lorenzo, de, 59San Marcos, de, 25, 75Cintura, 58Copacabana, 105Corrales, 56Córdoba (departamento), 39, 106Corozal, 76, 97Cundinamarca, 70

D

Doña Ana, 63Dorada, 77

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Índice toponímico )

135

F

Finzenú, 47

G

Guamal, 58Guamocó, 48, 90Guaranda, 29-31Guazo, 54, 62, 65

H

Honda, 74

J

Jagua, 54, 62Jegua, 54, 63, 81

L

Loba, 54, 61, 62, 66

Ll

Llana, La (quebrada), 57

M

Magangué, 29, 62, 64, 65, 67-69, 72, 74-78, 97Maguanguey, 54Magdalena (río), 40, 44, 58, 64, 77, 89, 97Majagual, 21, 28-30, 55, 69, 73, 77, 78, 84, 97Mamón, 75, 81Man, 57Manizales, 77Margarita, 69, 78Marmato, 90, 91Maruja (caño), 46Medellín, 77, 105Mojana, La, 24, 30, 33, 39, 40, 42, 52, 58, 75, 76, 78, 80, 84,

91, 104, 106, 107

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136

( La Mojana

Momil, 43Mompox, 62, 64, 67, 69, 72, 75, 77, 78Montería, 21, 77, 105, 106Morales, 69, 99Musanga, 56

N

Nechí, 32, 39, 56, 57, 59, 93Nechí (río), 32, 60, 72, 90, 91, 97

O

Ocaña, 72, 74Ojolargo, 66Otro Loba, 54

P

Pantano, 63Palmarito, 56Pancegua v. PancegüitaPancegüita, 54, 56, 61, 62Panzenú, 47Partido de las sabanas de Tolú, 62Partido de Tierra Adentro, 75Partido del Retiro, 62Perico, 56Pinillos, 69, 78, 99Planeta Rica, 97Puerto Berrío, 77Puerto Raudal, 106Puerto Valdivia, 105

Q

Quiebralomo, 90, 91

R

Rabón, 28Remedios, 90, 93, 97, 105

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Índice toponímico )

137

Retiro, El, 67Río Viejo, 98

S

Sabaneta, 65Sahagún, 76, 81, 97San Antonio Abad, 65San Bartolomé, 93San Benito Abad, 62, 65, 68, 74, 75, 78San Diego de Sejebe, 53San Fernando, 69, 78San Francisco v. LobaSan Jacinto, 31, 68San José de La Paz, 93San José de Ojo Largo, 56San Jerónimo del Monte, 50, 54San Jorge (río), 21, 23, 28, 34, 39, 40, 43-45, 47, 50, 53, 57-59,

63, 75, 81, 104, 106San Marcos, 23, 26, 28, 29, 44, 56, 63, 65, 68, 69, 73, 75, 78, 81San Martín, 99San Matías (caño), 44San Pablo, 99San Pedro, 105Santa Coa, 75Santa Marta, 74Santa Rosa, 104Santander, 76Segovia, 97Sejebe, 55, 63Seranos, 54Serranía Abibe, de, 39, 49 Ayapel, de, 39 Mamaraya, de, 31 San Jerónimo, de, 39 San Lucas, de, 30, 32, 39Sierpita, 25, 29Simití, 99Sincé, 69, 77, 78, 97

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138

( La Mojana

Sincelejo, 21, 69, 76Sinú (río), 43, 57, 59, 75, 77, 81, 104Sucre (departamento), 39, 73, 106Sucre (municipio), 68, 69Supía, 90, 91

T

Tacaloa, 54, 62, 65Tacasaluma, 65Tacasuán, 62, 74Talaigua, 54, 65Tolú, 62, 75Trocha, La, 77Tremantino (caño), 46

U

Uré, 57, 105

V

Valdivia, 77, 104, 105Valle del Cauca, 79Viajano, El, 21Victoria, La, 57, 63Viloria, 28

Y

Yarumal, 77, 97, 103-106Yatí, 54, 62, 65, 67, 77Yolombó, 93, 105

Z

Zaragoza, 48, 59-61, 72, 74, 75, 90, 92, 93, 96, 97, 105Zenúfana, 47, 48Zimacoa, 54

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Índice analítico

A

Agricultura, 41, 51, 70, 71-73, 77, 81, 82, 104 sedentaria, 45Algodón, 79Alimentación, 47, 71, 85, 86Ambientales, problemas, 24, 91, 94, 95Arroz, 71 cultivo(s) de, 24, 29, 78 trilladoras de, 78, 79Asentamientos nucleados, 52, 53, 55, 56, 58, 64 v. t. PueblosAzuquita, 109

B

Babilla, 109Barraquete, 109Blancos, 52, 64

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140

( La Mojana

Bocas, 110Bogas, 32, 33, 60, 61

C

Cabalgadas, 89Camellones, 44, 45Campamentos, 20Campesinos, 24 pobres, 21 tierra, sin, 24, 25, 82Canales de drenaje, 28, 29, 43, 46Canalón, 94Caña de azucar, 79Caño(s), 110 bocas de los, 58Caza, 50, 82, 83Chigüiro, 110Ciénaga, 110Circuitos comerciales, 70Ciudades, fundación de, 50Clima, 30, 39-41, 47, 79, 80-83Climáticos, ciclos, 40, 52, 53, 58, 81-83Colonia, 39, 52-63, 72, 89Colonización, 103 antioqueña, 26, 103, 104, 106 períodos de la, 103Confrontación militar actual, 25, 106Conquista española, 42, 46-50Cortejo fúnebre, 31Cosecha, tiempo de la, 21

D

Drenajes, 44

E

Encuadrador geográfico, 32Esclavos, 20, 27, 56, 64, 90, 91 fugitivos, 57, 58

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Índice analítico )

141

F

Ferias, 64, 74-76

H

Hábitat(s), 40, 70, 71, 79, 111Hábitos, 70, 71, 111

G

Ganadería, 20, 21, 25, 29, 41, 51, 70, 71, 75-79, 104 semisedentaria, 71, 81 trashumante, 71, 73, 79-81, 104Ganaderos, 24Geoformas, 28

I

Indios, 49, 52, 57, 59, 60, 63, 89, 90, 94 sejebes, 53-55, 63

J

Jarillón, 31, 111

L

Latifundio, 19Libres, 55, 57 todos los colores, de, 63Liga, 22, 111

M

Mayorías, 20Mendoza, Donaldo, 30Mestizos, 58, 63Mineras, compañías, 93-96Minería, 33, 89, 106Minifundio, 18

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142

( La Mojana

Mojana, La extensión de la, 40 situación problemática de, 24Montículos funerarios, 49Mujer tortuga, la, 26Mulatos, 63

N

Negros, 58, 60 v. t. PalenquesO

Orfebrería, 43Oro, 43, 47, 48, 89-93, 96 fiebre del, 96 minas de, 92 primer ciclo del, 90, 91, 114 segundo ciclo del, 90, 113 tercer ciclo del, 91Ospino, Juan, 24

P

Paisaje, 12, 18, 20, 28, 29, 33, 40, 52, 95, 112Palenques, 53, 57, 58, 60 v. t. NegrosParsons, James J., 42Pesca, 58, 82, 83 tiempo de la, 21Pescadores, 21, 22, 59, 73Pesquera cooperativa, 30 economía, 22-23, 50, 74Poblamiento, 40 nómada v. Trashumancia nucleado v. Asentamientos nucleados ribereño, 53, 58, 67Prestamistas, 25

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Índice analítico )

143

Pueblos, 52-54, 61-63 v. t. Asentamientos nucleados

R

Rebusque, 22Reforma agraria, 24Reichel-Dolmatoff, Gerardo, 42Rochelas, 52, 56, 57

S

Sabanas, 113Saquito, 113Secuestro, 31Sedimentación, 89, 91Sitio(s), 39, 52, 56, 114Sociales, problemas, 24Subienda, 22, 23, 84

T

Tabaco, 77Técnica de encuadramiento, 18, 114Terraplenes, 112Terrazas, 28Tierra pastoreo, para, 25 propiedad sobre la, 24, 106Toponimia, 20Tradición cerámica incisa alisada, 44 modelada pintada, 44Trapiche(s), 58, 72, 85Trashumancia, 22, 51, 53, 60, 61

V

Ventas al por menor, 30Vías de comunicación, 29, 32, 41, 59-61, 70-74, 77, 80, 81,

86, 97, 104-106

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144

( La Mojana

Vida doméstica, 84 material, 50, 71Villas, 52Viviendas, 20, 21, 28, 41, 43, 45, 71, 84

Z

Zambos, 60, 63Zapal(es), 20, 114

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