La Controversia Entre Gines de Seepulveda y b de Las Casas

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    LA CONTROVERSIA ENTRE GINS DESEPULVEDA Y BARTOLOM DE LAS CASASUNA REVISIN

    Francisco Fernndez ueyUniversidad de arcelona

    remisa

    El final del siglo XX y del segundo milenio va a estar previsiblemente marcadopor choques entre culturas cuyas dimensiones, segn todos los indicios, pueden sermuy considerables. Basta con pensar en las migraciones intercontinentales en cur-so y en los desplazamientos de poblacin hacia las grandes ciudades que estn te-niendo lugar en los cinco continentes. Es difcil prever ahora el desarrollo y las con-secuencias posibles de un fenomeno de dimensiones tan amplias. Pero, a pesar deello, tenemos un indicio de la magnitud que con seguridad alcanzar este choquecultural: por primera vez en la historia de la humanidad la palabra

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    grandes culturas est siempre presente

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    XVI. El segundo, para precisar cul o cules de los nuevos choques culturales ac-tuales privilegiar analtica y normativamente en este final de siglo. No me detendr aconsiderar aqu por dnde establecer el segundo de estos cortes metodolgicos. Slodir que el anlisis de la batalla que se est librando ahora mismo en Brasil me pare-ce clave para entender un choque entre culturas en el que cada vez se hallan msinterrelacionados los problemas demogrficos con problemas tnicos, econmico-sociales y ecolgicos decisivos para el futuro de la Humanidad. En cuanto a la pri-mera de las restricciones metodolgicas, se ha optado por privilegiar aqu la contro-versia y sus antecedentes) entre Gins de Seplveda y Bartolom de Las Casas enla Castilla de mediados del siglo XVI con la conviccin de que tal debate resume muybien las dudas y encrucijadas del pensamiento europeo ante el choque entre cu ltu-ras en el arranque mismo de lo que solemos llamar modernidad.

    1 Una paradoja histricaTocaba ya a su fin el siglo XVll cuando, en 1699, se publica a primera traduccininglesa de la Brevsima relacin de la des truccin de las Indias de Bartolom de lasCasas, la ms apasionada defensa que se haya hecho nunca, en castellano, del in-dio americano. Haban pasado casi ciento cincuenta aos desde que aquella obrafuera publicada en Espaa. En un siglo y medio muchas cosas sustanciales habancambiado en Europa. Tantas cosas haban cambiado que el editor ingls no llega aentender ya cmo en la Espaa de entonces pudo coexistir la tremenda requisitoria

    de Las Casas, su libertarismo y su concepto de la tolerancia, con la Inquisicin, conla contrareforma y con el papismo. Por eso el editor ingls deja constancia de lo queconsidera una paradoja en el prefacio a aquella traduccin llamada a tener una in-fluencia notabilsima en la conformacin de la idea que una parte de los europeosmodernos habran de hacerse de la Espaa imperia l Hanke, 1952; Zavala, 1984).La paradoja observada por el editor ingls de la Brevsima, antas veces repetidaluego, se puede formular, un poco ms detalladamente, as: la voz ms comprensi-va de la hbitos y costumbres que conformaban la otra cultura la cultura de los po-bladores del

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    sidades de Salamanca y de Alcal y una buena parte de los filsofos, telogos y ju-ristas espaoles con predicamento en la Corte, entre los aos que van desde la muertede Fernando de Aragn hasta el comienzo del reinado de Felipe II se manifestaronen favor de las tesis de Las Casas o dieron su apoyo a ste en su prolongada pol-mica con los defensores de los intereses coloniales de los encomenderos. Por lasmismas razones la opinin pblica nformada de aquella Espaa estuvo en contra, ya veces duramente en contra, del principal contradictor de las tesis lascasianas, te-rico de la justeza de la guerra que se haca a los indios de Amrica, Juan Gins deSeplveda, atinista insigne, traductor de Aristteles, cronista real, instructor del prn-cipe Felipe y personalidad muy principal de la intelectualidad de la Corte de CarlosV, una de cuyas obras ms relevantes precisamente dirigida contra las ideas de LasCasas), que llevaba por ttulo Demcrates Alter fue explcitamente prohibida, y cuyaApologa publicada en Roma, en latn) sera recogida y retirada de la circulacin pororden de Carlos V Losada, 1975).

    El paso del tiempo, e l efecto de las guerras en que intervinieron los monarcasespaoles, el recuerdo de las represiones, el cambio de preocupaciones de lasgentes en Europa, las nuevas alianzas, la tendencia a ver todo lo que ocurri en laEspaa del XVI como un camino en pendiente que tena que llevar a las oscurasausteridades del reinado de Felipe II, la progresiva prdida de significado de pala-bras que un da fueron objeto de encendidas polmicas, la noria de la historia delas ideas, en suma, convirtieron, tambin en este caso, una verdad elemental enuna paradoja que a partir de 1700 necesitar ser explicada porque no cuadra yacon e l esquema que e l pensamiento liberal empezaba a hacerse de la propia his-toria. c mo hacer concordar con este simplificado esquema el hecho simple deque la Brevsima relacin de la destruccin de las Indias y tantos otros panfletosde Las Casas hub ieran podido ser publicados libremente en la Espaa del XVImientras que el Demcrates Alter de Gins de Seplveda, el defensor del primerimperialismo espaol, haya tenido que esperar hasta 1892 para ver la luz de lamano de don Marcelino Menndez Pelayo?

    2 os maneras posibles de abordar la paradoja histricaHay dos maneras posibles de cultivar perlas historiogrficas de esas que rom-pen los esquemas y obligan a pensar las cosas con ms calma. Una de esas formases reconocer que, tambin en el pasado, la historiade Europa la hicieron preferente-mente quienes salieron vencedores de la fase colonial y que, por tanto, lareconsideracin histrico-crtica de las relaciones entre Espaa y Amrica en e l si-glo XVI est necesitando desde hace ya mucho tiempo una doble y compleja recu-peracin de

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    Esta orma de pensar es la que inspira as pginas que siguen. Y se intenta prac-ticarla, claro est, dialogando, o, mejor dicho, discutiendo con la otra forma de culti-var aquellas perlas a las que llamamos paradojas histricas, la que consiste en vol-ver la paradoja del revs para que todo cuadre, para intentar, yendo al caso, explicarla dificultad presentndonos a Seplveda como si hubiera sido el artfice del pensa-miento poltico-moral de la modernidad que rompe con los clichs escolstico-teolgicos, y a Las Casas como un ombre todava medieval, doblado porla utopa y por el m ilenarismo cristianos (O Gorman, 1967).Con razn se indigna la antroploga Laurette Sejourn, autora de una impresio-nante reconstruccin histrica del genocidio del indio americano en el siglo XVI, anteesta otra forma de tratar la paradoja. Y no deja ella de llamar la atencin acerca deuna ex traa coincidencia que se acaba produciendo entre la protesta de MenndezPelayo, en 1892, en nombre del tradicionalismo hispnico (aludiendo al hecho de quese hubiera silenciado a Seplveda en Espaa durante tanto tiempo), la descalifica-cin de Las Casas como >

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    la incapacidadpara ver que las palabras cambian de sentido a lo largo de la historiay que los problemas que hoy nos interesan, o nos apasionan, no son ya exactamen-te los que interesaban o apasionaban a los filsofos, telogos y juristas de Salamancay de Valladolid que discutan entonces acerca de la naturaleza de los indios y sobrela ustificacin del dominio de la Corona de Castilla en Amrica.Esta ncapacidad, debida sin duda, a motivos ideolgicos, ha producido en la Espa-a de 1940 a 1975 muchas disputas histricamente rrelevantes y polticamente ten-denciosas. Pagden cita a este respecto varias obras muy conocidas de Venancio Ca-rro, Teodoro Andrs Marcos y Angel Losada. Las exigencias ideolgicas delfranquismo resultaban muy evidentes, por ejemplo, en el libro publicado por Carro en1944 y 1951 La teologay los telogos uristas espaoles ante la conquista de Amri-ca donde se afirma el c ar cte r insuperable,, de las doctrinas de aquellos telogos enel sentido de que

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    rio El Pascon el ttulo m uestra Amrica,), o el bloque dedicado por Claves de la raznprctica n 9, 1992, a la conqu ista de Mxico, o, sobre todo, las intervencionespublicsticas de Rafael Snchez Ferlosio que acaban de aparecer, recogida en dosvolmenes en la Editorial Destino, y que constituyen la aportacin al tema segura-mente ms lc ida de estos ltimos aos.4 Una hiptesis de trabajo

    Teniendo en cuenta las caractersticas de la principal controversia filosfico-jur-dica de l siglo XVI, en la que intervienen Palacios Rubios, Francisco de Vitoria, Ginsde Seplveda, Domingo de Soto, Vasco de Quiroga y Bartolom de las Casas, entreotros, se dira que la ortodoxia de la filosofa poltica y moral aristotlica tuvo un pa-pel de refuerzo del catolicismo tradicional en la racionalizaciny justificacin del pri-mer imperialismo:el tendencial igualitarismo de la doctrina cristiana primitiva, favo-recedor, en este caso de la cultura invadida, de la cultura de los dbiles, fue corregi-do explcitamente por la teora aristotlica sobre la esc lavitud y la barbarie (Zavala,1947 y 1984, Hanke, 1967).Hubo en la Espaa del XVI dos formas de expresin de esta correccin tendencial-mente imperialista a cual ms interesante. La primera estuvo representada, con mu-chos distingos tericos, no pocas dudas y alguna contradiccin, por Francisco deVitoria, sealadamente en sus Relecciones; y la segunda, unos aos despus, porGins de Seplveda durante su polmica con Bartolom de las Casas. Es muy posi-ble que estas dos correcciones del cristianismo a travs de una recuperacin de la fi-losofa poltica y moral de Aristteles (en especial de las teoras de ste sobre la bar-barie y la esclavitud natural) tengan que verse como funcionales a dos momentos su-cesivos:en el primero de aquellos momentos histricos, el de Vitoria (que pronuncialas Releccionesen 1538-1539), habra contado sobre todas las dems cosas el efec-to que tuvo en Espaa a hecatombe de indios en Cuba, Mxico y Per, los interesesde la Corona y las contradicciones producidas por una evangelizacinque no deja deproducir malestar, mala conciencia, a monarcas catlicos, los cuales, para mayor com-plicacin, tenan que hacer frente, adems, a los vientos de la Reforma.En un segundo momento, al que corresponderan las obras de Seplveda De-mocrates secundus y Apologa (contra Las Casas), muerto ya Francisco de Vitoria,la conquista se haba consolidado pasando a primer plano la contraposicin de inte-reses entre la Corona de un lado y los conquistadores y encomenderos de otro (lasquejas y reivindicaciones de Hernn Corts cuando regresa a Espaa y los en-frentamien to~ n Per son emblemticos en este sentido): una y otros quieren reco-ger los frutos, en oro y plata, de los esfuerzos hechos para colonizar a los indios. Elproblema en ese momento es cmo hacer coincidir la razn de estado con los inte-reses de unos soldados convertidos en patrones y seores que se sienten coarta-dos por la legislacin vigente, por una legislacin que, en su opinin, atenda ms alos derechos de los indios que a las necesidades de contingentacin de la mano deobra por explotar. En este sentido la vuelta a la teora aristotlica sobre brbaros yesclavos en este caso favoreca en primer lugar a los conquistadores y encomenderos

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    que pueden, as, hacerjusta guerra en todos los sentidos, a los indios, para luegoconvertirlos en siervos) y, secundariamente, a la Corona, que de este modo, con estacorreccin aristotlica de la doctrina cristiana, salva su alma, reafirma la razn deestado y puede pactar intereses con sus soldados y colonizadores Seplveda reco-noce haber sido incitado por Hernn Corts a la hora de ponerse a escribir suDemcrates Alter; Carlos V dejara sin vigor una parte sustancial del articulado delas Nuevas Leyes de Indias, en 1545, tres aos despus de haber sido promulga-das, precisamente para evitar el conflicto con los soldados-colonizadores).Contra el punto de v ista de Las Casas, que sintomticamente haba sido muyapreciado por la Corona y por el Consejo de Indias hasta comienzos de la dcada delos 50, y que en el plano filosfico-moral representa una revisin a fondo de l puntode vista aristotlico-tomista formalmente respetuoso de la doctrina de los padres dela Iglesia, pero irrespetuoso con el punto de vista aristotlico cuando ste entra encontradiccin con sus argumentos en defensa de los indios), ugaron a l mismo tiem-po, mediado el siglo, demasiados factores contrarios: los intereses de los encomen-deros, la razn de estado y la ruptura del equilibrio ideolgico que vino a significar laltima fase del concilio de Trento. Otros factores probablemente contaron tambinc;n el m ismo sentido: la muerte de Tomas Moro, cuya utopa haba tenido un efectobenfico sobre las propuestas de organizacin social alternativas en e l

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    reconociendo, por otra parte, la libertad de los indios e imponiendo tericamente gra-ves responsabilidades a los encomenderos Zavala, 1947; Hanke, 1967; Hoffner,1957; Alejandro Garca, 1986). Previamente, entre 1495 y 1500, se haba discutidomucho en Espaa sobre la legitimidad de la venta de indios como esclavos. Autori-zada sta en un primer momento por la reina Isabel, acabaron imponindose razo-nes m orales y teolgicas, de manera que la venta fue prohibida mediante un decretodel 29 de junio de 1500. No as el trfico de esclavos negros, procedentes de Africa,monopolizado entonces por los portugueses pero para el que varias ciudades costerasespaolas tuvieron una importancia clave Zavala, 1984).Las primeras Leyes de Burgos estuvieron inspiradas por el jurista de la cortePalacios Rubios, aunque moderadas por las argumentaciones teolgicas de frayMartn de Paz y materialmente redactadas por otros dos juristas: fray Bernardo deMesa y e l licenciado Gregorio Zavala, 1984, 19-20). Los redactores partan de dossupuestos: a) La superioridad cultural moral y poltica) de la civilizacin europea sobrelas gentes brbaras de Amrica, y b) la inferioridad demostrada de stos por la na-tural ingenuidad,, y

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    vencidos, como premio de la victoria, fuesen esclavos del vencedor; el fin ltimo deesto habra sido incitar a los hombres a la defensa de su patria sin matar a los cauti-vos hechos en guerra. A partir de entonces la esclavitud invadi la libertad.Esto por lo que hace a la servidumbre legal. En cuanto a la servidumbre natural,Palacios Rubios apelaba a Aristteles a travs de una lectura seguramente equvo-ca de Toms de Aquino): unos hombres aventajan tanto a otros en inteligenc ia ycapacidad que no parecen nacidos sino para el mando y la dominacin, al paso queotros son tan toscos y obtusos por naturaleza que parecen destinados a obedecer yservir. En resumen, las bases de la argumentacin de Palacios Rubios habran sidoestas: que hay razones tanto legales como naturales para defender la servidumbrede los indios; la esclavitud de orden legal quedara ustificada siempre que los indiosse negaran a admitir la fe cristiana u opusieran resistencias a la prdica, pero, porotra parte, aun sin oponer resistencia, al ser los indios ineptos e incapaces y al nopoder gobernarse, podan ser llamados esclavos en sentido lato, como nacidos paraservir y no para mandar, en e l sentido de Aristteles. Contra el infie l que resiste seapela a la guerra y a la esclavitud legal; contra el obediente puede esgrimirse la ser-vidumbre natural fundada en la ineptitud y la barbarie Silvio Zavala, 1984,50).6 l debate sobre el requerimiento

    Para estudiar el primer choque entre los intereses espaoles en juego Corona,encomenderos y evangelizadores) hay que detenerse en el anlisis del documento alque se di el nombre de Requerimiento, aparecido en 1513 como complemento prc-tico a las Leyes de Burgos. Con l se legitimaba la conquista guerrera de las tierrasamericanas, as como la servidumbre de los indios y al mismo tiempo se intentaba la-var la conciencia de los colonizadores. El Requerimiento ena que ser ledo a los indios,por parte del conquistador y en nombre del Rey de Castilla, como requisito previo adeclararles la guerra y aprehenderlos. El Requerimiento empieza siendo una leccinabreviada de historia sagrada. En ella se hace saber a los indios cmo Dios nuestroseor, uno y eterno, cre el cielo, la tierra y un hombre y una mujer, de los que descen-demos todos los dems

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    de este Pedro

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    del inters que supone la razn de estado, diferentes del inters de la Corona, la cualaspiraba, claro est, al oro de las Indias y a la soberana material (necesitando paraello el esfuerzo, la conviccin y la dedicacin de conquistadores y encomenderos),pero aspiraba tambin a mantener el principio cristiano en nombre del cual se con-quista y coloniza (lo que obliga a un pacto o acuerdo con los telogos ms volcadosa la defensa del indio).Se han conservado algunos testimonios interesantes sobre las reacciones provo-cadas por el Requerimiento all donde se us realmente, o sea, en las conquistas deDarin, Mxico, Nueva Galicia y Per. En una crnica de la poca debida al BachillerEnciso y editada en 1519 se cuenta que algunos caciques de Castilla del Oro con-testaron al Requerimiento que en lo que se les deca acerca de que no haba sino unDios que gobernaba el cielo y la tierra, que as deba ser; pero que el Papa daba lo queno era suyo, y que e l Rey que lo peda y lo tomaba deba ser algn loco, pues exigialo que era de otros; que fuese el capitn a tomarlo y le pondran la cabeza en un palo,como tenan otras de sus enemigos, que le mostraron (Silvio Zavala, 1984,30).Dos son las polmicas de inters que suscitaron el texto del Requerimiento y e lpunto de vista de Palacios Rubios. Fernndez de Oviedo, cronista oficial de las In-dias, preguntaba en 1516 a Palacios Rubios si la conciencia de los cristianos podaquedar tranquila una vez lanzado el ritual requerimiento antes de hacerles la guerra.Y es sintomtico que la respuesta de Palacios Rubios estuviera ((sazonada conmuchas risas cnicas)) como han puesto de manifiesto Alberto M. Salas y A. Gerbi).El propio Fernndez de Oviedo, en la Historia citada escribe: ((Mucho ms me pu-diera yo reir de l y de sus letras si pensaba que lo que dice aquel requerimiento lohaban de entender los indios)).Aos ms tarde Fernndez de Oviedo le contaba alrey que el Requerimiento no slo no lo entendan los indios ((pero ni an lo enten-dan los que lo lean)). En otro lugar de su Historia el cronista Fernndez de Oviedonarra la siguiente ancdota: habindole dado el gobernador Pedrarias Dvila el Re-querimiento para que se lo leyese a los indios con la consideracin de que servirade poco mostrarles el papel en que estaba escrito, el interesado dice que le dijo aPedreras en p resencia de todos los soldados: (

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    rimiento impidieron la esclavizacin de hechode los indios americanos. Primero porlo ya dicho: es seguro que los indios no entendan nada de todo aquello, y es msque probable que los espaoles trasladados a l nuevo continente consideran las Le-yes y el Requerimiento como un trmite formal que cumplir antes de someter a losindios a la explotacin ms despiadada. En cualquier caso, hay que concluir que laorganizacin privada de las partidas que salan de la Pennsula para colonizar Am-rica y la limitacin temporal que la legislacin impona a la explotacin de las enco-miendas fueron factores determinantes en la imposicin de un ritmo demonaco deexplotacin del indio en los aos que van desde la ltima echa citada, 1516, cuandoGonzalo Fernndez de Oviedo polemiza sobre las < risas))on Palacios Rubios, y ladcada de los cuarenta, cuando se produce la denuncia de la destruccin de las In -dias por Bartolom de las Casas. Justamente en medio de estas fechas se sita lareflexin filosfico-jurdica de Francisco de Vitoria.

    7 La opinin de rancisco de Vitoria sobre los indiosy el derecho de guerraLas Relecciones sobre los indios y e l derecho de guerra fueron pronunciadas en1539 Castilla Urbano, 1992). Vitoria empieza la primer Releccin ecordando a Mateo:~ Doctrinad todas las naciones, bautizndolas en el nombre del Padre, del Hijo y delEspritu Santo)).Supuesto importante, por consiguiente: la bondad de la evangelizacinen general no se discute. Nadie la discuta en aquellos tiempos. Tampoco Las Casas.Lo que s se discute en la Releccin primera es en virtud de qu derecho quedaron osindios sujetos al seoro de los espaoles, consiguientemente, e lmodo o la forma enque se estaba llevando a cabo la evangelizacin o )e los indios, comoempezaba adecirse entonces). La admisin de la bondad general del mandamiento deMateo no implica admitir la bondad de todo tipo de evangelizacin. De ah que Vitoriasaliera al paso de dos objeciones al uso en la Espaa de la poca: a) que la discusines intil, porque discutir tal derecho ser tanto como poner en duda la cristiandad y lajusticia de Fernando e Isabely de Carlos V; b) que la discusin es intil por meramen-te terica cuando en la prctica la cosa ha quedado ya decidida.Vitoria defiende la legitimidad de la duda sobre la forma de la evangelizacin. Y

    lo hace con razones de peso:

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    paso se puede interpretar tambin como un intento de velar un poco el carcter de laduda formulada a partir del reconocimiento de que se est produciendo una heca-tombe de indios).Todava hay otra objecin que Vitoria aborda antes de entrar en la discusin pro-piamente dicha. Esta objecin se refiere al conflicto de jurisdicciones. Pues se po-dra pensar que el tema de los indios es asunto exclusivo de los juristas y, teniendoen cuenta que stos ya han dictado leyes al respecto, concluir que est visto parasentencia. Vitoria opina que ste no es asunto de juriconsultos o slo de ellos. Laargumentacin al respecto se basa en una distincin, que hoy suena anacrnica, entreleyes humanas y divinas. Dado que

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    est polemizando con los juristas y evangelizadores que exageraban el grado de in-cultura de los indios para justificar los desmanes de los espaoles. La insensatezde los indios es para Vitoria una apariencia, que proviene, en todo caso, de una edu-cacin mala y brbara, algo no muy distinto de lo que puede observarse en la m ismaPennsula.

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    sicin en el plano institucionaly jurdico: el paso de la ustificacin de la esclavitud pro-piamente dicha de laque estaban siendo objeto los negros africanos trasladados a lascolonias) a la ustificacin de una servidumbre de tipo >1967, 1, 64 .Lmites a la egalidadde la area evangelizadora muy fuertes, como se ve. Pues nadahay ms difcil en estas cosas que el ejemplo personal y, adems, continuado

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    sido anunciada a los brbaros de un modo racional suficente sin que stos hayanquerido recibira.Se esboza ah una razn que parece descartar por principio la evan-gelizacin por medios guerreros: ~ P o r l auerra -c oncluye Vitoria en este paso- losbrbaros no pueden ser inclinados a creer, sino a fingir que creen)) 1967,1,66).De todos los motivos aducidos en aquellos aos para justificar el dominio y lapotestad de los conquistadores por la va de la intervencin ningn otro fue segura-mente tan popular como e l de que tales cosas eran obligadas para evitar comporta-mientos que pa ra la cultura invasora resultaban incomprensibles, los

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    Nada dice Vitoria en sus Relecciones sobre la intencin de los indios amerindiosa este respecto, aunque para completar esta concepcin de la historia con la visinde los vencidos habra que aadir lo que sabem os acerca del otro lado, esto es, so-bre el lado malo de la socialidad humana que tira hacia el trato la comunicacin conel otro tambin os indios americanos queran el trato la comunicacin con los recienllegados a sus islas o a su continente, y no slo por curiosidad: eso les perdi). Loque s hace seguir Vitoria de esta razonable concepcin de la comunicacin entrelos pueblos a lo largo de la historia es la licitud del deseo de los espaoles de tratarcomerciar con los indios, asin perjuicio de su patria)). Es interesante indicar a esterespecto cmo el comerciarseconvierte en seguida, en esta argumentacin, en equi-valente del tratary del comunicar, cmo, por otra parte, en tal argumentacin se vaabriendo camino ya el derecho privado, individual, a com erciar con el otro, inclusoen conflicto con lo que pudiera ordenar la superioridad. Ni sus principes pueden im-pedir a sus sbditos que comercien con los espaoles,afirmar Vitoria. Para aadirinmediatamente despus una coletilla a todas luces innecesaria para un discursosobre la comunicacin entre pueblos que no fuera al m ismo tiempo justificador deletnocidio de uno de ellos: ni viceversa. Pues tal viceversa habra sido la negacin ensus trminos del principio del colonialismo moderno.Pero la argum entacin genrica sobre e l tratar, comunicarse y comerciar alcan-za pronto la concrecin esperada. Vitoria aborda inteligentemente el asunto de laexplotacin de las minas americanas con un argumento muy moderno ya, con unargumento que est en la base de la privatizacin y de la mercantilizacin capitalistade todo lo humano lo divino:

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    prctica, todos los problemas de aplicacin de una doctrina as quedaron por lo ge-nera l limitados a los puntos segundo y tercero, esto es, a los lmites del comerciar y,sobre todo, de la explotacin de las cosas comunes,

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    cia o de la deformacin es que los documentos de base para e l conocimiento de lacontroversia han permanecido inditos hasta nuestros das.La afirmacin puede parecer desproporcionada teniendo en cuenta la enormecantidad de trabajos escritos sobre este debate en Espaa y en Amrica, pero pare-ce atendible. Veamos primero cuales son los documentos de base de la controversia.Por parte de Gins de Seplveda, el Democrates Alter o Secundus (o De as us-tas causas de la guerra contra los indios), obra cuya publicacin vetaron en su mo-mento las Universidades de Alcal y Salamanca, y que no fue publicada hasta 1892,por don Marcelino Menndez Pelayo, en el Boletn de la Real Academia de la Histo-ria (habiendo sido excluida de la antologa de obras de Seplveda publicadas en elsiglo XVII). Menndez Pelayo public el texto latino y la traduccin castellana de unmanuscrito, al parecer, tardo y con algunos errores (Locada, Introduccin citada, pg.12). El manuscrito original, completo, de l Democrates secundus fue editado porLosada, en las prensas del Consejo Superior de InvestigacionesCientficas, en 1951,(reimpresin: Madrid, CSIC, 1984. Hay tambin una edicin mexicana con e l titulode Tratado de las ustas causas de la guerra contra los indios: FCE, 1986 .El segundo documento que hay que tener en cuenta es la Apologade Seplvedaal Democrates 11 en la que ste resum a la argumentacin de su obra, y que fuepublicada en Roma en 1550 bajo los auspicios de Antonio Agustn. El propio Losadaha editado la primera y nica traduccin existente en castellano de la Apologa deSeplveda (junto con la Apologa presentada por Las Casas en 1550-1551: Madrid,Editora Nacional, 1975).Los principales documentos de Las Casas para la controversia sobre estos: suobra titulada tambin Apologa, que tiene dos partes. Una primera parte sobre elderecho (cuya primera edicin es la que acompaa en la Editora Nacional a la Apo-logade Seplveda y que ahora constituye el volumen noveno de las Obras Comple-tas lascasianas publicadas por Alianza Editorial: Madrid, 1988).Y una segunda par-te, sobre los hechos, cuya redaccin, tal como fue presentada a la Junta de Vallado-lid, no se ha encontrado, pero cuyo fondo argumenta1coincide con la Apologtica His-toria, de la que s hay varias ediciones.Se puede concluir, por tanto, que, efectivamente, hasta mediada a dcada de lossetenta no se tuvo a disposicin el material directo de la controversia de Valladolid,material constituido por las dos Apologas. Y si se tiene en cuenta que la EditoraNacional paraliz sus actividades poco despus de la muerte de Franco (1975), aliniciarse en Espaa la transicin hacia la democracia, es posible aadir sin exagerarque este material publicado por Angel Losada ha sido prcticamente clandestino o casidesconocido por los estudiosos hasta finales de la dcada de los ochenta en queambas Apo logasfueron reeditadas. Esto no quiere decir, naturalmente, que se des-conocieran por completo las opiniones expresadas por Seplveda y Las Casas du-r ante aquel debate, puesto que existian algunas fuentes de informacin, como elDemocrates secundus de Seplveda, la Apologrca Historiade Las Casas y e l resu-men de la controversia misma hecho por fray Domingo de Soto a peticin de la coro-na, as como algunos otros testimonios de Seplveday Las Casas. Pero es cierto quelos pormenores ms interesantesde aquella controversia solo pueden ser reconstrui-dos con detalle a partir de las Apologas, que contienen lo que se dijo en 1550-1551.

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    Como suele ocurrir en estos casos, el problem a filolgico tiene ms importanc iade lo que a primera vista pueda parecer, pues algunas de las cuestiones disputadaspor ejemplo, quin de los dos intervinientes estaba ms cerca del punto de vista deFrancisco de Vitoria, cuya autoridad fue aludida en numerosas ocasiones; o, por ejem-plo, qu lectura hacan uno y otro de la obra de Aristteles en el contexto de la discu-sin acerca de la barbarie y de la esclavitud) slo pueden resolverse a partir de unainterpretacin precisa de los textos de las Apologas. Problema que en este caso secomplica, adems, porque el principal editor de las obras de Seplveda, y ahora tam-bin de la Apologa de Las Casas, Angel Losada, que ha dedicada ms de cuarentaaos de su larga vida a estos temas y cuyo trabajo filolgico es de admirar, fue adop-tando su interpretacin del pensamiento de los protagonistas de la controversia de1550 a los matices poltico-ideolgicos particulares de la evolucin del franquismo yde la reformapactada,, que sucedi a ste tanto es as que comparar los prlogose introducciones de Losada a las obras de Seplveda y de Las Casas, desde 1951hasta 1988, sigue siendo en este momento una buena brjula para orientarse acer-ca de los cambios formales y verbales que la historiografa espaola oficial sobre elpasado americano ha tenido que introducir para seguir manteniendo en lo sustan-cial el m ismo punto de vista autosatisfecho sobre los acontecimiento del siglo XVI).

    8 1 l motivo inmediato de la controversiaParece documentado el hecho de que el principal antecedente de la convocato-ria de la Junta de Valladolid en 1550 fue la redaccin y divulgac in por Gins deSeplveda del manuscrito del Dem ocrates secundus o De las Justas Causas de lasGuerras contra los Indios) en 1544 1545. Gins de Seplveda haba nacido enPozoblanco Crdoba), segn Losada Introduccina su edicin del DS, CSIC, 1951),de padres cristianos impios y viejos, no contaminados con moros, udos o conver-sos,), en 1490. Estudi filosofa en la Universidad de Alcal con Sancho Carranzade Miranday pas luego a estudiar teologa en el colegio de San Antonio de Portaceli,de Sigenza. En 1515, ya bachiller en filosofa, entr como colegial en el Colegio deSan Clemente de Bolonia, para lo cual < hizo ruebas de limpieza de sangre tanto enCrdoba como en Pozoblanco>>.ll se form con Pedro Pomponazzi, quien le esti-

    mul la aficin por Aristteles. Por entonces Carlos V le ofreci el cargo de cronista,razn por la cual pas a vivir en Valladolid, aunque, al parecer, tambin vivi en An-daluca. Fue preceptor, para temas de geografa e historia, del prncipe Felipe. Ginsde Seplveda discuti con Lutero De llibre albedro) y critic a Erasmo Antapologa),tradujo algunas obras de Aristteles y escribi varias Crnicas de Carlos V, de Fe-lipe II de las hazaas de los espaoles en el Nuevo Mundo). Una de sus obras msconocidas llevaba por ttulo Democrates primus o De la conformidad de la doctrinamilitar con la religin cristiana), antecedente erico del DemocratesAltero Secundus1544 o 1545). Muri en 1573.En la presentacin de la edicin bilinge latnlcastellano) del DemocratesSecundus, en 1951, Losada informa de que se solicit para su publicacin el permi-so del Consejo de Indias y posteriormente el del Consejo Real de Castilla. Siempre

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    segn esta versin, Seplveda habra obtenido la aprobacin de fray Diego de Vitoria,hermano de Francisco de Vitoria, y de los doctores Guevara y Moscoso, as comodel licenciado Francisco de Montalvo. Al parecer, el Consejo Real se dividi. Losadacita un documento conservado en Simancas en el que se dice que habindole vistoel Presidente y los del Consejo Real de V.M. y otros buenos letrados, les ha parecidomuy bien y a algunos del Consejo de las lndias les parece que no sera bien impri-mirse,,. 1951, XV). De tales discrepancias entre el Consejo de lndias y el ConsejoReal se hizo una consulta a las Universidades de Alcal y Salamanca sobre si pro-ceda o no la impresin mayo de 1548). Las universidades se opusieron a la publi-cacin.En su texto de 1951 Losada dice que las universidades se opusieron .sin espe-cificar las causas,,, aunque sugiere, tanto antes como despus de esa afirmacin,que la prohibicin se debi a las intrigas,, y al vocero,, de Las Casas Unao du-raron tales cabildeos y el libro no se publicaba. Bartolom de Las Casas, verdaderojefe del partido contrario, fue quien con sus maquinaciones logr ver cumplido supropsito^, 1951, XV). Pero la afirmacin de Angel Losada en 1951 no concuerdacon lo que escribe en su texto ms reciente de 1988: Las universidades oponencuatro objeciones, a las que contesta Seplveda en una Apo logade su libro Demo-tratesSecundus,, 1988,18). En cualquier caso, viendo que el DemocratesSecundusrio iba a ser publicado en Espaa, Seplveda envi copia de la Apologa a su amigoAntonio Agustn, presidente entonces de Tribunal de la Rota, quien la publicara enRoma.Existen datos contradictorios sobre el destino del Democrates Secundus desde1548 y de la Apologa que le sigui has ta 1550, fecha en que se convoc la Junta detelogos y juristas en Valladolid. Las Casas afirma que Seplveda envi el manus-crito del Democrates Secundus al concilio de Trento, pero que ste se desentendidel asunto. Por o tra parte, segn la versin de Losada, el propio Las Casas parecehaber hecho gestiones para que se impidiera la entrada en Espaa de la edicin ro-mana de la Apologa y se ordenara la quema de los ejemplares entrados 1988, 18).Lo que parece aclarado a este respecto es que la Junta de Valladolid fue convocadacon la intencin de decidir en un conflicto que iba prolongndose y que deba tenerropercusiones polticas de importancia sobre todo si es cierto que hubo oposicinentre el Consejo de lndias y el Consejo real sobre el texto de Seplveda).

    Tambin se ha discutido acerca de la intencin ltima de l Democrates Secundusy de la Apologa. La relacin de Seplveda con la famlia de Hernn Corts y el he-cho reconocido de que el propio Corts animara a Seplveda a escribir el libro Losada,JuanGins de Seplveda a travs de su Epistolario,>.Madrid, CSIC, 1948, cap. XI)han conducido con facilidad a la conclusin de que la finalidad del Dem ocratesSecundus era justificar la actuacin de los encomenderos y defender sus intereses.Uno de los protagonistas del dilogo, Leopoldo, afirma, efectivamente, haber visto aCorts, cosa m8s que probable puesto que ste haba regresado a Espaa en 1541y an vivi hasta 1547 reivindicando mercedes en paga de sus hazaas. Losada niegaeste extremo y presenta en 1988) el Democrates Secundus como mera continua-cin lgica del pensamiento filosfico-jurdico de Seplveda. Pero su argumentacin1988,16), en la que no podemos detenernos aqu, es tan oportuna como peregrina:

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    presen ta a Seplveda como un hum anista preocupado avant la lettre por el pac ifis-mo estudiantil y por la difusin de la objecin de conciencia en la R oma del primertercio del siglo XVI.La controversiavallisoletanase desarroll en dos momentos. El primero en agostoy septiembre de 1550 y el segundo en abril y mayo de 1551. Las dos sesiones tuvie-ron lugar en la capilla del convento de san Gregoro de Valladolid. En la primera se-sin, Gins de Seplveda presento una Apologa sntesis de Democrates secunduso Democrates alter al parecer de tres horas de duracin Zavala, Hanke, Losada,Alcina Franch). Bartolom de las Casas ley los 560 folios de su Apologla en cincosesiones. La unta o Consejo vallisoletano encarg a fray Domingo de Soto una sn-tesis de las intervenciones publicada por el propio Las Casas en 1552 unto con susTratados). Hay algunas discrepancias sobre la composicin de la Junta de telogosy juristas de Valladolid. Es seguro que formaron parte de la com isin Melchor Cano,el ya citado Domingo de Soto y Bartolom Carranza de Miranda dominicos) y Ber-nardino de Arvalo franciscano, del que se sabe que no asisti). Como juristas, alparecer estuvieron: Pedro Ponce de Len, obispo de Ciudad Rodrigo, el doctor Anaya,el licenciado Mercado, del Consejo de Castilla, el licenciado Pedraza, del Consejode las Ordenes, y el licenciado Gasca, del Consejo de la Inquisicin. En opinin deAngel Losada, el tribunal era pocoo nada favorable a las tesis de Seplveda)>, adoque Cano ya haba hecho causa comn con Las Casas contra aqul en una ocasinanterior, Carranza de Miranda era amigo personal suyo y Soto no ocultaba sus pre-ferencias por la doctrina lascasiana 1988, 18).

    8 2 El punto de vista de Gins de SeplvedaSeplveda present en Valladolid una apologa o resumen de su obra Democrates

    11 El Democrates secundus tiene la forma de un dilogo socrtico entre

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    a Seplveda de la afirmacin de la inferioridad cultural de los indgenas, cosa que seconsidera como una verdad cientfica, rigurosamente racional. He aqu su argumen-tacin: al ser por naturaleza siervos, los hombres brbaros, incultos e inhumanos,se niegan a admitir la dominacin de los que son ms prudentes, poderosos y per-fectos, cuando, no obstante, esta dominacin les sera muy ventajosa, habindoseestablecido que, por derecho natural, es justo que la materia obedezca a la forma, elcuerpo al alma, el instinto a la razn, las bestias al hombre, la esposa al marido, loshijos al padre, lo imperfecto a lo perfecto, lo peor a lo mejor, para el bien universal detodas las cosas. Se prolonga, pues, un argumento recogido tambin por Franciscode Vitoria.En un reciente artculo publicado en Les Temps modernes, con el ttulo de ((Laquestion de la gitimit de la conquete de 1Amrique: Las Casas et Sepulveda)),AlfredGom ez-Muller (autor, por otra parte, de un libro dedicado a analizar el discurso aris-totlico sobre la esclavitud: Chem ins dJAristote,Ed. Le Felin, Pars, 1991), ha sea-lado que Seplveda sigue en el Democrates secundus tres

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    no-europeos) y el principio universalista cristiano de la igual dignidad de los hombres,presentado por l como un simple principio de derecho natural (en el sentido de quetodos los hombres son libres por nacimiento). Este conflicto es presentado, en e l De-mocrates secundus, como una contraposicin de dos leyes naturales entre las cua-les la naturaleza misma tiene que e legir, de acuerdo con otro principio aristotlico:un mayor bien y un menor mal son preferibles a un menor bien y a un mayor mal. Latraduccin del principio al caso concreto es que, al haberse demostrado por expe-riencia que en la guerra hay siempre vencidos, lo que testimonia la inferioridad deunos, es necesario que su vida sea preservada mediante la institucin de la esclavi-tud, a fin de lograr un fin superior, que es salvaguardar la especie humana (De lasJustas Causas, ed. mexicana cit., pags. 163 y 189, que se inspiran en Aristoteles,Poltica 1,6,1255 a 15, y en los Primeros analticos 1,6,8 a 35. Gmez Muller recuer-da a este respecto la crtica de Montesquieu al punto de vista aristotlico:

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    altares de los demonios: slo en Nueva Espaa acostumbran a inmolarms de veinte mil cada ao. Lo cual, en su opinin, slo se les puede im-pedir sometindoles al imperio de los hombres buenos, es decir, los es-paoles ibid. 64-65).4.- Es de derecho natural y divino corregir a los hombres que van derechosa su perdicin y atraerlos a la salvacin aun contra su propia voluntad.El problema es cmo hacerlo. Sep lveda pasa revista a los mtodos.Distingue entre )

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    servira de mucho,

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    3.- Respecto de que esta accin va en contra del ejemplo de Cristo, Seplvedadisiente. Aqu su argumento, basndose en San Agustn, es que

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    lo que pretenden es privarles cruelmente de muchsimos y grandsimos bienes, los cuales, porsu ignorante e inoportuna sentencia, o se les quitan del todo o se les brindan con muchsimaretraso,, (ibid. 76 .Cierto es que Seplveda deja el camino expedito para conductas excepcionalesen las que podra renunciarse al sometimiento de los barbaros (por ejemplo, ibid. 77),pero tales conductas seran, precisamente, excepciones que se salen de la regla parala que se hacen las leyes (excepciones significativas:que un principe con su puebloo ciudad solicitase de

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    y de los argumentos de Seplveda y Las Casas en las Apologas) hecho por Domin-go de Soto. La peticin a Soto se hizo precisamentepor la extensin de la ApologadeLas Casas. Al parecer, se copiaron catorce ejemplares del resumen de Domingo deSoto, una para cada uno de los letrados, elogos y juristas que haban de uzgar la con-troversia de Valladolid. Muy probablemente a segunda sesin, ja en 1551, de la con-troversia de Valladolid se hizo a partir de estos resmenes de Soto y de las objecionespresentadas por Seplveda a la rplica de Las Casas.El prlogo de Soto a sus resmenes es interesante porque da algunos datos deldesarrollo del debate. El primero de ellos es la observacin de que la controversia novers precisamente sobre lo que se peda al doctor Seplveda y al obispo de Chiapa,a saber

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    El contexto segn Las asasEn el argumento-resumenque precede a la apologa propiamente dicha Las Casaspropone la propia contextualizacin de la controversia. En su opinin, los acontecimien-tos que tuvieron lugar entre 1542 y 1550 no ofrecen duda: las nuevas leyes de 1542,inspiradas por l mismo, fueron un intento de restituir la libertad a los ind ios (libertadrelativa, por lo dems: ((quedaron educidos a la urisdiccin de los reyes universales delas Espaas, manteniendosus reyes seores naturales supod eryjurisdiccin ~, naespecie de ((regimende protectorado,,); pero tal intento habra

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    aquella destruccin que Vitoria y Las Casas llamaban hecatombede indios)>. 545es una fecha clave a este respecto, el momento en el que la Corona empieza a ce-der claramente ante los intereses de los soldados-encomenderos al menos enAmrica, con ms contradicciones en el debate peninsular).

    Dos concepciones del cristianismoYa en el Prefacio de su Apologa, dirigido al prncipe Felipe, Las Casas, ademsde mostrar su preocupacin por las consecuencias prcticas que puede tener la ar-gumentacin de Seplveda entre los conquistadores y soldados espaoles en Am-rica si se haban cometido ya tantas barbaridades con leyes favorables a los indios,qu iba a ocurrir despus de la ustificacin de la usteza y la usticia de aquella inva-sin), establece con m ucha claridad la diferencia entre dos modos de entender el

    cristianismo,entre dos modos de predicarlo; diferencia que sin ninguna duda iba aser esencial en esta controversia.Las Casas prev que si llegan a ser consideradas citas las expediciones contra losindios en Amrica, el nombre mismo de

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    manos, fieros); 2) brbaros secundum quid que no hablan nuestro idioma, en elsentido originario < que o hablan griego))),que carecen de un idioma iterario corres-pondiente a su idioma materno, rudos y faltos de letras y de erudiccin, aqullos que,por la diferencia del idioma, no entienden a otro que con l habla, extranjeros, o sea,brbaros accidentalmente no simplemente brbaros, y, acaso, tambin sabios, cuer-dos, prudentes: 1975,126-127); 3) brbaros en sentido estricto psimo instinto con-gnito y, por razones tal vez relativas al lugar donde habitan, crueles, estlidos, fero-ces, estpidos y ajenos a la razn, incapaces de gobernarse a s mismos. Segn LasCasas, es a este tipo de brbaros a los que se refiere Aristteles cuando dice queson siervos por naturaleza;gentes, por lo dems, muy raras en cualquier parte delmundo y pocos en nmero si se les compara con el resto de la humanidad, como tam-bin son pocos los hombres dotados de heroica virtud 1975, 128); 4 brbaros entanto que no cristianos.Las Casas dedica especial atencin al tercer tipo de brbaros, como es naturalteniendo en cuenta el carcter de la polmica y la autoridad aducida por Seplveda.Mantiene que siendo monstruosde la naturaleza racional)),no pueden darse en grannmero, dada la magnanimidad y sabidura de Dios ibid. 130). En ese punto LasCasas oscila entre el argumento teolgico y el argumento meramente antropolgico:la existencia de un elevado nmero de brbaros en sentido estricto disgustara a lamagnanimidad divina, a su grandeza y misericordia, pero, adems, sera mposibleque en cualquier parte del mundo se pueda encontrar toda una raza nacin o pro-vincia necia o insensatay que, como regla general, carezca de la suficiente ciencia ohabilidad natural para regirse o gobernarse a s misma)) ibid. 131).

    Incluso para el caso de este tipo de brbaros en sentido estricto y que, adems,son pocos, Las Casas encuentra rgida)) ibid. 132) la afirmacin acerca de la ne-cesidad de su sumisin o esclavizacin por la fueza mediante guerra o cacera) atri-buida a Aristteles. En este punto no tiene inconveniente en separarase de la quesupone) doctrina del Filsofo y prefiere la )la

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    cacin del derecho de los griegos a

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    poltico-moral de la alteridad, para una filosofa libertaria, tolerante y comprensiva delas razones de la otra cultura, acierta. Acierta de pleno.Justamente en la dilucidacin del concepto de barbarie y en la discusin del pri-mero de los argumentos de Seplveda en favor de la justa guerra de los cristianosespaoles contra los indios, se ve muy bien la diferencia de acentos entre los dos.Seplveda tiene un concepto de < brbaros>)ue se atiene mejor a la al

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    temente, con bondad y equidad, administraban los negocios tanto de la paz comode la guerra: (ibid.). Todo esto lo hemos visto ya en la argumentacin de Franciscode Vitoria unos cuantos aos antes. Lo que quiere decir que en la Espaa de la d-cada de los cuarenta del siglo XVI se tena la suficiente informacin respecto de losindios cultivados como para no asimilarlos a todos indiscriminadamente con brba-ros. Si se hizo, si hubo quien se orient por ah, fue por conveniencia, por comodi-dad, para justificar la conquista, como afirma tambin Las Casas. Pues es muy im-probable que un hombre como Seplveda no tuviera otras informaciones que las pro-cedentes de Fernndez de Oviedo, o que no hubiera conocido los pasos de las Re-lecciones de Vitoria en que, e fectivamente, se tiene en cuenta que hay en Amricatambin indios cultos y civilizados. Seplveda representa en esto un retroceso res-pecto de Vitoria. Pero un retroceso consciente. Como pretende Las Casas, un retro-ceso no slo por ignorancia, tambin por malicia. El propio Las Casas, por su parte,da un paso que le lleva mucho ms a ll de lo afirmado por Francisco de Vitoria sobrela organizacin de algunos indios americanos. Afirma explcitamente que

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    vosotros estarjais en ta l cosa privados de l derecho de defender vuestra libertad, ms an,vuestra vida con la guerra? Soportaras tu, Seplveda, que Santiago evangelizase a tuscordobeses de tal modo?> 1975,135). El subrayado es mio.

    nversin del argumento eurocntricoTan interesante como este desplazamiento progresivo, efecto de la pasin m o-ral, desde la discusin terica sobre la barbarie en sentido estricto a la defensa delas cualidades intelectuales de los indios, o an ms interesante desde el punto devista de la filosofa moral y poltica, es, para la poca en que se expresa, el punto devista lascasiano, segn el cual, aunque hubiera que admitirla nferioridad de unpue-blo en ingenio e industria, no por ello est aquel pueblo obligado a someterse a otroms civilizado que l y a adoptar su modo de vida, de tal manera que, si lo rehusara,hubiera que someterle a esclavitud por la fuerza de las armas, que es lo que en rea-lidad estaba ocurriendo por aquellas fechas en Amrica.En ese punto Las Casas ha abandonado ya definitivamente a teora aristotlica yreelaborado un argumento que ya utiliz Vitoria en las Relecciones: a barbarie no esrazn suficiente para la esclavizacin de un pueblo; solo la injuria cometida ustifica e luso de la fuerza por el pueblo civilizado. Pero la reelaboracin por Las Casas de esteargumento acaba por quitar toda importancia a las implicaciones de la diferencia en-tre barbarie y civilizacin ms a ll de los mbitos de la evangelizacin y de la instruc-cin del otro. Donde en Vitoria haba todava cierta indefinicin que, de hecho, le obli-ga a suponer constantemente que ha habido algn tipo de injuria real pues en otro

    caso no encuentra manera de justificar lo que estaba siendo actuacin habitual de suscompatriotas, y Vitoria no quera oponerse abiertamente a los hechos), en Las Casasencontramos formulaciones y rplicas tan felices como sugerentes. Vase si no estepaso:

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    A tal tiempo tal tiento: viejo y nuevo cristianismoEn la parte de la Apologa dedicada al problema de la jurisdiccin, Las Casasprofundiza una idea que qued ya esbozada durante la clasificacin de los tipos de

    brbaros: la de los dos cristianismos. Las Casas se propone negar por razonesteolgicas, jurdicas y prcticas la posibilidad misma de la intervencin armada delos cristianos contra los indios. En este contexto choca con la existencia de algunostextos del Antiguo Testamento de los cuales lo menos que puede decirse es que noapoyan precisamente el trato pacfico de las otras cultura y religiones. Son textosduros, terribles, que llaman a liquidar de la tierra a culturas enteras, a pueblos ente-ros. Seplveda se haba referido a ellos para mostrar que las Escrituras no defien-den el pacifismo como el que l mismo haba deplorado en algunos estudiantes es-paoles en Roma. Las Casas, por su parte, da cuenta de estos textos, pero prefiereponer el acento en su inadecuacin al caso, en el cambio de los tiempos:

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    omprensin de los peores hbitos de la otra culturaEntre los razonamiento elaborados por Las Casas para probar la ilegalidad decastigar a los indios por sus prcticas idoltricas vale la pena mencionar el siguiente,

    relacionado con la ignorancia de los efectados repecto de la religin catlica. Comolos llamados

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    Importa sealar aqu que una circunstancia como esta de Jalisco, e incluso me-nos grave, habra sido generalmente considerada como motivo suficiente para unaintervencin violenta, esto es, como una injuria de las que constituyen causa justade guerra a la otra cultura, al otro pueblo. Las Casas, en cambio, aduce este ejemplopara diferenciarlo de otros en los que judos y mahometanos blasfeman contra la leyde Dios. Y, puesto que, en ese contexto, trae a colacin la doc trina de Francisco deVitoria 1975,232) justificando la guerra en tales casos de blasfemia e injuria, hayque concluir que el autor de la Apologa, deja, tambin en este caso de los indios deJalisco, su comportamiento fuera de los supuestos vitorianos que sirven para ustifi-car una guerra usta. Acaso para que no hubiera dudas acerca de la significacin delcaso de Jalisco, Las Casas generaliza al respecto, unas pginas despus, distinguien-do entre la injuria que supone obrar con conocimiento y malicia contra los predicado-res de la fe cristiana y hacerlo por odio a la gente cristiana de la que se han recibidoinjurias previamente. Tal es el caso de los indios en general:Al sufrir tan grandes males [devastacin de ciudades, reinos y territorios, degollacin demultitud de hombres sin cuento, despojo de los dominios y honores reales], y al ver que lospredicadores son de la misma nacin, hablan a misma lengua y tienen la piel del mismo colorblanco el mentn gual que sus enemigos espaoles, necesariamente ignorarn quines sonlos siervos de Dios, quines son sus ministros y quines los rganos de Satans, cul es e lverdadero objetivo de los predicadores, qu intencin tienen los espaoles contra quienesjustisimamente hacen la guerra ibid .234).

    Es en pasos as en los que se desata la santa ira de Bartolom de Las Casas enfavor de los indios, la misma pasin del hombre que escribe la Brevsima relacin.1a cita, aunque larga, se hace pues, insustituible:

    Sobrepasa, pues, a todo estupor y tiene resabios de miserable ignorancia a afirmacin de quelos indios pueden ser perseguidos con la guerra, aunque matasen a doscientos milpredicado-res y al propio apstol san Pablo y dems discpulos de Cristo que los evangelizasen. Unaguerra tal sera propia de fiera barbarie de una crueldad an mayor que la de los escitas, ydebera lamarse guerra diablica ms bien que cristiana; y los indios que hacen la guerra a losespaoles, por hacerla, debern ser honrados con las ms exquisitas alabanzas por los msprudentes filsofos. Ms aun: me atrevera a afirmar que no se podra inmediatamen te hacerla guerra ustamente, mejor dicho, que sera injusto hacerla contra los prncipes indios, por e lhecho de que, tem iendo por sus cosas, no quisieran recibir a los predicadores , acompaadosde gente feroz y brbara, aunque esto ocurra en un territorio o provincia en los queanteriorm ente no haya habido todav a experiencia de la cruel tirana de los cristianos ibid .)

    Las Casas h a subrayado mismo desde

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    la ms larga de la Apologa vallisoletana de Las Casas. Tambin era la parte msdelicada de argumentar, puesto que existia un consenso muy amplio en la Pennsu-la ibrica y en toda Europa contra el canibalismo y el sacrificio ritual de nios inocen-tes. Se entra as en la contestacin lascasiana del tercer argumento de Seplveda.Las Casas admite la justeza de la intervencin de la iglesia para salvar vctimasinocentes. Pero en seguida aade condiciones. Primera: que se haga de tal maneraque no se cause un mal mayor que el que se quiere evitar. Segunda: que se sepadistinguir las circunstancias para que no se siga de la intervencin un escndalo, loque equivale a decir que hace falta ara acudir a lasarmas en unos casos o para notros 1975,250). En el desarrollo de su argumentacin, Las Casas concreta y am-pla la casustica en lo que respecta al supuesto del sacrificio de nios inocentes pormotivos rituales y religiosos, prctica, como se sabe, habitual entre los aztecas omexicas. Pero su lnea general de razonamiento es que hay que abstenerse, tam-bin en esos casos de hacer la guerra a los indios para

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    Los uicios de Dios son inexcrutables. Por lo tanto, no por el hecho de que Dios haya ordenadohacer una cosa se sigue que nosotros podemos hacerla De acuerdo con Aristteles [Etica,libro 51, el hombre carece de derecho poltico sobre su propiedad, sobre todo porque loshombres, por justos que sean, no obstante, han de morir, son deudores de la muerte. Ahorabien, entre los hombres debe ser observada la

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    Por

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    tentar concretar, Francisco de Vitoria abra una puerta excelente (a ravs del comercioy de la explotacin de (40 que no es de ninguno,,) a la colonizacin talcual Frente alas exigencias del tiempo, Seplveda reelabor la teora aristotlica propiciando dehecho un acercamiento entre los intereses de los conquistadores-soldados, os inte-reses de la Corona y las expectativas de aquella parte de los evangelizadores queestaban volvindose ya ((realistas>>.as Casas en cambio, se radicaliz aun msen favor de la protesta de los indios. Su estrella empezaba a declinar en la Corte.Pronto abdicara Carlos V. Y lo que todava en 1550-1551, en Valladolid, pareci quepoda acabar con una victria del defensor de los indios, se saldara finalmente conuna derrota. La unta de Valladolid, al parecer, no se defini del todo. Pero tanto lasmedidas legislativas de los aos siguientes como, sobre todo, la prc tica coloniza-dora del imperio se alejaban cada vez ms de la perspectiva lascasiana.En cualquier caso, la mejor conclusin para esta controversia la pusieron preci-samente aqullos de cuyos intereses, preocupaciones, anhelos y esperanzas seestaba hablando en Valladolid: los colonizadores-soldados por una parte y los indiosde otra. En efecto, el Cabildo de la Ciudad de Mxico se regocij de la actitud de G insde Seplveda y propuso, por acuerdo del 2 de febrero de 1554, manifestarle formal-mente su agradecimiento con e l envo de ((algunas oyas y aforros de esta tierra,)(Len-Portilla, 1976). Por su parte, dos aos ms tarde, un grupo de notablesindigenas reunidos en asamblea en Tlacopan (Tacuba), entre los que se contabandescendientes de algunos de los caciques derrotados por espaoles, escriban aF elipe II quejndose de los agravios y molestias que estaban recibiendo de los inva-sores, por estar entre nosotros y nosotros entre ellos>>,icen, y pidindole que de-signara como protector suyo, de los indios, a fray Bartolom de Las Casas, antiguoobispo de Chiapa, (>.

    Barcelona, marzo de 1992

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