La Banalidad Del Mal y Farenheit Rufiner
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Hannah Arendt: la banalidad del mal ilustrada en Fahrenheit 451, de Ray
Bradbury
Lic. María Sol Rufiner
U.C.A.-UCALP
¿Cuánto daño puede hacer un hombre normal? ¿Hay un mal encerrado en los
quehaceres diarios de oficina? ¿Puede una actividad rutinaria encerrar la peor de las
iniquidades bajo el ropaje de la mayor de las bondades? Y por último, ¿puede todo esto
ser parte de una cultura y un modo de vivir propiciados por las autoridades de turno? En
el presente trabajo, nos proponemos analizar la novela distópica de Ray Bradbury
Fareheit 451 a la luz del concepto de banalidad del mal elaborado por la filósofa
política Hannah Arendt en su libro Eichman en Jerusalén: Un estudio sobre la
banalidad del mal. Luego, a través de la imagen proporcionada por la literatura,
concluiremos acerca de la importancia de la conciencia individual alimentada por la
imaginación suministrada por la lectura y la contemplación de la realidad.
“ Era un placer quemar ”
Así comienza la novela de Ray Bradbury, más específicamente dice: “Constituía
un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y
cambiados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella
gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le
latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las
sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la
Historia”1
. Para Guy Montag, su trabajo constituía un placer, parte de su ser un
buen ciudadano, un fiel cumplidor de la ley. Su entrenamiento como bombero era
claro y sencillo, atender las alarmas y quemar los libros, aprehender a los lectores de
libros, aquellas peligrosas personas que atentaban contra la paz y el orden de los
ciudadanos, contra la felicidad de los mismos. En este trabajo, como en su vida
cotidiana, no tenía que intervenir la conciencia, pues no era él el que debía juzgar si
los libros eran buenos o malos. El trabajo de los bomberos era el de ser “(…)
1 Ray Bradbury, Fahrenheit 451, Editorial Minotauro, Buenos Aires, 2002, p. 13
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custodios de la paz de nuestras mentes (…)”2 y Guy Montag lo disfrutaba. Al menos
en un principio.
Para el hombre sin importancia3 de la sociedad de Fahrenheit 451 el imperativo
categórico era conservar la felicidad a toda costa como dice el jefe de bomberos
Beatty: “¿Qué queremos en esta nación, por encima de todo? La gente quiere ser
feliz, ¿no es así? ¿No lo has estado oyendo toda tu vida? «Quiero ser feliz», dice la
gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos
diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las
emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en
abundancia”4. De este modo, el hombre sin importancia de esta civilización, es un
adicto a la “ felicidad ”, aquél estado mental proporcionado por las flores de loto
tecnológicas y sociales que entrega el gobierno para hacer a la población olvidarse
de las preocupaciones y mantenerla entretenida en su propio mundo feliz, como
escribe Bradbury haciéndole un guiño a Huxley. Sin embargo, cabe preguntar ¿cuál
es el precio para mantener esa felicidad? ¿Qué poderes la población ha de entregar
al Estado Leviatán para que este vele por su paz mental? Lo único que pide el gran
Leviatán es que se le entregue la capacidad de contemplar: “ La cremallera
reemplazó al botón, y el hombre no tiene tiempo para pensar mientras se viste a la
hora del alba, una hora filosófica, y por lo tanto una hora melancólica”5. La
melancolía y la preocupación, el prestar atención al mundo que nos rodea está
prohibido, reemplazado por la diversión que proporciona el Estado. Así, el precio de
que continúe la cotidianeidad desenvolviéndose en su somnolencia habitual, parece
no ser alto. Simplemente consiste en que todos se conviertan en hombres sin
importancia, en que todos sean iguales. Este fenómeno ilustrado en Farenheit lo
explica brillantemente Hannah al referirse a la falta de reacción de Eichman ante las
atrocidades cometidas. Escribe: “ Presumieron — los jueces — que el acusado, como
toda «persona normal», tuvo que tener conciencia de la naturaleza criminal de sus
2 Ray Bradbury, Fahrenheit 451, p.74
3 Cfr, Hannah Arendt, Eichamnn en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Barcelona, Lumen,
2001 p. 84 “(…) según la fórmula del «imperativo categórico del Tercer Reich», debida a Hans Franck,
que quizá Eichmann conociera: «Compórtate de tal manera, que si el Führer te viera aprobara tusactos» (Die Technik des Staates, 1942, pp. 15 -16). (…). Sea cual sea la importancia que haya tenido
Kant en la formación de la mentalidad del «hombre sin importancia» alemán, no cabe la menor duda de
que, en un aspecto, Eichmann siguió verdaderamente los preceptos kantianos: una ley era una ley, y no
cabían excepciones.” 4 Ray Bradbury, Fahrenheit 451, p. 74
5 Ray Bradbury, Ibídem, p. 71
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actos, y Eichmann era normal, tanto más cuanto que «no constituía una excepción
en el régimen nazi». Sin embargo, en las circunstancias imperantes en el Tercer
Reich, tan sól o los seres «excepcionales» podían reaccionar «normalmente».”6
Bradbury capta este concepto de que el régimen distópico sólo se puede mantener si
eliminamos a los hombres excepcionales, como dice Beatty “No nacemos libres e
iguales, como dice la Constitución, nos hacemos iguales. Todo hombre es la imagen
de todos los demás, y todos somos así igualmente felices”7 . De esta forma, mientras
Montag disfrute quemar, mientras siga siendo un bombero más sin importancia,
mientras no sobresalga y constituya una excepción a la regla de la banalidad de la
sociedad, podrá vivir en paz. Sin embargo, la pregunta que nos cabe es: ¿puede vivir
en paz? Y más específicamente, ¿puede vivir cuando todo lo que lo rodea está
sumido en una banalidad absoluta?
Montag se Despier ta y Eichman se lava las manos
Para responder a las anteriores preguntas debemos comparar los caminos
tomados por los protagonistas de ambas historias, Eichman y Montag. E investigar
en ellos cómo es la conciencia de una persona normal y la conciencia de un hombre
sin importancia, cuáles son los pasos que hacen al hombre ir de una a la otra.
El primer momento que podemos notar que Montag empieza a despertar la
conciencia es en su encuentro con Clarisse McClellan. Cuando nuestro bombero sin
importancia se ve reflejado en los ojos de ella, algo en su interior cambia: “ Montag
se vio en los ojos de ella, suspendido en dos brillantes gotas de agua, oscuro y
diminuto, pero con mucho detalle; las líneas alrededor de su boca, todo en su sitio,
como si los ojos de la muchacha fuesen dos milagrosos pedacitos de ámbar violeta
que pudiesen capturarle y conservarle intacto. El rostro de la joven, vuelto ahora
hacia él, era un frágil cristal de leche con una luz suave y constante en su
interior ”8. Pasa de ser un bombero a, como dice Clarisse, ser tan sólo un hombre, y
eso, a alguien que está acostumbrado a formar parte de un cuerpo, a ser su trabajo,
lo pone incómodo. Para rematar, la joven le hace la única pregunta que puede, a un
hombre, hacer despertar su conciencia: “¿Es usted Feliz?”9. Montag se ve obligado
a mirarse en un espejo a sí mismo, a salir de su trabajo y enfrentarse con quién él
realmente es, y el resultado puede ser realmente doloroso.
6 Hannah Arendt, Eichman en Jerusalén…, p. 21
7
Ray Bradbury, Fahrenheit 451, p.738 Ray Bradbury, Ibídem, p. 17
9 Ray Bradbury, Ibídem, p.20
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No así el caso de Eichman que al enfrentarse con los Jueces en Jerusalén, no
puede ver en sí mismo la contradicción reinante en su propia conciencia
adormecida: “En su mente, no existía contradicción entre la frase «saltaré dentro
de mi tumba alegremente» a propósito para el final de la guerra, y la aseveración
«me ahorcaría gustosamente en público como un ejemplo y advertencia a todos los
antisemitas de la tierra», que ahora, en circunstancias muy diferentes, tenía el
mismo propósito de enaltecerle”10. Esta contradicción se debe a la vanidad que en
ella reina, vanidad que busca enaltecerse dentro de una sociedad, de un grupo,
aunque este sea el mismo de sus ejecutores. Sin embargo, un hombre no llega a ser
de este modo al final de su vida sin antes pasar por un proceso de adormecimiento.
Este proceso comienza por evitar la pregunta de Clarisse, solucionándola con la
misma anestesia que la mujer de Montag toma para tranquilizarse frente a las
atrocidades de las que ella y sus amigas hablan y cometen. Esta pastilla se resume en
la formula de Poncio Pilatos: “lavarse manos”, que sean otros los que decidan qué
es la felicidad, qué es lo correcto, así de este modo no se tendrá que volver a
preocuparse por nada. Esto lo podemos ver en la siguiente referencia de la vida de
Eichman por Hannah Arendt: “Hubo también otra razón en virtud de la cual el día
de la conferencia quedó indeleblemente grabado en la memoria de Eichmann. Pese
a que Eichmann había hecho cuanto estuvo en su mano para contribuir a llevar a
buen puerto la Solución Final, también era cierto que aún abrigaba algunas dudas
acerca de «esta sangrienta solución, mediante la violencia», y, tras la conferencia,
estas dudas quedaron disipadas. «En el curso de la reunión, hablaron los hombres
más prominentes, los papas del Tercer Reich.» Pudo ver con sus propios ojos y oír
con sus propios oídos que no solo Hitler, no solo Heydrich o la «esfinge» de Müller,
no solo las SS y el partido, sino la élite de la vieja y amada burocracia se desvivía,
y sus miembros luchaban entre sí, por el honor de destacar en aquel «sangriento»
asunto. «En aquel momento, sentí algo parecido a lo que debió de sentir Poncio
Pilatos, ya que me sentí libre de toda culpa.» ¿Quién era él para juzgar? ¿Quién
era él para poder tener sus propias opiniones en aquel asunto?”11. Aquí se
encuentra la raíz del adormecimiento, Eichman pasa de ser un hombre normal al que
la sola idea de la “ solución final ” da escalofríos, a ser un hombre sin importancia,
sin capacidad de Juzgar, ya que cuando son los popes del Reich los que frente a él
10 Hannah Arendt, Eichman en Jerusalén…, p. 37
11 Hannah Arendt, Ibídem, p. 72
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definen lo que es mejor para Alemania, los don nadies como él han de callar. Lo
mismo le sucede, como señalamos antes, a la mujer de Montag, Mildred, que
prefiere lavarse las manos y entregar a su marido a las autoridades, porque la verdad
acerca de ella es demasiado dolorosa, como señala en su escrito Arendt: “(… ) es
muy duro, y ciertamente deprimente, reconocer la propia culpa y arrepentirse”12.
Mirarse en el espejo del otro, contemplar la realidad circundante, prestar atención y
reconocer la propia culpa, el propio vacío, es difícil, a veces tremendamente
doloroso, pero es el camino que se ha de tomar si se ha de recuperar la conciencia.
Quien no se enfrenta al espejo de sí mismo cae en la tremenda banalidad del mal;
aquella que incluso frente a la frontera última de la muerte queda inmutable como
dice Hannah en referencia a las últimas declaraciones de Eichman: “Fue como si en
aquellos últimos minutos resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos
ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y
el pensamiento se sienten impotentes”13.
En cambio, el caso de Montag, quien ya afectado por la pregunta de su nueva
vecina, comienza a mirar su trabajo con nuevos ojos y a tomar conciencia de lo que
este significa. Poco a poco se va despertando para poder hacer la última pregunta
que lo llevará a asumir completamente su conciencia y comenzar a reaccionar ante
las atrocidades de su labor como un hombre normal: “— Tú no estabas allí, tú no la
viste — insistió él — . Tiene que haber algo en los libros, cosas que no podemos
imaginar para hacer que una mujer permanezca en una casa que arde. Ahí tiene
que haber algo. Uno no se sacrifica por nada”14. Esta es la respuesta de Guy a su
mujer ante el reproche de ella de que presenciar la inmolación de aquella anciana
con sus libros lo había cambiado. Es en ese instante que Montag se hace la pregunta
por aquella Verdad por la que vale la pena vivir y morir. Sin embargo, ¿cuál es la
diferencia entre el entregar la vida y la conciencia al Reich como lo hizo Eichman?
La respuesta se encuentra en el principio evangélico: “La verdad os hará libres” (Jn.
8, 32). Montag no busca una serie de reglas, imperativos como los que seguía
Eichman: “Sea cual sea la importancia que haya tenido Kant en la formación de la
mentalidad del «hombre sin importancia» alemán, no cabe la menor duda de que,
en un aspecto, Eichmann siguió verdaderamente los preceptos kantianos: una ley
12
Hannah Arendt, Ibídem, p. 15113 Hannah Arendt, Ibídem, p. 152
14 Ray Bradbury, Franheit 451, p. 65
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era una ley, y no cabían excepciones”15
. Montag busca aquello que lo libere, que le
haga asumir la responsabilidad de sus actos y por ende la dirección de los mismos.
Busca la libertad que lo pueda volver feliz. Aquello que hace que aún mostrándole
un espejo doloroso de sí mismo, vuelva a ser el mismo, un hombre normal en busca
de su destino. En busca de aquello que lo eleve por sobre la banalidad que lo rodea,
frente a la cual dice Hannah que “(…) las palabras y el pensamiento se sienten
impotentes”16 . Esto último lo podemos ver en las palabras que dedica el profesor
Faber a Guy sobre su despertar: “— Es usted un romántico incurable — dijo Faber —
. Resultaría divertido si no fuese tan grave. No son libros lo que usted necesita, sino
alguna de las cosas que en un tiempo estuvieron en los libros. El mismo detalle
infinito y las mismas enseñanzas podrían ser proyectados a través de radios y
televisores, pero no lo son. No, no: no son libros lo que usted está buscando.
Búsquelo donde pueda encontrarlo, en viejos discos, en viejas películas y en viejos
amigos; búsquelo en la Naturaleza y búsquelo por sí mismo. Los libros sólo eran un
tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos
olvidar. No hay nada mágico en ellos. La magia sólo está en lo que dicen los libros,
en cómo unían los diversos aspectos del Universo hasta formar un conjunto para
nosotros. Desde luego, usted no puede saber esto, sigue sin entender lo que quiero
decir con mis palabras. Intuitivamente, tiene usted razón, y eso es lo que
importa”17 .
He aquí la respuesta a nuestra pregunta, no se puede vivir como una persona
normal si se está sumido en la banalidad del mal: uno perderá su conciencia y pasará
a ser un hombre sin alma, sin conciencia, incapaz de ser libre más allá de lo que un
poder superior le ordena. Sin embargo, esto no es vida, porque por más que dentro
de la banalidad se tenga todo para ser feliz, siempre habrá algo que falte, ese detalle
que hace que las mascaras se caigan a medianoche y uno pueda respirar el aire
nocturno plagado de estrellas.
Conclusión
Si bien, en este trabajo, nos hemos tomado la licencia de comparar a un
personaje literario con uno de carne y hueso, lo hicimos a fin de ilustrar la
15
Hannah Arendt, Eichman en Jerusalén…, p. 8416 Hannah Arendt, Ibídem, p. 152
17 Ray Bradbury, Franheit 451, p.98
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importancia que tiene la conciencia individual, el ocio, la libertad y la prudencia
para evitar que la banalidad del mal lleve a hombres normales a convertirse en
hombres sin importancia, en don nadies, capaces de realizar las más grandes
atrocidades como parte de una rutina de oficina. A esto se refiere el profesor Faber
cuando dice: “ Los libros están para recordarnos lo tontos y estúpidos que somos.
Son la guardia pretoriana de César, susurrando mientras tiene lugar el desfile por
la avenida: «Recuerda, César, eres mortal.» La mayoría de nosotros no podemos
andar corriendo por ahí, hablando con todo el mundo, ni conocer todas las
ciudades del mundo, pues carecemos de dinero o de amigos .Lo que usted anda
buscando, Montag, está en el mundo, pero el único medio para que una persona
corriente vea el noventa y nueve por ciento de ello está en un libro. No pida
garantías. Y no espere ser salvado por alguna cosa, persona, máquina o biblioteca.
Realice su propia labor salvadora, y si se ahoga, muera, por lo menos, sabiendo
que se dirigía hacia la playa”18. Como nosotros todavía no estamos en una distopía,
podemos decir que esto se logrará si mediante la cultura y la educación, los que
estamos a cargo de ella, fomentamos las tres cosas que el Profesor Faber de Frenheit
le transmitió a Montag: Calidad, Ocio y libertad para ejercer la prudencia en
nuestros actos19 y no convertirnos en hombres sin importancia, sino en hombres y
mujeres libres con conciencias propias.
Bibliografía:
o Hannah Arendt, Eichamnn en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad
del mal, Barcelona, Lumen, 2001
o Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Taurus, Barcelo, 1998
o Ray Bradbury, Fahrenheit 451, Editorial Minotauro, Buenos Aires, 2002
o
Ray Bradbury, El hombre ilustrado, Editorial Minotauro, Buenos Aires,
2013
Anexo:
Extracto del diálogo entre Faber y Montag:
“»Primera: ¿Sabe por qué libros como éste son tan importantes? Porque tienen calidad.
Y, ¿qué significa la palabra calidad? Para mí, significa textura. Este libro tiene poros,
18 Ray Bradbury, Franheit 451, p. 102
19 Cfr. Ray Bradbury, Ibídem, Ver anexo con el Diálogo entre el profesor Faber y Montag.
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tiene facciones. Este libro puede colocarse bajo el microscopio. A través de la lente
encontraría vida, huellas del pasado en infinita profusión. Cuantos más poros, más
detalles de la vida verídicamente registrados puede obtener de cada hoja de papel,
cuanto más «literario» se vea. En todo caso, ésa es mi definición. Detalle revelador.
Detalle reciente. Los buenos escultores tocan la vida a menudo. Los mediocres sólo
pasan apresuradamente la mano por encima de ella. Los malos violan y la dejan por
inútil.
»¿Se dan cuenta, ahora, de por qué los libros son odiados Y temidos? Muestran los
poros del rostro de la vida. La gente comodona sólo desea caras de luna llena, sin poros,
sin pelo, inexpresivas. Vivimos en una época en que las flores tratan de vivir de flores,
en lugar de crecer gracias a la lluvia y al negro estiércol. Incluso los fuegos artificiales,
pese a su belleza, proceden de la química de la tierra. Y, sin embargo, pensamos que
podemos crecer, alimentándonos con flores y fuegos artificiales, sin completar el ciclo,
de regreso a la realidad. Conocerá usted la leyenda de Hércules y de Anteo, gigantesco
luchador, cuya fuerza era increíble en tanto estaba firmemente plantado en tierra. Pero
cuando Hércules lo sostuvo en el aire, sucumbió fácilmente. Si en esta leyenda no hay
algo que puede aplicarse a nosotros, hoy, en esta ciudad, entonces es que estoy
completamente loco. Bueno, ahí está lo primero que he dicho que necesitábamos.
Calidad, textura de información
— ¿Y lo segundo?
— Ocio.
— Oh, disponemos de muchas horas después del trabajo.
— De horas después del trabajo, sí, pero, ¿y tiempo para pensar? Si no se conduce un
vehículo a ciento cincuenta kilómetros por hora, de modo que sólo puede pensarse en el
peligro que se corre, se está interviniendo en algún juego o se está sentado en un salón,
donde es imposible discutir con el televisor de cuatro paredes… ¿Por qué? El televisor
es «real». Es inmediato, tiene dimensión. Te dice lo que debes pensar y te lo dice a
gritos. Ha de tener razón. Parece tenerla. Te hostiga tan apremiantemente para que
aceptes tus propias conclusiones, que tu mente no tiene tiempo para protestar, para
gritar: «¡Qué tontería!»
— Sólo la «familia» es gente.
— ¿Qué dice?
— Mi esposa afirma que los libros no son «reales».
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— Y gracias a Dios por ello. Uno puede cerrarlos decir «Aguarda un momento.» Uno
actúa como un Dios. Pero, ¿quién se ha arrancado alguna vez de la garra que le sujeta
una vez se ha instalado en un salón con televisor? ¡Le da a uno la forma que desea! Es
medio ambiente tan auténtico como el mundo. Se convierte y es la verdad. Los libros
pueden ser combatidos con motivo Pero, con todos mis conocimientos y escepticismo,
nunca he sido capaz de discutir con una orquesta sinfónica de un centenar de
instrumentos, a todo color, en tres dimensiones, y formando parte, al mismo tiempo, de
esos increíbles salones. Como ve, mi salón consiste únicamente en cuatro paredes de
yeso. Y aquí tengo esto — mostró dos pequeños tapones de goma — . Para mis orejas
cuando viajo en el «Metro».
— «Dentifrico Denham»; no mancha, ni se reseca — dijo Montag, con los ojos
cerrados — . ¿Adónde iremos a parar? ¿Podrían ayudarnos los libros?
— Sólo si la tercera condición necesaria pudiera sernos concedida. La primera, como he
dicho, es calidad de información. La segunda, ocio para asimilarla. Y la tercera: el
derecho a emprender acciones basadas en lo que aprendemos por la interacción o por la
acción conjunta de las otras dos. Y me cuesta creer que un viejo y un bombero
arrepentido pueden hacer gran cosa en una situación tan avanzada...”.