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    Alain medita sobre el ombligo

    Era el mes de junio, el sol asomaba entre las nubes y Alain pasaba lentamente por una calle de Pars. Observaba a las jovencitas que, todas ellas, enseaban el ombligo entre el borde del panta-ln de cintura baja y la camiseta muy corta. Esta-ba arrobado; arrobado e incluso trastornado: como si el poder de seduccin de las jovencitas ya no se concentrara en sus muslos, ni en sus nalgas, ni en sus pechos, sino en ese hoyito redondo situado en mitad de su cuerpo.

    Eso le incit a reflexionar: si un hombre (o una poca) ve el centro de la seduccin femenina en los muslos, cmo describir y definir la particularidad de semejante orientacin ertica? Improvis una respuesta: la longitud de los muslos es la imagen metafrica del camino, largo y fascinante (por eso los muslos deben ser largos), que conduce hacia la

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    consumacin ertica; en efecto, se dijo Alain, inclu-so en pleno coito, la longitud de los muslos brin-da a la mujer la magia romntica de lo inaccesible.

    Si un hombre (o una poca) ve el centro de la seduccin femenina en las nalgas, cmo descri-bir y definir la particularidad de esa orientacin ertica? Improvis una respuesta: brutalidad; gozo; el camino ms corto hacia la meta; meta tanto ms excitante por ser doble.

    Si un hombre (o una poca) ve el centro de la seduccin femenina en los pechos, cmo des-cribir y definir la particularidad de esa orientacin ertica? Improvis una respuesta: santificacin de la mujer; la Virgen Mara amamantando a Jess; el sexo masculino arrodillado ante la noble mi-sin del sexo femenino.

    Pero cmo definir el erotismo de un hombre (o de una poca) que ve la seduccin femenina concentrada en mitad del cuerpo, en el ombligo?

    Ramn pasea por el Jardin du Luxembourg

    Ms o menos mientras Alain reflexionaba acer-

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    ca de las distintas fuentes de seduccin femenina, Ramn se encontraba en las proximidades del mu-seo situado cerca del Jardin du Luxembourg, don-de, desde haca ya un mes, se expona la obra de Chagall. l quera ir a verla, pero saba de ante-mano que nunca se animara a convertirse por las buenas en parte de esa interminable cola que se arrastraba lentamente hacia la caja; observ a la gente, sus rostros paralizados por el aburrimien-to, imagin las salas en las que sus cuerpos y su parloteo taparan los cuadros, y no tard ms de un minuto en dar media vuelta y encaminarse par-que a travs por una alameda.

    All, la atmsfera era ms agradable; el gnero humano pareca escasear y estar ms a sus anchas: algunos corran, no por ir deprisa, sino por gusto; otros paseaban tomando helados; otros an, disc-pulos de una escuela asitica, hacan en el csped lentos y extraos movimientos; ms all, en un inmenso crculo, estaban las dos grandes estatuas blancas de las reinas de Francia y, an ms all, en el csped entre los rboles, en todas las direc-ciones, esculturas de poetas, pintores, sabios; se detuvo delante de un adolescente bronceado que, seductor, desnudo debajo de su pantaln corto, le ofreci mscaras que reproducan las caras de Balzac, Berlioz, Hugo o Dumas. Ramn no pudo

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    evitar sonrer y sigui su paseo por ese jardn de los genios, quienes, rodeados por la amable indi-ferencia de los paseantes, deban de sentirse agra-dablemente libres; nadie se detena para observar sus rostros o leer las inscripciones en los pedesta-les. Ramn inhalaba esa indiferencia como una cal-ma consoladora. Poco a poco, apareci en su cara una larga sonrisa casi feliz.

    No habr cncer

    Aproximadamente en el mismo momento en que Ramn renunciaba a la exposicin de Cha-gall y elega pasear por el parque, DArdelo su-ba la escalera que lleva a la consulta de su m-dico. Aquel da, faltaban tres semanas para su cumpleaos. Desde haca ya muchos aos, haba empezado a odiar los cumpleaos. Por culpa de las cifras que les encasquetaban. Aun as, no con-segua ignorarlos porque, en l, era ms fuerte el placer de ser festejado que la vergenza de en-vejecer. Y an ms desde que, esta vez, la visita al mdico aada un nuevo matiz a la fiesta. Era el da en que le comunicaran el resultado de to-

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    dos los exmenes que le daran a conocer si los sospechosos sntomas descubiertos en su cuerpo se deban, o no, a un cncer. Entr en la sala de espera y se dijo por lo bajo, con voz temblorosa, que dentro de tres semanas celebrara a la vez su nacimiento tan lejano y su muerte tan cercana; que celebrara una doble fiesta.

    Pero, en cuanto vio la cara risuea del mdi-co, comprendi que la muerte se haba dado de baja. El mdico le apret fraternalmente la mano. Con lgrimas en los ojos, DArdelo no pudo pro-nunciar palabra.

    La consulta del mdico estaba en la Avenue de lObservatoire, a unos doscientos metros del Jardin du Luxembourg. Como DArdelo viva en una callecita al otro lado del parque, decidi vol-ver a atravesarlo. El paseo entre los rboles le de-volvi un buen humor casi juguetn, sobre todo cuando rode el gran crculo formado por las es-tatuas de las antiguas reinas de Francia, todas ellas esculpidas en mrmol blanco, de pie en poses so-lemnes que le parecieron divertidas, casi alegres, como si con ello esas damas quisieran saludar la buena nueva que l acababa de recibir. Sin poder dominarse, l las salud dos o tres veces con la mano y solt una carcajada.

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    El secreto encanto de una grave enfermedad

    Fue ah, cerca de las grandes damas de Francia, donde Ramn se encontr con DArdelo, quien, el ao anterior, era an su colega en una insti-tucin cuyo nombre a nadie le importa aqu. Se detuvieron uno frente al otro y, tras los saludos habituales, DArdelo, en un tono extraamente exaltado, empez a contar:

    Amigo, conoces a La Franck? Hace dos das falleci su amado.

    Hizo una pausa y en la memoria de Ramn apareci el hermoso rostro de una mujer clebre a la que slo haba visto en fotos.

    Una agona muy dolorosa sigui DAr-delo. Lo vivi todo con l. Ella ha sufrido mu-chsimo!

    Cautivado, Ramn miraba esa cara alegre que le contaba una historia fnebre.

    Imagnate, en la noche del mismo da en que ella lo haba tenido moribundo entre sus bra-zos, estaba cenando conmigo y unos amigos y, no te lo vas a creer, estaba casi alegre! Cunto la admir entonces! Qu fortaleza! Eso es ape-

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    go a la vida! Rea con los ojos todava rojos de llorar! Y eso que todos sabamos cunto lo haba querido! Debi de sufrir muchsimo! Esta mu-jer es una fuerza de la naturaleza!

    Tal como ocurriera un cuarto de hora antes en el consultorio del mdico, unas lgrimas bri-llaron en los ojos de DArdelo. El caso es que, al hablar de la fuerza moral de La Franck, l pensa-ba en s mismo. Acaso no haba vivido l tam-bin todo un mes en presencia de la muerte? No haba estado tambin su fuerza de carcter some-tida a una dura prueba? Aunque ya fuera un mero recuerdo, el cncer permaneca en l alumbrado por una frgil luz que, misteriosamente, le encan-dilaba. Pero consigui dominar sus sentimientos y pas a un tono ms prosaico:

    Por cierto, si no me equivoco, t conocas a alguien que sabe organizar ccteles, que se en-carga de la comida y lo dems, no?

    S, es verdad dijo Ramn. Es que voy a organizar una pequea fiesta

    por mi cumpleaos.Despus de los comentarios exaltados sobre la

    clebre Franck, el tono ligero de la ltima frase le permiti a Ramn una leve sonrisa.

    Veo que tu vida es alegre.Curioso; esa frase no le gust a DArdelo.

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    Como si su tono demasiado ligero anulara la ex-traa belleza de su buen humor, mgicamente marcado por el pathos de la muerte cuyo recuer-do segua muy vivo en l:

    S, no est mal dijo, y, tras una pausa, aadi, aunque...

    Hizo otra pausa y aadi:Sabes, acabo de ir al mdico. El desconcierto en el rostro de su interlocutor

    le gust; prolong el silencio de tal manera que Ramn ya no pudo sino preguntar:

    Entonces, hay problemas?Los hay.DArdelo call y, de nuevo, Ramn no pudo

    sino volver a preguntar:Qu te ha dicho el mdico?En ese mismo instante DArdelo vio en los ojos

    de Ramn su propia cara como en un espejo: la cara de un hombre ya mayor, pero todava guapo, marcado por una tristeza que lo haca an ms atractivo; se dijo entonces que ese hombre guapo y triste pronto celebrara su cumpleaos y la idea que haba surgido en l antes de su visita al mdico volvi a cruzarle por la cabeza, la magnfica idea de una doble fiesta que celebrara a la vez el naci-miento y la muerte. Sigui observndose en los ojos de Ramn y, luego, con voz queda y suave, dijo:

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    Cncer...Ramn tartamude algo y, torpe, fraternalmen-

    te, roz con su mano el brazo de DArdelo.Pero hoy eso tiene tratamiento...Demasiado tarde. Pero olvida lo que acabo

    de decirte, no lo cuentes a nadie; vale ms que pienses en mi cctel. Hay que seguir adelante! dijo DArdelo y, antes de continuar su camino, alz la mano a modo de saludo, y ese gesto dis-creto, casi tmido, tena tal inesperado encanto que Ramn se emocion.

    Mentira inexplicable, inexplicable risa

    El encuentro de los dos antiguos colegas ter-min con ese hermoso gesto. Pero no puedo evi-tar una pregunta: por qu haba mentido DAr-delo?

    El propio DArdelo se lo pregunt a s mismo inmediatamente despus y tampoco l supo dar-se una respuesta. No, no se avergonzaba de haber mentido. Le intrigaba ms bien ser incapaz de en-tender el motivo de esa mentira. Normalmente, si se miente es para engaar a alguien y obtener a

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