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    Santiago Posteguillo

    LA NOCHE

    EN QUE FRANKENSTEIN

    LEY EL QUIJOTE

    La vida secreta de los libros(porque los libros tienen otras vidas)

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    ndice

    Prlogo 9

    Quin invent el orden alfabtico? 11Los vikingos y la literatura 19El autor secreto 27Escribi Shakespeare las obras de Shakespeare? 37La prisin 45

    El Ave Marade Schubert y la novela histrica 53Alejandro Dumas y la larga sombra de AugusteMaquet 61

    El discurso 69La noche en que Frankenstein ley el Quijote 81Primeras impresiones 91

    Veintisis das 101Hija de la lluvia 109Charles Dickens y la piratera informtica 117Esquina Prez Galds con ngel Guimer 125El asesinato de Sherlock Holmes 133La trinchera 141La Gestapo y la literatura 149

    El presidente Eisenhower y la rebelinde un hobbit 157

    El ltimo vuelo 165

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    El KGB y el manuscrito mortal 173La novela perdida 181Escritores asesinos 189El secreto de Alice Newton 197El libro electrnico o el pergamino del siglo xxi 207

    Para saber un poco ms 217ndice alfabtico 221

    Agradecimientos 229

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    Prlogo

    El anverso, la cara que todos ven de la literatura, son las

    novelas, los poemas o las obras de teatro representadassobre un escenario. Eso es lo que se ve, lo que iluminanlas luces de las libreras, lo que se anuncia en las pginas

    web de sus equivalentes virtuales en la red, lo que resplan-dece a las puertas de los grandes teatros, pero qu haydetrs? La noche en que Frankenstein ley el Quijotebusca

    conducir al lector audaz ms all de la frontera que nosmarcan las pginas de un libro, las palabras de un poemao las luces de una funcin. ste es un pequeo gran viajeque pretende mostrar al lector aquello que se escondedetrs de los libros: los autores, sus vidas, sus caprichos,sus genialidades y, a veces, sus miserias, y tambin aque-llo que hay detrs de los libros mismos como objeto: porqu hay libros annimos?, qu libro pona nervioso alservicio secreto sovitico?, cul era el escritor que inquie-taba a la Gestapo?, qu novela, que luego sera un granxito de ventas, fue rechazada por diferentes editores? Yes que un libro, desde que nace en la mente de un autor,de una autora, hasta que llega a las manos del pblico,

    pasa por decenas de pequeos momentos cargados decasualidad o inspiracin, de felicidad y, con frecuencia,tambin de sufrimiento. Este volumen recrea algunos de

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    esos instantes, destellos fugaces de grandes momentos dela historia de la literatura universal.

    Pero empecemos por el principio: por favor, haymuchsimos libros, decenas de miles, centenares de miles,millones de ellos, y se acumulan en las estanteras y seamontonan en todas las esquinas del despacho... Cmoordenarlos? Que venga alguien y, por favor, que pongaorden. Luego seguiremos.

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    Quin invent el orden alfabtico?

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    Una persona entra en una librera. Va con prisa. Olvid

    comprar un regalo para su pareja, pero sabe qu autor legusta y qu novela de ese autor le falta. Sbado por latarde. Ni un solo dependiente libre a quien consultar. Vaa la seccin de novela histrica. A, B, C, D, E... M. Ahest. Ha sido rpido. Mientras nuestro amigo se dirige ala caja, bendice a quien fuera que inventara el orden alfa-

    btico. Va a llegar a su cita, va a tener el regalo perfecto,todo a tiempo. Y siempre gracias a esa magnfica ordenadasucesin de letras, aunque ya no piensa en ello.

    Una vez en la calle se cruza con montones de perso-nas: todas van de un lado a otro, unos miran sus mviles,buscando en sus agendas electrnicas nombres de amigos,parientes, conocidos que el chip de su telfono organiza

    por orden alfabtico; el semforo se pone en verde. Dece-nas de coches inmviles, con sus matrculas de nmerosy letras ordenadas por orden alfabtico, le miran con susfaros mientras cruza la avenida; anhelan su propia luz

    verde para seguir sus infinitos trayectos. En una clnicaun mdico consulta en su ordenador una base de datos

    organizada por orden alfabtico; en su casa, una seora,a quien el mundo digital pill a contrapi, busca en laspginas amarillas la F para encontrar un fontanero. Hay

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    invenciones geniales que por su uso comn parece queestuvieron con nosotros desde siempre, pero no fue as.Nada ha surgido de la nada. Es slo que en la ineludible

    vorgine del presente olvidamos nuestro pasado. As, nosabemos quin invent el fuego o quin dise un da laprimera rueda. De igual forma podemos preguntarnos:sabemos acaso quin invent el orden alfabtico, esemismo orden sin el que no sabramos identificar nuestroscoches, organizar nuestras agendas electrnicas o encon-

    trar una buena novela en una librera? Viajemos atrs enel tiempo, pues esta historia empez hace muchos aos.

    A mediados del siglo iii a. C., el gran imperio deAlejandro Magno acaba de descomponerse en diferentesestados y a la cabeza de cada uno de esos nuevos reinosha quedado uno de sus veteranos generales. Seleuco se

    qued con Babilonia, Mesopotamia, Persia y Bactria;Antgono obtuvo el control de Frigia, Lidia, Caria, elHelesponto y parte de Siria; Lismaco se qued con Tra-cia, y Casandro con Macedonia; pero es el general Tolo-meo quien nos interesa, pues l ser quien gobierne apartir de entonces el legendario Egipto, desde el sur deSiria hasta los confines ms recnditos del valle del Nilo.

    Las guerras de frontera, precisamente contra los otrosgenerales del fallecido Alejandro, ahora convertidos enambiciosos reyes, consumen las energas de Egipto, pero,aun as, Tolomeo I funda un nuevo edificio en Alejandrams all de los intereses militares: una biblioteca. No tuvotiempo de ms. Teniendo en cuenta a sus belicosos veci-

    nos, ya hizo mucho. Su hijo Tolomeo II le sucede en eltrono, pero Tolomeo II no es el gran militar que fue supadre y pronto es derrotado en las fronteras del reino;

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    Tolomeo II, rey faran de Egipto, se concentra entoncesen las grandes obras pblicas en Alejandra: contina conla consolidacin de la biblioteca y construye, en la isla deFaros, una gran torre con fuego en lo alto que servir degua a los barcos que llegan al gigantesco puerto de aque-lla emergente urbe del mundo antiguo. Eran barcos car-gados con todo tipo de mercancas venidas desde todaslas esquinas del Mediterrneo: aceite de la lejana Hispania,

    vino de la Galia, lana de Tarento... y entre todo lo que

    traan haba cestos enormes repletos de rollos y ms rollosde papiro con volmenes de todo tipo: obras de teatro,poemas picos, tratados de filosofa, medicina, matem-ticas, retrica y cualquier rama del saber de la poca. Setrataba de recopilar todo el conocimiento para constituirla mayor y mejor biblioteca del mundo, pero lleg un

    momento en que todos los funcionarios del nuevo edifi-cio se vieron desbordados por la enorme cantidad de rollosque tenan y as se lo comunicaron a su rey. Fue entoncescuando Tolomeo II llam a Zenodoto.

    Necesito que te ocupes de la biblioteca le dijoTolomeo II.

    Zenodoto se senta incmodo. Llevaba meses centra-

    do en la recopilacin de los viejos poemas de un tal Ho-mero, un autor antiguo difcil de entender que em-pleaba palabras viejas olvidadas por todos, hasta el pun-to de que haba ocupado las ltimas semanas en escribirun detallado glosario que recopilara todos aquellos tr-minos.

    El rey faran de Egipto tiene muchos servidoresque pueden ocuparse de la biblioteca respondiZenodoto para intentar zafarse de un encargo que retra-

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    sara en meses, quiz en aos, el trabajo que llevaba entremanos y que le interesaba mucho ms que ponerse a orde-nar papiros.

    El rey faran dador de Salud, Vida y Prosperidad,pues segn la milenaria tradicin sos eran sus ttulos enEgipto desde el tiempo de las pirmides, sonri. Tolo-meo II siempre fue paciente con Zenodoto.

    Slo te pido que vayas a ver la biblioteca. Entoncesentenders.

    Zenodoto no poda negarse. A fin de cuentas era elfaran quien financiaba sus trabajos. As, a regaadientes,se encamin hacia la vieja biblioteca. Nada ms llegarempez a entender: Tolomeo II haba ampliado notable-mente los edificios que su padre haba dedicado a aquelcentro del saber. Las dimensiones eran descomunales. Era

    evidente que nunca antes se haba construido una biblio-teca de esa envergadura, pero aquello careca de impor-tancia en comparacin con lo que Zenodoto encontr ensu interior: centenares de trabajadores llevaban miles decestos repletos de rollos de papiro de un lugar a otro,distribuyndolos segn podan por las inmensas salas deaquella gigantesca obra. Haba centenares de miles de

    rollos de papiro, quiz ms de un milln. Incontables,inabarcables. Zenodoto comprendi al rey faran. Nohaba encontrado a nadie que ni tan siquiera pudiera haberintuido cmo ordenar todo aquello. Y ordenarlo era clave,pues una biblioteca no vala nada por el mero hecho deacumular centenares de miles de rollos si nadie era capaz

    de encontrar uno cuando alguien quisiera consultarlo. Enlas pequeas bibliotecas griegas, donde se acumulabanunos centenares de rollos, el veterano bibliotecario de

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    cada lugar recordaba el sitio donde encontrar cualquiertexto, pero all aquello era absurdo. Nadie poda recordartanto. Haba que clasificar, como fuera; pero clasificaraquellas montaas de cestos llevara aos, siglos. Nisiquiera bastara una vida. Zenodoto, no obstante, no erahombre de amilanarse con facilidad y puso los brazos en

    jarras. Cmo ordenar aquel universo de palabras? Tenaque haber alguna forma.

    Zenodoto no durmi aquella noche. Se movi in-

    quieto en la cama. Slo soaba con miles y miles de rollosen grandes colinas dispersas como tmulos fantasmag-ricos. Se incorpor sobresaltado. Estaba sudando profu-samente. Se levant y ech agua fresca en un vaso decermica. De pronto tuvo un momento de iluminacin.

    A la maana siguiente fue a hablar con el rey.

    Yo me har cargo de la biblioteca dijo, y Tolo-meo II asinti satisfecho.Zenodoto regres entonces a aquel imponente edifi-

    cio y se situ en medio de todos aquellos rollos. En sumente recordaba su glosario de palabras antiguas deHomero: eran tantos los trminos arcaicos que usabaaquel poeta que los haba ordenado por grupos, los que

    empezaban por A todos juntos, luego los que empezabanpor B y as sucesivamente. Al principio le pareci algodemasiado simple, pero pronto se dio cuenta de que aque-llo funcionaba muy bien para localizar una palabra sobrela que hubiera trabajado. Zenodoto, subido a una mesaque utiliz como improvisado estrado, habl alto y claro

    a los trabajadores de la gran Biblioteca de Alejandra.Ordenaremos los rollos por orden alfabtico segnsu autor.

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    Todos le miraron asombrados. Y, al mismo tiempo,infinitamente aliviados. La tarea llev meses, aos, peroZenodoto tuvo tiempo de ver en vida aquella inmensabiblioteca con todos los centenares de miles de rollosarchivados y localizables y, adems, tuvo tiempo de volvera trabajar sobre los poemas de Homero.

    Y as seguimos. As que cuando busque un libro enuna librera o el nmero de telfono de un amigo en suagenda electrnica en el mvil, recuerde al bueno de

    Zenodoto. Se merece, cuando menos, un segundo denuestra memoria.