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CURZIO MALAPARTE (Prato, 1898 - Roma, 1957) es uno de los intelectuales más reconocidos y polémicos de la Italia del siglo xx. Combatió como voluntario en la Primera Guerra Mundial, experiencia que recogió en su novela Viva Caporetto! Tras ser ideólogo del partido fascista se desengañó y publicó su libro Técnica del golpe de Estado, ataque a Mussolini y Hitler que le valió el encarcelamiento. Entre sus demás obras destacan clá-sicos como Kaputt y La piel.

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En la década de 1930, Curzio Malaparte se propuso escribir un libro sobre «el motor principal del fascismo», Benito Mussolini. Por diversas razones –que incluyen sus distintos encarcelamientos a manos del régimen coman-dado por el Duce–, Malaparte nunca logró completar el proyecto como tal. Muss es, entonces, un libro fragmentario escrito en un período que abarca desde aquellos años hasta 1950, cuando el objeto de su estudio ya había sido asesinado. Lo fascinante del texto es la ambivalencia de Malaparte hacia una figura sin cuya inmensa capacidad de seducción no se explicaría el poder que llegó a concentrar y el desastre y la destrucción ocasionadas. Con suma precisión, el autor delinea cómo Mussolini fue construyendo a conciencia la «leyenda mussoliniana», a través de encumbrarse como si fuera un santo mediante la «técnica de la divinidad artificial».

Como una especie de expiación tardía, en El Gran Imbécil Malaparte rea-liza una punzante sátira donde el otrora poderoso Duce aparece reducido a un personaje de una comicidad patética. Malaparte imagina que Mussolini aparece ante las puertas de su ciudad natal, Prato, a la cabeza de su temible ejército, y como castigo debe someterse a un ritual sumamente antiguo: atraer con su canto a una gata atada sobre las murallas de la ciudad para obtener el favor de sus habitantes. Sometido al escarnio de un pueblo al que aplastó y maltrató durante más de veinte años, el Duce aprende que no obstante lo anterior, jamás logró despojar a los italianos de su dignidad.

«Un conversador exquisito y un oyente lleno de tacto y educación».EugEnio MontalE

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Muss. Retrato de un dictador El Gran Imbécil

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Muss. Retrato de un dictador El Gran Imbécil

Curzio Malaparte

Prólogo de Francesco Perfetti

Nota al texto de Giuseppe Pardini

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Todos los derechos reser vados.Ning una parte de esta publicación puede ser reproducida,

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Título original:Muss. Il Grande Imbecille

Copyright © By Comunione Eredi Curzio Malaparte, Italy © Del Prólogo, Francesco Perfetti © De la Nota al texto, Giuseppe Pardini

Primera edición: 2013

Fotografía de portada Topical press agency

Traducción© Juan ramón azaola

Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2013París 35-AColonia del Carmen, Coyoacán, 04100, México D. F., México

Sexto Piso España, S. L.Camp d’en Vidal 16, local izq.08021, Barcelona, España

www.sextopiso.com

DiseñoEstudio Joaquín Gallego

FormaciónQuinta del Agua Ediciones

ISBN: 978-84-15601-17-3Depósito legal: M-42245-2012

Impreso en España

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ÍNDICE

Prólogo 9 Francesco Perfetti

Muss Retrato de un dictador 27

Apéndice a Muss 91

El Gran Imbécil 103

Notas a El Gran Imbécil 139

Nota al texto 145 Giuseppe Pardini

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PRóloGo

Curzio Malaparte empezó a escribir los primeros apuntes para Muss. Ritratto di un dittatore –un ensayo un tanto agudo y mordaz, aunque atípico, sobre Benito Mussolini, destinado a quedar incompleto, un ensayo a mitad de camino entre la in-dagación psicológica, la reflexión histórico-política y el rela-to anecdótico– presumiblemente en torno al verano de 1931, cuando se encontraba en Francia. Por una carta a Daniel Halévy del 4 de septiembre de ese año se sabe que había acordado con el editor parisino Bernard Grasset –el mismo que acababa de publicar con gran éxito, aunque también con gran escándalo y una secuela de polémicas, Technique du coup d’Etat– escribir «une biographie de Mussolini», pero sólo cuando se lo per-mitiesen las circunstancias. En la misma carta, Malaparte aña-día alguna frase que ya nos ilustra acerca de su relación con el jefe del fascismo: «Para la biografía de Mussolini, pienso que las circunstancias actuales no me permiten pasar el Rubicón: quiero dejar esa iniciativa al propio Mussolini, que no dejará pasar la ocasión de forzarme a ello. Su silencio no es en ab- soluto benévolo: evidentemente espera que yo vaya a Italia, y no quiere que me ponga en guardia. El día en que se dé cuenta de que me quedo tranquilamente en Francia, su humor le aconsejará jugarme alguna mala pasada, una campaña de pren-sa, por ejemplo, o bien la expulsión del Partido. Entonces seré libre para poder escribir lo que quiera. En cualquier caso, vale más esperar: y yo espero».1

1 Carta de Malaparte a Daniel Halévy expedida en Juan les Pins el 4 de sep-tiembre de 1931, en Archivio Malaparte, Florencia, publicada en E. Ronchi Suckert, Malaparte, II, 1927-1931, Florencia, 1992, pp. 796-7.

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De hecho, Malaparte se había trasladado a Francia en ene-ro, tras su brusco despido de la dirección de La Stampa.2 Esta medida –cuyos verdaderos motivos aún no han sido aclarados del todo y que deben ser ciertamente muy complejos y recon-ducibles a cuestiones de orden político, o a intereses económi-cos afectados por las investigaciones del periódico, o también a hechos de índole personal, ya que la cabecera había alcanzado un claro beneficio con su dirección, superando a su com- petidor directo La Gazetta del Popolo– le había afectado pro-fundamente, hasta el punto de que, en un primer momento, llegó a acariciar la idea de abandonar el periodismo militante; y ello a pesar de las voces, recogidas por informadores de la policía (en este caso hay que decir que inesperadas), que lo señalaban como un posible candidato a la sucesión del herma-no de Mussolini, Arnaldo, en la dirección de Il Popolo d’Italia.3 En realidad el propio Mussolini le había asegurado que pronto habría para él nuevos encargos y se había hablado incluso de la posibilidad de utilizarlo en la diplomacia; una hipótesis que no se materializó y con la que, por el contrario, el amargado y despechado Malaparte, como se deduce de su correspondencia con Giovanni Borelli, se había sentido bastante halagado y con la que estaba convencido de la oportunidad de poder apartarse de la escena por algún tiempo.

Durante el período transcurrido en Francia, interrumpido por alguna breve estancia en Italia, Malaparte, desplazándose entre Juan les Pins y París, entre Antibes y Cannes, tuvo la opor- tunidad de frecuentar a muchos literatos, artistas y escritores que residían al otro lado de los Alpes –desde André Malraux a François Mauriac, desde André Maurois a Georges Bernanos, desde Jean Giraudoux a Jean Guéhenno, desde Alberto Savinio a Daniel Halévy–, llegando a establecer con algunos de ellos

2 Sobre este episodio cfr. G. Pardini, Curzio Malaparte. Biografia politica, Milán, 1998, pp. 2323; G.B. Guerri, L’Arcitaliano. Vita di Curzio Malaparte, Mi- lán, 1980, pp. 133-6; A. Signoretti, La Stampa in camicia nera, Roma, 1978.

3 Archivio Centrale dello Stato, Ministero degli Interni, P.S., Polizia Poli-tica, b. 168, 12 de diciembre de 1930.

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una intensa relación. También tuvo relaciones más o menos episódicas con algunos exponentes del destierro, empezando por Carmelo Puglionisi, un periodista republicano refugiado en París en 1927, tras una fuga plagada de aventuras, y con Anto-nio Aniante, «de los habitantes de Montparnasse […] el más famoso de entre los más empobrecidos y más sicilianos»,4 un escritor al que había hecho colaborar en La Stampa. Preci- samente, su frecuente trato con Aniante dio origen a un caso desagradable. Cuando éste publicó un volumen un tanto críti- co sobre Mussolini5 se acusó a Malaparte, quien era ya objeto de una violenta campaña de prensa en Italia, de haber sido su mediador ante el editor Grasset; y esta circunstancia, aunque negada repetidamente por el interesado,6 le causó diversos

4 Cfr. L’otto volante a Parigi, por C. Malaparte, en «l’Italia letteraria», 31 de enero de 1932.

5 A. Aniante, Mussolini, Grasset, París, 1932.6 Cfr. por ejemplo, lo que Malaparte escribe a Borelli poco después de la

publicación del libro de Aniante: «El caso Aniante empieza a ser patoló-gico […]. lo que me desagrada del asunto, aparte del contenido del libro, es el modo utilizado por Aniante para entrometerse. Ha esperado a que me fuera de París y, a finales de julio, ha presentado el manuscrito re- comendando que no se me dijera nada, temiendo que yo, por celos, le cerrara el camino. A finales de noviembre, cuando volví por unos días a París, el libro estaba ya impreso. He hecho saber a Grasset la metedura de pata cometida, pero era demasiado tarde. Ahora todos están fastidia-dísimos con el asunto y Aniante, a mi parecer, ha engañado también a los editores franceses, que en estos momentos de crisis no quieren tener problemas ni en Francia ni fuera. Te digo esto porque si algún malin-tencionado insinuase que el libro lo he presentado yo y lo he recomen-dado yo, aunque sea indirectamente, puedas desmentirlo del modo más categórico. Por lo demás todos están dispuestos a testificar y a hacer las declaraciones que haga falta. Pero no creo que haya gente tan malvada como para perjudicarme tanto: es absolutamente absurdo y ridículo que yo haya patrocinado un libro semejante. Basta leerlo. Pero soy el único autor de Casa Grasset y mi posición privilegiada puede fastidiar a alguien y excitar la ira de los envidiosos» (carta de Malaparte a Borelli expedida en París el 19 de diciembre de 1932, en Archivio Malaparte, publicada en E. Ronchi Suckert, Malaparte, III, 1932-1936, Florencia, 1992, pp. 112-3). Borelli tranquilizó a su correspondiente: «No te preocupes por el caso Aniante. Nadie pensará nunca que tú hayas podido patrocinar un libro como ése, escrito por ese joven bandido… Has hecho bien de todos modos

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problemas. otras voces un tanto difusas, aunque enérgicamen-te desmentidas por Malaparte, captadas por los informadores de la policía italiana en París a finales de 1932, hicieron refe-rencia a sus presuntos contactos directos con Gaetano Sal- vemini y apuntaron también al hecho de que le debiera a éste una considerable suma de dinero nunca restituida.7 Que Mala-parte hubiera conocido a Salvemini es, por otro lado, bastante probable si se tiene en cuenta el hecho de que él era inquilino y amigo de Halévy y que Salvemini no sólo frecuentaba la casa de Halévy sino que en Francia lo publicaba Grasset; por lo de-más circulaban rumores en ese sentido desde hacía mucho tiempo, hasta el punto de que Fernanda ojetti habría dicho en una ocasión, en público, una frase referida a él –«¡Frecuenta a cierta gente!»–, que suscitó inmediatas e indignadas reac-ciones por parte del escritor, al cual también habría pregun-tado si se había visto con Salvemini.8

en escribirme claramente a ese propósito, de manera que pueda yo ad-vertir a los amigos» (carta de Borelli a Malaparte expedida en Milán el 21 de diciembre de 1932, en Archivio Malaparte, publicada en Ibidem, p. 118). Malaparte se lamentó también ante otros amigos, como se deduce de lo que le escribió Mino Maccari: «Justísimo lo que dices del libro de Aniante […] tu opinión es compartida por Barilli, por Cardarelli, por longanesi, por todos» (carta de Maccari a Malaparte expedida en Roma el 3 d enero de 1933, en Archivio Malaparte, publicada en Ibidem, pp. 160-1). la con-trariedad de Malaparte es comprensible y se puede considerar fidedigna su versión por el hecho de que Grasset estaba interesado en publicar un trabajo sobre Mussolini: es verosímil que conociendo el hecho de que el Muss malapartiano no habría estado listo en breve, aprovechase la ocasión que le ofrecía Aniante.

7 «Todo lo que Salvemini ha dejado en Italia es un crédito de cerca de 150 000 liras a Curzio Malaparte, crédito que no habría nunca recupera-do, aunque para él Salvemini representase todas sus economías». (Infor-mazione P.S., París, 7 de diciembre de 1932, en Archivio Centrale dello Stato, Segreteria Particolare del Duce, C/R, b. 49).

8 «Me sentó mal que su mujer […] me preguntara si yo había estado con el prof. Gaetano Salvemini. No conozco, no he conocido y no conoceré nunca a Gaetano Salvemini. ¿Cómo puede habérsele pasado por la cabeza una cosa semejante a su mujer? […]. Además luego dijo que le habían dicho de mí: “¡Frecuenta a cierta gente!” ¿A qué gente? Yo frecuento sólo a gente de bien y políticamente cabal, tanto a franceses como a italianos» (carta

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Sin embargo, las frecuentaciones de Malaparte, que los informadores italianos de la Policía Política en París enfatiza-ban con el fin de acusarle de antifascismo, no tenían, si bien se mira, un gran valor político o un carácter de explícita con-testación del régimen, ya que encajaban bastante bien en el marco de comportamiento típico de un hombre al que le gustaba ostentar –y poco importa si por elección estetizante y narcisis- ta o por su propia naturaleza– un profundo anticonformismo en sus actitudes y en sus relaciones humanas. Y que, al mis- mo tiempo, optaba por asumir comportamientos de un desde-ñoso y amargo despecho respecto a las que consideraba, con razón o sin ella, injusticias perpetradas contra su persona. El hecho, por ejemplo, de que rechazase participar en calidad de delegado italiano en una reunión antibolchevique –que había sido organizada en marzo de 1932 en Bruselas por excomba-tientes franceses, ingleses, italianos, belgas y rusos blancos– estaba destinado, comprensiblemente, a suscitar cierto clamor y a convertirse en objeto de particular atención por parte de los informadores de la Policía Política,9 pero no puede tomarse como una demostración convincente de una toma de postura conscientemente antifascista. Todo lo más –incluso admitien-do que pudiera haber emprendido un cierto proceso de revi-sión crítica de sus convicciones fascistas, siempre a nivel embrionario, ya que esperaba obtener (y trabajaba al respecto) encargos relevantes, como por ejemplo entrar a formar parte del Consejo General de las Corporaciones–, parece bastante

de Malaparte a Ugo ojetti expedida en París el 20 de febrero de 1932, en Archivio Malaparte, publicada en E. Ronchi Suckert, Malaparte, III, cit., pp. 26-7). Después de haber visto esta carta, que le enseñó su marido, Fernanda ojetti escribió a Malaparte sosteniendo que la suya no había sido «una malvada insinuación» sino una pregunta hecha «por una ami-ga con el pelo gris que hablaba al amigo de pelo negrísimo» para poner-lo en guardia (carta de Fernanda ojetti a Malaparte del 22 de febrero de 1932, en Archivio Malaparte, publicada en E. Ronchi Suckert, Malaparte, III, cit., p. 31).

9 Archivio Centrale dello Stato, Ministero degli Interni, P.S., Confinati Po-litici, b. 985, E. Suckert Kurt (Malaparte).

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más verosímil que Malaparte prefiriera, fuesen cuales fuesen sus motivos profundos, dedicar, en ese momento, más atención a la literatura que a la política,10 y permanecer, por tanto, en po-sición de hacerse a un lado y esperar, lo que, sin embargo, con el transcurso del tiempo se hacía cada vez más insoportable, ya que se correspondía mal con su carácter.

Que tenía en Italia, junto a muchos admiradores, también muchos enemigos era un dato objetivo y, por lo demás, las obras que había publicado en Francia –Technique du coup d’État y Le bonhomme Lénine–11 habían suscitado en su contra sospe-chas, desconfianzas y antipatías: la primera por sus críticas, considerables y explícitas, al nacionalsocialismo alemán; la segunda, además de por motivos políticos, también y quizá más por razones mezquinas, por envidia del éxito de un libro que, en palabras de los informadores de la Policía Política, le había procurado unas ganancias de 100 000 francos. Sea como sea, Malaparte –si bien llevando una existencia brillante y, como siempre, inquieta y aunque manteniendo relaciones más o me-nos «peligrosas»– siguió «viviendo su vida de un modo ajeno a los acontecimientos políticos del momento» y permaneciendo «ausente» con respecto al régimen, como él mismo contó en un relato autobiográfico que quedó incompleto y hasta ahora inédito.12 Hay manifestaciones, más o menos acentuadas, de impaciencia por su situación y momentos de irritación por campañas de prensa organizadas contra él por periódicos ita-lianos (Il Popolo di Lombardia, L’Artiglio, Il Tevere, Ottobre y otros) que pueden rastrearse en la correspondencia privada de esos

10 El 29 de enero de 1933 escribía a Borelli desde londres disculpándose por no cumplir estrictamente el contrato que tenía con Il Corriere della Sera, y precisando: «Te repito que ya no me ocuparé más de política. Me basta, por ahora, la literatura. Digo por ahora, porque un día u otro mi situación tendrá que “quedar clara necesariamente”». (carta de Malaparte a Borelli en Archivio Malaparte, publicado en E. Ronchi Suckert, Malaparte, III, cit., p. 177).

11 C. Malaparte, Le Bonhomme Lénine, Grasset, París, 1932. 12 C. Malaparte, Una tragedia italiana, escrito a máquina, en Archivio Mala-

parte, p. 36.

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años, sobre todo con Aldo Borelli y Daniel Halévy, pero se tra-ta, sobre todo, de lamentaciones y arrebatos de ira dirigidos en algún caso también contra Mussolini.

la única toma de postura política significativa asumida por él fue con respecto al nacionalsocialismo, con un artículo sobre Guicciardini publicado en la revista Les Nouvelles Littéraires, destinado, por lo demás, a provocar un avispero y, ciertamen-te, no a mejorar su posición personal, ya difícil y comprome-tida. Comenzaba relatando que un joven alemán le había pedido consejo sobre algo que leer para comprender la situa-ción política interna de su país y añadía que le había respon-dido recomendándole la lectura de Guicciardini en caso de estar «ya resignado a doblar la rodilla» o la de Mazzini «si pretendía conservar su libertad de espíritu por lo que concier-ne a Hitler». Sostenía luego que la mayoría de la burguesía alemana estaba mejor preparada para el «prudent réalisme» de Guicciardini que para el «idéalisme romantique» de Mazzi-ni, y que las páginas del historiador florentino constituían «el manual más precioso para nuestra época, el breviario del cor-tesano, una guía indispensable para todos los que están obli-gados a vivir bajo una dictadura europea moderna y quieren vivir en paz con su tirano». Quien hubiera leído a Guicciardini habría aprendido «el arte de la genuflexión y el de doblar el espinazo», ya que sus páginas eran «el Vade mecum del perfec-to ciudadano de un Estado privado de libertad, un compendio de reglas indispensables para el que quiera vivir sin problemas (¡aunque al precio de cuántas renuncias y de cuántas banali-dades!) bajo el escarpín charolado (no hay que hablar de bota; ¡es una palabra vejatoria!) del dictador moderno». Finalmente concluía sosteniendo que, si Guicciardini hubiera estado vivo, Mussolini lo habría enviado donde Hitler como embajador ex-traordinario, ya que habría podido enseñar a los alemanes «el cómodo arte de plegarse a las circunstancias».13

13 C. Malaparte, Guichardin moraliste méprisable, en Les Nouvelles Littéraires, 25 de marzo de 1933.

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Aunque dedicado a la realidad alemana –y la hostilidad de Malaparte con respecto al nazismo y a Hitler no era ningún misterio–, el artículo podía leerse, por la referencia a Musso-lini y a las dictaduras modernas, como un ataque indirecto al fascismo y a su jefe, por lo que no tardaron en aparecer las reacciones en la prensa y Borelli sugirió a Malaparte que se explicara directamente con el Duce o con Chiavolini o Polve-relli, pero añadió que «arriba», a pesar del disgusto provoca-do por ese escrito, se sentía todavía por él el «mayor afecto».14 A la paternal misiva del director del Corriere della Sera, Mala-parte contestó que el artículo no era sino «un pálido reflejo» de lo escrito en Technique du coup d’État, se lamentó de las «ve-jaciones, que son siempre odiosas» hechas a él o «a tanta otra gente que no hace mal a nadie», añadiendo que había aceptado sus consejos y dejando entender que no tenía ninguna inten-ción de asociarse con la gente del destierro: «De mí no puede esperarse un acto de rebelión más que si me dan demasiado la lata. Que me dejen vivir en paz, y yo les ignoraré. Que den or-den, por ejemplo, a sus autoridades diplomáticas de no tratarme como a un desterrado, si no quieren que cualquier día, lógi- camente, yo me considere un desterrado. Pero un desterrado de una nueva especie, no te preocupes, que no se mezclaría con gente podrida alguna, y que sería bastante más peligroso que muchos otros. En lugar de agradecerme que, con la notoriedad internacional que me he creado (y ya verás dentro de algún tiempo), esté callado y finja aprobarlos plenamente, esos seño-res hacen que se me boicotee como si fuera un desterrado».15 Confirmó conceptos análogos poco tiempo después en otra carta a Borelli: «Para mí no hay sitio en Italia. Creía que un hombre que ha comenzado su vida yendo a la guerra a los 16 años y que desde entonces no ha cesado nunca de combatir honradamente,

14 Carta de Borelli a Malaparte enviada desde Milán el 6 de abril de 1933, en Archivio Malaparte, publicada en E. Ronchi Suckert, Malaparte, III, cit., pp. 217-8.

15 Carta de Malaparte a Borelli escrita desde londres el 8 de abril de 1933, en Archivio Malaparte, publicada en Ibidem, pp. 218-20.

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pudiera tener derecho a trabajar en su patria. Me equivocaba. Si tuviera algo sobre mi conciencia, si hubiera robado como todos esos canallas que Mussolini lleva en los escudos, tam-bién habría un lugar para mí en Italia. Ahora, sin la interven-ción de Él, ni yo, ni ningún otro, puede encontrar trabajo en mi país. A él no le pediré que intervenga, ¿estamos de acuer-do? Tendré que volver a empezar desde el principio toda mi vida. la experiencia me ha servido. Tengo 35 años, ya no soy un muchacho, pero me siento fuerte y combativo y optimista como a los 20. Reirá mejor el que ría el último. Es deber de los italianos de bien hacer y decir todo lo que los demás, la masa, no puede ni hacer ni decir. Ése, en pocas palabras, es mi estado de ánimo. Y no creas que me echo en los brazos de los desterra-dos. Yo vivo y trabajo por mi cuenta y no me asocio con nadie, ni con ellos ni con los otros». En la misma carta Malaparte rei-vindicó el derecho a no tener nada que reprocharse, «la menor de las cosas, la menor de las porquerías» y añadía con un pun- to de amargura: «Se me puede acusar de tener un tempe- ramento libre y violento. ¡Quiera el cielo que todos los italianos tuviesen mi temperamento! No se habrían visto ciertas cosas, ni se iban a ver, y otras no durarían cinco minutos. Mussolini quiere que los italianos estén de rodillas y que roben. Yo no he hecho nunca, ni nunca haré, ni una cosa ni la otra. Ésa es la explicación de toda mi situación. Hace diez años, casi doce, que soy un tolerado del Régimen. Siempre a punto de ser arro-jado fuera como represalia. Siempre mal visto por los cerdos y combatido subterráneamente. Muy bien. Hoy soy libre y ca-mino con la cabeza alta. Tengo 35 años, es decir que soy más joven que muchos otros».16 Si la relación de Malaparte con el exilio, como demuestran los pasajes reseñados (aunque otros del mismo tenor pueden encontrarse en su correspondencia privada), era una relación epidérmica que no hubiera podido terminar en una adhesión del escritor, es verdad que éste, si

16 Carta de Malaparte a Borelli expedida desde londres el 12 de mayo de 1933, en Archivio Mussolini, publicada en Ibidem, pp. 23-4.

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bien continuaba gravitando en la órbita del fascismo, comen-zaba a plantearse un problema de «conciencia».17

El 15 de octubre de 1933, poco después de volver a Italia, Malaparte fue detenido bajo la acusación de haber desem- peñado actividades antifascistas en el extranjero –tras ser de-nunciado ante el Tribunal Especial para la Defensa del Estado por Italo Balbo, ministro de la Aeronáutica, quien se había con-siderado difamado por algunas serias alusiones del escritor a su honorabilidad y sobre su misma fidelidad a Mussolini–, y el 30 de noviembre de 1933 fue enviado al confinamiento en la isla de lipari, donde permaneció cerca de siete meses, hasta que en julio de 1934 fue trasladado, por mediación de Galeazzo Ciano, a la isla de Ischia y, sucesivamente, en octubre de 1934, a Forte dei Marmi.18 El 11 de junio de 1935 fue finalmente

17 En este sentido son sintomáticas estas afirmaciones contenidas en una carta a Halévy: «Algún día tendré que decidirme. Y decidiré según mi con-ciencia. Palabra dura, palabra que, en Italia, no hay que pronunciar nunca. A veces pienso que la literatura puede ser un refugio, para los italianos, que tienen conciencia, y tienen horror de esta política. Siempre, en épocas como la actual, los italianos que tenían conciencia se refugiaron en la lite-ratura. Por eso nuestra literatura no tiene una conciencia. Pues solamente los hombres que no tienen conciencia pueden refugiarse en la literatura. Esas ideas me atormentan, y no sé dónde está la verdad. Puede ser que juzgue usted pueriles esas ideas, y un tanto inútiles. El error es ponerse a contracorriente. Pero ¿es eso un error? Después de todo, ¿es razonable pedirle a un dictador que sea humano, justo, que respete la conciencia de los hombres? Un dictador semejante sería más bien un santo. Y además: ¿de verdad es necesario que Mussolini aplaste todo lo que hay de bueno y de bello? Creo que no es necesario, y que podría obtener resultados infi-nitamente mejores si se mostrase justo, humano, y si respetase la concien-cia de los hombres. “Aplastad la infamia”, dicen los antifascistas. Sí: pero ¿hay alguien digno de arrojar la primera piedra? Creo que sólo un infame podría arrojar la primera piedra, para rescatar su infamia. los hombres honrados no tienen más que esperar. Y mientras esperan pierden su alma» (carta de Malaparte a Halévy expedida en londres el 27 de enero de 1933, en Archivio Malaparte, publicada en E. Ronchi Suckert, Malaparte, III, cit., pp. 175-6). Sobre el problema de la crisis de conciencia cfr. el ensayo de Malaparte escrito en 1943: Obbiezione di coscienza, publicado a cargo de G. Pardini, en «Nuova Storia Contemporanea», enero-febrero, 1999.

18 Para todo este episodio, que tiene todavía aspectos no del todo claros, cfr. G. Pardini, Curzio Malaparte. Una biografia politica, cit., pp. 254-62.

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absuelto del confinamiento por orden de Mussolini y en marzo de 1936 fue readmitido en el registro de periodistas.

la detención de Malaparte interrumpe la redacción de Muss,19 de cuyo proyecto, presentado con el título Killing no murder y como «violenta requisitoria contra el fascismo y Mussolini», Malaparte había dado cuenta explícita en una jus-tificadora nota autobiográfica de la segunda posguerra.20 De que nunca había abandonado completamente la idea de este trabajo, y que incluso hubiera vuelto a acariciarla en varias ocasiones, da testimonio el hecho, deducible de los escritos a mano y a máquina que se conservan en su archivo, de que, in-cluso en la segunda posguerra, lo retomó varias veces y le aña-dió páginas y episodios. Probablemente, la yuxtaposición de partes escritas en épocas distintas y con un corte estilístico distinto, además de con valoraciones distintas, fue uno de los motivos que pueden haber llevado al escritor a dejar de lado este trabajo, que difícilmente hubiera podido encontrar un encaje preciso como «género», dividido como está entre segmentos ensayísticos, biográficos o puramente narrativos y netamente novelescos. Sin embargo, aunque incompleto y con los límites impuestos por la génesis del trabajo y las sucesivas intervenciones hechas en él, Muss se presenta como una obra importante en el marco de la producción literaria y ensayística malapartiana, rica en tensiones y motivos interpretativos de gran interés, útil para comprender mejor la postura del escri-tor toscano frente al fascismo y su jefe.

Malaparte se había ocupado ya de Mussolini en clave sa-tírica en la animada etapa costumbrista de los años veinte en

19 Cfr. Ibidem, pp. 249-54. En el momento de la redacción de su biografía malapartiana, Pardini no había tenido la posibilidad de estudiar con de-talle la carpeta «Muss» conservada en el Archivio Malaparte y creía que el escritor toscano estuviese trabajando contemporáneamente en otro ensa-yo sobre el mismo argumento, Killing no murder, centrado en la figura de Hitler, el nacionalsocialismo y sus relaciones con Mussolini. En realidad, el Killing no murder es un capítulo del Muss.

20 C. Malaparte, Autobiografia, en Rinascita, septiembre de 1947.

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algún relato o cantata,21 y sobre todo en el relato breve Don Ca-maleò, que comenzó a aparecer en entregas en el semanario «la Chiosa» y cuya publicación por su contenido «antimusso-liniano» se habría interrumpido, según el autor, por voluntad gubernativa:22 hay que decir, sin embargo, que el carácter «an-timussoliniano» de todos estos trabajos, comprensiblemente acentuado por Malaparte en la segunda posguerra, no debe exagerarse, ya que se enmarca no tanto en la disensión de esos años como más bien en el clima de la fronda costumbrista.23

Malaparte volvería a ocuparse de Mussolini en otro texto, El Gran Imbécil,24 escrito en el verano de 1943. En el presente volumen volvemos a proponer ese trabajo, injustamente poco conocido y todavía peor considerado, que parece recobrar, tam-bién estilísticamente, los contenidos y los temas costumbris-tas, pero en realidad es fruto de un clima y de una disposición de ánimo bastante alejados de los modelos desenfrenados de los años veinte y más cercanos, en el mejor de los casos, a los humores desencantados y trágicos que rezumarán los grandes libros de la inmediata posguerra. la figura misma de Musso-lini, el Gran Imbécil, está retratada con una técnica que no tiene nada de la sátira cuasi goliardesca del período costum-brista y que, en cambio, se resuelve con una acentuación cari-

21 Cfr. C. Malaparte, Avventure di un capitano di sventura, Roma, 1927, y luego en C. Malaparte, Don Camaleò e altri scritti satirici, a cargo de E. Fal-qui, Florencia, 1964; Il Cerbacone, en Archivio Malaparte, parcialmente publicado en E. Ronchi Suckert, Malaparte, XI, 1955, Brani e sceneggiatu-re, sangue e sexophone, Città di Castello, 1996, pp. 677-712; C. Malaparte, L’Arcitaliano. Cantate, Roma, 1928, y luego en C. Malaparte, L’ arcitaliano e tutte le altre poesie, a cargo de E. Falqui, Florencia, 1963.

22 C. Malaparte, Don Camaleò, Florencia, 1946, y luego con el título Don Ca-maleò. Romanzo di un camaleonte, en C. Malaparte, Don Camaleò e altri scritti satirici, cit.

23 Cfr. a este propósito las observaciones de G. Pardini, Curzio Malaparte. Biografia politica, cit., pp. 191-208.

24 En el Archivio Malaparte existen diversas redacciones de Il Grande Im-becille, fragmentarias e incompletas, la más orgánica de las cuales es la publicada en C. Malaparte, Don Camaleò e altri scritti satirici, a cargo de E. Falqui, cit., versión recogida en este volumen con algunos añadidos.

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caturesca de trazos grotescos, que solicitan la indignación e invitan al desprecio. Así, por ejemplo, a diferencia de los tira-nos que «siempre han sabido ponerse el vestido inteligente para las ocasiones cretinas», el Gran Imbécil «era siempre más estúpido que su vestido más cretino», «siempre más cre-tino que la más estúpida ocasión», «cabalgaba como un saco de patatas, balanceándose sobre la silla, con las piernas hol-gazanas, los talones hacia dentro y hacia abajo, los brazos de-masiado cortos, el trasero rebotando sobre la silla, ahora sobre un moflete, ahora sobre el otro» sin darse cuenta de que «un imbécil a caballo es siempre más ridículo que un imbécil a pie». Así, también, el Gran Imbécil «no tenía lo que los ingleses llaman sense of humour, no sabía reír, ni sonreír, no cogía las bromas, tomaba la amabilidad por familiaridad, la gentileza por inconveniencia, la argucia por insulto, la gracia, en la que los italianos siempre han sido maestros, por rebelión, por gra-vísima ofensa, por señal de enemistad grandísima». Había go-bernado durante veinte años a un pueblo al que tenía miedo y que ahora estaba legitimado para rebelarse, pero no para ma-tarle, porque «la venganza del pueblo debe estar en armonía con su actitud hacia el tirano cuando el tirano era poderoso»: «un pueblo honrado, viril, lleno de dignidad civil, cuando no quiere soportar una tiranía no espera veinte años, no se fía del socorro de las armas extranjeras […] sino que se rebela, asalta su palacio, lo degüella en su lecho […]. Pues ésa es la ley de las revoluciones y de las tiranías». Aun no teniendo un encaje formal en ese género literario, El Gran Imbécil es, en sustancia, un ensayo político que desarrolla, a su modo y en clave meta-fórica, consideraciones sobre la dictadura, sobre la relación entre el jefe y la masa, sobre el consenso, sobre el carácter de los italianos y sobre la licitud de una reacción popular.

la dimensión ensayística es todavía más manifiesta en Muss, que, a pesar de no estar acabado y a pesar del hecho ya reseñado de ser el resultado de yuxtaposiciones sucesivas en un período que va desde el inicio de los años treinta al de los años cincuenta, se presenta como un trabajo interpretativo

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centrado no sólo, y tal vez ni siquiera tanto, en el personaje de Mussolini, cuanto sobre todo en la naturaleza del fascismo vis-to en relación con la historia y el carácter de los italianos, en el fascismo como régimen, en las relaciones entre ese régimen y el nacionalsocialista.

En muchos casos, las consideraciones elaboradas por Ma- laparte en Muss reconducen directamente al discurso que él mismo había desarrollado durante los años veinte, en par- ticular durante la primera mitad de la década, en obras como L’Europa vivente: teoria storica del sindacalismo nazionale e Italia barbara.25 En estos trabajos, pero sobre todo en el primero, Malaparte, a la sazón exponente de primer plano y teórico acre-ditado del fascismo revolucionario, había sostenido la tesis de que el fascismo, para superar el drama de la modernidad que atenazaba a Italia, tendría que hacerse «restaurador del antiguo orden clásico de nuestros valores nacionales»,26 ten-dría que imponerse como una nueva Contrarreforma, debería constituir, incluso, el arma última de la Contrarreforma contra la acción disgregadora emprendida por la reforma luterana y contra todas las manifestaciones de la modernidad deriva- das de la misma. Mussolini, en un contexto semejante, se- ría «un restaurador de nuestra ley católica, un hombre de la Contrarreforma, soldado y profeta, caballero y mártir; un enemigo de la Italia moderna, corrupta y disgregada por el espíritu herético de la Reforma; un restaurador de la autori- dad de la fe, del dogma, del heroísmo, contra el espíritu es-céptico, crítico, racionalista e ilustrado de occidente y de lo septentrional».27

25 C. Malaparte, L’Europa vivente: teoria storica del sindacalismo nazionale, prefacio de A. Soffici, Florencia, 1923, y luego en C. Malaparte, L’Europa vivente e altri saggi politici (1921-1931), a cargo de E. Falqui, Florencia, 1961; C. Malaparte, Italia barbara, Turín, 1925, y luego en C. Malaparte, L’Europa vivente e altri saggi politici (1921-1931), cit. Sobre estas obras vistas como plataforma ideológica del fascismo revolucionario cfr. G. Pardini, Curzio Malaparte. Biografia politica, cit, pp. 85-103.

26 C. Malaparte, L’Europa vivente e altri saggi politici (1921-1931), cit., p. 379.27 Ibidem, p. 380.

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En Muss el fascismo también es presentado como «el úl-timo aspecto de la Contrarreforma», como «una consecuencia lógica, aunque lejana, de la contrarrevolución católica de los siglos xvi y xvii», aunque, bien mirada, la valoración general resulta sustancialmente vuelta del revés respecto a los trabajos precedentes: y lo es, muy probablemente, por una inconfesa reflexión sobre el pensamiento de Piero Gobetti, el cual atri-buía el retraso en el proceso de desarrollo social y político y «la inmadurez ideal y política» de Italia al hecho de que ésta no hubiera tenido su propia Reforma.28 Y la sobreentendida referencia a Gobetti aparece también en otros momentos, como por ejemplo donde Mussolini es presentado como la expresión típica del pueblo italiano: «sus cualidades y sus defectos no le son propios: son las cualidades y los defectos de todos los ita-lianos», y los defectos son, sobre todo, «los defectos de su edu-cación católica». la «obra maestra de Mussolini como hombre de Estado» fue la capacidad de despertar, hacer salir a flote y organizar, poniéndolas a disposición de sus propios fines, «to-das las fuerzas oscuras y ciegas que actúan inconscientemente en los bajos fondos de la psicología del pueblo italiano».

Hitler, al que Mussolini no quería y que Malaparte nos presenta como «una caricatura de Mussolini», fue, aunque de manera inconsciente, «el vehículo para la inyección del bacilo fascista en las venas de la nación germánica»: no era un ver-dadero alemán, sino un austríaco y «solamente un alemán de Austria, un católico de una provincia del Antiguo Imperio de los Habsburgo, podía introducir el fascismo en Alemania», precisamente porque «el fascismo, en su esencia, no es sino el conjunto de defectos de la civilización católica»: con Hitler no entraba en el Reich «el dogmatismo de la Iglesia de Roma»

28 Cfr. por ejemplo, P. Gobetti, Il nostro protestantesimo, en Rivoluzione Libe-rale, 17 de mayo de 1925. El alineamiento de Malaparte con las posiciones de Gobetti madurará al comienzo de los años cuarenta, cuando su «cri- sis de conciencia» asume el aspecto de «objeción de conciencia», como bien demuestra el citado ensayo Obbiezione di coscienza de 1943, en el que queda explícita la referencia a Gobetti y a sus ideas.

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sino «el principio corruptor y degenerativo contenido en los defectos de la mentalidad católica».

El fascismo, además, en este marco, se mostraba como una forma de dictadura distinta de todas las que la habían pre-cedido: el Estado policiaco fascista se basaba en una «orga- nización científica» y en el perfeccionamiento operado «al máximo grado» por Mussolini de la «técnica de la divinidad artificial», es decir de la técnica que conduce a un pueblo a creer que «un dictador moderno» sea «un ser sobrenatu-ral». Además, el fascismo se presentaba –con respecto a otras formas de dictadura, por ejemplo las de Cromwell, de Cle-menceau, de Pilsudski– con los caracteres de una forma de «autoidolatría» puesto que «la dictadura, para Mussolini, no era sino el medio de imponer a los italianos la idolatría de sí mismo». Por lo demás, era bastante difícil, antes de la re-volución, sospechar «qué peligroso instrumento» podría ser el Estado «en manos de un hombre sin escrúpulos, cuya sola ambición» era la «de imponer al pueblo la idolatría de sí mismo».

El discurso desarrollado por Malaparte en Muss –un dis-curso que, por otra parte, nunca es unitario y que, en algún caso, es claramente contradictorio, ya que las diversas partes del trabajo se redactaron en momentos distintos– es, antes aun que antifascista, antimussoliniano, aunque haya en él pá-ginas, como la del encuentro (probablemente imaginario) con el asesino de Mussolini, de la que se desprende una pietas que parece contrastar con las tantas veces declaradas afir- maciones de resentimiento, cuando no claramente de odio, hacia un Mussolini que le había enviado al destierro, o como las que expresan la amargura por el fracaso o la perversión de «un jefe al que la inteligencia, la fortuna y las esperanzas de la nación italiana parecían destinar a lograr grandes cosas, y a pasar a la historia como uno de los más nobles hijos de Italia».

De lo que con rapidez se ha ejemplificado y expuesto más arriba se intuye que son muchas las sugerencias y las preguntas

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de interés historiográfico e interpretativo sobre el fascismo y sobre Mussolini suscitadas por Muss, pero el lector avisado podrá fácilmente captarlas por sí mismo en estas sabrosas pá-ginas, tan intrigantes como literariamente sugestivas.

Francesco Perfetti

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CURZIO MALAPARTE (Prato, 1898 - Roma, 1957) es uno de los intelectuales más reconocidos y polémicos de la Italia del siglo xx. Combatió como voluntario en la Primera Guerra Mundial, experiencia que recogió en su novela Viva Caporetto! Tras ser ideólogo del partido fascista se desengañó y publicó su libro Técnica del golpe de Estado, ataque a Mussolini y Hitler que le valió el encarcelamiento. Entre sus demás obras destacan clá-sicos como Kaputt y La piel.

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En la década de 1930, Curzio Malaparte se propuso escribir un libro sobre «el motor principal del fascismo», Benito Mussolini. Por diversas razones –que incluyen sus distintos encarcelamientos a manos del régimen coman-dado por el Duce–, Malaparte nunca logró completar el proyecto como tal. Muss es, entonces, un libro fragmentario escrito en un período que abarca desde aquellos años hasta 1950, cuando el objeto de su estudio ya había sido asesinado. Lo fascinante del texto es la ambivalencia de Malaparte hacia una figura sin cuya inmensa capacidad de seducción no se explicaría el poder que llegó a concentrar y el desastre y la destrucción ocasionadas. Con suma precisión, el autor delinea cómo Mussolini fue construyendo a conciencia la «leyenda mussoliniana», a través de encumbrarse como si fuera un santo mediante la «técnica de la divinidad artificial».

Como una especie de expiación tardía, en El Gran Imbécil Malaparte rea-liza una punzante sátira donde el otrora poderoso Duce aparece reducido a un personaje de una comicidad patética. Malaparte imagina que Mussolini aparece ante las puertas de su ciudad natal, Prato, a la cabeza de su temible ejército, y como castigo debe someterse a un ritual sumamente antiguo: atraer con su canto a una gata atada sobre las murallas de la ciudad para obtener el favor de sus habitantes. Sometido al escarnio de un pueblo al que aplastó y maltrató durante más de veinte años, el Duce aprende que no obstante lo anterior, jamás logró despojar a los italianos de su dignidad.

«Un conversador exquisito y un oyente lleno de tacto y educación».EugEnio MontalE