Kohan y Macón Pto de Vista 80

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44 Es posible identificar en las primeras palabras de “La apariencia celebrada” 1 cierto uso de un par conceptual clave, responsable de abrir el abismo que se- para su lectura de Los rubios de la que aquí pretendo defender. No se trata de una sospecha extraída a partir de algún detalle marginal ni de la remi- sión a ciertas citas de autoridad que seguramente yo también evocaría co- Los rubios o del trauma como presencia Cecilia Macón mo filiación teórica de estas líneas. Es que el modo en que Kohan desmenu- za las nociones de identidad y memo- ria atenta contra un vínculo que con- sidero esencial: el que une, recursa o interpela la reconstrucción del pasado con la política. Aventuro que, malgré lui, su argumento adhiere a un realis- mo sin matices donde las voluntades de los sujetos políticos resultan coac- cionadas de una manera, si no perver- sa, al menos riesgosa. Cada una de las expresiones de Ko- han está atravesada por una suerte de mandato: así no se recuerda. Carri, se advierte, aparenta recordar. Sin em- bargo, la cineasta no sólo no lo logra, sino que parte del axioma de su radi- cal imposibilidad. Parte, también, del impulso por erradicar de su mirada ca- tegorías heredadas. Kohan, repito, cree que así no se recuerda. Que el verda- dero sujeto de una reconstrucción que refiera a los desaparecidos no puede ser una Albertina Carri que se aferra a la resistencia del recuerdo. Que no es posible usar elementos como los ju- guetes del esquemático Playmobil, por tradición marcados con el fatal sello de la ingenuidad. Así no se recuerda. Así apenas se olvida. Que cada gesto irónico de la directora y sus actores no es más que el primer paso de un nuevo acto de violencia. Así, no. Hay entonces en las palabras y en algunos de los silencios de Kohan un objetivo de improbable éxito: el control de la memoria. No se trata de una mera im- posibilidad –el propio Todorov advier- te que “las tiranías del siglo XX han sistematizado su apropiación de la me- moria y han aspirado a controlarla has- ta en sus rincones más recónditos”,– 2 sino también de un fin que, de alcan- zarse, abriría la historia a la reivindi- cación de una lectura monológica del En el número 78 de Punto de Vista se publicó “La apariencia celebrada”, de Martín Kohan, un análisis crítico del film Los rubios, de Albertina Carri. Algún tiempo después, Cecilia Macón nos envió su respuesta a la nota de Kohan; brevemente, Kohan comenta esa respuesta de Macón. En interés del debate, conectado con una temática que la revista considera fundamental, publicamos ese intercambio. 1. Martín Kohan, “La apariencia celebrada”, Punto de vista, número 78, abril de 2004. 2. Tzvetan Todorov, Los abusos de la memo- ria, Paidós, Barcelona, 2000, p. 12.

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Los rubios o del trauma como presencia

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    Es posible identificar en las primeraspalabras de La apariencia celebrada1cierto uso de un par conceptual clave,responsable de abrir el abismo que se-para su lectura de Los rubios de laque aqu pretendo defender. No se tratade una sospecha extrada a partir dealgn detalle marginal ni de la remi-sin a ciertas citas de autoridad queseguramente yo tambin evocara co-

    Los rubios o del trauma como presencia

    Cecilia Macn

    mo filiacin terica de estas lneas. Esque el modo en que Kohan desmenu-za las nociones de identidad y memo-ria atenta contra un vnculo que con-sidero esencial: el que une, recursa ointerpela la reconstruccin del pasadocon la poltica. Aventuro que, malgrlui, su argumento adhiere a un realis-mo sin matices donde las voluntadesde los sujetos polticos resultan coac-

    cionadas de una manera, si no perver-sa, al menos riesgosa.

    Cada una de las expresiones de Ko-han est atravesada por una suerte demandato: as no se recuerda. Carri, seadvierte, aparenta recordar. Sin em-bargo, la cineasta no slo no lo logra,sino que parte del axioma de su radi-cal imposibilidad. Parte, tambin, delimpulso por erradicar de su mirada ca-tegoras heredadas. Kohan, repito, creeque as no se recuerda. Que el verda-dero sujeto de una reconstruccin querefiera a los desaparecidos no puedeser una Albertina Carri que se aferra ala resistencia del recuerdo. Que no esposible usar elementos como los ju-guetes del esquemtico Playmobil, portradicin marcados con el fatal sellode la ingenuidad. As no se recuerda.As apenas se olvida. Que cada gestoirnico de la directora y sus actoresno es ms que el primer paso de unnuevo acto de violencia. As, no. Hayentonces en las palabras y en algunosde los silencios de Kohan un objetivode improbable xito: el control de lamemoria. No se trata de una mera im-posibilidad el propio Todorov advier-te que las tiranas del siglo XX hansistematizado su apropiacin de la me-moria y han aspirado a controlarla has-ta en sus rincones ms recnditos,2sino tambin de un fin que, de alcan-zarse, abrira la historia a la reivindi-cacin de una lectura monolgica del

    En el nmero 78 de Punto de Vista se public La apariencia celebrada, deMartn Kohan, un anlisis crtico del film Los rubios, de Albertina Carri.Algn tiempo despus, Cecilia Macn nos envi su respuesta a la nota deKohan; brevemente, Kohan comenta esa respuesta de Macn. En inters deldebate, conectado con una temtica que la revista considera fundamental,publicamos ese intercambio.

    1. Martn Kohan, La apariencia celebrada,Punto de vista, nmero 78, abril de 2004.2. Tzvetan Todorov, Los abusos de la memo-ria, Paids, Barcelona, 2000, p. 12.

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    pasado cualquiera sea su perspecti-va. Efectivamente, tal como seala Ko-han aceptando la premisa, Los rubiospretende ser memoria y olvido, peroprefiere refugiarse en el olvido. Msall del hecho banal de que la pelculafue efectivamente hecha, lo cierto esque, ms que un delicado equilibrioentre los dos ejes, las imgenes de Ca-rri se abren a la ruptura implcita enlos modos infinitos de su combinacin,aun el ms perturbador.

    Las hiptesis de Kohan parecen es-tar basadas en un supuesto de conti-nuidad temporal: el presente no es msque una sedimentacin de experien-cias anteriores y a los hijos de los de-

    propias o meros tics, torna el pro-blema de la reconstruccin del pasadoparticularmente complejo. No se trataya de poner en funcionamiento la me-moria del genocidio, sino su postme-moria: es el trauma transmitido a lolargo de generaciones y all mismomodificado, no meramente en sus mo-dos de representacin, sino tambin enlos atributos mismos que lo definencomo trauma. As como en BelovedToni Morrison se ocup de dar cuentadel legado de la esclavitud en las vi-das de los afroamericanos nacidos des-pus de la emancipacin, Carri defineel ngulo de su mirada a partir deltrauma de la generacin nacida en la

    minados por las narrativas anterioresa su nacimiento, cuyas historias tard-as son evacuadas por las historias dela generacin anterior moldeadas poreventos traumticos que no pueden sercomprendidos ni recreados. Los ru-bios se ocupa justamente de poner enevidencia esta imposibilidad de la re-creacin: Carri no slo no quiere, sinoque tampoco puede hacer la pelculaque le sugiere el Incaa (Instituto deCinematografa y Artes Audiovisua-les). Y el objeto de su reconstruccines precisa e incmodamente esa im-posibilidad. Tal como seala Hirsch que desarroll la nocin aludida en re-lacin a los hijos de los sobrevivien-

    saparecidos no les cabe ms que arti-cular su propia experiencia con la he-redada de sus padres militantes. Des-de su perspectiva, es en esa continui-dad donde debe rastrearse la nicagaranta del recuerdo. Sin embargocreemos que el hecho de que Carripertenezca a una generacin distintade la de los desaparecidos, lejos delimitarse a impulsar reglas formales

    dcada del 70. El pasado que los ace-cha es el que refiere al trauma presen-te de la prdida. Marianne Hirsch3gestora de la nocin de postmemo-ria ha sealado que este concepto sedistingue de la memoria por una dis-tancia generacional, y de la historiapor una profunda conexin personal.La postmemoria caracteriza la expe-riencia de aquellos que crecieron do-

    tes del Holocausto, estas memoriasde segunda generacin de eventos trau-mticos colectivos trabajan sobre frag-mentos poniendo en primer plano loinasimilable. Se trata de un pasado queni se esfuma ni es integrado al presen-te, sino que se exhibe en su alteridad.

    3. Marianne Hirsh, Family Frames: Photo-graphy, Narrative, and Postmemory, CambridgeUniversity Press, Cambridge, 1997.

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    Kohan, ajeno a ese abismo, prefie-re reprochar a Carri su sometimientociego al axioma de esa imposibilidad.Sin embargo, las alegaciones de con-tinuidad no son garanta de memoriasino, frecuentemente, del movimientocontrario: si el pasado es tan similaral presente, para qu recordarlo? Encambio si, a la manera de QuentinSkinner, entendemos que lo que el pa-sado tiene para ensearnos es su ra-dical extraeza, la contingencia delpresente queda expuesta en toda superturbacin. Es ese quiebre con el pa-sado en este caso, intergeneracionalel eje constituyente del sentido hist-rico. La experiencia que busca comu-nicar Carri no es la de actos de torturasufridos por sus padres, sino la repre-sentacin de su experiencia de la au-sencia. Suponer que referir a la encar-nacin ntima de ese trauma involucrauna despolitizacin del acto mismo dela desaparicin implica aceptar una di-visin entre lo pblico y lo privado almenos esquemtica. Redunda, no sloen someterse ante los axiomas de estadicotoma, sino adems en suponer,arriesgadamente, que la esfera priva-da resulta por definicin despolitiza-da. No nos estamos refiriendo exclu-sivamente al principio impulsado porel feminismo al afirmar lo personales poltico que de hecho es el puntode partida de esta crtica, sino tam-bin a una constelacin de consecuen-cias construidas sobre ese eje. Si laexperiencia ntima del trauma implicasu despolitizacin, no sera ya posibleenjuiciar el propio olvido cuando re-sulta legitimado al margen de expre-siones pblicas explcitas.

    Aun cuando Los rubios no preten-de ubicarse dentro de ninguna tradi-cin especfica en relacin a la recons-truccin del pasado, resulta posibleasociar algunas de sus premisas a lasdesarrolladas para describir y justifi-car los contramonumentos. De acuer-do con la presentacin desarrollada porJames Young,4 se trata de artefactosque recuerdan, ms que su relacin conlos eventos, el gran abismo temporalque se abre entre ellos mismos y elgenocidio al que se vinculan. Mien-tras que los memoriales convenciona-les sellan la memoria en una matrizasociada a las pretensiones de Kohan,

    los contramonumentos expulsan la po-sibilidad misma de decir a su audien-cia lo que debe pensar en relacin conesos acontecimientos. Segn argumen-ta Young, no slo se impone rechazarel didactismo de los monumentos si-no, adems, subrayar que el objetivodel contramonumento no es consolarsino provocar; no est orientado amantenerse fijado al pasado sino a ex-presar el cambio constante de su rela-cin con el presente y el trauma de lapresencia misma de ese abismo. Se tra-ta, en definitiva, de desmitificar el mo-numento como una suerte de fetiche eincitar a la audiencia a colocarse fue-ra del control del hacedor aun de lapropia.

    Nuestros argumentos no tienen co-mo objetivo medular defender la re-construccin desplegada en Los rubios,sino explorar algunas de las conse-

    cuencias de las palabras de Kohan eintentar abrir la discusin al margende cualquier dogmatismo. Es as co-mo, ms all de lo explicitado en lapelcula de Carri, la relacin que Ko-han establece entre identidad y me-moria implica aferrarse a una identi-dad cristalizada y a una memoria cu-ya nica funcin resulta en retener elpasado. Definidos as los elementosdel par que nos ocupa, el vnculo en-tre ambos no puede ser ms que est-tico tornando la relacin entre historiay poltica meramente inmediata otravez, claro, malgr lui. Se trata de unainmediatez surgida de cierta preten-sin fatal: que el sentido poltico delpasado en el presente debe reproducirel sentido poltico que el acontecimien-4. James Young, The Textures of Memory: Ho-locaust Memorials and Meaning, Yale Univer-sity Press, New Haven y Londres.

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    to tuvo en el momento de su propiodespliegue durante el pasado. De acep-tar esta premisa, lo poltico y sus atri-butos deberan ser considerados deter-minados para siempre y condenados asu progresiva debilidad merced a surelacin colateral con el presente. Sial pasado slo le resta ser conservadoy a la identidad apenas continuarse ha-ciendo a un lado los abismos y laspluralidades, el espacio para imaginarun pasado y un futuro radicalmenteotros resulta seriamente cuestionado.Dicho de otro modo: si la relacin conel pasado cristaliz para siempre porobra de alguna generacin anterior, lasuperposicin conflictiva de capastemporales donde se ponen en juegotensiones polticas e identitarias re-sulta dogmticamente excluida. Peroel planteo que nos ocupa atenta contrael vnculo entre historia y poltica gra-cias a un segundo gesto: excluye elpresente terreno de lo poltico por na-turaleza del debate sobre la represen-tacin del trauma y de la reconstruc-cin histrica en general.

    Hay, claro, un recurso adicionalque abona esta interpretacin de laslneas de Kohan. La postura defendi-da en La apariencia celebrada abo-ga por el establecimiento del luto enrelacin con el pasado traumtico: trasel trauma el mundo ha resultado em-pobrecido y vaciado y es el conoci-miento de aquel ncleo del pasado eleje que define su constitucin comoluto.5 La propuesta encarnada en Losrubios recurre en cambio a poner enevidencia un hecho sutilmente msperturbador: es el propio sujeto el queresulta empobrecido y vaciado. Si losgenocidios muestran la imposibilidadde mantener la continuidad simple,6 lapelcula de Carri exhibe un momentoque pone en evidencia aquella discon-tinuidad en su experiencia ms radi-cal: su impacto sobre la subjetividadpresente. Se trata entonces, a partir deplanteos como el de Carri, de bucearen los modos de continuar hoy te-niendo en cuenta la dislocacin intro-ducida por las experiencias lmite.

    El trauma de Los rubios se exhibecomo reconstruccin de la experien-cia de la prdida y la evidencia de sudificultad padecida en el presente, pe-ro no slo en tanto objeto de la me-

    moria, sino tambin en trminos de latransformacin sufrida por los sujetosinvolucrados. Se trata de la identidady la memoria de una generacin cuyaalteridad no puede ser anulada a fuer-za de recuperar historias oficiales msall de su orientacin o intenciones.Es la presencia del silencio, de lo queha sido borrado, lo que nos obliga ahacer hablar al pasado, pero tambinal trauma del propio silencio y su ocul-tamiento. Una ltima cuestin: sor-prende que Kohan asocie la categorade ficcin con la sospecha, no slopor olvidar lo que de verdadero hayen la ficcin, sino por suponer que esen el recurso a lenguajes que expre-

    5. Andrew Benjamin, Present Hope, Routledge,Londres y Nueva York, 1997, p. 18.6. Andrew Benjamin, op.cit. p. 4.

    sen el pasado tal cual fue donde seasienta la legitimidad de la represen-tacin. Asociar ficcionalizacin con le-vedad resulta, al menos, arriesgado.Implica, adems, creer que el arte estobligado a mostrar el presente tal co-mo debe ser. Cmo debe recordar.Cmo debe representar. Cmo debeacordar. Que est obligado adems aexplicarnos cmo continuar. Y no asealar la presencia desnuda y silen-ciosa de la disrupcin ms radical.

    Si la firme impresin que tengo deque Cecilia Macn se equivoca tuvie-se que ver tan slo con su lectura deLos rubios, podra considerarme exi-mido de dar una respuesta. Pero comoMacn se ocupa poco de la pelcula, ybastante del artculo que yo escrib so-bre la pelcula, me veo impelido a res-ponder el texto que ha enviado a Pun-to de Vista.

    Considero que la pelcula de Al-bertina Carri es sumamente interesan-te (esto se da por descontado, desde elmomento en que me ocup de ella contanta detencin) y verdaderamente ori-ginal. A esta originalidad es a lo queno hace justicia la rplica que me di-rige Macn. Reconozco su discurso yreconozco sus categoras: subraya im-posibilidades, y entonces destaca todolo que no se puede representar, lo queno se puede asimilar, lo que no se pue-de comprender; promueve discontinui-dades y dislocaciones, y entonces cual-quier consistencia se le vuelve fijezaextrema; celebra pluralidades, y enton-ces cualquier voz ms o menos taxa-tiva le resulta monolgica o directa-

    Una crtica en general y una pelcula en particular

    Martn Kohan

    mente un dogma; consagra algnpost (en este caso, la postmemoria)y con ese prefijo hace un corte quedetermina el carcter retro de todoaquel que no lo suscriba (uno pecaautomticamente de haberse quedadotodava en la memoria, todava en elsujeto, todava en la representacin,todava en lo moderno).

    Un rasgo saliente de esta clase deenfoque crtico es su notoria mono-tona: tiende a decir lo mismo decuanto objeto se le ponga a tiro. Enlos objetos ms diversos ve siempreincertezas, lmites lbiles, inestabili-dad, pluralidad, alteridades. Ve siem-pre lo mismo: es esta la verdaderavoz monolgica de la teora y de lacrtica de los ltimos aos (aunqueen su contenido postule multiplicida-des). Como la pelcula de Carri esespecialmente singular, padece tam-bin especialmente el efecto aplana-dor de esta modalidad crtica que,confiada acaso en que enuncia dife-rencias, insiste en un discurso que essiempre igual, y que en su enuncia-cin torna iguales a todos sus objetos.

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    Cecilia Macn me atribuye unasuerte de mandato: as no se recuer-da, derivado de una voluntad decontrol de la memoria que es pro-pia de las tiranas del siglo XX. Mipropsito es ms modesto, si es queno ms republicano: indagar, con laprecaucin y el nfasis del caso, sien nombre de la dialctica entre me-moria y olvido, o en nombre de queno hay memoria sin olvido, en Losrubios no existe cierto juego de pala-bras para, en definitiva, proponer co-mo memoria lo que en verdad es so-lamente olvido. Deslizar esta adver-tencia, formulada desde la memoriay no desde la postmemoria, no impli-ca asimilar el pasado y el presente,ni tampoco dictaminar la normativade cmo se debe recordar, ni tampo-co filiarse con ninguna tirana de nin-gn siglo.

    Como Macn se reclina en la quie-tud de que la realidad se resiste a serrepresentada, percibe en mi posturaun realismo sin matices, como si to-da apuesta a la representacin supu-siera un credo realista y el realismono fuese tan slo una de las manerasde concebir la representacin de lo re-al. Como Macn se regodea en profe-rir pluralidades dinmicas, presume,por error, que toda postulacin de iden-tidad deriva necesariamente en unacristalizacin esttica. Como Macnparte del principio de que lo perso-nal es poltico (no me inquieta quedeclare un principio tan tajante, yo nola leo munido de un detector de dog-mas), piensa que mi hiptesis de que

    Carri despolitiza se debe a que invo-lucra en la pelcula una dimensinfuertemente personal, como si yo deveras dijese que la esfera privada re-sulta por definicin despolitizada, yas se le pasa por alto que yo veo enCarri una manera particular de cruzarlo personal, y que es esa manera laque hace que lo poltico se postergueo se diluya. Por fin, Macn me hacesaber que la ficcin y la verdad estnrelacionadas, cosa de la que yo ya te-na noticias, pero se le escapa que larelacin que la ficcin mantiene conla verdad no es del mismo orden quela que mantienen los discursos con unestatuto de verdad socialmente vali-dado. Para una pelcula como Los ru-bios, que juega con los lmites de laficcin y del documental, esta distin-cin es decisiva.

    Podran proponerse tambin algu-nas consideraciones sobre la nocinde genocidio que emplea Macn ysobre la homologacin que hace entrelos acontecimientos de la poltica ar-gentina de los aos setenta y el Holo-causto, pero no podra por mi partehacer ms que reiterar los argumentosque Hugo Vezzetti expuso con tantaclaridad en su libro Pasado y presen-te. Me llama la atencin, eso s, queMacn slo pueda imaginar a los pa-dres de Albertina Carri como objetode la represin (la experiencia quebusca comunicar Carri no es la de ac-tos de tortura sufridos por sus padres)y no como sujetos activos de la mili-tancia poltica, que es precisamenteaquello que Los rubios est a un mis-

    mo tiempo planteando y apartandocontinuamente.

    Nada me resulta tan endeble, sinembargo, ni ms injusto para la singu-laridad de la pelcula de Carri, que lanocin de generacin que empleaMacn, y que es el eje vertebrador desu planteo sobre el trauma y la post-memoria. Macn dice que Carri de-fine el ngulo de su mirada a partirdel trauma de la generacin nacida enla dcada del setenta. Esta amplia ge-neralizacin (que por tres aos me ex-cluye, ya que nac en 1967) es lo queaqu en verdad subyace al discurrir ha-bitual sobre pluralidades y dislocacio-nes. Esta unificacin generacional porotra parte apunta, mucho me temo, auna cierta esencializacin de la condi-cin del hijo de desaparecidos. Mi dis-crepancia al respecto podra ser teri-ca, pero antes que eso ya ha sido em-prica: por algo insert en mi lecturade la pelcula un testimonio recogidopor Juan Gelman y Mara La Madriden el libro Ni el flaco perdn de Dios.La visin de Carri es distinta de la deotros jvenes que pertenecen a su mis-ma generacin y que son tambin hi-jos de desaparecidos: es distinta de lade Mara Ins Roqu en Pap Ivn,por ejemplo, es distinta de la de lostestimonios que presentan Gelman yLa Madrid, es distinta de la que seexpresa desde la agrupacin HIJOS.Si no se percibe estas diferencias nose percibe, a mi entender, la diferen-cia que produce Los rubios, y que eslo que la torna tan significativa, a lavez que discutible.

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