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    RESUMEN La no cin clsica de abundanciase desa rrolla despus d el descu-brimiento y exploracin d e las Indias en un emblema de la fecund ida d ut ilita -rista . Pronto, las crnicas, sobre todo de los mestizos intelectuales, se apropiande este emb lema y lo transforman en una a legora cultural de la autodefinicine identidad. Guamn Poma de Ayala y e l Inca Garcilaso de la Vega ded icarongran parte de su interpretacin d e la Conquista para d esarrollar un mod elo d ehibridez, en q ue el suelo a mericano , su riqueza y exhuberancia, no slo formanla historia natural, sino ta mbin el mod elo cultural. El hombre nuevo, como asla nueva cultura, ya pertenecen al Nuevo Mundo . Otros autores, especialmen-te del sig lo XIX, tambin citan este emblema de ab undancia como parte de sudedicacin a l parad igma d e formacin naciona l. Este ensayo a rgumenta q uedurante sus diversas transformaciones la idea de abundancia est ntima-mente ligada a la historia cultural de Amrica Latina y es una de sus herra-mientas de representacin, cuestionamiento y autodefinicin.

    Palabras clave: ab unda ncia, descubrimiento de las Indias, crnicas, hibridez,Amrica Latina

    ABSTRACT The classic notion of a bund ance develops a fter the d iscoveryand explorat ion of the Indies into an emblem of utilita rian fecundity. Soon, thechronicles, specially the mestizo intellectuals, appropriates this emblem andtransform it into a cultural allegory of self-definition and identity. GuamanPoma de Ayala and t he Inca Ga rcilaso d e la Vega dedicated a central part o ftheir interpretat ion o f the Conq uest to develop a mod el of hybridity, in whichthe American soil, its richness and exuberance, are not only na tural history butalso cultural model. The new man, as well as t he new culture, belong already to

    a New World. Other authors, specially in the XIXcentury, also q uote this emblemof abundance as part of their dedication to the national formation paradigm.This essay argues tha t along its many transformations the idea of abunda nce

    AISTHESIS N 40 (2006): 9-32 ISSN 0568-3939 Instituto de Esttica - Pontificia Universidad Catlica de Chile

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    JULIO ORTEGAH ispanic Studi es, Brown U niversit [email protected]

    Genealogas americanasAmerican genealogy

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    prosigue, viene de abundare,que significa salirse las ondas, rebosar(283-284). En el D iccionari o ideolgico de la l engua espaola, de Julio Casares,abunda ncia consiente una muy extensa lista de asociaciones que incluyen nom-bres, verbos, adverbios y locuciones. Se demuestra, as, el amplio camposemntico construido por la lengua espaola en tanto memoria, actualidad ymodelo de representacin; es decir, en cuanto matriz discursiva del asombro yla prodigalidad gestados por la lengua misma. En su D iccionario etimolgicolat ino-espaol(1985), Santiago Segura Mungua fecha el uso de abundanciaen la segunda mitad del siglo XIII y de abundante (abundans)a principios delXV. Pero el incremento del uso, sobre todo en el XVI y XVII, lo ilustra MartnAlonso en su Enciclopedia del idi oma(1958). El descubrimiento de Amrica ,evidentemente, acrecent su valor y su elocuencia. Es notable, por ello, laausencia de su uso americano entre los ejemplos que aducen los diccionarios.

    Samuel G ili G aya, en su Tesoro lexi cogrfico: 1492-1726(1947),incluye otrosidiomas pero ignora ocurrencias del Nuevo Mundo. Sus ejemplos giran entorno a la abundancia de frutos, de bienes y de palabras, en lo cual el usoamericano, precisamente, introduce variantes de viva actualidad. Los trmi-nos asociados (ubrrimo, fecundo, afluencia, feraz) adquieren una intensifi-cacin emprica, un valor de tiempo propicio.

    ESCENARIO FILOLGICO

    Isidoro de Sevilla, en suH istor ia de regibus G otho rum , Vandalor um etSuevorum(escrita en 624), incluy como prlogo un panegrico o elogio de

    Espaa. Mercedes Vaquero me hace ver que ese escrito temprano incluye yala nocin de la abundancia. No era ajeno Isidoro, en sus escritos de ordenreligioso, a l concepto de abundantia, aunque en su Etymologiaees, ms bien,mencionada Ceres, una de sus representaciones ms comunes. Pero el paneg-rico de la Historia, ms all de su elocuencia retrica, posee la conviccin dela excepcin natural como modelo social y poltico. Esto es, las excelenciasdel medio son una bendicin que, a su vez, se extiende a la riqueza de loslderes y de la historia. Ms tarde, esa ecuacin ser puesta en duda, entre

    otros por Gracin, con irona, dada la mala fama de la administracin polti-ca espaola. Pero en los albores de las representaciones regionales, esta pgi-na de Isidoro de Sevilla sugiere la conciencia de una entidad que, en primertrmino, debe su existencia al discurso, donde se articula el sentido de un mbi-to propio, de la entidad nacional concebida, en contraste con otras regioneseuropeas, como una fuente excepcional. Veamos una versin de esa pgina:

    1. D e toda s las tierras que se ext ienden de Occidente hacia la India, t eres lams hermosa, Oh Espaa, sagrada y siempre bendita madre de lderes ynaciones. Eres por derecho reina d e toda s las provincias, de las que no slo

    Occidente sino tambin Oriente obtiene su luz. T eres gloria y ornamentodel mundo, la m s ilustre parte de la t ierra , donde la gloriosa fecundida d dela gente visigoda se regocija y abundantemente florece.

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    2. Merecidamente la naturaleza indulgente te enriquece con la abundanciade todas las cosas que crecen. Eres opulenta en fresas, plena de uvas, rica enla cosecha . Ests recubierta de granos, los olivos te dan sombra , las vides tecircundan. Floreces en tus campos, eres boscosa en tus montaas y llena de

    peces en tus orillas. Est s situada en la regin ms placentera del mundo; nisofocada por el calor del sol, ni consumida por el fro helado, sino ceidapor la temperada zona celestial y alimentada por los vientos favorables deloeste. Para ti los campos producen todo lo frtil que anidan, las minas todolo valioso que atesoran, los animales todo lo hermoso y til que ofrecen

    3. Eres frtil en ros abunda ntes, bronceada por la s corrientes donde el orofluye Tus manantia les son fuente de caba llos (H istory of t he K ings ofthe Goths,Vandals and Suevi, 1966, pp. 1-2).

    El carcter inaugural de este elogio sugiere que los trminos de la enume-racin dan cuenta de la abundancia en su primer da. Esa entonacinad nicaimplica ta nto la escena del locus amoenuscomo su recomienzo enlas palabras. No slo porque el panegrico demanda la diferenciacin de sutema especfico, sino porque aqu la vehemencia de la alabanza sugiere sunovedad. Esa trama de retrica y primicia, de memoria tpica y primer da deasombro, ser connatural al discurso de la abundancia. Aunque el tpico esusual en el mundo clsico, el latn de Isidoro se nos aparece con una concre-cin que no es slo caracterstica de su mundano empirismo sino tambin dela suma que hace de lo regional y lo histrico, de la Hispania romana y la

    Espaa visigtica. La abundancia, despus de todo, es una demanda sobre laactualidad; en la suya, Isidoro oficia en Sevilla bajo el dominio visigtico. Losecos de este panegrico van a desarrollarse como un tpico plenamente espa-ol en los grandes textos medievales. El Poema de Fernn G onzlez, de me-diados del XIII, incluye en su canto V un Elogio de Espaa, cuya tierra , no sdice, es much a ba stada y abondada . L a Primera Crnica General(1289)que se compuso por orden de Alfonso el Sabio, desarrolla el tpico. PedroCorominas (El sentimiento de la riqueza en C astilla, en su O bra completaen castel lano) hace la genealoga de la alabanza castellana desde el siglo XIII.

    A partir de los romances, concluye, se encuentra un camino que conduce a lacrnica de India s, a la q ue concibe como epopeya de raz castellana . Y apartir de la historia de los fueros, llega a la conclusin de que la riqueza deCastilla est menos en la propiedad que en el seoro tradicional. Esta inter-pretacin hispnico-tradicional es, al final, nostlgica y mitologizante. Sinembargo , no s permite concluir que esos campos de C astilla pueden haber sidopolvorientos y pobres pero que los hijo de ha lgo, a un si no t ienen nada ,pueden poseer el discurso alegrico, castizo y cristiano de una Castilla cons-truida como modelo esencialista. Dudo que nadie considerara hoy que lacrnica de India ses una epopeya espaola o castellana , ya que es un gne-

    ro hbrido producido en la experiencia a mericana , entre la voz q ue testimoniauna verdad y la escritura que pone a prueba esa certidumbre. De cualquiermodo, el modelo panegrico de Isidoro se convertir, en tierras americanas,

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    en un tema de variaciones cuya verdad se deber confiar a los sentidos, a lavista y el sabor; esto es, al renovado primer da de una experiencia casi mayorque el lenguaje, lo cual ha ce zozobrar el estatuto de la verda d. La crnica deIndiasmuchas veces debe forjar un laborioso sistema probatorio para sus-tentar su demanda de verdad. En otro sentido, esta matriz discursiva demues-tra que las races del discurso americano estn todas en los catlogos de laconviccin que forja a Espaa como una produccin del discurso comparati-vo, entre el norte y el sur, entre el este y el oeste, entre la cristiandad y elislam, entre Europa y Amrica... Es un discurso cuya fecundidad ser, sinduda , a mericana , ya no slo como prlogo a la historia o elogio hiperblico,sino como abundancia discursiva: el modelo se ha diversificado en relato, lasraces en ramajes y los tpicos obligados en produccin de diferencias. Alfinal, el breve catlogo de Isidoro de Sevilla ser transformado en biblioteca

    de Indias. Es un gesto que equivale a la devolucin que las regiones america-nas hacen a Espaa de las semillas de la abundancia: llegaron como nombresy vuelven ahora convertidas en un lenguaje nuevo, casi en una segunda natu-raleza. Esa segunda naturaleza americana ser la otredad espaola, all don-de el cronista transfiere los nombres del lenguaje al mundo y de ste a laescritura. El lenguaje se ha convertido en la materia de los otros, de aquellosque hacen y rehacen en la ora lidad y en la escritura la fluidez y el intercambiocon que empieza el Nuevo Mundo.

    RETRICAColn demuestra pronto que el lenguaje es insuficiente para representar losobjetos de Indias. Su Diariolleva el asombro del primer da del descubrimien-to, pero tambin la verosimilitud del segundo da en el paraso. Aunque nohemos estado en esta s islas milagrosas ya hemos estado en el Jardn del Edn,de manera que nombrarlas es renombrarlas: sus nombres remiten al poderreligioso y al poder imperial. No obstante, el objeto se impone como exceso y,aunque las leyes de la perspectiva permiten racionalizar la relacin del sujetocentral y el mundo verificable, estos objetos americanos exceden el mismo

    campo de la visin. Desbordan tanto el espacio nominal del lenguaje como elespacio de control visual. Por eso dice C oln de unos rboles, a los que llamapalmas, q ue son de una disformidad fermosa . El oxmoron sugiere queson monstruosamente bellos. Ese rbol antillano sobrenombrado por Colnes el primer grafema del discurso de la abundancia. Quiz la primera semilladel rbol barroco: desplaza la forma simtrica consagrada por la perspectiva,y sugiere el ramaje circular y fecundo del pliegue y el despliegue. El bosqueamericano sobrenombra al Jardn ednico. Tampoco esta ampliacin del len-guaje es casual: los objetos se acrecientan en su utilidad, en la promesa de sufecundidad, valor y riqueza. Por otro lado, estos desplazamientos introducenen las normas de la retrica la inquietud de otra economa comunicativa.Pronto, un objeto ya no ser siempre intercambiable por una palabra,representable por un solo nombre, clasificable en una misma especie, legible

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    en el librodado de la na tura lezacreada , ser, ms bien, un objeto que seexpande en las palabras, que se representa en nombres distintos y que no esun smbolo fijado , sino un signo en proceso dentro de una historia na tural queno acaba de ser escrita. As, la economa designativa de la retrica, su racio-nalidad y lgica, su moral del intercambio, es desplazada por una economaprdiga, que derrocha signos y promueve figuras; la metfora y la hiprboledeclaran el placer de figurar y el juego de escenificar. La persuasin de unaverdad compartible se transforma en las demandas de una promesa celebrante.

    APARICIONES DE LA MEZCLA

    El injerto de una planta en otra es uno de los principios de la abundancia quevarios cronistas e historiadores de Indias documentan. El producto de esta

    mezcla no se debe slo a la suma de una planta americana y otra espaola,sino a la tierra que permite ese crecimiento nuevo. La nocin de lo nuevo segesta, en esta prctica, en un escenario cultural de la abundancia. Y, por lomismo, en un principio de desencadenamiento , en una verda dera produccinde la mezcla. Un fenmeno paralelo parece ocurrir en el contacto lingstico,no slo por los prstamos, hasta cierto punto predecibles en el encuentro delas lenguas indgenas, que son aglutinantes, con el castellano. Era inevitable,y sera proliferante, el mecanismo de a similacin y ada ptacin de lxico espa-ol en lenguajes hechos a incorporar variantes. Por eso, varias lenguas nati-vas acrecientan su registro al apropiar los trminos nuevos o al incluir susdeclinaciones en las palabras castellanas. En cambio, el espaol practica unain tensa adap tac in de la o t r a lengua a l s i s tema voc l ico propio ,castellanizando, de este modo, nombres y expresiones. As, Per parece pro-venir de Vir, un ro; y Lima de Rmac, otro ro. Un fenmeno distinto es latranscodificacin, el paso de una palabra o un concepto de un cdigo a otro,paso que afecta al sentido; ocurre con la papa, que es percibida alternativa-mente en Europa como afrodisaco y como veneno. Guamn Poma entiendeque el trmino India est hecho de dos pala bra s: in da , la tierra que est enel da, el Per. Ms tarde, la pareja Adn y Eva ser convertida en un solo

    personaje: Adaneva. Con todo, la normatividad de la lengua y los valores deluso no recomienda n la mezcla y, aparentemente, descalifican la hibridez comolicencia o exceso. Joan Corominas, en su D iccionario crti co etimolgico cas-tellano e hispni co(1981, vol. V, IV: 26), a l documenta r el uso de melncitaa Laguna (1555): es el melocotn verda deramente un dura zno bastardo , por-que nace del durazno y del membrillo enxertos el uno en el otro. La nocinde bastarda como la verdad del injerto es una descalificacin tanto en elorden de la na tura leza como en el del lenguaje (la verdad denigra a l productode la mezcla). Oliva Sabuco (s. XVII) acude al mismo procedimientogenealgico (explicar el objeto por sus orgenes) para sanciona rlo: vemosdegenerar los hijos de los padres en salir mejores y ms virtuosos, o salirpeores y ms viciosos, como resulta el melocotn del dura zno y membrillo, ycomo resulta el animal crocuta , a rriba dicho, de hiena y leona. En este espa-

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    cio de control y sancin, lo nuevo de la mezcla slo poda producirse comoexceso: abriendo una escena alterna. All, del injerto a la hibridez, deltransplante al mestizaje, lo nuevo demuestra que es la suma de las partes queconstruyen al sujeto americano, hecho en la diferencia y la extraeza. Lonuevo americano es una forma venidera.

    HIPRBOLE DEL NUEVO MUNDO

    La abundancia pasa del prodigio al exceso, de la metfora a la hiprbole, y enel proceso se convierte en un discurso, l mismo, fecundo. La abundancia esautorreferencial, ocurre como siembra, transplante, traslado, injerto, en elescenario colonial; pero pronto ocurre en el discurso, donde prodiga figuras.Ms clsica es la nocin de la naturaleza como un bien comn del cual, en el

    Nuevo Mundo, todos gozan. Pero ha pasado ya por el humanismo y supostulacin utopista la idea de que el sol es el modelo comunitario del bien,porq ue su luz es colectiva. La eterna primavera mexicana es un prodigiopero es tambin una cita clsica. Pero cuando los cronistas aborgenes se de-moran en describir los bienes propios, encuentran otras fuentes para su hipr-bole. Hernando Alvarez Tezozomoc, nieto de Moctezuma, en su Crnicamexicana(1598) dedica ms atencin a los adornos de los guerreros que a laguerra misma. Hasta los proyectos de Bartolom de las Casas y Vasco deQ uiroga llevan la demanda de la abunda ncia. Los cato rce remedios querecomienda D e las Casas tienen como fina lidad que las islas se conviertanen la mejor y m s rica tierra del mundo , todo esto viviendo en ella los indios.La abundancia reclama un sujeto, y el hombre pobre parece el hroe naturalde una Edad de Oro americana que es, como cree el Inca Garcilaso de laVega, una prolongacin mejorada de Espaa . G uamn Poma , siguiendo a Delas C asas, cree que el mismo discurso es ya el remedio, lo a nuncia y adelanta :pront o tendremos remedio. Y repite la a laba nza centra l de su alega to : laabonda nciarecorre el calenda rio con sus frutos y yerbas, como si el tiempofuese un huerto emblemtico. Gonzalo Fernndez de Oviedo es de los quems atencin presta a los tamaos y sabores, al punto que alguna vez recuer-

    da el sabor aunque olvida el nombre de una fruta. De las higueras isleas diceque llevan unos higos ta n gra ndes como melones pequeos(Sumario, 214).Y tambin:

    H ay a simismo melones que siembra n los indios, y se hacen tan grandes, q uecomnmente son de media arroba, y de una, y ms; tan grandes algunos,que un indio tiene qu hacer en llevar una a cuestas; y son macizos y pordentro b lancos, y a lgunos ama rillos, y tienen gentiles pepitas casi de la ma -nera de las calabazas... (225)

    La comparacin con los frutos de Espaa es el punto de vista, de all lascalaba zas, q ue sita el relato en lo verosmil. As, estos frutos pertenecen ala categora demostrativa de los ejemplos, a la estrategia humanista de la

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    persuasin. Slo que son ejemplos que ponen a prueba la lgica del relato alexceder la secuencia causa-efecto, potencia-acto, serie-objeto; y que deman-da n los testimonios y los descargos de la vista y el sabor, con lo cua l aumentansu tamao, su valor. Los higos y los melones, por ejemplo, son productos espa-oles que crecen desaforadamente en Indias y que comparan unos con otros,en el tamao: los higos son como melones pequeos, los melones como melo-nes enormes, q ue seran monstruosos si no tuvieran, dentro, gentiles pepi-ta s, o sea , la semilla del fruto domstico, verosmil. Los ejemplos se convier-ten en actos de fe; se sostienen en la hiprbole, en la acumulacin comparati-va y la reiteracin del testigo de cargo. Los melones son un ejemplo elocuente,porque se trata de un trmino genrico, que seguramente involucra a variasespecies; as, el meln es un emblema del transplante acrecentado; nombreviajero, recomienza en el Nuevo Mundo como una slaba de la abundancia

    (los latinos lo llamaron melopepon;Covarrubias, en el Tesoro de la lenguacastellana o espaola, dicta mina que en rigor vale manzana). Todo tiende,as, al lenguaje del barroco, salvo que cuando el barroco llega es tambinexcedido . Ya de por s el barroco es un derroche nomina tivo q ue prolonga lasclusulas complementarias hasta casi perder de vista al sujeto de la frase. Yes que en el barro co cualq uier inciso circunstancial se torna principal. C on locual, el drama de la abundancia deja ser una puesta a prueba de la vista y delnombre y pasa a ser un decorado suntuoso del arte de volver a ver y renombra r.

    TOPOS Y TPICOLa herldica del Nuevo Mundo reincide en los tpicos de la a bunda ncia. El 10de noviembre de 1558, el rey Felipe II firm en Valladolid la cdula real queconcede a Popayn, en Colombia, un escudo que bien podra ser l, la pocamisma de la abundancia controlada por el creciente poder regional. La histo-ria social y poltica de Popayn demuestra el proceso de negociacin y com-petencia entre los fundadores y seores principales, enriquecidos en el co-mercio, cuyo bienestar requiere confirmarse emblemticamente. La cluladictamina:

    Felipe II le conf iere el escudo en el cual est en medio de l una ciudad de oro,con arboledas verdes a la redonda de ella y dos ros: el uno de una parte de ladicha ciudad y el otro de la otra, entre arboledas verdes, aguas azules y blan-cas; en lo alto , a mano derecha una sierra nevada y un sol encima de la misma,en el campo azul una orla con cuatro cruces de Jerusaln en campo de oro.El oro, significa nobleza y magnanimidad; Riqueza, Poder, Esplendor.El verde o sinople, significa Justicia, Celo, Verdad, Lealtad, Perseverancia yGratitud. Buena fe y alegra.La sierra nevada , por la a lbura de la nieve indica pureza de sus actos.

    El Sol, significa Unidad, Verdad, C laridad, Majestad, Abundancia, Liberalidad.La Orla, como pieza honorable de primer orden se otorgaba por los servi-cios seala dos.Las cruces de Jerusaln, significan Sacrificio en las luchas por la religin.

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    Como se ve, en este escudo todos los objetos y atributos provienen delViejo Mundo. Salvo que la pequea y orgullosa ciudad espaola en los Andescolombianos que promedian con el Ecuador, sea una versin plcida de laciudad dora da , convertida ahora en huerto fecundo presidido por el sol dela a bundancia, y por eso entre los monumentos de la virtud es un espacio dealegra. El cuerno de la abunda ncia, por lo dems, preside los escudos pat riosque luego de la independencia de Espaa se dan Venezuela y Per. En el pri-mer caso, un lazo une la rama de laurel clsico a la rama de palma local; en elsegundo, el reino vegeta l est representado por el rbo l de la q uina, uno de losremediosque desde la colonia prometen bienesta r; y el reino anima l por lallama , el carnero del Per, que provoc el asombro de los cronista s tempranosdel Per. En la herldica, la abundancia mtica del Nuevo Mundo es parte yade la retrica regional o nacional de los proyectos de consolidacin comercia l

    y estatal. As, la abundancia deja de ser prodigio y pasa a ser ilustracin.Lleva, sin embargo, un rasgo constante de la identidad imaginaria latinoame-ricana.

    CARTOGRAFA E INVENTARIO

    Jacinto de Carvajal (ca. 1567-1650) recuenta, en su D escubr imiento del RoApure(edicin de Jos Alcina, 1985), la expedicin que Miguel de Ochogaviacondujo en 1647, y lo hace en la crnica ms barroca del llamado Ciclo delOrinoco. Ligeramente extravagante, con todos los tpicos escnicos del re-pertorio barroco, el cronista oficial exalta el recorrido de ese ro venezolanocomo si se tratara de una empresa mtica. Dice tener ya ochenta aos, pero sucuriosidad por la naturaleza y sus gentes est animada por el apetito barrocode lista r el mundo como un ca t logo de las abundancias. As, enumera ms de30 clases distintas de frutos y unos 35 tipos de pjaros. Tambin ofrece infor-macin etnolgica en su listado de los grupos caribes; enumera 72 etnias,aunque la mayora de ellas no las podemos hoy identificar por esos nombres.Las frutas las distingue utilizando todo el repertorio comparativo: por suscolores, sabores, olores, tamaos, formas y semejanza a otras de Espaa. Son

    fruta s que exhiben el valor aadido de su apariencia: Pammas, fruta dellargor de un cauto de coral, morada y muy dulce. El otro valor el mismoplacer de los nombres nuevos, esa celebracin del idioma en el lenguaje de lana turaleza fecunda : merecures, chivechives, cubarros, pa chaccas, guama ches,yaguares, caramines, quebraderos, ojos de payara, manires, chares, muriches,guaycurucos, curichaguas...Y concluye: Ultra de las fruta s insinuadas go-zan los indios caribes de las dems de nuestro uso, y es tanta abundanciacomo despus vi y experiment(242). Varias otras listas recorren esta crni-ca de sumas venezolanas, ya de por s listada en jornadas; y el recuento llegaa tanto que el cronista nos informa incluso de la hora en que duerme y la quedespierta , entre rezos y misas. El mundo se sostiene en sus nombres, se repro-duce en ellos, reciente y luciente, pero t ambin compartido y mutuo, a l modode un albergue ganado por el lenguaje. Esta parece ser una caracterstica de

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    la crnica que da cuenta del llano venezolano, de su diversidad vegetal y susciudades recientes. Es un repertorio del asombro que ocurre en la duracin deun tiempo de gozo y promesa, casi sin sombra de pasado. Incluso el ms im-portante poema venezolano del siglo XIX , la Oda a la a gricultura de la zo natrridade Andrs Bello, humanista y jurista, lingista y poeta, fillogo he-cho en los catlogos americanos, es un panegrico que enumera las plantas,sumando las de Amrica y las de Espaa, como si fueran ya todas hijas de lahuerta y del albergue de la nueva nacin.

    Joseph Luis de Cisneros fue un tratante en gneros de la CompaaGuipuzcoana, la empresa comercial vasca que desde 1742 obtuvo del rey deEspaa privilegios monoplicos en Venezuela. Cisneros imprimi un brevetratado comercial, D escripcin exacta de la provincia de Benezuela, en 1764(recuperado y prologado por Enrique Bernardo Nez, 1950). Esta descrip-

    cin sucinta de rudimentaria geografa econmica, es un inventario de losbienes y productos de algunas ciudades y pueblos del pas. Se trata de uncurioso tratado de la abundancia desde la perspectiva del comercio. Para ello,el autor no requiere sino proveer el listado de frutos, manufacturas y ganadosde cada zona. Su enumeracin est animada por la fe en el intercambio de losbienes como una demostracin de la salud pblica y del bienestar ciudadano.La perspectiva del comercio instaura una plaza pblica de las intermediaciones,donde se negocia y se dialoga, se produce y se consume, entre nombres rotun-dos, de sabor criollo y nativo, y almacenes siempre bien provistos. Entre lanaturaleza prdiga y los habitantes gozosos, est el almacn del comercio,

    suerte de cornucopia moderna que promedia entre el espacio rural, la migra-cin de trabajadores europeos y el avance urbano. La carne es el bien mspreciado en Ca racas: Aba stecen a esta C iudad de Ca rne de Baca, que es laque se gasta; porque Carnero, nunca se pesa en las Carniceras: los Llano dela Villa de San Carlos, Villa del Pao, Villa de Calabozo, y Ciudad de SanSebastin, que son todas de su Provincia, y es tanto lo que abunda, que unNovillo, o Baca, en ocasiones, vale ocho Reales de Plata(46). Los nombresresonantes de las villas y pueblos son centros productores y productos ellosmismos del nuevo discurso comercial y fecundo. Pronto, esa enumeracin se

    da a la hiprbole: Se comen rega lada s Terneras, buenos Ca rneros y Capo-nes, y todo con abundancia. Entran Atajos de Cerdos de las Poblaciones delcontorno, en grande abundancia, Pollos, Gallinas, Pabos y Patos(47).Cisneros escribe desde la plaza pblica, donde el mercado es el centro de lavisin prdiga: los productos desfilan como en una alegora mundana de lariqueza. Y sigue: Azcar bla nca , y prieta abunda con exceso. Pero la ha ri-na se acumula de tal manera que se pierde en los almacenes; aunque hasta laprdida conf irma que nos ha llamos siempre con abundancia. D espus delas carnes, el cacao es el ot ro a limento preferido : El Cacao que se consumeen el Pas, es con tanto exceso, que se hace increble, porque se tiene por

    preciso alimento(47-48). Este exceso, que termina en derroche, reconoceque el consumo es libre y que el ciuda dano cara queo se define al elegir uno uotro modo de endulzar su taza de cacao. Y cuando el cronista repasa los

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    caos de San Juan, a segura que en cada cao se puede hacer un Astillero,cortando las Maderas, a medida del deseo, de las montaas ms soberbiasque hay en las Vegas del Ro Yaracuy(51). Esa medida del deseo buscatransformar a la naturaleza bajo el nuevo dictamen de la industria. En ungesto digno de su empirismo ditirmbico, Cisneros termina enumerando to-dos los puertos y calas de la costa, ya sin adjetivos, porque esa suma de lageografa venezolana del Caribe es, en ltimo trmino, una cornucopia tanverbal como terrestre.

    LA CIUDAD METAFRICA

    En L a grandeza mexi cana(1604), Bernardo de Balbuena hace de la ciudad elcentro de su representacin barroca: la naturaleza es un catlogo de bienes,

    que el lenguaje ordena ya no en el mundo exterior sino en el escenario urbanoy cortesano de la p gina, en el canto lmpido y sosegado donde el sujeto reco-rre el dicciona rio como si fuese el mapa de Mxico. Ba lbuena pas de Espaaa Mxico, probablemente a los veinte aos, y su aprendizaje americano loconvirti en un poeta erudito, de empaque formal clsico y regusto por lassimetras del despliegue barroco. No se propuso la diferencia especfica de lomexicano sino la diferencia inclusiva de su lenguaje: la figura barroca, deexpansin americana, ocupa el tiempo presente, que no tiene orillas, y as lomexicano es un pliegue en la fluidez del espaol universal. Como Gracin,acude a imgenes de rara grandilocuencia, donde la extraeza del mundopone en tensin a la lgica de la representacin. Lo vemos en esta estrofarotunda, en la que nos dice que la ciudad de Mxico:

    Es centro y corazn desta gran bo la,playa donde ms alta sube y crecede sus deleites la soberbia ola.

    La ciudad como eje y corazn de este mundo impone aqu una figura deequivalencias. Mxico es doble centro, geogrfico y corporal, efectivo y ale-

    grico, pero es tambin una playa u orilla donde los deleites se acrecientancomo una ola . As, cada pala bra es otra cosa y slo la declara cin M xico esuna ciudad deleitosasera la referencia implcita. El poema no habla y, aun-que a veces canta, la ms de las veces metaforiza; dice una cosa por otra,acrecentando as el registro de las equivalencias, de la hiprbole descriptiva ydel himno demasiado mundano como para convocar a las musas. Este eplo-go y captulo ltimoque se declara discurso cifra do , se detiene incluso enel alto costo del alquiler de una casa (hay una tan altiva, dice, que su alquileres mayor q ue un conda do, pues da de treinta mil pesos arriba ). Por ello, suacopio tiende a lo genrico, y hasta el mercado central se debe ms al catlo-

    go que a los sentidos:

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    Cuanto en un vario gusto se apetecey al regalo, sustento y golosinajulio sazona y el abril florece,a su abundante plaza se encamina;

    y all el antojo al pensamiento halla,ms que la gula a demandarle atina.

    Se trata, as, de una abundancia ms emblemtica que efectiva. La abun-dancia se convierte en cita literaria, en archivo argumentativo, que sostienela autorida d del poema. En verdad, la grandeza mexicana carece de sujeto:es una fra se adjetival, un discurso en bsqueda del acto enunciativo q ue da raactualidad al sujeto de la abundancia dentro del poema, desde fuera del mis-mo. Termina as el canto:

    Su gente ilustre, llena de nob lezaen tra to af ab le, dulce y cortesana ,de un nimo sin sombra de escaseza.

    Esa gente se configura, por tanto, desde la abundancia y contra la caren-cia, en la plenitud urbana de su estilo de vida corts, por oposicin al desni-mo de la pobreza y sus sombras.

    La natura leza es un decora do citadino, el teln de fondo de una primave-ra mexicana . D entro del cuerno de la abunda ncia ha y ot ro cuerno de la

    abundancia. Las flores, dice, las derrama abril, que es una cornucopia denombres: aqu con mil bellezas y provechos las dio todas la mano soberana .Esta divinidad que concede lo bello y lo til, es otra cornucopia, q uiz su ideamisma, y prodiga su lenguaje florido.

    LA FRUTA Y LA LETRA

    Max Hernndez en su sugestiva exploracin psicoanaltica de la obra y lavida del Inca G arcilaso de la Vega (M emor ia del bien perdido. Conf licto, i den-ti dad y nostalgia en el I nca Garcil aso de la Vega) dedica un captulo a La

    escritura y el poder, donde discute en detalle la f bula de los indios, los me-lones y la carta. Observa que el propietario de la huerta en Pachacamac sellama Solar, nombre que remite al sol, el dios indgena y tambin al terreno deuna familia noble espaola. Slo que, adems, se trata de un conquistadorque es dueo de tierras en el centro religioso indgena. Otra escena subyace alrelato: la tentacin de la f ruta prohibida ; probarla, d ice H ernndez, es po-ner a prueba la letra. C oncluye que la letra opera m s que como herramien-ta del saber como instrumento de la represin. Pero hay una ltima irona:Quien cuenta la a ncdota por escrito es un indio. En su pluma, la escritura

    recobra su poder liberador. H ernndez seala un mecanismo centra l del re-lato garcilasiano: la transferencia, el desplazamiento permanente de las equi-valencias simblicas. Quiz el Inca aprendi este mecanismo en la tradicin

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    humanista, a travs de Petrarca y, aun, de Dante. Est, despus de todo, enlas simetras y articulaciones del discurso neoplatnico y, muy probablemen-te, la mayor de todas las equivalencias, transferir el Incario perdido a Utopapoltica, permita articular el porvenir. La prctica humanista de narrar atravs de ejemplos construye una demostracin suficiente, que convierte a laverdad de la historia en leccin del presente.

    Los hechos se transfieren, as, en modelos de pensamiento; y conocer lahistoria implica rehacer el presente. Garcilaso parece haber entendido, desdemuy temprano, que su historia slo sera inteligible y tendra un lugar en lahistoria mayor de Espaa en Indias a travs de esta trama de transferencias yequivalencias, donde cada hecho y cada individuo se proyectan como ejem-plos de un relato de inclusiones, donde las cuentas se hacen para convertir loperdido en ganancia, la escasez en abundancia y el desplazamiento del sujeto

    en su nueva identidad escrita . La obra del Inca es esa carta : la tra nsferen-cia del saber a la sabidura, de la memoria a l relato, de la biografa a la histo-ria. La obra misma es un palimpsesto: detrs de la escritura est la oralidad;detrs de la historia, la fbula; detrs de los indios, la naturaleza, su espejoabundante. Los hijos de la abundancia no son, al final, vctimas de la letrasino su mejor ejemplo porque la carta que censura se niega a s misma aldescartar al Otro. La letra, propone el Inca, es siempre del Otro. La letrajerrquica, que se define por sus exclusiones, es el contrasentido de una ver-dad nueva (quechua y castellana) que la fbula rescribe, como una carta msdurable, del lado del sentido . Tambin es debido a esa polifona semntica que

    una lectura transparente de esta fbula corre el riesgo de hacerse litera l. Y nopuede serlo la lectura de un sistema de ejemplos cuyo mecanismo es la equiva -lencia. Este es el caso de los nombres. Ya en otra fbula, el Inca Garcilasodeca q ue el nombre del nufra go era Pedro Serrano. Pero el anagrama es unatransferencia: la piedra de la sierra es un emblema fundador transferido a suIsla americana, es un filsofo autodidacto, en este caso, un espaol que em-pieza todo de nuevo y que aprende a vivir como un nativo americano. Otrotanto ocurre con la transferencia del nombre del lugar, Pachacamac, en lafbula de la ca rta. La coincidencia de los nombres Solar y Pachacamac (pacha

    es tierra ; camac, lugar sagrado) no parece casual. Entre el soly la tierralos melones espaoles ya son americanos. Una de las versiones ms anecdticasy na rrat ivas de esta f bula, Carta canta , de Ricardo Pa lma (Tradicionesperuanas), aade informacin al relato. No deja de ser revelador que un his-toriador, Garcilaso, acuda a recursos narrativos y que un narrador, Palma,intente documentar la fbula. En la primera versin de su relato, Palma, evi-dentemente siguiendo a l Inca G arcilaso, escribi el melona r de Pa chacamac.Pero en la segunda versin (1883) cambi el lugar a Barranca. Ocurre quePalma ha encontrado la historia del encomendero:

    Era don Antonio del Solar, por los aos de 1558, uno de los vecinos msacomoda dos de esta ciuda d de los Reyes [Lima]. Aunque no estuvo entre loscompaeros de Pizarro en Ca jamarca, lleg a t iempo para q ue, en la repar ti-

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    cin de la conq uista , le tocase una buena partija. C onsisti ella en un espa-cioso lote para fabricar su casa en Lima en doscientas fanegadas de ferazterreno en los valles de Supe y Barranca, y en cincuenta mitayoso indiospara su servicio.

    En la primera versin se lea veinte fa negad a s y en el valle dePa chacama c. Hab a el Inca G arcilaso cambiado el lugar a Pa chacama cpara da r un valor mtico a la huerta? La f bula de la escritura, por lo mismo,lleva el carcter abierto, indeterminado y asociativo, de los signos, que impli-can varios sentidos y no se agotan en una sola lectura. No hay mejor emble-ma de la fuerza desencadenante de esta escritura del Nuevo M undo; as comode este sujeto americano, tan reciente que la escritura recomienza poniendo aprueba todos sus valores. Al final, ste es un ejemplo elocuente del poder de laescritura, pero no solamente de su poder literal contra el Otro sino, ms agu-damente, de su poder paradjico e irnico, en las manos del Otro. Una fbuladel origen prueba que no hay orgenes, pues el cuento est en muchas partes;pero prueba tambin que sin los indios no habra cuento: su candor es el delnefito, el del ana lfabeto, q ue pronto ser instruido y a lfabetizado. Po r la vade los melonesse apoderar de la letra ; esto es, los signos de lo nuevo enla naturaleza le llevan a los nuevos signos del intercambio. Esta fbula apa-rentemente sobre las tensiones duales es, en verdad, sobre la construccin dela trada, de los tres lados de una figura inclusiva: los indios, el encomenderoy el narrador; Espaa, Pachacamac y los melones; la oralidad, la escritura y

    el poder; la censura, la transgresin y el aprendizaje... Su ltima leccin esque el fruto de la abundancia se reparte en la escritura.

    EMBLEMAS

    El rbol de la quina es el emblema de la abundancia vegetal en el escudonacional peruano. Fue legenda ria su reputacin de remedio americano contralas fiebres y su difusin en las casas reales europeas lo impuso en la farma copeay la Real Botica. Por lo menos entre 1634 y 1786, la f ama de la q uina, q uinina

    o quinquina, llamada tambin chinchona, que creca entre las montaas deEcuador, Per y Bolivia, trascendi el inters mdico y la curiosidad botnicay l leg a la l i tera tura . Joaqun Fernndez Prez , de la Univers idadComplutense de M adrid , en su artculo Las relaciones entre Linneo y M utis,el problema de la determinacin de los rboles de la q uina, ha hecho la histo-ria de los muchos y contradictorios intentos de observar, clasificar y estudiara este rbol, cuya corteza (llamada cascarilla) se exportaba a Europa a tra-vs de C diz (Ma rtnez Ruiz y Pa zzis Pi C orra les, 1998: 75-109). Linneo, q uehaba dedicado su tesis doctoral a las fiebres, tena una viva curiosidad por laquina, y gracias al gaditano Jos Celestino Mutis, que se haba instalado en

    Nueva Granada, recibi un dibujo de la corteza de quina junto a la muestrade hojas y flores secas y le respondi de inmedia to que nunca antes hab avisto esas flores y me dieron una idea de este rarsimo gnero. Linneo

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    haba ya bautizado como M utisia, en honor de su corresponsal, una flor a me-ricana , de la cual haba dicho: Jams hab a visto una planta ms rara : suyerba es de clem tide, su flor de signesia. Pa ra un na tura lista como Linneo,que haba clasificado la naturaleza como un orden sistemtico, simtrico yarmnico, estas plantas raras y rarsimas encuentran su lugar en la SpeciesPlantarum; la quina, nos informa el profesor Fernndez Prez, est entreBell oni a asperay Coff ea arabi ca, el caf. La bautiz como Cinchona. Esenombre remite al Per y a otra fbula de los orgenes que asume la lgica delas revelaciones, esa epifana del conocimiento de lo nuevo que caracteriza aestas historias sobre el sabor y el saber de los bienes del Nuevo M undo. O travez, le debemos a Ricardo Palma la genealoga de un relato que se construyecomo historia . En su tra dicin peruanatitulada Los polvos de la condesacuenta Palma que el virrey Luis Jernimo Fernndez de Cabrera Bobadilla y

    Mendoza, conde de Chinchn, haba llegado a Lima enviado por Felipe IV,pero a poco de su arribo su esposa caa enferma, vctima de la fiebre terciana .Palma asegura que la historia se ubica en 1631 y que, providencialmente, unjesuita anunci que tena el remedio para salvar a la condesa. No en vano elremedio era primero conocido, en efecto , como polvos de los jesuita s. PeroPalma incluye dentro de ese cuento de origen otro ms, en un movimientocaracterstico de la fbula filolgica: cuanto ms inclusivas son ms verosmi-les parecen. Segn Palma, atacado de fiebres un indio de Loja llamado Pedrode Leyva bebi, para calmar los ardores de la sed, del agua de un remanso, encuyas orillas crecan algunos rboles de quina. Salvado as, hizo la experien-

    cia de dar de beber a otros enfermos del mismo mal cntaros de agua, en losque depositaba races de cascarilla. Con su descubrimiento vino a Lima y locomunic a un jesuita , el que, realizando la feliz curacin de la virreina, pres-t a la humanida d ma yor servicio q ue el fra ile q ue invent la p lvora.Fernndez Prez nos da, sin mencionar a Palma, otra explicacin, no sin ad-vertir que tiene ms de literaria que de hecho documentado: hacia 1630 elcorregidor de Loja padeci unas fiebres paldicas y un jesuita llamado JuanLpez le dio el remedio que haba l mismo tomado gra cias a un indio llamadoJua n Leiva. En esta versin la quina se llama rbo l de las calentura s. El

    relato sobre la condesa de Chinchn, nos informa Fernndez Prez, provienedel libro de Sebastin Bado, Anastasis cor t icis Peruviae seu Chinae defensiode 1663. Varios historiadores de la medicina han credo demostrar que, enrealidad, la condesa no estuvo nunca enferma. Ya Palma se haba curado ensalud cuando a l final de su tradicin(tan bien documentada que mencionaa Linneo) explica que en la primera versin ha ba a tribuido a la primera espo-sa del conde lo que, en rigor, haba vivido la segunda . Estas f bulas filolgicasrequieren incluso dos esposas en su genealoga de sustituciones y equivalen-cias. El hecho es que la historia de la condesa suscit una saga literaria de noescasa fo rtuna . Jean de la Fontaine public en 1682 un tomo de versos titula-

    do Poema du Q uinqui na, y la Condesa de Genlis hizo popular la historia deldescubrimiento de la quina en su pieza Z uma o la decouvert e du Q uinqui na(1817), introduciendo la va riante de una sirvienta de la condesa de Chinchn,

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    que guarda en secreto el remedio, q ue es primero confundido con veneno. Noes inslita esa pola rida d remedio/veneno:declara la extraeza de un frutoamericano. Fernndez Prez aade a esta suma de versiones la variedad delos nombres de la planta: Pulvi s Em inentsimo Cardi nal de L ugo, PulvisL ugones, Pulv is Cardi nali s, Pulv is Patrum Scil . Jesui tarum, Pulv is Jesui t icus.Estos nombres, evidentemente, remiten a distintas genealogas. La ciencia,por su lado, descubrira luego la variedad de familias de estos rboles de laregin de los bosques nublados, cuyas especies, va rias de ellas hbridas,responden a nuevos nombres. El comercio, por su parte, no tard en aclima-tar fuera del Per la mejor variacin de quina, la de las yungas. Los holande-ses transplanta ron la quina peruana al Asia y lograron una planta ms rica encontenido de quinina, dice Fernndez Prez. De modo que esta planta benfi-ca no deja de proveer una compleja textualidad a su carcter emblemtico,

    caracterstica de su inclusin en el repertorio europeo, donde los bienes ame-ricanos se descifran como una genealoga legenda ria. Esa representa cin per-tenece tambin al repertorio de la a bunda ncia, a la familia de objetos recndi-tos y laboriosos (como el oro, la plata, las perlas y otros metales), que decla-ran el estado potencial, latente, de una riqueza esquiva y secreta. El oro, secrea, se mueve bajo la tierra, entre metales que se buscan para mezclarse yhacerse oro. Esa visin arcaica y casi alqumica, declara el asombro de lanaturaleza ignota y el azar de sus bienes inexhaustos. No por ms empricamenos aventurada, en el siglo XIX , la clandestina aventura inglesa de criar laalpaca en tierras de Australia y frica, los ensayos de varios pases en la

    aclimat acin de la papa o ba ta ta y la empresa holandesa de mejorar la quina.

    REPRESENTACIONES

    Es la a bundancia un relato que imita la fecundidad de la naturaleza america-na, aun si extrema el panegrico? O se trata de un relato de relatos, de unatropografa que reproduce su propia representacin? El hecho histrico esque la productivida d se debe a la mano de obra disponible, y q ue el cambio dergimen de la propiedad valora la acumulacin y el comercio frente a la dis-

    tribucin y la comunalidad. Pero hasta la feracidad de los productos nuevosen tierras del Nuevo Mundo, esa nocin de una naturaleza prdiga y de unafecundidad prodigiosa, se sostienen en las ideas de la suficiencia comunal y elbien colectivo. El antroplogo John Murra estudiando los informes sobre po-blacin y tributa cin en la colonia andina , describi que estos libros de visi-ta sdocumenta ba n un sistema a grcola vertical, segn el cual una comuni-dad controlaba varios pisos ecolgicos entre las tierras fras de altura, losclimas clidos y los valles de la costa. As, el trabajo agrcola era alterno yperidico, y el cultivo de los productos era continuo en el ao. Este rgimenexiga una administracin puntual, aseguraba el bien colectivo y evitaba elhambre. Pero tanto la encomienda, que se basaba en la explotacin y el servi-cio forzado, como la plantacin, que se sostena en la esclavitud, horadaronla produccin comunitaria y levantaron su productividad sobre la miseria.

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    Cuando Guamn Poma de Ayala explica que en el mundo andino ya el recinnacido tena asignado un lote de tierra de cultivo, se refiere a un pasado per-dido pero an lo anima el modelo del bien comn. Por eso, hasta quien msdenuncia el hambre, como Guamn, no deja de partir de la metfora de laabundancia, esa memoria que contradice al presente. Y el padre De las Casasadvierte que se condenar moralmente el encomendero por haberse enrique-cido sobre el hambre de los indios. Esta tensin intrnseca entre abundancia ycarencia configura la nocin misma de la historia natural de las Indias, alpunto de que en esas representaciones polares e ntimas adquieren su discursolos sujetos americanos. El historiador John C . Super, en su libro Food, Conquest,and Co loni zati on in Six teenth -Centu ry Spanish Ameri ca(1988), escribe losiguiente:

    The abundance and fertility of the land were consistent with beliefs aboutthe abundance of foods. Enthusiastic writers described the delicious andsoothing fruits, ripe for the picking, that nourished ma ny o f the settler duringthe early da ys of conq uest. Some areas w ere so f ertile that even if w akinglost, [you] will not die of hunger [M. Jimnez de la Espada, Relacionesgeogrficas de Ind ias, I, 80]. Such views probably overstate the availabilityof natural foods, although it is well to keep in mind that tropical fruitscont inue to serve as subsistence foods in the diet of the Lat in American poortoda y. Equa lly exciting to Europeans w as the abundance of ga me and fow l.D ozens of varieties of small game some of w hich had been introduced byEuropeans hid in small thickets and ra n thro ugh plains and forests. D eerand rabbits w ere so plentiful near Q uito in the 1570s tha t a soldier w ith aharquebus could ta ke six or seven deer a t night, and it seems tha t t he supplyis inexhaustible. In t he valleys south of Q uito, tw enty bo ys from theIndian pa rish w ith their sticks could catch three hundred rabb its by midday[Relaciones, I, 132]. Outside Mexico City, extensive lakes and abundantnatural vegetation supported much fish and game. Indians used blow gunsto bring down waterfowl, bows and arrows to fell deer, nets to trap hares,spears and lines to catch fish (14-5).

    Pero junto a esta misma latencia e inminencia de la abundancia como len-

    guaje natural que el sujeto manifiesta y desencadena, se alzan los escenariosde la carencia, impuestos por la peste, la plaga, la aridez, la violencia y elhambre. Aun si la genealoga de estos tropos polares remiten al locus amenusy al paisaje desrtico, su actualidad no es slo ideolgica, una interpretacindominante, sino estructuradora y formativa. Esto es, son construcciones queconfiguran el espacio comn, el consenso de un escenario posible y veraz delsujeto colonial. Si, por un lado, el amo gestiona la feracidad, el siervo es quienla gesta; y, por otro lado, si uno padece el infortunio de la carencia, el otro lailustra con su miseria y muerte. El indgena, el negro, el pobre, son hroes o

    hijos de la abunda ncia cuando sta es representa da como jardn na tivo o huertofecundo; pero son su vctima cuando la abunda ncia pasa a ser entendida comoacumulacin y ganancia, cuya mecnica es violenta y disruptiva. El habitantedel paraso se convierte en esclavo de su propio mito. Ambas representacio-

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    nes no pocas veces coinciden y se interponen. Pero su historia cultural noconfirma meramente lo que ya sabemos sobre la sociedad colonial y su siste-ma de produccin, sino que nos permite ver mejor la trama de las representa -ciones y la s interpreta ciones que conf iguran los consensos, los tropos, las com-pensaciones imaginarias, as como las disputas y demandas del pensamientonativo, mestizo y heterogneo. Se trata de una formacin discursiva que tra-baja como la memoria cultural del presente, definiendo su sentido. John C.Super anota que:

    The fortunate times were those when an element of choice remained. In1589, the viceroy from Peru responded to the measles and smallpox epidemicby enumerating the foods for the healthy and the sick. To give strength tothe healthy he recommended foods of good substa nce, mut ton, a nd fow l,and goat; those already burning from fever had to settle for concoctions ofbarely, quinoa, amaranth, sugar, and raisins, dressed with vinegar and oil(1985: 1-23).

    El ejemplo sugiere, sin irona , q ue la abunda ncia demanda un sujeto privi-legiado, mientras que la carencia impone la penuria de otro. Esta distribucindesigual de los bienes de abundancia, fue observada por varios cronistas yescritores no sin sutil dramatismo. En la literatura de signo nacional, que esya de conciencia diferencial, a lgunos equilibrios buscaron restitutir el sentidode un orden natural. As ocurre en el elogio que Andrs Bello hace del banano

    en La agricultura de la zona trrida . Todos los cronistas observaro n quehaba una variedad americana de la banana o pltano y que la llevada deEspaa se reprodujo con feracidad, as como repitieron la facilidad de su cul-tivo, su bondad y sus muchas clases y sabores. Fue, digamos, el ms modestoemblema de la abundancia. Bello aade un matiz de los nuevos tiempos:

    el banano, primerode cuantos concedi bellos presentesProvidencia a las gentesdel ecuador feliz con mano larga.

    No ya de humanas artes obligadoel premio rinde opimo;no es a la podadora, no al aradodeudor de su racimo;escasa industria bstale, cual puedehurtar a sus fatigas mano esclava;crece veloz, y cuando exhausto acaba,adulta prole en torno le sucede.

    Bello ha hecho coincidir a la abunda ncia con su sujeto na tural: si la na tura-leza prodiga este bien sin necesidad de mayor labranza, el esclavo puede cul-tivarlo como si el banano fuese una breve libertad de su trabajo y, adems,ejemplo aleccionador de duracin y sucesin. Ya que la sociedad no lo alivia

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    de sus servidumbres, el banano, como el primer emblema republicano, le des-cuenta las fatigas. En este poema, panegrico de las frutas sumadas, el esce-nario anuncia un sujeto redimido por la abundancia bajo el nuevo orden.

    BALANCES Y VERSIONES

    Una reciente encuesta de la opinin pblica venezolana revel que la granmayora de la poblacin crea que su pas era rico, pero que haba sido empo-brecido por la corrupcin poltica. La extraordinaria desproporcin entre lapobreza efectiva del pas (ms de la mitad de la poblacin viva en la pobrezaal final del siglo X X) y las expectativas sociales y personales sostenidas en eseconsenso de riqueza, explican las disrupciones sociales, las nuevas olasmigratorias (una encuesta de Gallup demostraba que los venezolanos eran

    una de las poblaciones del mundo con ms voluntad migratoria), y el descr-dito de la vida pblica. Se puede aventurar que en casi todos los pases lati-noamericanos la misma encuesta tendra los mismos resultados: somos unpas naturalmente rico, empobrecido por la mala administracin. Subyace aeste consenso la nocin de una naturaleza prdiga, abundante en recursosmateriales, y una institucionalidad frgil, una y otra vez capturada por inte-reses forneos y dominaciones internas, por el mal gobiernodenunciado yapor G uamn Poma de Aya la. Famosamente dijo el explorador italiano Anto-nio R aimondi que el Per era un mendigo senta do en un banco de oro. H oyda no se podra separar tan fcilmente el mbito de los recursos naturales desu explotacin, imbricados como estn en una racionalidad econmica glo-bal, en la cual el monocultivo o la monoproduccin crean nuevas dependen-cias y desigualdades. El siglo XIX latinoamericano, dado a la polmica, deba-ti largamente desde su programa ilustrado los proyectos de la formacinnacional y su eje estatal. Los lderes criollos se concibieron como el productoprivilegiado de los ideales emancipatorios y de una modernidad republicanaepocal. Por eso, explica Benedict Anderson en su Imagined Communi ties, lospat riota s venezolanos creyeron que la C onstitucin de los Estados Unidos eraun patrimonio de los tiempos y la incluyeron casi verbatimen su propia cart a

    magna. Uno de los debates fue sobre el destino social de la abundancia natu-ral. En esa discusin, la comparacin entre los pases latinoamericanos y losEstados Unidos de Amrica result crucial. Si Jos Mart crey que el futurode las repblicas americana s sera comprometido por el expansionismo norte-americano y que ambos mundos eran no slo distintos sino antagnicos, D o-mingo Faustino Sarmiento pens q ue el progreso de los Estados Unidos debaser imitado y transplant a la Argentina el modelo de ese xito: educacin,migracin y transportes. Mart crey que el ciudadano de las repblicas inde-pendientes sera el hombre del campo, por oposicin a la urbe decadente;Sarmiento, que ese ciudadano era el hombre plenamente urbano, heraldo dela civilizacin contra la barbarie del campo, hecha en la tra dicin a utoritaria.En su diario de viaje por los Estados Unidos, el gran Francisco de Mirandaobserva con alarma que los hombres pblicos no son siempre cultivados y

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    suelen carecer de urbanidad; hasta las mujeres resultan de una sociabilidadmodesta. Pronto, la abundancia norteamericana ser representada como lafuente de su democracia igualitaria, como si hubiese una correlacin necesa-ria entre la riqueza disponible y un orden social sin mayor diferencia de cla-ses. En Amrica La tina , en cambio, luego de los largos perodos de caudillismo,dictadura y dependencia, se asignar a la desigualdad de clases y la fragili-dad institucional la causa de la pobreza endmica en medio de la abundanciadilapidada. No pocos intelectuales terminarn en posturas irracionalistas yhasta racistas ante la dificultad de pensar las crisis. El propio Sarmiento anteel fracaso de su gestin de Presidente de la Argentina concluye que son loslmites de la raza los que impiden acceder al progreso. Otros prefieren, alborde del 1900, descartar el modelo norteamericano como materialista y oponerla cultura latina como idealista. Este pensamiento, iniciado por Jos Enrique

    Rod en su tratado Ariel(1900), y llama do por eso arielismo,influye larga-mente con su visin de las lites como clase directriz y letrada. La nocin deun fracaso recurrente, sin embargo, no es atribuida a la ilusin mesinica delos intelectuales sino a la variada incapacidad de los pueblos. Figuras promi-nentes de la vida pblica concluyen, en Lima y en C aracas, q ue la raza ind-genaest condenada a desaparecer pues padece de tara s, q ue los pardosson ingobernables, que se ha hecho evidente una incapacidad innata para lomoderno y, por ta nto , siempre se llega ta rde al festnciviliza torio. Sobreesta fatalidad de la carencia se levantan las hiptesis del fracaso. A su modo,prejuicios aparte, demuestran la dificultad de esclarecer el carcter de la cri-

    sis, lo que, en verdad, prueba el fracaso de los mtodos de lectura interpues-tos. A esas hiptesis responde Jos Lezama Lima en su breve tratado de histo-ria cultural L a expresin americana(1949), donde en lugar de las restas de lacarencia propone las sumas de la imagen y lo q ue llama eras imagina-rias; esto es, articula la produccin cultural y la experiencia histrica enobjetos artsticos privilegiados, en los cuales la cultura lleva la configuracinde la poca, su definicin en trminos de abundancia, goce del mundo, pleni-tud de las formas y barroquismo de medios.

    Octavio Paz, en El laberinto de la soledad(1950), desarroll la hiptesis,

    gestada en el X IX mexicano, de la Malinche, la compaera e intrprete deH ernn C orts, como enigma naciona l. En Los hijos de la M alinche, Pa zelabor la concepcin de una bastarda del origen, que condenara a los indi-viduos a una soledad esencial. La Malinche aparece como una figura de lagenealoga irresuelta: la conquista es un romance familiar agnico y el librode Paz un acto de exorcismo. Al reconstruir una alegora nacional, hecha deinclusiones, Paz deba te la necesidad de exceder un mito nacionalista de exclu-sin. En los Estados Unidos, una figura equivalente sera Pocahontas, tam-bin intermediaria entre los colonizadores y los indios, tambin traductora ymujer de un colono ingls. Slo que fue representada como un emblema mo-

    derno: como signo del intercambio y la mediacin, esto es, se le asign lafuncin de la negociacin de las diferencias. El historiador norteamericanoDavid M. Potter, trat de articular la conciencia nacional de la abundancia y

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    el carcterde su pa s. Su libro , People of plenty, economic abundance andthe american character(1954), est limitado por su intento de sustentarse enel beha viorismopsicolgico de su tiempo, pero t iene el inters de situar suproyecto en un cotejo de situaciones paralelas de otros mbitos. Esa rpidacomparacin le permite afirmar la peculiaridad estadounidense de la abun-da ncia, la que define no como un derivado de los recursos nat urales sino comoun producto de la organizacin econmica y el adelanto tecnolgico y graciasal emprendimiento y el logro humanos. En los Estados Unidos, adems, laconviccin de esa prosperidad, que moviliz olas de inmigrantes de todo elmundo, reafirma el sentido de futuro. Resume Potter:

    Abunda nce has influenced American life in ma ny w ays, but there is perhapsno respect in which this influence has been more profound than in theforming a nd strengthening of the American ideal a nd pra ctice of eq uality,with all that the ideal has implied for the individual in the way ofopportunity to make his own place in society and of emancipation from asystem of status (1954: 91).

    Inevitablemente, la visin del historiador est hecha en el espritu optimis-ta de su tiempo y no puede evitar a veces la mirada complaciente de C ndido .Incluso cuando habla del racismo, lo descarta como mero prejuicio, pero nove tras la abundancia las evidencias de la carencia. No tienen lugar en surepblica, por eso, la poblacin afroamericana y otras minoras tnicas, cuya

    relacin problemtica con el bienestar, efectivo y simblico, pone en entredi-cho la racionalida d del sistema. D e hecho, esas minoras son invisibles porquecarecen de un discurso. Potter articula el horizonte de expectativas y el reper-torio del excepciona lismo norteamericano, los que mutuamente se nutren; perosus comparaciones con otros pases slo le sirven para confirmar la bondadde su modelo de bienesta r. Por eso, no se ocupa de la nocin del destinomanifiestodel XIX ni de la fase imperialista en el XX . Ese bienestar, lo sabe-mos mejor ho y, consume ta mbin buena parte de los recursos del mundo . Trasel modelo est la pr ctica de la colonizacin, del espacio vacoganado alos aborgenes para los nuevos productos. Y el contraste frente a la prctica

    de explotacin espaola en el Nuevo Mundo. Los colonos puritanos llegarona Estados Unidos para cultivar la tierra e instalarse en ella; los espaoles,para explotar y tributar, enriquecerse y marcharse. Esta sentencia provienede Hegel, de sus L ectur es on the Philosophy of Wor ld H istor y(1830), dondetratndose de la Amrica hispnica sus generalizaciones son tan irrisoriascomo sus precisiones. Sin embargo, fue el ms importante vocero de la tesissobre las poblaciones indgenas como inferiores, por estar en un estado deinmadurez equivalente a la infancia; todava en proceso de hacerse, la mismanatura leza produca poco y mal. Escribi, con humor involunta rio: I even

    recollect having read tha t a clerygman used to ring a bell at midnight to remindthem to perform their matrimonial duties, for it would otherwise never haveoccurred to t hem to do so. D esprovisto de la necesida d, estos na tivos vivan

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