Genealogias Femeninas en La Tradicion l

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  • 8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l

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    Ferreras.

    Juan lgnacio.

    1987. kt

    ttovela

    es¡tañola

    en

    el

    -sig,lo

    XIX

    (ltasta

    ,18ó8). Madrid:

    Taurus.

    Litchblar"r,

    Myron l. 1959.

    The orgentine

    novel

    in

    the

    nineteentlt

    ccttfttry.

    New'York:

    Hispanic Institute

    in the

    United

    States.

    López,

    Vicente Fidel.

    1845.

    Curso

    tle

    Bellas

    l¿f

    ras.

    Santiago

    de

    Chile:

    Inrprenta

    del Siglo.

    1858.

    «Carta

    a

    Miguel

    Cané.

    Montevideo,

    31

    de

    julio

    de 1854». En:

    Cané,

    Miguel

    .

    Esther:

    novelct

    origütul

    de

    d. Miguel

    Cané.Btenos

    Aires:

    Imprenta

    de Mayo:268-21

    I .

    Quesada,

    Vicente G.

    1864.

    «Sueños y

    realidades:

    Edicion

    completa

    de

    las

    obras

    de

    la

    Sra.

    doña

    Juana

    Manuela

    Gorriti".

    La Rct'istct

    de

    Buenos

    Aires,lY

    (Buenos

    Aires,

    Imprenta

    de

    Mayo)

    407

    -416.

    Rojas,

    Ricardo.

    1960.

    Historiu

    de la

    literatttra

    arg,entina:

    Ensavofilosófico

    sobre

    lo

    et,oluci'.

    Obras

    completas.

    Buenos

    Aires: Luz del

    Día,

    XLVI. 150-

    154.

    Sheffy, Rakefet.

    1999.

    «Estrategias

    de

    canonización: la

    idea

    de la

    novela

    y de

    campo

    literario

    en Ia cultura

    alemana

    del siglo

    XVIII».

    Teoría

    de los

    polisi.stenms.Estudio

    introductorio,

    compilación

    de

    textos

    y

    bibliografía:

    M ontserrat

    I

    glesias

    Santos.

    Maclrid:

    Arco/Libros

    : 125

    - I

    46.

    Tieghem,

    Philippe

    van.

    1963.

    Peclueña

    histt.¡ria

    de los

    g.randes

    doctrinas

    lilerarias

    en

    Franci\.Trad.:

    Jean CatrySse.

    Caracas:

    Universidad

    Central

    de

    Venezuela.

    Unzueta,

    Fernando.

    1996.

    kt imog,ittctción

    histórica

    -V

    el

    rontance

    nac'ional

    en

    Hispanorunéricct.

    Lima

    -

    Berkeley:

    Latinoamericana

    Editores.

    Valcárcel,

    Eva.

    1996.

  • 8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l

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    vida

    f'emenina

    independiente, aunque secreta), las

    "primeras

    mujeres

    escritoras

    en

    el sentido

    que

    he

    dado

    ya

    a esta

    palabra

    -concluye

    Rojas-

    no

    aparecieron

    hasta después

    de

    la

    organización nacional en

    la

    literatura

    argentina.

    Ellas

    constituyerl

    uuo

    de

    los rasgos

    nuevos

    y

    más característicos

    del

    ciclo

    de

    'krs

    modernos'

    estudiado

    en esta

    obra"

    (483).

    Es

    verdad que,

    en su

    momento,

    las narradoras

    argentinas

    sur_gieron

    corno

    un colectivcl.sin_qularizado,

    con

    una estética globalmente adscripta al marco

    romántico,

    y con algr.rnas

    coincidencias

    temáticas y de enfoque

    en

    lo

    histórico-

    social

    que

    pueden

    ser

    atribuidas

    a

    una

    "posición

    de

    -eénero"

    -más

    allá

    de las

    diferencias

    de sus

    poéticas

    individuales-

    que

    comparten frente al grLteso

    de

    la producción escrita por sus contemporáneos

    varones.

    Una de

    estas

    posturas

    comunes

    -expresada

    con

    fuerza

    desde Mariquita

    Sánchez- es

    la decidida oposición a

    la

    sangría

    de

    las

    guerras

    civiles,

    sostenida

    a veces desde

    la voz autoral,

    y

    otras

    desde

    los

    parlamentos

    de

    sus

    personajes.

    Con

    esta actitud

    es

    coherente

    la

    tendencia

    narativa

    a

    presentar,

    en sns ficciones, situaciones

    de

    amor

    y

    de

    amistad

    entre

    hombres

    y

    mujeres, o entre mr-rjeres, cuando

    se

    trata de amigas,

    pertenecientes

    a

    bandos

    contr¿rios. Asimismo, hay en

    todas

    ellas

    una

    recurrente

    preocupación por

    los sectores subalternos

    y

    las minorías étnicas,

    que

    no

    los

    demoniza

    o los

    animaliza, como

    suele

    ocurrir con

    los autores

    varones

    del

    período

    lirndacional

    (Amalia,

    El Matoclero). Eduarda Mansilla

    es la

    primera.

    antes

    que

    su

    hermano

    Lucio

    Victorio,

    y

    antes

    que

    José Hemández.

    en ocuparse de

    la injusta

    situación

    del

    gaucho,

    despojado

    y

    expoliado

    por

    la

    autoridad,

    que

    no encuentra lugar en

    la

    sociedad suplrestamente

    civilizada.

    Tanto

    ella

    como

    Rosa Guerra,

    rescatan,

    en

    1860.

    el

    mítico episodio

    de

    "Lucía

    Miranda"

    de

    la

    Argentina

    manuscrita

    de

    Ruy

    Díaz de

    Guzmán,

    para

    elaborar senda.s novelas donde

    los

    "salvajes"

    aparecen

    bajo un

    matizado

    prisma

    que

    destaca seducciones

    y

    sentimientos.

    aportes

    rescatables

    de la

    cultura nativa, orgullosa libertad,

    y, en

    el

    caso de

    Cuerra,

    una ambigua

    circulación del

    deseo

    que

    aproxima

    razas

    y muntlos dispares

    a

    pesar

    de los

    votos

    matrimoniales

    de

    la

    heroína.

    No falta, en

    Juana

    Manuela

    Gorriti. al,eírn relato de

    "cautiverio

    t-eliz"

    (aunque

    su

    final sea

    trágico)

    como

    el

    de

    "la

    Cangallé",

    que

    forma

    parte

    de

    su

    conocida novela

    Peregrinaciones

    de

    tut ¿tlma ¡riste.

    Por

    otra

    parte,

    la

    memoria

    del glorioso

    pasado

    incaico,

    y

    las

    prácticas

    y

    saberes

    culturales

    que provienen

    de un

    468

    vivo

    sustrato

    inclígena

    popr-rlar,

    se

    hallan

    siempre

    presentes en

    su

    vasta

    ohra

    (Lojo

    2005,

    43-63).

    Pelo

    tal vez

    Ia

    tnás

    destacada

    originalidad

    de

    las

    escritoras

    decimonónicas

    sea

    su construcción

    de la

    interioridad

    t-emenina. sin

    duda

    clesde

    el

    h"rgar

    de

    la

    cxperiencia

    propia.

    Del

    otro

    lado

    de

    la

    épica

    y

    de

    los

    mitos

    del

    coraje.

    cstán

    las mtrjeres del siglo XIX

    que

    c'.iercen

    otra clase de

    valor:

    el

    de

    la

    espera

    y la

    resistencia.

    Las

    gueras

    las

    despojan

    de

    sus

    bienes

    y

    de

    sus af'ectos

    (padres, esposos, amantes.

    hert¡anos' hijos).

    sin

    darles a

    cambio ta

    exaltación

    heroica

    qtte

    se

    concede

    a

    las hazañas

    varouiles.

    Esa

    experie.ncia

    femer.rina

    de

    pérdida,

    desamparo

    y

    desgarramiento.

    está

    admirablemente

    expresada

    en

    [a

    gran

    novela

    de

    Eduarda

    Mansilla'

    Pablo,

    ou

    lct

    vía dans les

    Punrpas

    (1869),

    y

    en

    tnuchas

    narraciones

    de

    Juana

    Manuela Goniti.

    Otra bandera

    que

    todas

    levantan

    con

    pertinacia

    es [a cle

    la educación.

    No

    hubo en

    la

    Argentina de aquellos

    días,

    sufi'agist¿ls

    como en

    los

    países

    anglosajones.

    No estaba

    aún

    preparado el

    terreno

    en las

    antiguas

    colonias

    españolas como

    para

    exigir

    derechos

    políticos.

    Pero sí,

    unánimemente,

    las

    escritoras

    consideran

    que las mujeres,

    siqttiera como

    las

    madres de

    los futuros

    ciudadanos

    de

    la

    nueva

    república,

    deben

    colocarse a la

    altura de

    r-rna

    misión

    indeclinable:

    la fbrmativa

    y

    educativa. Y

    para

    ello,

    han

    de

    estar

    ellas

    mismas

    educadas.

    Algunas

    literatas,

    conro Juana

    Manso

    (directora

    de

    escuelas.

    fundadora

    de

    bibliotecas)

    se abocaron

    de

    lleno,

    desde

    su vida

    y

    obra'

    a la

    empresa

    de

    [a

    educación

    pública

    en

    general. y

    de

    la l'emenina

    en

    particular.

    Otras. conro

    Eduarda

    Mansilla,

    ya

    desde stt

    pritnera novela'

    El

    tnédic'o tlc

    San

    Luis

    (

    1860),

    concibieron

    una

    posibilidad de

    regeneración

    social firndada

    en el robustecimiento

    de la

    autor{dad matetna,

    que

    debía

    ser disociada

    de

    sss

    conexiones

    con

    la

    témora, el atraso.

    lo estacionario,

    para

    asttmir un claro

    papel

    de

    transtbrmación

    positiva

    de

    las

    costttmbres.

    Su Lr-rcía

    Miranda,

    mucho

    más

    que una cautiva

    mártir

    (el

    írnico

    papel que

    le

    toca en la crónica

    la

    Argentina

    m¿utuscrita, de

    Ruy

    Díaz de Guzmán,

    donde

    por

    primera

    vez

    aparece), es

    una

    activa educadora.

    una intérprete

    capaz

    de

    vincular

    mundos

    y

    culturas.

    Esto

    no

    si-enifica

    en

    modo alguno

    que

    las

    escritoras

    decimonónicas

    argentinas,

    capaces

    de representar

    a las mujeres

    desde

    trn

    enfoque

    no

    frecuentado

    por

    sus

    colegas

    varones,

    escribiesen

    solamente

    Para

    stl propio

    469

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    qénero.

    Muy lejos

    de

    ello,

    afrontaron

    con

    desenfado

    una

    amplia

    representatividad

    humana

    y

    social. Hablaron

    para

    todos, argentinos

    y

    extranjeros,

    hombres

    y

    mujeres, en nontbre de

    su

    región,

    su

    cultur¿r, su

    país:

    para

    describir

    sus

    tradiciones,

    para

    señalar

    las carencias

    y

    las injusticias,

    para amonestar

    y

    para

    generar

    horizontes utópicos. Así,

    Eduarda

    Mansilla.

    en

    El

    métlico

    de Son

    La¡s, en

    Publo, t¡u

    lu vie

    dans

    les

    Pumpas, acomete

    la

    reflexión

    al estili¡ sarmientino: revisa

    las

    dicotomías civilización/barbarie,

    citrdad/carnpaña

    para

    construir, casi, un

    anti-Facunda donde

    aspira

    a

    demostrar

    (antes

    que

    su

    herrlano Lucio

    V.)

    que

    la

    mayor

    "barbarie"

    no es

    la

    de

    los

    gauchos

    sino de

    los

    que

    se

    creen

    civilizados

    e

    intentan

    imponer sus

    ideas

    por medios brutales.

    Su

    postura

    en defensa de los llamados

    "bárbaros"

    argentinos

    (a

    quienes

    considera,

    antes bien,

    víctimas

    de

    la

    injusticia

    y

    la ignorancia)

    no

    tLlvo

    nada

    que ver con

    una

    cerrada

    actitud

    reaccionaria o chauvinista.

    Cosmopolita

    y

    gran

    viajera,

    conocedora

    por

    igual del

    Viejo

    Mundo

    y

    del

    Nuevo

    (incluso

    los

    Estados Unidos

    de

    Norteamérica,

    objeto

    de su libro

    Recuerrlos

    de viaje

    (1882).

    colmado

    de

    perspicaces

    observaciones),

    "tradujo"

    para

    sus

    compatriotas, las costumbres

    y

    peculiaridades

    de

    ambos mundos. Pero

    ese

    trabajo de traducción

    plasmado en

    su

    propia

    obra no

    fue

    nunca meramente

    "reproductivo"

    sino

    "productivo".

    No

    copiaba

    los originales extrarrjeros

    sino

    que proponía otros. Un

    caso

    notable fue

    su libro Cttenros

    (1880),

    primera

    obra,

    en

    lengua

    castellana,

    de

    literatura

    destinada

    a

    los

    niños:

    "sólo

    he intentado

    prodr-rcir

    cn

    español,

    lo que

    creo no existe aúur ori-einal

    en

    ese

    idioma: es

    decir el género

    literario de Andersen".

    Se

    niega

    también

    a clasificar o

    modelar

    sus

    relatos,

    segúrn

    el

    género

    sexual al

    que

    éstos

    se dirigen,

    como

    es

    costumbre entre

    los escritores francescs, Prefiere

    destinatarios.

    niños o

    niñas,

    personalrnente

    individualizados:

    ''Cada

    uno de

    mis cuentos,

    que

    no

    he

    querido denominar ni como mi amigo

    M.

    Laboulaye

    de aztrles,

    nicomo

    la

    Condesa

    de

    SégLrr

    de rosados.

    lleva

    al

    fiente el nombre

    del niño

    á

    que va

    dedicado"

    (

    I880

    V-Vll).

    En

    Eduarda

    Mansilla

    se

    dan conjuntamente rasgos

    particulares

    que

    luego

    desaparecenilr de

    la

    literatLrra

    argentina

    durante

    décadas: la

    certeza

    de

    que

    la

    voz femenina

    puede y

    debe expresarse,

    con

    su

    carga

    específica

    de

    experiencias

    y

    de perspectiva

    social

    y

    sentimental,

    y

    la certeza de

    que

    410

    esta

    voz

    y

    esta

    experiencia

    pueden

    y

    deben

    cambiar,

    con su influelrcta

    persuasiva y educadora,

    las

    costumbres de

    la

    sociedad.

    También

    existe

    en

    ella

    otra convicción

    que

    perderán

    casi

    todos,

    varones

    y

    mr-rjeres:

    la [e en

    el

    valor propio

    y

    singular

    de

    Ia cultura

    criolla

    a la

    que

    ella

    siempre

    se sintió

    pertenecer.

    y

    la

    decidida

    negativa a

    asumir

    dócilmente

    e[

    papel del

    "bárbaro"

    en

    el

    concierto

    de

    las

    naciones.

    A

    tal

    punto que

    se

    permite

    decir

    en

    Pablo.-..

    en

    perfecto francés, para que

    los

    tianceses,

    y

    los

    europeos

    en

    general.

    queden

    bien

    enterados,

    que

    ellos

    tambiérr

    han

    sido bárbaros

    y

    han

    pergeñaclo

    guerras más atroces

    que

    las nuestras'

    y que

    si

    tantos

    inmigrantes

    llegan

    y

    siguen

    llegando

    desde

    Europa

    a

    la Argentina,

    es

    porque vienen

    huyendo

    de

    males

    que en ésta

    se desconocen

    (Mansilla

    1869.3r).

    Luego

    de la

    promisoria

    irrupción

    de

    destacables

    narradoras

    en

    el siglo

    XIX,

    la

    primera mitad

    del siglo XX

    implica

    en

    cambio un

    prolongado

    cono

    de

    sombra,

    fuera

    de

    algún

    éxito

    popular como

    el

    de Emma

    de la

    Barra

    de los

    Llanos

    que

    sin

    embargo

    firma

    -no

    es casual-

    con el

    seudónimo

    masculino

    de

    César

    Duayen,

    o, en

    poesía, la

    gran

    voz

    de Alfonsina

    Stomi.

    A

    pesar

    de

    la

    extenclida educación, el magisterio. y

    la

    incipiente profesionalización

    femenina,

    puede

    señalarse

    un

    cierto

    retroceso

    de

    las

    mujeres en

    el espacio

    público.

    La

    llamacla

    "lrueva

    cuadrícula

    burguesa"

    acentúa

    su sometimiento

    jurídico,

    colocándolas

    en cl

    rango

    de

    eternas

    menores de

    edad,

    sometidas

    a

    la tutela

    y

    administración

    desus

    cónyuges

    (Código

    Civil de

    Vélez Sársfield

    *1871-

    .

    Ley det Matrimonio

    Civil

    -1889-),

    separando

    tajantemente

    las esferas

    de

    lo

    privado

    (t'emenino) y

    de

    lo

    público

    (masculino)r obstacttlizando

    su

    ingreso

    a

    [a

    vida

    profesional

    y

    política.

    Cgtólicos

    y

    liberales

    concuerdan al

    considerar

    la

    naturaleza

    femenina

    como

    necesariamente

    Sujeta

    a

    Ia

    autoridad

    del

    varón,

    y

    circunscripta

    a

    lo

    doméstico,

    a

    la

    vez

    que

    se

    extrenla

    el puritanismo

    de

    las

    costumbres

    hasta un

    grado

    exasperantc

    (Gálvez

    24-25)

    y

    se coloca

    a

    las

    mujeres

    ante

    una clisyuntiva

    de

    hierro:

    ángeles

    o

    dernonios, doncellas

    inocentes,

    madres

    y

    esposas

    castas

    o

    despreciablcs

    pl'ostitLltas.

    Ni siquiera

    el

    partido socialista

    o la

    izquierda

    anarqui§ta

    parecen dispuestos

    a

    discutir

    el

    papel central

    de la

    maternidad

    y el sentimiento

    para

    la vida

    femenina,

    y

    stt

    pertenencia

    prioritaria al

    árnbito

    familiar

    (Míguez

    4l

    ).

    El

    ideal

    concebido

    sobre

    estas

    pautas,

    impregna

    aun

    las

    programáticas

    progresistas.

    y

    se

    extiende

    a

    todos los

    sectores socialesj.

    471

  • 8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l

    4/10

    Las ntujeres

    de

    clase

    alta.

    privilegiadas

    en tantos sentidos, fueron sin

    enrbargo

    las

    primeras

    víctimas

    de este

    orden puritano

    que

    las

    encerraba

    en

    r.rn exquisito

    sineceo,

    resguardándolas

    de toda contaminante

    exposición.

    Victoria

    Ocampo,

    que

    seguramente no

    leyó los cuentos en castellano

    de

    Eduarda, sino

    los

    franceses

    de

    la

    Condesa

    de

    Ségur,

    da

    claro testimonio de

    esta circunstancia.

    Debe

    descartar

    su primera

    vocación teatral, deshonrosa

    para

    los

    parámetros

    familiares

    y

    de

    clase

    y

    luego, luchar duramente

    por

    imponerse --con

    Ia

    autoridad intelectual

    que

    se

    les retaceaba

    a

    las

    "señoras"-

    en

    el mundo

    de la escritura.

    Ella

    misma no las tenía

    todas

    consigo.

    Acomplejada.

    a

    pesar

    de sus

    varios idiomas

    y

    sus

    muchas lecturas,

    por

    la

    falta

    de

    educación

    sistemática

    académica que

    sus

    padres

    no habían

    creído

    necesario

    darle, e inhibida

    también,

    como argentina de

    esa

    época,

    por

    un

    persistente

    sentimiento

    de

    inf-erioridad

    respecto

    a

    la

    cultura europea, demorará

    muchos años en sentirse

    segura

    de sí

    misma,

    en

    atenuar

    su

    inveterada

    tendencia

    a

    la adoración

    de

    héroes

    intelectuales

    masculinos

    (las

    más de las

    veces con pies

    de

    barro),

    y

    en

    aquilatar la

    singularidad de

    la expresión

    americana:

    algo

    más

    sin

    duda,

    o algo distinto,

    que

    una

    copia deslucida

    de

    Europa. Pero

    si de

    al_eo

    no

    tuvo

    duda

    Ocampo,

    desde

    el

    primer

    momento,

    flue

    de

    la

    especificidad

    (y

    la

    necesidad)

    de

    la

    expresión femenina,

    desoída,

    silenciada

    y autosilenciada,

    en deuda

    consigo

    misma

    y

    con

    el

    murrdo.

    Dice.

    prres.

    en

    La

    ntLtjer

    t, .su

    expresión:

    "hasta

    ahora

    la

    mr.rjer ha

    hablado

    muy

    poco

    de

    misma,

    directamente.

    Los hombres

    han hablado enorme¡nente

    de

    ella,

    por

    necesidad

    de compensación, sin

    duda,

    pero desde

    luego

    y

    [atalmente a

    través

    de

    mismos

    (...)

    Se

    les puede

    elogiar

    por

    muchas

    cosas.

    pero

    nunca

    por

    una

    profunda

    irnparcialidad

    acerca

    de este

    tema.

    (...)

    La

    mqer

    misma, apenas ha

    pronunciado

    algunas palabras.

    Y es a la mujer

    a

    quien

    le

    toca no sólo descubrir

    este

    continente

    inexplorado

    que

    ella

    reprcsenta,

    sino

    hablar

    del hombre,

    a

    su vez,

    en

    calidad

    de

    testigo

    sospechoso. Si lo

    consigue,

    la

    literatura

    mundial

    se

    er.rriquecerá

    incalculablemente, y

    no

    me cabe

    duda de

    que lo conseguirá"

    (Ocampo

    23).

    La

    aspiración

    literaria

    de

    Victoria

    Ocampo

    es, como

    la de

    Eduarda

    Mansilla

    y

    otras

    antepasadas

    del

    siglo

    XIX,

    universal.

    Para

    ella

    la

    escritura no ha

    de

    ser

    sólo

    una

    confidencia

    endogámica

    (o

    endogenérica)

    sobre

    asuntos

    "femeninos".

    Por

    el contrario,

    como

    alerta

    la

    cita anterior,

    cree

    que ya

    tis

    hora

    de

    que

    las mujeres,

    desde

    su voz

    propia,

    les hablen

    también

    a

    los

    hombres

    472

    acerca

    de

    ellos y

    acerca de sí mismas.

    O en todo

    caso

    esos

    asurltos

    "f-erneninos"

    tendrían

    que

    ser dc.l n-ráximo

    interés

    para

    el

    varon

    nronologante,

    puesto

    que

    "ellas"

    son

    al

    lln

    y

    al

    cabo,

    la

    mitad

    de la especie,

    y

    puesto

    que

    dumnte

    siglos

    los varones

    se

    han

    quejado

    del

    "misterio"

    o la

    ''irracionalidad"

    que

    las

    mujeres

    mismas

    se

    aplrstarían

    ahora a develar.

    Tal

    vez,

    como

    su-9iere

    Ocampo.

    el

    "enigma':

    se

    deba. simplemente, a

    que

    los hombres

    nunca

    se

    han

    tomado

    la

    molestia

    de

    interrogar,

    y

    sobre

    todo,

    de escuchar,

    a la

    presunta

    esfin-9e:

    "Se

    diría

    que el

    hombre

    no siente, o siente

    muy débilmente,

    la nece-

    sidad

    de

    intercambio

    que

    es la

    conversación

    con

    ese otro ser semejante y

    sin

    embargo

    distinto

    a

    é1:

    la

    mujer.

    Que

    en el mejor

    de los

    casos no tiene

    ninguna

    afición

    a

    las

    interrupciones. Y

    que

    en

    el

    peor

    las

    prohíbe."

    (Ocampo

    l3).

    Estas

    dos

    escritoras: Eduarda

    Mansilla

    y

    Victoria

    Ocampo

    -ambas

    de

    viejas

    familias criollas,

    pero

    conocedoras

    de otras tieras

    y

    cultr-rras, ambas

    dispuestas a escribir,

    desde su

    voz

    f'emenina,

    para

    todos

    y

    todas-

    inscriben en la

    literatura

    argentina

    una línea

    abierta al

    diálogo

    (y

    también

    a la polémica) entre

    géneros y

    culturas. Encarnan

    -desde

    una

    especificidad

    -eenérica

    nunca

    negada-

    una

    firme

    voluntad

    representativa

    de toda la

    condición

    humana.

    Creación

    J'entenina

    y

    e

    stereotipos

    sexuale s

    La negación

    de la

    "universalidad"

    de

    la

    literatura de ntujeres,

    se basa

    en

    esa injustificable

    lectura

    jerárquica

    de

    la

    dit-erencia masculino

    / femenino.

    que

    la

    anuopóloga Frangoise

    Héritier ha

    rastreado en el origen

    cle toda

    cultura.

    La

    creación femenina aparece

    entonces

    conro

    lo

    excepcional, particular,

    accidental y

    contingente, frente

    a la

    "nornta"

    universal

    encarnada

    "naturalmente"

    por

    la literatura

    "canónica"

    escrita

    por hombres, a

    quienes

    en

    el

    nrapa

    general

    de

    la

    "división

    del

    trabajo" les

    toca

    el monopolio

    de

    las

    "creaciones

    espirituales".

    El

    encierro

    de la

    literatura

    escr'ita

    por

    mujeres

    no

    ya

    en

    el

    cuarto propio

    sino en

    el cuarto

    de costura,

    o

    en

    el tocador

    junto

    a

    otros adminículos

    del

    atuendo

    y

    el

    maquillaje.

    tiene

    que

    ver,

    desde

    luego, con

    la

    preceptiva

    social

    que

    desde un

    principio

    dirigió

    y

    reglamentó

    el decoro

    de

    la expresión

    literaria

    de las

    da¡nas

    (si

    es

    que querían

    seguir siendo damas respetables).

    En

    la

    Ar_eentina, las reacciones ante

    la aparición de

    Camelia,

    primera

    revista femenina en

    ver

    Ia luz después de

    Caseros.

    son harto

    413

  • 8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l

    5/10

    ejemplificadoras.

    Solamente

    el

    hecho

    de

    que

    Ias

    mujeres

    quisieran

    escribir,

    en un

    plano

    de

    igualdad

    con los

    homhres, parecía

    ser,

    por

    sí mismo,

    indecente.

    El

    len.ra

    de

    la revista:

    "¡Liberrad

    No licencia. lgualdad

    errtre

    ambos

    secsos",

    le

    valió

    no

    pocas

    burlas, especialn'rente de

    un

    periódico

    rival

    llamado

    El Padre

    CustañeÍa, que pLrblicó

    una

    poesía

    satírica con

    versos como

    éstos:

    "y

    hasta

    habrá

    tal vez alguno/

    quc porque

    sois

    periodistas/

    os

    llame

    mr-rjeres públicas/

    por

    llamaros

    publicistas"

    (es

    decir

    "periodistas",

    en

    el

    léxico

    de

    aquel entonces). No obstante

    estos

    tropiezos,

    las

    mujeres

    terminan

    instalándose

    en el espacio

    literario,

    y

    después

    de ésta

    ven

    la luz

    otras muchas

    revistas y

    periódicos

    femeninos.

    De todas maneras,

    esta

    producción

    se hallaba

    tácitamente

    "controlada".

    Para

    evitar

    el

    peli-qroso

    deslizamiento

    de

    "publicista"

    a

    "mujer

    pública",

    la escritora debía

    sujetarse

    a

    ciertos límites

    en campos

    de

    religión,

    política y

    moral.

    En

    el siglo

    XIX,

    vemos

    los malabarismes

    que

    hace Juana Manuela

    Gorriti

    para

    no

    escandalizar

    a los posibles

    censores,

    y

    adecuar sus textos a ciertos

    requisitos

    "morales"

    sin

    perder

    por

    ello el condimento

    de la transgresión,

    ni el

    placer

    de

    narrar

    las pasiones

    humanas.

    Cüando

    se

    publican

    sus

    Oüra.r

    Completas,

    en 1865,

    recibe

    el

    dudoso

    eiogio

    de

    su

    prologuista,

    el señor

    Torres Caicedo.

    Éste

    dice

    que

    si

    bien

    Gorriti

    no

    tiene

    el

    talento

    ni

    el

    refinamiento

    ni la

    f,ormación

    filosófica

    de

    George Sand, es mucho

    más

    "moral"

    que

    la autora

    francesa, y

    no ha

    "perdido

    su

    sexo", como ella,

    en

    los

    debates

    ideológicos

    y

    la pasión

    políticar.

    Goniti,

    para'forres

    Caicedo, es

    recomendable

    además

    por

    su

    sencillez

    de

    expresión,

    su

    corazón

    femenino,

    que

    no

    provoca

    conflictos

    intelectuales

    sino

    qr.re

    inspira

    a la

    paz.

    Aquí

    se

    condensa

    todo un paradigma

    de lo que

    "debía"

    ser

    (o

    al menos,

    "parecer',,

    porque

    Gorriti

    no

    se

    priva

    de

    hablar

    de

    política

    y

    de

    pasiones y

    de

    pecados)

    la

    escritura

    femenina.

    Por

    otro

    lado.

    esta

    preceptiva

    hacia

    la

    que

    se ernpujaba

    a las escritoras

    servía para

    criticarlas,

    en

    cuanto

    literatas,

    por

    las

    mismas

    limitaciones (lo

    sentimental,

    lo

    mínimo,

    lo doméstico,

    el

    "color

    de rosa")

    que

    la masculina

    vigilancia

    de la

    moral

    les

    imponía....

    Un

    buen

    ejemplo

    de este círculo vicioso.

    lo da el

    sin

    embargo

    progresista

    Lucio V.

    Mansilla,

    que

    había

    educado

    a

    sus

    bellas

    hijas en la declamación

    y

    las artes del teatro, y

    que

    -no

    sin algún

    trasfondo

    de fiatemal

    rivaliclacl-

    alentó

    y estimr.rló

    siempre

    a

    su hermana

    Eduarda.

    una

    de

    sus ¿:¿¡¿rs¿ries.

    "La

    odisea

    de una vocal"

    testimonia

    fielmente

    las

    expectativas

    sociares

    474

    estereotípicas

    en

    cuanto

    a la

    escritura de las mujeres. Mansilla ha recibido

    unos

    poemas, que

    atribuye

    al

    principio,

    por

    un error de lectura,

    a una tal

    "Dominga

    Martinto"

    (en

    realidad,

    "Dontingo").

    Le extraña, en

    principio.

    el

    sobrio

    título del

    volumen:

    Poesíus'.

    "que

    una rnujer,

    que

    una

    poetisa,

    sea

    tan

    sucinta

    que

    no

    haya

    escogido

    algún título sentimental

    o

    abracadabrante

    como

    Espin«s o

    llttgcts

    tlel

    coruzótt

    o

    Lt¡s últintr¡s

    latnenfos dcl altna

    acong,ojatltr..."

    Cuando

    llega a

    la

    parte

    del texto titulada

    "Mis

    amores",

    exclama

    con cómico

    escándalo:

    "¡Ah,

    esta

    mujer

    es

    un monstruo

    ¿De

    cuándo

    acá las mujeres cuentan

    sus

    amores?

    Ellas

    se

    limitan

    a

    engañarnos

    y

    nosotros

    a

    lamentamos

    confidencialmente."

    Si la

    poetisa

    es

    merecedora

    de

    burlas en

    el

    caso

    de

    que

    se ajuste a

    un

    previsible

    y

    cursi

    estereotipo

    sentimental

    femenino,

    tarnbién es cuestionada

    cuando

    se

    intema,

    impúdica,

    en

    territorios

    propios de

    la

    expresión

    viril:

    "leo

    acá

    y

    acullá.

    a salto

    de

    mata...mi

    soryresa

    crece....Esta ntujer

    es

    un

    demonio

    -exclamo-¡y

    qué

    alma

    tan

    varonil tienel"

    En

    ningún momento, mientras Mansilla cree

    que

    Domingo

    es Dominga,

    separa a la obra de la mujer

    que

    supuestamente la

    escribe

    y

    la dedica

    a diversos

    hombres, lo

    que

    le

    da

    pie para

    suponer

    simpatías

    galantes. Parece

    pues,

    no

    haber

    un

    lugar

    literario posible

    y

    practicable

    para

    la palabra

    de

    las

    mujeres. Cuando ella

    se

    ajusta

    a

    los

    moldes

    del

    lenguaje

    supuestamente

    "femenino"

    -dulzón

    o

    hiperbólico, de

    un

    idealismo eniermizo-

    es

    ridícula,

    carece

    de

    valor

    estético.

    Cr-rando

    los

    transgrede

    con otra expresividad

    desembozada, austera.

    directa,

    entonces

    asusta, inquieta,

    cruzala

    línea de

    los malos rnodales. Por Io demás eI

    sexo

    de

    la escritora

    (y

    la

    práctica implícita

    de

    su sexualidad)

    desvía

    la

    atención

    de

    la

    obra

    misma. Nunca

    deja de ser

    "una

    señora

    que

    escribe"

    y

    quizá, por

    el

    mismo

    hecho de

    escribir,

    nunca tan aceptablemente señora

    como

    podría

    esperarse5.

    El encasillamiento

    del horizonte

    mental y moral

    femenino

    y

    sus

    posibilidades

    expresivas ha sido

    denunciado

    y

    deplorado recurrentemente

    por

    las escritoras.

    Decía

    nuestra

    Alft¡nsina Stonri en I

    921

    ,

    refiriéndosc

    a

    las

    posibil

    idades de

    las rnujeres

    para lograr creaciones novelescas

    equivalentes

    a

    las masculinas:

    ....para

    escribircon alguna

    propiedad.

    hacía fhlta a la

    mujer

    abandonar,

    siquiera

    en

    parte, las tareas

    del

    hogar

    y

    ponerse

    a

    observar

    la vida. Eso

    es

    lo

    que ha

    hecho

    475

  • 8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l

    6/10

    en

    estos últinros años,

    en

    que ha

    sido

    Ilamada a

    nrás

    duras

    tareas

    y

    a nrás

    hondas

    rel-lexiones.

    (....)

    un es¡ríritu

    dclminado por

    las

    ideas rnor¿rles corrieutes,

    y

    ct¡nvencido de

    qtre

    la

    vida

    se

    resuelve con

    lírr¡r'rulas claras

    y

    principios

    inmutables,

    carecerá

    de clarid¿rd

    y

    grandeza

    para penetrar,

    enterrder, descitj.ar

    las

    pasiorres

    humanas,

    fuentes de

    toda

    gran

    literatura.

    (Storni

    159-

    160).

    Por

    su

    parte

    Erica

    Jong

    recuerda

    que, ya

    iniciada la clécada

    del sesenta.

    en

    el

    si-9lo XX,

    un prestigioso

    crítico literario

    dictaminó que

    las mujeres

    janrás

    llcgarían

    a ser

    grandes

    escritoras

    por

    f-alta de

    "sangre

    y

    a-eallas,,,

    quc

    se adquirirían

    -teóricamente-

    en

    episodios

    de

    sexo

    y

    violencia

    mucho

    más

    accesibles

    a

    los

    escritores

    hombres.

    Se

    dice

    Jong, con

    razonable

    ironía. que

    justamente

    la

    ..sangre

    y

    las

    agallas" son acaso

    los

    tópicos

    menos

    adecuados para

    señalar

    las

    carencias

    fcmeninas, en

    tanto las

    mujeres

    -menstruantes,

    gestanl.es,

    parturientas-

    han estado

    siempre más

    próximas

    que

    los

    varones

    a las

    "entrañas

    de

    la

    vida".

    aunque

    la

    moralina

    social les vedara

    referirse

    a

    estas

    experiencias.

    Ciettamente, en los

    últimos

    años,

    muchas

    escritoras

    han

    tomado revancha

    de esas interdicciones,

    adentránclose

    deliberadanrente

    en

    el

    territorio

    prohibido

    de

    [a

    "sangre

    y

    las

    agallas":

    las pasiones

    y

    la corporalidad

    e,

    todos

    sus

    matices,

    aún

    lo pornográfico

    y

    lo

    obscenoó,

    hasta

    casi

    couvertirlos

    en

    tópicos

    obligados

    o

    clistiutivos

    cle

    una nueva

    "escritura

    fenrenina".

    No

    obstante,

    como

    lo recuerda

    la citada

    Jong, esto

    no ha

    bastaclo

    para

    eliminar

    las

    críticas.

    si antes

    las

    escritoras

    eran desdeñadas

    por

    el

    excesivo y

    delicado

    decoro que

    impedía

    "toda

    grandeza".

    "durante

    las

    dos

    últimas

    décadas

    han

    sido

    condenaclas

    por

    los

    críticos masculinos por

    su

    lalta

    de decoro

    (que

    también

    impide,

    supLlestamente,

    toda grandeza";

    "Hagan

    lo

    que

    hagan las

    mujeres. será

    algo

    que

    impida

    toda

    grandeza,

    según Ia

    visión

    machista.

    Debemos

    considerar

    tal

    razonamiento

    como [o

    que

    es:

    un

    prejuicio"

    (Jong

    73)i.

    Otros

    prejuicios.

    ¿Literatura

    de mujeres y

    para

    mujeres? La,,ntala

    lecfora,,.

    Los prejuicios

    no sólo

    atañen

    a las creadoras

    sino a

    las

    lectoros.

    La

    relación supuesta

    entre

    mujeres

    lectoras

    y

    "mala

    literatura"

    o literatura

    cle

    nasas

    o literatura

    intrascendente

    es

    antigua

    y

    persiste pese

    a

    los

    datos

    476

    estadísticos.

    Nora

    Catelli

    ha

    señalado

    lúcidamente

    la

    extraordinaria

    abundancia de

    pcrsonajes f'emeninos lectores en la Iiteratura del

    siglo

    XlX,

    a

    pesar

    de

    que

    la

    población

    de mujeres

    alfalretizadas

    era

    nluy

    infcrior

    a

    la

    masculina.

    Estas

    lectoras

    suelen

    ser

    representadas

    como

    "malas

    lectoras"

    y

    no sólo

    porque

    iean libros

    deleznables

    sino

    porque

    abordan aún los

    canónicos o

    clásicos

    en fon¡a

    indebida:

    Emma Bovary consume toda

    la

    literatura

    (hasta

    la llamada

    "alta",

    que

    tanlbién

    integra

    su biblioteca) como

    si

    se

    tratara de

    un

    f,olletín:

    Ana

    Ozores,

    la

    desdichada

    Re-uenta.

    termina

    leyendo todos

    los

    textos

    como

    si

    contblmasen

    una

    gran novela sentimentals.

    Esas

    mujeres

    novelescas leen

    peligrosamente.

    deformando.

    malinterprctando. desde la mutilación,

    la

    repre sión, la enfermedad

    (car-rsadas.

    hay

    que

    decir,

    por las

    condiciones

    sociales en

    que viven); en este punto,

    los

    grarrdes

    escritores

    parecen coincidir

    con

    los

    moralistas,

    abocados a

    apartar a

    los

    fiá-eiles espíritus

    t'enrenitros

    de

    la

    lectura.

    sobre todo

    la

    de

    novelas. Los historiadores

    y

    [ilósofbs,

    por

    su

    parte

    (Catelli

    cita a

    Huyssen)

    vinculan

    el

    naciente

    consumo

    masivo de

    ficciones

    "románticas"

    con

    un

    dispositivo

    fernenino

    de

    lectura.

    pero

    habría

    que

    aclarar

    (insiste

    Catelli)

    que

    este

    dispositivo

    "es

    imaginario y

    que

    no

    gLrarda

    corespondencia

    con

    las

    tendencias

    históricas

    y

    las

    prácticas

    sociales

    de acceso

    y

    f,recuentación

    cle

    los libros"

    (Catelli

    I

    I

    I

    ).

    La

    vinculación

    así

    establecida: mujeres/literatura

    de nrasas,

    mujeres/mala

    Iectura

    persiste

    hasta

    nuestros días. Señala

    Laura

    Freixas

    -basándose

    en

    un

    repertorio

    de crítica

    literaria

    periodística. recogido

    durante diez años-la

    "convicción,

    bastante extendida,

    de

    que las

    mujeres

    leen

    mucho,

    sí,

    pero

    leen

    mal:

    leen sólo, o

    principalmente,

    literatura

    escrita por mujeres,

    o leen

    literatura de masas.

    popular,

    o

    no entienden

    lo

    c¡ue leen"

    (Freixas

    6l

    ).

    Ninguna

    de

    estas

    presuposiciones, enlpero, tiene bases

    objetivas.

    Si

    las

    mujeres

    -

    dice Freixas-representan

    al,eo

    más

    del

    507o del

    total

    de lectores.

    sería

    imposible

    que

    leyeran exclusivamente

    literatura femenina, ya que

    ésta

    alcanza

    (en

    España,

    Francia

    y

    Gran

    Bretaña)

    sólo al 25o/o

    de

    los libros

    publicados.

    que

    no

    son

    necesariamente

    los de mayor venta. Tampoco

    es

    justo

    achacarles

    la lectura de literatura

    de

    masas

    (escrita

    por

    mujeres

    o

    no).

    cuando

    ellas

    constituyen

    la

    rnayoría

    de

    la

    población

    universitaria en las

    Facultades

    hulnanísticas,

    público

    consumidor,

    por

    excelencia,

    de

    Ia

    "alta

    literatura".

    La

    única

    forma

    de

    explicar opiniones

    tan extendidas

    como

    poco

    fundanrentadas,

    417

  • 8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l

    7/10

    concluye Freixas,

    es apelando

    a

    la

    misoginia latente

    en

    la

    cultura,

    al

    pr.rnto

    de

    considerar que

    lo t'emenino

    sienrpre

    es

    malo,

    y

    [o nralo siempre

    es

    femenino.

    Cita

    el elocuente

    testimonio

    del

    crítico de un

    diario

    progresista,

    que

    para

    describir

    a

    una

    novela

    de escaso

    valor.

    pero

    de mucho

    éxito

    de

    ventas,

    seirala

    que

    ésta

    se diri-ge

    "al

    corazón

    femenino.

    No

    al

    de las

    mujeres,

    sino

    a

    ese

    corazón ctrrsi y

    tierno

    que

    tienen

    tantos

    humanos,

    entre

    ellos

    los

    lectores

    d,e be.st-sellers"

    (Freixas

    63).

    Cuando

    se

    piensa

    en

    producciones

    destinadas al

    "público

    femenino"

    -

    desde

    los culebrones

    televisivos

    a las novelas

    impresas-

    se lo

    hace

    habitualmente

    en

    términos

    de disvalor literario

    (lo

    cursi,

    1o

    sentimental, lo

    mínimo,

    lo trivial),

    o

    en

    términos

    de

    literatura

    de

    tesis

    (feminista,

    reinvidicatoria,

    y por

    lo tanto mala

    por

    dogmática

    si

    se trata

    de

    ficciones),

    o

    bien,

    de

    literatura

    testimonial

    o

    confesional

    de una experiencia

    específicamente

    femenina,'escrita por

    mujeres

    para

    mujeres

    y

    que

    por

    lo

    tanto no

    interesaría a los hombres.

    Las

    mujerres

    en

    cambio, han

    leído

    y

    siguen

    leyendo

    libros

    escritos

    por

    hombres, aunque éstos

    traten

    experiencias específica o

    mayoritariamente

    masculinas.

    Cómo no

    hacerlo,

    si éstos

    configuran

    la

    literatura clásica,

    y

    por

    lo tanto

    inexcusable,

    así

    sea en las aulas

    escolares.

    El

    canon argentitto o los

    dinosaurios todavía esttin ahí

    Aún hoy. cuando

    nos

    es

    posible

    ver claramente el carácter

    atltural de

    tantas

    jerarqlrías

    axiológicas

    dadas

    por

    supuestas,

    la

    creaci

  • 8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l

    8/10

    generaciones

    de narradores y

    narradoras;

    así

    lo

    prueba

    una

    áspera

    polémica

    que

    trascendió

    en los

    suplementos

    culturales de

    Buenos

    Aires.

    provocada

    por

    escritores que

    se

    hallan

    hoy en

    la

    década

    de los

    cuarenta

    años.

    Guillemro

    Martínez, en

    dueloe

    con Damián

    Tabarovsky,

    esgrime

    en

    el libro lttJiinnulcr

    de

    la

    inmorÍalidad los

    argumentos por los

    cuales un

    grupo

    de novelistas en

    el

    que

    él

    mismo está incluido

    y

    al que Tabarovsky alude con

    desdén en

    otro

    llbro

    (Literafura

    cle

    ii.tluiercla),

    merecerían

    figr-rrar

    en

    un futuro canon

    argentino mucho

    más que

    otros,

    supuestamente vanguardistas, defendidos

    por

    Tabarovsky..

    Uno

    solo

    entre algunos opinantes

    (varones

    y

    mujeres)

    consultados por

    la

    redacción de

    Ñ:

    el escritor Carlos Gamerro,

    del misr¡o

    espectro

    generacional,

    advierte con tino

    que

    toda

    la

    discusión es

    "además,

    una

    pelea

    entre

    hombres

    y

    sobre

    hombres. Hay

    producción femenina muy

    interesante

    pero

    esta

    polémica no la registra"r0.

    No

    implica esto

    necesariamente que la construcción

    del

    canon

    esté

    sólo

    a cargo

    de

    hombres que actúran

    a

    favor

    de

    sus

    intereses

    "mascu-

    linos". Así como

    muchas

    madres han sido

    y

    son

    las

    mejores reproductoras

    y

    transmisoras de los valores patriarcales,

    así

    como

    creadoras

    destacadas

    se

    juzgaban

    ellas mismas excepcionales

    con

    respecto

    a la

    normal

    "incapacidad"

    t-emenina

    (el

    caso de

    la

    poeta

    Anna de

    Noailles,

    segírn

    lo

    recuerda

    Victoria

    Ocampo), así también

    críticas literarias

    inlluyentes

    y

    prestigiosas

    (salvo

    que

    estér.r comprometidas

    con

    una

    postura

    feminista)

    no se molestan

    demasiado

    por

    revisar ese

    canon nacional

    cerradamente

    masculino.

    Por

    otra

    parte,

    suele decirse,

    también

    (y

    en

    cierto

    sentido

    comparto

    esta

    tesis)

    que

    la

    constitución

    de

    la crítica dedicada

    a

    la literatura

    de mujeres

    como

    un

    campo especializado, y

    la consiguiente convocatoria

    a

    congresos

    y

    la

    pLrblicación

    de

    libros

    consagrados

    solamente

    al

    estudio

    de

    escritoras,

    puede

    tener,

    como

    indeseable

    efecto secundario,

    el

    consolidar la

    especiñcidad

    subordinada

    de la

    creación

    f'emenina,

    fuera del

    gran

    campo

    de

    "La

    Literatura"

    con

    mayúsculas.

    El

    contra argulnento. atendible

    desde

    luego,

    es

    que

    sin

    estos

    estudios

    especiales

    la

    situación canónica de

    las escritoras sería aúur

    peor,

    las

    retrotraería a

    la invisibilidad

    casi

    completa

    en

    la

    que

    se

    hallaban

    antes de

    que

    la crítica

    de

    género

    se

    preocrrpara

    por

    ellas.

    Y

    la

    actitud

    general

    al respecto de las

    críticas

    y

    los críticos no feministas lamentablemente

    parece

    confirmarlo.

    480

    Nuestras

    primeras

    escritoras:

    Goniti,

    o Manso o

    Mansilla,

    no

    se consi-

    deraron oLtfsiders

    en

    una

    incipiente

    "tradición

    nacional". Entraron en

    ella

    como

    sus

    co-fundadoras,

    aunque luego

    Ricardo

    Rojas, con algunas

    razones

    entonces atendibles,

    las

    haya empaquetado en un solo capítulo.

    Esas

    razones,

    que pudieron

    servir

    para

    la

    perspectiva

    de la

    década del

    veinte,

    ya

    no tienen

    vigencia

    para

    la

    ploducción

    actual.

    Es

    verdad

    que

    entre las

    narradoras

    pioneras

    del siglo

    XIX,

    y

    sus

    sucesoras

    del siglo

    XX

    media

    un

    ancho campo

    de silencio

    y

    de

    silenciamieuto.

    Por eso.

    otra

    vez,

    a

    mediados del

    siglo

    XX, la

    literatura

    de

    mujeres

    parece

    un

    acon-tecimiento

    especial en un mapa literario donde

    ya

    ha asomado la

    gran van-guardia de los años

    veinte

    (la

    única mujer de este

    grupo

    es Norah Lange),

    el

    llamado

    "ensayo

    nacional"

    de

    la

    década

    del

    treinta. los

    libros

    fundamentales

    de

    la narrativa rural o

    -qauchesca

    (desde

    Don

    Seguntlo

    Sombra

    a El

    inglés

    de los

    gíieso.r)

    y

    donde el campo

    de la

    novela

    realista urbana

    está

    presidido por la

    caudalosa obra

    de

    Manuel

    Cálvez,

    y

    luego,

    en una

    inflexión

    experimental del realismo

    por

    la

    figura

    creciente

    de

    Roberto

    Arlt.

    No

    es

    que

    no

    hubiese narradoras

    en las

    primeras

    cuatro

    décadas

    del siglo

    pasado,

    pero su

    visibilidad

    fue menor

    que

    la

    de

    los

    narradores,

    y

    el proceso

    de

    canonización

    no las

    consideró. Han quedado

    englobadas

    en

    las

    "expediciones

    de

    rescate"

    de

    alguna

    crítica

    históricarr

    y

    de

    la crítica

    feministarr.

    Desde

    los

    años cincuenta

    hasta estos

    comienzos del nuevo

    siglo,

    han

    pasado correntadas bajo

    los

    puentes de

    la Historia.

    Cinco

    décadas

    y

    media

    aportaron

    a la

    tradición

    argentina

    muchas narradoras,

    poetas

    y

    algunas

    ensayistas,

    relativamente

    agrupables

    por

    corrientes estéticas o ideológicas,

    y

    sobre todo,

    distinguibles

    como

    s.ujetos

    creadores individuales, más allá

    de

    su común

    condición de

    género. Desde

    esta condición,

    ciertamente,

    las

    creadoras

    pueden

    construir

    un

    valor

    diferenciado:

    poetizar,

    nanar, debatil', la

    experiencia

    f-emenina

    vista desde

    dentro, en una

    literatura nacional

    donde

    esto

    es

    relativamente poco

    común. Si

    tomamos sólo la narrativa,

    dicho

    sea

    esto al margen de la calidad

    de los

    autores,

    veremos que

    no

    abr-rndan los

    textos

    de autores

    varones donde

    el

    mundo

    femenino

    sea

    percibido y

    trahajado

    desde

    una visión interior.

    Casos como

    el de Eduardo

    Mallea

    (Toclo

    verdor

    perccertí),

    Manuel

    Puig

    (toda

    su

    obra.¡

    o

    Benito Lynch

    (E/

    inglés

    de

    los

    giiesos)

    son más

    bien

    excepcionales.

    481

  • 8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l

    9/10

    Pero

    también

    han sabido

    instalarse

    las creadoras

    en la

    experiencta

    masculina,

    asumiendo

    -en

    calidad

    de

    testigo sospechoso,

    como

    decía

    Victoria

    Ocampo-

    la

    visión

    del otro

    género, para

    configurar

    un

    lenguaje

    y

    una mirada

    de

    la

    totalidad.

    El

    día

    en

    que

    tanto

    las

    escritoras como

    los escritores

    tengan

    el

    mismo

    peso

    constructivo

    en la

    tradición

    argentina

    (y

    en la

    literatura en

    general),

    el

    día

    en

    que

    la crítica

    lea

    la literatura

    escrita

    por mujeres

    con

    la

    misma seriedad

    que

    se

    propone

    dedicar

    a la escrita

    por

    hombres,

    podremos

    decir

    que

    los

    dos testigos

    sospechosos se

    habrán

    equilibrado en

    una

    perspectiva

    completa

    de

    la condición

    humana

    y

    de

    Ia

    sociedad

    que

    les

    ha

    dado origen,

    libre

    al

    fin de la dicotomía

    sexista

    que

    ha

    convertido

    a

    las

    mujeres,

    como

    1o hicieron los

    supuestos

    "civilizados"

    con

    los

    supuestos

    "bárbaros",

    en

    semi

    exiliadas de

    una lengua

    común

    y

    una

    legítima ciudadanía

    literaria.

    NOTAS

    I

    No faltaron,

    empero, poetas

    (o

    "poetisas"),

    alguna

    de

    ellas muy meritoria,

    como

    Agustina Andrade, hija

    de

    Olegario

    V.

    (Rojas

    la

    menciona

    de todas maneras, entre

    las novelistas),

    aunque

    esta

    producción

    quedó

    sobre todo

    dispersa

    en

    publicaciones

    periódicas

    de

    la época.

    Cfr. Lea

    Fletcher

    (2003,

    21-29).

    2

    "El

    imaginario

    liberal

    detlnía

    el ordenamiento

    de la sociedad

    como

    una esfera

    por

    cuyo

    centro pasa

    una línea

    que

    la

    divide en dos mitades.

    Una mitad

    es la

    sociedad

    pública;

    otra

    mitad

    es la sociedad

    íntima.

    El

    hombre ocupa

    la

    primera,

    la mujer la

    segunda"

    (Bravo

    y

    Landaburu

    266).

    No obstante,

    y

    a Ia

    larga,

    [aobra de

    las nrilitantes

    políticas,

    de las feministas,

    y de

    las pocas

    y

    esforzadas

    profesionales, Iogra, en una

    "lucha

    de

    titanes"

    (Cátvez

    157

    y

    ss.)

    y

    dentro

    de sus

    disidencias

    internas,

    socavar

    lentamente

    la

    asimetría

    y

    la separación de los

    sexos.

    Al menos,

    en

    1926, se

    consigue abolir la discriminatoria

    Ley

    de

    Matrimonio

    Civil.

    Dice

    textualmente

    Torres Caicedo:

    "La

    señora doña Juana

    Manrrela

    Corriti

    no

    pertenece

    conro Jorge Sand

    á

    una escuela

    filosófica,

    ni

    como

    ésta tiene

    los

    refinanrientos del arte

    y

    del estilo;

    pero en cambio

    posee

    el selltinriento

    de

    lo

    bello

    y

    de [o bueno

    [....]

    La

    escritora

    no

    olvida a

    la

    mujer;

    la

    literata

    recuerda

    siempre

    que

    es

    cristiana;

    y

    por

    eso sus

    novelas

    y

    sus crónicas son

    recreativas, morales,

    y pueden

    sin recelo

    ponerse

    en

    manos de las

    vírjenes

    y

    entrar

    por

    la puerta

    principal

    en

    el

    hogar

    de

    la

    thmilia que más sea dada

    á la práctica de la

    virtud.

    Lejos está [a literata

    482

    483

    5

    6

    argentina

    de

    FyJseer

    las

    fhcultades de

    la

    autora de

    Indiattu

    t' Valerúin«;per

  • 8/18/2019 Genealogias Femeninas en La Tradicion l

    10/10

    Fletcher, Lea.

    "Las

    poetas".

    María

    Rosa

    Lojo

    (ed.).

    "Dossier:

    Escritoras

    argentinas del

    siglo

    XlX", Cuadentos Hispanoomericanos 639

    (2003):

    23-29.

    Frcixas,

    Laura.

    "¿,Qué

    leen las

    mujeres".

    El

    Fomento del

    Libro

    y

    la

    l-cctura/

    3.

    P

    ro

    p

    u e s t ct s

    t'

    re.fl

    e x i o n e

    s

    2

    00

    I

    -2

    002

    .

    Resistencia:

    Fundación

    Mempo

    Giardinelli.

    CAELYS, Centro de

    Altos Estudios Literarios

    y

    Sociales, 2002.

    Gálvez,Lucía.

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    Buenos

    Aires:

    Norma,

    2001.

    Corriti.

    Juatta

    MonLtelr¿, Ohras

    Completas.

    Tomo I.. lntroducción. Sr¡/ra.'

    Fundat:iótt

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    Banco clel

    Noroeste. 1995.

    Jong, Erica.

    "Sangre

    y

    agallas: una mujer

    escritora a finales

    del

    siglo

    XX".

    ¿Qué

    queremos

    las

    mujere.sT

    Madrid:

    A-guilar,2000

    (2".

    Reimpresión).

    Lojo, María Rosa.