José Ignacio Lares - El recluta

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JOSÉ IGNACIO LARES Biblioteca Virtual de Dramaturgia Venezolana Tintateatro 0 EL RECLUTA (Drama original en tres actos y en verso) Mérida de Venezuela 1896 Maracaibo Imprenta Americana 13 calle del registro 13 1896

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Drama original en tres actos y en verso

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EL RECLUTA (Drama original en tres actos y en verso)

Mérida de Venezuela

1896

Maracaibo

Imprenta Americana

13 calle del registro 13

1896

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Personas del Primer Acto

ANTONIO: en traje de mozo campesino.

JUAN : labriego entrado en años.

DOLORES: esposa de Juan, traje de campesina consistente en enaguas azules, camisa blanca con tiras bordadas negras, pañuelo de color grande sobre los hombros y el pecho, y calzando alpargatas.

MARÍA : hija de Juan y Dolores, vestida de camisón morado de percala, pañuelo de seda sobre los hombros y calzando alpargatas blancas y finas.

RODRIGO: hermano de Dolores, traje de labriego.

GENERAL CUBERO : chaqueta de militar, pantalones blancos arrollados hasta la pantorrilla, sombrero de jipijapa y sobre el sombrero el kepis. Calzará alpargatas.

GENERAL LOGRADOR : el traje igual al de Cubero.

SOLDADO I°

SOLDADO 2°

La acción se supone que pasa en Mérida después de l a guerra de la Federación.

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ACTO PRIMERO

La escena representa la cocina de una casa de campe sinos, colonos de una hacienda inmediata á Mérida. En el fondo hay una pu erta que da salida para el campo dejándose ver algunos árboles. A la derecha d el espectador otra puerta que se supone da entrada á la sala de la casa. A la izquierda junto al muro y en el suelo, el fogón formado con tres piedras y sobre el las una caldera. A la izquierda del fogón un pilar de madera que llega al techo, al rededor de este pilar, de cierta altura en adelante, colgados algunos útiles rústico s de cocina y sobre una tabla que tendrá á guisa de aparador, alguna loza y comes tibles.

ESCENA I

(Dolores y María)

(María sentada sobre un banco cerca de la puerta qu e da al campo cosiendo un camisón blanco que ya va á concluir. Dolores atizan do el fuego. Momentos después de alzado el telón, se levanta, se asoma al campo y vuelve al fogón).

DOLORES.- (Al dejar la puerta)

Ya se oscurece la tarde,

y Juan no llega, María. (Pausa)

(Atiza el fu ego y registra los trastos del aparador)

Esa leña qué mal arde,

la que trajiste, hija mía.

MARÍA.- (Sin quitar la vista de la costura)

No pude encontrar más seca.

¡Es tanto lo que ha llovido!

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DOLORES.- No me alcanzó la manteca

para ponerle al cocido.

(Dolores vuelve á asomarse á la puerta de campo)

MARÍA.- No le hace falta, mamá:

está la carne muy gorda.

DOLORES.- Por todos los cerros ya

la noche se nos desborda.

(Viene cerca de María)

Es mi temor esta guerra

que nos persigue tenaz.

Está visto: en esta tierra

no les gusta estar en paz.

Nada fuera que allá ganas

les diera á ellos de pelear,

si todas estas jaranas

no fuera el Pobre á pagar.

Ahora el Pelado ha vuelto

á formar revolución;

y está Mérida revuelto

desde antier, y en confusión.

De nuevo á su oficio eterno,

y en trillar la misma ruta,

vuelve otra vez el Gobierno

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á disponer la recluta.

Y es mi temor que allá abajo

haya una escolta salido,

y á tu padre en el trabajo

lo pueda haber sorprendido.

MARÍA.- (Sin dejar de coser, pero mirando de vez en cuando á

Dolores)

Eso á usted no la preocupe.

Cuando el almuerzo llevé

á mi padre, por él supe

que en la hacienda don Moré,

escondido entre el ramaje,

un centinela tenía,

que le avisase al peonaje

si alguna guardia venía.

Don Moré mismo observando,

la vía á caballo anduvo,

y hasta un rato conversando

conmigo en ella se estuvo.

Cada vez más bueno, madre,

es don Moré. Si supiera

lo que él - presente mi padre -

me dijo en voz placentera…

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DOLORES.- Sé lo que vas á decir:

¿el padrinazgo, no es cierto?

MARÍA.- Si yá sabe, á qué seguir.

DOLORES.- No, sigue que me divierto.

MARÍA.- Que él sería mi padrino,

me dijo, en mi matrimonio:

que él ayer eso convino

con mi padre y con Antonio.

DOLORES.- ¿Y no le pudiste dar

las gracias, reconocida?

MARÍA.- Qué iba yo á poder hablar,

si estaba toda corrida.

DOLORES.- ¿Y cortedad por qué tanta?

siempre se debe cumplir.

MARÍA.- Si se anudó mi garganta

y nada pude decir.

Todavía no conforme,

otra oferta me agregó,

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tan valiosa y tan enorme,

que no la soñaba yo:

en gastos, dijo, de fiesta,

dejarán que yo me entienda,

pues tu boda está dispuesta

en la casa de mi hacienda.

Ante acción tan generosa,

hice esfuerzos sobre mí,

y las gracias, ruborosa,

como pude se las di.

DOLORES.- (Atiza el fuego y vuelve cerca de María)

Es muy bueno don Moré.

Ando en veinte años cumplidos

que con tu padre casé,

desde entonces protejidos

por él en su hacienda estamos,

de él son - y las bendecimos -

las tierras que cultivamos

y esta casa en que vivimos:

nos da si nos faltan reales,

que le pagamos al pié,

tu padre con sus jornales,

yo en cogida de café:

si mala se nos produce

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la cosecha alguna vez,

el rédito nos reduce

de acuerdo con la escasez.

Y eso mismo hace con todos,

si mal se presenta el año;

que es siempre de todos modos

de nuestras lágrimas paño.

Dios se lo pague, y le aumente

sus riquezas y su vida.

MARÍA.- Es muy bueno, ciertamente,

yo le estoy agradecida.

(Breve pausa. María remata la costura, quila la aguja y se la prende en el pecho, se levanta y extiende el camisó n en alto para que lo vea Dolores)

Gracias á Dios que yá el traje

del matrimonio concluí.

DOLORES.- Mas no le has puesto el encaje

que para el cuello te di,

cuando tánto le engalana.

MARÍA.- (Doblando el camisón)

Sí se lo voy á poner;

pero eso será mañana:

cansada estoy de coser.

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DOLORES.- (En tono de amable reconvención)

Te falta ponerle broches;

te faltan otras costuras;

utiliza, hija, las noches:

despacharte no procuras.

Está yá fijado el día

para la entrante semana,

y estás crudita, María;

no seas tan haragana. (Va y atiza el fuego)

MARÍA.- (Sonriendo)

No crea que me entretengo:

todo listo y á la moda

verá usted como lo tengo

para el día de la boda. (Mirando el traje)

Igual, igual lo corté

al figurín que me dio

mi señora Salomé.

Soy una modista yo.

Voy á colgarlo, y atenta

estaré porque no se aje.

(Se va por la puerta de la derecha)

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ESCENA II

DOLORES.- (Viniendo al proscenio)

Qué satisfecha y contenta

la pobre está con su traje.

¡Qué muchacha más sabida!

Ninguna otra aquí le puja

en hacer una comida,

en las labores de aguja,

en bordar, porque ella borda

como cualquier Señorita;

á la música no es sorda,

pues ni papel necesita;

y puntea una guitarra

mejor que cualquier maestra:

nadie en leer le desgarra,

ni á escribir sin ver la muestra:

y es que tiene ingenio, y vuela

sin enredarse en las zarzas,

porque la tuve en la escuela

de las señoras Almarzas.

En lavar no tiene igual,

no hay como ella otra vaquera,

y sujeta un animal

mejor que un hombre lo hiciera.

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Es tan buena la hija mía, (Con emoción)

que la existencia, gustosa

al punto yo la daría,

porque ella fuera dichosa.

Me va á costar mucho llanto

tan triste separación,

aunque me consuela un tanto

ver que ha hecho buena elección.

Es Antonio buen muchacho,

es honrado y de trabajo,

tiene dos bueyes y un macho,

labranza en la vega abajo.

También tiene casa propia

en tierras de don Moré,

y yá este año en ella acopia

su cosecha de café.

Cosecha que no la debe

en la ciudad como tantos;

ni hay temor que se la lleve

jurungo que vende santos.

Con gusto de todos, sí,

los chicos se casarán,

y no distantes de aquí

en su casa vivirán.

Nos veremos todo el día

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aquí tanto como allá;

y tranquila en alegría,

nuestra vida pasará.

Después vendrán los chicuelos

á darnos la dulce guerra,

y seremos los abuelos

más felices de la tierra. (Pausa)

(Va al fogón, destapa la caldera, la revuelve con u na cuchara grande de madera)

El sancocho está cocido,

yá los plátanos están.

(Vuelv e á la puerta de campo)

(Viniendo al proscenio)

Si algo le habrá sucedido

en la vega al pobre Juan.

¡Esta guerra! que retoña

cuando uno menos lo piensa;

y á su maldita ponzoña

no le encontramos defensa.

Cuidados no faltan nunca

aunque tranquilos vivamos,

pues algo viene y nos trunca,

la calma que disfrutamos.

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ESCENA III

Dolores, Antonio y María

(Antonio entra del campo y María poco después, de l a sala)

ANTONIO.- Muy buenas tardes, Dolores,

ó noches, que yá es igual.

DOLORES.- Entra, Antonio.

ANTONIO.- (Mirando al rededor) ¿Y mis amores?

MARÍA.- (Entrando)

Te estaban pensando mal, (Sonriendo le da la mano)

pues en todo el santo día

no se te ha visto la cara.

ANTONIO.- (Riendo)

La culpa, sabes no es mía;

la razón está muy clara:

me faltaban diligencias

que hacer para nuestras bodas.

MARÍA.- ¿Esas eran tus ausencias?

ANTONIO.- Claro.

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MARÍA.- ¿Las hiciste?

ANTONIO.- Todas.

DOLORES.- A Juan esperando estoy

que no llega de allá abajo;

él nunca tanto como hoy

se ha quedado en el trabajo.

ANTONIO.- Por Juan no tenga cuidado:

acaba de hablar conmigo,

y se fué precipitado

á prevenir á Rodrigo,

que escurra el bulto ligero,

no sea que lo sorprenda

hoy el general Cubero,

que á coger viene á la hacienda.

DOLORES.- Mi gran susto era ese, hijo.

ANTONIO.- Pues ya no lo tenga así.

Para Santa Ana, me dijo,

pasó la gente; y á mí

mandóme á esperarlo acá

de ustedes en la compaña,

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pues él conmigo se va

á dormir á la montaña.

Y sólo que sean perros

podrán con nosotros dar,

los que esta noche á estos cerros,

nos vengan á reclutar.

MARÍA.- ¿Por eso al hombro, terciada

traes lista la cobija?

Y en esa caja guardada

traerás la cena.

ANTONIO.- No, hija,

lo que esta caja contiene

es para ti, la guirnalda:

también un broche aquí viene,

y un ramo para la falda.

(Antonio le alarga la caja y María la cog e)

Temí dejarla en mi casa:

de una vez dártela quiero.

MARÍA.- ¿Conmigo nada le pasa? (Sonriendo)

eres un buen majadero.

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ANTONIO.- En Mérida esta mañana,

la compré con el vestido.

MARÍA.- ¡Fuiste á Mérida! ¡qué gana! (Con reconvención)

¿Y si te hubieran cogido?

ANTONIO.- ¿Cómo piensas, vida mía,

que haya yo perdido el seso?

Fué mi madre con Lucía

mi hermana, á comprarme eso.

DOLORES.- ¿Fué á Mérida Encarnación?

ANTONIO.- Sí, señora, esta mañana.

DOLORES.- Y de la revolución -

¿qué supo ella allá?, ¿quién gana?

ANTONIO.- Mi madre trajo sabido,

porque en Mérida es corriente,

que el Pelado está en Egido

con mucho golpe de gente.

De oficiales halló un grupo

en una tienda de ropa,

y por lo que hablaban supo,

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que á reclutar una tropa

vendría por estos lados

con Cubero y Logrador.

DOLORES.- Un buen par de desalmados:

no se sabe cuál es peor.

ANTONIO.- Son dos fieras siempre juntas,

asesinos y ladrones.

MARÍA.- No conozco el par de yuntas;

de nombre sí, por bribones.

DOLORES.- No los conozco tampoco;

¡pero tienen una fama !... (Hace con la mano las

señas de robar y de beber)

ANTONIO.- Se beben el Orinoco

y quedan pidiendo el Chama.

DOLORES.- ¿Y ahora por qué pelean?

ANTONIO.- Cómo no van á pelear,

si todos tener desean

el mando para robar.

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DOLORES.- Pero bien, ¿algo dirán?

ANTONIO.- (Con dificultad para encontrar las palabras)

Pues que... el pueblo... los impuestos,

que muy subidos están…

y vuelta el pueblo. Y aprestos

al pueblo sólo le quitan,

por la fuerza y con crueldad;

y entrambos partidos gritan:

«que viva la libertad»:

y con este son silbado,

como silba el ganadero

conduciendo su ganado,

nos llevan al matadero.

No haya guerra, porque entonces,

pesan sobre el pueblo iguales,

como si fueran de bronce,

los godos y liberales.

Por sostenerse el Gobierno

y por tumbarlo los otros,

todos con furia de infierno,

echan mano de nosotros.

Y á la campaña marchamos,

á pelear y á no dormir,

sin que la causa sepamos

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que nos lleva á combatir.

No escapa al fusil ninguno

desde mozo hasta que es viejo,

y gracias que pueda uno

sacar con bien el pellejo.

Cuando se acaba la guerra,

donde llegó quedó el pobre,

y el triste vuelve á su tierra

sucio, roto y sin un cobre.

DOLORES.- Si rindiere la jornada,

que otros quedan sin ventura,

con una pierna quebrada

ó en lejana sepultura.

De otras personas jamás

se sabe, ni si están vivas;

cual pasó, recordarás,

con el pobre Manuel Rivas.

ANTONIO.- ¡Que si yo me acuerdo de él!

mi más consecuente amigo:

nunca olvidaré á Manuel:

tan bueno que era conmigo.

La vez primera que fuimos

reclutados él y yo,

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en una acción que perdimos,

de mí apartado quedó;

y nunca más he sabido

si fue muerto ó qué fue de él.

¡Cuánto á mi amigo he sentido!

qué falta me hace Manuel.

DOLORES.- Y á todos. Desde que el triste

perdió á su madre Cecilia,

á todos, ya tú lo viste,

nos tuvo por su familia.

MARÍA.- Yo á Manuel también quería.

Su ausencia en casa fue un duelo.

Siempre frutas me traía

de la vega en el pañuelo.

Me acuerdo, cuando pequeña,

si iba chamiza á buscar,

que él me hacía el haz de leña

y me la ayudaba á alzar.

ANTONIO.- Nos pasa eso por serviles,

que nos dejamos llevar:

si con los mismos fusiles

que nos dan para pelear,

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les lleváramos la muerte

á los mandones, sería

muy distinta nuestra suerte,

y otro gallo cantaría.

Mire usted, cuando he tenido

de recluta el aderezo,

no sé cómo no he torcido

al que me manda el pescuezo.

(María entretanto ha estado desatand o la caja)

DOLORES.- Miren que es triste la suerte

del infeliz campesino:

que lo lleven á la muerte

y no se les dé un comino.

MARÍA.- (Sacando la guirnalda de la caja)

¡Ay! ¡qué guirnalda tan linda!

esto es mucho para mí.

ANTONIO.- De reina el que te la brinda

la quisiera para ti.

DOLORES.- (Acercándose á contemplar la guirnalda)

¡En verdad que es bien preciosa!

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¡qué azahares tan bien hechos!

¡y los botones! ¡Qué hermosa!

MARÍA.- Mis deseos, satisfechos

cuán bien los dejas, Antonio.

DOLORES.- Nadie te va á conocer

el día del matrimonio.

(Con curiosidad y cariño)

Déjamela, hija, coger. (La coge y después de mirarla

se dirige á Antonio)

¿Te habrá costado un derroche?

ANTONIO.- Por doce pesos me sale

con el ramo y con el broche.

DOLORES.- Es mucho; pero los vale.

ANTONIO.- Si están perfectas las flores

no me importa la moneda. (Dirigiéndose á María)

Que te la ponga Dolores,

para ver cómo te queda.

(Dolores va á ponérsela y Mar ía retirándose)

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MARÍA.- No, que se puede ensuciar.

DOLORES.- (Insistiendo y avanzando)

Espérate, majadera.

MARÍA.- Si estoy hasta sin peinar. (Dejándosela poner)

ANTONIO.- Estás divina, hechicera.

DOLORES.- Te queda como pintada;

como hecha está para ti.

ANTONIO.- Nunca más bella á mi amada

desde muchacha la vi.

MARÍA.- (Sonriendo y buscando dentro de la caja)

Zalamero, así también

á aquella otra le dirías.

ANTONIO.- ¿A la negrita Belén? (Riendo)

Siempre tus majaderías.

MARÍA.- (Sacando de la caja el ramo y mostrándoselo á Dolor es)

Mira el ramo.

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DOLORES.- ¡Qué elegante!

¿Y cómo se pone esto? (Cogiéndolo)

MARÍA.- Terciado así, por delante: (Hace la demostración)

de ese modo lo vi puesto

á la hija de don Moré,

el día que se casó.

DOLORES.- ¿A la niña Salomé?

MARÍA.- Sí, señora; ¿no la vio?

DOLORES.- Ya recuerdo.

MARÍA.- (Sacando el broche) Mira el broche.

DOLORES.- Muy bonito. Guarda yá,

que se nos volvió de noche.

Hoy Antonio comerá

con nosotros. Guarda eso,

y á la sala la comida

llevas, y pones el queso,

y calientas la bebida.

Yá no ha de tardar tu padre.

(María se quita la guirnalda y guarda todo en la ca ja)

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ANTONIO.- No se molesten por mí:

Hace poco, con mi madre

y con mi hermana comí.

ESCENA IV

Dichos y Juan entrando con apuro

(María se acerca á oír con interés lo que dice Juan , y luego, con precipitación va al fogón y se está entrando y saliendo por la puert a de la sala llevando la comida, platos, etc.)

JUAN.- (Dando palmaditas al entrar)

Ligerito, ligerito,

Dolores, María, hija,

rne dan el café y el frito,

y me buscan la cobija.

DOLORES.- Si no es por Antonio, Juan,

que me explicó tu tardanza,

habría ido en mi afán

á buscarte á la labranza:

porque yá me parecía,

en mi esperar angustiado,

que alguna guardia te había

en la vega reclutado.

JUAN.- Me escapé de una partida

porque no me dejé ver.

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Ponme pronto la comida.

DOLORES.- María la fué á poner.

¿Y qué se hizo esa gente?

JUAN.- Se pasó para Santa Ana

de Albarregas por el puente.

DOLORES.- ¿Pasó de ti muy cercana?

JUAN.- Cerca, cerca; pero un tronco

me tapaba, y luego el río

no les dejó con su ronco

ruido, oír el paso mío.

En Santa Ana, ni un recodo

sin registrar dejarán

y así que lo anden todo,

para este lado vendrán.

De prisa por eso quiero

que la comida me des,

porque hay que poner ligero

en polvorosa los pies.

ANTONIO.- ¿Y Rodrigo? ¿lo encontró?

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JUAN.- Lo encontré tan descuidado,

que si no le aviso yo

se habría en casa quedado.

DOLORES.- (Sonriendo y en tono de cariñosa burla)

Así sería ese miedo

que le entró á mi pobre hermano.

Yo con ser mujer le excedo

en valor á ese cristiano.

JUAN.- (Riendo y en el mismo tono de burla cariñosa)

Al escucharme, la cara

de larga así se le puso: (Hace la seña con las dos

manos)

semejante á una tapara.

Quedóse mudo, confuso;

luego pensando hacia dónde

se iría, estuvo perplejo.

DOLORES.- Pues donde él siempre se esconde:

El páramo del conejo.

JUAN.- Tuvo miedo de irse solo

en el páramo á ocultar;

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que allí no está su hija Polo

que lo vaya á acompañar.

DOLORES.- ¿Y dónde está mi sobrino?

JUAN.- Para Bobure se fué,

á llevar con Saturnino

unas cargas de café.

Me dijo al fin le esperase

aquí para irse conmigo.

No temo que nos retrase

¡pues carga un miedo Rodrigo!...

DOLORES.- (Separándose de Antonio y Juan y encaminándose al f ogón, donde se pone á ayudar á María)

Pobre hermano, como flecha

no dilata aquí en llegar.

ANTONIO.- (Siguiendo con la vista á Dolores)

Para él no es poca la mecha,

si se deja reclutar.

(Dirigiéndose luego á Juan)

Seguro que no hará posas:

¿por qué con usted no vino?

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JUAN.- Quedó arreglando sus cosas,

pero yá estará en camino.

El miedo solo lo empuja.

Dando vueltas en la casa

dejélo, á su hija Maruja

llamando, y á Nicolasa

su mujer, para que pronto

le arreglasen la maleta.

Para estas cosas no es tonto,

pues sabe donde le aprieta.

ANTONIO.- Es porque el gato escaldado

le huye al frío del agua:

él debe haberse acordado

de aquello allá en Aricagua

en la otra revolución;

que en un cerro nos pusieron

de avanzada en inspección.

Y á media noche nos dieron

tal asalto de improviso,

que á no ser porque al momento

el talón pusimos liso,

no echáramos hoy el cuento.

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JUAN.- Como Manuel no lo ha echado:

que no se supo más de él.

ANTONIO.- Fue allí donde separado

hasta hoy quedé de Manuel.

(María entra por la última vez y se acerca á Juan)

MARÍA.- Ya está el frito, y de buen gusto,

vayan, pues, á despacharse;

que no se me quita el susto

hasta no verlos marcharse.

ANTONIO.- Vaya, Juan, y coma usté.

JUAN.- Vén tú conmigo.

ANTONIO.- Yo no.

(Juan se dirige á la sala y María habla aparte á Antonio)

MARÍA.- Toma siquiera café;

entiende que lo hice yo.

ANTONIO.- Siendo así, querida mía,

á tomarlo yá me mueves.

¿Me lo pusiste, María,

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en el jarro en que tú bebes?

MARÍA.- Adivinaste, cachete.

Anda, pues, querido mío.

(Antonio se va tras de Juan)

Es el que tiene un filete

por el borde; yá está frío.

ANTONIO.- (Volviendo la cabeza para contestar á María)

Lo conozco.

MARÍA.- (Aparte) A qué santo

encomendara esa gente;

yo no sé por qué con tanto

temor mi pecho se siente.

(Juan al llegar á la puerta de la sala llama con la mano á Dolores que está en el aparador arreglando los trastos. Al llegar junto á él le habla)

JUAN.- (A Dolores) Estoy en gran compromiso:

que tu presteza me apronte

todo aquello más preciso

que pueda llevar al monte.

DOLORES.- Con una muda de ropa

tienes, y algún avío.

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(Juan y Anto nio se van, y Dolores desde la puerta

dice aparte )

¡Si irá á venir esa tropa

y los reclutan, Dios mío! (Se va)

ESCENA V

(María sola)

Yá esos señores del mando

mis bodas van á turbar,

pues sabe Dios hasta cuándo

huyendo Antonio va á estar.

Y van dos veces con esta,

que el matrimonio se atrasa. (Breve pausa)

Y don Moré que la fiesta

hacer me ofreció en su casa. (Breve pausa)

En la otra vez fué igualito:

ya el Padre su bendición

nos iba á echar, cuando el grito

sonó de revolución.

Se volvieron un demonio

y todo lo trastornaron,

cogieron al pobre Antonio

y a la guerra lo llevaron.

Hoy todavía se agravia

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al recordarlo, mi pecho;

me dio tantísima rabia

al ver mi gozó deshecho,

que si yo hombre hubiera sido,

allí mismo, furibundo,

un machete habría cogido

contra tanto vagamundo.

Cuatro meses lo tuvieron

para arriba y para abajo,

y en tanto acá le comieron

el fruto de su trabajo.

Y después que en esa anduvo

mi pobre, mi buen Antonio,

que ganar de nuevo tuvo

los reales del matrimonio:

ahora que ya los tiene,

vuelve la misma camorra.

Que el demonio se los cene.

Podían irse á la porra.

Maldita sea la guerra

y los que en Mérida mandan,

y todos los que en la tierra

viviendo del prógimo andan.

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ESCENA VI

María y Dolores

(Dolores entra con una maleta y una cobija y las po ne en el banco)

DOLORES.- Le tengo todo. De prisa

le arreglé un vestido entero:

ahora lo que precisa

es que se vayan ligero.

(Viniendo donde María)

Tu casamiento, hija, ahora

con todo esto se está aguando.

MARÍA.- (Con enfado y mal humor)

Yá lo creo, y la demora

sabe Dios será hasta cuándo.

Miren que es mucha... desgracia,

que tenga uno que sufrir,

porque allá les venga en gracia

en guerra eterna vivir.

¿Qué tiene el pobre que hacer

con godos y liberales,

si ellos todos son iguales

en hacernos padecer?

Una á derechas no sabe

por qué riñen cada rato,

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y en el reparto nos cabe

pagar por ellos el pato.

Yo á todos los cogería,

los de aquí y los de Caracas,

y la muerte les daría

tostaditos en estacas.

DOLORES.- Tengamos, hija querida,

paciencia para aguantar.

MARÍA.- Caramba, si yá no es vida

la que nos hacen llevar.

ESCENA VII

Dichos y Rodrigo entrando de carrera.

(Da vueltas por el escenario y habla sobresaltado. Trae la cobija terciada)

RODRÍGO.- Pronto, pronto, Antonio, Juan,

ni un momento hay que perder.

(Dirigiéndose á Dolores)

¿Esos hombres dónde están?

DOLORES.- Entraron allí á comer. (Asustada)

Pero, Rodrigo, ¿qué pasa?

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RODRÍGO.- ¿Qué pasa? que á don Moré

registrando están la casa.

Yo de chepa me escapé.

DOLORES.- Que las ánimas los valgan.

MARÍA.- Los van á coger, Dios mío. (Con temor)

RODRÍGO.- (Dirigiéndose de la puerta de la sala con apuro)

Pronto, pronto, salgan, salgan.

DOLORES.- Se me ha puesto el cuerpo frío.

ESCENA VIII

Dichos y Antonio y Juan que salen sobresaltados.

(Juan sin sombrero y con una cuchara en la mano, y al enterarse de todo vuelve á dentro para aparecer otra vez en su oportunidad)

JUAN.- Demonio con tanto grito,

¿qué sucede?

RODRÍGO.- ¿Qué sucede?

Que estamos en el garlito.

(Con vivo apuro y dando palmadas)

Huir más tarde no se puede.

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Yá vienen. Vamos ligero.

No hay que perder un instante.

JUAN.- Voy á coger mi sombrero. (Se va)

RODRÍGO.- Pues yo me voy adelante. (Se va corriendo por

donde entró, por la puerta de campo)

ESCENA IX

Dolores, María, Antonio y Juan

(que sale al acabar de hablar Antonio, y coge la ma leta y la cobija que Dolores le ha puesto antes sobre el banco)

ANTONIO.- Ese susto sí que es gordo

el que á Rodrigo acompaña:

yá le parece que al borde

no llega de la montaña. (Entra Juan)

MARÍA.- Pelen el ojo al salir.

DOLORES.- Encomiéndense á algún santo.

ANTONIO.- Dejen el golpe venir.

No teman; no hay para tanto.

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JUAN.- Vamos, pues. Qué hemos de hacer.

Ni siquiera me dejaron

que acabara de comer.

(Se dirigen todos á la puerta de campo. Juan y Anto nio adelante. Dolores y María detrás. Al llegar á la puerta los dos primeros, sal en, y quedan en la puerta las dos mujeres. Acto continuo suenan dos tiros distantes. Juan y Antonio vuelven á entrar y regresan precipitadamente todos los cuatro al proscenio, con sobresalto todos menos Antonio)

DOLORES.- ¡Jesús! que cerca silbaron

las balas. El corazón

yá se me sale del pecho.

JUAN.- ¡Qué terrible situación!

El plan se nos ha deshecho.

DOLORES.- Si habrán matado á mi hermano.

MARÍA.- Yá él iría por la vega.

JUAN.- Vi el fogonazo cercano.

ANTONIO.- Bala que silba no pega.

JUAN.- ¡Qué hacemos!

DOLORES.- Pobre Rodrígo.

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MARÍA.- Están encima.

ANTONIO.- Yá de esta…

RODRIGO.- ¡Nos fregamos! se los digo,

por tris que pago la fiesta.

Unos vienen por aquí.

(Señala con la una mano á la derecha)

Y otros vienen por acá.

(Señala a la izquierda con la otra mano)

MARÍA.- (Con viveza)

Pero no se estén así.

DOLORES.- (Con apuro)

Entren, entren para allá.

(Dolores y María los empujan á todos para que entre n á la sala, se van precipitadamente y las mujeres llegan hasta la puer ta)

DOLORES.- En el falso de la troje

encarámense los tres.

MARÍA.- Y á ninguno se le antoje

hacer bulla con los pies.

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ESCENA X

Dolores y María

DOLORES.- ¡Caso más comprometido!

MARÍA.- Para todos es muy duro…

DOLORES.- (Haciendo seña a María con el dedo en la boca

para que ca lle y con la otra mano señalando para

la puerta d el campo)

Silencio que escucho ruido. (Pausa)

MARÍA.- Van á venir de seguro.

DOLORES.- Hija, ¿y qué hacemos ahora?

MARÍA.- Serenas aquí esperar.

ESCENA XI

Dichos, El General Cubero, Logrador y dos soldados.

(Cubero entra por la puerta de campo, arrollados lo s pantalones, el kepis sobre el sombrero, un puñal y un revólver en el cinto y en l a mano la espada desnuda. Logrador y los soldados quedan á la puerta. María t rata de ocultarse detrás de Dolores)

CUBERO.- (Con voz imperiosa)

La casa franca, señora,

que la voy á registrar.

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DOLORES.- Ese es un atrevimiento.

No somos, señor, criminales;

y yo no se lo consiento

ni á godos ni á liberales.

CUBERO.- Hombre, no me haga reír. (Riendo)

¿Conque no me da el permiso?

Se debía esto escrebir,

y pegalo como aviso.

DOLORES.- ¿Y entonces por qué lo pide?

CUBERO.- Porque esa es la urbaniá;

pero á un melitár no se empide

en parte alguna la entrá.

DOLORES.- General, de esas no tenga.

¿Se allanan casas así?

CUBERO.- No hay de otras; ni se venga

con esas leyes á mí.

DOLORES.- Sepa, señor militar,

qué somos mujeres solas.

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СUBERO.- (Riendo) Ya me van á comulgar

ustedes con esas bolas.

(Con entonación)

Entrar he visto aquí un hombre;

en esta casa se encierra:

lo he de coger, no se asombre,

aunque esté bajo la tierra.

Cercada tengo la casa:

no soy rancho que me mojo;

á ustedes nada les pasa,

pero el hombre yo lo cojo.

Ya lo yá á ver por mi honor,

y no entre máma en cuidaos.

(Se dirige á Logrador)

Pase á lante, Logrador,

y con esos dos soldaos

registren los cuartos todos.

Lo han de coger no hay remedio,

y le ponen en los codos

una chaqueta de á medio.

(Logrador y los dos soldados se van por la sala)

DOLORES.- ¿Dónde están las garantías

y de la ley el favor?

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СUBERO.- No esté hablando tonterías:

No hay más ley que el mandaor.

DOLORES.- Señor, mi casa allanada

no había sido de este modo.

MARÍA.- (Saliendo de detrás de Dolores y enfrentándose á

Cubero)

Usted no respeta nada:

¿por qué pasa sobre todo?

CUBERO.- Pues me gusta la salía

de la niña; así sé escupe:

v si la plaza defendía

tiene así, no hay quien la ocupe.

¿Qué fuera del melitar,

niña, en la revolución

que se pusiera á mirar

tanta ley y costitición.

(Aparte mirando al soslayo á María)

Me llena el ojo la moza,

es exquisito bocao;

ya la gana me retoza

de hacer con ella el mandao.

(Va y se asoma a la sala)

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DOLORES.- (A María, aparte)

Estamos mal, este tuno

es el mentado Cubero.

MARÍA.- (A Dolores, aparte)

Entonces favor ninguno

de un hombre tan malo espero.

CUBERO.- (Aparte) ¡Qué buena es la zagalona!

si antes la hubiera mirao

de otro modo mi persona

se les hubiera dentro.

(Viene donde Dolores y María y les habla con insinu ación)

Por coger, señora, ese hombre,

perdóneme que entre asina,

pues de un melitar el nombre

es cumplir bien su consina:

ya debe considerar

que esta es orden del Gobierno,

y cumplirla un melitar

debe cual buen sulbalterno.

Dispénseme, pues, señora,

que tan fuerte yo proceda,

y le ofrezco desde ahora

hacer todo lo que pueda

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en bien de ese hombre, si acaso

Logrador me lo cogiere.

No haga, pues, señora, caso

de mi dureza. Y si fuere

hijo, marío ó hermano,

el que allí dentro se esconde,

libre será por mi mano:

de ello mi honor le responde.

Sólo exijo en recompensa,

sin herirle su pudor,

ni que usté lo tome á ofensa,

que me conceda un favor.

DOLORES.- ¿Y cuál será, caballero?

CUBERO.- Para ustedes conveniente

y sencillo es lo que quiero:

su niña pasión ardiente

me ha inspirao, y por su bien,

le daría un porvenir,

y hasta mi mano también.

MARÍA.- (Aparte) Pues yá me va á conseguir.

CUBERO.- Señora, yo no compriendo

-se lo juro por mi estrella-

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que se halle usté aquí viviendo

con una niña tan bella.

Su niña es perla perdida,

sin brillo ni porvenir,

en estas breñas metida.

¿Por qué ustedes á vivir

á Mérida no se van?

Cuanto quisieran conmigo,

sin trabajo y sin afán,

tendrían allí á mi abrigo.

A ella casa yo le diera,

sus muebles, mucho dinero,

y trajes cuantos quisiera.

DOLORES.- Muchas gracias, caballero.

MARÍA.- Déjeme usted en mis breñas,

y su dinero en sus cajas.

ESCENA XII

Dichos y Logrador

(Entrando seguido de Juan, Antonio y Rodrigo y los dos soldados. Rodrigo sobrecogido de miedo y temblando)

LOGRADOR.- Conmigo no valen señas.

Y son pandas las navajas.

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DOLORES.- (A María) ¡Los cogieron!...

MARÍA.- ¡Pobrecitos!

(Se abrazan llorando)

LOGRADOR.- Me encontré, mi General,

este nido de pollitos.

CUBERO.- A ti nunca te va mal.

Que los amarren bien duro,

y que me anden muy derecho,

porque les pongo un zamuro

de prendedor en el pecho.

(Mientras los soldados amarran a los presos, Cubero hace seña a Logrador y le habla, en un extremo aparte. La colocación es la si guiente: en el centro, los presos y soldados; en el extremo izquierdo Dolores y María, y en el de la derecha Cubero y Logrador)

CUBERO.- Tengo un plan, una bolada.

LOGRADOR.- Ya le entiendo, ¿la mocita?

(Señalando á hurtadillas á María)

CUBERO.- No se te escapa á ti nada.

Es sempática y bonita.

Me la robo sin remedio,

aunque pele por la lucha.

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Para llevármela, el medio

que tengo pensado escucha:

(Fingen conversar en secreto. Para este momento los soldados acaban de amarrar á Juan y empiezan á amarrar á Antonio y Rod rigo. El soldado 1° amarra á Rodrigo y el 2° á Antonio)

SOLDADO 1°.- Este hombre como que tiene

el frío de calentura.

SOLDADO 2°.- Pues un chopo le conviene.

RODRIGO.- ¡Ay! ¡ay! con su amarradura.

CUBERO.- Los reclutas y la gente (Aparte siempre)

á la ciudad despachamos

con Calleja el Subteniente,

y atrás nosotros quedamos:

cuando esté lejos Calleja,

nos volvemos ya sin tacha;

tú me amarras á la vieja

y yo cojo la muchacha.

LOGRADOR.- Lo dicho, dicho; está bien.

(Fingen de nuevo secreto)

SOLDADO 1°.- Compañero, no se asuste.

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RODRIGO.- Es que me aprieta el mecate.

ANTONIO.- (Con voz alta)

Haga de mí lo que guste;

mas no á Rodrigo maltrate.

LOGRADOR.- (Viniendo al grupo de los presos con enojo)

Poco á poco con los gritos,

porque le estaco el pellejo:

dejémonos de brinquitos

porque el suelo está parejo.

MARÍA.- (Que ha estado reparando al Soldado 1°)

¡Se lleva mi camisón!

DOLORES.- (Señalando al Soldado 2°)

¡Y tu guirnalda también!

CUBERO.- (Acercándose á Dolores)

¿Quién es, señora, el ladrón?

DOLORES.- Todos dos. (Los presos quedan amarrados. Cubero les quita la caja y el camisón y se los da á María)

CUBERO.- (Enojado) Aquí á robar

no venimos. Tome niña.

(Dirigiéndose á los soldados)

No les gusta sino andar

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donde quiera á la rapiña.

¡Bellacos! ¡afuera, afuera!

(Todos se ponen en marcha)

Que por todas partes van

deshonrando la carrera.

ANTONIO.- Adiós, María.

DOLORES.- Adiós, Juan.

(Se van todos y Dolores y María se abrazan llorando)

ESCENA XIII

Dolores y María

MARÍA.- ¿Qué hacemos en este caso?

DOLORES.- (Con resolución)

Que á Mérida á hablar me voy

por ellos á todo paso.

MARÍA.- ¿Y yo sola aquí me estoy?

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DOLORES.- (Reflexionando)

Ciertamente que es locura.

MARÍA.- (Con disgusto)

Me repugna ese Cubero

su jerga y su catadura.

DOLORES.- Lo que hemos de hacer primero,

es ir donde don Moré,

y decirle lo que pasa.

MARÍA.- ¿Y yá no se acuerda que

le registraron la casa?

Él qué va hacer aunque quiera;

si marchan con él también.

DOLORES.- Tienes razón. No hay manera

de arreglarlo. (Medita) Pero bien

te vas ahora conmigo;

de paso, con Nicolasa,

te dejo; á.Mérida sigo,

de doña Clara a la casa,

la esposa tan respetable

del señor Gobernador,

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y puede ser que si le hable,

alcance yo su favor.

Es á ella á la que le vendo

los huevos de mis gallinas,

y siempre me está diciendo

que la ocupe; ¿tú qué opinas?

MARÍA.- Cuando llegue á la ciudad,

la casa hallará cerrada.

Además, de esa amistad

no crea que saca nada.

DOLORES.- De Mérida la distancia

no es mucha que nos separa:

treinta cuadras en sustancia.

¡Y es tan buena doña Clara!

MARÍA.- Pues hágalo de ese modo;

y ya no más dilaciones.

DOLORES.- Saca, pues, de adentro todo,

sombreros y pañolones.

(Váse María por la puerta de la sala. Dolores se dirige á

la pue rta del campo y se asoma á ella)

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ESCENA XIV

Dolores, sola volviendo al proscenio.

Yá se fueron. Como boca

de lobo la noche está. (Breve pausa)

Quién sabe cómo me toca

la suerte á mí por allá.

María cuando aconseja,

no se equivoca jamás:

por su duda estoy perpleja

con doña Clara; quizás,

no del todo en desacuerdo

me encuentro de su creencia;

pero en fin, yo nada pierdo:

hay que hacer la diligencia.

ESCENA XV

Dolores, y María entrando indignada.

MARÍA.- ¡Qué bandidos, qué ladrones!

todito se lo han llevado:

los reales, los pañolones

y cuanto había guardado.

De la sala nos dejaron

la puerta de par en par,

y todo se lo llevaron;

hasta el Cristo del altar.

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DOLORES.- (Llevándose las manos á la cabeza)

¡Jesús! que parte me das;

¡eso era lo que faltaba!

ESCENA XVI

Dichos, Logrador y Cubero.

(Logrador entra adelante con una cuerda en la mano y le sigue Cubero)

CUBERO.- Y otras cosas además,

que usted tal vez no esperaba.

(Dolores al ver que Logrador se dirige sobre ella,

retroce de horrorizada; otro tanto hace María, de Cubero)

DOLORES.- ¡Señor, á qué vuelve usted!

De poco usté se empresiona.

Voy á llevarme en mi red,

mi señora, esta pichona.

(Logrador se arroja sobre Dolores y empieza á atarl a en el pilar. Cubero hace lo mismo contra María, pero ésta se le escapa y trata de ganar la puerta del campo)

DOLORES.- ¡Qué me quiere usted, señor!

LOGRADOR.- Hacer con usted un lío.

(Dolor es forcejea por no dejarse atar)

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DOLORES.- ¡Quite usted!

MARÍA.- (Al correr á la puerta y cogerla Cubero)

¡A mí, favor!

(Cubero corr e tras ella, la alcanza en la puerta, la toma en

peso por la cintura y se va con ella)

DOLORES.- ¡Misericordia, Dios mío!

Cae el telón

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Personas del Segundo y Tercer Acto

ANTONIO: con uniforme de Capitán

MANUEL : uniforme de Coronel.

DOLORES.

MARÍA.

JUAN : Sargento.

RODRIGO: Cabo.

GENERAL CORONA : uniforme de General.

VILORIA: uniforme de Capitán.

GOYA: Ordenanza.

ALCAIDEZA.

LOGRADOR : uniforme de General.

COMISARIO 1°

COMISARIO 2°

UN OFICIAL.

UN SARGENTO.

SOLDADO 1°

SOLDADO 2°

Comparsa de soldados.

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ACTO SEGUNDO

El teatro representa la plaza Bolívar de Mérida. En el fondo, de derecha á izquierda del espectador, primero la casa de Gobier no formando esquina, después las cárceles de mujeres y de hombres, cada una tendrá una puerta y encima un rótulo, dirá el uno: «Cárcel de hombres» y el otro: «Cárcel da mujeres», luego - formando esquina- el cuartel con una puerta cerca de la esquina; y á ambos extremos del fondo, las respectivas boca-call es de la calle de «La independencia» y de la de «Bolívar». A la derecha u na fila de casas, unas bajas y otras de alto. A la izquierda, la catedral y el pal acio del Obispado.

Al alzarse el telón, aparecen algunos soldados acos tados y envueltos en sus mantas á lo largo de la acera de la catedral hasta la esquina; en la puerta del cuartel, un centinela; saliendo de la casa de Gobie rno el general Corona seguido de Goya, y en el proscenio, Manuel y Antonio. Al pr incipiar la primera escena se sientan dos de los soldados y simulan conversación. Corona con paso algo inseguro y pesado viene de la casa de Gobierno en d irección de Manuel.

ESCENA I

(Manuel, Antonio, el General Corona y Goya)

MANUEL.- Queda así tu compañía

compuesta de buena tropa.

(Observa que Corona se acerca)

Mas, retírate un momento:

viene el general Corona.

(Antonio se retira y se sienta pinto co n los dos soldados que se han incorporado y los tres simulan conversación)

CORONA.- Coronel Rivas, ¿su gente

está organizada?

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MANUEL.- Toda,

con sus clases y en guerrillas.

Les he repartido gorras,

municiones y alpargatas;

sólo me faltan ahora,

para dar á tres sargentos,

tres cobijas.

CORONA.- Unas pocas

quedan aún en el parque,

de las doscientas que á Noya

le cogimos de la tienda:

de esas usted las tres coja.

MANUEL.- Está bien.

CORONA.- ¿De cuántas plazas

la columna de usted consta?

MANUEL.- Cien, que son como cien flores,

cuenta, General, por todas.

CORONA.- ¿Ya tiene bagaje?

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MANUEL.- Y silla:

de todo me dio Viloria.

CORONA.- Si no le gusta el que tiene,

del rucio moro disponga,

que se le quitó á don Rufo.

Buen mocho, sólo una goma

en una mano le he.visto;

pero es alta y no le estorba.

MANUEL.- Mi tordo no doy por ese.

CORONA.- Como le guste. Ahora,

esté listo, pues la marcha

puede ser de una hora á otra.

Ya la luz del nuevo día

por sobre la sierra asoma,

y yo no he dormido nada:

entera la noche toda,

la pasé de claro en claro,

despachando tantas cosas.

GOYA.- (Aparte) Qué gracia, si la botella

no apartaba de la boca.

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CORONA.- Está el Gobernador malo,

y tengo yo la camorra.

GOYA.- (Aparte) Al Gobernador la guerra

le tiene la llave floja.

CORONA.- A ver del general Pina,

irá Viloria la tropa;

yo á dormir me voy un rato

porque el sueño me reponga.

GOYA.- (Aparte) Para volver en seguida

á empatar la misma mona.

CORONA.- Pero si llega Cubero,

que vaya á llamarme Goya.

GOYA.- Bien, General. (Corona hace movimiento de irse)

MANUEL.- ¿Y raciones?

CORONA.- Se me olvidaba la cola.

(Sacando del bolsillo)

Para las de hoy aquí tiene:

coja usted esas, dos onzas.

Y no sé qué haré con Piña.

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Eso quedaba en la bolsa,

de los cuatrocientos pesos

quitados á don Juan Mora.

Cuatro toches en la cárcel

tenemos de carne gorda

desde antier; pero están duros:

por nada el mejengue aflojan;

Habrá que colgarlos hoy

por las patas en la soga.

Le encargo la vigilancia

mi ausencia será muy corta:

hasta luego y mucha vista.

МANUEL.- Yo tengo el ojo de mona.

(Corona se va con paso lento é inseguro por la puer ta del cuartel)

ESCENA II

(Manuel, Goya y Antonio que vuelve cuando Manuel co ntesta á Goya)

GOYA.- Mire usted si es tuno el viejo:

de las treinta morocotas

que ayer le quitó á don Pancho

no dice nada.

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MANUEL.- Esa boca

de loro ó culebra cierra:

algo siempre le reprochas

á los hombres del Gobierno.

GOYA.- ¿Acaso, señor, son pocas

las que les tengo cogidas?

Usted no sabe las cosas

porque está recién llegado.

Si hubiera yo las historias

sabido antes, de esta gente,

no habría dejado solas

mis tierras de pan coger.

MANUEL.- ¿Cómo es eso?

ANTONIO.- Dilo, Goya.

GOYA.- En el campo con mi madre

cultivando tierras propias

feliz vivía; leyendo

por la noche algunas horas,

la Historia de Venezuela,

que escribió en lengua española

Baralt el maracaibero.

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Al ver tanta acción heroica,

tanta grandeza de hombres,

virtud tanta y tanta gloria,

me llené de justo orgullo,

y para ayudar á la obra

de engrandecer esta Patria

que nos legaron gloriosa,

me vine luego á servirla

con pureza de patriota.

En la Comandancia al punto

me dio el general Corona

una plaza de Ordenanza,

que es en la que estoy ahora.

Era toda mi ambición

contribuir á la patria honra,

pero ¡ay! amigo, que pronto

mi ilusión se fué á la porra:

creí en el patriotismo

y me equivoqué de bola.

¡Qué decepción la que tuve!

He visto ya tantas cosas

desde que estoy en palacio,

que se lo juro, y no es broma,

al tener una salida

me vuelvo á sembrar cebollas.

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MANUEL.- Tú verás como esto cambia

cuando cambien las personas.

GOYA.- No crea, si están cortadas

por un mismo molde todas.

ANTONIO.- Has hablado como un libro.

MANUEL.- Dejemos eso, y te tomas

el trabajo de buscarme

café.

GOYA.- (Haciendo seña de comer) ¿Y de esto alguna cosa?

MANUEL.- Por supuesto; pero antes

anda y cambia esas dos onzas,

y la gente del cuartel

y esta otra me las racionas.

(Le da las dos onzas, y Goya haciéndole seña á los soldados, se va con ellos por la izquierda)

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ESCENA III

Manuel y Antonio

MANUEL.- Conque, Antonio, ¿te pusieron

la mano anoche en la loma?

ANTONIO.- SÍ, Manuel, me consiguieron.

MANUEL.- Qué contratiempo, qué broma;

pero no tengas cuidado,

que has venido á dar conmigo,

y tú sabes que á mi lado,

siendo como soy tu amigo,

todo es tuyo sin disputa.

Anoche, cuando Calleja,

conductor de la recluta,

tocó llamando á la reja

del cuarto en que yo dormía,

para entregarme la gente

que de Cubero traía,

al abrirle al Subteniente,

y mirar á los del grupo,

al punto te conocí.

La alegría no me cupo

en el pecho al verte allí.

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Corrí á tu lado, y mis brazos

cariñosos reemplazaron

de cuerdas los duros lazos

con que otros te aprisionaron.

Sin lisonja te lo digo:

me dio gusto tu presencia;

que es dulce ver un amigo

después de una larga ausencia.

ANTONIO.- Es cierto, Manuel, tú tienes

en lo que dices razón;

y me gozo al ver que vienes

siempre con buen corazón.

Ese placer para mí

anoche, Manuel, fue doble:

lo tuve cuando te vi,

me lo dio tu acción tan noble:

no conforme con quitarme

la cuerda que me oprimía,

tuviste á bien de nombrarme

Capitán de compañía;

también á Rodrigo Cabo

hiciste, y á Juan Sargento:

tanta fineza te alabo;

me tienes más que contento.

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Hace seis años cabales

que nos dejamos de ver,

cuando aquellos federales

nos lograron sorprender

en Aricagua: era oscura

la noche; en la dispersión

no te encontré; y, ¡cosa dura!

no tuve después razón.

Primero te di por muerto;

después, que te habías ido:

tuve al fin por lo más cierto

que habías preso caído.

Dime ahora que hay lugar:

¿dónde has estado, Manuel?

icómo has podido llegar

al grado de Coronel?

¿Quieres saber todo eso?

justa es tu curiosidad;

y me pruebas con exceso,

que has guardado mi amistad.

Oye, pues: en la derrota

que aquella noche sufrimos;

en aquel trota que trota

para escapar, no nos vimos:

la oscuridad era mucha;

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desorientado me hallé,

y por huirle á la lucha,

en la montaña me entré.

Bajo un árbol recogido

esperé que amaneciera:

vino el día, sentí ruido:

la gente enemiga era.

Prisionero me tomaron,

y luego los oficiales,

á formar me convidaron

en las filas federales:

me dijeron que era aquella

del pueblo la causa santa;

que debíamos por ella

hasta entregar la garganta.

Aunque yo me hallaba ajeno

de entenderles, me era igual:

les dije que estaba bueno,

y me volví federal.

Un machete de buen filo

en la mano me pusieron,

y de la tropa en el hilo

de alta en seguida me dieron.

Marchamos para Barinas,

donde Zamora tenía

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sus caballares madrinas

para hacer caballería:

me dieron allí una lanza

y una yegua muy briosa,

y marchamos sin tardanza

mandados por Espinosa.

¡Qué campaña la que hicimos

por aquel inmenso llano!

el terror nosotros fuimos,

de todo el género humano.

Al pueblo donde se entraba

le bebíamos la hez:

el pobrecito quedaba

para fundarlo otra vez.

Por ello airado Zamora

á su gente nos unió,

y al tronco de una mapora

á Espinosa fusiló.

Un día que en marcha larga

yo iba cerca al General,

nos dieron una descarga

de un espeso chaparral:

vuelo á dar por él mi vida

lo quería y me lo hallo

con una pierna cogida

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debajo de su caballo,

el cual había caído

muerto de cuatro balazos.

Me desmonto, y de seguido

tiro de él por ambos brazos.

Libre quedó el General;

le di mi caballo luego,

y de aquel campo fatal,

por entre horroroso fuego,

salimos al llano abierto;

pero dejando tendidos,

allá sobre el campo, un muerto

y seis hombres mal heridos.

Zamora entonces me dio

el grado de Capitán:

y ya siempre me llevó

á su lado de edecán.

ANTONIO.- Fue una acción noble la tuya:

esa fue una buena hazaña.

MANUEL.- Déja, Antonio, que concluya

la historia de mi campaña.

Seguí con el General

hecho gran hombre; después,

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con todo el campo central

peleamos en Santa Inés:

y fué tanta la bravura

que allí desplegué con él,

que me dio por mi locura

el grado de Coronel.

Entonces ya mi privanza

llegó con Zamora al bordo:

fui el hombre de su confianza,

y una res de cacho gordo.

ANTONIO.- Y ya en posición tan alta,

¿cómo hiciste sin saber

escribir?

MANUEL.- Ninguna falta

hace escribir ni leer;

¿acaso sin Secretario

anda el que es buen militar?

yo cargaba mi plumario:

después aprendí á firmar.

Pero deja que mi historia

acabe, Antonio. Después

de aquella hermosa victoria

alcanzada en Santa Inés,

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marchamos con todo el centro,

y sitio á San Carlos fuerte

le pusimos; mas de dentro

salió una bala, y la muerte

junto á mí le dio á Zamora:

-¡oh bala más maldecida!-

y, Antonio, en aquella hora

quedó mi estrella extinguida.

El mando tomó Falcón,

y después de altos y bajos

triunfó la Federación;

pero quedando en trabajos

todo el que era zamorista:

así muchos federales

quedamos fuera de lista.

Yo entonces con unos reales

que tenía, á trabajar

me puse luego en Caracas:

poco pude allí ganar.

Después me vine á Tucacas;

y últimamente, aburrido

de estar fuera de mi tierra,

otra vez aquí he venido,

Llegué antier, y con la guerra

local al llegar me hallé,

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el Gobierno á su servicio

llamóme al punto, acepté,

y ya estoy en ejercicio.

ANTONIO.- Con suerte grande has bogado.

Cuánto me alegra, Manuel,

ver que con gloria has ganado

tu puesto de Coronel.

MANUEL.- Ya que oíste mis azares,

razón de nuestros amigos

dame, y de aquellos lugares

de nuestra infancia testigos.

ANTONIO.- Hace un año murió Andrés.

MANUEL.- El pobre! cuánto me apeno.

ANTONIO.- A Saturnino, con tres

hijos le encuentras.

MANUEL.- Qué bueno.

ANTONIO.- Maruja, la de Rodrigo,

se casa con Bernabé.

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MANUEL.- ¿Tan viejo? mira el amigo.

¿Y siempre de don Moré

colonos son de la hacienda?

ANTONIO.- Todos vivimos allí.

Y esto no te sorprenda:

yo me caso, y pronto.

MANUEL.- ¿Sí?

me alegro. ¿Y eso con quién?

ANTONIO.- Con María.

MANUEL.- Buena y bella;

te alabo el gusto. ¿Y Belén?

¿no te casabas con ella?

ANTONIO.- No, Manuel, yo nunca tuve

compromiso: era de lejos.

Ella tiene con Altuve

unos amores muy viejos.

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ESCENA IV

(Dichos y Goya que entra por la calle de la derecha )

GOYA.- Un desayuno arreglado

le tengo con pan de trigo.

MANUEL.- (A Antonio) Si no te has desayunado

ahora lo haces conmigo.

ANTONIO.- Mi madre me mandará,

es temprano todavía:

apenas rayando está

hermoso por cierto el día.

(Tomando á Antonio del brazo y haciendo movimiento de irse con él)

El mío está ya servido.

GOYA.- Y alcanza para los dos.

Pero escuche.., ¿no ha sabido?

MANUEL.- (Volviéndose)

¿Qué?

GOYA.- Pero es acá entre nos:

de vender todo el ganado

el Gobernador acaba,

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que ayer le había quitado

á don Peregrino Nava;

y desde la cama dijo

al comprador, que entregara

todo el dinero á su hijo,

y á su esposa doña Clara.

MANUEL.- ¿Y eso para qué será? (Tirando á Antonio de la

manga)

GOYA.- Para cogerse el dinero. (Con acento de reproche)

MANUEL.- Dime, ¿y nada se sabrá de Logrador y Cubero?

GOYA.- ¡Ah! esa otra; corre el rumor

que Cubero de una choza

anoche, y el Logrador,

se sacaron una moza.

(Antonio se sorprende, y luego preocupado se pasa l a mano por la frente)

MANUEL.- ¿Y á qué se atiene esa gente?

No es posible tanto exceso.

GOYA.- ¿Imposible?, ¡qué inocente!

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MANUEL.- Serán muy malos... pero eso...

GOYA.- Diz que vino hace un momento

á casa de doña Clara,

una mujer con el cuento.

ANTONIO.- (Con interés)

¿Y no supiste su nombre?

GOYA.- No, señor.

ANTONIO.- ¡Si yo supiera!

GOYA.- Por eso usted no se asombre:

¡son tan malos!... si usted viera...

MANUEL.- (A Antonio) ¿Y por qué pierdes la calma?

ANTONIO.- (Con rabioso temor)

¡Si ellos esa tropelía,

habrán, Manuel de mi alma,

cometido con María!

MANUEL.- Esa sospecha se pasa

de muy subidos colores.

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¿Con quién quedó ella en la casa?

ANTONIO.- Con su madre, con Dolores.

MANUEL.- ¿Entonces por qué pensar...?

no tengas temor ninguno,

desecha eso, y á tomar

vayamos el desayuno.

(Dirigiéndose á Goya)

Goya, tú el asunto aclara

indagando diligente.

(Se va llevándose de brazo á Antonio)

GOYA.- Iré donde doña Clara

para ponerme al corriente.

ESCENA V

(Goya solo)

El pobre encapitanado,

Capitán de nuevo cuño,

el corazón apretado

se le puso corno un puño.

Muy mal como que le viene

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al mozo la nueva mía:

lo siento, porque se tiene

ganada mi simpatía.

Me apena que por mí cobre

zozobra y entre en vigilia. (Breve pausa)

¿Y qué razón tendrá el pobre

de temer por su familia? (Breve pausa)

qué más razón que la fama

de Logrador y Cubero:

esos sólo con la llama,

ó puestos en un mortero.

Esta tierra está perdida:

¡qué Patria tan infeliz!

me vuelvo á pasar mi vida

con mis siembras de maíz.

¡Estar yo con esta gente!

¡tan perversos, tan perdidos!

¡Cómo caí de inocente

con las fulanos partidos!

Iguales no hay en el globo:

un rey se cree cada uno:

todos pensando en el robo;

pero en la Patria, ninguno.

Me vuelvo al campo muy presto

huyendo de esta almoneda;

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no sea que pierda el resto

de vergüenza que me queda.

A ese maldito Cubero,

y Logrador, siempre en pugna

con lo bueno, no los quiero:

hasta hablarles me repugna.

¡Son muy malos! me da grima:

y es del cuento lo peor,

que se han ido por encima

del señor Gobernador:

cada rato forman una

y no les dice ni jota;

y si se ponen la tuna

hacen con él la pelota.

Por eso es que el estandarte

vuelve el pueblo en guerra á alzar,

pues ya por ninguna parte

los puede nadie aguantar.

Y está la cosa muy fea;

pero yo no siento pena:

ojalá que en la pelea

les den una, pero buena.

Feo, feo. El enemigo

á corta jornada acampa;

yo desde ahora lo digo:

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zamuro no cae en trampa. (Breve pausa)

Pero olvidaba el encargo

que me dio mi Coronel;

á cumplírselo me largo

para volver donde él.

(Se va en dirección de la calle de la izquierda, y al llegar á ella, se encuentra con Dolores que entra a ngustiada hablándole hasta volver al proscenio)

ESCENA VI

Dolores y Goya

DOLORES.- Señor... mire... oiga, señor...

GOYA.- ¿Qué me quiere usted decir?

DOLORES.- Hágame usted un favor.

GOYA.- Como la pueda servir...

DOLORES.- Por su madre... por su vida...

compadézcame en mi mal.

GOYA.- ¿Y qué la tiene afligida?

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DOLORES.- Quiero hablar al General,

para ponerle una queja;

denuncio de un atentado,

que en la deshonra me deja;

que el alma me ha destrozado.

¿Me podría usted llevar

del General á la estancia?

Lléveme, joven. (Con acento suplicante)

GOYA.- Y hablar,

¿qué es lo que quiere en sustancia?

no se aflija: ¿le pegaron?

DOLORES.- ¡Decirme que no me aflija,

cuando á mi casa se entraron

y me robaron mi hija!

GOYA.- ¿Fueron los reclutadores?

DOLORES.- Sí; Cubero y Logrador.

GOYA.- ¿Usted se llama Dolores? (Con interés)

DOLORES.- Sí; ¿me conoce, señor?

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GOYA.- No; un joven al Coronel

nombróla á usted.

DOLORES.- ¿Quién es él?

GOYA.- Señora, espérese aquí.

(Aparte yéndose)

Las sospechas ¡oh qué horrible!

ya consumadas están:

¡qué noticia tan terrible

voy á darle al Capitán!

ESCENA VII

(Dolores sola, con amargura)

DOLORES.- ¡Qué desamparo, Dios mío!

¡esto cómo desconsuela!

sufrir desgracia tan grande;

correr la ciudad entera

denunciando un gran delito,

tocando de puerta en puerta,

y no hallar semblante amigo

ni quien escuche mi queja:

sufrir desventura tanta,

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y no encontrar en la tierra

la apetecida justicia,

ni quien la mano me tienda.

Cuan triste es del campesino

su trabajosa existencia;

las desdichas de la vida

pesan sobre él con más fuerza:

sólo le toca su sangre

derramar en toda guerra;

abandonando sus hijos

á la más triste miseria:

ó á manos de algún infame

perder sus pocas riquezas;

y lo que es peor, de sus hijas

la honra también perderla;

y al buscar en los que mandan

la pronta acción justiciera,

sólo encontrar el silencio,

la burla, ó la indiferencia.

Con cuánta razón María

tan juiciosa en lo que piensa

de doña Clara dudaba:

ni hablarme quiso siquiera.

¡Oh dolor! y de mi hija (Con desesperación)

no sé nada á esta hora de ella…

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¡ay! la vida de mi alma

se la ha tragado la tierra. (Llora)

ESCENA VIII

Dolores, Manuel y Antonio

(Entran por la derecha. Antonio adelante con paso p recipitado, sobrecogido de cólera y dolor. Dolores le empieza á hablar al verl e venir)

DOLORES.- Antonio, qué horrible nueva

vas á escuchar de mis labios…

ANTONIO.- (Interrumpiéndola)

¡Ya todo lo sé, Dolores!

Brotó del infierno un rayo

para herirnos en el alma;

mas ya lo tengo jurado:

ó han de quitarme la vida,

ó han de morir á mis manos:

cumplido mi juramento

lo verán en el mismo acto,

en que me encuentre con ellos,

uno por uno ó con ambos.

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MANUEL.- Dolores, ¿no me conoce? (Con cariño y condolencia)

en qué tristísimo caso

la vuelvo á ver.

DOLORES.- (Como reconociéndolo) Manuel. . . ¿cierto?

MANUEL.- El mismo, (La abraza) por Dios enviado

ahora sin duda he sido

para enjugarle su llanto;

para mirar por ustedes;

en todo para ayudarlos.

DOLORES.- Usted siempre generoso:

no hay duda, Dios me lo trajo.

MANUEL.- ¿Qué se sabe de María?

DOLORES.- La tierra se la ha tragado.

No he sabido nada, nada. (Llora)

ANTONIO.- (Con amarga desesperación)

¡Oh, qué día tan aciago!

¡Ella, la luz de mis ojos,

destruida por un villano!

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DOLORES.- (A Manuel) A la ciudad he venido

el crimen á denunciarlo,

y ni siquiera, Manuel,

me han oído mi relato.

MANUEL.- Dígame usted cómo ha sido;

tal vez pueda hacer yo algo.

DOLORES.- Anoche, Manuel, en casa

dos infames reclutaron

á Antonio, Juan y Rodrigo:

se fueron, y nos quedamos

pensando lo que debíamos

hacer en tan triste caso;

mas ¡ay! que súbito, luego,

como tigres irritados,

vuelven dos de aquellos hombres,

y sin ningunos reparos,

Logrador á mí me ata

con una cuerda en un palo;

y á María, que escapaba

por la salida del campo,

Cubero logra alcanzarla:

resiste ella, pero en vano;

la alza en peso por el cinto,

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y huye con ella el malvado. (Llora)

ANTONIO.- ¡Miserable, y todavía

no te he convertido en barro!

DOLORES.- Cuando aclaró, dos vecinas,

á los gritos que daba altos,

vinieron y condolidas,

del pilar me desataron:

las tres con empeño mucho

por vega y monte buscamos

la hija de mis entrañas;

pero nada, todo rastro

á poco se nos perdía;

como que anduvieron tantos

soldados allí en la noche.

Que me viniese en el acto

á la ciudad á buscarla,

y el crimen á denunciarlo,

me dijeron las vecinas;

y, Manuel, á esta hora me hallo

sin tener de mi hija cara,

donde la ocultan, ni el rastro.

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ANTONIO.- No siempre han de estar ocultos

ya saldrán tarde ó temprano,

y libre será la tierra

de tan infames malvados.

MANUEL.- Yo desde ahora, Dolores,

por mi cuenta tomo el caso.

Véngase, usted, pues, conmigo;

sin más tardanza nos vamos

del General á la estancia.

Usted le hará su relato,

allí estaré yo en su apoyo

en todo; pero si acaso

él no le hiciere justicia,

le ofrezco que yo se la hago.

Allá Rodrigo se encuentra

con Juan en un mismo cuarto;

también haré que los vea

usted, y lo que ha pasado

les cuente, pues nada saben.

(Dirigiéndose á Antonio)

Espérame, Antonio. (A Dolores) Vamos,

no debe perderse tiempo,

siga, Dolores, mis pasos.

(Se van y entran al cuartel)

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ESCENA IX

Antonio solo

(Con acento de profunda amargura)

A dar me arrebatan preso

mi sangre no sé por quien;

y no conformes con eso,

mi amor me roban también.

Cual vuela en huerto florido

el pájaro satisfecho,

y ve de pronto su nido

por la serpiente deshecho;

María, así de improviso,

como fuego abrasador,

la traición destruirnos quiso

el nido de nuestro amor.

Parece un horrible sueño

todo cuanto ha sucedido:

María, mi dulce dueño,

para siempre te he perdido.

Apenas ayer de noche,

de tus labios recibía

el cariñoso reproche

por mis ausencias de un día;

y ya ahora el hado adverso

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nuestra ruina nos declara,

y la infamia de un perverso

para siempre nos separa.

Ayer contenta reías

ajena á tantos pesares,

y alegre me recibías

la corona de azahares;

y hoy en terrible amargura,

en vez de las blancas flores,

te envuelve en su vestidura

la noche de los dolores:

ayer dicha y esperanza

cual no la tendré jamás,

hoy, ¡qué tremenda mudanza!

deshonra y duelo nomás.

¡Dolor! y el infame vive, (Con furor)

y goza de su delito,

y de mí aun no recibe

pronta muerte ese maldito.

Al miserable lo alienta

el nunca tener castigo:

con quedar impune cuenta

porque es del Gobierno amigo.

Lo veremos: si justicia

aquí pedirla es en vano,

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en la ocasión más propicia

yo me la haré por mi mano.

ESCENA X

(Antonio y Goya que entra por la calle de la derech a)

GOYA.- Capitán, en la desgracia

que sufre lo considero:

me tiene usted á sus órdenes

para todo desde luego:

para ayudarle á buscar

al infame me le ofrezco,

para todo lo que quiera

que sirva á usted de consuelo.

ANTONIO.- Gracias, Goya, grandemente

reconocido te quedo:

eres honrado y patriota,

y un corazón tienes bueno;

mas en mi justa venganza

comprometerte no quiero:

yo solo me basto, Goya,

para hacer lo que he resuelto.

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GOYA.- Está bien, como usted guste;

pero otra cosa le advierto.

ANTONIO.- Dímela, pues, cuando quieras,

GOYA.- Es respecto del Gobierno:

esto anda muy mal, y á usted

muy descuidado lo veo:

hay Capitán, que avisparse.

ANTONIO.- ¿Y á mí qué me importa eso?

GOYA.- ¿Que no le importa? ¿y ésta?

(Le hace seña pasán dose el dedo por la garganta)

¿no cuida de su pellejo?

ANTONIO.- ¿Y qué es lo que pasa, Goya?

GOYA.- Le diré, pero en secreto,

que si me le abro es tan sólo

porque cariño le tengo,

y porque es usted amigo

del Coronel.

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ANTONIO.- Habla presto.

GOYA.- Oiga, pues, y no se enfade:

há poco llegó un correo

para el general Corona,

y callado quedó el viejo;

mas yo le observé en la cara

que no había nada bueno;

y como en casos tan graves

en las pajas no me duermo,

cogí al posta, le di un trago,

lo puse como un pañuelo,

y echó para fuera todo,

con sus lanas y sus pelos:

me dijo que anoche hubo

en Montalván un encuentro,

y que habían rechazado

á las tropas del Gobierno.

Y Villasana, refuerzos

pide que vayan corriendo:

que «El Pelado» pronto venga

contra Mérida yo temo.

ANTONIO.- Ya había de haber llegado

con el hacha y con el fuego.

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GOYA.- Eso mismo dicen muchos:

así el Gobierno está fresco.

ANTONIO.- ¿Podré decir de otro modo, (Con exaltación)

con unos hombres como estos,

que me traen por la fuerza

atado con un cabestro,

y que un puñal me han clavado

en lo hondo de mis afectos?

¿Podré pensar de otra suerte,

cuando todo lo que tengo:

porvenir, amor y dicha,

por estos hombres lo pierdo?

GOYA.- Tiene usted razón de sobra,

y yo bien lo compadezco;

pero hay que poner los puntos

para salvar el pellejo.

ESCENA XI

(Antonio, Manuel y Goya que se va al empezar la esc ena por la calle de la derecha)

MANUEL.- (Que ha entrado precipitadamente, dice á Goya)

Que me ensillen el caballo:

ya nos ponemos en marcha. (Se va Goya)

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(A Antonio) Del General, caro Antonio,

no se ha conseguido nada:

ni siquiera que á Dolores

su denuncio le escuchara.

Traté yo de hablarle entonces,

y decirle lo que pasa,

y me interrumpió al momento

sin escuchar mis palabras:

«No estamos para reclamos

de cosas ciertas ó falsas,

- me dijo con ceño adusto -

al enemigo que avanza

atender sólo debemos.»

Y sin oírme más nada,

mandóme que dispusiera

de mis soldados la marcha.

Con tan seca despedida,

mi gestión quedó cortada,

y sólo á Dolores pude

introducir á la sala,

deshecha en lúgubre llanto,

do Juan y Rodrigo se hallan;

y allí los cuatro vertimos

nuestras lágrimas amargas.

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ANTONIO.- La fiereza de esos hombres,

Manuel, á mí no me extraña.

No importa que apoyo presten

á todos esos canallas;

que ya dentro el pecho tengo

mi resolución formada:

de ese par de bandoleros

tomaré justa venganza,

un puñal á cada uno

clavándoles en el alma.

Al encontrarme con ellos,

aunque sea en tierra santa,

verás, Manuel, al momento

satisfecha mi palabra.

Y después, que me fusilen

en la mitad de esta plaza;

recibiré placentero

dentro del pecho las balas.

En esto, Manuel, ningunas

reflexiones tú me hagas:

debes pensar cómo tenga

el alma yo de indignada.

MANUEL.- No trataré de oponerme:

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á ti la razón te arrastra;

antes bien darte mi apoyo

quiero en tu justa venganza;

mas es preciso que dejes

de mi cuenta la campaña,

para que el plan que medito

sin inconveniente salga;

y si acaso lo que pienso

me lo tuerce la desgracia,

entonces tiempo de sobra

te queda para que en práctica

pongas tu plan sanguinario.

ANTONIO.- Está bien; pero tardanza

en la acción, Manuel, no tengas.

MANUEL.- No temas, será muy rápida.

(En este momento entran unos después de otros por l a calle de la izquierda, los soldados que antes se habían ido, y unos se acuesta n sobre sus mantas, otros en grupo se ponen á jugar dados arrimados á la izquier da y al fondo)

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ESCENA XII

(Dichos y Goya que entra por la derecha)

GOYA.- Coronel, ¡ojo de garza! (Con viveza)

en este mismo momento

acaba el teniente Almarza

de llegar del campamento.

Debe venir hasta el tope,

porque entró muy apurado,

con el caballo al galope,

y sudado, muy sudado.

MANUEL.- ¿Y dónde entró?

GOYA.- En la casa

del señor Gobernador.

Algo serio, grave, pasa.

MANUEL.- No será cosa mayor.

ANTONIO.- ¿Qué dijo? (A Goya)

MANUEL.- (A Goya) ¿Hablaste con él?

GOYA.- Si á nadie le contestó;

por la calle, Coronel,

como una flecha pasó.

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MANUEL.- No, Goya, no hay que temer.

¿Me hiciste ensillar el tordo?

GOYA.- Está listo. Usted va á ver

que lo de Almarza es muy gordo.

ESCENA XIII

Dichos, el General Corona, Viloria. Luego Rodrigo, Dolores y Juan

(Corona con una carta en la mano y seguido de Vilor ia entra por la calle de la izquierda y desde allí grita á los soldados)

CORONA.- ¡Alza! ¡á formar!

VILORIA.- (Gritando) ¡Alza arriba!

(Todos los soldados se levantan precipitadamente y se juntan en pelotones sobre la izquierda hacia la esquina del cuartel)

CORONA.- ¡A las armas! ¡á las armas!

GOYA.- (A Manuel) ¿No lo dije? Ya lo tiene.

MANUEL.- Antonio, á mi lado marcha.

Tú, Goya, si el General

te permite, me acompañas.

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(Se dirigen hacia el General; pero éste viene donde ellos y quedan en el proscenio. Dentro del cuartel suena el redoble del tambor. Dolores sale del cuartel acompañada de Rodrigo y Juan y quedan formando un g rupo en el fondo entre el cuartel y la cárcel ó sea en segundo término, y á l a izquierda los soldados y Viloria)

CORONA.- (A Manuel) Coronel, llegó el momento.

MANUEL.- General, usted lo manda.

VILORIA.- ¡A formar! ¡á formar! (Trata de que entren en

Formación los solda dos)

CORONA.- (A Manuel) Pronto,

usted con su gente salga:

á la tropa se incorpora

que Piña tiene formada,

y marchando al pasitrote,

con el fusil en balanza,

volando van en auxilio

del general Villasana.

(Manuel y Antonio se van con prontitud y

entran al cuartel)

GOYA.- (A Corona) ¿Ir con el coronel Rivas

me permite?

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CORONA.- Me haces falta

aquí. A ayudarle la tropa

á que salga pronto, ánda. (Se va al cuartel)

(Corona queda leyendo con interés la carta pero int errumpiéndose á cada paso para mirar la organización de los soldados. Vilorta se afana en hacerlos formar, pero pierden algunos la formación. El tambor sigue tocando dentro del cuartel)

VILORIA.- ¿La formación por qué pierden?

¿qué es lo que á ustedes les pasa ? (Con rabia)

(Los hace alinear con la espada)

(Dolores, Rodrigo y Juan, que forman grupo aparte, han estado hasta ahora fingiendo una conversación apesarados. Dolores llor ando, Juan grave, Rodrigo tembloroso y lleno de temor)

RODRIGO.- ¡Dolores, qué terremoto!

me van á matar, hermana.

JUAN.- ¡Y tener que ir á pelear

por quien la honra me arrebata!

DOLORES.- Que los ampare la Virgen.

RODRIGO.- (Apretándose el estómago con una mano)

¡Qué desgracia, qué desgracia!...

me ha dado dolor de estómago.

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VILORIA.- (Después de dejar organizada la tropa viene al grup o

de Juan y Rodrigo ame nazándolos con la espada)

¿Qué están haciendo estas ranas?

¿El tambor no están oyendo?

Anden, anden á su escuadra

á formar; ó ya les doy

con el filo de la espada.

RODRIGO.- Es que me ha dado de pronto

una cosa... (Encorvándose con la mano en el

estómago)

DOLORES.- ¡Virgen Santa!

VILORIA.- (Amenazándolos con la espada)

Eso se le quita ahora,

al oír silbar las balas:

marche, marche; puro miedo.

(Juan y Rodrigo entran al cuartel)

CORONA.- ¡Viloria! sin más tardanza

marche usted con esa tropa.

Mande ya romper la marcha.

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VILORIA.- ¡Firmes! ¡por la izquierda frente!

redoblado, marchen.

(Esta tropa, con Viloria á la cabeza, se va por la calle de la izquierda. Como la puerta del cuartel está cerca de la boca-calle, la misma comparsa de soldados sirve para que vuelva á salir repetidas veces por l a puerta del cuartel, estableciendo un torno que haga aparecer numerosa l a tropa)

CORONA.- Pronto!

del cuartel la tropa salga!

(Sale Manuel á la cabeza con la espada desenvainada , á un lado el tambor tocando marcha. Al establecerse el torno, el tambor , Manuel, Juan y Rodrigo quedan .dentro, y el tambor se va oyendo cada vez m ás lejano. Juan y Rodrigo salen de los primeros)

JUAN.- (Al pasar)

Adiós, Dolores.

DOLORES.- El ángel

te acompañe de la guarda.

RODRIGO.- (Demostrando gran temor)

Encomiéndame, Dolores:

mis hijos te encargo, hermana.

(Se ha salido algo de la formación y un oficial le amenaza con la espada)

OFICIAL.- Entrar, entrar, sinvergüenza.

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(Al salir el último soldado y desaparecer en la cal le, Dolores se va detrás de ellos)

DOLORES.- Con ellos se va mi alma. (Se va)

ESCENA XIV

Corona, solo.

(Guardando la carta en el bolsillo)

CORONA.- ¡Qué situación más tremenda!

Villasana rechazado:

sin numerario la hacienda;

doquier movido el Estado:

y á todas éstas, Cubero

ni llega, ni de él se sabe:

¡él que es el mejor guerrero!

mayor ansiedad no cabe.

Un hombre como él, de esfuerzo,

tan activo y tan valiente,

fue el que debió del refuerzo

haber marchado á su frente.

Me llama ya la atención

que nada se sepa de él,

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cuando es en su obligación

tan cumplido en el cuartel.

No comprendo su tardanza… (Pausa)

si en un lazo habrá caído

del contrario… es mi esperanza;

que es hombre muy advertido.

No hay gente, ni quien la apronte,

ya no hay á quien reclutar,

porque andan todos á monte:

me voy sin tropa á quedar.

Apenas unos soldados

que sirven con voluntad,

es todo lo que ha quedado

para guardar la ciudad.

ESCENA XV

El General y Logrador

(Logrador entra por la calle de la derecha)

LOGRADOR.- General, de una noticia

tremenda soy portador.

GENERAL.- ¿Será cierta mi malicia?

habla presto, Logrador.

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LOGRADOR.- A Cubero una mujer

anoche mató en la loma.

GENERAL.- ¡Cómo pudo suceder!

el mundo se me desploma…

Explica, ¿cómo fue eso?

LOGRADOR.- Veníamos, General,

de la loma, de regreso,

y entramos por nuestro mal

en tierras de don Moré,

á reclutar su peonaje:

en una casa tomé

tres hombres, y nuestro viaje

seguimos; pero Cubero

me hizo luego regresar,

pues me dijo que primero

debíamos amarrar

dos mujeres que en la casa

quedaban, porque podían

formarnos alguna masa

con los peones que vivían

adelante. Así se hizo:

una á un pilar até yo,

la otra, por un pasadizo,

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para el campo se salió,

y de Cubero se escapa:

va tras ella el General

y en una zanja la atrapa;

mas de Cubero el puñal

que en la cintura llevaba,

ella en una exhalación,

se lo saca y se lo clava

en mitad del corazón.

Huyó veloz la mujer,

y yo tras ella corrí;

mas no la pude coger,

y en el monte me perdí.

Amaneció, me orienté;

luego con un comisario,

en casa de don Moré

- que es del Gobierno contrario -

á la mujer descubrí

con la familia en un cuarto.

GENERAL.- ¡Nunca, nunca yo me vi

de la desgracia tan harto!... (Pausa)

¡De la Patria haber matado

tan insigne servidor!

¿Dónde está, dónde ha quedado

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esa mujer? ¡oh qué horror!

LOGRADOR.- Ya viene. Y al no haber sido

porque don Moré trató

de negármela, venido

hubiera mucho antes yo:

pues sepa qué don Moré

es del Gobierno enemigo.

GENERAL.- Demasiado que lo sé:

ya se va á entender conmigo:

¿ese señor dónde está?

LOGRADOR.- Él acompañando viene

á la mujer, y entrará

á la casa que aquí tiene.

GENERAL.- Ahora mismo, Logrador,

pones preso ese malvado

por maula y encubridor;

y sólo cuando haya dado

quinientos pesos en oro,

á su casa volverá.

LOGRADOR.- En cumplir no me demoro

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la grata orden que me da.

(Váse por la derecha)

ESCENA XVI

El General, María y los dos Comisarios

(Al desaparecer Logrador aparece María por la izqui erda; María viene entre los dos comisarios. El General, antes de llegar María a l proscenio, dice solo:)

GENERAL.- ¡Qué desgracia! hemos perdido

la flor de los militares.

Habría Cubero sido

General de Generales.

COMISARIO 1°.- General, traemos presa

la que á Cubero mató.

GENERAL.- ¡A un calabozo con ésa! (Airado)

MARÍA.- (En tono de súplica)

Por favor, oiga usted…

GENERAL.- ¡No! (Con imperio)

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á purgar anda tu culpa

en la más dura prisión.

¿Piensas vil, tener disculpa?

MARÍA.- Pero oiga por compasión

la queja de una mujer…

GENERAL.- ¡Dices queja! ¿y falta inmensa

acabas de cometer;

y á la Patria grave ofensa?

MARÍA.- Señor, no ha sido así…

GENERAL.- ¡Calla!

que mi pecho ya en pedazos

con los deseos estalla

de darte cuatro balazos.

MARÍA.- Es, señor, que usted no sabe…

fue un caso desesperado…

GENERAL.- ¿Y acaso más duro cabe

que al que tú nos has llevado

con la muerte de Cubero?

(A los comisarios)

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Quitadla ya de mi vista.

(El General se separa con indignación y se va á la puerta del cuartel á cuyo frente se pasea)

LOS COMISARIOS.- Vamos, pues.

MARÍA.- (Con dignidad) ¡Qué más espero!

Mas no mi alma se contrista.

Sí, maté al infame cruel;

y á ciento los mataría,

si intentaran como él

disponer de la honra mía.

ESCENA XVII

María, los Comisarios y Dolores

(María y los Comisarios se dirigen á la cárcel; per o en ese momento aparece Dolores por la calle de la derecha, que viene desol ada y llena de angustia. El General entra al cuartel)

DOLORES.- (Al entrar) ¡Dónde, dónde está mi hija!..

MARÍA.- ¡Madre!...

DOLORES.- ¡Oh golpe más aleve!...

(Se abrazan y Dolores llora)

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MARÍA.- Madre, por Dios, no se aflija:

alegrarse más bien debe,

porque tuve la merced

de librarme de un infame.

COMISARIO 1°.- Vamos, niña. (Con dulzura)

COMISARIO 2° (Con cariño) ¿Quiere usted

que á la Alcaideza le llame?

(El comisario 2° sin esperar contestación va á toca r á la puerta de la cárcel de mujeres)

DOLORES.- Al camino yo me fui,

á tu padre á acompañar:

volvíme á saber de ti,

y en la ciudad al entrar,

me dijeron ¡qué inaudito!

que venías presa ¡qué horror!

MARÍA.- Sí, madre, por el delito

de haber salvado mi honor.

DOLORES.- Hiciste bien; pero cuánto

tu prisión, hija, me aterra. (Llora)

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MARÍA.- Enjúga, madre, tu llanto.

DOLORES.- Y no hay justicia en la tierra. (Con desesperación)

ESCENA XVIII

Dichos y la Alcaideza,

(que al salir ha oído las últimas palabras de Dolor es)

ALCAIDEZA.- Vamos, joven, la justicia

se pondrá después en claro.

(Se va con María y los comisarios por la cárcel, y sólo queda Dolores en el centro del escenario)

DOLORES.- ¡La razón se me desquicia!...

¡Dios mío, qué desamparo!

Cae el telón

ACTO TERCERO

La misma decoración del acto segundo. Es de noche. Los faroles del alumbrado público aparecerán encendidos.

ESCENA I

Logrador y la Alcaideza

(Logrador aparece cerca de la puerta de la cárcel d e mujeres, mirando cuidadosamente para todas partes; luego, observando siempre con cuidado la

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plaza, llega y toca la puerta de la cárcel. La puer ta se abre pocos momentos después y sale la Alcaideza)

ALCAIDEZA.- Logrador, dispense usted

que la puerta no abriera antes,

pues yo no me imaginaba

que fuera usted quien tocase.

LOGRADOR.- (Haciendo señas con el dedo en la boca, de que

calle, la toma de u na mano y la conduce al

proscenio)

ALCAIDEZA.- ¿Qué tanto misterio es ése?

¿por qué sigilo tan grande?

¿triunfó la revolución?

LOGRADOR.- Alcaideza, no se sabe

de eso nada. Es de otro asunto

del que ahora quiero hablarle.

Pero en secreto, eso sí;

que no nos descubra nadie.

Como siempre sus servicios

usted me ha prestado amable,

le voy á hablar con confianza.

ALCAIDEZA.- Mi amigo, cuánto me place

poderle servir de algo.

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Mis servicios miserables,

con los que usted me prodiga

nunca pueden compararse.

A sus órdenes me pongo

para todo lo que mande;

así pues, amigo mío,

con toda confianza hable.

LOGRADOR.- Lo qué yo he hecho por usted,

Alcaideza, nada vale;

más bien el no haber podido

hacer por usted bastante,

muy contrariado me tiene.

ALCAIDEZA.- Lo que usted por ayudarme,

Logrador, ha trabajado,

¿quién lo ignora? sitio aparte

le tengo dentro mi pecho:

allí no cabe más nadie.

Olvidar no puedo nunca

aquella tan triste tarde,

en que viuda me quedé,

sin recursos, muerta de hambre,

que tan sólo de su mano,

en aquel terrible trance,

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con largueza obtuve todo,

hasta de luto mi traje.

Y no contento con eso,

este puesto en esta cárcel

lo debo á su diligencia;

y á su cuidado constante

debo también, no lo ignoro,

que en este puesto me afiance

pues sólo usted ha evitado

que aquella vieja Parales,

tan fiera como envidiosa,

no haya logrado tumbarme.

LOGRADOR.- Es verdad que soy su amigo,

y siempre de quien la ataque

á defenderla estoy pronto;

basta que usted de mi madre

fuera una amiga tan buena

como ella le era constante;

mas á mí nada me debe:

en su puesto poca parte

porque lo tenga he tomado,

á lo mucho que usted vale

y á su eficaz desempeño

lo debe, y lo dicho baste

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para de eso no hablar más,

y al asunto que me trae

cerca de usted, pasar luego.

ALCAIDEZA.- ¿Y qué lo detiene? hable.

LOGRADOR.- Voy allá; pero un informe,

Alcaideza, deme antes:

la joven que esta mañana

le entregaron ¿en qué parte

la puso?

ALCAIDEZA.- ¿La que á Cubero

dio muerte?

LOGRADOR.- Sí.

ALCAIDEZA.- ¿Que se escape

teme usted? pues no lo crea:

en la celda que se abre

por el cuarto en que yo duermo,

la tengo; allí no le valen

ni los polvos Celestinos.

Es necesario que pague

con buen castigo esa muerte,

muerte que ha sido un desastre.

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LOGRADOR.- Está bien, allí me gusta

que ella esté para mis planes.

Oiga, pues: lo que yo quiero,

es entrar unos instantes

á la celda de esa joven;

pero en secreto, que nadie

lo sepa ni lo sospeche.

ALCAIDEZA.- Acabáramos, compadre; (Riendo)

lo que quiere yá comprendo.

Está bueno, por mi parte

el camino tiene llano,

si quiere entrar…

LOGRADOR.- No, más tarde.

(Saca el reloj y ve la hora)

Son las siete de la noche,

y una ronda por las calles

de la ciudad me ha ordenado

el General que le saque.

Volveré probablemente

á las nueve, ó tal vez antes.

ALCAIDEZA.- Está bien, ¿pero no teme

sufrir con ella un percance?

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LOGRADOR.- Yo soy otro cocinero.

Por eso voy á dejarle

este frasquito. (Saca del bolsillo el frasco

lo da).

ALCAIDEZA.- ¿Y qué es esto?

LOGRADOR.- Es un eficaz brebaje

que ocasiona al que lo toma

profundo sueño.

ALCAIDEZA.- Sus artes

nada dejan que desear.

LOGRADOR.- En café ó en chocolate,

déselo usted á las ocho.

ALCAIDEZA.- Viene bien, pues ni un guisante

ha tomado en todo el día,

y ya de seguro que hambre

tendrá á esa hora; lo que temo

es que quizá no le agrade,

ó que obstinada persista,

y el alimento rechace.

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LOGRADOR.- No tema que no le guste:

el líquido á nada sabe,

y si acaso la bebida

de tomarla rehusare,

usted con buenas maneras

y mostrándosele amable

le insta para que tome

aunque sea alguna parte;

y por amiga que quiere

serle útil en sus males,

se le brinda con finura

y con cariño.

Usted, calle:

de eso á mí nada me diga,

ni puntas usted me avance,

que yo las tengo de sobra.

Voy á volvérmele un fraile

en pláticas de consuelo;

y también en una madre

á convertírmele voy,

hasta que por fin recabe,

á esfuerzos de mis instancias,

que se beba el chocolate.

LOGRADOR.- Está bien. Y le prometo

recompensa buena darle.

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(En este momento entra el General seguido de Goya p or la calle de la izquierda. Viene manifestando gran alegría)

Mas, se acerca el General,

así quedamos, y váyase. (Se va de prisa)

ESCENA II

El General, Logrador y Goya

(El General al ver á Logrador, corre con alegría do nde él y lo abraza diciéndole:)

GENERAL.- ¡Ya triunfamos, Logrador!

me debes dar las albricias;

acaba el Gobernador

de recibir las noticias.

LOGRADOR.- (Con alegría)

De veras? ¿y cómo ha sido?

(Dando palmadas)

Viva, pues, de brandy un trago

voy á darle.

GENERAL.- Pero ha habido

según cuentas gran estrago.

LOGRADOR.- Pero triunfamos, que más.

Yo lo había dicho: completa

es la victoria.

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GOYA.- (Aparte) Ah Caifás,

ahora la echas de profeta.

LOGRADOR.- A ver, diga cómo ha pasado.

GENERAL.- Voy á decírtelo, pues,

aunque el parte detallado

lo anuncian para después.

La noticia, Villasana

la da ahora brevemente,

lo demás vendrá mañana

ó esta noche; es lo siguiente:

Hoy en la tarde temprano

llegó Piña, y desde luego,

rompieron en «El Manzano»

al enemigo los fuegos.

Dos horas duró el combate,

resistiendo el enemigo

de los nuestros el embate,

de unas cercas al abrigo:

eran las cercas de piedra;

mas fue para Villasana,

á quien el plomo no arredra

aquella trinchera vana:

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por machetes los fusiles

cambió á su guardia, y al frente

de ella, avanzó á los pretiles

con la furia de un valiente.

El contrario, derrotado,

á retirarse empezó;

y el cadáver de El Pelado

entre los muertos se halló.

LOGRADOR.- Qué buen muerto.

GENERAL.- Mas escucha,

fue que nosotros perdimos

también á Piña en la lucha,

y muchos muertos tuvimos.

Dice al fin que en retirada

el enemigo pelea,

y cuenta con que sellada

la victoria pronto sea.

LOGRADOR.- Por supuesto. Ya verá

como nos llega ese parte

antes del alba.

GENERAL.- Ojalá.

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Mas perdimos un baluarte

con Piña.

LOGRADOR.- Sí, que lo siento.

GOYA.- (Aparte) Yo también; pero jamás

á Piña: es mi sentimiento

que no fuera este Caifás. (Señalando á Logrador)

GENERAL.- En Villasana tenemos

un Jefe de mucho aliento:

que prepararle tenemos

brillante recibimiento.

GOYA.- (Aparte) ¡Buen Jefe! la buena pieza…

¡qué perdido está el país!

LOGRADOR.- Es un hombre de cabeza.

GOYA.- (Aparte) Un triste chisgarabís,

Un borrachín, un bolón.

GENERAL.- Lo debe hacer el Gobierno

General de división.

LOGRADOR.- Eso no, de subalterno

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de él no puedo quedar yo.

GENERAL.- También debes tú ascender.

GOYA (Aparte) Eso faltaba, no, no,

esto sí no puede ser.

GENERAL.- En fin, tragamos saliva.

¿No vas la ronda á sacar?

LOGRADOR.- General, á eso iba

cuando usted me vino á hablar.

GENERAL.- Vamos, pues, que se hace tarde

para que arregles la tropa.

LOGRADOR.- Y al paso, donde Velarde,

nos tomaremos la copa.

(El General toma de brazo á Logrador y se

dirigen á la calle de la izquierda)

GOYA.- General, si lleva á bien,

ir quisiera á ver mi madre.

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GENERAL.- (Volviendo la cabeza)

Puedes quedarte también,

haz, Goya, como te cuadre. (Se van)

ESCENA III

Goya, solo.

Sí me quisiera quedar

con mi pobrecita vieja;

mas la gana de esperar

más noticias, no me deja. (Breve pausa)

(Con malicia) Quedar solo el General

quiere, sabe Dios por qué…

El otro algún nuevo mal

le irá á hacer á don Moré.

Como no pudo cogerlo,

le tiene guardia en la casa.

De esta fecha, como verlo:

se la roba y se la arrasa.

Quién sabe, la buena pieza,

esta noche á dónde va

de esa ronda á la cabeza:

alguna pensando está.

¿Quién sigue con estos pillos?

si de todos el mejor,

bien merece un par de grillos

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por ladrón ó matador.

Si es el general Corona,

tres delitos tiene á cuestas;

nunca se quita la mona;

para él el año es de fiestas.

Villasana no se diga:

cuanto encuentra se lo roba;

es difícil se consiga

que haya como él otra escoba.

¿Y el señor Gobernador?

de miedo siempre está lleno;

pero le sobra el valor

para cogerse lo ajeno.

¿Y dónde quedaba Piña?

no salía del garito;

él siempre de riña en riña,

y de delito en delito.

¡Y Cubero! más perverso

no nace de otra mujer;

ni creo que el universo

pueda otro como él tener.

¿Y el maula de Logrador?

se sabe lo que es al verlo:

tan pillo, malo y traidor,

que no hay por donde cogerlo.

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(Se queda como pensativo con el índice en la boca)

Y… recuerdo que lo vi

con la Alcaideza hace poco

conversando por aquí…

apuesto y no me equivoco,

á que era una picardía…

(Mira con atención á la calle de la derecha)

Mas... viene á la plaza un bulto...

si irá á entrar á la Alcaidía...

voy á observarlo aquí oculto.

(Se cubre tras el poste de un farol de la izquierda )

ESCENA IV

Dolores y Goya, éste oculto al principio.

(Dolores entra por la derecha envuelta en un pañoló n negro. Anda como temerosa y mira como queriendo reconocer el sitio)

DOLORES.- Esta es la plaza… aquí mismo,

hoy á mi hija hallé querida,

salvada por su heroísmo;

mas á prisión conducida.

¡Ella en la cárcel, Dios mío!

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tan inocente y sencilla!....

cayó al golpe de un impío,

como al plomo la avecilla. (Pausa)

Esta mañana gran trecho

del camino á Juan seguí;

más lleno de angustia el pecho,

de él al fin me despedí:

que en ese instante me hallaba

con el alma en dos partida;

entre Juan que se alejaba,

y María acá perdida.

El día entero he pasado

vagando por la ciudad:

ningún consuelo he encontrado:

qué espantosa soledad.

¿A mi casa, á qué volver?

para morirme sería

las prendas todas al ver

del pobre Juan y María. (Llora)

GOYA.- (Aparte) ¡Pobre mujer! en verdad

que es desgraciada Dolores;

y todo por la maldad

de esos infames traidores.

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DOLORES.- No sé esta noche qué hacer;

ni albergue siquiera tengo:

tan sola, en mi padecer,

por las calles voy y vengo.

Transida estoy, ni un bocado

desde ayer al medio día

por mis labios ha pasado;

¿mas á qué, si no podría?

¿cómo tomar alimento?

¿para qué buscar abrigo,

si la espina del tormento

aguda llevo conmigo?

(Se dirige á la puerta de la cárcel)

¿Si María aquí encerrada

en prisión está tan dura;

si también, aprisionada

mi alma está por la amargura?

¿Dónde ir, hija querida,

si en prisión sufriendo estás?...

Me siento desfallecida...

quedo aquí... no puedo más.

(Se deja caer en el suelo y queda reclinada sobre l a puerta)

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GOYA.- (Saliendo de detrás del poste)

¡Cuán triste desolación!

No puedo dejarla allí:

yo no tengo corazón

para ver sufrir así.

(Se acerca á Dolores y la llama tocándola en el hom bro)

Dolores, ¿qué hace aquí usted?

DOLORES.- (Alzando la cabeza)

¿Quién es?

GOYA.- Su amigo.

DOLORES.- (Reconociéndolo) ¿El mancebo

que hoy mañana una merced

me hizo? ¡oh cuánto le debo!

Su acción la tengo grabada

aquí, señor, dentro el pecho.

GOYA.- Usted no me debe nada,

yo por usted nada he hecho.

Ahora sí quiero un deber

llenar. Aquí está usted mal,

porque puede suceder

que la vea el General;

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ó tal vez alguno pasa

y en algo la hace sufrir.

DOLORES.- Si está en el campo mi casa

y no tengo aquí donde ir.

GOYA.- Eso no; venga conmigo;

con mi madre dormirá:

no tema usted, soy su amigo;

algo también comerá.

DOLORES.- Es usted muy generoso. (Se pone de pie)

No he hallado otro en la ciudad

que como usted, bondadoso,

me brinde hospitalidad.

Le acepto su ofrecimiento

porque veo que es sincero;

señor, mi agradecimiento

será eterno y verdadero.

(En este momento asoma el General á la esquina del cuartel)

GOYA.- Venga, pues. (Se van por la derecha)

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ESCENA V

El General, solo.

GENERAL.- La situación

ha cambiado ya de aspecto:

derrotado el enemigo,

y además su Jefe muerto,

quedamos sin atenciones,

y, por consiguiente; frescos.

La noticia detallada

de un momento á otro espero;

en tanto una cana al aire

echar ahora podemos.

Esa moza que en el campo

nos arrebató á Cubero,

con su acción y su belleza

se me ha metido en los sesos.

Que con ella nada saco

por voluntad, lo comprendo;

mas no faltarán arbitrios

para conseguir mi objeto.

(Toca á la puerta de la cárcel)

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ESCENA VI

El General y la Alcaideza

ALCAIDEZA.- General, ¿á qué la honra

de que usted me llame debo?

GENERAL.- Un asunto propio mío

que confiarte á solas quiero.

ALCAIDEZA.- Toda entera á su servicio

estoy, señor, desde luego;

tocante á la reserva;

yo soy mujer de secreto.

GENERAL.- Que eres discreta lo sé:

es sólo que te lo advierto.

Dime, ¿estará ya dormida

la moza que te trajeron?

ALCAIDEZA.- Cuál?

GENERAL.- Pues aquella muchacha

que de Cubero hizo el hecho.

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ALCAIDEZA.- No, señor, está despierta.

¿Por qué me pregunta eso?

GENERAL.- ¿Está en calabozo aparte?

ALCAIDEZA.- Sí, señor.

GENERAL.- Pues verla quiero,

pero cuando esté dormida

del todo en profundo sueño.

Y además, que nadie sienta.

Sí, señor, ya yo le entiendo,

y sólo por ser á usted

con gusto á todo me presto.

Mas tiene ahora los ojos

como dos soles abiertos:

ya porque durante el día

se la pasara durmiendo,

ó porque tal vez á su alma

la mortifica el recuerdo.

Mucho mejor me parece,

si me permite el consejo,

que deje para mañana

llevar á cabo su objeto:

así, estando más tranquila

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cogerá mejor el sueño;

y en el día podré entonces

-como estoy en el acuerdo -

impedirle que se duerma,

viéndola cada momento.

GENERAL.- Alcaideza, plenamente

me dejas tú satisfecho;

y tu dictamen acojo

con agrado desde luego.

Prepara, pues, el asunto

para que salga completo,

y cuenta con que un regalo

te haré de mucho dinero.

ALCAIDEZA.- No es, General, por la paga

que á ayudarle me le ofrezco;

probarle mi buen cariño

es todo lo que deseo.

GENERAL.- Muchas gracias, Alcaideza,

yo de ti esperaba eso;

es sólo como una muestra

que te daré de mi afecto.

Lo dicho, dicho; mañana

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hablaremos más sobre esto.

ALCAIDEZA.- Señor, como lo disponga.

¿Retirarme entonces puedo?

GENERAL.- Sí, Alcaideza, buenas noches.

ALCAIDEZA.- Que usted se conserve bueno.

(Se retira y al llegar á la puerta de la cárcel dic e aparte)

En las del trapo me he visto;

pero se tragó el anzuelo.

¡Si Logrador lo supiera!

Yo decírselo no pienso.

(Al irse la Alcaideza aparece por la derecha Goya)

ESCENA VII

El General y Goya

GENERAL.- ¿Ya vuelves, Goya? me alegro.

GOYA.- Sí, señor, y á todo trote,

aunque no pensé quedarme.

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GENERAL.- Bien hecho, porque esta noche

estar debemos en vela,

hasta que la aurora asome,

ó llegue de Villasana

de la pelea el informe:

en tanto una recorrida

por estos alrededores

dar quiero, y qué me acompañes.

GOYA.- Usted, señor, lo dispone.

Yo venía á toda prisa,

porque Luna, á quien conoce

usted, me dijo de paso,

que había llegado un hombre

trayendo malas noticias.

GENERAL.- ¿Y Luna no dijo adónde

ese tal había llegado?

GOYA.- Que donde usted.

GENERAL.- Oh no embromes.

Mentiras son del contrario:

que mi rabia no provoquen,

si no quieren que la lengua

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en la cárcel se las corte.

A mí nada me ha venido;

pero ya le escucho el trote,

al poste que la noticia

de nuestra victoria porte.

Hay que decirle á los nuestros,

que cada uno se apronte,

para alegrar la noticia,

su gruesa de voladores:

pues de esta noche no pasa

sin que el triunfo se corone.

GOYA.- Yo creo que todos tienen

de esa cantidad el doble.

(Aparte) Como los puedan quemar.

GENERAL.- (Riendo con satisfacción)

Sí, eh? ¿forman un monte?

GOYA.- Me parece.

GENERAL.- Bueno, bueno.

Siento frío. El uniforme

no me lo quita; al cuartel

voy á ponerme el capote,

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para ir luego á dar la vuelta,

no vayan á haber desórdenes.

(En este momento asoma Logrador á la derecha y se o culta)

Vamos, Goya. (Empiezan á andar)

GOYA.- (Aparte) ¡Qué cuidados!

Cuánto celo, quien los oye.

Y los otros son lo mismo

con diferente bitoque.

(Entran al cuartel)

ESCENA VIII

Logrador y la Alcaideza

(Logrador, que se ha quedado oculto en la esquina, sigue con la vista, pero recelándose, á Goya y el General hasta que entran a l cuartel)

LOGRADOR.- (Saliendo algo más y observando por todas partes)

Gracias á Dios que se fueron.

Está desierta la plaza.

(Se desliza con sigilo á lo largo de la Casa de Gob ierno hasta llegar á la puerta de la cárcel, deteniéndose á cada paso para mirar á to dos lados. Toca, y sale cuidadosa la Alcaideza)

Alcaideza, ¿cómo estamos?

ALCAIDEZA.- Mucha vista, porque anda

el General por aquí.

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LOGRADOR.- Ya se fueron.

ALCAIDEZA.- La muchacha

no ha querido todavía

ni beber ni comer nada;

pero pronto, no lo dudo,

dormida estará en la cama,

pues beberse el chocolate

de ofrecérmelo ya acaba.

LOGRADOR.- ¿Y el brevaje se lo puso?

ALCAIDEZA.- Qué pregunta más ciriaca!

le vacié el frasquito entero:

si lo toma no se escapa.

LOGRADOR.- ¿Y de que el brebaje beba

abriga alguna esperanza?

ALCAIDEZA.- Sí creo que se lo tome,

y de ello tal vez no tarda;

dentro de una media hora

la cosa estará arreglada.

Vaya usted, y vuelva luego:

no se aleje de la plaza.

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LOGRADOR.- Pero explíqueme primero:

¿todavía está muy brava?

¿le rechazó la bebida ?

¿ella á usted cómo la trata?

ALCAIDEZA.- Usted me pregunta mucho.

Ya la joven está mansa.

Se estuvo durante el día

como si fuera una estatua:

la vista fija en el suelo,

inmóvil, muda, sentada,

sin variar de posición,

en el borde de la cama,

los codos en las rodillas

y entre las manos la cara.

Ni siquiera respondía

cuando algo le preguntaba.

Después que habló usted conmigo,

fui en seguida á visitarla,

y la encontré sollozando,

bañada la moza en lágrimas.

Que no llorara, le dije,

que pronto todas pasaban

las cosas: en este mundo.

Le dije dulces palabras:

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le ofrecí mi ayuda en todo:

consuelos en abundancia

le di de todas maneras;

y cuando la vi calmada,

le di con mucho cariño

palmaditas en la espalda,

y le dije que algo ahora

de comida me aceptara:

me dijo que estaba bueno,

si líquido le llevaba.

(En este momento salen Goya y el General, Goya adel ante y al ver á Logrador, le hace seña que calle y se devuelva al General. Entra n otra vez al cuartel y Goya se asoma de cuando en cuando hasta el final de la esce na)

Viendo la cosa segura,

corrí y le batí en la cántara

de chocolate una bola,

se lo puse en una taza,

le eché el líquido del frasco,

revolví con la cuchara,

y en el platillo le puse

de pan un par de tostadas:

se lo llevé de seguida,

le insté de nuevo con labia;

cogió la taza en la mano,

y á la boca al acercarla,

devolviómela diciendo

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que no le pasaba nada,

que tenía como seca

ó cerrada la garganta;

que se la dejase allí,

que más luego lo tomaba.

Cerca de ella se lo puse,

y para que no se enfriara,

sobre la brillante espuma

le puse el plato de tapa.

Eso fue en este momento,

y ahora vuelvo á la carga.

Cuente usted conque su amiga,

en la dicho no le falta.

LOGRADOR.- Está bien, me voy entonces,

y cuando sea pasada

por lo menos una hora,

volveré.

ALCAIDEZA.- Sobre la marcha

voy de la moza á la celda:

no tema, no se le escapa. (Se van)

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ESCENA IX

El General y Goya

GOYA.- (Con vivo interés)

General, yo se lo digo:

van ya dos veces con ésta,

que esta noche, en este punto,

Logrador y la Alcaideza

han estado conversando;

y duda á mí no me queda,

por lo que alcanzo y comprendo,

que traman alguna treta

contra María, la joven

del hecho que está aquí presa.

GENERAL.- Yo tampoco pongo en duda

que los dos algo se tengan;

y que la cosa en perjuicio,

también de la joven sea.

GOYA.- Usted aquí es el llamado

á evitar tan grande afrenta:

para ello de mí disponga

como guste y como quiera.

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GENERAL.- (Aparte) Miren el par de tunantes!

pero ya no me la pegan.

(Alto) Sí, hay que evitar tanta infamia;

mas debe ser con cautela,

y que Logrador el golpe

de donde viene no entienda;

porque es él, Jefe importante

con los que el Gobierno cuenta;

valeroso y de prestigio.

GOYA.- (Aparte) Qué perdida está la tierra.

GENERAL.- Hiciste bien en decirme

lo que pasa y tu sospecha,

porque con tiempo las cosas

es que mejor se remedian:

lo que en este instante no hallo

es el cómo ó la manera.

(El General se queda pensativo)

GOYA.- (Aparte) Habría á mí de faltarme

en los crímenes materia,

tan negros como horrorosos,

que Logrador tiene á cuestas.

(Alto) Eso, General, es fácil:

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en comisión y de priesa,

á Logrador ahora mismo

despáchelo usted sin pena,

diciéndole que en su ida

al campamento hay urgencia.

GENERAL.- (Aparte) Yo no puedo ya contar

con la señora Alcaideza;

y de que no se me escape

la moza, no hallo manera.

GOYA.- O también en una casa

de respeto, honrada y seria,

en este mismo momento,

á la muchacha ponerla.

GENERAL.- (Con alegría, aparte)

Eso es lo que me conviene.

(Alto) Esa es la mejor idea

A mi casa, amable Goya,

tú mismo ahora la llevas,

y encomendada en mi nombre,

á mi esposa se la entregas.

Que el Juez, le dices, dispuso

tener á la joven presa

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en casa de una señora;

y fue para el caso ella,

por el Tribunal nombrada,

como señora de cuenta.

GOYA.- Pero si el Juez nada sabe.

GENERAL.- Nada importa, el Juez acepta

lo que mande yo en su nombre.

GOYA.- (Aparte) Pobrecita Venezuela.

GENERAL.- El tiempo, pues, no perdamos.

Anda y llama la Alcaideza.

GOYA.- (Va á tocar á la puerta diciendo aparte)

Porque yo sé lo celosa

y brava que es doña Petra,

convengo en poner la niña

en casa de esta peseta. (Toca)

GENERAL.- (Aparte) Ahora sí que segura

en mi casa está la presa.

Una ama tengo de llaves

que me entiende en estas fiestas:

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que á mí todo me lo tapa,

y que es hábil en las tretas,

para á mi esposa que es viva,

echarle en los ojos tierra.

ESCENA X

El General, Goya y La Alcaideza,

(que aparece al principio y al fin de la escena)

ALCAIDEZA.- (Abriendo la puerta)

¿Usted qué me quiere, Goya?

GOYA.- Yo no la quiero, Alcaideza;

es el señor General.

(La Alcaideza sale y el General va á su encuentro)

GENERAL.- La joven que puse presa

esta mañana en su cárcel,

á Goya, Alcaideza, entréguela.

Cumplida será su orden,

señor, al pié de la letra;

mas está la noche oscura,

para mañana dejarlo

sería medida cuerda.

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GOYA.- De una cuerda en una horca

guindarte yo te quisiera.

GENERAL.- Que ahora le he dicho á usted. (Con entonación)

ALCAIDEZA.- Se hará como lo desea.

(Se va dejando abierta la puerta)

GOYA.- Qué le parece la duda

que puso para la entrega?

GENERAL.- Que á ti la razón te sobra;

es una mujer perversa.

(Goya queda á la puerta, el General viene al

prosce nio)

GENERAL.- (Aparte) Goya es todo corazón;

está aún en la inocencia:

por fortuna que el muchacho

de mí no tiene sospecha.

GOYA.- (Aparte) Haré por María todo,

aunque mi vida la pierda,

para que sea la dicha

del Capitán cuando vuelva

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(La Alcaldesa sale c on María, y al entregarla se va

cerrando la puerta)

ALCAIDEZA.- Ya está aquí.

ESCENA XI

El General, Goya y María

MARÍA.- (Temerosa) ¡Qué desventura!

GENERAL.- Llevadla.

GOYA.- (Con cariño) Venga, señora.

MARÍA.- ¿Dónde me llevan á esta hora

con la noche tan oscura?

(Retirándose con miedo)

No, de aquí no me separo.

GENERAL.- Va usted á la casa mía.

MARÍA.- Alguna otra alevosía...

GOYA.- Soy su amigo, yo la amparo.

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MARÍA.- ¡Amigo!... palabra vana...

GENERAL.- No tema, vaya.

MARÍA.- (Mirándolo con repulsión) ¡Infelice!

que no tema, á mí me dice,

quien me insultó esta mañana.

No de aquí me llevarás. .

¿Por qué soy tan perseguida?

Podrán quitarme la vida;

pero la honra jamás.

GOYA.- (Con interés)

Atiéndame una palabra.

(María mantiene fija toda su atención en el General , sin oír ni ver á Goya)

GENERAL.- Usted no tema, le digo.

MARÍA.- ¿Tal saña por qué conmigo?

¿Por qué mi ruina se labra?

Si yo en mi campo vivía

del mundo ajena á su lodo;

de los míos siendo todo:

amor, vida y alegría;

¿por qué á mi paterno hogar

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se le hunde en el dolor?

¿por qué me matan mi amor,

queriendo mi honra manchar?

¿Por qué, cual de una perdida,

la maldad de mí dispone,

y en el caso se me pone

de quitarle á otro la vida?

GOYA.- Yo soy su amigo sincero. (Con afán)

GENERAL.- Joven, ya basta, obedezca. (Con alguna entonación)

(María se le retira hacia la derecha sin darle

la esp alda, Goya la sigue. El General queda

á algun a distancia, hacia la izquierda)

MARÍA.- ¡Y no hay quien me favorezca!...

Que aquí me maten prefiero.

(En este momento entra un soldado por la izquierda, jadeante y mirando á todas partes. María y Goya no lo notan. El General lo ve y se dirige á su encuentro, y fingen conversación en secreto y con mucha animació n)

GOYA.- En casa tengo á Dolores;

yo soy amigo de Antonio;

yo sé de su matrimonio.

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MARÍA.- ¿Eso es cierto? ¿sus favores

fementidos no serán?

GOYA.- No, créame usted, María;

de una infame alevosía

librarla es más bien mi afán.

En la cárcel, se lo aviso,

un gran peligro usted corre.

MARÍA.- ¿Usted me ampara y socorre?

GOYA.- Hasta morir, si es preciso.

MARÍA.- Pues bien, á usted me confío.

Duélase de esta mujer.

GOYA.- Nada tiene que temer;

siga, pues, el paso mío.

(Se van pon la derecha, y al mismo tiempo entra Log rador por la izquierda con paso precipitado y manifestando ansiedad)

ESCENA XII

El General, Goya, Soldado 1° y Logrador

LOGRADOR.- (Al entrar) ¿General, qué es lo que pasa?

¿es posible tal noticia?

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(El General, sin atender á Logrador, trae al soldado al

proscenio con arrebato)

GENERAL.- ¿Pero, hombre, cómo ha sido eso?

si Villasana decía…

SOLDADO 1°.- General, nos derrotaron.

GENERAL.- Pero bien, explica.

LOGRADOR.- Explica.

SOLDADO 1°.- La pelea fue muy dura.

Yo al lado del Jefe iba,

avanzando y avanzando; (Acciona)

y él á todos nos decía:

«Fuego, muchachos, fuego»;

y el fuego en toda la línea

se prendió como un volcán.

La gente muerta y herida,

caía por todas partes.

Después el Jefe nos grita:

«avancen, que se corrieron»;

y avanzamos por guerrillas,

yo con todos á su voz.

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Cargué con mi carabina

hasta quedar sin cartuchos.

En esto escuché unos vivas,

miré para todas partes,

y vi que todos corrían;

entonces por sobre muertos,

saltando más que de prisa,

también me puse en la hebra

para escapar con la vida,

y en llegar ser el primero.

GENERAL.- Esto parece mentira.

LOGRADOR.- Pero bien, ¿y Villasana?

SOLDADO 1°.- Él como que murió.

GENERAL.- ¿Y Rivas?

SOLDADO 1°.- Como que murió también.

LOGRADOR.- Pero si tú nada explicas.

GENERAL.- Cuidado si fue de miedo

que volviste las cotizas.

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SOLDADO 1°.- Cómo fue aquello, no supe;

cuando acordé tenía encima

dando mueras al Gobierno,

la gente toda enemiga;

lo que yo sí le aseguro,

por la santa cruz bendita,

es que fuimos derrotados;

no lo dude ni una pizca.

LOGRADOR.- ¿Y cómo llegas tú solo?

SOLDADO 1°.- Por venir con la noticia,

me les pasé en el camino

á Ios pocos que venían…

y mire, ya llegan otros, (Señala día izquierda)

ya va á ver si son mentiras.

ESCENA XIII

Dichos, Viloria que entra seguido de seis soldados por la izquierda, todos con aspecto de derrotados y jadeantes, y Goya que entra al mismo tiempo por la derecha.

(El General, Viloria y Logrador forman un grupo en primer término, los soldados unos quedan parados, otros se sientan cerca del for o; pero todos mirando cuidadosos para la calle de la izquierda. Goya se s itúa cerca del grupo á un lado á la izquierda y oyendo con atención y complacencia. En todos los demás se revela el miedo)

LOGRADOR.- General, esta es de á folio.

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GENERAL.- ¡Viloria, por Dios que es esto!

es verdad, lo que me dicen?

VILORIA.- Señor, por desgracia es cierto.

LOGRADOR.- ¿Y no estábamos triunfantes?

GENERAL.- Como ha pasado refiérenos.

GOYA.- (Aparte) Ya los cohetes se aguaron.

VILORIA.- Fue, General, nuestro entierro,

haber dado mando á Rivas.

GENERAL.- ¿Y Rivas qué es lo que ha hecho?

VILORIA.- Que se pasó al enemigo

con toda su gente.

GENERAL.- ¿Cierto?

LOGRADOR.- ¡Qué maldito! á ver refiere.

GOYA.- (Aparte) Qué bien hizo, yo me alegro.

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VILORIA.- Hallamos al enemigo

en «El Manzano», y el fuego

rompimos sobre la marcha,

con ventaja al poco tiempo,

pues de unas cercas de piedra,

donde estaban á cubierto,

logramos desalojarlos

cargándolos con denuedo.

Nos creímos ya triunfantes

al vernos del campo dueños

y más al ver que la fuga

precipitada emprendieron,

y que en el campo quedaba

su Jefe, El Pelado, muerto.

Mas la fuga era fingida.

En un empinado cerro

la batalla, confiados,

nos presentaron de nuevo.

Mandó Villasana que alto

en una llanura hiciéramos;

mas Rivas el Coronel,

la orden desatendiendo,

al contrario vitoreando,

y mueras dando al Gobierno,

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al enemigo pasóse

con su gente y el pertrecho.

Nos cargaron todos juntos,

y en todos era el más fiero

Antonio, aquel Capitán

á quien Rivas dio el ascenso:

nos hizo un estrago horrible.

No pudimos contenerlos;

se desbandó nuestra gente

y el desastre fue completo.

(En este momento los soldados todos se ponen en mov imiento mirando con cuidado á la calle de la izquierda)

LOGRADOR.- ¡Qué miserable!

GENERAL.- ¡Qué infame!

VILORIA.- Echamos pocos el cuento:

todo el mundo allí quedó

muerto, herido ó prisionero.

GOYA.- (Aparte) Qué cara tiene Caifás, (Señalándolo á hurtadillas)

ahora sí que me entra un fresco.

LOGRADOR.- (Lleno de temor)

¿Y qué hacemos, General?

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(Se oyen gritos y vivas lejanos)

GENERA.- Retirarnos.

LOGRADOR.- Pero presto. (Con pánico)

.

UN SOLDADO.- General, ya están encima.

GENERAL.- Síganme todos, marchemos.

(El General se va por la derecha y lo siguen todos excepto Goya que con disimulo se queda el último. Mientras dura el desfile los gr itos aumentan en el interior y se acercan)

ESCENA XIV

Goya, solo.

GOYA.- Que te siga una culebra,

por lo que hace á mí, me quedo.

(Los gritos y los vivas continúan en el interior aumentando y disminuyendo alternativamente pero sin cesar)

Por fortuna que á María

de llevar no tuve tiempo

á casa de doña Petra:

supe el acontecimiento

al pasar frente á mi casa,

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y temiendo un atropello

en circunstancias tan críticas,

á María desde luego

con mi madre y con Dolores

la dejé y salí corriendo.

(Suenan tiros graneados, aumenta el estrépito, se oye el tambor tocando fuego y el tumulto se acerca. Goya cobra te mor, y se muestra inquieto y sin saber qué hacer)

Demonio, la cosa apura…

¡pero, Goya, y tú qué has hecho?

seguro que aquí á la plaza

van á venir al momento,

y al encontrarme aquí solo

me mata algún insurrecto…

(Mira para todas partes, quiere ir á un punto, duda é intenta volver á otro sin resolverse á nada)

Esta sí que fue la gorda...

¿y ahora dónde me meto?...

qué inadvertencia la mía...

dónde tendría los sesos...

venir yo á pagar el pato

por semejantes mostrencos.

(Aparte del gran bullicio que se acerca, y los tiros, se oyen inmediatos otros gritos. Goya corre de un lado para otro)

En la Iglesia me metiera...

no... en la Casa de Gobierno...

ó si me abriera el Obispo...

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le tocaré... ¡qué jaleo!

(Corre y empieza á tocar con apuro á la puerta del Palacio)

(Grita) ¡Soy Goya! soy gente buena...

¡Este sí que es buen aprieto!

ESCENA XV

Goya, Rodrigo y Comparsa de Soldados.

(Rodrigo entra seguido de cinco soldados. Todos vie nen exaltados y demostrando agitación por la marcha rápida que trae n y el combate)

(Rodrigo viene con un machete en la mano)

RODRIGO.- (Al entrar) ¡Viva el pueblo libre!

SOLDADOS.- ¡Viva!

UN SOLDADO.- ¡Qué vivan nuestros derechos!

SOLDADOS.- ¡Viva!

OTRO SOLDADO.- ¡Abajo la recluta

los ladrones y protervos!

TODOS LOS SOLDADOS.- ¡Abajo!

OTRO SOLDADO.- ¡Qué mueran todos!

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(Rodrigo entre tanto se avanza sobre Goya con el ma chete alzado)

GOYA.- ¡Si veinte trancas le han puesto! (Trata de correr)

RODRIGO.- Haga alto! ríndase, amigo,

ó ya le bajo el pescuezo!

GOYA.- (Reconociendo á Rodrigo)

Rodrigo, ¿no me conoces?

mira que soy compañero.

RODRIGO.- ¡Si es Goya! dame un abrazo.

(Se abrazan. Los soldados entre tanto entran y sale n al cuartel sacando cada uno diferentes objetos. Dentro sigue el tambor tocando y la vocería y algunos tiros)

RODRIGO.- El triunfo se lo debemos

á Antonio y tu Coronel.

GOYA.- Rodrigo, cuánto me alegro.

RODRIGO.- Y como murió el Pelado

es Manuel el Jefe nuestro.

GOYA.- Eso sí, querido mío,

eso es lo mejor que han hecho.

¿Y tú qué hiciste, peleaste?

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RODRIGO.- ¡Que si peleé! majadero;

me les metí como un tigre,

y maté que fue un contento.

¡Cuánta sangre! (Accionando)

GOYA.- (Aparte) Ya en un tigre

se nos convirtió el ovejo.

RODRIGO.- Yo entraba con mi machete

donde era más vivo el fuego.

GOYA.- (Aparte) Esa sí que no me cuela.

RODRIGO.- Macheteé á diestro y siniestro.

GOYA.- (Aparte y reparándole el machete)

Pero el machete está virgen.

Quien salió con tanto miedo

no me mete ese heroísmo.

RODRIGO.- Pero Antonio, era de verlo,

¡qué muchacho para el plomo

más alegre!

GOYA.- (Aparte) Eso lo creo.

(Alto) Debió combatir con gana.

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ESCENA XVI

Dichos y Antonio

(Entra por la derecha seguido de soldados que condu cen prisioneros á Corona y Logrador)

ANTONIO.- (A Rodrigo) ¡Rodrigo! acá; á usted le entrego

bajo su guarda á Corona.

Llévelo á la cárcel preso.

RODRIGO.- (A Corona, con voz imperiosa y amenazándolo con

el machete en alto )

Marche usted para la cárcel.

¡Camine ó lo descabezo!

(El General, Rodrigo y sus soldados se van por la cárcel de hombres)

ESCENA XVII

Antonio, Logrador, Goya y Comparsa de Soldados

ANTONIO.- (Con odio reconcentrado á Logrador)

Contigo es de otra manera:

¡vas á morir, miserable!

LOGRADOR.- (Con acento de súplica)

Déjeme, Antonio, que le hable.

ANTONIO.- ¡Calla!

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LOS SOLDADOS.- ¡Qué muera! ¡qué muera!

ANTONIO.- Con una vida no pagas

de tu crimen el exceso;

ni el odio que te profeso

con toda tu sangre apagas.

GOYA.- (Aparte) Esto toma malos giros;

y es que Antonio nada sabe.

ANTONIO.- (A los soldados)

Pronto, un banquillo y que acabe.

Recibiendo cuatro tiros.

(Los soldados conducen á Logrador hacia la izquierd a, y uno saca una silla del cuartel y lo sienta, otro prepara una cuerda y empi eza á atarle las manos por detrás, otro prepara una venda con un pañuelo etc., preparativos que duran hasta la siguiente escena)

¡El más odiado me falta!

¡Si yo cogiera á Cubero!

GOYA.- Óigame, Antonio, primero

ANTONIO.- Oh Goya (Le da la mano) habla.

GOYA.- Usted se exalta;

que ignora que otra es su suerte:

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para salvarse María,

de la infame alevosía,

al malvado dio la muerte.

Modere usted su rigor:

Cubero murió ya.

ANTONIO.- ¡Cómo!

GOYA.- Un puñal María hasta el pomo

le hundió por salvar su honor.

ANTONIO.- ¿Es cierto lo que me dices?

vuelve, Goya, á repetirlo.

GOYA.- Como acaba usted de oírlo.

Serán ustedes felices.

ANTONIO.- Oh Goya, el hombre me has hecho

más feliz de los humanos. (Abraza con efusión

á Goya)

(Vuelve á oírse el tumulto cerca)

GOYA .- Derribados los tiranos,

la piedad entre á su pecho.

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ESCENA XVIII

Dichos, Manuel y Juan con comparsa de soldados que entran por la izquierda, Dolores y María que entran por la derecha.

(La animación de esta escena queda á cargo de los ac tores. La colocación es la siguiente: en primer término de derecha á izquierda Dolores y Juan formando grupo separado, luego María, Antonio, Manuel y Goya ; en segundo término los soldados y Logrador)

MARÍA.- ¡Antonio, te vuelvo á ver!

ANTONIO.- ¡María! (Se abrazan)

GOYA.- (Aparte) Su amor se aviva.

JUAN.- (Al entrar) ¡Viva la libertad!

LOS SOLDADOS.- ¡Viva!

JUAN.- ¡Dolores!

DOLORES.- ¡Juan, qué placer! (Se abrazan)

ANTONIO.- María, abraza á Manuel.

MARÍA.- (Abrazándolo)

Oh Manuel, cuánta alegría.

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MANUEL.- La felicito, María:

sé que usted venció á Luzbel.

(En este momento han concluido los preparativos del fusilamiento y cuatro soldados y un cabo se han colocado delante de Logra dor)

EL CABO.- ¡Preparen!... ¡apunten!...

(María se sorprende, mira el fusilamiento y corre á interponerse entre Logrador y los ejecutores, alzándoles los fusiles con las mano s)

MARÍA.- ¡No!

¿A quién van á fusilar?

(Va y quita la venda á Logrador y al reconocerlo re trocede horrorizada; pero se reacciona y se dirige á Manuel)

¡Logrador!... ¡á qué manchar

el triunfo? Lo pido yo.

A la Justicia el villano

entregadlo, caro amigo,

ya que el otro su castigo

lo recibió de mi mano.

MANUEL.- La pena, pues, se conmuta;

mas sea lección constante,

para todo gobernante,

que al pueblo no se recluta.

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ANTONIO.- La mujer es sólo prenda

para nosotros de amor;

á respetarle su honor,

el Hombre, en María aprenda.

(Dirigiéndose á los soldados)

A Logrador levantad

y llevadlo á la prisión.

(Los soldados se van con Logrador por la cárcel de hombres)

GOYA.- Aplaudo á todos la acción.

MANUEL.- Goya, en premio á tu lealtad,

te nombro mi Secretario.

GOYA.- Y yo le acepto, Manuel,

si usted á la ley es fiel

y no se roba el erario.

Cae el telón