Icaro Incombustible 6

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Ícaro Incombustible vuelve en forma de una nueva edición, refulgiendo a través del crudo frío invernal, en esta la sexta edición,henchido con el impulso de todos los que han formado parte en su creación.

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Icaro Incombustible Nº6

Todas las obras y opiniones pertenecen a sus autores.

Portada Sergei Furst· diseño Bar Potemkim

Diseño y maquetación· muba.tk·

Logotipo Vero y Añil

Agradecimientos a todos los lectores y colaboradores de la revista.

[email protected]

www.revistadearte.blogspot.com

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Ícaro Incombustible vuelve en forma de una nueva edición, refulgiendo a través del crudo frío invernal, en esta la sexta edición, henchido con el impulso de todos los que han formado parte en su creación.Entre sus páginas encontramos las obras que han ganado el concurso habitual, y que por tanto configuran una revista popular en la que tú también puedes participar.Si deseas enviar una colaboración y tratar de publicar en Ícaro, tienes toda la información necesaria así como los requisitos, secciones de la revista...etc en nuestro blog : revistadearte.blogspot.com ( Bases de la Participación ). Para cualquier duda o sugerencia, escríbenos a [email protected]

Un saludo y bienvenidos a la ciudad de Icaria, donde palabras e imágenes vuelan libres. Te estábamos esperando.

EDITORIAL

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No se exactamente cuanto tiempo pude pasar contemplando aquella hermosa panorámica. Las dos hojas de la ventana de mi dormitorio, abiertas de par en par, mostraban a apenas unos cinco metros, los grandes ventanales del edificio de enfrente.Era tan fácil como alargar la mano y rozar el ladrillo. Yo admiraba, poseído, uno de esos cuadraditos iluminados de la fachada del bloque. Situado un poco más bajo que mi piso, podía ver por la persiana a medio subir el dormitorio de la vecina de enfrente... tan cerca. Me gustaba quedarme allí a esa hora, al anochecer en el ocaso del mes de octubre en Granada, pasar las tardes absorto en esas piernas. La visión pasaba de la rodilla al ladrillo, el resto, era cosa de la imaginación. me importaba tener tan poco porque para mí, aquello era ya un regalo para los sentidos.. La línea horizontal de la pierna se levantaba sutilmente en el pie para terminar con esas pequeñas curvas que formaban los dedos. Y yo, reflejado en el cristal de la ventana hacía compañía a su cuerpo, alargué el brazo para tocarla, estaba tan cerca de ella... compartíamos dormitorio pese a la distancia.Era tan fácil como alargar la mano y rozar el ladrillo. El frío que anunciaba que noviembre estaba llegando se dejaba notar, cada día un poco más. Mi cuerpo lo notaba, mi piel lo notaba. Poco a poco se iba erizando mi vello, la piel de gallina... ahora no sé si era por el frío o por mi admiración secreta hacia el parcial cuerpo de mujer que podía ver frente a mi.

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Nunca antes había visto su rostro. Imaginaba el resto de su cuerpo rellenito, de piel sonrosada y mejillas coloreadas a pellizcos, según el cánon barroco; otro día, la imaginaba delgada, con las facciones hundidas, enfermiza siempre en cama... Cuando imaginaba cómo sería en su totalidad sentía una emoción que no podía contener. Notaba esa sensación en el estómago... ¿nervios?...no era eso... las cosquillas de mi estómago delataban el amor que se levantaba bajo mis pantalones. Me ruboricé al pensar que podría verme en cualquier momento, pero allí seguían las piernas tendidas sobre la cama, inmóviles, sin saber que estaban siendo sometidas a mi voluntad a través de mis ojos. Sentía una valentía incontrolable, tenía ganas de gritar con todo el aire que mis pulmones pudieran soltar. Llamarla a gritos para ver la realidad y dejar de imaginar; pero tan rápido como ese sentimiento llegaba me abandonaba, e invadía mi cerebro la sensación de ser un perturbado “voyeur” y de ser descubierto. Supongo que jamás podría volver a experimentar esta alegría, supongo que por ser valiente perdería la escasa visión de realidad que sí que tenía segura, de los pies a las rodillas. Supongo que no debía serlo porque jamás grité... me conformaba con imaginar en mi mundo de cobarde cómo sería ella, irme a dormir con su imagen en la mente y tener sueños preciosos en los que me venía a visitar a través del reflejo de la ventana o me encontraba casado con unas piernas preciosas, haciendo vida familiar con ellas; otras veces mis sueños se perdían en lo subreal y aparecía abrazado a jamones, por todos lados jamones exquisitos, olorosos, cinco jotas que venían a mí sin la posibilidad de resistirme a ellos y nos fundíamos en un solo jamón. Deliciosos mordiscos invadían mis sueños, excitantes y suaves, y al despertar, me veía reflejado de nuevo en su ventana....y fue tan fácil como alargar la mano y rozar el ladrillo

Leandro Gó[email protected]

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Las palabras llegaron, como si tal cosa, cuando dejó de buscarlas. Algunas lo hicieron desmayadas, cansadas de tanto viaje entre nubes y viento; otras lo hicieron revoltosas besando todo lo que tocaban con la lluvia que llevaban en sus trazos; y otras, la inmensa mayoría, lo hacían envueltas en música. Es más… ellas eran la música: sonaban a campanas grandes y pequeñas, cada cual con su cadencia y ritmo. Incluso las había con sabor y olor.

Él, como buen samaritano y escritor en ciernes, las dio abrigo entre sus cuadernos con miles de borrones y hojas en blanco, y las proporcionó un hogar… hoy esas palabras acunan a sus nietos mientras duermen, desde cada uno de los cuentos que escribió con ellas.

[email protected]

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Carolina Arrieta [email protected]

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Su carpeta llena de folios parecía una acordeón desplegada. Preguntó quién era el último y uno a uno a lo largo de la fila fueron girándose ante ese hilo de voz palpitante.En el suburbio lo conocían como “El Carpeta”, siempre acuestas con su cla-sificadora negra de gomas retorcidas.Algún famosillo de culebrón de medio pelo que rondaba el vecindario se escondía de él creyendo que laboraba en prensa, mientras chinos del barrio presentían que era un espía asalariado de la mafia China, y los afganos rece-laban de que fuera, en realidad, un agente del Mossad. Aquellos que tenían deudas económicas conjeturaban la posibilidad de que fuera inspector de Hacienda y quienes no eran famosos ni chinos ni moro-sos, lo suponían, sencillamente, loco de remate.

Computó catorce individuos en la cola de la frutería. Catorce a dos minutos cada uno, veintiocho minutos. Y le pareció bien aguardar ese lapso para comprar las mejores berenjenas del barrio.Para distraer la espera hojeó nueva-mente su achacoso portafolios, que aglutinaba el trabajo y esfuerzo de muchos años de vida, concretamente desde que el profesor del colegio les reveló que no bastaba con leer para conocerlo todo, porque había experiencias que de no ser vividas no podían recogerse en los libros, y desde entonces El Carpeta proyectó un Inventario General del Mundo con la idea solidaria de que nadie muriese sin saber lo que era alguna cosa.

Desde ese momento El Carpeta fue inventariando las categorías del mundo y sus componentes, cuyas definiciones se ejemplificaban con dibujos o con observaciones, dependiendo de la naturaleza palpable de la entidad descri-ta.

Abandonado allí mismo, pasó ágilmente las hojas del Inventario: objetos, nombres, olores, sensaciones, medidas, sentimientos…Suspendió la vista en la definición de Pena: “cuando uno siente que no camina por sus pies, sino que lo caminan, asién-dolo del cuello de la camisa hasta llevarlo a rastras, acariciando el suelo con el alma, eso es pena”.

Carolina Arrieta Castillo [email protected]

LA CERTEZA DE SER

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Sintió entonces un ardor en la nuca que le hizo doblarse. Un coche fúnebre se aproximó por la calzada, a poca velocidad, hasta estacionarse a escasos metros de él. Escuchó una voz trémula saliendo desde el interior, llamán-

dole por su nombre, ¿acaso alguien en el barrio conocía su nombre?, y eso hizo que alertara su visión hacia la oscuridad del coche, tratando de reco-

nocer a alguien sin éxito. Un grito del tendero lo sacó de aquel trance y para cuando volvió la vista

hacia la calzada, el coche fúnebre había desaparecido. El Carpetas no lo dudó un segundo: La muerte lo andaba buscando.

Intentando hurgar en la confusión, buscó la definición de Muerte en su archivador, que era el único modo que El Carpetas conocía de reflexionar sobre cualquier asunto. Primero consultaba las hojas y después cavilaba.

La encontró:

Todo lo que no es vida, eso es muer-te.

Más confundido si cabe, tanteó en la sección de la “V” de su Inventario General del Mundo, pero la palabra

Vida no aparecía.Tras un segundo de meditación, despidió al tendero y se marchó sin sus be-

renjenas ante la impertérrita mirada de las personas que habían ido incorpo-rándose a la cola del mostrador.

Atravesó la acera con expresión de loco complacido, como si él fuera Leo-nardo y acabara de descubrir el tenedor de madera de dos puntas, y extrajo

de su fichero el Inventario General del Mundo, el cual contenía todas las ca-tegorías del mundo en el que él vivía sin entender lo que vivir representaba.

En el último hueco del Inventario anotó el que sería su prefacio definitivo; Vida, y vaciló un segundo; finalmente escribió: Ser/Estar

Entreabrió un paquete de cerillas de la faltriquera con las que fue incen-diando, hoja por hoja, pétalo a pétalo, en un ritual que duró siglos, todas las

categorías del Inventario General del Mundo, como esa flor carnívora que devoró su juventud.

Le llevó una noche incinerarlas, un instante renacer,

y vivió el resto de sus días hasta el día en que murió.

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LA CERTEZA DE SER

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Harun Toré[email protected]

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DesapareciendoEzequiel [email protected] 2

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Como cada anochecer,

Friedrich von Bröwer arrastró su alma desnuda

hacia el muro que los encerra-ba a todos en aquella ciudad deca-

dente. Las lápidas que fue sorteando en su recorrer, no eran más que la historia de una

urbe que se encontraba dividida, eran nombres perdidos en el tiempo, tanto como el suyo propio. Cada

noche su espíritu se levantaba de su frío y solitario lecho en el Friedhof II der Sophiengemeinde Berlin. Éste es un cementerio

que data de mucho antes de la construcción del Muro de la Vergüen-za, que por aquel entonces también había dividido el campo santo. Muchas de las almas que habían sido abandonadas allí, eran intentos fallidos de saltar el muro… Tal era el caso de Friedrich von Bröwer.

Sus silenciosos pasos cruzaron el cementerio en dirección al muro, aquella madrugada del diez de noviembre, como si fuera una noche más. Y a sabiendas de que no podría traspasarlo, su intento era la única esperanza que le quedaba a su alma aterrada. Aquel capricho del des-tino le mantenía preso en aquella ciudad. Por el día, el espíritu dormía, y por la noche, vagaba como alma en pena, dirigiéndose allí donde el viento le arrastrara, atravesando muros de hogares destruidos, susurrando esperanzas a familias famélicas, robando tristeza a los presos de aquella ciudad maldita… Pero el único muro infranquea-ble a su condición, era aquella pared que dividía el universo en dos. A su espalda quedaba una concepción de la vida muy diferente a la que se escondía tras el muro, un anhelo, una esperanza… Pero su espíritu no lograba atravesar-lo, y huir hacia esa muerte dulce más allá de aquella cárcel.

En su recorrer sobre el pasto húmedo, en-tre lápidas y criptas de héroes anónimos, trató de recordar lo que le había llevado hasta allí, pero no pudo. Ése es el peor tormento de las almas, ni siquiera saben cómo murieron, por qué su cuerpo se pudrió y su alma quedó allí congelada, entre aquellos muros.

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Las tumbas terminaban unos veinte metros antes del muro, como si los muertos desearan permane-cer alejados de aquel horror vergonzoso. Y mientras recorría aquél pasto solitario, frente a aquella pared gris, el espíritu de Friedrich von Bröwer extendió la mano. El contacto con el muro fue frío, como el de cada noche, pero el silencio era diferente. Acarició el cemento, incapaz de atravesarlo, posó ambas manos y presionó, en un vano intento de derribarlo, o de cruzar a través, o de agrietarlo con sus fuerzas, pero fue inútil. Entonces notó el cambio.

Fue en ese momento, cuando dejó de hacer fuerza, que sintió el muro de forma diferente, seguía siendo frío, y gris, pero ya no dividía aquellos dos mundos. Supo que ya no existían dos mundos. Un temblor recorrió el muro, y a lo lejos se escucharon gritos, vítores. Era la esperanza, la victoria, el reencuentro. Era la suma de millares de voces que habían permanecido desconsoladas, calladas, y que ahora gritaban al unísono de alegría. El muro había caído.

Friedrich von Bröwer permaneció muy quieto tocando el muro con ambas manos, y su silueta se hizo visible por un segundo, aunque nadie estaba allí mirando. Aquella sección del muro permaneció en pie, y aun hoy, en nues-tros días, veinte años después de aquel momento, se mantiene en recuerdo del horror, de la vergüenza y de la división. Pero él se sintió diferente. Lo que fue un cuerpo y después un espíritu pudo por fin cruzar el muro. Aque-lla noche, su alma dio un paso y su figura etérea atravesó aquella pared fría y gris. Friedrich von Bröwer no apareció al otro lado. Por fin era libre de

marcharse.

Este relato ha sido escrito en conmemoración del Vigésimo Aniversario de la Caída del Muro, para afrontar el Reto Efemérides propuesto en

el Foro de Nunca Jamás. Pero este lugar existe. En febrero de 2005 fui a Berlín, y mi intención era ver el muro real, y aquí fue donde

lo encontramos. (También puede verse en el CheckPoint Char-lie, pero aquello parece una feria de turistas). Se trata de este

cementerio, al que nos colamos. Al cruzarlo, al final del ce-menterio, aun queda en pie una buena sección del muro. Lo

recomiendo al que vaya a turistear a esa ciudad maravillosa.

Darka Treakewww.modt.net

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En el Viento está todo lo bueno, lo pasado y lo futuro,en el Viento no hay presente,

quizá nunca lo hay de ninguna manera.

Todo está en movimiento, también en el Viento,no sabemos si son hechos del antiguo, o situaciones venideras,

una mezcla de emociones, colores, temperaturas, olores y sabores,que son recuerdo y porvenir, en algún modo ya los conocíamos,

porque vienen y van hilados, en la misma cadena,profunda y eterna de viento y tiempo.

Cuando puedas oir al Viento,tus pasos ya no serán solo tuyos, ni tus huellas solitarias,

porque estarán contigo las personas que te amaron, y las que amarás,lugares que ya conocimos y que conoceremos,

lo nuestro y lo de los demás.

Cuando puedas sentir al Viento, en la piel, en la cara, en el pelo, a través de tus manos, es entonces cuando empezamos a ser parte de él,

ya entonces algo de nosotros le pertenece, y viajará con él lejos,en esa divina línea que es la vida en el Viento,

a través del Tiempo.

Viento y TiempoViento y Fuego. Asa Bennerstal

Asa Bennerstal & Enrique M. Campos

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¿Qué se siente cuando uno se aleja de la gente y ésta retrocede en el llano hasta que se convierte en motitas que se desvanecen?

Jack Kerouac1

Hace años descubrí que la gente no cambia, sólo evoluciona; el ser humano es demasiado imperfecto para dejar sus costumbres atrás. Ausente, levanté la vista del libro que estaba leyendo —Las Iluminaciones de Rimbaud— y contemplé a mis compañeros de clase. Como siempre, me sentí a un millón de kilómetros de distancia de ellos: no teníamos nada en común. Estaba sentado al fondo del aula, en un islote imaginario que me aislaba de mis semejantes, sin querer entablar contacto con nadie. Para bien o para mal, era el bicho raro oficial del rebaño; aquél que no se relacionaba con terceros y leía a poetas franceses que ninguno (ni siquiera los profesores) conocían. Con una mirada inquisitiva, analicé a un grupo de chavales uniformados de idéntica manera, con gorras y ropas de deporte, como si fueran raperos americanos o algo por el estilo. Su mentalidad e intereses eran exactamente iguales, parecían gotas de agua; nada los diferenciaba entre ellos. Sus ridículas conversaciones llegaron a mis oídos: fútbol, coches, chicas, programas de televisión. Durante un momento, me pregunté si alguno de ellos habría leído un libro o si experimentaban deseos que se salieran de lo convencional. Desgraciadamente, eran felices en su ignorancia, no veían más allá de sus narices; se conformaban con lo que tenían. No podía negar que los envidiaba: ninguno estaba en conflicto consigo mismo ni era un marginado. Aquel destino era mi condena particular: no encajaba en ninguna parte y era consciente de ello. Unos minutos más tarde,

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cuatro o cinco chavalas regresaron del recreo, tocándose en pelo y riendo estúpidamente, charlando con sus repugnantes vocecillas agudas. Vestían a la moda, pantalones piratas y tacones de aguja, idénticas y superficiales como los maniquíes que adornaban los escaparates de Zara o Mango. Estiré las piernas sobre la mesa y crucé los dedos detrás de la nuca: la idea de hacer limpieza en aquel antro con una escopeta de corredera cruzó por mi mente. Aunque me molestara admitirlo, era un individuo sociable y extrovertido, me encantaba relacionarme con los demás, pero aquellos borregos, al igual que los cretinos de mi barrio, me rechazaban cuando intentaba aproximarme a ellos. Dolía saber que la amistad que podía ofrecer nunca sería apreciada. Una punzada de amargura taladró mi corazón y me obligó a tragar saliva: los odiaba tanto como me aborrecía a mí mismo. Asqueado, volví a las páginas del libro, luchando por borrar mis emociones y encontrar consuelo en las palabras que había escrito un muchacho con el que me identificaba al cien por cien. A través del rabillo del ojo, distinguí a una de mis compañeras señalándome y llevándose un dedo a la cabeza: para ella, leer era sinónimo de locura. ¿Por qué no me dejaban en paz? Mi único deseo era pasar desapercibido y no llamar la atención, pero si no te adaptabas a la mediocridad de la mayoría, te trataban como un apestado. La ira burbujeo en mi interior: estaba harto de que aquellos idiotas se rieran de mí. Por ello me refugiaba en la literatura: era la única manera de es-capar del ambiente detestable donde me había tocado vivir. Por último, hicieron acto de presencia Ezequiel y Gema, la pareja pastel de la clase, que llevaban saliendo desde principios de curso. Ezequiel era buena gente, siempre me había tratado con respeto, iba a su rollo y no se metía en los asuntos de nadie. Gema en cambio me caía fatal, solía mirarme por encima del hombro, con una actitud estirada y relamida que me provocaba náuseas. Entre arrumacos, ambos recorrieron la clase de un extremo a otro, comiéndose a besos por el camino. Aquel acto me recordó mi propia soledad, tenía 16 años y ninguna chica se mostraba interesada en mí; para ellas era una especie de alienígena del espacio exterior. Cada vez que había intentado salir con una fui rechazado de la manera más cruel posible. ¿Por qué? Supongo que era el precio que tenía que pagar por no ser estereotipado: un tatuaje barato, un pendiente en la oreja, o un coche en el parking del instituto hubiera subido mi (inexistente) caché. Me encogí de hombros: debajo de todo aquel maquillaje y rímel sólo había un escenario vacío. Probablemente todas terminarían casadas con un perdedor, viviendo una existencia mediocre en una barriada, echando al mundo unos hijos que al alcanzar la mayoría de edad las odiarían profundamente. La entrada de Andrés, el profesor de matemáticas, me obligó a desligarme de mis elucubraciones. Me esperaba otra lección, insoportable y aburrida, que no me auxiliaría a solucionar mis dilemas personales.

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Al llegar a casa me quité la chaqueta y arrojé la mochila sobre el sofá: me encontraba tan deprimido que tenía ganas de llorar. Frente al espejo del salón, estudie mis facciones afiladas, coronadas por un cabello castaño con la raya a la izquierda. Sin desearlo, tuve ganas de estallar mi cara contra la superficie de mercurio: detestaba el rostro con el que tenia que convivir a diario. Mi madre había dejado una nota sobre la zapatera:

Quítate los zapatos cuando entres. Tienes la comida en la nevera. Caliéntala y procura no ensuciar nada. Cuando friegues la loza ten cuidado de no salpicar los cristales de la ventana.

Desalentado, rompí el papel en mil pedazos y lo arrojé al cubo de la basura de la cocina: se me había quitado el apetito. No solo tenía que soportar a unos compañeros mediocres y a unos profesores inútiles en mi vida pública; al llegar al hogar me esperaba una mujer neurótica y amargada, cuyo amor era tan grande como su afán por la limpieza. La vivienda a oscuras, silenciosa y gélida, parecía un erial. La vieja siempre tenía las persianas corridas para que no entrara el polvo. Una impresión de ahogo me obligó a dirigirme a la ventana y abrirla de par en par. Una corriente de aire cortante me golpeó la cara. Enfrente, debajo del edificio, la visión del solar cubierto de escombros y coches desguazados, me causó un nudo en el estómago. Estaba atrapado y no tenía ningún lugar a donde huir. A doscientos metros de distancia, cerca de un muro cubierto de grafitis, una docena de kinkis haraganeaban en una esquina, fumando porros y comprobando la cilindrada de sus motos. Furioso, cerré los postigos de golpe y fui a mi habitación; el mundo que me circundaba acabaría conmigo. Me quité los zapatos y me tumbé boca arriba sobre la cama; deseaba aniquilar el universo que me rodeaba. Una hora más tarde, continuaba nervioso y despierto, con la mirada clavada en el techo, sin encontrar las respuestas que demandaba. Anhelaba abandonar mi cotidianidad, huir lejos del mundo que conocía, cambiar de piel como si fuera un camaleón. Una bilis pastosa formó una apretada masa de acero en mis entrañas: quizá la muerte fuera la liberación que tanto necesitaba. Rechiné los dientes y apreté los puños hasta que me dolieron los dedos: tenía que haber muerto al nacer; la angustia y la desazón de existir me resultaba intolerable. Finalmente, regresé a la sala y encendí la tele: no me apetecía leer y mucho menos escribir; de no distraerme terminaría cometiendo una locura. Hice zapping, ignorando la telebasura habitual, hasta dar con la VH-1 americana. Justo en aquel instante, empezaba un videoclip; la música y las imágenes me dejaron clavado en el sillón.

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La visión del cantante, cabello largo y azabache, forrado de cuero negro, actuando delante de las cámaras, atrajo toda mi atención. El mundo real desapareció por completo. El futuro y el pasado dejaron de tener importancia. Había encontrado una tabla de escape sin proponérmelo.

Cuando la canción terminó, una oleada de alivio recorrió mi anatomía, serenando las contriciones que me afligían. Volvía a encontrarme libre de impurezas, despierto y exultante; tenía que averiguar más cosas sobre aquella banda. Una sensación de poder llenaba mis fibras, era libre por primera vez en mucho tiempo, disfrutaba con la felicidad que anegaba mi corazón. La música, sin duda, había salvado mi alma.

Love me two times, baby

Love me twice todayLove me two times, girl

I’m going awayLove me two times, girl

One for tomorrowOne just for todayLove me two timesI’m going away…

Love me one timeI could not speakLove me one timeYeah, my knees got weakBut love me two times, girlLast me all through the weekLove me two timesI’m going awayLove me two timesI’m going away...

Love me two times, babe

Love me twice todayLove me two times, babe

Cause I’m going awayLove me two time, girlOne for tomorrowOne just for todayLove me two timesI’m going awayLove me two timesI’m going awayLove me two timesI’m going away...

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Malzorgata [email protected]://mrosolak.wordpress.com/

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Al entrar en la biblioteca, ignoré a los estudiantes inclinados sobre sus libros y me aproximé a la sección correspondiente de música. Aunque el instituto fuera una porquería, debía reconocer que tenía una buena colección de libros, básicamente todo lo que había leído durante los últimos tres años había salido de allí. No tardé mucho en encontrar lo que estaba buscando: “Jim Morrison/The Doors Dark Star” escrito por un tal Dylan Jones. Curioso, ojeé las fotografías diseminadas por todo el libro: de haber sido un joven delgado y atractivo, el cantante del grupo se había convertido en un hombre obeso, totalmente quemado por el circo del Rock And Roll. La cosa se ponía interesante: los perdedores siempre me habían resultado fascinantes. Los hombres rectos y familiares no tenían ningún interés para mí, prefería a los músicos y a los escritores malditos; un artista que se precie debe ser atormentado para tener algo que ofrecer al público. El acto creativo es una manera de desahogar las frustraciones personales, de encontrar un asidero cuando todo lo demás se hunde sin remedio; gente como Baudelaire o Bukowski eran el ejemplo perfecto de mi teoría. Una frase leída al azar avivó mi interés aún más:

“Morrison fue el ratón de biblioteca más sexy que cogió un micrófono, era un lirista inspirado y uno de los símbolos pop más celebrados de los sesenta. Pero Morrison era también un enigmático cabezota, un bocazas pretencioso que se autodenominaba poeta y llevaba la máscara de borracho. Era el alcohólico impotente, el ídolo marcado. Era el rey, el artista consumado, el payaso petulante. Era demasiado inteligente, y, a menudo, demasiado estúpido para preocuparse por ello. Masoquista, sádico emocional, romántico incurable. Morrison era todas esas cosas. Pero en las camisetas no hay sitio para ninguna de ellas, nos dan sólo la imagen de un atractivo y conquistador animal sexual...”

Después de firmar el parte correspondiente, salí al exterior y busqué un lugar tranquilo donde poder leer sin ser molestado. Crucé el patio de un extremo a otro, pasando por alto a los chavales que disputaban un partido de fútbol en la cancha. No me gustaban los deportes en grupo: nada me resultaba más absurdo que correr detrás de un balón de reglamento. Finalmente, alcancé lo alto de las gradas de cemento, me senté y abrí el libro: no era consciente de que mi vida cambiaría por completo a partir de aquel instante. Los minutos pasaron con rapidez, la sirena rompió la quietud de la mañana; era hora de volver a clase. Lo que había leído me resultaba interesante: la infancia itinerante de Jim Morrison, hijo de un padre militar, a lo largo de

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Estados Unidos, en la década de los 40, no cesaba de tener cierto atractivo. Entré en el aula y tomé asiento en mi pupitre: era el único chaval que se sentaba solo. La profesora de literatura entró por la puerta y me atravesó con la mirada: llevaba una revista de papel en la mano. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral: vislumbraba nubarrones en el horizonte. Después de hacer callar a la clase, cuando todos los alumnos estuvieron en su sitio, me dijo con voz despectiva:—He leído su relato —comentó—. No sabía que usted escribiera.Me mostré sarcástico:—¿Le gustó?—La historia me ha parecido muy desagradable —acotó—. No entiendo cómo se la han publicado. Me encogí de hombros.—Hubiera podido escribir un relato de amor entre dos subnormales que se conocen en una playa —puntualicé—. Pero la idea de un asesino a suelo me parecía mucho más interesante.—¿Se cree muy gracioso, verdad?Aquella imbécil empezaba a irritarme.—¿Tengo cara de contar chistes?La profesora se dirigió a toda la clase: —Les recomiendo que lean el relato —repuso con cierta ironía—. Su compañero tiene un gran futuro como novelista. —Estos capullos no han leído nada en su vida —intervine—. Dudo que lo entiendan. Un murmullo airado salió de veinte bocas distintas: —¡Silencio! —exclamó la profesora—. ¡Cállense!Solté una carcajada burlona.—Menos mal que vivo en un país en el que existe la libertad de expresión. Si hubiera sabido que mi historia iba causar tanto revuelo hubiese escrito un cuento sobre un estudiante que descuartiza a sus compañeros de clase con una motosierra. —¡Fuera de aquí! —bramó—. ¡Vaya al despacho del director! Agarré mi mochila y me puse en pie.—Por mí encantado. —Sonreí—. Sus clases me parecen una mierda.

Crucé el aula y cerré la puerta de golpe: pensaba fugarme del instituto y terminar la biografía de Jim Morrison. Lo que dijeran los profesores sobre mis escritos me traía sin cuidado. Si querían autómatas, que los buscaran en otra parte: pertenecer a la mayoría no entraba en mis planes.

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Seis meses más tarde, después de haber pasado el verano trabajando como piscinero en un hotel, era un individuo totalmente distinto. Me había dejado crecer el cabello y vestía de negro de pies a la cabeza: la influencia de Jim Morrison me había cambiado la vida por completo. Por primera vez desde que tenía memoria era feliz conmigo mismo: mis traumas y aprehensiones de la infancia habían desaparecido sin dejar rastro. Destilaba una seguridad llena de mordacidad y arrogancia: estaba por encima de las convenciones sociales, de mis remordimientos particulares, y del bien y del mal; era un hombre totalmente nuevo. También, durante aquel tiempo, había tenido mis primeras experiencias sexuales. Para ser sincero, dado que llevaba aparatos en los dientes desde que tenía seis años, tenía la absurda idea de que era feo como un demonio. Nada más lejos de la realidad: era un joven sincero y apuesto, irónico hasta límites insoportables, que podía llevarse a la cama a la chica que quisiese. ¿Por qué había tardado tanto tiempo en percatarme de ello? La respuesta es fácil: vivía en un barrio de mierda, rodeado por gente mediocre, que era incapaz de comprender mis intereses o inquietudes espirituales. Gracias a Dios, al desligarme de mi entorno, descubrí un universo de posibilidades. Relacionarme con gente distinta de la habitual, salir de fiesta con la única intención de conocer chicas, escuchar buena música a todas horas, cambiar mi imagen y actitud, fue lo mejor que pudo haberme pasado. El Rock And Roll inundaba mis venas como una descarga de adrenalina a todas horas: nunca volví a experimentar una felicidad similar, ni antes ni después. Ahora, con la perspectiva del tiempo, después de diez años, todo ha cambiado.

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Alexis Brito [email protected]

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Recién cumplidos los dieciocho, una oscura depresión se apoderó de mi vida, haciendo trizas todo lo que había logrado; jamás me perdonaré por haber sido tan estúpido. El problema, sin duda alguna, había sido que era demasiado inocente. Estaba en una ridícula etapa de expansión, deseaba relacionarme con mis semejantes, huir de la soledad que me había acompañado hasta entonces. Huelga decir que me equivoqué, las circunstancias me enseñaron lo frágil que era, tuve que luchar contra mis demonios particulares durante siglos, cosa que estuvo a punto de llevarme al suicidio. Jamás entenderé cómo demonios puedo ser tan autodestructivo: parece que disfruto tocando fondo, atormentándome. Pero todo eso pertenece ahora al pasado, ya no soy aquel muchacho joven e inseguro, de dientes torcidos y rodillas torcidas, que siempre hacía lo que su madre le ordenaba. Nunca volveré a sufrir de aquella manera, los golpes de la vida ya no me hacen tanto daño; tienes que volverte frío e insensible para salir adelante, de lo contrario, te pudres sin que nadie haga lo más mínimo por salvarte. Mi vieja personalidad está muerta y enterrada: no quedó ninguna opción desde que perdí la inocencia y el deseo de vivir así. Espero que los jinetes que me acechan bajo la tormenta continúen vigilando mis sueños.

FIN

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Entre dolor y la nada, elijo el dolorY al manto de fuego que cubre las estepas heladas.Elijo el dolor,Y la bella catástrofe de tu agoníaNo la nada,O el vuelo del pájaro que se derrumbaVertiginosamente sobre el invierno

EVôKA

Leticia [email protected]

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Sigûr para ti LA TRISTEZA es tan naturalComo para mí debiera ser morir-pero no lo es-Te vi partir Sigûr, y me alegré cada día.Pero cada noche lloro.Mis manos abrazan tu ausenciaComo el león abraza la muerteLa memoria aprende el olvidoComo mis ojos aprendieron a dejarte partir.

SIGûR

Leticia [email protected]

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No me pertenece el tiempo que dure sino el momento que me permanezca tatuado en el pecho, no me pertenece el paso del tiempo pero si la huella que deje mientras el momento pasa, no me pertenece el tiempo que dure sino la magnitud que significa.

No me pertenecen los soles sino la luz que irradia en mis pupilas, no me pertenecen sus sueños más si aquellas ilusiones que se mantienen en la almohada al contemplar su cabello.

No me pertenece me repito mientras un beso sella el momento, no me per-tenece el tiempo que el nosotros dure sino la permanencia de aquello que pudo tener cabida cuando el tiempo no daba para esperanza.

No me pertenecen sus pasos, me pertenece el camino que he decidido seguir a su lado, no me pertenece, me repito mientras un beso me recuerda el por qué mi maleta no cruza la puerta.

No me pertenece el nosotros que en un verbo conjugado insisten en la conjugación de más de un sentimiento, no me pertenece el nosotros, me pertenece el respirar de la realidad, me permanece el latir, la compenetra-ción, me pertenece este pestañeo de aquello que deseas y no sabes si es verdad.

No me pertenece, no me pertenezco a veces lo pienso, pero al despertar lo único que se es que nome pertenece el tiempo, me pertenece el momento y disfrutaré de ello.

Una pequeña pausa

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Luis Carlos Vega Ruiz cuentosdeltiempo.blogspot.com

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La ventana del humoHarun Toré[email protected]

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Y cuando dio comienzo, aquel pequeño personaje dejó caer su caña mien-tras él colgaba de la luna. ¡Qué casualidad que fue a pescar al Trapecista Estelar! Cuando éste pobre caía y caía por el universo, nuestro pequeño personaje fue a pescarle desde su luna. Ambos se sorprendieron el uno al otro, y allí recostados sobre la luna, charlaron durante horas y horas. - ¿Quién eres?- Le preguntó nuestro personaje.- Soy el Trapecista Estelar.- Le contestó éste muy orgulloso.- Sí, he oído mucho de ti. Tu fama te precede, Trapecista Estelar.- Me halagas, Pescador.- ¿Cómo sabes que soy Pescador?- Le preguntó intrigado nuestro pequeño personaje.- He conocido a otros como tú. Pescadores Lunares os llaman en algunos sitios, o simplemente Pescadores.- Ah… ¿Y cómo has llegado a quedar enganchado en mi anzuelo, Trapecis-ta? ¿Cómo es que no cuelgas de estrella en estrella, deleitándonos con tu danzar por el universo?- Pobre de mí…- Se apenó el Trapecista Estelar.- Andaba yo de estrella en estrella, agarrándome con maña, ¡no! Con gran estilo, diría yo. Hasta que una de ellas se cayó.Nuestro pequeño personaje se extrañó y puso cara de bobo.- Sí,- Continuó el Trapecista.- estaba suelta. A menudo ocurre, que algunas estrellas no están fijas en el firmamento. Suelen reconocerse porque su luz se apaga, hasta que desaparecen, o algún tonto como yo las arranca, claro.

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- ¿Y te las has llevado contigo?- Se intrigó el Pescador Lunar.- ¿Y qué remedio? En cuanto la agarré, supe que me había equivocado. Llegué con una gran pirueta, desde la gran Sirius hasta ella, y ambos nos caímos del cielo.- ¿Puedo verla..?- No sé si podrás verla.- Contentó el Trapecista Estelar.- Es muy pequeña, y poco luminosa. Además, está por amanecer, y como sabes, las estrellas no se dejan ver cuando luce el sol, la mayor de todas ellas.- No es que no se dejen ver,- Le corrigió nuestro pequeño personaje.- es que el sol, celoso por la belleza de las estrellas, no les permite lucirse, y cie-ga a los mortales con su luz blanca.- ¿Cómo sabes tal cosa?- Pues porque, Trapecista Estelar, tu vives en la noche, huyendo del sol, danzando de estrella en estrella, y jamás esperas a que el sol aparezca en el cielo.- Claro que no. ¡Si me quedara colgado de él hasta el anochecer, me abrasa-ría las manos!- Se alteró el Trapecista.- Entiendo…- Ambos callaron, hasta que nuestro pequeño personaje se sintió intrigado.- ¿Podría verla?- Podrí amos intentarlo. Ya está amaneciendo.- ¿Dónde la llevas?- Aquí, en el bolsillo del pantalón.- Y el Trapecista Estelar se llevó la mano al bolsillo. A nuestro pequeño personaje, un Pescador Lunar que siempre ansiaba con tocar una estrella, que se consolaba con mirarlas desde su luna por las noches, se le aceleró el pulso. Él siempre estaba ahí, recostado en su luna, con la caña dispuesta a pescar una presa que llevarse al estómago, pero siempre había soñado con pescar una estrella. ¡Y por fin iba a ver una! El Trapecista Estelar sacó entonces la estrella de su bolsillo. Era di-minuta, y le cabía en la palma de la mano abierta. La pequeña, brillaba con una tenue luz apagaba que amenazaba con menguar hasta desaparecer. La pobre estaba muriendo… - Toma, es para ti. Yo estoy cansado de llevármelas sin querer. - ¿En serio? Y se la dio. Ésta titiló unos instantes al entrar en contacto con nues-tro pequeño Pescador, y entonces en el horizonte del mundo brotaron los primeros brillos del sol. Poco a poco, con nuestro personaje maravillado, el cielo se fue iluminando, y la diminuta estrella desapareciendo…

Darka Treakewww.modt.net 33

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Si estamos ya ciegospreguntémonos qué escuchamos, qué olemos, qué sentimos.

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…Destrozos emocionalesque muestran realidades inconexasde un mundo paralelo que se desmorona,que se derrumba sin mediar palabra,que no se puede apuntalar…

…Sobrevivirentre los escombros de la inocenciade las pulsiones innatas y adquiridas,de los deseos indecorosos y los sueños rotos,de una vida que se ha acabado…

…Resurgir de las cenizasentre las querencias y carencias del alma,rellenando los huecos en blancoen el vacío de la ignorancia oportuna,donde lo irracional se impone por mayoría absoluta…

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Sara G. [email protected]

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Marta Díez Alonso [email protected]

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Marta Díez Alonso [email protected]

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Normalmente, cuando a uno le hablan de la jungla se imagina un gran espacio rebosante de vegetación; infinidad de plantas y grandes y frondosos árboles, plagado de todo tipo de insectos y una considerable variedad de animales. Pues bien, no todas las junglas son así a pesar de que casi todo el mundo se las imagina así. Otras junglas en cambio, son escasas en vegetación pero ricas en bloques y cemento. Puedes encontrar todo tipo de edificaciones pero casi todas coinciden en que están dotadas de puertas y ventanas, al menos puerta, y que en sus tejados hay al menos una docena de antenas parabólicas dispersas entre tierra y basura. Pero lo que hace que la jungla sea jungla no son las edificaciones sin más, si no su aspecto de deterioro y podredumbre, el hollín y el alquitrán de sus paredes.

El aspecto más característico de este tipo de junglas es su impresionante

biodiversidad, diferente a la típica jungla pero no menos numerosa, consta principalmente de una especie dominante: el automóvil. Dentro de esta especie hay un número incalculable de tipos y aunque las nuevas razas están extendiéndose siguen dominando las viejas cajas de chatarra que escupen humo y tornillos sin parar. Es difícil convivir con ellos y el que entra en su territorio sabe que tiene que andarse con ojo si no quiere ser devorado por estas feroces criaturas. Burros, perros y gatos sobreviven en este medio hostil pero saben quién manda. Los humanos son una especie singular, es la más numerosa y pueden llegar a hacinarse en esta jungla hasta 30 millones. Aquí los humanos producen gran cantidad de deshechos que arrojan en cualquier sitio por lo que montañas de estos desechos se acumulan sin remedio en plazas y calles, lo cual atrae a otros tipos de criaturas que se benefician de esto llegando a constituir una subpoblación en continuo crecimiento.

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Sin embargo y a pesar del ambiente inhóspito sus habitantes viven en relativa armonía. Su forma de entender el cosmos hace que discurran con felicidad. Pueden mostrarse tan amigables y hospitalarios que a veces rayan el límite de la perfección, de la misma forma que otros emergen su cara más tosca y grosera.

Sin duda lo que más llama la atención del ojo extraño son pequeños aspectos cotidianos que escapan a su raciocinio; la vida del individuo de la gran ciudad está repleta de sorpresas que afronta con singularidad pero con total naturalidad. Su camino es como el camino del viajero, nunca se acomodan demasiado porque puede que el momento de partir esté próximo.

El orden que se esconde tras la máscara del caos no puede ser alterado puesto que volvería a su curso natural de una forma u otra, controlarlo sería como tratar de girar la Tierra en sentido contrario. El rio trae buenas nuevas, pero ya no se valora como fuera hace siglos. Hoy el rio me ha confesado su pesar, está cansado de dar sin recibir más que un gesto de desprecio. Si tú te vas, ¿que nos queda si no ruinas en la arena?

Ahmed Mazaflickr.com/photos/mazorcas

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Malzorgata [email protected]://mrosolak.wordpress.com/

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